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Réplicas: El pasado guarda más secretos de lo que creemos
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Réplicas: El pasado guarda más secretos de lo que creemos
Libro electrónico386 páginas3 horas

Réplicas: El pasado guarda más secretos de lo que creemos

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Información de este libro electrónico

Audrey Jordan ha vuelto al pueblo de su juventud. A un año del crimen de Juliet Atwood, intenta reorganizar su vida. Pero su destino y los crímenes misteriosos vuelven a cruzarse. El pasado siempre acosa… y siempre vuelve.

¿Qué consecuencias acarrean nuestras acciones, hoy o mañana, tal vez incluso dentro de años? ¿Cómo imaginar las pequeñas o grandes réplicas de un cimbronazo que quizá no notemos en el momento?

Un thriller imperdible, lleno de intrigas y suspenso sostenidos por un ritmo atrapante.
IdiomaEspañol
EditorialEditorial El Ateneo
Fecha de lanzamiento18 ene 2021
ISBN9789500211413
Réplicas: El pasado guarda más secretos de lo que creemos

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    Réplicas - Luz Larenn

    RÉPLICAS, POR LA DOCTORA AUDREY JORDAN

    Stowe, Vermont, a once años del caso Juliet Atwood

    Todos somos culpables.

    Construí esta hipótesis luego de trabajar durante diez años con el cuerpo policíaco. Si bien nunca llegué a unirme a ellos bajo el ala de una insignia, mi carrera viró hacia un camino alternativo aunque complementario.

    Existe una inmensidad tal vez más oscura que la previsible; en ocasiones cobra presencia con el único objetivo de atormentarnos. Esto se acentúa cuando la noche aciaga impide alcanzar la claridad necesaria para decidir qué clase de persona somos, o querríamos ser.

    Los recuerdos del pasado, como fogonazos sin previo aviso, aparecen con el único e indudable cometido de torturarnos, a medida que la esperanza de cualquier tipo de futuro se licúa rápidamente, dando lugar a agua estanca, densa y plagada de microorganismos.

    Dicen que venimos a este mundo para cumplir cierto karma; otros, los menos creyentes, lo ven desde el punto de vista más orgánico posible. Llegamos, respiramos si tuvimos suerte, vivimos, morimos, también en algunos casos, si tuvimos suerte.

    Pero también hay un grupo que le busca el sentido a las cosas, los divergentes que afirman que nuestras acciones fabrican, indefectiblemente, consecuencias. Hoy o mañana, tal vez incluso dentro de años. Finalmente, me incluyo en este.

    Son pequeñas o grandes réplicas a posteriori de un temblor. Basta un cimbronazo que remueve nuestras placas internas y, en algunos casos, hasta podría hacerlas caer. Todo depende de cuán sólida se halle construida la base.

    Pero aquel no se trata del único momento en el que nuestra realidad se modifica. Por el contrario, se transforma en el instante en que un nuevo mecanismo activa la rueda cuesta abajo y no hace más que ganar velocidad, hasta estrellarse. Réplicas.

    Y estas no dan tregua. Un buen día de nuestro pasado, sin haber podido preverlo, provocamos el sismo que la activará más adelante.

    Con el correr de los años llegué a dudar de mí misma. De mi profesión. Esa que asevera que la maldad no existe, que todos los seres humanos venimos cuerdos y sanos, y que son las historias pasadas las que nos erosionan al punto de llegar a convertirnos en monstruos.

    Hoy debo decir que ya no lo creo de ese modo. Las acciones son las que nosotros llevamos a cabo, las réplicas modifican.

    Puedo asegurar que la maldad existe, yo la vi directo a los ojos y logré finalmente desviar la mirada. Pero no todos lo logran, no es tarea fácil evitar caer en la tentación.

    Veamos el caso de Bobby Church Morgan, alias Alex Jacksonville.

    Él no se trató de una mala semilla, más bien se encontraba absolutamente corroído por su historia y a causa de otras personas que habían sembrado lo que él, desde luego, había cosechado. Una clara réplica.

    Ahora pasemos a Ben Atwood.

    Al día de la fecha, todavía no pude encontrar el acontecimiento que desencadenó su accionar. Mi hipótesis se encuentra inconclusa. Hasta tanto no encuentre tal evidencia, no podré confirmar si se trató de otra réplica, o en este caso, del mismísimo sismo.

    Mi madre decía que las acciones siempre generan consecuencias.

    Cada uno de nosotros probablemente sea culpable de algo a lo largo de toda su vida, directa o indirectamente. Cuando ese sismo ocurre, la acción en sí, tal vez ni siquiera lo notemos. La problemática se da cuando las réplicas comienzan a hacerse presentes más tarde, debajo de nuestro suelo.

    Y diez años atrás, las réplicas de Gibraltar Lake aparecieron para cobrarse una por una, las acciones del pasado.

