Guía de Comprensión Lectora
I.      Lee el siguiente texto y luego responde las preguntas-
                    EL HOMBRE                              mugroso y lo arrojó a la tierra con coraje. Se chupó
                                                           los dientes y volvió a escupir. E1 cielo estaba
                                           JUAN RULFO
                                                           tranquilo allá arriba, quieto, trasluciendo sus
                     LOS PIES DEL hombre se                nubes entre la silueta de los palos guajes, sin hojas.
                     hundieron en la arena dejando         No era tiempo de hojas. Era ese tiempo seco y
                     una huella sin forma, como si         roñ oso de espinas y de espigas secas y silvestres.
                     fuera la pezuñ a de algú n            Golpeaba con ansia los matojos con el machete: “Se
                     animal. Treparon sobre las            amellará con este trabajito, más te vale dejar en paz
                     piedras, engarruñ á ndose al          las cosas”.
                     sentir la inclinació n de la
                                                            Oyó allá atrá s su propia voz.
                     subida; luego caminaron hacia
                     arriba, buscando el horizonte.          “Lo señ aló su propio coraje —dijo el perseguidor
                                                           —. É l ha dicho quién es, ahora só lo falta saber
“Pies planos —dijo el que lo seguía—. Y un dedo de
                                                           dó nde está . Terminaré de subir por donde subió ,
menos. Le falta el dedo gordo en el pie izquierdo.
                                                           después bajaré por donde bajó , rastreá ndolo hasta
No abundan fulanos con estas señ as. Así que será
                                                           cansarlo. Y donde yo me detenga, allí estará . Se
fá cil.”
                                                           arrodillará y me pedirá perdó n. Y yo le dejaré ir un
 La vereda subía, entre yerbas, llena de espinas y         balazo en la nuca... Eso sucederá cuando yo te
de malas mujeres. Parecía un camino de hormigas            encuentre.”
de tan angosta. Subía sin rodeos hacia el cielo. Se
                                                           Llegó al final. Só lo el puro cielo, cenizo, medio
perdía allí y luego volvía a aparecer má s lejos, bajo
                                                           quemado por la nublazó n de la noche. La tierra se
un cielo má s lejano.
                                                           había caído para el otro lado. Miró la casa enfrente
 Los pies siguieron la vereda, sin desviarse. El           de él, de la que salía el ú ltimo humo del rescoldo.
hombre caminó apoyá ndose en los callos de sus             Se enterró en la tierra blanda, recién removida.
talones, raspando las piedras con las uñ as de sus         Tocó la puerta sin querer, con el mango del
pies, rasguñ á ndose los brazos, deteniéndose en           machete. Un perro llegó y le lamió las rodillas, otro
cada horizonte para medir su fin: “No el mío sino el       má s corrió a su alrededor moviendo la cola.
de él”, dijo. Y volvió la cabeza para ver quién había      Entonces empujó la puerta só lo cerrada a la noche.
hablado.
                                                           El que lo perseguía dijo: “Hizo un buen trabajo. Ni
        Ni una gota de aire, só lo el eco de su ruido
                                                           siquiera los despertó . Debió llegar a eso de la una,
entre las ramas rotas. Desvanecido a fuerza de ir a
                                                           cuando el sueñ o es má s pesado; cuando comienzan
tientas, calculando sus pasos, aguantando hasta la
                                                           los sueñ os; después del ‘Descansen en paz’, cuando
respiració n: “Voy a lo que voy”, volvió a decir. Y
                                                           se suelta la vida en manos de la noche con el
supo que era él el que hablaba.
                                                           cansancio del cuerpo raspa las cuerdas de la
 “Subió por aquí, rastrillando el monte —dijo el           desconfianza y las rompe”.
que lo perseguía—. Cortó las ramas con un
                                                           “No debí matarlos a todos —dijo el hombre—. ”Al
machete. Se conoce que lo arrastraba el ansia. Y el
                                                           menos no a todos”. Eso fue lo que dijo.
ansia deja huellas siempre. Eso lo perderá .”
