6 La Oración Personal - Benigno Juanes
6 La Oración Personal - Benigno Juanes
Imprimatur
Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo
Santo Domingo.
Título
Oración Personal
Elaboración de portada
Publicitaria Cumbre
Diagramación
Molly Pichardo
Impresión
Amigo del Hogar
INDICE
PRESENTACION
PROLOGO
III.    LA EXIGENCIA DE ORACION PARA NUESTRA FRAGILIDAD E IMPOTENCIA PARA SALVARNOS Y SANTIFICARNOS DE
        NUESTRO SER INTIMO
        1. La exigencia de nuestra impotencia y fragilidad espiritual
        2. La exigencia de la oración para ―santificarnos‖: para transformarnos en Cristo (―cristificatrnos‖), para realizar la voluntad de Dios.
        3. La exigencia de Dios de comunicarse con sus criaturas e hijos.
IV.     LA ORACION “ASUNTO DE FE” QUE SE HACE VIVA”, OPERANTE PARA EL AMOR
        1. La oración es ―asunto de amor‖
        2. La oración cristiana brota de la fe
        3. La oración cristiana solo es posible en una fe que se hace operante por el amor
V.      LA ESENCIA DE LA ORACION
        1. Hacia una definición esencial de la oración
        2. El fin de la oración
        3. El Dios – Amor de Jesús
        4. La ―La esencia‖de la oración
XII.    ORIENTACIONES PARA LA ORACION: TIEMPO, LUGAR, EXTENSION DE LA ORACION, DETALLES DE IMPORTANCIA
        1. Necesidad de prepararse para orar
        2. Un acontecimiento sorprendente:
        3. La materia de la oración:
           (Algunos autores designan esta parte ―preparación remota‖):
        4. La ―preparación inmediata‖
4. La ―preparación inmediata‖
   El P. Benigno Juanes, s.j., viene de una escuela eximia de oración, la ignaciana. En ella se formó y de ella es hoy un experto.
   Lo interesante en Ignacio de Loyola es que cuanto él enseña es fruto, ante todo, de una experiencia personal suya. En marzo de 1522
llegaba él a Monserrat. El día 25 al amanecer, después de haber velado toda la noche sus armas de Caballero ante la Moreneta, descendía
a Manresa. Cuatro meses pasaría allí dedicado a la oración y penitencia, sobre todo a la oración. Su gran descubrimiento allí fue que la
oración es comunicación con Dios y que de acuerdo a lo que se busque hay diversos modos de oración.
   Le ayudó mucho un libro exquisito que un benedictino, Fray García Jiménez de Cisneros, primo hermano del gran Cardenal Francisco
Jiménez de Cisneros, había escrito pocos años antes. El original lo había escrito en latín pero precisamente en Monserrat, el año 1500, se
había hecho una edición en castellanos. Su título era "Ejercitatorio de la vida espiritual". A ese libro le debe mucho San Ignacio.
   No negaré yo que en los hermosos tratados sobre la oración que el P. Benigno Juanes nos regala en esta ocasión, hay huella de libros
de competentes autores que han escrito largamente sobre esa realidad —orar- de la que decía Alexis Carrel que era tan necesaria al ser
humano como el beber o respirar. No es eso, sin embargo, lo más interesante para mí. Lo interesante es que en todo momento, en la obra
del P. Juanes se trasluce su experiencia personal, una vida, no tan corta ya, impregnada y perfumada de oración en todos los modos
ignacianos que no son poco. El P.Juanes no nos regala, según esto, exclusivamente "saber", sino guiones riquísimos de su experiencia y
vida. Valoramos profundamente esto y se lo agradecemos de corazón.
    Con su estilo aforístico escribió San Agustín: "Recte novit vivere qui recte novit orare" "el que sabe orar correctamente, correctamente
sabrá vivir". La oración repercute fuertemente en la vida de uno.
    La oración es coetánea del ser humano y la oración cristiana, coetánea del cristianismo. Dependiendo del fin específico de la oración,
ha existido siempre y existen diversos modos o tipos de oración. Una sistematización embrionaria de esos modos aparece ya en los Padres
del Yermo pero hay que esperar después al siglo XIV para una sistematización más elaborada y científica. A partir de la Devotio moderna
hasta nuestros días es mucho lo que se ha escrito sobre la oración y métodos de orar. Sobre las huellas de San Ignacio, el P. Juanes se
luce en saber ir directamente a lo medular de la oración y de los métodos históricos.
    Jamás ha sido el P. Juanes amigo de ligerezas y veleidades. Por eso todo cuanto esta obra contiene es serio y sólido. Respecto a la
verdad diría que nuestro autor es hasta escrupuloso. Esto hace que se siente en todo momento urgido a precisar y matizar. Basta para
convencerse de ello ojear el despliegue de notas y la bibliografía empleada. Es una garantía y descanso.
    Cuatro valores embelesan en su obra: la perspicuidad, la hondura, el equilibrio y la unción. La perspicuidad delata el buen profesor que
ha sido la mayor parte de su vida; la hondura, su agudez notable, su lucidez y su espíritu inquisitivo; el equilibrio, su serenidad y aplomo en
Dios; y la unción, su vibración íntima ante lo divino.
    El P. Juanes ha escrito esta magnífica obra —continuación de las anteriores- para la formación de los que integran la Renovación
Carismática Católica entre nosotros. Son los principales destinatarios pero no deben ser los únicos. Al ser la vida de todo cristiano vida en
el Espíritu, todos cuantos se interesan por su vida espiritual y quieren cultivarla con esmero, deberían leer no sólo este ciclo sino la
Colección entera del P. Juanes.
    Nos llena de paz y orgullo tener autóctonamente esta obra y a su autor.
   La oración tiene hoy una resonancia especial, en sí misma, puesto que hemos caído en la cuenta de un modo especial, que se trata de
una "relación de amistad frecuente e íntima con Aquel del que sabemos que nos ama". Santa Teresa, con su gran sentido de mujer avisada
e iluminada por el Espíritu y con el tesoro de su experiencia particular extraordinaria, acertó maravillosamente a darnos en una frase el
contenido esencial de toda oración. No hay duda de que se trata de una aventura espiritual que no todos están dispuestos a correr. Pero en
ella se encontrará precisamente el vigor y profundidad, la intimidad y el crecimiento en Cristo que obra la acción del Espíritu Santo.
   Todo esto no elimina el hecho de que la oración, así como se vivirá muchas veces en un gozo, aun superabundante de Dios, se tenga
que soportar en una visión de fe y de soledad ante el Padre celestial. "El cristiano que, más allá de los abandonos y dificultades inherentes
a la debilidad humana y al clima de anemia espiritual del tiempo, persevera en la oración, testimonia profundamente que el hombre no vive
solamente de la satisfacción de sus necesidades, sino de la Palabra de Dios que le dirige en la comunión con El en la oración". La oración
personal nos atrae y nos da miedo a la vez: Nos atrae; porque el hueco, en frase glosada de San Agustín, que Dios ha dejado en cada
persona, no puede ser llenado sino es por El mismo. Hay un deseo íntimo de comunicación con Dios en todos, aunque pretendamos
suplirlo inconscientemente con otros modos sustitutivos.
    La psicología cristiana tendría que investigar este hecho: la auténtica desbandada actual a tantas formas camufladas de oración que se
ofrecen y que son utilizadas, muchas veces, con un real detrimento espiritual de las personas.
    Nos aterra también 1a oración porque, si queremos comunicarnos en soledad auténtica con Dios nos arranca a tantas cosas
programadas y queridas por nosotros; porque tenemos que disponernos para ella y dar de lado a toda otra ocupación; porque
desconfiamos de Dios y nos adelantamos a forjar en nuestro pensamiento y fomentar en nuestra voluntad ideas y sentimientos de las
exigencias que El nos va a reclamar y que somos renuentes a darle Y, sobre todo, porque nos ilusionamos con la facilidad que, como por
derecho propio, tendemos a reclamar en la oración; pero la realidad nos muestra que, frecuentemente no es así sino todo lo contrario: Las
dificultades que nos asedian hoy día, para orar, son muchas. La vida, precipitada, colmada de preocupaciones y ocupaciones: la
indiferencia religiosa que nos envuelve y parece no dejar un rincón para Dios; el conformismo de tantos que van a la zaga de lo que los
demás hacen y piensan... Quien decide seriamente consagrar un tiempo al Señor fácilmente pasa ante los demás por una persona al
margen de la realidad de la vida...
    Y, sobre todo, la oración está expuesta al deseo, al plan, a la total libertad de Aquel que anhela comunicarse con nosotros: a su deseo
de purificarnos, de hacernos pasar por el camino mismo de Jesús, por un ejercicio de amor que se manifestará en la desnuda fidelidad.
Dios, a su tiempo, nos hará vivir en sorprendente intensidad la realidad de su amor, y actuará en nosotros en gozo y felicidad indescriptible
Y más aún, nos irá labrando golpe a golpe, día a día a imagen de su Hijo Jesús (Rom 8, 28).
    Algo que es preciso tocar por ser la piedra de tropiezo de muchos. Para no pocos cristianos su vida parece resumirse en la lucha por la
justicia. ¿Quién duda de la legitimidad, de la urgencia, de la necesidad de esta acción que nace del corazón mismo de una fe viva y
actuante? Se sienten obligados, en verdad, en nombre del Evangelio. Pero nuestra pregunta es: ¿Se puede vivir en cristiano esta
dimensión sin una auténtica oración? La motivación verdaderamente original del cristiano: el ejemplo del mismo Cristo, argumento original
del cristiano: el ejemplo del mismo Cristo, argumento supremo para toda empresa y actitud espiritual; el de los santos más comprometidos,
que captaron la necesidad de su tiempo de un modo especial, las urgentes recomendaciones de la Iglesia actual, de todos los fundadores
y fundadoras de congregaciones dedicadas a la asistencia social... ¿No son capaces de interrogamos sobre la orientación verdaderamente
evangélica de nuestro compromiso? ¿No están proclamando la necesidad de armonizar ambos elementos? ¿De que para un cristiano lo
segundo nace espontáneamente y con vigor de una oración en la que Dios ha estado en comunicación íntima con nosotros y nos ha
infundido los sentimientos de su Hijo Jesús, los suyos que vela y quiere realizar sus designios a través de nosotros? Dejamos la respuesta
a la reflexión personal, a la experiencia, a la iluminación del Espíritu en nosotros.
   La oración nos ha parecido tan capital para la santidad personal y para la transformación del mundo, también del nuestro, que nos ha
urgido a emprender esta obra. Pero la razón fundamental para un cristiano creo hallarse en el hecho de que somos hijos de Dios y
necesitamos comunicarnos con nuestro Padre, en su Hijo Jesucristo, puestos bajo la guía del Espíritu.
   Tales razones nos han parecido tan fundamentales que justifican esta empresa, por más que de la oración hoy se haya escrito tanto y
tan excelente.
   Nuestro designio va por otro lado... Deseamos ofrecerá nuestros hermanos de la Renovación Carismática y a todo cristiano} algo así
como tina guía un tanto detallada de la oración.
   Por eso abordamos en cuatro volúmenes temas que juzgamos importantes teóricos y prácticos sobre la oración.
   Lo que ofrecemos no es tanto cosecha personal cuanto síntesis de quienes con más autoridad han reflexionado sobre la oración y han
tenido una experiencia personal profunda de ella.
   Los dos primeros tomos abordan cuestiones de tipo teórico, importantes en sí, y que preparan el camino a los dos siguientes de tipo
práctico.
   Aunque parezca exigencia importuna pedimos a los lectores no pasar de ligero sobre las páginas. Cuanto se refiere ala oración pide, de
un modo especial, irlo interiorizando. De ello se valdrá el Espíritu para suscitar en nosotros un profundo deseo de comunicamos con Dios.
Y toda nuestra vida será hondamente transformada, y nuestro trabajo por el Reino será vivificado más allá de nuestras expectativas.
   No creemos que esté fuera de lugar este tomo y los siguientes, dedicados a la oración personal en la colección "Torrentes" que aborda
toda ella temas relacionados con la Renovación Carismática católica. Al contrario, nos parece que complementamos la misma oración
comunitaria de los grupos de oración, que la experiencia ha atestiguado, por años, los frutos preciosos que pueden producir.
   El lector encontrará, y no se nos han pasado desapercibidas las repeticiones a lo largo de toda la obra. Esto obedece al hecho de que
los diversos temas creemos que están muy relacionados entre sí y resulta difícil no tocar, aunque sea ligeramente, ideas ya anteriormente
tratadas. Otra causa es el hecho de la importancia que revisten ciertos aspectos que parecen estar pidiendo ser aludidos brevemente para
que el lector los vaya asimilando paulatinamente en su lectura ordenada a la práctica.
   Desearíamos que esta nota aclaratoria la tuvieran presente los lectores, si les pareciere que esto mismo lo encuentran en los tomos que
seguirán sobre la oración. Sin querer justificamos, entendemos que una discreta repetición, cuando se trata de temas importantes, es más
bien beneficiosa. Incluso moderadamente empleada, puede ser una metodología laudable, que ayude no poco a los lectores, aun a los que
ya tienen ciertos conocimientos de la materia que se trata. Una vez más, queremos manifestar nuestro agradecimiento a cuantas personas
están contribuyendo a que sea una realidad esta Colección "Torrentes", ahora, en particular, los tomos que abordan el tema de la oración.
I.      EN LAS FUENTES DE LA ORACIÓN DE JESÚS Y LAS CONSECUENCIAS EN LA VIDA DEL CRISTIANO
     Aun a riesgo de repetir ideas ya expuestas en instrucciones precedentes, intentamos profundizar, aunque sea brevemente, en un tema
tan capital para el conocimiento de Jesús y sus consecuencias en la vida cristiana.
     El centro de la vida y de la persona de Jesús es su continua comunicación con el Padre
     Esta afirmación, formulada por un teólogo de la categoría del Cardenal Ratzinger, le da una fuerza especial, sobre todo por ir
cimentada sobre la base segura de la Escritura.
A Cristo se le dan multitud ele títulos. Entre ellos, la Iglesia, desde sus mismos comienzos, elige guiada por el Espíritu, uno que halló ser la
expresión principal de su personalidad y de su misterio: "Hijo de Dios". A partir de esta elección ocupa el centro de la confesión cristiana.
     No fue hecha al azar: la Iglesia sabía, por la unción y la inspiración del Espíritu, bajo cuya guía y asistencia lo hacía, que con ese título
expresaba de la manera más exacta, y, a la vez, más sencilla, lo que realmente fue el centro de la vida de Jesús.
     A partir de esta persuasión iluminada, todos los evangelistas dentro de la teología que les es propia, intentan penetrar en su misterio,
discreta y respetuosamente.
     Una vez terminados los quehaceres diarios, se retira en soledad a comunicarse con su padre (Mc 1,35; 6,46; 14, 32.35.39; Mt 14,23;
26,36; Le 6,12; 9,28). Esta profusión de indicaciones muestra que Jesús, a parte de las oraciones culturales y prescripciones piadosas de
su tiempo, que cumplía, y de la oración que acompañaba a sus grandes decisiones, indica fuertemente que la oración está presente
constantemente en su vida y la acompaña en su existencia diaria.
     Ratzinger señala tres acontecimientos capitales en la vida del Señor que, simultáneamente nos manifiestan otros tantos aspectos
fundamentales:
     Io: Constituyen el centro de la historia de Jesús.
     2o: Proceden del núcleo mismo de su persona. Por tanto, en ellos se apoya, especial no exclusivamente, la elección del centro de la
confesión cristiana.
     3o: Lo íntimo, lo central de su persona se manifiesta en ellos y nos muestran, a la vez, que el núcleo de la misma es su comunicación
con el Padre.1-2
1. J. Card. Ratzinger, Orientaciones teológicas, Medellín, n. 37, marzo. 1984, 3-4.
2. "Evidentemente, Jesús sólo pudo hablar así de Dios, vivir de Dios y para Dios, porque su relación con él era verdaderamente única.
Según el testimonio de los Evangelios, la relación de jesús con el Padre es distinta de la que tenemos nosotros. En ningún momento los
Evangelios nos presentan a Jesús mezclado indistintamente en el círculo de los demás devotos; al contrario, lo sitúan en un lugar aparte,
lo cual hace que a diferencia de los otros que oran (Cf. Mc 6,46; 14,32-42; Jn 17,1), su relación con el Padrees tan peculiar)'única que
nunca está en el mismo nivel que los discípulos. Nunca dice: "Padre nuestro" en el sentido de igualarse a los hombres. Siempre dice: "Mi
padre", "vuestro padre" o "el padre". Después de la resurrección 1c dice a María Magdalena: "Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al
Padre mío padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro" (Jn 20,17); cfr. G. Maggioni, "Oración", en: Nuevo Diccionario de Teología bíblico,
Edic. Paulinas, Madrid, 1990,1334- 1339.
Conferencia episcopal alemana, Catecismo Católico para Adultos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1988,78.
     Estos tres acontecimientos fundamentales, enumerados por el teólogo citado, son los siguientes, pero sin ser en modo alguno,
exclusivos:
     "La expresión que resume la buena nueva de Jesús sobre Dios es el hecho de que Jesús habla con Dios como Padre de un modo
completamente único y nos enseña a decir: "Padre nuestro" (Mt 6, 9; Cf. Lc 11, 2). Jesús, en su conversación con Dios, se atreve incluso a
utilizar una palabra familiar y penetrada de entrañable confianza: "Abba". (Cf. Mc 14, 36). La comunidad primitiva estaba convencida de que
Jesús hace aquí que la palabra "Abba" fuera para ella una palabra sagrada; tanto que la ha transmitido a los textos griegos en su
transcripción aramea original (Rom 8,15). Por esta razón, la Iglesia pensó firmemente desde el principio que lo auténtico y específicamente
cristiano consiste en una comunicación íntima y personal con Dios, en tomar conciencia de que somos hijos e hijas de Dios. Al mismo
tiempo, el cristiano debe saber que el que llama a Dios "Padre", tiene hermanos y hermanas; nunca está aislado y solo ante su Padre. De
este Padre común surge la nueva familia, el nuevo Pueblo de Dios como comienzo de una humanidad nueva". 1
     I o : El llamamiento de los doce: (Mc 3,13-19; Lc 6,12-16). Son los doce predestinados por el Padre. Jesús ora durante toda la noche
para "discernir" a la luz del Padre celestial, quiénes son los que El ha elegido desde siempre. Son los doce que expresan el misterio del
pueblo de Israel, constituido por doce tribus, que ha rechazado al enviado del Padre.
     Este momento, supremo en la vida de Jesús, "debe considerarse como el momento en que la Iglesia comenzó a nacer". Esto es lo que
fundamentalmente explica la importancia del orar de Jesús en íntima comunicación con el Padre.
     "La Iglesia nace en Ja oración en la que Jesús se entrega al Padre y el Padre entrega todo aJ Hijo. En esta íntima comunicación está
el primer origen de la Iglesia y su sólida firmeza".4
   3° La transfiguración de Jesús (Lc 9,28-36; Mc 9, 1-10; Mt 17, 1-13). En ella aconteció la participación de la gloria divina por la
Humanidad de Jesús. Sucedió, según Lucas, durante la oración.
   Viene a ser el misterio de la unión entre predicación del mensaje y la oración en Jesús; el anticipo de la manifestación de la glorificación
suprema en la "parusía" (Me 9,1). Y ambas realidades tienen su raíz en la filiación divina de Jesús.
   Parece que San Lucas está insinuando lo que más arriba se dijo: que en la Persona de Jesús, el centro de su vida hay que irlo a buscar
en su oración, en la comunicación íntima con el Padre.
   De aquí se puede deducir en una conclusión sorprendente por su originalidad, riqueza y trascendencia cristiana, que la Cristología
viene a tener su contenido más íntimo y "comprensivo" en la captación e interpretación de la oración en el Espíritu. 6
   Hemos seleccionado algunos aspectos fundamentales de la oración de Jesús, pero hay otros, también importantes: El Bautismo, (Lc 3,
21-22); la multiplicación de los panes (Mt 14, 22-23); la resurrección de Lázaro, (Jn 11, 41-42); la Ultima Cena, (Jn 14ss.); Getsemaní, (Lc
22ss.); La Cruz, (Mc 15, 34). Cada uno tiene su aspecto peculiar y la oración de Jesús se presenta especialmente multiforme y rica en
enseñanza para nosotros.
6. J. Card. Ratzinger, o. c., 4; Cfr. A. Stoger, El Evangelio según San Lucas, Herder, 1970,1,262-263, Romano Guardini.El Señor II,
Patmos, 1965,126-140.
   A. La necesidad de expresar su "filiación" ante el Padre por una comunicación íntima y en una conñanza radical y absoluta.
   El modo de dirigirse a Dios, llamándolo siempre "Padre", a excepción del grito de la Cruz, cita del Salmo 22, es un argumento
indiscutible de que Jesús acostumbraba a llamarlo con este nombre. En sus labios tiene un sentido totalmente único; Jesús era consciente
de su inalienable realidad de Hijo de Dios y así se expresa en su oración, en su invocación (Mc 14, 36; Mt 11,25-26; 26, 39-42; Lc 10, 21;
11, 2; 22,42; 23, 34-36). Es la manera de expresar plenamente lo que es: Hijo unigénito; de manifestar y realizaren plenitud su identidad
íntima, Hijo; de reconocer, a la vez, la realidad más esencial de Dios: su Padre, con cuanto conlleva en el Padre perfección infinita y fuente
de toda paternidad.
   "Este Padre es el horizonte último desde el que se comprende a sí mismo y hacia el que vive su existencia entera". 8
   Por eso:
   Su oración, está tan llena de confianza filial y de respetuosa, sencilla y desbordante familiaridad, que siempre será un misterio
inaccesible para nosotros, al que solamente podemos "aproximarnos" con su gracia.
Dios, su padre, es para él no sólo el sentido último de su persona, de su actitud, de su misión, es también todo lo mejor, la infinita
perfección: la misericordia, la ternura, la providencia, el perdón... "Jesús no entiende a Dios como la instancia ante la cual se puede
merecer algo, sino como el hecho en el cual el hombre malo y desesperado recibe futuro y esperanza".9
7. J. A. Pagóla, Cómo oraba Jesús, Sal Terrae, abril, 1984, 262.
8. J.A. Pagóla, o. c., 263.
    La relación suprema de Jesús con el Padre, que expresa en la misma palabra con que a El se dirige ―Abba” es el amor: Amor del Hijo
que se sabe eternamente engendrado por el Padre en el amor, eternamente amado infinitamente y al que quiere responder en un amor que
exprese todo lo que El es para el Padre y cuanto el Padre es para El.
    En este dirigirse al Padre en la plenitud de su amor que se hace obediente, como suprema manifestación de su filial y voluntaria
sumisión (Fil 2,5-11), se acepta a sí mismo como Hijo.
    Con ello, Jesús reconoce no sólo su más íntima realidad; manifiesta su indeleble persuasión de haber recibido y estar recibiendo
constantemente su existencia del Padre; de saberse "incrustado", enraizado, vuelto sustancialmente, rodeado del amor del Padre y
llamado desde el fondo de su ser a una confianza ilimitada. Y en todo ello Jesús encuentra la explicación exhaustiva de su misterio y el
íntimo gozo de comunicarse con el Padre.10
"Sabemos poco de lo que sucedía cuando Jesús se iba solo a las montañas a orar; pero el relato evangélico me lleva a creer que aquellas
noches se pasaban en comunión amorosa con el Padre en el Espíritu e intercediendo por el mundo. Quizá su oración fuera, a veces como
la de Getsemaní, y otras como la del monte Tabor; pero en cualquier caso, estaba dominada por el amor al Padre, amor que llega a su
climax en estos capítulos místicos del cuarto Evangelio, en que Jesús habla de la inhabitación del Hijo en el Padre: Jesús mora en sus
discípulos y sus discípulos moran en él, y todos moran en Dios y Dios mora en todos".11
11. W. Johiiston, El ojo interior del amor, Edic. Paulinas, Madrid, 1984, 54.
   Por eso, no debe sorprendernos la insistencia con que llama a nuestra puerta una y otra vez para que perdonemos, devolvamos bien
por mal, oremos por los que nos persiguen, le sirvamos en nuestros prójimos, etc. (Mt 5,44; Me 9,28-29; Lc 10,21; Mt 25,31 ss).
   "Esta solidaridad fraterna con los más pobres es la que ha de "cristianizar también hoy nuestra oración".
   Por eso, el sentido esencial y sanamente optimista de la oración de Jesús: porque ve en el Padre un Dios que quiere reinar entre los
hombres por el amor y el perdón y ve que no obstante las dificultades, se va haciendo realidad su Reino entre los hombres, y
hermanándolos entre sí bajo la mirada paternal del Dios del amor.
   Por eso, El no busca la imposición brusca del Reino. Se halla siempre atento a descubrir la voluntad del Padre, para aceptarla y realizar
el cumplimiento del Reino aun en las circunstancias más arduas y dolorosas (Mc 14,36).
   Por eso quiere dejar bien claro a los suyos, con su ejemplo, en el testamento de su pasión y muerte y de toda su vida, "que los que oran
'en el Espíritu del Señor' no lo pueden hacer volviendo la espalda a los que sufren. Nuestra oración es cristiana si vamos aprendiendo a orar
no solamente por los pobres y desgraciados, sino a orar con ellos. Esa oración combate nuestra tendencia a huir, como por instinto, de la
compañía de los desgraciados y de los que sufren".12
   C. La búsqueda de la voluntad del Padre
   La religión judía, afirma J. Galot, es concebida, en primer lugar, no como una rectitud moral sino un "pertenecer" a Dios.
   Este pertenecerle abarca todo su ser, toda su existencia y todas sus obras. Jesús lo realiza de un modo total y fundamental, asumiendo
la naturaleza humana en su naturaleza divina.
12. J. B. Metz, Invitación a la oración. Solidaridad en el dolor y el compromiso, Sal Terrae, citado por J. A. Pagóla, o. c., 266.
   "Pero además esta humana naturaleza estaba totalmente al servicio del Padre de modo que pueda realizar sus obras a través de este
servicio. Cuando Jesús declara que el "ha sido consagrado" por el Padre y enviado al mundo (Jn 10,36), deseaba manifestar a sus
enemigos que Él verdaderamente ha cumplido las obras del Padre y que en verdad era Hijo de Dios. 13 "Esta es otra perspectiva para
visualizar la oración de Jesús, que completa las anteriores".
   De aquí necesariamente se deduce que todo el clima de la oración de Jesús es realizar la voluntad del Padre; el cumplimiento de la
misión, el llevar a cabo la voluntad salvífica del Padre.
   Esta actitud dinamizadora de su oración está íntimamente unida a su ser de Hijo que todo lo recibe del Padre y cuya disposición
fundamental es vivir en obediencia filial.
   Su lenguaje, en este sentido, no puede ser más expresivo. San Juan, sobre todo, lo expresa con una fuerza e insistencia que indica
estar tocando algo básico e insustituible. San Lucas, a su vez, presenta a Jesús realizando concretamente la disposición "esencial". 14
   La oración en Jesús no es sólo necesidad de expresar su intimidad filial con el Padre, es también búsqueda del Reino conforme a la
voluntad del Padre y adherirse a ella consciente, obediente, filialmente. La oración de Getsemaní es el ejemplo más sorprendente de esta
actitud interior de vivir en todo la voluntad del Padre, aceptar ser instrumento libre, asumiéndola totalmente (Mc 14,36).
   Si nos detenemos en las expresiones del Evangelio de Juan encontramos un caudal inexhausto de su disposición.
13. J. Galot, Who ist Christ? Gregorian University Press, 1980, 376.
14. J. Luzárraga, o. c., 107.
    Citamos algunos textos clásicos: (Jn 4,31; 14, 31; 10,17s.; 12,50; 6,57; 4,10).
    Jesús realiza en su oración la unidad perfecta entre acción conforme al plan de Dios, y contemplación en la comunicación más íntima
con el Padre. Esto supone una purificación de todo lo que se interponga. "Por eso el evangelista hace notar en la Persona de Jesús una
purificación total de todo impedimento, una ausencia de todo aquello que pudiera impedir el que Jesús se sintiera en su acción
perfectamente dinamizado por la contemplación".15
    Busca únicamente la gloria del Padre (Jn 5,30.34.41; 8, 50); Jesús no se precipita, sabe esperar sosegadamente su "Hora" (Jn 2,4; 11,
9s; 4, 40, 7, 8).
    Su gran creatividad está suscitada y realizada por el plan y dentro del designio del Padre (Jn 5, 19.30; 7-17).
    Ni se mueve por apariencias ni se deja conducir por triunfalismos (Jn 7,15; 8, 23; 6,15. 66, 7,3s.).
    Todo en El, también su rica sensibilidad, se halla bajo el sereno dominio de realizar la voluntad del Padre. Esta actitud confiere a su
oración no sólo una nueva motivación, sino también constituye una nueva fuente de gozo y de paz íntima aun en medio de las renuncias y
sufrimientos más arduos.16
    Para encontrar el justo "camino" de la oración, el cristiano debe considerar lo que se ha dicho precedentemente a propósito de los
rasgos revelantes del camino de Cristo, cuyo "alimento es hacer la voluntad del que le ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34).
    Esta es la unión más estrecha e íntima -traducida continuamente en oración profunda- que Jesús vive con su Padre. La voluntad del
Padre le envía a los hombres, a los pecadores; más aún, a los que le matarán. Y la forma de estar más íntimamente unido al Padre es
obedecer esa voluntad.
Sin embargo, eso no impide de ninguna manera que, en el camino terreno, se retire también a la soledad a orar, para unirse al Padre y
recibir de El nuevo vigor para su misión en el mundo (...) Toda oración contemplativa cristiana remite constantemente al amor al prójimo, a
la acción y a la pasión, y, precisamente de esa manera, acerca más a Dios". Jesús en su transfiguración sobre el Tabor, no permanece allí
a pesar de la sugerencia apasionada de Pedro. Más aún, en su misma glorificación por el Padre, se evoca su Pasión (Lc 9,31).17
3. La estructura interna de la oración de Jesús
    Todo lo anterior y cuanto diremos más adelante, condiciona la estructura de la oración de Jesús. Su oración es una respuesta al
llamamiento del Padre que ha escuchado: La "obediencia amante": (Jn 4, 34; Lc 3, 21; Mc 1, 25; Lc 6, 12; 9, 18; 9, 28; Mt 26, 36ss.).
    La oración de Jesús es la repetición y la intensificación de su oración al entrar en el mundo (Hebr 10,5). Esta primera oración
"comprende ya su total, definitiva e irrevocable respuesta al llamamiento del Padre. Porque Él es, desde el primer día de su existencia, un
comprenhensor en el cielo, en el seno del Padre (Jn 1,18).
    Cada oración de Jesús proviene, por tanto, "de su inmediata proximidad a Dios, de su singular conciencia de Hijo, la cual le permite,
aun en los momentos más difíciles de su vida, exclamar con toda espontaneidad: "Abba, Padre mío querido" (Mc 14,16; Lc 23,46). Y
entregarse a Él incondicionalmente. Pero es también, viator: peregrino en camino hacia Jerusalén (Lc 9, 51), hacia el Padre, para sellar con
su muerte su total entrega a la voluntd de salvación del Padre.
17. Card. Ratzinger, Carta de los Obispos católicos sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, L'Osservatore Romano, 24 dic.
1989, n. 13.
Tiene que ser y lo es, el oyente por excelencia de la Palabra del Padre que se le dirige de una manera única: Jn 5, 30; 5, 19; 17, 8).
   En Jesús, al crecer su experiencia de la vida, crece también su conocimiento experimental de la palabra de salvación: cómo lo alcanza,
lo pone a prueba, lo convence de su impotencia como hombre. Por eso toda nueva respuesta de Jesús lleva en sí este crecimiento. No es
una simple repetición, sino creciente esclarecimiento y entrega voluntaria, que resulta de la acción digna, del Espíritu Santo en él (Hebr
5,7-9; 2,18). La entrega final de Jesús (Lc 23,46) "es el último fruto de su sacrificio total, la respuesta universal al ofrecimiento de salvación
hecho por el Padre a la humanidad pecadora. El Padre acepta esta respuesta; ésta vuelve ahora junto a él. Lo que había dicho en el
Bautismo de Jesús (Lc 3,21 s.; Mt 17,5), comienza a hacerse realidad en lo que Jesús había afirmado Jn 1,51). "La apertura del cielo es el
fruto de la oración de Jesús".
   Sobre este fondo se comprenden y alcanzan su sentido las diversas formas de oración de Jesús: petición, alabanza, acción de
gracias,... Todas ellas están contenidas y dimanan de su amorosa obediencia de Hijo: La respuesta fundamental de Jesús a su ser
esencial de Hijo del Padre celestial, a su misión que le fue encomendada por el mismo Padre. Son el desarrollo y coronamiento.
   Jesús oró siempre como nueva Cabera de la humanidad a la que venía a rescatar y en la que estaba inserto por su Humanidad. Su
oración tenía, necesariamente, carácter intercesor y esa intercesión, por ser de quien representa a la humanidad e intercede ante el Padre
en calidad de Hijo unigénito, a quien se le ha dado la misión de reconciliar, no podía menos de ser escuchada (Lc 22,32; 23,34; Jn c.17; Lc
10, 21; Jn 11, 41; 12,28; Hebr 4,4-5, 10).IS
18. Cfr. Conceptos fundamentales del cristianismo, II, 192-196, F. Wulf, "Oración", Edic. Cristiandad, 1979; Cfr.J. Guillet et D, Mollat,
Apprendre a prier, Paris, 1977.
     El ultimo por qué orar es la persona misma de Jesús. La respuesta más convincente es que Jesús oraba. No tenía necesidad de orar,
pero el Evangelio nos dice que oraba y por largo tiempo. Si hemos conocido a Jesús, quién es verdaderamente para nosotros, no
podremos menos de orar.21"22'23"24
23. Hubiera sido sumamente provechoso poder insertar citas del extraordinario libro del de la Potterie, "La Preghiera di Gessú". Pero no ha
sido posible dada la riqueza y, por tanto, la extensión que hubiera exigido.
Baste citar los capítulos (algunos) de dicha obra que dedica más expresamente a la oración de Jesús:
- El cuadro externo (de la oración de Jesús). Los sitios en los que Jesús oraba. Los momentos en los que Jesús oraba.
La actitud externa de Jesús en la oración. El secreto de la oración de Jesús. Jesús, Hijo de Dios, ¿podía verdaderamente orar?
La oración de jesús y su conciencia mesiánica. Aquí presenta el autor la oración de Jesús en el Bautismo, en la elección de los apóstoles,
en la multiplicación de los panes, en la confesión mesiánica de Pedro, en la Transfiguración, en la última Cena, en la Cruz.
Se detiene especialmente en la oración de Jesús, en su oración filial como Unigénito del Padre.
Libro, como indicamos, escrito con rigor teológico y, a la vez, con amor y asequibilidad, que desearíamos ver traducido al español y leído
detenidamente por cuantos aman y desean progresar en la oración.
Ignace de la Potterie, S. J., La Preghiere di Gesú, Ediaioni ADP, Roma, 1992. La oración de Jesús, podemos afirmar, es un misterio de
silencio interior, en el que expresa su íntima unión con el Padre que le ama al que ama él infinitamente. Es una unión perfecta con EL Pero,
siendo éste el núcleo más profundo de su oración, ésta también expresa su plena sumisión a la voluntad paterna. Jesús, en su inmensa
generosidad, lleva a su oración cuanto atañe a sus hermanos los hombres y los presenta, con indecible ternura a la providencia amorosa y
a la misericordia inagotable de Dios, su Padre celestial. Nada escapa a su oración: la comunión íntima, la obediencia filial, la consulta sobre
sus ministerios, las necesidades de él y ele los hombres, la petición para sí y en favor de los demás. Hay, pues, en ella algo inaccesible
para nosotros y algo que los evangelios nos han dejado un poco más al descubierto.
