Tamayo 2005
Tamayo 2005
Dueos de la arena y otros cuentos Primera edicin, agosto de 2006 Giovanna Rivero, Rubn Chacn O., Carlos H. Cordero C., Homero Carvalho O., Luis D. Gorena V., Jos A. Aguilar A., Mauricio Rodrguez, Gabriela Arvalo A. De esta edicin: Gobierno Municipal de La Paz Oficiala Mayor de Culturas Editorial Gente Comn gentecomun@correo.nu Hugo Montes Ruiz salinasanchez Tania Chambi Poma Grupo Impresor Telfono: 2214274 - 2214493 gentecomun@correo.nu
ndice
Premio nico Dueos de la arena................................................................... 7 Giovanna Rivero Mencin de honor Mi extraa y definitiva conversin a la derecha...................... 19 Rubn Chacn Ortiz Finalistas Nombres como papeles y colores............................................ 27 Carlos Hugo Cordero Carraffa Tiempos modernos................................................................... 51 Homero Carvalho Oliva Toma chocolate, paga lo que debes.... ...................................... 59 Luis Dante Gorena Vargas Tonalidad y contrapunto.......................................................... 79 Jos Ariel Aguilar Aguilar El asesino-genocida-bgamo-pastelero.................................... 97 Mauricio Rodrguez Medrano La princesa y el dragn............................................................ 113 Gabriela Arvalo Angulo
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Dueos de la arena
Giovanna Rivero
Cuando ramos chicos, metamos los pies en los montoncitos de arena y amasbamos castillos. La lluvia se encargaba de diluir los castillos en el destino del agua. Los sabaones eran lo de menos, o el cristal finito de la arena que se converta en mugre en las esquinas del dedo gordo. Una tarde pillamos el alacrn. Un ciempis! grit yo, que en mi ciencia sobre los insectos siempre fui tajante. No, tonta dijo Erland; es un alacrn, y est bravo. El pequeo gladiador blanda la espada desde atrs hacia delante, sacerdote de sacrificios. Erland lo meti en un frasco. Entonces construimos un campo de batalla y Erland coloc al alacrn de un lado, y a un soldadito de plstico del otro. Podan pasar horas sin que el alacrn se aproximara al soldado, nosotros respirbamos veneno. Te acords? le digo.
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Erland se acomoda el cabello ralo. Sbitamente, los hombres han sido reclutados por la calvicie. Erland no se escapa de esas traiciones de la juventud. Cmo no contesta l, pero me parece que fue hace un milln de aos. Y s. Fue hace un milln de aos. Una tarde, el alacrn se encresp. Las patas estaban tensas. La pa se dobl con fuerza apuntando hacia un invisible blanco por lo menos invisible para nosotros. Deberamos dejarlo ir dije. Es nuestro dijo Erland. Y yo qued convencida. Las cosas nuestras no podan ser tocadas por nadie ms. Tambin era nuestra la arena. Necesita pelear dijo Erland, con repentina furia. El alacrn pareci responder irguiendo an ms la bandera filosa. Erland tom un palito de picol y ret al bicho a una imaginaria batalla. Yo aplauda. Luego metimos los pies en la arena, por debajo del territorio del alacrn, y nos acariciamos taln contra taln. Erland me mira. En un acto automtico de masculinidad, aparta un mechn de mi frente. Yo no volv... yo Ta no te lo permiti me anticipo. A Erland le sienta bien la furia, incluso el cinismo, pero no las disculpas. S, y despus, vos lo sabs, me pas esta mierda. Ya no
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haba para qu regresar. Pero ests ac Estoy pero no estoy, preciosa. Y vos no deberas estar aqu. De algn lugar, Erland consigui otro alacrn, pero yo le haba cobrado cario al primero. As que me puse de parte del alacrn uno. El de Erland sera el alacrn dos. Si lo mata al tuyo, yo te pago una promesa dijo Erland. Y si el tuyo aniquila al mo, yo te la pago pact. Dos das despus, Erland coloc a los alacranes frente a frente. Al principio ni se miraban, quizs porque no se daban cuenta de que sus dueos, Erland y yo, habamos decidido que fueran enemigos. La enemistad, el amor, la gloria, son parte de un juego perverso. Los nios, en ese caso, tienen tanto de perversidad como de inocencia. Y la crueldad hace guios, se ensaliva las palmas de las manos y las olfatea sin asco. Tomo la mano de mi primo, la izquierda, donde falta el dedo ndice, y beso el mun. Nunca te ped perdn por esto, verdad? Yo tampoco ped perdn por nada. Te duele... a veces? digo. El mun es una raz cubierta con piel tierna, la piel que se obliga a cerrar sobre las heridas. S, a veces. Cuando hace fro. A veces, incluso, siento que el dedo sigue ah, quiero hacer cosas, ensartar un hilo en una aguja,
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porque no creas, he aprendido a hacer cosas, vivo solo, hago mis propios oficios y el dedo hace falta. Estuve a punto de perder un trabajo porque alegaban que el desempeo no sera el mismo. Por supuesto, ahora ya no importa. Claro, ahora ya no importa respondo yo. El alacrn uno se acerc iracundo al alacrn dos. El alacrn dos estaba distrado, no intua el peligro porque no haba aprendido la leccin sobre enemistad, pese a que Erland lo haba amaestrado dos das seguidos con el palito de picol, hurgando en la ira natural que todo escorpin debe tener en sus espaldas de boxeador. Ocurri en un instante: el alacrn dos ni siquiera se defendi: el alacrn uno le clav la pa justo en la cabeza, entre los ojos, luego repleg el arma y se qued quieto. Esperamos toda la tarde a que el alacrn uno celebrara su victoria. Erland lo azuzaba con el dedo ndice, pero nada; slo de vez en cuando estiraba las pinzas asiendo el vaco, como un aplauso sordo y soberbio. Por lo menos por esa tarde, la racin de veneno se haba acabado. Y vos? pregunta Erland, segus trabajando de gua turstica? Ahora mismo estoy haciendo eso bromeo. Y lo hacs bien. Vos podras mostrarme el infierno con la gracia de una azafata. Pero no soy azafata. Cuando eras chica queras ser azafata. Y vos astronauta. Es lo que uno deca, primo, pero todo cambia, no? Claro que lo mo no es muy diferente de ser azafata, la sensacin debe ser la misma. Pero entonces terminaste de estudiar
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No pude; me vine de La Paz, te cont, no? A la tarde siguiente el Sol centelleaba sobre la joyera de la arena, Erland trajo una cajita de fsforos y retazos de cartn. Debamos embardar el castillo con una slida trinchera contra los enemigos. El hroe, mientras tanto, permaneca quieto. Debe estar creando veneno dije aquella vez. Le fue bien en su primera pelea y debe estar chocho. Recibir su castigo contest Erland. El Sol levantaba llamaradas en su cabello, bendiciendo la furia de mi primo. Castigarlo? Por qu? No ha hecho nada malo repuse. Pero tampoco ha hecho nada bueno. Pero prometiste, prometiste, vos lo prometiste solloc. Slo lo pondremos a prueba dijo Erland. Y yo le cre. Erland no quiere escuchar de mi boca los daos, el sonido de los daos. Pretexta que ya lo sabe todo, que ta le ha contado con lujo de detalles. Yo insisto en contar; los detalles no son lujosos, son miserias astilladas por las grandes aspas de la desgracia, entends? Trizas, microbios, veneno pulverizado por el escupitajo de Dios. Est bien, est bien concede Erland. Yo le tu carta, la he ledo mil veces, mil veces, pero me cuesta escucharlo, entends vos? Me cuesta escucharlo. Pero yo quiero contrtelo exijo. Cuando ya estuvo lista la trinchera, Erland empuj al alacrn hroe hasta el centro del castillo de arena. All reinara como lo que era: un rey vencedor. Las hormigas que no se animaban a trepar
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sobre las llanuras, orilleaban en la parte hmeda, lastimada por la lluvia, y all se quedaban. No se animan, te fijaste? Ellas deben oler el veneno dije. Estn llenas aclar Erland; ya se comieron al perdedor. Y no les va a hacer dao? Cuando vos trags comida pasada, fija que luego vomits. No, tonta; ellas tambin son venenosas. No me digs tonta reclam. Y Erland me mir con la furia convertida en otra cosa. Y yo le cuento: yo quera ser alguien en la vida. No azafata, y menos astronauta, no te ras, alguien de verdad. Y cuando vos te fuiste, ta no pudo o no quiso, es lo de menos, pasarme la pensin que me pasaba para los estudios, dijo que yo te haba perjudicado, que en el fondo te fuiste por mi culpa. Raro, no?, si la que ms quera que te quedaras era yo; pero bueno, ella cort todo. Entonces me dediqu a ser gua turstica. Capts? Pildoritas les dicen ahora. Por las noches sala con otra compaera que estaba en las mismas que yo, y as sobrevivamos. Hasta que sucedi eso. Erland levanta el dedo imaginario y es el mun el que suplica silencio. Cuando ramos chicos, l ya haca ese gesto, pero con furia, y con el dedo an intacto. A uno tambin le amputan la furia. Me equivoqu de vaso? Me lo mereca? Vos siempre pensaste que hay que castigar los actos extremos con otro acto extremo. Es extrao que mientras eso suceda, mientras eso me suceda, las tenazas de aquel hombre sujetndome las muecas,
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diciendo cosas, palabras que se pudran al salir de su garganta, en el contacto con el aire, yo poda ver la Luna. La Luna temblaba, o era yo? Y supe que estbamos en ese valle por el rumor del agua. Pero el sonido del agua no me consolaba, pareca una risita, sabs? Despus no me acuerdo, me congel de fro, me desmay. Me encontr un yatiri que haba ido a echar un embrujo al riachuelo. Dijo que mi sangre, la que me escurra por entre las piernas, le serva para el trabajo. Luego me ayud. Ayudalo rogu. Mi alacrn hroe era un rey desesperado. l puede dijo Erland. El fuego de la barda del castillo masticaba los cartones en pocos segundos. Por favor, ayudalo El alacrn hroe estaba totalmente cercado por las llamaradas, ya ni se mova. Pareca resignado al siniestro final que Erland, que yo tambin de alguna manera, habamos dispuesto para l. Entonces, Erland derrumb un lado de la trinchera y con el ndice quiso empujar al alacrn, conducirlo a la salvacin, pero el alacrn haba decidido su propia suerte como lo hace un rey. Y para ir tras esa suerte tuvo que lastimar a su amo. Le clav la pa a Erland. Yo no supe, en ese instante, que el rey haba guardado un traguito para s mismo. Lo siento dice Erland. Qu castigo me merezco? Ninguno. Nada. Te juro que puedo vivir con eso. Pero y vos? digo, a pesar de todo, te hace bien volver ac? Me hace bien no estar all. All te piden sangre cada
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semana, como si el mal pudiera largarse. El mal, este mal, lleg para quedarse. Debiste cuidarte, Erland reprocho. El reproche es una estrategia de la perversidad. En esos momentos no penss; quin piensa? Adems, qu otra muerte podra esperarme? El rey se clav el aguijn en las espaldas. Ya nada haba que hacer, slo mirar, encandilados por las lenguas de fuego que lo laman, que no dejaban ya ni cenizas para las hormigas de la costa. Slo arena. Me acerco y beso a mi primo. Esa tarde, cuando ramos chicos, y ramos dueos de la arena y de un alacrn, quise curarle el dedo a mi primo. No le dijimos nada a nadie. Yo besaba el dedo herido, emponzoado por la traicin al rey; lo chupaba para que mi saliva le aliviara el dolor. No le dijimos a ta, nadie tocaba lo nuestro. No deberas estar aqu, no de esta manera dice Erland, intentando separarme, pero yo he decidido quemar las bardas del castillo. Y de qu otra manera podra estar? Pods contagiarte, preciosa dice mi primo. No importa digo, mientras le acaricio la cabeza de hombre sabido. Yo quiero estar aqu, as. La mano donde habita el fantasma del dedo ndice me toma por la nuca, ah donde otros animales clavan el aguijn. Total, cuando ramos chicos nos aguantamos harto, no?
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S, harto, demasiado contesto yo, con una alegra feroz; la alegra perfecta de los alacranes suicidas.
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Desde hace algunas noches, y por algn motivo que desconozco, mi lado izquierdo se ha convertido en el lado de las pesadillas. Cuando duermo de espaldas no sucede, ni tampoco cuando duermo hacia la derecha; pero si las olas del sueo me vuelcan sobre el lado izquierdo, zas!, los sueos se hacen aicos y comienzan las pesadillas que luego ya no me dejan dormir tranquilo. Entonces me veo obligado a volcarme a la derecha, donde, por otro motivo que desconozco, los sueos son ms amables y no me perturban tanto como al otro lado. Pero en medio del sueo, a veces, el cuerpo se encapricha y el momento menos pensado, zas!, me vuelca a la izquierda. Entonces comienza una invasin sigilosa y disimulada que luego se convierte en imgenes espantosas y en gritos desesperados. La fiebre me baa el cuerpo y las pesadillas hacen explotar mis sueos que inocentemente estaban ovillndose al lado derecho.
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En vano me repet que dormir de un costado o de otro no tiene nada que ver con las pesadillas ni con los sueos. Sin embargo, parece que la verdad tiene un solo lado, y la verdad es que mi lado izquierdo se ha convertido en el lado de las pesadillas. Pero doctor, me dijeron, usted no necesita inquietarse por ese lado, deben ser sus hbitos nocturnos, ya se sabe que cenar muy tarde provoca reacciones. Deje las cenas, hombre!, y ver cmo muy pronto esas pesadillas abandonan su lado izquierdo. Les hice caso y, aunque intua que seran intiles los consejos que se empecinaban en darme, hubo noches en que rechac las cenas y me excus de invitaciones, alegando los impedimentos ms convincentes que mi imaginacin era capaz de proporcionarme. Pero, con o sin cenas, las pesadillas de mi lado izquierdo volvieron a atormentarme. Decid consultar a un mdico, por aquello de que es mejor tener una opinin profesional. Al final de la consulta, y luego de hacerme toser, sacar la lengua y sacar la billetera, me dio un frasco de pastillas: tmese una de stas cada noche y duerma del lado que quiera; garantizado, me dijo. Las famosas pastillas me provocaron efectos secundarios difciles de pronosticar. Llegada la noche, y cuando me dispona a dormir del lado derecho como siempre, fui presa de unos terribles mareos. Perd la orientacin, norte, sur, izquierda, derecha, y me desmay. Cansado de escuchar esas vanas recomendaciones, decid poner punto final al asunto por iniciativa propia. Para no despertar las sospechas de mi mujer (que no sospechaba de nada) o de la servidumbre (que siempre sospecha de todo), compr un par de almohadas bastante mullidas de pluma de ganso, garantizadas, me dijo el vendedor.
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Esa noche, cuando mi mujer ya haba clavado el pico, acomod las almohadas justo detrs de mi espalda, como una tranca, para impedir que los efluvios del sueo traicionen mi cuerpo, llevndome otra vez hacia el temido lado izquierdo y de ah con un salto mortal hacia las pesadillas ms abominables. Me estaba yendo de maravilla, pero los sueos no tardaron en convertirse en pesadillas, porque esta solucin caus efectos secundarios. Si queras dormir solo, podas habrmelo dicho, dijo fra mi mujer al da siguiente; no haca falta que pongas estos lmites entre nosotros. Si tanto te molesta dormir a mi lado, por qu no simplemente me dejas dormir sola?. De ah en adelante ya no pude hacerle entender que en realidad lo nico que yo quera era alejar las pesadillas de mi lado izquierdo, no alejarme de ella. Desde entonces, mi mujer, que no sospechaba de nada, haba comenzado a sospechar de todo, igual que la servidumbre. Prefer callar por aquello de que es mejor no echar lea al fuego, tratando de explicar lo inexplicable. Pero la fatalidad llega del lado que menos espera uno. A las sospechas de mi mujer me acostumbr poco a poco, al igual que me haba acostumbrado a sus amigas y a sus increbles mscaras nocturnas. A lo que no pude acostumbrarme fue al terrible sueo que tena que soportar durante el da. Mis movimientos y mi forma de hablar se haban visto gravemente afectados. Si no tropezaba con alguna silla o si no me llevaba una taza de t por delante, era incapaz de contener un terrible bostezo que en los momentos ms inconvenientes me obligaba a abrir la boca descomunalmente,
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acompaando este gesto con un gemido denso y pegajoso, imposible de refrenar. En las pelculas, vaya y pase, pero bostezar frente a los clientes con los que hasta hace poco tena un trato amable y a quienes supuestamente deba proteger de sus ms ntimos temores, era sencillamente imperdonable. Cmo iban a confiar la administracin legal de sus bienes a un ojeroso y trasnochado abogado al que su propia mujer atribua una serie de infidelidades y, adems, desde que comenzaron los bostezos de su marido, tambin haba comenzado a sospechar que su matrimonio se haba basado en el inters... (el mo, desde luego, porque ella siempre haba tenido una posicin cmoda, en la cama y en la vida)? Hasta entonces no haba cado en cuenta de los temibles efectos que puede causar un bostezo en un interlocutor temeroso. As fue como, poco a poco, mis clientes dejaron de acudir a mi bufete. Una serie interminable de bostezos convencieron por fin a mi esposa de que mi evidente falta de inters por ella haba colmado el lmite de su paciencia. As fue como termin firmando los papeles de mi divorcio, en un bufete muy parecido al que yo tena. Ahora vivo solo, sin esposa, sin trabajo, sin servidumbre, sin cena, sin casa y sin amigos, pero fiel a mi lado derecho. Con el tiempo, he ideado algunos trucos para que las pesadillas no me pillen desprevenido. He arrimado mi cama a la pared de mi estrecha y fra habitacin y, con una correa de perro, he logrado asegurar mis hombros al lado derecho de la cama. Sencillo pero
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eficaz mecanismo que me impide, aunque quiera, volcarme del lado izquierdo. As fue como pude, al fin, asegurar mi extraa y definitiva conversin a la derecha. Pero a quin le importa de qu lado dormir, con la pesadilla de vida que ahora llevo?
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El pez ms bueno del mundo Luciana Mara no es el nombre verdadero de mi hija, que en rigor se llama Luciana Beatrice. El da de su bautizo, en la iglesia, ella insisti frente al sacerdote y ante la pila bautismal que deba llamarse Luciana Mara. Tena cuatro aos y la suficiente firmeza como para inventar nombres e historias. Un ao ms tarde escribi este relato en seis hojas con dibujos de cuento.
Un da apareci un pez. Era el pez ms bonito que se haba visto. Los otros peces lo admiraban. Un da apareci otro pez que no tena agua. Ese pez fue salvado por el pez ms bueno del mundo. Ese pez nunca volvi a hacer travesuras.
