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Chiloé en el siglo XIX

Historia y vida cotidiana


de un mundo insular
Chiloé en el siglo XIX
Historia y vida cotidiana
de un mundo insular
Marco Antonio León León

Ediciones Universitarias de Valparaíso


Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
6 Marco Antonio León León

© Marco Antonio León León, 2015


Registro de Propiedad Intelectual Nº 214.050
ISBN: 978-956-17-0634-7

Derechos Reservados
Tirada: 500 ejemplares

Ediciones Universitarias de Valparaíso


Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Calle 12 de Febrero 187, Valparaíso
E-mail: euvsa@ucv.cl
www.euv.cl

Dirección de Arte: Guido Olivares S.


Diseño: Mauricio Guerra P.
Diseño: Alejandra Larraín R.
Corrección de Pruebas: Osvaldo Oliva P.

Impreso por Salesianos S.A.

HECHO EN CHILE
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular

A mi madre, por su eterna comprensión y paciencia.


A Claudia, por ser el “bálsamo de mi alma”.
A mis muertos, porque gracias a ellos siempre regreso a Chiloé.
8 Marco Antonio León León
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular

Índice

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 11
1. La mirada inicial: Geografía y cotidianeidad en pobladores y colonos. . . . . . 17
2. Hábitat y pautas de vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
3. Definiendo una apariencia: Fisonomía, características y vestimentas. . . . . . 53
4. La papa y la chicha nuestra de cada día: Alimentación y bebidas . . . . . . . . . 65
5. Los males del cuerpo: Higiene y enfermedades. . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
6. Médicos y vacunadores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
7. La brujería cotidiana: El papel de los machis y brujos. . . . . . . . . . . . . . . 91
8. Brujería y Medicina: Medicina y Brujería. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
9. La administración de Justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
10. La criminalidad chilota. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
11. La vida económica:
Esencia y presencia de los extranjeros en el Chiloé republicano. . . . . . . . . 133
12. La vida de los hombres de mar: El movimiento marítimo y comercial. . . . . . 143
13. La vida de los hombres en la tierra: Agricultura y moneda. . . . . . . . . . . . 161
14. Iglesia y sociedad: El derrotero de un nuevo obispado . . . . . . . . . . . . . . 175
15. El Seminario Conciliar de Ancud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191
16. La diócesis y la religiosidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
17. Una instancia educativa insular:
El Colegio Apostólico del Santísimo Nombre de Jesús de Castro. . . . . . . . . 203
18. La cotidianeidad del Colegio de Castro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
19. Los misioneros de la Araucanía y los párrocos de Chiloé . . . . . . . . . . . . . 221
20. Una semilla difícil de sembrar: La educación en Chiloé. . . . . . . . . . . . . . 229
Conclusiones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239
Fuentes y bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243
10 Marco Antonio León León

Abreviaturas

AERCh: Anuario Estadístico de la República de Chile.


AF: Archivo Franciscano. Santiago.
AHICh: Anuario de Historia de la Iglesia en Chile.
AHMCh: Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile.
ANCh: Archivo Nacional de Chile.
AUCh: Anales de la Universidad de Chile.
BAChH: Boletín de la Academia Chilena de la Historia.
BLDG: Boletín de Leyes y decretos del gobierno.
MMINT: Memoria del Ministerio del Interior.
MMJCIP: Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública.
RChHG: Revista Chilena de Historia y Geografía.
RChHD: Revista Chilena de Historia del Derecho.
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular 11

