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Palabras de Misericordia y Esperanza

Este documento describe las tres palabras de Jesús en la cruz. La primera palabra fue "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", mostrando la misericordia de Jesús hacia sus verdugos. La segunda palabra fue "De cierto te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso", ofreciendo esperanza al ladrón arrepentido. La tercera palabra fue "Mujer, he aquí tu hijo; Juan he ahí tu madre", cuidando de su madre doliente antes de morir.
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Palabras de Misericordia y Esperanza

Este documento describe las tres palabras de Jesús en la cruz. La primera palabra fue "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", mostrando la misericordia de Jesús hacia sus verdugos. La segunda palabra fue "De cierto te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso", ofreciendo esperanza al ladrón arrepentido. La tercera palabra fue "Mujer, he aquí tu hijo; Juan he ahí tu madre", cuidando de su madre doliente antes de morir.
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1.

PRIMERA PALABRA: PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE


HACEN (LUCAS 23:34.)

LA PALABRA MISERICORDIOSA

Podemos decir que todo el plan de nuestra salvación radica en la misericordia de Dios. El
secreto de tal maravilla, en la cual desean mirar los ángeles, se basa en la soberana
misericordia de Dios. "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito...."
(Juan 3:16). "La gracia de Dios que trae salvación.... se manifestó" (Tito 2:11).

El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de compasión, a través de


todo su ministerio público.

Se compadecía de los enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de
comer, de los inocentes niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes de la vida, y
los bendecía. Estos rasgos de compasión son comprensibles hacia tales personas, pero lo
extraordinario, lo inverosímil, desde el punto de vista humano es compadecerse de los
enemigos, de los que nos hieren, de los que nos afrentan; sin embargo, hasta este punto
llega el amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y moralmente
culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos le afligían.

Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en que nacieron, a los verdugos, a sus
madres, a todo y a todos, incluso terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos
cuenta que a veces era necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados para
impedir que blasfemaran de una manera terrible en contra de los dioses. Es seguro que los
verdugos de Cristo esperaban oír voces y maldiciones de aquel que por las órdenes
recibidas de poner su cruz en medio, consideraban, sin duda, como un jefe de malhechores;
los fariseos y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por lo
menos quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron!

De los labios de Cristo salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y suave
oración de perdón.
El verbo griego no está en pasado, sino en gerundio; legein no es "dijo", sino "iba
diciendo". Lo que nos hace suponer que esta admirable frase fue repetida varias veces,
durante el cruel proceso, cuando los clavos entraban en la carne, cuando la cruz fue
levantada y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la plegaria de perdón.

¿Por qué tal maravilla? ¿Por qué Jesús es todo amor? Sí, lo hemos dicho al principio: "Dios
es amor"; y esta es la base de la Redención. Pero también porque es sabiduría infinita. Se ha
dicho con razón que comprender es perdonar, y comprendía, conocía la ignorancia de todos
los culpables del horrendo crimen. "No saben lo que hacen." ¿Quiénes? ¿Los soldados?
Nosotros, a lo sumo, tratando de ser imitadores de nuestro sublime Maestro, habríamos
dicho: "Perdona a los soldados", a los ejecutores materiales de esta atrocidad, porque son
irresponsables, obedecen órdenes; pero castiga a Pilatos, a Caifas, a los sacerdotes, a todos
los miembros del Sanedrín.

Pero la súplica de Jesús incluía a unos y a otros; pues sabía que también
éstos eran ignorantes del gran misterio de su persona. Y que su súplica
obtuvo respuesta, lo vemos en Hechos 6:7.

Pero la misma súplica misericordiosa es una advertencia, pues nos muestra una razón para
la misericordia que tiene sus límites; límites que dejan al que los traspasa fuera del alcance
del perdón. Hasta aquel momento, todos los más directamente culpables de la muerte de
Cristo, se hallaban incluidos en la misericordiosa súplica, pues no habían sabido
comprender el significado de la persona de Cristo. Lo tomaron por uno de tantos falsos
Mesías, pero después que el Evangelio fue predicado con tanta claridad y fue del dominio
público en la ciudad de Jerusalén.

