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Informe N1 Monogenismo y Poligenismo

Este documento discute la postura de la Iglesia Católica frente a la teoría de la evolución a través de la historia. Explica que la Iglesia ahora acepta que Dios pudo crear un universo en evolución pero que el alma humana fue creada directamente por Dios. También considera la posibilidad de que el cuerpo humano evolucionara de formas animales pero guiado por Dios. Finalmente, plantea si la humanidad procede de una o varias parejas iniciales.

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Informe N1 Monogenismo y Poligenismo

Este documento discute la postura de la Iglesia Católica frente a la teoría de la evolución a través de la historia. Explica que la Iglesia ahora acepta que Dios pudo crear un universo en evolución pero que el alma humana fue creada directamente por Dios. También considera la posibilidad de que el cuerpo humano evolucionara de formas animales pero guiado por Dios. Finalmente, plantea si la humanidad procede de una o varias parejas iniciales.

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INFORME

ENSEÑANZA DE LA IGLESIA
FRENTE A
LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
MONOGENISMO - POLIGENISMO

Asignatura: Antropología Teológica


Docente: Arturo Bravo Retamal
Carrera: Licenciatura en Ciencias
Religiosas y Estudios Eclesiásticos
Estudiante: César Paredes Poblete
Fecha: 25 de abril de 2022.-
1

ENCUENTRO ENTRE LA ENSEÑANZA DE LA CREACIÓN


Y LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

Introducción: La Teoría de la Evolución y la fe cristiana en la Creación por Dios no son


contradictorias: Dios ha podido crear un Universo en evolución y haberle dado el impulso
para que fuesen emergiendo todos los seres inorgánicos y vivientes, incluido el ser humano.
Pues, el Magisterio Pontificio y otros documentos oficiales de la Iglesia Católica no sólo no
rechazan la Teoría de la Evolución, sino que la consideran mucho más que una mera
hipótesis.

El Magisterio eclesial y la Teología Católica son críticos con las teorías


evolucionistas que son materialistas y reduccionistas, pues son incapaces de fundamentar la
especial y original condición del ser humano (su dignidad y valor) y prescinden de la
providencia de Dios. Tal es el caso del Evolucionismo materialista de Haeckel 1, que supone
la existencia de una materia eterna e increada y que explica el origen de todos los seres
vivientes: plantas, animales y el mismo hombre (en cuanto al cuerpo y al alma), por una
evolución mecánica de aquella materia eterna. Pues, las teorías de la evolución que, en base
a sus presupuestos filosóficos, consideran el espíritu como algo que emerge de la materia, o
como un simple epifenómeno de la materia, son incompatibles no sólo con la religión, sino
aún antes con la verdad del hombre, y no son capaces de fundar su dignidad.

Por el contrario, el evolucionismo que se sitúe en el plano de una concepción teísta


del mundo, señalando a Dios como causa primera de la materia y de la vida, y que enseñe
que los seres orgánicos han ido evolucionando a partir de potencias germinales o de formas
primitivas creadas al principio por Dios y que fueron evolucionando según el plan
dispuesto por Él, es compatible con la verdad revelada. Sin embargo, con respecto al
hombre, se debe aceptar que éste fue creado especialmente por Dios, al menos por lo que
respecta al alma espiritual. En efecto, el alma del primer hombre fue creada
inmediatamente por Dios de la nada. Con respeto al cuerpo, no se puede afirmar con
seguridad que Dios lo formara inmediatamente de materia orgánica. En principio, existe la
posibilidad de que Dios infundiera el alma espiritual en una materia orgánica, en un
cuerpo que fuera primitivamente de un animal perteneciente a la especie homínida. En
efecto, la paleontología y la biología presentan argumentos dignos de tenerse en cuenta,
aunque no sean decisivos, en favor de un parentesco genético del cuerpo humano con las
formas superiores del reino animal.

Esto puede ser admitido, o por lo menos, no se declara contrario a la fe católica el


hecho de que se considere, científicamente, que el cuerpo del hombre provenga de una
materia viva preexistente creada por Dios, conforme a la declaración el Papa Pío XII, en su
1
Cf. Ernst Haeckel - Curiosidad, Introducción de conceptos y términos innovadores, Influencia de Haeckel en
la cultura del siglo xx, La teoría de la recapitulación y el evolucionismo racial, Compromiso político, cultural y
filosófico | KripKit
2

Encíclica “Humani Generis” cuando explicita: “El Magisterio de la Iglesia no prohíbe el


que, según el estado actual de las ciencias y la teología, en las investigaciones y disputas,
entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la
doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia
viva preexistente, pero la fe católica manda defender que las almas son creadas
inmediatamente por Dios. Mas todo ello ha de hacerse de manera que las razones de una y
otra opinión, es decir la defensora y la contraria al evolucionismo, sean examinadas y
juzgadas seria, moderada y templadamente”2.

Es importante ahora, revisar esta enseñanza: 1.- Sus antecedentes inmediatos; 2.- La
comprensión crítica que de ella se ha hecho, bajo el argumento de que adolecería de un
cierto dualismo al momento de explicar el origen del hombre; 3.- La forma en que la
reflexión teológica perfecciona su explicación y comprensión; y 4.- El planteamiento de un
problema que se deriva desde esta enseñanza: la humanidad actual ¿procede de una pareja
inicial o de varias parejas aparecidas en distintos lugares de la tierra y en tiempos muy
diversos? En otras palabras: ¿La humanidad tiene un origen monogenético o poligenético?

1.1) Antecedentes de esta Enseñanza de la Iglesia: En 1859 es publicada la primera obra


importante de Charles Darwin: “On the Origin of Species by means of natural Selection”.
Y en 1871 aparece su segunda obra: “The Descent of Man and Selection in Relation to
Sex”. Ambas obras generaron, desde el ámbito creyente especialmente, un mayoritario
rechazo. Sin embargo, en 1871, un biólogo inglés católico, G. Mivart 3, publicaba un libro
en el que se proponía lo que luego se denominaría “un evolucionismo mitigado”, y que
sostiene lo siguiente: el cuerpo humano procedería de padres no humanos; el alma, de
una intervención creativa inmediata de Dios. La acogida del libro entre los teólogos fue,
en general, muy negativa, pero no hubo reacción por parte de las autoridades eclesiásticas.
Le siguen a Mivart un grupo de teólogos que expresan su convicción acerca de la
posibilidad de mostrar una conciliación y de debatir las condiciones de una alianza entre la
teoría de la evolución y la filosofía tomista. Entre estos teólogos se tiene a: M. Leroy; J.
Zahm; y A. Gardeil.