        Comenzó a perder el á nimo cuando las horas        La madrugada estaba gris, llena de aire frío. Bajó
se alargaron y detrá s de un horizonte estaba otro y       hacia el otro lado, resbalá ndose por el zacatal.
el cerro por donde subía no terminaba. Sacó el             Soltó el machete que llevaba todavía apretado en la
machete y cortó las ramas duras como raíces y              mano cuando el frío le entumeció las manos. Lo
tronchó la yerba desde la raíz. Mascó un gargajo
                                                                                                               1
dejó allí. Lo vio brillar como un pedazo de culebra     como si fuera una hinchazón rara. Yo así lo siento.
sin vida, entre las espigas secas.                      Cuando sentí que me había cortado un dedo, la
                                                        gente lo vio y yo no, hasta después. Así ahora,
El hombre bajó buscando el río, abriendo una
                                                        aunque no quiera, tengo que tener alguna señal. Así
nueva brecha entre el monte.
                                                        lo siento, por el peso, o tal vez el esfuerzo me
Muy abajo el río corre mullendo sus aguas entre         cansó”. Luego añ adió : “No debí matarlos a todos;
sabinos florecidos; meciendo su espesa corriente        me hubiera conformado con el que tenía que matar;
en silencio. Camina y da vuelta sobre sí mismo. Va      pero estaba oscuro y los bultos eran iguales...
y viene como una serpentina enroscada sobre la          Después de todo, así de a muchos les costará menos
tierra verde. No hace ruido. Uno podría dormir allí,    el entierro.”
junto a él, y alguien oiría la respiració n de uno,
                                                        “Te cansará s primero que yo. Llegaré a donde
pero no la del río. La hiedra baja desde los altos
                                                        quieres llegar antes que tú estés allí —dijo el que
sabinos y se hunde en el agua, junta sus manos y
                                                        iba detrá s de él—. Me sé de memoria tus
forma telarañ as que el río no deshace en ningú n
                                                        intenciones, quién eres y de dó nde eres y adó nde
tiempo.
                                                        vas.        Llegaré     antes   que     tú   llegues.”
El hombre encontró la línea del río por el color                “Este no es el lugar —dijo el hombre al ver el
amarillo de los sabinos. No lo oía. Só lo lo veía       río—.“Lo cruzaré aquí y luego más allá y quizá
retorcerse bajo las sombras. Vio venir las              salga a la misma orilla. Tengo que estar al otro
chachalacas. La tarde anterior se habían ido            lado, donde no me conocen, donde nunca he estado
siguiendo, el sol, volando en parvadas detrá s de la    y nadie sabe de mí; luego caminaré derecho, hasta
luz. Ahora el sol estaba por salir y ellas regresaban   llegar. De allí nadie me sacará nunca”.
de nuevo.
                                                        Pasaron má s parvadas de chachalacas, graznando
Se persignó hasta tres veces. “Discú lpenme”, les       con gritos que ensordecían.
dijo. Y comenzó su tarea. Cuando llegó al tercero, le
                                                        “Caminaré más abajo. Aquí el río se hace un
salían chorretes de lá grimas. O tal vez era sudor.
                                                        enredijo y puede devolverme a donde no quiero
Cuesta trabajo matar. El cuero es correoso. Se
                                                        regresar.”
defiende aunque se haga a la resignació n y el
                                                                “Nadie te hará dañ o nunca, hijo. Estoy aquí
machete estaba mellado: “Ustedes me han de
                                                        para protegerte. Por eso nací antes que tú y mis
perdonar”, volvió a decirles.
                                                        huesos se endurecieron antes que los tuyos”.
“Se sentó en la arena de la playa —eso dijo el que
                                                        Oía su voz, su propia voz, saliendo despacio de su
lo perseguía—. Se sentó aquí y no se movió por un
                                                        boca. La sentía sonar como una cosa falsa y sin
largo rato. Esperó a que despejaran las nubes. Pero
                                                        sentido.
el sol no salió ese día, ni al siguiente. Me acuerdo.
Fue el domingo aquel en que se me murió el recién       ¿Por qué habría dicho aquello? Ahora su hijo se
nacido y fuimos a enterrarlo. No teníamos tristeza,     estaría burlando de él. O tal vez no. “Tal vez esté
só lo tengo memoria de que el cielo estaba gris y de    lleno de rencor conmigo por haberlo dejado solo
que las flores que llevamos estaban desteñ idas y       en nuestra ú ltima hora”. Porque era también la
marchitas como si sintieran la falta del sol.”          mía; era ú nicamente la mía. É 1 vino por mí. No los
                                                        buscaba a ustedes, simplemente era yo el final de
“El hombre ese se quedó aquí, esperando. Allí
                                                        su viaje, la cara que él soñ aba ver muerta,
estaban sus huellas: el nido que hizo junto a los
                                                        restregada contra el lodo, pateada y pisoteada
matorrales; el calor de su cuerpo abriendo un pozo
                                                        hasta la desfiguració n. Igual que lo que yo hice con
en la tierra hú meda.”