Un par de aos despus del da de su bautizo tuve que hacer un largo viaje. All escrib palabras y nombres sobre papeles, pensando en Luciana Mara, en Luciana Beatrice. Viv largos meses cerca de un monasterio a diez kilmetros de un pueblo
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de casas blancas que miran incansablemente el mar. All habitan gentes que esperan por siglos el retorno de barcos antiguos que un da salieron de su puerto para descubrir un mundo. El mundo ms bonito del mundo. Mientras esperan, las gentes que habitan en el pueblo hacen como que no esperan y va pasando el tiempo. Inventan palabras y las dejan regadas por donde caminan o por donde se sientan a tomar el sol o agua de colores. Cualquiera puede levantar las palabras inventadas y llevrselas. Me llev algunas y dej otras porque no caban ms en mis bolsillos. Zampabollos, melosera, mogolln, folln, liar, chorrada. Tambin me llev frases adultas y sabias: dnde termina el pez y dnde comienza la sirena?, si estrujas un libro difcilmente sale agua, donde digo digo, digo Diego, djame llevar el ascua a mi sardina, Virgencita, djame como estoy!. ***
Los nombres de Luciana Tienes tantos nombres como frutas o colores. Tu nombre a veces es Luciana, otras veces botella o manzana. Los nombres que fuiste recogiendo en tu bal-corazn apenas te pintan un poco, casi nada. Son como pedazos temblorosos de luz que alumbran una rebanada de risa, una porcin de cabello, una ua, un hueso chiquito, un hilito de tu corazn, casi nada de la cascada que llevas dentro. Por eso repetimos tu nombre a cada rato, para alcanzarte, para treparnos a tus ojos y entrar en tu barriga, como ingresan las mariposas en la vida. Tu nombre es como una puerta, por eso tienes tantos nombres como canciones o piedritas. Cuando el ruidito de tu nombre camina de mis dientes a tus odos, antes rebota en la tierra, golpea en el rbol, se entra en los agujeros de los ratones y, casi cansado, el ruidito llega a tu cabeza y estalla tu nombre como
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las lucirnagas en la oscuridad. Contigo aprend que los nombres son como regalos de cumpleaos que nos regalamos las personas. Van y vienen como nubes, vienen y van como zapatos, crecen contigo y estn all donde t ests. Los hombres grandes entregan nombres a los nios pequeos y los nios pequeos les ponen nombres nuevos a las cosas. Son mgicas lamparitas de papel y vela dentro; se mueven y hacen figuras, se quedan quietas y brillan. Cuando pronuncias un nombre, las personas se iluminan y te miran, te hablan y te acompaan. Si te olvidas de un nombre es como haber perdido un amigo; las personas y las cosas no se iluminan, no te miran, no te hablan, no te acompaan. Las personas a veces tienen un nombre. T tienes tantos nombres como cachivaches o barajas. T misma, cuando tenas cuatro aos, en lugar de Luciana Beatrice, decidiste que te llamabas Luciana Mara. Tenas apenas cuatro aos y la suficiente conviccin como para inventar historias. En estos das que estoy de viaje, he conocido a muchas personas con nombres como nubes y lamparitas. No quiero olvidarme de ellas porque me han enseado a mirar el mundo con otros ojos. Por eso te quiero contar historias, historias de nombres, historias de personas, as como historias de nombres de cosas que he encontrado en este lugar desde donde te escribo. Este lugar tiene un nombre sin par, me recuerda al Sol y a tu nombre que va y viene, como va y viene la luz. Andaluca. ***
Lejos del hogar Imagnate que un da cualquiera te subes a una mquina enorme, que sabe volar, que te lleva lejos, muy lejos de tu hogar. Un aparato enorme y seguro como la concha de un caracol, que vuela como vuelan veloces las palabras de tu cabeza a tu boca.
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Como concha o caracol. Si juegas a pensar, ms tardas en hablar que en pensar, pinsalo y te vas a divertir de tanto jugar y pensar. Imagnate que despus de volar llegas a un lugar, un mundo un poco extrao, que no es tu hogar. Este sitio nuevo tiene las mismas cosas que tienes en tu habitacin, en las calles que acostumbras caminar o en las casas que sueles habitar. Al instante, extraas aquel lugar donde estn tus lpices, tu pantaln, tu espejo y el calor de una mirada. Sin embargo, las personas de aquel nuevo y extrao lugar hacen todo lo posible para ensearte a amar todo aquello que traes en tu maleta y en el corazn. Imagnate que te paras frente a un espejo. Parece que all hay dos, pero solo hay una que eres vos, y la otra no es ms que un reflejo que vive en el espejo slo si ests vos. Este lugar que se llama Andaluca es como un espejo que te mira y mira sin parar. Al principio no te reconoces, pero luego de mucho mirar, ves en ese espejo el lugar que es tu hogar. Cuando empiezas a reconocer los nombres y las cosas a tu alrededor, te sientes seguro como un caracol que lleva su casa-concha en la espalda. Un caracol del otro lado del mar que ha encontrado un pequeo espejo en el camino. El espejo sirve para mirar hacia adelante, para volver al hogar. Como vuelven las palabras de tu cabeza a tu boca cuando dices concha o caracol. Como vuelven las caricias de amor a las manos que te saben amar. ***
Beatrice y el ms all El lugar donde temporalmente vivo, alejado de tu vientre que canta, de tu olor a pan fresco, est rodeado de un ro inmenso como tus ojos universo y un mar salado que cruje, que alimenta como tu vientre. Provisionalmente habito en una casa blanca de tejas manchadas. Son cuatro bloques de dos pisos que dibujan una
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herradura, en medio de un bosque de eucaliptos olorosos y pinos generosos. Hay un ventanal que da a la ra del Tinto y, al fondo, un monumento de 75 largos aos que recuerda una gesta de siglos. La ra desemboca en el Atlntico. Es un universo ms pequeo que el negro enorme de tus ojos. En los pasillos de la casa blanca, de arcos y ventanas en todas direcciones, que efmeramente me cobija, te encuentras con personas que vienen de territorios donde se amasan panes de diversos olores, cantan canciones que hablan de ros y mares tambin distantes, que me recuerdan tu vientre de harina blanca, tu olor a universo. Por las maanas el da despierta en medio de pjaros chillones y un horizonte azul atravesado de rojos intensos. Por las tardes aparecen azulejos que vuelan de ventana en ventana o se revuelcan sobre el verde cmplice de los jardines. Cuando la tarde cae, los pjaros vuelven a cantar despus de haber recorrido el universo y amasado el da. Las noches son apacibles y a veces bochornosas, no hay pjaros ni ruidos misteriosos, tan slo horas largas que crujen y anuncian otra vez tu reconocible aroma. No muy lejos de la casa blanca donde habito a medias y escribo acerca de tus ojos universo, hay otros tres bloques de un solo piso donde paso muchas horas escuchando y escribiendo cuadernos interminables. En medio hay un jardn de pequeos rboles de los cuales brotan naranjas agrias, que de vez en cuando caen vencidas y se estrellan contra los ladrillos. Antes de llegar al jardn de los naranjos, hay un camino cubierto por enormes rboles y piones que llevan almendras dentro. Siempre hay sombra, brisa y un banco de hierro donde recostarse, leer y guardarte un lugar. Desde all se puede ver una iglesia de tiempos ms antiguos que el descubrimiento de Amrica. Una espiga sobrepasa toda altura posible, hecha con piedras de la cantera del pueblo de Niebla, coronada por una cruz y una leyenda que resume la pasin de esta gente milenaria: Plus Ultra. Cerca del monasterio hay una baha que alberga rplicas de barcos expedicionarios que inventaron un mundo nuevo. De la baha, y siguiendo la ruta del Tinto, sale un camino de tierra
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que atraviesa campos bienolientes de fresas rojas, cultivadas por manos negras y hembras de ojos azules. El camino llega hasta Palos de la Frontera, un pueblo marinero que fue habitado por mujeres marcadas por la nostalgia. Sus pequeas plazas estn llenas de frases que recuerdan tanto a los descubridores de nuevos vientres, panes y universos, como a las soledades que dejaron. El Ms All, el Plus Ultra, es una quimera que ilumina y deja crujiendo corazones por igual. Vaca de marineros a los pueblos y los puebla de mujeres solitarias. Me consuela saber que al otro lado del mar hay una parcela con pan fresco, vaca de marineros y poblada de corazones que aguardan, y entre ellos, el tuyo. En el lugar donde temporalmente habito, alejado de tu vientre que canta, de tu olor a pan fresco, de tus ojos universo, hay risas esplndidas, andares que dejan flores a su paso, nombres como frutas, corazones como espuma de mar, odos generosos, manos fraternas, historias como caracolas, gentes que, luego de quitar el cuello del dogal, bailan con los ojos cerrados, recordando olores de vientres agitados, panes crujientes y universos como los ojos de Beatrice, que miran el ms all. ***
Alma y los sueos guajiros Sucede que mi amiga Alma colecciona pedazos de da para armar, pacientemente, el mejor de los mundos posibles. No es una tarea fcil, pues no se puede coser los pedazos de lluvia o las rebanadas de sol sino con hilos de ensueo. La lluvia o el sol han desarrollado la impertinente costumbre de escurrirse por entre los dedos. Alma lo sabe e insiste. Encuentra trozos de da en todas las esquinas, debajo de los rboles y hasta en los pliegues de los corazones. A veces debe arrancarlos pero, en general, se asoman
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despacito, sacan la cabeza de los agujeros donde se esconden y Alma los atrapa. Esto lo aprendi en Mxico, un lugar extrasimo donde los das comienzan su desenfrenada carrera justo cuando acaba la noche. Hay lugares en el mundo donde los pedazos de da no aparecen todos los das; esto Alma no lo sabe. A veces, las noches son dos veces ms oscuras que el mal. A veces, slo a veces. Tambin hay sitios donde los pedazos de da son muy puntuales, suelen aparecer cuando el reloj apunta con la manita corta el nmero siete y la otra un nmero gordo y con barriga. Cuando Alma atrapa una porcin de da, la amarra a una risa esplndida y la lleva como se llevan los recuerdos. Los pedazos de da se mueven como conejos pero al final se duermen. Solo cuando estn dormidos, Alma los llama sueos guajiros. Yo nunca haba escuchado de esos sueos. Por eso creo que son como pedazos de da, como recuerdos y tambin como conejos. La verdad es que no lo s, slo Alma lo sabe. La otra noche me habl de ellos y me pareci como un regalo de cumpleaos. Por eso decid escribir estas palabras, en tono de juego, para que nunca se me olvide ni se me pierda la idea. Los regalos de cumpleaos hay que guardarlos siempre. Traen buena suerte. Alma lo sabe, por eso los junta con paciencia y en secreto, para armar el mejor de los mundos posibles. ***
El nio elefante Antonio tiene en la cabecera de su cama al nio elefante, un dios juguetn, bueno y alegre como un pez, que lo acompaa luego de su largo viaje por la India. Bombay es una ciudad; tambin una palabra corta que suena como la risa de Antonio. Ganesha es el nombre que los hombres grandes le dieron al nio elefante, el dios
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pequeo que cuida a los nios. Tiene la barriga gorda y la nariz como slo pueden tenerla los elefantes y los hombres generosos, larga para acortar las distancias. Porque la nariz de los elefantes, ms que una nariz es una mano alegre. Antonio tiene el nombre ms bonito de todos. Suena como suenan las campanas de las iglesias cuando llaman a la gente a reunin. Su segundo nombre, Golmar, me recuerda los dorados atardeceres cerca del mar. A su nombre se le cay la letra d del medio y nunca pudo encontrarla, pues si la hubiera encontrado estara inmediatamente en su lugar y entones Antonio se llamara Goldmar, que sera igual a dorado mar, como los atardeceres naranja cerca del mar azul. El pequeo Ganesha que acompaa a Antonio naci en lo profundo de un pas enorme y ancho, que tambin tiene dioses generosos como colores. Antonio es un nombre que suena como suenan las campanas y que se parece al mar azul bordado de naranja; Antonio campana encontr al pequeo dios en una calle de Bombay. No lo compr porque no se compran los dioses pequeos ni grandes, sino que se los adopta, como se adopta a los nios cuando se quedan solos. Los dioses pequeos se parecen a los ngeles que acompaan a los nios traviesos; los acompaan en el sueo y tambin en el ensueo. Antonio es generoso como la nariz del nio elefante, por eso tiene a Ganesha en la cabecera de su cama, para que lo proteja del sueo y del ensueo. ***
Araceli Araceli tiene nombre de bisagra, nube y resplandor. Es tan joven que cuando re, se le ven los dientes y se parecen a los granos blancos del maz tierno. Piensa, como piensan los nmeros, haciendo fila de menor a mayor. Se sonroja como las lneas cuando tropiezan con una letra.
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Araceli es profesora, de cabellos largos y ondulados. Ensea como pocos a pensar. Ella misma piensa tan rpido que ha pasado de un pensamiento a otro antes de que su risa llegue a descansar. Araceli tiene un nombre mezclado de misterio y fiesta. En Espaa hay una ciudad de fiesta y misterio que se llama Alicante. Sin la ene que se acurruc en medio, Alicante se llamara alicate, una tenaza para atrapar clavos o dolores de muela. En Alicante hay tantas palmeras que no las puedes contar, el viento del mar tarda una luna en llegar y luna y media en volver. En Alicante hay una iglesia, y en su altar cada agosto se celebra una fiesta para recordar que la vida es dulce como el mar y el cielo, ms que nube, un hogar. Elche se llama la ciudad cerca del mar de Alicante donde naci el nombre de Araceli, como la nia profesora que piensa tan rpido que no acaba de pensar y se sonroja antes de que las palabras lleguen a su lugar. En el altar de la iglesia de Elche se rene la gente para recordar la muerte de Mara, la madre de Jess. Es un espectculo de teatro conocido como El Misterio de Elche2. No hay dolor ni llanto; todo lo contrario, la gente se pone a cantar. Se proponen guardar el cuerpo de Mara en algn lugar, para que siga su andar por las nubes lejos del mar. Los ngeles pequeos bajan del Cielo coronas y flores; los hombres grandes traen telas y perfumes para cubrir el cuerpo de Mara con blancos colores y suaves olores. La muerte no duele tanto si piensas que tu alma vive al lado de Dios, mirando las palmeras y el viento que abraza a todos por igual. Colocan el cuerpo de Mara sobre el altar y lo suspenden por los aires rumbo a la cpula de la iglesia, que est decorada con pinturas de ngeles y un Sol que parece mirar. Bisagras, cuerdas y un canto celestial acompaan el cuerpo que
Misterio de Elche o Misteri dElx. Las fiestas que la ciudad de Elche, Alicante, Espaa, dedica a la Asuncin de la Virgen tienen como ncleo las representaciones del Misterio en el interior de la baslica de Santa Mara. Una serie de actos, ceremonias y solemnidades tanto religiosas como profanas desarrolladas a su alrededor forman, todas juntas, aquello que se denomina la Festa de Elche. 3 Cancin popular andaluza.
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sube y sube queriendo llegar a la nube nube. Araceli es el nombre del altar de la iglesia de Elche, cerca del mar de Alicante. La nia profesora tiene nombre de bisagra, nube y resplandor. ***
Los mundos de Flavia Flavia lee libros gordos y escribe palabras como palomas que vuelan en las blancas hojas de papel. Se ha enamorado de las palabras que tienen colores. Ha inventado otras sencillas que se parecen a los nombres de las personas: Manuel, Ludolfo, Ftima. Pero ms que nombres son como los cajones de quienes hacen vestidos y guardan en ellos pedazos de tela e hilos de plata y oro. Luego de leer todos los libros que caban en su habitacin, Flavia sali a buscar nuevas palabras difciles como colibr, circo, escarabajo o esperanza. Caminando, volando o sobre las espaldas del mar, Flavia lleg a un mundo nuevo que curiosamente le dicen el viejo mundo. Es gracioso, pero parece que nunca hubiera salido de su habitacin-ciudad que todava se llama Santa Mara de los Buenos Aires. En el viejo mundo, lee libros gordos y escribe palabras como palomas. Encontr colibres, ludolfos, escarabajos, aracelis y uno que otro Manuel. Las palabras suelen estar atadas a otras palabras y stas se vuelven lamparitas. Las palabras que se vuelven lamparitas, alumbran, pero Flavia se ha dado cuenta de que si alumbran es que por ah hay sombras. Cuando cree que atrapa las sombras, se ren de ella y se escapan. Se ha convertido en un juego divertido cazar palabras y juntarlas, para que iluminen las sombras. De vez en cuando viaja al Ecuador, un pas de Amrica que me recuerda las lneas y los puntos. Cuando se juntan, se forma el Ecuador. Es como otra habitacin distinta del viejo mundo y diferente de Santa Mara de los Buenos Aires.
