Vida Sacerdotal - El celibato sacerdotal
El origen apostólico del celibato sacerdotal
ESCRITO POR ALFONSO CARRASCO ROUCO EL 28 ABRIL 2006.
PUBLICADO EN EL CELIBATO SACERDOTAL
Intervención de Alfonso Carrasco Rouco, de la Facultad de Teología San Dámaso de
Madrid, en la Videoconferencia organizada por la Congregación para el Clero el día
28 de abril de 2006.
La afirmación de un origen apostólico del celibato sacerdotal puede resultar
llamativa todavía hoy, e incluso parecer contraria a una opinión bastante
generalizada para la cual se trataría en realidad de una innovación introducida por
la Iglesia latina poco a poco, y que habría adquirido su forma definitiva en el
segundo milenio, sobre todo a través de las decisiones tomadas en la reforma
gregoriana y confirmadas definitivamente en el concilio de Trento, después de un
largo período de resistencias. La tradición oriental, en cambio, habría conservado
mejor la disciplina original.
Sin embargo, la tradición latina siempre se había comprendido en continuidad con
los orígenes, y el desarrollo de los estudios históricos a este respecto, motivado,
en particular, por las graves críticas dirigidas al celibato en la Reforma
protestante, había llevado a considerar generalmente como cierto, hasta finales del
siglo XIX, el origen apostólico del celibato1. Como símbolo de esta convicción,
puede citarse el famoso testimonio de J. H. Newman en su “Apologia pro vita sua”:
“Estaba también el celo con el que la Iglesia romana mantenía la doctrina y la
regla del celibato, que yo reconocía como apostólico, y su fidelidad a muchas otras
costumbres de la Iglesia primitiva”.
Las dudas surgidas sobre esta cuestión, tras extenderse la opinión contraria,
defendida en debate científico por F. X. Funk a finales del siglo XIX, han sido
superadas en buena medida por la investigación histórica de los últimos decenios2.
La primera referencia documental conservada sobre esta cuestión es el canon 33 del
Concilio de Elvira (aprox. año 305): “Se ha decidido por completo la siguiente
prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en
ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quienquiera lo
hiciere, sea apartado del honor de la clerecía”3. A ello se añaden dos decretales
del Papa Siricio4 y las decisiones del II Concilio de Cartago (390). Todos los
textos atestiguan claramente lo que podría llamarse una disciplina de la
continencia (o castidad) perfecta, exigida a obispos, presbíteros y diáconos, de
los que se da por supuesto que se trata, en general, de hombres casados.
No parece existir fundamento histórico para argumentar que el Concilio de Elvira ha
querido introducir una novedad en la vida del clero5. Ello no se deduce sin más de
la ausencia de documentación anterior, que podría haberse perdido o haber sido
destruida en las persecuciones; pero, sobre todo, no parece posible introducir como
novedad una exigencia semejante, de tan grandes consecuencias para la vida de la
Iglesia y del clero, sin motivarla mínimamente y sin que conste la menor oposición
en nombre de lo que tendría que haber sido la tradición anterior. No existe tampoco
base histórica documentada para argumentar la existencia de tales disposiciones
tradicionales anteriores y diferentes con respecto al uso del matrimonio por el
clero. El Concilio de Elvira parece imponer, más bien, medidas disciplinares en una
cuestión generalmente conocida, pero no siempre respetada.
Por otra parte, hay que señalar que las intervenciones papales y conciliares
señaladas coinciden en presentar esta exigencia de continencia perfecta como de
tradición apostólica y como presente en la Iglesia desde el inicio. El testimonio
de diferentes Padres de la Iglesia de esta época6 parecen confirmar que esta forma
de vida en castidad plena de obispos, presbíteros y diáconos, viviendo tras la
ordenación con sus esposas como con hermanas, era común a Oriente y a Occidente.
Las diferencias en la cuestión de la continencia sacerdotal crecerán en medio de
las dificultades que presentaba llevarla a la práctica, influyendo incluso otras
circunstancias de la historia de la Iglesia. En concreto, en línea con la
regulación del Corpus justinianeo (534), la decisión disciplinar del Concilio
Quinisexto (692), no reconocida por la Sede romana, canoniza unas limitaciones de
la exigencia de castidad en el uso del matrimonio por presbíteros y diáconos (a
diferencia del caso de los obispos: canon 12), pidiendo sólo una continencia
temporal, cuando se aproximen al altar y entren en contacto con las cosas sagradas
(canon 13). El Concilio trullano quiere apoyarse para esto en el ya citado II
Concilio de Cartago, aunque, en realidad, modifica su enseñanza7.
No es preciso entrar aquí a valorar el significado de las diferentes evoluciones
históricas. Basta constatar que esta normativa canónica será determinante para la
Iglesia de tradición oriental, mientras que la latina seguirá un camino de defensa
de la continencia plena tras la ordenación, que, a través de los avatares de la
historia, acabará expresándose en la legislación del segundo milenio sobre el
celibato sacerdotal. Pues con ello puede entreverse ya la línea histórica que llega
desde los orígenes apostólicos a la actual disciplina del celibato.