    "BIENVENIDOS A

    GIBRALTAR LAKE"

    GIBRALTAR LAKE

    Presente

    (A un año del crimen de Juliet Atwood)

    AUDREY JORDAN

    Lunes 13 de mayo, 19 h

    .

    .

    ...

    <¿Jordie, te encuentras bien?>.

    .

    ...

    ...

    .

    Mi nuevo presente azotó la placentera velada en soledad. Una vez más, Leanne y sus miedos irracionales se entremezclaban con el croar de criaturas que sabía que estaban allí aunque prefería no ver, o peor aún, pisar.

    ¿Qué terrible acontecimiento podía pasarle a una en Gibraltar Lake? El tono que decidí otorgarle a su escrito, intrigante y rayando en lo dramático, me dio risa.

    .

    Pocas cosas evocaban en mí tal vértigo como el agua del lago al caer la noche. Escalofríos sin fundamento. Esto me ocurría desde niña, solo que recién ahora mismo podía ponerlo en palabras. Aquel reflejo azabache antinatural sobre lo puramente cristalino me transformaba en una persona incapaz de concebir la naturaleza con total optimismo.

    Aun así se las arreglaba para mantenerme cautiva, de tal forma que ni siquiera escuchase el intenso resonar de los mensajes entrando.

    El excesivo cuidado de Leanne no daba tregua desde mi vuelta, me tenía de aquí para allá. Mi amiga se volvía una real apasionada cuando se trataba de hacerme sentir cómoda…, tanto, que terminaba logrando el efecto contrario. Todavía no me había permitido tomar una habitación en el Pine Lake y cuando parecía estar a punto de disfrutar de un rato libre a solas, se aparecía en el marco de la puerta con dos copas de vino.

    Por momentos me hacía pensar que no solo se estaba haciendo su agosto del tiempo perdido, sino que me utilizaba como herramienta evasora de cualquier posible interacción con Todd, su marido. Normalmente él se acostaba alrededor de las diez y ella subía después de las once.

    No decía nada, pero yo bien sabía que estaba asegurándose de que ya se encontrara dormido.

    Cerré mis ojos forzando la conexión natural con el ecosistema que sentía y olía, y un pájaro en su vuelo nocturno me trasladó hasta la isla nuevamente, con su sirena tan típica. ¿Sería que ya no pertenecía aquí? Tampoco a Manhattan.

    Juré que el quiebre de alguna rama a mis espaldas fue lo que activó el flujo de mi sangre algo recalentada, haciéndome girar de golpe. El escenario del lago y el momento de la noche creaban la fórmula perfecta para que alguna pareja de veinteañeros se escurriera sigilosa a hacer de las suyas. Yo misma había estado allí. Souvenirs mentales.

    Claro que ahora mismo el protagonista de mi reminiscencia se encontraba felizmente comprometido. Beatrice ostentaba su anillo de medio pelo por todo el pueblo. Por mi parte, me había convertido en algo parecido a un ninja suburbano desde mi último arribo. Y era de los buenos, puesto que todavía me encontraba ilesa de todo cruce con él.

    Una vez más, el crujido aparentemente fundado en mi psiquis. Nadie. Ni antes ni ahora. El viento buscaría correrme de allí, pero era más fuerte el poder que ejercía la quietud del lago. Wendy, estoy en casa.

    Que se sentía así no cabían dudas, con sus remolinos viscerales marcando el tiempo, la baja aunque conectada calidad de mis pensamientos. Más bien una de esas casas de las cuales toda una vida se soñaba con escapar. Familiar aunque incómodo, más que una astilla imperceptible clavada en la planta del pie.

    Toda esta escena frente a mis ojos colmados de pasado se alimentaba de la sátira de mi vida. Cuántas imágenes había allí. Entre algunos sauces que buscaban agua, las pequeñas piedras que se entremezclaban con otras más medianas, provocaban que el paso a medida que nos acercábamos a la orilla fuera para algunos pocos valientes. Y el aroma. Eso sí que era otra historia. Por mucha fuerza que hiciera para sentir el olor a tierra mojada, se anteponían los mentolados frutos caídos, la humedad del musgo y el frío vapor que parecía tener identidad propia.

    Tomé una fotografía y se la envié a Cole. Me respondió enseguida. Lo único que teníamos de forma palpable en común Craighton y yo era la conexión con Gibraltar Lake y el cariño por su gato. Enseguida le pregunté por él. Hacía un mes que no lo veía, ya comenzaría a extrañarme.

    <¿Qué hace mi amigo peludo Rourke?>.

    y aquí vamos. Su última declaración trepanó mi esternón de lado a lado.

    Durante todo el año transcurrido, Cole no había descansado hasta dar con algunas partes de la historia, un auténtico rompecabezas. Su romance había sido breve, pero el afecto, profundo, y el amor, eterno. Luego de algunos estudios logramos confirmar lo más temido y sospechado: que Juliet en verdad era hija de Ben Atwood, aunque no mi hermana, puesto que era yo, en tal caso, la que no correspondía al linaje.