Por eso, siempre y en cualquier circunstancia, será el supremo maestro de oración hacia el cual deben mirar constantemente nuestros ojos
y nuestro corazón.
Cfr. I. de la Potterie, o. c., lOss.
24. Respecto del tiempo del ritmo de la oración de Jesús, los sinópticos -en particular San Lucas- nos hacen observar la estrecha relación
de ella con los momentos decisivos de su misión mesiánica. Jesús no ha retomado simplemente una tradición religiosa; ha orado, sobre
todo, en los momentos y en los acontecimientos importantes y determinantes para la venida del reino de Dios. Esto acontecía,
especialmente, después de los grandes milagros.
1. M. Flick, Z. Alszeghy, Antropología teológica, Edic.: "Hombre", Sigúeme, Salamanca, 1970,44ss.; Cfr. G. Barbaglio, en: Nuevo
Diccionario de Teología bíblica, Edic. Paulinas, Madrid, 1990, 761-784 pir. P. Rossano, G. Ravasi, A. G irlanda).
2. M. Zerwick, Carta a los Efesios, Edit. Herder, Barcelona, 1967,17ss.
3.G. S. 19.
(Más adelante, se aportarán textos fundamentales del Evangelio).
      Desde luego, cuanto se diga tiene la finalidad primordial de facilitar a los oyentes la oración personal. Mientras la persona no se decida
seriamente a orar; no aprenderá por más instrucciones que oiga y por más libros que lea. La oración es una experiencia y como tal necesita
ser vivida. Uno de los grandes peligros de hoy está en atiborrarse de conocimientos teóricos, sobre la oración y quedarse ahí, sin
determinarse a orar.
      Tengamos muy presente este principio, repetido insistentemente por todos los maestros de la vida espiritual: la oración no se compra
como una mercancía, ni se transmite como un saber, sino que se da testimonio de ella; se expone su vivencia y se confía en la acción del
Espíritu, el gran maestro de vida espiritual y de oración, cooperando, con su misma gracia, a su acción interior. San Juan Clímaco, del siglo
VI, cuyo gran influjo aún hoy se deja sentir en la oración, coincide plenamente y lo expresa con suma claridad: "No se aprende a ver porque
la visión es efecto de la naturaleza. Tampoco se puede aprender la belleza de la oración por la enseñanza de otro. La oración tiene su
propio maestro, que es Dios".4
      Está plenamente justificado el hablar sobre la oración. Ciertamente, ésta no es una teoría, sino una praxis religiosa. £íSi bien de la
oración se puede hacer una teoría, ella misma no lo es, sino que es vida desplegada".5 Hablar sobre la oración, cuando se hace a la luz de
la esperanza de la Iglesia, de la gran tradición católica de oriente y de occidente, de las doctrinas de los grandes maestros de la
espiritualidad, antiguos y modernos, es provechoso y puede ser muy útil aun respecto de la misma oración.
       Ciertamente ninguno llegará a ser persona de oración sino se decide a orar bajo la guía del Espíritu. Pero esto supone una ascesis no
pocas veces ardua y dolorosa: vencer las dificultades que nos vienen de dentro y de fuera de nosotros mismos; comenzar a dar los
primeros pasos y proseguir, a veces, contra todo deseo de continuar la experiencia; ponerse bajo la dirección o consultar a una persona
espiritual y de experiencia en los caminos del Señor... Hablar sobre la oración tiende a suscitar en el alma el deseo de orar, elimina
prejuicios, rectifica conceptos equivocados, erróneos; aclara y fortalece ideas rectas; facilita la misma oración, enriquece con nuevos
modos...; y algo capital, en este campo, le da su justo y merecido valor en la vida cristiana espiritual, tan puesto en tela de juicio en
nuestros días.
     Cuanto aporta luz verdadera, luminosa a un problema capital para quien desea realizar en su vida el evangelio de Jesús, presta un
inapreciable servicio al hombre que anda a tientas buscando el verdadero sentido de su identidad cristiana: la oración, al ponemos en
comunicación con Dios, fuente insustituible de la realidad más íntima del hombre, le descubre el hombre a sí mismo. Como la oración, por
su mismo ser íntimo, se ordena, en definitiva, a vivir la misma vida de Dios, lo coloca en una posición privilegiada para vivir su propia
identidad, cuyo conocimiento le ha descubierto.
     "He tenido cada vez más concreta la experiencia de que la oración se aprende, pero no se enseña. Es decir, tenemos que aprender,
hay un camino de oración, pero nadie puede enseñarla teóricamente a otro. Podemos dar indicaciones, reflexiones teológicas, pero la
oración es algo tan personal que no se puede entrar en la de otro".6
6. Cfr. C. Míirtini, El Evangelio eclesial de San Mateo, Edic. Paulinas, Bogotá, 1984, 123; Cfr. A. Louf, El Espíritu ora en nosotros, Edic.
Narcea, Madrid, 1979.
   Eso, precisamente, es lo que intentamos: dar indicaciones, proponer modos diversos de comunicamos con Dios y animar a las personas
a que los ejerciten para ir encontrando sus propios caminos, bajo la guía del Espíritu y también con la ayuda de una persona de experiencia
y de conocimiento de los caminos del Señor. Señalamos líneas que, después, cada persona vivirá como el Espíritu Santo le enseñe.
2. La exigencia de la oración por la inhabitación de la Trinidad en nosotros: La respuesta de una comunión o trato íntimo con la
Trinidad:
   A. Persuasiones y experiencias fundamentales
   La persuasión y experiencia de la inhabitación de la Trinidad en nosotros.
   Ya hemos tocado este punto con detención. Lo más importante es asimilar, interiorizar en nosotros esta profunda y misteriosa realidad
de fe.
   No está en nuestras manos hacerlo como podemos realizar otras cosas humanas. Pero sí podemos y debemos cooperar con la gracia
de Dios. El nos la ofrece y bajo su poder, podemos suscitar la fe, intensificarla, al margen de nuestros sentimientos.
   "Como si viera al invisible" (Hebr 11,27), nos dice San Pablo de la Fe de Moisés a quien Dios llamó para liberar a su pueblo.
   Esta es la actitud ante la inmensa realidad de haber sido hechos habitación viviente del Dios uno y trino. Pedirle al Señor que nos haga
caer en la cuenta, creer firmemente, tener una persuasión inquebrantable de esta divina realidad que llevamos en nosotros como un tesoro
precioso: Vivimos en el amor clel Padre en Jesucristo por el Espíritu Santo. Y el caer en la cuenta, estar persuadidos desde lo más profundo
de nuestro ser, es la obra de la iluminación del Espíritu Santo y de su acción que profundiza en nosotros el conocimiento de la Trinidad. Y
junto a esto, pedir humildemente tener la experiencia viva de esta habitación, del estar en nosotros, de vivir en su amor.
    No principalmente para saborear este gusto sobrenatural que se realiza en y a través de nuestra psicología; aspiración laudable y
legítima: Es, sobre todo, para captar este ser penetrados íntimamente y devolver, en nuestra pequeñez, tanta gracia por la fe, la
esperanza y la caridad.
    "Si la presencia de la Santísima Trinidad está viviente y operante dentro de todos nosotros, ¿Cómo es posible que no seamos
conscientes de esta realidad?".'
    La comparación empleada por el mismo Santo, San Simeón, el Nuevo Teólogo, es de una realidad sumamente expresiva: la de la
mujer que gesta en su vientre una nueva vida: Ella amorosamente vive la experiencia de ser portadora de un nuevo ser. No necesita que
nadie, desde fuera, venga a decirle lo que hay en ella. Es consciente, tiene la íntima y saboreada experiencia de ser la habitación de un
ser que vive, se mueve, crece dentro de ella.
    "Si el cristiano posee esta divina luz (la luz de la Trinidad), ¿cómo es posible que no sea consciente de ella y de sus efectos en el
diario vivir?".8
    B. La persuasión y experiencia de la presencia operante de la Trinidad en nosotros
Dios (la Trinidad) nos "invade" con toda su realidad divina. Somos, en expresión de San Ireneo, receptáculos vacíos, vasijas para ser
llenadas por Dios. "Dios primeramente nos crea libremente; después busca comunicarse a Sí mismo a nosotros como seres inteligentes,
capaces de oír su voz. Y todo esto en orden a participarnos su verdadera vida trinitaria en nosotros". 9 No hay partícula en mí que no esté
invadida por la Trinidad, por su vida. Es una verdad que sobrepasa la más poderosa imaginación.
7. San Simeón el nuevo teólogo, En: Journey into Contemplaron, g. A. Maíoney, 11.
8.San Simeón, o. c., 11.
   Pero la Trinidad, en las expresiones de los Santos Padres y de los grandes místicos, tiene su habitación secreta en lo más íntimo de
nosotros. Allí donde está la raíz de nuestro ser profundo: en el espíritu del hombre, parte superior del alma informada y vivificada por el
Espíritu Santo.10
   En ese santuario, que es lo más profundo de nuestra realidad creada, está la Trinidad formando lo más íntimo del justo. Así se hace
verdadera la expresión de San Agustín de que lo más íntimo de él no es el mismo hombre, sino Dios que habita en lo más hondo de su ser:
"intimior íntimo meo".
   Y ahí, precisamente, es donde la Trinidad está en una infinita actividad:
   Ahí está realizando en una actividad siempre presente, siempre infinita, el misterio del engendrar el Padre al Hijo eternamente", del Hijo
recibiendo su ser y respondiendo al Padre con un amor infinitamente puro, total, siempre vivo, activo y pleno. En lo íntimo del hombre el
Padre y el Hijo viven el éxtasis de su amor mutuo del Padre al Hijo, de éste al Padre y dan origen al Espíritu Santo, manifestación eterna del
amor infinito de ambos.11
   El hombre es el lugar privilegiado de este misterio profundo, de una presencia trinitaria que actúa en infinita actividad, y tiene otra
dimensión hacia afuera que nace, incoerciblemente, de la actividad hacia dentro:
   ―Si Dios es amor por esencia, entonces El está siempre buscando participar, por su naturaleza, su presencia. En la religión cristiana
Dios se hace hombre para los otros por la comunicación de sí a través de su Espíritu de amor. Dios crea el mundo como un signo de su
ardiente deseo de darnos a Sí mismo (...)-12
   Por eso, la segunda gran realidad de la actividad divina en nosotros de la habitación de la Trinidad es su presencia que me ama
infinitamente y en mí a todas las cosas; pero con un amor privilegiado y único.
   Aún más: esta presencia íntima de la Trinidad actuante, su amor en constante actividad hacia mí, se expresa en la realidad de cada una
de las personas.
   El Padre nos ama pero no de cualquier modo: no como a personas aisladas; sino como a hijos queridos cada uno de los cuales tiene un
nombre y apellido ante El, una personalidad propia, intransferible. Ya sería suficiente esto: Vernos y sentirnos amados del Padre
concretamente, de una manera tan real que puedo decir con todo derecho: soy único para el Padre. La frase de San Pablo respecto del
amor de Cristo para él, puede ser aplicada, debe serlo, respecto del amor del Padre (Gal 2, 20). El Padre nos ama en su Hijo Jesucristo (Ef
1,3ss.). Si somos hijos no de cualquier modo, sino en el Hijo por excelencia, Jesús; si participamos de su filiación teniendo la vida misma
del Padre, también participamos del amor del mismo hacia su Hijo. El amor que el Padre nos tiene pasa por Jesucristo. No es un amor
diverso. Es el mismo, pero participado: es la superabundancia del amor infinito del Padre hacia su Hijo que lleva a nosotros y se nos da en
la medida de nuestra capacidad de creaturas. En el amor con que el Padre nos ama recibimos también el amor de Jesús. El es el primero
que lo recibe. Como Dios, desde siempre; como Hombre desde el momento de su Encarnación.
   El amor del Padre y del Hijo son un único amor, pero con dos aspectos que lo hacen hablando a nuestro modo, más rico y
complementario: El del Padre es el amor que crea, que es el origen, la fuente. El amor del Hijo es la respuesta. Ambos y el amor del Espíritu
Santo responde a la realidad de las tres divinas Personas en las que se da el misterioso modo "de ser" dentro de Dios: el amor del Padre,
el amor del Hijo, el amor del Espíritu Santo.
    Aún más: el amor del Padre y del Hijo hacia nosotros se nos da, expresándonos torpe y deficientemente en nuestro lenguaje, en su
plenitud, en la persona del Espíritu Santo; aunque nosotros lo recibamos limitadamente. El Padre y el Hijo nos aman, nos dan la plenitud de
su amor en el Espíritu que en la Trinidad es el amor personificado del Padre y del Elijo (Jn 15, 26; 14, 17; 26; 16, 14). A través del Espíritu
que se nos ha dado, el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rom 5,5), podemos "conocer" y experimentar a Dios como una
comunidad de amantes personas.13
    La presencia de la Trinidad en nosotros está en esa infinita actividad no sólo de la transformación radical de nosotros mismos en El,
sino en la donación de su amor en cada momento, en cada circunstancia de nuestra vida, en cada respirar, en cada gota de tiempo que
pasa.
    Aquí sí tenemos que hacer un acto de fe en la revelación de Dios y no caer en la gran tentación de juzgarla demasiado bella para ser
verdad. Esta entrada dentro de la verdadera naturaleza de Dios (y de su relación de amor hacia nosotros) es imposible captarla si no es por
la revelación divina que nos la descubre. Hay un misterio en el sentido más verdadero, más alto, más hermoso de la palabra. 14
15. Cfr. F-X. Durrwell, L'Esprit du Pere et du Fils, Mediaspaui, Montreal, 1989.
    Reposar, si la guía del Espíritu nos mueve a ello, en la persuasión profunda de ser habitación de la Trinidad, de cada una de las
personas; vivir, si se nos da, la experiencia del amor infinito de cada una de ellas actuantes en nosotros, en perpetua actividad amorosa
hacia mí y en todo, especialmente hacia los demás.
    Esto, si es movido por el Espíritu, se irradiará en una actitud de servicio por amor a cuantos el Señor ponga en nuestro camino,
especialmente a quienes están más unidos a nosotros.16
    La comunicación íntima y la santidad
    (Como en el apartado anterior, sólo hacemos breves indicaciones).
    La Trinidad actúa conformándonos, cada persona, de acuerdo con su realidad "personal":
    • El Padre nos va dando el sentido de "filiación" y suscitando en nosotros el deseo de corresponder con un trato íntimo, con la
realización de su voluntad por la obediencia amorosa; nos infunde la confianza en su amor compasivo, en su providencia...
    • El Hijo, Jesucristo, nos da a conocer al Padre, nos infunde su gracia para que realicemos la voluntad del Padre a su imitación; nos
infunde el deseo de santificarnos, con la santidad del Padre, mirando su vida (Mt 5,48); de irradiar el amor al Padre hacia sus hijos los
hombres, etc.
    • El Espíritu Santo nos enseña a comunicarnos en profunda intimidad de amor con el Padre a ejemplo de Jesucristo; nos facilita y
asume nuestra oración; nos conforma a imagen de Jesús, por el conocimiento, el amor, la vida según EL
    Es una oportunidad especial que toda la Trinidad aprovecha para transformarnos en la "vida" así como nos ha transformado en el
"ser".17
16. Cfr. las obras citadas más arriba de G. A. Maloney.
17. Cfr. Th. E. Dobson, How to pray for Spirituaí Growth, Paulist Press,N.Y., 1982,5-7.
3. La exigencia de la oración por la "inhabitación" de la Trinidad en el alma del justo de cada una de las personas:
    A. La exigencia de realizar nuestra mas íntima y esencial "identidad": Hijos de Dios:
    Estamos fundamentalmente orientados hacia el "Tú" divino en virtud de nuestra filiación y ésta se expresa en la comunicación con
nuestro Padre.
    Dios, en su Paternidad (Rom 8,15-17; Gal 4,4-7), nos busca anhelante para comunicarse con nosotros.
    Nosotros, en virtud de nuestra filiación estamos orientados hacia la comunicación íntima con el Padre que nos admite y quiere, en un
diálogo de Padre a hijo.
    La filiación humana deja su huella en el hijo y lo orienta hacia su padre. Nada hay tan natural, espontáneo y fuerte como esta
inclinación.
    La verdadera grandeza del hombre es que el "tú" divino al que nos orientamos y con el que deseamos entrar en contacto, es Dios
nuestro Padre. No es un ser ajeno a nosotros, infinitamente distante; es Dios en su inefable realidad, cuya vida participamos, en el aspecto
más profundo; su mismo ser personal: Dios como Padre.
    Por eso nuestra tendencia es vivirlo más intrínseco a nosotros, por la oración.
    No orar, por tanto, es dejar inalcan^cida nuestra identidad de hijos de Dios.
    Es, en cierto modo, violentar nuestro mismo ser de Hijos de Dios.18
Y esta vida que refiere a toda persona y a toda la persona, la realiza en su oración aparte, en sus comunicaciones personales y en su
unión con el Padre. Jesús es el gran orante y el gran maestro de oración.
    Si nosotros oramos es porque amamos, porque tenemos sed de Dios, aunque no la percibamos claramente. Queremos, en el fondo de
nuestro ser, acercarnos a realizar, aunque sea en miniatura, lo que Jesús realizó en plenitud.
    No se trata de cumplir una obligación, sino de colmar una necesidad: la de amar. El Salmo 42 nos expresa poética y perentoriamente
este deseo.
    Oramos porque amamos y queremos amar más. Si tenemos prejuicios contra la oración, si la dejamos con pretextos fútiles,
engañándonos a nosotros mismos, tendremos que poner en duda la calidad de nuestro amor.
    Podemos orar pidiendo, examinándonos, alabando... pero todo esto en el amor.
    Si no vamos a la oración a encontrarnos con Dios, permanecemos con nosotros mismos, con nuestras necesidades, problemas.
Siempre tendremos que volver una y otra vez a Jesús para orientarnos en nuestra oración: El ora porque tiene una necesidad filial de
expresarle el amor que siente por el Padre y recibir el amor que El, a su vez, le prodiga.
Y esto sucederá más de una vez en la más dura de las desolaciones: Getsemaní, la Cruz...
    Esta comunicación con el Padre, no le impedirá, al contrario: le empujará a realizar la misión que le ha encomendado. Es el núcleo de
su vida permanecer y realizar su voluntad.
    b) Oramos porque deseamos permanecer en unión con Dios: También aquí nos sale al encuentro el ejemplo de Cristo: El vive, fuera de
los tiempos fuertes de su oración, en unión con el Padre de una manera incomprensible para nosotros.
    Aquí es donde encontramos las mayores dificultades para vivir en atención a Dios. Para vivir a fondo el amor, el deseo de
comunicarnos con El, no basta tener nuestro tiempo fijado de oración, ¿Se trata de estar pensando en El continuamente? Ni es posible ni
es recomendable. Esta unión constante con Dios, expresión de nuestro deseo de amarle y de crecer en el amor, es la unión de voluntad. Es
decir, hacer lo que El espera de nosotros.
    Lo que la vida, la gran intermediaria, aguarda: aderezar la comida, estudiar, llevar las cuentas, ejercer la profesión o el trabajo... con el
fondo de nuestro ser impregnado de amor. Esto es permanecer en unión con El, pero no es propiamente orar. Esto se realiza cuanto
tenemos el encuentro de ser a ser, de corazón a corazón- será unos minutos, media, una hora. Y esto es lo que nos va a permitir mantener
lo más posible nuestra unión de voluntad. Por poco tiempo que sea, le permitimos a Dios ir modelando nuestro corazón de hijos que
permanecerá fiel en nuestras acciones y relaciones.
    Cuando oramos pidiendo, hay un deseo implícito de Dios: te amo y te quiero amar más.
    La oración formal nos ayuda a reconocer a Dios como nuestro Dios, a ser impregnados de El, de sus deseos, de sus sentimientos, de
su amor. Es como tocarle a semejanza de la mujer que parecía flujo de sangre y que se atrevió a tocar el ruedo de su manto (Le 8, 44). Nos
acercamos a Dios porque le amamos y queremos estar en atención amorosa con El después, en medio de nuestros quehaceres.
    San Juan de la Cruz lo expresa con su modo singular densamente: "Que el espiritual aprenda a mantenerse en una mirada amorosa en
Dios, y la paz divina se le infundirá en el alma, con admirables conocimientos de Dios, todo impregnados de amor"?
2. La exigencia de la oración para "santificarnos": para transformarnos en Cristo ("cristificarnos"), para realizar la voluntad
     de Dios:
     A. Ley capital de la santidad
     Es seguir en todo la voluntad de Dios: en el obrar y sufrir: Ciertamente es capital conocer la voluntad de Dios para santificarnos, para
realizar nuestra vida cristiana. Pero también lo es que, para hallarla, necesitamos orar. Lo necesita el cristiano y aquel que le ayuda, sea
superior o director espiritual... conocer la voluntad de Dios no podemos hacerlo mágicamente. Es preciso usar adecuadamente de nuestras
facultades, discernir las voces diversas que podemos oír en nuestro interior. En la oración es donde escuchamos a Dios y descubrimos su
voluntad sobre nosotros en circunstancias específicas.
     Este lazo de unión entre la oración y la acción ha sido siempre reconocido por los grandes maestros de la vida espiritual y la tradición
de la Iglesia como discernimiento. Este, en su modalidad de movimientos interiores, es el arte de interpretar la palabra de Dios que se nos
dice en la oración, de otras que pueden parecérsele, pero que realmente no lo son.
6, La unanimidad de los santos y autores espirituales es tal que nos exime de citar, en abundancia, nombres concretos.
La misma oración humilde nos trae la ayuda del Espíritu para acertar en la distinción de palabras y palabras, de voluntades auténticas y
falseadas. La oración en este sentido es capital, totalmente necesaria, si no queremos caer en equivocaciones y desviaciones lamentables.
     Intentar seguir las palabras, los deseos de Dios, requiere tener experiencia de Dios y esta va unida estrechamente a la oración. En esto
consiste la práctica, la perfección. ¿No está en la caridad?, pero la caridad se muestra precisamente, en cumplir la voluntad de Dios (Jn 14,
15). La unión con Dios por la caridad y la perfección está en la conformidad de nuestra voluntad con la de Dios.4
     El ejercicio de las virtudes teologales; la santidad y la oración. Tan importante en la vida cristiana es la oración que, sin ella, no hay
posibilidad de santificarse. No tratamos, en concreto de la sola oración llamada "formal": la oración que, como individuos, hacemos. Es una
de las formas de oración de la que dependen otras, si realmente se las quiere llamar auténticas. Sea oración privada, sea comunitaria,
oración de vida, u oración vocal o recitativa, la afirmación es válida. Conserva toda su fuerza. Pero se debe notar, ya desde ahora, que
cualquier oración o arranca de la oración formal o va conduciendo a ella. Esa es la pedagogía del Espíritu que ora en nosotros y con
nosotros: llevarnos a la comunicación personal con Dios, de persona a persona (Rom 8, 15-16; 26-27; Gal 4,6).
     El ejercicio de las virtudes teologales se realiza, no exclusiva, sí principalmente en la oración. En ella estamos constantemente
ejercitando la fe, la esperanza, la caridad. La oración es un diálogo con Dios y ese diálogo se entabla y se prosigue a través de las virtudes
que se refieren directamente a Dios, por eso precisamente, se las llama teologales, porque tienen a Dios como objeto inmediato.
     Por la fe, creemos en Dios, en las maravillas que ha creado, nos adherimos a su Persona y a su Palabra; a su revelación y a sus
preceptos; nos fiamos de él y, en la le viva, tratamos de realizar sus mandamientos. Por la esperanza, tan ligada a la fe que caminan unidas
casi siempre, esperamos la realización de sus promesas y colaboramos a que se hagan una realidad. El se hace garantía de su
cumplimiento y nosotros creemos, esperamos, colaboramos, intercambiamos el amor: lo amamos y nos dejamos amar por él; es un amor
que se expresa en la palabra, en los signos, en las obras de amor por el Señor. Y al contrario. "Cuando se deja de orar, la vida, que no se
ve, pierde sentido. Habiendo eliminado el propio organismo cultural esta dimensión, evidentemente ella gradualmente pierde significado,
color, intensidad, vibración; no es sino una realidad genérica, una realidad que se acepta superficialmente, pero que no forma parte de la
vida".8
La oración es un diálogo entre Dios y nosotros que, fundamentalmente, consiste en el ejercicio de las virtudes teologales. Si la santidad
está, precisamente en eso: practicar y crecer en ella y la oración es el medio, el vehículo, se entiende la insistencia con que la Biblia y la
Iglesia exhorta continuamente a la oración. Si llegamos a persuadirnos de esto, progresivamente iremos haciendo de la oración la realidad
más común de nuestra existencia. La oración es, en su esencia, una apertura a Dios y ésta se puede sintetizar en el ejercicio de las virtudes
teologales. Este contacto con Dios en Cristo por la fe, la esperanza y la caridad no pueden menos de ir haciendo al hombre cada vez más
semejante a jesús, que buscaba en todo hacer la voluntad del Padre celestial (Jn 8,29). Es una asimilación interior de Cristo que lleva a
reproducir en nosotros su vida de hijos a su ejemplo por la fuerza del Espíritu (Rom 8, 29).9
8. Card. C. Martini, Itinerario espiritual del cris daño, Edic. Paulinas, Bogotá, 1984,124.
9.   D. Grasso, Vivere, nello Spírito, Editioni Píiuline, Roma, 1980,170-173.
10. E. Hernández, Guiones para un cursillo práctico de dirección espiritual, Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, 1954, passim.
11. G. Cusson, Experiencia personal del misterio de salvación, Edit. Apostolado déla Oración, Madrid, 1973, 74.
    B. Disposición fundamental para la santidad
    La "indiferencia", es igual a "el amor decidido al fin supremo sobre todo, contra todo, a costa de todo". 10
    Es "amar" más a Dios: darle la preferencia sobre todo; verlo todo en relación con Dios y su voluntad; es una "opción del hombre para
Dios en todo, por encima de los gustos y resistencias sensibles de la naturaleza". 11
    C. Un posible error
    Al tocar este tema de la oración, medio necesario para nuestra santificación, es preciso tener muy en cuenta la pedagogía ordinaria de
Dios. Fácilmente nos ilusionamos con el pensamiento de que, decididos a seguir fielmente a Cristo, se trata de algo que sucede
rápidamente y sin mayores sobresaltos. Que, habiendo respondido a la gracia de la conversión dada por Dios, todo se acelera y nos vemos
perfectos casi de la noche a la mañana. Ciertamente, y hay conversiones fulgurantes en las que el Señor despliega su poder de un modo
extraordinario. Uno de los casos más perceptibles es el de San Pablo, alcanzado inusitada y fuertemente por Cristo en el camino a
Damasco. (Hech 9,1-8). Pero aun este caso singular- tiene un proceso de solidificación que el mismo Pablo se encarga de dárnoslo a
conocer: (Gal 1, 16-20; Hech 22, 9-16). También estas actuaciones extraordinarias de la gracia, hay que vigilarlas discretamente en su
respuesta continuada de la persona. Es decir, también estas conversaciones se hallan sujetas a un proceso de maduración y
fortalecimiento.
De nuevo San Pablo nos dice que permaneció durante un largo retiro de tres años en el desierto de Arabia, aprendiendo del Señor y
fortaleciendo su fe en la oración y la práctica de las virtudes. Su transformación en Cristo le tomó su tiempo, su esfuerzo y una acción
perseverante de la gracia para llegar a ser cada vez más profundamente atraído y "alcanzado" por Jesucristo (Fil 3, 12).
   La pedagogía, ordinaria del Señor es, prevalente y comúnmente lenta. La formación de los mismos apóstoles es un ejemplo manifiesto
de ello. Y la historia de la Iglesia está llena de testimonios que avalan esta doctrina. Pensar que he de salir de la oración, aunque sea
contemplativa, transformado profundamente, de una vez, es exponerse a una gran desilusión. Creemos, ciertamente en su poder de
cambiarnos, por la acción del Espíritu Santo, en Cristo y nos abrimos en gozo a esa acción. Pero somos conscientes de que, no obstante
el poder de la gracia, necesita tiempo para ir penetrando en nosotros más y más profundamente.
   A esto hay que añadirla realidad de nuestro consciente o inconsciente renuente a dejarnos penetrar por el Señor. Por eso, El, en su
amor, se ve obligado, porque nos ama y quiere asimilarnos a El, llevarnos a una intimidad mayor con Él, a hacer que nuestra irradiación de
él hacia los demás sea más poderosa, a purificarnos interiormente. Este, frecuentemente, es el sentido oculto de muchas purificaciones
que se dan en nosotros y que van envueltas en el dolor. Parten del inmenso amor de Jesús, de su gran deseo de hacernos íntimos suyos,
de disponernos a una eficacia mayor en nuestro trabajo en el Reino. Y todo esto puede, de hecho suceder también en la oración.
   Este proceso de las "lentas maduraciones del Espíritu" nos avisa que no podemos exigir ni poner en circunstancias especiales de
tentaciones, trabajos..., a personas sinceramente convertidas pero en las que ésta no ha tenido aún tiempo de madurar y confirmarse. En
el camino de la santidad, más que en algún otro, es peligroso "quemar etapas". Ciertamente que Dios puede ir más a prisa con unos que
con otros, pero esto, ordinariamente depende de su plan concreto de salvación y de nuestra correspondencia. Admitir esta realidad de la
"lentitud", al menos relativa, no es dar lugar a la pereza, a la holgazanería, al dejar que las cosas vayan amparadas en esta doctrina. Al
contrario.12
    D. La orientación primaria de nuestra actividad en orden a hi santidad
    El dominio de nuestras aficiones desordenadas o impedimentos para la santidad: la "conversión" constante y profundizada
    Cuanto hemos dicho se concreta en el fin inmediato y en el método:
    Fin inmediato: "ha de ser el dominio creciente de sí mismo" (con la gracia de Dios) para estar cada vez más pronto y firme en la
diferencia y ser más entera y fácilmente en todo momento, fiel a la ley capital de la voluntad de Dios.13
    "Dominio de sí mismo": Aquí tiene el sentido de poseer el señorío de nuestras sentencias y pasiones (desordenadas) para quitar de la
voluntad deliberada todo obstáculo ("afición desordenada") al cumplimiento de la voluntad de Dios.
    "Desordenado": es lo que en todo o en parte, no se funda en la base sólida de razón, conciencia y fe; sino que en el objeto a que tiende,
12. G. Odasso, en "Santidad", Nuevo Diccionario de Teología bíblica, Edic. Paulinas, Madrid, 1990,1780-1788. Artículo profundamente
inspirador, en el que se toca el tema, aunque en la gran variedad de ideas que aporta el autor. Sobre todo, cfr. Th. Green, Opening to God,
Ave. Maria Press, Notre Dame, Indiana, 1987,52. 13. E. Hernández, o. c., 12.
o en el motivo (por que tiende), o en el modo y medios (que emplea), o en la intensidad- del tender, se aparta de tales bases, v. gr., no por
el honor y gloria de Dios, ni por la salud espiritual de las almas, más por su propio provecho e interés temporal; o por Dios, pero con
desasosiego y precipitación".14
   "El orden pide que la cosa a que tiende sea o Dios o querida por Dios y subordinada a Dios; el motivo de tender a la cosa, sea o Dios y
expresamente o implícita e indirectamente, de suerte que se resuelva en Dios; el modo sea según Dios, es decir, que los medios
intensidad, sa^ón y curación sean como le agrada a Dios y a falta de otra manifestación de su agrado, sean natural y sobrenaturalmente
proporcionados a la jerarquía del fin de su urgencia.
   'Aficiones desordenadas" son, por tanto, las tendencias advertidas y consentidas que no buscan así la voluntad de Dios, sino otros
fines, otras cosas, otros motivos, otros modos.
   Cuando falta la advertencia y el consentimiento voluntario puede haber tendencia, propensión, inclinación desordenada, pero no afición
propiamente dicha".15
"Necesidad de dominarlas (hay grados en este dominio): Porque son un obstáculo para realizar la voluntad de Dios. Hacen peligros a la
estabilidad y fortalecimiento en la virtud. Recordemos: una cosa es sentir la presión de las "afecciones desordenadas" y otra consentir en
ellas.
   E. La oración, medio básico de progreso espiritual Necesidad:
   Sin oración, no hay nada en la vida espiritual; con la oración, lo habrá todo: porque, aunque la oración no es todo, pero con ella se
tendrá y se hará todo lo demás.16
14. E. Hernández, o. c., 12.
15. E. Hernández, o. c,. 12.
16. Cfr. G. Odasso, artículo citado más arriba.
    A la oración están ligadas las gracias de la salvación (y de la santificación) "Aprende a vivir rectamente quien conoce el modo de orar
rectamente" (San Agustín).
    La oración hunde sus raíces en nuestra impotencia e indigencia de creaturas y en nuestra condición de hijos de Dios en Cristo por el
Espíritu Santo: el diálogo amoroso de la Trinidad, Dios lo quiere continuar en nosotros en gran intimidad.
    La oración es una necesidad vital del alma, como es vital para el cuerpo la necesidad de respirar.
    La experiencia y ejemplo de los santos, de las almas profundamente espirituales es un testimonio formidable, activo, vital de la
necesidad de la oración para llegar a la santidad de Dios en Cristo.
    (Se podrían añadir muchas más consideraciones que se pueden encontrar en los autores de Espiritualidad antiguos y modernos).
    La "transformación en Cristo" por la oración
    "La oración es una apertura a Dios para recibir de él la maravilla de su amor transformante".17
    La oración es una experiencia de Dios que actúa en nosotros por el Espíritu. Su tarea es llevarnos a Jesús:
    "Cristificarnos": irnos cambiando conforme a sus criterios, sentimientos, actuaciones... infundiéndonos el modo de ser de Jesús. Ya
estamos interiormente "cristificados" al participar de su misma vida divina. Lo estamos, en expresión teológica, "ontológicamente". A esto
debe corresponder una "cristificación moral".
    La oración es un lugar privilegiado de la actuación del Señor: todo nuestro ser vuelto a él, se halla expuesto a la acción transformante
de su gracia, la acción de su Espíritu.
    La fuerza de la Palabra de Dios es poderosa y actúa por sí en cuantos la reciben, meditan, contemplan... guiados por el Espíritu (Hebr
4, 12-13).
    La oración es un gran momento de fe y de amor: La fe y el amor, de sí, transforma en Aquel en quien se cree y se ama. "Cuanto más
se ora, más se quiere orar. Cuanto menos se ora, menos ganas de orar. Cuanto más se ora, Dios es "más" Dios en nosotros. Cuanto
menos se ora, Dios acaba por ser un "don Nadie".18
    El quiere comunicarse con el hombre, hacerlo su amigo íntimo para comunicarle sus propios misterios (Jn 15,15), los que se descubren
solamente a aquellos en los que se tiene plena confianza y con los que se ha establecido una relación especial de amor (Jn 15,9).
      Dios quiere hacernos cada vez más semejantes a El y esto acontece en la comunicación de la oración personal, bajo la acción del
Espíritu Santo: "La contemplación, (la oración) de este Dios no consiste en una mutua absorción de la divinidad dentro del hombre y de éste
dentro de la divinidad, como es tan frecuente en el caso de la contemplación griega y oriental. Al contrario, cuanto más plenamente
contempla a Dios la persona humana, al Dios de las Escrituras y cuanto más generosamente responde a su palabra, más auténticamente
llega a ser hijo o hija de Dios, frente a frente con el Padre, en la casa y en la presencia del Padre. La persona no se pierde en la divinidad,
ella se encuentra a sí misma en la comunión interpersonal".19
      Karl Rahner, en sus intuiciones geniales, tiene páginas admirables en su opúsculo "Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy".