                                                        su hermano; pero lo hice cara a cara, José Alcancía,
“No debí haberme salido de la vereda —pensó el          frente a él y frente a ti y tú nomá s llorabas y
hombre. Por allá hubiera llegado. Pero es peligroso     temblabas de miedo. Desde entonces supe quién
caminar por donde todos caminan, sobre todo             eras y có mo vendrías a buscarme. Te esperé un
llevando este peso que yo llevo. Este peso se ha de     mes, despierto de día y de noche, sabiendo que
ver por cualquier ojo que me mire; se ha de ver         llegarías a rastras, escondido como una mala
                                                        víbora. Y llegaste tarde. Y yo también llegué tarde.
                                                                                                            2
Llegué detrá s de ti. Me entretuvo el entierro del        el recién nacido no me dejó ninguna señ al de
recién nacido. Ahora entiendo. Ahora entiendo por         recuerdo.”
qué se me marchitaron las flores en la mano.”
                                                          El hombre recorrió un largo tramo río arriba.
“No debí matarlos a todos —iba pensando el
                                                          En la cabeza le rebotaban burbujas de sangre. “Creí
hombre—. No valía la pena echarme ese tercio tan
                                                          que el primero iba a despertar a los demás con su
pesado en mi espalda. Los muertos pesan más que
                                                          estertor, por eso me di prisa.” “Discú lpenme la
los vivos; lo aplastan a uno. Debía de haberlos
                                                          apuració n”, les dijo. Y después sintió que el
tentaleado de uno por uno hasta dar con él; lo
                                                          gorgoreo aquel era igual al ronquido de la gente
hubiera conocido por el bigote; aunque estaba
                                                          dormida; por eso se puso tan en calma cuando
oscuro hubiera sabido dónde pegarle antes que se
                                                          salió a la noche de afuera, al frío de aquella noche
levantara... Después de todo, así estuvo mejor. Nadie
                                                          nublada.
los llorará y yo viviré en paz. La cosa es encontrar el
paso para irme de aquí antes que me agarre la             Parecía venir huyendo. Traía una porció n de lodo
noche.”                                                   en las zancas, que ya ni se sabía cuá l era el color de
                                                          sus pantalones.
El hombre entró a la angostura del río por la tarde.
El sol no había salido en todo el día, pero la luz se     Lo vi desde que se zambulló en el río. Apechugó el
había borneado, volteando las sombras; por eso            cuerpo y luego se dejó ir corriente abajo, sin
supo que era después del mediodía.                        manotear, como si caminara pisando el fondo.
                                                          Después rebasó la orilla y puso sus trapos a secar.
“Está s atrapado —dijo el que iba detrá s de él y que
                                                          Lo vi que temblaba de frío. Hacía aire y estaba
ahora estaba sentado a la orilla del río—. Te has
                                                          nublado.
metido en un atolladero. Primero haciendo tu
fechoría y ahora yendo hacia los cajones, hacia tu        Me estuve asomando desde el boquete de la cerca
propio cajó n. No tiene caso que te siga hasta allá .     donde me tenía el patró n al encargo de sus
Tendrá s que regresar en cuanto te veas                   borregos. Volvía y miraba a aquel hombre sin que
encañ onado. Te esperaré aquí. Aprovecharé el             él se maliciara que alguien lo estaba espiando.
tiempo para medir la puntería, para saber dó nde te
voy a colocar la bala. Tengo paciencia y tú no la         Se apalancó en sus brazos y se estuvo estirando y
tienes, así que ésa es mi ventaja. Tengo mi corazó n      aflojando su humanidad, dejando orear el cuerpo
que resbala y da vueltas en su propia sangre, y el        para que se secara. Luego se enjaretó la camisa y
tuyo está desbaratado, revenido y lleno de                los pantalones agujerados. vi que no traía machete
pudrició n. Esa es también mi ventaja. Mañ ana            ni ningú n arma. Só lo la pura funda que le colgaba
estará s muerto, o tal vez pasado mañ ana o dentro        de la cintura, huérfana.
de ocho días. No importa el tiempo. Tengo
                                                          Miró y remiró para todos lados y se fue. Y ya iba yo
paciencia.”
