Lectura continuada del evangelio de Marcos abp Diócesis de Vitoria
Adaptación del comentario de Joel Marcus
ORACIÓN
Señor y Hermano Jesús:
Tú dijiste que “tu Padre nos enviaría en tu nombre el Espíritu Santo y que Él nos recordaría lo que
nos enseñaste y nos los explicaría todo”.
Tú conoces la pobreza y la aridez de nuestro corazón.
Te pedimos que tu Espíritu nos lo refresque, nos lo ilumine, nos haga entender tu Evangelio.
Nos lleve sobre todo a fiarnos de Ti y de tu Padre, a seguirte en fe confiada y amorosa, y a poner
nuestro grano de arena para construir paz y vida en nuestro entorno. AMEN, ASI SEA.
TEXTO
MARCOS 14,53-72
«53Y condujeron a Jesús al sumo sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los
escribas.
54
Y Pedro le siguió de lejos hasta el interior, el patio del sumo sacerdote, y estaba sentado con los sirvientes
y calentándose junto a la luz.
55
Pero los sumos sacerdotes y el sanedrín entero buscaban un testimonio contra Jesús para matarlo, pero
no lo encontraban. 56Porque muchos testimoniaban falsamente contra él, pero sus testimonios no
concordaban. 57Y algunos levantándose testimoniaban falsamente contra él, diciendo: 58“Nosotros le oímos
decir a él: ‘Yo destruiré este templo hecho por manos humanas y en tres días construiré otro no hecho por
manos humanas’”. 59E incluso entonces el testimonio de ellos no concordaba.
60
Y, poniéndose en pie el sumo sacerdote en el centro, preguntó a Jesús diciendo: “¿No respondes nada?
¿Por qué estos testifican contra ti?”.
61
Pero él callaba y no respondía nada.
De nuevo el sumo sacerdote le preguntaba y le dice: “¿Tú eres el Cristo, el hijo del Bendito?”.
62
Pero Jesús dijo: “Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo entre las
nubes del cielo”.
63
Pero el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, dice: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 64Habéis
oído la blasfemia, ¿qué os parece?”.
Pero todos dictaminaron en su contra que era reo de muerte. 65Y algunos comenzaron a escupirle y a
cubrirle la cara y a golpearlo y a decirle: “Profetiza”. Y los sirvientes lo recibieron a bofetadas.
66
Y, estando Pedro abajo en el patio, viene una de las siervas del sumo sacerdote, 67y al ver a Pedro
calentándose, mirándole atentamente le dice: “También tú estabas con el nazareno, Jesús”.
68
Pero él negó diciendo: “No sé ni entiendo lo que tú dices”.
Y salió fuera, al patio delantero.
69
Y la sierva, al verlo, comenzó a decir de nuevo a los presentes: “Este es uno de ellos”.
70
Pero él negó de nuevo.
Y un poco después los presentes decían de nuevo a Pedro: “Verdaderamente eres uno de ellos, porque eres
galileo”.
71
Pero él comenzó a maldecir y a jurar: “No conozco a ese hombre del que habláis”.
72
Y, de inmediato, cantó el gallo por segunda vez. Y Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho:
“Antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres”. Y saliendo fuera, lloró».
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Adaptación del comentario de Joel Marcus
COMENTARIO
PRIMERA UNIDAD (14,53-65)
El prendimiento de Jesús va seguido inmediatamente por el proceso ante las autoridades judías,
seguramente uno de los momentos trascendentales del evangelio y uno de los más ricos teológicamente.
Nuestro pasaje se divide en tres partes: puesta en escena (14,53-54), acusación por las palabras contra el
Templo (14,55-61a), y pregunta sobre la identidad mesiánica de Jesús (14,61b-65); las dos últimas
subdivisiones contienen aproximadamente noventa vocablos cada una, mientras que la primera es
aproximadamente la mitad. Como el pasaje anterior, las dos perícopas están estructuradas de modo
similar: en cada caso Jesús es ante todo el objeto pasivo de las acciones de otros, pero rompe esa
pasividad para hacer una declaración llamativa aproximadamente cuando se llega a las dos terceras
partes del episodio (14,48-49.62). En el caso presente, este pronunciamiento es el punto culminante del
pasaje y una de las declaraciones más cargadas cristológicamente del evangelio.
14,53-54: Los dos primeros versículos disponen la escena para la acción que seguirá: 14,53 para el
proceso de Jesús ante las autoridades judías (14,55-65); y 14,54, para la negación de Pedro (14,66-72).