Después que Pedro aplicó tan claramente las profecías del Mesías Redentor a la persona de
Cristo, y demostró por qué era necesario que el Cristo padeciese; después que puso en
evidencia la prueba irrefutable de su resurrección (que los príncipes de los sacerdotes
sabían mejor que nadie que era un hecho real, porque se lo dijeron los saldados que
guardaban el sepulcro), los que se empeñaron en ver en El, no el anunciado descendiente de
David, el Mesías de Dios, sino un mago resucitado por el poder de Belcebú, porque así
convenía a su orgullo y a sus intereses; los que tal hicieron, quedaron fuera del perdón,
como antes lo había quedado Judas. Tuvieron bastante evidencia y la rechazaron. No
tendrían ya excusa delante del tribunal de Dios.

¿La tendrás tú, que has oído una y otra vez el Evangelio? ¿Puede decirse que no sabes lo
que haces cuando endureces tu corazón a los llamamientos de la gracia de Dios? ¡Oh, que
ninguno de los presentes quede en la terrible situación de Faraón, de Judas, de Caifas, de
Pilato o de Herodes; sino en la de los ciudadanos y sacerdotes judíos que obedecieron a la
fe.

2. SEGUNDA PALABRA: DE CIERTO TE DIGO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL


PARAÍSO (LUCAS 23:43).

LA PALABRA ALENTADORA
La segunda palabra es fruto de la primera. El compañero de martirio, un ladrón a quien la
tradición da el nombre de Dimas, pero que en los evangelios es anónimo, ha oído algo tan
sorprendente que, de repente, su corazón da un vuelco y se le abren los ojos de la fe. Ha
oído de labios de Jesús la palabra Padre.

¿Quién es este ajusticiado que puede llamar a Dios Padre, y al mismo tiempo interceder por
sus verdugos? ¡Oh, si él pudiera dirigirse a Dios con esa paz y tranquilidad de espíritu! Pero
no, no puede. El ladrón cree en Dios, pero, como tanta gente en el mundo, conoce al
Creador muy superficialmente; se lo imagina como un juez terrible, pues dice a su
compañero: "¿Ni tú temes a Dios....?" "Nosotros justamente padecemos...." Recuerda sus
maldades con pena y se da la culpa de ellas; no trata de excusarse pensando o diciendo:
Nuestra pobreza nos obligó a robar....; los malditos invasores de nuestro país que nos han
empobrecido con impuestos tienen la culpa; nuestras circunstancias nos llevaron a ser lo
que somos....

No, no; se siente culpable, está de acuerdo con la justicia de los hombres, y aunque la teme,
no se queja de la justicia de Dios. ¡Qué buena disposición para dirigirse al Salvador de los
pecadores! Siente dolor por sus pecados.... "y el dolor que es según Dios obra
arrepentimiento". Este es, ha sido y será siempre el primer Paso de la genuina conversión.

El segundo paso es la fe, y el ladrón crucificado la tuvo también.

Es una profunda fe judía, pues no podía tener ninguna otra.... Ata cabos sueltos y se dice:
"Este ajusticiado a mi lado ha sido sentenciado por Pilato como rey de los judíos por
llamarse Mesías, y su actitud ante sus enemigos y ante Dios demuestra que lo es; ningún
otro hombre sería capaz de hablar como éste ha hablado: Si lo es, hay esperanza para mí el
día de la resurrección...." Las gentes religiosas de Judea, enseñados por los rabinos, no
creían en la supervivencia del alma (a pesar de que hay claros vislumbres de ello en ciertos
pasajes del Antiguo Testamento) (Salmo 17:15,  Eclesiastés 11:9 y 12:7,  Salmo 23:8,  Job
19:25).