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Caminando, volando o sobre las espaldas del mar, Flavia se fue al Ecuador para buscar palabras nuevas que se han juntado solas y se han vuelto lamparitas. Regresa cargada de palabras y escribe libros que se parecen a cajones de botones y a cajas de telas. Tambin ha inventado otras sencillas que se parecen a Simn, Virgilio, Pablo. En una iglesia, lejos de la ciudad de Santa Mara de los Buenos Aires, Flavia encontr unas palabras que alguien escribi hace mucho tiempo. Unas palabras difciles de leer: Unus non suffecit orbis, que quiere decir: Un mundo slo no es suficiente. Como puedes ver, cuando quieres, las palabras se encienden como se encienden las lamparitas. ***
Sper Lud Te voy a la contar la vida de un seor excepcional. A su nombre se le perdieron varias letras. A veces los lpices y los papeles se distraen o no tienen colores ni espacios para escribir los nombres completos de los nios. Algo de eso le ocurri a este hombre cuando fue nio. En principio se llamaba Luis Adolfo y apenas lleg a Ludolfo. Todo por culpa de un lpiz que perdi la punta y un papel que se qued corto. Ludolfo es Ludolfo por las noches, cuando duerme. Por las maanas y durante el da, se vuelve Sper Lud. Ensea y escribe. Donde hay un nio que quiere aprender o un papel enorme como una pared, Sper Lud, se lanza con palabras, despalabras o sinpalabras, que son como tigres con rayas, tigres sin rayas y tigres con puntos. Se tropieza con los recuerdos, otros llegan incompletos y en todo momento baila con ellos como bailan las hojas con el viento. Se re de todos pero, sobre todo, de las buenas intenciones que se estrellan como los huevos se estrellan en el suelo. Creo que por eso es sabio. Se
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re con un poquito de dolor cuando los sueos no se cumplen. Sper Lud junta palabras como puertas, ventanas, puentes, tneles, agujeros, abismos. Todo aquello que te pueda llevar de un lugar a otro. Por eso Sper Lud es un seor excepcional. De tanto jugar con las palabras, de tanto recordar los sueos que se parecen a huevos estrellados, le duele el corazn, la espalda, las piernas, la boca. Por eso cuando duerme, duerme con un poquito de miedo, porque tiene miedo de perder el tiempo mientras duerme. Cuando duerme, Ludolfo es Ludolfo y se acuerda de cuando fue Luis Adolfo. l no tiene tantos nombres como pjaros y peces, como t, Luciana, pero quiero decirte que aunque le falt punta a un lpiz y espacio a un papel, este hombre maravilloso se volvi sabio al juntar palabras como tigres con rayas, despalabras como tigres sin rayas y tigres como tigres con puntos. ***
Nicols Es un nio grande, delgado, alto y con dientes agudos. Camina con un tiesto pequeo donde lleva una planta de margaritas, color rosa encendido. Come naranjas agrias del jardn de los naranjos. Pregunta, y sus preguntas suenan como la lluvia fuerte que cae en los tejados. Es un pequeo y triste caminante de cabellos largos, gorra y bufanda de colores de otoo. Camina preguntando por su casa-corazn que un viento oscuro se llev. No era caminante cuando esto ocurri, pero de tanto caminar con su tiesto a cuestas, de nio se volvi grande, delgado y alto. De tanto preguntar se volvi caminante, sin reino, sin corona ni casa-corazn. Pregunta por el viento oscuro. Nunca por su casa-corazn. La gente adulta a veces no entiende las preguntas de los pequeos tristes caminantes; eso le pas a Nicols, quien en realidad anda buscando su casacorazn, pero no lo dice. Est cansado y slo quiere dormir en un
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lugar tibio y seguro. Nicols viene de un pas llamado Colombia, donde hay un viento oscuro; all, alguien se llev su casa-corazn con rumbo desconocido. Nicols camina con un tiesto pequeo donde lleva una planta de margaritas rosa encendido. Come naranjas agrias del jardn de los naranjos. Pregunta, y sus preguntas son como el ruido de la lluvia fuerte en los tejados. ***
La Pinta, la Nia y la Santa Mara Esta maana, lea un libro de palabras ms o menos complicadas, sentado en un banco de hierro, ubicado en medio de rboles delgados de copas anchas. Mientras lea, un seor gordo lleg caminando despacito por el sendero de piedras redondas y pequeas que llevan hasta el banco de hierro. Se sent a mi lado y, luego de un rato, en un gesto amigable, me mostr un dibujo que estaba en la cara blanca de una pequea caja. E s u n a p a l m e r a l e d i j e , o rg u l l o s o d e m i descubrimiento. Claro me dijo el seor gordo, y luego me explic: La palmera es el dibujo con el que se identifica a la ciudad de Andaluca. Qu bonito le respond. Est mal me replic. En lugar de palmera debera ser una carabela. Una carabela?, pens. Una carabela repiti con firmeza, como si hubiera ledo la pregunta en mi cabeza. Las palmeras son africanas,
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all hay muchas, ac en Andaluca hay carabelas. En lugar de palmera, debera ser una carabela. Andaluca es una carabela dijo con calma, mirndome a los ojos. Andaluca no es una ciudad, es una tierra llena de sol, rodeada de un ancho mar verde que parece infinito. Ac hay muchos barcos, marineros y puertos. Hace muchos aos, estaba llena de carabelas, de madera crujiente y banderas de colores. Las carabelas son como medias lunas gordas, con la espalda ancha hacia abajo, con tres palos pinchando su barriga. Pegadas a los palos que miran hacia arriba, tres anchas banderas blancas con enormes cruces rojas, azules o verdes pintadas en su corazn. Despus de pensar en todo esto, sonre, pues el seor gordo tena razn. Andaluca es una carabela. Nada se parece tanto a Andaluca como una carabela. Un barco de blanca bandera viajando por el mundo. Pensando en las carabelas, record una vieja historia de un seor llamado Cristbal que con tres carabelas, partiendo de Andaluca, cruz el ancho mar y descubri la tierra ms bonita del mundo. El seor gordo, luego de decir que Andaluca es una carabela, se puso a cantar esta cancin: Huelva tiene una ra, en ella hay una carabela, en ella va una nia, la nia que yo ms quiero3. Desde el banco de hierro, bajo los rboles de copa ancha donde me encontraba, se puede ver la ra del Tinto, el brazo de un ro que bordea Huelva y se pierde en el mar infinito. Cerr los ojos y vi una carabela, y arriba de la carabela, la nia que yo ms quiero. ***
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Ana Istar, Poemas. Costa Rica. Dulce Mara Chacn, La voz dormida. (Esta obra fue premiada en la Feria del Libro de
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Felipe l me respeta y yo lo admiro. Una o dos veces por semana, alrededor de las diez de la maana, camino hasta su oficina y lo encuentro siempre solo. A las diez de la maana las personas que con l trabajan salen a tomar un caf o a comer algo. Felipe se queda para atender a las personas, que como yo, llegan a las diez de la maana. S que interrumpo su trabajo; sin embargo, deja todo y nos ponemos a conversar. Me habla de libros que ha ledo o de lugares que ha conocido. Luego entra en la biblioteca y trae libros para que yo los lea. Me llevo los libros a mi habitacin y hago el esfuerzo por entender y conocer los pases, los nombres y las personas de los que hablan esos libros. Eso me hace pensar que l me respeta y aprecia mi conversacin. Una vez me regal un libro viejo, antiguo, de un seor mgico que se llam Pedro Caldern de la Barca. Era una obra de teatro. Fue un da muy feliz. Un da, como de costumbre, fui a las diez de la maana a la oficina de Felipe, pero l no estaba en su escritorio. Antes de salir de la biblioteca, las personas que con l trabajan me contaron que Felipe se haba ido a una tierra lejana que se llama Tnger, en el frica. All hay desiertos de arena, un sol ardiente, camellos tambin generosos que cargan en sus espaldas a los viajeros. Me imagin a Felipe sobre el lomo de un camello, buscando viejos pergaminos, que estaban perdidos. Alguien le cont a Felipe que haban encontrado pergaminos y que era importante que l los viera. Los pergaminos son como libros muy antiguos, que fueron escritos hace mucho tiempo, que felizmente permanecieron guardados en las barrigas de vasijas enormes de vino sin vino o en cuevas profundas sin luz. Cada vez que aparece un pergamino las personas se emocionan porque los pergaminos traen noticias
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de personas y pases remotos. Siempre son buenas noticias. Mi corazn se haba puesto triste por no encontrar a Felipe en su escritorio; sin embargo, luego se llen de luz y quise llorar, no de tristeza sino de alegra cuando me enter de que Felipe era feliz en los lomos de un camello, en medio del desierto de arena, bajo un sol ardiente, en una tierra lejana que se llama Tnger, all en el frica, porque fue a buscar pergaminos, que son como libros antiguos que se guardan en vasijas de vino sin vino o en cuevas profundas sin luz. Tal vez algn da me muestre el pergamino que encontr en Tnger. Espero pacientemente el da de su retorno. Espero alegre. Eso es la esperanza, esperar con alegra. ***
Lirios y hogueras En la primavera del 92 me deslic como canto de pjaros en el odo de Beatrice. Antes, mucho antes, ella vena rearmando al mundo como rompecabezas, buscando lirios y hogueras. Levantaba barricadas, abra sendas o ventanas. Entonces ella pensaba: Algn da alguien pedir mi amor. Va a pedirme a m. Y ese da no puedo tener las manos vacas. En la primavera del 92, como susurro, como caracol o nube, anid en el vientre de Beatrice. Antes, mucho antes, mientras ella buscaba lirios, abra sendas, levantaba barricadas, desde mi ventana le haba dicho He decidido inundar las calles con tu nombre como consigna. Pensando en las utopas pensaba Beatrice. Y slo entonces ser hermoso tener un hijo de lirios y hogueras incendiando las paredes de mis muslos porque voy a parir al universo con mi milagro enorme como un dedal. En el invierno del 93, naci un nio como los lirios y las hogueras. Inundamos las calles con su nombre como consigna. Entonces nos dimos cuenta de para qu sirven las utopas: para cantar mientras uno camina. Despus, mucho despus, el nio como los lirios y las
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hogueras, desliza en los odos de Beatrice, como canto de pjaros, como nube, como lirio, como hoguera. Hubo una vez en que yo era almendra, un susurro ciego que se meca en tu vientre, un caracol invisible y redondo4. ***
Los gatos vigilantes Guayaquil es una ciudad del Ecuador que no se cansa de mirar el mar. Mxico es un pas y un territorio inmenso que descansa entre dos ocanos. Guayaquil y Mxico, tambin son los nombres de dos gatos pequeos que nacieron en el paraje que rodea la casa donde temporalmente vivo. Guayaquil es negro con manchas blancas en las patas. Mxico, un gato color marrn con dibujos como botones en el lomo. En la blanca y espaciosa casa hay gatas esbeltas y desconfiadas que cuando caminan parece que derramaran msica. Tambin hay gatos robustos y marrulleros; son los dueos silenciosos de jardines y terrazas. Estos tigres menores son los padres de Mxico y Guayaquil. Caminas y los encuentras durmiendo en alguna baranda. Agazapados bajo una cornisa. Inmutables al lado de las enredaderas, esperando el momento oportuno para atrapar golondrinas o un ratn distrado. No tienen dueo ni ataduras; por tanto, duermen en cualquier lugar y nacen sus gatitos del amor gatuno y bajo las plantas chicas del campo. Guayaquil y Mxico son los nombres inventados de dos gatos pequeos que ahora forman parte de la tribu de gatos vigilantes de La Rbida. Cuando los pjaros desperezan sus alas y el Sol apenas despierta, mis amigos Pacho y scar, salen a
Madrid por el Gremio de Libreros de Madrid como Libro del Ao 2003. Ese mismo ao el Ayuntamiento de Brunete convoca el I Premio Literario de Novela Corta Dulce Chacn. En noviembre, Dulce Chacn fue internada en el hospital a causa de un cncer
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caminar. Mientras caminan conversan y aprovechan la frescura de la maana para mostrar la parte luminosa de sus corazones. En una de esas caminatas encontraron a Guayaquil y Mxico. Unas caricias y un comentario afectuoso hicieron que los gatos pequeos, hijos de los tigres menores, pensaran que Pacho y scar podan ser amigos. Lo que prueba que las caricias hablan o que los gatos son ms sabios de lo que uno sospecha. Sin darles mayor importancia, siguieron su camino, acompaados de dos gatos pequeos. De estar abandonados en medio del bosque, siguiendo el andar andariego de scar, que naci en Mxico, la tierra enorme que descansa entre dos ocanos y de Pacho, que vivi muchos aos en la ciudad que no se cansa de mirar el mar, Guayaquil, los dos gatos llegaron al lugar donde podan comer, dormir y quiz encontrar a la madre gata que los haba parido, bajo un arbusto en medio del paraje que rodea la blanca casa donde me encuentro. Pacho y scar pronto echarn en bolsas y maletas la ropa y los recuerdos para volver a Mxico, la tierra entre dos ocanos, y al Ecuador, la tierra donde est la ciudad que mira el mar. Volvern a los afectos de donde un da salieron. Dejarn recuerdos como fino polvo de harina blanca que lentamente ir desapareciendo. Junto con Pacho y scar, marcharn tambin sus amigos, pero quedarn fotografas con sonrisas y abrazos, bancos y senderos solidarios, dormitorios y pasillos abarrotados de fugaces presencias, nombres como espejos, anillos o vidrios de colores: Dania, Tania, Rita o Virgilio, Alejandro y Manuel. Cuando scar y Pacho se despidan, para volver a los afectos, Guayaquil y Mxico asistirn a la despedida, alertas, mirando golondrinas, espiando balcones y ventanas temporalmente clausuradas. Luego jugarn con la melancola como juega la brisa con las banderas. Hablarn como hablan los gatos y los silencios con la soledad. Contarn historias de gatos ancestrales y humanos fugaces, hasta que a ellos tambin los alcance la sombra. En septiembre, cuando otros ojos los vean esbeltos y desconfiados, derramando msica
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al caminar, corriendo por los jardines, cazando pjaros o ratones, seguro se preguntarn cmo llegaron esos gatos marrulleros a este lugar? Chelito o Silvia contarn que se llaman Mxico, como el territorio de dos ocanos, y Guayaquil, como la ciudad que mira al mar. Para no olvidarme de los nombres como espejos, anillos o vidrios de colores, ni de los fugaces humanos que salvaron del olvido a dos gatos cimarrones, he escrito este relato en la cabeza de un alfiler, como precario remedio contra la mala palabra que es el adis, marea del mar, que se lleva irremediablemente las pequeas caracolas que encuentra en su andar. ***
Adis Ya se acerca el da en el que me subir nuevamente a la mquina enorme como una carabela que sabe volar, que me llevar a tu nombre manzana, cachivache, colibr. Si me preguntas qu hice todo este tiempo que pas en Andaluca, lejos del hogar, de tu nombre botella, rebanada, universo, lejos de las historias que sueles inventar, te dira que adems de extraarte, vine a conocer un mundo para conocerte a ti. No hay mejor manera de acercarme a la cascada que llevas dentro, sino a travs del mundo. Si insistes en preguntar, te dira que le libros, llen cuadernos con ideas gordas y letra menuda. Hice amigos. Visit el mar, vi el azul del cielo, el azul del mar y el mar de gente. Viaj en tren siguiendo la ruta de un ro de color rojo como el mercurio. Camin bajo un sol feroz varias horas para llegar a unas colinas semejantes al caparazn de una tortuga. Navegu por un ro enorme, rodeado de garzas, golondrinas y un sol moribundo. Pero la cosa ms importante que hice fue sentarme en un banco de hierro, en medio de rboles delgados de copas enormes, para mirar, como se mira desde una
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torre, el otro lado del mar. Luego, ms tarde, en mi habitacin, escriba palabras y nombres sobre papeles para ti. Escribir es una manera de hablar, hablar es una manera de pensar. As, el tiempo se me fue pasando entre pensar, escribir y hablar. En un libro que cuenta historias tristes de mujeres que tuvieron que participar en una guerra cruel y tonta todas las guerras son crueles y tontas le algo lindo que tiene ver con las palabras y el tiempo: Quiz el tiempo se mida en palabras. En las palabras que se dicen. Y en las que no se dicen5. En mi viaje encontr palabras que guard para ti. ***
Alejandro Ivn Antes de partir para volver al hogar, en el ltimo puerto que me toc tocar, antes de trepar a la mquina que sabe volar, encontr un joven amigo en una ciudad esplndida que tiene un oso como emblema. Alejandro Ivn me propuso conocer la casa donde vivi Pedro Caldern. Un poeta que naci hace cuatrocientos aos en Madrid, la ciudad esplndida que tiene como emblema un oso y un madroo. La vida es sueo y los sueos sueos son. Algo as de bonito escribi Pedro Caldern de la Barca. Mira qu curiosa que es la vida, Felipe en Andaluca me haba regalado un
en el pncreas, falleciendo el 3 de diciembre a los 49 aos de edad.) Como canta Joan Manuel Serrat, la verdad nunca es triste, pero no tiene remedio. Me enter recin de la verdad sobre Dulce Chacn: no tiene remedio y me dej muy triste. 6 Juan de Vera Tassis y Villarroel, editor de las obras de Pedro Caldern de la Barca y su mejor amigo. 1682.
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libro de Caldern y, ms tarde, Alejandro Ivn quera conocer la casa en la ciudad esplndida del oso y el madroo, donde Pedro Caldern vivi y escribi La vida es sueo. Recorrimos avenidas interminables, atravesamos plazas rebosantes de gentes, de rboles caminantes, de ardillas solemnes y alegres fuentes. Por fin llegamos a la plaza de Santa Ana y vimos al fondo un edificio de esos que llaman teatros. En el otro extremo, un monumento para recordar a Pedro Caldern. Conocimos, en la calle de Caldern, muy cerca de la calle Mayor, la casa en la ciudad esplndida del oso y el madroo donde vivi aquel dulce cisne, que supo llorar antes de nacer, y cantar aun despus de morir, para eternizar su vida, sin pasar por el caos tremendo del olvido6. Despus de recorrer aquellas avenidas y plazas de la ciudad esplndida para conocer la casa donde vivi Pedro Caldern, Alejandro Ivn se trep en una mquina que sabe volar y viaj rumbo a Berln. Una ciudad cuyo nombre suena a mazapn y violn. Yo hice lo mismo, me trep en la carabela enorme que sabe volar y volv al hogar, que queda en una ciudad de nombre sin par. Nuestra Seora de La Paz. Luego me enter de que, despus de Berln violn, Alejandro Ivn tambin volvi a su hogar en Santiago de Chile, una ciudad tan esplndida como Madrid o Berln. En Santiago, Alejandro Ivn dibuja sobre papeles nombres, osos, madroos, carabelas, lamparitas, botellas, manzanas, colibres, escarabajos, caracolas, tigres con rayas, elefantes, lpices, ros, trenes, aviones y uno que otro monstruo bueno.