En el primer versículo quedan identificados tres grupos de agentes hostiles: uno impersonal, «ellos», los
que conducen a Jesús al sumo sacerdote (al parecer el grupo del prendimiento en el pasaje anterior), el
sumo sacerdote mismo, los sumos sacerdotes, ancianos y los escribas que se reúnen para asistir al sumo
sacerdote en sus deliberaciones.
A pesar de esta agrupación de fuerzas hostiles, el versículo siguiente revela que Jesús no ha sido
abandonado totalmente por sus seguidores. Pedro está todavía allí, pues lo había seguido «de lejos»
(apo makrothen), la misma expresión que se utilizará más tarde para las mujeres que ven morir a Jesús
(15,40). Esta expresión implica una crítica, y este matiz crítico queda reforzado por el eco del Sal 38,11,
donde el hablante se queja de que sus amigos más cercanos se mantienen a distancia (apo makrothen)
de sus dolores. El salmista continúa diciendo que no abre su boca para quejarse (38,14), rasgo que
aparece posteriormente en el relato marcano (14,61a). Visto en este contexto bíblico, Pedro es una
figura oscura, que coquetea con la defección tratando aún de seguir a «la luz», tema sugerido por la
opción insólita de phós para designar la hoguera al lado de la que intenta calentarse el apóstol. Pero está
siendo arrastrado hacia el ámbito oscuro de los enemigos de su Maestro, tal como acentúa la doble
expresión, típicamente marcana, «hasta el interior, el patio del sumo sacerdote».
14,55-61a: La escena cambia ahora del patio a las zonas interiores de la casa del sumo sacerdote. Jesús
comparece ahora en un proceso cuyo veredicto está ya decidido: «Y los sumos sacerdotes y el sanedrín
entero buscaban un testimonio contra Jesús para matarlo...» (14,55a). Esta frase parece ser un eco de
otro salmo del justo sufriente, 37,32: «Acecha el pecador al justo, y procura matarlo». El medio concreto
por el que los sumos sacerdotes y sus aliados tratan de atrapar a Jesús es el testimonio de testigos
falsos, que «se levantan» contra él (14,55-57), otro eco más de los salmos del justo sufriente (27,12).
Condenarlo, sin embargo, no resulta nada fácil: Jesús no ha hecho nada malo. El testimonio concreto
que aportan los testigos es la famosa acusación «por lo que ha dicho contra el Templo» (14,58), según la
cual Jesús había afirmado que destruiría el Templo hecho por manos humanas (el santuario de
Jerusalén) y en tres días construiría otro no hecho por manos humanas (cf. 26,61; Jn 2,19; Hch 6,14).
Marcos afirma que es un testimonio falso (14,57), así que, a sus ojos, debe haber algo erróneo en él.
Posteriormente en el relato se burlarán de Jesús tanto por pretender ser el mesías como por afirmar que
era el destructor y el nuevo constructor del Templo, y no hay indicación alguna de que una acusación sea
completamente verdadera y la otra, completamente falsa (15,29-32); Jesús, además, no responde
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cuando el sumo sacerdote le pregunta por qué no responde a la acusación (14,60-61a), y esta carencia
de respuesta puede ser una admisión tácita de que lo que se dice es, en cierto modo, verdadero.
Pero ¿en qué sentido es verdadera, y en qué falsa? Marcos y su comunidad probablemente conocen ya
la destrucción del Templo de Jerusalén en 70 d.C., y probablemente también consideran la comunidad
cristiana como el Templo escatológico que sustituye a la vieja estructura (cf. 1Cor 3,16-17; 2Cor 6,16; Ef
2,18-22; 1Pe 2,5). La acusación de haber hablado contra el Templo es así verdadera en cuanto que el
Templo será destruido y sustituido por uno nuevo. Pero también es falsa, quizás porque la destrucción y
la reconstrucción del Templo no serán un acto autónomo de Jesús, sino un milagro que «del Señor vino y
es maravilloso a nuestros ojos» (12,11).
Esta expectativa de destrucción y reconstrucción tiene precedentes en las esperanzas escatológicas
judías, que muestran a menudo la idea de que en el tiempo final habrá una renovación o una nueva
erección del Templo. La dicotomía «hecho» / «no hecho por manos humanas» es también propia del
judaísmo apocalíptico.
