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Nación en Crisis - Julio Londoño Londoño

Este documento describe la dificultad de definir el carácter del pueblo colombiano debido a su diversidad. Se compone de diferentes grupos étnicos con rasgos distintivos que se mezclaron, lo que dificulta fijar características unificadas. El carácter colombiano surge de la interacción entre la raza, el medio ambiente y la tradición a lo largo del tiempo.

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Nación en Crisis - Julio Londoño Londoño

Este documento describe la dificultad de definir el carácter del pueblo colombiano debido a su diversidad. Se compone de diferentes grupos étnicos con rasgos distintivos que se mezclaron, lo que dificulta fijar características unificadas. El carácter colombiano surge de la interacción entre la raza, el medio ambiente y la tradición a lo largo del tiempo.

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y General JULIO LONDOÑO

NACION EN CRI S I S

Biblioteca de Autores Contemporáneos


Bogotá, 1955.

B A N C O CE LA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS-ANGEL ARANGO
CATALOGACION
PUBLICACION DEL MINISTERIO DE
EDUCACION NACIONAL. DIVISION DE
EXTENSION CULTURAL.

rr

IMPRESO EN LA EDITORIAL SANTANFE — BOGOTA


INDICE
Páginas
CAPITULO I
El Carácter ......................................................... 7

CAPITULO II
La Política ........................................................... 53

CAPITULO III
La Antiutopía .............. 75

CAPITULO IV
El Espacio ........................................................... 95

CAPITULO V
El Espacio contra el T iem po............................. 117

CAPITULO VI
Integración y Desintegración ........................... 131

CAPITUL VII
Cultura y Metafísica .......................................... 145

CAPITULO VIII
La Etica ............................................................... 163

CAPITULO IX
La Estética ......................................................... 175

CAPITULO X
La Adecuación a la V id a .................................... 197
CAPITULO I

EL CARACTER

Decía Paul la Combe que para fijar el carácter de


un pueblo lo primero que se necesita es que ese pue­
blo tenga un carácter, es decir, una cierta combina­
ción de rasgos morales que se encuentra en los mi­
llares de hombres que lo componen, y que no se ha­
lla en ningún otro pueblo.
Si observamos los rasgos somáticos del pueblo co­
lombiano tomado como unidad, notamos diferencias
importantes que nos impiden en el primer momento
fijar esa línea invariable que guía la evolución, esa
marca indeleble en que se desenvuelve el estilo na­
cional, esa obstinada permanencia de una tradición
que recibe y asimila todo lo nuevo que llega por los
cuatro caminos del mundo, esa huella perenne en su
esencia y que se renueva sin cesar, ese cuño que dis­
tingue a un pueblo de todos los demás, eso. .. que
se llama carácter.
El guajiro cobrizo y el antioqueño con sus firmes
líneas vascas; el costeño del Caribe con su arrogan­
cia mulata y el huilense lento y enjuto; el africano
vigoroso de nuestra costa del Pacífico y el santande-
reano de rasgos sajones; el nariñense con sus atribu­
tos quillasingas y el hombre del Cauca de distintivos
castellanos, son tan diferentes entre sí como habitan­
tes de continente remotos.
Y si con tal diversidad aparecen en su aspecto fí­
sico, en lo que hace relación a su carácter específico
JULIO LONDOttO

la diferencia es aún más profunda. El gentilicio regio­


nal va invariablemente asociado a adjetivos determi­
nantes: bogotano y palatino, huilense e ingenuo, an-
tioqueño y traficante, santandereano y pendenciero,
costeño y genésico, boyacense y político, pastuso y
místico.
Un pueblo que ostenta características de tan acen­
tuada variedad tiene necesariamente que aparecer co­
mo heterogéneo en sus manifestaciones culturales por
incipientes que sean. Si tomamos como ejemplo la
música, que no es otra cosa que la transmutación en
notas del reflejo del paisaje ambiental sobre el alma
del pueblo, hallamos en sus acentos una disparidad
mayor que en los contrastes de la geografía y en la di­
versidad de los grupos humanos; porque ninguna re­
lación parece tener el joropo ventolero de Arauca con
el bambuco nostálgico del Tolima, ni el sanjuanito
cadencioso de Narifio con la cumbiamba lúbrica de la
costa atlántica, ni el currulao de nuestro litoral Pací­
fico meridional con la guabina de Santander, ni el pa­
sillo cundinamarqués con las canciones sepultureras de
Antioquia.
Pero si a pesar de todas esas disparidades auténti­
cas inscribimos el pueblo colombiano dentro del pen­
tágono formado por las cinco razas en que se divide
la población del mundo, notamos sin esfuerzo que de
todas se diferencia abismalmente, aun de la cobriza y
la blanca, a las cuales tiene aproximaciones aprecia­
bles.
Si nos çplocamos al lado de otras naciones, vemos
que tenemos algo que nos distingue, algo que nos di­
ferencia como colectividad hasta de aquellas qup han
tenido, a causa de la conquista y la geografía, un des­
arrollo muy parecido al nuestro. A Venezuela con sus
NACION EN CRISIS 9

extrañas mezclas de blanco y arawak; al Perú, pue­


blo de dos caras, española la una y quechua la otra;
a Bolivia con sus tres facetas aimara, quechua y gua-
rany. . . Somos dispares en lo interior, pero hacia fue­
ra poseemos algo que nos une, que nos unifica y dis­
tingue profundamente de las demás naciones, aún de
aquellas a quienes llamamos hermanas.

La extraordinaria dificultad que existe para fijar los


rasgos predominantes del pueblo colombiano, su do­
minador común, el substratum invariable que lo de­
termina, el eje de donde dependen las diferentes mo­
dalidades que se agitan en todas direcciones movidas
por los vientos contrarios, consiste en que el pueblo
colombiano no es una entidad fija, sino una entidad
que deviene, es un organismo en formación, un conglo­
merado que evoluciona aceleradamente, una realidad
en transición.
Aumenta esta dificultad la circunstancia de que la
velocidad del movimiento evolutivo no es uniforme en
los distintos órdenes. Es más vivo en lo intelectual
que en lo sentimental y más en lo sentimental que en
lo somático. Toda fuerza plasmadora encuentra siem­
pre una oposición mayor para lograr una forma deter­
minada en la materia que en el temperamento y en el
temperamento que en la mente.
El carácter de un pueblo arranca de la triple raíz de
la raza, el medio y la tradición. La raza fija las con­
diciones primarias, el medio las modela y la tradición
las define y exalta. La historia nacional no es otra co­
sa que la concomitancia de estos tres factores en el
espacio y en el tiempo; es la biografía de un pueblo
proyectada hacia el futuro por estas tres fuerzas fun­
damentales.

i
10 JULIO LONDOÑO

La raíz indígena fue la base; la española el aporte.


De la mezcla de entrambas surgió el mestizaje media-
sangre, que, como toda combinación racial de esta cla­
se, aquilató las tendencias primigenas y rudas y de­
bilitó las virtudes pacientemente adquiridas. Porque lo
malo, lo primitivo, lo bárbaro, se dá espontáneamen­
te, se propaga y refuerza por sí solo, mientras que las
ventajas que se han logrado a fuerza de disciplina y de
trabajo, de adaptación y de lucha, prenden con difi­
cultad y, como el genio, se esfuman en el torrente de
la mezcla sanguínea.
Nuestro indio, nuestro pobre indio sin reflejos de
defensa, holgazán y pasivo, estaba, a la hora de la
conquista, repartido en un anchuroso territorio, for­
mando agrupaciones minúsculas separadas por fuertes
accidentes geográficos y sin comunicación alguna en­
tre ellas, reunidas en pequeñas áreas delimitadas que
les permitían extraer los recursos escasos que exigía
su vida miserable. La pequeñez de la agrupación de­
jaba en libertad el tropel de los instintos sin las vallas
de la limitación que impone el conjunto y que es la
esencia misma del derecho. Y ahí el indio se hizo apa­
sionado y su individualismo tenía un propicio campo
de acción.
Y viene el español. La raza más apasionada e in-
divualista que conoce la historia del mundo. Raza en
la cual la palabra YO, con su importancia primordial,
constituye la más corta síntesis de cualquier imperati­
vo categórico. Raza para la cual jada individuo es el
punto de partida para todos los valores jerárquicos, el
origen de todo derecho, la raíz" de toda colectividad
posible. Raza en que cáda hqmbre se complace en
sentir pasar a través de su propio ser el torrente de
la vida, indiferente al mundo exterior; que vive el pre-
NACION EN CRISIS 11

sente, e ignora el porvenir; que no conoce otro méto­


do diferente de la violencia; para quien el país, la ciu­
dad, el Estado dicen solo relación a la propia perso­
na. Raza cuya fuerza motriz se confunde con las pulsa­
ciones del instinto.
Individualismo y pasión; supremacía aislante del yo
y arrebato de las inclinaciones básicas de la naturale­
za. Tales son las dos características del pueblo colom­
biano que afloran en el momento mismo en que co­
mienza a estructurarse, a tener manifestaciones vita­
les de organismo. Pero en sus comienzos aquellas ten­
dencias se manifiestan de una manera morbosa, inex­
presada; no tienen una forma definida, carecen de
atributos geométricos. Es necesario que el medio, con
el complejo que constituyen sus mil influencias dife­
rentes y simultáneas sobre el alma y la mente de los
pueblos y de los hombres, venga a precisar sus con­
tornos, a modelarlos de acuerdo con las peculiarida­
des del suelo, a teñirlos del color del paisaje en que
viven.
Los cinco factores esenciales de todo paisaje am­
biental —forma, situación, extensión, riqueza y cli­
ma— formando combinaciones diversas cuyo número
se confunde con el infinito, dan a los fundamentos ins­
tintivos de toda población humana un sello, una marca,
un matiz que los distingue de todos sus semejantes.
Y cada uno de los elementos que integran aquellos fac­
tores esenciales ejerce por sí mismo un influjo de una
manera invariable. La montaña separa y el río une;
la planicie encierra una poderosa fuerza dispersiva y
el valle una atracción aglutinante; los minerales fijan
a los hombres como árboles y el pastoreo los vuelve
trashumantes; la abundancia de riquezas naturales trae
la molicie, y la esterilidad una actividad enérgica; la
12 JULIO LONDOÑO

naturaleza indomable y bárbara de las regiones selvá­


ticas genera un terror que se aplaca sólo con la inter­
vención constante de los poderes divinos y la organi­
zación de la urbe moderna vuelve a los hombres ale­
jados de Dios; el mar abre la mente a la convivencia
y a la innovación, a la alegría despreocupada y tole­
rante; la cordillera, en cambio, es un reducto para to­
da innovación, limita la sociabilidad, y vuelve al hom­
bre reconcentrado, libertario y fanático; el clima frío
adormece las pasiones y el cálido las exaspera como el
alcohol; el aumento en latitud y en altura estimulan
la actividad y el pensamiento; su disminución acarrea
la desidia y la superficialidad. . . y así indefinidamen­
te. . .
El trópico, —en el que Colombia está crucificada—,
es el medio más apropiado para la exacerbación pa­
sional; sus calores rigurosos y sus planicies malsanas
han lanzado a los hombres contra las faldas de los
Andes para que allí puedan sobrevivir y perdurar,
ofreciendo así la más excelente ubicación para que su
individualismo se ensanche y fortifique. Y las innume­
rables divisiones producidas por la trifurcación de la
gigantesca cordillera que forman vertientes y valles de
contornos reducidos, han aglutinado grupos pequeños,
defendidos y distanciados unos de otros, que viven
para sí y que tienen, por tanto, un individualismo co­
lectivo tan afianzado y tenaz como el individualismo
de las personas que los forman. Cuando se trata de
buscar el contacto entre unos y otros, cada uno se re­
coge a sí mismo, ve amenazadas de muerte las carac­
terísticas que su aislamiento le ha proporcionado y
que considera como su más valiosa propiedad, y da
rienda suelta a su odio. Quizá en ninguna parte como
en Colombia existe una animadversión más definida
entre pequeñas regiones vecinas. La separación geo­
NACION EN CRISIS 13

gráfica les trae el desconocimiento de la comarca aje­


na y, como desde el punto de vista geográfico jamás
los odios son más profundos que cuando se trata de
agrupaciones que se desconocen, la animadversión ad­
quiere caracteres de ceguedad. Aquí, sí, desconocer­
se es odiarse. Bastaría, entre los ejemplos que se
ofrecen a millares, citar ciudades florecientes, situa­
das a corta distancia una de otra y enlazadas por vías
de importancia nacional, que ostentan una enconada ri­
validad que tiende a privarlas de todo contacto, y lo
que es peor aún, de toda cooperación: Cartagena y Ba-
rranquilla; Neiva y Garzón; Manizales y Pereira; So­
corro y San Gil; Popayán y Pasto; Toledo y Labateca;
Espinal y Flandes.. . Entre todas ellas no hay emu­
lación sino rivalidad, no hay competencia sino envi­
dia, no hay concurrencia sino antagonismo, no hay es­
tímulo sino pugna, no hay oposición sino hostilidad.. .
Y luégo viene la tradición y exalta lo que ha sido
definido por el medio y originado por la raza. Indivi­
dualismo y pasión que han sido transmitidos como una
enfermedad hereditaria de una generación a otra; indi­
vidualismo y pasión que el colombiano encuentra en
cualquier región del país o en cualquiera esfera del Es­
tado en que actúe; individualismo y pasión que han
vivido y palpado los diferentes grupos que forman la
nacionalidad o las diversas capas o actividades que
componen la estructura social. Hombres y agrupacio­
nes ajenos a toda cooperación, a toda ayuda, a todo
mutualismo, a todo concurso, a toda reciprocidad. . .
Este estado de cosas —que como veremos adelante
es un estado transitorio hoy por hoy— produce en la
nacionalidad esa discordancia de los diversos elemen­
tos que no permite una unidad fuerte y vigorosa, sino
que trae la disgregación que se ofrece desoladoramen-
14 JULIO LONDOÑO

te en la antagónica separación que hay entre las activi­


dades de los diversos ministerios, entre ejército y po­
licía, entre capital y provincia, entre ciudad y campo,
patrono y obrero, oligarca y proletario, deber y de­
recho.
Pero aunque el carácter del pueblo colombiano tie­
ne como basamento las dos calidades de indivi­
dualismo y pasión, no son su carácter mismo por
cuanto éste es una complicada agrupación de mani­
festaciones, de inclinaciones y de hechos que lo mar­
can y distinguen de todos los demás. Hay, por tanto,
necesidad de una amplificación que nos lleve al cono­
cimiento que necesitamos.
Es claro que en el desenvolvimiento de este análi­
sis han de encontrarse numerosas contradicciones; es­
tas contradicciones pueden repugnar al trabajo de la
razón pero hacen parte sustancial de la lógica de la
vida y vuelven a ser racionales en el contenido mágico
de la historiá.
Porque para poder apreciar el carácter del pueblo
colombiano hay necesidad de marchar hombro a hom­
bro con él, ya que todo lo que entraña está continua­
mente en movimiento, es un carácter en tránsito, una
manera de ser en camino, una marca que evoluciona
de continuo, un contenido espiritual, mental y físico
cuya parte sustancial permanece pero cuyos elemen­
tos accidentales se desenvuelven y cambian incesante­
mente. Pero este movimiento tuvo un punto de parti­
da y tendrá un punto de llegada. Todo cuanto pode­
mos hacer es apreciarlo en un tiempo dado de su ver­
tiginosa mutación.
Lo más importante del caso consiste en que ese
tránsito evolutivo del carácter del pueblo colombiano
se mueve entre extremos contrarios y sus diferentes
NACION EN CRISIS 15

aspectos presentan antinomias para las cuales el tér­


mino medio no existe ni puede existir. Presionado por
fuerzas internas y externas que traen consigo las agi­
taciones universales, sometido al determinismo de la
raza, del medio y de la tradición, y encadenado al in­
dividualismo y a la pasión, presenta las siguientes es­
calas que lo fijan y distinguen de los otros pueblos:
I—De lo intermitente a lo constante.
II— De lo plural a lo unitario.
III— Del pensamiento a la acción.
XV—De lo superficial a lo profundo.
V—De lo general a lo particular.

I—DE LO INTERMITENTE A LO CONSTANTE

Quizás ninguno de los pueblos de América tiene, co­


mo el colombiano, tan notable diferencia entre los
períodos de exaltación y depresión; quizás en ninguno
pueden verse con tánta claridad esas explosiones emo­
cionales que tras una inusitada violencia regresan a
una pasividad vegetal. Somos un pueblo que, una vez
que ha puesto aceite en su lámpara, lo hace quemar en
una llamarada resplandeciente y súbita. Por eso nues­
tra historia es el recuento de grandes saltos en altura
y profundidad irregularmente distribuidos en el tiem­
po; fulguraciones repentinas de un temperamento apa­
sionado deslumbrantes como fogonazos de magnesio.
Así lo vemos pasar inesperadamente de la arrogancia
a la humildad, de la osadía a la desilusión, de la cruel­
dad a la clemencia, del frenesí a la resignación, de la
violencia al desaliento, de la insolencia a la apatía.
En los momentos de exaltación el pueblo colombia­
no es capaz de todas las cosas grandes así buenas co­
mo nefandas; especialmente en las cosas buenas
su capacidad es inmensa, su generosidad se hace ilimi-

L
16 JULIO LONDOÑO

tada; su aptitud para el sufrimiento, grandiosa; su ener­


gía, sobrehumana; su actividad, asombrosa; su heroís­
mo, mítico. Pero los frutos de tan bellas condiciones
deben ser cogidos en seguida; las horas y los días los
destruyen como gusanos; el tiempo los pudre; la espe­
ra los lleva prontamente al olvido. Y para reproducir
ese fecundo estado de efervescencia se necesita un
nuevo acontecimiento, un hecho que haga vibrar de
manera violenta las fibras sensibles de las inclinaciones
instintivas.
El dramatismo que encierra esta peculiaridad
estriba en que se produce por causas que se sustraen a
todo análisis. Nadie ha sido capaz de fijar hasta ahora,
siquiera en forma de esbozo, una ley, un principio, una
regla, que pueda encerrar las causas principales que
sirven de reactivo a las emociones de nuestro pueblo:
con mayor frecuencia de lo que fuera deseable, gran­
des acontecimientos que influyen en su vida de manera
definitiva y profunda lo dejan indiferente; con una im­
pasibilidad que espanta vive días que transforman la
historia del mundo, y en cambio, hay momentos en que
un proceso jurídico, un drama pasional, un torero, un
artista de cine, una injusticia social limitada, un ilumi­
nado o un curandero, producen en él una reacción de
tal magnitud que las oleadas populares se suceden co­
mo una marejada gigantesca.
Debe anotarse, sinembargo, y esto se debe a la idio-
sincracia pasional del pueblo colombiano, que este ti­
po de estímulo se refiere siempre a aquello que excita
sus condiciones afectivas y no a lo que pudiera mover
su razón. Los descubrimientos científicos, los hombres
de ciencia, los grandes artistas sin vistosidad altisonan­
te, no producen en él exacerbaciones notables hasta el
momento en que su existencia no tome, por una cir­
cunstancia cualquiera, un aspecto conmovedor.
NACION EN CRISIS 17

No hay pues esa persistencia en el esfuerzo, esa obs­


tinación en la lucha, esa continuidad en el impulso, ese
sentido heroico del cumplimiento de las tareas de du­
ración indefinida, esa invariable resolución de perdu­
rar en una empresa u obra, ese brío permanente de la
voluntad para la realización que fija la grandeza de los
resultados. Pero el instinto del pueblo le hace compren­
der esta modalidad de su carácter y adaptarse a ella en
todas las actividades de la vida y por eso, al ponerse
en movimiento, hombre o pueblo, para lograr un obje­
tivo cualquiera, quiere que toda resolución sea repenti­
na, toda tramitación presurosa, toda decisión momen­
tánea, todo proceso vertiginoso, todo resultado breve.
La palabra urgencia tiene para nosotros un sentido más
profundo que la palabra justicia.
Y este sentimiento de velocidad, esa ansiedad febril
para ganar un tiempo del cual no se sabe cómo dispo­
ner, esa vivacidad que nos hace buscar con apremiante
celeridad los resultados antes de que el cansancio o el
fastidio sobrevengan y adormezcan el impulso de la re­
solución, señala y diferencia nuestra nacionalidad de
un modo inconfundible.
El avión, que crea progreso pero que no necesita lu­
char para abrirse camino, ha suplantado todos los pro­
longados medios de transporte; las vías terrestres tien­
den a desaparecer; las poblaciones más pequeñas peli­
grosamente ubicadas en las laderas de las cordilleras
piden obstinadamente la construcción de un aeródromo
de preferencia a cualquiera otra realización; el auto­
móvil, veloz refinamiento de lo personal, es el más
apropiado medio de circulación urbana; el caballo va
desapareciendo de las antiguas rutas y los autobuses
tratan de penetrar, marchando por sobre viejos cami­
nos de herradura, a todos los pueblos y aldeas en una
competencia desesperante.
18 JULIO LONDOÑO

Y un criterio semejante prima en la construcción de


las vías de comunicación: los grandes planes viales que
se establecen con una fijeza inconmovible son refor­
mados a los pocos días porque su realización deman­
daría un tiempo cuya duración exasperaría al pueblo y
al Estado. Las trochas viales son tan estrechas que en
la mayoría de los casos sólo permiten el tránsito en
una sola dirección, y a sus obras de arte, con el objeto
de ganar tiempo, se les da una resistencia para pesos
mínimos; la superestructura es delgada, el afirmado
prematuro, las obras de defensa nulas, y la conserva­
ción prácticamente inexistente. Y por eso, cuando las
lluvias, tan frecuentes y violentas en esta comarca tro­
pical en donde la red vial trepa y desciende con una
multiplicidad inverosímil de curvas atrevidas y encajo­
nadas, desencadenan su fuerza, el tránsito nacional
queda paralizado y el hambre y la inmovilidad adquie­
ren caracteres de catástrofe.

El negocio que a los pocos días de establecido no dá


beneficios proficuos, se desecha. Compañías y asocia­
ciones comerciales de mil órdenes distintos se fundan y
disuelven diariamente. Ninguna tiene interés en perdu­
rar sino en enriquecerse en el menor tiempo posible.
Cada vez que una institución seria se anuncia como
que tuviese más de medio siglo de fundada nos pare­
ce que ha tenido una longevidad inverosímil.
En las edificaciones se prefiere el material prefabri­
cado que puede colocarse con inaudita presteza. Fue­
ra de las capitales, en donde los reglamentos de cons­
trucción son más benévolos o no existen, la aceleración
en las construcciones representa el predominio del ba-
hareque sobre la piedra, la ascendencia de la caña sil­
vestre sobre el cedro y el roble que se pierden en nues­
tros montes. Lo importante es terminar, terminar rau-
NACION EN CRISIS 19

damente, y si algunas circunstancias imprevistas retar­


dan el fin de la obra, la familia se instala en ella a me­
dio construir, la compañía empieza su trabajo casi a la
intemperie, la oficina distribuye sus elementos orgáni­
cos entre los materiales dispersos, y si el inmueble es
de alguna consideración —y esto especialmente en las
grandes ciudades— se aprovechan uno o dos pisos ya
arreglados y se dejan los restantes para terminarlos
en un futuro lejano. Esta ocurrencia en las capitales de
departamento y aún en la capital de la República, da
ese aspecto desolado a multitud de edificaciones im­
portantes construidas a medias y en cuyos remates
asoman por muchos años las enhiestas puntas de las
varillas de hierro que sirvieron para armar el hormigón
y sostener el final de una obra que ya quizás no se ve­
rá nunca.
Y así en todos los órdenes: la mujer se cree solte­
rona a los 20 años; el pintor estima que ya habrá ter­
minado el auge de la escuela a que se ha afiliado si ha
empleado más de una semana en la pintura de un cua­
dro destacado; el escritor se juzga fracasado si transcu­
rren varios meses entre el comienzo de la obra y su
exhibición en los escaparates de las librerías; el investi­
gador desecha su tarea si después de pasados varios
meses no tiene el resultado concreto de sus desvelos;
el inventor se arriesga al fracaso casi seguro de la apli­
cación antes de gastar tiempo en las demostraciones
prácticas; el químico o farmacéutico que ha descubier­
to una droga, casi siempre de efectos teóricos maravi­
llosos, la aplica directamente a los humanos para evi­
tar el retardo del éxito que implica la paciente obser­
vación en los animales de los laboratorios. A los 30
años el militar se apesadumbra por no ser aún general;
el médico, profesor; el escritor, académico; la monja,
abadesa; el artista, maestro y el sacerdote, obispo.
20 JULIO LONDOÑO

Y esta celeridad febril que remata fatalmente en la


inercia; esta prisa emparentada con el vértigo; esta an­
gustia hermana media de la apatía; esta oscilación
tremenda entre el movimiento y la inmovilidad, entre
la exaltación y la depresión, entre la conmoción y la
quietud nos ha privado hasta ahora de los beneficio­
sos resultados que trae consigo todo proceso de madu­
ración. Nos negamos a aceptar que el tiempo, la con­
tinuidad y la persistencia tengan un valor definitivo en
toda adquisición de la materia o del espíritu. En lo po­
lítico hemos creído que al finalizar nuestra guerra mag­
na nos colocábamos de un salto a la altura de la de­
mocracia inglesa; en lo militar juzgamos que una mi­
sión militar helvética formaría en dos años un ejérci­
to como el suizo; en cuanto a justicia hemos creído que
poseyendo un código hecho por un notable catedráti­
co de París podríamos contar con una administración
de justicia como la de los tribunales franceses; hemos
querido convencemos de que una brillante ley sobre los
delitos contra la propiedad nos daría las mismas ga­
rantías que se cuentan en Suecia; nos hemos alegrado
al pensar que el establecimiento de conservatorios de
música en las diversas capitales nos colocaría inmedia­
tamente al nivel musical de Italia; hemos tenido la con­
vicción de que una comisión de financistas america­
nos podría dar a nuestro fisco la abundante firmeza
del tesoro americano. . . y cuando pasados unos días,
todas esas tentativas llenas de ilógica esperanza no nos
han dado resultados visibles y tectónicos, hemos re­
nunciado a todo esfuerzo de continuidad dejando que
regresen a su caótico punto de partida la política, la
milicia, la justicia, la honorabilidad, la música y las fi­
nanzas.
Esta disparidad entre la arrogancia del proyecto y
la humildad de la realización; entre el anhelo insacia­
MACION EN CRISIS 21

ble y la inmovilidad satisfecha; entre la inquietud


transformadora y la adaptación pasiva; entre la pre-
cipitud febril y la molicie eufórica nos lleva a una si­
niestra falta de hedonismo, pero no de aquel en que
el placer es el fin único de la vida sino de este en que
a todas aquellas cosas concretas que tienen utilidad
para la existencia se les da un aire de simetría, un to­
que de belleza, un pulimento que las reviste, un baño
de gracia que las hace amables. Santayana decía que
la obra de arte no es otra cosa que el placer objeti­
vado; la agradable objetivación estética de la utilidad
sería el hedonismo a que hemos hecho referencia.
Cuando se trata de construir un edificio de conside­
ración lo único que se necesita es el dinero y el lote
para terminarlo rápidamente, nada importa que su ar­
quitectura arrevesada forme un insultante contraste
con el ambiente, aunque éste sea el recinto amuralla­
do de Cartagena, la plaza española de Tunja o una an­
tigua calle colonial de Popayán; nadie da importancia
a que la encantadora unidad de una pequeña pobla­
ción de construcción española se rompa con una bo­
chornoso edificio de cemento; las líneas de conduc­
ción de la electricidad van por las calles principa­
les acaballadas sobre troncos de árboles; las instala­
ciones eléctricas o hidráulicas de las casas son super­
ficiales y perforan los muros como ladrones; la ofici­
na y el depósito son comunes. Nada importa el arre­
glo de un ambiente placentero que refresca los senti­
dos y da a la vida, a la actividad y al trabajo un sig­
nificado profundo.
Pero no todo cuanto aquí se ha esbozado es perma­
nente. Mucho es transitorio, móvil, fugaz. Este es un
cuadro que evoluciona y se modifica. Los períodos
de elevada exaltación y depresión profunda se van di­
latando con el tiempo; muchas obras y empresas lu-
F

22 JULIO LONDOÑO

chan denodadamente para lograr una magnitud na­


cional; en los proyectos se nota una tendencia cada
vez mayor a la duración como los pinicos de un niño;
en las ciudades principales la gente de gusto empie­
za a desechar lo chabacano y es cada vez mayor el
número de las instituciones que luchan por perdurar
aún en un ambiente de indiferencia y de hostilidad.
El vigor de esta transformación marca el poder de la
nación. Pero esta transición se hace por sí sola, sin
voluntad, sin dirección, sin cauce; es la feliz infiltra­
ción de las tendencias de los tiempos nuevos; es la vi­
da del mundo exterior que nos toca e impulsa. Pero
Colombia no llegará a la altura que como nación le co­
rresponde, hasta el momento en que haya logrado,
aunque sólo sea en parte apreciable, cambiar lo inter­
mitente por lo continuo.

II—DE LO PLURAL A LO UNITARIO

Toda nación se ve forzada a definir sil situación


histórica tomando partido en la vieja polémica de la
pluralidad y la unidad. Y en ninguna actividad como
en ésta, el destino se hace palpable con encadenamien­
tos tan definitivos.
Contemplado en su esencial simplicidad, el hecho
consiste en marchar hacia el futuro siguiendo la atrac­
ción de uno de los dos extremos antagónicos del cami­
no que hay que recorrer, lo uno o lo múltiple, lo sin­
tético o lo analítico, lo similar o lo diverso.
Por el camino de la unicidad se llega al terreno de
la fuerza lo mismo en el campo material que en las
más destacadas manifestaciones del espíritu. Por el
otro se llega a la selección de los tipos individuales
particularmente en las esferas del pensamiento. Cuan­
do aquella tendencia se lleva a su límite máximo el in-
NACION EN CRISIS 23

dividuo desaparece al disolverse en la agrupación; en


el caso contrario solo el hombre existe y la colectivi­
dad desaparece. En qué sitio, entre los dos contrarios,
debería colocarse una nación para llevar adelante ven­
tajosamente su destino?·'En la solución de este pro­
blema tremendo entran, de una parte, la actividad es­
tatal, y de otra, el Sino, que se refleja sobre la raza, el
carácter, la geografía, y el impulso dado por la tra­
dición. Estas fuerzas vivas no pueden retrogradar ni
detenerse repentinamente al solo conjuro de una dis­
posición del Estado, y al mismo tiempo, no puede per­
mitirse que estas energías ciegas decidan en forma ex­
clusiva de la vida de la nación.
Pero, pese a esta consideración, la éra actual es la
éra de la unidad. En todos los pueblos, los antiguos y
los nuevos, se va despertando unas veces y se va im­
poniendo, otrae, esa fuerza de cohesión que obliga a
todos cuantos pueden caber dentro de un género co­
mún, a formar, como células vivientes, una individua­
lidad diferenciada apta a su vez para unirse, como nue­
va célula, a otra individualidad superior.
La unidad se sucede cuando una idea cualquiera,
especie de entelequia, se enciende y refleja recíproca­
mente entre diferentes individuos, como podría suce­
der con espejos ustorios. Esa idea así reflejada úne los
individuos, los agrupa y cobra de este modo una fuer­
za tal que los modela como organismos y les da una
forma tan fuerte y persistente que los elementos indi­
viduales pueden cambiar, alterarse, aún desaparecer,
y la unidad persiste. Y cualquiera que sea esa idea bá­
sica, esa entelequia plasmadora, la unidad se produce
con todos sus atributos de fuerza organizada y pode­
rosa: fé como en las cofradías; obediencia como en la
Compañía de Jesús; rapacidad como en las cuadrillas
24 JULIO LÓNDOÑO

de bandoleros; disciplina como en los ejércitos; codi­


cia como en los trusts. . .
En cuanto a la nación se refiere, esta tendencia à la
unificación se hace manifiesta palmariamente lo mis­
mo en el Estado que en el País, vale decir, lo mismo
en los hombres que en el suelo.
Todo hombre, miembro de una unidad nacional, de­
be entregar a ésta necesariamente una parte importan­
te de su independencia personal para poder lograr la
compactación del conjunto. Las ideas, acciones y ten­
dencias no comprometidas en esa entrega son maneja­
das por él con un extenso radio de autonomía. Aquí
radica la libertad. La democracia, la democracia ver­
dadera no es al fin y al cabo otra cosa que el equili­
brio justo entre las facultades que el individuo somete
a la voluntad del Estado y aquellas de las cuales es el
propio orientador. La libertad desaparece lo mismo
cuando el Estado absorbe por completo la personali­
dad del individuo como cuando éste, sin sujeción al­
guna, pretende disponer de sus propias facultades.
Aquel se disuelve en el conjunto y éste se agita en el
vacío. El totalitario y el anarquista están igualmente
distanciados de la libertad. Y un hecho claramente de­
mostrado a través de la historia es que ni en los mo­
mentos en que el hombre es absorbido por el conjunto
ni aquellos en que el individuo carece de raigambre
que se adentre en un organismo superior, aparecen
esos tipos de personalidad que, en sus diversos aspec­
tos, son como partos gloriosos de una generación que
fija la grandeza histórica de un país y aún puede ser­
vir de norma al resto del mundo. Estos tipos humanos
sólo surgen en las naciones cuando se establece un
equilibrio entre lo que se entrega al Estado y lo que
queda de prerrogativas personales. Inglaterra, Fran-
NACION EN CRISIS 25

cia, y Alemania, para no citar más ejemplos, mues­


tran cómo en su desarrollo evolutivo, cuando han lo­
grado aquel equilibrio han dado campo al surgimiento
de sus grandes hombres, Bismarck, Richelieu y Dis­
raeli en la política; Federico, Napoleón y Nelson, en
la guerra; Kant, Descartes y Spencer en la filosofía;
Humboldt, Couvier y Darwin en las ciencias físicas;
Goethe, Voltaire y Milton en la literatura. Y así en
las diversas ramas de la actividad humana.
Y en cuanto al suelo, sólo los pueblos que tienen
una verdadera unidad pueden conservarlo. La liber­
tad de los pueblos en donde el individualismo impera,
se halla infinitamente cerca, infinitamente próxima a
la extinción. Y en días como en los actuales en que
la idea de las extensas nacionalidades y su afán de cre­
cimiento especial se manifiesta con consecuencias trá­
gicas, no queda otro remedio a los países y especial­
mente a los débiles que lograr la unidad, una unidad
nacional potente, unidad en sus instituciones, unidad
en el comercio y en la industria, unidad en sus aspi­
raciones e ideales, unidad en el sentido de su conser­
vación y en sus sentimientos de defensa. Una trágica y
prolongada experiencia demuestra que sólo los pue­
blos en donde la unión es un hecho indiscutible, el sue­
lo es indivisible y la idea de patria es eterna. Cuando
se trata de conservar el propio suelo, toda diversidad
es estéril; sólo la unidad es fecunda.
Pero cuál es la esencia misma de ese sentido de uni­
dad? Es la continuidad de las ideas o de los hechos en
el espacio y en el tiempo; es la formación de conjun­
tos armónicos a los que se dá una figura o una forma
precisas; es la igualdad en el cauce que sigue la co­
rriente del pensar o del sentir; es la repartición ecu-
2
26 JULIO LOKDOÂO

ménica de caracteres o actividades semejantes. Sus


contrarios son lo discontinuo, lo inarmónico, lo diver­
so y lo singular.
*
* *
Nuestro individualismo apasionado es el más gran­
de obstáculo que pueda oponerse a toda tendencia uni-
ficadora. Los vínculos que estrechan los conjuntos pa­
ra hacerlos úno son entre nosotros de una debilidad
inane; el poder de cohesión tiene una mezquina debi­
lidad y el sentido de coherencia es endeble. A conse­
cuencia de ésto, en Colombia cada hombre se siente
una torre, cada familia un oasis, cada pueblo una isla.
Las fronteras nacionales adquieren una rigidez de mu­
rallas; los límites de los departamentos y municipios se
cierran con pesadas cadenas y con resguardos bárba­
ros como si se tuvieran que defender ahincadamente
contra una avalancha de contrabandistas y ladrones.
Esta tendencia insular lleva fatalmente a una de las
más marcadas peculiaridades de nuestra nación: la ca­
rencia de discriminación respecto a jerarquías. Todo
aquel que tiene un puesto se mira a sí mismo co­
mo el término de la escala, la culminación de todo
rango, la regencia del destino ajeno, el árbitro de
la suerte de sus compatriotas. Quien está colocado en
un rango inferior considera a aquel que ocupa el pues­
to superior como a un caporal, como a un jeque, co­
mo a un cacique. En esa forma galanteamos peligrosa­
mente al mismo tiempo la debilidad y la anarquía. . .
Y nos olvidamos de que todo pueblo fuerte tiene un
sentido estricto de la jerarquía; sólo los pueblos débiles
son anárquicos.
La angustiosa persistencia de esta disposición nos
lleva con ansia subjetiva a buscar desesperadamente

1
NACION EN CRISIS 27

im puesto de mando, una situación cada vez más ajena


a toda dependencia. Pero no se trata de ese noble im­
pulso ascencional, fundado en la experiencia, en el
! tiempo y en el mérito, sino en la desazón para elimi-
5 nar la ajena jerarquía. En toda colectividad humana
I el rango tiene una forma piramidal: el vértice está
j constituido por un elemento señero y la base contiene
I elementos múltiples. Y aunque las bases en los distintos
conglomerados están entre sí más cercanas que las
cúspides, se entabla esa lucha hacia la altura, muchas
veces sin otro afán que el de poder sentirse aislado,
singular y único.
Sólo teniendo un conocimiento exacto de esta mo­
dalidad suigéneris pueden comprenderse multitud de
hechos manifiestos de nuestra historia nacional, hechos
que de otro modo aparecerían como inexplicables. Pue­
den tomarse como ejemplos al azar casos como aquel
de nuestra última guerra civil en que hubo en el tea­
tro de guerra de Santander tres generales en jefe para
una tarea común; los tres dependían exclusivamente
del gobierno de Bogotá y no tenían relaciones mutuas
de ningún género; el número de comandantes era su­
perior al número de soldados; hubo épocas en que los
tenientes mandaban solamente cinco hombres porque
todos los de su pelotón o compañía habían sido as­
cendidos. Durante las operaciones el ascenso no era
un fin, sino un medio.
Pero bien haya quien piense que este es el efecto
más trascendental de esta manifestación de nuestro ca­
rácter; hay otro de consecuencias más profundas: la
carencia de cooperación. Nos falta el sentimiento or­
questal; no tenemos el sentido de la rueda; ignoramos
deliberadamente la importancia del engranaje. El indi­
vidualismo en todas las actividades funcionales se ha-
28 JULIO LONDOÑO

ce sentir lo mismo en lo intelectual que en lo afectivo


y en lo físico.
En lo intelectual, dada la vivacidad mental del co­
lombiano, cada uno tiene una idea única y personal de
cualquier problema que pueda presentarse en el cam­
po de la política, de la ciencia o del arte, aunque su
naturaleza le sea completamente ajena. Pero para im­
poner esta idea no puede someterse a escuela ninguna;
esto es un comienzo de gregarismo que le parece hu­
millante. Y cuando la solución, sin ser propia, debe
acometerse, se trabaja con desgano, con la certeza ade­
lantada del fracaso, con la seguridad de un futuro in­
suceso. Y en la realización final faltarán desde el co­
mienzo la fé, la esperanza y hasta la caridad. De es­
te modo, todo ramo en donde debiera haber unidad,
ayuda, cooperación, ofrece siempre un panorama de
desorden y de incoherencia. Entre nosotros todo po­
lítico tiene su plan, todo médico su terapéutica, todo
artista su escuela, todo militar su estrategia, todo frai­
le su teología, todo arquitecto su estilo. . . y todo lo
demás es absurdo; sólo lo propio es lógico.
Este egocentrismo mental no sería tan funesto si la
pasión se aplicara a la realización de la propia idea; la
mayor parte de su fuerza se emplea para deslucir o
desvalorar la ajena. Por eso “crítica” no significa en­
tre nosotros análisis sino ataque, no es opinión sino
censura, no es apreciación sino vituperio. Y cuando,
por un caso excepcional, aparece un hompre que pa­
cientemente se ha dedicado a llevar adelante un he­
cho científico cualquiera, lo pregona apostólicamente
y le entrega su vida por entero, resulta tan fuera del
medio, tan extraño al ambiente, que no sólo se le aísla
sino que se le moteja compasivamente de “chiflado” si
es investigador; maniático, si es sociólogo; bobalicón
si pedagogo; babieca si científico. . .
NACION EN CRISIS 29

En lo afectivo el asunto va más lejos aún: esa incli­


nación a lo singular, esa predisposición a lo introverti­
do, esa querencia a lo subjetivo, fomenta y multiplica
la envidia, la envidia de pequeños y verdes ojos. El
bien ajeno nos lesiona como una profunda y dolorosa
herida; para la ventaja de los demás tenemos una ex­
traña sensibilidad. Ante el éxito o ante la posibilidad
del éxito ajeno, la gente culta permanece indiferente;
pero la inculta, esa gigantesca mayoría con alma sin
desbrozar, pone en juego toda su actividad para ma­
tar la esperanza, enturbiar la dicha, mancillar el éxito,
quebrantar la fe o desquiciar el propósito; y esta dili­
gencia se extiende no sólo a los hechos de importancia
sino a cosas más ordinarias y triviales.
Cuando un compatriota se ve envuelto en una si­
tuación desesperada sólo le ofrecemos en abundancia
visitas y lágrimas, pero no llegamos a un esfuerzo, si­
quiera mediano para remediar su situación o aminorar
su catástrofe. Por eso el colombiano en toda angustia
lo primero que hace es aislarse, encastillarse en su
propia desdicha, hacer que entre hombre y hombre,
entre casa y casa, entre poblado y poblado se levante
un muro de silencio, que entre las casas de los her­
manos no quede huella de pie humano.
En el terreno de los hechos el asunto presenta pecu­
liaridades aún más extrañas. Para toda labor, para to­
da faena somos adversos al trabajo en equipo. Nues­
tro deporte nacional, pese a las individualidades bri­
llantes, no ha podido desenvolverse y triunfar dentro
y fuera del país debido a la repugnancia que le produ­
ce el juego como conjunto, como “team”; cada juga­
dor quiere resolver por sí mismo el evento, ser la es­
trella de la partida, identificarse con el triunfo. Nos
negamos a aceptar el hecho de que un equipo com-
30 JULIO LONDOÑO

puesto de elementos de mediana habilidad pero coordi­


nado y unificado, y que sólo piensa en el resultado co­
lectivo, vale infinitamente más que otro compuesto de
atletas especializados y brillantes pero desvinculados
y dispares. Ahí ha estribado el persistente fracaso de
nuestros elementos deportivos en los torneos interna­
cionales. Podemos ganar en una carrera individual pe­
ro nunca en una carrera de relevos; en un lanzamiento
de venablo pero no en un partido de foot-ball; en un
salto de garrocha, pero no en un juego de la rosa.
En lo comercial el asunto ha empezado a cambiar.
Las empresas de consideración se han visto en la ne­
cesidad de aprovecharse de las experiencias de otras
latitudes; de transformarse en organismos; de cimen­
tar una jerarquía; de atraerse a los consumidores y es­
pecialistas. Con estos sistemas en un medio anárquico
los beneficios son inmensos y casi siempre merecidos.
No hay duda alguna de que la educación que estas
compañías dan indirectamente al pueblo, es infinita­
mente mejor que la que, en ramas semejantes, propor­
cionan de manera directa el Estado.