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Tiempos modernos
Homero Carvalho Oliva
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Mi idea de la felicidad es la de una familia perfectamente comunicada. As que cuando mi suegra nos regal una lnea de telfono, que vino acompaada con un armatoste negro, supe que haba elegido a la mujer correcta. Un folleto de la compaa telefnica nos hizo saber de la conveniencia de poseer derivados en todas las estancias de la casa y, poco a poco, los fuimos instalando en el dormitorio, en el living y en la cocina. Por suerte la casa era chica y no hubo necesidad de muchas instalaciones. Aos despus, cuando mi esposa obtuvo su licenciatura en auditoria y habilit su oficina contable, adquirimos una nueva lnea telefnica exclusivamente para ella, pero como estaba ocupada permanentemente, tuvimos que comprar otra ms para estar siempre comunicados. Por mi parte, el cargo de Director de Parques y Jardines del Municipio me garantizaba tres lneas: la de la central, la de mi secretara y la ma personal, as que nunca me falt un canal libre para comunicarme con quienes quisiera hacerlo. Al tiempito lleg el fax y el municipio me instal uno con grabadora y contestadora automtica inclusive y cuando nuestro
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nico hijo Alexander (no por el magno rey nio, sino por Graham Bell, el inventor de ese maravilloso instrumento de comunicacin) cumpli aos, me di el lujo de enviarle una felicitacin de puo y letra al recin instalado aparato de fax de mi esposa. Invento de hombre blanco, le dije. Este invento revolucionar el obsoleto envo de cartas, afirm luego. Lstima que no fue as; los burcratas hallaron la forma de mantener sus privilegios y ahora, adems de enviar el facsmile, se debe registrar el original. Qu prdida de tiempo! Por esos aos habamos renovado todos los viejos aparatos telefnicos de la casa y los reemplazamos por unos hermosos y prcticos inalmbricos. El de la cocina tena un alcance de mil metros a la redonda; poda caminar hasta la tienda a comprar unas cervezas y, mientras lo haca, poda aceptar otra llamada. Sin embargo, yo intua que algo nos faltaba para completar la felicidad, pues cuando estbamos separados tena que buscar un telfono pblico para comunicarme o usar ese ridculo y limitado sistema del beeper que no sirve para nada, hasta que apareci la telefona mvil, los famosos celulares. Qu invento! Dios mo! Por fin bamos a estar comunicados permanentemente, y desde cualquier lugar. Con los radiotelfonos lleg el futuro: la comunicacin individual total. Creo que fui el primer cliente de la empresa que los introdujo al mercado. En realidad fuimos el Presidente de la Repblica y mi persona. Qu orgullo! Luego, cuando Alexander cumpli diez aos, le regal uno. Pas una tarde entera ensendole a usarlo, pero lo nico que le interes en ese momento fueron los juegos que llevaba incorporados. El problema con esos primeros modelos era el tamao; parecan esos aparatos de radio que cargan los trabajadores de las empresas de electricidad y pesaban como dos kilos, tal vez por eso mucha gente no les dio bola al principio. Incluso mi esposa no quiso aceptarlo porque le
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pareci que eran muy feos y no entraban en su cartera. No insist porque saba que era cuestin de tiempo. La espera dur poco hasta que los japoneses (cundo no!) lograron, en menos de un ao, reducir el tamao, y de ah para adelante todo fue tan rpido que ms tardaba en comprarme un nuevo modelo que en salir otro al mercado. Si yo le contara los modelos que tuve! Pas por varios de ellos. Me acuerdo de uno que pareca ese utensilio que los raspadilleros usan para raspar hielo. La competencia hizo que aparecieran velozmente nuevos y primorosos modelos porttiles hasta que uno de esos le agrad a mi mujer y eligi su primer aparato celular; despus ya les fue hallando el gusto y ahora lo cambia en cada estacin. Los ha tenido de varios tamaos con hermosas y coloridas carcasas. No me puede negar que estos aparatitos son increbles, y no solamente para comunicarse, sino tambin para divertirse y hasta para trabajar. Menos mal que los analgicos no duraron mucho: pronto lleg la tecnologa digital que nos permite usar incluso la Internet, un prodigio de la ciencia moderna. Su impresionante men tiene un directorio que permite seleccionar mensajes cortos de texto y de voz, registrar llamadas perdidas (muy til si uno no ha tenido tiempo de contestar), guardar los valores de llamadas, servicios de red para cuando se viaja a otra ciudad, juegos que nos ayudan a ejercitar la mente o, simplemente, a pasar el tiempo. Ah!, y por supuesto, que todos incluyen reloj, con la conveniente alarma para despertarse temprano; por eso ahora no uso reloj pulsera ni tengo despertador. Y tambin tienen agenda ciberntica que avisa la hora, el nombre de la persona citada y el asunto a tratar; traen lbum de fotografas, cronmetro que me ser muy ventajoso si, algn da, me animo a correr. Adems, posee ms de treinta opciones para configurar un tono personal de llamada o bajar del Internet otros; por supuesto que yo eleg la quinta sinfona para diferenciarme de aquellos ordinarios que andan escuchando
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cumbias villeras cada vez que alguien los llama. Tambin tiene un bloqueador de teclas por si algn bellaco quiere usar tu celular en ausencia tuya. La calculadora me saca de muchos apuros contables y puedo recibir y enviar correos electrnicos y, por si fuera poco, tiene la ventaja de avisarte cuando se te olvid pagar la factura. Y lo mejor es que uno ya no tiene que andar con esas odiosas agendas de cuero; basta con buscar en el directorio que posee una memoria capaz de almacenar doscientos nombres y nmeros. Aunque esto le pareci una tontera a mi esposa, apenas tenemos un par de amigos, me reproch cuando le cont que uno de mis primeros celulares tena esa funcin. Pobrecita, no se daba cuenta de lo cmodo que era cuando quera hablarle y solamente tena que apretar el cursor para buscar su nombre y luego apretar llamar con la tecla navi, send o yes. Despus lo cambi por otro que tena identificador de voz y bastaba con que yo diga amor y, como por arte de magia, apareca su nmero en la pantalla. La competencia atrajo a nuevas empresas, y son tantas que uno no termina de conocer los planes y las ventajas que ofrecen, lo cual ha sido bueno para todos porque han bajado los costos. Yo tengo un nmero para mi trabajo, otro para mis amigos y otro para mi familia. Y como a m no me agarran desprevenido porque ya s las ventajas y las desventajas de cada servicio, tengo uno que me garantiza cobertura nacional, otro afiliado a un plan familiar para no gastar mucho y otro que guarda los mensajes para que nunca se pierdan las llamadas. Qu maravilla!, no? La segunda lnea celular de mi esposa, la que usamos solamente ella y yo, me fue obsequiada junto a una suscripcin de una revista de variedades y como tiene para componer msica le ped que se aprendiera las notas musicales para que compusiera tonos personales, apropiados a nuestra personalidad y as seramos nicos y no nos equivocaramos cuando suenen nuestros celulares.
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El celular de mi hijo fue una ganga, lo gan gratis en una promocin que te entregaba uno si te afiliabas a uno de sus planes, como ya soy un experto en ellos tom el plan econmico que garantizaba el uso de cincuenta minutos libres, ms medio segundo por cada minuto de llamadas al interior y no olvidemos que, en ese entonces, era de los de ltima generacin, llevaba una linterna incluida que podra ser de gran utilidad si ocurra un apagn en la ciudad, adems tomaba fotografas con flash y vena con zoom incorporado. Ah!, tambin grababa las conversaciones. Y de yapa una mochila. Con las cmaras digitales en los celulares se acabaron las cmaras fotogrficas. Y para cuando mi hijo salga bachiller y quiera estudiar en el extranjero, estoy pensando tomar un plan que incluye una llamada gratuita por cada diez que se hagan al exterior del pas. Hablando de ahorrar en llamadas, no entiendo por qu mi esposa no se daba cuenta de lo que estbamos ahorrando cuando podamos gastar el doble y no dejaba de reclamarme por cosas que habamos dejado de comprar. Se quejaba de que hace aos no le regalaba un buen vestido pero no quera reconocer que tena el ltimo modelo en celulares con vdeo incorporado, as podemos vernos cuando hablamos y aunque no lo hacemos porque todava no ha llegado a Bolivia esta tecnologa, era la envidia de la gente. Dgame que usted no quisiera tener uno. No se haga. Reconozco que tuve algunos problemas con mi hijo porque lo saqu del colegio privado para poder pagar un telfono celular de Iridium, los mismos que usan los espas y los millonarios. No s por qu no entiende lo ventajoso que le puede ser cuando se encuentre perdido en la selva, enciende su Iridium, se comunica con el satlite y luego con nosotros y zas! vamos a rescatarlo en un santiamn. Qu importa si tuvimos que vender el automvil para dar un adelanto y ser los primeros en recibir los modelos que sern recargados con simple energa solar y dejarn anacrnicos a los que usan electricidad. Qu importa si tuvimos que dejar
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de salir a pasear y a cenar afuera para ir cambiando de modelos cada vez que apareca uno nuevo que nos gustaba. Qu importa que me botaran del trabajo por pasarme las horas estudiando los manuales e instrucciones. Todo eso lo acepto porque s que la comunicacin cuesta y muy pocos estamos dispuestos a pagar el precio. Creo que mi esposa se enoj conmigo porque haba noches que los haca apagar las luces y los televisores y les peda que nos llamsemos entre nosotros. No comprendo que no quisieran disfrutar escuchando los sonidos que ella misma haba compuesto, aunque a regaadientes, para cada uno de nosotros. No concibo cmo es que no podan apreciar las lucecitas que se encendan mgicamente en cada una de nuestras maquinitas, pruebas fehacientes de la ms alta evolucin del ser humano. La verdad, no s por qu se fue de la casa y se llev a mi hijo, si le promet que el primer modelo solar sera para ella. Y conste que vienen con capacidad para almacenar ms de mil canciones, sintonizar radioemisoras y reproducir vdeos. Saba usted que tienen GPS? Apuesto a que no sabe dnde estamos parados. Con ese celular hubiramos sabido las coordenadas. Ni siquiera pens en m cuando me hablaron de este portento tecnolgico y me anunciaron su prxima llegada. En fin, cosas de mujeres. Ya ve, doctor? Yo le digo, crame: todo sacrificio es poco para estar siempre bien comunicados. O me va a decir que usted no tiene uno?
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El vuelo 479 del LAB haba partido del remozado aeropuerto Jos Mart sin mayores demoras. Abajo, el mar azulsimo, las playas caribeas pobladas de hoteles tursticos; tanta vida, tanta belleza resumida en esa suerte de postal vista ahora con ojos indiferentes. En el interior de la nave, un pasajero llevndose consigo todo el peso de su vergenza. Agazapado en el estrecho fondo de un asiento, como un nimio turista, ensimismado, cabizbajo, masticando una prematura nostalgia y barajando posibles disculpas. Nada poda distraerlo, mucho menos distanciarlo, de aquellos recuerdos que ahora eran apenas un vago rescoldo. Soy un cojudo, soy un perfecto cojudo! se deca a s mismo, levantando la voz sin darse cuenta, olvidando que a su costado derecho iba un viejo gordinfln con toda la pinta de un Buda y cara de tener pocos amigos. Usted ser cojudo, pero yo no. As que, por favor, djeme dormir.
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Recin llegado, la noche lo invitaba a salir. Grueso, rostro atezado y lampio, Elas Patzi dio un ltimo vistazo al hotel que le haban asignado, tratando de memorizar su ubicacin el Capri miraba al Malecn de costado; el nombre corporativo y sus cuatro estrellas en bronce pulido. Luego descendi solitario por la calle 21, seducido por la brisa costea y el bullicio de la gente, con la timidez tpica del visitante andino. El Malecn habanero le dio su primer bao de nostalgia, recordndole su procedencia: un pas pobre que haba aprendido a vivir sin el consuelo del mar. Luego se ubic de frente al horizonte, con el pensamiento fijo en la Bolivia distante, inundando de mar sus diminutos ojos por un buen tiempo. El Caribe haba ejercido en l una atraccin intrnseca Cuba particularmente; ahora, el sueo de conocer sus playas se estaba dando. Admiraba en doblegada distancia aquella revolucin cubana que le haba pintado la historia, desde sus tiempos anrquicos de estudiante universitario. Por lo mismo, este evento internacional sobre Organizacin de Municipios que deba desarrollarse en el Palacio de las Convenciones era en realidad un astuto pretexto para conocer la Isla pasajes y estada pagados por el Gobierno Municipal de La Paz; justo a tiempo para escapar del glido invierno altiplnico. La niebla descenda espesa sobre sus pensamientos y las gabarras pitaban a lo lejos cuando la vio por primera vez. Pareca una mueca de chocolate, luciendo una espigada silueta que se contoneaba con la brisa en contra y retribuyndole la mirada de prvulo sorprendido con otra ms provocativa; una sonrisa pcara juguete en aquella boca grande y carnosa hasta el punto de inquietar las hormonas del visitante. De retorno a su hotel, el feliz turista recin llegado desde las alturas del corazn mismo de Sudamrica, durmi soando con aquel rostro moreno de fcil sonrisa.
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Los primeros das del evento se haban ido volando. Colateralmente tambin se iba agotando el anzuelo de los city tours, programados despus del medioda para seducir al visitante: La Habana Vieja, bulliciosa y colonial, dolarizada como todo, con ese enjambre de negros detrs de incautos turistas, ofrecindoles puros a un tercio de su precio oficial, ofreciendo el mar y las estrellas; una efervescente noche en el cabaret Tropicana, con todos esos extranjeros soltando la baba; finalmente Varadero, dejndole el pellejo ms tostado que Nescaf. Todo esto haba congestionado su agenda, aunque la imagen de la sensual desconocida segua, extraamente, indeleble en su retina. As, su breve estancia en aquel apacible y remoto Estado antillano se iba consumiendo, y desaprovechar el poco tiempo que le quedaba hubiera sido de ermitaa estupidez. Clausurado el evento, curiosear por cuenta propia resultaba obvio entonces; ahora ya sin la empalagosa compaa del gua de los labios belfos. Era viernes, la tarde se pintaba para salir y eso es lo que hicieron los treinta participantes extranjeros, dispersndose en pequeos grupos. Mas para Elas, salir en un ltimo y esperanzado intento por volver a encontrarse con aquel rostro achocolatado de mirada persistente, aunque fuera en la despedida, era como querer saciar algo ms que una simple curiosidad. As, lleg caminando hasta un alejado campo ferial, buscando un pedazo de sombra y algo fro para refrescar el gaznate. Un colega extranjero vena con l; ambos sacando la lengua y transpirando hasta por las orejas, desafiando los cuarenta grados del asfixiante verano, sin prever que all las cuadras son interminables y que el Sol no perdona a los incautos. Lo primero que encontraron fue un restaurante concurrido principalmente por turistas de aspecto senil y despreocupado: polticos de juerga sin nimo de agraviar al susodicho
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pretextando misiones oficiales; cincuentones en busca de una segunda oportunidad; pcaros infieles que haban dejado a sus mujeres en casa porque viajar con ellas era, segn dicen las malas lenguas, como llevar lea al monte. Las primeras botellas de cerveza helada, con la noble misin de apaciguar aquel calor endmico, llegaron a su mesa justo a tiempo. Parte del Malecn y, ms all, El Morro, un inmenso faralln calizo, les mejor el campo visual dndoles tema de conversacin: Me gusta Cuba, pero ms las cubanas alarde el colega extranjero, un peruano de tez colorada y pescuezo anillado, mientras vea pasar a mujeres de cuerpo juncal y cimbreante, comentando sin ambages sus recientes conquistas amorosas. No hubo reproches; al fin y al cabo, entre bueyes no hay cornadas. Eso es normal, mi socio interrumpi, aproximando su cabeza rapada a la mesa, un cubano de esos que no necesitan mayor invitacin que la sonrisa impvida. Si aqu lo que ms abunda son las jineteras. Todo es cuestin de tener juaniquiqui. Viendo que los dos extranjeros no entendan un pito de aquel vulgar lxico, l mismo tuvo que hacer la aclaracin correspondiente para agradecer la cerveza que con la misma velocidad de su lengua viperina estaba engullendo gratis: Jineteras son esas putitas que andan detrs de los turistas, y juaniquiqui son los dlares. Aclarada la figura, por un momento los rumores del mar y la acrobacia de las gaviotas haban distrado su atencin. Luego intervino nuevamente el antillano: Y ustedes piensan volver a Cuba?
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Yo har lo posible por volver pronto se adelant la voz ronca del peruano; me consegu una hembrita de diecisiete. A ver, ustedes que son ms jvenes, resulvanme este problema de matemticas: cuando tena veinte aos me gustaban las viejas de cuarenta; a los cuarenta me encantaban las de veinticinco; ahora que ya pas de los cincuenta me gustan las de dieciocho para abajo. Qu me est pasando? A gato viejo ratn tierno contest Elas, dejando escapar un suspiro custico. Ahora, me pregunto qu opinarn ellas agreg luego con aire malintencionado, como queriendo frenar al fanfarrn. Qu coo importa si l le gusta al merengue! Lo importante es que el merengue le guste a l interrumpi nuevamente la voz gangosa del cubano. Hubieran continuado la comidilla, de no ser por un granduln de piel aceitunada, otro impertinente de la mesa contigua, que intervino finalmente: Esto es Cuba, pa que lo sepan. Nosotros tambin compramos con dlares, y sin juaniquiqui no somos nada cogi su cerveza con dos dedos, haciendo girar su silla, y les present a su acompaante, una triguea peliteida. El peruano asinti, deslizando sus ojillos viscosos por entre las esculturales piernas de la mujer, como tratando de encontrar una razn ms para retornar a la Isla. Los tres acompaantes ocasionales resultaron ser tan melindrosos como insoportables: el primero, imberbe, bailoteando su diminuta cabeza sobre los hombros al comps de alguna cancin imaginaria; el segundo, no tan joven, cejas montunas, ojos desorbitados y rebozo lanudo hasta el cuello, hablando hasta
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por los codos; la otra, veinteaera de vocabulario trivial; los tres soportando un mundo opuesto al suyo, sin situarse decididamente en ningn lado. Unas cervezas ms y se fueron casi todos. El peruano, feliz con su flamante conquista, y el par de cubanos ya sin pretextos para seguir aburriendo al resto con sus naderas. Elas Patzi, en cambio, no se mova an, aguardando el atardecer en la baha, tal vez intuyendo algo. El calor se haba disipado un poco. Afuera, la brisa era complaciente y jugueteaban los zunzunes escondidos en la copa de los rboles. De pronto, algo desvi su atencin: aquella morena de sonrisa fcil que haba visto la primera noche en el Malecn se dispona ahora a cruzar la calzada. S, era ella. Imposible confundirla con otra. Entonces, desde la ventana abierta, le hizo seas con una mano, en un porfiado intento por ser reconocido. La mulata capt perfectamente la seal, aproximndose luego con paso ligero y sensual contoneo. Se present sin aspavientos. Alta casi media cabeza ms que Elas, delgada, cintura extremadamente estrecha, entornando sus ojos verdes. As, tan cerca, su piel canela era menos oscura que el rostro atezado de Elas; la ausencia de tirantes en su sencillo vestido azul resaltaba un par de hombros huesudos y desnudos; su cabello azabache, ligeramente encrespado hacia atrs y sujetado firmemente por un broche dorado, permita el lucimiento de una frente amplia y sin un gramo de maquillaje. Dijo llamarse Coral Alonso, veintids aos, mientras chocaban sus vasos de cerveza. La orquesta del local haba iniciado su participacin. Un bolero montuno se paseaba nostlgico sobre las mesas, encendiendo la
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noche como un preludio novelesco, intenso e inevitable. La chica no paraba de hablar, con ese acento caribeo que l pareca disfrutar. Nac en Oriente, pero me vine pa La Habana recientemente y ahora estoy comenzando mis estudios en la Escuela de Hotelera. Aquella noche que me viste en el Malecn, yo iba esquivando a la polica; aqu nos andan pidiendo el carn por todo y por nada. Ay, chico, no es fcil! hizo una pausa, tom otro sorbo de cerveza, y continu: Antes de matricularme en la Escuela, quise ser bailarina del Tropicana. T fuiste al Tropicana? l asinti. Deba ser difcil imaginrsela entre ese ramillete de mulatas exuberantes, pero quiso creerle. Despus de todo, a pesar de su delgadez, ella poda esconder algo ms detrs del diminuto ropaje. Despus de todo, ella no pareca la tpica cubana de generosas carnes pero, en cambio, posea un rostro bello y un porte envidiable, diferente a las dems ramplonas que haban merodeado por su hotel. En algn momento, como gesto de agradecimiento por la invitacin, la mulata le regal una sugestiva caricia, jugueteando con su cabello lacio y entrecano. El corazn del boliviano comenz a bullir como el de un adolescente en su primera travesura amorosa, y sus pequeos ojos cayeron dciles y amansados sobre el rostro ovalado de la cubana, con la expresin satisfecha del pichn que ha recibido su primer alimento. La orquesta haba terminado su primera tanda con un clsico de los aos cincuenta; los versos de Mart repercutan en la voz gangosa y atiplada de la mulata: Cultivo una rosa blanca, en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca. Nada ms excitante que una mujer cantndole al odo. S, aquella flaca le gustaba ms de la cuenta. Qu le estaba
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pasando? Por qu se senta tan excitado as de pronto? Pero le gustaba ms su mirada intensa, imperturbable y perturbadora al mismo tiempo; su dentadura perfecta; su risa animada; su busto pequeo e inmaduro. Y le gustaba su arrogancia al andar cada vez que se levantaba para ir al bao; sus muslos firmes; las piernas largas y los tendones indmitos de sus pantorrillas. Cunto haban bebido?: ms de lo previsto. Y cenado?: l casi nada; ella tena apetito voraz. l fumaba poco y ella gustaba de los suaves y de marca importada. Era tarde cuando abandonaron el local. Afuera, la Luna llena abrazaba a la pareja y una fuerte brisa disipaba el tufo. El efecto etlico no se dej esperar y l tambaleaba sin poder disimular. Ella, al contrario, caminaba tan tranquila y fresca como una lechuga. Vamo a casa un momentico. Vivo a unas cuantas cuadras palante le dijo Coral, asindole de un brazo. Elas se sinti halagado. Caminaron por la calle Obispo, dejndose llevar por sitios estrechos y sin aceras, hasta cruzar el atrio de la catedral. Luego cortaron camino por otro sector, tenuemente iluminado por faroles coloniales que estrellaban sus luces amarillas sobre el adoquinado. Muy cerca, La Bodeguita del Medio dejaba escapar por el umbral de sus puertas todo el encanto de su gastronoma y los arpegios de tres guitarras guaracheras. Desde all enfilaron hasta el punto final, siguiendo la hilera de columnas cilndricas que soportaban mansamente todo el peso de edificios decrpitos abandonados a su suerte. Pese al paulatino cambio del bullicio capitalino por la solitaria quietud de aquellos oscuros vericuetos, Elas iba confiado, estpidamente encandilado. La casa de Coral estaba relativamente cerca. Apenas llegaron, penetraron por el zagun y luego cruzaron un herrumbroso
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portn enrejado hasta detenerse en el umbral de la sala. Un lgico rubor pintaba los pmulos bruidos del visitante, como pidiendo disculpas por la intromisin. La mujer madura, menor de cincuenta aos y una pareja de ancianos que se encontraban atentos al desenlace de una pelcula por televisin, desviaron su mirada hacia el extrao sin desconfianza; un pequins marrn le olisque los zapatos, moviendo el rabo y regalndole unos cuantos ladridos como seal de bienvenida. Pasa, chico; no tengas pena le dijo la joven, cogindole una mano. Gente sencilla, los anfitriones, por lo que Elas al rato agarr confianza. Las aspas del ventilador giraban con indiferente lentitud sobre la cermica del piso; en la pared frontal, el pobre carey disecado comparta el ornamento con un descolorido afiche del Che; el olor rancio de dos velas encendidas vena desde un esquinero postizo y, encima, la diminuta imagen de una virgen negra. La madre, morena y flaca como la hija, luca una marchitada belleza; la abuela, rostro apergaminado, atesoraba rasgos ms negroides que la hija y la nieta; el viejo, en cambio, blanco como papel, ojos claros y sonrisa eterna, brazos largos y peludos enfundados en una guayabera verde, pareca harina de otro costal. Todos ellos con anodina actitud, dejando percibir que, transcurridas cuatro dcadas, nada haba cambiado; aquella gente al menos conservaba el necio hbito de aguantar sin perder los estribos; eran de esos que nunca se quejan y siguen devanando el hilo de su rutina en completa calma. Pese al caminar de las horas, la noche pareca no irse nunca, y entre copas de ron aejo y bocadillos de atn, el ambiente se fue haciendo ms familiar.