                                                          a enderezarme para arriar mis borregos, cuando lo
El hombre vio que el río se encajonaba entre altas        volví a ver con la misma traza de desorientado.
paredes y se detuvo. “Tendré que regresar”, dijo.
                                                          Se metió otra vez al río, en el brazo de en medio, de
El río en estos lugares es ancho y hondo y no
                                                          regreso.
tropieza con ninguna piedra. Se resbala en un
cauce como de aceite espeso y sucio. Y de vez en          “¿Qué traerá este hombre?”, me pregunté.
cuando se traga alguna rama en sus remolinos,
sorbiéndola sin que se oiga ningú n quejido.               Y nada. Se echó de vuelta al río y la corriente se
                                                          soltó zangoloteá ndolo como un reguilete, y hasta
 “Hijo —dijo el que estaba sentado esperando—:            por poco y se ahoga. Dio muchos manotazos y por
no tiene caso que te diga que el que te mató está         fin no pudo pasar y salió allá a bajo, echando
muerto desde ahora”. ¿Acaso yo ganaré algo con            buches de agua hasta desentriparse.
eso? La cosa es que yo no estuve contigo. ¿De qué
sirve explicar nada? No estaba contigo. Eso es todo.      Volvió a hacer la operació n de secarse en pelota y
Ni con ella. Ni con él. “No estaba con nadie; porque      luego arrendó río arriba por el rumbo de donde
                                                          había venido.
                                                                                                               3
Que me lo dieran ahorita. De saber lo que había          ¿Dice usted que mató a toditita la familia de los
hecho lo hubiera apachurrado a pedradas y ni             Urquidi? De haberlo sabido lo atajo a puros
siquiera me entraría el remordimiento.                   leñ azos.
Ya lo decía yo que era un juiló n. Con só lo verle la    Pero uno es ignorante. Uno vive remontado en el
cara. Pero no soy adivino, señ or licenciado. Só lo      cerro, sin má s trato que los borregos, y los
soy un cuidador de borregos y hasta sí usted             borregos no saben de chismes.
quiere algo miedoso cuando da la ocasió n. Aunque,
                                                         Y al otro día se volvió a aparecer. Al llegar yo, llegó
como usted dice, lo pude muy bien agarrar
                                                         él.    Y     hasta      entramos      en      amistad.
desprevenido y una pedrada bien dada en la
                                                         Me contó que no era de por aquí, que era de un
cabeza lo hubiera dejado allí bien tieso. Usted ni
                                                         lugar muy lejos; pero que no podía andar ya
quien se lo quite que tiene la razó n.
                                                         porque le fallaban las piernas: “Camino y camino y
Eso que me cuenta de todas las muertes que debía         ando nada. Se me doblan las piernas de la
y que acababa de efectuar, no me lo perdono. Me          debilidad. Y mi tierra está lejos, má s allá de
gusta matar matones, créame usted. No es la              aquellos cerros.” Me contó que se había pasado dos
costumbre; pero se ha de sentir sabroso ayudarle a       días sin comer má s que puros yerbajos. Eso me
Dios a acabar con esos hijos del mal.                    dijo. ¿Dice usted que ni piedad le entró cuando
                                                         mató a los familiares de los Urquidi? De haberlo
La cosa es que no todo quedó allí. Lo vi venir de
                                                         sabido se habría quedado en juicio y con la boca
nueva cuenta al día siguiente. Pero yo todavía no
                                                         abierta mientras estaba bebiéndose la leche de mis
sabía nada. ¡De haberlo sabido!
                                                         borregas.
Lo vi venir má s flaco que el día antes con los
                                                         Pero no parecía malo. Me contaba de su mujer y de
huesos afuerita del pellejo, con la camisa rasgada.
                                                         sus chamacos.
No creí que fuera él, así estaba de desconocido.