Nos permitimos glosar su pensamiento, expresado por él en un lenguaje que sale no sólo de una inteligencia clara, sino de un corazón
ardiente para su Orden, su Fundador, la oración o experiencia inmediata de que trata.
      Aunque no emplee la frase directamente, todas sus primeras páginas están densamente impregnadas de la fuerte llamada de Dios a
19. P. Hinnebusch, Contemplaron is for all, en: Contemplation and the charismatic Renewal, Paulist Press, N. Y. 1986,10-11 (Varios).
comunicarse con los hombres, de modo semejante a como lo hizo con Ignacio. A darle su experiencia inmediata de sí mismo en o íntimo de
EL.
      Es, pudiéramos afirmar, un deseo irrefrenable el que hay en Dios a dialogar, a tener un "tú a tú" intenso, profundo con aquellos que se
abren a su deseo y acogen su llamada. Dios no se reserva para sí; en su sorprendente libertad, todo parte de su iniciativa. Dios quiere en
"cara a cara" con sus hijos, aunque sea distinto al que tendremos en la bienaventuranza. El quiere que el ser humano lo experimente
personalmente. Y esto es lo que sucede en la oración, al menos ocurrirá no pocas veces, si tomamos a Dios en serio y creemos que esto
puede suceder como en Iñigo de Loyola, aunque en un modo e intensidad distintos, sin duda. Allí, en la oración, el hombre se entrega
silenciosamente a Dios y él se le hace perceptible cuando y como quiere, porque es su deseo comunicarse con los hijos de los hombres.
      No nos queda sino atender su llamada, colmar su anhelo, abrimos a su ardiente deseo que es nuestra felicidad. 20
      Podemos terminar diciendo con L. Prohaska en el libro dirigido por él, sumamente orientador: "Oración y vida sacramental" son las dos
formas principales de la "religio viva" (religión viva).
20. K Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy, Sal Terrae, Santander, 1978, 4ss.
IV.      LA ORACIÓN "ASUNTO DE FE" "QUE SE HACE VIVA", OPERANTE POR EL AMOR
      De aquí se deduce que el valor de la oración no depende tanto de la actitud que en ella se adopta artificialmente, sino de la vida del alma
en su realidad: de la ascensión de las virtudes de la huella de la caridad y de una asimilación a Cristo cada vez más estrecha. Esta es la
sólida doctrina que tan clara y llanamente expone Santa Teresa en el "Castillo interior o las Moradas". 3
      Si ponemos así la oración en relación con la caridad y la presentamos como expresión y alimento de la caridad, habremos reducido a la
nada los dos peligros que la amenazan: mirarla como tarea en la que se triunfa a fuerza de técnica o destreza; buscar en ella nuestro propio
desarrollo persiguiendo una experiencia espiritual y no a Dios antes que nada y sobre todo. Estaríamos envueltos en una actitud que
pospone al que es la verdad y el amor.
      El tiempo dedicado, a ser posible, a una hora determinada para la oración, debe ayudar a buscar esa otra calidad interior que es la única
fundamentalmente válida en esta materia. Se trata, pues, de amar; de hacer lo que agrada a Dios. Esto deshace la inanidad del reproche
tan frecuentemente oído en nuestros días, de que la oración desvía de la acción.
      Si la oración es auténtica, es amor; y si es amor, acerca más a Dios; si realmente acerca a Dios, acerca también a sus hijos, a sus
sufrimientos y aspiraciones. El que se acerca a Dios por amor, se preocupará de amar lo que Dios ama; le presentará a sus hermanos y
luego, cuando vuelva a la acción, estará más cerca de ellos y de sus preocupaciones porque habrá crecido en el amor. La oración, por
tanto, no es una sustracción a la acción; es una adición.
2. EE. n. 76.
3. Santa Teresa, Castillo interior o las Moradas.
       B. La oración, por ser misterio de amor, es misterio de comunicación y de participación
       El misterio de Jesucristo, de quien toda oración cristiana, procede, es misterio de comunicación de sí al padre y es misterio de
participadón de sí al hombre. Y lo es, precisamente, porque es misterio de amor. El amor supone la capacidad de compartir y de participar.
Jesús recibe del Padre y da a los hombres. El sabe recibir y dar de lo recibido, Todo, dice, lo he recibido del Padre (Jn 5,19ss.), y lo entrega
con una generosidad ilimitada, hasta a sí mismo (Gal 2,20).
    Esa es su oración que debe configurar siempre la nuestra: oración de comunicación íntima, inefable, continua, de intimidad
insospechada para nosotros; oración de compartir con el mismo Padre lo propio: las penas, las ilusiones, los deseos de cumplir, hasta el
fin, su voluntad y de compartir con nosotros su misterio, sus verdades, sus alegrías... sus esperanzas, sus fracasos; de compartir lo
nuestro como suyo, porque somos realidades, para él, unidas estrechamente a su vida. Nada de lo nuestro le es indiferente porque su
amor al hombre le hace tomar como propio cuanto nos acontece, nos alegra, entristece, nos afecta de cualquier modo. Y eso debe ser
también nuestra oración: misterio de comunicación y de participación: sabemos recibir y sabemos dar (los dos aspectos que se unen en la
experiencia de fe).
    Recibimos de El, a través de su Espíritu, su palabra, su iluminación, su moción interior, su poder y amor; le entregamos todo lo
nuestro, de un modo semejante a como él lo entregaba al Padre. Nada nos reservamos para nosotros, aun lo que más nos abochorna,
humilla, nos hace sentir mal ante nosotros mismos... Y Él respetuosa, amorosamente lo recibe porque es nuestro, de aquellos a quienes El
ama y por lo que se entregó y resucitó.
    En la dinámica del amor, quedamos felizmente atrapados para darnos a los suyos, a nuestros hermanos. Nos abrimos a ellos porque
primero se abrió a nosotros Jesús, el Salvador y se nos comunicó en su riqueza, en su bondad, en su perdón, en su amor, y nosotros nos
abrimos y recibimos de El.4
    La oración cristiana, para ser verdaderamente auténtica, tiene que brotar de lo que especifica al cristiano: la fe.
    Por otra parte, la fe tiene una estructura personal; es, un encuentro con una persona: Cristo el Señor. Y de este encuentro, si es
auténtico, nace, inevitablemente, una relación personal. Así nos hallamos en el centro de la exigencia de la oración, "si tomamos en serio
que la fe es un encuentro personal con Jesús". Ahora se convierte, mejor, es, de hecho, un encuentro interpersonaL Pero es preciso añadir
que en todo el proceso de conversión, en todo hallazgo y crecimiento en la fe, en toda oración como brote de la autenticidad de la fe, opera
un dinamismo que sobrepasa al hombre: es el dinamismo del encuentro personal operado por la acción del Espíritu. En definitiva, es la
fuerza del Espíritu Santo actuante eficazmente en el hombre.
    "La oración no es solamente necesaria a título de obligación impuesta por Cristo a sus discípulos. Es más que una prescripción del
Maestro y más que una condición de fidelidad; es una expresión esencial de la vida cristiana.
    Es, ante todo, una expresión de fe, desde el momento en que un hombre cree en un Dios personal, es impulsado a establecer
contactos personales con El y, en consecuencia, a orar. Creer, no es ante todo creer en algo, sino creer en alguien. Por lo mismo, es entrar
en diálogo con ese alguien.
    En el cristianismo, la fe se ha personalizado más vivamente, por que el Dios personal se ha revelado en él de modo más completo.
4. Cfr. Carel. C. Martini, Itinerario de oración, Edic. Paulinas, Bogotá, 1983, 60-61; [. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sigúeme,
1970, 234.
La persona del Hijo de Dios se ha acercado a los hombres, ha vivido en medio de ellos; al mismo tiempo que hacía una llamada a la fe,
comprometía a la persona humana a volverse hacia ella en la oración. Pero enseñó más aún a todos los que le rodeaban, a hablarle
familiarmente, a dirigirse a Dios como a un amigo, (como a un padre).
   Mientras más se consolida y se profundiza la fe, tanto más tiende a desarrollarse como oración. Es llevada a poner en práctica la
verdad a la que se adhiere, a manifestar su convicción de un Dios muy cercano y muy íntimo conversando con El. Sino llevara a la oración,
sería una señal de que no es suficientemente auténtico, que se limita -a una adhesión superficial del espíritu, sin. gran influencia sobre la
vida. Una fe viva es necesariamente una fe orante.
   La fe, pues, se traduce por la oración dirigida a Cristo. Y puesto que es creencia en el Elijo de Dios, desemboca en una oración que
sube hasta el Padre. Es el Padre el que se hace accesible a título de Padre amante, por la presencia visible de su hijo en medio de los
hombres. Es hacia El hacia el que la fe conduce finalmente por la oración, dándole un carácter filiar'. 5
3. La oración cristiana sólo es posible en una fe que se hace operante por el amor
   La relación personal que caracteriza la conversión y la fe como "encuentro" con la persona del Señor, implica necesariamente el amor.
Una fe actúa a través del amor (Gal 5, 6).
   No se puede separar consecuentemente, la fe del amor. Entre ambos se da una compenetración y complcmentación. El amor es quien
hace a la fe "viva", operante (Sant 2,17),
5. J. Galot, La oración intimidad filial, 149-150.
quien la impulsa a obrar y a su vez, la fe viva se irradia en el amor.6-7
   Este (el amor) debe hacerse presente para que pueda llamarse encuentro auténtico y profundo. El enunciado de más arriba parece
derivarse, naturalmente y por su mismo peso, de la fe como encuentro personal y de las exigencias de todo encuentro a nivel humano o
divino.
    La fe, hemos repetido es encuentro personal con una persona, Cristo. Y todo encuentro profundo, va necesariamente impregnado de
amor. Por la experiencia cotidiana, constantemente somos conscientes de que el encuentro personal exige el deseo de presencia, la
intimidad, la soledad, la confianza, el mutuo abandono. Y esto, precisamente, no puede darse sin el amor. Son manifestaciones de que en
el fondo de dos personas que se intercomunican hay una fuente de donde manan, una causa de donde proceden, una realidad de amor
mutuo que las exige.
6. "En la vida de fe uno se da cuenta de que no se puede prescindir de la oración de petición, de alabanza, de intercesión, de
arrepentimiento. Hay una autojustificación que, en cierto modo, es la de las cosas fundamentales: ¿para qué respirar? No se necesita un
motivo, la misma vida lo lleva a uno a respirar. ¡Para qué vivir? Es la vida la que lleva a orar, la oración es fe expresada. Aquí captamos todo
lo indefinible de la oración precisamente porque está totalmente unida con la experiencia de fe". Card. C. Martini, El Evangelio eclesial de
San Mateo, 126.
7. "Nuestra respuesta a la palabra de Dios, en la que nos revela el misterio más íntimo de su amor, no consiste sobre todo en pensar, sino
en dar gracias: es la oración. Creer en Dios no significa tan sólo certeza de que Dios existe, sino principalmente entrega personal a Dios
principio y fin último, fundamento y contenido de nuestra vida. La oración es la expresión más importante y más esencial de la te en Dios;
es fe que responde, o, por así decirlo, fe vivida con absoluta seriedad".
(Conferencia episcopal alemana, Catecismo Católico para Adultos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1988, 88).
    Toda relación interpersonal profunda desemboca necesariamente en la vivencia del "yo", "tú", porque es la relación entre dos personas
que se dan y se aceptan mutuamente. Y esto, exactamente, es la oración cristiana: comunicación personal profunda.
    La oración es la expresión y vivencia de la fe, de una fe viva que es la experiencia del encuentro personal. Y en sí se halla envuelto
inevitablemente en el amor, a su vez el amor es quien hace operante a la fe.
    En cierto modo fe viva y amor, si no se identifican, sí se encuentran unidos indisolublemente, de modo que la fe viva es la fuente del
amor y el amor, a su vez, remite e intensifica la fe. "El florecimiento de la fe es el amor. Esa fe cede el paso al amor a medida que
avanzamos en lo íntimo del misterio de Dios. Un ser humano que ame -si el amor es apertura y no egoísmo- estará maravillosamente
preparado para dar el paso de la fe al amor".8
    Por eso, podemos afirmar que la oración cristiana es "asunto de amor" que brota de una fe viva. Y diversamente: asunto de amor que
hace "viva" la fe, la opera y lanza a la oración. "La fe es, en cierto modo, una declaración de amor: El hablar de Dios al hombre conduce al
creyente a hablarle a Dios, es decir, a Dios en la oración, que es la forma más importante de expresar la fe".9
    "Vivir la fe es vivir el diálogo, la presencia, la confianza, el abandono en el Otro, en Cristo el Señor. Vivir intensamente la fe es vivir
intensamente la oración. Habría que rehacer la fe y habría que rehacer al hombre mismo para que toda verdadera vivencia del cristianismo
no terminara en oración".10 Y vivir la fe profunda y la oración, como encuentro, diálogo y abandono en Cristo Jesús, es vivir el amor.
"La verdadera relación con el otro se esclarece por la luz que abre los corazones hacia Aquel que es la fuente, en la humilde dependencia
de la creatura a su creador, en el encuentro de Dios que es amor".11
   Resulta, pues, exacto que, "sin confianza, fe y amor, son imposibles la oración y el sacrificio; el vivere cum Christo (el vivir con Cristo)
meta de toda oración".12-13
8. Y. Raguin, Vivir la propia vida, Edit. Sal Terrae, Santander, 1984, 37.
9. Catecismo católico para adultos, BAC, 1988,38.
10. J. M. Castillo, o. c., 81.
11. J-F, L Vezin, La relalion, regard d'amoui:, Psychologie et Foi, n. 2,1986, 3.
12. W Heinen, en: El proceso de la maduración en el hombre, (varios), (Dir. L Prohaska) Edit. Herder, Barcelona, 1972,182.
13. Es provechoso leer y considerar las ideas de J, Feiner y L. Vischer sobre la oración. J. Feiner, L Vischer, Nuevo libro de la fe cristiana,
Edit. Herder, Barcelona, 1977, 399-410. Dos capítulos excelentes son los deTh. H. Green, en su libro: L'Ouverture a Dieu (Un guide pour la
priere), Supplementa, n. 32 (Cahiers de Spiritualité Ignatienne), Quevec, 1992,29-44.
V. LA ESENCIA DE LA ORACIÓN
forma del hombre religioso que se dirige a Dios; está atento a relacionarse con un tú infinito que lo supera infinitamente pero que, en su
"humanismo" quiere acercarse al hombre y comunicarse con él como un amigo. Está atento a esa Persona, a su presencia, a su
comunicación, a su llamada para responder. El hombre orante se comunica con Dios de los mil modos propios del hombre religioso:
hablando, amando, adorando, alabando, callando en un silencio lleno, de comunicación intensa de amor centrado íntima, profundamente,
desde el fondo del ser en el Señor, etc.
    El hombre responde en su actividad, a una iniciativa de comunicación por parte de Dios. En la oración toda respuesta, del alma es
respuesta a esa iniciativa divina que precede. El sabe que Dios está en la raíz de su ser y de su actuar. "El hombre que nace así, necesita
estar en diálogo con Dios, suplicando o alabando. Es un hombre de oración".2
    Y, realidad maravillosa: Dios se manifiesta de muchos modos. Pero siempre trasciende a todos ellos y con ninguno se identifica.
Cuando se manifiesta él, como persona viviente, entonces es cuando la comunicación del hombre se hace personal en su más pura
autenticidad. Entonces Dios es el gran presente, porque inunda con su presencia la intimidad del hombre; y es, a la vez, el gran ausente,
porque en su realidad infinita, trasciende todo modo y todo medio de presencia.
    Pero no se trata de una simple comunicación, sin otro objetivo, aunque sea la más excitante e inefable. En ella Dios y el hombre buscan
para éste, "una vida más rica y bendecida".
    Se trata de una comunicación que no se detiene ni queda saciada con el mero comunicarse. Va contra todo el ser dinámico del amor
divino y el mismo ser del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios que busca "identificarse" por el amor y las obras con Dios.
    Dios, por su mismo ser, esencialmente de amor (1 Jn 4, 8, 6), no puede menos de anhelar que aquellos que llevan su propia impronta,
que participan de su vida divina por el Bautismo, se le asemejen en la vida moral y religiosa, en la vida a través de las obras, como se le
asemejan interiormente por ser sus hijos adoptivos.
    Esta exigencia dimana necesariamente de la primera. Y El, que se comunica en la oración con el hombre, lo hace no sólo por la
urgencia de su amor paternal de comunicarse, sino también por el anhelo de hacerlo, cada vez, más semejante a él acrecentando y
purificando la participación de su misma vida divina.
    Pero ésta sería una realización incompleta si no se manifestara en la realidad de la vida que el hombre tiene que desplegar a lo largo de
su existencia. De otro modo, la vida concreta del hombre debe asemejarse a la vida misma de Dios, a su vida de santidad, a través del
seguimiento de Cristo Jesús (Mt 5,48; Rom 8,29).
    Este, precisamente, es el objetivo último y definitivo de toda oración cristiana. Cualquier otro dejaría a la oración dentro del campo de
una oración meramente humana. Aquí, en la íntima comunicación con Dios en el misterio del encuentro del alma y Dios se busca y realiza
"una vida más rica y bendita" para darle expresión y realidad concreta en la vida diaria, y en las circunstancias de cada persona.
El hombre, por su parte, anhela, desde el fondo de sí, entrar en diálogo con Aquel de quien procede, con cuyo sello ha sido marcado en su
más profunda intimidad, pero desea vehementemente, asemejar su vida a la de Aquel cuyo aliento y amor recibe en la oración. Por eso
ésta, cuando es auténtica, se convierte en el campo, en la oportunidad privilegiada del compromiso más arduo, responsable y extremado
con el mismo Dios: revestirse de su misma vida, de sus sentimientos, deseos, intenciones, criterios, modos de actuar que la vida concreta
le va ofreciendo.
2. El fin de la oración
    Representa una consecuencia de todo lo expuesto.
    El fin de la oración es Dios y sólo Dios
    Preguntar por el fin de la oración parece algo inútil y hasta irrespetuoso. Si vamos a comunicarnos con El, ciertamente, no puede haber
otro fin sino él. Sin embargo, en la práctica, lo olvidamos, no pocas veces o tergiversamos el fin reduciéndolo a nosotros mismos. Cuando
decimos que el fin de la oración es Dios y sólo El, queremos decir que con ello estamos entendiendo claramente una persona: Dios.
Ordinariamente, será Dios personal que se nos comunica o con el que nos relacionamos en Cristo Jesús.
    Las expresiones pueden ser diversas, pero coincidentes en su modo y contenido: Como ya indicamos, orar es tener un encuentro con
Dios; tener la experiencia del amor de Dios, pero siempre se tratará de una persona, de Dios. Lo demás, será una consecuencia que brota
inevitablemente del trato con la persona divina, Dios en su Hijo Cristo Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo.
    El en nuestra adoración, El en nuestras súplicas, Él en nuestra conversión, él en nuestro compromiso con los demás, Dios es el
principio, el medio y el fin de toda oración cristiana. Podemos ascender hacia él por escalones diversos: por la alabanza, por la petición, por
la intercesión, por la contemplación, por el silencio impregnado de amor..., pero, en fin de cuentas será ir a Dios o dejarse captar, tomar,
poseer por El.
    Hoy esta finalidad manifiesta de la oración cristiana: Dios para hallar y realizar su voluntad, puede verse desplazada sutilmente por
otros fines: No oramos, en primer lugar, para beneficiarnos a nosotros mismos, ni menos aún para deshacernos de preocupaciones. Es un
modo de colocarnos como dentro de la oración.
    No podemos decir que sea oración cristiana la que se reduce a una relajación al modo yoguístico, ni la que se pueda emplear para
ejercitar una forma de autosugestión para un éxito y curación personal. Más alejada y más dentro de un peligro no fácil de evitares la
oración de vaciamiento interior que, aun cristianos de nuestros días emplean para encontrar la paz, sin necesidad de encontrar a Dios.
Todos estos fines de apariencia utilitaria para la persona y hechos al amparo de una forma que llaman oración, no es tal, al menos cristiana.
Ni siquiera nuestra propia santidad buscada como fin inmediato y primordial, es llegar a la santidad, pero vivir demasiado preocupados por
ella y hacerla objeto central de nuestra oración, la desvirtúa. Volvemos a la afirmación. El fin de la oración es el misterio del encuentro del
alma y Dios en la profundidad del ser.
    El fin de la oración es Dios y sólo Dios. A él buscamos antes que nada. A él damos preferencia sobre todo lo demás, por santo que
juzguemos ser; a él ponemos en referencia con los demás fines legítimos de la oración; a él, a su persona; antes que sus dones y sobre
ellos, buscamos, porque a Dios no se le puede captar. El se revela y se da como quiere y no accede a ser manipulado por la criatura ni
puesto en otro lugar que no sea el primero.
    Si vamos a la oración con esta persuasión honda, arraigada, la oración siempre será agradable a Dios y provechosa para nosotros, aun
en medio de las arideces más tardías y de las pruebas más crucificantes. Dios es Dios, creador y padre de la misericordia que derrama su
amor sobre la debilidad de sus hijos que lo buscan. Y el mismo Dios nos lanzará a los compromisos más arduos y abnegados.3
3. El Dios-Amor de Jesús
    En realidad ya hemos contestado a la pregunta ¿cuál es la "esencia de la oración"? Con lo expuesto, estamos en disposición de
responder. Pero el punto es tan capital que merece un nuevo espacio.
    La novedad fundamental de Jesús, respecto de cuantos le precedieron y hablaron, inspirados, de Dios, es que no sólo es para él amor
sino que nos lo presenta como el Dios-Amor con una preferencia sobre todo lo demás que se puede decir, impresionante: "El Dios que
anuncia no es un dios distante, está en la intimidad del hombre (Mt 6,6); no es un Dios que castiga, sino que usa misericordia (Mt 18,27); no
actúa como Juez, sino que viene en ayuda (Mt 18,12-14); no domina, sino que promociona al hombre (Jn 13,12-15). Esta diferencia y
novedad fundamental se debe a que Jesús experimenta y concibe a Dios como puro amor.
    San Juan tanto en su Evangelio como en las cartas afirma explícitamente esta gran realidad: "Dios es amor" (1 Jn 4,8.16). Son poco
menos que innumerables los pasajes en los que con alguna explicitación, nos dice que la gran verdad sobre Dios es su misericordia, su
amor (Jn 3, 16; 13, 1). "Numerosas figuras simbolizan el amor de Dios: el vino, (Jn 2, 3.9), el perfume (12, 3); la sangre y el agua (19, 34),
y, sobretodo, el Espíritu (1, 33), que es la fuerza de vida amor de Dios mismo".4
    Algo semejante podemos decir de los demás evangelistas y del apóstol Pablo.
De aquí el paso al Dios que quiere comunicarse es obvio: Se impone con una fuerza decisiva. Si Dios es amor, necesariamente es razón
de su mismo ser, se ve impelido a comunicarse, porque el amor, aun en los seres humanos es el gran impulso a la mutua relación. Viene
a ser el gran "proyecto" de Dios comunicarse con el hombre, que se hace realidad en Jesús y en la humanidad nueva.
4. J. Mateos, F. Camacho, El horizonte humano de Jesús, Edic. El Almendro, Córdoba, 1989, 94.
    Dios ofrece su amor a todos y, por lo tanto, su comunicación. Nada es capaz de invalidar el amor de Dios al hombre y, tampoco su
deseo de comunicarse con él. Precisamente durante su vida mortal lo que provocó el gran escándalo de los fariseos fue su trato, su
comunicación y preferencia por los pecadores. (Mc 2, 15-18; Lc 15, Iss; 19, 1- 7). Y él, en su proceder, expresaba perfectamente el modo
de ser de Dios.
    Llegados a este punto, el paso se da naturalmente: Si Dios ofrece gratuitamente su amor al hombre y su deseo, nacido del amor, de
comunicarse con él, su anhelo mayor es que el hombre, hijo suyo, le responda ofreciéndole su propio amor y entrando en relación con su
Persona.
    Nada hay que pueda sustituir este amor-deseo en Dios ni el que existe, en la capa más íntima del ser humano, por más que lo niegue
y busque sustitutivos que lo contradigan. J. Lafrance encabeza uno de los capítulos del libro La oración del corazón: "La verdadera
naturaleza del hombre es oración".5 Y explica esta expresión: "Cuando afirmamos que la naturaleza del hombre es oración, no pensamos
tan sólo en el acto de oración sino en el estado de oración, en la actitud de apertura y de súplica que la caracteriza".6
    "El hombre salido de las manos de Dios y creado a su imagen, está habitado por ese amor que le lleva a alabar a Dios, a ofrecerse a
él y a perderse en él. Como a la Virgen que en cuanto percibe la ternura de Dios para con ella, le sube del corazón un canto de adoración:
"El Poderoso ha hecho en mí, maravillas: Santo es su nombre".7
5. J. Lafrance, La oración del corazón, Eclic. Narcea, Madrid, 1980, 94.
6. J. Lafrance, o. c., 34.
7. J. Lafrance, o. c., 38.
   El hombre se deja engañar y corre tras muchos espejismos, pero se desangra espiritualmente a sí mismo y termina exhausto y
desilusionado. Por eso el deseo de comunicarse con Dios, de unirse a El, puede alimentar el pecado y la santidad. La santidad, si en
humildad, paciencia y confianza lo va realizando guiado por el Espíritu. Se va adentrando progresivamente en El, o mejor, va permitiendo
que Dios le sumerja en Sí, en su presencia, en su comunicación paternal, en la transformación que se va dando, en Cristo Jesús, por el
Espíritu, y suscita mayores deseos de penetrar el misterio de Dios y de sumergirse en El.
   La oración tiene su dinámica poderosa, trascendente. Puede conducir, decíamos, al pecado, porque el hombre lleva en sí mismo el
engaño, el hombre viejo dispuesto a vestirse de ángel de luz y fascinarlo haciéndole creer que su deseo interior puede realizarse
calmadamente en sustitutivos que le hacen experimentar éxtasis, viajes al paraíso mortales. ¿No está bien demostrado esto sobre todo en
los drogadictos?
   En la comunicación verdadera con Dios uno se "expone" al amor, como a los rayos de un sol que calienta y enciende y lleva a la
oblación de sí mismo en el amor de Dios.
   Pero siempre la oración cristiana se realizará en la "diferencia". Porque Dios, el infinitamente presente, nos superó infinitamente
también. Y nuestro deseo de alcanzarlo plenamente, aun en Cristo Jesús, nos hará sentir la insatisfacción y aun la soledad. Nuestro deseo
va más allá, desborda la realidad de la comunicación que podemos alcanzar en este mundo. Por eso al acercarnos a orar, tenemos que
estar dispuestos al sufrimiento que se conjuga misteriosamente con el hallazgo y gozo del Amado. 8
4. La "esencia" de la oración
    A la hora de expresar la "esencia de la oración" es preciso tener en cuenta lo que J. M. Castillo dice acertadamente: "Una cosa es la
esencia de la oración; otra cosa son las formas en que esa esencia se puede expresar en nuestra conciencia; otra cosa los conocimientos,
más o menos externos de la oración".5
    Cuando esto se confunde o tergiversa, estamos lejos de una verdadera teología de la oración. Teniendo en cuenta cuanto precede,
podemos lanzarnos a expresar, con cierta timidez, en qué está, dónde reside, en último término, el ser, la esencia de la oración. Aquello
que, no obstante las diversas expresiones que pueda tener, hace que la oración sea precisamente oración cristiana.
    Y aquí, nos encontramos de nuevo, con la dificultad de la formulación simple, por una parte porque encierra lo sustancial de la misma,
el núcleo que está presente en toda auténtica oración cristiana, y difícil porque se trata de expresar una realidad sumamente rica.
    He aquí, no obstante, varias formulaciones que creemos expresan la esencia de la oración cristiana, aunque, entre sí pueden, de algún
modo, complementarse: "Es la íntima comunicación con Dios o, el misterio del encuentro del alma y Dios".
"Es la experiencia de la gracia de Dios que es presencia amorosa ante la misma persona de Jesús; adoración silenciosa en el amor al
Padre; docilidad por amor al Espíritu Santo". De aquí podemos también deducir la realidad esencial de la vida cristiana: Solamente la
caridad, que es esta atracción profunda, esta decisión íntima, hecha oración (y que lleva necesariamente a la acción por amor), en la
presencia a la persona del Señor Jesús, solamente esto es el dato último que configura en definitiva la auténtica espiritualidad
cristiana",10-11
    “Una rectificación profunda de lo que pensamos acerca del valor irremplazable de la oración y del ineludible deber de consagrar a ella
el tiempo necesario, será lo que más contribuya a descubrir esos posibles períodos de tiempo"2 y a dedicarle, dentro de nuestra realidad
concreta un tiempo diario.
    Estamos en un campo de fe. Es cuestión, en definitiva, de fe y de amor. La oración supone un gran espíritu de fe y un amor vivo al
Señor.
    Por mucha prisa que tengamos, por muchas ocupaciones que nos asedien, siempre se encuentra tiempo para las cosas necesarias en
la vida. Por consiguiente, también para la oración.
    La excusa, pues, es inadmisible.
    Es cuestión de "amor"
    La falta de tiempo para orar, que con frecuencia pretextamos, no hay que buscarla, de ordinario, a nivel de lo inmediato. Si
profundizamos más, encontraremos que la razón última de nuestra falta de oración en la vida, es la ausencia de un amor ferviente de Dios
en nosotros. "El que ama a Dios con todo su corazón, experimenta la necesidad irresistible de liberar este instinto de amor que existe en él
y esta liberación no es otra cosa que la oración‖3
4. R. Guardini, Introducción a la vida de oración, 17-18; Cfr. CH. A. Bemard, en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, Edic. Paulinas, 1983,
Madrid, 102, citando a R. Guardini.
5. Th. H. Green, Opening to God, Ave. Maria Press, Indiana, 1987, 16.
   Pero, el hecho de que no sintamos deseos de orar, no quiere decir que no oremos ni menos que el Señor no quiere que oremos. El mero
hecho, el hecho fundamental de nuestra vida de ser hijos de Dios, está reclamando de nosotros una comunicación íntima con nuestro
Padre celestial. Y El, ciertamente, lo anhela.
3er. Pretexto: ¡HAY TANTO QUEHACER APOSTOLICAMENTE! Y YA EL TRABAJO POR EL SEÑOR ES ORACIÓN
   E S una realidad tangible Y acuciante: es inmenso el campo que debe ser evangelizado; las personas que deben ser ayudadas en todos
los sentidos: todos los brazos son pocos, toda la preparación es escasa, todos los medios resultan insuficientes... Pero es un error
manifiesto acogerse a una realidad verdadera, más y más exigente en el celo apostólico, para minimizar, abreviar, desplanar la oración.
   El hombre no es la divina providencia. Debe trabajar intensamente, pero no puede pretender remediar todas las necesidades.
   Orar no es acogerse a la pereda; no es huir de la responsabilidad apostólica.
   Al contrario:
   Orar es la primera y más eficaz ayuda que el hombre de fe puede prestar a las almas:
   Estamos en el campo sobrenatural en el que nada podemos, sino colaborar con la gracia. Es Dios quien hace eficaces nuestros
esfuerzos. La oración es un medio principalísimo de cooperación.
   Somos meros colaboradores. Debemos, pues, estar constantemente pendientes de la actuación necesaria de la gracia y ésta se
consigue por la oración.
   El apóstol debe seguir la pedagogía y el ejemplo de Cristo en su apostolado.
   Las inmensas necesidades de las personas no le roban tiempo a la comunicación con su Padre; al contrario, le empujan a orar más.
   Su oración al Padre se convierte espontáneamente en oración por los hombres: "Su oración modela en El un corazón lleno de ternura.
De ahí es de donde El sacaba aquella piedad que le desbordaba cuando la muchedumbre acudía a El para recibir su palabra: "Sintió
compasión de ellos..." (Mc 6, 34).
   Revive el mismo amor que Dios manifestó con su pueblo y con los hombres a lo largo de todo el Antiguo Testamento.
   En los últimos momentos de su vida, sobre todo, es cuando esa oración se expresa con mayor intensidad. "Que te conozcan, Padre..."
(Jn 17).6
   El ejemplo de los santos, hombres de profunda y constante oración y, comprometidos maravillosamente con los hombres, deshace
todo argumento ficticio que nos puede desorientar en campo tan importante.
   El argumento tan esgrimido hoy de que el trabajo ja es oración, hay que analizarlos serenamente, para ver hasta dónde puede ser
válido.
   Se supone tratarse de un trabajo en/prendido seriamente por el Señor; sin motivaciones espúreas.
   Debe, por tanto, estar empapado de una gran purera de intención; de una búsqueda sincera del bien ajeno y de la gloria de Dios.
   Desde luego, pueden presentarse situaciones de emergencia en las que hay que dejar todo, aun la oración, pero éstas no deben ser, ni
mucho menos, lo habitual. Son la excepción, por más que, a veces, presenten un carácter de urgencia.
   En tales ocasiones de emergencia, sí podemos confiar en que Dios suple el fruto de la oración personal o tiempo dedicado a
El. Fuera de ellas, no podemos engañarnos para presentarle un pretexto en el que ni nosotros mismos creemos, si somos sinceros, o
implican un desvío espiritual peligroso. La experiencia en este caso es abundante y lamentable.
   Precisamente el hecho del inmenso trabajo, que pide ser realizado, exige de nosotros un contacto íntimo y prolongado con quien es la
fuente de la eficacia, de la fortaleza, del amor en el servicio, de la perseverancia.
   Los autores de vida espiritual son en esto claros y tajantes: No se llega a trabajar en motivación, ambiente interno de oración, si no ha
precedido un tiempo "fuerte" dedicado al Señor expresamente. Dios, por su Espíritu, nos va adoctrinando orientando hacia Jesús a medida
que somos fieles en irle dedicando tiempos especiales habitualmente.
   El mismo Concilio Vaticano II es en esto transparente y nos quiere iluminar contra esta ilusión: "Solamente con la luz de la fe y con la
meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos (Hech
17,28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños, y juzgar con
rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas con el orden al fin del hombre".7
   Volveremos sobre el argumento poderoso y lamentable que presentan muchos religiosos, religiosas y seglares que, fascinados por esta
idea ajena a la sana espiritualidad, se apartaron de la oración para sumergirse sin tasa ni medida en un apostolado que degeneró en
"activismo" y dio, a sus tiempos, un fruto amargo.8- 9
11. Algunos dicen: "encuentro a Dios más fácilmente en ios prójimos y en el trabajo que en la oración retirada". Puede ser verdad, pero no
se puede concluir de ahí que la oración privada no sea necesaria. Recomendamos el excelente capítulo del libro: "Compasión" de: D. P
McNeill, D. A. Mornson, H. J. M. Nouwen, Sal Terrae, 1985, 53ss. En la oración como en la caridad, hay clos dimensiones que no pueden
excluirse; la dimensión vertical hacia Dios y la horizontal hacia las criaturas. Las dos son absolutamente necesarias. En tiempos pasados
se insistió mucho, tal vez exclusivamente, en la dimensión vertical, pero hoy se va al extremo opuesto con un exclusivismo horizontal
equivocado.
RESUMEN: EL PROBLEMA DE LA ORACIÓN DIARIA
1. Consideraciones
    No se trata de cumplir un mandato.
