Resumen La fuerza del orden del autor Didier Fassin
Durante las últimas décadas, la policía de numerosos países se convirtió en objeto
de debates públicos en relación con abusos de poder, violaciones del derecho, brutalidad y
discriminación. Estas prácticas, que en general recayeron sobre hombres jóvenes de
sectores populares, dieron lugar a protestas e incluso revueltas. Sin embargo, fuera del
interés que estos episodios generan en periodistas y criminólogos, poco se sabe del accionar
cotidiano de la policía. Para comprender las interacciones.
La fuerza del orden. Una etnografía del accionar policial en las periferias urbanas
comporta, sin duda, una parresia en los términos foucaultianos: implica el coraje de la
verdad en quien habla, pero también el del interlocutor que acepta recibir como cierta la
verdad que escucha. Su argumento central hace tambalear nuestro sentido común sobre la
función de las fuerzas de seguridad: no se trata de mantener el orden público, sino de
sostener y reproducir el orden social con sus desigualdades. Para describir el accionar
policial en las periferias urbanas parisinas, dirigido con frecuencia a jóvenes inmigrantes, y
advertir aquello que estaba oculto, Fassin se vale del método etnográfico y recurre al
concepto de interpelación en su doble sentido: el legal, que explica el gesto por el cual
ciertas personas son controladas y arrestadas; y el político, que permite entender que lo que
les ocurre no está vinculado a lo que hicieron, sino a lo que representan. En este punto, para
comprender mejor cómo los policías seleccionan al público que interpelarán, se hace
preciso distinguir entre el racismo, que corresponde a creencias y sentimientos, y la
discriminación, que refiere a actitudes y prácticas, y dejar en claro también que no todo
prejuicio da lugar a prácticas discriminatorias, ni toda práctica discriminatoria se deriva de
manera necesaria de prejuicios racistas.
La labor policial presenta además un doble desfasaje. Frente a la imagen de acción y
aventura recurrente en las series televisivas y el cine, la cotidianeidad policíaca está repleta
de tiempos muertos e inacción; frente a la alta tasa de resolución respecto de la
delincuencia y los desórdenes urbanos esperada por la sociedad y el poder político, el
accionar suele ser ineficiente. Para enfrentar el tedio y responder a la “cultura del
resultado”, los policías se alejan de su objetivo primigenio de enfrentar el delito sobre
bienes y personas y se concentran en arrestos más sencillos de resolver, como los
relacionados con el control de identidad. En la interacción con el público se juega un
llamado al orden social mediante el cual se busca que los sujetos interioricen el lugar que
ocupan en la sociedad. Así, la intervención de la policía tiene a menudo un costo elevado en
términos de estigmatización, humillación y maltrato, no exento de violencia. Cabe entonces
diferenciar el recurso a la fuerza —un medio legítimo de resolución de conflictos con el
que, a diferencia de otros trabajadores, cuentan los policías— de la violencia, una
interacción que afecta la integridad y dignidad de los individuos e implica un componente
ético y no estrictamente normativo.
La investigación etnográfica de Fassin contribuye a comprender mejor el mundo en
que vivimos e ilumina una verdad: el accionar policial impone, con un alto costo para la
democracia, un estado de excepción sobre ciertos sujetos (hombres jóvenes de sectores
populares) y determinados territorios (las periferias urbanas). Atendiendo a las variaciones
locales, que son menos de las imaginables, el análisis aquí propuesto prueba su utilidad
para que también en Argentina quienes aspiramos a una convivencia igualitaria no
soslayemos los verdaderos efectos del accionar de la fuerza del orden.