Pero a pesar de esto se ven casos de una ilógica y


desastrosa desunión. Tal es el caso de Nariño. Este de­
partamento posée en gran parte las tierras más fértiles
del país; las más fértiles y las más esmeradamente cul­
tivadas. La lava proveniente de volcanes activos o apa­
gados mantiene viva la fecundidad; no obstante, es en
Nariño donde podemos observar más de cerca el ros­
tro de la miseria. Las grandes haciendas se repartieron
entre los hijos que querían trabajar separados; luego,
la propiedad se repartió entre los nietos, y así sucesi­
vamente. De esta manera, cada propietario es dueño
ahora de un pequeño minifundio en donde sólo cabe
una casa miserable, unas cuantas plantas alimenticias
NACION EN CRISIS 31

y unos pocos animales domésticos con los cuales tie­


ne que atender al sustento. Y así, en medio de una in­
mensa riqueza agrícola y de un trabajo que tiene que
excluir la fatiga, miles de hombres viven en una estre­
chez indigente. Si la subdivisión del suelo continuara,
los privilegiados alcanzarían a obtener una parcela en
donde sólo pudiera caber una tumba, y como la fecun­
didad es hermana de la miseria, para poder luchar por
la existencia, los hijos tendrán fatalmente que unirse o
destrozarse. . . y con seguridad preferirán destrozarse.
Afortunadamente en el tránsito de lo múltiple a lo
unitario, de lo desunido a lo coherente, de lo diverso
a lo semejante, de lo individual a lo colectivo se nota
por todas partes una fuerza potente de aglutinación,
una disposición firme por la cohesión, un sentimiento
definido de organización conexa. Por doquiera se adi­
vinan estos síntomas redentores; los intelectuales se
agrupan para dar valor a su trabajo y asegurar la pro­
piedad de sus producciones; los pintores hacen exposi­
ciones de conjunto, dan pie para apreciar la capacidad
nacional en esta rama artística de manera diferente a
lo que permiten por lo general las mediocres exposi­
ciones individuales. El matrimonio va perdiendo el
sentido otomano en que el hombre era el único, el rey
y con frecuencia el déspota de la propia familia, o
donde la mujer ejercía un matriarcado violento que en­
vilecía y paralizaba las facultades del hombre, cam­
biándose de esclava en ama, y ya va adquiriendo un
aspecto de sociedad en donde la mujer es el alter ego
del hombre en los problemas definitivos de la existen­
cia de la familia. . . Las prestaciones y asistencia so­
ciales van creando una sensibilidad antes muerta para
la angustia ajena. Los cafeteros, ganaderos, algodone­
ros, transportadores se han unido en cooperaciones cu­
32 JULIO LONDOÑO

ya fuerza antes nula, forma la columnata sobre la cual


descansa la estructura económica del país.
Hemos dicho ya que la realización de la unidad lle­
va a la nación, lo mismo que a todos los elementos que
la componen, a una etapa de pujanza tanto en lo ma­
terial como en lo espiritual, mientras que la diversidad
la lleva al terreno de la selección individual especial­
mente en el campo del pensamiento. Pero hay momen­
tos en la vida de los pueblos en que, por mil circuns­
tancias especiales, tienen que respirar una atmósfera de
plomo y la hora actual señala para el mundo uno de
esos momentos. En tal situación toda nación para sal­
varse tiene que aglutinar sus componentes, totalizar
sus energías, encauzar su brío y resumir su poder. En
el pasado, la supremacía literaria, artística, filosófica
o idiomática fueron la base de nuestra grandeza y pres­
tigio, Hoy los tiempos son distintos; la industria y el
comercio, la técnica y la velocidad, el motor y la rue­
da llevan la Voz cantante y todos ellos exigen unidad,
subordinación, colaboración y coherencia. La repre­
sentación actual del mundo tiene un contenido mayor
de materia que de espíritu y el país que contradice
esta situación se deforma. La salvación de toda nación
tiene que resumirse en un plan, en una idea, en un ob­
jetivo único claramente concebido, que se proyecta
hacia el porvenir y que es el punto focal de todas las
energías nacionales, el blanco de todos los esfuerzos, la
línea directriz de su evolución. No hacerlo es perder­
se en la contemplación del pasado y los pueblos que
sólo viven del pasado son individualistas porque su
misión no es crear sino conservar. . .
Ill—DEL PENSAMIENTO A LA ACCION

Frente a la corriente de la vida los hombres o los


pueblos pueden adoptar dos actitudes fundamentales:
NACION EN CRISIS 33

contemplarla o seguirla. Para el que adopta la actitud


contemplativa la vida es el objeto; quiere captar su
imagen y proyectarla luégo en forma de tesis, descrip­
ciones o imágines, o someterla a leyes, relaciones y
principios fundamentales. Quien sigue la vida, entra en
ella y se pierde en su realidad; la vida es el sujeto y de
ella quiere extraer su contenido material o su energía;
por un vigoroso esfuerzo de la voluntad trata de cam­
biar o de dirigir su curso. Y cuando el fluido de la vi­
da penetra en ambos y traspasa la materia de que es­
tán hechos, el contemplativo, dejando en libertad sus
fuerzas instintivas, transforma lo que siente en pala­
bras, mientras que el otro quiere convertirlo en hechos
concretos, en cosas perennes y reales, y frena sus ins­
tintos y exalta su voluntad para poder concretar en lu­
cha sus sensaciones. El uno quiere llenarse de ideas,
el otro de experiencias. Frente a la vida el uno quiere
pensar y el otro hacer.
Pensamiento y acción no se excluyen. Desde el pun­
to de vista nacional el ideal supremo sería el de un
pueblo en que un máximo de acción se confundiera con
una gran capacidad de pensamiento. Este es un im­
posible. Podría aspirarse a un “áureo medio” en
que pensamiento y acción tuvieran una distribución
equilibrada. Sería un equilibrio inestable. Un Esta­
do semejante estaría de continuo bajo la presión
de la naturaleza (cuyas leyes tienen una lógica tan di­
ferente de la lógica de los hombres), y de los repenti­
nos cambios del mundo actual. Además, este tipo de
armonía no satisface a nación alguna porque todas tie­
nen en sí fuerzas telúricas, históricas y ambientales que
fe solicitan permanentemente de uno u otro lado, y
para contrarrestarlas necesita de un esfuerzo constan­
te que le impide abandonarse despreocupadamente al
34 JULIO LONDOÑO

porvenir. Ni siquiera en la Utopía de Platon pudo apa­


recer esto como posible.
Pero hay además una irrefutable persistencia históri­
ca que muestra cómo todas las grandes naciones han
seguido una evolución precisa, empezando por la ac­
ción pura y avanzando luégo lentamente hacia el pre­
dominio del pensamiento, pero a su llegada a éste, han
tenido que convencerse de que la vida de los pueblos
tiene fatalmente un contenido mayor de materia que
la de los individuos. Para la Nación es más importan­
te producir que argumentar, realizar que argüir, crear
que demostrar, realizar que creer. De otra parte, un
país joven, un país que no ha alcanzado la ordenada
máxima en el recorrido parabólico de su existencia,
tiene necesidad de ser más activo que ingenioso, más
diligente que sutil, más dinámico que profundo.
Colombia es un país desequilibrado en el sentido in­
telectual. El razonamiento, el ingenio, la intelección, la
agudeza, la chispa, la concepción, la instrucción, la
percepción, todas esas cosas que dicen relación a la
inteligencia y al pensamiento, nos atraen con una fuer­
za irresistible. El docto, el clarividente, el perspicaz,
el sutil, el dialéctico, nos deslumbran y seducen, y en
cambio, lo concreto, lo sustancial, lo corpóreo, lo que
va acompañado de energía física, de vigor, de tenaci­
dad, de voluntad, no nos cautiva. El industrial, el
constructor, el comerciante, el agricultor, el fabricante,
son para nosotros gente burda y ramplona. El cuidado
que hemos puesto en cultivar el cerebro nos ha robado
la fuerza del brazo. El nombre de Atenas Suramerica-
na de que se enorgullece Bogotá —emporio intelectual
del país— quizás se debe menos a su cultura discuti­
ble que a ese menosprecio que en la capital de los grie­
gos se hacía patente por todo aquello que, aferrado a la
materia, fuera algo distinto del ejercicio de la razón.
NACION EN CRISIS 35

Nos hemos olvidado de que la grandeza histórica de


los pueblos se mide, como la virtud en las religiones,
no por el cultivo de la inteligencia sino por el encauza-
miento de los instintos. Que el impulso es más podero­
so que el razonamiento, el reflejo más eficaz que la
teoría y la intuición más segura que el silogismo.
Donde más fácilmente puede observarse esta pecu­
liaridad es en nuestros sistemas educativos. Instruimos,
í no educamos. Colegios, Universidades y Escuelas, tie­
nen como finalidad exclusiva procurar conocimientos,
transmitir ideas, acumular conceptos. Pero el cultivo
de la voluntad, la canalización de las inclinaciones ins­
tintivas, el desenvolvimiento del temperamento, la ad­
quisición de hábitos, la formación de la personalidad,
no se toman en cuenta. Valen más para los profesores
las leyes del silogismo que la verificación práctica; las
paradojas idiomáticas son más importantes que los tra­
bajos de laboratorio y la sutileza de las pruebas de la
inmortalidad del alma despiertan mayor interés que la
pulcritud de la conducta. Y sinembargo, es axiomático
que, en educación, un hábito vale más que un libro y
el sentido de cooperación es más útil que la semánti­
ca. “La educación —decía un ilustre rector de la Uni­
versidad de Princeton— es la capacidad para afron­
tar las situaciones que plantea la vida”. Por eso, cuan­
do el conocimiento prima sobre la acción el hombre
está en condiciones desventajosas para enfrentarse a los
problemas vitales. Con cuánta frecuencia encontramos
hombres que habiendo sido los más aventajados en sus
estudios de acuerdo con nuestros sistemas de instruc­
ción, son completamente incapaces de afrontar con
desenfado las situaciones que la vida les plantea de
continuo. Para un tipo de instrucción como el nues­
tro, en que se persiguen los conocimientos y se aban­
dona la acción, el mejor alumno tiene el máximo de
36 JULIO LONDOÑO

probabilidades de fracasar cuando se ponga frente a


frente a la existencia.
Los pueblos ¡jóvenes necesitan más educación que
instrucción porque la educación es la única que se
contagia y transmite de una generación a otra forman­
do así el substratum de la cultura, creciendo y fortifi­
cándose a medida que la historia avanza. En los pue­
blos viejos el acento se carga sobre la instrucción por­
que ya la transmisión hereditaria ha formado su cauce
y lo ha colmado, y la grandeza así adquirida se desta­
ca mejor por el brillo del espíritu. Pero para aquellos
otros, Taylor es más importante que Aristóteles por­
que la instrucción sin educación más fácilmente puede
perderlos que salvarlos.
La inteligencia sólo gobierna un pequeño porcenta­
je de la vida de las naciones. El temperamento, el ins­
tinto, la voluntad colectiva con su pujanza cósmica, las
guían y condicionan casi por entero. Por eso cuando
se dirige —como el Colombia— toda la fuerza na­
cional al cultivo de la inteligencia, el país se deforma,
se desorbita, no sabe qué camino escoger. Y como tiene
pleno conocimiento de esta desorientación no puede
hallar sino la agitación y la angustia. Más vale des­
envolver una inclinación que legitimar una idea; y tra­
tándose de pueblos como el nuestro, que se hallan tan
lejanos de su madurez, está primero la ética que la
metafísica.
No cabe duda de que esta modalidad del carácter
colombiano tiene su origen en nuestro acendrado in­
dividualismo La actitud intelectual frente a la vida es
la que más si acomoda a la singularidad. Nuestro per­
sonalismo indócil ha encontrado en esta postura un
medio más apropiado para perdurar y robustecerse, y
por tal camino nos hemos lanzado resueltamente tra-
NACION EN CRISIS 37

tando de alcanzar en poco tiempo una madurez que en


gran parte es equivocada.
Pero no podemos forjarnos muchas ilusiones sobre
el uso que hacemos de las diversas manifestaciones de
la inteligencia. El pensamiento profundo, sistematiza­
do, de una estructura arquitectónica requiere tiempo.
Platón o Hegel, Descartes o Kant, Bacon o Comte,
Newton o Leibnitz necesitaron de largos años para ir
estructurando sus ideas. La inteligencia colaboró pa­
cientemente con el tiempo. Y nosotros somos precisa­
mente —debido a nuestro carácter intermitente y falto
de perseverante tenacidad— lo contrario de ese dina­
mismo persistente. De allí lá carencia de obras profun­
das y la abundancia de trabajos rápidos, de libros que
se refieren a un caso efímero, del dominio del periodis­
mo sobre el libro y la charla sobre la conferencia; de
ahí también nuestra pasión por la improvisación. Cada
vez que aparece un trabajo en el cual se hayan inverti­
do varios años, tenemos la sensación de asistir a un
milagro, el paciente autor nos parece sospechoso y sen­
timos la impresión de que la obra, al momento de sa­
lir, ya es vieja.
Algunos han tratado de comprobar que la inteligen­
cia tiene como función exclusiva el establecimiento de
relaciones y que su magnitud se mide directamente por
la distancia a que se encuentran los extremos de la re­
lación. Sea o no verdadera esta afirmación es lo cier­
to que debido a nuestro carácter tenemos la tendencia
a no ir más allá de las relaciones inmediatas; las cau­
sas profundas o los resultados remotos nos parecen
considerablemente apartados y lejanos para invertir en
su búsqueda un tiempo demasiado largo y un esfuer­
zo demasiado intenso, y nos deleitamos en lo próximo,
en lo inmediato, en lo adyacente, pero, eso sí, dándole
38 JULIO LONDOÑO

un aspecto de originalidad, de novedad, un cierto bar­


niz de profundidad que a primera vista deslumbra. Y
de este modo —salvando excepciones milagrosas pa­
ra quienes nuestra veneración debería ser eterna y pro­
funda— el conjunto de la inteligencia colombiana, mi­
rada como un atributo de nuestro pueblo, recuerda
aquellas comarcas tropicales, también nuestras, cuya
feracidad emociona pero que, al ser talados los pro­
ductos inútiles que comportan, se tornan inmediata­
mente infecundas. Esta inclinación nos lleva por ende
al abuso de la palabra. Hablar demanda menos esfuer­
zo que escribir. No entendemos la vida sino hablando;
para abrir campo a esta actividad, en las ciudades de
mucha o poca importancia se han improvisado “ca­
fés” cuyo número espanta y que no tienen otro objeto
que proporcionar un ambiente para desahogar el deseo
de conversar. El corrillo callejero alcanza entre nos­
otros el rango de institución.
Ya en un plano más alto este exclusivismo de la pa­
labra lleva a la abundancia de oratoria. Somos ese país
iberoamericano que más grandes oradores ha tenido
en las diferentes ramas de la actividad nacional. La
facilidad para la oratoria, la capacidad de alocución
de los colombianos, es lo que realmente sorprende más
allá de las fronteras. El pueblo ama la elocuencia, la
admira, se exalta con ella y la sigue con palpitación an­
helante. Le interesa, eso sí, más que el hecho de que
toma pie, la forma coruscante que acusa. Por eso nues­
tro orador no puede ser un hombre frío, analítico; a
nuestra multitud no le interesan esos encadenamientos
difíciles en que el análisis y la síntesis juegan un papel
primordial. Pide siempre algo sonoro, grandilocuente,
lírico. Para aplacar ese afán abundan el predicador y
el tribuno, el recitador y el repentista, el charlista y el
declamador. Pero se encuentra también, entre todos
NACION EN CRISIS 39

estos hombres dotados de maravillosa capacidad, una


de las grandes calamidades nacionales: el demagogo.
Nuestro demagogo, inteligente y listo, de palabra fluida
y ademanes dramáticos, tiene sobre los demás dema­
gogos de los países latinos, la cualidad de despertar
en el auditorio popular un vehemente deseo no se sa­
be de qué. Individualismo y pasión, piedras angulares
de nuestra alma nacional, aparecen en él con sus mani­
festaciones más claras, y su sagacidad lo lleva a mos­
trar al pueblo una suerte de tierra prometida adorna­
da con las más atrayentes perspectivas; engaña a quien
lo escucha, olvidándose de que engañar a un pueblo es
menos peligroso que desengañarlo. Pero para lograr
llegar al alma popular y conseguir su admiración, ape­
la siempre al proceso negativo, quiere derribar pero no
construir, separar pero no unir, arrancar pero no cul­
tivar. Aplica su fuerza a lo injusto, a lo que la masa se
siente capaz de realizar; así sus resultados son grandes.
El mal se hace por sí solo, pero para el bien se nece­
sitan la perseverancia y el valor; por eso se dirige al
pueblo como si quisiera extraer todo el odio acumulado
en él hasta que su emoción se escape en forma de au­
llido.
*
❖ í!c

Cuando examinamos cuidadosamente el ambiente se


nota que empiezan a aparecer síntomas de cansancio
por el exceso retórico, en algunas capas populares; la
vida en su realismo tremendo; las dificultades de todo
orden que abundan en los tiempos nuevos; los inmi­
grantes que van acumulando paulatinamente fortunas
inmensas mientras los nativos discuten, raciocinan y
meditan, van despertando la necesidad de la acción.
Algunas de esas manifestaciones tienen necesariamente
la forma exagerada de todas las revoluciones iniciales.
40 JULIO LONDOÑO

Ante la tendencia pragmática, ante la primacía de lo


material sobre lo ideológico, se quiere pasar de un sal­
to al terreno de lo práctico. Estos inconvenientes no
pueden eludirse; son necesarios en el proceso del cam­
bio, son atributos invariables de esa evolución salvado­
ra en que el ferrocarril rivalizará con el libro, la fábri­
ca con el cenáculo, la estadística con el poema, el ba­
lance con el silogismo, el tractor con el tribuno. No es
malo el intelectualismo para el desenvolvimiento de
una nación sino su exclusividad y su abuso; lo que hoy
tenemos es una desarmonía primitiva y tremenda.
IV—DE LO SUPERFICIAL A LO PROFUNDO

Los grandes pensadores de la humanidad han esta­


do acordes en afirmar la existencia de un impulso,
un ímpetu, una fuerza propulsora que domina o empa­
pa los individuos y las colectividades y que de acuerdo
con la naturaleza de cada uno, da forma a su estructu­
ra material, a sus sentimientos y a sus ideas. Platón lo
llama lo inmanente; Aristóteles, entelequia; realidad
subjetiva Espinoza; evolución, Spencer; voluntad del
Mundo, Schopenhauer; voluntad de dominio, Nietzs­
che; élan vital, Bergson. . .
La existencia de esos dos elementos, forma y fuer­
za, —sea cualquiera el nombre que a esta quiera dar­
se— parte en dos bandos a los hombres, a los pueblos,
a las culturas. Los unos dirigen su razón, sus emocio­
nes, su actividad hacia la forma sustancial; los otros,
hacia la energía que la produce. Y así, en toda mani­
festación individual o colectiva, las dos agrupaciones
adaptan su conducta a la búsqueda de dos objetivos
antagónicos; lo superficial o lo profundo; la forma o el
fondo; la causa o el efecto; la voluntad o la lógica. . .
Unos tienen alma apolínea y otros fáustica, para usar
la frase magistral de Spengler.
NACION EN CRISIS 41

En los pueblos, esta orientación de las potencias no


es siempre definitiva. Por lo general, a medida que la
cultura adelanta su proceso de maduración, el alma
colectiva va pasando de la superficie a la profundidad,
va adquiriendo una tercera dimensión, va logrando un
significado de dirección, un sentido espacial; va ende­
rezando sus pasos hacia lo definitivo y abandonando la
tiranía de lo superfluo.
En cuanto a nosotros se refiere, es necesario confe­
sar que estamos aún en la etapa de la superficie; diri­
gimos nuestra marcha hacia lo fáustico pero nos falta
mucho para que podamos atravesar sus fronteras. Es
claro que día a día crece el número de personas que
van interesándose en el sentido de las ideas, de la emo­
ción y de los hechos; que caminan en pos de la esencia
de las cosas en los distintos órdenes de la vida racio­
nal o personal, pero este número constituye todavía
una minoría, una realidad de excepción, una circuns­
tancia no ecuménica. Nuestro pueblo, nuestra gran ma­
sa popular está en el período en que busca en la ar­
quitectura la fachada, en la oratoria la resonancia, en
la pintura el trazo, en la música el ritmo. . . Antepone
el traje a la actitud, la civilización a la cultura, el di­
ploma a la ciencia y el milagro a la fé. Y en el campo
de la razón prefiere el accidente a la sustancia, la apa­
riencia al objeto, la presunción a la prueba, la probabi­
lidad a la certeza. . .
Esta característica nuestra de hacer de la superficie
de las cosas el elemento fundamental de la existencia,
nos lleva fatalmente a colocarnos frente al problema de
la extensión y la intensión que de aquel se deriva. En
todas las cosas la extensión nos preocupa infinitamen­
te más que la intensidad. El don Juan aventurero, el
locatario codicioso, el pintor y el jornalero, el escritor
42 JULIO LONDOÑO

y el latifundista, el profesor y el comerciante, todos es­


tán obsesionados por la cantidad, por el volumen, por
la magnitud. Para ellos sí, el número como saldo, co­
mo resumen, como área, es la medida de todas las co­
sas. El guarismo frío, escueto, es la “última ratio”.
Cantidad y no cualidad. Ahí estriba precisamente una
de las más angustiosas propensiones de nuestro tempe­
ramento; la debilidad máxima de nuestra existencia
como pueblo civilizado; ahí radica en mucho la causa
de nuestro atraso. Nos negamos a reconocer que sólo
lo intenso es vital, que sólo lo intenso' se contagia. A
medida que el complejo de las facultades converge so­
bre un ente cualquiera, éste se profundiza en el tiem­
po. Toda obra densa es el producto de una concentra­
ción, de una convergencia; la misma idea de Dios, con
sus atributos de eternidad, se nos presenta al espíritu
por encima de todo razonamiento como el punto focal
del cosmos. La luz del sol que atraviesa un lente al
concentrarse incendia lo que toca; cuando se expande
sólo produce tibieza. Las actividades que se realizan a
través del esfuerzo, son las que producen el sentido
heroico del deber, las que fijan la cultura, expanden la
civilización y forjan la historia.
Y no hay rama alguna de nuestra actividad que
se escape a estas modalidades. La especialización, por
ejemplo, en cualquiera de los ramos de la ciencia, ape­
nas empieza a hacer su aparición con una prudente ti­
midez. La medicina ha sido la que se ha atrevido a ca­
minar con mayor desenvoltura; la ingeniería la sigue.
Las grandes empresas particulares que se desarrollan
con premura se esfuerzan por conseguir el especialista
en forma técnica y definitiva. En los asuntos estatales
esta orientación apenas empieza a despertarse. Lo na­
tural hasta ahora ha sido que cada hombre conozca un
poco de las diversas ramas, un profesor enseñe distintas
NACION EN CRISIS 43

asignaturas, un militar pertenezca a diferentes armas,


un músico toque varios instrumentos, un obrero practi­
que múltiples oficios, un artista trabaje en diversas ac­
tividades estéticas, un pintor ejecute sus cuadros según
diferentes escuelas, un dramaturgo realice obras que
van desde la tragédia del tipo griego hasta el género có­
mico de Carlos Arniches; que un aficionado a la filo­
sofía sea tan profundo en Platón como en Santo To­
más, en Aristóteles como en Descartes, en Spencer co­
mo en Sartre’. . .
En lo estrictamente material el hecho no tiene varia­
ción alguna; al contrario, su distintivo esencial se acen­
túa. Un ejemplo clarísimo es el de nuestras obras pú­
blicas. Al momento de fijar la distribución presupues-
tal el total se reparte en multitud de pequeñas obras,
ninguna de las cuales tiene una verdadera trascenden­
cia nacional. Si se trata de vías, las grandes troncales
se posponen a una infinidad de ramales secundarios
que alcanzan a todas las poblaciones sin que lleguen a
ninguna. Si se trata de edificios se emprenden simul-
táneamnte centenares de pequeñas construcciones dis­
tribuidas sin ningún fundamento social o geográfico y
casi nunca se terminan; en todas las ciudades hay di­
versas iglesias en construcción pero ninguna de ellas es
siquiera un monumento regional.. . Hemos perdido el
concepto de que una obra grande cuya importancia re­
percuta en el ámbito nacional, representa por sí mis­
ma una poderosa fuerza unificadora, un centro de aglu­
tinación, una gran célula al rededor de la cual se van
formando otras nuevas y va atrayendo hacia sí elemen­
tos remotos que la hacen cada vez más importante y
trascendental.
Es un hecho claro que nuestro pueblo ha iniciado su
marcha hacia lo fáustico, lo profundo, lo intenso. Ahí
empieza una nueva etapa de su historia. Todo avance
44 JULIO LONDOÑO

que en ese sentido se haga tendrá un valor inaprecia­


ble. Siempre que una nación se deleita en las cosas su­
perficiales los demás Estados la juzgan incapaz de com­
prender las profundas. Y hay en ello una cierta razón:
la tragedia de hacer de lo trivial lo verdaderamente
trascendental consiste en que lo trascendental aparece
como trivial. Pero esta adquisición no se logra de un
salto, se va formando lentamente como las capas te­
rrestres y cuando esas capas no han alcanzado una
consistencia suficiente y se rompen por un cataclismo
cualquiera, el trabajo de solidificación ha de empezar
de nuevo.

V—DE LO GENERAL A LO PARTICULAR

Decía Condillac que la principal fuente de nuestros


errores consiste en el hábito de servirnos de las pala­
bras sin haber determinado las ideas. Y esto, que es va­
ledero para los hombres, lo es aún en mayor escala pa­
ra los pueblos.
En la mayoría de los casos las grandes ideas, los
conceptos fundamentales que distinguen a una nación
o a un Estado, tienen un carácter morboso, esto es,
impreciso, inexpresable, sin contornos definidos. Así
su capacidad dinamogénica se exterioriza con caracte­
res extraños y muchas veces contradictorios. Este he­
cho se agudiza en los pueblos inmaturos y se hace más
ostensible en aquellos en que lo pasional es columna
de su existencia. Tal es nuestro caso. De las grandes
ideas trascendentales tenemos un concepto barroco, sin
delimitación, carente de geometría, imposible de expli­
car, inaccesible a las palabras, incompatible con toda
delimitación aproximada. Y nuestra mentalidad, pese
a la inteligencia e intelectualización del pueblo colom­
biano, abstrae sus ideas de por sí abstractas y las subli­
ma, quitándoles cuanto pueden tener de lastre, para
NACION EN CRISIS 45

presentarlas a nuestro espíritu en forma de espejismo


con una preciosidad sutil cuyas irisaciones nos hipno­
tizan y deslumbran.
La capacidad de conmoverse con ideas de esta na­
turaleza es lo que da a la muchedumbre colombiana su
aspecto al mismo tiempo grandioso y terrible. Si es
cierto, como decía Nietzsche, que las verdades que no
pueden expresarse se troncan venenosas, las ideas que
se subliman por falta de expresión adquieren una pu­
janza ciega y arrolladora. Y en nada disminuye esta
energía el hecho de que la concepción no sea verdade­
ra, esto es, que no se adecúe exactamente a la reali­
dad y sea opuesta a ella; al contrario: el error tiene
mayor fuerza revolucionaria que la verdad. Nada im­
porta tampoco que los resultados obtenidos después
de este movimiento pujante sean antitéticos a lo anhe­
lado; con la agitación huracanada del nueve de abril,
el pueblo quería vengar a un leader y encontró un
amo; los frutos fueron amargos pero esto en nada in­
terfiere el concepto de forma apocalíptica en que pue­
de reaccionar el pueblo colombiano.
Pero esta incertidumbre en las ideas, esta nebulosi­
dad en los conceptos fundamentales, esta indetermina­
ción en las nociones básicas, es causa primordial de
nuestro retardo en el usufructo de grandes dones que
dispensa la civilización actual. Tomemos como ejem­
plo la libertad. La idea de libertad nos subyuga; su
ejercicio nos atrae halagadoramente. Esta circunstan­
cia afortunada hace parte de nuestra gran riqueza. Pe­
ro la vaguedad en la percepción de lo que ella significa
nos priva casi por completo del intenso goce de disfru­
tarla. Queremos ser libres, libres sin limitación y sin
compensación alguna; libres con independencia abso­
luta de todo vínculo, sin sujeción a ninguna norma; li-
46 JULIO LONDOÄO

bres sin contrariedad, sin oposición; libres con una li­


bertad sin contrarios como la idea que la engendra; li­
bres aunque esa libertad pueda ser un don demasiado
nuevo para nosotros y aunque pueda alelarnos su clari­
dad deslumbrante; libres aunque la abundancia de la
libertad pueda más perdernos que salvamos; libres con
una libertad que sea hermana gemela de la anarquía.
No falta quien diga que si la libertad no fuera un
mito los hombres no se harán matar por ella; pero no,
la libertad es una grandiosa realidad, es una indiscuti­
ble certeza. Pero la libertad no desciende, a ella se lle­
ga; y cuando no se han fijado límites precisos dentro
de los cuales pueda ponerse en acción su poderosa
energía, empieza a perder sus condiciones esenciales.
Cuántas veces cuando el pueblo grita: Viva la liber­
tad!!!! un poco de esa libertad se escapa en sus gritos.
Sólo el día en que comprendamos mejor la libertad se­
remos más libres.
*
* *
Esta tendencia a la imprecisión conceptual nos lleva
a querer vivir haraganamente en el terreno de las no­
ciones generales. El detalle, la línea, la demarcación,
el contorno táctil de las cosas nos aburre y embaraza.
Todo proyecto, todo plan, todo ideal está siempre ho­
rro de detalles y minucias que lo fijen como raíces a la
realidad viviente. Y de esta manera la generalización,
la abstracción, nos hace tomar lo que es posible por lo
que es cierto y de este modo vivimos de la esperanza
en lugar de vivir de la certeza. Nos olvidamos de es­
tudiar a Colombia pero nos desvelamos con el estudio
de la Utopía. El “por qué” remoto nos basta y no dis­
ponemos del tiempo para determinar el “cómo” inme­
diato. Así, en la filosofía nos sentimos metafísicos, en
la ciencia técnicos y en las cosas prácticas, maestros.
NACION EN CRISIS 47

Con unas cuantas ideas generales, pero cuya intención


se desconoce, nos sentimos suficientemente respaldados
para enfrentarnos a cualquier actividad. La inspiración
compensará las eficiencias y eliminará los inconvenien­
tes que hayan de presentarse a medida que avanzamos
hacia la realidad.
De aquí también nuestra aversión a dedicar el es­
fuerzo a lo minucioso, a lo menudo, a lo exacto. Todo
cuanto con esto se relaciona nos parece fastidioso. To­
do nos resulta nimiedad, bagatela, insignificancia. La
estadística, por ejemplo, con su trabajo meticuloso, pa­
ciente, prolijo, nos aburre. Colombia es un país sin es­
tadísticas. Los Bancos y otras entidades particulares
han comprendido su valor y han mostrado cómo estos
datos pormenorizados, esquematizados a través del
tiempo y el espacio, son la vela hinchada de los tiem­
pos propicios y el ancla en los momentos de angustia.
Nadie sabe a dónde llegaría el pueblo colombiano si
con su aptitud mental indiscutible, con su capacidad
abstractiva, se hiciera más pragmático; si renunciara a
la apatía para llevar el encadenamiento de sus relacio­
nes muchos más lejos, hasta enlazar fenómenos y he­
chos aparentemente remotos; si tuviera la paciencia su­
ficiente para unificar en leyes útiles fenómenos de na­
turaleza distinta; si refinara su fuerza de síntesis y ex­
tendiera el campo de los detalles a fin de tener un
mayor espacio para su vuelo intelectual.
Lo mismo que pasa en el terreno de las ideas su­
cede en ciertos aspectos concretos. Fijémonos en nues­
tras riquezas naturales. Tenemos de ellas un concepto
grandioso pero confuso. Contribuyen a darle visos des­
lumbrantes a este concepto los reflejos de las esmeral­
das de Muzo, el ópalo del Tolima, el oro de Antioquia,
el platino del Chocó, el mármol de Nare, el granate
48 JULIO LONDOÑG

olmandino de Pasto, el ágata de la Sierra Nevada, el


uranio de Bochalema y el jaspe de la Sierra de Perijá.
Pero ni el conocimiento de las cantidades, ni el empleo
de los medios modernos de explotación, ni la relación
de las vías importantes de comunicación con los ricos
yacimientos nos permiten convertir tanta riqueza en ri­
queza. Cuando la Sección de Minas y Petróleos de
nuestro antiguo Ministerio de Industrias lanzó a la luz
pública la compilación de los estudios geológicos que,
bajo la dirección del profesor Scheibe, se realizaron
en el lapso comprendido entre los años de 1917 a 34,
se produjo un movimiento de estupor en muchos co­
lombianos al contemplar nuestras inmensas posibilida­
des. También ese trabajo mató muchas esperanzas de
quienes soñaban, sólo soñaban, hacer gigantescas for­
tunas en unos pocos días porque poseían el secreto de
haber visto en sus propiedades o en lejanos baldíos
aflorar una veta de carbón, asomar un aluvión aurífero
o surgir una fuentecilla oleaginosa.
Pero el entusiasmo pasó pronto y el trabajo enorme
se olvidó para regresar a nuestros sueños, porque, co­
mo pasionales que somos, el sueño nos parece más se­
guro que la realidad. Por esto, cuando una gran com­
pañía o una empresa de notable importancia tratan de
explotar ampliamente nuestras riquezas o ensanchar
nuestras posibilidades, nos sentimos víctimas de la ex­
plotación y nos oponemos a ello con toda violencia. Si
se trata de emplear en grande escala la maquinaria
agrícola se piensa que sólo se trata de hacer morir de
hambre al jornalero; si de una gran editorial, que se
quiere prescindir de los arcaicos cajistas; si de una
vasta empresa de confeccionar tela, que se pretende
lanzar al arroyo a las modistillas; si de una considera­
ble planta telefónica que se intenta dejar sin pan a unas
cuantas telefonistas. Y cuando nos hemos decidido a
NACION EN CRISIS 49

hacer un contrato con una casa extranjera, llevados ge­


neralmente de la necesidad, lo establecemos de mane­
ra tan complicada y mañosa que entrabamos el trabajo
normal de la empresa o ésta busca artificiosamente al­
gunas de las innumerables cláusulas para sacar adelan­
te sus ganancias con notable perjuicio nuestro. El pla­
tino del Chocó, el petróleo de la gran anticlinal de los
Andes y el uranio de Santander son ejemplos feha­
cientes.
Esta catastrófica falta de información nos coloca en
el plano del absoluto desconocimiento externo. Si in­
ternamente somos desconocidos por nosotros mismos,
en el exterior apenas se tienen algunas nociones, ge­
neralmente equivocadas, de nuestras posibilidades ma­
teriales e intelectuales. En Suramérica, verbi gracia, se
nos menciona como un pueblo de poetas. Se habla de
nuestra dedicación a la poesía como de una ocupación
nacional, pero en ninguno de esos países se conoce ver­
daderamente nuestra literatura. La insularidad, la in­
troversión geográfica, apenas si permiten que traspase
las fronteras un murmullo conjunto como si se tratase
de un pueblo de cigarras. Por fuera, solamente unos
cuantos hombres cultos han logrado saber algo de
nuestros auténticos valores poéticos, de la sonora ele­
gancia de Valencia, de la escéptica profundidad de Nú­
ñez, de la angustia dolorida de Silva, de la ingenua
exuberancia de Pomtío, del grandioso tropicalismo de
Rivera. Pero nombres como los de Caldas, Cuervo,
Caro, Concha, Carrasquilla, Pérez Triana, Samper y
muchos otros que forman el legado, valioso pero no
muy extenso, de nuestra literatura, les son auténtica­
mente desconocidos, sin que tengamos el valor de ha­
cer un esfuerzo para que sus nombres, que ya entre
3
50 JULIO LONDOÑO

nosotros empiezan a esfumarse, revivan más allá de


las fronteras.

*
* *

La falta de claridad en las ideas, la carencia de es­


fuerzo para penetrar en el alma misma de las cosas, la
manía de la imprecisión conceptual y la carencia de
información, tenían que llevarnos necesariamente a
emplear como puntos de partida fijos, bases preestable­
cidas, plataformas levantadas por otros y a veces apre­
suradamente edificadas por nosotros. De este modo
hemos apelado a la comodidad de lo dogmático, lo
dogmático en arte y en ciencia, en filosofía y en reli­
gión, en historia y en mística.
Nos dejamos arrastrar fácilmente por la tentación
de tomar una opinión como si fuera un hecho y obrar
en consecuencia como si fuéramos dueños absolutos de
la verdad. Por otra parte, nada se adapta tanto a un
temperamento apasionado como el dogmatismo. Con
él puede uno demostrar que lleva consigo la evidencia
y sentirse con derecho a imponerla a los demás. Así
se tiene más campo para la crítica y la intransigencia
porque es el sistema que más aparta a los contrarios de
la reconciliación y que con mayor facilidad puede, en
un instante cualquiera, convertirse en violencia. Y de
este modo nosotros, que deseamos nutrirnos de liber­
tad, permitimos la rebelión contra los hechos, el motín
contra las entidades, la insubordinación contra las me­
didas estatales, pero nos oponemos con toda la fuerza
que pueda dormitar en el fondo de nuestro tempera­
mento, a cualquier actitud de sedición, a cualquier co­
nato de revuelta, a cualquier gesto de desobediencia
contra esas verdades que juzgamos fundamentales y de
NACION EN CRISIS 51

las cuales estamos intensa y pecaminosamente ena­


morados, quizás porque sabemos que al derrumbarse
cualquiera de ellas tendríamos que empezar afanosa­
mente a edificar otras nuevas.
Y ante el esfuerzo paciente que esta reconstrucción
demandaría, adoptamos una actitud fanática, obstina­
da, intransigente y decidimos que toda tentativa de aná­
lisis, que todo proyecto de cambio, que toda propues­
ta de renovación es un ademán demoledor, una tenta­
tiva anarquista, un empeño revolucionario.

*
*

El individualismo y la pasión con su fuerza primiti­


va y latente, fijados en la sangre, modelados por el
medio y exaltados por la tradición, forman la base de
nuestro carácter como pueblo. Las combinaciones
adoptadas por aquellos factores, hacen resaltar carac­
terísticas especiales que nos delimitan y definen, que
nos marcan con señales que distinguen nuestro pueblo
de otro cualquiera: la exaltación intensa e intermiten­
te del esfuerzo, que da a nuestra vida y a nuestra his­
toria la discontinuidad de una serie de destellos; la ten­
dencia a la diversidad que mata todo intento de unión,
todo afán de cooperación, todo anhelo de unidad; el
predominio forzado de la intelectualización sobre la
realidad concreta que nos coloca en un plano quimé­
rico; la condescendencia por lo superficial que dá a
nuestra capacidad una actividad periférica y la caren­
cia de exactitud en las concepciones que obscurecen
nuestro camino, retarda nuestra madurez y hace in­
transigentes nuestros conceptos fundamentales.
Todas estas manifestaciones, unidas por fuerzas que
son más poderosas que nosotros mismos, dan su sentí-

BANCO de LA RELu BUCA


b ib l io t e c a LUIS-ANGEL ARANGO
CATALOGACION
52 JULIO LONDOffO

do a la historia y determinan la evolución del pueblo


colombiano; sólo partiendo de allí y con una visión
adecuada a nuestros grandes defectos y a nuestras po­
derosas virtudes, podemos formarnos un concepto jus­
to de nuestra realidad política, lograr la captación de
nuestra vacilante concepción espacial y fijar el com­
plejo sistema de nuestro avance cultural.
CAPITULO II

LA POLITICA

Liberal y conservador, rojo y azul, radical y go­


d o ... palabras entre las cuales cabe un infinito!!!
Cristales de colores diferentes a través de uno de los
cuales hay que mirar la vida de Colombia para tener
el derecho de vivirla. Polarización de dos sistemas an­
tagónicos de juicio que se disputan agriamente el de­
recho de analizar, desde su punto de vista extremo, no
sólo cuanto cae bajo el dominio de la política, sino
también aquello que por su naturaleza misma está fue­
ra de esa disciplina: el arte y la‘ ciencia, el comercio y
la técnica, la religión y la filosofía!! Fuerzas tremendas
que han penetrado en los más recónditos repliegues
del espíritu del pueblo de manera tan profunda que le
hace concebir como imposible hallar, fuera del ahon­
damiento de esta divergencia, una adecuada solución a
sus estados de desánimo y esperanza, de ceguedad y
de videncia, de resignación o de revuelta.
No hay país de América en donde la política tenga
raíces más profundas, extensión más vasta, ni bifur­
cación más violenta que entre nosotros. Por qué so­
mos así? Las causas que satisfacen esta pregunta son
múltiples:
El individualismo, que nos convence de que los de­
lineamientos espirituales de nuestra personalidad son
las venas que forman el esquema de la nación y nos
lleva a creer que la biografía es la forma superada de
la historia.
54 JULIO LONDOÑO

La pasión, corriente poderosa que nos hace preferir |


el estrépito de la caída al silencio de la profundidad.
La compartimentación geográfica del país que pro-1
duce en cada región un sentimiento localista que nos
induce a confundir los límites de la nación con la curva
del horizonte.
La dispersión de las ciudades importantes, especie
de islotes humanos que cuartean el ambiente nacional
implantando así dondequiera la pugnacidad insoluble
entre la capital y la provincia, el ciudadano y el cam­
pesino, la universidad y el agro, la mentalidad y el bra­
zo, lo que cambia y lo que permanece.
Nuestra cultura incipiente, débil valla para detener
los instintos primarios por la cual todavía la imagina­
ción puede más que el juicio, el fanatismo está más a
la mano que la tolerancia y la fuerza es un camino más
corto que el de la razón. . .
Y finalmente, la tradición que nos muestra a través
de los años cómo ese antagonismo iracundo señala las
más esclarecidas épocas de nuestra vida nacional y se
hace patente en el vivac o en la tribuna, en el parla­
mento o en la calle pública, en lo ancestral o en lo
porvenir.
*
* *
La capacidad de una nación para mantener y acre­
centar la totalidad de los dos elementos que la inte­
gran: suelo y población, es lo que constituye su poder.
La forma en que ejerce este poder se llama política.
La política se hace viva por el hombre. La concepción
del factor humano en relación con la organización del
Estado y los elementos geográficos de que el suelo dis­
pone, es lo que sirve de fundamento a las ideologías
políticas.
NACION EN CRISIS 55

Nuestros partidos tradicionales, basados en la idea


del engrandecimiento nacional, se confunden en cuan­
to se refiere a la dignidad del hombre y a la importan­
cia del pueblo que forma la nación. Pero cuando con
estos elementos vivos quieren formar el esquema del
poder, la bifurcación toma un carácter franco porque
el uno quiere que el hombre se confunda con el pue­
blo y el otro que el pueblo se confunda con el hombre.
Y cuando se ha avanzado un largo trecho en la estruc­
turación de los programas y la mente partidarista se si­
túa en una de sus ramas y mira hacia la otra, la ve tan
distante de sus puntos de vista, tan contraria a lo que
ha venido estructurando, tan imposible de que llegue
por su camino a una solución aceptable, tan opuesta a
sus propias ideas, que considera el espacio ajeno como
campo adversario, como sitio a propósito para la lu­
cha y la destrucción y quiere repelerlo como un mal pa­
ra la nación. El uno ve en el extremo contrario perfi­
larse la dictadura y el otro originarse la anarquía. Por
eso el aniquilamiento de las ideas del opugnador apa­
rece como un objetivo más noble que el triunfo de las
propias. Cada estandarte de partido debería llevar en­
tre nosotros una cinta negra.
Pero cuando decimos liberal y conservador tenemos
que pensar en Colombia. Liberalismo y conservatismo
han existido siempre y tenido como abstracciones un
sentido filosófico aproximadamente exacto. Pero estas
concepciones, al chocar con los elementos geográficos,
al impregnarse de los efluvios del ambiente, al tratar
de germinar en medio de realidades diversas, han ido
perdiendo parte de su contenido inicial y adoptando un
matiz diferente, tomando una forma nueva, involu­
crando elementos regionales, hasta convertirse en algo
tan diferente de la idea inicial que muchas veces cues­
ta trabajo reconocerlas. En nuestros vocablos liberal
56 JULIO LONDOÑO

y conservador, sólo queda un porcentaje reducido del !


primitivo contenido filosófico que pretendía tener sen­
tido ecuménico y han adquirido, en cambio, una fiso­
nomía local.
Para dilucidar problema tan delicado es necesario ¡
hacer un cuadro que permita abstraer algunas de las j
características fundamentales de cada uno de los dos
partidos:
Liberal Conservador

Concepción humana Masa y caudillo


Poder coercitivo Ley y fuerza
Geografía política Federalismo y centralismo
Temporalidad Evolución y tradición
Historia Nacional Santander y Bolívar
Concepción ideológica ' Racionalismo y dogmatismo
Ideología política Democracia y aristocracia
Filosofía Platón -y Aristóteles
Religión Libertad de culto y catolicismo
Jefatura Múltiple y unitaria
Instrucción pública Obligatoria y opcional
Unidad del grupo Presión exterior y uniformidad
Objetivo nacional Civilización y cultura
Forma de energía Dinámica y estática