Su única esperanza era la resurrección, el día final, como dijo Marta, un día probablemente
muy lejano; pero Jesús le responde con un "hoy" muy significativo. No será en aquel día
lejano del establecimiento de mi reinado sobre la tierra, sino hoy mismo. Mi reinado no es
una esperanza futura, sino presente, porque abarca mucho más que este mundo. Tus
sufrimientos cesarán hoy; no dentro de tres o cuatro días; tu gozo empezará hoy mismo, en
el Paraíso de Dios, no dentro de centenares de años.

¡Qué preciosa seguridad! ¿La tienes tú, lector u oyente? Haz lo que hizo el ladrón: acudir a
Cristo que ha dicho: "Al que a Mí viene no le echo fuera." Acude a El con arrepentimiento
y con fe, ya que tú tienes suficientes evidencias para creer en El y puedes creer en El no
sólo como Mesías, sino como Salvador.

3. TERCERA PALABRA: MUJER, HE AQUÍ TU HIJO; JUAN HE AHÍ TU MADRE


(JUAN 19:26-27).
LA PALABRA CUIDADOSA

La vida cristiana no es sólo un continuo pensar y hablar del cielo. Allá están, sí, nuestros
principales intereses; pero precisamente porque es así y allá nos dirigimos, debemos, en
tanto, atender bien nuestros deberes de la tierra. Jesús, como hijo humano de una dolorida
mujer que se hallaba al pie de la cruz, tenía deberes humanos y los atendió cuidadosamente
encomendando a aquella buena y amante madre al discípulo amado.

Su resignada pero dolorida madre lo necesitaba. La más favorecida de todas las mujeres fue
también la más afligida. "Una espada traspasará tu alma", le dijo Simeón, y en estos
momentos, la espada estaba clavada en su alma. Hasta qué punto era atenuado su dolor por
la esperanza, no lo sabemos. El, que procuró poner la esperanza de la resurrección en los
corazones de sus discípulos siempre que hablaba de su muerte, ¿no lo habría hecho también
con su amante madre? Es muy probable. Y la bendita virgen creía. Una manifestación de
esta fe era hallarse casi sola junto a la cruz, mirando con ojos compungidos y agradecidos
los sufrimientos de su amado Hijo.
¡Habría tantas miradas de odio, de incomprensión, de venganza, que bien
oportunas y consoladoras eran aquellas miradas de simpatía y de amor de
algunas fieles mujeres y del apóstol Juan!

Sin embargo, su fe estaba pasando una severa prueba. Recordemos que el más creyente de
todos, el apóstol Pedro dijo: "Señor, ten compasión de Ti." ¿Era muy difícil explicarse por
qué el que había venido para reinar sobre el trono de David, como le dijo el ángel, tenía que
sufrir de aquella manera?

Recordemos que algún tiempo antes, la misma virgen había estado buscando a Jesucristo
porque decían sus parientes: "está fuera de sí." No, la bendita virgen no creía que estuviera
fuera de sí en el sentido literal, como quizá creían los otros, sino fuera de sí de generosidad,
de amor, de celo Y ahora, el exceso ha llegado a la cumbre, dejarse crucificar.... Aquel que
tenía tanto poder, ¿no sería un exceso de bondad?

¿Quién podría consolar a la bendita virgen en aquellas circunstancias?

¿Y quién podría mostrarle y recordarle el admirable plan de salvación de Dios? ¿Quién


podría gozarse con ella cuando la mañana de la resurrección viniera a iluminar sus vidas?
¿y quién podría consolarla otra vez cuando el misterio de la ascensión lo arrebatara de
nuevo de sus manos?

Había un discípulo que había calado más hondo que ninguno en la doctrina del Evangelio.
Lo prueba el Evangelio que escribió muchos años más tarde. Ningún otro refiere la
conversación con Nicodemo. A este discípulo confía Jesús su madre. Había parientes más
cercanos.... Por esto Jesús une a aquellas dos almas piadosas en un lazo de obligación filial.