A raíz del pronunciamiento y propuesta de estos teólogos, por primera vez


reacciona oficialmente la autoridad de la Iglesia, pues, desde febrero de 1895, el Santo
Oficio solicitó al P. Leroy; al Dr. Zahm; y a dos obispos, al italiano Bonomelli y al
norteamericano Hedley, que rectificaran su postura al respecto, pero sin dar publicidad al
asunto, el que fue conocido sólo en el ámbito privado y sin la intervención del magisterio

2
Papa Pío XII. Carta Encíclica “Humani Generis” N°29. Humani Generis (12 de agosto de 1950) | PIUS XII
(vatican.va)
3
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios. Antropología Teológica Fundamental”. Editorial Sal Terrae,
tercera edición, España. Pág. N°251.
3

doctrinal4. Sin embargo, ya existía una declaración oficial por parte de un concilio
provincial de Colonia de 1860, en el que se había juzgado “absolutamente contraria a la
Escritura y a la fe” la tesis que asigna al cuerpo humano un origen animal, por
transformación espontánea de lo menos perfecto a lo más perfecto. Esto constituía un
importante antecedente, pero como se trataba de una declaración de un órgano local, no era
vinculante5. Con todo, las comisiones preparatorias del Concilio Vaticano I, tuvieron
presente la declaración de este órgano local, y desde allí se consideró posible un
pronunciamiento conciliar solemne contra el evolucionismo materialista y contra el
poligenismo. Claramente, el evolucionismo materialista negaba toda intervención de Dios
en la creación directa del alma humana y atentaba contra la dignidad personal del ser
humano; y el poligenismo, generaba dificultad y ponía en peligro la doctrina del pecado
original, así como también reforzaba las tendencias racistas que ponían en tela de juicio la
unidad del género humano para justificar así como legítima la apreciación desigual de sus
miembros6. Finalmente, el Concilio fue suspendido y ambos proyectos no prosperaron.

En 1909, la Comisión Bíblica se pronuncia respecto de la historicidad de los tres


primeros capítulos del Génesis, y se menciona “la peculiar creación del hombre, la
formación de la primera mujer a partir del primer hombre, la unidad del género humano”
(D 2123). “Y aunque la expresión “peculiaris creatio hominis” parecería de suyo
compatible con un evolucionismo moderado, la fórmula siguiente sobre el origen de la
mujer no facilita esta interpretación”7. Con todo, el alcance de este pronunciamiento era
limitado y respondía a una función más bien práctica: centraba su atención en lo que se
consideraba doctrina segura, sin cerrar el paso a ulteriores indagaciones (D 2302). Y
paralelamente, frecuentaba en los manuales de teología la censura al evolucionismo
mitigado, calificando como heréticas las tesis de Mivart, Leroy y Zahm, por las siguientes
razones: una lectura literalista del Génesis, especialmente de las perícopas referidas a la
creación inmediata del cuerpo de Adán y a la creación de Eva; el carácter materialista de no
pocas versiones del evolucionismo que no daba cabida a la acción creadora de un Dios
trascendente como origen de todo lo que existe; y, muy principalmente, el miedo a que las
tesis evolucionistas terminaran negando el primado ontológico y axiológico del ser humano
en comparación con los seres infrahumanos8. Entre todas estas razones, la de mayor peso
era la exegética, ya que en el estado en que se encontraban los estudios bíblicos, cualquier
interpretación alternativa a la literal era negada y bloqueada.

Desde la segunda y tercera décadas del siglo XX hubo un gran avance en la


aceptación de una cosmovisión evolutiva por la doctrina católica. Los escritos del Canónigo
H. de Dordolot en 1921 y, luego, del paleontólogo y jesuita francés Teilhard de Chardin, en
4
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 251.
5
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 252.
6
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 252.
7
Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 252.
8
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 252.
4

1931, comenzaban a preparar el camino para aceptar la cosmovisión evolutiva en la esfera


de una interpretación cristiana de la realidad. En noviembre de 1941, el Papa Pío XII se
dirige a la Pontificia Academia de las Ciencias con la siguiente enseñanza: la diferencia
esencial entre lo animal y lo humano prohíbe considerar padre de un hombre a un ser no
humano; y la ayuda dada por Dios al primer hombre (la mujer) viene también de Él. No
obstante, Pío XII parecía dejar una puerta abierta al reconocer que este problema restan aún
muchas investigaciones por hacer9.

Todo esto, hasta que la encíclica Humani Generis de Pío XII (1950) aclara que el
magisterio de la Iglesia no se opone al evolucionismo, si por tal se entiende el origen del
cuerpo humano de una materia ya existente y viviente. El origen del alma, en cambio,
sostiene la encíclica, es creación inmediata de Dios, por lo cual la tesis evolucionista es
inaceptable al origen del alma. El documento alaba a aquellos (“no pocos”) que ruegan que
la religión católica atienda lo más posible a los resultados de las disciplinas (científicas),
aunque aconseja moderación y cautela allí donde se trate de “hipótesis” o “conjeturas”, y
recuerda a los cristinos que deben estar prontos a acatar el juicio de la Iglesia, intérprete
auténtico de la revelación, sobre estas cuestiones10.

En definitiva, la Encíclica Humani Generis sostiene que nada parece oponerse a


considerar el cuerpo humano como originado por evolución de organismos no humanos; el
alma, en cambio, es inmediatamente creada por Dios. De esta forma, el evolucionismo
mitigado planteado por Mivart adquiere total legitimidad en el pensamiento católico, y por
medio de esto surge la segura posibilidad de un diálogo fe – ciencia, ya que la Iglesia
admite la legitimidad del discurso científico para contribuir al esclarecimiento de la imagen
del hombre, y reconoce implícitamente las limitaciones del discurso teológico para
confeccionar en exclusiva dicha imagen.