Interminable sería hacer una lista exhaustiva de es­


tos contrarios; pero cuantos aquí se han señalado son
suficientes para mostrar el distanciamiento en que se
hallan empeñados.
Lo primero que salta a la vista en este divorcio
ideológico es la imposibilidad de encontrar un término ¡
medio, un elemento vincular para extremos tan distan-
NACION EN CRISIS 57

tes, un guión unificador entre concepciones tan neta­


mente diferenciadas. Quienes han tratado de colocarse
en el campo intermedio, sea cualquiera el partido de
donde hayan salido, para adoptar una moderada acti­
tud conciliadora, han sido derrumbados por la incom­
prensión o la calumnia, por el olvido o por el infortu­
nio. La agresividad partidarista no permite estas pos­
turas que tan frecuentemente hubieran podido salvar
al país de angustias sangrientas. En uno y otro bando
al que es mesurado se le llama tibio, al analítico deser­
tor, y al mediador, tránsfuga. En nuestra política, co­
mo en nuestra religión, el ateo es más respetado que
el tibio. Por que cada uno reclama para sí la verdad,
toda la verdad y nada más que la verdad; en este sen­
tido los dos se identifican y cuando cada uno está bajo
el influjo de su apasionamiento insensato estima que
sus ideas son tan verdaderas que es una humillación
demostrarlas. En esos momentos de exaltación el que
tiene moderación no tiene partido.
Hay momentos, sinembargo, cuando se trata de las
concepciones fundamentales sobre la vida del Estado,
en que los dos parecen aproximarse, coincidir, enten­
derse. A través de la historia de los partidos estos apro­
ches han sido siempre augurio de lucha, prolegómenos
de una separación más franca y más agria. Los dardos
que van destinados a un blanco dentro del mismo cam­
po son los que llevan un veneno más aniquilador. To­
do lo que une estrechamente, religión o sangre, ideo­
logía o familia, profesión o designio, adquiere en los
momentos de lucha un poder separatriz mayor, infini­
tamente mayor que sus elementos contrarios. Por eso,
al acercarse los partidos, la unidad formada tiene per­
files antagónicos como los filos de una misma espada.
Así, por ejemplo, cuando el grito de entrambos se con­
funde en uno que lanza por los aires la frase sagrada
58 JULIO LONDOÑO

de Herrera: “La patria por encima de los partidos!!”,


hay un momento de tranquilidad nacional, pero casi
siempre esto no es otra cosa que un respiro para llegar
con más vehemencia al momento de exaltación en el
cual confunden la patria con el partido y los intereses
de éste se anteponen a los del contrario. Debe ser así
porque el recelo de esa aproximación está más atento
a lo que los identifica que a lo que los diferencia.
Pero el drama que encierra para la nación este anta­
gonismo tremendo crece cuando se mira no ya a los
grupos sino a los hombres. En países como el nuestro
en donde la densidad humana, esa patética confronta­
ción de la relación entre la extensión y la población,
acusa un gigantesco desequilibrio, la cantidad de hom­
bres destacados se vuelve precaria. Es cierto que una
gran masa humana no asegura la potencialidad de un
pueblo, pero es indudable que produce mayor número
de personalidades culturales. Y aquí, con nuestros
11.500.000 habitantes diseminados en 1.138.355 km2,
y cuyos lugares de agrupación están separados por dis­
tancias astronómicas, los grandes hombres, especial­
mente los grandes políticos, forman una invaluable pe­
ro escasa minoría.
Hay lapsos, y no cortos, en que las dos colectivida­
des políticas no cuentan con verdaderos conductores.
Se percibe fácilmente ese hecho, primero, porque se ve
crecer esa masa flotante que oscila entre la ideología
liberal y la ideología conservadora y que sólo se deci­
de cuando escucha claramente las primeras notas de los
clarines de la victoria. En seguida viene la tendencia de
cada partido a las promesas de beneficios materiales-
parcelas y zapatos, comida y dinero, habitaciones y
drogas. . . en fin todo aquello que el pueblo puede to­
car y llevarse consigo. Los apetitos materiales son en
NACION EN CRISIS 59

esos momentos los únicos que pueden ponerse en jue­


go. Pero hay en esos instantes una absoluta carencia
de ideas y especialmente de principios, de principios
profundos que prolonguen sus raíces en los más recón­
ditos rincones del espíritu, como los ostentaban hom­
bres del tipo de Uribe y de Herrera, de Caro y de Con­
cha. De este modo, rebajados por el despertar de estos
apetitos primitivos y únicos, el pueblo que no tiene un
caudillo a quien seguir, quiere entonces formarlo a su
imagen y semejanza: los tímidos lo desean solapado,
los ambiciosos exclusivista, los injustos parcial y los
exaltados violento.
Ante esta situación, la mayoría de los “leaders” oca­
sionales apelan al raciocinio. Muchos de estos conduc­
tores mediocres son inteligentes; y en política la inteli­
gencia no excluye la mediocridad. Pero el razonamien­
to para el pueblo es inútil. Al pueblo hay que arras­
trarlo por el deslumbramiento de sus condiciones ins­
tintivas, por la exaltación de su fuerza pasional. Los
hombres, los grandes hombres que han dejado una hue­
lla luminosa en la historia de los partidos, han sido
aquellos que han defendido una creencia en lugar de
una verdad, que han hecho primar la fé sobre la lógica,
que han colocado la intuición por encima de raciocinio.
Y es en los tiempos felices de esos hombres cuando
el pueblo, aún sin comprenderlo, se siente arrebatado
por esas discuciones de fondo, por ese planteamiento
grandioso de los problemas fundamentales que arran­
ca del hombre mismo y trata de estructurar el poder de
la nación, nada importa que los conservadores profie­
ran la grandeza individual a la grandeza colectiva y los
liberales prefieran lo contrario. Nada importa que los
unos admiren la República Griega y los otros el Impe­
rio Romano.
60 JULIO LONDOÑO

En la pequeñez del número de grandes conductores


políticos que proviene de nuestra reducida densidad,
intervienen también factores importantes que no pue­
den pasarse en silencio. Así, por ejemplo, entre nos- )
otros la política de partido es un juego que no necesita *
empezar por el aprendizaje; la única ciencia de sus
principiantes consiste en saber elegir a los hombres que
habrán de elegirlos; la energía y la audacia suplen el
conocimiento, y cuando a fuerza de experiencia y estu­
dio un hombre llega a ser un político verdaderamente
superior, a causa del apasionamiento popular la mitad
de su espíritu se halla fuera de su partido.
Por otra parte, dada la impaciencia, elemento funda­
mental de nuestro carácter, tal como lo hemos estable­
cido en capítulos anteriores, una multitud de jóvenes
brillantes que podrían llegar a tener una estatura na­
cional, quieren, en el transcurso de pocos días, a veces
de pocas horas, sentarse a la mesa de los directores, ir
a la cabeza, de los caudillos, ocupar el primer puesto
en el carro de la victoria. La política no salta. Aún en
aquellos virajes radicales en que el recorrido tiene un
trazo barroco, su movimiento es continuo aunque sea
acelerado. Pero la mayoría de esos jóvenes ignoran
que, por lo general, en política toda aventura es inte­
gral; que una de las condiciones que distinguen al ver­
dadero político es su parsimonia con el tiempo, su cui­
dado con el futuro. Y cada vez que toma el atajo de
la violencia o la demagogia para llegar con menos es­
fuerzo y con apremiante celeridad al recinto de los
conductores, los hechos al tamizarse a través de las se­
manas y los días muestran éxitos que empequeñecen
sus nombres. De este modo se desploman en el camino
brillantes inteligencias que hubieran podido llegar a
destacadas posiciones en la política nacional, degrada­
das por sus laureles, derrotadas por sus triunfos y des­
NACION EN CRISIS 61

honradas por sus victorias. . . Y la tragedia del políti­


co es que sólo tiene valor en política. . .

*
* *
Con el objeto de poder comprender el alma nacio­
nal es preciso tener en cuenta que no se trata aquí de
mostrar la solidez de las doctrinas que los dos partidos
substratum filosófico que aún conservan después de
substractum filosófico que aún conservan después de
haber sufrido las transformaciones inevitables del am­
biente, de haberse sometido a la influencia modificado­
ra del paisaje. Se pretende sólo captar el aspecto que
esas ideologías presentan al reflejarse sobre el alma po­
pular. Es, pues, la captación de un hecho objetivo y no
la crítica, en el sentido kantiano de la palabra, de una
postura ideológica.
Y miradas las cosas desde este punto de vista, apa­
recen en las grandes masas de los partidos, apreciables
divisiones tanto en el sentido horizontal como en el
vertical. Muchas veces se ha pretendido confundir es­
tas separaciones internas con las mutaciones de los
grandes dirigentes. Pero los cambios de los hombres
son muy diferentes de las variaciones que se operan en
la masa partidista; a veces llega hasta ofrecer aspectos
contrarios.
Los hombres pasan del dinamismo de una juventud
atormentada y violenta a una senectud estática y con­
servadora. Lo que en una es deseo de derribar y cons­
truir, es en la otra el afán de conservar.
En las regiones tropicales como la nuestra y con po­
sibilidades de vida precaria, la existencia se acorta y la
edad camina con una premura aniquilante. Por eso
aquí, más que en las zonas templadas, estas muta-
62 JULIO LONDOÑO

ciones revelan una profusión y una prontitud descon­


certantes. El Libertador es un ejemplo clásico.
Pero no son estos cambios individuales, especial­
mente de los personajes destacados, los que marcan
una división interna dentro de los partidos, divisiones
que juegan un papel impresionante en el desenvolvi­
miento de la política nacional.
Primeramente existe una separación en el sentido
horizontal: cada partido se divide en tres agrupaciones,
izquierda, centro y derecha, cuyos límites a pesar de
que sus manifestaciones acusan gran claridad, no pue­
den señalarse de manera precisa. Es claro que todos los
partidos políticos americanos tienen esta trisección, pe­
ro es cierto también que en cada país captan fenóme­
nos de naturaleza distinta y es esta fisonomía local lo
que a nosotros nos interesa.
Colocadas unas al lado de las otras las triadas en
que los partidos se descomponen, quedan ubicados en
los extremos opuestos al ala izquierda liberal y el ala
derecha conservadora; hacia el interior, las dos alas
contrarias, y en los intermedios las agrupaciones de
centro.
Los dos “centros” son en cada uno una especie de
“aureo medio” entre las exigencias extremas. Para el
conservador representa el equilibrio entre el liberalis­
mo tolerante y la dictadura férrea; para el liberal es la
proporción armónica entre el conservatismo transigen­
te y el izquierdismo anárquico. Son estos núcleos, no
los más numerosos por cierto, los que conservan la tra­
dición de su partido, los que prolongan la regencia de
las grandes personalidades que han engrandecido su
colectividad, los que pretenden trazar el esquema del
poder en concordancia con la idea del bien para la na­
ción y la totalidad de su pueblo.
NACION EN CRISIS 63

En la izquierda conservadora y en la derecha libe­


ral hay aproximaciones importantes. Entre ellas la
transigencia tiene visos de posibilidad; la discusión
puede hacerse sin sobresaltos iracundos; los planes
pueden estudiarse fríamente sin que su consideración
empiece con arremetidas sangrientas. Pero la gran ma­
sa de la propia colectividad los mira con recelo: no
puede concebir que ocurra ese entendimiento entre
personas cuyas ideologías tienen ramificaciones tan
opuestas. Creen que cada una de ellas tiene algo de de­
sertor, algo de desleal, algo de tránsfuga.
Pero es en las agrupaciones antagónicas —la dere­
cha conservadora y la izquierda liberal— en donde se
muestran con una agresiva nitidez las orientaciones de
cada partido, pero no formando un complejo, un sis­
tema, una trama compensadora cuyos elementos se
equilibran entre sí, sino exhibiendo cada elemento en
forma aislada, protuberante, neta, y llevada, con el
apasionamiento congénito que portamos en nosotros,
de manera exagerada y tremenda.
Es en este rezago conservador, en donde, con des­
enfreno ideológico, se pregona la aspiración al caudi­
llo, especie de jeque que, con una impetuosidad arre­
batada, empuñe las riendas del poder sin otra norma
que el ardor banderizo y forme una aristocracia de ti­
po medioeval a cuya voluntad omnipotente se sometan
silenciosamente todos los componentes del Estado; es
aquí donde se ve negarle al pueblo el derecho de fijar,
por medio de acuerdos de mayorías, sus destinos, por
considerar que la mentalidad popular es tan rudimenta­
ria y voluble que está por este solo hecho, incapacita­
da para fijar las normas, delicadas y sutiles, que han
de trazar el cauce por donde ha de correr la vida na­
cional; aquí donde se hace patente la tendencia ciega
64 JULIO LONDOÑO

hacia un centralismo férreo que permita, por encima de


las limitaciones que puedan oponer las áreas geográfi­
cas y las agrupaciones étnicas, llegar en todo momento
con su uniformidad inflexible, la mano del arconte;
aquí donde se palpa el deseo de que todo lo que ha
conquistado su ideología, se mantenga intangible, se
conserve íntegro, se petrifique, para resistir al tiempo,
ajeno a toda presión interina o externa, libre de todo
intento de evolución, separado de cuanto pueda indi­
car transformación, y que toda acomodación a las ideas
nuevas entrañe un sentimiento revolucionario. Es en
este conjunto extremo en donde se denigra a Santander
y se endiosa a Bolívar, pero no por sus realizaciones
de genio sino por sus veleidades autocráticas. El dog­
matismo adquiere poder tan definido que en él deben
inrustarse todas las normas éticas sin discusión alguna
porque su contenido está por encima de la razón; la
religión católica, apostólica y romana, debe ser la re­
ligión del Estado, dirigir su política y sojuzgar la li­
bertad de cultos, y perseguir, con intransigencia de San­
to Oficio, cualquiera creencia religiosa que se diferen­
cie de sus cánones; en la dirección del partido sólo un
hombre lleva la voz y esta voz es clarín, mandato y nor­
ma para todos; la fuerza del grupo humano que inte­
gra la nación debe fortificarse teniendo como vínculo
la uniformidad que debe darle un aspecto de ejército,
de gigantesca unidad de combate, una consistencia de
centuria. . .
Bastaría solamente colocar una mantisa negativa a
las anteriores concepciones de la derecha conservado­
ra, para obtener las que corresponden a la izquierda
liberal. Aquí es el pueblo el que con su presión exte­
rior y ajeno a todo sentido de jerarquías, a toda unifor­
midad disciplinada, a toda gradación aristocrática, de­
be imponer su voluntad por encima de cualquiera otra
NACION EN CRISIS 65

consideración; la igualdad viene a ser la norma única,


no sólo ante la Ley, sino en todos los órdenes, ya sea en
lo económico o en lo agrario, en lo científico o en lo
artístico, en lo social o en lo político; el federalismo
debe primar sobre el centralismo porque aviva la in­
teligencia popular aunque sea a costa de la vigoriza-
ción del Estado; las adquisiciones de los partidos y de
la nación misma deben estar sometidas de continuo a
una visible mutación pero no en el sentido indicado por
la acumulación de la experiencia o por las situaciones
nuevas o imprevistas, sino en una forma revoluciona­
ria. El pensamiento de Santander, el hombre de las
leyes, se coloca por encima del pensamiento bolivaria-
no, pero solamente en cuanto aquel se relaciona con la
libertad y éste con la concepción autoritaria del Esta­
do; se fija la primacía de la razón sobre cualquier sen­
timiento afectivo o espiritual; la separación de la Igle­
sia y el Estado en forma tan definitiva que, olvidándo­
se de que nuestro pueblo es esencialmente católico, da
el mismo campo a cualquier religión por exótica e ina­
plicable que fuera para nosotros; la dirección de su
partido ha de ser múltiple, aunque la eficacia de esta
pluralidad no produzca beneficios palpables, y final­
mente, la fuerza del grupo no debe manifestarse por la
uniformidad pretendida por el conservatismo sino por
la presión externa que el partido es capaz de ejercer
para imponer sus reivindicaciones. . .
Uno de los hechos más interesantes que muestra es­
ta separación ideológica consiste en que a pesar de la
tosudez con que se defienden, tienen fatalmente que ir
cambiando. Lo que ayer fué liberal es hoy conserva­
dor, y lo que mañana será conservador hoy es comu­
nista. En lo social, la verdad camina de derecha a iz­
quierda como la tierra. Y es esto precisamente lo que
trae a un observador sereno una melancólica desilusión
66 JULIO LONDOÑO

sobre la evolución de nuestros partidos. Sus doctrinas


son, aunque antagónicas, sosegadas y tranquilas; esto
significa que la candente ferocidad que muestran sus
luchas no viene de sus principios sino de sus hombres,
de los hombres que se aferran tenazmente a verdades
que no son sino espejismo's, a ideales que ya dejaron
de existir, a dogmas que hace ya tiempo que pertene­
cen a la historia, y todo esto con el agravante de que,
por una aberración inexplicable, son precisamente es­
tos principios erróneos, estos dogmas fuera de lugar,
estas concepciones imposibles, las que más profunda­
mente arraigan en el alma del pueblo, las que éste de­
fiende con más vehemencia y las que paga con mayor
abundancia de sangre.
Pero si cada una de las doctrinas que arrancan de
esta forma de agrupación horizontal interna tiene ma­
tices tan extraños, no menos acontece cuando se con­
sidera la estratificación en el sentido vertical:
En la parte superior se halla un pequeño grupo de
hombres que conocen verdaderamente la filosofía de su
partido. Son cerebrales capaces de interpretar la mar­
cha del país, de fraguar las combinaciones que, des­
arrolladas pacientemente en el tiempo, habrán de ase­
gurar el triunfo de sus ideas; los estrategos de la colec­
tividad que, con una visión más o menos panorámica,
establecen principios abstractos que otros habrán de
convertir en realidad palpitante. Son estos los que co­
nocen esas leyes, en apariencia inmutables, de la polí­
tica, cuya aplicación no garantiza el éxito pero cuyo
desconocimiento u olvido acarrea necesariamente la ca­
tástrofe.
Pero no debe pensarse que son precisamente estos
hombres de pensamiento los que guían y dirigen en to­
do tiempo su partido. Su voz tiene que ser algunas ve­
NACION EN CRISIS 67

ces una admonición y otras un grito desesperado. A


menudo los partidos se ven mandados por advenedizos
y esto en momentos definitivos para la vida nacional.
La suerte de las naciones podría fijarse exactamente
por la frecuencia con que, en las grandes turbaciones,
ha surgido el hombre que pueda guiar a su pueblo o a
su partido a través de la tormenta.
Debajo de este grupo pensante se halla otro para el
cual la política de su partido tiene algo de sagrado. La
tradición juega aquí un papel definitivo. Son éstos los
hombres cuyos padres o abuelos sostuvieron su manera
de pensar en forma humana, honda y perenne; los que
vieron a sus antepasados conservar, como el aceite de
una lámpara siempre encendida, una ideología liberal
o conservadora, que adentraba profundamente en las
generaciones que los precedieron y que tenían fé, fé fir­
me, fé segura en que en esa forma intangible debería
mantenerse en la sangre de las generaciones por venir.
Quienes están sometidos a estas infleuncias creen
que deben defenderlas por encima de todo análisis, por
encima de toda razón, porque son fuerzas que están
vivas en el fondo del corazón y se mueven al mismo rit­
mo que los latidos de la existencia.
Por debajo de los que viven la política en las esfe­
ras del pensamiento o en las reconditeces de la sensibi­
lidad, viene la gran masa popular para quien la po­
lítica debe estar en contacto con la realidad material,
tener la forma física de los hechos visibles y poseer la
pujanza demoledora del instinto.
Forman este grupo todos aquellos que, dueños ape­
nas de una idea rudimentaria sobre su partido, su
orientación y sus proyecciones futuras, no pueden dis­
tinguir los matices intermedios de las agrupaciones po­
líticas, las medias-tintas de sus doctrinas, los semito-
68 JULIO LONDOÑO

nos de sus conceptos básicos y alcanzan solamente a


percibir sus extremos: lo rojo o lo azul, el hombre o la
colectividad, el despotismo o la anarquía. Es esa ma­
sa anónima, valiente y sufrida la que, arrebatada por
una exaltación que está más allá del círculo reducido en
donde puede moverse su razón, endiosa a un hombre,
muchas veces escogido al azar, sin que sus méritos y
virtudes le sean conocidos, lo convierte en símbolo, lo
transforma en bandera y le atribuye, para agigantarlo,
todos los esfuerzos, todos los triunfos, toda la abnega­
ción que ella ha conseguido confusamente gracias a su
energía en la lucha y gracias, no pocas veces, a su pro­
pia sangre.
La fuerza de las tres reparticiones es, como la ma­
yoría de las fuerzas políticas, necesariamente colecti­
va. En la primera manda el cenáculo, en la segunda la
familia, en la tercera la multitud. Frente a la ideología
adversaria cada cual adopta una postura diferente: el
pensante respeta, el sentimental perdona, el instintivo
ataca; el arma del primero es la ciencia, la del segundo
la ética, la del tercero la violencia; el instrumento del
primero es el manifiesto, el del segundo el ademán, el
del tercero el fusil. En las guerras civiles, esas matan­
zas sin objeto que durante tantos años ensangrentaron
nuestro suelo, cada una de las tres concurrió con sus
caracteres inconfundibles. Los directores fueron al
campo para dar a la lucha un encauzamiento que de­
cidiera de la victoria; los otros se hicieron presentes
con un sentido ético del deber y sólo preguntaban cuál
era su puesto y cuál la misión que debían cumplir; el
pueblo, la parte multitudinaria de cada partido, entró
en la contienda de grado o por fuerza; ignoraba la
grandeza de la lucha que emprendía y no alcanzaba a
comprender su razón; iba empujado por el instinto sin
que pudiera detenerse y la ausencia del elemento senti-
NACION EN CRISIS 69
/
mental o el desconocimiento de las nociones intelectua­
les de los dirigentes en vez de moderar su ánimo lo vi­
vificaba como una poderosa fuerza negativa que se ha­
cía patente en las acostumbradas carnicerías en que el
valor personal alcanzaba, con incalificable frecuencia,
caracteres grandiosos.
*

No siempre los hombres de ese primer grupo com­


puesto de directores y científicos de la política se han
mostrado a la altura de su deber en estas convulsiones
tremendas. Muchos de ellos no han podido disimular
su excesiva prudencia, han anticipado combinaciones
vergonzosas con los presuntos vencedores y no han si­
do ajenos a coqueteos remunerados con el adversario.
Pero siempre, indefectiblemente siempre, es de este
grupo de conductores idealistas y enérgicos de donde
han surgido esos hombres a quienes los dos partidos no
pueden cancelar su reconocimiento porque los han ayu­
dado en su derrota a sabiendas de que el derrotado
tiene fatalmente que afrontar, no solamente el quebran­
to moral producido por la disipación del ideal, sino
por la angustia que proviene de que el adversario, que
ya tiene las riendas del poder en su mano, refrena vi­
gorosamente la oposición vencida impidiéndole toda
tentativa de acción. Esos hombres se han esforzado
después de cada colapso, en una superación inaudita de
la razón, por conseguir para sus copartidarios destro­
zados lo que no pudieron lograr por su actitud revolu­
cionaria; y son también estos hombres los que muchas
veces hemos visto sacrificados innecesariamente, no
por sus enemigos de siempre, sino por sus mismos co­
partidarios cuya tranquilidad han defendido y por cu­
yas aspiraciones han luchado en momentos en que to­
do abnegación parecía estéril.
70 JULIO LONDOÑO


* *
Otro de los factores que indiscutiblemente hace que
la política lleve entre nosotros ese germen de antago­
nismo que abarca todas las actividades del Estado, to­
das las regiones del país y todas las estratificaciones so­
ciales, radica en que cada uno de los partidos tiene pre­
dilección por determinados organismos o ambientes,
que, sumados, abarcan la nación entera. Es una espe­
cie de repartición tácita pero precisa que se viene su­
cediendo desde los primeros tiempos de la República.
El medio, el habitat, el ambiente, el paisaje, como
quiera llamarse a ese espacio concreto en que se des­
envuelve la vida de las personas y las agrupaciones hu­
manas, ejerce un influjo poderoso sobre la manera de
pensar y de sentir. A ese espacio, cuyas formas preci­
sas se transmiten permanentemente de lo exterior a lo
interior y se van fijando indeleblemente en el espíritu,
asociamos, por procesos inconscientes, todo lo que, en
forma de recuerdo queda de nuestras alegrías y desven­
turas; así vamos acomodando a él nuestra existencia y
esa acomodación exige la adaptación de nuestras ma­
neras de pensar y de sentir y condiciona nuestra natu­
raleza íntima. Como por una especie de osmosis, lenta­
mente el medio penetra en nosotros, su esencia íntima
se mezcla con nuestra vida misma y matiza nuestro
pensamiento, marca nuestras actitudes y tiñe de su pro­
pio color las inclinaciones y deseos.
No obstante la infinita variedad que ofrecen los di­
versos ambientes nacionales, pueden agruparse en dos
clases fundamentales; los unos engendran una energía
estática, los otros dinámica; unos dominan por la quie­
tud y los otros por el movimiento; unos nos infunden
un hálito vivificador y los otros petrifican. El partido
NACION EN CRISIS 71

liberal domina en los ambientes generadores de ener­


gía dinámica y el conservador en los de energía estáti­
ca. El Ejército, en donde las ideas se solidifican a fuer­
za de férrea disciplina que pone a raya sus intentos de
variación; el clero en donde el dogma inmutable se
eterniza y las instituciones en donde el culto por un
hombre o por una idea se continúa como un rito inva­
riable, son habitats en donde el conservatismo encuen­
tra sus complacencias. En cambio, la fábrica con su as­
pecto de enjambre; la cooperativa que acrecienta su
fuerza por una aglutinación incesante; el sindicato que
apela a la cohesión para convertirse en instrumento le­
gal de ataque y defensa, son medios adecuados para la
acción del liberalismo. Si aceptamos la cultura como la
transmisión inalterable de los procedimientos o ideas,
de las costumbres y conocimientos adquiridos a través
de las generaciones, y si consideramos la civilización
como la dirección de la cultura de lo interior hacia el
exterior, de lo abstracto a lo concreto, de la conserva­
ción en el tiempo a là extensión en el espacio, po­
dremos concluir que todo paisaje cultural es campo
conservador y todo paisaje de civilización es esfera de
acción del partido liberal.
Estas comarcas de actividad de los dos partidos se
notan más claramente cuando caen bajo el dominio de
la geografía: la mayoría de la población colombiana ha
sido arrojada por las condiciones impropicias del trópi­
co hacia las cordilleras que, desde sus tres ramales fun­
damentales, lanzan estribaciones en todas direcciones
formando un dédalo de alturas y vertientes, de plani­
cies y valles en los cuales se ha repartido nuestro pue­
blo. Entre las variaciones climatéricas que se suceden
desde el pie de las cordilleras hasta sus cimas frígidas,
hay un punto, un optimun, en donde las condiciones fa­
vorecen la armonía de la naturaleza humana, en donde
72 JULIO LONDOÑÜ

la actividad equilibrada del cuerpo y del espíritu se


compensan. A partir de allí en el sentido vertical hacia
la cima las ideas empiezan a hacerse más estables, más
arraigadas, más profundas. El frío conserva las ideas
como las frutas. La tradición comienza a hacerse más
rígida, los conceptos más fijos, las costumbres más só­
lidas. Hombres y cosas empiezan a tener una fijación,
una tendencia hacia la inmovilidad como los picos de
las cordilleras. El ambiente se torna hostil a toda inno­
vación y la región se vuelve fácil campo de acción pa­
ra la ideología conservadora.
Con la ideología liberal sucede lo contrario. A me­
dida que se desciende hacia la llanura cálida el espí­
ritu se va haciendo cambiante, la naturaleza adquiere
un ritmo más fuerte, la evolución y el cambio se facili­
tan por doquiera y el alma se extravierte. Por eso se
nota a las claras que en toda comarca cálida la doctri­
na liberal tiene una mayoría dominante mientras que
en los lugafes fríos predomina la mayoría conservado­
ra. Y cada vez que estos hechos se invierten hay siem­
pre en la base de este cambio una circunstancia artifi­
cial y a veces artificiosa que la produce.
Pero si se quiere llevar más lejos este contraste bas-
ta con tomar en consideración las ciudades. Toda ciu­
dad que lleva en sí un sentido cambiante, en donde las
piquetas derriban lo viejo para dar campo a las cons­
trucciones nuevas, la ampliación de las áreas ur­
banas toma un ritmo creciente, las fábricas pro-
porcionan el espectáculo de corrientes humanas,
las achatadas construcciones se desploman para per­
mitir el avance hacia la altura, el tráfico y e l )
transporte motorizado producen la agitación angus- ¿
tiosa, ahí, la doctrina liberal se propaga sin esfuerzo y .1
se extiende sin dificultad alguna. Pero en los sitios en J
NACION EN CRISIS 73

donde el área urbana muestra contornos rígidos de ciu­


dad acabada, las calles son silenciosas, las caso­
nas se conservan cuidadosamente, el tráfico es preca­
rio, el tránsito débil, la vida nocturna negativa y la agi­
tación casi invisible, la doctrina conservadora tiene su
imperio. Conservadora es la vieja espadaña que recuer­
da las arcaicas iglesias de la planicie castellana; liberal
es la aguja gótica que, a veces contrahecha y tímida y
a veces audaz y decidida apunta hacia el cielo con su
pujanza ascensional.
Pero los dos espacios en que la antinomia alcanza
aristas más definidas es la ciudad y el campo. El cam­
po, en donde la vida es más simple, las ideas menos
complicadas, el paisaje más quieto, el conservatismo se
acepta de manera simple y segura. Allí la civilización
llega con retardo, la evolución se efectúa sin premura,
las ideas tienen pocos excitantes que fomenten el con­
traste. Aquí la separación entre el señor y el labriego
mantiene su distanciamiento pronunciado; la discipli­
na es más fácil de lograr y el encauzamiento de las
fuerzas humanas tiene manifestaciones menos dísco­
las. Pero cuando allí penetra la simiente del deseo de
avanzar la gente campesina piensa siempre en la ciudad
como en el sitio exclusivo para el desenvolvimiento del
espíritu.
En la ciudad, en cambio, el pensamiento crece a ex­
pensas de la credulidad, el bienestar a expensas de la
inquietud y las ventajas de la civilización a expensas
de las tradiciones culturales; el creyente se vuelve ti­
bio, el singular igualitario, y el soñador realista. Pe­
ro a pesar de todo esto la ciudad ha sido el punto irra­
diante de todas las conquistas del espíritu, la que ha
roto las cadenas de la esclavitud a que venía atada la
4
74 SÜLIÖ L ó m O Ñ Ú

humanidad, la sede de todos los adelantos jurídicos, la


cuna de todo progreso emancipador. El derecho se con­
funde con Roma, la fé con Jerusalem, el pensamiento
con París y la filosofía con Atenas. Por eso el libera­
lismo es ciudadano y el conservatismo agrario.
*
* *
En esta forma el mosaico de paisajes que constituye
el ámbito nacional se reparte entre los dos partidos.
Es raro que en los ambientes anotados uno de ellos do­
mine en forma absoluta, pero sí carga el acento sobre
él de un modo inconfundible. No queda rincón alguno
a donde no llegue de manera definida el uno o el otro
con su exclusivismo desolador.
No puede negarse que ambos aman el país; lo aman
con igual intensidad pero por caminos distintos. Li­
bertad y orden es el lema de nuestro escudo nacional;
es una expresión que tiene el rotundo equilibrio de
una ecuación matemática, y sinembargo, un partido
quiere subordinar la libertad al orden y el otro el orden
a la libertad.
CAPITULO III

LA ANTIUTOPIA

Sólo hay tres formas de gobernar a los pueblos: la


democracia, la aristocracia y el despotismo.
En la democracia el pueblo dice quién y cómo de­
ben gobernarlo; en la aristocracia sólo dice cómo; en el
despotismo es mudo.
La base de la democracia es la igualdad, de la aris­
tocracia la selección, del despotismo la fuerza. El ideal
supremo de la primera es llegar a la doctrina de Jesús;
el de la segunda la Utopía de Platón; el de la tercera el
Super-hombre de Nietzsche.
Pero despotismo, aristocracia y democracia son ten­
dencias innatas en todo conglomerado. Su coexistencia
es fatal, necesaria, ineludible. Lo que diferencia a las
naciones en este aspecto es la acentuación marcada de
cada una, el predominio del color primario, el lado
mayor del triángulo que forman.
La personalidad actuante de cada pueblo resulta de
la combinación de estas tres tendencias, en sus valores
absolutos, con la raza, la cultura, el carácter y el me­
dio. La diferenciación de estas inclinaciones no siempre
es fácil. Se manifiesta con una cierta claridad en pue­
blos en que, tras una larga depuración de la tradición
y de la historia, han conseguido orientarse hacia la de­
mocracia o la aristocracia, y han logrado librarse, aun­
que por períodos más o menos largos, de la realidad del
Super-hombre. Pero en los países jóvenes en que los
76 JULIO LONDOÑO

hechos se confunden desordenadamente y la tradición


aún no ha podido clarificarse suficientemente, el distin­
go es difícil y la aparición del déspota se facilita por
cuanto la fuerza consigue en poco tiempo abatir la se­
lección y borrar la igualdad.
Mucho se ha dicho acerca de que en Colombia la
tendencia despótica no existe. No hay que hacerse ilu­
siones; la negación no destruye la realidad. Para la ma­
yoría de los hombres la dictadura sólo es temible cuan­
do no están incluidos entre los dictadores. Hay que ob­
servar de cerca, por ejemplo, nuestras autoridades, por
pequeñas que sean, y quizá mientras más pequeñas
lo revelan mejor, cómo tan pronto se ven libres de
todo medio coercitivo, hacen aflorar su individualis­
mo y ponen en juego su pasión para erguirse como dic­
tadores frenéticos de las pequeñas esferas de mando
que les han sido encomendadas. El primer paso consis­
te en interponer una distancia, barrera invisible, entre
su persona y la ajena. Después, todo para los amigos;
para los demás, medidas que les hagan sentir su pe-
queñez y a veces su impotencia. Juzgan que su gran­
deza, como la de los dioses, está en hacer sufrir y ha­
cerse suplicar; su vanidad los lleva a sentirse salvado­
res. Por esta razón una administración de justicia im­
placable, dirigida primero a las autoridades que al pue­
blo, es el medio primordial para conseguir que el ejer­
cicio de la autoridad se convierta en beneficio sagrado
y no en una amenaza peligrosa para muchos y deshon­
rosa para todos. Y el segundo medio para lograr esto
es la prensa. La prensa, cuando es justa, cuando es
honrada, tiene un gran poder purificador sobre los bro­
tes despóticos. Por eso se la teme. Y tanta es la ver­
dad que este aserto encierra, que cada vez que en Co­
lombia bajo el dominio -de un partido cualquiera y en
no importa qué momento de la historia, la prensa se
NACION EN CRISIS 77

ha censurado rigurosamente, simultáneamente con su


silencio ha venido el predominio de la descomposición,
el señorío de la llaga, la preeminencia de la corrupción
administrativa. De aquí la propensión de las autorida­
des a reclamar el estado de sitio, ya sea nacional o
parcialmente, cada vez que se encuentran frente a un
problema difícil. Creen que la fuerza es el camino más
rápido para llegar a una solución aceptable. Desde el
momento en que la sujeción a la ley desaparece, se
sienten libres de sus ligaduras incómodas y pueden dar
rienda suelta a sus instintos personalistas y violentos.
Así el país puede darse cuenta de que el mando sin jus­
ticia es iniquidad; es la fuerza al servicio de la violen­
cia.

Hay tres poderes que integran el Estado colombiano:


el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Prescindir de
uno de ellos sería como suprimir uno de los colores
que forman la bandera nacional. Son tres factores que
la honrada experiencia ha hallado como componentes
armónicos en el desenvolvimiento de todo conglomera­
do humano. Sinembargo, entre nosotros el poder judi­
cial ocupa un puesto secundario en esa triada nacional.
La preeminencia se la disputan, a veces con una feroci­
dad increíble, el ejecutivo y el legislativo. Cada uno de
ellos quiere ser el amo, cada uno quiere tener el man­
do absoluto a pesar de que son función el uno del otro.
El Ejecutivo colombiano tiene tal cantidad de atri­
buciones que en muchos países civilizados podrían
considerarse casi como dictadura, y sinembargo, lucha
de continuo por todos los medios para lograr atribucio­
nes extraordinarias, para imponer su voluntad en el
congreso, para realizar sus planes con amplia indepen­
dencia de toda traba legislativa. El congreso, en cam­
bio, cuando las mayorías políticas lo permiten, pre-
78 JULIO LONDOÑO

tende quitar al Presidente cuantas atribuciones puede,


quiere marcarle una pauta estrecha, un carril obligan­
te en donde la iniciativa sea nula, de manera que el
Ejecutivo, en vez de ser ejecutivo sea sólo ejecutante,
Y el mismo fenómeno se sucede entre asambleas y go­
bernadores, alcaldes y cabildos.
Y mientras tanto, el poder judicial marcha a la za­
ga, olvidado de todos; y para que pueda desempeñar
un papel más activo en la vida nacional, los partidos
políticos han determinado que jueces y magistrados se
entresaquen de aquellas colectividades. No puede ha­
ber justicia, que es equidad, en lo que emana de la po­
lítica que es parcialidad franca. Por eso en los momen­
tos de agifación política, todo acusado que se presen-3
ta ante un tribunal lleva ya escrito su destino, y de
acuerdo con ésto, podría decirse, siguiendo a Le Bon
que entre nosotros la ley sirve al magistrado más para
justificar la' sentencia que para producirla.
Colombia ha experimentado dictaduras del Congre­
so y del Ejecutivo. De todas ha salido con un saldo de
angustia. Pero no ha llegado todavía la dictadura ju­
dicial. Quizás en ese desequilibrio podría estar la sa­
lud nacional. Quizás el imperio brutal de la justicia,
por encima de los otros poderes, podría cambiar el
rumbo de la historia y lograr así, tras ese cambio de
frente, regresar a la normalidad por medio de la armo­
nía; armonía entre los poderes mismos, armonía entre
el pueblo y los poderes, armonía entre el pueblo y su
suelo.
A veces las dificultades en que se encuentra el par­
tido de gobierno, la lenta y negligente marcha de la
justicia, el atraso que se muestra en nuestras institu­
ciones y nuestros medios, comparados con los ejem* j
píos que nos llegan del exterior, y la lentitud en la :
I