Para un judío del siglo I podría ser peligroso despreciar o amenazar al Templo de este modo con su
disolución. Flavio Josefo, por ejemplo, narra la historia «de un rudo campesino», Jesús hijo de Ananías,
que anunció el juicio futuro de Dios contra Jerusalén y su templo cuatro años antes de la Gran Rebelión
que comenzó en 66 d.C. Este relato tiene fascinantes paralelos con la historia de Jesús de Nazaret: los
ciudadanos principales, enfurecidos por las palabras nefastas del hijo de Ananías, lo detienen y castigan,
y cuando este rechaza dejar de profetizar la destrucción, los dirigentes lo entregan al gobernador
romano, que hace que lo «desuellen hasta los huesos a latigazos». Además, este Jesús, como el nuestro,
se abstiene de hablar con las autoridades judías y el gobernador, y rechaza contestar las preguntas
directas de este último.
Uno de los textos del AT que contribuyeron a la generación del mesianismo judío posterior, 2Sm 7,13-14,
profetiza que un descendiente de David, que se convertirá en hijo de Dios, construirá el Templo. Este
tipo de esperanza en una reconstrucción mesiánica del Templo estaba todavía vivo en épocas
posteriores. Teniendo en cuenta este complejo de ideas, la transición entre nuestro apartado y el
siguiente es lógica: que se diga que alguien ha afirmado que va a construir el templo escatológico suscita
la cuestión de si el que sostiene tal cosa piensa de sí mismo que es el mesías / Hijo de Dios.
Sin embargo, enfrentado a la pregunta del sumo sacerdote sobre lo que se le acusa acerca del Templo,
Jesús permanece en silencio, en cumplimiento en parte de su papel de justo sufriente de los Salmos y de
Isaías 53, pero en parte quizás porque la acusación acerca del Templo es verdadera de algún modo: Dios,
dentro de una generación, destruirá el Templo actual. Esta destrucción estará relacionada con el destino
de Jesús.
14,61b-65: El sumo sacerdote, al percibir el significativo silencio de Jesús, afila más la pregunta: «¿Eres
tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» (14,61b). Es uno de los varios casos irónicos en el relato marcano de la
Pasión en los que los enemigos de Jesús proclaman involuntariamente auténticas verdades cristológicas
que ellos mismos aborrecen.
Jesús no proclama su filiación mesiánica divina, sino que deja a sus enemigos que la anuncien por él. Y
que lo hagan así, incluso contra su voluntad, es uno de los signos sutiles en el relato marcano de la
Pasión de que Dios sigue todavía controlando todo, y de que su marcha victoriosa continúa a pesar del
sometimiento evidente de Jesús al poder de sus enemigos. El pasaje recuerda perícopas anteriores del
evangelio en las que los demonios proclaman a gritos la identidad de Jesús (1,24; 3,11; 5,7). De hecho, la
formulación de la pregunta del sumo sacerdote es casi idéntica a la aseveración de los demonios en 3,11.
Por tanto, el sumo sacerdote queda desenmascarado por su propia pregunta.
Jesús concluye sus palabras con la profecía de que en el eschaton lo verán entronizado a la derecha de
Dios y viniendo entre las nubes para ejecutar el juicio (14,62b).
La clave de la condenación de Jesús por el Sanedrín radica en el modo como se identifica implícitamente
Jesús con la imagen del Salmo 110 de una figura entronizada al lado de Dios y con la descripción
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daniélica del Hijo del Hombre que viene para el juicio entre nubes teofánicas de gloria. Estos pasajes son
las expresiones bíblicas de la teología real del antiguo Israel, que a veces borraba la línea divisoria entre
Dios y el rey, y sobre la cual muchos judíos habían desarrollado reservas, porque la imagen de un ser
humano entronizado al lado de Dios parecía infringir la unicidad divina implícita en el primer
mandamiento y la Shemá. No es sorprendente, por tanto, que el sumo sacerdote responda a la profecía
de Jesús rasgando sus vestiduras (14,63a), una acción prescrita por la Misná cuando se oye una
blasfemia. Esta automutilación simbólica es un signo bíblico de tristeza, y ya en 2Re 18,32-19,1 se realiza
esta acción en respuesta a una afirmación blasfema que desprecia al Dios de Israel. Además, en el NT
mismo, Bernabé y Pablo rasgan sus vestiduras muy consternados cuando el pueblo de Listra los cree
dioses y comienza a ofrecerles sacrificios (Hch 14,14-15). En este texto, como en nuestro pasaje, rasgar
las vestiduras es una respuesta a la gente que trata de borrar el límite esencial entre Dios y la
humanidad.