Introducción

Las impresiones actuales que se tienen sobre el archipiélago y la Isla Grande de Chi-
loé evocan más bien imágenes de agrado, de contemplación armoniosa de la vida
rural y marina, de bellos paisajes que se ven muy bien complementados por sus
variadas y hermosas iglesias y la amabilidad de su gente. Y es que la percepción que
se tiene hoy en día entremezcla precisamente el interés turístico con los misterios
mitológicos, una rica variedad de leyendas y una geografía que envuelve al viajero
dejándole recuerdos suficientes para hacerlo volver. Se trata, en concreto, de una
parte especial de Chile que sigue cada año cautivando a más visitantes y curiosos,
pero que ha ido perdiendo, por esa reiterada exposición, muchos elementos del
pasado que le daban identidad a sus habitantes, tales como la manera de hablar, de
vestirse, de convivir y de “habitar” el territorio. En el presente algo de eso queda,
pero las transformaciones de la modernidad progresivamente han ido borrando los
rasgos originales para ir creando una homologación política, económica, social y
cultural cada vez mayor con el resto del continente. Así, Ancud, Castro y Quellón, y
en menor medida otras localidades (Chonchi, Quemchi, Queilen, Dalcahue) poco a
poco han incorporado las características de las ciudades del resto del país, con sus
ritmos de trabajo, problemas de crecimiento, transporte y contaminación.

No obstante, Chiloé aún mantiene esa imagen idílica construida por el turis-
mo en los últimos cuarenta años, la cual sin duda evoca una parte importante de
nuestra idiosincrasia y que busca, tanto en las urbes como en las áreas rurales,
rememorar parte de un pasado desconocido y olvidado. Por ello, las zonas lejanas
a los centros urbanos han cobrado un renovado interés, por ser verdaderos depósi-
tos de la tradición y de las costumbres que se han perdido y que son rememoradas
12 Marco Antonio León León

en las ferias costumbristas que se realizan durante el verano. Si bien esta recons-
trucción del pasado busca perpetuar ritos y creencias, tiende a crear una visión
quizás demasiado idealizada de lo que fue el mundo chilote, ese mundo insular de
logros y fracasos, de expectativas y frustraciones, de ideas y creencias ancestrales;
no considerando que a la vez que existía una sociabilidad estrecha forjada en torno
al fogón, había asimismo una serie de dificultades mentales y materiales propias
de una sociedad todavía fuertemente ruralizada hasta bastante entrado el siglo
XX. Inconvenientes como la misma geografía, que hacía complicada la comunica-
ción por tierra entre muchas comunidades y sectores, la lentitud, el mal estado o
la inexistencia de buenos caminos, la falta de una presencia permanente de las
autoridades, y las vicisitudes climáticas; terminaban por crear un ambiente de vida
rudo, precario, poblado por mitos y supersticiones de todo tipo, pero además por
enfermedades y muertes.

Esta última imagen es la que deseamos rescatar, junto a otros aspectos, en este
estudio, no para desvirtuar lo que fue la vida chilota, sino más bien para comple-
mentarla y así permitir captarla en toda su profundidad, con sus momentos dulces
y tristes1. Dedicarnos a esta temática, a nuestro parecer, ayuda a avanzar en el
estudio de una historia general del archipiélago, que se ha visto favorecida en estos
pasados años por diversos trabajos2. Así y todo, para muchos investigadores el siglo
XIX en Chiloé sigue manteniendo una serie de incógnitas, debido a la dispersión
de las fuentes o a la inexistencia de éstas. Las investigaciones realizadas, por lo
general, se han concentrado en el período colonial del archipiélago y en el siglo
XX (casos de Gabriel Guarda y Rodolfo Urbina, principalmente), pero respecto del