En cambio, parece importante evitar un equívoco que podría poner en cuestión la
apostolicidad de esta tradición. Comprender esta exigencia de continencia en
relación con una pureza cultual o ritual, podría introducir una comprensión
unilateral que correría el riesgo de no encontrar base neotestamentaria adecuada.
Estas perspectivas podían ser favorecidas por influjos culturales o mentalidades
religiosas, y podían incluso recibir algún apoyo de la comprensión del sacerdocio
veterotestamentario, considerado figura del verdadero sacerdocio de Cristo, y,
ciertamente, en esta línea iban los cánones trullanos.
Aunque esta percepción de la pureza cultural pueda resonar también en los
documentos eclesiásticos8, la perspectiva fundamental de comprensión ha sido y es
otra. La enseñanza de la Iglesia tenía desde el inicio un fundamento
neotestamentario, como puede verse en la argumentación del papa Siricio,
respondiendo precisamente a quienes se apoyaban en el ejemplo del sacerdocio
levítico para defender el uso del matrimonio después de la ordenación: “… el Señor
Jesús … protesta en su Evangelio que vino a cumplir la ley, no a destruirla (Mt
5,17). Y por eso quiso que la forma de castidad de la Iglesia, de la que Él es
esposo, irradiara con esplendor … Todos los levitas y sacerdotes estamos obligados
por la indisoluble ley de estas sanciones, es decir que desde el día de nuestra
ordenación consagramos nuestros corazones y cuerpos a la sobriedad y la castidad,
para agradar en todo a nuestro Dios en los sacrificios que diariamente le
ofrecemos.”9
La continencia perfecta es referida claramente a la figura de Jesucristo, que lleva
a plenitud la Ley y también el sacerdocio, e inaugura la forma de vida de la
perfecta castidad10: “hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de
los cielos” (Mt 19,12)11. Los textos solían referirse también, en segundo lugar, a
los Doce mismos, que han dado ejemplo del verdadero seguimiento, dejándolo todo –
casas, hermanos, hermanas, padres, madres, hijos o hacienda– en nombre de Jesús12.
En las enseñanzas paulinas se descubría luego la realización de esta forma de vida
apostólica: también Pablo sigue a Cristo célibe, “libre de preocupaciones” con
respecto a las cosas del mundo y entregado de todo corazón al Señor (1 Co 7,32-34).
Su testimonio sobre los demás apóstoles, que llevan consigo una “mujer hermana” (1
Co 9,5), nunca fue comprendido en referencia a una presunta vida matrimonial. Al
contrario, el ejemplo de Pablo muestra cómo el ministerio apostólico vive un amor
celoso por la Iglesia, para presentarla como “casta virgen” a Cristo (2 Co 11,2; Ef
5,25-32). La enseñanza de las pastorales era comprendida en el mismo sentido: Pablo
pide que los candidatos al episcopado, presbiterado o diaconado sean “unius uxoris
vir”13, para indicar que habían de ser personas capaces de guardar la continencia,
cosa que no se podía esperar en otros casos14.
Notas
1 Así, por ejemplo, R. Belarmino, C. Baronio, E. Hosio, L. Thomassin, J. Stilvinck,
F. A. Zaccaria, A. de Roskovany.
2 Cf., por ejemplo, Ch. Cochini, Origines apostoliques du célibat sacerdotal, Paris
1981; R. Cholij, Clerical celibacy in East and West, Leominster 1989; A. M.
Stickler, Il celibato eclesiástico: la sua storia e i suoi fondamenti teologici,
Città del Vaticano 1994; St. Heid, Zölibat in der frühen Kirche, Paderborn u. A.,
1997
3 DH 119
4 Directa ad decessorem, carta al obispo Himerio de Tarragona, de 385 (cf. DH 185),
y Cum in unum, comunicando en 386 las decisiones tomadas en Roma por un concilio.
5 En contra de lo afirmado, sin motivos, todavía recientemente por R. M. Price, en
“Zölibat. II”, TRE 36 (2004), 724.
6 Por ejemplo, Jerónimo, Eusebio de Cesarea, Cirilo de Jerusalén, Efrén, Epifanio o
Ambrosio
7 Sobre el tema, cf. R. Cholij, op. cit.
8 Es mencionada todavía por Pio XI y Pio XII, pero no aparece en los documentos
magisteriales posteriores al concilio Vaticano II.
9 DH 185
10 Tras haber renovado también la enseñanza de la Ley sobre el matrimonio: Mt 19,4-
9
11 Anticipando la realidad escatológica, en la que no se dará ya el uso del
matrimonio: Lc 20,35
12 Mc 10,29-30; Mt 19,27-29; Lc 18,29-30
13 1Tm 3,2.12; Tt 1,6
14 Según la enseñanza paulina referida a las viudas: “si no pueden contenerse, que
se casen” (1Co 7,9)