NACION EN CRISIS 79

realización de obras salvadoras, subliman de repente


la tendencia despótica de muchos y les hacen desear
una mano fuerte, una mano dura, una mano déspota.
Si ese deseo no alcanza la nitidez de un clamor vivo
es, con frecuencia, debido más al temor de un daño
personal que de un daño al país; no es que se tema que
I haya efusión de sangre sino que se derrame la propia; 'I
porque para quienes así piensan la sangre propia es ru­
bí; la de los copartidarios, púrpura; la de los otros,
sangre. Liberales y conservadores son enemigos de la
pena de muerte porque en medio de la lucha airada
saben que en un momento cualquiera la soga del ver-
í dugo puede anudarse a su garganta. Esto dá al país un
* aspecto paradógico: hay que luchar a brazo partido
contra el advenimiento del cadalso, pero a lo largo y
ancho de él miles de miserables se hacen justicia por
su propia mano, o siembran la muerte con una frialdad
desesperante en los caminos y tabernas. La vida ajena
no tiene valor; la única que vale es la propia.
Y cuando, confiando en la suerte de las condiciones
personales, quieren pasar por una etapa de dictadura,
se olvidan de que la democracia puede pasarse al des­
potismo en corto tiempo, a veces en pocas horas, pero
para deshacer el camino se requieren años y a veces si­
glos. Se olvidan también de que cuando se cansen de
las tropelías del dictador, si, por uno de esos vaivenes
tan frecuentes en los despotismos suramericanos, el
mal empieza a volverse contra ellos y quieren dar un
vuelco a lo que han realizado, ya sería imposible por­
que las dictaduras sólo pueden derrumbarse cuando
empiezan a amedrentarse de los daños que han causa­
do, cuando oyen la voz de los oprimidos, cuando par­
lamentan con los desgraciados, cuando tienen la cobar­
día de mirar hacia abajo para medir, así sea de una
ojeada, los estragos causados en su avance. La com-
80 JULIO LONDOÑO

pensación que esperan los que sufren en las dictadu­


ras es por lo común una ilusión, una quimera, que si
llega a realizarse lo hace tan tardíamente que nada re­
media. Cuando cae un dictador, los débiles, los que
han sufrido, son los últimos beneficiados. Y finalmente
se olvidan de que todo despotismo es fuerte, que su
fuerza se transforma en duración y que para deshacer­
se de ella se necesita de un esfuerzo continuado y pa­
ciente, de una oposición que no admite intermiten­
cias, de una energía que no acepta períodos de abulia.
Y el pueblo colombiano es contrario a estas modalida­
des. Cuando se trata de abatir una dictadura, puede
hacer un movimiento feroz, volcánico, tremendo, en el
cual se concentran todas las energías nacionales; pero
si el dictador puede sostenerse en su puesto durante un
corto lapso necesario para que la efervescencia popular
queme de una vez todo el aceite de su lámpara, pasará
el peligro y el pueblo volverá a su pasividad natural, a
esa pasividad hermana gemela de la adaptación. Por
eso Colombia no puede, confiando en sus instintos de­
mocráticos, galantear las dictaduras. Debe matarlas en
sus comienzos; todo conato de despotismo tiene que
ser extrangulado en su origen si queremos ser libres.
Pero no es tan simple como a primera vista aparece.
Hay casos, y no pocos, en que no puede reconocerse,
en que la tiranía presenta aspectos complacientes. Por
otra parte, tiranía, opresión, despotismo, hegemonía,
dictadura, todos esos matices de la autocracia son co­
sas a las cuales, no tocándolo directamente de cerca, el
hombre se amolda con una pasmosa facilidad y tras
esa adaptación ocasional, se pueden sobrellevar placen­
teramente. Sólo cuando roza nuestros intereses, des­
arregla nuestra vida, envenena nuestra tranquilidad o
tergiversa nuestra fortuna, sentimos que debemos lu­
char contra ellas y contra ellas rebelarnos. No siendo
NACION EN CRISIS 81

así, se necesita de almas selectas que, acongojadas por


la situación de abajamiento de un pueblo, inicien el
descontento o el motín, la inconformidad o la asonada.
Este tipo de revuelta es también obra de minorías.
Y en países como Colombia en que se habla tanto
de libertad, en que en todo momento se hace ostenta­
ción de democracia, en donde para la más simple ac­
ción ciudadana se apela a la constitución y a la menor
cosa que contraría nuestra rutina se le llama dictadura,
el vasallaje acostumbra a disimularse en forma tan há­
bil y ejercita su ijuego de manera tan mañosa e inespe­
rada que casi todos lo acepten regocijados. Tiene el
pueblo sus energías concentradas para evitar la opre­
sión de un tirano y mientras el gobernante marcha con
la constitución en la mano hipnotizándolo con su ac­
titud, surgen dictaduras mucho más humillantes y tre­
mendas que las de un autarca. Unas veces se llama ga­
binete, otras prensa, otras Congreso, otras clero, otras
oligarquía, otras pueblo. . .
*
* *
La aristocracia es el gobierno de los mejores. Es la
regencia de una minoría selectamente equipada. Es el
dominio de un grupo que se destaca de la mayoría, ya
sea en el sentido del intelecto, o en el de la sangre, o
en determinados privilegios que tienen origen en las
realidades materiales.
Los hombres que han llegado a esa preeminencia
por razones intelectuales lo han logrado a base de dos
condiciones: dotes personales y tiempo; sólo el genio
está excluido del requisito del tiempo; su ascenso es
veloz, meteórico. Pero fuera de estos hombres excep­
cionales, la elevación a la aristocracia intelectual re­
quiere un período de maduración indispensable. El di-
82 JULIO LONDOÑO

nero y otros medios pueden acortar un tanto este lap­


so pero no suprimirlo.
Para que entre nosotros se pueda hablar verdadera­
mente de una aristocracia del talento tropezamos con
el obstáculo de la impaciencia. Los exponentes con que
contamos son aquellos que han tenido la tenacidad su­
ficiente para soportar, sin abandonar la lucha, el com­
bate de los meses y los años contra el muro de su cons­
tancia. De resto, hombres con dotes sobresalientes
quieren de una vez colocarse a la cabeza de esa mino­
ría depurada. De allí surge la envidia, la lucha a muer­
te contra los de la misma afición intelectual, la rivali­
dad tendenciosa entre los que tienen predilecciones si­
milares. De allí también la abundancia de intelectuales
que se han elevado por la exageración del ruido de los
timbales, y que, colocados en el proscenio de nuestra
intelectualidad, cuando se les relaciona con su émulos
de fuera de las fronteras, aparecen en su desconcertan­
te pequeñez, porque, al fin y al cabo, relacionar no es
otra cosa que medir.
Hemos escogido la democracia como forma de go­
bierno; hemos decidido dar a esa tendencia una ento­
nación mayor que a las otras dos para orientar en ese
sentido la vida nacional. Y sinembargo, sentimos una
vaga nostalgia de tener que abandonar en algunos as­
pectos ese principio de selección. Pero cuando pronun­
ciamos la palabra aristocracia no deseamos referirnos
a la platónica sino a la hereditaria. En los países jóve­
nes la aristocracia sanguínea adquiere un carácter sa­
grado.
Entre nosotros ese deseo de pertenecer a una clase
más depurada está tan extendido que plantea un extra­
ño fenómeno social. Puesto que la aristocracia es una
selección cada vez más cuidadosa, el conjunto huma­
NACION EN CRISIS 83

no a que pertenece tiene que adoptar necesariamente


en su estructura ideal una forma cónica en la cual lo
más escogido se halla en el vértice y su calidad va des­
cendiendo hasta llegar a la base, formada por la mayo­
ría. Hay democracias extremistas en que el vértice se
halla tan cerca de la base que casi se confunde con ella
y hay otras en donde, por el contrario, la altura que se­
para las dos tiene una magnitud considerable. Pero
nuestro caso es harto distinto; nuestro pueblo nove­
doso e ingenuo ha puesto en su vida un impulso ascen­
sional tan fuerte y el empuje hacia la cúspide tiene tal
violencia, que el vértice se va ensanchando cada vez
más y la base va haciéndose a cada paso más reducida
y estrecha, hasta que ha de llegar el momento en que
la forma cónica se invierta y el todo se derrumbe por
falta de una sustentación suficiente. Porque cada uno
parece creer que el rango social afortunado le provee
de una concha irisada y resistente que le sirve de
aislante contra las capas inferiores. Pero ya hemos di­
cho que la formación aristocrática requiere simultánea­
mente con las dotes personales, una prolongación tem­
poral. La única manera de pasar de la democracia a la
aristocracia es siguiendo el atajo del despotismo. El
Super-hombre, con su poderosa fuerza de dominio, for­
ma una casta que, aunque en los primeros tiempos se
presenta con caracteres toscos y vulgares, después de
varias generaciones se vuelve selección, y lo peor del
hecho consiste en que una vez que se ha llegado a ella,
la aristocracia regresa más fácilmente al despotismo
que a la democracia.
Hay que observar cómo se marca esta tendencia en
todos nuestros medios, aún en los más pequeños. Las
esposas de los empleados municipales desean trepar al
escalón que ocupa la alcaldesa y las alcaldesas a los de
las señoras de los gobernadores y las señoras de los
84 JULIO LONDOttO

gobernadores al de la señora del Presidente. Por algo


entre nosotros se ha llamado a ésta la Primera Dama
del País. Afortunadamente desde hace muchos años,
puesto tan destacado y significativo para nuestra mane­
ra de ser y de pensar ha sido ocupado por señoras cu­
yas irreprochables condiciones las distinguieron como
auténticos tipos de selección.
Sólo teniendo siempre presente 4a idea de esta volu­
minosa tendencia ascensional de las clases inferiores
para involucrarse decididamente en el campo de las
superiores, pueden entenderse determinados hechos que
están ligados a nuestra idiosincrasia y que de otra ma­
nera podrían interpretarse en forma distinta y aún con­
traria. Tal sucede, por ejemplo, con la modalidad, hoy
tan común, que consiste en que individuos salidos de
los más bajos fondos del pueblo, debido a su posición
u oficio, a la audacia o a la fuerza de la agrupación a
que pertenecen, cuando han logrado llegar a los subur­
bios de la clase superior, y en ellos han tenido que de­
tenerse, dedican toda su capacidad de observación a
examinarla; y como están acostumbrados a ver sólo lo
táctil, lo concreto, lo material, no pueden descubrir en
ella vínculos y propiedades que son los que verdadera­
mente la caracterizan como tal. Acontece con ellos co­
mo si se examinara un imán del cual fijaran el peso, la
forma, la resistencia, todas las cualidades posibles, pero
no se supiera descubrir la imantación atractiva. De esta
manera se sienten más cerca de aquella clase y con ma­
yores derechos para entrar en ella, y se dan el lujo de
despreciarla, befarla, hostilizarla como guiados por un
instinto de venganza para con las barreras invisibles
que oponen a su avance.
Pero a pesar de lo anterior el pueblo gusta de que
sus dirigentes pertenezcan a eso que él llama “la gen­
NACION EN CRISIS 85

te distinguida” lo que equivale exactamente a un con­


cepto aristocrático del mando.
Los ademanes señoriles y la selección de su li­
naje ayudaron al Libertador en la empresa de la inde­
pendencia casi tanto como su genio. Cada vez que un
hombre de extracción popular se lanza hacia la presi­
dencia de la República su lucha tiene que ser denodada
y sin tregua. Los que han alcanzado a llegar, gracias a r.i

su perseverancia y a su talento, han tenido sinsabores


más amargos que los otros y han descendido del solio
al silencio. Una ilustre prosapia facilita el camino; un
apellido resonante representa muchos escalones de ven­ !
taja; una familia esclarecida despeja el campo. Somos
demócratas, pero en el fondo no nos costaría mucha
dificultad, cuando de candidatos se trata, acomodar­
nos a la frase de Schiller: “Que pesen los votos pero
que no se cuenten!”
La inclinación manifiesta que presenta esta tenden­
cia aristocrática lleva también en sí una esencia geo­
gráfica. La ciudad se siente más noble que el campo.
La tierra, entre nosotros, no distingue y eleva en este
sentido como sucede en muchos otros países, sino que
deforma y rebaja. Bogotá se siente por sí y ante sí la se­
de de la aristocracia nacional; todo lo demás es pro­
vincia, esto es, mediocridad, medianía, simplicidad.
Afortunadamente Bogotá no es una “ciudad nacional”
es decir, metrópoli que por su destacada diferencia ab­
sorba la mayoría del país patentando una abrumadora
diferencia entre ella y las demás ciudades como es el
caso de Buenos Aires o de Lima.
Esta pecualiaridad es más importante entre nosotros
que en cualesquiera otros países suramericanos; quizás
no sea tan marcada pero es mucho más extendida. La
razón es clara. Somos lo que se ha llamado “una repú- i
86 JULIO LONDOÑO

blica de ciudades”. Las diferencias entre las capitales


de Departamento y la capital de la República no alcan­
za un desequilibrio tan notable como en otras naciones;
estas ciudades están distanciadas entre sí y abar­
can todo el territorio nacional. Así, en cualquiera par­
te del país se halla siempre planteado el problema en­
tre la capital y la provincia.
Pero la culpa no es de la capital ni de las ciudades.
El problema se mantiene por las gentes de provincia y
las del campo, que se sienten empujadas de continuo a
converger a esos centros que ellas mismas consideran
más selectos, más escogidos, “más distinguidos” como
lo expresan en su propio idioma. Hay que ver cómo la
gente de provincia quiere seguir las normas que ha fi­
jado para sí la capital de la República. La moda es un
campo apropiado para precisar esta modalidad. Si a
Bogotá se importa por ejemplo la moda de la falda lar­
ga, su longitud va creciendo en las otras ciudades a
medida que se aumenta la distancia. Si en la capital
apenas baja unos centímetros de la rodilla, en las apar­
tadas poblaciones llega al suelo.
Sería interminable tratar de mostrar los diferentes
aspectos en que esta inclinación se manifiesta. Hay,
sinembargo, uno que no puede pasarse por alto. Se
refiere al Ejército. De todas las misiones que se
han importado al país las que más hondamente han
penetrado en el alma nacional, las que han llegado a
imprimir un carácter más duradero han sido las origi­
narias de la doctrina alemana. Y no por su espíritu de
trabajo y capacidad profesionales, que algunas ha ha­
bido en este sentido que las superen, sino porque la
doctrina militar alemana se fundamenta en el sentido
aristocrático del mando. A medida que la jerarquía au­
menta los superiores van adquiriendo una modalidad
NACION EN CRISIS 87

aislante, van formando una separación definitiva entre


los diversos grados, van agigantando la magnitud del
propio escalón con relación a los escalones subalternos.
Esto en la clase, ya de por sí selecta, a que pertenece
la oficialidad. En cuanto a la tropa, la separación es
profunda: en Alemania, cuando un individuo pertene­
ciente a la tropa, debido a méritos extraordinarios ha­
bía logrado llegar a la categoría de oficial, le estaba
prohibido entrar a los casinos de oficiales como si el
hecho de haber tenido aquel rango constituyera para
él una mancha imborrable. Por ese motivo la doc­
trina alemana cristalizó prontamente entre nosotros.
Afortunadamente las prolongadas ausencias de esas
misiones y la realidad demoledora han ido suavizando
las marcadas aristas.
Y en este orden de cosas hay que recordar, así sea
someramente, el problema racial. Entre nosotros la
sangre blanca constituye un secreto pero desmesurado
timbre de orgullo. La blancura se ha vuelto “clase”.
Toda aproximación al negro o al indio despierta una
hostilidad implacable. La mezcla racial con que cuenta
el país, el más puro ejemplo indoamericano de lo que
Vasconcelos llamaba la raza cósmica, quizás no ha he­
cho otra cosa que acentuar esta diferencia y despertar
en todos un señalado deseo de evasión del material
humano primigeno. Sólo el dinero o la conveniencia lo­
gran borrar estos distingos.
El indio es para nosotros despreciable y el negro
nos produce una especie de temor supersticioso. Lu­
chamos contra los españoles durante lustros sangrien­
tos para alcanzar nuestra independencia y una vez
conseguida nos avergonzamos de tener la misma san­
gre de los vencedores. Nunca se podrá, en Colombia,
como sucede en el Perú o en México, contar con una
88 Ju l io lo n do ñ o

nobleza indígena; nunca entre nosotros habrá uno que


lleve la sangre indígena con orgullo; la sola idea de es­
to nos deprime. Y en cuanto al negro, en aquellas
regiones en donde hubo una apreciable importación
africana y la lujuria blanca se mezcló abundantemen­
te con la sangre negra dando como resultado un mez-
tizaje tan generalizado que domina el ecumen de esas
zonas, la menor insinuación a la piel endrina, a pesar
del innegable grito de los manifiestos rasgos somáticos,
es tenido por insulto y afrenta. Y así entre nosotros la
heráldica se vuelve un argumento, el árbol genealógico
un testimonio y los pergaminos una justificación.
Toda aristocracia como selección mantiene unidos
sus componentes por vínculos, la mayoría de las veces,
sutiles. Para descrubrirlos se necesita un ojo adiestra­
do y certero. Pero el hecho de que estos nexos ciertos
no puedan percibirse claramente por los elementos po­
pulares, no disminuye en nada su influencia ni atrofia
su aspiración de pertenecer a ella. En pueblos viejos la
tradición ha hecho mucho para lograr que la masa po­
pular la distinga. Tradición y aristocracia tienen un
parentesco próximo. Pero no sucede lo mismo en paí­
ses jóvenes y mucho más si estos son tropicales, ya que
en ellos la vida se confunde con una combustión ace­
lerada. En esta forma, el pueblo, incapacitado para
percibir aquellos lazos inmateriales los confunde con
algún rasgo concreto, muchas veces inexistente y cam­
bia el sentido de la realidad. Así llega a creer que el
dinero, que coloca las gentes en posiciones holgadas y
a veces espléndidas, es un elemento aristocrático. Su
equivocación depende de que en la mayoría de los ca­
sos la satisfacción del dinero no está en ser rico sino
en tener más que los otros, lo cual ya establece una di­
ferencia apreciable. De ahí el afán por el dinero, di­
nero para subir, para distinguirse, para ser más que los
NACION EN CRISIS 89

demás, para ser excepción. Nuestro rico goza más


con lo que le admiran que con lo que disfruta.
Y lo peor del caso, y lo que ayuda a afianzar esa creen­
cia en la mente popular, es el hecho de que cuando la
herencia abundante o el negocio afortunado han colo­
cado a un hombre en una posición financiera desta­
cada, lo que pudiera llamarse nuestra aristocracia,
nuestra aristocracia nueva y curiosa, lo deja acercarse,
llegar hasta ella y con ella confundirse. Y esto da ori­
gen a ese fenómeno que no por lo extraño deja de te­
ner una frecuencia desconcertante: cuando los hombres
que se han interpolado en las clases superiores gracias
a un aletazo de la fortuna vienen de las clases más
bajas del pueblo, al sentirse admitidos en ella no la
perdona nunca; hacen todo lo posible para deshonrarla
o dirigirla.
Afortunadamente las clases superiores ejercen una
influencia transformadora sobre estos individuos que
de repente han llegado hasta ellas. Sucede como si qui­
sieran, con una especie de pudor colectivo, borrar todas
las señales inequívocas de la diferenciación. Al prin­
cipio la transformación es artificial pero el influjo pe­
netra en la sangre y se va haciendo vivo, real, efectivo
en las generaciones posteriores: el turco contrabandista
de hoy, o el vendedor ambulante, o el minero rudo po­
drán ser pasado mañana elementos efectivos de una
aristocracia sólida.
Pero este proceso ennoblecedor encierra en sí un
peligro tremendo que consiste en que esa transmisión
sanguínea no puede precipitarse; cada vez que se pre­
cipita o se interrumpe, las consecuencias son irrepara­
bles. La principal consiste en que la precipitad o
la interrrupción anulan a un mismo tiempo las
energías del tronco originario y paralizan, en un mo-
90 JULIO LONDOÑO

mento en que son débiles todavía, las influencias trans­


formadoras de la clase superior. El caso es muy fre­
cuente en departamentos como Antioquia y Atlántico
en donde hay fortunas cuya formación recuerda los
cuentos árabes. Allí pueden verse familias enteras, des­
cendientes de un sencillo y afortunado hombre de ne­
gocios, aparecer de repente haciendo parte de la más
alta sociedad y estar dominadas por una actitud presu­
mida y grave. No trabajan y se creen soberanos de
los que trabajan; su orgullo es igual a su pereza; su
vanidad y su insolencia van juntas. Arrogantes y alti­
vos, miran con desprecio lo que sus dinámicos ante­
cesores hicieron. Sienten un orgullo presuntuoso en
mostrar que no trabajan y hasta las mismas mujeres
llegan a pensar que el colegio y la universidad están
hechos para las clases inferiores; que ellas están ex­
cluidas de la depresiva faena del estudio. Creen que es­
ta forma de vida es la única que cuadra a su vanidad y
que esto los eleva en el concepto de los otros ciudada­
nos, olvidándose aún del orgullo tradicional que consis­
te en la satisfacción de la propia opinión. Y parecen
así, ante quienes conocen la razón de los hechos, como
algo inconcluso, como un pedestal sin estatua, un mar­
co sin cuadro y una montura sin gema.

* *
Fue Abraham Lincoln quien fijó exactamente el
sentido de la palabra democracia: el gobierno del pue­
blo, por el pueblo y para el pueblo. Pero a menudo
se necesita de muchos años para que la palabra “pue­
blo” no produzca una impresión desdeñosa en las cla­
ses dirigentes. Todo lo que es del pueblo les parece po­
pular y por tanto lo consideran como una denomina­
ción peyorativa. Ya hemos visto cómo entre nosotros
existe la tendencia a que el gobierno no sea del pue­
NACION EN CRISIS 91

blo. Pero esto no significa en ningún caso el deseo de


que tenga origen foráneo sino que se salga de los es­
tratos humanos que están en mayor contacto con el
suelo. Pero si la masa popular no quiere que el hombre
que ha de dirigirla salga de su propio seno, sí desea
que su gobierno sea para el pueblo, es decir, exclusi­
vamente para la amplia base de la pirámide social. Así
plantea una extraña lucha de clases, lucha en la cual la
clase media, esa medianía angustiada que lleva sobre sí
la parte activa de la estructura del Estado, se ve obli­
gada a sufrir desde arriba y desde abajo el contracho­
que violento del combate de los extremos.
El pueblo, la gran masa democrática, pretende que
toda Ley, todo beneficio, todo principio se nivele por
lo bajo o deje por fuera cuanto se encuentra por enci­
ma de las verdaderas clases “populares”. En estas
condiciones él puede seguir y hasta adorar a un hom­
bre, pero declara guerra abierta a cualquier tipo de mi­
noría. Y una de las peores crisis por la que Colombia
atraviesa en la actualidad es la carencia de minorías.
La igualdad política que nivela los derechos de los ciu­
dadanos ante la Ley y la igualdad religiosa que nivela
la conducta de los hombres ante la ética cristiana, nos
han llevado a una generalización desnaturalizada. Un
país que no ha alcanzado un nivel cultural definido,
que no ha llegado a un apreciable grado de civilización
y en donde la educación es altamente deficiente, tiene
que mantener un vigoroso equilibrio entre sus institu­
ciones democráticas y sus minorías. Es cierto que qui­
zás un gran número de hombres puede engañarse me­
nos fácilmente en sus juicios que un grupo reducido;
que puede juzgar mejor y dejarse arrebatar menos fá­
cilmente por el impulso de las pasiones, pero tampoco
puede olvidarse que la intensidad del pensamiento, la
claridad intuitiva, la exactitud en el razonamiento çs-
92 JULIO LONDOÑO

tán en razón inversa del número y que por este solo


hecho la reducción del número merece un cierto res­
peto. A medida que la multitud crece aumentan las
posibilidades del predominio de la parte afectiva sobre
el intelecto. Es cierto también que siendo tan dispar la
manera de pensar entre los hombres que han de adop­
tar necesariamente una norma para regular su vida, el
consenso de la mayoría tiene fuerza de ley; pero es in­
dispensable que un núcleo de hombres entendidos en
la materia ilustre hasta donde sea posible el criterio
popular para que el charlista y el demagogo no sean
quienes guíen la República y le señalen el camino, y la
democracia se convierta en una farsa y más aún, en un
peligro.
Una de las más bellas bases que pueda tener la idea
de la democracia pura es la oportunidad que a todos se
dá para escalar los más altos puestos en cada una de las
ramas de la ciencia, de la política o de la estética. Esta
igualdad de posibilidades la coloca por encima de
cualquier otra forma de gobierno; pero no es da­
ble tampoco, y menos aún los pueblos nuevos, que
por el solo hecho de que exista una paridad en las
oportunidades se quiera establecer la paridad en los
resultados últimos. Hay ciertas calidades de la eficien­
cia personal, aptitudes innatas, de capacidades de vo­
luntad para el logro de un fin propuesto, que muestran
una trágica e inalterable diferencia entre los humanos,
diferencia que no puede borrarse dentro de la ordena­
ción precisa de la naturaleza. La partida para la gran
carrera de la vida puede ser idéntica para todos pero
en la llegada a la meta habrá forzosamente disparida­
des apreciables; y son precisamente los que han mos­
trado las mejores aptitudes en el evento los que han de
seleccionarse para los casos posteriores. Por eso, una
de las grandes cruzadas que deben emprenderse para
NACION ËN CRISIS 93

la conservación del orden gubernamental qué hemos


escogido, será llevar al conocimiento de todos los co­
lombianos que el mantenimiento de esta ley contribuye
más que ninguna otra a mantener la democracia a fin
de que ésta no se arruine por exceso de democracia.
Hemos invertido los términos y vamos adquiriendo un
concepto falso de lo que la democracia significa; no
por lo que deba darse a todos iguales oportunidades
para visar los más altos puestos en la dirección de las
actividades del Estado existe la libertad para que to­
dos los ocupen. Esta inversión de los términos es lo
que hace que los intrigantes lleguen primero que los
idóneos y los audaces más pronto que los competen­
tes. Tal procedimiento significa no solamente una ter­
giversación de los principios democráticos sino un gol­
pe de muerte para ellos porque es un hecho demostra­
do hasta la saciedad por la experiencia que los hom­
bres que sin mérito alguno llegan a escalar las más al­
tas posiciones se tornan de una enconada hostilidad pa­
ra con quienes compartían con él los azares de la vida:
el bandolero pide más severidad a la justicia, el labra­
dor clama por el latifundio y el limosnero busca la so­
lución en la oligarquía.

La nivelación por lo bajo es además un esfuerzo


demasiado costoso para cualquier país, y si este país
está en formación y sufre sus grandes transformaciones
iniciales, la tarea se vuelve titánica, para no decir impo­
sible. La selección de minorías auténticas es para nos­
otros tan importante como la depuración de la justicia;
el procedimiento contrario es antinatural y más que
antinatural es antihistórico porque todo lo grande que
hasta ahora ha tenido el país ha sido obra de minorías.
94 W H O LONÜÖtfa

Obra de minorías fueron nuestra guerra magna y nues­


tras revoluciones políticas; y lo son también los débi­
les rasgos de nuestra cultura en los ramos del dere­
cho, de la literatura, de la educación y del progreso, y
quizás obra de minorías es nuestra misma democracia.
CAPITULO IV

EL ESPACIO

Espacio no es poder; pero todas las naciones que


con sus hazañas grandiosas han llenado las páginas
más brillantes de la historia, han sido siempre dueñas
de un gran espacio. Por eso los pueblos que poseen
una concepción especial decreciente, un sentido de la
extensión que va de las áreas mayores a las menores,
tienen una instrucción declinante de su grandeza y una
fé transigente en su porvenir.
Bolívar fue el último hombre nuestro que compren­
dió el poder dominante de la extensión. Sus luchas por
la realización de los conceptos espaciales son, en sus
fracasos, más perdurables y grandiosas que la Cam­
paña admirable o la epopeya del Sur. El bosquejo me­
lancólicamente destrozado de su Panamérica en el
congreso de Panamá, es más resonante que Junín y
Ayacucho; y la pasajera intención de la Gran Colom­
bia tiene un valor más perdurable que Boyacá y Ca-
rabobo.
La despreocupación por el espacio se inicia en Co­
lombia, con Santander. En sus manos se dividió la
Gran Colombia. Sus compañeros de distribución en
Quito y Venezuela fueron Páez y Flórez; la magnitud
y personalidad de sus asociados en tan trascendental
acontecimiento histórico no presta mucho mérito a la
gloria de Santander. En ese paso fue honrado pero cie­
go. Era “el Hombre de las Leyes”. La administración
de una parcela más reducida representaba para él una
96 JULIO LONDÖftO
mayor eficiencia en la regulación de los preceptos cons­
titucionales. Aquellas extensiones inmensas cuyos lí­
mites parecían perderse en el infinito chocaban con
sus concepciones precisas de hombre de Gobierno.
Santander fue un grande hombre pero no fue un ge­
nio. Prefería la convergencia del imperio de la Ley a
la inseguridad de una aventura histórica. Pero el espa­
cio no es una dimensión, es una fuerza que supedita
el proceso histórico de las naciones. La nación que
«juega con el espacio juega con el destino.
Para darnos cuenta de la forma como nuestra ex­
tensión ha ido disminuyendo al ritmo de los aconteci­
mientos históricos, debemos observar el siguiente cua­
dro: (1).

Año Superf. en k12. 1


Diferencias Acontecimiento histórico
Postrimerías del Virrei­
1805 2.100.000 nato.
1810 1.569.900 Grito de Independencia.
1819 3.064.800 Formación de la Gran
Colombia.
1830 1.138.355 1.169.900 Disolución de la Gran
Colombia.
1857 1.569.900 21.600 Confederación Grana­
dina.
1905 1.548.300 30.000 Separación de Panamá.
1951 1.518.300 379.145 Crisis de Post-guerra.
1925 1.139.155 1 800 Ultimos tratados.

Esta disminución espacial arroja una diferencia de


1.600.000 kilómetros cuadrados en 100 años de vida

(1) (Datos de la Contraloría General de la República al


Congreso científico americano reunido en Washington del 10
al 18 de mayo de 1940).
NACION EN CRISIS 97

independiente lo cual constituye la cifra verdaderamen­


te aterradora de 16.600 le2, anuales.
No puede negarse que las naciones tienen concepcio­
nes espaciales tan difereiites como las de los indivi­
duos. No obstante, dos tipos predominan. Unas se in-
trovierten: tienen un sentido geográfico centrípeto; to­
da su fuerza en relación con la extensión se dirige de la
periferia hacia el centro; la inversión en la dirección
de esta fuerza las desazona e intimida, les produce una
sensación intranquilizadora de imperio, en la cual no
pueden ver la fuerza expansiva como una urgencia te­
lúrica sino como una ansiedad de dominio en que se
adivina un conquistador al cual no han de ser extra­
ños la corona y el cetro. Las otras, en cambio, llevan
en sí un ansia de crecimiento que irradia del núcleo
central hacia las fronteras, y sienten deseo de llevar
más allá de sus límites, si no sus ejércitos, al menos su
comercio y su industria, su cultura y su religión, su po­
lítica y su lengua. La inmovilidad de las fronteras les
produce una sensación angustiosa de la asfixia. Tienen
una conciencia nacional centrífuga.
>Nosotros pertenecemos a la primera categoría. Nues­
tro concepto espacial tiene un sentido interno, hace
parte de nuestro mundo interior; somos demasiado in-
telectualizados para que pueda tentarnos el demonio
de la conquista; no tenemos el menor afán de cambiar
la forma geométrica que entre el destino y nuestra po­
lítica exterior nos han señalado. La distancia a que el
núcleo fuerte de la población colombiana se halla del
mar y la naturaleza selvática y hostil que nos circun­
da, influyen decisivamente en este asunto. Y vivimos
aislados, casi sin contacto exterior alguno, sintiendo la
fuerza nacional hacia dentro, sin acordarnos de que
5
98 JULIO LONDOÑO

cuando un pueblo se aísla, aunque pueda ser más feliz,


se introvierte, no tiene punto de comparación para me­
dir su propia grandeza y por eso la superestima y exa­
gera; cree que las luchas y tropiezos son un pesado pa­
trimonio para los otros pueblos y no toma en cuenta
los síntomas alarmantes que pueden anunciar, como
heraldos invisibles, las propias catástrofes. Y cuando
un acontecimiento de carácter universal o continental
lo coloca frente a una tragedia que tiene que afrontar
fatalmente, sus falsas apreciaciones se ponen de relie­
ve y lo que juzgaba como don supremo se convierte a
menudo en una carga dolorosa y pesada.
Pero al aislamiento que nos reduce el contacto con
el mundo y a la intelectualización que trata de alejar­
nos de todo aquello que tiene raíces materiales, viene
a sumarse la abundancia de elementos, provenientes de
las riquezas naturales, las cuales nos proporcionan, pa­
ra el bajo standard de vida que la nación lleva, opu­
lencia de medios para subvenir a las necesidades pri­
mordiales. Y por paradójico que pueda parecer a pri­
mera vista, estas tres condiciones conjugadas nos ha­
cen interesarnos poco, extremadamente poco, por nues­
tro suelo.^Nos desconocemos; ignoramos nuestra geo­
grafía, no tenemos noción cierta de lo que poseemos,
ni de la capacidad de nuestra raza, ni de nuestras ri­
quezas naturales, ni de las posibilidades de que pode­
mos disponer; y como sólo se ama lo que se conoce,
nuestro propio desconocimiento lleva rectamente a un
debilitamiento del amor patrio. No sentimos en nos­
otros, como otros pueblos de América, ese sentimiento
nacionalista, radical, firme, invariable, que si bien es
cierto que produce a veces actitudes egocéntricas no es
menos cierto que afianza la simbiosis entre el hombre
y la tierra, y forma entre ella y la sangre una unidad
indestructible. El sentimiento patrio entre nosotros lie-
NACION EN CRISIS 99

garía a su límite justo el día en que nos conociéramos


mejor. Quizás el patriotismo no es otra cosa que el
amor por una nación mejor conocida.
Pero no está lo malo en tener ese sentimiento intro­
vertido en materias espaciales. No. El dramatismo ra­
dica en que de una manera inexplicable vamos pasan­
do año tras año de las áreas mayores a las menores. En
cada época nuestra historia nacional se desenvuelve
dentro de límites más estrechos; es una historia en
menguante.
Si buscamos hondamente la causa de situación tan
peculiar encontramos que se debe de manera casi ex­
clusiva a nuestra repugnancia por todo aquello que
pueda producir una desavenencia internacional. Por
eso vivimos olvidados de nuestras fronteras. Toda la
actividad pensante del pueblo colombiano converge
hacia el interior. El desenvolvimiento de la vida nacio­
nal, en las proximidades de nuestros límites, nos tiene
sin cuidado. Pero cuando un acontecimiento cualquie­
ra que proviene del exterior toca la frontera, el pueblo
entero vibra con un sentimiento alterno de patriotismo
y prudencia. Debido a esto, incidentes sin importancia
para otros resultan para nosotros de gran trascenden­
cia. La cercanía de una lancha, la proximidad de un
general o el paso de un obispo por el exterior de nues­
tra frontera nos puede llevar a un histerismo hiperesté-
sico. Los rumores se extienden por todas partes como
una mancha de aceite y todo el país se convierte en una
república de comadres.
La patentización de la posibilidad de un conflicto
internacional o de un mal entendimiento entre dos Es­
tados, sustenta a menudo el patriotismo; alerta la fé
en el propio destino; aguijonea los reflejos de defen­
sa; sostiene a la nación despierta y conserva viva esa
100 JULIO LONDOÑO

“flama” que hace perdurar una actitud al mismo tiem­


po activa y vigilante.
Pero esta consideración no reza con nosotros. No es
el temor a la muerte ni al advenimiento de la catástro­
fe con sus mil circunstancias sangrientas lo que nos
hace pensar de este modo. Es la pereza de dejar una
vida regalona, de destruir la tranquilidad, de alterar
la vida intelectualizada y rutinaria. Por eso al menor
incidente pensamos en seguida en el derecho. Para re­
sistir a la villanía de cualquiera embestida internacio­
nal de carácter bélico o diplomático vestimos nuestra
armadura de derecho. Tan fuerte la hemos forjado que
nos ha inmovilizado para cualquiera actitud ofensiva.
Pensamos en el derecho para buscar la tranquilidad ol­
vidándonos por completo de que en las grandes emer­
gencias una nación debe pensar antes en sí misma que
en el derecho, y que, cuando se trata de política inter­
nacional y se apela al derecho por la repugnancia que
produce el advenimiento de hechos angustiosos, se ob­
tiene a menudo como resultado una injusticia. Las de­
rrotas más dolorosas para un pueblo son las que tie­
nen su origen en el derecho.
Este afán de buscar el sosiego como objeto primor­
dial basándonos en un concepto legalista no ha dado
resultados brillantes en nuestra política internacional;
nos ha llevado a la conclusión de tratados que si bien
dejan a salvo el honor nacional y eliminan toda posi­
bilidad de conflicto inmediato, no tienen futuro. La
geopolítica no ha entrado en ellos para nada; la mani­
festación de la política continental o mundial no se
han tomado en cuenta. Contra geopolítica y futuro
hemos puesto honra y paz y sobre esta base se ha des­
arrollado nuestra diplomacia. El tratado sobre el Río
de Oro ha debido tener como base la política mundial
NACION EN CRISIS JQ J

del comercio del petróleo; el que nos permitió salir


al Amazonas por el incómodo corredor del Trapecio
de Leticia ha podido concluirse desde el punto de vista
de la dinámica del medio exterior más fuerte, que pre­
dominaría por muchos años sobre una punta geográ­
fica cuyo interior es más débil que el medio circun­
dante; el de la penetración audaz del suelo brasilero a
partir de la piedra del Cocuy hacia el O. y el de la lí­
nea Tabatinga-Apoporis, debieron considerar pri­
mero que todo la marcha pausada pero firme del Bra­
sil hacia el Pacífico, de acuerdo con las normas de la
llamada “Proyección continental del Brasil” y en con­
cordancia con los grandes ejes del comercio del mun­
do. Por eso ya nadie recuerda nuestros viejos límites
por el Ñapo, ni nuestro dominio del Alto Amazonas,
ni nuestra extensa comarca que encerraba el encuen­
tro del Caquetá y el Putumayo con el Amazonas.
Pero yerra quien confunda ese pertinaz deseo de paz
con la falta de valor del pueblo de Colombia. Nuestro
pueblo es capaz de llegar a situaciones que no pueden
sostenerse sino a base de heroísmo; su capacidad de
reacción ante cualquiera ofensa internacional es in­
mensa; su patriotismo llega a adquirir contornos místi­
cos. Esa modalidad se debe a la pereza del cambio de
vida; a la negligencia para tener que afrontar situa­
ciones dramáticas de origen externo. Mas cuando es­
tas condiciones se han vencido pueden alcanzarse re­
sultados incalculables en el campo de la resignación y
del sacrificio.
Pero en los largos períodos en que todo mal enten­
dimiento internacional es remoto, el olvido por las zo­
nas nacionales fronterizas recobra su poder habitual.
Un ejemplo bastaría para demostrarlo: la nación co­
lombiana está encerrada dentro de un extraño parén-

BANCO DE LA REPUBLICA
31BLJOTSCA LUIS-ANGEL ARANGO**
CATALOGACION
102 JULIO LONDOÑO

tesis; al Oriente está la zona formada por la raza indí­


gena; al Occidente el constituido por la raza africana.
El indio se alargó por la frontera desde la Guajira has­
ta las postrimerías de nuestros límites con el Ecua­
dor; el negro va desde el Litoral Atlántico, siguiendo
la costa, hasta encontrar de nuevo los límites con la
nación ecuatoriana. Sólo hay dos sitios afortunados en
que este circuito social se interrumpe brevemente: el
paso de Ipiales a Tulcán en la frontera del Sur y el del
Rosario-San Antonio en los límites con Venezuela.
Fuera de estos dos contactos lo demás permanece está­
tico. Pues bien, los trescientos mil indios que forman
la parte oriental del paréntesis jamás han constituido
para nosotros la menor preocupación; no tenemos, co­
mo en el Perú, Venezuela y Bolivia, problema indíge­
na. Los capuchinos, españoles en su mayoría, se han
encargado, a cambio de algunas partidas avaramente
dosificadas, de quitarnos de encima esa mortificación.
Pero el capuchino piensa primero en la evangelización;
esa es su tarea básica, de por sí ardua ya que el am­
biente selvático en que el indio vive es la raíz de
creencias animistas casi imposibles de suplantar mien­
tras no se cambie de habitat. La civilización, si fuere
posible, vendrá después; quizás ha hecho más en aque­
llas regiones por la civilización del indio el comercian­
te inexcrupuloso que el capuchino apostólico. Y mien­
tras tanto, el pueblo, acaballado sobre las cordilleras
del interior, se olvida de todo aquello tan lejano y, pa­
ra él, tan insignificante. Y entre los indios, hoy como
ayer, los guajiros siguen imponiendo con aterradora
frecuencia y en forma atroz la pena de muerte por ra­
zones estúpidas y baladíes; los motilones, próximos a
la parte norte de la frontera venezolana, extienden la
muerte y el canibalismo por todos los contornos y su
ferocidad inigualable sumada a su aspecto repugnante
NACION EN CRISIS 103

de pigmeos con desmesurada y ancha cabeza de rostro


de animal de presa, recuerdan la tesis de Mary Somer­
ville en que sostiene que los conglomerados humanos
más crueles son los que ostentan rasgos más feos y re­
pugnantes; las tribus del Atabapo llevan adelante su
vida miserable tomando los gusanos como base de su
alimentación, y finalmente, en la región amazónica si­
gue practicándose, año tras año, la gigantesca fiesta
denominada de la “Moca-Boa”, el más fantástico es­
pectáculo de crueldad, de degradación y de miseria
que pueda contemplarse.
*
* *
Pero si la extensión disminuye, no sucede lo mismo
con la población que ocupa el territorio. Aquí la si­
tuación es contraria; la población aumenta a un ritmo
acelerado, casi vertiginoso. El siguiente cuadro, que co­
rresponde exactamente aí decrecimiento del territorio,
puede darnos una idea clara:

Años Población Epoca

1803 1.046.641 Postrimerías del Virreinato


1810 ? Grito de Independencia.
1819 1.100.000 Formación de la Gran Colombia.
1830 1.686.038 Disolución de la Gran Colombia.
1857 2.136.976 Confederación Granadina.
1905 4.143.632 Separación de Panamá.
1928 7.851.110 Ultimos tratados.
1951 11.600.000 Epoca actual.

Gomo puede verse, cada momento histórico nos sor­


prende con un desdoblamiento de la población. Pero
a pesar de esa inversa relación entre el acortamiento
104 JULIO LONDOÑO

de la superficie y el alargamiento demográfico, la ocu­


pación del país ha marchado a un paso desoladora-
mente lento. A un incremento humano del 100% ape­
nas si corresponde un aumento de ocupación del 10%.
Los vacíos humanos con que contaba el suelo colom­
biano hace veinte años son sensiblemente los mismos
con que cuenta hoy día. Y si es cierto, como parece
haber sido claramente demostrado, que la capacidad
de un país se mide más seguramente que por otro me­
dio cualquiera, por la capacidad para ocupar su pro­
pio territorio, no cabe duda de que esto acusa una fa­
lla considerable en la energía nacional.
Si intentamos estudiar las causas primordiales de
este hecho notamos enseguida que quizás la más
importante de todas es la atracción que sobre el co­
lombiano viene ejerciendo la ciudad. La ciudad va ab­
sorbiendo el campo con una poderosa fuerza de suc­
ción que día a día adquiere una velocidad acelerada.
Parece como si bajo la presión del recuerdo doloroso
de los sufrimientos que la raza ha venido soportando
en el campo, huyera como de una pesadilla, al pobla­
do en donde su miseria, la mayoría de las veces, ten­
drá caracteres más deprimentes.
La tendencia es tan fuerte que las vías de comunica­
ción que desde las capitales se abren como abanicos en
todas direcciones tratando de penetrar en el campo,
no hacen más que agravar el problema. Desde el pun­
to de vista humano la carretera que parte de la ciudad
hacia el campo no lleva hombres sino que los trae, no
sirve para que el individuo salga de la ciudad sino pa­
ra que llegue a ella. Cada vez que entre dos ciudades
importantes se establece una buena vía de comunica­
ción, el primer paso de quienes viven en el campo ale­
jado es acumularse sobre ésta, formar un ecumen li­
NACION EN CRISIS 105

neal, tratar de agruparse forzadamente a los lados de la


vía para estar seguros de poder, en un paso próximo,
llegar a la ciudad. No se trata de un fenómeno comer­
cial sino de una aspiración espacial. La demostración
es bien clara: a medida que las vías son más difíciles
e incompletas la ocupación adquiere mayor profundi­
dad. Esta ocupación en profundidad fue el hecho na­
tural durante el predominio del caballo y de la muía
como medio único de transporte. El automóvil trajo
la aglomeración lineal o concentrada. El buey, como
elemento transportador llevó el tráfico y la coloniza­
ción a todos los rincones de Antioquia y Caldas. El ca­
mión está realizando la tarea contraria.
Atraídos por la fuerza hipnotizante de la ciudad los
hombres quieren extraer a la tierra lo que necesitan
para la vida pero ciñéndose cada vez más a las áreas
urbanas. Esto hace que los terrenos próximos a aque­
llas se subdividan en forma impresionante y que la tie­
rra, trabajada siempre con medios primitivos, se can­
se, y en consecuencia sobrevenga el remolino difícil de
desviar que está constituido por la creciente escasez
de elementos y el alza del costo de la vida.
Pero lo más significativo de este fenómeno consiste
en que la atracción ciudadana está en razón directa de
su espíritu público, de su capacidad para desarrollarse
y engrandecerse. En ciudades como Neiva, el Banco,
Mompós, Pamplona y en general todas aquellas cuyo
ritmo progresivo es lento, casi insensible, la ocupación
del territorio en profundidad sigue siendo una reali­
dad. Pero en aquellas en que el vértigo del progreso
parece renovarse de continuo, Barranquilla, Pereira,
Armenia, Calarcá, la inmigración campesina adquiere
caracteres de catástrofe.
1

106 JULIO LONDOÑO

*
* *
Esta acumulación en la ciudad no presenta si­
no un aspecto del drama que surge de la comparación
de los fenómenos del crecimiento demográfico y la
ocupación del país. Hay otro de interés sumo. Se tra­
ta del material humano en relación con el citado cre­
cimiento. Somos una República de ciudades y la ciu­
dad atrae al campesino y lo fija. La ciudad es por sí
estéril. Para porcentajes iguales, de cada 100 naci­
mientos 30 corresponden a la ciudad y 70 al campo.
Por otra parte, la fecundidad es hermana de la mise­
ria. A medida que una raza es más pobre, más débil,
menos seleccionada, la natalidad es más próspera. Es­
tadísticas exactas llevadas pacientemente en diversos
países muestran que la natalidad es inversamente pro­
porcional a las cuentas de las cajas de ahorros y a los
depósitos bancarios. Cada vez que un hombre abre
una cuenta bancaria mata un hijo; la riqueza esterili­
za el cuerpo y el espíritu. Son por tanto las clases des­
validas de nuestro país, y que viven en circunstancias
más precarias, las que más velozmente se reproducen.
Parece como si la voluntad del mundo, en un supremo
esfuerzo por perpetuarse, alimentara la fecundidad de
estas castas para que, por abundancia del producto,
sobreviviera siquiera una pequeña parte.
Así ha podido llegarse a establecer que el número de
hijos es tanto más reducido cuanto la ciudad es más
importante. La repartición de los nacimientos según
los barrios de las grandes ciudades muestra también
que la natalidad varía en razón inversa del grado de
bienestar. Y mientras más preponderante es la ciudad,
más cierta es esta ley.
Y lo mismo sucede con las selecciones. A medida
que la cultura aumenta la natalidad disminuye. Las
NACION EN CRISIS 107

mismas estadísticas muestran esta escala de fecundidad.