1
El tema de los rituales mortuorios, que sin duda también forma parte de la vida cotidiana de
cualquier comunidad, no será abordado en este libro por haber merecido una investigación pre-
via. Véase Marco Antonio León León. La cultura de la muerte en Chiloé. RIL Editores, Santiago,
2007.
2
Entre otros aportes que se destacarán en este libro, pueden revisarse los estudios de Renato
Cárdenas. Chiloé. Diccionario de la lengua y de la cultura. Olimpho Impresores, Santiago, 1996.
Esteban Barruel y Floridor Cárdenas. Historia cotidiana y contemporánea del pueblo de Calbuco
en el siglo XX. Impreso por Salesianos S.A., Santiago, 2002. Rodolfo Urbina Burgos. La vida en
Chiloé en los tiempos del fogón, 1900-1940. Ediciones Universidad de Playa Ancha, Valparaíso,
2002; Dante Montiel Vera. Chiloé: Crónicas de un mundo insular. Dimar Ediciones, Ancud, 2002.
Sergio Mansilla Torres (Presentador) ¿Adónde se fue mi gente? Memorias y realidades en la
construcción de Chiloé (s. XVI al XXI). Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2008; y Rodolfo
Urbina Burgos. El municipio y la ciudad de Castro. La corporación edilicia en la reconstrucción
de la ciudad. Desde el incendio de 1936 hasta el sismo de 1960. Editorial Okeldán, Concepción,
2010.
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular 13

primer siglo republicano es bastante poco lo que se ha avanzado, según lo compro-


bará el lector a través de la lectura de este texto y su bibliografía. Por tal razón, es
preciso comenzar a elaborar una historia del Chiloé decimonónico mediante temas
monográficos que permitan en el futuro elaborar una síntesis general, siguiendo el
derrotero trazado por los escritos de Francisco y Darío Cavada, o de Alfredo Weber,
entre otros3.

El énfasis que se ha dado en este escrito al estudio de la vida cotidiana no es


casual. Entendemos que los procesos de enlace entre los individuos y su cotidianei-
dad se logran a través de diversos medios, además de la experiencia adquirida y las
representaciones que las personas se hagan de ella, las cuales son fundamentales
para la construcción de la experiencia cotidiana. Por ende, ésta no se construye fue-
ra del contexto social de los sujetos, sino que se realiza en estrecho contacto con él.
Así, al ser la vida cotidiana algo común a todos los seres humanos, las conexiones
socioculturales como los diferentes procesos que la originan tienden a reproducirse
continuamente. De esta manera lo cotidiano se crea y transforma incesantemente,
ya que es el marco básico donde los individuos se relacionan entre sí y las experien-
cias y representaciones (sociales e individuales) se retoman, desechan o adaptan
según las circunstancias que se impongan en un determinado momento. Diversos
historiadores han observado que en la vida cotidiana el carácter histórico tiende
a imponerse siempre4, pudiendo contemplarse de mejor manera los cambios so-
ciales, al igual que las diversas estrategias de supervivencia de ciertos sectores de
la sociedad y que no son más que formas ingeniosas de desafiar a los principios
de los grupos dominantes, formas, por lo demás, gestadas en el seno mismo de la
cotidianeidad.

Siguiendo estas ideas, la hipótesis que guía nuestro trabajo sostiene que el es-
tudio de la historia y la vida cotidiana chilota permitiría entender con más precisión
el proceso de configuración de una identidad chilota durante el siglo XIX, la cual
combinaría formas y contenidos tanto coloniales como republicanos. No habría un

3
Francisco Cavada. Chiloé y los chilotes. Ensayos de folklore y lingüística de la provincia de Chiloé.
Imprenta Universitaria, Santiago, 1914. Darío Cavada. Centenario de Chiloé, 1826-1926. Tipos,
bosquejos y leyendas insulares, Imprenta Gutenberg, Los Angeles, 1926. Alfredo Weber. Chiloé,
Su estado actual, su colonización y su porvenir, Imprenta Mejía, Santiago, 1903.
4
Norman J. G. Pounds. La vida cotidiana: Historia de la cultura material. Editorial Crítica, Barcelo-
na, 1992. Michel de Certeau. La invención de lo cotidiano. Universidad Iberoamericana, México,
1999. Luis Castells. “La historia de la vida cotidiana”, en Elena Hernández Sandoica y Alicia Langa
(eds.) Sobre la historia actual. Entre política y cultura. Abada editores, Madrid, 2005, pp. 37-62.
14 Marco Antonio León León

inmovilismo, es decir, un traspaso pasivo y automático de ideas y creencias desde