    Es cuestión de vida o muerte para la vida cristiana vivida en profundidad de relación con el Señor y de sus repercusiones en la realidad
cristiana de nuestra vida entera.
    El estado de nuestra oración es el signo de nuestro raquitismo espiritual o del vigor de nuestra vida teologal.
3. Principios
    Principio de culpabilidad
    "Orar no es una obligación... si no lo hago, no es una falta". Cierto. Pero es un razonamiento inexacto. La exigencia del ser cristiano no
    es permanecer en el umbral de lo obligatorio y ele lo indispensable. No es para contentarme con lo mínimo de la obligación moral, para
    limitarse a evitar el pecado.
    Es preciso, por tanto, colocar su vida en el estadio de lo generoso y de lo magnánimo. Para ello se necesitan muchas gracias. Se hace
    necesario beber en las fuentes de la Palabra de Dios para fortificar la fe y conservar la generosidad de corazón. Regatear la oración
    para una vida así, es correr el serio peligro de decaer y aun hundirse en la mezquindad.
    Principio de falsedad:
    Es ciertamente un principio general. Pero tan certero que viene a incluir todos o casi todos los pretextos que se ponen para no orar.
    Lo lamentable es que, nos dejemos arrastrar por la pequeña verdad que pueda encontrarse en algunos de ellos y pasemos por alto
    cuanto encierran de falsedad y desorientación, y todavía más lamentable es que desconozcamos o dejemos a un lado la enorme
    verdad que se encierra en el hecho indiscutible de que orar es una exigencia de nuestro ser humano y de nuestra realidad cristiana.
    Partiendo del hecho indiscutible para un creyente de estas grandes verdades:
    De haber sido creados por Dios a imagen y semejanza de él y, por tanto, que llevamos en nosotros su impronta: el anhelo de quien nos
    creó por amor.
    De que somos hechos para El; nuestro destino es vivir con El eternamente y ya comenzamos a vivir esta vida por la gracia y la
    comunicación con El.
    De que somos hijos de Dios, a imagen de Jesucristo y de que por pertenecer a su familia, hay en nosotros una exigencia íntima de
    comunicación con nuestro Padre en su Hijo Cristo Jesús. De que en nosotros habita, como en su morada el Espíritu Santo, cuya
    función es modelamos conforme a la imagen del primogénito y modelo de toda creatura (Rom 8,29) y de suscitar la comunicación filial
    con nuestro Padre celestial (Rom 8, 26- 27; Gal 4, 6-7).
    No se comprende entonces el valor que puedan tener todos los argumentos que esgrimimos cuando queremos librarnos de la
    exigencia más fundamental de nuestro ser: comunicarnos con quien nos creó por amor; con quien nos redimió por su Hijo, en el amor;
    con quien nos da su Espíritu para que suscite en nosotros el anhelo de esta comunicación filial. Hay en todos los argumentos que
    presentamos como irrefutables, una inconsciente persuasión de que nos engañamos.
    Una de las pruebas manifiestas es que buscamos inconscientemente, sustitutivos, que van de los más sencillos a los más elaborados,
    para suplir el grito profundo de nuestro ser que clama por comunicarse con su Padre. Un argumento irrefutable es el de la experiencia
    de que cuando oramos con verdadera autenticidad ni buscamos tales sustitutos o nos vamos alejando de ellos porque hemos
    encontrado, lo que buscamos, la intimidad más profunda de nuestro ser.
    No podemos negarnos a nosotros mismos. La alienación verdadera no es causada por una oración auténtica a nuestro Dios y Padre,
    que se irradiará en el trabajo por nuestros hermanos; sino por la huida de ella: porque huimos de nosotros mismos, al eliminar la
    dimensión esencial de "comunicación" con Dios, abandonando nuestra oración.
La necesidad de la oración personal privada es evidente por la misma doctrina teológica, la tradición cristiana y el mismo ejemplo de
Cristo. Que se encuentre dificultad, no significa que no sea necesaria. Es obligación nuestra provocar esa oración personal y progresar
en ella, como elemento necesario para conservar la verdadera dimensión horizontal de la verdad. Todos debemos procurar llegar a ser
personas de oración. El descuido en este punto arrastra consecuencias perniciosísimas (P. Arrupe).
Recomendamos el excelente capítulo de Hans (Urs. von Balthasar: "Oración desfasada", en su obra: el cristianismo es un don, Edic.
Paulinas, Madrid, 1973, 151-157.
Igualmente recomendamos el capítulo de P. Descouvemont, de su libro: Guía de las dificultades de la Fe católica, Desclée de Brouwer,
1992, 641-649. Enumera las principales dificultades u objeciones contra la oración y da una solución breve, pero muy acertada y llena
de equilibrio.
VII. HE PERDIDO EL HÁBITO DE ORAR
   El P. E. Posset que trata este punto con gran equilibrio y competencia, tiene una nota que es preciso tenerla presente: "Abandonar la
oración", dice, debe entenderse bien. La oración es movimiento de fe. El que conserva la fe ora, de un modo o de otro. El perder la fe no es
como perder un pañuelo: ni siquiera se abandona por completo la fe cuando se dejan de practicar los ejercicios de la oración prolongada.
Entendámonos bien. Aquí hablamos solamente del abandono de estos últimos. Por lo que toca a la tradición espiritual de la Iglesia, un
abandono de esa clase crea para un sacerdote, un religioso, una religiosa, una situación anormal, y la opinión constante de los maestros
espirituales la declara perjudicial a la vida de unión con Dios que debe prevalecer y crecer en ellos. 1
1. Una realidad
   Lo es de siempre, pero nos atrevemos a afirmar, que en nuestros días ha tomado unas proporciones anormales. Son no pocos los
sacerdotes y religiosos que, después de pasados unos años de haber profesado o ejercido el ministerio sacerdotal, abandonan
progresivamente la oración, aun habitualmente.
Semejante abandono de algo tan importante para el que se ha consagrado al Señor y puesto a su disposición para imitarlo y cooperar en
su Reino, crea una situación precaria y peligrosa frente a la vida, al ministerio y a la misma vocación...
1. E. Pousset, Oración perdida, oración otra vez encontrada, en: Orar con madurez, México, 1972 (Varios), 55, nota 3.
    La experiencia va dando que ni el sacerdocio ni la vida religiosa se pueden vivir con gozo, perseverancia y fidelidad sin la ayuda de una
comunicación frecuente en la oración con Dios. La oración no solamente tiene la virtualidad de fortalecernos espiritualmente, nos va
adhiriendo profundamente a Jesucristo y dándonos sus mismos sentimientos y modo de proceder frente a un mundo que intenta
absorbemos.
    Enfriarse en la oración y dejarla a un lado es predisponerse a ser víctimas de los enemigos que están dentro y fuera de nosotros. La
realidad en este punto es amarga. Y aunque no se llegue al abandono de la vocación, se vivirá ésta en una mediocridad lamentable, por
más que las obras que se realicen parezcan decir lo contrario.
    La misma interpelación y el ejercicio del ministerio se verán afectados muchas veces. Pero nos disponemos a tocar solamente estos
efectos.
    Ciertamente la meditación, como diremos, en otra obra, no es para sí misma; ni termina la comunicación con Dios en la mera reflexión.
Así es, al menos en el método ignaciano de meditación tan mal interpretado muchas veces. La reflexión sobre una verdad, que pasa
después a ser una reflexión que se personaliza en mi propia historia y realidad, ha de conducir a la auténtica comunicación con Dios por los
afectos. Estos, que brotan al calor de la meditación, nos llevan y nos sumergen en la comunicación íntima con Dios, pero en conexión con
la verdad reflexionada. Esta viene a ser el soporte y la materia de la que se vale el Espíritu Santo para suscitar en nosotros afectos en
consonancia con lo meditado. Por ejemplo, arrepentimiento y dolor después de haber reflexionado sobre la malicia que encierra el pecado,
mi pecado.
    Siendo esto verdad, puede ocurrir, de hecho ocurre que una persona, sumergida, amparada por los quehaceres de la vida, por las
fuertes preocupaciones del cotidiano vivir, o, simplemente, por la prisa de la vida que les mete por todo el ser, dificulten realmente este
modo de orar y estén pidiendo otra forma más sencilla, más afectiva, más contemplativa. En modo alguno se quiere decir que se busque un
sustituto del recogimiento ni de la misma oración prolongada. Ni que se desplace totalmente la meditación, como algo que valió, pero ya no
es este caso concreto. Solamente se indica que lo que antes resultaba relativamente fácil se ha vuelto difícil. Las personas que se hallan en
las situaciones descritas necesitan sentirse un poco activas en la oración, pero de otro modo que lo eran en la oración discursiva.
    Quizá otro modo de orar: estar en la presencia del Dios vivo, sin meterse a analizar un tema, detenerse y repetir una frase que les ha
tocado interiormente, de un salmo o de un pasaje de la Escritura, una oración repetitiva y rítmica, una oración de alabanza y acción de
gracias, etc., les resulten realmente fáciles, nutritivas espiritualmente y sirven para recogerse aun profundamente y crear el silencio interior
que les resulta difícil en la oración antes practicada.
   La tibieza espiritual que se deja ir sin ponerle remedio
   Tocamos un punto de especial importancia y dificultad. No hay autor espiritual que no lo tenga presente y lo aborde, de un modo o de
otro. Y todos convienen en la peculiar dificultad que ofrece a la hora de enfrentar la realidad: una oración que ha decaído o se ha
abandonado porque la vida espiritual ha ido descendiendo hasta un punto en que el termómetro marca "tibieza".
   Nos encontramos envueltos en un círculo vicioso: por una parte, una vida espiritual "tibia" se hace sentir primordialmente en el
decaimiento consciente de la oración, que puede llegar hasta el abandono; por otra parte, la oración tibia o abandonada hace descender la
temperatura de la vida espiritual. La oración, viene a ser, por tanto, causa y efecto.
   La frialdad de una vida espiritual del abandono de la oración, no sucede de una vez. Queremos decir que se ha dado un proceso,
aunque tenga un momento determinado en que me decido a no orar, a lo largo de meses y aun años. Las causas pueden ser el influjo de
amistades religiosamente envueltas en la "mundanidad"; más o menos tocadas de "secularismo". Su influjo se irradia insensiblemente, a
través de una convivencia frecuente, muchas veces, aunque no medien discusiones ni cambios de vista de ideas y creencias y prácticas
religiosas.
   Otras veces, puede ser la lectura indiscriminada de libros con doctrina sana y aceptable en parte, pero tocados de ideologías y normas
de proceder ajenas a la doctrina y práctica enseñada por el Magisterio de la Iglesia o por la tradición viva del sano pueblo de Dios y de los
autores espirituales que han sufrido el paso del tiempo y han quedado en la Iglesia como verdaderos maestros. Otras veces, y aquí San
Ignacio enumera la causa, el descuido consciente del alma en sus Ejercicios espirituales: la poca delicadeza con el Señor; el trato que le
damos al margen de su realidad divina y de su amor para con nosotros.3
   Sea cual fuere la causa de la tibieza espiritual, nos hallamos ante un fenómeno preocupante. La misma Sagrada Escritura se hace eco
de él en el libro del Apocalipsis y lo pone al descubierto con aparente crueldad. Al ángel de la Iglesia de Efeso escribe, después de haber
alabado sus buenas obras (Ap 2,4; 3, 15-16). "Pero tengo en contra tuya, que has perdido tu amor del principio" (Ap 2,4). Toca el punto
neurálgico: has decaído profundamente en el amor que es la fuente y la cima de todas las virtudes. Y al ángel de la Iglesia de Filadelfia le
dice las terribles palabras que tantas veces nos han hecho estremecer: "Yo sé lo que vales: no eres ni frío ni caliente; ojalá fueras lo uno o
lo otro. Desgraciadamente eres tibio, ni frío ni caliente, y por eso voy a vomitarte de mi boca (Ap 3, 15-16).
   No es fácil sacar al alma tibia de la sima en que ha caído, ni, consiguientemente, hacer que recupere la oración perdida. Pero no es
imposible. Por eso, se impone una pedagogía especial que Dios, en su misericordia, quiere practicar con el alma para llegar a comunicarse
de nuevo con ella en intimidad.
   No saberse manejar en tiempos de "desolación":
   San Ignacio de Loyola, insigne maestro espiritual, ha añadido a la rica tradición de la Iglesia católica, unas reglas de discernimiento en
sus Ejercicios espirituales.4
En ellas nos describe, con mano maestra, en una apretada síntesis, las dos frases fundamentales que marcan la vida interior del cristiano.
Se trata de dos fases alternantes que se suceden, con mayor o menor regularidad e intensidad, pero que afectan a toda persona que trata
de servir a Dios y de asemejarse a Jesucristo. El también, en su santa Humanidad, las experimentó.
3. EE. 332.
4. EE. 313-336.
   San Ignacio las ha condensado en dos palabras, ya clásicas, en la vida espiritual: "consolación" y "desolación". 5
   No es ésta la oportunidad para describirlas en detalle. Pero insinuamos algunos rasgos que nos puedan hacer vislumbrar de qué se
trata y así poder llegar más fácilmente a comprender el enunciado superior.
   No se trata de un estado "eufórico" psicológico, ni de una "depresión" que responde a una situación anímica interior.
   Aunque la consolación y la desolación pasen por nuestra psicología, tienen siempre una referencia directa a Dios o las cosas de Dios.
   Pero esa referencia podríamos llamarla "positiva" o "negativa". Es decir, en la consolación Dios gratuitamente se comunica al alma, se
deja percibir por ella en una intensidad variable, según sus designios. Puede ser suave de modo que nos recuerda el paso del Señor junto
a Elias en la brisa, símbolo de su presencia (1 Rey 19, 12-13) o de una intensidad de gozo que nos haga presente la intensa alegría del
Señor a la vuelta de la misión de sus discípulos (Lc 10, 21-22).
   De otro modo, la consolación es la percepción, con mayor o menor intensidad, de la presencia de Dios. En ella nos inunda con su gozo,
con su amor, con lágrimas por nuestros pecados; nos hace percibir el aumento de fe, esperanza y caridad; nos pacifica con una calidad de
paz interior no fácil de describir porque pertenece a un nivel sobrenatural que no se deja manifestar fácilmente.
   Entonces la oración, en la que esto ocurre con frecuencia, se nos hace deseable, nos llena de satisfacción sobrenatural y aun
psicológica. Todo parece tomarse asequible e inundado de Dios porque su gracia se nos ha dado perceptible y todo nuestro ser se siente
tocado por la bondad y la magnificencia de Dios nuestro Padre. La consolación auténtica viene de Dios, causada por la actuación de su
Espíritu en el espíritu humano.6
5. EE. 316-324.
    Pero no siempre es así. Ni aun sería beneficioso que nuestra vida espiritual transcurriera en una constante consolación. Nos
aferraríamos a ella y llegaríamos a apropiárnosla como algo que se nos debe y nos pertenece. Es aconsejable pedirla con insistencia
humilde y con plena disponibilidad a lo que Dios quiera damos. Una consolación bien empleada se convierte en un poderoso aliento para
caminar con rapidez en el seguimiento de Jesús.
    Pero la realidad espiritual es testigo de excepción de que Dios mezcla sabiamente, en la medida en que podemos llevarlas, la
consolación y la desolación. Puede, por temporadas, predominar tina u otra.
    La "desolación" o "referencia negativa" de que hablábamos, es todo lo contrario a la consolación. Así lo afirma San Ignacio. 7
    Nos bastaría, por tanto, recordar qué es la consolación, sus campos diversos de manifestación, y afirmar a renglón seguido: La
desolación, pues, es todo lo contrario. Son dos estados alternantes que se oponen. Quizá el resumen que sintetiza el estado interior
espiritual del alma en la desolación, lo expresa admirablemente San Ignacio cuando afirma que el alma se halla "como separada de su
Criador y Señor".8
6. I. Larrañaga, Muéstrame tu rostro, Edic. Paulinas, Madrid, 1979,77-87; 215-230; L. de Grandmaison, La vida interior del apóstol,
Apostolado de la oración, Buenos Aires, 1982,87-96; W Johnston, El ciervo vulnerado, Edic. Paulinas, Madrid, 1986, 58-73.
7. EE. 317.
8. EE. 317.
   Ya dijimos antes que la consolación proviene de Dios, sea de El directamente, sea del ángel bueno o sea de las raíces del bien que hay
en cada uno de nosotros, aun después del pecado original. Por el contrario, la desolación no proviene de Dios sino, en fraseología
ignaciana, del mal espíritu. Por éste ha de entenderse unas veces del mismo Satanás y también de las raíces del mal que subsisten en
cada uno, como residuo maligno del pecado de los orígenes. Dios solamente lo permite. Pero en sus designios está ordenado al bien de los
que aman a Dios (Rom 8, 28).
     La desolación, sobre todo cuando es intensa y duradera resulta profundamente dolorosa. Y se da en todos nosotros una fuerte
tendencia a salir de ella, a veces como sea.
     Aquí, entonces, nos encontramos con su peligrosidad. Llevada con paciencia, con fortaleza y perseverancia en la oración y en el
humilde clamor a Dios, se convierte en un instrumento de purificación interior admirable. Es también, por lo mismo, un modo de avanzar y
crecer espiritualmente. Y esto aun en el supuesto de que la desolación tenga su causa en nuestra culpa por el comportamiento que hemos
observado frente al Señor.9
     Pero el hecho de que perdure, aun largo tiempo y que no encontremos consuelo alguno, puede conducirnos a tomar actitudes
totalmente desaconsejables, fuertemente dañosas para la vida espiritual.
     La desolación suele tener un campo privilegiado en la oración. Y aquí, por tanto, está su mayor peligrosidad. San Ignacio da consejos
atinadísimos respecto del modo de proceder en esta crisis espiritual: persistir en la fidelidad al tiempo de oración; hacer penitencia,
alargarse en el orar, clamar confiadamente al Señor.10
9.    EE. 322.
10. EE. 324.
     Pueden añadirse otros recursos que la experiencia da ser altamente beneficiosos como acudir a una persona espiritual, conocedora de
los caminos de Dios con el carisma de alentar y de fortalecer...; variar el modo de orar...
     Lo que a todo trance se ha de evitar, y San Ignacio insiste en ello con vehemencia, es no tomar determinación alguna que contradiga la
que se ha hecho en tiempo de consolación cuando veíamos a la luz de Dios lo que beneficiaba al alma o era la voluntad de Dios para
nosotros."
     Aquí nos hallamos en plena aclaración a la formulación con que encabezábamos el apartado. Cuando no sabemos proceder
debidamente, tendemos a pensar que orar en tales circunstancias es perder el tiempo y que sería mejor hacer cualquier cosa provechosa.
Sin embargo, la mera presencia de Dios en fe, es un modo admirable de orar y Dios, sin estar condicionado por hacérsenos sentir, hará que
el alma seque el fruto que, en sus designios había. Jesús en Getsemaní es el ejemplo más elocuente del proceder que debe seguirse y del
fruto que le aportó su perseverancia: salir fortalecido para ir a la pasión (Le 22,42). Nosotros caemos fácilmente en la tentación de acortar
la oración; al principio quizá sólo unos minutos; después iremos pasando a un tiempo más largo. Y no es raro que terminemos dejando la
oración. No hemos dejado engañar infantilmente y hemos procedido contra todo buen sentido espiritual, acaparados por el malestar interior
que sentíamos.
     Esta tendencia a desertar se agrava por el hecho de que los pensamientos, en expresión ignaciana, que salen de la desolación, van en
la misma línea de ésta: son negativos, desalentadores, en apariencias razonables; en realidad fatales. Dos fuerzas que se aúnan para
llegar a abandonar un recurso espiritual tan de primera necesidad.12
11. EE. 318.
12. EE. 317.
     Sin embargo, no hemos de olvidar que no estamos solos: en el fondo de nuestro ser se halla la gracia de Dios, la ayuda del Espíritu que
desea actúa para fortalecemos y hacer que perseveremos hasta que Dios nos vuelva a visitar en la oración. 6Dejarse envolver por las
ocupaciones y problemas: No creemos exagerar si afirmamos que el deseo de llevar con eficacia una obra apostólica o la falta de personal
empuje a superiores y superioras a acumular trabajos sobre los hombros de jóvenes religiosos o religiosas salidos al tráfago del colegio, la
asistencia social, la ayuda parroquial... La novela del ministerio, el deseo sincero de colaborar, la obediencia, las necesidades reales de
tantas personas, la insistencia de peticiones etc., se aúnan no pocas veces con la generosidad del religioso o del sacerdote, que hace sus
primeras armas, para envolverlos y comprometerlos en trabajos más allá de lo razonable.
     En un principio, con un esfuerzo, a veces, sobrehumano, logran conservar el ritmo de oración antes observado. Pero la persistencia, y
un agravamiento, de las ocupaciones, va haciendo que insensiblemente le vayan restando tiempo a la oración. Si esta situación se
prolonga y ven que los superiores están, en la práctica, muy poco interesados en su vida espiritual de oración, que su interés principal se
halla en la obra, en la eficacia del trabajo, en el éxito, no es difícil que llegue el momento en que la oración pase a ocupar un puesto
secundario y desde ahí se consume el abandono.
     Seríamos injustos si dijéramos que siempre se da este proceso; pero también lo seríamos si omitiéramos darse este hecho y no con rara
frecuencia en la vida religiosa y sacerdotal.
13 EE. 320.
   Otras veces el abandono de la oración seda al margen de una sana y diligente formación teórica y práctica sobre ella: Se ha valorado
suficientemente su importancia, se ha insistido en el papel fundamental que juega en una auténtica marcha hacia la santidad que los laicos
de buen sentido y sensibilidad religiosa esperan ir encontrando en sus sacerdotes y almas consagradas a Dios. Se han enseñado modos
distintos de orar para acomodarlos a situaciones variadas en que la persona puede hallarse; se ha ponderado la acción del Espíritu Santo
en el alma que está guiándola en su oración... No hay motivo para afirmar deficiencia en la formación dada ni en el hábito de orar que se ha
ido creando a lo largo de los años de seminario, noviciado, estudiantado y entrenamiento religioso laical.
   Pero el mundo, la parroquia, el colegio, la profesión, el trabajo están llenos de exigencias y de problemas. No somos insensibles a ellos;
nos afectan, nos duelen, nos reclaman, nos entregamos con ardor y, poco a poco, se van apoderando de nosotros de modo que absorben
nuestro tiempo, nuestras energías, nuestras preocupaciones dentro y fuera de la oración. Vivimos en ellos y para ellos, pero no en una
sana medida, de modo que lo fundamental religioso quede bien defendido y sintamos la llamada del Espíritu para acudir más a la oración
por la mayor necesidad que de ella tenemos.
   Sencillamente la abandonamos y buscamos, racionalizando, defendernos del reclamo de la conciencia, inventando pretextos que nos
llegamos a creer verdaderos.
   Las consecuencias no tardarán en hacerse sentir: toda la vida espiritual se vive en una lamentable mediocridad. Embriagados por el
trabajo, quizá no captemos nuestra situación real; si nos llegamos a dar cuenta, es posible que más o menos conscientemente,
renunciemos al ideal de seguir, cada vez más de cerca, a Jesucristo. Nuestro trabajo, a los ojos de quienes no penetran en nuestro interior,
puede ser muy apreciado. Pero algo falla seriamente y, no es tan raro que se hayan comenzado a dar los primeros pasos del abandono de
la vocación y aun del mismo sacerdocio. El espíritu del mal es muy sutil para mantenemos en esta peligrosa situación y se alia con nosotros
para hacemos bajar más espiritualmente y aprovecharse de nuestra debilidad interior.
   Tantas veces hemos oído decir a hombres insignes de hoy día y leído en autores realmente comprensivos pero conocedores de los
caminos del Señor: La vida religiosa y el sacerdocio no pueden vivirse en una auténtica profundidad ni en una búsqueda y respuesta
sincera al Señor sin la oración!
   Hay un termómetro tan al alcance de nuestra mano para medir la verdad de estas afirmaciones: la vida de los santos y de las almas
religiosas y sacerdotales realmente enamoradas de Jesucristo y deseosas de realizar lo que de hecho son por su profesión. La oración se
halla como una prioridad que no puede ser sustituida si no es por vía de excepción, cuando tenemos que dejar a Dios por Dios.
   Por otra parte, estos mismos varones nos confirman con su vida y sus obras que la oración es el mayor estímulo para comprometemos
con los trabajos más arduos y abnegados. Al fin, se da en ellos, en una dimensión pequeña pero auténtica, lo que se dio con plenitud
admirable en Jesucristo.
   Pero hay motivos especiales que urgen su necesidad y su práctica en aquellos, que, por supuesto y ministerio, están llamados a hacer
visible la santidad de la Iglesia.
   (El tema es por demás interesante, pero lo omitimos).
   Como una conclusión urgente y que no admite demora, aunque se realice progresivamente, surge la necesidad de recuperar la oración
perdida. Los modos pueden ser diversos de acuerdo a la situación, realidad espiritual del alma, etc. Pero sería lamentable no hacer nada o
tan superficial que más bien fuera un piadoso engaño para nosotros. El mundo en que vivimos y, sobre todo, lo que es en sí, el sacerdote,
el religioso o religiosa, el laico comprometido, nos urgen y exigen ser "hombres de Dios", que implica ser "hombres de oración".14
14. Cfr. M. Nepper, Para encontrar o volver a encontrar gusto en la oración, México, 1966; E. Pousset, Orar con madurez, (Varios), México, 1972; B.
Elaring, La oración, en: Nuevo Diccionario de espiritualidad, Edic. Paulinas, Madrid, 1983,1015-1024; G. Thils, Existencia y santidad en Jesucristo, Edic.
Sigúeme, Salamanca, 1987,417-433; R. Voillaume, Orar para vivir, Edic. Narcea, Madrid, 1978; S. Galilea, La amistad de Dios, Edic. Paulinas. Madrid,
1984, (pasaim); I. Larrañaga, Muéstrame tu rostro, Edic. Paulinas, Madrid, 1979, 216.
VIII    DIFICULTADES EN LA ORACIÓN
       (Señalamos algunas de las más ordinarias; hay, sin duda, otras que el alma orante sabrá descubrir. A la luz que aquí se intenta
aprender el modo de hacer frente a ellas).
La dificultad por la dispersión y distracción interior:
       A. La dispersión interior
       Este es el problema de los problemas para quien quiere internarse en la intimidad con Dios: la dispersión interior. Si conseguimos
atravesar este verdadero "rubicón" sin ahogarnos, ya estamos metidos en el recinto sagrado de la oración".1
       En qué consiste
       En la carga vital con que la vida, los acontecimientos, las circunstancias, las ocupaciones... nos abruma interiormente: preocupaciones,
esperanzas, desconsuelos, proyectos, frustraciones, sentimientos, recuerdos...
       El hombre es unidad; tiene que vivir integrado en la unidad de tantas "pluralidades"; acercarse a tratar con Dios que es UNIDAD.
       La oración es el encuentro de dos unidades, la pequeña, débil... del hombre; la sustancial, infinita de Dios.
1.1. Larrañaga, Muéstrame tu rostro, 180; Card. Martini, Itinerario espiritual, Edic. Paulinas, 24-27.
       Esta complejidad de "fenómenos" amenazan con desintegrar la unidad interior del hombre y dificultar enormemente la comunicación
con Dios.
       A nivel "subconsciente" el hombre está invadido por multitud de motivaciones, impulsos, instintos, deseos, recuerdos aparentemente
olvidados que hunden sus raíces en el subconsciente irracional.
       Cuando menos se espera, por causas que parecen no tener explicación o por la entrada en acción de las leyes de asociación, se ponen
en actividad y pueden llegar a ser un gran obstáculo para la oración o trato con Dios.
       Qué supone orar, o comunicarse en intimidad con Dios:
       Supone (no siempre ni plenamente conseguido), un "pensamiento puro": el dominio de la mente, para fijarla, centrarla en un punto,
(Dios), donde se establece el contacto con El, en la paz, silencio, unidad.
       Supone el equilibrio de la "afectividad". La actividad de los afectos que entran en acción, no dispersados, sino unificados en Dios, al
servicio de la razón, de la voluntad, de la fe.
       Y este doble dominio, bajo la gracia y nuestra cooperación, tiene por objeto unificar el mundo de fenómenos que pasan por nosotros y
tienden a "dispersarnos interiormente"; por tanto, a dificultamos o a impedir nuestra comunicación con Dios.
       Supone que el acto de fe, por el que afirmamos que "Dios está aquí" tenga el suficiente peso para nosotros. 2
       B. Las distracciones:
       Tienen mucho de común con la dispersión interior. Muchos autores las identifican. Aunque tengan matices que puedan diferenciarlas,
no debemos hacer problema de una doble realidad tan afín.
Quizá Se Pudiera afirmar que las distraccione; son la causa de la dispersión interior de la atención. Dispersiór y distracción provienen de
causas determinadas y, aunque h causa inmediata de la dispersión provenga de la distracción ésta a su vez, tiene las suyas propias que,
no pocas veces, sor. también las de la dispersión.
       Por eso, en la práctica, no se le da mayor importancia s distinguirlas.
       Qué son:
       "Las distracciones, en general, son pensamientos o imaginaciones extrañas que nos impiden la atención a lo que estamos haciendo".3
       Se da en la vida ordinaria, en las ocupaciones, trabajos, tareas, etc., que exigen cierta concentración. Distraen al espíritu de lo que
quiere hacer, no obstante, su deseo inicial y su firme voluntad; desvían de la continuidad de la obra, a veces inconscientemente, otras
consciente o consentidamente. Unas veces por causas exteriores, otras por representaciones interiores.
       El resultado es, la ausencia del espíritu de donde debiera estar.
       La vida espiritual no escapa a ninguno de estos modos de distracción. Con la diferencia de que aquí se trata de Dios o de las cosas de
Dios.4
       Causas:
       Independientes de la voluntad:
           Una salud débil.
           El cansancio o fatiga mental.
           La situación interna: preocupaciones absorbentes; noticias desagradables recibidas o, al contrario, noticias agradables que exaltan
a la persona.
3. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, BAC, 1955, 596.
4.R. Vernay, "Distractions", Dictionnaire de Spiritualité, col., 1347.
7. J. Lafrance, Aprender a orar con Sor Isabel de la Trinidad, Madrid, Edit. de Espiritualidad, 1984, 87.
Esto puede hacerse a través de la repetición vocal mental de una palabra que me toca interiormente, el nombre de Jesús, el verso de un
salmo... que se va dejando caer en el corazón...
    No pocas veces la oración se hace aburrida, y caemos en aridez y nos vemos asaltados de distracciones porque no somos personas
íntimas de Dios: "Hay muy poco que decir a alguien a quien no se conoce y con el que no se trata de entrar en comunicación".8
    Cuando hay verdadero amor, aun cuando entonces no se perciba, la oración, en su sequedad, estará sostenida por un amor que se
asienta en lo profundo del alma, sin subir a la superficie. Entonces la presencia del amigo, creída y amada en fe, basta para perseverar y
aun llegar a entablar una conversación cálida, cordial".
    Otras causas:
    Falta de "armonía" entre la oración y la acción que repercute en la oración como tal.
     Falta de generosidad y de fidelidad, sobre todo en sequedad, que nos deja desarmados ante las distracciones.
     No dar primacía a la ley profunda de toda oración: La pureza del alma, la renuncia interior, la pobreza de espíritu, los sentidos
        interiores y exteriores "dejar todo por 'el todo'."9
    Resumimos lo dicho anteriormente citando las palabras de un maestro moderno de la vida espiritual: "Las distracciones son de dos
clases: a) las distracciones normales que suelen tenerse al meditar y que alejan a uno totalmente de la oración (Entendemos que el autor
se refiere a las que llamamos involuntarias), b) el inicuo vagar de la sola imaginación, mientras el intelecto está aparentemente ocioso y
vacío y la voluntad fija en Dios.
Estas distracciones son totalmente inofensivas. Y aun cuando persistan durante todo el tiempo de la oración, ésta sigue unida a Dios; sin
embargo, nos sentimos absolutamente insatisfechos y humillados".10
    A veces las distracciones pueden provenir de la prisa interior que nos domina. Frecuentemente, sin que podamos dar una explicación,
sentimos que un desasosiego interior, un deseo de que el tiempo corra, de terminar... se apodera de nuestro interior. Quizá sea la
proyección que a nuestra oración le falta esa entrega total a comunicamos con Dios; o el deseo inconsciente que nos acucia porque algo
nos espera para hacer puede ser la falta de una pacificación previa interior... El hecho es que nos vemos acuciados por la prisa y
percibimos una división interior, una atención repartida, una agitación que obstaculiza el trato a fondo, o la prestación sincera de nuestra
presencia en fe al Señor.
10. J. Chapman, citado por J. Borst, Método de oración contemplativa, Sal Terrae, Santander, 1981, 31, nota 25.
IX. COMO ENFRENTAR LAS DISTRACCIONES LA ACTITUD ANTE ELLAS
1. M. A. Fiorito, Buscar y bailar la voluntad de Dios, Edic. Diego de Torres, Buenos Aires, 1988,123-127.
Notemos, de paso, que desde el momento en que nos ponemos a orar, estamos expuestos a las distracciones; y éstas tendrán un campo
más apto para asaltamos a medida que nuestra oración se hace más contemplativa, porque presentamos unas facultades menos
ocupadas en una labor de meditación. Que, en realidad, siempre y en cada sujeto sea así, es otra cosa.
    Pues bien, supuesto que las distracciones son transmisoras de mensajes ¿Qué hacer con ellas?:
    Ante todo, darme cuenta del mensaje que siempre se refiere a mí. No se trata de emplear un tiempo precioso en dialogar con uno
mismo, sino de hacerse consciente de que algo va reclamado por esa distracción. Por un momento, mi atención está en dos niveles: en el
de la meditación, por ejemplo, y en el del mensaje de la distracción. Si he tomado una mala postura, incómoda, mortificante, enseguida
caigo en la cuenta y la modifico. Si es un mensaje que entra más profundamente en el campo de la conciencia, no se trata de poner nuestra
energía a su servicio. Rara vez ocurrirá esto cuando la distracción sea tan acaparante que la mejor manera de proceder esté indicada por
la incorporación de la misma a la oración, hacerla materia de mi trato con el Señor. Fuera de estos casos, más bien excepcionales,
atenderé su contenido sin ir tras él. Es como si interiormente dijese: "Ahora estoy meditando, me doy cuenta de lo que tengo que hacer
mañana".
    Quitemos de nosotros la impresión de que no luchar contra las distracciones es "consentir". Es, sencillamente no gastar energías para
alimentarlas. Es como si volviera la cabeza para decir: "Ya, sé que estás ahí; te atenderé más tarde" y proseguir con toda calma la oración.2
2. R. L Fancy, Prayer for Inner Healing, Paulist Press, N. Y., 1979,75-76; Cfr. R. Faricy, L Rooney, The contemplative way of Player,
Servant Books, Ann Arbor, Michigan, 1986,29-32, J. A., G-M, Cuadernos de oración, 1983,12, p. 15.
   ¿Cuál es el sentido profundo de estas distracciones? Prescindiendo de otras explicaciones psicológicas probables, indicamos ahora
una que nos parece de gran importancia, y de un sentido profundamente real: Este género de distracciones manifiesta que hay algo en mi
mente que no se ha integrado en mi relación personal con Jesús. Que hay algo que se escapa al dominio de Su Señorío; que no lo he
puesto consciente y plenamente, o sometido confiadamente y del todo al dominio de su poder y de su amor. Tratamos de aclarar
brevemente lo afirmado: Si existe algo en mi v ida que no está integrado en mi relación con el Señor, en mi vida tomada como un todo que
comprende la realidad humana divina de mi ser, la distracción lo delatará. Cuando, de un modo o de otro, a nivel consciente o inconsciente,
se toca esta área, la distracción se cebará en ella, se agarrará; se detendrá en esta zona que escapa todavía o está muy débilmente en las
manos del Señor.