En los patrones: en la industria 3,8; en la agricultura,
7,7; en el comercio, 3.4; en las profesiones liberales, 3.
Y en los subalternos: Empleados 3; Ejército, 3,2;
obreros 4; marineros y pescadores 4,9.
Así, pues, no deja de haber un fondo de amargura en
la alegría que nos produce el desmesurado crecimiento
de nuestra población. La contribución mayor a este
crecimiento la aportan las regiones apartadas a donde
la civilización llega con dificultad, las comarcas mal­
sanas en donde la asistencia médica es deficiente o nu­
la, las capas ciudadanas que se hacinan en tugurios
acosadas por la miseria y los conjuntos sociales cuya
selección parece haber perdido toda esperanza de re­
dención.
La forma como la voluntad del universo quiere ase­
gurar la supervivencia a través de la fecundidad en es­
tos medios menos afortunados parece demostrarse por
las trágicas estadísticas de morbilidad infantil que se
indican para los tres Departamentos más ricos del país,
Caldas, Valle y Antioquia.
En 1948 por cada 100 defunciones el porcentaje de
niños era el siguiente:
Caldas . 42,4%
Valle . . . 39,7%
Antioquia 37,9%
Y en el mismo año, por cada 100 defunciones de
niños menores de dos años el porcentaje subió así:
Caldas 54%
Valle 50,3%
Antioquia 47,7%
Ahora, el siguiente cuadro nos demuestra la reali­
dad trágica del país en este sentido a medida que cre-
108 JULIO LONDOÑO

ce la población y que el Estado trata de aumentar los


servicios de asistencia social:

Defunciones Defunciones Porcentaje de


Años en menores de en menores de defunciones en
1 mes 1 año menores de 1 mes
1940 14 926 40.917 36,5
1941 16.870 45.680 36,9
1942 17.850 48.514 36,8
1943 16.720 49.692 33,6
1944 17.932 49.479 36,2
1945 17.264 48.566 35,5
1946 17.455 51.264 34,0
1947 19.030 50.139 38,0
1948 19.061 51.673 I 36,9

Nunca país alguno había mostrado mayor cantidad


de madres estériles!!
Y otro aspecto desolador y paradójico en estas cues­
tiones de aumento de población sucede con nuestra má­
xima riqueza: el café. Alguien ha dicho que cada gra­
no de café le cuesta al pueblo colombiano una gota de
sangre. La fecundidad de las zonas más cafeteras va
en aumento, pero la mortalidad infantil adquiere ca­
racteres dramáticos. El café nos enriquece pero nos
derrumba. Las regiones cafeteras ofrecen en to­
do momento al pueblo colombiano una traidora embos­
cada: un clima templado y deleitoso, un cielo azul, un
sombrío de grandes árboles tropicales que extiende sus
ramas protectoras formando un paisaje atrayente y
maravilloso y que dan al conjunto una sugestiva pe­
numbra; los cafetos cargados de flores dispuestos con
una simetría cautivadora, ocultan tras de cada hoja mi­
llones de anofeles que esperan como bandoleros el paso
NACION EN CRISIS 109

de un hombre para sembrar en él la malaria, que tiene


la misma palidez de la muerte.
Sólo en las postrimerías del año de 1951 se dio el
grito de alarma; por fin el Ministerio de Higiene logró
conmoverse con el agigantamiento de las cifras que
arrojaban los datos negligentemente recogidos por él
mismo, y en un arranque de angustia decidió no se­
guir guardando las tremendas estadísticas en esos ar­
chivos de las oficinas públicas que tienen un típico ca­
rácter sepulcral, sino lanzarlos a la faz de los colom­
bianos tratando de conmoverlos en alguna forma.
Muchas de estas cifras tienen una magnitud vertigi­
nosa:
Muertos en el país a causa de la malaria:
1948 89.727
1949 100.199
1950 91.551
Pero téngase en cuenta que estas cifras sólo repre­
sentan los casos en que la enfermedad fue diagnostica­
da y constatada oficialmente por un médico. Así, pues,
apenas si representa una parte muy pequeña de los es­
tragos de la tragedia. Porque de acuerdo con los cálcu­
los hechos por los técnicos nacionales y extranjeros,
anualmente se presentan en Colombia 700.000 casos
de malaria, lo que dá un porcentaje de 4.000 defuncio­
nes por cada 10.000 de las defunciones totales.
El tremendo flagelo del pián en la costa del Pacífi­
co alcanza una incidencia de 49,2% en la población
humana, y pasa orgullosamente de padres a hijos co­
mo un atributo familiar. En la misma región la pobla­
ción parasitada alcanza al 75%, y en la sola subregión
del valle de los ríos Atrato-San Juan el porcentaje se
eleva al 98%.
110 JULIO LONDOÑO

En esta forma puede seguirse la relación de mu­


chas enfermedades en que alcanza sitio preponderante
la tuberculosis. Pero afortunadamente los Estados Uni­
dos han logrado que el Servicio Interamericano de Sa­
lud Pública se úna a los esfuerzos del Gobierno de Co­
lombia para empezar una vasta campaña de salubri­
dad a la cual aportan con largueza dinero y técnica.
De esta manera se produce una desproporción alar­
mante entre el elemento demográfico y la capacidad del
Estado para mantenerla. No hay dinero suficiente pa­
ra la construcción de Esculas para tantos niños; el
analfabetismo se agiganta y la cultura disminuye; los
servicios médicos no consiguen atender a tanta gente
y la vitalidad del país se aminora; los servicios de las
ciudades y del Estado no corren parejas con el creci­
miento, y la deficiencia cunde por todas partes; la jus­
ticia no puede ensancharse en la proporción requerida
y la depravación y el desafuero, la muerte y el robo, la
inseguridad y la violencia se multiplican por todas
partes.
*
* *
Pero si de tan lamentable manera nos olvidamos del
espacio en sí mismo a pesar de que por todas partes
nos cerca, y la mayoría de las veces nos recuerda su
presencia con manifestaciones que se oponen a nues­
tras esperanzas, con mayor razón careceremos de to­
da preocupación por las relaciones espaciales cuya na­
turaleza es más sutil y cuyos efectos son menos palpa­
bles aunque más intensos y trascendentales.
En la existencia de toda nación la suerte, el sino, el
azar, el destino, como quiera llamársele, interviene en
una escala más amplia que en la vida de los individuos:
no puede escoger sus riquezas naturales y sinembargo
NACION EN CRISIS 111

lo mismo la pueden llevar a la prosperidad que a la es­


clavitud; está caracterizada por grandes planicies o ele­
vadas cordilleras, por regímenes fluviales que forman
el sistema arterial de su territorio o por comarcas se­
dientas, todo lo cual definirá su vida interior y pondrá
un sello imborrable en el carácter de sus habitantes;
tendrá una extensión territorial que si es dilatada dará
un sentido imperial y conquistador a su política, y si
reducida la obligará a vivir de continuo encerrada den­
tro de sí misma y en expectativa hacia las más leves
presiones externas; estará fatalmente en una zona de
clima óptimo y estimulante que le permita dar libre
curso a sus energías físicas y mentales, o tendrá que
soportar la angustia de un clima invariable, rudo y hos­
til, contra el cual tendrá que luchar de continuo para
poder llevar adelante su propia vida.
Pero a pesar de todo este fatalismo de la geografía
que podría verificarse hasta la saciedad, sea repasan­
do la historia o realizando un simple cotejo entre el
suelo de las naciones y su existencia actual, ninguno de
esos factores en que el destino interviene tan palmaria­
mente, influye de modo tan claro en la vida de un Es­
tado como las relaciones espaciales. La inmediata ve­
cindad de una nación poderosa, la participación en un
mar conveniente, la proximidad de las grandes líneas
de comercio mundial, la ubicación en un istmo o estre­
cho a través del cual se adelgazan los grandes caminos
del mundo, la proximidad o alejamiento de los gran­
des centros de poder políticos o económicos de los
continentes y muchas otras de estas relaciones cuya
enumeración sería prolija, forman el substratum de la
historia de todo pueblo. El desenvolvimiento económi­
co de los Estados Unidos y el poder marítimo de In­
glaterra, la esclavitud de Gibraltar o el atraso de las
tierras centroafricanas, la angustia política de Bolivia
112 JULIO LONDOÑO

y el imperialismo ruso, la prosperidad de la Argentina


y la sangrienta historia del Rhin, y mil cosas más que
se levantan en torno nuestro, no son otra cosa que pro­
ductos netos de las relaciones espaciales.
Cuando la miopía de un país le veda la contempla­
ción de estas relaciones no podrá orientar su diploma­
cia, dirigir su comercio, encauzar su historia o calcu­
lar su porvenir. Es un país ciego que jamás se expli­
cará el porqué de ciertas situaciones afortunadas en
la dirección probable de las grandes catástrofes. Sola­
mente las naciones que las analizan están seguras de
sí mismas y no se ven sometidas a que su vida sea un
continuo juego de suerte y azar.
Pero el caso colombiano se agrava a este respecto en
el sentido de que no solamente no quiere o no puede
percibir estas vinculaciones espaciales, sino que las ha
reemplazado por otras que tienen su origen en la imagi­
nación popular. Vivimos pensando en la importancia!
de nuestra influencia en la política mundial, en nuestra'
primacía en el continente, en la situación privilegiada
que dentro del concierto universal nos asegura la parti­
cipación en la zona ecuatorial, y muchas otras cosas
por el estilo que sostenemos vehementemente pero que
comprobamos en forma débil. Porque parece que tu­
viéramos miedo a confrontar la situación, confronta­
ción que traería al país en pocos días más beneficios
que en muchos años de propaganda equivocada. En
materia internacional conocer la propia situación apor­
ta más ventajas que el conocimiento de la propia his­
toria. La fijación de las relaciones espaciales de la Re­
pública sería una labor mucho más sencilla e infinita­
mente más beneficiosa que la actual impulsión de las
ciencias y de las artes. Y hay que hacer frente a esta
tarea. Los frutos serán placenteros aunque las raíces
sean amargas; su patentización nos dará vigor para im­
NACION EN CRISIS 113

pulsar la vida nacional aunque su hallazgo parezca hu­


millante y aún antipatriótico a primera vista. Así sal­
dremos de ese aislamiento mitad prisión y mitad hol­
gura en que hemos vivido hasta ahora. Creemos que
nuestro ambiente de reducto habrá de traernos muchos
beneficios olvidándonos de la frase de Goethe: “El ais­
lamiento puede formarlo todo menos el carácter”.
A fin de fijar las ideas sobre nuestra visión equivo­
cada de las relaciones espaciales, tomemos como ejem­
plo, entre los mil que pueden ofrecerse, uno: el que ha­
ce referencia a nuestra situación respecto a la marcha
de la política mundial.
Hacia el N. del ecuador se hallan situadas las cua­
tro quintas partes de la superficie continental del mun­
do y los nueve onceavos de su población total. Parece
claro así que todos los grandes acontecimientos histó­
ricos se hayan sucedido en aquella parte. No se ha re­
gistrado el hecho de un solo imperio de consideración
que haya tenido asiento en el hemisferio Sur. Y aquí
empezamos a reducir nuestras ilimitadas esperanzas.
Basta ahora abrir la historia universal para darse
cuenta de que los acontecimientos primordiales que en­
cierra han girado siempre alrededor de una comarca
precisamente definida por la ancha planicie enclavada
en el Grieníe Europeo y encerrada en su totalidad por
la parte centro-oriental de Alemania y el correspon­
diente sector occidental de Rusia. A través de esta re­
gión se han efectuado a lo largo de los siglos las mar­
chas y contramarchas, las migraciones e invasiones que
han transformado radicalmente el hemisferio oriental.
Para lograr la conquista de esa zona se han realizado
todas las guerras y los intentos de dominación que han
partido de la periferia de Eurasia; y huyendo de su in­
fluencia avasalladora las regiones adyacentes se lanzan
114 JULIO LONDOÑO

con sus flotas o sus ejércitos a la toma del mundo que


está más allá del horizonte. Por eso este sitio fue de­
nominado “el pivote geográfico de la historia”.
Pero a pesar de que los hechos importantes que en
esta área se suceden tienen una repercusión casi mun­
dial, la influencia inmediata y definitiva repercute en
el espacio que la circunscribe el cual va desde el río
Yangtsé en el occidente de Asia, hasta las proximidades
del Misisippi en la margen oriental de los Estados Uni­
dos, alargándose entre estos dos ríos como una faja cu­
yo límite septentrional puede establecerse en el norte
de Europa y el sur en el extremo meridional del Medi­
terráneo. Esta faja, cuyo influjo recae sobre la Europa
Oriental y que es a su vez influenciada definitivamente
por ella, ha sido denominada, debido a su vital ascen­
diente sobre los destinos universales, “el corazón del
mundo”. (Heart-Land).
Ahora, si se mira un planisferio se ve sin dificultad
que en el hemisferio oriental, las tres masas continen­
tales, Europa, Asia y Africa, están estrechamente uni­
das, ya que su separación no pasa de ser un hecho no­
minal, y forman por sí mismas una gigantesca isla, “la
isla del mundo” que incluye casi todo el corazón
mundial, la Europa oriental, la mayor cantidad de
materias primas existentes y los ocho onceavos de la
población universal. Quien sea dueño de esta isla gi­
gantesca tendrá el mayor poder del Globo!!!
Estos conceptos de “Europa Orietnal”, “corazón del
mundo” e “Isla Mundial” fueron presentados a la con­
sideración universal desde 1904 por Sir Halford
Mackinder, presidente de la Real Sociedad de Geogra­
fía de Londres, en la forma siguiente: “Quien sea dueño
de la Europa Oriental será dueño del corazón del mun­
do, quien sea dueño del corazón del mundo será el amo
NACION EN CRISIS 115

de la isla mundial y quien sea amo de la Isla Mundial


será el dueño del mundo”.
Pero la opinión universal se preocupó muy poco por
esta idea y apenas si se leyeron unos pocos ejemplares
de la obra en que la teoría se demostraba ampliamen­
te. No obstante, su autor siguió predicándola hasta
1934.
Pasada la primera guerra mundial los alemanes com­
prendieron la exactitud de la doctrina del profesor in­
glés y basándose en ella crearon el famoso Instituto de
Geopolítica de Munich que produjo la asombrosa ca­
dena de triunfos de Adolfo Hitler hasta el momento en
que éste creyendo más en su intuición que en las lógi­
cas advertencias del Instituto, declaró la guerra a Ru­
sia para hacerse patrón de la Europa Oriental que ve­
nía armoniosamente repartida entre dos.
Pasada la segunda guerra mundial ya no quedó du­
da alguna sobre cuál es el sector que sirve de pivote a
la historia. Su control y vigilancia actuales son la clave
del arco en que descansa la política mundial.
Los países adyacentes, es decir, los que se hallan co­
locados en la periferia del Heart-Land, tienen una in­
fluencia muy pequeña en el desarrollo de la política
mundial, pero en cambio, son afectados directa y fuer­
temente por los acontecimientos importantes que en él
se realicen.
Si consideramos a Colombia, observamos que se ha­
lla muy lejos del “corazón del mundo” y por tanto,
que su influencia sobre el régimen mundial es práctica­
mente nula, mientras que, por el contrario, la realidad
de su desenvolvimiento político y la marcha de su exis­
tencia dependen casi exclusivamente de acontecimien­
tos que se suceden fuera de sus fronteras. Un ojo avi-
116 JULIO LONDOÑO

sor o el desarrollo de la capacidad para seguir estos


acontecimientos tendría mucho más valor para la his­
toria de Colombia que mil esfuerzos internos desconec­
tados de la marcha del Heart-Land.
Y aunque en un momento de ceguedad quisiéramos
desprendernos del resto del mundo, no podríamos con­
seguirlo. El mundo ha tenido siempre un centro que ha
sido el punto de convergencia de la actividad política
universal. Se trata generalmente de una ciudad que,
convertida en un núcleo de poder, atrae hacia sí, como
lo hiciera un gigantesco imán, a todos los pueblos que
caen bajo su órbita, órbita que a veces adquiere exten­
sión mundial. Este centro ha venido marchando de Es­
te a Oeste dentro del Heart-Land: Jerusalem, Atenas,
Roma, París, Londres. . . y desde allí ha saltado por
encima del mar y se ha situado en Washington. Nos­
otros, dada nuestra situación geográfica, nos hallamos
profundamente internados dentro del campo de ac­
ción de tan portentoso centro de poder. Querer des­
truir esas ligaduras que nos imponen las relaciones es­
paciales, es demostrar inclinación a la insensatez y pre­
tender entregarnos a ellas, ciega y fatalmente es de­
mostrar demasiada propensión a la esclavitud. Darse
cuenta de la realidad y obrar en concordancia con ella,
es lo justo,, lo patriótico y lo honrado.
Y así como hemos esbozado esta especie de deter-
minismo que nos imponen las relaciones del espacio
que nos ha tocado en suerte ocupar, podríamos citar
muchísimas otras que nos darían una idea clara de la
necesidad de comprender las leyes de la ubicación pa­
ra guiarnos mejor, encauzar más acertadamente nues­
tro porvenir y comprender aquella frase de Rodbach:
“espacio es destino”,
CAPITULO V

EL ESPACIO CONTRA EL TIEMPO

En cuanto se refiere a la afirmación de su existen­


cia el pueblo colombiano tiene una mentalidad geomé­
trica. Para comprender necesita la demarcación de
contornos, la fijación de límites. La arista tiene para
él más valor que la esencia. Es la antítesis de la teoría
bergsoniana.

Nos negamos persistentemente a creer que en la vi­


da de las naciones el tiempo tiene tanto valor como el
espacio y a veces le supera. Porque el tiempo histórico
es una acumulación, un crecimiento. El presente se
nutre del pasado; el hoy es una pequeña parte del ayer.
*Pero para nosotros sólo existe el presente. Es el único
fenómeno temporal que podemos sentir y palpar; la
única duración que contiene geometría.

En esa modalidad nos diferenciamos de las nacio­


nes que hacen del elemento temporal el factor predo­
minante de su devenir, ya sea queriendo despejar el fu­
turo como en la cultura americana o inmortalizar el
pasado como en la cultura egipcia. Nosotros no pode­
mos entender esa secreta relación que existe entre la
magnitud de ciertas obras y sus materiales eternos; nos
son incomprensibles la arquitectura gótica, la gran mu­
ralla, las pirámides mayas de Texala y las ruinas de
Saxahuaman. Aquí todo debe ser ligero, rápido, pasa­
jero. Lo importante es que sea, que pueda verse; no
que perdure. Tenemos al respecto una mentalidad de
118 JULIO LONDOÑO

arcilla. Nada nos importa que mañana haya necesidad


de derrumbar lo construido para edificarlo de nuevo.
Vivimos del presente; queremos implantar ense­
guida todo lo que nos llega de fuera, ya en materia de
teorías sobre arte y ciencia, ya en adelantos de la ci­
vilización; pero las costumbres y modos de actuación
que nos ha impuesto el habitat, pugnan contra esa in­
novación y producen una desarmonía estrepitosa. Ra­
dios y aviones, neveras y medios de comunicación, apa­
ratos complicados y máquinas de una eficacia invero­
símil parecen enquistarse en un medio que no puede
abandonar la lentitud y desaseo, la pereza y la defi­
ciente alimentación, la educación precaria y la falta de
persistencia. Y el resultado en conjunto es un desequi­
librio caótico y absurdo.
Hay un hecho característico que hace más desola­
dora esta circunstancia: la concepción actual de la his­
toria está indisolublemente unida a la geografía; el lu­
gar de todo acontecimiento con sus innumerables rela­
ciones espaciales tiene un valor cuando menos igual al
hecho mismo; y como todo lo que ocurre debe suceder-
se fatalmente en algún sitio, no existen hechos históri­
cos que no sean a la vez hechos geográficos. Pero la
geografía nuestra, por el ambiente tropical, la distri­
bución humana, la posición relativa del país, el com­
plejo orográfico y muchas otras circunstancias, tiene las
mayores complicaciones que puedan darse en todo
América. Y esta formación atormentada del suelo ha
influido sobre nuestra historia en forma tal que la ma­
yoría de las veces la ha condicionado de modo defi­
nitivo tratando de hacerle perder sus hilos vinculares
y dándole tal aspecto de desconexión en sus diferentes
acciones, que para lograr la unidad ilativa que le
corresponde se requiere un esfuerzo enorme, una
constancia prolongada y un adiestramiento seguro.
NACION EN CRISIS 119

Si nuestros hechos históricos tuvieran los amplios


y definidos marcos que tienen en el Perú con sus
regiones típicas de Costa, Sierra y Montaña, en Chi­
le, con su Centro, Norte y Sur, o en Venezuela con su
Costa, Andes y Llanos, el trabajo se simplificaría de
manera extraordinaria; pero aquí, en donde el suelo
tiene una arisca propensión a dejarse someter a la dis­
ciplina de una división lógica y sencilla, la historia
presenta dificultades considerables.
Es preciso sumar a estos inconvenientes de carácter
geográfico nuestra poca afición por el pasado. Sólo el
presente nos toca y nos hace sentir. Por ello la historia
es entre nosotros -principalmente una descripción de
acontecimientos presentes. A medida que se avanza en
el pasado los vacíos van siendo mayores y la intensi­
dad emotiva más débil. Sabemos mucho menos de la
colonia que de la independencia y menos de la inde­
pendencia que de la República. Y esta tendencia
hacia la actualización nos impide apreciar justamen­
te el tamaño de los hombres dé acuerdo con las le-
I yes dé la perspectiva histórica. El más grande para
nosotros es el que está más cercano y por eso hemos
dejado a los héroes encubiertos por un manto de olvi­
do y de silencio; sus virtudes están muy lejanas para
que puedan servirnos de modelo; sus nombres tienen
una fuerza emotiva reducida por el pretérito. Sólo una
cruzada sobrehumana para regresar a ellos puede sal­
varnos. Quizás no otra cosa significa la frase de Schi­
ller: “Ay del país cuyos dioses murieron!!”
El medio más seguro para que la memoria de un
hombre sobreviva, es su vinculación a nuestros siste­
mas políticos. Sin esta circunstancia Bolívar y Santan­
der hubieran sido olvidados hace mucho tiempo. Pero
esta modalidad tiene también un aspecto curioso. Las
120 JULIO LONDOÑO

vidas de Bolívar y Santander adquieren mayor conte­


nido histórico según se aprecien desde el punto de vis­
ta liberal o conservador, punto este primordial para to­
do análisis como lo hemos expuesto en capítulos ante­
riores; y sinembargo, Bolívar fue un radical mucho
más extremista que Santander y éste un conservador
mucho más tradicionalista que Bolívar. Pero las cir­
cunstancias finales de sus dos existencias gloriosas, es
decir, aquella parte de sus vidas que está más cerca de
nosotros, la que está menos distante del presente, es lo
que ha servido para esta clasificación tan contraria a la
lógica puesto que hace abstracción de la parte más va­
liosa y significativa de sus existencias.
Ya sabemos que el presente no es sino una acumu­
lación del pasado. Los pueblos que no advierten esa
evolución son pueblos ahistóricos; las naciones que rea­
lizan su desenvolvimiento en forma retrospectiva van
depurando su historia hasta convertir sus orígenes en
mitos; las que viven del presente tienen que convertir
sus mitos en historia.
Como consecuencia funesta de cuanto venimos ex­
poniendo, está nuestra actitud frente a los archivos. El
papel que envejece no adquiere para nosotros un ca­
rácter sagrado. Al contrario: la tinta deslucida, el ple-
gamiento raído, la pátina amarilla del tiempo son
anuncio de inutilidad. Sólo aquellos documentos que
aclaran la rutina de las oficinas o que deben
citarse para un asunto legal tienen derecho a conser­
varse: los demás son inútiles. No es que sintamos aver­
sión por esos papelotes en que la caligrafía complica­
da forma una enmarañada red de arabescos que de­
ben descifrarse benedictinamente, no; es que no nos
indican nada; no traen al oído del espíritu una voz que
viene de lejos. Para nosotros la vejez es muda. Cuando
NACION EN CRISIS 121

entre la primera autoridad municipal y la primera au­


toridad militar de Cartagena se llegó al acuerdo de em­
plear las inmensas moles de piedra de las murallas pa­
ra pavimentar calles ^cuarteles como una solución
económica afortunada, y volaron con dinamita doscien­
tos metros del más grandioso testimonio histórico que
tiene América, no podían comprender que cometían
un crimen contra la historia de Colombia. Ni el pue­
blo cartagenero, ni el pueblo mismo de la nación en­
tendían el porqué de unas cuantas voces iracundas que
en el exterior y en el interior se levantaron para conde­
nar ese sacrilegio contra la tradición.
Uno de los enemigos fundamentales que tienen los
archivos históricos es la llamada falta de espacio. Ha­
ce algún tiempo en uno de los principales ministerios
se resolvió, para poder dar campo a la nueva docu­
mentación, a la documentación de la máquina de escri­
bir, sacrificar todo lo antiguo. Se hizo un registro de
los documentos importantes y éstos se arrojaron a la
basura.
En la muy noble y muy ilustre ciudad de Popayán,
aburridos los almacenistas de guardar papeles viejos
que estorbaban el arreglo de los nuevos, resolvieron
incinerarlos y los arrojaron a un antiguo patio mientras
preparaban su tarea inquisitorial. Un cura de las cerca­
nías, coleccionista de autógrafos, recortó varios cente­
nares de firmas que clasificó cuidadosamente antes de
que fueran destruidas por el fuego. Esa mutilación co­
leccionada es hoy por hoy uno de los mayores docu­
mentos con que cuenta la historia del país.
Durante las acciones bélicas de nuestra guerra mag­
na en los Llanos orientales el General Santander andu­
vo siempre llevando tras de sí, como carga preciosa,
6
122 JULIO LONDOÑO

los archivos relacionados con aquella jornada de la In­


dependencia. La escasez de muías en la última etapa de
la campaña lo obligaron a dejar parte de los docu­
mentos al cuidado de las autoridades civiles de algu­
nas poblaciones. La mayor parte fue dejada en Tame
cuando ya no era posible seguir cuidándola personal­
mente. Dos intentos débiles se han hecho hasta hoy
para dar con el paradero de tan importante material
histórico pero sigue perdido sin que nadie quiera in­
tervenir en su búsqueda. Con esto, por lo menos la ter­
cera parte de la historia de la gesta libertadora perma- j
necerá en la sombra.
Durante muchos años los documentos que hoy cons­
tituyen el tesoro del archivo nacional y cuyos pliegos
abarcan desde la conquista hasta la república, estuvie- |
ron abandonados, casi a la intemperie, en un corredor
del demolido edificio colonial de Santo Domingo. Un
día el general Reyes, presidente entonces de la repú­
blica, sobrecogido al ver aquel desvanecimiento de la
heredad nacional, ordenó que se empastaran y coloca­
ran en un lugar seguro. El negocio se hizo en tal forma
que se reconocía al contratista encuadernador una de­
terminada suma por cada tomo de mil hojas. No se
prescribió el orden cronológico ni la similitud de los
documentos, ni la integridad de la materia de los plie­
gos mismos; épocas y asuntos quedaron colocados en ;
forma caótica pero de todos modos el archivo super- ¡
vivió y en su estado actual espera el trabajo de inves­
tigadores pacientes que lo pongan en orden.
Si del campo general de la historia pasamos al terre­
no personal en donde tropezamos con la biografía,
nuestra actitud no cambia sino que se estiliza y perma­
nece. Tenemos menos escritos sobre hombres ilustres
que cualquiera de las repúblicas hispanoamericanas.
NACION EN CRISIS 123

La biografía tiene un estrecho parentesco con la muer­


te. La biografía del hombre vivo envuelve un sentido
zalamero que la deslustra. Pero es ésta la que a nos­
otros nos tienta. Apenas un hombre se destaca en el
panorama nacional encuentra sus biógrafos apasiona­
dos y chillones; se le pone de ejemplo, antes y no des­
pués de sus realizaciones definitivas. Esta premura se
debe principalmente a la abundancia de documenta­
i
ción; el periódico sirve de base ai efecto; ahí están los
hechos y su análisis, y esto permite trabajar rápida­
mente antes de que la gloria que se canta se pierda en
el olvido. Por otra parte así no hay necesidad de fijar
el ambiente cronológico ni precisar el medio local que
tanta penetración y cuidado demanda en esta clase de
trabajos. Nuestros biografiados poseen personalidades
a las cuales no se les ha sometido a la prueba definiti­
va del “agua regia” de los años. . . Y cuántos hom­
bres que cumplieron grandes cosas en nuestra historia
vagan en el pasado como sombras sin nombre.
La estatua es una biografía en bronce. Por eso las
leyes que rigen a ambas tienen entre nosotros una si­

i militud perfecta. Con excepción de aquellas que re­


cuerdan unos pocos héroes, las estatuas se levantan
cuando la malva no ha empezado aún a crecer sobre
l las tumbas. Si el tiempo se dilata, la efigie se quedará
en boceto. Desconcierta la abrumadora cantidad de es­
tatuas que han sido decretadas por medio de leyes; si
estos deseos fueran realidad el país sería un bosque de
bronce. Desde el Negro Marín hasta Agustín Codazzi
hay una serie interminable de nombres que han si­
do acreedores a tan duradera recompensa; pero la rea­
lidad no ha ido más allá de la promulgación de la ley.
Quizás se fijó un lapso dilatado para que la obra se
realizara y esto es suficiente para que todo pase al ol­
vido. El momento ideal para la erección de una estatu?
124 JULIO LONDOÑO

es aquel en que el representado está en condiciones de


hacer su propio ganegírico al pie del pedestal.
Pero una cosa aún más lamentable nos ocurre con
la tradición. La tradición es la transmisión de una
generación a otra de las ideas, costumbres y creen­
cias; es la antorcha que en su avance hacia el futuro
pasaba, siempre viva, de una a otra mano en las jor­
nadas de relevos en las olimpíadas griegas. Pero en
nuestro suelo esa transmisión viva no sucede y si se
efectúa se hace de manera tan cansina y débil que al
poco tiempo se extingue.
Y hay en ello algo de geográfico. Los vientos ali­
sios, que siempre vienen del norte, golpean fuertemen­
te el litoral antillano y avanzan por los paralelos es­
calonados disminuyendo su empuje a medida que se
internan en nuestro suelo hasta llegar débilmente a
las regiones del sur del país donde se pierden en la
zona de las calmas ecuatoriales. A medida que los
vientos, que se originan en regiones de la máxima ci­
vilización mundial, disminuyen su potencia en su mar­
cha hacia el sur, la tradición tiene mayor poder de
penetración; parece como si esas brisas frescas bo­
rraran en el alma de los colombianos toda inclina­
ción tradicional. En nuestra costa atlántica, en donde
las viejas construcciones españolas parecen hechas
para que el pasado perdurara, como sucede en Car­
tagena y Santa Marta, los hombres olvidaron hasta
los nombres de los sitios cuyo recuerdo forma el al­
ma de la historia nacional. En los viejos castillos de
Cartagena “ya no asustan”; los fantasmas abandona­
ron las oscuras galerías desde que las nuevas genera­
ciones olvidaron sus nombres. Fuera de este marco,
el resto del litoral carece de pasado; todo es como Ba-
rranquilla en donde lo más antiguo que existe es del
mes anterior.
NACION EN CRISIS 125

Avanzando hacia el sur el aspecto empieza a cam­


biar eri relación con la latitud. En el centro del país,
en la zona que pudiera fijarse entre los paralelos 49
y 6· N., el debilitamiento tradicional es menos acen­
tuado, pero la oposición entre lo que llega y lo que per­
manece tiene caracteres de lucha. En ciudades como
Bogotá, Honda, Mariquita, Tunja, Cartago, Buga,
etc. algo de lo que viene del pasado se resiste a morir
a pesar de la amenaza progresista. En otras el cemen­
to derrotó a la piedra, la radio ahuyentó los espec­
tros, el teléfono reemplazó a la leyenda, aún en ciu­
dades que tienen varios siglos de existencia: Salento,
Anserma, Ambalema, Zipaquirá, Guaduas, y mil más.
Porque no pueden citarse aquí los llamados “prodi­
gios”: Manizales, Marquetalia, Calarcá, Girardot, Pe­
reira, Armenia. . . todas esas son ciudades que no tie­
nen pasado.
Cuando ya los alisios han muerto antes de pasar
el paralelo 3° N. la tradición es más duradera. En
ciudades como la Plata, Timaná, Popayán, Pasto, Tú-
querres, todavía hay quienes pueden contar hazañas
que relataban sus abuelos y que no han sido aún es­
critas; tienen, en determinadas épocas del año, cere­
monias que conservan el pintoresco matiz que osten­
taban en siglos pasados; son capaces de indicar una
ruta de Bolívar, de explicar la razón de un viejo mo­
numento colocado a la vera de un camino, de descri­
bir ingenuamente una batalla de los tiempos heroicos
o de relatar la historia picaresca de una vie>ja casa es­
pañola. Las gentes sencillas que habitan en las cerca­
nías del sitio en donde se libró la batalla de Bombo-
ná se recrean contando a sus hijos los incidentes de
esa discutible batalla y glosando los conceptos de los
historiadores sobre sitios y momentos de la acción
cuando están en contradicción con lo que contaron sus
126 JULIO LONDOÑO

abuelos. Pero estos casos son un fenómeno asombro­


so; y no hay que olvidar que todos ellos acaecen en
ciudades en donde por muchos años reinó un aisla­
miento insular, ciudades alejadas del mar, como si en­
tre nosotros el mar disolviera el pasado con sus aguas
amargas.

Ni siquiera en las grandes familias esta continua­


ción de ideas, costumbre y creencias se sostienen por
largo tiempo. A la segunda o tercera generación la
sangre aristocrática se disuelve en el conjunto, pese a
la circunstancia extraordinaria que hace que en las de­
mocracias nuevas este aspecto sanguíneo se conside­
re como cosa sagrada. Al avance del contagio civili­
zador se desechan las costumbres familiares con la in­
tención de reemplazarlas por otras mejores acomoda­
das a los tiempos nuevos. Pero el esfuerzo sólo nos al­
canza para abandonar las antiguas sin que podamos
implantar las nuevas. La celebración de las fiestas pa­
trias, de las festividades navideñas y del día de los san­
tos que alegraban el pueblo, rompió con el pasado,
sin dejarnos energía suficiente para suplantarlos por
usos actuales.
La tradición, a medida que continúa su avance
desde el pasado, ahonda profundamente sus raíces, se
fortifica, hasta que llega a adquirir algo de sagrado y
a tener el poder de una ley inviolable. Esta energía,
este brío, esta vitalidad del pretérito se ha manteni­
do en las fuerzas armadas de todos los países como
elemento depurador, como incentivo del honor, co­
mo supervivencia del heroísmo. Una bandera desfle­
cada, un nombre ilustre o el recuerdo de un hecho gol-
rioso pueden tener en el momento del combate tanta
razón para ayudar a los hombres a afrontar la muer­
te como el amor a la patria o el sentido del deber. No
NACION EN CRISIS 127

obstante, esa efectividad no existe. Los nombres de


nuestros regimientos o batallones se olvidan con el de­
creto de traslado. Cuando un contingente llega, todo
es nuevo para él; nada de lo que fué ha permanecido.
Y en universidades, cofradías, academias el caso es
semejante.
Existen en todos los países sitios que atraen la ve­
neración de los hombres. Son lugares en donde ha
I ocurrido un hecho político o religioso que ha marca-
■ do un momento culminante; a medida que el tiempo
pasa el sentimiento de veneración se afianza y purifi­
ca. Pocos sitios de carácter patriótico contamos pre­
cisamente designados, y con frecuencia se les ven en
completo descuido y abandono. El puente de Boyacá
y la Quinta de San Pedro Alejandrino, para no citar
sino dos ejemplos, conservan su precario decoro gra­
cias al fervor de algunas personalidades que se empe­
ñan en conservarlos. En cuanto a los sitios de carác­
ter religioso la crisis es más aguda aún. La constan­
cia en la veneración de los santuarios depende de la
i moda y la moda es precisamente lo contrario de la
tradición. País en donde abunda la selva con su ten­
dencia a inculcar en el alma el animismo supersticioso
y en donde la cultura escasa mueve el deseo de pedir
a la fe hechos concretos y tangibles, los lugares y
personajes milagrosos tienen una profusión inusitada.
Pero los milagros son una especie de cosecha fugaz pa­
sada la cual la tierra se esteriliza y hay que empren­
der la búsqueda de sitios nuevos.
La falta de tradición debilita a los pueblos, por eso
es necesario regresar a ella. Cuando penetra en la car­
ne adquiere firmeza de norma, de principio, de regla
y despierta la vehemencia para defenderla por encima
de promesas del porvenir.
128 JULIO LONDOÑO

Pero tradición no es tradicionalismo. Confundir es­


tas dos cosas es como tomar el simbolismo por el sím­
bolo o imperialismo por imperio; es la defensa del pa­
ramento olvidando el interior. Tradición es una acu­
mulación de pasado que domina el presente y que lle­
va en sí misma una potente capacidad de renovación.
No es regresar al pasado sino preparar el cauce al fu­
turo; no es un residuo sino una agregación; es el es­
tilo en que se desenvuelve la cultura de los pueblos;
es la escuela en que cada día se renueva el paisaje
nacional. J

* *

Vivimos del presente; y si es cierto que no volve­


mos la cabeza para mirar hacia atrás tampoco alza- j
mos los ojos para otear el porvenir; tan escaso inte­
rés tenemos por definir lo que fue, como limitado afán
por descifrar lo que vendrá.
Residimos en la zona tórrida limitados al sur por el
ecuador geográfico y el norte por el ecuador térmico
del mundo. Crucificados sobre esa faja tremenda nos
vemos privados del don casi divino de las estaciones.
Cuando hablamos de nuestra eterna primavera hace­
mos seguramente una alusión irónica. Las estaciones
con su ritmo preciso condicionan la vida del hombre y
dan a sus ocupaciones una exactitud inalterable. La
preparación de la tierra para los diversos cultivos, la
siembra y la recolección tienen su tiempo fijo, defini­
do desde generaciones atrás. Los menesteres del in­
vierno son conocidos y preparados con antelación su­
ficiente. Todo esto da a las gentes de las zonas tem­
pladas una pauta de orden, una norma de previsión,
una visión adelantada de la vida que reduce en gran ,
parte las contingencias del azar, I
NACION EN CRISIS 129

Aquí la situación es muy otra. Se siembra a la ven­


tura. Ni las tierras son escogidas para los cultivos ni
las épocas de siembra y recolección concuerdan de
año en año. Este solo hecho ya da a nuestra vida un
manifiesto desorden si se la compara con la de otras la­
titudes.
La temperatura casi constante del trópico, ya que
en cada sitio las variaciones anuales son mínimas, no
obliga a los hombres a tomar precauciones para los
fríos del invierno intenso ni para los calores rigurosos
de la canícula, y en condiciones tales la previsión no
cuenta.
El caso se complica cuando observamos la falta de
fijeza de los cambios climatéricos en nuestra zona. De
los once millones y medio de habitantes que Colombia
posee, más de nueve millones viven en la zona Andi­
na. Y para esta faja arrugada y de una topografía in­
congruente no ha podido aún fijarse una sola ley cier­
ta sobre los fenómenos atmosféricos. El tiempo de­
fiende celosamente sus secretos. Hasta ahora, para to­
dos los geógrafos, los Andes Colombianos son un sec­
tor indómito para la fijación de sus peculiaridades cli­
matéricas. Las lluvias y sequías, épocas de quietud y
de tormenta se suceden según la femenina volubilidad
de la naturaleza. Por esto vivimos al azar. La cosecha
es un fenómeno en que interviene la suerte. El resul­
tado del trabado “actual” es lo único que interesa, lo
demás pertenece al destino.
Y esa actitud de atender solamente al momento en
que se unen el pasado y el porvenir nos da una espe­
cie de fatalismo soterrado que se trasmite a todas las
actividades del pueblo y del Estado. Toda obra se
construye de acuerdo con las circunstancias presen­
tes. Un acueducto o una central telefónica, un esta-

130 JULIO LONDOÑO

dio o una planta eléctrica, un teatro o un colegio, un


circo o un banco, no consultan nunca el crecimiento
urbano, ni la afluencia campesina a los centros pobla­
dos, ni el incremento industrial, ni la acumulación de
medios que nos va aportando nuestra civilización en
préstamo. Por eso cuando la obra se ha terminado es
inadecuada a las necesidades. Casi todas las ciudades
colombianas tienen servicios de luz, teléfono y agua
de instalación reciente, pero que hoy se hallan muy
por debajo de sus fines.
Porque entre nosotros el futuro no inquieta sino a
las solteronas. Cada institución o colectividad se re­
crea en el presente. Parece que la frase de Luis XV:
“Después de mí el diluvio!!” la lleváramos escrita en
la frente. Al pueblo no le preocupa sino la actual ge­
neración, al ejército el actual contingente, a la univer­
sidad la actual promoción, al financista el actual ne­
gocio, al campesino la actual cosecha. . . y así vivi­
mos ájenos la todo ritmo, a toda previsión. Pero el
medio, el paisaje, la vida son en sí mismos fuerzas po­
derosas que imponen sus leyes, que marcan una di­
rección y definen en gran parte el destino. Y nosotros,
como los remolinos de nuestros grandes ríos tropica­
les, giramos siempre sobre nosotros mismos ignoran­
tes de que la fuerza de la corriente va trasladando si­
lenciosamente nuestra agitación a otros sitios sólo co­
nocidos por ella.
CAPITULO VI

INTEGRACION Y DESINTEGRACION

Cuando la mente cavilosa da en comparar entre sí


los diversos países, llega a la conclusión de que quizás
no puede hallarse en otra parte semejanza y contras­
tes mayores que los que se observan al parangonar la
Grecia antigua con la Colombia moderna.
Se caracterizaba el país de los griegos por una se­
rie de regiones separadas unas de otras en forma ne­
ta por la fuerza de los accidentes naturales. En ca­
da uno de los compartimentos de terreno había ge­
neralmente una ciudad a partir de la cual se exten­
dían campos más o menos cultivados hasta encontrar
el obstáculo que servía de barrera divisoria. Esta se­
paración de las reparticiones espaciales asignaba a ca­
da una de ellas un área cultural suigéneris, con su
propia lengua y cultura, su orientación política y sus
particularidades ideológicas, su concepción religiosa y
sus originalidades idiomáticas. A pesar de esta des­
vinculación que sólo rompían las escasas vías de co­
municación que conectaban pobremente las diversas
partes entre sí, la inteligencia de Atenas las unía de
manera invisible y a la postre todas contribuían, cada
una con sus propios dones, a formar una Grecia in­
mortal. Así estaban dispuestas Beocia y Aquea, Eu-
bea y Elida, Laconia con su corazón en Esparta y Ati­
ca con su cerebro en Atenas.
Entre nosotros aparecen dispuestas de manera
similar las regiones naturales, perfectamente delimi-
132 JULIO LONDOÑO

tadas y separadas como las provincias griegas; so­


lamente que en cada parcela cabe ampliamente toda
Grecia y que los obstáculos que las dividen tienen una
magnitud que guarda relación con el tamaño de la ex­
tensión. Pero las regiones se diferencian también entre
sí de manera precisa y cada una tiene un asomo de cul­
tura diferente. En el día de hoy carreteras y aviones
conectan aunque sea pobremente las diferentes áreas;
pero hace algún tiempo que muchos de los ministros
que formaban el gabinete ejecutivo no conocían el
mar, a pesar de nuestros 2.900 kilómetros de costa.
Ayer no más un viaje al centro del Chocó, o las ribe­
ras del Amazonas, al extremo de la Guajira, o a los
confines de los Llanos Orientales era una empresa que
recordaba las aventuras de Marco Polo.
Pero Grecia tenía a Atenas, la ciudad vecina al mar,
que como ancha puerta permitía la entrada de las ri­
quezas de todos los comercios y de las ideas de todas
las doctrinas. Nosotros tenemos a Bogotá, a quien
también hemos llamado Atenas, pero alejada del mar;
una ciudad inteligente y viva que ejerce su influjo in­
visible pero poderoso sobre la vida y la mentalidad
de las demás ciudades del país; sin posibilidades de
intercambio ni facilidad alguna para la conquista.
Nuestra capital parece haber sido fundada ciñéndose
apretadamente a las normas de Platón para la capital
de Utopía: “Es una mala vecindad la del mar, por­
que con el tráfico aparece por la ciudad el afán de co­
mercio y de ganancia, crea en las almas hábitos de hi­
pocresía y mala fé, y hace que la ciudad se torne des­
confiada y se enemiste consigo misma, o con los hom­
bres de las otras ciudades”. (Platón. Las Leyes).
Mas no terminan aquí las desemejanzas. El país
griego con sus cinco proyecciones típicas se abre e in-
Γt*■■■
NACION EN CRISIS 133

terna en el mar “como la mano de un esqueleto”. Las


profundas entradas del mar en el territorio son grietas
j j por donde penetra la riqueza del mundo, y el horizon­
te dilatado invita a la navegación y a la conquista,
al imperialismo y a la aventura. En este sentido nues­
tra patria no es una mano abierta sino un puño cerra­
do. Grecia orientaba sus fuerzas hacia afuera y nos­
otros hacia adentro; ella tenía una .orientación centrí­
fuga y nosotros centrípeta. Somos pues la Anti-Gre-
cia. Encerrados dentro de nosotros mismos y con las
miradas puestas hacia el interior como hacia un fo­
co convergente, llevamos adelante la historia, nuestra
historia sin mar y en la cual todo contenido épico se
reduce a episodios de infantería.
Nuestra república está dividida en regiones natura­
les perfectamente delimitadas de modo arcifinio y es­
ta separación despertó en cada una de ellas el deseo
de orientar su propio destino, es decir, de tener su po­
lítica; sabía cada una que tenía una manera de ser,
una forma especial de vivir que necesitaba defender y
estimular; que estaba muy lejos de la capital y muy
firmemente separada de las vecinas para esperar una
legislación reguladora; que tenía su forma de emplear
sus recursos de tal modo que era casi inútil esperar el
beneficio de una legislación igualitaria para los negros
del Chocó dominados por el clima violento o los mi­
neros de Antioquia, para la gente móvil de los Llanos
o los agricultores sedentarios de Boyacá, para los ga-
j naderos del Valle del Cauca o los pobladores de la
I hoya del Río Magdalena. Así surgió la política en el
j país, con un carácter no ecuménico y exaltado. *
!
Pero el poder central pensaba de otro modo. Para
él la acción gubernamental debía llegar a todas par-
! tes por igual en cuanto a eficacia y prontitud. Igno-
134 JULIO LONDOÑO

rante de la realidad y desconociendo las regiones na­


turales y las áreas que la natuf aleza misma había cons­
tituido, trazó sobre el país, como los hilos de una red
caprichosa, la línea de los límites políticos que forma­
ban sobre las regiones naturales cuarteamientos que
dejaban perplejo al observador desapasionado.
Y de esta coexistencia de dos divisiones, política la
una y natural la otra, surgieron dos maneras de apre­
ciar el problema de las cuales la una quería la unión
de todas las regiones al centro y la otra propugnaba
por la autonomía regional en el manejo de los inte­
reses de su propia existencia. Pasado el tiempo, el
problema adquirió carácter de violencia, se formaron
bandos adversos y con el nombre de federalismo y
centralismo entró a formar parte de los cánones de los
partidos envenenando así la historia de Colombia des­
de sus comienzos hasta hoy y convirtiendo en contro­
versia una diferencia que en el fondo no es otra cosa
que un problema de geografía. El federalismo busca la
vigorización de las provincias a costa del debilita­
miento del Estado; el centralismo, por el contrario,
busca el fortalecimiento del Estado a costa del debi­
litamiento de las provincias. El primero cree que unas
provincias fuertes tendrán a la larga un Estado pode­
roso y el otro está convencido de que solamente cuan­
do se tenga un Estado poderoso puede llegarse a un
fortalecimiento de las provincias. Quizás los dos ten­
gan razón; pero el vaivén de las circunstancias nacio­
nales o mundiales puede demandar en un momento
cualquiera la implantación de un sistema o del otro,
sea en el conjunto de la política del país, sea en uno
o varios de los factores que la integran. Pero como es­
to es canon de partido, ninguno de los dos quiere la
menor transacción porque ambos carecen del tiempo