la administración española a la chilena, sino más bien una redefinición de prácticas
y tradiciones que se entrelazarían dinámicamente en un nuevo escenario histórico.
La identidad a la que aludimos, se encontraría compuesta por múltiples elementos
que irían desde la posición geográfica, que determina un aislamiento cultural y so-
cial que pervive por mucho tiempo, pasando por la relación con la naturaleza, hasta
llegar al progresivo, y a veces aprehensivo, proceso de reconocimiento y aceptación
de las instituciones y representantes del Estado republicano y de la economía capi-
talista. Se entrelazarían así las expectativas de progreso y renovación, proclamadas
desde el poder central y local, con las visiones, supersticiones y modos de vida
propios de los habitantes.

Diversos investigadores han demostrado que la vida cotidiana no es un micro-


cosmos autosuficiente, autónomo y sin regulación. Por el contrario, se trata de una
interacción social que crea culturas, identidades y sociabilidades a través de pro-
cesos lógicos que tienden a difuminarse y reafirmarse en lo obvio, lo rutinario, las
costumbres, los juegos, las tradiciones, las leyendas, los mitos, etc5. Es decir, todas
estas manifestaciones tienen una historicidad. Por ello, fue un mérito de la antro-
pología el contribuir a un cambio de actitud que acentuó el interés por el estudio
de la manera de ser y entender las cosas de la gente común y corriente. El antro-
pólogo se dedicó a realizar un tipo de historia en el que el documento escrito ocu-
paba un lugar secundario y en el que se partía como base empírica de la estrecha
convivencia con la gente. Convirtió en objeto de minucioso estudio el “desecho” de
la historia y descubrió que los pueblos olvidados eran atractivos e interesantes no
sólo en cuanto completaban el número de personas que vivían en el planeta, sino
porque sus diversas formas de vida eran capaces de sugerir problemas teóricos
e intelectuales de significación. Esta atención al mundo de las personas simples,
no vinculadas al poder de ningún tipo, implicó en la antropología la preocupación
por lo cotidiano. De ser un tema anecdótico u olvidado por la historia general, la
vida cotidiana poco a poco cobró protagonismo en la historiografía. Ello supuso un
cambio de óptica, la apertura de un nuevo horizonte intelectual siempre presente,

5
Erving Goffman. La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu Editores, Buenos
Aires, 1971. Mauro Wolf. Sociologías de la vida cotidiana. Editorial Cátedra, Madrid, 1982. Juan
Gracia Cárcamo. “Microsociología e historia de lo cotidiano”, en Ayer, nº 19, Madrid, 1985, pp.
194-204. Pilar Gonzalbo Aizpuru y Milada Bazant (coords) Tradiciones y conflictos. Historias de
la vida cotidiana en México e Hispanoamérica. El Colegio de México-El Colegio Mexiquense,
México, 2007.
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular 15

pero con frecuencia marginado. Se llegó a entender que era posible comprender a
las elites en profundidad si se era capaz también de comprenderlas como pueblo, y
que podían analizarse los momentos fulgurantes y excepcionales de la vida si se les
enmarcaba asimismo en la densidad humana del vivir cotidiano.

Nuestra propuesta tiene este enfoque amplio, que transita desde la historia
hasta la antropología, que ayuda a entender cómo la cultura (material y simbólica)
participa de la creación, reproducción y transformación de las relaciones humanas.
Los aspectos materiales del vivir (vivienda, vestimenta, alimentación, transporte) e
inmateriales (creencias, tradiciones, leyendas, supersticiones, mitos) cobran senti-
do en un contexto social, geográfico, cultural e históricamente construido. Por tal
motivo el patrimonio tangible e intangible no es sólo la consecuencia de la interac-
ción humana, sino también es una práctica social que debe entenderse en toda su
complejidad. Se requiere entonces un acercamiento a los sujetos y colectividades
que producen una cultura cotidiana para ver cómo recíprocamente ésta contribuye
a su estructura y procesos sociales, permitiendo visualizar de manera más profun-
da y asertiva su papel en la formación de identidades, como también su expresión
y reproducción en el pasado.