                                                         Y de lo lejos que estaban de él. Se sorbía los mocos
 Lo conocí por el arrastre de sus ojos: medio duros,
                                                         al acordarse de ellos.
como que lastimaban. Lo vi beber agua y luego
hacer buches como quien está enjuagá ndose la             Y estaba reflaco, como trasijado. Todavía ayer se
boca; pero lo que pasaba era que se había tragado        comió un pedazo de animal que se había muerto
un buen puñ o de ajolotes, porque el charco donde        del relá mpago. Parte amaneció comida de seguro
se puso a sorber era bajito y estaba plagado de          por las hormigas arrieras y la parte que quedó él la
ajolotes. Debía de tener hambre.                         tatemó en las brasas que yo prendía para
                                                         calentarme las tortillas y le dio fin. Ruñ ó los huesos
Le vi los ojos, que eran dos agujeros oscuros como
                                                         hasta dejarlos pelones.
de cueva.
                                                         “El animalito murió de enfermedad”, le dije yo.
Se me arrimó y me dijo: “¿Son tuyas esas
borregas?” Y yo le dije que no. “Son de quien las        Pero como si ni me oyera. Se lo tragó enterito.
parió ”, eso le dije.                                    Tenía hambre
No le hizo gracia la cosa. Ni siquiera peló el diente.   Pero dice usted que acabó con la vida de esa gente.
Se pegó a la má s hobachona de mis borregas y con        De haberlo sabido. Lo que es ser ignorante y
sus manos como tenazas le agarró las patas y le          confiado. Yo no soy má s que borreguero y de ahí
sorbió el pezó n. Hasta acá se oían los balidos del      en má s no sé nada. ¡Con decirles que se comía mis
animal; pero él no la soltaba, seguía chupe y chupe      mismas tortillas y que las embarraba en mi mismo
hasta que se hastió de mamar. Con decirle que tuve       plato!
que echarle creolina en las ubres para que se le
                                                         ¿De modo que ahora que vengo a decirle lo que sé,
desinflamaran y no se le fueran a infestar los
                                                         yo salgo encubridor? Pos ahora sí. ¿Y dice usted
mordiscos que el hombre les había dado.
                                                         que me va a meter a la cá rcel por esconder a ese
                                                         individuo? Ni que yo fuera el que mató a la familia
                                                         esa. Yo só lo vengo a decirle que allí en un charco
                                                                                                              4
del río está un difunto. Y usted me alega que desde    3. ¿Por qué la obra se titula, “El Hombre”?
cuá ndo y có mo es y de qué modo es ese difunto. Y         Justifica.
ahora que yo se lo digo, salgo encubridor. Pos         4. ¿Quién es el protagonista de la obra? ¿Por
ahora sí.                                                  qué?
                                                       5. ¿Por qué huía el personaje, el hombre?
Créame usted, señ or licenciado, que de haber
                                                       6. ¿Qué puede decir de la conducta y
sabido quién era aquel hombre no me hubiera
                                                           pensamientos del perseguidor?
faltado el modo de hacerlo perdidizo. ¿Pero yo qué
                                                       7. Caracteriza a los siguientes personajes:
sabía? Yo no soy adivino. É l só lo me pedía de
                                                           - El hombre
comer y me platicaba de sus muchachos,
                                                           - El perseguidor
chorreando lá grimas.
                                                           - El borreguero
Y ahora se ha muerto. Yo creí que había puesto a       8. ¿Quiénes eran los Urquidi?
secar sus trapos entre las piedras del río; pero era   9. Explique los temas: “La venganza y El
él, enterito, el que estaba allí boca abajo, con la        remordimiento de la conciencia”, segú n la
cara metida en el agua. Primero creí que se había          obra.
doblado al empinarse sobre el río y no había           10. Determina de manera secuencial el tiempo
podido ya enderezar la cabeza y que luego se había         de la historia en el relato.
puesto a resollar agua, hasta que le vi la sangre
coagulada que le salía por la boca y la nuca repleta
de agujeros como si lo hubieran taladrado.
Yo no voy a averiguar eso. Só lo vengo a decirle lo
que pasó , sin quitar ni poner nada. Soy borreguero
y no sé de otras cosas.
                    Actividad
   1. ¿Qué tipos de narrador posee el relato?
   2. Subraya e identifica los tipos de narradores
      presentes en el relato.