Clásicos.
Algunas definiciones:
I - Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy
releyendo...» y nunca «Estoy leyendo ...».
Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad
madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir
que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La
juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un
sabor particular y una particular importancia, mientras que en la
madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y
significados más.
II. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha
leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la
suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia,
distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida.
Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la
experiencia futura. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal,
pero que deja su simiente.
III. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea
cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues
de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una
perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el
encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo. Por lo tanto, que se use el verbo
«leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia
IV. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la
primera.
V. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
La definición 4 puede considerarse corolario de ésta:
VI. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
VII. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de
las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han
dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más
sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
Si leo la Odisea leo el texto de Homero, pero no puedo olvidar todo lo que las
aventuras de Ulises han llegado a significar a través de los siglos, y no puedo dejar de
preguntarme si esos significados estaban implícitos
en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones.
Leyendo a Kafka no puedo menos que comprobar o rechazar la
legitimidad del adjetivo «kafkiano» que escuchamos cada cuarto de hora
aplicado a tuertas o a derechas. La escuela y la universidad deberían servir para
hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en
cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una
inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía
hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y
que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más
que él.
VIII. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de
discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
El clásico no nos enseña necesariamente algo que no sabíamos; a veces
descubrimos en él algo que siempre habíamos sabido (o creído saber) pero no
sabíamos. el descubrimiento de un origen, de una relación, de una pertenencia.
IX. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto
más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
Esto ocurre cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no
salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto,
sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal
cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás
reconocer después «tus» clásicos.
X. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a
semejanza de los antiguos talismanes.
Un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de
oposición, de antítesis. Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y
hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de
contradecirlo, de criticarlo, de discutir con él.
XI. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para
definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que
vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una
continuidad cultural.
XII. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya
leído primero los otros y después lee aquél, reconoce en seguida su lugar en la
genealogía.
¿Por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan
entender más a fondo nuestro tiempo?» y «¿Dónde encontrar el tiempo y la
disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud
de papel impreso de la actualidad?
Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo
contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el
máximo «rendimiento» de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con
una sabia dosificación de la lectura de actualidad. el ideal sería oír la actualidad como
el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y las
perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que
suena claro y articulado en la habilitación.
XIII. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a categoría de ruido de
fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
XIV. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la
actualidad más incompatible se impone.
Queda el hecho de que leer los clásicos parece estar en contradicción con
nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium
humanístico, y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura, que
nunca sabría confeccionar un catálogo de los clásicos que convenga a nuestra
situación.
Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable. No queda más
que inventarse cada uno
una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería
comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para
nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para
nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos
ocasionales.
los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado, y por eso los
italianos son indispensables justamente para confrontarlos con los extranjeros, y los
extranjeros son indispensables justamente para confrontarlos con los italianos.