Las fuentes ocupadas en esta investigación son igualmente de distinta natura-


leza. Aparte de la clásica revisión de material de archivo tanto de la Intendencia de
Chiloé y de gobernaciones como la de Quinchao, junto con la prensa local, los rela-
tos de viajeros y exploradores, datos estadísticos y apreciaciones de algún contem-
poráneo; hemos incorporado las imágenes como una propuesta de carácter testi-
monial y gráfica de lo que fue Chiloé durante el período aquí revisado, cobrando
gran interés antropológico los dibujos de Carl Alexander Simon, según veremos. Los
relatos orales del pasado decimonónico los hemos rescatados a través del folclore,
el cual cobra un papel significativo en nuestra reconstrucción por dedicarse a estu-
diar y describir temas por mucho tiempo descuidados por la historiografía, como
hemos hecho notar. Por supuesto, tanto en éstos como en otros relatos, hemos
contrastado, corroborado y corregido opiniones erradas y exageradas para trazar
un panorama lo más preciso posible de ese mundo insular que aún persiste, pese a
las transformaciones de toda índole, en nuestro siglo XXI.

Deseamos extender nuestros agradecimientos a los antiguos bibliotecarios Os-


valdo Guzmán y Geraldina Jamet, de la Biblioteca de Historia y Ciencias Sociales del
Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, por su permanente voluntad y apo-
yo a nuestra labor. Asimismo, al padre Rigoberto Iturriaga, encargado del Archivo
16 Marco Antonio León León

de la Orden Franciscana en Santiago, quien siempre tuvo igualmente con nosotros


la mejor disposición. Damos también las gracias a Fernando Venegas E., el actual
Director del Departamento de Ciencias Históricas y Sociales de la Universidad de
Concepción, por su apoyo y confianza hacia este libro cuando aún era un manuscri-
to. A todos ellos, y a quienes han sido el soporte espiritual de los buenos y malos
momentos, va dedicado este libro.

Concepción,
Verano de 2015
17

1. La mirada inicial:
Geografía y cotidianeidad en pobladores
y colonos

Si bien puede decirse que en 1826 Chiloé se incorporó formalmente a la adminis-


tración del estado republicano chileno, convirtiéndose en otra de las provincias del
país, pasaría más de un siglo para que efectivamente el archipiélago fuese integra-
do de manera real al resto del territorio nacional. La nueva provincia, creada el 30
de agosto de 1826, fue dividida en un principio en los departamentos de Ancud,
Carelmapu, Castro, Chacao, Chonchi, Dalcahue, Lemuy, Quenac y Quinchao. Castro
tuvo el carácter de capital provincial, pero en 1834, al crearse también el obispado,
fue desplazada por la ciudad de Ancud, la antigua San Carlos. Primitivamente Chi-
loé limitó al norte con la provincia de Valdivia, pero en 1853 se formó un territorio
de colonización alrededor de la laguna de Llanquihue con terrenos pertenecientes
a las provincias de Valdivia y Chiloé. Dos años más tarde, la división original de diez
departamentos quedó reducida a cuatro: Ancud, Castro, Quinchao y Carelmapu.
Luego, en 1861, se segregó el departamento de Carelmapu para ser incorporado a
la novel provincia de Llanquihue. Desde esa fecha hasta 1927, año en que incluso
se trasladó la capital provincial a Puerto Montt, la provincia continuaría dividida en
tres departamentos: Ancud, Castro y Quinchao6.