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El postre vendra al final y como por inercia, con la exquisita mulata suspirndole al odo las otras dos mujeres haban desaparecido de la sala y el viejo dormitaba en su silla, agotado por la charla y los tantos vasos de ron, con voz melosa y sin ambages: Elas, mi cielo, son casi las dos de la maana. Tu hotel queda lejos, no s si puedas coger un taxi desde aqu, qudate esta noche conmigo. Pese a su embriaguez, se dej conducir por una escalinata hasta la barbacoa en donde aguardaba impaciente el dormitorio de Coral. Tuvo tiempo para reflexionar y preguntarse si aquello que pareca inevitable no era acaso abusar de la confianza de esta gente sencilla. Qu pasara al da siguiente? La cara se le caera de vergenza. Y sus cdigos morales? Y su provinciano concepto de la fidelidad? Al carajo con todo! Finalmente, el inquieto bulto que pareca despertar en su entrepierna termin por borrar cualquier atisbo de decencia. Al rato, Elas se vio envuelto en una ardiente espiral de pasin tropical como no recordaba haber experimentado antes en su dilatada vida. La transpiracin de ella, su perfume de cocotero cimarrn, sus besos hmedos con una excitante combinacin de ron y tabaco. Afuera, todo el vigor de las salvajes olas estrellndose contra los arrecifes; adentro, en la humilde barbacoa, la cama de la fogosa joven conteniendo a duras penas lo incontenible. A una primera embestida sigui otra, y otra ms de yapa, como en sus mejores tiempos de semental andino; a pesar de la brecha generacional que rayaba la cancha y pona a prueba sus cuarenta y tantos aos contra los veintids de la caribea una verdadera experta en el arte preliminar del himeneo. Al final fue una lucha sin rivales ni vencedores; agotados ambos, con los cuerpos pegajosos y un calor intenso que el destartalado ventilador no
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pudo mitigar. Despus, el hombre se durmi, abrazado a la bella y espigada osamenta de la mulatica hasta el amanecer. Elas Patzi descansaba de todo el traqueteo anterior cuando recibi una llamada de la recepcionista del hotel informndole que alguien deseaba verlo en el lobby. Era Coral. Se present ms atractiva que la vspera: el diminuto short ajustado hasta los muslos y un par de inquietas y suculentas nalgas como carnada perfecta. Almorzaron y bebieron en la terraza de un restaurante con vista al mar, desde donde se poda apreciar tambin la cpula del Capitolio. Luego recorrieron el paseo de El Prado, cosa que l aprovech para comprar algo ms con sus ltimos dlares: artesana para la casa, discos y libros para sus hijos, un frasco de perfume para su mujer y una caja de puros Cohiba para impresionar a los cuates de la oficina. Y pasearon por el Malecn, sin prisa, entre arrumacos y besos. Una palabra queda, un no me olvides, un gracias por todo. El Sol de la tarde perdido entre las nubes, presagiando la lluvia. Cuando comenz el aguacero, huyeron en un taxi hasta la casa de Coral; directo a su dormitorio. Ahora con la complicidad de los viejos hacindose los ciegos, sordos y mudos. Pretext entonces la inoportuna lluvia, la despedida. Apenas un clic al ventilador y de nuevo el volcnico e incontrolable deseo de la caribea activando los bros del cuarentn. Otra vez los jadeos y pujidos, los resoplidos cada vez mayores, haciendo rechinar el catre, haciendo enrojecer los cachetes del abuelo cada vez que miraba hacia arriba. Acabado el ritual, Elas sinti la voz suplicante de Coral: Te irs maana a las ocho? Qudate unos das ms,
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papi. Se acost boca arriba, observndola de reojo; tan bella la flaca! Encendi un cigarro tratando de digerir aquellas ltimas palabras, reaccionando luego: T sabes que eso no se puede, tengo una familia que me espera. Adems, est mi trabajo, y una semana ms, no s. El siguiente vuelo sale el prximo domingo. Qudate, mi cielo, qu te cuesta? Se imagin los problemas que podran suscitarse, en su casa, en su trabajo... Y se qued. Elas sigui hospedado en el mismo hotel, aunque ya casi no coma ni dorma all. Su tarjeta de crdito, que no haba sido tocada antes, cubra todos sus gastos los de ella tambin, por supuesto. As, cien dlares un da, doscientos al otro, trescientos despus, pensando en su bendita suerte: Qu carajo, slo se vive una vez!. Los primeros das fueron inolvidables: exquisitos mariscos en los mejores sitios; noches de rumba y todo el embrujo urbano de una ciudad que no duerme. Despus, obviamente, tanta generosidad tena su recompensa en la receptiva cama de la fogosa cubana. Y l: Me quieres?; no s qu me est pasando. Y ella: Ay, chico, qu bobo eres, pues claro que s!; te est pasando lo mismo que a m. l: Jrame que nunca antes estuviste con otro extranjero. Ella: Te lo juro, mi papirriqui. Como era de suponer, tantas trasnochadas y tanto derroche juntos terminaron mermando sus mpetus de adulto contemporneo, y el dinero tambin. Una maana quiso sacar otros cien dlares
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ms pero la cajera del banco le dio apenas cincuenta que eran los ltimos; su crdito estaba vencido; se acababa la juerga. Elas pens entonces: Ni modo, lo comido, bebido y bailado, nadie me lo quita. Pasado maana estar en casa. Enterarse de esta incmoda e inesperada situacin, a la amorosa mulata le caus una enorme decepcin, hasta hacerle perder esa juvenil y fcil sonrisa. A primera hora de la tarde, como siempre, el galn fue a casa de Coral para invitarla a dar un paseo era a lo nico que poda invitarla ahora; pero, extraamente, le dijeron que ella no estaba. No se molest por ello y perdi el tiempo vagando, alivindose con ese aire tropical que anticipa el crepsculo. Oscureca cuando volvi por ella, y al no encontrarla an, el cuarentn tampoco se inquiet; pero cuando insisti, horas despus, recibiendo similar respuesta, su olfato de mestizo desconfiado empez a percibir que algo no estaba bien y esa noche, despus de mucho tiempo, durmi solo en su hotel de cuatro estrellas. Al da siguiente, muy temprano, el persistente Elas encamin los pasos nuevamente hacia su nidito de amor. Como no haba podido verla desde la fecha anterior, quiso compartir su ltimo da en La Habana con ella y despus, obviamente, despedirse a lo macho; con una buena encamada. Pero grande fue su asombro cuando la madre le dijo, con el mayor desparpajo, que su hija tuvo que regresar intempestivamente a Oriente. Se fue muy temprano a la Terminal; no quera perder la guagua. Qu? Pero cmo! Por qu no me dijo nada? Ay, mhijo, ella dice que te deja todo su cario.
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Me deja sin un peso tambin, vieja alcahueta!, pens en responder, visualizando el tamao del embuste; pero se aguant y sali, caminando sin rumbo fijo, tratando de ordenar sus ideas, con todos esos malos pensamientos calentndole los sesos, y el gusano de los celos caminando por el lado izquierdo de su pectoral lampio. Devorando las horas por la periferia habanera, termin anclando sus pasos en un bar de mala muerte, all donde slo asisten cubanos de los estratos ms humildes, en donde la amistad y el ron se comparten sin la obligacin de pagar por ello. Y eso fue lo que hizo el frustrado galn; comparti toda su pena y los otros todo su endemoniado ron. Y bebi hasta el amanecer, brindando rabiosamente: Salud por ellas aunque mal paguen! Viva Cuba, carajo! Y los otros: Qu viva Bolivia tambin, coo! Cuando volvi al hotel, apenas poda mantenerse en pie de tanto sacarle el jugo a la caa. A las ocho parta el avin y eran casi las siete de la maana. Estaba al filo del tiempo. Orden su equipaje y cometi la imprudencia de meterse en la ducha, tratando de despabilarse. En ese lapso perdi valiosos minutos; otros ms tratando de cambiarse de ropa; rebuscando en los cajones: Dnde carajo estaba el boleto, el pasaporte? Le haban advertido que debera estar en el aeropuerto al menos dos horas antes de su vuelo. Esper el ascensor nerviosamente, baj y sali trastabillando. Cuando al fin pudo conseguir un taxi, ste sali disparado; an as la distancia se volvi una eternidad. En el aeropuerto se encontr con las ventanillas cerradas y la nave, odiosamente puntual, tomando el respectivo impulso para alzar vuelo. No quiso creerlo. Reclam, discuti, vocifer, pero no logr nada. Apenas un insignificante consuelo: Seor, lo sentimos mucho; tomando en cuenta su situacin,
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vamos a cambiarle el pasaje, pero tendr que ser para el prximo domingo. Increble. Otra semana ms en Cuba, deambulando, navegando en un mar de dudas. Con algo de ropa en su bolsn, el resto del equipaje se haba quedado en el aeropuerto. Reprochndose a s mismo: Te lo mereces, por arrecho y por cojudo!. Cavilando luego sobre su incmoda situacin. Ahora slo le quedaban cuarenta mseros dlares; veinte para pagar el impuesto en el aeropuerto y el resto para hacer un par de llamadas a Bolivia. Estar insolvente en una remota isla antillana donde todo relumbrn amoroso se nutre del dulce olor de los dlares era lo peor que habra podido imaginar. Su bronca ahora tena nombre y apellido: Coral Alonso. Decidi entonces averiguar ms sobre la ingrata mulata. Ubic la direccin de la Escuela en donde supuestamente ella estudiaba; all le dijeron que no tenan registrado a nadie con ese nombre. Despus, gracias a la lengua chismosa de algunos vecinos, constat que, definitivamente, ella no radicaba en La Habana y que slo iba a la capital por temporadas. Pero, por qu irse as de esta manera, sin siquiera un adis, llevndose todos sus trebejos amorosos consigo? Luego, su bronca se transform en desilusin y sta en obsesin. Tratando de mitigar sus penas, y con la incertidumbre de no saber qu hacer en los prximos das, se present nuevamente en la cantina de la noche anterior. All, desempolvando viejos xitos de la Matancera, el mismo grupo de borrachitos clientes consuetudinarios lo recibi con algarabas, como si fuera un amigo de toda la vida. Volvi all porque finalmente era el nico lugar donde no le haban visto la cara de turista; all no necesitaba pagar por un trago. Quera contarlo todo, sacarse esa astilla del pecho. El grupo de antillanos siempre atentos al melodrama del
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extranjero. El cantinero, solidario con su pena, le llenaba la copa de tanto en tanto. Este cantinero de bano, enorme y fuerte como un toro de lidia y con la experiencia de haber visto y odo tantas cosas en su dilatado oficio era, seguramente, el ms indicado para disipar sus dudas. Debi buscarse una habanera, mi amigo, tal vez le habra ido mejor; las guajiras de Oriente son las ms pcaras. Aparte de que este problema del jineterismo en Cuba es ya un mal endmico intent consolarlo, sin dejar de chupar su puro. Seguramente no era la primera vez que escuchaba una historia similar, ni el primer ebrio que la contaba. Pens que me quera; dijo que nunca me olvidara, que era su papirriqui. Caballero, aqu sin juaniquiqui no hay papirriqui. Me entiende? ste sera el hilo de su rutina ahora. Embriagarse y enfilar sus pasos con direccin al Malecn; siempre al mismo lugar y con la enfermiza idea de tal vez volver a verla, buscando algn sucedneo del amor ausente. El idilio que comienza, como todos los idilios furtivos, extrao, asimtrico e inesperado, deba terminar as pero el terco cuarentn no lo aceptaba. Con el consuelo de las noches, la bruma del ocano penetraba todos sus sentidos con su aliento salobre como la primera vez. Preguntndose siempre los motivos de aquella insondable atraccin: sera su deslumbrante belleza tropical, sus grandes ojos verdes, su animada risa, su empinado y perfumado cuello, la canela de su piel siempre hmeda o su forma de amar tan salvajemente intensa? Ahora, aquella voz melosa le pareca ajena, insondable, abyecta; dulces mentiras como el eco de una caricatura grotesca burlndose con su acento nasal.
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As hasta el amanecer, compartiendo las horas con cualquier profano que le invitara un trago de ron, bebiendo y lloriqueando, consumiendo la noche y caminando por aquel cinturn ondulado e interminable llamado Malecn; durmiendo luego en el banco de alguna plaza o en el desvencijado sof de cualquier samaritano ocasional. Despus, el exceso de caa y de cpula y la falta de alimento hicieron el resto. Cmo lleg hasta el aeropuerto la segunda vez? Elas mismo no supo recordarlo estaba claro que algn bohemio noctmbulo se haba apiadado de l. Era como si el tiempo se lo hubiera tragado y lo vomitaba al fin en el vientre de un avin. El Caribe ahora le pareca ms esculido que nunca. Anhelaba el pronto reencuentro con el glido invierno altiplnico. All todo sera diferente
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Tonalidad y contrapunto
Jos Ariel Aguilar Aguilar
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Engarzado con ambas manos en la baranda del puente peatonal, admiraba el tul afiligranado que cubra los arrabales apenas soleados; observaba las tumultuosas aguas del ro sanguneo; el ro iracundo, hijo del deshielo andino que pula las rocas lentamente y que con brisa lgida le pula igualmente el rostro, dibujando surcos en sus mejillas y calmando sus ojos ardientes y debilitados. Lo poco que perciba de color y luz no evitaba que se admirase de lo hermoso que todo el paisaje matutino le ofreca. Cunta inmensidad! Qu intil, qu absurda parafernalia desplegada Por qu no me muero?, deca Ren en voz alta, siguiendo una meloda como si cantara. Mientras caminaba, segua cantando, mohno y sibilante: La misma ruta, otra maana invernal aterida y asesina, otra vez el Sol hipcrita que todo el da se da a la tarea de mellarme y agazaparme hasta desaparecerme en el asfalto desrtico de alguna calle polvorienta; tantas subidas, tanto sudor fro, tanto polvo de m....