Para los miembros de la comunidad marcana, sin embargo, la acción del sumo sacerdote es blasfema
porque Jesús es el Hijo de Dios. La verdadera blasfemia es no reconocer que las palabras y hechos de
Jesús son la actividad salvadora de Dios (cf. 3,29-30; 15,29-30). El pasaje concluye con una descripción
de los insultos y abusos físicos (14,65), que pudo haber recordado a algunos lectores de Marcos el texto
de Is 50,6 versión griega LXX. Este pasaje habla del siervo justo del Señor que sufre escupitajos y
bofetadas. Este maltrato físico va acompañado por burlas, cuando los que atormentan a Jesús le
ordenan que profetice, una referencia a su predicción de hace un momento, en la que se había
presentado como una figura escatológica poderosa, y probablemente también a la acusación sobre el
Templo, por lo que se burlarán de él en 15,29. Sin embargo, para el evangelista y los lectores
bíblicamente instruidos, los ecos de los pasajes del siervo sufriente de Isaías 50-53 (el silencio ante los
jueces, los escupitajos y bofetadas) podían sugerir que la admisión de estos insultos lograba en realidad
la derrota de los jefes de este mundo. Jesús, pues, no está siendo vencido, sino que triunfa en su misma
humillación. Así pues, en contra de todas las apariencias, el siervo sufriente está ahora realizando su
marcha victoriosa.
SEGUNDA UNIDAD (14,66-72)
La descripción del juicio a Jesús (14,53-65) va seguida inmediatamente por el «proceso» informal a
Pedro, que es lo contrario al de Jesús de varios modos. En verdad, parece que las dos escenas van
revelando simultáneamente una especie de guión que se desarrolla arriba y abajo: mientras que en el
nivel superior unos testigos falsos acusan a Jesús, que confiesa valientemente la verdad y paga con su
vida por ello, en el nivel inferior unos testigos dignos de confianza acusan a Pedro de ser un seguidor de
Jesús, cargo que niega vehementemente.
El pasaje puede dividirse en dos secciones de longitud casi igual: las dos identificaciones por parte de la
sierva + las dos primeras negaciones de Pedro (14,66-70a); y la identificación por las personas presentes
+ la tercera negación de Pedro, el recuerdo de las palabras de Jesús y su arrepentimiento (14,70b-72).
14,66-70a: Cuando las luces bajan de intensidad en la escena en el gran recinto de la casa del sumo
sacerdote, donde Jesús está siendo atormentado con escupitajos y bofetadas, aumentan en la de Pedro,
que ha estado de pie, abajo, en el patio de la misma casa durante todo el interrogatorio de Jesús (cf.
14,54). Ahora, una de las siervas del sumo sacerdote mira detenidamente a Pedro y lo reconoce como
un hombre que ha «estado» con Jesús (14,66-67). En las secciones primeras del evangelio esta
observación habría sido positiva (cf. 3,14-15 y también Hch 4,13), pero ahora, debido a la condenación
de Jesús por las autoridades, se ha convertido en algo cuya admisión es peligrosa. El tema del
discipulado se muestra también en el pasaje por el modo como la sierva identifica a Pedro como alguien
que ha estado «con el nazareno, Jesús» (14,67b). Los perseguidores de la iglesia primitiva preguntaban a
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veces a los sospechosos si también ellos eran seguidores de Jesús, y los ejecutaban si contestaban
afirmativamente; así pues, la identificación inicial de Pedro era probablemente un eco de la propia
experiencia de la comunidad marcana. El relato de Pedro en la casa del sumo sacerdote parece haber
sido deliberadamente formado para inducir a los lectores marcanos a verse a sí mismos en la historia y
preguntarse: «¿Qué habría hecho yo?». Una respuesta posible y serena podría ser: «Yo habría negado a
Jesús, como hizo Pedro». El empleo por parte de Marcos del denso vocablo «negó» para describir la
respuesta de Pedro a la primera acusación de la muchacha presagia de nuevo la experiencia de los
cristianos posteriores, pues las autoridades requerían a menudo que «se negara» a Jesús públicamente
para evitar el martirio.