3.2) Alcance crítico respecto de esta Enseñanza de la Iglesia: Sin embargo, la solución
de Humani Generis que “entregaba” al cuerpo humano, por así decirlo, a la jurisdicción de
las ciencias y reservaba a la fe el pronunciamiento sobre el origen del alma, parecía
adolecer de cierto dualismo. En efecto, frente a la pregunta acerca del origen del hombre, la
Encíclica no responde con rigurosidad, ya que enseña acerca del origen del cuerpo y del
alma, no del hombre. Esto pone en riesgo las afirmaciones de la fe y del saber profano y el
lenguaje común. Pues, la fe nos enseña que Dios ha creado al hombre (no sólo al alma
humana); y el saber profano y el lenguaje ordinario afirman que el hombre, como
individuo, (y no sólo el cuerpo humano) es hijo de sus padres o efecto del proceso
evolutivo de hominización. Parece ser que la Encíclica, al menos en el nivel de la
terminología utilizada, no resuelve la cuestión planteada, ya que del origen del hombre se
pasa al origen de las dos partes constitutivas del hombre, y no da razón ni de la afirmación
9
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 253.
10
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 254.
5

bíblica ni de la afirmación científica, habida cuenta de que ambas se refieren al hombre, no


a uno u otro de sus componentes11.

Una formulación correcta para dar respuesta a esta interrogante central, debe partir
de uno de los datos básicos de la antropología bíblico – teológica: el hombre es unidad
sustancial de espíritu y materia; el hombre es materia prima informada por un alma
intelectual y espiritual: es cuerpo intelectual e intelecto sensorial. Ambas dimensiones,
aunque diversas, son constitutivas de una sola realidad: todo el hombre. Esto significa que
lo que se diga de cualquiera de las dos dimensiones se dice de la unidad sustancial entera:
el hombre. “Si se dice que el cuerpo humano procede de una causa intramundana creada
por Dios, se está diciendo lo mismo del hombre. Si se dice que el alma es creada por Dios,
se está diciendo que el hombre es creado por Dios. Cuerpo y alma no existen por sí
mismos: existen en y por el hombre”12.

3.3) Reflexión Teológica acerca de esta Enseñanza: Uno de los más importantes teólogos
del siglo XX, el jesuita Karl Rahner, elaboró una respuesta que concitó la adhesión de
muchos y que fija su atención en lo expuesto en la cuestión anterior: cómo concebir la
creación en el ámbito de una cosmovisión evolutiva. Para Rahner: Dios actúa en el mundo
no como parte de él, ni como eslabón intercalado en la cadena de causas creadas, sino como
fundamento real y trascendental (trascendente) del proceso evolutivo mundano. Con otras
palabras: Dios es creador trascendente de todo lo que existe, y actúa siempre mediante las
causas segundas sin sustituirlas, sin interrumpirlas, sin romper la cadena, desde la raíz del
ser creado. Gracias al impulso creador divino, lo más surge de lo menos: el hombre surge
de la materia en una antropogénesis13.

Aplicado al origen del hombre —y aquí Rahner dice que el caso del primer hombre
y el de cada hombre que nace en el presente, o sea el caso de la hominización y el de la
generación son similares en su explicación— tanto Dios como los padres —o los
prehomínidos— son en algún sentido causa del hombre. La “causalidad trascendental” de
Dios es la “creación”; la “causalidad categorial” de la creatura es la “hominización” o la
“generación”, que es también creación de Dios. Además, cada nuevo hombre es persona,
algo totalmente nuevo, singular e irrepetible. Es así que la “infusión del alma” en forma
directa e inmediata por Dios —de la que habla Humani Generis— es comprensible si se la
entiende como el co - principio espiritual en el que radica el núcleo del ser personal
humano y esa “inmediatez” es la especial relación de Dios con cada alma que se funda en la
voluntad relacional divina desde el principio de cada ser humano14.

11
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 255 – 256.
12
Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 256.
13
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 257.
14
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 257 – 258.
6

Desde esta reflexión ofrecida por Karl Rahner, es posible sintetizar la perspectiva de
la Creación y la perspectiva de la Evolución, de la siguiente manera: en principio, existe la
posibilidad de que Dios creara desde la nada un alma espiritual y la infundiera en una
materia orgánica que fuera primitivamente la de un animal perteneciente a la especie
homínida, materia orgánica creada por Dios con la potencia de evolucionar y ser apta
para recibir tal infusión cualitativamente superior, que definiría y configuraría las
características de todo el hombre, tal como hoy lo conocemos: un ser corpóreo espiritual,
inteligente sensorial y corpóreo intelectual, consciente de su propia vida y de sus actos,
consciente del bien y del mal, libre, capaz de conocer y amar a sus semejantes y a Dios, y
de ser feliz, único e irrepetible. En otras palabras: una persona. Se entiende así que Dios,
como causa trascendente de todo lo que existe, da origen a individuos de la especie
homínida por medio de un proceso evolutivo, individuos de la especie homínida que poseen
toda la potencia física, dada por Dios, en orden a avanzar o progresar en la adaptación al
medio, lo que hace posible su supervivencia, hasta que Dios crea desde la nada un alma
intelectual – espiritual y la infunde en el individuo de la especie homínida, dando origen o
forma a un ser corpóreo espiritual único e irrepetible: un hombre, una persona, a quien Dios
sostiene en el ser y en el existir, ya que el acto creador de Dios es la iniciativa que
acompaña permanentemente el devenir de lo real, que irrumpe constantemente en la
historia, enderezándola hacia un horizonte de ultimidad, y que, en fin, consumará el entero
proceso en la nueva creación.

Convenza o no la formulación de Rahner, y la síntesis expuesta anteriormente, lo


cierto es que la teología ya no tuvo reparos en considerar al evolucionismo no materialista
como compatible con la fe católica sobre el origen del hombre en general y de cada hombre
en particular. Y desde el ámbito de la ciencia empírica, deben ser los científicos quienes
con métodos experimentales describan la evolución de las especies y del ser humano. Pero
es precisamente en esta tarea desde la que los propios investigadores de la Evolución
plantean conclusiones científicas y preguntas filosóficas muy sugerentes y en las que la Fe
sí tiene algo que aportar: ¿Cuál es el motor de la Evolución?; ¿Cómo explicar los saltos más
grandes e importantes?; ¿Cómo puede surgir de lo menos perfecto a lo más perfecto?; ¿Qué
o quién le ha dado finalidad, proyecto, sentido a la Evolución si la materia no tiene
intencionalidad consciente?; ¿En qué momento y cómo la Evolución ha creado su contrario,
es decir, la idea del amor al enemigo?; ¿Por qué y cómo en la Evolución de lo puramente
material surge lo espiritual: pensamiento abstracto, pensamiento simbólico, auto –
conciencia, libertad?

