No han sido pocas ni breves las disquisiciones filosóficas, teológicas místicas y
lingüística sobre los nombres. Preguntas ¿cómo que designa ese sonido que
se pronuncia o escribe? ¿Qué hay más allá del sonido o la grafía? En una de
las más recientes discusiones sobre el problema de los nombres, el lógico
estadounidense Saul Kripke ha afirmado en su La lógica de los nombres
propios (1972) que nombrar algo equivale a fijar la referencia de aquello que
se nombra. En torno a esta idea, nos preguntamos hoy, en esta tarde insigne,
donde todos estos jóvenes culminan su etapa de estudio secundario y se
aferran a un abanico de expectativas que tienen ante sí, ¿qué designa el
nombre “Cecilio Acosta”? ¿Qué ser está detrás de este ente que hoy le brinda
su nombre a esta Promoción de Bachilleres, 200 años después de su
nacimiento, en aquel humilde pueblito del estado Miranda el 1 de febrero de
1818? ¿Qué importancia tuvo Cecilio para la Venezuela de hace dos siglos y
que legado nos brinda en la Venezuela de hoy? ¿Cuál es el mensaje que trae
Cecilio Acosta a estos jóvenes bachilleres que a partir de hoy siempre serán
recordados por su nombre?
Si tuviéramos que sintetizar sus características más peculiares diríamos que
Cecilio Acosta siempre destacó por su brillante y vasta inteligencia, y su
integridad personal, aun cuando su vida transcurrió en una Venezuela
marcada por la barbarie de la lucha armada, y la ausencia de los grandes
valores que designaba a la generación independentista anterior.
Fue uno de los más destacados escritores de su época, además de periodista,
abogado, filósofo y humanista. Se doctoró en Teología, estudió agrimensura y
se fascinó con la matemática, hablaba un latín fascinante, y en palabras de
Martí: “leía en latín a Leibnitz, en alemán a Seesbohm, en inglés a Wheaton,
en francés a Chevalier; a Camazza Amari en italiano, y a Pinheiro Ferreyra en
portugués. Escribió sobre temas de economía, política, sociología y literatura;
y además de buen poeta, poseía quizá la más límpida y bella prosa de la
Venezuela de entonces.
Para resumirlo ante ustedes, conozcamos algunos pasajes de su vida como
brillante erudito, pacifista, crítico político y pedagogo.
Como intelectual, su conocimiento era tan vasto, que deslumbró a otro gran
sabio de la época, al joven José Martí, quien diría de él:
Era de esos que han recabado para sí una gran suma de vida universal y lo
saben todo, porque ellos mismos son resúmenes del universo en que se
agitan, como es en pequeño todo pequeño hombre. Era de los que quedan
despiertos cuando todo se reclina a dormir sobre la tierra.
Era su mente como ordenada y vasta librería donde estuvieran por clases los
asuntos, y en anaquel fijo los libros, y a la mano la página precisa; por lo que
podía decir su hermano, el fiel Don Pablo, que, no bien se le preguntaba de
algo grave, se detenía un instante, como si pasease por los departamentos y
galerías de su cerebro y recogiese de ellos lo que hacía al sujeto, y luego, a
modo de caudaloso río de ciencia, vertiese con asombro del concurso
límpidas e inexhaustas enseñanzas.
Él no era como los que leen un libro, entrevén por los huecos de la letra el
espíritu que lo fecunda y lo dejan que vuele… Cecilio volvía el libro al amigo y
se quedaba con él dentro de sí; y lo hojeaba luego diestramente, con
seguridad y memoria prodigiosas.
Fue Cecilio también un militante de la paz, “dondequiera que se pida la paz,
está él pidiendo. Él pone mente y pluma al servicio de esta alta labor” El
piensa, en aborrecimiento de la sangre, que con tal de que esta no sea
vertida, sino guardada a darnos fuerza para ir descubriéndonos a nosotros
mismos (Martí).
Él fue siempre un enemigo de la revuelta armada, él no creía en la violencia,
él condenaba la violencia, él pensaba que era un mal, y que por ese camino
no iba el país a salir nunca de sus males. Las insurrecciones continuadas, los
alzamientos, las guerras civiles, el recurso, la violencia como manera de lucha
política, era precisamente la fuente de todos los males y no tendrían
remedios esos males mientras no se cesara en la violencia.
Sin embargo, no flaqueó jamás en su censura a los Gobiernos indecentes.
Como crítico y defensor de las libertades políticas y sociales, dejó escrito en
1868: "... No queremos que la tiranía, que busca tinieblas, tenga adoradores,
ni la ignorancia, que la sirve, prosélitos.".
Otras de sus grandes inquietudes fue la educación del pueblo, en su
pensamiento pedagógico encontramos ideas muy avanzadas para su época.