1
NACION EN CRISIS 135

suficiente para reformar sus ideas y apenas si lo tie­


nen para combatir las contrarias.
Y toda nuestra historia política no es otra cosa que
los intentos de adaptación de la nacionalidad a una de
esas dos tendencias. Bolívar planteó el dilema en 1812
en el famoso manifiesto de Cartagena, y en ese mis­
mo año, antes de que se consolidara la independencia,
sin que nos hubiéramos librado aún de la tiranía es­
pañola, Nariño y Baraya desencadenaron la guerra ci­
vil entre federalistas y centralistas, antes, mucho an­
tes de estar en posesión de una nación a la cual or­
ganizar en forma federal o central; y así hemos mar­
chado siendo unas veces Estados Unidos de Colombia,
Confederación Granadina otras y finalmente Repúbli­
ca de Colombia.
No se puede asegurar que el federalismo hubiera
sido un buen sistema para el comienzo de nuestra vida
republicana pero tampoco se puede decir que el cen­
tralismo sea el sistema aconsejable para nuestro esta­
do actual. Lo que sí es un hecho claro es que a medi­
da que aumentan las vías de comunicación, la nación
en vez de tender hacia el centralismo se inclina hacia
el federalismo aunque no con la férrea obstinación se­
paratista que se ha pedido en los primeros tiempos.
Hoy sólo tienen una cierta independencia las Intenden­
cias y Comisarías aunque no pueden vivir sin el pa­
tronato directo de los poderes centrales y en cambio
departamentos como Cundinamarca, Caldas y Antio-
quia, que se abastecen a sí mismos, no tienen libertad
alguna en su dirección política y administrativa. A me­
dida que las provincias se fortifican, establecen su co­
mercio y encauzan su industria, el gobierno encuentra
mayores dificultades para mantener la armonía sin otra
intervención que la de su propia voluntad.
136 Julio loñdoño

*
* *
Habíamos visto anteriormente que nuestra fuerza
se introvertía en forma precisamente contraria a co­
mo acontecía con los griegos. Esta confluencia de
todas las potencias nacionales hacia el interior, debilita
hasta el extremo nuestro cuidado por los asuntos inter­
nacionales. Así toda la capacidad para la política que
nos había dado nuestra división regional la dedicamos
a los asuntos mediatos, resultando así la política inter­
na llevada hasta una exaltación desconcertante. Pero
por otra parte nos desconocíamos internamente, no sa­
bíamos cómo éramos, y siendo la política la orienta­
ción del poder en cuanto hace relación al país, no po­
díamos basarla en realidades, no podíamos darle una
base material, no podíamos hacerla depender de he­
chos concretos y por tanto tuvimos que dejarla en el
terreno de la ideología, de lo abstracto, de lo inma­
terial; de ahí su acerbía que nos llevó a un siglo de
guerras civiles incesantes y cruentas. Los adversarios
no se apoyaban en hechos sino en ideas y como las
ideas no estaban definidas, se había perdido ya toda
posibilidad de acuerdo. Las luchas son tanto más san­
grientas y apasionadas cuanto más abstractas son las
ideas; a todo pueblo, sólo las ideas vagas le cuestan
sangre.
Y dimos en un siglo de guerras civiles que nadie ha
querido analizar desapasionadamente, esto es, sin en­
diosar al propio partido y denigrar al adversario, pará
mostrar que toda guerra civil entre nosotros fue una
lucha fragmentaria; que en cada una se multiplicaban
los teatros de operaciones y los generales en jefe; que
había simultáneamente una guerra en Antioquia y en
Cundinamarca, en los Llanos y en Narino, en la Gua­
jira y en los Santanderes; que todas eran acciones sin
NACIÖN EN CRISIS 137

unidad, sin un concepto grandioso, sin una sola mani­


festación de epopeya; que los vivaques estaban en to­
dos los sitios del país pero cada uno realizaba sus pro­
pios designios; que había mil hogueras repartidas en
toda la extensión nacional, pero no había una sola ho­
guera gigantesca que la resumiera y auncuando el es­
trago del fuego era el mismo, la pluralidad simultánea
de acciones robaba toda grandiosidad a la empresa.
Ni se ha querido tampoco precisar la categoría y cía- .
se de los jefes, porque todos ellos fueron idealistas po­
líticos preparados para todo, menos para la guerra;
personajes que llevaban indistintamente toga y charre­
teras, pero que cuando llevaban la primera eran inte­
ligentes y hábiles y cuando vestían las segundas, se
volvían valerosos y tenaces, como si estas o aquellas
virtudes estuvieran comandadas por el vestido. Por esa
razón el sólo hecho de haber sido general en la gue­
rra era un título suficiente para seguir, pasada ésta,
manejando la política durante la paz con una inteli­
gencia y una vivacidad que cualquiera que no hubie­
ra sido colombiano hubiera juzgado un tanto reñidas
con su oficio anterior.
Y de ahí que las batallas hubieran sido demostra­
ciones de heroísmo, carentes por completo de técnica.
No hubo a lo largo de las guerras civiles una sola con­
cepción estratégica de valor auténtico. El único que
durante las luchas intestinas conoció el sentido de la
fortificación tal como hacía ya mucho tiempo que se
había usado, fue Tomás Cipriano de Mosquera. Lla­
ma poderosamente la atención que hombres de tanto
talento hubieran podido realizar tal número de inep­
cias en materia militar. Porque en todas las batallas
hubo valor, ardentía, heroísmo, arrojo, tenacidad, de­
cisión, pero hubo también desconocimiento hasta de
aquellas nociones militares instintivas. Así fueron Pa-
138 JULIO LONDOÑO

lonegro, Garraptas, Santuario, la Rusia, Chancos, La


Amarilla, Carazúa, Cruzverde, Piedras, etc. etc.
No hubo técnica quizás porque sólo se luchaba por
ideas. Las ideas, aunque aumentan la ferocidad, dan
una amplitud mayor al juego de la vida que cuando se
lucha por entidades reales. Todo caudillo era un idea­
lista; un hombre que en el transcurso de la guerra po­
día ser Quijote o bellaco, sanguinario o romántico. En
la guerra de independencia en cambio, en donde se lu­
chaba por el predominio del suelo o la conservación de
la vida, hubo ejemplos de técnica asombrosos: la cam­
pana admirable, aquella otra del año 19, Junín, Aya-
cucho .. .
*
* *
Al llegar de improviso a la vida independiente es­
cogimos la democracia para la cual no estábamos pre­
parados, y a través de un siglo de libertad nuestro tra­
bajo principal ha sido el esfuerzo constante para aco­
modar nuestra vida a sus cánones. Primero tuvimos
que soportar, y no por poco tiempo, ese período cas­
trense, en el cual el militarismo, la fuerza, la autar­
quía juegan un papel importante en la vida nacional.
Porque es un hecho que para que un país pueda aspi­
rar a una democracia auténtica, tiene que haber pasa­
do en su juventud por ese régimen cuartelario. Un
país que inició su vida democrática sin esa discipli­
na y dándose a sí mismo un exceso de libertad, puede
desembocar en su madurez en la anarquía o en la es­
clavitud. . .
Aunque todos los síntomas indican que ya vamos
saliendo de ese mometno para entrar en otro que po­
dría llamarse de desenvolvimiento industrial, es im­
portante saber en dónde nos hallamos. Un país que
NACION EN CRISIS 139

elige la democracia como sistema de gobierno no lle­


ga efectivamente a ella de un salto. Si la democracia
tuera solamente cuestión de deseo sería despreciable;
exige esfuerzo, lucha, paciencia. No todo consiste en
desear; hay que tener también buenos riñones, decía
Zolá. Porque toda democracia exige una cierta dosis
de cultura, de razón, de cultivo de la inteligencia. Me­
jor es cuanto menor porcentaje de instinto contiene.
En el primer período se pretende que haya una deter­
minada concentración de fuerzas físicas, intelectuales
y morales a la voluntad de quien manda; en el segun­
do la situación se invierte y quien gobierna tiene que
concentrar todos sus esfuerzos físicos, materiales y
mentales al servicio de la voluntad de los gobernados.
En el tránsito de uno a otro momento la democracia
sufre un refinamiento, un perfeccionamiento, porque
la democracia no es, como la eternidad, un absoluto.
Nosotros estamos muy lejos de una democracia au­
téntica. Hay muchas cosas que lo revelan así. Fijémo­
nos, por ejemplo, en la emancipación política de la
mujer. Los hombres de ambos partidos la miran
con recelo. Es claro que si alguien reprocha esto a
sus dirigentes, están prontos a decir que es el
bando opuesto el que se ha negado sistemáticamente
al establecimiento de tales derechos. Sinembargo, el
partido conservador cree que la mujer carece todavía
de la preparación suficiente para participar en la po­
lítica, que es “un hombre incompleto” conforme lo es­
tablecido por Aristóteles, y el liberal opina que al in­
tervenir en la política la mujer haría primar su senti­
miento religioso, y su voluntad poco evolucionada se­
ría dirigida por las ideas retardadas que son patrimonio
del partido conservador. Los liberales creen que la
mujer aminoraría la libertad y los conservadores que
querría emanciparse del hogar, y mientras tanto, en un
140 JULIO LONDOÑO

país de bajo nivel cultural hay varios millones de mu­


jeres cuyo esfuerzo intelectual prestaría beneficios sin
cuento. Química, bacteriología, decoración, dibujo, in­
geniería, etc. etc. son profesiones en que la mujer po­
dría realizar una tarea tan importante como la que ha
venido desarrollando en la educación de la juventud
en la cual ha superado a los hombres. A nadie se le
oculta que las ciencias y las artes tienen ramas en las
que la delicadeza y la precisión son indispensables y no
hay duda tampoco que en esto los varones no pueden
igualarlas. En nuestra mujer hay oculto un inmenso
tesoro de energía y eficiencia que nos estamos dando el
lujo de olvidar desdeñosamente. Son muchos los que
alegan que en materia de preparación las mujeres tie­
nen abiertas todas las puertas pero esto no pasa de ser
una frase. Las pocas mujeres que han tenido el valor
de lanzarse a hacerse dueñas de una profesión, fuera
del magisterio, han tenido que luchar bravamente con­
tra los prejuicios del medio, de una parte, y de la otra,
contra los hombres que, con la superioridad que ellos
mismos se han conferido ven en la mujer una compe­
tencia de una magnitud incomparable; y al mismo
tiempo, ambiciosos y egoístas, bloquean todos los ca­
minos que conducen a la emancipación política de la
mujer.
Pero en tratándose de política no hay duda de que
la vida social de la mujer es más honorable que la
nuestra. Es más apasionada que el hombre, pero es
más individual; votaría con mayor exaltación pero no
tomaría nunca ese aspecto de mesnada que ostentan la
mayoría de nuestras multitudes electorales; votaría por
un hombre o contra un hombre pero sería ajena al re­
baño.
NACION EN CRISIS 141

Y cosa similar acontecería con la administración de


justicia; ama más desinteresadamente que el hombre y
por tanto está mejor dispuesta para ser justa.
Además es un hecho que si continúa la bancarrota
de la personalidad humana que existe en el país, las
mujeres de hoy tendrán que ser los hombres del ma­
ñana.
Pero si los hombres han llevado a la mujer al apar­
tamiento de la marcha del país en que hoy se encuen­
tra, no es menos cierto que ella no ha hecho nada por
salir de este estado. Manes de don Juan del Corral pa-
I ra una nueva abolición de la esclavitud, más amplia,
más importante y no menos digna que la primera!!
Quizás hay un error profundo en creer que todos los
humanos aman la libertad. En Colombia, cada vez que
una joven triunfa en un concurso de belleza o de de­
porte, de caridad o de civismo, lo primero que hace es
testimoniar su aversión a la liberación femenina.
Otra de las manifestaciones que indica el distancia-
miento de una democracia completa está en la estra­
tificación de las clases sociales. Entre clase y clase se
abren los abismos difíciles de salvar aunque hayan si­
do cavados con herramientas imaginarias.
La primera cosa que aparece en este sentido es el
color. Blancos, negros e indios, tal es la repartición ra­
cial de la nación: tres colores cuyas relaciones mutuas
constituyen la ignominia del mundo. En los dos últi­
mos hay una aspiración poderosa a la raza blanca; por
eso la mezcla alcanza proporciones estupendas, y cuan­
do no ha venido de la lascivia, ha venido de la deses­
peración, del afán ascensional, del deseo de claridad.
La blancura trae consigo grandes ventajas, entre otras
1 la del aumento de la consideración social o profesio­
nal, asunto ya de importancia definitiva. Esto parece
142 JULIO LONDOÑO

irritante pero no hace más que indicar la diferencia que


existe entre la opinión individual y la colectiva; el al­
ma de la multitud tiene poco que ver con la del indi­
viduo que la integra. Colectivamente, nacionalmente,
la descriminación racial es monstruosa; pero indivi­
dualmente se cree justa; lo importante no está en pen­
sar así sino en mencionarlo; en el racismo, como en
muchas otras cosas que pueden enturbiar la democra­
cia, el pecado no radica en el hecho sino en las pala­
bras. Individualmente todos somos racistas; individual­
mente todos somos defensores “à outrance” de la raza
blanca. Que lo digan las madres que tienen hijos por
nacer; los padres que tienen hijas casaderas y las mu­
chachas que se hallan aún en la edad pueril y maravi­
llosa de los sueños.
Todo cuanto domina el país pertenece a la raza blan­
ca más o menos pura: en la industria, el gerente; en el
comercio, el director; en el gobierno, las altas dignida­
des. En el ejército se marca claramente la diferencia
entre oficiales, suboficiales y soldados; en la agricul­
tura, entre el patrono y el trabajador. En todas las pro­
fesiones hay un gran porcentaje de sangre blanca: en
la política, la medicina, el derecho, el clero. El parla­
mento representa, con relación al conglomerado de sus
provincias electorales, una selección blanca, y cuando
en él aparece un caso como el de Robles, negro autén­
tico pero lleno de talento, se le estimula y cuida como
un botánico lo hiciera con una planta que se aparta de
su especie; pero esto es más curiosidad que democra­
cia.
En nuestro pueblo el negro que tiene capacidades
para sobresalir se siente prisionero en la cárcel de su
piel y el mestizo que tiene fuerzas para abrirse un ca­
mino entre la hostilidad del medio aprecia la profunda
desventaja de sus rasgos somáticos; todos hubieran
NACION EN CRISIS 143

querido pertenecer a la raza blanca, para ellos raza


maldita pero deslumbradora.
Nada en nuestra historia se cuenta relativo a los ne­
gros o a los indios; aquí no ha podido darse el caso de
un Benito Juárez como en Méjico o de un Brigadier
Púmacahua como en el Perú. Tenemos casos como el
del Almirante Padilla. No podemos negarle proezas de
la magnitud del ataque a Maracaibo; pero cada vez que
volvemos sobre esta acción nos sentimos malignamen­
te inclinados a encontrarle alguna faceta de piratería;
la acción nos halaga el reconocimiento pero no el or­
gullo. A pesar de la grandeza de esta realización, cuan­
do miramos el héroe a distancia nos parece medio
Cid y medio bucanero.
Y no hemos superado tampoco la etapa de la inde­
pendencia religiosa, aunque parece que en este sentido
hemos avanzado considerablemente. Ya hemos reduci­
do la intervención divina en las causas segundas; he­
mos tratado de separarnos un poco de la teología para
explicarnos el mecanismo del mundo, y nos acercamos
a un punto en que podemos convencernos de que un
ciclón, por ejemplo, se explica más fácilmente por la
meteorología que por la apologética y que las leyes na­
turales son el camino más largo para llegar a Dios. Va
disminuyendo el argumento de la piedra para demos­
trar la verdad de la propia religión y perdiendo presti­
gio el garrote como sistema de lógica para implantar
sus dogmas. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones
al respecto. Todas esas bondades hacen referencia a re­
ligiones manifiestamente distintas de la nuestra; todas
ellas se toleran aunque a regañadientes; pero aquellas
que se diferencian solamente en matices se combaten
aún de manera implacable. Miramos perplejos o indi­
ferentes una mezquita o una sinagoga pero la contem­
144 JULIO LONDOÑO

plación de una capilla protestante despierta en nos­


otros instintos bárbaros.
De todos modos nuestro pueblo va tratando de no
achacar más cada día a la infinita grandeza de Dios
muchas cosas que provienen de nuestra incompetencia,
de nuestra ignorancia o de nuestra pereza; o enferme­
dades que vienen de la desidia en la higiene; o el de­
rrumbamiento de nuestros planes que estaban llama­
dos al fracaso debido a nuestra incapacidad; o los ma­
les ajenos, cuando nacieron de nuestra vileza o de nues­
tro egoísmo, o de muchas otras cosas que hubieran
podido remediarse si nuestra pereza no hubiera busca­
do como argumento un fatalismo medio intonso y me­
dio mahometano.
CAPITULO VII

CULTURA Y METAFISICA

Lo primero que hay que hacer para comprender el


devenir de un pueblo es fijar con claridad la profundi­
dad que tiene su cultura y el espacio que abarca su ci­
vilización.
La cultura es un concepto de valores espirituales por
los cuales se le reconoce y distingue: leyes, industrias,
instituciones, literatura, todo queda encerrado en el
marco de esa idea fundamental.
La civilización es la capacidad de posesión y de do­
minio de la fuerza de la naturaleza; la iniciativa para
producir ideas pragmáticas y la capacidad para des­
arrollarlas y propagarlas, el adelanto en materias edu­
cativas, y la aptitud para el dominio de otros pueblos
u otras razas.
La cultura se trasmite silenciosamente por los invisi­
bles caminos de la sangre; va de generación en genera­
ción haciéndose a cada paso más firme y segura. No
tiene afán alguno de extenderse, antes bien, se en­
cuentra mejor cuando se circunscribe a límites reduci­
dos y exactos.
La civilización, al contrario, va por fuera; su ener­
gía primordial la impulsa a dilatar el espacio en que
actúa, a buscar la extensión, a conquistar vastos terri­
torios, a avanzar siempre con un poder irradiante que
quiere dominar los cuatro puntos cardinales.
146 JULIO LONDOÑO

La fuerza de la cultura tiene un sentido centrípeto y


la de la civilización centrífugo. La cultura es el hom­
bre por dentro y la civilización es el hombre por fue­
ra, como lo anota Spengler.
Pero hay culturas cuyo dinamismo creciente se ve
encarcelado dentro del alma popular y rompe los di­
ques del espíritu colectivo para expandirse y abandonar
los muros que la encierran; olvida el alma y emprende
la lucha contra la naturaleza, funda sociedades, inven­
ta métodos, establece records, domina la tierra y se
vuelve civilización. A veces este desdoblamiento tiene
un carácter integral y nada queda casi de la forma
anterior. En ese momento la cultura agoniza. La civili­
zación ha matado más culturas que las invasiones bár­
baras.
Esta oposición entre cultura y civilización establece
tres categorías de países, tres tipos de pueblos que de­
finen las naciones que actualmente componen el mun-
do.
La primera la constituyen aquellas en que existe un
sano equilibrio entre la prolongación de su cultura y
la ampliación de su civilización; en que la continuidad
de los procesos espirituales está balanceado por la
pujanza progresista de los esfuerzos materiales; en que
la dinámica de la extensión no alcanza a romper la es­
tática del espíritu.
Otras hay en que las manifestaciones culturales con­
servan una primacía dominante sobre los fenómenos
de la civilización. La China milenaria es un ejemplo.
Allí la tradición de una fórmula de cortesía o la creen­
cia arcaica sobre un personaje mitológico tiene más
importancia que todas las consecuencias prácticas de la
desintegración del átomo.
NACION EN CRISIS 147

Finalmente hay otros pueblos en los cuales la civi­


lización no sólo prevalece sobre la cultura sino que por
ei momento ahoga los fermentos culturales. La Argen­
tina es un tipo clásico. Allí la civilización fue primero
que la cultura; el orden histórico de las dos realidades
se ha invertido. Con seguridad aparecerá la cultura en
el agostamiento de la civilización.
Pero sea cualquiera el tipo de nación que se anali­
ce, su cultura sólo puede apreciarse enfocando sus tres
manifestaciones esenciales: la metafísica, la ética y la
estética.
En la metafísica el hombre se encuentra cara a ca­
ra con su destino; se afana hasta la desesperación pa­
ra encontrar el porqué del mundo; lucha por tomar
en sus manos las razones recónditas del mecanismo del
universo. Con la ética fija los conceptos del bién y del
mal; crea el reino de los valores dentro del cual tendrá
que moverse y al cual deberá amoldar sus costumbres
y sus instintos y trazar el camino que debe seguir para
formarse un cauce. Con la estética trata de objetivar
todo aquello que le place o deslumbra, intenta descifrar
los principios que lo rigen aunque el análisis destruya
su espejismo y que sus esfuerzos para hacer tangibles
todas estas cosas que lo fascinan y exaltan, al reflejar­
se sobre el alma individual o colectiva, se conviertan
en angustia.
*

Una de las circunstancias que más nos acongojan


cuando tratamos de definir nuestras posibilidades cul­
turales, es que toda cultura, para poseer un contenido
denso y una forma con aristas tactiles, tiene necesidad
de dos factores determinantes: una minoría orientadora
que impone y una mayoría que recibe. Pero en el caso
148 JULIO LONDOÑO

de la conquista suramericana la minoría española no


tenía cultura que dar ni el indio tenía interés en reci­
bir. Con rarísimas excepciones los peninsulares veni­
dos a América durante el gran paso de la conquista,
eran hombres incultos, aventureros sin otra preocupa­
ción que enriquecerse en estas tierras del Dorado. Pi-
zarro o Valdivia, Balboa o Robledo, Belalcázar o Al-
fínger, Pedradas o Bastidas, Cortés o Almagro no eran
gentes que pudieran intentar una transmisión de con­
ceptos espirituales. Lo que traían era tan poco que no
alcanzaba a ser transmitido y lo que hallaron era tan
débil que resultaba mejor negocio destruirlo que fo­
mentarlo. En estas condiciones la mezcla racial no po­
día remediar nada; el español seguía siendo español, el
mestizo quería ser español y el indio seguía siendo in­
dio. Pero ninguno de los tres tenía el menor afán por
perpetrar una cultura ni por fomentar una nueva.
De este desastroso punto de partida inicial se mar­
cha hacia é l porvenir. Por lo general el mundo exte­
rior con la complicación asombrosa de fenómenos que
envuelven al hombre y supeditan su vida, mueven el
sentido de la curiosidad y provocan el análisis que, he­
cho concepción de ideas, marca un rumbo definido en
el grupo humano. Pero la sed de oro de los invasores
no daba cabida al análisis ni la pasividad zoológica de
los indígenas daba asidero alguno para las ideas feno­
ménicas precisas. Y aquí, donde el medio geográfico es­
tá dominado por el trópico inclemente, ubicado en la
tremenda zona de las calmas ecuatoriales y sometido a
un extravagante complejo morfológico de ríos y monta­
ñas, de selvas y llanuras y de climas malsanos cuya su­
cesión versátil escapa a toda ley, la situación se hacía
mucho más aguda y difícil. Pero al llegar la indepen­
dencia, cuando los españoles fueron vencidos y el pue­
blo, sintiéndose libre, tomó contacto con el resto del
NACION EN CRISIS 149

mundo, se encontró de repente en el vacío y tuvo con­


ciencia de que necesitaba un rumbo, un camino, unas
ideas directrices que le guiaran, unos conceptos cul­
turales que lo fijaran a su suelo. Y como no había
tiempo para esperar, los trajo de fuera, los prestó a
Montesquieu y a Rousseau, a Adam Smith y a Spencer,
a Bentham y a Hegel. En lo económico o en lo políti­
co, en ciencia o en arte, el caso no tuvo variación y con
este legado fue adelantándose la vida nacional impor­
tando siempre lo que se necesitara para mantener una
directriz. Cuando intenta fijar una doctrina individua­
lista solicita la ayuda de Nietzsche y cuando pretende
implantar un sistema colectivista extracta de Marx.
Pero nos hemos olvidado siempre de que todas esas
grandes corrientes del pensamiento humano han sur­
gido como respuesta a un movimiento histórico preci­
so en un medio dado y que su adaptación o adopción
en un medio o en un momento inadecuados ofrecen
muy poca perspectiva de éxito y mucho más cuando
su implantación quiere hacerse después de que tales
dogmas han caído en desuso debido al cambio de los
tiempos y a la modificación del espacio. De otra ma­
nera los intentos culturales del país se veían inspirados
por hombres de grandes ideas pero sin un sistema pro­
pio. Porque sólo estudiando fríamente los factores que
componen la nacionalidad, reforzándolos o variándo­
les su curso e injertándoles lo foráneo asimilable, po­
demos tener la esperanza de llegar algún día a poseer
una cultura propia.
Mas a lo anterior se suma una característica que
debilita nuestra esperanza. La ubicación intertropical
ha hecho que la población humana, huyendo de las in­
clemencias del clima tórrido, se refugie en las cordille­
ras en busca de una latitud más propicia al desenvol-
150 JULIO LONDOÑO

vimiento de la vida. Pero la cordillera es hostil a toda


innovación; en ella las ideas se petrifican. Por otra par­
te, el empleo de las máquinas para los trabajos agríco­
las, una de las grandes conquistas de la civilización
moderna, se restringe de manera extraordinaria. Y en­
tre nosotros, en donde los Andes después de trifurcar­
se se ramifican en una forma inverosímil en mil direc­
ciones que constituyen un complejo laberinto, el caso
se agudiza. Pero a medida que las comunicaciones se
prolongan y conectan los sitios tórridos con las plani­
cies andinas, el hombre va afluyendo hacia la cordille­
ra impulsado por esa ley establecida con exactitud que
anuncia en los pueblos la tendencia a irse agrupando
en las regiones climáticas mejores en donde encuentra
posibilidades mayores para entrar en contacto con la
civilización; la población de la montaña será de cultu­
ra vertical, cultura de montaña, cultura andina que es
la que encuentra aquí mayores posibilidades para un
intenso desenvolvimiento.
Pero como los Andes están situados en el centro del
país y las selvas y regiones hostiles al hombre las ro­
dean por todas partes, el horizonte geográfico, es de­
cir, las posibilidades expansivas, se reducen infinita­
mente; y es un hecho comprobado hasta la saciedad en
la historia que la magnitud de una civilización, como
última etapa de una cultura, está en razón directa de
su horizonte geográfico.
Dentro de ese panorama desolador vamos a ver las
manifestaciones culturales que nos corresponden como
conglomerado humano: la metafísica, la ética y la es­
tética.
La metafísica se refleja especialmente en la exterio-
rización de las actitudes frente a dos conceptos que en
NACION EN CRISIS 151

algunos casos tienen puntos comunes: la muerte y la re­


ligión.
Bergson escribió una frase que definió la superiori­
dad del hombre y al mismo tiempo fijó su mayor fuen­
te de angustia y desesperación: “El hombre es el úni­
co ser que sabe que va a morir”. Todos somos el deseo
de no morir. Sea cual fuere el concepto que se tenga
del mundo, la muerte representa el desenlace supre­
mo para todos los humanos sin distinción de naciones
o de razas. Pero la angustia que produce su presencia
inevitable no ha podido encontrar hasta ahora otro re­
medio que el de la supervivencia después de la muerte.
Las formas exteriores en que el hombre concreta ese
deseo se relacionan de manera íntima con el sistema
de vida, y el concepto individual al generalizarse se
involucra a las manifestaciones de la cultura.
Una de estas manifestaciones en el pueblo colom­
biano consiste en el terror de la incineración. No se tra­
ta de obedecer a un precepto religioso: este no hace
otra cosa que acomodarse perfectamente a una manera
popular de sentir. La destrucción del cadáver por el
fuego representa para él un hecho de tal manera defi­
nitivo que lo rechaza con toda energía; parece como si
creyera que la conservación del cuerpo aumentara las
posibilidades de supervivencia, la operación de un mi­
lagro. La lógica de los sentimientos es contraria a la
lógica de los hechos.
Algo que sirve para medir con cierta exactitud la
cultura de un pueblo es el deseo de que la tumba per­
dure, el afán por emplear en ella “materiales de eter­
nidad”. Entre nosotros sólo en las ciudades importan­
tes, esto es, en las áreas culturales más adelantadas es
donde se realiza esa tendencia. En las regiones atrasa­
das el caso es distinto. En la planicie amazónica, en

Sa n c o de l a república
BIBLIOTECA LUIS-ANGEL ARANGO
CATALOGACION
152 JULIO LONDOÑO

donde las inundaciones obligan a los hombres a mo­


verse de continuo de las orillas de los ríos hacia el in­
terior de las selvas; en los Llanos orientales en donde
la sucesión periódica de lluvias y sequías imponen la
agrupación compacta y la separación dispersiva con
un ininterrumpido ritmo de sístole y diástole; en la
Guajira en donde el paisaje desértico somete a los
hombres y animales a una forzada trashumancia en
busca de las aguas y de los pastos, el recuerdo de la
tumba no existe.
En la vasta zona del Pacífico comprendida entre la
línea del litoral y los flancos de la cordillera, en donde
la raza negra ha definido con su color las áreas an-
tropogeográficas existentes, la expresión del deseo de
supervivencia tiene particularidades curiosas. La muer­
te de un niño representa un motivo de fiesta. La segu­
ridad de que el pequeño ha ido directamente al cielo,
con un sentido lógico feroz, triunfa sobre el dolor y se
vuelve alegría. Los vecinos se reúnen alrededor del ni­
ño muerto para comer, bailar y cantar como demostra­
ciones de júbilo. Las familias que tienen motivo de su­
frimiento “mandan prestar el niño” para lograr un po­
co de alegría que mitigue sus penas. El esparcimiento
sólo termina cuando el clima tórrido ha empezado a
realizar sus efectos destructores.
Pero de todas las consideraciones que pueden hacer­
se respecto a la muerte en la tierra colombiana, quizás
la más impresionante es la que hace relación a la alta
valoración de la propia vida y al desprecio por la aje­
na.
Para un conglomerado racial como el nuestro en que
el individualismo es la piedra de toque de todas las ac­
tividades humanas, la cesación de ser representa para
cada uno el hecho máximo. Por eso la muerte ajena
NACION EN CRISIS 153

no tiene mayor importancia. Y sea cual fuere lo que


pretenda decirse, ese menosprecio de la vida ajena es
un bajo índice cultural. Es claro que esta .tendencia se
afirma o refuerza en aquellos lugares de la tierra en
donde el medio natural físico se impone al hombre, en
donde el vigor humano no ha tenido todavía la forta­
leza suficiente para dominarlo, en donde la naturale­
za está primero y el hombre viene en segundo térmi­
no y esto tiene una explicación no por lo exacta menos
paradójica: como en medios tales la muerte acecha los
humanos por todas partes, en las selvas y en los ríos,
en la insolación y en las tormentas, en el clima impla­
cable y en los suelos aún en formación, su aparición
real aterra. Donde impera la civilización la muerte no
se presenta sino una vez y parece como si los hombres
se amoldaran a su presencia. Puede decirse que la po­
sibilidad de la muerte es igual para el civilizado que
para el bárbaro y que ninguno de los dos la espera
porque nada toma al hombre tan impreparado como
aquello cuya llegada es inevitable; no obstante, puede
decirse, siguiendo el razonamiento de T. Adams, que
la diferencia fundamental consiste en que en los pue­
blos de cultura inferior la muerte ataca a los hombres
por la espalda y en los civilizados de frente.
De aquí la tendencia que tenemos a vivir armados.
Hay regiones en donde en los tiempos de menor agita­
ción social o política quien anda desarmado, aún den­
tro de las ciudades, se siente vencido. Esta inclinación
al armamentismo personal en pueblos de temperamen­
to pasional en donde la excitación por los celos, el al­
cohol y el sentimiento de venganza alcanzan en un ins­
tante la intensidad de llamaradas deslumbradoras y en
donde.existe una justicia perezosa y complaciente, esta
modalidad representa un peligro de magnitudes desola­
doras. No hay la menor duda de que la cultura de los
154 JULIO LONDOÑO

países podría medirse por la inversa relación entre el


número de civiles que portan armas en tiempos norma­
les. Por eso la primera cruzada, el esfuerzo máximo
que debería efectuarse en Colombia sería implantar el
respeto por la vida ajena. Fijar en el alma de la juven­
tud que es bárbaro todo pueblo en el cual la sangre
muere; para el cual la sangre no tiene peso que ator­
mente la conciencia, ni color para que manche el nom­
bre, ni amargura que acibare los días, ni voz acusado­
ra que llene de angustia la soledad.
*
* *

Y viene en seguida la religión.


Tomamos aquí esta palabra en el sentido del conjun­
to de actos por medio de los cuales los hombres ates­
tiguan sus relaciones y dependencia con las potencias
sobrenaturales. Así el hecho religioso queda determina­
do por los vínculos que el hombre establece entre él y
las potencias ultraterrenas.
La amplitud que el término toma con esta significa­
ción hace que ofrezca aspectos diversos y que se ligue
de manera especial con la geografía. Cuando se exami­
na un mapa del mundo no se puede menos de sorpren­
derse ante la coincidencia que existe entre la primacía
que muestran ciertas religiones y las grandes regiones
climáticas o morfológicas. En los desiertos predomina
el islamismo y asocia su concepción del paraíso a una
comarca en donde abundan las fuentes frescas, jardi­
nes umbríos de una temperatura deleitosa, y árboles
frutales que ofrecen sus racimos jugosos al alcance de
la mano. En regiones selváticas prima el animismo; la
semioscuridad de los árboles, la poderosa y desvasta­
dora acción de las fuerzas naturales, la imposibilidad
de ayuda mutua, hacen presentir por todas partes la
NACION EN CRISIS 155

presencia de espíritus malignos y la multiplicidad de los


dioses. El Hinduísmo, especialmente en las regiones
de la India en donde, bajo un calor sofocante que pa­
raliza la actividad, millares de hombres deben buscar
el sustento con un trabajo inusitado, adora a un dios
petrificado e inmóvil y espera una vida ultraterrena en
el nirvana de la absoluta inmovilidad. El cristianismo
ha alcanzado su grandiosa expresión sólo en las regio­
nes de máxima eficiencia climática. En cualquier si­
tio de la tierra en donde el medio tome aquellas carac­
terísticas, la religión, sea cual fuere, mostrará la tenden­
cia a tomar esos rumbos. Y son también estas condi­
ciones típicas del suelo y el clima las que dentro de
una misma religión marcan disposiciones diferentes.
En Arabia se prohibe comer la carne de cerdo por
cuanto el sostenimiento de dicho animal representa di­
ficultades inmensas y su carne acarrea trastornos serios
a la salud debido a la sequedad del ambiente. En las
regiones de la India, en donde las hambrunas matan
millones de seres, los vacunos tienen un carácter sa­
grado. Pecado atroz era entre los incas, y lo es aún
entre los indios de la Sierra Peruana, dar muerte a las
llamas, cuya carne es excelente, porque representan la
leche, el vestido y el abono que en la comarca en que
viven necesitan por encima de cualquiera otra conside­
ración. En las regiones selváticas, cada totem que ahu­
yenta los malos espíritus, está personificado por ele­
mentos suigéneris de su medio, distinto de los demás,
pues sólo así pueden esperarse los hechos milagrosos.
En Colombia, la naturaleza se ha complacido en
formar la más extravagante complicación regional y cli­
mática del orbe. En su suelo se encuentran lo mismo
las grandes selvas tropicales del Amazonas y del Pa­
cífico que las regiones desérticas de la Guajira, las in­
terminables pampas cálidas de los Llanos Orientales
156 JULIO LONDOÑO

que las planicies frígidas de Túquerres; las comarcas


malsanas del Catatumbo o las regiones de clima ópti­
mo como el valle de Popayán. No es extraño, por tan­
to, que la religión, sin que alcance a perder sus funda­
mentos, muestre a lo ancho del país variaciones impor­
tantes.
De acuerdo con todos los documentos que pueden
consultarse en relación con lo precolombino, la reli­
gión de los indígenas ya mostraba apreciables diferen­
cias regionales a la llegada de los españoles. Al co­
mienzo de la conquista hubo dos tipos de religión: la
de servidumbre que se adentraba en el alma nativa y la
de propagación impuesta por los peninsulares. Esta,
más fuerte, triunfó pero no pudo, por el tiempo y la
energía que robaba a los españoles la sed del oro, bo­
rrar en la otra los caracteres comarcales ni arrancar
sus raíces profundas; y al adoptar los indígenas la re­
ligión católica, trataron de adaptar muchos de sus ri­
tos a sus antiguas prácticas, aunque la debilidad de
nuestros grupos aborígenes y su separación nuclear
hizo que este trabajo de puopaganda llegara más pro­
fundamente que en el Ecuador, Perú y Bolivia, en don­
de las prácticas ancestrales fueron más indóciles a este
trabajo transformador.
Pero las observaciones que aquí han de hacerse no
se refieren a determinados sectores del suelo nacional
en donde la civilización apenas ha empezado a hacer
una tímida aparición como sucede en la región amazó­
nica, en el Chocó, la Guajira o el Vaupés y en donde
los ritos bárbaros se cumplen aún a pesar del esfuerzo
evangelizador que se debate denodadamente contra un
medio hostil. Se trata del espacio en donde actúa la
mayoría del pueblo colombiano fiel a la religión ca­
tólica.
NACION EN CRISIS 157

Hay peculiaridades que sorprenden. Una de ellas es


la desaparición de la modalidad española de la con­
centración del culto en el hogar. Hasta los tiempos de
la guerra magna había siempre un rincón sagrado en
donde los habitantes de la casa se ponían en contacto
con Dios. Los poderosos tenían su capilla, otros su ora­
torio en donde se complacían en agrupar obras de ta­
lla, pintura y escultura que a pesar de su ingenuidad
llegaron hasta nosotros convertidas en elementos pre­
ciosos; los pobres tenían un altar improvisado frente al
cual contaban sus cuitas a la Divinidad. De pronto es­
ta convergencia de la fé desapareció; cuadros y esta­
tuas se distribuyeron en anchura por toda la casa, pro­
cedimiento este que a no dudarlo produjo ^en la reli­
giosidad un fenómeno de naturaleza semejante hacién­
dola perder en intensidad lo que ganaba en extensión.
Una cosa parecida aconteció con los templos. La
iglesia era el lugar alrededor del cual se agrupaban pia­
dosamente las poblaciones. La campana regía la vida
municipal desde la mañana hasta la noche. De repente
los pueblos se cansaron de esa convergencia y resol­
vieron multiplicar las iglesias y capillas en todos los
puntos de la ciudad. Cada manzana necesita una igle­
sia, cada barrio una basílica, cada población una ca­
tedral; y al mismo tiempo que los ritos se reparten y
dosifican en todos los sectores, se pierde, quizás para
siempre, la posibilidad de grandes construcciones ar­
quitectónicas de tipo religioso en que tan largamente
nos superan los demás países americanos.
Con este afán presuroso de multiplicidad de edifi­
cios para el culto hubo necesidad de abandonar una de
las más significativas y profundas manifestaciones de la
arquitectura religiosa: la orientación. Cada religión
dispone de una determinada orientación que hace par­
te de sus cánones y por medio de la cual se distingue
158 JULIO LONDOÑO

de las demás mejor que por sus costumbres rituales.