3.4) ¿Monogenismo o Poligenismo?: Una de las derivaciones del evolucionismo que más
contribuyó a generar distanciamiento entre la enseñanza teológica y la ciencia fue la
aserción de que la humanidad procede de una pluralidad de parejas. Esta tesis creaba una
situación sumamente difícil a la hora de explicar la unidad del género humano con sus
repercusiones en la comprensión de la teología del pecado original y de la redención
7

universal15. “La premisa monogenista ofrecía, en cambio, un aceptable fundamento a la


solidaridad de todos los hombres con el pecador originante: todos quedamos afectados por
el pecado de Adán, porque todos somos hijos suyos. La capitalidad natural del primer
pecador, el vínculo genético que nos uniría a él, hacía más plausible el nexo causal entre
su pecado y nuestra nativa condición pecadora” 16. Ahora bien, frente a este problema
importa sobre todo clarificar si el monogenismo puede ser considerado como doctrina
vinculante, bien porque sea enseñado por las fuentes de la revelación, bien porque venga
exigido por la doctrina irreformable de la Iglesia. Y por otro lado, importa clarificar si
existe una tesis conciliadora entre el poligenismo y la doctrina del pecado original. Con
todo, es importante tener presente que “el concepto teológico de hombre no tiene por qué
coincidir necesariamente con el concepto homónimo manejado por las ciencias de la
naturaleza; para la teología, hay hombre sólo allí donde se da un ser personal, capaz de
responsabilidad ética, apto para el diálogo histórico – salvífico con Dios; puede haber
habido, por tanto, individuos que cumplan los requisitos estipulados desde las ciencias
naturales para ser considerados como humanos y que, sin embargo, no contarían todavía
con el grado de desarrollo suficiente para ser tenidos por tales desde el punto de vista
teológico”17.

Interesa ahora, por lo tanto, revisar los contados textos de la Escritura y del
Magisterio de la Iglesia donde la teología creía encontrar la tesis monogenista:

1.- Respecto del Gn. 1: el autor habla de la creación de la humanidad. En efecto, Adam es
un colectivo, no el nombre propio de una persona singular. En Gn. 5, 1 – 3, el sustantivo
Adam funciona indistintamente como colectivo y como singular. Y en un autor dedicado a
la precisión terminológica y la corrección doctrinal, esta oscilación entre el sentido
colectivo y el sentido singular que le da al sustantivo Adam, es muy significativa18.

2.- Respecto del Gn. 2 – 3: el autor presenta a Adán y Eva como individuos singulares.
Pero: ¿tal presentación permite inferir necesariamente el monogenismo como doctrina
revelada? Atendiendo la literalidad del texto, habría que considerar revelado no sólo el
monogenismo, sino también el origen del hombre a partir de una figura de barro, la realidad
histórica del paraíso, la extracción de la mujer del cuerpo del varón, el árbol de la ciencia
del bien y del mal y su respectivo fruto, la serpiente tentadora, etc 19. Este relato, se trata
más bien de un ropaje literario para afirmar una verdad trascedente como es la entrada del

15
Cf. Alejandro, Martínez Sierra. “Antropología Teológica Fundamental”. Ediciones Sapientia Fide. Serie de
Manuales de Teología. Biblioteca de Autores Cristianos. España, 2002. Pág. 136.
16
Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 262.
17
Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 263.
18
Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 264.
19
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 264.
8

pecado o mal moral, el sufrimiento y la muerte en el mundo, realidades que no dependen


directamente de Dios20.

Claramente se puede concluir que de ninguno de los dos relatos de creación puede,
pues, deducirse exegéticamente el carácter revelado del monogenismo. Pues, esta cuestión
para la teología veterotestamentaria estaba totalmente ausente, o por lo menos, era
totalmente irrelevante.

3.- Respecto de Hch. 17, 26: la expresión “de uno solo” es ambigua, ya que puede ser
entendida como: “de un solo padre” (u hombre); pero también: “de un solo principio”; “de
una sola sangre”; “de un pueblo”21.

4.- Respecto de Rm. 5, 12 ss.: de este texto se pueden hacer las siguientes observaciones22:
a.- Pablo no se refiere a Adán como si fuera un hombre histórico; éste le sirve como
contrapunto a la persona de Cristo, que es la que realmente interesa al apóstol; b.- La
solidaridad de todos con uno formulada en el texto no se refiere a un vínculo genético de la
descendencia física; todos somos solidarios de Cristo y de Él no descendemos físicamente;
dado que el paralelo antitético Adán – Cristo es riguroso, el papel asignado a Adán en el
texto no exige ni implica una paternidad biológica, como no la exige el asignado a Cristo;
c.- En el contexto inmediatamente anterior, Pablo se refiere a otra paternidad, la de
Abraham, que se extiende incluso a los que no proceden de él por la vía de la descendencia
biológica. En efecto, Abraham es “padre de todos los creyentes”, incluidos los
“incircuncisos” (Rm. 4, 11). Claramente, Pablo no se refiere a la relación Adán y todos los
hombres como descendencia física, sino que pone de manifiesto la relación entre todos los
hombres y Adán en cuanto a la condición de pecado que pesa sobre ellos; así como pone en
relación con Cristo con todos los hombres que de Él reciben la gracia que salva. Somos uno
en Cristo sin proceder genéticamente de Él23. Por lo tanto, deducir de Rm. 5, 12 una prueba
estricta del monogenismo es, por lo menos, sumamente aventurado.