6
Mayores referencias sobre estos cambios administrativos pueden encontrarse en la obra de
Pedro J. Barrientos. Historia de Chiloé. Editorial Andujar, Santiago, 1997 [1948], pp. 178-179.
Asimismo, desde 1874 gran parte de la actual región de Aysén pasó a depender administrativa-
mente de la provincia de Chiloé. Véase, Luis Carreño Palma. “Chilotes en Aysén y explotación
de los recursos naturales”, en Boletín de Historia y Geografía, nº 13. Universidad Católica Blas
Cañas, Santiago, 1997, pp. 93-102.
18 Marco Antonio León León

No obstante, una cosa eran las divisiones políticas y administrativas que po-
dían realizarse sobre el papel y otra muy distinta era tener un conocimiento cabal
de un territorio prácticamente desconocido para las autoridades y el resto de los
chilenos. La tardía incorporación a la administración del país jugaba en su contra
para conocer los pormenores de la situación económica y social de sus habitantes,
rescatada más bien por viajeros que por representantes del poder central en San-
tiago. Por tal motivo, no es una casualidad que sean los testimonios de extranjeros
los que mejor nos informen sobre la naturaleza y formas de vida de los chilotes,
antes que los documentos oficiales, bastante escuetos y pobres en descripciones
sobre una provincia que debía ser “descubierta” por los nuevos funcionarios de la
República.

La Isla Grande de Chiloé abarca 145 kilómetros de largo por unos 56 de ancho,
aproximadamente, siendo su espina dorsal una prolongación de la Cordillera de
la Costa, que ocupa su costado occidental, con cumbres superiores a mil metros
y fragmentada por innumerables valles transversales. Los dos tercios de su parte
oriental los ocupa un plano suavemente inclinado que en conjunto con diversas
islas situadas al este, aparece como una continuación del valle central de Chile.
Esa fue la línea costera que con sus bahías, radas y fondeaderos, que eran nume-
rosos en las playas interiores, concentró durante el período colonial y el siglo XIX
la mayoría de los centros poblados, al igual que las otras islas que conforman el
archipiélago, donde se ubicó la población mestiza e indígena. Mientras, la costa que
baña el Océano Pacífico, siguió siendo inaccesible y cubierta de rocas escarpadas,
impidiendo el asentamiento humano, con la excepción de Cucao.

Una vegetación exuberante, producto de una lluvia incesante durante casi to-
das las estaciones del año, se encontraba presente a lo largo y ancho de la Isla
Grande, siendo los espacios “civilizados” o “domesticados” bastante ínfimos. Estos
se concentraban en torno a pequeños centros urbanos existentes en la costa y sus
alrededores, pero a medida que el visitante se alejaba de ellos el paisaje natural
cobraba todo su esplendor. En las islas del interior, descritas muy escasamente,
era posible imaginar que la situación fuese incluso más extrema, con caseríos dis-
persos, separados por grandes distancias, con escasa comunicación en el invierno
y un poco más frecuente en el verano. La impresión de quienes realizaban oficial-
mente la descripción de la provincia no era muy diferente. En la presentación que
se hizo de la zona para la publicación del Censo de Población de 1875, se indicaba
que islas como Acui, Alao, Anihue, Apiao, Aulen, Butachauques, Caguach, Chailin,
Chaulinec, Chauques, Cheniao, Coleto, Cochinos, Caucahue, Chaulin, Chelín, Chuid,
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular 19

Mapa de Chiloé en el siglo XIX. Fuente: Enrique Espinoza. Jeografía


descriptiva de la República de Chile, Imprenta i Encuadernación Barcelona,
cuarta edición, Santiago, 1897.
20 Marco Antonio León León

Doña Sebastiana, Guafo, Lacar, Lilihuapi, Lemuy, Linlin, Llahuenhuapi, Llinua, Meu-
lin, Melinka, Quehui, Quilan, Quenac, Quinchao, San Pedro, Tac, Talcan, Tranqui,
Trenquelin, entre otras; estaban

“cubiertas de espesos montes que apenas dejan terrenos despejados


para el cultivo. Debido a esta circunstancia i a los numerosos canales
que separan las islas, bordadas de vegetación i formando mil capri-
chosos jiros, ofrece la provincia el aspecto de una naturaleza virjen i
hermosísima”7.