Con ello Jesús nos enseña a pensar en la tierra a la vez que en el cielo, en los deberes para
con nuestros prójimos, empezando con nuestros familiares con quienes la Providencia nos
ha unido de un modo más íntimo, y en nuestros deberes para con todos los seres humanos,
pues a todos ellos nos debemos. Las necesidades de los demás deben preocuparnos en todos
los momentos de nuestra vida, mientras Dios nos tiene sobre la tierra, ya que nuestra vida
como redimidos es un tiempo de prueba y como dice el mismo Señor: "El que en lo poco es
fiel, también en lo demás es fiel" (Lucas 16:11-12).

No debemos, pues, desentendernos de este mundo, sino ser fieles en las cosas de este siglo,
en los deberes y oportunidades que El nos da acá abajo para hacer el bien, a fin de que
podamos ser hallados dignos de cumplir mayores responsabilidades allá arriba.

4. CUARTA PALABRA: ¡DIOS MÍO, DIOS MÍO! ¿POR QUÉ ME HAS


DESAMPARADO? (MATEO 27:47).
LA PALABRA PATÉTICA
Esta es la más misteriosa de las siete
palabras, y podríamos decir, de todas las que Cristo pronunció en el curso de su ministerio.
¿No es Jesús mismo Dios? ¿No dijo El mi Padre y yo una cosa somos; y a Felipe: El que
me ha visto ha visto al Padre? ¿Cómo puede expresarse en tales términos el que, como dice
Pablo, es Dios bendito por todos los siglos?

El mismo apóstol Pablo nos aclara el misterio en Filipenses 2: "Aquel que no tuvo por
usurpación ser igual a Dios se anonadó a sí mismo." La palabra griega kenoseiv significa
"se vació"; vino a ser temporalmente siervo el que era Señor de todo. Sus milagros los
realizaba orando a Dios como nosotros.... Obró como Dios, el Cristo-hombre, por la íntima
comunión en que vivió siempre con el Padre celestial. "La voluntad de mi Padre hago
siempre", dijo. Ello llenó, por su suprema consagración y obediencia, el misterio de su
«kenosis» por amor de nosotros. Podríamos decir que no sintió tanto su anonadamiento por
la íntima relación que vivió con Dios; por esto, cuando sus discípulos dormían, El oraba,
consultaba con el Padre celestial y se henchía de poder.

Pero este privilegio no era posible cuando se hallaba en la cruz, cargado con nuestro pecado
como sustituto nuestro.... Dios no puede consentir con el pecado.

La presencia divina le abandonó.

Y para que nosotros pudiésemos enterarnos de esta tragedia espiritual (como nos hacemos
cargo de su dolor físico) es que abrió su boca exclamando: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué
me has desamparado?"

Los mártires que han sufrido por su Señor tormentos y muertes horribles, no han
experimentado semejante dolor moral; al contrario, han estado en mayor comunión y
felicidad. Podríamos citar centenares de ejemplos (Véanse en el libro: "El Cristianismo
Evangélico a través de los Siglos", del propio autor, y en otras obras históricas). pero Cristo
no era un mártir, sino nuestro Redentor; llevaba todo el peso de nuestro pecado, y el Padre
celestial no podía tratarle sino como pecador.

La exclamación no era una queja, ni una duda, pero era una situación
interna que no la conoceríamos si no la hubiese expresado.
Es una pregunta al Padre, de la cual no espera contestación del mismo Padre. ¿De quién la
espera, pues? De mí y de ti. El quiere que nosotros reconozcamos lo inmenso de su
sacrificio y le digamos: ¿Por qué te ha abandonado el Padre? Por mí, Señor; Tú lo sabes,
pues Tú sabes todas las cosas, pero quieres que yo lo reconozca, que yo lo sienta, que lo
agradezca.... Pues, sí, Señor, lo reconozco: fue por mí. Tú fuiste desamparado
temporalmente, para que yo pudiera ser amado definitivamente y para siempre.

Tú nos viste desamparados; y viniste a ampararnos; aunque ello te costara el dolor y el


desamparo temporal del Padre. ¡Ampárame, pues, Señor, aplícame los medios de tu
sacrificio; hazme un hijo de Dios de tal modo y de tal carácter que esa dulce comunión que
tuviste con el Padre todos los días de tu existencia terrenal yo la pueda tener también! Que
yo pueda vivir bajo el amparo de Dios a causa de tu desamparo sufrido por mí.