5.- Respecto del Magisterio de la Iglesia: dos son los textos principales: 1.- El canon tercero
de Trento, en su sesión sobre el pecado original, del que afirma que “es uno en su origen y,
transmitido por propagación… es inherente a todos y a cada uno como propio” (D 790). El
canon enseña la universalidad del pecado y de la redención de Cristo. Para eso, se señala
“que el pecado original se transmite por generación o propagación, es decir, que allí
donde surge una existencia personal humana, allí se da una transmisión del pecado. El
modo común de transmisión de la naturaleza humana, hasta ese momento conocido, es la
generación natural; luego ésta será también vehículo transmisor del pecado” 24. Por lo
tanto, ver en este canon una sanción autorizada del monogenismo es ir más allá de su
20
Cf. Alejandro, Martínez Sierra. “Antropología Teológica…” Pág. 137.
21
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 265.
22
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 265.
23
Cf. Alejandro, Martínez Sierra. “Antropología Teológica…” Pág. 137.
24
Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 265.
9

contenido objetivo, puesto que, aunque los padres conciliares, así como la cultura de ese
momento histórico, al tratar el tema del pecado original pensaban en monogenista, esto no
significa que su propósito fuese definir el monogenismo 25. Y 2.- La Encíclica Humani
Generis, en su texto definitivo señala acerca del poligenismo que esta hipótesis no puede
ser abrazada por los fieles cristinos porque “no se ve claro cómo tal sentencia [el
Poligenismo] pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los
documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de
un pecado en verdad cometido por un solo Adán individual y moralmente, y que,
transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como
suyo propio”26. Tal y como está redactada la frase “no se ve claro cómo tal sentencia pueda
compaginarse con…” en ella se contiene un juicio subjetivo y condicionado, no objetivo y
absoluto27. Pues, “si se viera claro” compatibilizar la teología del pecado original con el
poligenismo, la prohibición contenida en el texto dejaría de estar en vigor. Por lo tanto, no
afirma el Papa que no es conciliable el poligenismo con la doctrina del pecado original,
sino sencillamente que no se ve (en aquel momento) la conciliabilidad. La expresión no
niega que en el futuro pueda conciliarse28.

Esto es lo que sucedió en los años siguientes a la publicación de la Encíclica


Humani Generis, la reflexión teológica se ha encargado de mejorar la comprensión acerca
de cómo la doctrina del pecado original puede explicarse sin dificultades también en caso
de que la humanidad tenga un origen poligenético 29. Ejemplo de ello es el simposio sobre el
pecado original, organizado por la Universidad Gregoriana y celebrado en Roma, en cuyo
contexto respecto del poligenismo no se decía que no se podía sostener, sino que era un
supuesto no demostrado. En virtud de aquello, este simposio fue precedido por un artículo
de Maurizio Flick y Zoltán Alszeghy en la Civiltá Cattolica 30, publicado el año 1966, en el
que se argumentaba la compatibilidad del poligenismo y la doctrina del pecado original,
una influyente publicación que contaba con el beneplácito de la curia y de un número
creciente de teólogos. Entre los puntos principales que Flick y Alszeghy sostienen en su
publicación31 se tienen los siguientes:

1.- Su intención es construir un esquema hipotético acerca del origen de la historia de la


salvación, plenamente de acuerdo con la visión evolucionista del mundo, la que debe ser
examinada a la luz del dogma para juzgar acerca de su posibilidad.

25
Cf. Alejandro, Martínez Sierra. “Antropología Teológica…” Pág. 137.
26
Papa Pío XII. Carta Encíclica “Humani Generis” N°30. Humani Generis (12 de agosto de 1950) | PIUS XII
(vatican.va)
27
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 266.
28
Cf. Alejandro, Martínez Sierra. “Antropología Teológica…” Pág. 138.
29
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 266.
30
Cf. Juan, Ruiz de la Peña. “Imagen de Dios…” Pág. 267.
31
023_flick.PDF (seleccionesdeteologia.net)
10

2.- Suponen que, desde el comienzo, Dios mueve la materia por Él creada hacia una
estructura cada vez más compleja. El hombre surge a partir de los organismos inferiores,
aunque sea de distintas ramas genéticas.

3.- Suponen que la evolución del género humano es semejante a la evolución del individuo
que, desde la infancia, pasa al estado de adulto. Durante varias generaciones, por tanto, el
hombre hubiera sido como niño, todavía incapaz de entender y querer. Cuando el hombre
llegue a la posibilidad de discernir entre el bien y el mal dentro de un horizonte de libertad,
la evolución deberá pasar por una nueva etapa, porque Dios creó el mundo para que
produjese no sólo animales racionales, sino también hombres vivificados por la gracia,
portadores de una perfección que los diviniza, superando así el orden propio de las
creaturas. En ese momento de la evolución se realizaría un salto cualitativo con respecto a
los estadios anteriores: el hombre debe ascender a este grado superior del ser de un modo
conforme a su naturaleza, es decir, mediante una opción personal.

4.- Suponen que justamente, en ese momento de opción personal, es cuando se produce por
primera vez en la historia una detención en el proceso evolutivo: la humanidad se coloca
frente a la voluntad de Dios y el pecado entra en el mundo, sin que eso cambie de ningún
modo el aspecto exterior del mundo y del desarrollo de la humanidad. Pero, en realidad, se
ha realizado un cambio sustancial: el hombre no poseerá la gracia desde su nacimiento, no
podrá dominar todo el dinamismo de la naturaleza ni podrá evitar el sufrimiento y deberá
sufrir aquella experiencia de “ruptura” que es la muerte, tal como es conocida actualmente.

5.- Finalmente, afirman que la evolución no se ha detenido sino que sigue otras leyes, y
Dios llevará a cabo su designio de divinizar al hombre adaptándolo a la nueva situación en
que se encuentra la humanidad. Se llegará a lo sobrenatural por los méritos del Verbo
encarnado y por nuestra inserción en Él, en su muerte y resurrección. Pues, el hombre
todavía puede llegar al pleno dominio de la naturaleza y a triunfar del sufrimiento y la
muerte, pero sólo en el orden escatológico, porque el hombre nace en un estado diferente de
aquél en que debería haber nacido según la evolución originariamente querida por Dios. Sin
embargo, todos estos males que el hombre cargó sobre sí al rechazar el plan de Dios se
transforman en bienes, puesto que Dios no sólo da la capacidad de superarlos, sino que se
vale de ellos para realizar una forma todavía más perfecta de la vida sobrenatural, fruto de
una lucha victoriosa.