Él cree en la necesidad de extender la educación primaria como motor del
progreso social, él piensa que la base, el nudo central del problema está en la
educación primaria y hay que extenderla, hay que llevarla a todos. Sus
palabras:
Descentralicemos la enseñanza, para que sea para todos; démosle otro
rumbo, para que no conduzca a la miseria; quitémosle el orín y el formulario,
para convertirla en flamante y popular; procuremos que sea racional, para
que se entienda, y que sea útil para que se solicite. Los medios de ilustración
no deben amontonarse como las nubes, para que estén en altas esferas, sino
que deben bajar como la lluvia a humedecer todos los campos. “La luz que
aprovecha más a una nación no es la que se concentra, sino la que se
difunde”.
Quien sabe, puede, quien puede, produce; y si la cosecha es más rica
conforme el saber más se difunda, es fuerza ocurrir a la instrucción
elemental. Con ella nacen hábitos honestos, se despierta el interés, se abren
los ojos de la especulación, se habilitan las manos, como los grandes obreros
de la industria, se suscita un espíritu práctico que cunde, como el mejor
síntoma del progreso, y se ve un linaje de igualdad social que satisface.
También creía, al igual que Rodríguez, en la importancia del trabajo manual y
la educación para el trabajo. Decía que hay que educar para el trabajo, de
que hay que enseñarle a la gente a conocer las nuevas técnicas, el avance
tecnológico de la época, el ferrocarril, la máquina de vapor, el telégrafo, que
todo esto son los elementos de una nueva época y que eso hay que
enseñarlo. Pensaba que había que enseñar a la gente no solamente ciencias y
conocimientos sino que había que educarlos para vivir, educarlos para
trabajar, adaptarlos a una posibilidad de ascenso social que se la tenía que
dar la escuela.
Así mismo, creía Cecilio en la necesidad de una educación que preparara al
hombre para las exigencias del futuro, con la ciencia y el arte más avanzado
de su tiempo, en sus estudios se afana en la historia para entender mejor el
tiempo posterior:
“La antigüedad es un monumento, no una regla. Estudia mal quien no
estudia el porvenir”
A través de estas breves notas jamás lograré sintetizar toda la enseñanza y
legado de Cecilio Acosta como pensador, pacifista, crítico social y pedagogo;
sin embargo, permítanme esta pequeña digresión para compartir con
ustedes estas palabras curiosas pronunciadas por nuestro personaje, allá en
el distante año de 1878. Decía sobre la mujer venezolana unas palabras de
alago con toda la certidumbre de un buen profeta; cito:
“Algún día, cuando la civilización haya derramado todos sus dones
adquiridos, y nosotros la hayamos enriquecido a ella con sus dones naturales,
la belleza venezolana, ora en los salones, ora en el hogar, será el modelo de
las bellezas, y Venezuela la gran galería de las bellezas del mundo”.
Con estas palabras obsequiosas de Cecilio para la mujer venezolana,
culminamos este breve recordatorio de su ideario, sin dejar de resaltar, la
condición espiritual inquebrantable de este gran hombre, que teniendo todo
el talento, toda la capacidad, toda la inteligencia, con toda la fama y el
prestigio intelectual jamás entregó sus principios, jamás hipotecó su
pensamiento a gobierno alguno, jamás va a formar parte de un gabinete,
nunca va a desempeñar una función pública importante, jamás concurrirá a
un congreso. Quizá por esta razón muere en la mayor pobreza, hasta el
extremo de que para enterrarlo tiene que sufragar los gastos la caridad
pública. Es un hombre que vivió siempre en la mayor estrechez, en la mayor
limitación de medios. Hay testimonios de quienes lo visitaron en aquella
casita en que vivía de Velásquez a Santa Rosalía, una modesta casita y allí
vivía en los límites materialmente de la indigencia, privado de todo, sin
ninguna comodidad, sin ningún auxilio. Acosta fue un apóstol de la
integridad, del estudio, de la paz, pero sobre todo, de la moral intachable.
Volvemos entonces a la pregunta inicial: ¿Qué designa el nombre “Cecilio
Acosta? ¿Qué enseñanza le deja a cada uno de ustedes, jóvenes, que están
esta tarde de julio de 2018, homenajeados y en espera de su título de
Bachiller?
Acosta habla a través de los ecos de la historia y les dice que hay que estudiar
con ahínco, que hay que perseverar en sus metas, que se hagan
profesionales universitarios útiles a su patria, pero que también es necesario
que aprendan un arte manual que les sirva de sostén de sus vidas, que
aprendan la técnica y arte de su tiempo, de electrónica, electricidad,
informática, telecomunicación, construcción, y otros. Educación para el
trabajo, educación para la vida, combinación de la técnica y la ciencia y
tendremos una sociedad próspera. También les dice Cecilio Acosta que sean
siempre honestos y amantes de la verdad, firmes en sus principios e
inquebrantables ante las injusticias, que no dejen de soñar jamás con una
sociedad más justa y un mejor porvenir y progreso para su patria.
Cecilio Acosta les deja su nombre intachable con la pretensión de que el
nombre de cada uno de ustedes: X X X x x x x x x, haga su propia historia,
brille en la luz de nuestra amada Venezuela. Y algún día en un futuro mejor
que el nuestro ustedes también leguen su nombre a otra promoción de
estudiantes.