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Colocaba cuidadosamente los lentes oscuros en sus ojos intiles, y le pareca de noche; y le parecan ms fuertes su nimo y su cuerpo. Cerraba los ojos y caminaba en lnea recta por largos trechos de la avenida Per; luego los abra un instante para tomar aliento contaminado de azufre y volver a cerrarlos antes de subir jadeante y tullido hasta la avenida Armentia. Al final de la primera escala de su ruta habitual, ingresaba a un comedor con penetrante olor a cloro; y cantaba el ltimo verso de su improvisada cancin dando un suspiro final: ya estoy muerto!. Dueo de una sonrisa sardnica, miraba un instante pobremente y en silencio al ser ms ladino y lascivo de la ciudad de La Paz. Todos pecan por ser demasiado estpidos, excepto Ren y Sato, que lo hacen por gusto, aunque el primero peca contra s mismo y el segundo lo hace contra quien puede. Los jueves, el desayuno era opparo y gratuito. Algn perro que en las noches aullaba de remordimiento lo auspiciaba generosamente. En la silla que haba llevado de su casa y que tena su nombre (no s para qu), el Sato se sentaba gesticulando desagradablemente sobre el sabor del pan, del queso y del caf. Ren se acercaba pensando en lo insoportable que era aquel hombre del cabello bien peinado y, sobre todo, bien grasoso; le daba asco darle la mano, observar sus ojos completamente atrofiados y tener que or y ver su risa chauvinista. ***
El Sato era un gordo sedentario, blanquito como la leche, con una frente kilomtrica, con una estatura que envidiara cualquier granito de arroz; si se lo vea aletargadamente por varios minutos
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daba la impresin de ser un nio recin nacido, lo que aada morbo y repulsin a su imagen de por s grotesca. Viva en una casa que hered de su abuela ciega en la calle Catacora. Esta casa tena dos departamentos: en uno (un cuarto con bao y cocina) viva l solo, y en el otro, un malviviente conocido del barrio, dueo de la plaza Riosio, casero de los calaveras y pandilleros, que le pagaba un alquiler mensual de 100 dlares, con lo que abasteca todas sus agrestes necesidades. Odiaba las bebidas alcohlicas, deca que tena muchos enemigos que ya queran verlo vomitando sus dlares. Era un cerdo lascivo. Un lenguaje de alcantarilla brotaba de su boca cada vez que oa una voz femenina que le llamase la atencin; no se abochornaba en absoluto de las fantasas romnticas (sexuales) que su mente hilvanaba de forma heurstica y que su boca escupa entre carcajadas. El Sato era el paradigma freudiano, todo el mundo que le rodeaba haca explosin en su libido (aunque jams haba visto a una mujer), todo lo cotejaba con los genitales y proclamaba, sin ruborizarse, todas las zonas ergenas de las damas que l deca conocer a la perfeccin. Estaba casado con una chica que, segn l, slo quera quitarle su casa y que termin por abandonarlo para irse a vivir a Uyuni con su ta. El Sato era el hombre ms ladino y lascivo de la ciudad de La Paz, pero saba hacer brotar de la guitarra, cual si sta fuese una fuente emprea, las melodas ms dulces y etreas jams escuchadas por nadie; siempre tocaba mal, pero cuando tena el nimo o la melancola necesarias tocaba con pasin y naturalidad, como un maestro mgico, como un virtuoso dionisiaco. *** Mientras Ren estrechaba quedamente la mano del Sato, se preguntaba por qu un ser tan grotesco tena en sus manos el don
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extraordinario de tocar la guitarra como un dios; se reprochaba a s mismo su necesidad de tener que interactuar con este hombre. Al terminar el desayuno, ambos (Sato y Ren) tomaron sus bastones, adems de la guitarra fina que el Sato tena colgada en la espalda, y salieron del comedor. El Sato, con el nico afn de hacer insufrible el camino de su compaero, se li a su brazo. A las diez y treinta ya se empieza a respirar piel carbonizada, dijo Ren a su compaero y ste se qued callado. Bajaron por la calle Jan, pasaron por el teatro municipal, y llegaron por fin a la Comercio; tras una ruta que pareci de cuarenta aos bajo el sol insufrible del desierto. Buscaron un buen lugar, y luego de que el Sato sacara la guitarra y afinara cada una de las cuerdas, empez a tocar una cueca pacea; y Ren abri la boca disparando romnticos versos de una cancin referente a la Guerra del Chaco. La gente que pasaba se conmova, las mujeres dejaban mustios suspiros en el trmulo ambiente, las ms jvenes dejaban caer pequeas lgrimas de sus ojos vidriosos y los hombres se buscaban los bolsillos en busca de monedas de bajo corte. Era un espectculo inverosmil y caricaturesco. Una mujer de perfume suave cido, conmovida hasta el tutano, tom la mano del Sato, se la llen de monedas pequeas y luego se fue gimoteando. Ren abri los ojos y de soslayo mir al Sato, que pasmado iba robndole el color a un cangrejo tinto, el rubor refulga fuera de l. Ren se preguntaba en silencio y con una sonrisa zumbona en los labios: cmo un degenerado morboso como ste puede sonrojarse con tan slo tocar la mano de una mujer? Despus de haberse entregado a las melodas y a los versos flbiles; despus de haber llenado la copa del medioda hasta sangrarse los dedos y joderse la trquea, Ren y Sato se repartieron equitativamente los centavos y se fueron por caminos diversos.
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En la lejana de una cuadra, aproximadamente, Ren mir entre las nubes dolorosas de sus globos oculares a ese perverso (Sato) tomndose la cabeza, azorado, cargando esa guitarra fina, tropezando con la gente y tanteando el piso con su bastn; y lo que antes le provocara una risa sardnica le caus tristeza cuando se vio solo, casi ciego. De regreso a su casa, engarzado al puente peatonal, observaba el ro sanguneo de la tarde, laso, casi imperceptible, insondable, y se preguntaba: Esta ilusin de mis ojos hemorrgicos ser tan slo eso? Cuntos quedarn en la retaguardia? Cuntos ms irn hoy al frente? Cuntos morirn maana?. Siguiendo el ocaso con sucintas quejas de su vista, Ren se comi lentamente una hamburguesa completa con papas, tom posesin de sus paredes y techo, se quito las ropas, los lentes ahumados y mir su tumbado ausente de luz. Or diciendo: Dios, cuida a mi hermano, que tenga los bolsillos y el corazn llenos, que pague puntual la renta de mi casa, y que no se acuerde mucho de m. Yo no quiero nada ms que mi ocaso sea prximo, antes de que la ceguera me envuelva en su abismo. Engarzado al puente como un ave, al siguiente da, Ren estaba viendo el ro cubierto de tul con su ojo izquierdo y cubierto de percal con el derecho; y cantaba asustado: Maana ser el da. Dios me dar mi ocaso antes de despuntar el alba, an podr ver mis manos antes de que mi llama sea humedad y desparezca. Esta vez, camin al comedor, no abri los ojos ni un instante. Olfate el cloro, su presencia irrumpi en el amplio comedor, mas no pudo or las grotescas risas del Sato tmido y carcamn; lo esper hasta el medioda, pero la risa, la guitarra fina y el chabacano feliz nunca llegaron. Entonces, medio empu. y taciturno, baj la Jan, sigui por la Pichincha hasta la Prez, se sent y cant absurdas canciones de amor; y la hora inglesa del t pas y la copa
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vaca y la garganta jodida y sin guitarra y sin bochorno del Sato. Lo que ayer haba sido una risa sardnica, ahora era un pecado que dola y que haca aullar a Ren como un perro. Entonces subi la Pichincha, escupi el hambre en la Jan y lleg al comedor; pregunt dnde viva el Satito y lo fue a buscar a su casa de dos pisos de la Catacora. Cruzando la puerta de calle, sentado en la grada, un aturrullado sollozaba como un nio envuelto en acritud: Todo mi guitarra mis dlaresmi guitarra!. Azorado, Ren se acerc al Satito, se identific ante l y vio su puerta sin chapa, sus trapos tirados y la casa vaca. El Sato yaca agazapado, lamindose las contusiones, apretando en sus manos el recuerdo de la pateadura que le haba roto la cabeza y una costilla flotante. Despus de hablar mucho, de secarle las lgrimas y los mocos, Ren supo que el malhechor era su inquilino, que la polica hara las investigaciones y que el Mentisn y el alcohol no eran suficientes para las fracturas del guitarrista dionisiaco. Haba que llevarlo a la posta, as que cerraron todo, trancaron la puerta de calle, escupieron el hambre y subieron a la posta de la avenida Armentia. En el centro de salud estaba nicamente la enfermera, que, enjuta e impvida, miraba al Satito con asco, le apartaba sus cabellos melosos y coagulados con unas pinzas y le reprochaba su incuria alcohlica mientras le cosa con brutalidad indmita la cabeza medio calvita. Antes de que Ren y el Sato, medio tristes y emputa sin nimo de armar camorra, se fueran, la enfermera les record su acto desinteresado y el garbo con que sta haba actuado, pero los dos ya haban cruzado la puerta no sin antes haber escupido el hambre y el desencanto dentro del Centro de Caridad y Matadero. Los dos flemticos (Ren y Sato) cruzaron el puente nocturno,
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mientras el ro sooliento apartaba lentamente las pequeas piedras, manifestndose tan slo en tonitos lquidos. Ren vio el cielo negro con un nimbo inmenso en el horizonte iluminado por la Luna redonda, y not que desde que haba visto sentado en aquella grada a su amigo Satito, ste haba mantenido sus dos globos oculares vigilantes, bien abiertos. Para Sato era un motivo ms de bochorno el tener que llorar sus abrojos con alguien que l saba lo consideraba un gaznpiro; y ms an, tener que aceptar la caridad de irse a su casa y sus cuidados; pero todo lo aceptaba, no con orgullo herido, sino con vergenza. Recostados uno al lado del otro, cada quien se trag su hambre y se ahorraron lenitivos mutuos, pero las preces, aunque en distinto tenor, no faltaron dentro de cada cabeza que intentaba conciliar el sueo en aquella cama que ya no era tan fra como la noche pasada. ***
Ren, sin guitarra prodigiosa, sin ganas de cantar horas enteras y con un mantenido a cuestas, en cada ocaso senta que sus zapatos se iban agujereando ms, mientras escupa su hambre en cada cuadra. La ruta de siempre tena ahora una competidora a la que Ren entregaba mayor devocin; ahora la PTJ era un pensamiento punzante y continuo en su mente, y el camino recto de las avenidas Armentia y Sucre era apremiante, aunque siempre infructuoso y bilioso. El Sato, con la costilla tronchada, slo poda silbar con dulzura cada noche en la mesa de su benefactor; nunca peda comida, nunca esperaba nada y muy pocas veces reciba algo. Pasada una semana, con el hambre engarzada en las tripas,
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con los ojos dbiles y amarillentos, columpiando su cuerpo en la baranda del puente peatonal, Ren esperaba ver la sonrisa del investigador y a los delincuentes estrangulados en cada mano de ste. Esa idea era fija, obsesiva, ilusoria, quiz ms fuerte que el hambre, aunque ms utpica. El paroxismo producto de la inanicin impidi que Ren se engarzara a la baranda y que siguiera su ruta. Volvi a su casa y durmi hasta el medioda. Al despertar, mir con su ojo descansado, el que vea todo como entre nubes, a su amigo Sato sollozando frente a l, parado en el umbral de la puerta, mustio como un nio impotente. Lloraba trinando los dientes. Ante este canoro prisionero, Ren se llen de ternura y se dijo mientras dejaba brotar de sus ojos nublados algunas gotitas de ro sanguneo: Ser posible que lo quiera tanto que su tristeza me provoca estas lgrimas temblorosas?. Cuando Ren dio seas de estar insomne, el Sato silb y trat de rer trmulamente creyendo que su interlocutor no lo observaba reflexivo. Luego de algunas palabras, Ren se li al brazo del Sato, y ambos salieron del lbrego lienzo tenebrista. El atardecer, como un arrullo, tranquilizaba los sentidos de los compaeros que empezaron a hablar de la vida y de las mujeres. Renovado en su nimo, el Sato no dej de hablar de los dones de las mujeres altas, las pequeitas y de las infinitas virtudes de su propia esposa. La brisa de la tarde era perfumada, fresca, a veces violenta y ms tranquila a ratos, se vea entre la arboleda espesa del bosquecillo un incendio aislado, una fumarola gris que se elevaba hasta perderse entre el nimbo. Ren descuid la conversacin con el Sato, y despus de la tranquilidad que le trajo volver a disfrutar del horizonte, de su amigo zumbn, fij su atencin en la hojarasca que se entregaba a la brisa juguetona y alcanzaba alturas envidiables, como una bandada de pjaros negros y pardos; entonces coment
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al Sato que empezaba a hacer fro, y ste asinti tomndole con confianza desmedida el brazo a su amigo para empezar a caminar hacia la casa. En la ruta de regreso, Ren palp diez pesos que tena para el resto de la semana, gui al Sato hasta a una tienda, compr diez marraquetas, caf y huevos criollos. El dulce silbido de la caldera negra, el caf molido, colorado, destilado en agua hirviendo, el pan glorioso y voluptuoso y los huevos reales con yemas brillantes, con claras extensas, fueron el marco de una infinita charla donde las risas infantiles de hombres optimistas hicieron de la cena un verdadero festn opparo. Cuando los estmagos urgentes se hincharon de satisfechos y el resto del pan fue cariosamente despreciado, Ren cubri su rostro con una juguetona mueca de envanecimiento y seriedad antes de decir: Habiendo sido infructuosa la investigacin sobre el robo, adems del desdn con el que la polica maneja el caso, veo por conveniente nos hagamos cargo de las posteriores diligencias, haciendo un seguimiento constante, llenando paso a paso este juego de palabras cruzadas, indagando en cada terminal y recurriendo a todos nuestros emergentes informantes. Estoy seguro de que encontraremos al gan estpido. Terminado el desparpajo, los dos pazguatos se estrecharon las manos. Ren comprometi su anillo ureo de graduacin, de buen acabado y macizo, a la causa investigativa, antes de que se apagara la luz, se dijeran las preces y la modorra perturbase mgicamente sus conciencias debilitadas. Durante su vigsimo quinto sueo de la madrugada, Ren caminaba lentamente, gozando de la inmensidad del cielo celeste y profundo, sus ojos no dolan y el sol majestuoso no lo haca sentir como aquel eterno acmila. Segua la ruta de la avenida Armentia y la Sucre; su felicidad impeda cualquier mustio pensamiento y ahora el canto era optimista, libre y natural. Ingres en la calle
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Catacora y vio que alguien estaba tocando la puerta de la casa del Sato. Era una mujer joven, espigada, dulcemente rosadita, con cabellos aterciopelados y completa en formas sensuales, embriagantes, etreas. Pens que deba de ser la esposa del Sato; pens que se habra enterado de los abrojos de su marido y que, como una hermosa herona, volva a los brazos cenceos de su amado para curarlo con la ternura intrnseca de una mujer; pens en la suerte inconmensurable de su amigo. Ella le pregunt amablemente si l saba dnde viva el Sato, y Ren, turulato, despus de relatarle lo sucedido, le coment que ahora el Sato viva con l, que eran buenos amigos y que interpretaban como nadie canciones melanclicas. La mujer sonri, le dio las gracias y se fue. Ren not que la puerta de la casa del Sato estaba abierta, ingres en ella, subi las escaleras donde otrora haba encontrado sollozante a su amigo y entr en el departamento oscuro, lbrego, mortecino de ste (adentro, las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas); dio un paso ms y sus zapatos se hundieron en hez hedionda y sanguinolenta. Entonces despert de aquella pesadilla. ***
Las exequias fueron dilatadas hasta el extremo de la inmoralidad, con el fin de que algn familiar del Sato diese con la dolorosa noticia; pero ningn allegado consanguneo ni poltico emergi del abismo para acompaar a su muerto. Los afiliados del sindicato de ciegos, obligados, llenaron el templo y el rededor de la tumba del Satito, cantaron y gimieron, mientras la famlica tierra se tragaba su exnime cuerpo. El anillo que otrora fue la promesa de una aventura investigativa, ahora cerraba la tapa a un atad, como gnesis de
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una aventura larga, ausente de tiempo. En los das siguientes, Ren descubri que sus ojos sin enjugar dolan menos, que el desayuno de los jueves se haba terminado, que hasta las cosas que se odiaron se aoran y duelen ms que aquellas que se quisieron, y que tambin se puede vivir jodido, fuera de las montonas rutas. Cmo fue soleada aquella semana! Las nubes se evaporaban como hlitos infantiles; el ro que inquieto jugaba perenne ahora era una cinaga alojada en un cauce contaminado. Tardes completas quedaron en el horizonte doloroso de unos ojos ardientes y empu, de un amigo solitario. Hasta que, cumplido el sptimo da de la muerte del Sato, llegaron a los odos de Ren grandes y sorprendentes noticias: el Sato tena a su madre viva (aunque muy anciana), a una hermana muy parecida a l y a otros parientes colaterales, todos oriundos de Potos. Puesto que madre e hija vivan slo del trabajo de la segunda, se les haba hecho imposible llegar antes, pero a pesar de toda necesidad, brindaran para la misa de ocho das un banquete digno de un dios, en honor de aquel ser tan querido por todos. Aquella tarde, luego de recibida la noticia, Ren fue a ver el ro y asombrarse de su entorno que excelso pregonaba la primavera y que en su corazn era lgido invierno sombro, donde las tormentas ululaban en borrascas solitarias; y a dormir en s mismo aquel ardor de sus ojos mojados. Se admir un buen rato de lo sombro de su ser, que ya no le cantaba ni a la muerte futura, que no tena ganas de afrontar la vida ni con la irona de seguir viviendo queriendo morirse. Cavilando, se qued un instante con los ojos fijos en flores coloradas que crecan al borde del ro, y se estremeci de pronto sintiendo la presencia del Satito, y lo escuchaba rer con desenfado; lo senta feliz, diluido en el aire y sembrado en la tierra. Alz entonces la vista y sus ojos observaron maravillados a dos
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aves blancas persiguindose una a la otra, y su piel, ajada por el viento, se llen de surcos al formarse en su rostro una sonrisa infantil. Un mar se haba llevado su tristeza arrastrando la cinaga, quedando inclumes sus aguas arrolladoras. Ahora una llama viva se encenda en toda las extensiones de su ser; toc sus manos, una con la otra, moj sus labios secos con su lengua refrescante y se quit la humedad de los ojos con las mangas. Dej de aturrullarlo el sol y dej de encogerse su corazn con el recuerdo del amigo que una madrugada dej su alma flotando en su habitacin sin haber sentido el calor de la vida abrindose a sus ojos con el resplandor de la maana; dej de sentir culpas y rabia recalcitrante. Con una sonrisa en todo el cuerpo, Ren evit la puesta de sol y fue a su casa para prepararse un caf dulzn y unos sndwiches de huevo. Aquella noche descans como si no hubiese dormido en cien aos; ni un sueo, ni idea alguna, cruz por su cabeza soolienta. Durante la maana, muy temprano, camin con los ojos cerrados, curtiendo su piel al sol, llenndose los pulmones del aire repleto de nctar primaveral. Antes de la misa por los ocho das de la muerte del Sato, la misma que se celebrara aquel medioda, se despej los poros de colores cenicientos y brill serio con un traje gris bastante bien cuidado. En la misa que se llev a cabo en el templo de la Merced no hubo muchos asistentes. Una anciana vestida de luto, y de la cual Ren slo pudo ver la espalda, pareca ser la madre del Sato. Cuando hubo culminado la misa (un rgano se escuch de no s dnde), se form una pequea fila para cumplir con los ritos acostumbrados y, sobre todo, para satisfacer la curiosidad nacida ante aquella ignota madre del guitarrista ciego. Al llegar su turno, recin pudo ver claramente los rasgos de anciana triste y angustiada que tena la madre de su amigo: en su espalda tena una pequea joroba, tena muy pocas canas, pero el cabello bastante
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escaso. Pareca ser tmida y humilde, esconda el rostro mirando fijamente el piso y de sus pequeos ojos se desprendan pequeas lgrimas intermitentes como para no llamar mucho la atencin. Gozaba de una dentadura casi perfecta y la piel le colgaba de las mejillas. Para corresponder a la humildad de la enlutada anciana, Ren prefiri guardar un discreto silencio y no mencion que haba pagado el funeral del Sato ni el hecho de que ste vivi en su casa los ltimos das de su vida. Luego de que todos haban abandonado el templo, Ren, que encontraba alegra hasta en una misa ceremonial, se qued unos minutos para gozar del silencio en la compaa de los santos amigos. Despus de persignarse y abandonar el templo, se vio envuelto en la vorgine de la calle Coln, con los bocinazos y el pasar presuroso de la muchedumbre; camin jadeante hasta llegar a la avenida Sucre y enfilar desde all hacia la avenida Armentia, hacia el comedor popular donde la familia del Sato ofreca un gran banquete. Con los ojos cerrados, suba Ren lentamente; con las manos juntas en la espalda, medio agachado y pensando en por qu la hermana de su amigo no haba asistido a la misa, y ante aquel flojo cuestionamiento no faltaron respuestas simples, tajantes. Esperaba ansioso conocerla, esperaba charlar a gusto con las enlutadas y llenar la copa de buenos recuerdos relativos al apreciado ausente. Recordaba las canciones, la guitarra melodiosa del concertista, su rubor ante la mujer inoportuna, sus risas desbordadas, su pinta de rey decadente y hedonista. En las puertas del comedor abandon sus cavilaciones y entr al saln despus de acomodarse el pantaln y el cuello de la camisa. A diferencia de la gente que haba asistido a la ceremonia religiosa, en el comedor sobraban amigos y conocidos, con sobrados recuerdos del Sato; cada uno entreteniendo, relatando virtudes del difunto. El gento haca casi imposible el ingreso al
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comedor, que haba olvidado su olor a cloro para reemplazarlo con el humo espeso y el olor profundo del cigarro. Se escuchaba en el fondo del saln un coro de hombres y mujeres entonando canciones que encomendaban el alma del difunto al cuidado de la Virgen. Cuando Ren pudo abrirse espacio entre los comensales, su alma se enfri y su frente empez a desprender un sudor febril; sus manos se apretaron de tal forma que las uas de sus dedos nerviosos se clavaron en sus palmas anmicas. Una mujer madura, gorda, con la piel blanquita como la leche, con una frente kilomtrica, con una estatura que envidiara cualquier granito de arroz, tena entre sus brazos robustos la guitarra fina del Sato. Tocaba magistralmente pero le faltaba la ceguera de su hermano tierno. Cerca de ella, con un aire de seriedad, el maleante, el malviviente, el ex inquilino del difunto, el ladrn sinvergenza, llevaba una bandeja de garzn ofreciendo cigarros y coquita a los ciegos sanguijuelas all presentes, besando intermitentemente los labios de la gorda guitarrista sin alma, sin sangre, sin nombre, que le cantaba a la Virgen y a la insidia gestada con xito. Ren lleg a su casa exaltado, sin aliento, hilvanado mil construcciones imaginarias, hilvanando mil putea y maldiciones; se sent sobre una batera vieja de auto, se tom el rostro con las palmas heridas y tembl como epilptico hasta que sus ojos ya no vieron ms luz ni color que el bermelln de sus pensamientos sanguinolentos. Dos das fueron devorados por el tiempo, pero los pensamientos y el hambre se tragaban a s mismos para volver an ms perturbadores y furibundos. La locura que traan consigo los fantasmas que tragaban y se rean, que fumaban y cantaban a la Virgen, era como si le clavaran miles de clavos, como morir en cada pensamiento y en cada imagen satrica, terrible. Hubiera podido quedarse sentado ah hasta el ocaso del mundo, hasta consumirse, hasta mezclarse en el polvo pesado del piso, pero el lunes por la tarde tocaron a la puerta. sta abierta, dej ingresar
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haces de luz ureos, voluptuosos y brillantes, pero los ojos de Ren ya no los percibieron ms que por su clida caricia. El que le pagaba la renta, su sangre errante, haba regresado lleno de remordimiento, de aoranza y, sobre todo, de amor. Muy pocas cosas dijo Ren, aunque en el abrazo del reencuentro, las sonrisas mutuas bastaron. Ambos hermanos dejaron el lbrego cuarto, y el martes ya viajaban, sentados uno al lado del otro, por un camino rural en direccin a Oruro. Por la tarde llegaron a Caracollo y ambos, Ren y su lazarillo (el hermano menor de Ren), comieron un par de sndwiches de huevo. La primera semana en Oruro, Ren an se mantena mohno, pero ante la presencia de su hermano disimulaba su desazn y silbaba como contento pero triste, ciego y empu El trato carioso del lazarillo y sus locuaces charlas acabaron al fin por minar la resistencia del ciego, que termin aferrndose con ambas manos a los brazos jvenes de su sangre, admirando el amor y la paciencia que su hermano le dedicaba, disfrutando de las tumultuosas risas de los nios que jugaban a diario en la plaza y dejndose curtir la piel con los haces de luz que slo poda percibir por las tibias caricias que stos le hacan en el rostro.