Los Hindúes orientan sus construcciones hacia el Este;
los judíos edifican sus sinagogas de manera que su
puerta principal dé hacia Jerusalem; los musulmanes
colocan la entrada de sus mezquitas en dirección a la
Meca; los cristianos levantaron siempre las fachadas de
sus templos hacia el occidente de tal modo que el co­
ro recibiera los primeros rayos del sol y penetraran al
altar las últimas luces del crepúsculo. Este bello sim­
bolismo desapareció entre nosotros. Las iglesias y ca­
pillas tienen la orientación que permite el lote genero­
samente otorgado en el testamento de algún creyente o
comprado de ocasión a una compañía urbanizadora.
Es el olvido de la tradición, de que ya hemos habla­
do, y el afán de aprovecharnos de los medios fugaces
que la civilización pone en nuestras manos, lo que nos
ha hecho perder aquellas significativas costumbres de
base esencialmente cultural. Cultura es abstracción. A
medida que una cultura se eleva sus ideales van siendo
más abstractos. Su descenso produce manifestaciones
contrarias. La cultura baja o incipiente desecha las
ideas que se subliman y prefiere lo que puede ver y to­
car, lo que está tan cerca de sus sentidos que produce
la evidencia. La fé, que entre nosotros se adentraba
en una forma lenta y segura, parece haberse detenido
en su avance introspectivo para adquirir manifestacio­
nes táctiles. El rito está suplantando a la creencia. Esa
fé agustiniana que encontraba a Dios en las profundi­
dades del propio yo, en los recónditos pliegues del es­
píritu y que luego irradiaba sobre el mundo, ha sido
puesta a un lado para tomar en cambio la apariencia
deslumbrante que trae consigo la liturgia. Es quizás el
paisaje, que aún domina al hombre de una manera ab­
soluta sin que pueda éste hacer cosa mayor para evi­
tarlo con los elementos que la civilización pone en sus
NACION EN CRISIS 159

manos, lo que ha agravado esa malhadada tendencia a


un tectonismo que nos ha hecho humanizar sin reparo
imágenes religiosas que no quieren aceptarse como la
sagrada representación de un mártir o de un santo si­
no como una entidad humana. Es esto lo que nos lle­
va a manifestaciones tan primitivas como aquellas de
tomar en serio las “peleas entre los santos”, que en de­
terminadas épocas ofrecen algunos pueblos del país;
que en ciudades tan cultas como Popayán exista un
Cristo para los liberales y un Cristo para los conserva­
dores, Cristos que son milagrosos para un partido y
funestos para el contrario; que en algunas ciudades se
lleve a cabo con devoción no fingida, la novena a una
milagrosa imagen para que libre a los hijos, aún a cos­
ta de una enfermedad, del servicio militar obligatorio.
Pero hay un hecho curioso en estas materias religio­
sas que no viene del paisaje sino del choque violento
entre la cultura rudimentaria y la civilización que quie­
re adquirir un empuje arrollador. Se trata del amor
propio,* de ese sentimiento cobarde que hace que el
hombre sienta una especie de vergüenza de poner de
presente sus convicciones religiosas en círculos priva­
dos. Porque el colombiano afronta ciertas obligaciones
visibles que le impone la religión pero a condición de
sentirse un poco perdido entre el tumulto: la gran pro­
cesión multitudinaria, la misa mayor o el congreso eu-
carístico lo libertan de esa cobardía. Cree que como
tiene libertad absoluta de escoger sus ideas, su religión
es más una cuestión de opinión ajena que de sentimien­
to propio. Se va acabando ese tipo de cristiano viejo
que se enorgullecía de su fé y la practicaba sin deslum­
bramiento pero con una hombría inalterable. En mu­
chas más personas de lo que fuera deseable, la fé está
siendo reemplazada por el fanatismo que, en cierto
modo, es un evidente síntoma de debilidad; tienen
160 JULIO LONDOÑO

energía sobrada para atacar otra religión pero les falta


el valor para engrandecer la propia. %
Pero cuando la religión se debilita en un pueblo en
que la cultura apenas empieza a buscar un nivel apre­
ciable, ese afán fundamental de la naturaleza humana
de buscar contacto con lo supersensible se desvía por
el atajo de las creencias mágicas. No hay la menor du­
da de que la abundancia de prácticas mágicas tiene re­
lación estrecha y directa con el raquitismo de la cultu­
ra intelectual. No hay duda tampoco de que la inesta­
bilidad de la vida, la angustia, la enfermedad y todas
esas manifestaciones que traen inquietud a la existen­
cia, aumentan considerablemente la superstición en los
pueblos y aunque exista en todas las latitudes de la
tierra, entre nosotros tiene, en medio de su abundan­
cia, algunas manifestaciones típicas.
Por ejemplo, llama la atención que entre gentes más
o menos civilizadas se encuentren supersticiones idénti­
cas a las de los indígenas primitivos. El frigorífico y la
radio, el linotipo y el “bull-dozer”, el aeroplano y el
neón no han logrado hacer nada a este respecto. Qui­
zás lo ancestral perdura de una manera vigorosa. Milla­
res de campesinos llevan consigo el “contra”, especie
de filtro que conquista el corazón de hombres y muje­
res; o el amuleto que da valor y buena fortuna: o el
fetiche que asegura el cumplimiento de los propios de­
seos o el talismán que es base segura del éxito. No hay
un colombiano que no haya tratado de descifrar su
porvenir por la lectura de las cartas de la baraja, la
distribución de las hojas del café y otros sistemas de la
misma índole. Y de mil colombianos que creen en la
“mariposa negra” o en el canto del “coclí” no hay con
seguridad un porcentaje del uno por ciento que sepa
el himno nacional.
NACION EN CRISIS 161

Mucha de la gente con que cuenta el país tiene ac­


tividades agrícolas y ganaderas y buena parte de ella
pertenece a una clase social distinguida. No obstante,
es asombroso el número de personas que creen en
el “rezo” del ganado, esto es, en la oración de un
hombre dotado de poderes milagrosos para que des­
aparezcan los gusanos que taladran la carne de las re­
ses en los climas tropicales y que es un remedio mucho
más eficaz que cualquiera de los que produce la far­
macopea veterinaria.
Hay, sinembargo, un hecho que da idea clara de la
obstinada penetracón del sentimiento mágico en la ma­
sa popular. En el primer semestre del año de 1951 se
hizo una investigación en la cual tomó parte la Smithso­
nian Institution de los Estados Unidos con el fin de
averiguar el porqué del rechazo de las clases populares
ciudadanas a los últimos tratamientos médicos, a las
drogas de efectividad demostrada, a los modernos an­
tibióticos y en fin, a todos esos medios de defensa que
trata de proporcionar el servicio social, con la ayuda de
la Cooperación Interamericana de Salud Pública. Se
escogieron para la encuesta varios barrios bajos de Bo­
gotá y algunas ciudades como La Dorada en las cuales
i existía la seguridad absoluta de que todos los habitan­
tes habían estado en contacto con manifestaciones pal­
marias de la civilización.
Los resultados netos, analizados con la más comple­
ta frialdad no dejaron duda de que el médico no podía
medir su poder con el curandero. El médico no sabía
nada del “mal de ojo”, de los “entuertos”, de los
“vientos” en la alimentación y desconocía por comple­
to el efecto de las yerbas milagrosas y de sustancias
secretas que hacían prodigios en materia de salud. Y la
circunstancia más curiosa y grave de todo esto consis-
162 JULIO LONDOÑO

tía en que una gran cantidad de enfermeras que fueron


llevadas a los distintos sitios para la práctica de la in­
vestigación, al poco tiempo de estar en contacto con
estas gentes iban adquiriendo las mismas creencias con
una rapidez desesperante, como si la superstición fuera
contagiosa.
Ante la patentización de los resultados y la tosudez
de la gente para cambiar sus ideas, la mayoría de los
médicos y una buena parte de las enfermeras se iban
volviendo duros y casi brutales para con los pacientes.
Pero el pueblo, nuestro pueblo, no es culpable de su ig­
norancia. El procedimiento en lugar de mejorar la si­
tuación la agravó porque afirmó más en el espíritu de
aquellas gentes sus funestas ideas.
Un favor mayor que el de la universidad se deriva­
ría de emprender una campaña contra la magia en es­
te pueblo enfermo de desnutrición y de superstición.
Y no falta quién asegure erradamente que esta pro­
pensión mágica del pueblo colombiano proviene de su
ascendrado espíritu religioso. La superstición no refleja
una abudancia de creencia sino un extravío de la cre­
dulidad. Nuestro pueblo, por el predominio que el me­
dio tropical ejerce sobre él, por su apasionada impa­
ciencia, por su inseguridad angustiosa, busca en la su­
perstición el remedio inmediato y próximo a todos sus
males.
CAPITULO VIH

LA ETICA

Fijar los rasgos predominantes de la ética del pue­


blo colombiano constituye uno de los más intrincados
problemas en el estudio de nuestra nacionalidad. Es di­
fícil precisar nítidamente el concepto sobre el bién y el
mal, fundamento de la ética, en un pueblo en transi­
ción, en un pueblo de rasgos culturales imprecisos y
barrocos, en un pueblo que camina entre dos opuestos
y en cuya travesía gira a veces sobre sí mismo con una
inestabilidad ciclónica.
Es claro que no puede aplicarse á este caso un car­
tabón conocido. Los grandes sistemas éticos fueron,
con raras excepciones, el resultado de una concreción
de principios y normas adaptables a determinado perío­
do histórico y a circunstancias precisas. Por tanto,
si se quiere medir con esos cánones el caso colombia­
no, hallamos que muchos de los sistemas clásicos le
son antagónicos y que otros, sólo en parte le acomo­
dan como si el pueblo de un lado y el sistema del otro
se solaparan en forma de círculos secantes.
Así, por ejemplo, el nuestro es un pueblo católico.
La religión cristiana fue el mayor aporte, quizás el so­
lo gran aporte que recibimos de España; el único que,
junto con el idioma, supervivió en forma íntegra al tre­
mendo huracán de la conquista. Sinembargo, el pueblo
trata a menudo de sacudir las normas de la ética cris­
tiana inmodificable en su grandiosa integridad e inalte­
rable en su prístina claridad. Somos más propensos a
164 JULIO LONDOÑO

la exteriorización que a la introspección en las prácti­


cas religiosas; nos parece mejor lo presente que lo fu­
turo por esa peculiaridad de nuestro carácter que hace
de la impaciencia y la precipitud un elemento funda­
mental; la soberbia individualista nos trata de alejar
de toda idea de paridad con el prójimo; vivimos ena­
morados del intelectualismo, posición que ninguna re­
ligión toma en cuenta, ya que su dominio se extiende
más al campo de los instintos que al reino de las ideas;
nos molesta esa igualdad evangélica entre el sabio y el
ignaro, el rico y el pobre, el lisiado y el Apolo. La
doctrina de Cristo tiene mucho campo para conquistar;
estamos evangelizados a medias.
Si queremos por un momento comparar nuestros
conceptos de lo bueno y lo malo con la ética aristotéli­
ca, veríamos enseguida que nos acomodaría per­
fectamente su principio básico de que el bien es la fe­
licidad; solamente que, en vez de radicar ese concepto
en el desenvolvimiento de la capacidad de la razón, lo
colocaríamos en las cosas materiales y tangibles. De
otra parte, nuestro temperamento se rebela contra la
consideración de la virtud como ejercicio de la activi­
dad correspondiente al término medio, a ese “áureo
medio” en que tan ahincadamente insistía el estagiri-
ta. Para él la modestia estaba entre la humildad y el
orgullo, la discreción entre el disimulo y la locuacidad,
la ambición entre el descuido y la codicia, la amistad
entre la hostilidad y la adulación. . . y así hasta agotar
la escala de las excelencias humanas. Pero etso con
nosotros no reza. El extremo apasionado nos atrae co­
mo un vórtice; necesitamos ser arrogantes o dóciles,
avaros o pródigos, agresivos o lisonjeros, taimados o
gárrulos. Y sólo querríamos imitar a las personas que
se han colocado en los extremos: Don Quijote o San­
NACION EN CRISIS 165

cho, San Francisco de Asís o Pedro el Grande, San Pe­


dro Claver o Juliano el Apóstata.
Cosa semejante sucedería si tomáramos como mo­
delo la doctrina de ese gran creyente que se llamó Es­
pinoza. De hecho no desaprobamos la teoría de que
el bien y el mal son conceptos subjetivos; el mundo
que cada uno de nosotros forma, separado de los de­
más, bien puede dar pié para semejante relativismo.
Pero cuando entremos a la teoría de la libertad y tro­
pecemos con la idea de que la libertad de cada hombre
es un mito y que, aunque se crea libre porque tiene
conciencia de sus apetitos, no lo es más que una pie­
dra que fuera lanzada al espacio y creyera durante el
recorrido de su trayectoria segura de que era ella quien
determinaba el sitio y el momento de su caída, la recha­
zaríamos vigorosamente ya que aceptar una tesis de es­
ta naturaleza sería tanto como disminuir nuestra hin­
chada personalidad y ocupar un puesto demasiado in­
significante dentro del universo.
Pero indudablemente donde las situaciones paradó­
jicas se presentarían con mayor frecuencia y de mane­
ra más notoria sería en el caso de que quisiéramos
aplicar a la ética de nuestro pueblo el molde nietzschea-
no. Indudablemente creemos en la lucha por la exis­
tencia; estamos convencidos de la necesidad inelucta­
ble de mantener ese combate por la supervivencia que
constituye la esencia de la historia de los pueblos y de
los hombres. Tenemos tendencia a encontrar virtud
donde hay fuerza y vicio donde hay debilidad; nos in­
clinamos, harto frecuentemente a creer que lo bueno
tiene la misma esencia de la ganancia y lo malo una na­
turaleza similar a la pérdida. El fracaso es para nos­
otros el argumento más claro de la falta de razón. Por
eso no entendemos a los héroes sino en un atuendo
166 JULIO LONDOÑO

guerrero y en una apostura arrogante; nos parece que


nuestros grandes hombres que no han tenido uniforme
militar o actitud de caudillo son figuras incompletas.
Nos arrebata el Bolívar de Junín pero nos deja indife­
rentes el Bolívar del Congreso de Panamá o de la
Constitución de Bolivia.
Y hay todavía una concordancia y una discrepancia
simultáneas con esa tendencia ética a la voluntad de
dominio. Tal como ella lo proclama, el débil, el en­
fermo, el incapaz, el lisiado nos merecen muy poca
atención. Los servicios públicos y privados para la sal­
vación del infinito número de personas que en esta co­
marca tropical desnutrida están en aquellas condicio­
nes son de una pequeñez abrumadora y sinembargo
creemos que el Estado derrocha el dinero protegiéndo­
los. No tenemos ese concepto filantrópico que busca
la salvación del hambreado, del débil, del enfermo.
Hasta el estudio del problema en el ambiente colecti­
vo nos repugna. Carecemos del sentido de ayuda si­
quiera personal a los desamparados, a los niños, a los
ancianos y a las mujeres grávidas. Pero en cambio tra­
tamos siempre de convencer a los demás con nuestro
dolor. El colombiano es la persona que sufre mayor
número de infortunios y mayor cantidad de tragedias,
y que se deleita relatándolas cuando quiere conseguir
algo y muchas veces sin este intento. Amamos el dolor
en abstracto con una pecaminosa deleitación. Hay re­
giones como Antioquia, por ejemplo, en donde el mor­
boso placer de sentir la angustia que produce la trage­
dia ajena cuando se escarmena hasta sus más íntimos
detalles forma una característica cultural. Quizás esta
inclinación de nuestro pueblo al regocijo profundo en
todas las circunstancias dominadas por el sufrimiento y
la congoja es lo que ha hecho que haya arraigado de
NACION EN CRISIS 167

manera tan honda la parte trágica que tiene la religión


católica.
Pero es lo cierto que más que una ética para el pue­
blo colombiano nos interesan a este respecto sus mani­
festaciones actuales. Somos testigos y no jueces. Las
señales que ahora revela, serán mañana más acentua­
das o más débiles, se irán transformando o desapare­
ciendo debido al cambio que hoy se opera.
De todos modos, sea cualquiera el concepto funda­
mental que se tenga del bien y del mal, es lo cierto que
la forma como a todo pueblo puede presentarse lo bue­
no y lo malo varía según la apariencia de que los vis­
tan tres elementos primordiales: el clima, el ambiente
social y el temperamento. Las combinaciones y permu­
taciones que estos elementos pueden ostentar repercu­
ten de manera directa y seria sobre aquellos conceptos
en forma tal que frecuentemente se presentan con ca­
racteres no sólo muy diferentes sino a veces contrarios.
La inactividad que para el clima de la India es una
virtud aristocrática, resulta para una zona de gran es­
tímulo para la acción como el E. de Estados Unidos,
una actitud parasitaria. Entre los fijianos la viuda de
toda persona importante debe ser extrangulada a la
muerte de su marido; en la región del Medio Oriente
a un hombre monógamo no puede considerársele como
persona “decente” y en nuestro medio occidental los
conceptos al respecto son completamente antagónicos.
Entre las relaciones sexuales de un nórdico y las de un
habitante del trópico existe una diferencia tan marcada
que los dos no pueden entenderse. Y así podrían mul­
tiplicarse ios ejemplos hasta el infinito.
La primera influencia que el clima produce en nues­
tras costumbres se debe a la falta de oscilación climá­
tica. En las zonas templadas, habitat de las gentes que
168 JULIO LONDOÑO

dirigen el mundo, los cambios de temperatura, hume­


dad y presión, alcanzan variaciones enormes que pro­
ducen en la naturaleza humana un ritmo preciso en sus
actividades físicas y mentales que la mantienen en un
equilibrio perfecto. Entre nosotros, la igualdad de los
días y de las noches, las temperaturas siempre elevadas
y que acusan cambios mínimos a lo largo del año, y
todas aquellas condiciones que producen lo que orgu-
llosamente llamamos nuestra “eterna primavera” aca­
rrean consecuencias penosas.
La falta de cambios estacionales y la poderosa re­
fracción solar de los trópicos irrita hasta el exceso el
sistema nervioso. De esta circunstancia inicial arran­
can dos condiciones típicas: la primera es nuestra ten­
dencia a la discusión y a la disputa. Nuestro sistema
nervioso exasperado no alcanza a tolerar el desenvol­
vimiento progresivo y pausado de las ideas en una con­
troversia, sino que se mueve a saltos, denotando exal­
taciones violentas y rematando por lo general en un
motín de los instintos. La segunda consecuencia es la
susceptibilidad. Con la sensibilidad agudizada asistimos
a la marcha de los sucesos que nos rodean y la menor
cosa que nos roza la tomamos como algo directo con­
tra nosotros mismos. Una palabra, un gesto, una sonri­
sa, una actitud fría con que tropezamos inadvertida­
mente debe estar dirigida exclusivamente, necesaria­
mente, contra nosotros.
Pero esta falta de oscilación climática no sería tan
grave en sí misma si la naturaleza humana, en las con­
diciones precarias que ofrecen estas latitudes, pudiera
sostenerse de continuo. El cuerpo busca necesariamen­
te el reposo para soportar tan altos y frecuentes pe­
ríodos de excitación y viene entonces un mal mayor: la
depresión.
NACION EN CRISIS 169

En primer lugar el estado depresivo sumado a la


suceptibilidad nos produce el temor al ridículo y este
temor nos lleva tan lejos que nos rodeamos de una se­
rie de precauciones para evitar la exteriorización de
defectos que pueden producir la risa burlona de los de­
más. Y dado nuestro personalismo, que en todo mo­
mento hace que nos creamos el centro de toda activi­
dad, adoptamos actitudes personales y sociales diferen­
tes en todo a nuestra verdadera manera de ser. Ca­
recemos del sentido del humor y en cambio tratamos
de cubrirnos de una armadura de cortesía y afectación,
de hieratismo y de importancia que nos diferencia de
nosotros mismos. . . Por eso cuando vemos la forma de
divertirse las gentes de las otras razas o de los otros
pueblos no podemos entender sus métodos y nos pare­
cen infantiles o tontos.
Y la depresión profunda nos vuelve hipocondríacos.
Somos por eso un pueblo melancólico, un pueblo que
siente placer en estar triste como si a todas horas —
excepto en aquellas en que abusamos del alcohol— es­
tuviéramos convalecientes de una gran pesadumbre.
Un pueblo en que la juventud no canta; un pueblo co­
lectivamente mudo desde el punto de vista musical y
para el cual hasta el canto del himno nacional quiere
dejarlo a los coros especializados porque su participa­
ción en tales demostraciones le parece que encierra al­
go ridículo; en donde los batallones son silenciosos y
marchan sin bandas de música; en donde los himnos
de las universidades son cantados por grupos pequeños
que llevan la vocería del conjunto.
Y para salir de la depresión no hemos encontrado
hasta ahora sino un remedio: el alcohol. Los griegos
descubrieron que la tragedia producía en el pueblo la
catarsis, es decir, una liberación de las emociones acu­
170 JULIO LONDOÑO

muladas que podrían traducirse en actos inconvenien­


tes, liberación que se realizaba por la exposición de las
pasiones humanas durante la representación de la tra­
gedia. También nosotros buscamos en el alcohol algo
de catarsis, liberación de tedas las ideas e inclinaciones
que han caído pesadamente en el fondo de nuestro ser;
despertar de la esperanza, franqueo de las puertas a
nuestra dormida personalidad. . . Sinembargo, los re­
sultados obtenidos son distintos a los hallados por los
griegos.
Las clases elevadas toman alcohol para mantener
una euforia artificial y la gente del pueblo para bus­
carla. El campesino, esa masa enorme del pueblo co­
lombiano, busca el alcohol como un refugio, como un
medio de romper su morbosa depresión interior y para
zafarse de una timidez a donde el medio social y el cul­
tural le han llevado.
Pueblo excesivo, pueblo de extremos, pueblo impa­
ciente, no puede usar una bebida en la cual el proce­
so de la embriaguez sea lento y su acción moderada;
debe tomar una bebida decisiva, fuerte, explosiva, en
que se vaya de la sed a la locura sin pasar por ese
intermedio de eutaxia. De esta manera el “self-control”
no puede existir y aparece la delincuencia.
De otro lado, es bien sabido que en las zonas tem­
pladas los animales van experimentando una urgencia
genésica en una escala similar a la de la temperatura
estacional. El hombre es el único animal que viola esa
escala rompiendo su continuidad ascencional como en
un acto de rebeldía contra las leyes de la naturaleza;
por más que vaya contra este principio regulador
la ley se hace sentir en él lo mismo que a cualquier
otro individuo de la escala zoológica. Pero en el trópi­
co, en donde la temperatura es constante y alcanza ni­
NACION EN CRISIS 171

veles extremos, el apremio sexual mantiene una cota


elevada y constante. Esta modalidad de un instinto bá­
sico se adentra de tal manera en la vida del colombia­
no que ninguna de sus actividades puede sustraerse a
ella: en las fiestas sociales y en los eventos deportivos,
en la amistad y en los negocios, en la conversación y
el arte, en la religión y en la vida de familia la cues­
tión sexual (juega un papel primordial. Y hay quienes,
como Elsworth Huntington, creen que uno de los he­
chos que más contribuyen a esta exaltación es el vesti­
do femenino, el cual, debido al calor excesivo es dema­
siado ligero y al ceñirse al cuerpo de la mujer mantie­
ne los instintos masculinos en una alta tensión, retán­
dolos de continuo como lo hiciera quien agitara un pa­
ño rojo frente a un toro de lidia.
El hecho se agrava cuando se considera que gracias
a los fabulosos medios modernos de comunicación y
transporte que con facilidad desconcertante nos permi­
ten ponernos en contacto con otros pueblos, otras cul­
turas y otras razas, copiamos inopinadamente todo
aquello que sin trabajo alguno podemos captar en­
seguida. Es lógico que cada cultura tenga hábitos pa­
rasitarios que tratan de contaminarla y aún de destruir­
la; pero son precisamente estos hábitos los que, como
si se tratara de una colonia de microbios, están listos
a invadir todo organismo que se presente en el sector
en que actúan y los que desempeñan más eficazmente
su tarea destructora en los seres que están fuera de
su medio ambiente. Copiamos generalmente, en esos
contactos pasajeros, lo trivial y lo bajo, llevándolos más
lejos de lo que en realidad están en la región en donde
los hemos escogido, y olvidándonos de que en un am­
biente completamente diferente del original en cuanto
a clima, medio social y temperamento tienen un al­
cance y un significado sustancialmente distintos.
172 JULIO LONDOÑO

Pero si el clima causa tan manifiestas variaciones en


la manera de obrar del pueblo colombiano, no son me­
nores las que el medio produce. En materia de ética
hay dos factores fundamentales que ofrece para su aná­
lisis: las escuelas y la administración de justicia.
Ya vimos, al hablar del crecimiento demográfico,
que quizás estábamos más ilusionados de lo necesario
en relación con nuestro vertiginoso aumento de pobla­
ción. El pueblo crece según una progresión geométrica
y el Estado, haciendo un esfuerzo máximo, sólo puede
crear escuelas según una progresión aritmética. De es­
ta manera la cantidad de analfabetos con que cuenta la
nación adquiere proporciones aterradoras. La afluencia
de gentes del campo a la ciudad no hace otra cosa que
complicar el problema que parece tender a volverse
insoluble. Las universidades y colegios particulares son
desde todo punto insuficientes para dar cabida siquiera
a una parte apreciable de la juventud que necesita edu­
cación y la elevación del costo de la enseñanza priva
de sus luces à muchos miles, tal vez millones, de jóve­
nes del pueblo. De esta manera la falta de educación
no puede producir, en pueblo alguno de la tierra, cosa
distinta del relajamiento de las costumbres. Y debemos
pensar en que todo lo grande que cuenta la historia de
Colombia desde la revolución del veinte de julio has­
ta el Congreso admirable y desde la Constitución del
86 hasta el tratado del “Wisconsin” fueron realizados
por gentes cultivadas. Y en cambio todos los desastres,
desde la destrucción de la Expedición Botánica hasta
los fusilamientos de la huerta de Jaime y desde la re­
volución de Meló hasta el 9 de abril fueron causados
por la torpeza y la ignorancia.
Las catástrofes en la existencia de los pueblos se en­
cadenan misteriosamente como en la vida de los hom­
bres; a los males que producen el debilitamiento de
NACION EN CRISIS 173

la moral y la carencia de escuelas, se suma nuestra es­


trechez en lo que respecta a administración de justi­
cia. El problema de cantidad de personal y medios en
esta rama tiene su origen en la misma razón demográ­
fica de la falta de escuelas. Cuando los sumarios se
acumulan en los juzgados en forma tal que los encar­
gados de sustanciarlos sucumben bajo el peso infinito
del número de expedientes a que no podrán atender a
causa del tiempo que su estudio demanda, ya puede sa­
berse que la impunidad forzosa será su lógica conse­
cuencia. Y si a esto se agrega la extracción política de
los jueces y su cambio constante, hay una razón más
para perder la esperanza de una efectiva administra­
ción de justicia.
Ahora: si a las innumerables leyes que dictan para
personas determinadas o casos excepcionales sumamos
las disposiciones que no cumplimos, obtenemos un vo­
lumen de legislación que quizás no es igualado por na­
ción alguna. Esta circunstancia contribuye a que no
haya una sola ley que no tenga un escape ancho y sen­
cillo fácilmente aprovechable por nuestros innumera­
bles casuistas. Y si a esto agregamos la lentitud en la
marcha de los asuntos que depende tanto de su volu­
men como de nuestro temperamento, se ve ensegui­
da la facilidad que existe para que prospere la in­
honorabilidad en el pensamiento, en las palabras y en
las obras. Atravesamos una crisis de la verdad; ya no
hay esa igualdad señorial entre lo que el hombre pien­
sa y lo que el hombre expresa; Sí y Nó, son palabras
que se aplican no a lo que es o a lo que no es, sino a
lo que conviene. La sinceridad representa una actitud
mental que lo mismo puede ser tachada de feminidad
que de osadía. Las relaciones sociales, aún las que
muestran una cordialidad extrema, tienen más de con­
veniencia que de amistad. En los negocios la palabra
174 JULIO LONDOÑO

no existe; todo negocio debe hacerse con una secuela


de fiadores y testigos, de arras y garantías que da la
idea de que es negocio entre bandoleros. La propina,
antes desconocida en asuntos preestablecidos, tiene
ahora poderes milagrosos. En las ciudades importan­
tes los dueños no pueden ausentarse de sus casas aún
por lapsos cortos sin dejar un guardián que se enfren­
te a los ladrones. Hay que andar armado por los cami­
nos y marchar cautelosamente por las calles apartadas
durante la noche; y así en todos los órdenes. . .
CAPITULO IX

LA ESTETICA

Cuando dos grandes artistas como Hobbema y Ru­


bens tratan un mismo motivo, un paisaje por ejemplo,
la diferencia entre las dos obras de arte es de tal mag­
nitud que puede decirse que entre ellos no existe na­
da de común. Lo que en el uno es silueta en el otro es
masa; en el primero las formas que entran en la com­
posición parecen estilizarse, elevarse, adquirir una
verticalidad fina y discreta; en el segundo las figuras se
ensanchan, la tierra deja de ser plana para formar cur­
vas de gran amplitud, todos los detalles se hacen ma­
cizos y ampulosos. Es la finura holandesa enfrentada a
la carnosidad flamenca; es la patetización de dos me­
dios ambientales que han penetrado en el alma de los
artistas hasta dar a su visión una sensación típica que
se confunde con su misma naturaleza.
Pero si en lugar de tomar dos artistas tomamos dos
conjuntos, por ejemplo, el arte inglés y el arte braha-
mánico, notamos en el primero un estatismo sereno y
discreto, una plasticidad fría y suspensa, mientras que
en el otro encontramos un arrebato voluptuoso, una
retorcida movilidad de llama y una amplificación de
formas contorcidas hasta la desesperación. Son dos
temperamentos que se expresan francamente para mos­
trar el substratum que condiciona el alma de dos pue­
blos.
Finalmente, si enfrentamos dos culminaciones artís­
ticas tales como la helénica y la asiria, vemos que el
176 JULIO LONDOÑO

impacto que han hecho sobre la sensibilidad univer­


sal, que su carácter de eternidad, es completamente di­
verso. Esta representa un episodio en la historia del
arte y la otra sigue aún viva esperando una superación
definitiva. Son la expresión de dos culturas que alcan­
zaron niveles diferentes a pesar de haber expresado su
medio y su temperamento con idéntica intensidad.
Y es precisamente este significado cultural lo que
ahora nos interesa.
Hay en toda cultura dos elementos que deben consi­
derarse: la abundancia y calidad de los artistas, por
una parte, y la capacidad del pueblo para admirar la
obra de éstos, por la otra. Pero es claro que el número
y calidad de los artistas no corresponde a este estudio.
El análisis de tan delicadas y especializadas cuestiones
compete a la técnica. Por otra parte, su estudio no pue­
de llevarnos a encontrar un contenido social suficiente
para que pueda decirse que es una manifestación viva
de la cultura. Porque entre nosotros hay artistas de
mérito pero son como islotes en el ambiente nacional,
son unidades sin vinculación, carentes de toda unión
aún de aquella que pueden proporcionar los estilos, y
aún más, las escuelas. Pero además de eso nuestros
artistas están privados de una buena parte de la posi­
bilidad de expresión espontánea y profunda que es la
única que evidentemente tiene un verdadero sentido
cultural. Lo primero que se opone a ello es la influen­
cia extranjera. Ese influjo no cubre solamente el cam­
po de la técnica sino que absorbe gran parte de la per­
sonalidad y la encadena de una manera tremenda a lo
foráneo. Y esto es tanto más grave cuanto que la trans­
plantación en materia artística, como en cualquiera
otra, da la mayoría de las veces resultados precarios,
entre otras razones, por la implacable influencia del
NACION EN CRISIS 177

medio. Viene en seguida la dramática compartimenta-


ción geográfica que reparte la población del país en
grupos pequeños y aislados. El arte, por paradójica
que pueda parecer esta afirmación, es un fenómeno de
multitud, es un hecho de densidad demográfica. Es la
magnitud del grupo humano lo que produce esas excep­
ciones extraordinarias que se llaman los grandes artis­
tas. Lá relación entre densidad de población y el des­
envolvimiento artístico es más estrecha e importante
que entre ese desenvolvimiento y la inteligencia de la
raza. El nombre de “República de ciudades’ que nos
envanece sin que hayamos analizado su sentido sufi­
cientemente a espacio nos ha producido, desde este
punto de vista, un atraso mayor que nuestra molicie
tropical.

De otro lado, entre nosotros, con nuestra cultura in­


cipiente, el artista necesita vivir. Se encuentra fatal­
mente obligado a aceptar el “encargo” hecho por gen­
tes a veces ignaras, limitando su personalidad. Y aún
pasarán muchos años antes de que esta situación pueda
cambiar. Así ha sucedido a lo largo de la vida nacional.
La marcada disparidad que puede notarse en obras
como las de Vásquez y los Figueroas se debe a esta cir­
cunstancia indiscutible.

Finalmente está la limitación del medio. Un medio


que carece de madurez en el sentido del arte es una ba­
rrera formidable para el desenvolvimiento de la inspi­
ración. El sentimiento religioso exagerado, la concien­
cia pacata y la carencia de una visión amplia y defini­
da, coartan la libertad de modo exagerado.
Pero si el análisis en este sentido no nos permite lle­
gar a las conclusiones que un estudio como este re­
quiere, no sucede lo mismo con el sujeto del problema,
178 JULIO LONDOtfÖ

esto es, con el contenido sociogeográfico que es el de


mayor valor para nosotros.
El proceso existencial de nuestro pueblo se confun­
de con la lucha contra el medio, contra el medio hostil
y violento del trópico en donde la naturaleza trata de
dominar al hombre y someterlo a sus condiciones pri­
mitivas. Además de que el clima excita las pasiones del
hombre como el alcohol, la luz intensa de los rayos
verticales del sol durante los doce meses del año da a
todas las cosas una luminosidad que las vuelve tectó­
nicas, que acusa su presencia con contornos definidos y
que es enemiga de las medias tintas y matices. Todo
cuanto se ve y oye en el trópico inundado por el sol es
claro, preciso, neto. Por eso el pueblo no puede apre­
ciar, desde el punto de vista artístico, sino lo que le
devuelven esas mismas condiciones como el reflejo de
un espejo sin mancha. No alcanza a sentir sino la copia
de la naturaleza con sus contornos exactos. Mientras
más fuertes sean los rasgos que definen esta plasticidad
tropical, de una realidad punzante, que arrebata el
color, refuerza los sonidos y amplifica las formas,
mayor será el deleite que la obra de arte le produc-
ce. Por eso exige en pintura lo tectónico, en música
lo rítmico, en literatura lo fácil y en arquitectura lo
grande. Necesita lo que pueda conocer de una vez,
lo que logre captar de una sola mirada, lo que le per­
mite eludir el análisis, lo que le ahorre esfuerzo de in­
terpretación. Si nos fuera dado, para aclarar este con­
cepto, referirnos a la división estética de Hegel, podría­
mos decir que el pueblo colombiano no se emociona
con lo romántico, en lo cual hay un contenido mayor
de idea que de materia; ni con lo clásico en que idea y
materia se equilibran; ni con lo simbólico, en que la
cantidad de materia absorbe casi por completo las
ideas, sino que está colocado en el punto intermedio
NACION EN CRISIS 179

entre lo clásico y lo simbólico, esto es, en un punto en


el cual la naturaleza conserva su imperio básico pero
donde debe hallarse una fértil abundancia de materia.
Para poder llegar a esta facilidad exigida, cada rama
del arte tiene sus propios recursos y por eso es necesa­
rio ilustrar esta tesis con ejemplos.

LA PINTURA

Quizás de todas las artes es esta la que con mayor


claridad muestra aquella tendencia.
Siguiendo el curso de nuestro razonamiento cabe
ahora preguntar: ¿Cuáles serían los medios de que po­
dría valerse la pintura para lograr que un grueso pú­
blico que la observa, de un nivel cultural bajo, pueda
sentir una emoción estética, por primitiva que sea? O
de otra manera: ¿qué manifestaciones debe tener la
pintura para que satisfaga el término medio cultural
de nuestro pueblo?
El primer factor que hay que tener en cuenta es una
tendencia “perfilista”; un predominio de la línea, una
plasticidad palpable, algo que se pueda tocar con los
dedos invisibles de la visión, una implacable prima­
cía del dibujo. Si el artista pinta un cuerpo de mujer,
la carne debe sentirse palpitar; la imagen devuelta por
un espejo podría dar idea del caso. Si se trata de unas
flores, sus colores deben ser tan claros y vivos y cada
uno de sus detalles tan perfecto y minucioso, que
aparezcan como recién cortadas. Nada de man­
chas, nada de segundos planos borrosos, nada de figu­
ras cuyas líneas no las separen como muros de todas
las demás; que las cosas no se enreden unas con otras
porque así cada cual pierde, para nosotros, una parte
importante de su personalidad. Si fuéramos dados a ex­
plicar esto con ejemplos podríamos decir que nuestro
180 JULIO LONDOÑO

pueblo llegaría a comprender la pintura de un Rodrí­


guez Acevedo mucho antes que la de un Baltasar de
Figueroa aunque haya entre ellos una separación de
más de tres siglos y que las minuciosas estampas de
la Comisión Corográfica son más pintura para él que
la Adoración de los pastores de Gregorio Vásquez Ce-
ballos.
La segunda manifestación de nuestra primitiva ma­
nera de regocijarnos con la pintura estriba en el pre­
dominio de la superficie. La contemplación se hace
más fácil y la impresión más violenta. Que las figuras
se adelanten ál primer plano y que aparezcan en su
máxima magnitud. No tenemos la pupila suficiente­
mente ejercitada para la gracia de la profundidad y
aún del escorzo. Carecemos de la emoción espacial. Lo
que no acorta la distancia entre las figuras y el obser­
vador nos parece antiestético; la sensación de infinito
más nos desasosiega que emociona y si alguien quiere
jugar con estos conceptos espaciales, lo más que pue­
de intentar es la formación de planos estratificados co­
mo escalones, separados uno de otro con una tajante
precisión. Ese ha sido el secreto de la preponderancia
del retrato; esa, la razón para la multiplicidad en las
figuras de santos en que el primer plano dominante es
lo único que se exige. Y cuando en un retrato como
el del Maestro Valencia hecho por Efraím Martínez,
para citar una obra que el pueblo ha contemplado
largamente, se abre una amplia perspectiva sobre el
Valle del Cauca, esta parte, la más importante, se es­
capa de nosotros y se pierde ante la figura del Maes­
tro que alcanza a salirse del marco.
Otro de los elementos que reclama nuestra mente
inadecuada es la simetría. Que todo esté dispuesto se­
gún líneas horizontales y verticales que nos faciliten la
NACION EN CRISIS 181

distribución de los elementos pictóricos. Exigimos un


balanceamiento perfecto, pero no disimulado en los ar­
dides de la composición, sino en una forma explícita
y geométrica. Lo que no esté dispuesto así significa
desorden.
Viene después la subordinación de todos los ele­
mentos del cuadro al motivo principal: es un sentido
de disciplinada convergencia hacia la figura central.
Todas las actitudes, los movimientos, los contrastes de
luz y sombra, tienen que concurrir hacia el centro do­
minante; todo cuando tienda a emanciparse de esa ley
es un comienzo de caos.
Uno de los mejores cuadros con que cuenta el arte
nacional es la “Inmaculada” del pintor cartagenero
Pablo Caballero, que se venera en la sacristía de la
Catedral de Bogotá. Durante muchos años este cua­
dro ha despertado la emoción y ha encendido la fé de
los colombianos, pero no cabe duda alguna de que es­
ta emoción proviene en gran parte de esa subordina­
ción absoluta y tiránica de cada uno de los elementos
del cuadro a la figura central de la Virgen.
Y vienen finalmente la luz y el color.
No nos sentimos satisfechos sino con una represen­
tación total; cada cosa, cada parte, cada detalle deben
verse de manera perfecta y clara, y no solamente en
cuanto al perfil que las separa de las demás sino que
ninguno de sus accidentes ha de quedar sin manifes­
tarse. Una mano debe ser tan exacta como si estuvie­
ra viva, que pueda examinarse como si fuera una re­
producción de cera y de igual manera ojos, trajes, flo­
res, árboles, todo, en fin, debe ser completado. Cuan­
do el pintor intenta producir la sensación de un todo
por la acentuación de un detalle, un traje por un plie­
gue, por ejemplo, tenemos la sensación de. que la obra
182 JULIO LONDOÑO

está inconclusa. El dibujo ayuda mucho a complacer


este sistema de percepción; y todo cuanto es contrario
a él lo tomamos como una emancipación prematura
de las formas.
Para que un cuadro nos seduzca, casi podríamos
decir, para que nos emocione, necesitamos que la luz
venga de todas partes; que las figuras aparezcan entre
llamaradas de luz; una sola dirección luminosa la apre­
ciamos como una deficiencia; no admitimos que nada
quede en la sombra a menos que ésta sea utilizada co­
mo un recurso para buscar plasticidad.
Y nos gusta también el color exaltado, violento; el
color de onda larga. El rojo y el amarillo subidos, de­
tonantes, son los que más nos agradan. Igual cosa ha
sucedido en el principio de las culturas que se han des­
arrollado en los trópicos o en sus inmediaciones.
Conocemos los colores del iris y exigimos que cada
uno esté definido, que conserve su personalidad, que
tenga su carácter; los matices nos resultan desagrada­
bles; para nosotros no ha sido hecho, por ejemplo,
“aquel verde maravilloso de las hojas atravesadas por
el sol”, de que hablaba Leonardo. Queremos color pre­
ciso, fiel y cada vez más violento a medida que se
desciende en la escala social.

LA MUSICA

Apartémonos al mismo tiempo de la técnica y de


aquella gente que ha tenido la facilidad de cultivarse,
y coloquémonos en medio del pueblo confundiéndonos
con él para saber cómo siente la música la población
colombiana.
Necesitamos, de hecho, proporcionarle a nuestra
cultura no evolucionada los elementos simplificadores
NACION EN CRISIS 183

que exige. Por eso la primera manifestación que nota­


mos es la tendencia a la onomatopeya. Deseamos que
la música sea el reflejo de lo exterior, que descubra la
naturaleza de las cosas en que se recrea, que pinte las
pasiones o los seres.
Los indígenas, en el descubrimiento y aún mucho
después, tenían flautas y kenas con sonidos roncos o
agudos para que el auditorio pudiera saber cuándo se
hacía referencia a un hombre o a una mujer. Además,
en un medio en donde la naturaleza es violenta como
en los trópicos, con tormentas y rayos, huracanes y
truenos, la música debe estar en consonancia con el
ambiente. De aquí el uso exclusivo, por parte de la po­
blación indígena, de los instrumentos de percusión y
de viento, predominantes éstos en las cordilleras y
aquellos en las llanuras y litorales, que se resisten a ce­
der su predominio a los instrumentos de cuerda que
traen los españoles, de cuya guitarra, de voces fuera
del ambiente, nuestro mestizaje habría de sacar la lira,
el tiple y el requinto, de sonidos que convienen más a
su habitat.
Citaremos un caso típico de esta vocación del pue­
blo colombiano por el contenido imitativo de la mú­
sica: Colombia ha sido siempre un país en donde el
músico se ha mirado con indiferencia; y es él el artis­
ta que menor interés ha despertado siempre en el al­
ma popular. No obstante, a fines del siglo pasado fi­
guró entre nosotros Nicomedes Mata Guzmán, guita­
rrista insigne que reproducía en su instrumento con
pasmosa semejanza, el canto de las aves, los dobles de
las campanas, los ruidos del cañón en el combate, las
cornetas del vivac, el eco del llanto, el ritmo de los re­
mos en el agua, y mil sonidos por el estilo. Nadie ha
causado con la música hasta ahora una emoción más
184 JULIO LONDOÑ0

profunda en el alma del pueblo colombiano y nunca


se ha tributado a otro artista honores semejantes. El
pueblo, como retribución a la emoción que él con su
guitarra le dispensara, lo llamó “El Divino”.
Otra de las condiciones que necesita la música para
facilitarnos su comprensión es que se adecúe a nuestro
carácter, a nuestra manera congénita de sentir, a lo in­
nato, a lo que corre por nuestra propia sangre. Por
eso en música discutimos la intensidad, no la técni­
ca. Buena es la que conviene a nuestra manera de sen­
tir, no a nuestra manera de pensar.
Hay en este pueblo, ya puras, ya revueltas, sangre
india, sangre negra y sangre española. El carácter de
la música ha de corresponder al tipo de esa mezcla, cu­
yos aportes, más o menos grandes, en uno u otro sen­
tido definen por entero las modalidades musicales na­
cionales.
Al aporte indio corresponde la melancolía; tanto
más bella será la música cuanto más desgarradora sea
la tristeza que envuelve: “Cantos tan melancólicos y
tristes que más parecían música del infierno que de es­
te mundo” como decía Fray Pedro Simón. Y le dá tam­
bién la monotonía, su ritmo siempre igual e intermina­
ble y la falta de estética que proviene del uso de una
escala pentatónica sin semitonos usada siempre por los
aborígenes y sometida a una limitada variedad.
La raza negra le dá el ritmo, el ritmo sordo y pro­
fundo que le proporciona un cierto aspecto mágico.
La raza española se descompone a su vez en tres
ramas: la ibérica que da riqueza a los aires musica­
les; la árabe que le imprime dejos de languidez y la
judía que acentúa la musicalidad.
NACION EN CRISIS 185

Es fácil ver que entre tantas exigencias la produc­


ción debe ser escasa y escasos también los éxitos obte­
nidos: de aquí la pobreza de nuestra cosecha musi­
cal y su medianía. En países en donde el indio o el es­
pañol predominan notablemente,, la música adquiere
una modalidad inconfundible; tal es la razón de la
abundancia de la música folklórica en Perú, Ecuador
y Chile. Pero entre nosotros, en donde la fusión tiende
a la generalidad, la situación cambia por completo. No
obstante, hay momentos en que cada una de las ten­
dencias se disputa la primacía. Hoy, por ejemplo, el
porro y la cumbiamba, el merengue y el paseo domi­
nan por completo el ambiente nacional que los aplau­
de sin tener en cuenta que son melodías de libertos.
Pero dejando aparte la música popular, el pueblo
mismo, no puede hablarse muy alto de nuestra cultura
en este sentido. Es cierto que en los últimos tiempos
se ha dado un gigantesco paso adelante, pero no se
trata de un paso nuestro, sino de un paso mundial; la
radio, la televisión, los transportes que permiten el fá­
cil viaje de conjuntos escogidos y la producción de dis­
cos cada vez más perfectos y numerosos, han facilita­
do de manera sorprendente la difusión de la música
de contenido universal. Pero antes de que estos mara­
villosos mecanismos surgieran, nuestro atraso era ma­
nifiesto. A mediados del siglo pasado las personas cul­
tas se deleitaban con la música popular española. Quie­
nes habían permanecido mucho tiempo en el extran­
jero, mostraban su refinamiento escuchando o ejecu­
tando música italiana, especialmente óperas y no com­
pletas, sino aquellos trozos que tenían gran densidad
melódica. La música alemana nos era desconocida:
Beethoven no llegó a escucharse en Bogotá sino en los
últimos días del siglo XIX.
186 JULIO LONDOÑO

Muchos datos podrían adjuntarse para demostrar


que el desenvolvimiento musical colombiano es redu­
cido y lento; que no somos un pueblo musical y que
nuestras preocupaciones artísticas siguen otro rumbo.
Pero bastarían observaciones como las siguientes: a
pesar de nuestro acendrado catolicismo, la música re­
ligiosa estuvo ausente de las iglesias por muchos años
y era reemplazada, con beneplácito general, por mú­
sica laica. El país no tuvo un himno nacional hasta el
6 de diciembre de 1887 en que se decretó como tal el
compuesto por el maestro italiano Oreste Sindici sobre
la letra de un canto patriótico escrito por el Presidente
Núñez. Las obras de los excepcionales compositores
colombianos permanecen escondidas, las de carácter
religioso en los archivos de la catedral de Bogotá y las
de carácter pagano en los archivos particulares. Los
nombres de los mejores compositores se han olvidado;
nadie recuerda la obra del maestro Julio Quevedo ni
se ha preocupado por conocer su Salve Pastoral, su
Misa Negra o su Misa en Re, la más poderosa obra de
tipo religioso que se ha compuesto en el país. Sindici,
el autor del Himno Nacional, murió en la miseria, ol­
vidado de todos; cuando sus restos debían ser arroja­
dos a la fosa común, los sepultureros los colocaron en
un rincón del edificio de la administración del cemen­
terio en donde esperan el cumplimiento de la Ley 83
de 1937, que ordenó levantar un monumento a su me­
moria, ley que, como la mayoría de las de su clase,
se olvidó por completo.
LA LITERATURA