Amén.

5. QUINTA PALABRA: SED TENGO (JUAN 19:28).


LA PALABRA EXPRESIVA

Podemos darle el título de «expresiva» a esta breve frase (que es una sola palabra en el
original) porque expresa, según todos los comentadores, dos grandes sentimientos de
Cristo: Uno físico y otro moral.

En primer lugar, es una expresión de la necesidad física que sentían todos los crucificados a
causa de la pérdida de sangre y la fiebre producida por las heridas, y Jesús la pronunció
para dar cumplimiento a la profecía que había previsto esta circunstancia en el Salmo
22:15, donde leemos: "Mi lengua se pegó a mi paladar", y en el 69:21: "Y en mi agonía me
dieron a beber vinagre", y el Evangelio añade otra burla cruel: la de que sus verdugos
mezclaron con el vinagre hiel amarga y pestilente.

Jesús había renunciado a la bebida soporífera que por disposición legal se


daba a los ajusticiados en cruz, vino mezclado con mirra.
Jesús rehusó tal bebida para que su naturaleza física reaccionara con todo lo horrible del
dolor de los crucificados, sin mitigación de ninguna clase. ¿Para qué? ¿Para que se cumpla
en su cuerpo el máximo dolor, ya que sufre por tantísimos pecados? Sí, pero también para
que tú y yo podamos sentir más hondamente lo mucho que nos ama. Si hubiese aceptado la
mirra, diríamos: "Cuando se está somnoliento no se sufre mucho"; pero Jesús sufrió hasta el
máximo los padecimientos físicos para hacernos comprender y apreciar su gran amor por
nosotros; para maravillar más a los hombres y a los ángeles.

Pero hay un texto en Isaías 53 que nos muestra el sentido moral de semejante expresión, de
ese grito, de ese anhelo, que se dejó oír en la cruz: "Del fruto de su alma verá y será
saciado." ¿Se ha cumplido? ¿Se está cumpliendo, o se cumplirá semejante profecía?
¿Creéis que Jesús está satisfecho de ver nueve décimas partes de la humanidad en la más
completa ignorancia acerca del Evangelio de la redención que tanto le costó? ¿Creéis que
está satisfecho de la vida de sus discípulos; de la respuesta de nuestros corazones; de
nuestras vidas cristianas, de nuestra conducta, de nuestros esfuerzos por su causa? ¡Cuánto
mejor podría ser!

Aun hoy día nuestro Salvador, en lugar de vino, recibe vinagre

En vez de mirra, recibe hiel, pues el mundo no aprecia su sacrificio, su amor por las almas,
y ni siquiera aquellos que hemos confiado en El de todo corazón y podemos decirle como
Pedro "Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo". ¿No podríamos hacer más,
mucho más, para mostrarle nuestro amor, para calmar la sed de su alma?

Sin embargo, un día será satisfecho su anhelo.... Cuando se habrá sacado todo el jugo —
diría yo, usando una comparación vulgar y sencilla— al glorioso misterio de la redención;
todo el fruto posible de su gracia; cuando millones estén reunidos ante su trono, una
multitud incontable, según Apocalipsis 7, nuestro Salvador verá que no fue en vano el
sacrificio de la cruz. Entonces "verá del fruto de su dolor y será saciado".

6. SEXTA PALABRA: CONSUMADO ES (JUAN 19:30).


LA PALABRA GARANTIZADORA
Esta palabra es la más corta pero también la más grande, la más alentadora, la más
significativa para nosotros. Es "nuestra palabra" que recibimos como prenda de seguridad y
de esperanza de labios del Señor.

Jesús había dicho ya: una palabra para sus verdugos, una palabra para el ladrón arrepentido
y una palabra para su madre.

Dos palabras para sí mismo, aunque con referencia simbólica y moral a nosotros.