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El asesino-genocida-bgamopastelero
Mauricio Rodrguez
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De una puerta pequea con vidrios templados y toda pintada de rojo cobrizo, sali un anciano que pareca un vejestorio de la poca de la Colonia. En la mano izquierda llevaba un flder negro que dej en una mesa de bano para poder sacar de su bolsillo unos diminutos lentes redondos que guardaba doblados y que hacan juego con sus arrugas. Su notoria calvicie estaba disimulada por un biso de color blanco que deba acomodrselo cada vez que estornudaba. Era la primera vez que ejerca como juez, ya que su antecesor tena baja mdica por una intoxicacin de un aj de fideo mal cocinado. Caso N 201199200308012 dijo el asistente, mientras lea el contenido del flder negro que el juez haba trado. El Estado contra por los delitos de asesinato, genocidio y bigamia. Al concluir la lectura, por la puerta mayor entraron los jueces ciudadanos y el fiscal, que miraba rabiando al juez porque ste le haba ganado cuarenta bolivianos en una partida de cacho; adems
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todava tena la boca llena del sabor de los cinco vasos de chicha que tom mientras perda el juego con un par de gemelos y tres dados que caan al piso. Tambin entraron, sin ms demora, el abogado defensor, el acusado, los testigos, viudas y gente mirona que reclamaba, con sed de sangre, la pena de muerte para el acusado. Lo que no saban estos ltimos es que la pena mxima del pas era de treinta aos con trabajos sin esfuerzos y la obligacin de jugar cartas con el carcelero, da por medio, mientras coman gelatina con galletitas de agua. La sala se llen de un profundo olor a naftalina que provena de una viejecita que se levant del ltimo asiento, con mucho esfuerzo por los temblores que experimentaban sus piernas retorcidas, y se dirigi hacia el juez que al parecer tena la misma edad. Este hombre hizo desaparecer a mi hijo en la dictadura dijo la anciana de las manos temblorosas y que ola a naftalina. Al escuchar esa tremenda acusacin, el juez le dijo a la viejecita que se haba confundido y que el juicio del dictador de los aos ochenta se estaba llevando a cabo dos salas ms al fondo. La anciana sali maldiciendo, hasta en hebreo, mientras el olor a naftalina se disipaba del ambiente. Llamen al primer testigo dijo el fiscal, harto y conciso, porque esos cinco vasos de chicha lo dejaron sin ganas y con un sabor a mierda en todo su paladar. En una esquina de la sala se par una mujer enorme y de escultural figura. Llevaba unos jeans Oscar de la Renta que haba comprado en las maaneras de la Tumusla y que estaban estrangulando sus muslos y pantorrillas que chirriaban mientras daba los primeros pasos. Eran de esos jeans que dicen: por favor,
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no te muevas porque nos reventamos; Bienaventuradas las faldas porque de ellas sern la soltura y el movimiento. Su blusa era de una seda color rosa, transparente e invisible, que haca notar su predileccin por los brassires con ballenas, color pasin, que aumentaban por lo menos tres tallas a sus pompones. sos eran sus grandes atractivos, y se movan empalagosamente, sin miedo, pero dando miedo, ganas de desviar las manos hacia aquellas glndulas mamarias bien desarrolladas que invitaban al deleite de los ojos y a un paso de parada. Todo se encontraba mal combinado. Lo peor del conjunto eran unos enormes lentes oscuros, color ceniza, que parecan salidos de una mala pelcula mexicana y que tapaban una cuarta parte de su rostro. Los jueces ciudadanos, asombrados por tal diosa salida de los Olimpos de la ropa barata, se sonrojaron, berrearon y hasta uno de ellos ech un silbido que se perdi en el retumbar del mazo cuando el juez lo golpe para imponer silencio. La mujer se dirigi al estrado de testigos y esper que el fiscal empiece con las preguntas. Cuntenos cmo conoci a este hombre y todo lo ocurrido despus pregunt el fiscal. Ella se acerc al fiscal flameando su beatfico busto y le susurr al odo: Puedo decirlo?. l se agarr el nudo de la corbata y lo movi de lado a lado para poder hacer pasar su saliva y un poco de aire porque la mujer le haba causado una gran calentura, una fiebre de pasin que no poda saciar por encontrarse trabajando. S, cuntenos noms lo que pas dijo el fiscal con una voz temblorosa porque se le haba parado hasta el ltimo pelo de su cuerpo. La verdad es que no recuerdo bien, pero har el intento empez la mujer. Me acuerdo de que esperaba en una cafetera
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un sndwich que el mesero haba olvidado por ms de una hora y, mientras haca eso, me pona lpiz labial. De pronto, un tipo que estaba en la mesa contigua se me acerc y quiso besarme. Yo grit, ara, golpe. Trataba de sacarme de encima a ese hombre. Ped auxilio y, gracias a Dios, un polica con la bravura de un toro salt, rompi el vidrio de la ventana y me alej de ese pervertido. Qu tiene que decir usted en su defensa? inquiri el fiscal imperiosamente y con una sonrisa burlona, mirando al acusado que no dejaba de tocarse la cabeza y taparse el rostro con las manos. Mircoles de Ceniza! Ella quera que yo la besara. Ese da yo haba ido al dentista y quera un poco de agua para calmar mi dolor y mi sed. Soy inocente. Sus pechos son los culpables. Maldita la hora en que entr a esa cafetera. Maldita tambin esa mujer que quera que yo la besara. Malditos sus pechos y malditos los de la cafetera que no me traan el agua por ms de treinta minutos. Era slo agua. No podan llenar el vaso con esa maldita agua y trarmela? Estaba esperando y, no s de cmo, la vi. Ella no puede negar que me provoc para que la besara. Sus labios me llamaban: ven, hijito, ven, papito, trata de besarme; adems, de rato en rato me guiaba el ojo. Me miraba fijamente como hipnotizada y sus labios los mova para que yo pudiese llegar a ellos. Incluso se puso lpiz labial para excitar mi deseo. Nadie se podra resistir a tremenda mujer, a tremendas tetas; adems, llevaba una polera roja que deca: Tcame si te atreves. sa tambin era una insinuacin. No soy de piedra. Ella me llamaba. Sus labios me llamaban. Es una zorra! Efectivamente, puede que sea una zorra dijo el fiscal, pero escuchemos la versin de la seorita.
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Ya era tarde cuando el fiscal se dio cuenta de lo que haba dicho: puede que sea una zorra retumbaba en su mente. Hasta se le haban borrado las ganas de invitarle algunos tragos despus del juicio. Como le dije antes, seor fiscal, yo estaba arreglando mis labios explic la mujer. Ni siquiera estaba viendo a este tipo; adems, tengo derecho a vestirme como quiera. Usted sabr que tengo un problema de nacimiento. Lo que yo haca era ver la ventana y este bruto se me acerc. Cuando finaliz su declaracin, la mujer se sac los lentes y todos los presentes se sorprendieron al descubrir que la mujer evidentemente guiaba, pero no para atraer a los hombres, sino por un tic nervioso. Mucho mayor fue la sorpresa cuando se dieron cuenta de que era bizca y entonces comprobaron que, aunque pareca estar mirando al juez, le hablaba al fiscal. Los jueces ciudadanos, asombrados por semejante problema de nacimiento, y reconociendo el derecho de la testigo a vestirse mal, que tampoco era para tanto, se encogieron de hombros, y el fiscal se qued con la boca abierta al ver que la mujer escultural tena graves fallas en sus ojos. Muchas gracias. Se comprob que usted no es una zorra, pero, eso s, bizca y de nacimiento. Ser mejor que vaya ahora a su asiento. Que pase el polica dijo el fiscal con cara de sorprendido y enfurecido por semejante defecto en una mujer que prometa mucho. El juez, por su extrema vejez, estaba dormitando. Esa somnolencia tambin era causada por los cinco vasos de chicha que se haba tomado con el fiscal. El abogado defensor no paraba de rerse por el intento fallido de su colega. La sala contrajo un
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ambiente muy cargado, un aroma a tejn, por todas las personas que se encontraban all. La noticia de que encontraron al asesino, genocida, bgamo haba recorrido toda la ciudad e incluso todo el pas. La gente se amontonaba en las afueras de la corte pidiendo justicia, bloqueando las calles adyacentes con pancartas alevosas y hasta quemaron un mueco con la imagen del presidente George Bush que haba sobrado de una marcha anterior. Los reporteros se hallaban a esperas de poder entrar para presenciar lo que quedaba del juicio. Sin embargo, ya tenan los titulares que transmitan en directo: Asesino, morrero, descuidista, genocida, bgamo lleg al pas despus de cuatro aos, Genocida conocido trat de besar a bizca mal vestida, El Petas dice ser cuado del genocida, Jugaba pesca-pesca con cuchillo y lo agarraron y otros titulares que invitaban a la imaginacin de quien leyese tales mentiras verdaderas o verdades mentirosas. Que pase el siguiente testigo orden el juez. Buenas tardes, mi honorable, en aqu reportndose el sosteniente Borolas para dar parte de mi misin tan peligrosa. Ese hombre no era polica. Tena un uniforme de varita, que en realidad era prestado. Borolas trabajaba como cebra haciendo pasar las calles a nios y ancianos, pero justamente el da de los hechos haba suplantado a su primo Severino que se encontraba enfermo por un aj de fideo mal cocinado. Relate lo que sucedi requiri el fiscal. No es que quiera hacerme el hroe, pero as, en verdad, sucedi todo afirm Borolas, mientras se arreglaba su quep. La verdad es que yo me encontraba en medio de la avenida aplicndome una rica llaucha. Tena mucho queso, pero pareca
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engrudo; eso s, no te puedo negar que a esas horas todo es bien rico. Adems, no desayun porque mi perro se haba comido mi ltima marraqueta. Ese Goliat se come todo lo que est a su paso. Un da me compr un aj de fideo, fui un rato al bao y cuando haba vuelto lo encontr estirando la pata, con la lengua afuera. Ese mismo rato le di agua con jabn y prepar mate de manzanilla. Me preocupaba mucho porque hasta haba sacado espuma por la boca. Estuvo as dos das. Lo cuid mucho. Me daba lstima ver sus ojitos decados y su lengua salida. Le lavaba su carita y tambin le tapaba con tres mantitas. Pero cuando sal un rato afuera a comprar papaya y al volver a mi cocina vi que el malagradecido ya se estaba comiendo mi marraqueta, agarr un palo y a palazos lo mat para que ya no sufriera el pobre. Como te iba diciendo, cuando un poco de engrudo manch mi uniforme, escuch que una linda mujer me peda auxilio. Qu hizo usted? pregunt el fiscal, asombrado porque el relato se pona interesante y tambin por el pobre lenguaje que usaba Borolas. No me hagas apurar; si no, mi mente se va a poner en blanco; adems no soy usted, soy sosteniente, as que ms respeto con tu autoridad mientras llevo puesto el uniforme. Cuando me lo saque, si quieres, te invito unos traguitos, pero ahora estoy trabajando. Como te iba diciendo, cuando la mujer me llam, yo bot mi llaucha y fui corriendo, como burro en celo, hasta esa preciosura. No me dio tiempo para entrar por la puerta, as que como Bruce Willis salt por la ventana de esa cafetera. Lo nico que recuerdo es que El Zurdo se me cruz en el camino. El Zurdo? inquiri el fiscal. S, El Zurdo. Se me cruz en el camino y lo tuve que topar, y, zas!, se cay a ese hueco bien grande. El pobre muri por cebra y por cojudo.
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El Zurdo trabajaba de cebra y era amigo de Borolas. Cuando lo empuj, el pobre Zurdito cay en una alcantarilla muy profunda, dejando la vida terrena para otros animales o, al menos, para personas vestidas de animales. No sinti ningn dolor porque un golpe certero en su nuca fue fatal y decisivo. Su cuerpo se encontr tres das despus. El traje de cebra se haba reducido a la mitad. Lo encontraron cuando un campesino regaba las verduras en Ro Abajo y crey haberse tropezado con un animal raro con trasero de persona. Incluso llam a los reporteros creyendo haber encontrado al chupacabras. Luego de dos das, los comunarios hicieron ofrendas a la Pachamama y lo recogieron al darse cuenta de que era una persona vestida de media cebra y con el poto al aire. Mucha la mala suerte del Zurdito, porque la jornada en que sucedi todo aquello era su primer da de trabajo luego de haber estado muy enfermo por un aj de fideo mal cocinado. Entonces mi cliente no es el asesino: Borolas mat accidentalmente a El Zurdo concluy, dirigindose al juez, el abogado defensor, que intervena por primera vez. Muy bien, muy bien dijo el juez; pero todava tiene dos cargos en su contra. Prosiga, sosteniente. Cuando entr al lugar, el asesino estaba todava con vida. No haba rastros de sangre, aunque me rasmill mi quijada al romper la ventana. Entonces agarr a la mujer y la alej ponindomela en mi detrs. Le di un buen cabezazo a ese tipo y posteriormente le ped su brevet. Como l no quera drmelo, le agarr su billetera, saqu su carnet y pude verificar su nombre. Al principio no lo reconoc. Era como un espejismo, pero luego, al leer su nombre, por fin me di cuenta de que era l. Lo agarr dndole otro cabezazo y lo llev a la PTJ de la Pando.
