Guía de lectura del texto de Jorge Larrosa. Experiencia y pasión.
Jorge Larrosa es profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona
(España). Sus trabajos, de clara vocación ensayística, se sitúan en el territorio fronterizo
entre la literatura, la filosofía y la educación. Ha realizado estudios post-doctorales en el
Instituto de Educación de la Universidad de Londres y en el Centre Michel Foucault de
Paris. Entre sus libros destacan “La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y
formación” (1996), “Pedagogía Profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad y
educación” (2000, traducido al francés y al portugués) y “Entre las lenguas. Lenguaje y
educación después de Babel” (2003). Ha compilado “Trayectos, escrituras, metamorfosis.
La idea de formación en la novela” (1994), “Escuela, poder y subjetivación” (1995),
“Déjame que te cuente. Ensayos sobre narrativas y educación” (1995), “Imágenes del
otro” (1996), “Camino y metáfora” (1999), “Habitantes de Babel. Políticas y poéticas de la
diferencia” (2001) y “Entre Literatura y Pedagogía” (2005). Ha sido profesor invitado en
varias universidades latinoamericanas y europeas.
Jorge Larrosa aborda en este texto la ruptura de una dicotomía habitual en educación: la
posición técnica vs la posición reflexiva, el cientificismo vs la crítica, y lo hace generando
una tercera posición que proviene del pensamiento filosófico a través de hacer circular de
otro modo la palabra experiencia.
Larrosa enfatiza que somos seres de lenguaje y es por eso que decir las palabras con otros
sentidos a los habituales, nos subjetivan de otro modo, crean pensamiento, nos
transforman.
actividades como atender a las palabras, criticar las palabras, elegir las
palabras, cuidar las palabras, inventar palabras, jugar con las palabras,
imponer palabras, prohibir palabras, transformar palabras, etc. no son
actividades hueras o vacías, no son meras palabrerías. Cuando hacemos
cosas con las palabras, de lo que se trata es de cómo damos sentido a lo
que somos y a lo que nos pasa, de cómo ponemos juntas las palabras y las
cosas, de cómo nombramos lo que vemos o lo que sentimos, y de cómo
vemos o sentimos lo que nombramos.
Larrosa retoma un debate filosófico ya anunciado por Walter Benjamin (Experiencia y
pobreza, 1933, https://semioticaenlamla.files.wordpress.com/2011/09/experienciabenj.pdf y
continuado por Giorgio Agamben en Infancia e historia, 1978,
https://www.usfx.bo/nueva/vicerrectorado/citas/SOCIALES_8/Historia/Giorgio%20Agamben.pdf)
Su planteo es que la experiencia es lo que “nos” pasa, nos acontece y nos atraviesa y no lo que
“pasa” simplemente. En nuestro mundo moderno, dice Larrosa, pasa de todo pero no nos
atraviesa en el sentido de transformarnos, de subjetivarnos. ¿Por qué?
En primer lugar, por exceso de información, nos transformamos en sujetos informados e
informantes, consumismos información y la confundimos con conocimiento y aprendizaje. El
discurso actual del sujeto como procesador de información no hace más que destruir la
experiencia.
En segundo lugar, vivimos en medio de un exceso de opinión que también anula la experiencia. El
mandato actual sería estar informado y opinar. Cada uno/a se vuelve en un sujeto informado y
obligado a tener una opinión propia, crítica o no, pero que nos empuja a darla y manifestarla. En el
terreno de la educación y la pedagogía, la concepción paralela a la opinión sería el aprendizaje
significativo. Sería la reacción subjetiva a lo que se nos plantea como información. Esta reacción
desde la opinión en general se transforma en un estar a favor o en contra de lo que se nos dice.
En tercer lugar la experiencia se destruye por falta de tiempo. Los acontecimientos se suceden
uno tras otro, a toda velocidad, como shocks sucesivos ante los que no podemos pensar,
reaccionar, ni dejar un vacío o silencio. El tiempo se vuelve un valor de consumo. Cuando la
educación se vuelve una continuidad de hechos informativos no hay experiencia. Esta tampoco
tiene que ver con algo acreditable, ya hecho anteriormente, que puede ser demostrado.
La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos acontezca, o nos
llegue, requiere un gesto de interrupción, un gesto que es casi imposible en
los tiempos que corren: requiere pararse a pensar, pararse a mirar, pararse
a escuchar, pensar más despacio, mirar más despacio y escuchar más
despacio, pararse a sentir, sentir más despacio, demorarse en los detalles,
suspender la opinión, suspender el juicio, suspender la voluntad, suspender
el automatismo de la acción, cultivar la atención y la delicadeza, abrir los
ojos y los oídos, charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud,
escuchar a los demás, cultivar el arte del encuentro, callar mucho, tener
paciencia, darse tiempo y espacio.
El sujeto de la experiencia entonces no es un sujeto informado, que opina, del consumo, del
trabajo, sino un
territorio de paso, de pasaje, algo así como una superficie de sensibilidad
en la que lo que pasa afecta de algún modo, produce algunos afectos,
inscribe algunas marcas, deja algunas huellas, algunos efectos. (…) se trata
de una pasividad anterior a la oposición entre lo activo y lo pasivo, de una
pasividad hecha de pasión, de padecimiento, de paciencia, de atención,
como una receptividad primera, como una disponibilidad fundamental,
como una apertura esencial.
El sujeto de la experiencia es un sujeto expuesto que se dispone al riesgo, a la aventura, a
que algo le pase, le afecte, lo hiera, no lo deje inmune.
Por esto, la experiencia tiene que ver con la pasión: el sujeto de la experiencia-pasión
padece, ni activa ni pasivamente, se ve atravesado, no puede impedir las marcas que le
dejan la experiencia.
El sujeto de la experiencia no es autónomo, es responsable por otros/as, es heterónomo y
libre a la vez. Está ligado a algo que está fuera de sí. Como en la experiencia del amor, sin
poseer al otro/a, nos vemos poseídos por el/la otro/a.
En la pasión se da una tensión entre libertad y esclavitud en el sentido de
que lo que quiere el sujeto pasional es, precisamente, estar cautivado, vivir
su cautiverio, su dependencia de aquello que le apasiona. Se da también
una tensión entre placer y dolor, entre felicidad y sufrimiento, en el sentido
de que el sujeto pasional encuentra su felicidad o, al menos el
cumplimiento de su destino, en el padecimiento que su pasión le
proporciona. Lo que el sujeto pasional ama es precisamente su propia
pasión. Es más, el sujeto pasional no es otra cosa y no quiere ser otra cosa
que pasión. De ahí, quizá, la tensión que la pasión extrema soporta entre
vida y muerte. La pasión tiene una relación intrínseca con la muerte, se
desarrolla en el horizonte de la muerte, pero de una muerte que es querida
y deseada como verdadera vida, como lo único que vale la pena vivir y, a
veces, como condición de posibilidad de todo renacimiento.
(Puntualización de un texto que orienta su lectura pero no la sustituye porque ella
misma es experiencia)