El Silencio en Santa Teresa de Jesús, El silencio es un elemento fundamental en la vida de todo
carmelita, hunde sus raíces en la experiencia bíblica con el profeta Elías y a través de María y
José como figuras determinantes de nuestras raíces espirituales.
Con base en estos modelos bíblicos los Carmelitas Descalzos hemos integrado profundamente el
valor del silencio como forma de vida, valor sin el cual no tiene sentido la contemplación, fin al
que todo ser humano debe llegar para la unión plena con Dios. Santa Teresa nuestra Madre
asumiendo con intensidad la vida del Carmelo nos ofrece su comprensión del silencio como la
vivencia más clara de encuentro con Dios.
       También se pueden imitar los santos en procurar soledad y silencio y otras muchas virtudes,
       que no nos matarán estos negros cuerpos que tan concertadamente se quieren llevar para
       desconcertar el alma, y el demonio ayuda mucho a hacerlos inhábiles, cuando ve un poco de
       temor; no quiere él más para hacernos entender que todo nos ha de matar y quitar la salud; hasta
       tener lágrimas nos hace temer de cegar. He pasado por esto y por eso lo sé; y no sé yo qué mejor
       vista ni salud podemos desear que perderla por tal causa.
       Como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud,
       siempre estuve atada, sin valer nada; y ahora hago bien poco. Más como quiso Dios entendiese
       este ardid del demonio, y como me ponía delante el perder la salud, decía yo: "poco va en que me
       muera"; si el descanso: "no he ya menester descanso, sino cruz"; así otras cosas. Vi claro que en
       muy muchas, aunque yo de hecho soy harto enferma, que era tentación del demonio o flojedad
       mía; que después que no estoy tan mirada y regalada, tengo mucha más salud.
       Así que va mucho a los principios de comenzar oración a no amilanar los pensamientos, y
       créanme esto, porque lo tengo por experiencia. Y para que escarmienten en mí, aun podría
       aprovechar decir estas mis faltas. (V 13,7)
       Dice en la primera Regla nuestra que oremos sin cesar. Con que se haga esto con todo el
       cuidado que pudiéremos, que es lo más importante, no se dejarán de cumplir los ayunos y
       disciplinas y silencio que manda la Orden. Porque ya sabéis que para ser la oración verdadera
       se ha de ayudar con esto; que regalo y oración no se compadece. (C 4,2)
       Así se leía en la versión castellana de la Regla carmelitana usada por la Santa: "Estén todos los
       hermanos siempre en sus celdas, o junto a ellas, meditando y pensando de noche y de día en la
       ley de Dios y velando en oraciones, si no estuvieren ocupados en otros justos y honestos oficios y
       ejercicios.
       En atajar estas parcialidades es menester gran cuidado desde el principio que se comience la
       amistad; esto más con industria y amor que con rigor. Para remedio de esto es gran cosa no estar
       juntas sino las horas señaladas, ni hablarse, conforme a la costumbre que ahora llevamos, que es
       no estar juntas, como manda la Regla, sino cada una apartada en su celda. Líbrense en San
       José de tener casa de labor; porque, aunque es loable costumbre, con más facilidad se guarda el
       silencio cada una por sí, y acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración; y pues éste ha de
       ser el cimiento de esta casa, es menester traer estudio en aficionarnos a lo que a esto más nos
       ayuda.         (C 4,9)
No hayan miedo nos falte discreción en este caso por maravilla, que luego temen los confesores
nos hemos de matar con penitencias. Y es tan aborrecido de nosotras esta falta de discreción, que
así lo cumpliésemos todo. Las que lo hicieren al contrario, yo sé que no se les dará nada de que
diga esto, ni a mí de que digan juzgo por mí, que dicen verdad. Tengo para mí que así quiere el
Señor seamos más enfermas; al menos a mí hízome en serlo gran misericordia, porque como me
había de regalar así como así, quiso fuese con causa.