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El acusado tiene algo que declarar a su favor? pregunt el juez, dirigindose al hombre que no paraba de agarrarse la cabeza con las dos manos. Este bolas tristes me pidi mi brevet y ni siquiera tengo auto, su seora. Los cabezazos que me dio me dej sin luces. Cuando pude recobrar mis sentidos me encontraba junto a un tal Chiru-chiru que me quera dar de besitos en una celda fra y con rayones por todos lados. Luego de estar un da a plan de pura agua, tratando de alejarme del Chiru-chiru y que los policas me metieran a un cuarto para hacerme desembuchar y confesar de un atraco del mes anterior, se me acerc una seora que jams en mi vida la haba visto. Dijo que yo tena un hijo de cuatro aos. Los jueces ciudadanos empezaron a susurrar ante tal declaracin. La sala se llen de risotadas que hicieron despertar al juez. Afuera de la corte, las marchas y bloqueos se intensificaron con cnticos reclamando la cabeza del acusado. Trovadores y poetas se instalaron en las puertas empezando a cantar y recitar, con vehemencia, contra el genocida. Campesinos de las comunidades aledaas a la ciudad llegaban haciendo sonar petardos y flameando toda clase de banderas. Un tumulto de reporteros continuaba esperando la sentencia final: Mineros cercaron la ciudad en espera de la sentencia final, informaban. Algunos de ellos pedan a los camargrafos las primicias de lo que suceda all adentro, pero era imposible porque el gento invadi todo el recinto. En el interior de la sala, el fiscal se encontr aturdido por lo que haba dicho el acusado, as que llam a la seora para que declarara sobre lo acontecido. Ella se puso al lado de Borolas y empez a llorar reclamando que se haga justicia y exigiendo que el acusado la indemnizara por todos los aos que haba cargado con su wawa en busca de un padre desaparecido.
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Quiero un milln de dlares y una pensin diaria de doscientos bolivianos reclam la seora. Su seora, jams haba visto a esta mujer y, adems, yo no puedo tener hijos aleg el inculpado. Me practicaron una vasectoma a los diecisiete aos por error. Fui al mdico por una operacin de mi apndice y, cuando despert, el doctor estaba tocando mis genitales. Pens que me quera violar, pero descubr que me hicieron una vasectoma innecesaria y que el doctor analizaba mi estado de recuperacin. Me puse a llorar porque jams iba a poder tener hijos, aunque a los diecisiete aos tampoco estaba esperando o queriendo tener alguno. Adems, el dolor del apndice era insoportable. Es que me gustaba comer con mucho picante. Entr al quirfano para que me operaran otra vez, pero del apndice, con el miedo de que el doctor me hiciese un Papanicolaou u otra cosa. Total, ya me haban quitado la oportunidad de tener descendencia, as que no poda irme peor. Lo que dice esta mujer es falso. Yo no soy padre de su hijo. Mi nica esposa es con quien estoy por ms de treinta aos, aunque ella me engaara siete veces. Los vecinos me decan: Miren, all va ese tipo con nfulas de toro. Yo slo poda aguantarme el coraje, pero luego de descubrirle la sptima traicin, con el canillita que se meta a mi casa con peridico y todo, habl con ella y decidimos adoptar un hijo. Se llama Vctor, como el revolucionario. Es bien inteligente el chiquito, y cuando sea grande quiere ser presidente. A mi mujer se le dio por andar de madre, tranquiliz su entrepierna y hasta decidimos abrir una pastelera. Yo no soy el hombre a quien buscan. Soy un pastelero defectuoso que fue a tomar agua para calmar la sed despus de ir al dentista. Ac tengo los papeles de la vasectoma practicada aadi el abogado defensor, tratando de disimular su risa.
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La seora, desilusionada por tal afirmacin, decidi abandonar la sala, no sin antes vestir a la wawa, ya que le haba bajado el pantaln para mostrar una marca de la violencia infligida por su supuesto padre haca ya ms de cuatro aos y que pareca hecha recientemente. Ya se haba zanjado la acusacin de bigamia, pero faltaba todava la de genocidio. Toda la sala pudo observar los certificados mdicos y constatar que el hombre acusado era impotente a causa de una vasectoma prematura. La ciudad entera se haba arremolinado a las puertas de la corte para presenciar el desenlace del juicio. Los mineros hacan sonar veintenas de cachorros de dinamita y los campesinos pedan justicia comunitaria mientras se agolpaban a las puertas de la corte. Las viudas, indignadas, empezaron a gritar Muerte al genocida hasta que el juez las hizo callar de un golpeteo con su mazo. La sala se llen de vendedores ambulantes y mendigos que pedan limosna a los jueces ciudadanos. Bolgrafos, dulces y hasta las patitas de la esquina de la Huyustus se vendan por todo el saln a la espera del veredicto final. Este hombre se salv de dos acusaciones, pero no podr librarse de la acusacin de genocidio porque es el culpable! grit indignado el fiscal. Adems, su carnet lo confirma todo, y mucho ms sus facciones fsicas y su raro acento. El acusado se encogi de hombros con una sonrisa fingida y esper que el juez le diera la palabra para poder refutar esa acusacin. Los jueces ciudadanos, asombrados, miraron al acusado verificando que, evidentemente, las facciones de su rostro y su raro acento concordaban con los del genocida que todos haban estado buscando por ms de cuatro aos. Hable y diga algo para salir de sta apremi el juez. En la puerta se han congregado cientos de campesinos y mineros
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que piden su cabeza y ya me llegaron cartas de los reos que piden la pena de muerte porque no lo aceptarn en ninguna crcel. Se cosern los labios y se crucificarn reclamando su cabeza, adems de los reporteros que buscan una primicia. Ser mejor que hable de una vez por todas. Yo no soy el que han estado buscando aleg el imputado sollozando, mientras bajaba las manos de su cabeza y descubra su rostro. Puede ser que me parezca al hombre que estn buscando, pero como dije antes, yo soy pastelero de profesin. Un mal pastelero que no diferencia la masa de hojaldre de la de humintas, pero pastelero al fin de cuentas. Tengo una profesin de lo ms digna. Es cierto que mi carnet tiene el mismo nombre y apellido, pero se trata de un homnimo. Lo de mi acento raro es porque cuando fui al dentista me extrajo las muelas del juicio y para no abrir mis heridas debo hablar de esta manera porque este dolor me est matando. El juez orden que el acusado abriera la boca y constat que era verdad lo de la extraccin de las muelas. Todava quedaba un color rojizo y chorrillos de sangre en las costras que no haban cicatrizado totalmente. Luego de observar la dentadura de aquel hombre, se par y emiti el veredicto final. Los reporteros y casi la ciudad entera se empujaban en las puertas de la sala para escuchar atentamente lo que el juez empez a decir. En nombre de la Repblica, y en facultad de la jurisdiccin que por ella ejerzo, pronuncio la siguiente sentencia proclam el juez, y, al decir la ltima palabra, el sonido de dos petardos hizo que el saln adopte un silencio sepulcral: En virtud del debate llevado a cabo en este juicio, declaro a este hombre inocente del cargo de asesinato porque el supuesto polica de trnsito fue quien accidentalmente mand a El Zurdo, vestido de cebra, a mejor vida.
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Por el cargo de bigamia tambin lo declaro inocente, ya que este hombre es impotente desde su adolescencia a causa de una ciruga mal practicada. Sin embargo, le recomiendo que no haga caso a insinuaciones de mujeres porque, en un futuro, puede ser motivo de encarcelamiento lo que usted quiso hacer con la bien dotada pero mal vestida y pobre bizca. Por ltimo, respecto al delito de genocidio, lo declaro inocente porque hubo una extrema confusin, y para no entrar nuevamente en debate u otro barullo que pudiera concluir con la muerte de alguna cebra o de hijos que la Santsima Providencia trajo, ordeno ahora mismo que suprima la letra L de su apellido. Desde ahora, usted se llamar Gonzalo Snchez de Ozada. Caso cerrado.
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La princesa y el dragn
Gabriela Arvalo Angulo
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Lleg de repente, esperando una clida bienvenida. Yo no fui capaz de salir de mi estupor inicial al verla despus de diez aos de ausencia. Mi princesa. Nos habamos conocido accidentalmente en el teatro municipal. Me asombr la altivez de su carcter, la irreverencia de sus actitudes y su mirada capaz de congelar intenciones y al mismo tiempo derretir el hielo de mis mecanismos represivos. Tuve la oportunidad de compartir con ella diariamente a lo largo de los dos meses siguientes. Criticbamos a rabiar toda la produccin artstica boliviana, nos gustaban las mismas pelculas, nos una nuestro fanatismo por lo macabro y la fotografa de Cindy Sherman. Estaba excepcionalmente dotada para la danza y para inventar relatos inverosmiles. Con el paso del tiempo le fui conociendo otras habilidades. Podra ser una asesina profesional, me dije una vez. Ahora que la veo de nuevo, noto que no ha cambiado sino para acentuar su peligrosidad. Hbil con el pual y las palabras, experta en la seduccin, simuladora de los ms nobles sentimientos; arriesga cuerpo, mente y alma para cumplir sus propsitos o sus
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ms extraos caprichos. Quien la observa puede decir que aquello la divierte; yo, que la conozco, s que es una necesidad. Anoche vino para anunciarme sus propsitos: quera que le d la oportunidad de enfrentarse al Dragn. Eso s, no quera hacerlo sin antes conocer su historia, sus hazaas, sus secretos; las cosas de l que slo yo tena permitido saber. O escuchar. Ella necesitaba, me deca, conocerlo a fondo antes de encontrarse cara a cara con l. Yo, el jefe de los guardianes, tengo el privilegio de conocer todos los detalles de la vida del Dragn y de otros seres que en la ciudad ya son leyenda. As como mi alta posicin me da acceso a esa informacin, tambin me impone la pena de muerte si revelo cualquier detalle de la vida de aquellos a quienes debo vigilar. En cualquier otra circunstancia, mi silencio y discrecin habran estado asegurados. Pero una princesa me lo peda. Sus ojos delataban tal necesidad voraz que me di cuenta de que con una ms de esas miradas poda convencerme de cualquier cosa. Por ella, vala la pena jugarlo todo. Se durmi en mis brazos mientras terminaba de contarle historias que parecan leyendas, historias del dragn. La vea dormir y luchaba contra la vaga incomodidad de prohibirme el descanso con tal de ser su perfecto caballero y velar por su sueo, sin otro deseo que el de la noche ideal: que nos cubra la Luna, que el Sol se levante sin apuro. ***
Ver al Dragn hoy por la noche. Hoy por la noche, me repito a cada rato, tratando de contener mi nerviosismo. Alisto mi ropa, la cartera todo lo necesario. Dice que es joven y de aspecto impecable. Espero poder gustarle. ***
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Este sitio apesta de gente. Yo vengo cada jueves como parte de un ritual. Es mi nica noche de descanso. El resto de la semana el tiempo se me va ejercitando, rondando las calles, cumpliendo mi trabajo con diligencia y afn de perfeccin. Soy uno de los integrantes del ms prestigioso grupo de asesinos profesionales en Bolivia: El Crculo. Hacemos cumplir la ley de los poderosos, esa verdadera ley, cuando a ellos se les escapa de las manos. Aunque no parezca, nunca faltan inconformes o individuos potencialmente peligrosos para el statu quo, y menos ahora. Nuestras verdaderas identidades han sido eliminadas; nos movemos con falsos nombres y falsas vidas. Ni siquiera los elegidos nos conocen si no es a travs de la identidad de los animales del horscopo chino que cada uno de nosotros ha asumido. Yo soy el dragn. Mi rea de accin est en la ciudad de La Paz; domino la urbe desde San Francisco hasta San Jorge, de Miraflores a Sopocachi. Esos son mis dominios, tal vez los ms azarosos y complicados. Mi estilo? Mato e intimido a distancia, nada personal. Soy francotirador. Acerca de m se ha dicho mucho. El dragn es parte de las nuevas leyendas urbanas de esta ciudad. Soy el ms hbil, el ms profesional y el ms peligroso. El tedio con el que voy pasando la noche desaparece de golpe: ms all de las parejas que bailan veo algo que llama mi atencin. En una mesa est sentada, completamente sola, una seorita con cara de aburrimiento, como si su pareja la hubiera dejado plantada y no encontrara cmo disimular su enfado y vergenza. No slo me atrae, me interesa. Entre ella y yo un mar de gente enrarecida de alcohol y otros estimulantes se enajena an ms apenas se escuchan los primeros acordes de una cancin de Nirvana. Eso me estimula tambin. Aprovecho el frenes para acercarme con cuidado sin dejar de observarla. Apuesto a que usa ropa interior con encajes.
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La miro con insistencia y lujuria. La miro para que se d cuenta de que la estoy mirando. La miro para incomodarla. Fijamente. Sin pestaear. La msica retumba. Estoy a unos pasos de su mesa. Shes overboard and self-assured. I know, I know, a dirty world. Todo en ella es misterio, descaro exuberante, ojos negros que inquietan. Una invitacin a ser invadida. Enfrenta mi mirada con sonrisa de cmplice, como quien te abre las puertas porque sabe que vas a repartir un botn. Sonre como diciendo acrcate, que me voy a salir con la ma si salimos juntos de aqu. Me acerco. Dios mo, cmo la voy a disfrutar. Acaricio su cuerpo delgado, asombrado por tanta fragilidad. Me toma un tiempo superar el miedo a romperla y me dedico a destruirla. Sus ojos no son negros sino miel. Y hay miel en sus labios, cuando me besa y cuando gime, cuando me dice que la lastimo y yo disfruto ms. Hay en ella cierta peligrosidad que me excita. Doblegar su altivez de princesa exiliada me pone agresivo, destructivo, francotirador. Otros momentos siento que me desarma, deja la defensiva y pasa al ataque, me carameliza. Como la miel de sus ojos y el caramelo de su risa. Me encanta cuando re mientras le beso la espalda. Sintiendo su piel plegarse a la ma me siento inmortal, supremo, invencible. Al sentir mi propia urgencia de placer siento que me voy a morir. Que se llene de m y que se empalague, pienso, porque hacerla ma una vez ms sera suicidio. Te juro que una vez ms y me muero. ***
Te juro que me muero, dijo l, y as fue. Lo mat. Las dos pualadas rituales, directo hacia los rganos vitales fueron suficientes para acabar con su vida pero no con mi ansiedad. Le asest tres pualadas ms, con ira, desesperadamente. Creo que estoy viendo mucho anime. Dejo al pobre tipo desangrarse sobre su cama y observo su departamento mientras me visto. Tena muy
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buen gusto. Antiguos grabados chinos, porcelana fina, buenos libros un desperdicio. Una mirada final al que fue el gran dragn de las historias paceas, mi propio dragn, mi futuro asesino. Da gusto adelantarse a las intenciones ajenas. Antes de salir, corto el dedo ndice de su mano derecha. En la otra vida tampoco podr apretar el gatillo. Me sumerjo en el jacuzzi de mi cuarto de hotel. Cierro los ojos y trato de recordar con lujo de detalles los acontecimientos de tan increble noche. Primera vez que mato Seguro que no ser la ltima. Las siguientes, me prometo, sern mejores. Juego con la espuma mientras pienso en el futuro. No tengo claro lo que har con tanta falta de preocupacin, como que me haba acostumbrado a esperar el ataque del dragn. Por el momento, dormir. Irme de La Paz. Espero poder volver a ver a mi guardin. Lo necesito. ***
Tal como lo acordamos, anoche me envi una seal. Lo logr. Me desespera saber cmo lo hizo. Ahora me toca escapar. Mi participacin en la muerte del dragn se descubrir pronto. Me quedara a esperar la muerte que merezco por traicionar la integridad del Crculo, pero ahora que la princesa volvi, no pienso dejar que se vaya. Se ha deshecho del dragn, ha roto los vnculos que la ligaban al Crculo y tambin ha cortado los delgados hilos que la ataban a m. No vendr a verme. Ir yo a buscarla. Seguro que dormir hasta tarde, llegar a la terminal a media maana sin destino fijo; su idea es salir de La Paz. Comprar un pasaje para el medioda, comer una saltea, tomar el siguiente bus; all la estar esperando.
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ACTA DEL JURADO CALIFICADOR DEL XXXII CONCURSO ANUAL DE LITERATURA FRANZ TAMAYO GENERO CUENTO 2005 En la Ciudad de La Paz, en fecha 18 de noviembre dos mil cinco aos, a horas 18:00, en la sala de reuniones de la Oficiala Mayor de Culturas, se constituy el Jurado del XXXII Concurso Anual de Literatura Franz Tamayo, en cumplimiento a la Ordenanza Municipal G.M.L.P. 234/2005 e Instruccin Ejecutiva S.G. N 0540/2005, conformado por personalidades representativas del medio: Mabel Franco Ana Rebeca Prada Jaime Martnez Ricardo Bajo Oscar Daz En primera instancia el Jurado Calificador procedi a verificar la inscripcin de los 103 participantes, los que fueron considerados para su evaluacin y posterior calificacin. Despus de una rigurosa calificacin el Jurado Calificador determin el siguiente fallo: Se otorga por mayora de votos, el PREMIO UNICO al cuento Dueos de la arena escrito por Giovanna Rivero Santa Cruz de Antunez, presentado con el seudnimo Dorothy Parker, consistente en Bs. 17.500 (DIEZ Y SIETE MIL QUINIENTOS 00/100 BOLIVIANOS) Y Diploma de Honor. El Jurado Calificador determin otorgar MENCION DE HONOR al cuento Mi extraa y definitiva conversin a la derecha escrito por Rubn Carlos Chacn Ortiz presentado con el seudnimo Morfeo Cadena Se otorgan las siguientes MENCIONES:
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1.- Al cuento Nombres como papeles y colores escrito por Carlos Hugo Cordero Carraffa. 2.- Al cuento Tiempos modernos escrito por Homero Antonio Carvalho Oliva. 3.-. Al cuento Toma chocolate, paga lo que debes escrito por Luis Dante Gorena Vargas 4.- Al cuento Tonalidad y Contrapunto escrito por Jos Ariel Aguilar Aguilar 5.- Al cuento El asesino Genocida- Bgamo- Pastelero escrito por Mauricio Rodrguez Medrano 6.- Al cuento La princesa y el dragn escrito por Gabriela Arvalo Angulo De acuerdo con los criterios de calificacin definidos en esta oportunidad por el jurado, el cuento Dueos de la arena obtuvo el mayor puntaje por el correcto manejo del gnero literario, estilo cadencioso de la narracin y hbil dominio de los personajes, que pese a la contundencia del lenguaje, no desnudan la historia de fondo sino que la sugieren, despertando la curiosidad del lector. Finalmente, recomend a la organizacin que los cuentos sean editados profesionalmente antes de su publicacin y, a los escritores interesados en concursar en el futuro, que trabajen convenientemente el lenguaje de sus obras en consideracin al alto nombre y prestigio nacional de este Premio. Para conformidad se firma el acta en triple ejemplar.