Ahora pronuncia una directa y exprofesa para nosotros, para alentar y


afirmar nuestra fe.

Es tan corta que en el original griego es, literalmente, una sola palabra tetelestai; sin
embargo, abarca un mundo de significado. Es la palabra que ponían los griegos en los
recibos cuando eran cancelados. ¿Comprendéis así la importancia de tal palabra?

Jesús se esmeraba en explicar su significado, después de su resurrección, según tenemos en


Lucas 24:26, 46-47. El asombro entonces para sus discípulos no era tanto de verle
resucitado, pues tenían ya muchas pruebas de su poder milagroso, sino de que hubiese
querido padecer.

El leía en sus asombrados ojos esta pregunta: "Si tenías tanto poder, ¿por qué sufriste?"
¿Por qué clamaste "Sed tengo" y "Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?" La
respuesta es: Para que pudiese predicarse en su nombre el arrepentimiento y la remisión de
pecados; he aquí el secreto. No se podía predicar tal mensaje sin un sustituto. Si tienes una
deuda, no te basta con decir estoy arrepentido ¿Cómo podrías pagar la deuda de tus pecados
al justo Dios? Pero El sí podía pagarla por ti. De este modo, quedaba aunada la justicia y el
amor. Al ver a Cristo padecer por tus pecados, no solamente tendrás que decir estoy
arrepentido, sino estoy agradecido.

"Consumado es" garantiza una salvación perfecta, a la que no puedes


añadir nada como mérito expiatorio, ni lo necesitas.

El acreedor insolvente que recibía el recibo cancelado tetelestai por un acto de


benevolencia, no trataría de pagarlo de nuevo, pero quedaría obligado con una dependencia
moral de gratitud hacia algún generoso bienhechor.

Hay dos extremos en relación con la obra perfecta de Cristo: uno por defecto, y otro por
abuso. No considerarla suficiente y tratar de añadir mérito; éste es el defecto de muchas
almas ansiosas dentro del cristianismo nominal; pero puede existir, y existe, entre los
creyentes evangélicos, otro defecto por exceso.

No exceso de confianza, nunca se puede tener demasiada confianza o fe en el Señor; pero sí


de insolencia, de pereza, de ingratitud; el defecto de decir: Porque El lo hizo todo y "no hay
ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús", puedo ser un cristiano frío....;
hacerme la religión a la medida de mi gusto, leer o no leer la Biblia, asistir al culto cada
semana o cada tres meses, dar o no dar para la obra de Dios, testificar o cerrar la boca.... Es
un grave error. La obra es perfecta, completa, no le falta nada y nada puedes añadir, pero la
fe se muestra por las obras.

Amigo, ¿quieres ser salvo? Por grandes que sean tus pecados, hay una salvación completa y
perfecta para ti, una salvación tan grande que ha servido para perdonar y regenerar a los
más grandes criminales, pero estos grandes pecadores podrían ser salvos, y tú no serlo; si
no aceptas, si no recibes el Evangelio como un don de Dios, o si confías con un
arrepentimiento de labios. Quiera dar Dios a cada uno un arrepentimiento y fe sincera para
recibir y agradecer de un modo debido la obra de Cristo.

7. SÉPTIMA PALABRA: PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU


(LUCAS 23: 45).
LA PALABRA REVELADORA

La entrada en el mundo espiritual es siempre un misterio que sobrecoge el ánimo. Por esto,
todos miramos con prevención, sino con horror, el momento inevitable de la muerte.
Estamos tan acostumbrados a un mundo de leyes tangibles que conocemos, al cual nos
hemos acostumbrado, que a casi todo el mundo causa un sentimiento de espanto entrar en
las regiones de lo desconocido, de la muerte.

Esta prevención y temor no podía existir en el divino Hijo, en el Verbo encarnado; sin
embargo, le oímos exclamar: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." ¿Por qué?