Expuesta la tesis principal, Flick y Alszeghy avanzan relacionándola con las


enseñanzas de la Iglesia respecto del estado de justicia original; del pecado original
originante; de la transmisión del pecado; y del pecado original originado.

a.- Valoración de esta hipótesis con respecto al estado de justicia original: en la tesis no
se admite que el hombre haya vivido en un estado de gracia, inmortalidad e integridad
previa al pecado de origen, en estado paradisíaco. Pues, dicho estado paradisíaco era la
meta final de su proceso evolutivo natural. Esta tesis no excluye el pecado, sino que afirma
11

que él ha sido la causa de la falta de ciertos bienes, destruyéndolos si ya existían o


impidiendo su consecución. Y si dichos bienes ya existían, su realidad era virtual no actual,
en cuanto que el estado paradisíaco debía haber sido el término de la evolución humana.
Dicha existencia virtual debe concebirse como una orientación intrínseca sobrenatural del
hombre a aquellos bienes, lo que va de acuerdo con lo que enseña el Concilio de Trento
cuando afirma que Adán perdió la justicia y la santidad en la que se le había constituido (D
788), ya que estando Adán orientado hacia la unión perfecta con Dios, se podía llamar
estado de “justicia y santidad” a su estado antes del pecado. Ahora bien, el estado de
justicia y santidad de Adán, entendida como un estado de orientación natural hacia la unión
perfecta con Dios, en virtud del cual Adán estaba inmerso en la corriente de evolución
sobrenatural, de ese estado Adán es expulsado, a causa de su pecado.

Luego, la hipótesis que supone la existencia de unos hombres, nacidos antes que
Adán, verdaderos hombres pero sin uso de razón, se puede concebir de distintos modos,
todos ellos de acuerdo con la fe. Estos Pre – Adanes son como los niños no bautizados que,
mediante la muerte, entran connaturalmente en la posesión personal de aquella vida
sobrenatural que ya se les ha dado en el plano óntico. Esos Pre – Adanes habrían podido
poseer ya una orientación intrínseca a la vida sobrenatural, la cual no habría sido impedida
por una toma de decisión contraria, ya que aún no eran capaces de aquello.

b.- Valoración con respecto al pecado original originante: A partir de Rom. 1 – 3, los
autores identifican el pecado original originante con el “pecado del mundo” en el sentido
joánico. La dificultad que el hombre encuentra para entrar en la vida de la gracia consiste
en el “reino del pecado del mundo”, una situación permanente en la que es colocado el
sujeto, no sólo a causa de sus propios pecados, sino a causa de los impedimentos que
encuentra en el desarrollo de su existencia sobrenatural por el hecho mismo de ser hombre.
Este pecado del mundo existe y es, sin la gracia de Cristo, un impedimento insuperable para
la salvación. Pero no todos los pecados tienen la misma eficacia para construir “el mundo”
opuesto a Dios. San Pablo, en Rom. 5, hace ver cómo el primer pecado tiene una
importancia especial en el “pecado del mundo”, ya que no sólo es el primero
cronológicamente, sino que enlaza la serie de los otros pecados al frustrar la posibilidad,
ofrecida por primera vez en la historia del cosmos, de realizar un paso más en la evolución.
Así se puede entender por qué la negativa hecha a una posibilidad única tiene también un
efecto único: extinguir en toda la humanidad el impulso instintivo y sobrenatural, puesto
por Dios, hacia el desarrollo consciente de la vida de la gracia.

c.- Valoración con respecto a la transmisión del pecado: Aquí los autores buscan la
forma de conciliar el poligenismo con el pecado original. Argumentan que no parece estar
revelado que los hombres desciendan de Adán como de su único padre, puesto que el
Concilio de Trento se centra sólo en dos principios revelados por Dios: la universalidad del
pecado original y la transmisión del mismo pecado por medio de generación natural.
12

No cabe duda de que todos los hombres actualmente nacen en pecado y, en el estado
presente, la generación natural es el único camino para la transmisión del pecado, pero el
Magisterio de la Iglesia no ha canonizado la teoría de que el acto generativo, por su
especial naturaleza, sea la causa de la transmisión del pecado original. Podría ser sólo
condición de la difusión de dicho pecado, en cuanto que da existencia a un individuo de la
especie humana, la cual está sellada con el pecado. Con todo, se exige la descendencia de
un único padre mientras no aparezca otra posibilidad de afirmar la universalidad del pecado
original.

Ahora bien, y aquí está el centro del asunto: según la hipótesis de los autores, el
primer hombre que llegó al uso de razón cometió un pecado. En los otros hombres, que aún
vivían en un estado preconsciente, no se destruyó la vida que ya poseían, pero quedó
bloqueada la fuerza interna instintiva hacia un ulterior evolucionismo sobrenatural. Por
la gracia de Cristo seguirán orientados a la vida sobrenatural, pero de un modo distinto: no
a través de una fidelidad paradisíaca, sino por medio de la cruz y de la muerte. Pero:
permanece la dificultad de admitir que muchos hombres se conviertan en pecadores por
el pecado de otro, con el que no están ligados mediante un vínculo de descendencia
natural. Dos soluciones distintas pero complementarias: primero, evolución y poligenismo
no niegan la unidad de la común descendencia, sino que ésta queda ampliada y fijada con
anterioridad al hombre en cuanto tal. Todos los hombres, aunque hubiesen llegado al dintel
de la existencia humana a través de diversos hilos genéticos, provendrían de una
“materia” común, creada por Dios para ser el sustrato del hombre y todos, ascendiendo de
formas inferiores bajo el impulso del mismo concurso creativo, estarían orientados a formar
conjuntamente aquella imagen sobrenatural de Dios, fin de toda la creación. Esta materia
común, habría quedado bloqueada en su orientación natural hacia la unión perfecta con
Dios, a causa del primer pecado del primer hombre que llegó al uso de razón. Y segundo, el
concepto bíblico de personalidad corporativa facilita la comprensión del problema. En el
lenguaje bíblico la secuencia Abraham – Isaac – Jacob/Israel no se refiere a descendencia
física, sino a Patriarcas o representantes de distintos grupos que han sido presentados como
“emparentados” y por lo tanto, miembros de un mismo y único pueblo: Israel. En este
sentido, con mayor razón se puede realizar en el caso del primer pecador con respecto a
todos los miembros del género humano. En realidad, sólo se puede hablar de una
personalidad corporativa, en la medida en que la colectividad como tal tiene una vocación
común. Es manifiesto que si la humanidad como tal tiene la vocación colectiva, aún es más
fácil comprender que la respuesta del primer hombre fue, efectivamente, la respuesta de
toda la humanidad que, de este modo, determinó su propia situación ante Dios.

d.- Valoración con respecto al pecado original originado: En la hipótesis de los autores,
el pecado original originado se entiende como la incapacidad, que radica en cada individuo,
de llegar a aquella forma superior de existencia a la que, originariamente, destinó Dios a la
humanidad y que, desde entonces, se ha hecho inaccesible sin la gracia del Redentor.
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Trento la describe como la “muerte del alma” (D 789). Es un desorden que se encuentra en
cada persona que entra a formar parte del género humano, tal como se afirmó en Trento (D.
790). Y tiene razón de pecado en cuanto deriva de una resistencia a la voluntad de Dios.