   Supuesta esta realidad, el modo de proceder es obvio: Tomar la materia de la distracción, entregarla a su amor. De este modo, no sólo
trueco la distracción en oración, sino que también colaboro con él reconciliándome con esas realidades que aún no le pertenecen; actúo,
con su gracia, entregándole lo que hasta ahora le había negado o había vuelto a tomar. De este modo unifico mi interior. El me va
integrando, realizando una apretada unidad con él y esto, precisamente, es la sanación interior de las distracciones y de cuanto ellas
descubren. El, Jesús, se hace más y más, el centro de mi vida.
   Pongamos un ejemplo: Si mantengo relacionen pobres, frías, impersonales con alguna persona, las deposito en las manos del Señor,
ruego por esa persona y le suplico que sane estas relaciones y me llene de su amor para con ella. Dejo que el Señor las llene con su gracia
y con su amor sanando cualquier egoísmo o posesividad que haya en mí y fortaleciendo la relación con dicha persona.
   De aquí podemos deducir que las distracciones son "indicadores" de lo que yo debería pedir y poner explícita y libremente, bajo el
señorío de Jesús para su curación. En sus heridas, signos de su pasión, El, glorificado, yo soy sanado. Clamo a El, mi Señor, con la ayuda
del Espíritu (1 Cor 12, 3); le dejo que penetre en toda mi vida deseando aceptarlo como mi Señor en esas áreas, y en todo mi ser. De este
modo, al proclamarlo como mi Señor, celebro su resurrección sobre toda la creación, sobre mi vida y le permito ser el Señor.
   Creemos que esta manera de enfrentar ciertas distracciones y aun muchas de las que nos asaltan, es una manera no sólo de
combatirlas, de liberarnos de ellas, sino también de crecer en la aceptación y entrega al Señor por la sanación interior.
4. Actitudes
   Sin que exista una "receta infalible" aplicable a todos los casos, sí se puede conseguir con humildad, oración, perseverancia,
conocimiento y aplicación de recursos que la experiencia muestra ser eficaces.
   a) Persuasión de que, fuera de estados místicos muy elevados, o por un don especial de Dios, no podemos eliminar todas las
distracciones, sí disminuirlas notablemente y aun sacar sabiamente de ellas un gran fruto espiritual, si sabemos manejarlas.
   b) Actitud de aceptación: Es la práctica constatación de la fragilidad de nuestra atención.
   c) Actitud de examinar las causas que las provocan y la determinación de aplicar seriamente los remedios convenientes y de progresar
en la oración.
   Esta ha de entenderse ampliamente:
   Implica un verdadero diagnóstico: son distracciones pasajeras, intermitentes, continuas, recientes, antiguas; desde hace poco, desde
hace años, desde siempre; no obstante los medios que empleo con voluntad de perseverancia; son distracciones conscientes;
semiconscientes... Esta actitud de lucha, que no es precisamente, tensión interior, conduce a la paz, la calma interior, el discernimiento...
   Sería muy recomendable, y a veces necesario, examinar: distracciones sencillas, turbulentas, tentadoras.
   Las condiciones exteriores.
   Las disposiciones temperamentales.
   Los defectos generales de la vida espiritual.
   Las ocupaciones, las preocupaciones de las personas.
   d) Actitud de practicar las virtudes y salvaguardas fundamentales, dentro de las posibilidades, con la ayuda de la gracia: sana vigilancia,
dominio, recogimiento, esfuerzo sin tensión, apaciguamiento físico y psicológico...
   (No olvidemos que elevadas etapas interiores pueden coincidir con grandes y durables impotencia para centrar la atención en la
oración).4
   e) Actitud de "adelanto" o de sacar provecho:
   Se trata de las distracciones no consentidas y que no provienen de tibieza, negligencia... Los frutos que pueden recogerse son grandes:
paciencia, humildad, confianza, perseverancia, fidelidad, abnegación,... Experiencia viva de nuestra necesidad de Dios y de su gracia;
conocimiento de nosotros mismos; capacidad de comprensión de los demás que pasan por situaciones semejantes...
   f) Actitud de "perseverancia"y "fidelidad" en la oración a pesar de las distracciones (Ya se hablará de esto).
   g) Actitud o querer verdaderamente santificarse y purificarse a través de y por ellas, precisamente, sea cual fuere la causa.5
   h) Actitud de integrar las distracciones en la misma oración:
   Hemos indicado que las distracciones pueden, a veces, ser un precioso indicador de lo que aun no está integrado en mi relación con el
Señor. Esto puede acontecer, sobre todo, cuando se trata de un perdón que está implicado en las distracciones respecto de determinadas
personas que asedian mi atención durante la oración. O acontecimientos y sujetos que vuelven una y otra vez a la memoria: pueden ser un
gran indicador de que permanezco aferrado a ellos y no pretendo desligarme seriamente entregándoselos al Señor. Hay, entonces,
realidades que están al margen del Señorío de Jesús sobre mi vida, y que vienen a mostrarme la debilidad de mi adhesión a El.
   Creemos que también la tibieza de nuestra decisión de orar, de la pereza o flojedad en prepararnos para el trato con el Señor puede ser
una puerta abierta por donde tienden a colarse las distracciones. Hay una actitud, más o menos consciente, de "posesividad" sobre ciertos
acontecimientos de mi vida, sobre determinadas personas, problemas, circunstancias dolorosas... que retienen mi voluntad y acaparan mi
atención, precisamente en los momentos en los que todo mi ser debería enfocarse y centrarse en la intimidad de mi trato con Dios.
   Hay, no obstante, distracciones, también las enumeradas anteriormente, que pueden convertirse en una poderosa oración, las integro a
ella consciente y humildemente:
   Si se trata de "posesividad" de cosas o personas puedo ofrecerlas al Señor y pedirle que la fuerza de su Espíritu me libere de ser
acaparado por ellas. Es un acto de desprendimiento humilde que hago ante el Señor en cuya presencia estoy.
   Si se trata de un perdón que debo dar y que siento resistencia a otorgarlo y desprenderme de ese placer malsano de la oculta venganza,
puedo suplicar una y otra vez a Dios que me dé la gracia de perdonar, aunque sea contra los sentimientos que me acapara y obstaculizan
hacerlo.
   Si el problema presente no resuelto me asedia con su insistencia en la oración, puedo tomarlo y depositarlo en la providencia divina, en
el Corazón compasivo de Jesús, y esperaren fe que El, al tomarlo como suyo, ponga su mano y lo resuelva conforme a sus designios. Yo
lo acepto desde ahora, aunque ponga mi cooperación. Me he desprendido de algo doloroso y angustiante que me impedía comunicarme
con el Señor en la intimidad de un hijo del Padre celestial.
   Mis distracciones, cualesquiera que sean, puedo tomarlas en mis manos, como si fueran criaturas indefensas, y las presento al padre
ofreciéndoselas por Jesús, en su Espíritu para que las tome como suyas, confiado en su poder y en su amor.
   De este modo, pongo, en mi pobreza espiritual, la cooperación eficaz a la obra del Espíritu en la oración y contribuyo a acrecentar mi
confianza en El, desprendiéndome generosamente de algo que me obstaculiza en mi itinerario hacia la intimidad con mi Padre celestial.6
   i) Admitirse
   Cuando comience a aquietarse se dará cuenta de que su cabeza está llena de pensamientos que vienen tanto del interior como del
exterior. La imaginación es una facultad en movimiento perpetuo, siempre está produciendo imágenes por su esfuerzo continuo. Así que
debe saber que, a nivel de su memoria e imaginación, los pensamientos seguirán viviendo. Lo principal es aceptar el hecho de que esto va
a suceder. Nadie se va a sumergir inmediatamente en un océano de paz donde no haya distracciones. Tenemos que aceptamos como
somos, y a Dios como es, y confiar en que El nos guiará en forma tal vez no siempre cómoda, pero la mejor para nosotros".7
5. Remedios prácticos
a) Cuando las causas dependen de nuestra voluntad: Cortar la distracción por entero, "sin tergiversaciones".7
    Un autor de tanta solvencia en el campo de la oración como J. Borst propone, para combatir las distracciones, dos modos de los que
afirma ser muy eficaces: La "oración rítmica" y las "oraciones repetitivas". Ambos modos los proponemos como maneras de oración vocal
en sus correspondientes instrucciones.15-16-17
15. J. Borst, Método de oración contemplativa, Sal Terrae, 1981,30-35; G. Thils, Existencia y Santidad en Jesucristo, Sigúeme, 1987,420-421. El autor
citado más arriba: G. Thils, añade a lo expuesto un tipo de distracciones que nos parece citar. Esperamos que sea bien comprendido. De otro modo,
podría causar actitudes confusas en materia tan delicada como la oración. "Existe un tipo de distracción que puede ser indicio de progreso espiritual. En
efecto, la vida teologal en progreso pasa de la multiplicidad de las consideraciones intelectuales y de los afectos a la simple fe en la presencia real y
amorosa de Dios. Ahora bien, nos distraemos con menos facilidad cuando tenemos la imaginación ocupada en nuestras ideas, nuestras imágenes y
nuestras adoraciones, que cuando simplemente hacemos un acto de fe amorosa en Dios invisible. En este caso hay un progreso en la oración. Pero,
humanamente, perdemos pie; nuestras facultades no tienen nada a qué asirse, ni una idea, ni una imagen. De ahí, naturalmente, que experimentamos
cierta dificultad en permanecer mucho tiempo en esta simple visión de fe e, inevitablemente, nos distraemos.
Este tipo de distracciones no ha de asustarnos. Es casi inseparable del proceso de interioridad de una vida teologal que se fija en Dios Invisible realmente
presente".
El peligro, creemos estar en que consideremos falsamente hallarnos en ese estadio o nivel de oración que el autor supone darse, Pero éste riesgo puede
superarse fácilmente con la ayuda de un director experimentado en los caminos de la oración, obra del Espíritu.
16. "Las distracciones no deben inquietarnos porque el que se ejercita en esta forma de oración más sencilla (habla de la oración contemplativa, de la
oración detenida en una frase, palabra, de la oración "repetitiva") debe saber que el espíritu puede estar en oración, aun cuando la imaginación esté
distraída. No debe hacerse violencia especial por rechazar las distracciones; éstas van y vienen como las nubes que pasan por el cielo y sería cosa inútil
el tratar de disiparlas. El flujo de las distracciones es como la corriente marina, que arrastra al velero; no hay que corregir esa deriva mediante un vigoroso
golpe de timón; vale más el volver a tomar el rumbo por medio de ligeras presiones a la vara del timón.
6. Algunas ayudas:
    1. Ayuda mucho, para evitar distracciones, la preparación inmediata de la oración:
    El acto de fe sincero, profundo, detenido antes de entrar en oración. La petición ferviente de la gracia que se desea obtener de Dios.
Así, cuando el espíritu en oración se ha dado cuenta de la deriva a donde la llevan las distracciones, una vuelta muy sosegada a la palabra de la Escritura
o al misterio evangélico que lo había concentrado valdrá más que una violenta llamada de atención. No se puede distinguir bien el fondo del corazón que
ora y la superficie de la imaginación que divaga en la distracción. A pesar de lo dicho pueden nacer escrúpulos acerca del valor de una oración "tan
distraída". Para eso hay que dar más importancia a la postura del cuerpo. El cuerpo, por sorprendente que parezca, puede ser la garantía más segura de
una oración por otra parte distraída. El que se pone de rodillas, y aun sentado, pero en una postura reverente, ya está orando con el cuerpo: la postura del
cuerpo sostiene el recogimiento y lo protege de las distracciones de la imaginación. No porque haga desaparecer la distracción, sino porque impide a
ésta el morder el fondo del corazón. Según esto, solamente cjuien se entrega a la oración tomando una postura negligente deberá sentir inquietud por la
perturbación que la distracción le produjo. Pero si el cuerpo está en oración, el corazón lo está ciertamente también, y poco importa lo que pese en la
imaginación". E. Pousset, Oración perdida, oración encontrada, 68-69. Las "distracciones" ocurren aun dentro de las más íntimas relaciones humanas,
por ejemplo en la comunicación reservada y profundamente confiada entre amigos. Por tanto también se dan en la oración que, esencialmente consiste
en la comunicación con Dios. Y esto ocurre aun en la íntima comunicación que se da en la oración contemplativa.
Cfr. W. A. Barry and W J. Connolly, The practice of Spiritual Direction, Harper and Rou, Publischers, San Francisco, 1982, 52.
17. M. A. Fiorito, en su libro: "Buscar y hallar la voluntad de Dios" simplifica muy atinadamente el tema tan espinoso de las distracciones, reduciéndolas
a una doble causa: distracciones a las que acompañan tentaciones turbadoras y peligrosas.
En el primer caso, son inofensivas si sabemos tratarlas; en el segundo su malicia es positiva: no sólo tienden a disputarnos el trato a Dios, a hacernos
perder el fruto de la oración: pretenden, además, hacernos cometer pecados, si cedemos.
Da medios muy oportunos que sustancialmente coinciden con los propuestos en otra parte.
     De más está decir que debe darse un corte con la ocupación anterior, a no ser que haya sido una actividad que no la requiera por su
naturaleza: v, gr., cuando se hace oración después de la celebración eucarística.
     2. Es realmente importante cuanto se refiere al cuerpo. Oramos con toda la persona, y el cuerpo tiene un papel capital en la marcha
de la oración.
     Busca una posición reverente; controla de modo pacificante tus sentidos externos: Por ejemplo cerrando, suavemente tus ojos o
teniéndolos, sin tensión, fijos en un punto: una imagen, el sagrario, ...
     A muchos les ayuda el asiento: un banquillo bajo colocado de modo que toda la espalda pueda estar erguida. Procura que todo el
cuerpo esté suavemente relajado.
     3. Purifica tu intención antes de orar. Ofrece, siguiendo el consejo de San Ignacio, todas tus acciones, tus sentimientos, toda tu labor
de entendimiento v voluntad al Señor. Es decirle, implícitamente, que deseas, a despecho de tus distracciones, permanecer y continuar en
alabanza. El estar presente, en adoración a su Majestad y en admiración a su amor.
    4. Cuando las distracciones involuntarias te asaltan, apartándote del foco de Dios, céntrate con paz y suavidad en la presencia de
Dios.
    Puedes también, volverte a El y presentarle con humildad la distracción y pedirle su ayuda.
    5. A muchas personas les sirve de un poderoso recurso, acudir al nombre de Jesús: repetirlo con amor por las varias maneras que
pueden emplearse: el nombre sólo; el nombre en una jaculatoria; el nombre en la conocida oración de Jesús; el nombre en el verso de
algún salmo...
   6. Aveces, sobre todo cuando las distracciones, que tienen como foco las ocupaciones diarias, se hacen persistentes, ayudará leer un
pasaje de la Escritura, o de un libro que sabemos nos toca interiormente.
   Como un recurso recomendable y siempre eficaz, preséntale, según ya se ha indicado, la misma distracción al Señor convirtiéndola en
materia de oración.18-19
   7. Le damos importancia a lo siguiente: cuando, antes de todo comienzo de la oración, se practican correctamente los ejercicios de
pacificación corporal muscular, del nivel respiratorio, del nivel afectivo (sentimental -emocional, y del nivel intelectual, las distracciones
disminuyen y se controlan más fácilmente).
Notas previas:
   1. Hay autores que la identifican con la desolación. Otros, por el contrario, la distinguen.
   2. Parece que deben considerarse aparte. Aunque la desolación implica la aridez espiritual, pero no se confunden, ni, por tanto, deben
ser identificadas.
   3. La desolación espiritual, de la que se tratará, abarca un campo mucho más amplio.
   La desolación comporta fenómenos que no se dan necesariamente en la aridez: tristeza, tedio, falta de fe (aparente)...
   La aridez se limita al campo de la oración, mientras que la desolación afecta a toda la vida espiritual (y tiene resonancias, a veces,
profundas, en el campo físico y psicológico).
   La aridez espiritual, existe en la oración, se asocia, frecuentemente, fuera de ella con el gusto de las cosas espirituales y con la facilidad
de emitir pensamientos y afectos sobre Dios. Esto no ocurre con la desolación.1
   La sequedad espiritual para algunos autores no significa ausencia de experiencias espirituales, sino ausencia de experiencias a nivel de
sentidos.
1.J. de Guibert, Theologia spiritualis, 239; San Francisco de Sales, Vie devote, II, 9; IV, 14-15.
    Entendida de este modo, nos parece tratarse entonces de una sequedad muy relativa. Desde el momento en que se da en lo íntimo del
alma una experiencia profunda de Dios, el hecho de que no tenga irradiación alguna a nivel de los sentidos, no quita en nada el carácter de
una consolación. Por eso, este modo de entender la sequedad, sí es tan limitado, parece tratarse de palabras más que de realidades. La
misma expresión de "sequedad" ascéticamente induce a pensar que se trata de algo más de fondo que de una mera ausencia de
experiencia a nivel de sentidos.
    La misma aridez y sequedad tienen para algunos autores, connotaciones distintas. La aridez es la sequedad en su nivel más profundo,
que puede llegar hasta la intimidad más honda del alma. Por eso, podría decirse que toda aridez es sequedad, pero no toda sequedad
puede ser clasificada como aridez.2
    Creemos que, realmente, es así. Sin embargo, hemos pensado que, pedagógicamente sería preferible tratarlas como equivalentes.
Para facilitar su comprensión, no bastante.
  Esta impotencia puede ser más o menos aguda. Siempre iene algo de relativa, pues apenas se darán casos en los que 10 se pueda
tener pensamiento o afecto alguno. Siempre se Dodrá decir, al menos, "Señor, ten compasión de mí. Cúmplase en mí tu voluntad".4
  El caso de la aridez de Jesús en Getsemaní (que también es desolación profunda), nos lo demuestra (Mt 26,39).
  Una descripción bien conocida de aridez en casos agudos, es la de San Bernardo: "Me invadió una languidez de alma y ma torpeza de
la mente... Una esterilidad del pensar ausencia le devoción... ¿Cómo se secó mi corazón...? y se convirtió en ierra sin agua? Ni soy capaz
de compungirme derramando ágrimas: tan grande es la dureza del corazón; ni gusto los aliños; ni me agrada leer ni me deleita el orar; ni
hallo facilidad Iguna en las acostumbradas meditaciones... ¿Dónde fue aquella embriaguez del espíritu? 5
  Impotencia para producir actos intelectivos y afectivos en la oración: A veces afecta sólo al entendimiento; sólo al corazón; pero, le
ordinario, a ambos.
  Esta impotencia puede existir con una verdadera luz sobre 3 que debe hacerse y con una firme voluntad de actuar.
  Puede verse uno incapaz de producir actos del ntendimiento y afectos del corazón sin que por ello se ncuentre en la aridez mientras
pueda descansaren iensamientos y afectos sencillos, simples, aunque sean muy poco discursivos o parezcan superficiales (los afectos).
  La impotencia del alma hace que la oración se torne olorosa y haga más difícil la perseverancia en ella.
  Hay arideces y arideces: Unas son "absolutas": total npotencia para darse a la oración. "Relativas": grande dificultad pata producir los
actos mencionados.
J. De Guibert, o. c.,289.
R Daeshler, a. c., 846.
Arideces "intermitentes": asedian con más o menos frecuencia. Arideces "continuas": perduran por un largo tiempo. 6-7
   No pocas veces, se tiende a confundir la aridez y la desolación. Toda desolación, implica, de algún modo la aridez. Pero aquella rebasa
el campo de la sequedad. La aridez comporta los elementos descritos. La desolación, engloba dichos elementos negativos en un grado e
intensidad mayor. Además, comporta elementos de aversión, de entenebrecimiento, pero, sobre todo, de una voluntad que se resiste. La
desolación se hace más dolorosa que la aridez o sequedad.8
"Se trata de actos, omisiones, hábitos que implican una responsabilidad moral y que llevan consigo, conscientemente o no, la aridez".9
   La tibieza: produce inapetencia, disgusto de las cosas del Señor y, casi inevitablemente, la aridez, al mismo tiempo que disminuye las
gracias actuales.
   El estado de negligencia general, aunque no sea universal; falta de delicadeza de conciencia; falta de cuidado sereno por evitar un gran
número de faltas y de imperfecciones.
   Falta de esfuerzo por practicar ciertas virtudes básicas y obligaciones de estado.
   Falta de la debida estimación de los bienes y cosas espirituales.
   La negligencia por combatir una pasión o una "afección desordenada", aunque recaiga sobre un objeto bueno.
   El orgullo sutil espiritual de considerarse mejor que los demás; un desprecio disimulado por los que no van por sus caminos.
   La pretensión de querer manipular a Dios que ha de estar disponible a sus exigencias de darles el gusto espiritual a su medida, a su
tiempo... De otro modo, preferir los dones de Dios al mismo Dios; querer captar a Dios, más que dejarse captar por El, humilde y
sinceramente.
   La falta de "disciplina" en nuestros sentidos y en nuestras facultades, de que se habla en otra instrucción.
   c) Causas sobrenaturales
   (Hay que evitar a todo trance dejarse engañar por una apariencia de virtud y tomar, ilusionadamente por pruebas del Señor lo que no es
sino consecuencia de un estado generalizado de descuido espiritual).
   Dios puede sustraer el consuelo y devoción sensible y dejar al alma en la aridez por diversas causas: Para purificarla del apego a esos
consuelos. Para arraigarla y profundizar su humildad viendo su impotencia.
   Para aumentar su mérito con los esfuerzos que hace para perseverar y ser fiel en esa situación.
   Para prepararla a nuevos avances y elevaciones en la vida espiritual.10
   Es importante, en el sentir de De Guibert, distinguir la aridez habitual que pueda provenir de la "tibieza" y de la prueba de Dios.
   He aquí algunos modos de discernir: La fidelidad en la oración no obstante la aridez. La fidelidad en cumplir los deberes del propio
estado. No buscar compensaciones mundanas para su aridez. Tener, en la aridez, un deseo intenso (proveniente de la gracia y de la
voluntad, no del sentimiento), de servir a Dios y de unirse a Él.11
   La persistencia en la impotencia que experimenta para discurrir sobre las cosas divinas y el producir afectos espirituales.
   (No se excluye que esta prueba totalmente persistente indique el conjunto de una "vida" espiritual, una vocación personal: la misión
reparadora, y, sobre todo, el "estado de abandono". Pero no se debe dar por supuesto ligeramente). 12-13
Se trata únicamente de que dejemos todo el sitio al Espíritu. En tiempo de aridez, no está todo perdido; al contrario, la aridez 110 es un castigo, ni es una
reprobación. A veces, sobre todo en los comienzos, el alma se inquieta, se turba; o sufre excesivamente, como si Dios mismo se hubiera retirado. El alma
desea, con una ingenuidad un poco infantil, que vuelvan los consuelos. No sabe que Dios está más presente en ella que en tiempo de las alegrías
sensibles: está presente de una manera más digna de Él, y quiere hacerle descubrir este modo más espiritual.
El silencio y la oscuridad son las mejores condiciones de una educación de la atención: nos enseñan a escuchar. Se afinan nuestros sentidos, se
agudizan, se tornan capaces de percibir lo que les están encubriendo el mido y las múltiples solicitaciones de fuera (...).
El espíritu quiere abrirnos a unas realidades espirituales que ni siquiera sospechábamos. Nos lleva al desierto, nos hunde en el silencio y en la oscuridad.
Dejémonos estimular, dejémonos afinar, dejémonos poner en armonía con lo espiritual: de esta manera aprendemos a vivir en fe:
Cualesquiera que sean el tedio, la oscuridad, la sequedad o incluso la tentación, (...), podemos asirnos a esta certeza de fe: en esta región de nosotros
mismos, donde no tenemos acceso, Dios habita, la Santísima Trinidad mora en nosotros, y el Espíritu del Hijo dice en nosotros "Padre". Nosotros mismos
no sabemos decirlo. No sabemos orar, sobre todo en esas horas; pero el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad y El mismo intercede por nosotros
con gemidos inefables (Rom 8,26). Imposibles de expresar: nuestras pobres palabras camales son ineptas para traducirlos, y es Imposible oírlas: nuestra
pesadez nos vuelve sordos para una modulación espiritual.
Lo que en esc momento se exige de nosotros es permanecer en la fe, sencillamente, humildemente, intentando asociarnos oscuramente a esa oración
gloriosa y siempre escuchada (Rom 8, 27). Es más importante dejar que el Espíritu Santo actúe en nosotros, que ser psicológicamente conscientes de su
acción (...) y, como una súplica y como una afirmación de fe (y de fidelidad), a despecho de todo, expresar nuestro deseo de repetir con el Espíritu: ¡Abba!
¡Padre!". SoeurJ. D'Arc, Nuestra actitud bíblica, 160-166.
3. Remedios de la aridez
    Deben variar según la naturaleza de las causas.
    De aquí la importancia de examinar atenta, sosegada y objetivamente estas causas, no pocas veces complejas.
    Se recomienda mucho la ayuda de un competente director espiritual: El podrá ayudar a la persona completar su examen; a detenerse
en las causas más probables; a elegir los remedios adaptados a ellas.
    "Caso de especial discernimiento es la aridez preparatoria a la contemplación. Ya indicamos las características que la distinguen".15
    Para las causas físicas o psicológicas
    Remediar, hasta donde sea posible, las causas que producen la aridez.
    Cuando no se puede, o solamente en parte, echar mano "de un modo de orar" que facilite tener una suficiente unión con Dios que sea
compatible con las circunstancias que uno se encuentra: V. gr.
16. D. M. Stanley, Moderno enfoque de los Ejercicios Espirituales, Edit. Apostolado de la Prensa, Madrid, 1969,148; Cfr. Sta. Teresa,
Libro de la Vida, c. 8; J. M. Martín-Moreno, Tu Palabra me da vida, Edic. Paulinas 1982,69-70; Y. Raguin, Caminos de contemplación,
Edic. Narcea, 1985, 70-73; 174-137.
    - La persuasión de que este género de pruebas viene a ser una ley, no absoluta, sí general, de la vida espiritual. "Todos deben
disponerse a pasar, siguiendo la expresión ya clásica de la Sagrada Escritura, por el desierto de la aridez para llegar a la Tierra prometida
de la oración más perfecta. Es la enseñanza común de los maestros de vida espiritual; pensamiento real y confortante. Esta ley se expresa,
frecuentemente, como una alternancia necesaria de la vida interior, tan inevitable y providencial como la de las estaciones.
    En parte, está condicionada por la "mutabilidad" de nuestra naturaleza física y moral y su dependencia de los acontecimientos
exteriores".17
    El intenso moverse contra la aridez: volverse contra ella, aplicándose más a la oración, usar discretamente de la penitencia... cambiar
el modo de orar.
    Hacer oración de la misma oración árida: presentarse al Señor en sincera pobreza espiritual, en humildad, rogándole abrevie la prueba,
dentro de su plan de salvación; aceptando, sin luchar contra sí mismo, su situación, pero colaborando con Dios empleando recursos
diversos.
    Fomentar mucho el pensamiento del amor personal y fiel del Señor para con la persona en aridez.
    Unirse a Cristo en el Huerto de Getsemaní (Lc 22,44).
    Espíritu de generosidad:
    Perseverancia y FIDELIDAD al tiempo determinado de la oración.
    Fidelidad al "horario", sin retrasar o cambiar arbitrariamente la hora, si no hubiera una razón que realmente lo justifica.
    Convencimiento práctico arraigado de que a Dios "no se le capta; es El quien voluntariamente se manifiesta".
   Consolarse eon los beneficios, muchas veces inmensos, d< este tipo de aridez, cuando se persevera en ella: El ejercicic fuerte de
grandes virtudes, sobre todo de las virtudes teologales La profundización de la humildad. La dependencia de Dios y la confianza filial en El.
La preparación normal, al progreso en la oración. Estar dispuesto a "quemar el tiempo" en honor del Seño (holocausto). Es un tiempo
perdido, desde el punto de vist: humano, sin ninguna utilidad terrena. Se le ofrece al Señor digno de todo sacrificio. Porque el tiempo es una
cosa preciosa lo ofrecemos a Dios. Lo único que importa es entregarle a Señor nuestro tiempo, aunque sea, y especialmente entonces en
la mayor aridez. Es una preciosa libación que hacemos par: él, reconociendo su dominio paternal sobre nosotros. A la vez se convierte en
un "sacrificio de comunión" con El.18 Dificultad: Por la falta de instrucción:
   Aunque parezca casi superfluo tratarla falta de instrucciói como dificultad para la oración y el avanzar en ella, sin embargc podemos
afirmarlo dicho respecto de la decisión. Viene a se una fuente de dificultades ante las que se puede estrellar 1 persona que intenta orar.
   Ciertamente, por más que uno sepa sobre la oración, nutic; llegará a ser persona de oración si no se decide en serio a ora y no se deja
conducir por la fuerza del Espíritu.19
Pero también se halla muy unida a la instrucción. Est: nunca llegará a condicionarla de modo que el Espíritu Santo (no pueda obrar y meter
a un alma profundamente por la oraciói e irla elevando en ella, según su beneplácito. La historia de lo santos y grandes orantes nos
demuestra que, con más frecuenci de lo que pensamos, Dios se complace en abrir de par en par las puertas de la oración a almas sin
instrucción sobre ella y con muy poca información. El Espíritu Santo, es de hecho, quien las guía y suple lo que pudieran haber adquirido
con una instrucción adecuada.
    Se trata aquí de aquellas personas que, indolencia o desestima, dejan de informarse sobre la oración y se guían por sus impulsos, por
el capricho o la ocurrencia de momento, o solucionan las dificultadas que le salen al paso en su oración, con su "buena voluntad".
    No se trata de saberlo todo, de leer cuanto se escribe sobre la oración ni oír todas las instrucciones que hoy se dan sobre ella. También
aquí cabe aplicar lo que Laplace dice respecto de las lecturas. Después de enumerar algunos libros excelentes sobre el tema, añade: "A los
que les preocupe o interese el tema se me ocurre pedirles: no os excedáis. Leed uno y después si acaso otro. Volved a leerlo si os parece
bueno. Y volved enseguida a la vida. Es en ella donde podréis aprender de verdad".20
    Una buena y discreta información facilita la oración, proporciona modos diversos de orar; inspira al lector en la formación de recursos
propios de orar; ofrece soluciones a las dificultades que se aplicarán a los casos concretos...
    Muchos encallan en la oración por falta de maneras distintas para situaciones diversas en las que el orante pueda encontrarse; indica
la pedagogía ordinaria de la gracia, la acción progresiva del Espíritu en la oración; enseña la actitud espiritual ante las pruebas interiores.
En cierto modo se convierte en un buen pedagogo que nos va guiando en este camino que ofrece dificultades, rutas diversas, situaciones
insospechadas...
La instrucción sobre la oración no excluye el recurso a la dirección espiritual. Este es, ordinariamente, el gran medio de instrucción, de
discernimiento y, al menos indirectamente, de progreso seguro en la oración.
    La "crispación"
    Es otra de las dificultades, mejor, de los impedimentos más frecuentes, más perjudiciales y menos considerados de la oración.
    La "crispación" está en el sujeto mismo que ora y puede tener diversas causas:
    El sujeto crispado se esfuerza en orar, pero se esfuerza indebidamente y con ello entorpece seriamente la marcha de la oración. Está
crispado porque pretende sacar adelante la oración a fuerza de "puños" o de esfuerzo personal. Es un esfuerzo "convulsivo" que acapara
las energías físico-psíquicas y fatiga sin resultados.
    Es una tensión, una violencia interior (y aun exterior) que parte de un buen deseo, pero mal orientado o de una instrucción equivocada.
    Hemos de estar abiertos a la gracia; pero la crispación quiere orientarla o, prácticamente, pasa a segundo término porque el primero lo
ha ocupado el esfuerzo personal replegado sobre sí mismo...
    La crispación puede provenir por un ''perfeccionismo" que no tolera la más mínima deficiencia. Es un cerrarse sobre sí mismo; no es
bajara la intimidad de sí con la gracia y la guía del Espíritu.
    En la crispación está ausente la serenidad para que el curso meditativo fluya, aun cuando el alma se encuentre orando en la fe
desnuda.
Resulta difícil por la desolación (EE. 317), que es ausencia del sentido de Dios: un Dios lejano, una pared entre mi espíritu y Dios; la oración no me dice
nada, no la siento, no me entran ganas de hacerla, me inclino más bien a lo contrario. Card. C. Martini, Abraham, nuestro padre en la fe, Edic., Paulinas.
Madrid, 1984,179-180.
     La misma falta de serenidad que pueda darse en los momentos de desolación difiere mucho de la crispación porque en el fondo el
alma se ha abierto dolorosamente a la gracia, no a sí misma.
     La crispación, no pocas veces, delata un espíritu lleno de sí, de una oculta vanidad; de una valoración excesiva del esfuerzo personal
que debe hacerse, pero bajo el predominio de la acción del Espíritu en la oración.
     Es preciso darle la importancia que requiere y, si es necesario o conveniente, buscar ayuda en un consejero que le oriente con su
sabiduría y experiencia espiritual.23
     Insinuamos algunos de los modos de enfrentar las dificultades que, no pocas veces, ofrece la oración:
     Ver con claridad cuál es la dificultad, la perturbación, qué causas tiene y luego reflexionar sobre la manera de superarla.
     Algunas dificultades radican en la vida cotidiana. Enfrentarlas aquí:
     La "oración de súplica" sencilla, humilde, confiada (Lc 11, 9 13; Jn 14,13; Mt 18,19-20; Lc 18, 5; Mc 9, 23-24).
     La oración "repetitiva".
     La dificultad de convertirla en algo convencional: Con esta formulación queremos aludir a la dificultad sutil de convertirla oración en
algo artificial. No escapamos fácilmente aun peligro que asalta a los que quieren orar en espíritu y verdad. Más de una vez acaparados por
la desolación, o asaltados por las precipitaciones... correremos el riesgo de ocuparnos más de nuestra oración que de Dios. Nos
dedicaremos a llenar, del modo más metódico y consciente, el tiempo señalado o que nos hemos propuesto, en vez de caer en la cuenta de
que ese tiempo se nos ha dado, como un privilegio, para que sigamos aprendiendo a orar: a comunicarnos con Dios, nuestro Padre.
    Lo que importa, sobre todo, es la verdad de la oración que excluye la afectación, todo lo convencional y formulístico. Que debe estar
empapada de sinceridad\ aun en medio de las dificultades.
    Dios mira y escruta el corazón. Nuestra cooperación a la gracia de la oración se debe orientar para que llegue a ser veraz en su amor
y entrega. San Mateo, sin duda, se refiere a esto en su enseñanza sobre la oración (Mt 6,8). Los métodos y fórmulas nos deben servir como
ayuda para llegar a esta verdad, a la transparencia que nos entrega a Dios y centra todo nuestro ser, en El.
    La oración es una conversación con Dios, una comunicación con El que va cobrando cada vez más una gran intimidad.
    Lo esencial, por tanto, de toda conversación auténtica e íntima es la verdad opuesta radicalmente a lo convencional. Toda afectación,
todo mirarse en la misma oración, nos puede dejar momentáneamente satisfechos de nosotros mismos, pero delata una oración que está
muy lejos de ser la oración que desea imitar la de Jesús. Hay una falta de verdad en ella y la oración del Señor es esencialmente verdadera.
    Lo que importa, sobre todo, es la verdad de la oración que excluye la afectación, todo lo convencional y formulístico. Que debe estar
empapada de sinceridad\ aun en medio de las dificultades.