La literatura colombiana no solamente tiene que ser


literatura sino que tiene que ser colombiana, es decir,
que no sólo sea la producción humana que expresa lo
bello por medio de la palabra, sino que lleve en sí un
NACION EN CRISIS 187

sello que la distinga de las demás, una marca que la


señale, un carácter personal. De no ser así, el adjetivo
“colombiano” sería falso.
De ningún modo tratamos de examinar la literatura
colombiana con afán ontológico, es decir, buscando
desentrañar su contenido, desmontar su sistema, o al­
canzar sus fuentes; tampoco intentamos investigar su
evolución, definir sus tendencias, fijar la nómina de sus
exponentes máximos en el presente o en el pasado.
Para nuestro trabajo nos basta con precisar lo que la
gran masa popular alcanza a percibir, lo que de ella
demanda según su nivel cultural y las reacciones pri­
mordiales que con ella experimenta.
En Colombia hay tres tipos de personas con rela­
ción a la literatura: uno que podría llamarse el de los
profesionales, vale decir, aquellos que están entrega­
dos casi por completo a las letras y que han logrado de
manera firme y efectiva colocarse dentro del grupo
destacado que responde del movimiento literario na­
cional. Hay otro que podría denominarse de los “ama­
teurs”, aficionados que se esfuerzan por producir li­
teratura a toda costa. No son estos los que le dedican
qna parte de su tiempo, o que la practican como re­
creo, que también pueden estar en la primera fila,
sino aquellos que se consideran a sí mismos maes­
tros porque escriben más o menos abundantemente pe­
ro que carecen del prestigio y de la idoneidad para ser
tomados en cuenta como coadyuvantes a la literatura
nacional. Finalmente viene el gran grupo popular, el
grupo receptor, que acepta o toma de los dos ante­
riores los que considera conveniente dada su capaci­
dad de comprensión.
Respecto al primer grupo es preciso anotar que es­
tamos equivocados desde el punto de vista numérico,
188 JULIO LONDOÑO

Es indudable que Colombia tiene literatos auténticos y


de condiciones destacadas, pero es cierto también que
no son tantos como a primera vista creemos. Los oí­
mos nombrar tan frecuentemente y escuchamos tantos
nombres que terminamos por creer que su cantidad es
inmensa. Pero si cometiéramos la osadía de con­
tarlos, seguramente veríamos su número reducido con­
siderablemente. Y si una vez contados los parangona­
mos con los literatos de los demás países americanos,
el número se acorta, hasta anularse casi cuando los co­
locamos en el ámbito continental y desaparece en el
panorama del mundo.
Pero si esta cantidad es pequeña, la de los aficiona­
dos tiene una desconcertante amplitud. Es a la abun­
dancia de estos adeptos, a lo que debemos el remoquete
de país de poetas con que se nos obsequia más allá de
las fronteras.
Aunque profundas, son claras las causas de esta des­
proporcionada afición a la literatura. Las condiciones
especiales del trópico disminuyen en forma considera­
ble la energía para el trabajo; el esfuerzo para realizar
una tarea cualquiera se multiplica aquí por un coefi­
ciente elevado si se compara con una zona de clima
estimulante. Y en esas condiciones una raza poco fuer­
te como la nuestra encuentra tiempo suficiente para
dedicarse a la producción intelectual. Por otro lado,
está la imaginación que nos domina, que juntamente
con las condiciones climatéricas, nos lleva a la
producción poética. Además, y esta es una obser­
vación general, la literatura es un arte sin puertas;
a ella pueden ingresar quienes quieran hacerlo. Qui­
zás esto se deba a que como el empleo de las palabras
para la expresión de la belleza es más difícil que todas
tos demás artes, se cuida menos de escoger sus inicia­
NACION EN CRISIS 189

dos. La música y la pintura, por ejemplo, necesitan


desde el principio condiciones especiales; requieren
una cierta dosis de inclinación y exigen desde los oríge­
nes de la iniciación un trabajo más arduo y una cons­
tancia mayor. Seguramente por eso la pintura y la mú­
sica avanzan a paso tan lento entre nosotros y tienen
tan pocos seguidores. Quizás una gran cruzada para li­
mitar tan abundante dedicación a la literatura dismi­
nuiría la afición y aumentaría la calidad que día a día
decae tan sensiblemente. Esto evitaría al mismo tiem­
po lo que hasta ahora se viene observando: que lleva­
dos por nuestra tendencia a la exageración, por medio
de la prensa y la radio nos dediquemos sin análisis y
mesura, a endiosar a personas que sin razón alguna en
pocas horas alcanzan reputación nacional de grandes
escritores. Todo esto, al mismo tiempo que falsea la
verdad respecto a la literatura nacional, la mediocrati-
za. Esto no quiere decir en manera alguna que no to­
dos puedan escribir; naturalmente que pueden hacerlo
y ojalá lo hicieran en grande escala y aun más, que se
dedicaran por entero a la literatura, pero entendida
ésta en aquella acepción, no menos noble, del conjunto
de escritos sobre una actividad cualquiera; así les que­
daría la literatura deportiva, científica, histórica, geo­
gráfica, etc., con cuyo aumento la nación obtendría un
señalado beneficio.
Pero ahora, hablando .del pueblo, del pueblo mismo
con relación a la abrumadora producción literaria que
tiene sobre sí, es necesario decir que sólo toma una par­
te pequeña, aquella que pueda captar, la que tiene su
misma longitud de onda. Una imagen podría ayudamos
a establecer bien este punto: cuando el sol está en el
horizonte su luz tiene la misma claridad que cuando es­
tá en el cénit, pero como sus rayos tienen que hacer un
recorrido muy largo a través de la atmósfera, cuando
190 JULIO LONDOÑO

está el cielo cargado de humedad, humo o polvo sus


partículas dispersan las ondas luminosas y sólo dejan
pasar las que corresponden al color amarillo encendi­
do o al rojo vivo; de aquí la encantadora falsedad del
crepúsculo. De igual manera, cuando la producción li­
teraria de las capas superiores ha llegado hasta el al­
ma popular, ha tenido que atravesar una ancha capa de
ignorancia que habrá absorbido o dispersado la mayo­
ría de sus condiciones, dejando solamente pasar las
ondas más largas, esto es, lo que hay en ella de pri­
mario. Pero cuáles son estas cualidades que puede ab­
sorber el espíritu del pueblo? La primera de todas es
una especie de clasicismo primitivo, la condición nece­
saria de que lo descrito aparezca de bulto, que pueda
pulsarse, nada importa que para realizarlo haya necesi­
dad de acumular materiales abundantes.
Viene en seguida la imagen. Somos un pueblo en
que la imaginación avasalla la inteligencia. Por esta ra­
zón una imagen es para nosotros una colosal abrevia­
tura en todo trabajo literario y de ahí que a su influjo
reaccione tan prontamente nuestra emoción.
Y en tercer lugar está la pasión. Ya hemos señalado
el apasionamiento de nuestro pueblo como piedra fun­
damental de su temperamento. Este apasionamiento,
exasperado por el medio tropical, tiene que sublimarse
en lo que haya de más hondo y firme, en las raíces del
instinto: en el sexo. Por eso el pueblo no puede com­
prender literatura distinta de la amatoria; lo que no to­
ca directamente el amor no es literatura para él.
Pero todavía hay otra condición importante: para
quienes tienen, como tenemos nosotros, un individua­
lismo llevado a la exasperación, la muerte y cuanto
con ella se relaciona tiene que ser el medio de mayor
eficacia para mover nuestra sensibilidad y despertar
NACION EN CRISIS 191

nuestra emoción. Toda la producción literaria que nos


llega y especialmente la poesía, lleva reminiscencia de
sepultura, funebridad de túmulo, olor de cadaverina.
Ninguna literatura continental, como la colombiana, se
ha recreado más en los catafalcos ni ha usado el ciprés
con mayor abundancia en su botánica poética.
Un grado excesivamente elevado en la escala emo­
tiva alcanza la literatura en el pueblo cuando el amor
y la muerte marchan ¡juntos. “María”, la mejor nove­
la colombiana, ha alcanzado a impresionar a algunas
clases populares gracias a esta vinculación afortuna­
da. Si juzgamos nuestras doncellas a través de nuestra
literatura, el amor es para ellas síntoma de una enfer­
medad mortal. Pero la emoción alcanza al paroxismo
cuando a esta mezcla de amor y de muerte se le agre­
ga el excitante del suicidio. El pueblo llora de emoción
cada vez que, con lo que él considera bellas palabras,
se le describe la muerte del amante al pie de la tumba
de la amada.
A esta tendencia mortuoria de la literatura que al­
canza el alma nacional y que se nota mucho más acen­
tuadamente en el occidente colombiano, hay que su­
mar una característica de la literatura popular antio-
queña. Allí, todas las familias cuentan con un crecido
número de hijos, lo cual hace que la madre adquiera
una importancia enorme en el cuidado de la familia y
que su muerte traiga como consecuencia la orfandad de
muchos niños. Pues aquí, por estas circunstancias, a
la muerte de la mujer amada y al suicidio se ha agre­
gado, como condimento adicional, la muerte de la ma­
dre; en poesía y en música se llaman precisamente
“madres” las composiciones que con los acentos más
desgarradores cantan la muerte de la madre o el aban­
dono de ella por el hijo que tiene que ir a morir trági-
192 JULIO LONDOÑO

camente a un cementerio frente a la tumba de una hi­


potética doncella.
Es indudable que de todos aquellos que en Colom­
bia se han dedicado a la literatura nadie ha conocido
mejor estas condiciones de nuestro pueblo, ni ha sabi­
do usar de ellas con tanta propiedad como Julio Flo­
rez: afortunado en sus descripciones en las cuales usa­
ba siempre términos que en su gran sencillez tenían una
precisión considerable; fabricante de imágenes brillan­
tes cuyo destello llegaba fácilmente al corazón de las
gentes; hábil en el manejo de los diversos matices del
amor y dueño de una verdadera maestría para el em­
pleo de la muerte y de la sepultura como ambiente pro­
picio a la emoción. Ni Arboleda, ni Núñez, ni Pombo,
ni los Caros, ni Valencia, ni Arciniegas, ni Rivera, ni
Barba Jacob, ni Castillo, ni Maya, ninguno en fin de
los poetas destacados que no han usado de aquellos
excitantes llegarán nunca al alma de nuestro pueblo.
Podría ponerse como argumento el caso de la popu­
laridad relativa de Silva. Silva fue un poeta delicado
e intenso y, dentro de lo que hemos visto, un poeta
“antipopular”; su suicidio, la leyenda de sus amores
desesperados, el “ataúd hierático” y “las mortuorias
sábanas” ampliaron el círculo a donde debían llegar sus
ideas y no obstante esto, la verdadera obra que alcan­
za a emocionar al pueblo es el “Nocturno” en don­
de el féretro y el tálamo se unen con vínculos in­
disolubles.
Pero si pasamos la vista por los diversos géneros li­
terarios, la situación no varía sensiblemente.
La novela, por ejemplo, es tan escasa que poca cosa
puede decirse de la novelística colombiana. Es claro
que no puede negarse la existencia de obras como
María, Rizaralda, La Vorágine, Frutos de mi Tierra,
NACION EN CRISIS 193

la Marquesa de Yolombó, Zoraya, Casa de Vecindad,


Pax, Tierra encantada, etc. etc., pero todas ellas pue­
den considerarse como afortunada producción excep­
cional en el conjunto de nuestra literatura. La razón
de esto parece bastante clara. La novela es la fantasía
organizada y nosotros somos reacios a todo trabajo de
organización.
Por otra parte la novela tiene, como la música, un
afianzamiento en el medio geográfico que no puede
abandonar generalmente sino cuando ya ha pasado a
las manos de los grandes maestros y esto sólo ocasio­
nalmente. Pero aquí no queremos someternos a ese
molde molesto y exigente y deseamos pasar de un salto
desde nuestro medio tropical hasta el sitial de los ge­
nios con una novela que muestre las almas en carne vi­
va como Proust, o que fije las riendas de la conducta
humana como Balzac, o que se desenvuelva en el gran-
diosismo verbal como Hugo, o que indique la marcha
de la fatalidad como Dostoïevski pero sin tener en
cuenta nuestro propio medio, nuestra propia historia,
nuestra propia raza.
Hay que considerar que de la masa popular só­
lo la capa superficial alcanza a leer novelas. Esa capa
es tanto más delgada cuanto más rudimentaria es la
cultura; y entre nosotros es de una delgadez suprema.
Puede asegurarse esto cuando se ha conocido el volu­
men de las ventas en el país o se ha tenido la paciencia
de consultar la lista de asistentes a las bibliotecas. Se
ve entonces cómo el número de lectores es alarmante­
mente escaso y cómo fuera de Bogotá, ciudad en la
cual circula un apreciable número de libros técnicos,
la literatura, cuando existe, tiene un sentido tanto más
baladí cuanto más hace subir el termómetro la tempe­
ratura local.
9
194 JULIO LONDOÑO

Y este ya escasísimo número de lectores y de escri­


tores de novelas va disminuyendo con una aterradora
prontitud. Antes, por lo menos Vargas Vila con su pro­
sa contorsionada y concupiscente atraía buen número
de personas. Hoy la radio está acabando de matar en­
tre nosotros la novela. La dramatización que se difun­
de por todos los ámbitos nacionales atrae a casi todas
las capas sociales y proporciona una emoción mucho
mayor ya que puede escucharse desde la hamaca o la
poltrona. Y como precisamente la parte emotiva de la
novela es la menos interesante, la radio, al trabajar so­
bre la emoción, no hace otra cosa que explotar la par­
te superficial y vacua de ese género literario, propor­
cionando al pueblo un elemento tanto más mediocre
cuanto más abundante.
Y pasemos al teatro. El teatro entre nosotros no
existe. Es este un género que sólo adquiere grandeza en
un pueblo compacto, de grandes masas, por cuanto de
todas las ramas de la literatura es la que tiene un
contenido social más dilatado y nuestra categoría de
república de ciudades constituye precisamente la con­
dición contraria a la que requiere su desarrollo. En
nuestro país el teatro es localista; tiene necesariamente
que apoyarse en el incidente, en la persona, en el senti­
miento del momento; pasado un tiempo, carece de sen­
tido. Por esto cuando en Bogotá quiere verse verdade­
ro teatro, lo que en las otras ciudades raras veces su­
cede, la compañía que venga, ya que entre nosotros
ninguna existe, tiene que hacerlo subvencionada por el
gobierno para que no se desanime con la sala vacía.
No es raro, por tanto, que en estas condiciones el
cinematógrafo hubiera desplazado por completo al tea­
tro. En nuestro medio, el “cine” cuenta con ventajas
considerables: en las ciudades se encuentran una sala
NACION EN CRISIS 195

de proyecciones en cada barrio, el precio es módico, la


propaganda inmensa y los actores apuestos; al mismo
tiempo, el público apasionado y sentimental tiene la
facilidad de encontrar siempre un “film” que exaspere
la angustia y termine entre lágrimas y sollozos.
Así podríamos continuar indefinidamente pero
siempre llegaríamos a la misma conclusión: que nuestro
dominio literario está en el campo del verso y que es
éste el único quizás que puede llegar al alma popular.
Nos enorgullecemos de esta veta poética pero es lo cier­
to que ella indica claramente que pertenecemos a una
cultura muy poco evolucionada puesto que el verso es
la forma primitiva del arte literario. Entre todos los
testimonios que hacen valedera esta aseveración figuran
dos muy connotados: el primero es de John Macy en
su famosa Historia de la Literatura Universal: “La raza
humana ciertamente compuso, recitó, decoró y escribió
poesía antes de producir prosa escrita. La poesía es el
lenguaje del sentimiento; la prosa, el de la razón. El
hombre primero siente y después pasa a raciocinar. Y
otra vez vemos aquí la relación entre la infancia del
individuo y la infancia de la literatura. La mayor par­
te de los niños se muestran más receptivos para el rit­
mo y la rima que para la prosa. . . ”
El segundo es del Conde de Keyserling: “La signifi­
cación decisiva de lo rítmico no demuestra la espiri­
tualidad sino la teluricidad del alma. El hombre que
habla en verso es, con respecto al que habla en prosa,
el más telúrico pues vibra conforme a las leyes numé­
ricas de la naturaleza”. Y luego agrega: “En Colombia
es en donde más puramente se ha conservado el espa­
ñolismo de la época magna, en cuanto alcanza a mi co­
nocimiento de los tipos. Pero el especialísimo mundo
196 JULIO LONDOÑO

tropical circundante ha hecho florecer allí, con genero­


sidad incomparable, las dotes poéticas. De manera que
los colombianos son hoy entre todos los hombres lo.s
que más justificadamente merecen ser llamados un pue­
blo de poetas”.
CAPITULO X

ADECUACION A LA VIDA

Fuera de las manifestaciones culturales que se rela­


cionan directamente con el espíritu, hay otras muchas,
no menos importantes, que tienen que ver con la vida
misma del hombre o del grupo humano, y que mues­
tran el alma del pueblo y el estado de su evolución.
La primera de ellas es el lenguaje. Pretendemos po­
seer el más puro español que se habla en América, y a
veces tenemos la veleidad de creer que España tendría
no poco que aprender de nosotros en este sentido. El
hecho puede ser cierto, pero necesita de todos modos
una clara demostración. Los cinco países andinos boli-
varianos piensan de idéntico modo y sería conveniente
para todos poder fijar con precisión cuál tiene esta
virtud en grado dominante. Las naciones iberoameri­
canas hicieron de la derrota que infringieron a España
en la gesta emancipadora la hazaña más importante de
su historia, y luego cada uno se ufana de poseer un
mayor grado de pureza en las condiciones del pueblo
vencido. Aquí se cumple de manera tangible aquella
ley que establece que el mayor orgullo del vencedor es
asimilar la cultura del derrotado. Quizás sea este el
argumento más humillante para demostrar la innecesa­
ria brutalidad de las guerras.
De todos modos es un hecho cierto que en Colombia
se habla el español con una envidiable propiedad pero
es necesario detenernos a pensar si esta halagadora
calidad no será, en cierto modo, un producto del
198 JULIO LONDOÑO

aislamiento. Parece que es un hecho demostrado que


el ruido de los aviones y el tableteo de las máqui­
nas tienden a ahuyentar las academias de la lengua;
la casticidad es por lo-general una encantadora com­
pensación del aislamiento y un bello patrimonio del
confinamiento y la clausura. La corrupción del lengua­
je en Chile y Argentina tiene sus raíces más segura­
mente en la comunicación con el mar que en la mez­
cla sanguínea con razas de lenguas extrañas. Una cosa
semejante sucede con nuestros puertos. El buen caste­
llano es despedazado en Barranquilla, Cartagena y San­
tamaría, mientras que conserva su elegancia en Bogo­
tá, Pasto, Neiva, Popayán, y en todos aquellos lugares
donde el comercio ha entrado con dificultad y parsimo­
nia. Casi podría precisarse la pureza del idioma si­
guiendo las rutas comerciales: así veríamos cómo el fe­
rrocarril y la carretera, el automóvil y el avión han
maltratado la doncellez idiomática en la misma forma
y que han hecho desaparecer otras cosas mantenidas
cuidadosamente por bellas. Muchas de las palabras que
encerraban las comarcas van saliendo y generalizándo­
se como sucede con numerosos vocablos de ex­
tracción indígena; los deportes, más ágiles que las
reuniones formales de las academias, imponen ex­
presiones de una reconocida impureza. Una cosa
semejante puede decirse de las nuevas invenciones
que aparecen con vertiginosa rapidez, antes de que
la academia y los hombres eruditos, generalmente tan
alejados del movimiento evolutivo del mundo, hayan
podido designarlas apropiadamente. Todas esas cosas
hacen que el idioma vaya perdiendo su antiguo brillo,
su exquisita sonoridad y su casticidad incontaminada.
Desgraciadamente ese ha sido el proceso de todas las
lenguas que se han extendido por vastas regiones del
mundo como medio de comunicación de una cultura.
NACION EN CRISIS 199

Pensando en esto escribía antes de su muerte el insig­


ne doctor Rufino J. Cuervo: “Si es cierto que en los si­
glos que han corrido de la conquista acá, ha padecido
el castellano fatal evolución, en España como en Amé­
rica; que esa evolución no ha sido uniforme en todos
los dominios de la lengua, de suerte que no es idénti­
ca el habla de ningún Estado americano a la de que
fue metrópoli; que entre estos mismos Estados existen
diferencias notables, que indudablemente irán acre­
ciéndose gracias a la poca comunicación recíproca y la
influencia que tienen las capitales para constituir cen­
tros lengüísticos uniformando los usos y fórmulas de
su propio territorio; si es cierto que la lengua literaria
es creación más o menos artificial que oculta las pe­
culiaridades locales, y que el día que difiera notable­
mente de la lengua hablada será insuficiente para su
objeto; si todo esto es cierto, cabe en lo posible que
corra el castellano la suerte del latín? Teóricamente la
respuesta debe ser afirmativa. Falta saber el tiempo que
será necesario para llegar a ese punto y las circunstan­
cias que lo apresurarán o retardarán”.
Y si somos dispares en cuanto a pureza no lo somos
menos en cuanto a pronunciación. La geografía juega
un papel mayor en la fonética que la gramática. El
medio ha puesto mucho al respecto en cada una de las
regiones nacionales: el alargamiento interminable de las
vocales en las llanuras del Tolima y del Huila; la su­
presión de la S en la orilla del mar, el resquebraja­
miento de las palabras en Antioquia que guarda estre­
cha similitud con el erizamiento de sus montañas. . .
Por otra parte, es ya un hecho demostrado que el
calor y el frío influyen definitivamente en la pronun­
ciación de las lenguas. De aquí el gran obstáculo pa­
ra la formación —hasta ahora imposible— de un idio­
ma universal, y el fracaso de todos los bellos intentos
200 JULIO LONDOÑO

que se han hecho al respecto. Parece como si el orga­


nismo en los países fríos quisiera conservar todo su ca­
lor interno, de donde resulta la economía de vocales
que tanto se nota en las lenguas nórdicas y el empleo
abundante de las consonantes que dejan escapar menor
cantidad de calor. De igual manera en los países cáli­
dos o templados la pronunciación es más abierta y hay
acopio de vocales. Esto se nota de manera muy es­
pecial entre nosotros en donde sectores fríos y cálidos
situados unos al lado de los otros, acusan una diferen­
cia tan notable en la pronunciación que parece tratarse
de idiomas distintos. Compárese si no el litoral del nor­
te en donde el abuso de las vocales es casi insoportable
para los oídos no acostumbrados, con la del individuo
de la Sabana de Bogotá que parece negarse a separar
las mandíbulas para expresarse.
Otra cosa que en este sentido nos distingue de varios
pueblos es nuestra tendencia al empleo de expresiones
pictográficas. Nos deleita por sobre todo usar aquellos
términos que pueden significar miles de cosas pero cu­
yo sentido queda indeterminado. Los egipcios usaban
el símbolo del loto lo mismo para indicar el sol que
la reproducción, la bajada a la tumba que la resurrec­
ción. Y entre los antiguos quechuas del imperio incaico
la palabra huaca significaba más de trescientas co­
sas al mismo tiempo. Este es un distintivo de las cul­
turas poco evolucionadas. En ellas la expresión queda
en el terreno de lo mágico mientras que en las cultu­
ras avanzadas la expresión lingüística toca el terreno
de lo fáustico.
Observemos cómo acostumbramos a dar múltiples
acepciones a una misma palabra; cosa, asunto, etc. son
términos cuyos significados no alcanzan a contarse; to­
do puede denotarse con ellos. El pueblo bajo ha busca­
NACION EN CRISIS 201

do expresiones sin ningún significado preciso pero que


le ayudan, como una mina inagotable, en su pintoresca
forma de expresarse: “vaina”, “cuestión”, “cosiánfira”
y mil más pueden servir de ejemplo. Es claro que esta
circunstancia permite a nuestro pueblo un tanto tímido
en sus relaciones sociales formular sus ideas sin com­
prometerse, y hablar largamente para expresar lo que
podría decirse con una palabra simple, modalidad
en que son expertos los mejicanos y bolivianos. Na­
da tendría de raro que al hacer una investigación a
fondo se encontrara que el arraigo profundo que la es­
cuela simbolista tuvo entre nosotros se derive de es­
ta tendencia a las expresiones pictográficas que llevan
directamente a preferir la forma al fondo.
Nos queda aún una modalidad expresiva. Se trata de
la mímica como lenguaje. En los países fríos, y espe­
cialmente en los nebulosos, se desconoce la mímica co­
mo medio de comunicación. Los hombres para verse
tienen que aproximarse tanto unos a otros que la pala­
bra es suficiente para buscar el contacto intelectivo.
En los trópicos, en donde el sol es brillante y duran­
te todo el año predomina una extraordinaria lumino­
sidad atmosférica, las personas se ven a gran distancia
y entonces el empleo de la voz demandaría un enorme
esfuerzo por lo cual se prefiere la señal que la reem­
plaza. Primero sustituimos el grito por el gesto y luego
formamos la costumbre de usarlo cuando nos dimos
cuenta de que, debido a la borrosidad de los términos
que acostumbramos a usar, la mímica podía ser aún
más precisa que la palabra.
Después del signo del lenguaje viene la alimentación.
El pueblo colombiano es un pueblo que come mal. Se
ha calculado en un 17% al gasto máximo que entre
nosotros se hace para alimentación tomando el sala-

BANCO DE LA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS-ANGEL ARANGO
CATALOG ACION
202 JULIO LONDOÑO

rio del obrero como el 100%. Los países adelantados


consumen el 45 y aún el 50%. De aquí arranca nues­
tra desnutrición que es el eslabón de una cadena que
se continúa por la aversión al trabajo, la pereza, y la
tendencia al robo. Una alimentación adecuada haría
más por la moral de nuestro pueblo que mil esfuerzos
costosos e inútiles en otros sentidos. Alguien ha dicho
que el hombre es lo que come. Quizás sea una tremen­
da verdad. Talvez la dieta y la ética tienen relaciones
más estrechas de lo que ha podido suponerse.

Esta carencia de un sustento adecuado es mucho


más grave si se tiene en cuenta que en climas como el
tropical que nos ha correspondido, la buena alimenta­
ción es la única manera de compensar la ventaja que
nos llevan las naciones a quienes les ha tocado en suer­
te habitar zonas de un clima estimulante.
Es preciso también recordar que cuando el cuerpo
exige la energía perdida y no puede dársele en forma
de alimentación conveniente, hay que emplear los ex­
citantes. Nuestra propensión al alcohol no es en el
fondo otra cosa que una compensación de nuestra de­
ficiencia alimenticia. En muchos sitios en donde la po­
breza es extrema el alcohol se reemplaza por la coca.
Es claro que este tipo de toxicomanía no está tan ex­
tendido como en el Perú y Bolivia, pero es un hecho
evidente y notorio, aunque nunca haya desvelado nues­
tra embotada sensibilidad sociológica.

Se ha demostrado que Colombia tiene excelentes tie­


rras para el cultivo. Las áreas disponibles para la agri­
cultura son indudablemente superiores a lo que la ac­
tual población del país puede exigir y a lo que podrá
pedirse en muchos años. Sólo la Argentina nos supera
en este aspecto en la América del Sur. Pero nuestro pl-
NACION EN CRISIS 203

vido de la tierra nos ha hecho incapaces de sostener


abundancia en un suelo en donde la abastanza es tan
sencilla. Y en cambio, para ayudar al pueblo a que no
muera de hambre hay necesidad de apelar a la impor­
tación de lo mismo que se produce. . . Y así vamos
todos los días moviéndonos en un tremendo círculo vi­
cioso: mala alimentación, menos trabajo, más impor­
tación. . .

Y pasemos revista ahora al vestido. El hombre es un


animal que se viste. Este es el más firme rasgo que os­
tenta para diferenciarse de los otros objetos de la escala
zoológica. Por eso no hay factor alguno de una cultu­
ra que permita más exactamente fijar las característi­
cas de un pueblo. Además, ninguno está más sujeto a
variaciones por razón de la tradición y del medio, ni
hay otro que se resista más a cambiar en los ambientes
sociales.
Mucho se ha discutido sobre si el uso del vestido se
ha originado en el afán por realzar la propia aparien­
cia, o en el pudor o en la defensa contra la intemperie.
Quizás las tres cosas tienen una determinada influen­
cia; pero lo que sí está fuera de duda es que la una no
excluye la otra y así podemos observar con relación al
vestido, que en casi toda la América hispánica en las
clases altas predomina el sentido de la apariencia, en
las medias el del pudor y en las bajas el de la adapta­
ción al clima.
De todas maneras, aquí como en el mundo entero
empieza a sentirse una tendencia igualitaria al respec­
to. El ritmo de la moda tiene cada vez períodos más
largos en las últimas épocas y trata de uniformar a to­
das las clases sociales. Hay casos como el de Rusia en
que el hombre es un ente de uniforme y sólo puede dis-
204 JULIO LONDOÑO

tinguirse de sus semejantes por su nombre y a veces so­


lo por su número. Los turcos y casi todos los pueblos
islámicos se diferencian por la clase del tejido de sus
trajes, pero excepción hecha de este detalle, las demás
condiciones son idénticas. Hoy en día el vestido de tra­
bajo es más o menos igual para todo el mundo.
Afortunadamente sociólogos y geógrafos han mos­
trado de manera muy clara cómo ocurre este cam­
bio. Los vestidos interiores varían más lentamente que
los exteriores. Luego, la modificación se va operando
paulatinamente de pies a cabeza; el calzado cede más
pronto, pero la cabeza es el último reducto en que se
defiende la tradición. Si miramos la vestimenta típica
de nuestro pueblo se ve que no hemos podido aún des­
terrar el “pañolón”, y que la mantilla, que antaño fue­
ra adorno extremado de la mujer bogotana, se refugió
en las provincias antes de morir. Pero este cambio en­
tre nosotros es un tanto forzado; nos vemos arrastra­
dos hacia él por las circunstancias que no podemos
evitar; por eso es muy frecuente ver que el hombre de
la ciudad se viste de acuerdo con las exigencias de la
civilización, pero cuando está solo y logra romper sus
ligaduras vuelve a su vestido primitivo; esta vuelta a la
antigua indumentaria se nota en los campos casi sin ex­
cepción alguna.
Antes, el sentido comarcal de un área geográfica
trazaba los rasgos predominantes del vestido el cual
estaba influenciado directamente por los productos del
medio y condicionado por la tradición. Este hecho ha­
cía que existieran diferencias notables en el atuen­
do de las distintas regiones y que nuestros diver­
sos pisos térmicos se fueran diferenciando por sus
trajes en una forma precisa y peculiar. Pero el avión
y la carretera van borrando poco a poco esas modas
NACION EN CRISIS 205

que de manera tan pintoresca nos distinguían de las


otras naciones, y las fábricas de hilados y tejidos van
uniformando el pueblo imponiéndole sus colores y sus
cambios sin que nada pueda hacerse para remediarlo.
Vamos, como va todo el mundo, hacia el vestido úni­
co; caminamos hacia el uniforme que trata de borrar la
personalidad del individuo para darle valor sólo al
conjunto, para que el hombre desaparezca y en su lu­
gar surja, como persona única, la colectividad. Pero el
uniforme en el mismo grado en que borra la personali­
dad del individuo aumenta la diferencia entre los espí­
ritus porque refrena manifestaciones psíquicas propias
del alma individual, y a menos que haya una mano fé­
rrea que reprima todo brote de rebelión personal y to­
do conato de antagonismo, vendrá la diferencia entre
persona y persona. Y los odios dentro de las colectivi­
dades, las enemistades entre los elementos de un mismo
organismo, son tanto más fuertes y tremendos cuanto
mayor es la razón para que permanezcan unidos. La
rebelión, la apostasia, la encarnizada y disimulada lu­
cha entre las mujeres, surgen siempre de aquellos me­
dios en los cuales un vestido similar que ha identifica­
do los cuerpos ha pretendido uniformar los espíritus.
Y por eso, en el mundo por venir, el mundo de la uni­
formidad completa en el vestido, será la época de la
desunión personal, en donde la caridad será reempla­
zada por los servicios del Estado y cada uno estará só­
lo dentro del conjunto, cumpliendo su deber como el
diente de una rueda que hace parte de una maquinaria
gigantesca, pero lleno de rencor hacia los demás. En­
tonces el hombre sí será el lobo para el hombre.
La sociografía ha estudiado todos los aspectos con­
trarios que la montaña y la planicie provocan en el al­
ma del hombre, y ha visto cómo en cada una de estas
áreas predomina un tipo especial. Así, el hombre de la
1
206 JULIO LONDOttO
Γ
planicie es un extravertido cuyo interés solo se despier­
ta por razón de las cosas exteriores, por el primer tér­
mino cercano. Sólo lo externo, lo que está fuera de su
espíritu le cautiva. Sobre su vida influyen más que su
personalidad, los seres con quienes tiene que enten­
derse y vivir; su moral es la moral del medio en que
vive y de ahí su prodigioso poder de adaptación, su
enorme capacidad de sufrir los cambios más extraños
y definitivos. Muestra siempre una tendencia histérica
a producir una impresión marcada o deslumbrante y
por tanto es comunicativo e insinuante.
El hombre de la montaña es por naturaleza el tipo
antagónico al anterior. Se guía por los factores subje­
tivos; la voz interior tiene para él infinitamente más
valor que la de las cosas exteriores. La evidencia debe
venirle de dentro. Egocéntrico; tímido ante las cosas ¡
exteriores; soñador que tiende a ser profundo y no a
ser extenso. Se entiende a sí mismo y no manifiesta mu­
cho interés eií que lo comprendan, vive su vida inte­
rior.
Estos dos tipos, aunque se muestran más claramen­
te en las montañas y en las planicies, pueden hallarse
por todas partes. Más aún, hay conglomerados huma­
nos que se han formado para enaltecer una de estas
dos maneras de ser y por ningún otro medio puede re­
conocérseles mejor que por él vestido. A medida que el
hombre se introvierte, que trata de apartarse de la rea­
lidad, de ensimismarse en la meditación o en la especu­
lación, los vestidos tienden a hacerse talares. El hábito
de los monjes de todas las religiones tiene su origen en
este hecho innegable; su traje talar los consagra a la
oración y a la contemplación espiritual. Es lógico que
a esta introversión corresponda un trabajo físico o ma­
terial menos intenso por lo cual la falta de acción, y el
NACION EN CRISIS 207

abandono a la imaginación y al aislamiento, demandan


un vestido que tienda a la túnica, a la clámide. La to­
ga de los abogados no contiene otro significado y el
traje femenino tiene el mismo origen. A medida que la
actividad material aumenta el traje se va aproximan­
do a las formas del cuerpo, como volviéndose una nue­
va piel. El overol tiene necesariamente que ser el ves­
tido de la época de la máquina. El frac y la levita son
prendas que están reñidas con el trabajo; su longitud lo
dice claramente; están destinados al ocio y a los entre­
tenimientos del espíritu.

Ese aspecto sociológico está encarnado entre nos­


otros por la ruana. La ruana representa una tendencia
hacia el subjetivismo, la introspección, la timidez, la
inclinación hacia el temperamento solapado, huidizo,
taimado. La evolución de la nación hacia la civilización
podría medirse de manera casi exacta por la propor­
ción en que el overol u otro vestido de trabajo va des­
cartando la ruana, la prenda de vestir que más se re­
siste a la desaparición completa. Casi nada queda ya de
las boisiconas de Pasto, de las ñapangas de Popayán,
del arriero de Antioquia, de la pintoresca indiecita de
Boyacá, del llanero y su bayetón bicolor, pero la rua­
na sigue existiendo. Los indios de las alejadas planicies
amazónicas o de los rincones de nuestros Llanos orien­
tales, hacen frecuntes incursiones a los centros urba­
nos, capitales de los departamentos o de la nación, pa­
ra sentir el deslumbramiento de tan avanzada civiliza­
ción. Se arreglan, se acicalan, compran un sombrero
“Borsalino” para igualarse, según ellos, a los hombres
civilizados, pero no abandonan su “cusma”, esa espe­
cie de poncho tropical que por delante y por detrás les
cae hasta los tobillos. . .
208 JULIO LONDOÑO

Y si pasamos a la habitación, no es menos sorpren­


dente el contraste. Repasando la arquitectura de las
ciudades que marcan el adelanto del país y especial­
mente de las capitales, hallamos una confusión desorbi­
tada y caótica. Le hemos prestado sus tejados agudos
como cuchillas a la arquitectura inglesa hecha para
que se deslice fácilmente la nieve abundante y los im­
plantamos en el centro del trópico. La moderna arqui­
tectura americana nos ha suministrado su disposición
funcional para la vida en un cambio estacional violen­
to adecuado a la más portentosa civilización del glo­
bo; de Francia hemos traído los pabellones de caza o
las columnatas de piedra que defienden como centine­
las las residencias palaciegas; España nos ha prestado
sus terrazas abiertas, llenas de geranios y claveles, que
producen estupor en las residencias de Bogotá o de
Tunja, y así hasta el infinito hemos importado todos
los estilos antiguos y modernos, los hemos mezclado
tanto en una misma construcción como en barrios y
ciudades, haciendo resaltar la más estrepitosa inconve­
niencia que sea dado comprobar en pueblo alguno. Y
mientras esto sucede, las necesidades del trópico que
deberían acosamos por todas partes nos tienen sin cui­
dado. Usamos de todos los artificios con que los dis­
tintos lugares de la tierra han resuelto en sus hogares
los problemas que les planteara el medio con sus mar­
cadas influencias climatéricas, pero hemos dejado nues­
tros problemas sin resolver.
Otra manifestación esencial en este sentido es la ra­
pidez con que las ciudades se construyen y destruyen.
No hay duda de que en todas las ciudades del mundo
se opera este proceso, pero todo derrumbamiento lle­
ga con el final de una época. Mientras tanto, y este
mientras tanto expresa a veces muchos siglos, las ciu­
dades tienen aspecto de cosa terminada, concluida. Pe­
NACION EN CRISIS 209

ro entre nosotros toda ciudad se está construyendo, se


están fijando sus alrededores, sus suburbios y su cen­
tro. Las edificaciones, afortunadamente, carecen de ese
sentido de eternidad que se hace respetar a sí mismo.
Por esta razón si se quiere saber exactamente lo que
indica la habitación colombiana hay necesidad de ir a
lo primitivo. En este sentido la pobreza y a veces la
miseria es lo único que tiene tradiciones que respetar.
Nuestros indios no conocieron el arco. Esto indica
ya que la arquitectura de su habitación tiene que ser
raquítica. Toda casa es angular como corresponde a
una cultura primitiva. Hay que tener en cuenta que los
inkas, los más adelantados aborígenes de la América
del Sur desconocieron además, la rueda, el hierro, la
escritura y los animales domésticos.
Un hecho curioso se presenta en el sentido de que
va siendo cada vez más difícil ir fijando las caracterís­
ticas regionales de la habitación por cuanto ya se pue­
de ver que las peculiares de una zona empiezan a ha­
llarse en otras muy distantes. Hay que recordar que los
elementos espaciales se fijan en el alma humana de
manera más fuerte que otro cualquiera. El avión y la
carretera han desplazado los hombres en todas direc­
ciones pero el modelo primitivo de habitación es cons­
truido con un plano semejante sea cualquiera el sitio
en que vayan a radicarse, con lo cual se presentan a
veces contrastes absurdos.
No obstante, todavía puede verse la casa sobre pilo­
tes en el Chocó, con su parte alta para la habitación
de las personas y la parte baja para refugio de los ani­
males; la casa de “yaripa” —corteza de ciertas pal­
mas— en la región amazónica, con techo pajizo de dos
aguas que llega casi hasta el suelo; el “caney” guajiro,
210 JULIO LONDOÑO

desprovisto de muros y recubierto de ramas; los gran­


des ranchos circulares de la Sierra Nevada y de las re­
giones del Putumayo y Caquetá hechos con troncos de
árboles colocados verticalmente como fortalezas pri­
mitivas . . . E igualmente puede observarse en las po­
blaciones pequeñas cómo toda casa importante tiende
a formar su cuadrado interior a modo de claustro, y en
toda hacienda la inclinación a edificar alrededor de la
casa una muralla de ladrillo o al menos una poderosa
cerca de piedra.
Pero fuera de éstas hay algunas cualidades específi­
cas en la habitación de nuestros pueblos.
La población colombiana está repartida en tres pi­
sos térmicos denominados cálido, frío y templado, cu­
yas dimensiones son: cálido 496.341 km.2; templado,
91.094 km.2 y frío 70.873 km.2, los cuales sumados a
los 30.047 km.2 que cuentan los páramos, alcanzan
1.138.355 km.2 que es la superficie actual del país.
En estos tres pisos térmicos la habitación primitiva
cambia de aspecto completamente haciendo cuanto es
posible para acomodarla al clima, pero la divergencia
más marcada se nota entre las regiones frías y las cáli­
das. En todas el albergue es miserable, pero el del pi­
so cálido ha sido hecho para vivir fuera la mayor parte
del tiempo por lo cual le falta hasta el más rudimenta­
rio confort, mientras que en el clima frío se construye
para vivir dentro y se defiende del frío clausurando to­
das las aberturas, con lo cual se obtiene una atmósfera
malsana y viciada, distinguiéndose en esto las de la ha­
bitación de clima cálido la cual tiene una abundancia
tal de aberturas, que casi, como sucede en la Guajira,
carecen de muros. . .
Otra tendencia que es notable también, y que indu­
dablemente ha nacido de las tradiciones españolas, es
NACION EN CRISIS 211

la de dar a la casa un cierto aspecto de fortaleza, lle­


nándola de cerrojos, candados, rejas, trancas, en fin,
de todo aquello que puede tomarse como precaución
en las proximidades de un asalto y que por lo extendi­
da, inculca una sospecha contra el país.
Hay pueblos en los cuales la familia tiende a ensan­
charse; está constituida por una célula que crece cada
día. Para dar campo a este crecimiento la habitación
se amplifica; tal es el caso entre los orientales. Aquí
sucede exactamente lo contrario. La célula familiar
apenas principia a acrecentarse, comienza a subdivi­
dirse. Nuestro carácter individualista no permite aque­
lla unicidad sino que exige una separación; todo nuevo
matrimonio se aísla del tronco principal siguiendo una
costumbre que en cierto modo es un caso de honor.
Hay una marcada diferencia entre la forma de reci­
bir a las gentes en las casas situadas en la cordillera y
las de la planicie. La casa de los lugares planos es por
lo general acogedora, tiene un sentido de hospitalidad
que está en la misma naturaleza de las gentes que las
habitan. Lo mismo es en la Guajira que en los Llanos
Orientales, en los Llanos del Tolima y del Huila que
en las Sabanas de Bolívar. En la cordillera la puerta
está cerrada; el hombre introvertido no desea mucho
contacto con quienes llegan si no son sus convidados.
Esta hostilidad de una parte y hospitalidad de otra, se
encuentran en todas las clases sociales.
La vida del pueblo, de nuestro pueblo pobre, es sim­
ple, monótona, sin estaciones. La simplicidad de la vi­
da se refleja en la simplicidad de la casa. Con mucha
más frecuencia de lo que fuera deseable se hallan re­
giones extensas en donde las casas de la gente pobre
son de tal primitivismo que constituyen una sola habi­
tación en donde se albergan todos los miembros de la
212 JULIO LONDOÑO

familia, dejando campo para los animales domésticos,


y sirve al mismo tiempo de cocina, comedor, alcoba y
lugar para otros menesteres. Sólo en las regiones en
donde la civilización se va imponiendo la casa empie­
za a distribuir su espacio para las diversas funciones
de la vida, basta llegar, en algunas clases privilegia­
das a la complicada subdivisión que exige actualmen­
te una existencia refinada.

Así podríamos seguir indefinidamente analizando


todos los diversos aspectos del alma nacional, el arte,
la ciencia, la sociología, todo en fin lo que es factor
de nuestra cultura, pero llegaríamos finalmente al
mismo punto que nos sirvió de base para este ensa­
yo: que ninguna de estas cosas es firme y segura por­
que Colombia es un país que cambia y evoluciona ha­
cia un destino lejano pero mejor. Todas las alterna­
tivas que el cambio presenta adquieren con frecuen­
cia caracteres de vicisitudes angustiosas pero en el fon­
do todo ello puede referirse a que Colombia es una
nación en crisis. . .

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