Hasta aquí el análisis de lo propuesto por Flick y Alszeghy, frente a lo cual es


importante señalar que en aquel simposio, organizado por la Universidad Gregoriana y
celebrado en Roma, el Papa Pablo VI dirigió un breve discurso en el que da vía libre al
evolucionismo, siempre y cuando quede a salvo la creación inmediata de todas y cada uno
de las almas por Dios. Y Respecto del Poligenismo, el Papa señala lo siguiente: “Es
evidente que os parecerán inconciliables con la doctrina católica genuina las
explicaciones que del pecado original dan algunos autores modernos, los cuales, partiendo
del presupuesto, que no ha sido demostrado, del poligenismo, niegan, más o menos
claramente, que el pecado… fuera la desobediencia de Adán “primer hombre”… cometida
al comienzo de la historia. Por consiguiente, estas explicaciones no están de acuerdo con
la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, según
la cual el pecado del primer hombre fue transmitido a todos sus descendientes, no por vía
de imitación, sino de propagación, “reside en cada uno como propio”, y es “muerte del
alma”, es decir, privación y no simple carencia de santidad y justicia, incluso en los niños
apenas nacidos”32. Con claridad se entiende que el Papa Pablo VI no concede aprobación al
Poligenismo y solicita precaución frente a esa hipótesis al momento de presentar la
enseñanza oficial de la Iglesia respecto del pecado original. Sin embargo, esta alocución no
impidió las investigaciones de los teólogos y exegetas, que poco a poco han ido abriendo
camino a la conciliación de la doctrina acerca del pecado original y la hipótesis poligenista,
y ejemplo de ello ha sido la exposición de los autores Flick y Alszeghy.

Conclusiones:
32
Alejandro, Martínez Sierra. “Antropología Teológica…” Pág. 138.
14

1.- Conciliación entre la Teoría de la Evolución y la Enseñanza de la Iglesia sobre la


Creación: la revisión realizada, a partir de citas bíblicas y del Magisterio deja en evidencia
el proceso “evolutivo” que la Iglesia tuvo que recorrer para definir su doctrina acerca del
origen del hombre en relación directa con los desafíos presentados por el desarrollo de la
paleontología y la paleoantropología. Destaca el aporte de los teólogos con sus reflexiones
útiles para iniciar el diálogo entre la fe y las ciencias, y especialmente, es notable el mérito
del biólogo inglés católico, St. G. Mivart que ofreció con su “evolucionismo mitigado” una
respuesta eficaz para reconocer a los científicos y lo valioso de sus investigaciones, y una
comprensión armoniosa entre ambas visiones: fe y ciencia, mostrando que son
complementarias. Y, aunque no haya sido reconocida como tal su obra por el Magisterio en
el año de su publicación, es notable cómo la Iglesia ochenta años después reconoce en la
explicación armoniosa dada por Mivart una puerta para dar la bienvenida a las
investigaciones científicas evolucionistas, que ofrecían más que una pura hipótesis acerca
del origen del hombre. Gracias a este desarrollo, la enseñanza de la Iglesia ha quedado
formulada de la siguiente manera: 1.- El Magisterio de la Iglesia no se opone a la doctrina
del evolucionismo, si por tal se entiende el origen del cuerpo humano de una materia ya
existente y viviente; 2.- El alma no puede venir por evolución. Todas las almas son creadas
inmediatamente por Dios, no sólo las de los progenitores de la humanidad, sino también las
de todos los hombres; y 3.- La razón de que el alma no pueda ser producida por la
evolución es que la evolución es material y la naturaleza del alma es espiritual. En dicho
proceso “evolutivo” que la Iglesia ha recorrido en esta materia, destaca también el aporte de
Karl Rahner para comprender con mayor exactitud la enseñanza de la Iglesia, superando un
cierto dualismo formulado en su enseñanza oficial, señalando que Dios crea al hombre
entero, y los padres lo son del hombre entero. Ninguna de las dos concausas anula a la otra;
ninguna basta por sí misma de hecho; las dos terminan en el hombre entero, no en una parte
del mismo. Dos son las causalidades y distintas: a la causalidad trascendental de Dios la
llamamos “creación”; a la causalidad categorial de la criatura la llamamos “generación” u
“hominización”. De un lado, el ser humano es individuo de una especie, es edición repetida
de algo ya existente, de lo que sólo se diferencia numéricamente; y de otro lado, el hombre
es más que mero numeral de un colectivo específico: cada hombre es persona, y en cuanto
tal, el hombre se eleva por sobre la cadena biológica de la reproducción: es más que hijo de
sus padres y miembro de su especie, es creación inmediata de Dios. Así, podemos concluir
que existe la posibilidad de que Dios creara desde la nada un alma espiritual y la
infundiera en una materia orgánica que fuera primitivamente la de un animal
perteneciente a la especie homínida, materia orgánica creada por Dios con la potencia
de evolucionar y ser apta para recibir tal infusión cualitativamente superior, que
definiría y configuraría las características de todo el hombre, tal como hoy lo
conocemos: un ser corpóreo espiritual, inteligente sensorial y corpóreo intelectual,
consciente de su propia vida y de sus actos, consciente del bien y del mal, libre, capaz de
conocer y amar a sus semejantes y a Dios, y de ser feliz, único e irrepetible. En otras
15

palabras: una persona, alguien totalmente nuevo, singular, irrepetible; dotado de un


valor absoluto, no relativo; querido como fin en sí.