    Dios mira y escruta el corazón. Nuestra cooperación a la gracia de la oración se debe orientar para que llegue a ser veraz en su amor
y entrega. San Mateo, sin duda, se refiere a esto en su enseñanza sobre la oración (Mt 6,8). Los métodos y fórmulas nos deben servir como
ayuda para llegar a esta verdad, a la transparencia que nos entrega a Dios y centra todo nuestro ser, en El.
    La oración es una conversación con Dios, una comunicación con El que va cobrando cada vez más una gran intimidad.
    Lo esencial, por tanto, de toda conversación auténtica e íntima es la verdad opuesta radicalmente a lo convencional. Toda afectación,
todo mirarse en la misma oración, nos puede dejar momentáneamente satisfechos de nosotros mismos, pero delata una oración que está
muy lejos de ser la oración que desea imitar la de Jesús. Hay una falta de verdad en ella y la oración del Señor es esencialmente verdadera.
XI. LAS RAICES PROFUNDAS DE LA DIFICULTAD EN LA ORACION
1. Cfr. C. Wiener, "Amor", en: Vocabulario ele Teología bíblica, Herder, 1978, 75ss. (Dir. León- Dufour); V. Warnach, "amor" en: Diccionario
de Teología bíblica, Herder, 1967, 42-74 (Dir. J. J. Bauer); S.A. Pannimolle "amor" en "Nuevo Diccionario de Teología bíblica, Ediciones
Paulinas, Madrid, 1990, 60-94.
Pero entregarse a la persona que se ama así, gratuitamente, sin tener una ligera mirada para sí mismo... Por eso habría que pensar que el
único amor oblativo es el del Padre: se ofrece en su Hijo Cristo Jesús y en ello va tras la búsqueda de nuestro bien que coincide con su
gloria.
    Darse al Señor en la oración, entregarse a él totalmente, de modo que en eso consista esencialmente comunicarse con Él, ya se ve
que es una gracia que supera nuestras posibilidades humanas. Por más que este amor oblativo no se construya de una vez, y sea el
resultado de ofrecimientos parciales, de generosidades progresivas, a él tiende la oración íntima con Dios; hacia aquí se orienta la acción
del Espíritu Santo, guía y maestro de oración. Arribar a este nivel supone una dura ascética, tiempo y largos ratos gastados ante el Señor
aprendiendo a darse.
    La dificultad que ofrece esta nota esencial del amor reside en la búsqueda empecinada de nosotros mismos en lucha con la
generosidad que demanda Dios para colmarnos de El y de su amor.
    Ya se ve que nos enfrentamos a una dificultad seria, constante que se agrava porque el damos exige de nosotros un "espíritu de fe", de
abandono.
    El amor oblativo, precisamente porque se da, sin esperar- compensaciones, al Señor, vive de fe, viva, ardiente, expectante que acepta
la entrega y en ella deposita su ilusión de que es lo más y lo mejor que puede hacer. Cierra los ojos aun a aquellas manifestaciones que le
pueden asegurar su acogida y se contenta con ofrecerse y creer que es aceptado por el Padre celestial. Si El quiere compensarlo con un
profundo sentimiento de su presencia, de su amor, de una cercanía casi tangible, lo agradece pero no condiciona a ellos su donación.
    La comunicación con El por la oración está gobernada por este deseo que el Espíritu Santo hace nacer en la profundidad del alma. Ahí
se centra y ese núcleo íntimo del trato con Dios es el que envuelve toda la oración, aun en los momento más áridos y desolados. Como
Jesús en Getsemaní, se entrega en amor y hace de ella la realización suprema de su vida de comunicación filial. 2
    Dificultad:
    A partir de lo dicho intuimos que todas las demás dificultades de la oración son pequeñas frente a ésta y que todas tienen alguna
relación con ella. Serán puntos de aprendizaje, pequeños itinerarios de donación mezclados con la búsqueda de sí; se da la falta de
abandono por no tener aún confianza arraigada en su amor, por creer en él de un modo casi exclusivamente intelectivo y escasamente
vivencial... En el fondo está la exigencia del amor oblativo que nos crea una específica y profunda dificultad en la oración. Por eso, como
una consecuencia lamentable, acortamos, suprimimos y aun damos de lado en nuestra frente a la que nos hallamos y hemos de
enfrentar constantemente.
    El amor oblativo brota y se desarrolla en la profundidad del ser humano:
    Es manifiesto que la oración no se tiene ya en un comienzo, desde esa profundidad del alma, sino es por una gracia muy especial de
Dios. Esta no suele darse con frecuencia, puesto que Dios mismo, sabiamente tiene una pedagogía que respeta y se incrusta en nuestra
psicología.
    Se da, pues, un itinerario de profundización tanto en el paso de etapas a etapas de la oración, como en un mismo tiempo fuerte de
oración.
    Hay, pues, un movimiento de marcha en la oración de lo visible a lo invisible, de lo temporal a lo eterno, de lo finito a lo infinito, de lo
superficial a lo profundo.
    Ahí, en esa profundidad del ser, lo que San Agustín llamó, tan acertadamente, siguiendo el pensamiento hebreo, el corazón, el centro
de nuestra personalidad, se realiza la comunicación íntima del creador a su creatura, del Padre amoroso con su hijo querido.
    En ese fondo misterioso, donde de un modo especial tiene su habitación el Espíritu Santo, Dios se vuelve hacia el hombre
conociéndolo y amándolo, en una actitud personal única y exclusiva.
    "Por lo cual la meditación (la oración) exige del hombre de igual manera la entrega personal a Dios en el conocer amante. De este
modo, la meditación adquiere una característica esencial de diálogo. En este diálogo Dios se comunica al hombre en sus misterios, y el
hombre se deja conmover y cautivar por Dios en estos misterios para entregarse a El sin reservas. El yo humano se dona al Tú divino,
después de que el Tú divino, se ha ofrecido hace mucho al yo humano. Aunque en todo esto la penetración consciente en los misterios
juegue un papel decisivo, corresponde sin embargo, la importancia primaria y definitiva a la entrega amorosa a Dios personal por medio de
estos misterios. De ahí resulta también que las actividades fecundas para el buen resultado de la oración, no sean nunca la curiosidad, la
pretensión, sino ti siempre la reverencia, y la adoración, de modo que la meditación en su ser más íntimo sea una forma de oración que con
eficacia especial penetra en la profundidad del alma y la transforma totalmente".3
    La dificultad en la oración:
Se intuye que en esta realidad descrita, la persona que se dispone a orar, encuentra su gran dificultad. Es bajarla a lo íntimo de sí, en busca
de Dios que se le adelantó y la invita al encuentro amoroso en su morada íntima; pero un bajar gradual en el que se hace presente la
tentación de la superficialidad; la de querer andar el camino por sí mismo sin la fuerza del Espíritu... En ese descenso percibirá muchas
veces la tentación de la prisa, del "quemar etapas", del que todo se le facilite sin apenas tener que poner de su parte y someterse a la ley
del tiempo y de la purificación.
    En esa intimidad se realiza la mutua donación en el diálogo de conocimiento y de amor; Dios se da sin reservarse nada; el hombre, en
la medida de su finitud, y contando con la gracia del Espíritu, responde con la misma actitud y generosidad, luchando contra sí mismo que
quiere reservarse algo de sí, pata El.4
    Insistimos en una realidad que, por estar frente a nosotros, frecuentemente, casi en toda oración, puede desconcertamos y volvemos
la oración especialmente difícil: Se trata del progresivo descenso a la intimidad del alma, j el tiempo que, ordinariamente se requiere.
    A veces, ésta siente un anhelo profundo de llegar a la comunicación profunda con Dios rápidamente y emprende, con esa ilusión, su
hora fuerte de oración. Pero, he aquí que en su
     habitual pedagogía, el Señor va a tomarse un tiempo, el que le plazca. Ciertamente El no necesita más o menos para llegar hasta el
centro mismo del alma, en la intimidad del espíritu del hombre, donde el Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu.
    Si la persona no está bien instruida sobre los avatares y acontecimientos, las etapas ordinarias y el modo de proceder de Dios, es
posible que se sienta profundamente desconcertada. En este punto de querer llegar de una vez al final, somos todos "impulsivos".
Tendemos a "manipular" a Dios, captarlo y ponerlo a disposición de lo que deseamos. Y El es "el infinitamente libre".
5.Cfr. Obras completas de Santa Teresa, BAC, libro de la vida, Camino de perfección.
6. San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, nn. 2,12,13,15,19; Cfr. Hans Ur von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Sigúeme,
Salamanca, 1971; P. Chauchard, Necesitamos amar, Herder, 1969: R. 7_,aurentin, El amor y sus disfraces, Edic., Paulinas, Madrid, 1970
    El hecho de esta habitual pedagogía divina está pidiendo del hombre una entrega o una fidelidad sin límites, a la espera pacificarte de
que se le abra la puerta de la comunicación íntima de Dios; de ser introducida en la morada secreta del trato con su creador, Señor y Padre.
Con su todo. Ella sólo puede llamar con humildad, perseverancia y total disponibilidad. Y vivir en la persuasión de que ese tiempo es una
oportunidad preciosa que se le concede de vivir haciendo compañía al Señor, sin sentir, quizá, para nada, su presencia. Ese quemar su
tiempo es un holocausto valiosísimo a Dios y un modo sumamente agradable al Señor de comunicarse con El en fe y en amor.
2. La estructura de la fe
    La oración tiene su raíz en la fe viva
    La oración cristiana, si se quiere ir a su raíz profunda, debe ser enfocada desde la fe.
    "La oración va siempre unida al ámbito de la fe: es una aspiración a ese ámbito. Y, en definitiva es una vida dentro de ese ámbito. Si uno
se cierra al mundo de la fe, desaparece esa tensión, esa aspiración; no puede plantearse relación alguna".8Siendo un acto de religiosidad,
de piedad hacia Dios, tiene un elemento decisivo que la especifica y la distingue "fundamentalmente" de la oración que puede hacer
cualquier hombre religioso: la fe.
    Por otra parte, esta conexión entre la fe y la oración es hasta tal punto intensa que se puede afirmar sin titubeos, que en tanto hay vida
de fe en cuanto que hay vida de oración. Es decir que la oración es la expresión de la intensidad de la fe en una persona. Oración, y fe son
dos realidades que se aclaran y se expresan mutuamente. La oración, por consiguiente, en tanto es oración cristiana en cuanto es
expresión de la propia fe del creyente".8
    Para llegar hasta aquí, sería preciso hacer un largo recorrido. Nos contentamos con insinuar los pasos.
    Fe, conversión y encuentro con la persona de Cristo.
    La fe puede ser definida de modos diversos, todos ellos válidos. Pero, sin duda alguna, no todos tocan igualmente el núcleo
fundamental de la fe.
    Si partimos de dos hechos concretos, la fe de San Juan y San Pablo (Jn 1, 35-39; 1 Jn 1,2; Gal 1, 15-16; Hech 9, 1-19; 22,4-12; 26,
10-20), llegamos a la conclusión de que para ellos convertirse a la fe, fue un encuentro personal con Jesucristo y la relación establecida con
El. La aceptación de Cristo, de su persona y el compromiso que lleva consigo: aceptarlo como norma decisiva de la propia existencia o la
"adhesión incondicional a su persona. Todo ello implica una decisión y opción fundamental por El.
    Fe y conversión cristiana están tan íntimamente unidas que pueden "convertirse" entre sí perfectamente. La conversión es conversión.
(Hech 2, 14-41).
    Ambas tienen un núcleo común fundamental: Toda auténtica conversión está en Jesucristo mismo, es decir, en que nos hemos
encontrado con El y en la relación, que a partir de aquí, se establece entre nosotros y su persona.
    Y no puede ser de otro modo: Jesucristo es la "llamada apremiante" del Padre a la conversión. Cuando nos convertimos es que nos
hemos encontrado con El y nos "adherimos a su persona" con todas las consecuencias que van a tener las exigencias de este compromiso.
Es una experiencia profunda de conversión del propio corazón.
Y aquí nos encontramos de lleno dentr del misterio de las purificaciones de Dios, que nada más esbozamos Dada la profunda inclinación
del hombre a poseerse a sí mismc a ser el árbitro de su destino, a estar en el centro de sí, e preciso que Dios, en su pedagogía, le haga
pasar por 1; experiencia dolorosa de desprenderlo de sí para tomar posesiói de El, cada vez más profundamente como una exigencia de si
amor. Es la experiencia dolorosa de la fe que tiene su origen ei el amor de Dios y va orientada a una posesión de ese amor. A fin en la
conversión a la fe el hombre se adhiere al Señor y est; adhesión no puede menos de arrastrar las consecuencias di irse desprendiendo de
cuanto puede obstaculizarla.
   El hecho de que la fie sea, fundamentalmente un encuentro con utu persona, Jesucristo, no disminuye la importancia de la adhesión :
las verdades y valores que esa misma persona proponga, a contrario: les da una fuerza de exigencia especial, comc continuidad que son
de la persona. Pero siempre será verdac en esta concepción de la fe que la verdad y el valor supremo e la persona tangible y concreta de
Jesús, que la vida es est; persona concreta, Dios verdadero y vida eterna.
   Así nos hallamos muy lejos de concebir la fe como un pur< sentimiento, aunque se den reacciones afectivas y percibimo la alegría de
tratar y servir a Dios. Todo ello puede ser indicio de fe verdadera, pero no entra a formar el núcleo esencial de la fe La fe resumiéndola en
una expresión fundamental, no exclusivf es "una decisión por Cristo, con todas las consecuencias qu- implica (Mt 10,32-33; Lc 12, 8-9; Mc
8,38).9
14. Santa Teresa, Camino de perfección, c. 21, 2, 7, 10; Cfr. T. Goffi, In experiencia espiritual boy, Edic. Sigúeme, Salamanca, 1987, 93; A.
M, Benjard, o. c., 22-34.
XII. ORIENTACIONES PARA LA ORACIÓN: TIEMPO, LUGAR, EXTENSIÓN DE LA ORACIÓN, DETALLES DE
    IMPORTANCIA
4. Detalles de importancia:
     A. Posición corporal
     Tampoco aquí se puede dar una norma universal y válida igualmente para todos.
     Sí podemos afirmar el criterio ignaciano: aquella posibilidad en la que vaya notando que más se comunica el Señor. No pocos, con la
experiencia, han adquirido una seguridad apreciable de que determinada posición es la más conveniente para ellos.
     Pero aun esta posición habitual habrá que variarla, a veces, por exigencia del lugar en que se ora; por la disposición física en que uno
se encuentra, sano, enfermo; por la moción interior del Espíritu; por la exigencia de la materia; por el fin que se pretende conseguir...
     Las posiciones más ordinarias son: orar sentado, de pie, de rodillas...
     No se quiere decir que cuando se ora en privado no se puedan adoptar otras posturas que llamarían la atención, ele ejercitarse en
público. La privacidad permite posiciones que el orar en público pide sean evitadas o, al menos, hechas de modo muy discreto.
     Se ha de procurar que las posiciones, cualesquiera que sean, ni degeneren en actos de mortificación, fuera de mociones especiales,
por robar fuertemente la atención, ni que sean demasiado cómodas que inviten a la pereza, a la somnolencia...
     No se descarta adoptar privadamente posturas de factura oriental, con la condición de que no impliquen peligro de pesar a experiencias
realmente dañosas para el espíritu; que estén llenas de la reverencia cristiana que el trato con el Señor nos pide, aun en la mayor confianza
filiar.
     B. Relajarse físicamente; serenarse psicológicamente; concentrarse interiormente
     Recordemos lo dicho anteriormente y admitámoslo sinceramente: somos una unidad en la que todos y cada uno de los diversos niveles
(le nuestra personalidad se influyen e interaccionan.
     a) Relajarse físicamente:
     Existen métodos diversos. Los hay muy sencillos y eficaces, preferimos éstos que son fáciles de aprender y de practicar. Lo mejor es
dejarse guiar por una persona que sea competente en iniciar a otros y que ofrezca completa garantía de no desviarse. Hay métodos que
tienen muy poco que ver con la finalidad de la oración cristiana y por tanto, con estos medios que solamente se utilizan como disposición
corporal para entrar en la oración más descansados y ofrecer al Señor un campo más apto a la acción de su gracia. Esta respeta nuestra
psicología y situación corporal. La experiencia da que, a medida que la acción del Señor se va apoderando de la persona, él dispensa una
ayuda particular, aun para disponernos psicológica y físicamente. Pero no olvidemos la ley de la cooperación a la obra del Señor.
      b) Sosegarse psicológicamente:
      En una instrucción particular, se da doctrina y proponen ejercicios adecuados.
      Sería un lamentable error darle una importancia primordial a ]o que, teniéndola ciertamente, no es sino un medio que debe orientarse
hacia un fin superior: a disponerse y prepararse a la comunicación con Dios.
      Mayor error aún sería medir la eficacia de la oración por la regularidad, perfección y tiempo que se le dedica a estos medios. Pero esto
no justifica ni debe ser razón de peso para dejar de ejercitar métodos que, bien empleados ayudan, discretamente, a un
considerablemente, al éxito de la oración hecha en el poder y la guía del Espíritu. Tengamos muy presente que esta relajación física y el
apaciguamiento psicológico no forman parte de la oración. Son ayudas que pueden ser convenientes y aun necesarias, para disponerse a
orar.
BIBLIOGRAFIA
      I. Larrañaga, Muéstrame tu rostro, 183-192.
      B. Basset, Orar de nuevo, 105-108.
      San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, n. 76.
      Santa Teresa de Jesús, Vida, c. 15, Obras completas, BAC, 1, 676
      Y. Raguin, Orar la propia vida, 42ss. M. Ballester, Oración profunda, CIS, Roma, 1978, 9ss. M. A. Fiorito, Buscar y hallar la voluntad de
Dios, 1, 48-51.
   Sobre el "problema del tiempo", da preciosas indicaciones el P. P-J. Kolvenbach a los jesuitas, aplicables a todo cristiano comprometido
apostólicamente.
   "Carta tras carta se ha repetido el problema que plantea para muchos la ausencia de un ritmo de vida, de un ritmo que nos permita hacer
frente a nuestras responsabilidades apostólicas frente a la sociedad humana y, a la vez, asegurar el tiempo y el espacio indispensable para
una vida en el Espíritu. Estas cartas lamentan repetidamente un trabajo inmoderado y una rutina agotadora, pero confiesan también un
descanso inmoderado y una falta de tiempo ordenado, cuando se trata de la vida comunitaria. Puesto que el activismo no es lo mismo que
el celo apostólico, el ritmo de vida debería asegurar la calidad de la contribución de cada uno a las prioridades apostólicas de la Compañía.
   (...)E1 trabajo incesante crece y un gran número de jesuitas trata de asumir y combinar muchas responsabilidades. En muchos casos
también, algunos prefieren una vida agitada, en lugar de hacer frente con valentía a elecciones que se imponen. En nuestro tiempo domina
la obsesión de la eficacia y la fascinación del rendimiento. El deterioro en todos estos casos es tan grande que la calidad del trabajo se
resiente necesariamente de él, el compromiso apostólico se vacía de fervor, y el operario pierde recursos y disponibilidad. La espiritualidad
ignaciana considera que el jesuíta como idiorítmico es decir, capaz de adoptar un ritmo de vida más adecuado para él, haciéndole
progresar en la vida del Espíritu, de la que deriva su servicio apostólico. Es la ampliación de lo que la Congregación General 31 había ya
decretado para "el ritmo de la oración personal" (...) Basándose en la "discreta caritas" y(...) suponiendo" el consejo del Padre espiritual" y
la aprobación del superior", (...) Ja Congregación General 31 invitaba a cada uno, para mayor servicio, a encontrar el tiempo "durante el
cual, dejadas todas las cosas, se aplica a encontrar a Dios" (...) Este acto de oración que aparece fácilmente ocioso, este tiempo "perdido",
produce en toda vida en el Espíritu una experiencia de gratitud, más allá de las categorías de lo útil o inútil. Así es como, en la acción
apostólica se manifiesta la voluntad de hacer acopio de recursos, comenzando por "sentamos" (Le 14, 28), a fin discernir y de evaluar
juntos, y acabando de este modo por "disfrutar del necesario descanso y esparcimiento en nuestras comunidades".
   Peter-Hans Kolvenbach, Selecciones de escritos del P. Peter-Hans Kolvenbach, Edita: Provincia de España de la Compañía de Jesús,
1992, 87-88.
   Sobre el "Cuerpo en la oración" puede leerse con fruto la disertación de S. Spinsante, en "Cuerpo". Nuevo Diccionario de espiritualidad,
Edic. Paulinas, Madrid, 1983, 326ss.
XIII PREPARANDOSE PARA ORAR
1 EE. I. Fiorito.
La preparación, pues, de la oración no sólo está totalmente justificada, sino que en la pedagogía ordinaria de Dios, es insustituible.
    Tanto respecto de lo que se ha ido indicando anteriormente como en lo que ahora se dirá, los oyentes procurarán evitar la impresión de
un sobrecargo de múltiples normas o excesivos detalles que parecen reñidos con la sencillez del trato con Dios.
    No olvidemos que son medios para disponernos a orar como Dios se merece; a sacar un mayor fruto de la oración, a profundizar
nuestra intimidad con el Señor, a superar las dificultades que, por múltiples vías, nos acosan.
    En tanto valen en cuanto nos facilitan los objetivos que se pretenden. No son fines, sino medios que hemos de usar, sin esclavizarnos;
medios, ordinariamente, en nuestra cooperación a la gracia indispensables.
    De ordinario, a los comienzos de la vida de oración se imponen, en el criterio de los grandes maestros de vida espiritual, modos más
exigentes que vayan ayudando a crear- hábitos de trato con el Señor. Más adelante, si uno es fiel y perseverante, suelen facilitarse, aun
notablemente. La gracia puede actuar intensamente y dispensarnos, en parte, de un esfuerzo ante el que siempre hemos de tomar una
actitud generosa.
    Con todo, siempre será cierto que en toda vida espiritual, por tanto, también en la oración, es condición imprescindible, la discreta
vigilancia sobre sí mismo, el estar a la escucha de la guía de Dios, y el consejo bienhechor de personas experimentadas: nos pueden
ayudar aun en estos aspectos peculiares de una vida de oración que comienza, se desarrolla, profundiza y perfecciona. 3
    "Toda aventara espiritual comienza por su deseo y éste se traduce en la búsqueda". A esta luz, la preparación para la oración toma una
importancia particular. Se trata de crear en nuestro interior, bajo la acción del Espíritu Santo, este deseo que desemboca en la búsqueda
de aquello que se anhela: orar, ponerse en comunicación con Dios; desear a Dios mismo y buscarlo con ansia sosegada.
    Por eso, sin este deseo de orar, la oración se hace pesada, insípida.
    No sin razón, pues, prepararse para orar es un requisito que, fuera de excepciones inducidas por el Señor, se hace indispensable. Y
más de una vez, nos jugamos la oración en ella.3
    "En la oración, el Espíritu de Dios nos conduce hacia el conocimiento de nuestra más profunda verdad interior, y nos revela nuestra
pertenencia al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Y la Iglesia sabe que una de sus tareas fundamentales está en comunicar al mundo se
experiencia de oración: comunicarla al hombre sencillo igual que al docto, al hombre reflexivo igual cjue al que se siente avasallado por el
activismo. La Iglesia vive, en la plegaria, su vocación de convertirse en guía de cada una de las personas humanas que, ante el misterio de
Dios, se dan cuenta de que están necesitadas de apoyo, descubriéndose pobres y humildes, pero también sinceramente fascinadas por el
deseo de encontrarse con Dios para, hablar con Él".4
2. Un acontecimiento sorprendente:
    A. El hecho
    (Ex 3,1-6). Nos hallamos en el admirable pasaje de la vocación de Moisés. En ella tiene un papel trascendental y viene a ser el punto
de partida de cuanto sigue, la teofanía o aparición de Dios a Moisés.
Se da en él una experiencia profunda de Dios que le deja marcado por toda su vida.
    Nos detenemos, brevemente, a analizarlo, aunque el punto de insistencia sea la preparación que, por mandato de Dios, hace Moisés
para ese encuentro decisivo.
    Moisés pastorea el rebaño de su suegro Jetró. Vive en plena soledad, bajo el sol ardiente y viento cegador del desierto. Es pastor, es
decir, encama la figura tan entrañable en el mundo bíblico.
    Moisés conduce su rebaño al monte Horeb a (la montaña de Dios), la montaña del Sinaí en el marco histórico del libro del Exodo.
    Quizá se llamaba: el monte de Dios refiriéndose a la próxima aparición de Dios a Moisés o porque había sido anteriormente un lugar
de culto.
    El ángel del Señor: es cualquier aparición o manifestación divina. Suele usarse el término cuando se trata de una aparición visual. El
ángel de Yahvé es el mismo Dios en la forma en que aparece a los hombres. O el Señor, en cuanto se manifiesta a los hombres.
    "Se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse 7'.
    La Biblia ecuménica francesa TOB interpreta del modo siguiente el episodio: "Esta escena, en la que Moisés descubre el carácter
sagrado del lugar, evoca la de Génesis 28, 11-22; en ella Jacob tiene la misma experiencia en el santuario de Bethel. El fenómeno
misterioso. Un fenómeno que arde sin consumirse, ha sido en la vida de Moisés un acontecimiento decisivo, en el que ha encontrado al
Dios de los Patriarcas (v. 6) y su proyecto sobre los hombres (v. 7-10). En la bendición del Deuteronomio 33,16, el Señor es llamado:
"Aquel que habita en la Zarza". El encuentro de Dios es vivido a la vez como un riesgo tremendo, en el que el hombre frágil y pecador se
quiere jroteger y como un acontecimiento de gracia que llama a una /ida nueva (Cf. Gen 28, 17; 32, 3; Ex 19, 21; 33,20). El mismo error
sacude a los testigos de la gloria de Jesús, manifestada Dor sus milagros, su transfiguración, o su resurrección.(Cf. Mt 17, 6; Lc 5, 8-9).5
   "Voy a acercarme...". Moisés, de momento, reacciona con ictitud crítica y curiosa, sin reverencia religiosa. El fenómeno es para él un
hecho extraordinario, excitante, pero la palabra de Dios va a hacerle cambiar de actitud.
   "Moisés, Moisés... no te acerques, quítate las sandalias de os pies, pues el sitio que pisas es sagrado". Traducido a un .enguaje llano y
popular equivaldría a decir: Tus sandalias, manchadas con el polvo de los caminos contaminan este lugar sagrado; lo has de tocar
directamente con tus pies, sin aproximarte demasiado. Esto podrás hacerlo más tarde cuando Dios te haya "elegido". 6
   El acontecimiento en esta última fase representa para Vloisés un momento decisivo en su vida: El ha visto a Dios, lunque oculto en
teofanía. Ha tenido una experiencia ecepcional de Dios.
   B. La aplicación
   Podríamos sintetizarla en tres aspectos: el mandato del señor, la obediencia de Moisés, la revelación de sí que le hace Dios.
   El mandato del Señor: El desea vivamente darle a Moisés ana experiencia profunda de sí mismo, como preparación a la nisión que le
confiará. En su bondad gratuita lo ha elegido para ser su instrumento de salvación cerca de los israelitas esclavizados.
Se ha compadecido y anhela socorrerlos por medio de Moisés. Pero antes le hace pasar por la experiencia de El, Dios salvador y
compasivo. Quiere unirlo a El, hacerlo su amigo, introducirlo en una intimidad a la que Moisés nunca ha llegado. Pero Dios tiene una
pedagogía: quiere que el hombre sepa situarlo en su puesto de Dios, a la vez, cerca infinitamente, y trascendente en igual grado. Quiere el
respeto, el acatamiento del hombre en su trato por más confiado y filiar que sea. Moisés no está preparado para ello y Dios le reclama esta
preparación. En forma figurada nos la expresa el autor sagrado.
     Esta debe tocar todo su ser: cuerpo, alma y espíritu. De este modo Moisés se podrá acercar a experimentar a Dios íntima y
profundamente. Así comenzará a anudarse entre ambos una amistad que ya no va a deshacerse nunca. El, Moisés, va a quedar marcado
definitivamente por vida con esta experiencia que le llevará a ser el instrumento que Dios se había escogido.
     La obediencia de Moisés: Este obedece: se descalza, se quita las sandalias manchadas y pisa directamente la tierra sagrada con sus
pies. Ya no se interpone suciedad alguna. Moisés, en su cuerpo y en su espíritu, está apto para entrar en comunicación con Dios.
     Es un profundo misterio el que se le descubre en ese modo metafórico de hablar: "quítate tus sandalias". Prepárate porque vas a
acercarte al Santo de los santos, al omnipotente, al creador...
     Y Moisés se desnuda de todo él: se quita las sandalias, se purifica, se limpia porque se siente pecador, curioso, crítico, sin el debido
respeto y compostura ante quien se inclinan los cielos y la tierra. Ha comprendido el por qué del mandato. Y anheló despojarse de sí,
prepararse lo mejor que pueda para que Dios no encuentre obstáculos para comunicársele como amigo.Ahora sí se le prodiga al verle
responsable ante la presencia divina. Dios, por más que se abaje a comunicarse con el hombre, es Dios; y el hombre, por más que sea
elevado al trato del Ser Supremo, siempre será el que todo lo recibe, el que es admitido gratuitamente al trato más íntimo con El.
    Pero tiene que disponerse, prepararse, no porque de este modo obligue al Señor a darle su experiencia, sino porque el trato con El, lo
reclama necesariamente. Nada se le quita a la condición filial del hombre ni a su confianza total con el Señor.
    Dios se le revela: Ahora Dios es generoso hasta lo sumo; le introduce en la experiencia profunda de quien es El y le hace partícipe de
su propio secreto: el secreto de su mayor intimidad: decirle el nombre que equivale a manifestarle cuanto es. Para llegar hasta aquí ha sido
preciso disponerse, prepararse, porque el trato con Dios en la oración es tan impresionante e inimaginable que necesita una aptitud del
cuerpo y del espíritu.
    La preparación que proponemos para entrar en la oración consideramos importante y, hasta necesaria, ateniéndonos a la pedagogía
de la comunicación de Dios con nosotros y a la discreta actuación y respuesta de nuestra parte. Sin embargo, no cuanto se propone aquí
será siempre necesario. Se mencionan a aquellos aspectos que la experiencia y la enseñanza de los grandes maestros de espiritualidad
dan ser más importantes.
    Sin estar atentos siempre a todos y a cada uno de ellos, sí es preciso tener la persuasión de que necesitamos prepararnos para orar y
de que, muchas veces, el éxito de la oración estará muy unido a nuestra diligencia en disponernos. De entre los modos que se proponen no
hemos de descuidar nunca el crear un clima interior que favorezca la concentración pacificante; el acto de ponerse en la presencia de Dios
y ofrecerle, como una consecuencia de nuestro ser creado por Dios y de nuestra realidad de ser sus hijos, la oración que vamos a hacer
con todas sus incidencias, y la invocación al Espíritu Santo, maestro de oración bajo cuya guía se halla toda oración verdaderament<
cristiana tiene una importancia especial.
    Insistimos brevemente sobre el tema:
    La preparación para la oración, tal como a continuación se propone, puede hacerse prolija y aun excesiva, de modo que supondría un
tiempo largo de oración. Ciertamente, en la mente de San Ignacio, al que especialmente tenemos presente en sus Ejercicios espirituales,
supone una hora completa de oración, parte de la cual se emplea en una preparación cuidadosa. Con ello, no se pretende suplantar la
acción del Espíritu: al contrario, se trata de ayudarlo en la obra que quiere realizar en nosotros, a la que desea asociarnos a través de la
cooperación que debemos dar libremente.
    Los diversos pasos que se proponen están "visualizados" especialmente, desde la persona que comienza a orar. Sin abrumarla, desele
los primeros pasos, sí se le deben proponer gradualmente y enseñarle a practicarlos. La trascendencia de cada uno de ellos es grande y,
no pocas veces, el éxito o el fracaso de la oración dependerá, en una buena parte, del cuidado o descuido en observarlos con espíritu de fe.
Desde luego, no siempre se requerirán todos y, generalmente, a medida que el alma avanza y se afirma en la oración, estos primeros
pasos, sin omitirse, se van simplificando y aun, más de una vez, se convertirán en materia de oración, porque allí mismo encontrará que el
Señor se ha hecho presente al alma.
    Se ha de evitar el capricho, la pereza... para sentirse con derecho a omitir lo que la experiencia universal demuestra ser muy útil para
introducir a la oración. Pero tampoco se le ha de elar un valor mágico como si del simple hecho de cumplir con ellos, ya estuviera
asegurada aquella. La mente ignaciana en los modos de orar que propone, va hacia una mayor simplificación, a medida que se avanza en
ellos. Lo mismo se puede decir de la preparación: sin omitirla, porque sería peligroso y aun funesto en orden a una comunicación profunda
204 con el Señor, es lo ordinario, que la diversidad de los modos que se indican, desembocan en una concentración intensa, interior,
apacible. También aquí la dirección de una mano experta, nos librará de desvíos y nos irá ayudando a situarnos equilibradamente allí
donde la guía del Espíritu nos orienta.7
   Indudablemente existe en el hombre una contradicción que, por darse habitualmente en él, ya no repara en ella. Por una parte el
hombre sabe que necesita de Dios, que ha sido marcado por él desde su existencia y que, en realidad, lo busca con afán en el fondo de sí
mismo, aunque a veces esa búsqueda se desorienta y corra tras sustitutivos o suplencias. Por otra parte, el hombre esquiva a Dios, se
resiste a entrar en relación con él y aun le huye. ¿Cuáles son los motivos de esta real contradicción?
   Ciertamente son diversos y todos pueden influir, simultánea o separadamente.
   Uno de ellos, de los más poderosos y actuantes, es el hecho de que Dios no es percibido con la misma viveza conque percibimos a los
hombres y las cosas que nos rodean.
   Son una realidad presente que se nos impone, obra y actúa sobre nosotros, aunque no caigamos siempre en la cuenta de ello. Los
captamos por nuestros sentidos y facultades y, casi instintivamente, respondemos a su influjo sobre nosotros. De esta forma comienza a
establecerse y se continúa un diálogo, una relación de intimidad entre nosotros y lo que nos rodea.
   No sucede así ordinariamente con Dios. Por más que él se halle presente con una presencia mucho más real, intensa, influyente que
cualquier otra realidad creada, pero su presencia no es percibida por nosotros con la inmediatez y aun intensidad con que percibimos las
realidades humanas. Dios está presente en todo y "oculto" a la vez.
7. Cfr. G. Dumeige, Los Ejercicios de San Ignacio a la luz del Vaticano II, 488- 489.
    Nuestros ojos, aptos para percibir a Dios, no son nuestros sentidos exteriores o internos; son los ojos de la fe, y la experiencia de su
estar presente es captada por el corazón que lo ama porque muy frecuentemente, y por causas diversas, el ojo de la fe se halla oscurecido
y el corazón amante se encuentra atrofiado. Se nos hace difícil y aun imposible entonces percibirlo y experimentarlo. Entonces, si
realmente apreciamos lo que significa para el hombre comunicarse con su Dios, con su creador y padre, la relación por la oración ha de ser
en la "creyente" fidelidad, aun dentro de la oscuridad que lo envuelve.