En la Isla Grande sólo eran verdaderamente relevantes poblaciones como An-


cud, Castro y, en menor grado, Chacao y Achao. La Relación Jeográfica de la pro-
vincia de Chiloé, escrita en 1773 por Carlos de Beranger, quien sería el fundador de
la ciudad de San Carlos (Ancud), destacaba temas como el de la dispersión de la
población y la complicada geografía del territorio, lo que atentaba contra el creci-
miento de cualquier centro urbano. Sin ir más lejos, respecto de Santiago de Castro,
se decía que la

“constitución de esta ciudad por sí misma es particular, pues el concurso


pende de la junta de todos los [vecinos y moradores] de sus alrededores
incluso los de las islas, porque todos viven en sus estancias que se hallan
dispersas en las costas, o en sus chozas, amando la soledad, de manera
que semejante costumbre o sistema es verdaderamente opuesto a la
sociedad y unión que debe reinar entre los hombres cultos”8.

Tales impresiones podían hacerse extensivas a otros poblados. El temor de las


autoridades españolas era que la falta de ciudades y cohesión entre los habitantes
pudiera estimular el desembarco de naves enemigas, lo que permitiría que el te-
rritorio fuese fácilmente capturado. Por ello, numerosas exploraciones buscaron
no sólo un mejor conocimiento del clima, el relieve y los accidentes geográficos,
sino también determinar los puntos estratégicos a defender. El aislamiento de las
comunidades, los problemas de comunicación entre ellas y el desconocimiento de
muchos caseríos situados lejos de la costa; impedía tener un panorama cabal de la
población, sus costumbres y, por qué no, sus lealtades. Desde fines del siglo XVIII

7
“Provincia de Chiloé”, en Oficina Central de Estadísticas. Quinto Censo Jeneral de la población de
Chile, levantado el 19 de abril de 1875, Imprenta del Mercurio, Valparaíso, 1876, p. 15.
8
Citada por Fernando Casanueva. “Chiloé, el jardín de la Iglesia (Notas para la historia de una
evangelización colonial lograda)”, en Europa e Iberoamérica: Cinco siglos de intercambios. Vol.
II. IX Congreso Internacional de Historia de América, Sevilla, 1992, p. 9.
Chiloé en siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular 21

la situación no se había modificado, pues se pensaba que la pervivencia de pobla-


ciones dispersas era una imitación fiel de las formas de vida de los primeros habi-
tantes, o al menos esa era la explicación que entregaba el religioso franciscano fray
Pedro González de Agüeros en 1791:

“Es tal lo disperso de las casas, y están los más en tales sitios, que cami-
nando por las Islas, y aún rodeándolas por sus playas, sólo suelen verse
tal qual habitación, siendo también motivo para esto que fuera de estar
apartadas las unas de las otras, los ocultan los muchos y crecidos mato-
rrales de arrayán de que están cercadas. Este modo de vivir les viene de
los primeros establecimientos en ellos, el que sucesivamente se ha ido
conservando y permanece”9.

La opinión del capitán de navío y explorador Alejandro Malaspina para la mis-


ma época no era muy distinta, entendiendo que las formas de vida estaban igual-
mente determinadas por la zona:

“Efectivamente la espesura del bosque que ocupa todo lo interior de


la isla, no permite que se habiten sino las orillas, obligando también a
abandonar las del oeste; así la mar muy brava, como los vientos tempes-
tuosos que la baten continuamente. Libres de este modo los habitan-
tes de una respiración húmeda y enfermiza, y por otra parte dueños de
una comunicación fácil entre sí, o recorriendo las orillas, o transitando
por canoas, han establecido su morada en pequeñas casas separadas,
de modo que cada uno pueda más bien cuidar del pequeño campo que
cultiva; cuidado tanto más necesario, cuanto que penden de su producto
todos los recursos de la subsistencia”10.