Pedro temía probablemente también por su vida, pero el texto nunca especifica este motivo, y otras
interpretaciones son posibles. Es una especie de «opacidad estratégica» deliberada que crea un mayor
sentido de profundidad en el personaje y mayor participación en el lector. Este tipo de «opacidad
estratégica» es común en Marcos; en puntos claves, ciertos personajes, Jesús incluido, hablan y actúan
por motivos no completamente explicables y por esta misma razón insinúan tener una gran profundidad
psicológica (cf., por ejemplo, 1,36.41; 4,12; 6,3.6.20.27; 8,17-21.30; 14,61; 15,5.34). No es accidental que
Pedro, inmediatamente después de su primera negación, salga fuera, al patio delantero. Sin embargo, y
a pesar de esta deriva hacia «el exterior», Pedro no se ha convertido aún en un apóstata; todavía
permanece dentro del edificio donde Jesús sufre aunque parezca incapaz de correr en su ayuda, o de
abandonarlo completamente. En este estado dividido, Pedro se ve enfrentado de nuevo con la sierva,
que lo sigue hasta el patio delantero para verlo mejor, y luego lo acusa de nuevo de ser un seguidor de
Jesús (14,69). Esta vez la acusación es pública, y sus palabras serían familiares de nuevo a los lectores ya
veteranos de la persecución: «Este hombre es uno de ellos». Esta nota de hostilidad («uno de ellos») es
palpable. Pedro niega a Jesús por segunda vez, pero no abandona la mansión; continúa siendo un
hombre indeciso (14,70a).
14,70b-72: El pasaje ahora discurre rápidamente hacia su clímax, pues tanto la acusación como la
negación aumentan su gravedad. Hasta el momento Pedro se ha visto enfrentado a un solo testigo de
bajo estatus social (mujer y sierva), que lo ha acusado en privado y luego públicamente. Ahora, el coro
de la acusación suena más potente y va acompañado de una prueba corroborativa, cuando un grupo de
personas allí presentes reafirma que Pedro es «uno de ellos» (es decir, un seguidor de Jesús) y que su
identidad galilea, revelada quizás por su acento, lo demuestra. Tanto Plinio como el Martirio de
Policarpo atestiguan los interrogatorios triples de los cristianos.
En verdad, ha llegado el momento para Pedro; no puede continuar pretendiendo ser un espectador
inocente, sino que debe declarar su lealtad a Jesús o romper sus lazos con él. Escoge la última
posibilidad, no solo negando a Jesús una tercera vez, sino también maldiciéndolo (14,71). Esta negación
tercera y final tendría una importancia temática para los lectores del evangelio, ya que se requería a los
cristianos sospechosos que maldijeran a Jesús para demostrar que no eran discípulos suyos, un acto,
dice Plinio, que los cristianos verdaderos no pueden realizar. Pedro, sin embargo, obra realmente así y
con presteza; las palabras de su negación suponen una escalada respecto a las anteriores, ya que ahora
niega no solo la acusación, sino a Jesús mismo, y de un modo que se distancia sumamente de él: «No
conozco a ese hombre del que habláis».
Ahora la ambigüedad parece haber quedado atrás; estas son acciones y palabras de un apóstata, y son
aún más serias debido a la anterior profecía de Jesús que aquel que se avergonzara de él sería a su vez
objeto de vergüenza en el eschaton (8,38). Además, por sus movimientos físicos dentro de la perícopa,
Pedro parece confirmar la impresión de que es «un extraño» a la fe.
Pero no es esta la historia completa, porque ahora, en el punto culminante del pasaje, solo cuando las
cosas parecen estar absolutamente negras, el canto de un gallo anuncia la llegada del alba (14,72a), y
este anuncio puede insinuar que viene una inversión de la condición espiritual de Pedro. Sugiere
también que sus negaciones son parte del plan divino, ya que este segundo canto ocurre
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inmediatamente después de la tercera negación de Pedro, tal como Jesús había profetizado: en el
momento mismo en el que se burlan de Jesús como profeta (14,65), se cumple su profecía de la
negación de Pedro (14,30).
Todo había sido previsto, incluso la negación de Pedro, pero ese acto desleal no es la última palabra; los
lectores de Marcos sabrían ya que, después de la resurrección de Jesús, se había producido tal inversión
del estado de apostasía de Pedro: que este había muerto como mártir de la causa. Las puertas del
arrepentimiento están siempre abiertas.
Esta consecuencia esperanzadora no cambia el hecho de que el resto final del círculo íntimo de Jesús lo
haya abandonado en esos momentos y que él haya sido condenado a muerte por la autoridad religiosa
más alta de Israel. En el siguiente pasaje esta sentencia será ratificada por el gobernador romano quien
entregará a Jesús a los verdugos.
Paso 1 Lectio: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que
llaman la atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta. Toma nota de todo lo que adviertas.
Paso 2 Meditatio: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que
sientes. ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?
Paso 3 Oratio: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias,
perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…
Paso 4 Actio: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo
hacer efectiva esa enseñanza