Pues es cosa donosa las que andan con este tormento que ellas mismas se dan, y algunas veces
dales un deseo de hacer penitencias sin camino ni concierto, que duran dos días, a manera de
decir. Después pónelas el demonio en la imaginación que las hizo daño; hácelas temer de la
penitencia y no osar después cumplir la que manda la Orden, "que ya lo probaron". No
guardamos unas cosas muy bajas de la Regla -como el silencio, que no nos ha de hacer mal-
y no nos ha dolido la cabeza, cuando dejamos de ir al coro, -que tampoco nos mata-, y queremos
inventar penitencias de nuestra cabeza para que no podamos hacer lo uno ni lo otro. Y a las veces
es poco el mal, y nos parece no estamos obligadas a hacer nada, que con pedir licencia
cumplimos. (C10,6)
Importa tanto este amor de unas con otras, que nunca querría que se os olvidase; porque de andar
mirando en las otras unas naderías, que a las veces no será imperfección, sino, como sabemos
poco, quizá lo echaremos a la peor parte, puede el alma perder la paz y aun inquietar la de las
otras: mirad si costaría caro la perfección.
También podría el demonio poner esta tentación con la priora, y sería más peligrosa. Para esto es
menester mucha discreción; porque, si fuesen cosas que van contra la Regla y Constitución, es
menester que no todas veces se eche a buena parte, sino avisarla, y si no se enmendare, al prelado.
Esto es caridad.
Y también con las hermanas, si fuese alguna cosa grave; y dejarlo todo por miedo si es tentación,
sería la misma tentación. Mas hace de advertir mucho (porque no nos engañe el demonio) no lo
tratar una con otra, que de aquí puede sacar el demonio gran ganancia y comenzar costumbre de
murmuración; sino con quien ha de aprovechar, como tengo dicho.
Aquí, gloria a Dios, no hay tanto lugar, como se guarda tan continuo silencio; más bien es
que estemos sobre aviso. (1M 2,18)
Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de personas tan concertadas
espantarse de todo; y por ventura de quien nos espantamos, podríamos bien deprender en lo
principal; y en la compostura exterior y en su manera de trato le hacemos ventajas; y no es esto lo
de más importancia, aunque es bueno, ni hay para qué querer luego que todos vayan por nuestro
camino, ni ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe qué cosa es; que con estos
deseos que nos da Dios, hermanas, del bien de las almas podemos hacer muchos yerros; y así es
mejor llegarnos a lo que dice nuestra Regla: «en silencio y esperanza procurar vivir siempre»,
que el Señor tendrá cuidado de sus almas.
Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad, haremos harto provecho con su
favor. Sea por siempre bendito. (3M 2,13)
Pasa con tanta quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí al alma y la
enseña, que me parece es como en la edificación del templo de Salomón, adonde no se había
de oír ningún ruido; así en este templo de Dios, en esta morada suya, sólo El y el alma se
gozan con grandísimo silencio.
No hay para qué bullir ni buscar nada el entendimiento, que el Señor que le crió le quiere sosegar
aquí, y que por una resquicia pequeña mire lo que pasa; porque aunque a tiempos se pierde esta
vista y no le dejan mirar, es poquísimo intervalo; porque, a mi parecer, aquí no se pierden las
potencias, mas no obran, sino están como espantadas.
De grave culpa. Si alguna tiene en costumbre no guardar el silencio (Cts. 51)
Que días se ha de recibir al Señor. Todo el tiempo que no anduvieren con la comunidad o en
oficios de ella, se esté cada una por sí, en las celdas o ermitas que la priora las señalare; en fin, en
el lugar de su recogimiento, haciendo algo los días que no fueren de fiesta; llegándonos en este
apartamiento a lo que manda la Regla, de que esté cada una por sí. Ninguna hermana pueda entrar
en celda de otra sin licencia de la priora, so pena de grave culpa. Nunca haya casa de labor. (Cts.
8)