2.- No es posible afirmar como revelada la doctrina del monogenismo: Admitido el


proceso evolutivo para el origen del hombre, surge la cuestión acerca de si la humanidad
puede proceder de una sola pareja o de varias parejas aparecidas en distintos lugares de la
tierra y en tiempos diversos. Desde el planteamiento del problema, la premisa monogenista
ha ofrecido a la Iglesia, en relación con la doctrina del pecado original y la universalidad de
la salvación en Cristo, un aceptable fundamento a la solidaridad de todos los hombres con
el pecador originante: todos los seres humanos han quedado afectados por el pecado de
Adán, porque todos somos hijos suyos. Claramente, la capitalidad natural del primer
pecador, el vínculo genético que uniría a todos los hombres con él, hacía más plausible el
nexo causal entre su pecado y la nativa condición pecadora de todo hombre. Sin embargo,
en la revisión y en el análisis realizado sobre los textos bíblicos y del Magisterio, es
interesante evidenciar que hoy el avance en la interpretación de la Escritura ha llegado a la
conclusión de que no hay fundamento en los textos inspirados para defender el
monogenismo; y con respecto al Magisterio, en relación específicamente al Concilio de
Trento en su decreto acerca del pecado original, se concluye con claridad que las categorías
culturales de los padres conciliares no quedan definidas, aunque por medio de ellas
expresen una verdad definida. Es decir, al tratar el tema del pecado original, los padres
conciliares pensaban indudablemente en monogenista, sin que ello signifique que
definieran el monogenismo. Y con respecto a la Encíclica Humani Generis, queda claro que
el Papa Pío XII expresó la distinta postura de la Iglesia ante el evolucionismo y el
poligenismo. Admitido el evolucionismo, con la condición de que todas las almas son
creadas inmediatamente por Dios, dice respecto del poligenismo que los fieles católicos no
tienen libertad para admitirlo: “porque no se ve en modo alguno cómo puede conciliarse
esta sentencia con lo que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio
de la Iglesia proponen sobre el pecado original, que procede del pecado verdaderamente
cometido por un solo Adán y que, transfundido a todos por generación, es propio de cada
uno”. Destaca que el Papa no afirma que no es conciliable el poligenismo con la doctrina
del pecado original, sino sencillamente que no se ve la conciliabilidad. Claramente, la
expresión no niega que en el futuro pueda conciliarse. A ello se debe que las elaboraciones
teológicas del pecado original fueron efectuando el trasplante de la doctrina desde la
premisa monogenista a la poligenista, sin que se manifestaran síntomas de rechazo en la
doctrina misma.

3.- El intento de conciliación entre Poligenismo y la doctrina del pecado original aún
no es satisfactoria: Flick y Alszeghy intentan conciliar Poligenismo y doctrina del pecado
original, asumiendo una concepción evolucionista de la realidad: Dios mueve la materia por
Él creada hacia una estructura más compleja. El hombre (pareciera ser que también admiten
ya la existencia de un grupo de hombres y mujeres, y varias familias humanas) surge a
16

partir de los organismos inferiores, aunque sea de distintas ramas genéticas. Durante varias
generaciones, el hombre (o grupo de hombres y mujeres, y varias familias humanas) era
como un niño, todavía incapaz de entender y querer. Cuando el hombre fue capaz de
discernir entre el bien y el mal dentro de un horizonte de libertad, la evolución del hombre
pasaría a un nuevo estado que significaba un salto cualitativo: ser portador de una
perfección que lo diviniza, vivificado por la gracia de Dios. Ahora bien, el hombre debía
ascender a este grado superior del ser de un modo conforme a su naturaleza, es decir,
mediante una opción personal. Es en ese momento cuando se produce, por vez primera en
la historia, una detención en el proceso evolutivo: la humanidad (o grupo de hombres y
mujeres, y varias familias humanas) se coloca frente a la voluntad de Dios y el pecado entra
en el mundo. Desde allí, el hombre no poseerá la gracia desde su nacimiento, no podrá
dominar todo el dinamismo de la naturaleza ni podrá evitar el sufrimiento y deberá sufrir
aquella experiencia de “ruptura” que es la muerte, tal como es conocida actualmente. Aun
así, Dios llevará a cabo su designio de divinizar al hombre adaptándolo a la nueva situación
en que se encuentra la humanidad. Se llegará a lo sobrenatural por los méritos del Verbo
encarnado y por la inserción del hombre en Él, en su muerte y resurrección. Sólo en el
orden escatológico, el hombre podrá llegar al pleno dominio de la naturaleza y a triunfar del
sufrimiento y la muerte. Desde esta reflexión, los autores son originales al plantear en el
hombre no una condición paradisíaca anterior al pecado, sino una orientación natural hacia
la divinización con que Dios le había dotado, y que era la finalidad del proceso evolutivo
del hombre. Destaca, además, cómo en esa etapa del proceso evolutivo del hombre (o grupo
de hombres y mujeres, y varias familias humanas), para ser enriquecido de la gracia
divinizadora, era necesario el concurso, según su naturaleza, de su propia decisión libre.
Destaca, también, que esta decisión libre pudo ser de una primera pareja de hombre y
mujer, o de un grupo de hombres y mujeres, quienes desde su existencia comparten todos:
una misma materia en evolución con el impulso hacia la amistad con Dios y su
santificación. Al momento de decidir en contra de Dios, esa decisión genera que la fuerza
interna instintiva hacia un ulterior evolucionismo sobrenatural quedara absolutamente
bloqueada. Y por tratarse de una decisión primera del hombre o humanidad, que
comportaba un salto cualitativo intensivo en orden a la gracia y santificación, su negación
ante Dios trajo como consecuencia un efecto único: extinguir en toda la humanidad, en
todos los individuos de la especie humana, el impulso instintivo y sobrenatural, puesto por
Dios, hacia el desarrollo consciente de la vida de la gracia. De esta forma, el pecado
original originado en cada individuo se entiende como la incapacidad de llegar a aquella
forma de existencia a la que, originariamente, destinó Dios a la humanidad y que, desde
entonces, se ha hecho inaccesible sin la gracia del Redentor. Es una incapacidad que tiene
razón de pecado en cuanto deriva de una resistencia a la voluntad de Dios, y dicha
incapacidad se transmite “por propagación” o generación natural.

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