Pese al aislamiento de numerosos poblados, que se mantuvo sin grandes varia-


ciones después de 1826, la población era bastante significativa, pues según cálculos
aproximados, a comienzos de ese siglo se estimaban en 26 mil los habitantes del

9
Fray Pedro González de Agüeros. Descripción historial de Chiloé (1791). Instituto de investiga-
ción del patrimonio territorial de Chile. Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1988, pp.
85-86.
10
Relato extraído de la obra La expedición Malaspina, 1789-1794. Reproducida en Rafael Sagredo
Baeza y José Ignacio González Leiva. La Expedición Malaspina en la frontera austral del imperio
español. Editorial Universitaria-Centro de investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2004, p.
238.
22 Marco Antonio León León

archipiélago11. Por supuesto, durante la administración republicana el interés res-


pecto de Chiloé ya no era de estricto carácter estratégico, pero la antes señalada
dispersión iba a causar problemas al tratar de incorporar administrativa, religiosa y
culturalmente la zona al resto del país.

Muchos de los visitantes de esta región, tales como cartógrafos y marinos que
venían en expediciones científicas como las de Phillip Parker King y Robert Fitz Roy
(en cuyo barco se encontraba Charles Darwin)12, y luego funcionarios del Estado
chileno13; ayudaron con sus informes y escritos a tener un mejor conocimiento de
las islas, sus habitantes, modos de vida y las dificultades del día a día que afectaban
tanto a los intendentes como al más modesto de los pobladores. Todos, en mayor
o menor medida, se refirieron a los inconvenientes del aislamiento de no pocas
comunidades debido, en gran parte, a terrenos accidentados y a una abundante
vegetación que era prácticamente desconocida, además de impenetrable. Fue a
través de sus experiencias que se “redescubrió” Chiloé insular y continental a los
ojos republicanos, permitiéndose evaluar las desventajas de su geografía, el clima y
las comunicaciones de un mundo desarrollado a intramuros, “en contacto estrecho
con los indios domésticos, pero casi desvinculado del núcleo histórico”14 durante
los pasados siglos.

Un gran inconveniente se dio en el plano de las comunicaciones, pues los bos-


ques, barrancos y las costas accidentadas, en especial en la zona que daba al Océa-
no Pacífico, no permitían un fácil tránsito. Casi no existía un sector de la Isla Grande
que no tuviese una densa selva, pues la costa occidental y las montañas de ese lado
se perdían bajo el impenetrable manto arbóreo. Hacia la costa oriental, que con-
centraba la población según se dijo, también espesos bosques de alerces, ulmos,

11
Isidoro Vázquez de Acuña. “Evolución de la población de Chiloé (siglos XVI-XX)”, en Boletín de la
Academia Chilena de la Historia (BAChH), nº 102, Santiago, 1991-1992, p. 433.
12
José D. Mansilla Almonacid. “Exploraciones hidrográficas inglesas en el archipiélago de Chiloé”,
en Charles Darwin en Chiloé y Aysén. Ediciones Caicaén, Calbuco, 2005.
13
Entre los primeros trabajos de exploración y reconocimiento científico por parte del Estado
chileno, pueden mencionarse el del bergatín goleta Janequeo en 1857, cuyos jefes y oficiales
realizaron el plano de los canales de Dalcahue y Quinchao, del archipiélago de los Chonos y el
de la península y archipiélago de Taitao. El de puerto Low en las Guaitecas, fue levantado por
el guardia marina Aureliano Sánchez en 1858. El mapa de los canales de Chacao, Calbuco y del
seno de Reloncaví fue levantado ese mismo año de 1858 por Javier Barahona. El de la dársena
de Huite fue hecho a bordo del vapor nacional Maipú en 1862.
14
Rodolfo Urbina B. La periferia meridional indiana: Chiloé en el siglo XVIII. Ediciones Universita-
rias de Valparaíso, Valparaíso, 1983, p. 16.

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