    "Todo esto es muy penoso. Es un gran misterio que el hombre viva totalmente en Dios y que, sin embargo, le sea tan dificultoso entrar
en \tiviente relación con él el incluso experimente una cierta animosidad contra esta relación y acepte cualquier disculpa, para esquivar a
Dios. Si el hombre se deja llevar solamente por sus sentimientos pronto dejará de experimentar la necesidad de la oración (...) Toda
persona razonable diría que estas "impresiones" no son por sí mismas dignas de confianza. (...) Tomamos en serio la oración, sí nos
preparamos adecuadamente para ella. Lo mismo hacemos respecto de los asuntos humanos. Quien se propone realizar un trabajo serio,
no se entrega a él sin premeditación, sino que se "recoge", para prepararse a las exigencias de tal trabajo(...). Todo esto debe aplicarse a
la oración, con mayor insistencia aún, porque Dios, está escondido y debe ser buscado. (...) El estrato del espíritu queda generalmente
soterrado en la vida cotidiana, o a lo sumo, ilumina tenuemente al hombre, el cual vive generalmente en el ámbito mundano de la existencia
y desde energías exclusivamente humanas. Por lo tanto, si queremos que la oración brote en su significado y amplitud debida, tenemos
que destacar y afirmar la dimensión del espíritu orientada hacia lo santo.
    De ahí la necesidad de la preparación para la oración. Puede decirse que la oración será como lo haya sido la
preparación...". 8
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    Pero la materia de la meditación será, de ordinario, la que Dios nos ha dado con esta finalidad: la Sagrad a Escritura. "Es la
expresión del testimonio que Dios da de sí mismo, el documento de su trato con los hombres". Su riqueza hace que sea
inagotable; el hecho de que proceda de Dios y, por tanto, no esté sujeta ni a tiempos ni a espacios, le confiere la vir tualidad
única de que renga en sí misma la fuerza de tocar al hombre para iluminarlo, moverlo, fortalecerlo, cambiarlo en lo íntimo de
sí...; le da el valor singular de ser una perenne actualización del plan salvífico de Dios para cada uno de los que se ac ercan a
meditarla y de que se acomode a todas las circunstancias y situaciones.
    Dios se acerca a nosotros en su palabra para hablamos en nuestro interior, deposita su palabra en el corazón como una
semilla; escrita, se convierte, sin embargo, en palabra interior. Al hombre le toca creer en ella, acogerla, realizarla.
    Las palabras de la Sagrada Escritura son tan sólo signos indicadores que apuntan a realidades muy profundas y
misteriosas. Toda la acción salvadora de Dios y su voluntad santa, en el pasado, en el presente y en el futuro, aparecen
compendiadas en las palabras de la Biblia. Dios nos habla por ellas de modos diversos: unas veces con suavidad y ternura;
otras, con fuerza como desde el trueno para despertarnos; frecuentemente insinúa discretamente su intención; no raras veces
nos la manifiesta con un relieve tan marcado, que nos deslumhra. Hay en ella mensajes que parecen más ligeros, pero
importantes por tener su emisario en Dios mismo; otr os tienen un peso especial que penetran y se asientan y graban en el
corazón.
    Unos nos encierran en el amor de Dios, otros nos estimulan a entregarnos con todo nuestro ser al servicio de los hermanos.
Lo que a unos parece no tocarles la piel, a otros los s acude íntimamente. Lo que en unas circunstancias nos deja impasibles,
en otras nos hiere, envuelve y arrebata. Estamos en el mundo de la palabra de Dios considerada bajo la gracia del Espíritu. P or
eso, ella debe ser la fuente inexhausta de nuestras consideraciones y comunicación con el Señor. El Espíritu Santo es quien da
paso y valor a una palabra: es luz interior de la fe, inspiración para el entendimiento, moción para la voluntad. Esta palabr a que
puede comenzar a crecer en nuestro interior, está destin ada a madurar, dar fruto abundante.
    Si sentimos estas inspiraciones, mociones, iluminaciones de la palabra de Dios, actuada por el Espíritu, debemos hacer un
alto en el camino.
    Podemos utilizar de modos diversos la palabra de Dios: tomando un libro sagrado y recorriéndolo; escogiendo perícopas
cortas acomodadas a nuestras situaciones; acudiendo preferentemente a pasajes que, por experiencia, sabemos nos tocan
profundamente; usando algún texto de la lectura continua en el año litúrgico... Siempre será bueno tener en cuenta nuestra situación
en la oración. Aconsejar aquí lo mismo a un principiante que a otro que camina adelante en la oración, sería improcedente.9"10
   La materia de la meditación, ordinariamente, debe ser tal que Cristo sea en ella el centro. La meditación, si no exclusivamente, debe
versar sobre Cristo, su persona, su doctrina, su vida, sus hechos salvíficos. Hacemos nuestro el pensamiento de J. B. Lotz, resumido:
   Lo más aconsejable respecto de la elección de la materia para la oración, parece ser elegirla de modo que se evite la uniformidad que
puede llegar a originar monotonía y el capricho o la inspiración del momento.
   Partiendo de este principio, aconsejado por muchos maestros de vida espiritual, cabría encarnarlo en dos elecciones fundamentales.
   La primera correspondería al seguimiento del año litúrgico: En él, la Iglesia, oficialmente, como esposa de Cristo, propone a la
meditación y contemplación de sus hijos los misterios fundamentales del Señor. Estos deben servir de alimento ordinario del alma, de
materia habitual de oración. No importa que cada año se repitan. La palabra de Dios, la acción del Espíritu en nosotros siempre es una
novedad. Si nos disponemos a orar y cooperar con cuanto somos a su inspiración, él nos irá guiando hacia una nueva profundidad de
conocimiento y de "gustar espiritualmente", al Señor. Serán, por tanto, una oportunidad maravillosa para irlos asimilando interiormente y
para irnos transformando en aquello que meditamos, rumiamos y gustamos en nuestro interior: en Cristo Jesús.
11. Cfr. E. Walter, ia Meditación, Herder, 1970-74; Cfr. J. B. Lotz, El Mensajero dei Corazón de Jesús, Buenos Aires, 1985.
    Si no se hubiera preparado la materia de la oración con nterioridad, es muy conveniente leerla cuidadosamente antes le entrar en la
oración.
    Proponemos el modo siguiente
    Leerla una primera vez. Es un primer contacto con la palabra de Dios.
    Volverla a leer lentamente, concentrándose en ella; leerla in la presencia amorosa de Dios, con gran reverencia para con a palabra
misma y para con el Señor cuya palabra es y en cuya presencia estoy.
    Recordamos aquí algo importante:
    Preparamos la materia de nuestra oración, para no ir "a lo que se me ocurra de momento". Pero no nos empeñamos en 'atamos" a ella,
si en el curso de la oración, al margen de todo de todo capricho, nos sintiéramos movidos por el Señor a cariarla o halláramos lo que
buscamos", en frase ignaciana, en un punto aun diverso.
    Lo que aquí decimos especialmente válido para los ''principiantes".13
4. La "preparación inmediata"
    Crear un ambiente de "silencio interior pacificado"
    Este ambiente de "silencio interior", tomado en sentido amplio, consideramos que se crea por diversos elementos complementarios
entre si:
    a) Por un pacificante u'relajamiento físico". De ellos se habló en instrucciones precedentes a las que remitimos.
   b) Por una "ruptura con la ocupación anteriorIndicamos algunas razones que avalan este modo de proceder. Consideramos ser tan
importante, que muchas veces, nuestra oración se desarrolla tibia y lánguida por no haber tenido en cuenta esta exigencia fundamental. La
misma sequedad y desolación puede ser provocada por la falta de generosidad para con Dios en este aspecto importante.
   Dios que ha creado nuestra psicología la respeta cuidadosamente, aunque esté en sus manos sobrepasarla. Y ella reclama un tiempo,
que no puede medirse rigurosamente, para pasar de un estado de conciencia a otro: de hallarse envuelto en una ocupación absorbente,
como puede ser el estudio de las matemáticas, el ruido y estrépito de un juego apasionado,..., a la quietud y sosiego interior que reclama la
comunicación íntima con Dios.
   El respeto debido a la Majestad, al Señorío y al amor de Dios, piden por sí mismos, dedicarle todo el ser, ocupado plena y
exclusivamente en El. Todo es secundario a su lado. Todo durante la oración, debe quedar fuera del santuario en el que nos comunicamos
con nuestro Dios, Señor y Padre nuestro. Desde luego, cuando llevamos a la oración lo que nos afecta, nuestras propias preocupaciones;
cuando van nuestros hermanos con nosotros, estamos dentro de una verdadera comunicación con Dios. No hemos de tener reparos en
ello. Pero sí velar discretamente para que no nos acaparen de tal modo que lleguemos a olvidamos de que Dios está en primer e
insustituible lugar; ni se conviertan en un campo abierto a las distracciones por el juego de la imaginación y de la memoria.
   La misma interacción de los diversos niveles humanos pide este cuidado de "ruptura": Con un cuerpo cansado, difícilmente podremos
concentramos para comunicamos con el Señor. Será preciso, pues, descansar antes convenientemente. Lo que se dice de este aspecto
corporal, se puede multiplicar respecto de otros.14
   En esta exigencia tenemos el ejemplo admirable de Jesucristo, de los Santos; de las personas de todos los tiempos que han tratado de
comunicarse con Dios en una gran intimidad, en la que tomaba parte todo su ser. (Ex 3, lss; Mt 6, 6; Mc 1- 35; Lc 4, 42)
   Naturalmente, esta exigencia no siempre podrá ser llenada, pero entonces podremos contar con la suplencia del Señor, no cuando por
pereza, por falta apreciación de la cooperación y esfuerzo del hombre, nos contentamos con lo más fácil. Recordemos que el silencio,
fundamentalmente es "la ausencia del ego". Y a esto deben disponer las demás ayudas.
   Ni se trata, entonces, de lo que se llama la "vida de oración" u "oración de la vida". Esta se desarrolla en un ambiente de ocupaciones
y trabajo ordinario. Y más que en una oración formal, consiste en la orientación del corazón hacia Dios que se expresa, en algunos
momentos, con oraciones jaculatorias, aspiraciones, etc., dentro de breves paradas o detenciones en la ocupación ordinaria.
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   Pero a este modo de orar no se llega, al menos de una manera estable, si no ha precedido una etapa, quizá bastante larga, de oración
recogida, intensa, de entrega total al Señor. No hay autor de vida espiritual que difiera.15 Por la pacificación de la afectividad: Es, opinamos,
la dificultad mayor con que podemos tropezar antes de entrar en oración y aun dentro de ella. Los sentidos son una respuesta "cálida" a un
conocimiento: que nos viene por los sentidos, inmediatamente; por la imaginación por el recuerdo, por el entendimiento.
    Los sentimientos son reacciones espontáneas, respuestas frente al conocimiento de un bien o de un mal que nos afecta, de algún
modo. Si somos pisados, maltratados, nos airamos; si se nos da una buena noticia, nos alegramos; si nos desprecian, nos entristecemos...
    Los sentimientos están a flor de todo nuestro ser. Cada conocimiento lleva consigo una reacción afectiva más o menos intensa que
depende, sobre todo, del estímulo. Por eso, tenemos necesidad de acallar los sentimientos que probablemente nos perturbarán en la
oración. El tiempo inmediato a ella, el corte que damos para preparamos, en la ocupación anterior, ordena pacifica el mundo de nuestros
afectos. Si nos resulta difícil esta misión, por la intensidad de las emociones suscitadas, echemos mano de tantos recursos sencillos, pero
eficaces: el canto reposado, la alabanza llena de paz, al Señor, la música pacifican, la repetición rítmica de una frase de la Escritura que
nos toca interiormente, otros discretos recursos que proponen libros de toda garantía, nos pueden ayudar eficazmente a pacificar nuestros
afectos.
    En el trato con Dios, a lo largo de esa comunicación íntima brotarán afectos, emociones profundas. La iluminación del Espíritu Santo,
nuestra misma acción, realizada bajo su guía y su fuerza, suscitará la respuesta de nuestra afectividad. La experiencia de Dios va siempre
teñida, de afectos, sobre todo del amor.
    Para llegar aquí, normalmente, en la pedagogía ordinaria de Dios, increíblemente respetuoso de la psicología que nos dio, será
necesario vivir en paz y armonía con nuestros propios afectos.
    No se trata de suprimir ese nivel que forma parte de la esencia de nuestra personalidad. Ni sería aconsejable; no es posible. Es otra
tarea: Ordenar el mundo de las emociones, acallar aquellas que ahora nos van a perjudicar, a obstaculizar nuestro trato con el Señor. Y el
recurso, no será nunca reprimirlas, sino "mortificarlas" en la expresión de no pocos psicólogos modernos, es decir, tomar control sobre
ellas por la acción discreta del entendimiento y de la voluntad. Esa es la dinámica de las emociones: ser regidas por las dos facultades
superiores; entendimiento y voluntad; no verse quitadas de en medio por la represión ejercida a través de las emociones represoras: temor,
coraje (o energía).
   El lugar de la oración es el "corazón" en sentido bíblico: allí donde el hombre se da todo entero a Dios. Por eso es preciso prepararse,
disponerse para que el "sentir" y "gustar" las cosas de Dios, se realice intensamente en ese recóndito santuario. Aquí estriba la importancia
de la pacificación de la afectividad.16
   Pudiera también formularse de este modo, "por la posesión de la unidad interior".
   A medida que avanza la cultura de la "imagen" parece que el hombre tiene una mayor dificultad para concentrarse. Siente en sí un
desasosiego que le impide fijarse en un punto o profundizar en algo, sobre todo cuando se trata de realidades sobrenaturales. El interior de
la persona moderna se halla dominado, frecuentemente, por una especie de vagabundeo mental e imaginativo. Hay en él un flujo de
pensamientos, deseos, imaginaciones... que le trae y le lleva de acá para allá, lo arrastra, lo zarandea, lo vuelve inquieto y movedizo como
las arenas en mar agitado. No parece haber en él un "núcleo vital" del que partan y al que converjan todas las actividades internas. De otro
modo, el hombre moderno está dominado por la dispersión de la mente, de la imaginación y de la afectividad. Hay en él un fluir
desordenado, anárquico que va del pensamiento al deseo, de éste a la actividad imaginativa, de aquí vuelve al deseo o al pensamiento...
16. J. Laplace, Une experience de la vie dans I'Esprit, Chalet, Iyon,1973,19-21; J. Iparraguirre, Vocabulario de Ejercicios Espirituales,
Centrum ignatium Spiritualitatis, Roma, 1972, 8-11.
Y la fuerza de la voluntad del hombre parece encontrarse impotente para dominar esta situación e imponer el orden y la armonía.
    Es necesario para poder orar alcanzar al menos cierto grado de "unidad interior".
    El "recogimiento" palabra clásica en el campo de la oración es ciertamente fundamental.
    El recogimiento significa "poner orden" interno en este fluir desordenado; centrarse en aquello que ahora solamente debe importarle.
    Por eso, este orden de la mente y de la imaginación (de la afectividad ya se habló), impone un desasir la voluntad de todo lo que impide
la comunicación con Dios. No es tarea fácil ni se conseguirá con sólo quererlo. En otra parte se proponen medios y ejercicios para ello.
    Ahora indicamos, de un modo general, lo que pensamos puede ayudar en esta difícil tarea de la "unificación interior".
    El orante debe evitar el "vagabundeo" mental e imaginativo. Su voluntad juega aquí un papel importante, hasta decisivo. La voluntad
puede y debe desasirse a sí misma, a3^udada de la gracia, de cuanto impide esta concentración; "Ahora no tengo otra cosa que hacer sino
orar". Es una decisión seria que toma en plena sinceridad. "El hombre es un ser ladino, y la astucia y disimulo de su corazón se muestran
sobre todo en la esfera religiosa. Cuando comienza a orar le apremia al instante algo-provocado por su inquietud interna que "debe" ser
inmediatamene ejecutado.
    Un trabajo, una conversación, un encargo, una comprobación, un periódico, un libro, se le antojan más importantes que la oración, y
ésta le parece como una pérdida de tiempo. Sin embargo, tan pronto como deja la oración, tiene en superabundancia el tiempo, que antes
se le antojaba tan escaso y lo malgasta en las cosas más superfluas. Recogerse significa superar este engaño del desasosiego
interior y asentarse iternamente, librarse de todo lo que no tiene que ver con la ración y ponerse a disposición de Aquel que,
este momento, s únicamente importante, esto es, Dios". 17-18
    Hay en nosotros una fuerte tendencia a evadirnos de El, a umergirnos interiormen te en nosotros: pensamientos,
naginaciones... La "presencia", el "hacerse presente", a la scena, a los hechos, a Jesús, centro de nuestra oración, se ve
7. C. W. Baars, Feeling and Healing your Emotions, Logos International, 'lainfiek^N. J., 1977.
8. R. Guardini, Introducción a la vida de oración. 27-28.
Cuanto hemos dicho sobre la preparación de un ambiente interno propicio a a oración, se puede resumir en la siguiente cita de J. Loew: '¡No te
acerques! Quítate las sandalias de los pies, pues el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3, 5). Es decir, deja fuera tus miserias y tus impurezas. La
oración debe ir precedida de un tiempo de decantación. Cuando el agua ha astado revuelta, poco a poco, si se lo deja en reposo, se va poniendo límpida,
las impurezas y el cielo se posan en el fondo. Hay que llevar a la oración, que es un don de Dios, el corazón limpio y apaciguado. Por eso se necesita
tiempo Dara orar; el tiempo de poder apaciguarse. Sabemos muy bien que hay días y .nomentos en que sólo al cabo de media hora empezamos a
serenarnos. La primera media hora nos domina la agitación interior, por mucho que haga nuestra buena voluntad. Por eso también, tres veces un cuarto
de hora, no serán nunca tres cuartos de hora seguidos, porque apenas da tiempo para serenarse. Quizá un cartujo, cuando vuelve a su oración
interrumpida, en seguida se sitúe en ella. Quizá. Pero sea cual fuere nuestra forma de vida, el corazón humano, por naturaleza, no está nunca totalmente
sereno. El cardenal Mercier decía: "Os voy a revelar un secreto de santidad y de felicidad: todos los días durante algunos momentos, acallad la
imaginación, cerrad los ojos alas cosas sensibles y los oídos al ruido para entrar en vosotros mismos "quita las sandalias de tus pies" y ahí, en el
santuario del alma, que es el templo del Espíritu, hablad a ese Espíritu".
Cuando Jesús hable de la oración dirá sólo esto: "Perseverad". Nunca dijo: "Que vuestra oración sea agradable, serena o de tal manera", sino sólo
"perseverad". Si hay una continuidad, se llega la decantación.
asediada por elementos que nos "distraen" de Él. Indican qm estamos bajo un fuerte influjo de nuestros deseo inconscientes, que no es el
Señor el valor supremo de nuestr: vida, al menos prácticamente; que somos víctimas de hábito de dispersión... El recogimiento, o la
"unificación interior" e tan importante, que debemos dar por bien empleado el tiempc que se requiere, aun tomado de la misma oración. En
realidad cuanto hagamos, quizá dirigidos por una persona experta, er cierto modo, nos introduce en la oración.
   En cuanto hemos dicho, aunque está repetido, de modo diverso, no podemos olvidar que la oración auténtica Cristiana; debe
desenvolverse, estar profundamente impregnada de la "oración en nombre ele Cristo"y "en la mediación de Cristo". El es por su realidad
divino-humana el que acompaña toda oraciór y el que ora en nosotros y con nosotros, por su Espíritu.
   Por esto tiene también que servimos de criterio irreemplazable para medirla calidad y autenticidad de nuestn oración cristiana. Tema
por demás interesante y esencial que solamente indicamos en este lugar.19
Por tanto, primera actitud que prepara la adoración: me desvió para escuchar y me quito las sandalias para acercarme a El. Dios mismo
nos lo ha enseñado así: no nos acerquemos a Él impunemente ni de cualquier modo. La adoración de Moisés no es una adoración
"salvaje". Entonces, el Dios invisible y presente, sin embargo, bajo la forma de una llama de fuego, se revela a Moisés: "Yo so\ el Dios de
tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob'' (Ex 3, 6).
J. Loew. En la escuela de los grandes orantes, Narcea, 1979,48-49. Cfr. H. J. M, Nouwen, Reaching Out, Doubleday and Company, N. Y.,
25-33. 19. Ch. A. Bernard, La Priere Chretienne, Desclée de Brouwer, París. 1967,82- 88. Cfr. J. M. Nouwen. Reachingout, Dobledayand
Company. N. Y. 25-33.
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XIV CONDICIONANTES INMEDIATOS DE LA ORACIÓN
3.J. Loew, En la escuela de los grandes orantes, 50; Cfr. Th. H. Green, o. c., 15- 16.
4. Entrar en la oración como "absolutamente pobres":
El Cardenal Martini lo expresa en una página que nos parece sumamente inspirada:
"Creo muy importante, dice, comenzar a orar no solamente con un momento de silencio, de pausa, de respiración, sino con la clara
conciencia de que no somos capaces de orar: "Señor, eres tú quien oras en mí. No se como comenzar, tu Espíritu me guiará".
Es necesario quitar del diálogo con Dios toda presunción, todo lo que creemos hemos aprendido y que poseemos. Tenemos que entrar en
la oración como pobres, no como poseedores. Siempre que nos presentamos ante Dios, presentémonos como absolutamente pobres; creo
que si no lo hacemos, sufre nuestra oración, se vuelve más pesada, llena de cosas que la distraen. Es necesario entrar ante Dios en estado
de verdadera pobreza, de despojo de pretensiones: "Señor, no soy capaz de orar, y si tú permites que yo esté delante de ti en estado de
aridez, de espera, pues bien, bendeciré esta espera, porque tú eres inmensamente grande para que yo pueda comprender. Tú eres el
Inmenso, el Infinito, el Eterno, ¿cómo puedo yo hablar contigo? Este es el estado que sale de muchos salmos, modelos auténticos de
oración, y que deben convertirse en interioridad.
Comencemos, pues, la oración con este ponernos a cero nosotros mismos y que se puede expresar de varias maneras: un momento de
silencio, de adoración arrodillados... un momento de reverencia, de respeto exterior que manifiesta nuestro entrar en esta situación,
conscientes de que no tenemos nada que llevar, sino todo por recibir.
Entro en diálogo en el que la palabra me enriquece, a mí que soy pobre. Entro, pues, como enfermo que tiene necesidad de médico, como
un pecador que tiene necesidad de ser justificado, como un pobre que necesita ser enriquecido: "A los ricos los despidió vacíos, y despojó
de los tronos a los poderosos", (incluso a los poderosos que creen saber orar o haber logrado esta capacidad).
2. Recogimiento y concentración
    A. Consideraciones generales
    El recogimiento es una condición esencial para hacer verdadera la oración. Sin orientación y fijación de las facultades superiores en el
contexto que consideramos y en el diálogo con Dios, apenas se concibe una oración auténtica. Desde luego el recogimiento puede, de
hecho tiene diversos grados. Pero siempre, para que haya una relación con el Señor por la oración, se requiere un "mínimum" de atención
a la materia que meditamos o contemplamos y a la persona con la que nos relacionamos; sería una ficción de oración que obstaculizaría la
buena marcha y el crecimiento en la vida espiritual.
    Hablamos de recogimiento y de concentración, pero ¿son equivalentes? Desde luego, ambos están en estrecha relación entre sí;
ambos se imponen al alma cuando se trata de hablar de oración.
Pero dentro de las semejanzas, no hay una equivalencia total: La concretaáón, la misma palabra parece indicarlo, supone estar en tensión
todas las fuerzas activas de la persona, centradas, puestas al servicio de la solución de un problema. En la práctica, en nuestra vida,
sobretodo de estudiantes o profesionales, habremos sido actores directos. Se nos ha propuesto un problema para resolverlo; un trabajo
que exige un gran cuidado al realizarlo, una obra literaria exquisita... Entramos en actividad y al poco tiempo vamos sumergiéndonos en
ella, de modo que todo nuestro ser esté totalmente acaparado. Cada facultad, cada sentido entra en acción según su propia naturaleza.
Pero toda la persona está comprometida en la obra. Está concentrada en ella. Todo lo que no sea ésto, responde a una concentración débil
o, cuando se da ausencia de concentración, estamos en el campo de la "dispersión".
Nos colocamos siempre en la situacicSn del ciego que suplica: "Señor, que yo vea", que yo pueda comprender, que pueda pronunciar las
palabras que el Espíritu me sugiere". Card. C. Martini: Itinerario de Oración, 25-27.
    El recogimiento, es semejante, no igual. Tratar de definirlo resulta embarazoso. No es posible determinarlo con precisión. Sin embargo,
se pueden indicar algunas características que lo configuran.
    El recogimiento, en su estrato más exterior, comienza poíno atender a lo que sucede o me rodea.
    Desprendidos de este mundo ambiental, podemos disponer más libremente de nuestras facultades: memoria, imaginación
entendimiento, voluntad.
    Las facultades de que, en realidad nos valgamos, dependerán de la finalidad que se pretenda. La imaginación, si se trata de
representarme interiormente, por ejemplo, a Jesucristo en el sermón del monte; en oración durante la agonía de Getsemaní, etc.
    El entendimiento si pretendo entrar en el sentido del misterio del nacimiento de Jesús "en suma pobreza"; de su abandono en la cruz...
Desde luego, en todo esto no es suficiente el esfuerzo de nuestras facultades, lo primero y principal es la gracia del Espíritu con la que
cooperamos.
    Con el recogimiento se producen en nosotros estados de ánimo psíquicos y espirituales que dependen, en buena parte, de los
requisitos anteriores. Así la admiración ante una obra de arte, ante un bello paisaje... O ante la meditación, la contemplación de Jesús
perdonando a la mujer pecadora de Magdala; acariciando a los niños.
    En el recogimiento seda, ala vez, la actividad y la pasividad. Cuando contemplamos una obra de arte, somos captados por la belleza
que nos entra por los sentidos externos, por la vista sobre todo, y que percibimos y acogemos en nuestro interior.
Allí, en la actividad de nuestras facultades, a veces intensamente operantes, somos, a un mismo tiempo, receptores: se nos da, no
producimos nosotros la belleza, se nos mete los sentidos al interior de nuestro ser. Pero allí, libremente, le damos entrada, abrimos
nuestras facultades para recibirla, valorarla, disfrutar el gozo que nos produce la belleza de la obra.
   En la meditación o contemplación de la verdad que descubrimos, el acontecimiento del Verbo hecho carne, el "gusto" que se produce
en nuestro interior es algo con que Dios nos obsequia. Alcanzamos a Dios en sus verdades, en el disfrute espiritual de su grandeza, de su
compasión, de su amor..., pero primeramente hemos sido alcanzados por El (Fil 3,12). Hay una prioridad en el actuar divino en nosotros, es
la pasividad de que hablamos (1 Cor 8,2s.). Pero se da también en el recogimiento la actividad: somos receptores de la gracia, del don de
Dios. Sin esa recepción libre del obsequio gratuito del Señor, su don quedaría estéril, no pasaría de ser un ofrecimiento generoso. Por eso
es preciso, de nuestra parte, la actividad meditativa o contemplativa que se da cuando nos abrimos al don, lo acogemos, cooperamos con
El dándole la actividad de nuestras facultades que reflexionan, contemplan..., bajo la acción de su gracia. Es unión no mezcla, de pasividad
y de actividad. Predominará una sobre la otra, pero ambas se dan simultánea e inseparablemente.
   En la concentración, somos fundamental y casi exclusivamente activos. La experiencia nos aporta, en este caso, datos que nos llevan
a este convencimiento: La inmersión en un problema matemático; en la operación de cirugía; en una discusión filosófica... todo nuestro ser
está tenso y vibrante, centrado en el objetivo y finalidad que se intenta conseguir.5
El recogimiento necesita una severa disciplina y un ejercicio laborioso; sin ellos será poco menos que imposible, llegar a ser persona
recogida. También esta se aplica a la concentración, pero el objeto que se pretende o utilidad que reporta, la facilitan.
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    Toquemos el mismo tema desde un ángulo distinto, desde la visión contraria a la dispersión: desde la unificación interior: Todos los
santos y maestros espirituales han insistido sobre este requisito esencial para orar. En la oración que nos transmite ia Beata Isabel de la
Trinidad se ve con una importancia y relieve muy particular.
    Para ella la esencia de la oración está en la "intimidad con Dios en el centro del corazón." Llegar ahí requiere una actitud de profundo
recogimiento y éste no es posible obtenerlo sin la unificación interior de todo nuestro ser.
    Unificarlo significa que nuestros pensamientos, deseos, recuerdos, afectos... estén centrados en Dios. Es el silencio interior profundo el
que nos hace capaces de entablar la comunicación con Dios como un "tú" real, personal, único para nosotros.
    Se trata de un esfuerzo sosegado, en Dios, de ascesis y purificación. No podemos pretender acceder a una comunicación íntima con
Dios, a una atendida unificación de nuestro ser sin aceptar el morir a tocio apego voluntario a cuanto aos impide centramos en Dios. Es un
esfuerzo pacificante, en olena entrega a la acción del Espíritu en nosotros a quien lyudamos en obra de unificación. Es, fundamentalmente,
obra suya y cooperación nuestra para que seamos capaces de que Dios nos invada con su presencia.
    La voluntad del hombre, movida por la gracia, se ocupará le conseguir o de restablecer la unidad total, del ser. El hombre inificado tiene
en su poder sus propios sentidos, sus facultades. 51 cuerpo y el alma se hallan en paz y en silencio. Hay dos :aracterísticas particularmente
importantes cuando se trata de a oración en la que el alma se dispone para ser invadida por el ^eñor: el movimiento de abandono y el de
recogimiento. De ninguno de ellos se puede prescindir a la hora de entregamos a orar. Ordenar, rehacer la unidad de sus facultades es
indispensable para entrar en uno mismo, para descender a lo íntimo del ser propio donde la Trinidad ha puesto su morada más reservada.
La unificación del ser vuelve nuestra atención hacia lo único. Ambas realidades: unidad del ser y vida ele intimidad con Dios están unidas
casi de modo inseparable.
    Pero aquí hace acto de presencia la dificultad: Es una realidad que palpamos, vivimos y lamentamos a diario: la invasión de
preocupaciones, deseos, sentimientos, afanes, situaciones internas que se suceden, contactos humanos de amistad, de tareas, etc., que
dejan su huella en nosotros y se reviven a la hora de orar. Desde luego, la unificación interior no es un estado interior que se obtenga de un
día para otro. Supone una ascesis, ordinariamente prolongada, en la que caben recursos diversos, pero siempre bajo el control y la acción
del Espíritu. Tratamos de preparamos para entrar en comunicación íntima con Dios, y la oración es obra insustituible del Espíritu. Esta
unificación ele todo el ser puede conseguirse en medio de la dispersión de la vida cotidiana. Pero hay medios requeridos con una exigencia
imprescindible: el recogimiento interior es, lo dijimos, uno de ellos: "No se trata de retirarse al fondo de una celda (...). Se trata de una
actitud profunda en la que el corazón del hombre sólo descansa en Dios, ya que los ruidos exteriores e interiores de la sensibilidad y del
juicio no consiguen arrancar al hombre esta unidad de su ser en Dios".6
    Para esto se requiere una gran pureza de intención en el actuar. No se trata de una separación superficial de las cosas externas. Es la
soledad del espíritu, el desasimiento espiritual de las cosas y realidades en que nos hallamos envueltos.
Estamos de lleno, dentro de la pobreza espiritual proclamada por Jesús, indispensable para seguirlo y tratar con El en la oración. No hay,
no debe haber oposición entre exterioridad e interioridad. No se trata de escapar de las realidades de la vida, sino de hacerse presente a
ellas de una manera superior que las hace trampolín y estímulo para acercarse a Dios en sus criaturas. Todo el problema, pues, se halla en
la acogida que damos a las cosas: si las acogemos con amor, como criaturas de Dios, pero al mismo tiempo, sabemos desprendemos de
ellas, es decir, no apegar nuestro corazón a las mismas, sino tratarlas como medios para ir a Dios, entonces son una ayuda para unificar
nuestro ser. Y aunque parezcan turbarnos momentáneamente, tal turbación no pasa de la superficie. En el centro de ellas y de nosotros
está Dios. No habrá dispersión por la acogida de las cosas y las personas. El ser está centrado en Dios al que volvemos a encontrar en
ellas.7
    B. Recogimiento: Sentido
    Cuanto digamos sobre este aspecto, coincide, en parte, con algunos pensamientos ya indicados. Pero se completan en puntos de gran
importancia práctica.
    Parecería exagerada la afirmación de Romano Guardini: "Todo depende del recogimiento"8 pero la realidad del éxito de la oración y de
los frecuentes fracasos que sufrimos en ella, nos persuaden de que representa una gran verdad.
    Puestos a resumir el sentido del "recogimiento", nos parece poderlo expresar en los diversos enunciados que siguen: El recogimiento
significa "que el hombre se sosiega y se asienta".
    Ya antes tocamos este punto. El sosiego físico y psicológico es algo que condiciona extraordinariamente la oración. La tensión física,
muscular, la alteración del ritmo respiratorio, o sanguíneo, lo dos grandes ritmos del hombre, influyen desfavorablemente en la oración.
    En cuanto hemos dicho no queremos indicar que hemos de haberlo conseguido plenamente antes de ponemos a orar. Pero sí haber
entrado en él que se irá purificando, ahondando, a medida que la oración vaya progresando. Aún más: nuestra cooperación para entrar y
poseer el "recogimiento" puede considerarse ya como un aspecto integrante de la misma oración.9
    C. El recogimiento, condicionante de la intimidad de la oración
    Se podría afirmar que el primer paso en la oración es el recogimiento, tan importante, necesario y condicionan de los demás llega a ser.
Cuando éste verdaderamente se da, caemos en la cuenta de la presencia de Dios, que viene a formar parte de El. Al mismo tiempo,
tomamos conciencia de nuestra condición de creaturas en El, del reconocimiento de esta realidad gozosa y de nuestra condición de hijos
amados por el Padre celestial, con el que anhelamos comunicarnos por que El, precisamente, ha suscitado en nosotros este deseo.
    Y, toma de conciencia de nuestro ser profundo respecto de Dios y de nuestra más íntima condición, buscamos el "rostro de Dios".
    Nada somos y nada tenemos de nosotros mismos, pero El, en su amor, ha querido acercarse a nosotros, llamarnos a participar de su
intimidad de comunicación; a tener una relación personal con El, profunda, única, particular, inexpresable, i(De este misterio de amor vivir la
oraciónEl nos llama a buscar su "corazón" y a eso se orienta en último término de oración: a ir hacia el corazón de Dios; y nosotros, en
nuestra debilidad e impotencia lo buscamos, guiados y ayudados por la fuerza de su Espíritu.
    Esto supone una fe que insistentemente pedimos y una constancia que se nos promete: estar constantemente restableciendo la
relación personal con Dios.
    Y, cosa real, sorprendente: al buscar y hallar el rostro ele Dios, su intimidad, buscamos y hallamos nuestro propio rostro íntimo, que se
nos encara a nosotros mismos. Dios es la razón última de nuestro ser, hemos sido hechos a su imagen y semejanza; nos ha creado por
amor y ha dejado impresas en nosotros sus huellas: Al encontrarlo a El, nos encontramos a nosotros mismos en lo más íntimo e
incomunicable. Y esa indmidad de trato se irradia en la paz, en la armonía que se va instalando en nuestro subconsciente, en al claridad de
nuestro entendimiento y en la decisión de nuestra voluntad.
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    Vamos hallando nuestro propio rostro auténtico, nuestro ser profundo y despojándonos de otros rostros fingidos que se han ido
superponiendo insensiblemente y nos han desfigurado. De Dios mismo vamos recibiendo, en la inúmidad de su trato, nuestro rostro
auténtico, que reproduce, de algún modo, el suyo. Pero esto se halla ligado, condicionado al recogimiento interior sin el cual se obstaculiza
nuestra marcha y búsqueda del Dios vivo que se nos quiere dar gratuitamente en el amor y el silencio del corazón. 10
    Muchos autores modernos designan, creemos que acertadamente con el nombre de "umbral" al disponerse al diálogo con Dios. Es
como prepararse a penetrar en el secreto más íntimo de la casa, a entrar en la experiencia trascendental que es el diálogo con Dios en la
oración profunda.11
    Esto no es nuevo, ni exclusivo de nuestra época ni de los autores que tratan de la "meditación cristiana profunda", o "meditación
profunda", a secas o "meditación centrada".