Podemos imaginarnos el Calvario como un lugar trágico, no sólo por la


multitud insolente pronunciando gritos, blasfemias y burlas; esta situación
ya había terminado.
Las tinieblas habían hecho desfilar a los burladores, y hay silencio en el Calvario por
espacio de tres horas; sin embargo, continúa siendo aquel un lugar terrible, pues
permitidme contestar la pregunta con otras preguntas: ¿Quién había movido aquellos labios
escarnecedores? ¿Quién había levantado aquel enojo insolente? ¿Quién había inspirado las
blasfemias? El enemigo de Dios y de los hombres había puesto en juego todos sus recursos
espirituales para dar lugar a aquella victoria contra el Hijo de Dios encarnado; aquella
victoria que fue su mayor derrota. El diablo y sus huestes, que parecen haberse manifestado
de un modo especial en Palestina durante el ministerio público de Cristo, habían llegado al
colmo de su actividad y al pináculo de su culpa en la tragedia del Calvario.

Ahora bien, el Redentor, hecho hombre, reducido a la condición de hombre, por su


voluntaria kenosis, va a entrar en el mundo espiritual; va a subir al cielo pasando a través
del Infierno, en el mismo Calvario y probablemente un poco más tarde, de un modo literal,
si hemos de interpretar textualmente a Pedro 3:19.

Cristo no teme aquella parte espiritual de su tragedia, no teme más que una
cosa: estar separado de Dios. Ahora se muestra tranquilo y confiado.

"Aunque andaré en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno." (Salmo 23:4.) Si
esto podía decir un pobre pecador, el salmista David, mucho más el Salvador perfecto; por
esto le oímos exclamar: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." Aquel que nos
habló del mendigo Lázaro como llevado por los ángeles cuando dio su último suspiro, no
dejaría de tener una cohorte de seres celestiales cuando, cumplida su misión y su obra
redentora, sobre la tierra, se disponía a entrar por las puertas eternas (aquellas puertas de las
cuales leemos en el salmo 24, y en Apocalipsis 21:12-13). No quiso tenerla en Getsemaní
(Mateo 26:54-54), pero ahora la protección del Padre no sería ningún impedimento a su
obra redentora ya consumada.

¡Cuan alentados deberían quedar sus fieles amigos que no le abandonaron ni aun en
aquellas horas de creciente oscuridad física! Sabían que si ellos no podían ya apenas verle,
y mucho menos ayudarle, los cielos estaban espiritualmente abiertos para protegerle y
llevarle en triunfo a la región celestial.

La experiencia del Salvador como hombre ha de ser la nuestra también de


un modo inevitable; todos hemos de pasar por este sombrío valle.

¿Cuándo?, ¿cómo? No lo sabemos, pero ha de venir dentro de pocos años. ¿Podremos


dirigirnos entonces a Dios del mismo modo que nuestro Salvador lo hizo? Si El es nuestro
Padre, ¡podremos! La gran cuestión para nosotros es: ¿Qué debo hacer para que lo sea?
Tenemos la respuesta en Juan 1:12 y Efesios 1:5.

La muerte redentora de Cristo es la garantía de que podremos terminar nuestros días con la
misma confianza que El, si le hemos aceptado como nuestro Salvador y Señor. Solamente
entonces podremos decir con gozo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Llévalo
como quieras y donde quieras, por este universo misterioso, insondable, invisible, donde
hay enemigos poderosos no sujetos aún; pero en el cual Tú reinas porque eres el Creador y
Señor Todopoderoso. ¿Podremos decir esto cuando la hora llegue, enfrentarnos con una
realidad tan misteriosa y desconocida sin temor alguno?

Podremos, ¡sí!, aunque no seamos, como El era, su Unigénito, podremos como hijos
adoptivos. Ved cómo Esteban, que no era más que un creyente como nosotros, pudo
imitarle en dos de sus palabras de la cruz. Sigamos su ejemplo y se cumplirá en nosotros,
como se cumplió en Esteban, la promesa de Cristo: "No se turbe vuestro corazón...." "Voy a
preparar lugar para vosotros". Y a aquel lugar iremos por su gracia, para verle y estar con
El "muchísimo mejor" (Filipenses 1:23) por siglos de siglos.

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