12. Esto no es nuevo, ni exclusivo de nuestra época ni autores que tratan de la "meditación cristiana profunda", o "meditación profunda", a secas o
"meditación centrada", maestros tan eximios de oración como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Sales, toda la tradición
cristiana de occidente y, sobre todo de oriente, tiene muy presente esta interrelación entre cuerpo, alma y espíritu. Los autores modernos, la fuerte
corriente espiritual en torno a profundizar en la meditación y a facilitarla, insiste de una manera clara y proporcionando modos para conseguirlo.
Pero en la meditación que tenemos intención de desarrollaren toda su capacidad, nos ponemos en contacto con el Cristo místico o
pneumático. Cristo tal como nos es dado por obra del Espíritu Santo, se nos da como Cristo resucitado: la resurrección es un acto
fundamental para la meditación.
   No tenemos que tratar pues con el Cristo pasado sino con el presente. Tal como vive hoy, resucitado. En él está contenido el Cristo
histórico también. Por el Cristo resucitado entramos, pues, también en el Cristo que padece, en el Cristo encarnado.
   Todo lo que se recoge en el evangelio, todo entra en la meditación. Pero no como pasado, sino como presente, por eso es esencial que
en la meditación no se hable sólo -como hoy se habla mucho- del "hombre de Nazaret". No debemos exagerar al Cristo histórico de tal
manera que se olvide su divinidad. Y tampoco se debe hacer de la resurrección un hecho dependiente solamente de la fe de los Apóstoles.
   El Cristo resucitado actual es el que se nos une en la meditación. Se lee en el evangelio de San Juan que el Espíritu Santo no podía venir
aún, porque Cristo no había sido glorificado: El Espíritu de Cristo, como cerrado aún en Cristo, antes de la resurrección. Al resucitar Cristo
abre la puerta por donde nos viene el Espíritu Santo. Por eso en Jn 7 el texto tiene dos interpretaciones: se habla del agua viva.
   En la tradición se dice que esta agua es el agua de la fe; pero hay otra tradición, por ejemplo de Orígenes, que considera esa palabra
"koilía", como el interior de las visceras de Cristo, de las que brota el Espíritu Santo. Esta interpretación es preferible, ya que está unida al
texto que nos habla de aquella piedra, de la que S. Pablo nos dice que era Cristo: "Petra autem erat Christus". Es la piedra que ha dado
agua viva a Israel en el desierto. Esa piedra era Cristo. Del interior de Cristo resucitado se nos ha dado el Espíritu Santo.
    El Espíritu nos une a Cristo glorificado. De modo que se da una unión de vida: nosotros somos miembros de Cristo. El, la cabeza. Así
se da una unidad de vida que viene del Espíritu Santo: procede de Cristo y nos une a El. Así la meditación es esencialmente pneumática.
De esta unión progresa la meditación cristiana y siempre puede profundizarse más. Así la meditación es entrar en Cristo; pero esto sólo es
posible porque El ha entrado en nosotros.
    Cuanto hemos dicho sobre la preparación de un ambiente interno propicio a la oración, se puede resumir en la siguiente cita de J.
Loew:
    "¡No te acerques! Quítate la sandalias de los pies, pues el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3, 5). Es decir; deja fuera tus miserias
y tus impurezas. La oración debe ir precedida de un tiempo de decantación. Cuando el agua ha estado revuelta, poco a poco, si se le deja
en reposo, se va poniendo límpida. Las impurezas y el cieno se posan en el fondo. Hay que llevar a la oración, que es un don de Dios, el
corazón limpio y apaciguado. Por eso se necesita tiempo para orar; el tiempo de poder apaciguarse. Sabemos muy bien que hay días y
momentos en los que sólo al cabo de media hora empezamos a serenamos. La primera media hora nos domina la agitación interior, por
mucho que haga nuestra buena voluntad. Por eso también, tres veces un cuarto de hora no serán nunca tres cuartos de hora seguidos,
porque apenas da tiempo para serenarse. Quizá un cartujo, cuando vuelve a su oración interrumpida, en seguida se sitúe en ella. Quizá.
Pero sea cual fuere nuestra forma de vida, el corazón humano, por naturaleza, no está nunca totalmente sereno.
    El cardenal Mercíer decía: "Os voy a revelar un secreto de santidad y de felicidad: todos los días durante algunos momentos, acallad la
imaginación, cerrad los ojos a las cosas sensibles y los oídos al ruido para entrar en vosotros mismos - "quita las sandalias de tus pies"- y
ahí, en el santuario del alma, que es el templo del Espíritu, hablad a ese Espíritu".
   Cuando Jesús hable de la oración dirá sólo esto: "perseverad". Nunca dijo: "Que vuestra oración sea agradable, serena o de tal
manera", sino sólo "perseverad". Si hay una continuidad, se llega a la decantación.
   Por tanto, primera actitud que prepara la adoración: me desvió para escuchar, y me quito las sandalias para acercarme a él. Dios mismo
nos lo ha enseñado así: no nos acerquemos a él impunemente ni de cualquier modo. La adoración de Moisés no es una adoración
"salvaje". Entonces, el Dios invisible y presente, sin embargo, bajo la forma de una llama de fuego, se revela a Moisés: "Yo soy el Dios de
tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob".
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XV. LA ENTRADA EN LA ORACIÓN
   "Antes de rezar prepárate, no imites a los que tientan a Señor". Edo. 18,23.
   La oración es, esencialmente, presencia de Dios y silenck ante El:
   a) Presencia de Dios: Toma de contacto con mi creador 1 señor; con el Padre amoroso: Relación personal con El encuentro de amistad.
"Hablar de amistad con quien sabemo: que tanto nos ama" (Santa Teresa). Pensamientos, reflexione: inspiradas por la fe. Palabras
simples, afectos que expresar todo el ser: la fe, esperanza..., el amor a Dios sobre todas la: cosas.
   b)Silencio para Dios: Escuchar a Dios: actitud de acoger si palabra y prepararme para recibir lo que desee darme í comprender, a
gustar.
   Es la actitud de Samuel (1 Sam 3, lss.)
   Esto: presencia de Dios; silencio de Dios es toda oración
    De otro modo
    Es necesario, para que sea verdaderamente oración cristiana y pongamos una de las colaboraciones que nos toca aportar, entrar en
oración con una gran visión de la presencia de Dios; es decir, hacemos verdaderamente conscientes de su omnipotencia y, más
profundamente de su morada en nosotros.
2. "Cuando el alma intenta entrar en la comunicación con el Señor, lo primero que tiene que hacer es vivificar la presencia del
Señor, después de dominar y recoger las facultades. El alma ha de tener muy claro que Dios está objetivamente presente en
su ser entero al. que comunica 1a existencia y la consistencia. Habrá que recordar que Dios nos sostiene. No es el caso de la
madre que lleva a la criatura en sus entrañas, sino que, en nuestro caso, Dios nos penetra, envuelve y sostiene.
Está más allá y más acá del tiempo y del espacio. Está en torno mío y dentro de mí, y con su presencia activa alcanza las más
lejanas y profundas zonas de mi intimidad. Dios es el alma de mi alma, la vida de mi vida, la realidad total y totalizan dentro de
la cual estamos sumergidos; con su fuerza vivificante penetra todo cuanto tenemos y cuanto somos". I. Larrañaga, Muéstrame
tu rostro, 236.
3. Y. Raguin, Chemin de Contemplaron, Desclée de Brouwer, Paris, 1969,37 - 38.
   C.   NOTAS
   Para el que está habitado a hacer el acto de fe, le será fácil ponerse en la presencia de Dios. Poco tiempo le tomará hacerlo con
intensidad. A otros, les resultará más difícil.
   No se puede ni es conveniente fijar un lapso de tiempo determinado. Lo importante es que no se pase a la oración como a leer un pasaje
de la Escritura, a reflexionar por encima..., sin haber hecho muy bien el acto inicial.
   Lo importante es que sea un acto intenso de fe. Si la persona se siente atraída a perseverar en la presencia de Dios, conviene
permanecer en ella a toda costa. Convendrá mantenerse en esta presencia mientras dure moción del Señor, aunque tarde en entrar
propiamente en la materia de la oración. Realmente se halla ya en oración. No ha de dejar a Dios por Dios, puesto que El se ha adelantado.
Sí se ha de cuidar de entrar en la materia de la oración una vez que la unción del Señor se ha retirado.
   Durante toda la oración se ha de mantener esta presencia del Señor, alimentada de modos diversos. A ella habrá que retomar si la
imaginación se ve atraída y llevada por las distracciones.
   D. Modo de hacerla
   El que se propone no es único. Cada uno verá cual es el que le resulta más eficaz. Lo importante es que en ese acto de ponemos en la
presencia de Dios realicemos lo que realmente es: hacemos presentes por la fe a esa presencia continua de Dios en lo más íntimo de
nosotros y por la que nos participa su naturaleza divina haciéndonos sus hijos en Cristo por el Espíritu Santo. Podemos proceder del modo
siguiente:
   - Hacemos lentamente la señal de la Cruz: realmente en el nombre y con la gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, me voy a
dirigir a mi Padre y a su Hijo, Jesús. El Espíritu Santo da testimonio de ello (Gal 4,6; Rom 8,12-17). Hay que darle a este signo, que abre la
oración, todo su valor. Este gesto, hecho con fe, es ya ponerse en la presencia de Dios.
    - Hago un acto de fe (vocalizado o interior) en la presencia de Dios ciertamente presente en mí: Es mi Creador, en el que yo estoy como
todas las todas que existen. Pero en mí se halla, por la gracia, con una presencia "peculiar" por la que se me da a sí mismo y me hace a su
imagen y semejante, en su Hijo Cristo Jesús.
    Dios es mi Padre: jo soj su hijo. Yo vivo de su vida como el sarmiento vive por la cepa (Jn 15,1ss.).
    El me ama, El me conoce, El penetra mis pensamientos más íntimos, él obra en mí y suscita mi fe y mi amor. (Jn 14, 23). Este acto,
notémoslo de nuevo, no es un acto de imaginación. Se trata de un acto de fe en la realidad de la presencia de Dios.
    Este acto de ponerse en la presencia de Dios debe ir empapado en respeto, humildad\ confianza filial: Aquel a quien voy a dirigirme,
con el que voy a comunicarme íntimamente es mi Padre amantísímo, pero de que yo he huido como el hijo pródigo (Le 15,11). Es mi criador
que me trajo a la existencia por amor, ante el que soy hombre de labios impuros" (Is 6,1- 13). Solamente cuando en sinceridad, mas sin
temor servil, me reconozca pecador e indigno de esta gracia de comunicarme con El, podré ser admitido a su amistad, a su trato.
    (A no pocas personas la cercanía con la naturaleza puede proporcionar un poderoso estímulo para este acto de la presencia de Dios.
Pero ahora no conviene quedarse en lo externo, sino, a partir de ahí, introducirse en otra realidad superior: la presencia de Dios en mí, en
lo más íntimo de mi ser, transformándome a imagen de sí mismo).4
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    Es importante, siguiendo el pensamiento de Raguin, que el acto que se nos pide, al prepararnos para entrar en la intimidad de Dios, es
el acto fundamental de la inteligencia humana cara a Dios, un acto de fe en la omnipresencia y en la omnipotencia de Dios.
    Se incluye, al menos como un inicio que se irá expandiendo al calor del trato con el Señor, un amor que vivifica la fe y, a la vez, es la
irradiación de la misma.
    Podemos representarlo imaginativamente, pero no es necesario y cuidemos de que tal representación no sustituya al verdadero acto
de fe. Ni es necesario, igualmente, entregarse a esfuerzos sobrehumanos de concentración para "vaciar" el espíritu, como peligrosamente
dicen algunos hoy día. En otra parte se toca este punto que reviste una importancia especial y capta, creemos que equivocadamente, a
más de un seglar y no es infrecuente en el mundo de las personas "consagradas", sobre todo femeninas. De ordinario, dice Raguin, esto no
es posible, y si no lo es, hay que afirmar claramente que tampoco es necesario.
    Pero el acto de fe no se presenta por sí solo, fuera de toda participación mía. "Se requiere que hagamos un esfuerzo sincero para
entramos en una activa participación en este acto de fe que es el acto esencial".5
    E. Una "adición" ignaciana
    San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales, propone, entre otros, este modo de prepararse para orar:
    "Un paso o dos antes del lugar donde tengo que contemplar o meditar, me pondré en pie por espacio de un Pater noster, alzado el
entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etc., y hacer una reverencia o humillación".6
9. K Kertelge, Carta a los Romanos, Herder, Barcelona, 1973,152-153; E X. Durwell, L'Espint Saint de Dieu, Du Cerf, París, 1985,130-132.
    No olvidemos la pedagogía de Dios: El Espíritu es sumamente respetuoso de la libertad humana. No interviene en un alma si ésta no lo
llama y no se determina normalmente no oponerse a su acción. Por eso no debemos temer pasar el tiempo discreto que se requiera en este
ejercicio que va a condicionar todo el resto de la oración.
    Bajo el influjo del Espíritu de purificación:
    La obra del Espíritu no sólo es guiarnos en la oración, iluminarnos y movernos; irnos conformando en Cristo; manifestarnos la voluntad
del Padre.... sino también purificarnos. El Espíritu es el gran purificador de Dios: Nos purifica aun en la búsqueda de la propia perfección a
la que, frecuentemente, anteponemos a la gloria de Dios y su Reinado. Purifica nuestro corazón implantando en él la caridad. Purifica
nuestra voluntad haciendo que ésta se vuelva y centre en la búsqueda y realización de la voluntad del Padre. Purifica nuestra actitud, al
enseñamos el comportamiento de un verdadero hijo con Acjuel que viviendo en nosotros, nos da participación en su misma vida y suscita
el deseo de realizarlo que somos: hijos del Padre celestial (Gal 4,6).
    Por eso hemos de persuadirnos de la importancia de la súplica al Espíritu y poner todo nuestro ser en ella. El modo puede ser diverso;
hecho sin prisas, con verdadero clamor en espíritu de fe.10
    La consecuencia es obvia: si toda la vida espiritual, y, de un modo particular, cuanto se refiere a nuestra comunicación filial con el
Padre y con Jesucristo, nuestro hermano, está bajo el dominio del Espíritu Santo, no podemos dar un paso en este campo, si no es guiados
por el mismo Espíritu. Hemos de ser muy conscientes de esta realidad a la que va ligada y de la que depende el comienzo, el medio y el
fin de nuestro trato con el Señor.
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    Esta, exactamente, ha sido la actitud de los santos: acudir a la fuerza del Espíritu, inv ocarlo ardiente y constantemente en
su oración. Las formas pueden variar, la referencia directa a él, quizá no se da siempre, pero la intención, el deseo, el hec ho
no están ausentes. No lo pueden estar desde el momento en que son conscientes de su activida d interior, desde que se han
entregado al Padre en Jesucristo y quedan sometidos a la acción de la gracia, en la que el Espíritu Santo juega un papel
primordial, irreemplazable. 11
11. Cfr. Y, Conger, Je crois en L'Esprit Saint, bes Editions du Cerfi, París. 11, 1979,147-155.
"En la vida de fe uno se da cuenta de que no se puede prescindir de la oración de petición, de alabanza, de intercesión, de arrepentimiento. Hay un auto
justificación que, en cierto modo, es la de las cosas fundamentales: ¿Para qué respirar? No se necesita un motivo, la mi ama vida lo lleva a orar, la
oración es fe expresada. Aquí captamos todo lo indefinible de la oración precisamente porque está totalmente unida con la experiencia de fe". "Nuestra
respuesta a la palabra de Dios, en la que nos revela el misterio más intimo de su amor, no consiste sobre todo en pensar, sino en dar gracias: es la
oración. Creer en Dios no significa tan sólo certeza de que Dios existe, sino principalmente entrega personal a Dios principio y fin último, fundamento y
contenido de nuestra vida. La oración es la expresión más importante y más esencial de la fe en Dios: es fe que responde, o, por a sí decirlo, fe vivida con
absoluta seriedad".
    B. La práctica
    Como es natural, está sujeta ala inspiración del mismo Espíritu; a la formación e instrucción de la persona, a las circunstancias,
necesidades, mociones interiores, etc. Pero algo es cierto y debe ser insustituible: El éxito de nuestra oración no puede estar al margen de
nuestra actitud de reconocimiento, de entrega de la oración a la acción de Aquel cjue se nos ha dado para que nos enseñe, nos dirija, nos
perfeccione en nuestra comunicación filial con el Padre y con Jesucristo.
    Esta conciencia debe ser reactualizada, reavivada al comienzo de toda oración, de un modo particular de la oración prolonga personal
o comunitaria.
    Puede afirmarse que la oración tanto más "resultará" cuanto con mayor fervor, intensidad, confianza amorosa clamemos al Espíritu
invocando su ayuda.
    Esto no supone, precisamente, que se ha de manifestar en un derramamiento perceptible de la "consolación".
    La invocación a que nos referimos, no se limita, aunque debe ser especialmente intensa y detenida al comienzo. También durante la
misma oración y antes del coloquio final, que tiene gran importancia en el conjunto de la oración, debería tener lugar una nueva invocación
al Espíritu Santo.
    El modo concreto de hacerlo puede ser, en la práctica:
    - Rezando alguno de los himnos, secuencias, aclamaciones de la Iglesia, su Liturgia.
    - Recitando alguna oración compuesta por algún santo o persona espiritual llena de unción, de humildad, de confianza en su
asistencia.
    - Placiendo una oración espontánea de invocación.
    - Entonando discretamente algún canto de invocación al Espíritu Santo que evite al recogimiento.
(Conferencia episcopal alemana, Catecismo Católico para Adultos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1988, 88)
XVI     INTENSIFICANDO LA COOPERACION
1. La ofrenda de sí
   A. La enseñanza espiritual
   Acercarse a Dios es acercarse a la purera perfecta, al Santo de los Santos.
   Por tanto, todo movimiento hacia él supone que se acepta ponerse en armonía con esta pureza; que se rechaza toda actitud de ficción,
de apariencia, de mero formulismo. Sería como tratar de engañar a Dios y engañarnos a nosotros mismos.
   Moisés se quita las sandalias manchadas de polvo (Ex 3,5). Hilas se cubre el rostro con el manto ante el paso del Señor (1 Rey 19,13.)
   Los santos han usado las mismas delicadezas cuando se trata de acercarse al Señor para orar. Su actitud es un lenguaje elocuente:
"Vamos hacia Dios. Que en nosotros no haya nada imperfecto, ni torcido. Purifiquemos nuestra intención, rectifiquemos nuestras
actitudes". Y esto es lo que nos han dejado en sus escritos como una enseñanza preciosa.
   Es una doble "protestación":
   La primera se refiere a las fuerzas que van a emplearse: atención, capacidad de expresión, voluntad, afectividad...
   Reafirmamos así que están consagradas para Dios: él su objeto propio; para él van a ser aplicadas para el que han sido hechas.
   Una segunda protestación: Estas facultades; atención, inteligencia, afectividad, las ponemos al servicio de Dios.
"Pretendemos que no produzcan más que actos dignos de Ti, Dios nuestro". Entramos en la oración con todo lo que somos.
Esto es sumamente conveniente: apenas surgen deseos de comunicarnos con Dios, corremos el peligro de que la pereza nos
domine; nos extraviemos en el descuido; nos debilitemos en la fidelidad y en la perseverancia.
   B. La práctica espiritual
   Se trata de minar desde la base todos estos movimientos interiores que dañan la oracióny adelantamos a las distracciones que
puedan asaltarnos. Delante de Dios todo esto no tiene lugar.
   Se trata denegar de antemano el egoísmo: renunciar, tomándole la delantera a desviaciones, pensamientos, afectos...,
importunos; desaprobarlos desde su nacimiento mismo y aun antes, con plena conciencia de no querer admitirlos.
   Es una ofrenda de sí mismo que tiene un gran mérito de homenaje a Dios, con quien pretendemos comunicarnos
puramente, en plena intimidad y exclusividad.
   No se trata solamente de una protestación natural, como si el hombre solo pudiera realizarlo. Se cuenta, ante todo con la
gracia. Por eso estas protestaciones y ofrecimientos van envueltos en una humilde plegaria: "he aquí lo que yo quisiera con
vuestra gracia, Señor‖. 1
   C. El modo ignaciano
   La meditación y contemplación ignaciana, alrededor de las cuales giran los Ejercicios ignacianos, comienzan por la oración
preparatoria. Esto mismo puede afirmarse de cualquier tipo de oración.
San Ignacio la formula sencilla y densamente en el n. 46: "La oración preparatoria es pedir gracia a Dios Nuestro Señor para que
todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicios y alabanza de su divina majestad". Lo que en ella
quiere decir es que todo, sin exceptuar- nada, sea en alabanza de Dios. Es la motivación suprema que realiza el fin de toda criatura, de
acuerdo con su principio y fundamento: "El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios".
2. T. Beek, El discernimiento a la luz de Cristo Señor, en: Boletín de espiritualidad, Buenos Aires, n. 93, mayo juni o, 1985, 6.
      "El ejercitante no sabe con precisión qué es lo que Dios espera de él; pero puede presentir que Dios colma de bienes a los que
reconocen que tienen las manos vacías. Esta investigación ele la voluntad de Dios, a la que se entrega, es misteriosa y todavía no
                                                                     92
personalizada. Es preciso desterrar el temor, la angustias, la aprensión, y admitir vitalmente que Dios es más grande que nuestro corazón.
Es, pues, ventajoso reconocer de hecho, desde el comienzo de los Ejercicios, la trascendente bondad del Creador y Señor. Aun antes de
que ellos comiencen, se rinde homenaje a Dios todopoderoso, que va a obrar en su criatura, y desaparece la preocupación egocentrista.
¿Qué va a pasar? Nada que no sea la voluntad amorosa de Aquel a quien yo me entrego con toda la generosidad de mis deseos‖.3
3. G. Dumeige, Los Ejercicios espirituales y la oración personal, en: Loa Ejercicios de San Ignacio a la luz del Vaticano II, BAC.,
Madrid, 1988,49.
     La composición viendo el lugar fija la imaginación "representando el lugar" donde el acontecimiento se realiza. Esto es cierto. Pero es
minimizar su papel; reducirlo a una especie de guardián que vigila los desmanes de la imaginación. Para muchos no pasa de ser un modo
de mantenerla quieta y evitarlas distracciones a que su nativa movilidad da lugar.
     Sin negar esta función, es necesario comprender su sentido "más allá" de su finalidad psicológica y situar su importancia.
     Recordemos una verdad que nos orienta. El Verbo encamado se ha manifestado a los hombres en un lugar concreto y en un tiempo
determinado. Cada uno de sus misterios se realiza, igualmente, dentro de un espacio circunscrito y en un lapso de tiempo particular. Así la
Encarnación tiene lugar en la casa y aposento de Nuestra Señora.
     Pues bien, en la manifestación que Jesús hace de sí aquí y allá, es donde quiere ser aprehendido.
     Tocamos, entonces, el papel primordial de la composición viendo el lugar, la imaginación, al entrar en juego, nos permite hacemos
presentes a lo que pasa fuera de nosotros. De ahí caminaremos al corazón del misterio y a nosotros mismos que somos verdaderos
actores en El.
     De otro modo: la imaginación, al acercarnos en el lugar y el tiempo a las escenas que se meditan o contemplan, nos hacen
conespaciales o contemporales a ellas. Por la misma imaginación se realiza en nosotros una presencia externa al misterio que ayudará a
la presencia interna o espiritual. Así nos es permitido aprehender lo que para nosotros es la "actualidad" del mismo. A el "aquí" y "ahora" de
él para nosotros con su profundo significado y su mensaje y su poder transformativo.
     Captamos, pues, cómo una escena evangélica es, a la vez, un acontecimiento histórico que se desarrolló en un tiempo lejano a
nosotros y un misterio que se realiza en nosotros y para nosotros. Así madura y crece el fruto de gracia en el hoy concreto de nuestra
oración.
     La obra de la imaginación no es, pues, una piadosa reconstrucción de un paisaje revelado. Por eso cada uno puede, debe "hacérselo",
aunque, aveces, se le den datos evangélicos concretos que él puede recrearlos como más le ayudaren.
     El paisaje visto imaginativamente debe llevar al que medita o contempla a una visión de fe; está íntimamente relacionado con ella, con
una fe auténtica y teológicamente justificable. Sin darle una duración de tiempo excesiva, sino la conveniente, hay que recomendar no
pasarla por alto. Está muy ligada con la función de la memoria, de que se tratará en otra parte. 4
3. La petición
     (No pocos autores espirituales señalan la importancia de la petición, al comienzo de la oración. Por eso ha parecido conveniente
resumir la doctrina espiritual sobre este punto).
     A. En qué consiste
     En todos los hechos del Señor, en sus enseñanzas; en toda la palabra inspirada del Antiguo y Nuevo Testamento, hay lugar a ver un
sentido espiritual que es aplicable, de modos diversos, a la propia vida.
     Si contemplamos el pasaje de la Anunciación a María podremos admirar su discreción, su humildad, su disponibilidad a la voluntad de
Dios, su entrega.
Pues bien, si miramos a la necesidad interior de nuestra vida espiritual, a la moción de la gracia..., podremos elegir una gracia que haremos
como el fruto principal que deseo me conceda el Señor: la humildad, por ejemplo. Esto supone que, de algún modo, se ha preparado la
materia de la oración. De otra manera, ni podré detectar la gracia, más importante que se presta a pedirla el pasaje, ni "exponerme" a la
acción del Espíritu. Esto ocurre, al menos, con los pasajes menos conocidos.
4. EE., 47,55 etc; cfr. J-C. Dhotei, la Composición de lieu, Cahiers de Spirituaüté Ignatienne, oct.-dec., 1992,276-279.
    Así pues, al comienzo de la oración, después de la oración preparatoria, vuelto al Señor en espíritu de fe, le pide con humildad, quiera
concederme esa gracia que necesito y, de algún modo, él me sugiere que la haga objeto de mis peticiones. Aunque se insista en ella al
comienzo, ha de estar presente a lo largo de la meditación o contemplación. Si es importante, una gracia contendrá otras muchas, al
hacemos participar de la fuente misma de la vida divina.
    Las gracias que pedimos, pueden ser muy diversas y se precisan a partir de nuestras necesidades y estados de alma: "Señor, creo,
pero aumenta mi fe". "Dame interno conocimiento del desorden de mis actos y actitudes malas". Nacen también de la materia; cada hecho
o enseñanza, aunque pluriforme en sus aplicaciones espirituales, contiene una gracia peculiar. De nosotros depende abrirnos a esa gracia
pidiéndola.
    B. Importancia.
    Si comenzamos así nuestra oración, comentamos saliendo de nosotros mismos y sometiéndonos a la acción del Espíritu Santo.
    Es una apertura al misterio y a Cristo al que nos entregamos para que construya en nosotros su Reino, conforme a su plan. Así queda
más asegurada la autenticidad de nuestra oración.
    Es fijar nuestro deseo espiritual en una dirección sin que esto signifique querer condicionar la acción del Espíritu.
    C. El modo ignaciano
    San Ignacio pretende formar en sus Ejercicios, hombres contemplativos en la acción que realizan siempre y en todo, la voluntad de
Dios en su vida diaria. En otra expresión, "vivir in Christo Jesús" es el fruto de los Ejercicios. Para eso propone los Ejercicios como una
auténtica escuela de oración. Dentro de ellos coloca al ejercitante en la perspectiva de la Historia de la Salvación> cuyo centro es el
Misterio pascual. Allí el hombre realiza su salida, su "éxodo" para adentrarse en el misterio más íntimo de Dios. Este movimiento progresivo
se realiza en los Ejercicios, en cada una de sus etapas de modo diverso, pero sustancialmente, coincidentes. No sólo pretende caminar
como obra del hombre, sino de Dios, sin el que nada podemos, ni aun tener la iniciativa para orar.
   "Siendo, pues, los Ejercicios una existencialización del Misterio pascual, un éxodo, una conversión, una metanoia en el sentido bíblico
más amplio, este Misterio pascual debe realizarse en cada oración y en cada uno de los ejercicios del libro ignaciano, hasta en el examen
particular y en el examen de conciencia. A este fin, San Ignacio nos coloca primero en actitud de humildad que es abertura ala gracia y
generosidad total. Ya en esta actitud, el ejercitante debe trabajar perseverantemente, “andando siempre a buscar lo que quiero" (EE. 76),
sin mudar la disposición del alma cuando encuentra lo que quiere, ni aun siquiera la disposición corporal, dejando que el Espíritu la lleve
adelante adentrándola en el Misterio de Cristo. (. .. ). La petición a que alude en el n. 48, puede ser, si tenemos en cuenta su espíritu, una
ayuda valiosísima para "seguir mejor la acción de Dios en el alma; esa transformación sublime, que habrá quedado integrada en la persona
y luego, en la vida ordinaria. Le llevará a buscar y hallar, bajo la acción del Espíritu, "lo que quiere" que es, esencialmente, lo que Dios
quiere".5
A esta luz y dentro de este marco, se ha de ver y practicar la petición: "demandar a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo" (EE. 48). No
es un dato más dentro de los Ejercicios ni algo recomendable que se pueda tomar o dejar sin que sufra para nada el fin último adonde se
pretende llevar al alma.
Entra, como una rueda más con valor específico y función peculiar, a facilitar, asegurar y acrecentar el fruto último de cad meditación
y, definitivamente, de la finalidad de los Ejercicio; Por eso, sin hacer de la petición un elemento, fuera del cual m se conseguirá
lo que se desea, sí se la procura estimar y valora debidamente, y, sobre todo, se intenta expresarla con 1 persuasión íntima de
su contribución, al fin de cada oraciór que se une al de todas en un conjunto armónico: transformarse según Cristo, para hallar
y realizar como El, la voluntad del Padre en la fuerza del Espíritu dentro de la vida diaria. 6
   Es una orientación, un deseo, pero le dejamos que El nc otorgue la gracia qu e quiera. Nos sometemo incondicionalmente
a su plan y aceptamos lo que nos dé, aunqu le exponemos humildemente la necesidad de una graci determinada sobre la que
volvemos con insistente sencille: confianza y entrega.
   El irá modelándonos conforme a sus designios y la gracia peclic al comienzo, recibirá su plena eficacia en nuesti transformación
interior.
   El Espíritu Santo quiere que empleemos nuestros esfuerzos, ayudados por él, para descubrir la gracia q ue necesitamos.
   El se encarga, más de una vez, de purificar nuestra petición a lo largo de nuestro trato con Dios. "Pero esto no nos pue de
dispensar del esfuerzo inicial. No hubiéramos conseguido nad si en lugar de una perezosa y quimérica atención, no
hubiéramos buscado con todas nuestras fuerzas; no habríam * recibido nada, si no hubiéramos propuesto a Dios una mate ria
en la que él se pudiera amparar para revelamos sus dones.
Tal es el papel de la "gracia que se ha de pedir". Necesa ria para fijar nuestro deseo espiritual y orientar nuestra oració n Es
como una vía de acceso al misterio de Dios. Fruto del esfuerzo humano que el Espíritu Santo esclarecía y sostenía ya, es absorbida,
sin desaparecer, en las innumerables gracias que señalan el desarrollo de la verdadera oración.
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6. M. Giuliani, Demander ce que jeveua eí desire, Cahiers de SpirituaJ Ignatienne, Supplements, 28,1991, 49-54.
    Así, de día a día, el dialogo con Dios, se hace más lúcido: la meditación (o contemplación) de ayer nos ha esclarecido respecto de la
gracia que hemos de pedir hoy, como el término de la meditación de hoy podrá servimos de punto de partida al de mañana. ¿No es cierto
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que Dios se revela con ocasión y en el seno de nuestros esfuerzos?
7. M. Giuliani, Vie chretienne, juin, 1958,21-24; cfr. Card. C. Martini, Itinerario espiritual del cristiano, 75-76; O. de Varine, "Ce que je souhaite el desire",
Cahiers... n. 64,1991,273-275.
Transcribimos la bella imploración de San Simeón el Nuevo teólogo, llena de un fervor y de una intensidad poética no fácilmente supe-rabie, tal como, a
su vez, la transcribe Y. Congar: "Ven, luz verdadera. Ven vida eterna, ven, misterio escondido. Ven, tesoro sin nombre. Ven realidad inefable. Ven,
persona inconcebible. Ven facilidad sin fin. Ven, luz sin ocaso. Ven, espera inefable de todos los que deben ser salvos. Ven, despertador de los que están
dormidos. Ven resurrección de los muertos. Ven, o poderoso, que siempre lo hace todo y lo rehace y transforma por tu solo poder. Ven, o invisible y
totalmente intangible e impalpable. Ven tú que siempre permaneces inmutable y en cada instante eres mío todo entero y vienes a nosotros, dormidos en
los infiernos, o tú sobre todos los cielos. Ven, o Nombre muy amado y repetido por todas partes, pero que nos está prohibido expresar su ser o conocer
la naturaleza. Ven, gozo eterno. Ven, corona que no se marchita. Ven cintura cristalina y constelada de joyas. Ven, sandalia inaccesible. Ven, púrpura
real. Ven, derecha verdaderamente soberana. Ven, tú el Solo al solo, puesto que tú ves que yo estoy solo. Ven tú que me has separado de todo y hecho
solitario en este mundo. Ven, tú que eres Tú mismo en mi deseo, que me has hecho desearte, a ti absolutamente inaccesible. Ven, mi soplo y mi vida.
Ven, consolación de mi pobre alma. Ven, mi gozo, mi gloria, mis delicias sin fin".
8. Cfr. el artículo verdaderamente iluminador de M. Giuliani: "Demander ce qui je veuz el desire", en: Supplements, n. 28, (Cahiers de Spiritualit-é
Ignatienne), Quevec, janvier, 1991,49-54. Directoire por donner Jes Exercices. (Guide pedagogique et bibliographique du Centre de Spiritualité de
Quevec).
    A continuación es muy conveniente leer, con verdadero espíritu de fe, el pasaje elegido para orar sobre él. Nos encontrarnos ya
metidos en la oración que se irá desarrollando de modos diversos, según la manera que hubiere, elegido y guía discreta del Espíritu.
    D. Resumen abreviado:
    Saber comentar
    1. Cahnarme:
    Romper con la distribución u ocupación anterior. Relajarme suavemente física y psicológicamente. Comenzar por la oración a la
Trinidad: la señal de la Cruz.
    2. Delante de ALGUIEN:
    Acto de Fe, intenso detenido "delante de Alguien, de veras presente, y que realmente me escucha porque me ama" Ofrecer- todo el ser
a Dios.
    -   No delante de un libro.
    -   Ni de un tema de oración.
    -   Ni de mí mismo, SINO DE DIOS, CREADOR Y SEÑOR.
    3. Leer con espíritu de fe el pasaje elegido.
    "Porque ésta es la esencia de la meditación o su fin: poner las condiciones para que algo pueda mover en mí, y pueda ejercer en mí su
influjo.
    4. En espera de algo:
    Una atención más consciente a su persona; a su voluntad. Que entable un diálogo con su criatura e hijo: "Háblame, Señor..."
    "Muéstrame tu rostro" "Ven, Señor Jesús"
    En espera pacificante y confiada, aceptando el plan de Dios sobre mí en esta oración.
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