    El resultado trajo más calma que incertidumbre a mi vida. Por primera vez el no pertenecer no me debilitaba y, por el contrario, me engrandecía.

    Ahora el interrogante orientaba su reflector hacia el seno materno. No había pista alguna de quién había llevado en el vientre a Juliet, como tampoco ningún testigo.

    El último eslabón terminaba, naturalmente, en Gibraltar Lake, donde todo había comenzado. Al menos para las dos.

    Dudé tanto que alcancé a rozar mis raíces, pero no, no había sido mi madre la suya, ya que por supuesto no titubeé en chequearlo. Si iba a estrellarme contra la verdad lo haría de una vez y por todas. La practicidad de lamer heridas era absoluta primacía.

    Así fue como mis viajes allí se volvieron cada vez más cotidianos.

    Comenzó pocas semanas después de la resolución del caso Bobby Church Morgan, Alex, Nicholas, para los íntimos. Luego de viajar para Año Nuevo y no llegar a obtener información de mi padre. Del real. Desde aquel entonces en Manhattan no lograba funcionar con normalidad. La ansiedad se apoderaba de mí a menudo, esa necesidad de comprender un poco más, de martillar los escalones de mi ADN con el único objetivo de fortalecer mi identidad.

    Así que luego del episodio de Rowena Hardy decidí comprar un único boleto de ida. Por ahora lo mejor era que él lidiase a solas con sus asuntos, estar en el medio le jugaría en contra durante el juicio. Rowena había decidido ir por todo en su vida y el hecho de que entre nosotros pareciera comenzar a nacer algo incierto, aunque estridente, no ayudaría. Las cosas eran mejor así. Audrey Jordan en Gibraltar Lake y Don Hardy en la isla. La distancia como un proyectil, mapa mediante.

    Me subí a la SUV Mercedes GLC de alquiler que estos días usaba por allí y encendí el motor. Leanne me había alertado acerca de reservar coche antes de viajar, pero mi necedad le ganó al orden y así terminé, con un vehículo más propio de Kanye West que de Audrey Jordan.

    Y así, mientras me perdía por la ruta interna, comenzaba a desencadenarse uno de los contrafácticos que no podré probar jamás, ya que de ninguna forma podría haber previsto la atrocidad que comenzaría pasada la medianoche a pocos metros de mi postal.

    Manejé hasta casa de Leanne y al estacionar en la explanada exterior, el reflejo de Todd a través de la ventana me obligó a respirar hondo.

    LA CHICA DAY

    Lunes 13 de mayo, 19 h

    (Réplica #1)

    Deseaba creer que su ruptura no había sido por esa otra. Que lo que habían tenido había sido real y no una simple revancha o, peor aún, las sobras del banquete de sus mejores años.

    Lo persiguió hasta allí y a pesar de lo que profesaba en sus libros, entrevistas en programas de televisión y hasta en algunos artículos del Times, comenzó a seguirle los pasos. Prefería saber la verdad de una buena vez y no quedarse con el entripado de un quizás, de esos que solo apretaban mas nunca ahorcaban. Para el caso, lo mejor sería saberlo todo y dejar ir aquella historia a fin de regresar a California en un pedazo. Rota, pero pegada y de pie.

    Si había algo que jamás dejaría que se viera al echarle una rápida ojeada, eso sería a una Lesley hecha añicos. La coraza era tan gruesa que se había convertido en una a prueba de balas, cosa que definitivamente había sido aquello, todo un tiroteo, y ella inflando su pecho en el frente de batalla sin chaleco.

    Debió saberlo, si ellos siempre habían sido el uno para el otro.

    Bastaba con mencionarla al pasar, aunque de manera intencional, para que el semblante de su hombre se encendiera casi instantáneamente. La hacía perder los estribos, sobre todo el hecho de que ni siquiera intentara disimularlo. Repetía sus días inmersa en la firma de un acuerdo implícito en el que estarían juntos, sí, aunque no completos. Al menos no él, que en cuerpo aparentaba sólido mas su alma parecía evaporarse en el éter. Conformismo. Y para el caso, por momentos habría preferido que no la quisiera, que un buen día soltara que se iría de allí en busca de su verdadero amor.

    Hoy comprobaba que efectivamente todo ese tiempo la pieza que le había faltado a su hombre radicaba en el maldito Gibraltar Lake.

    La noche en que lo encontró no sucedió demasiado. Mientras que por la ventana se lo observaba leyendo un manual del máster, ahora a distancia, ese que había comenzado presencial en California, la jovencita Darcy Andrews pasaba por la cuadra y al verla escondida entre los arbustos agitó su mano burlona.

    Pequeña idiota, pensó. Solo se la conocía en el pueblo por ser la hija mayor del alguacil y la primera familia inclusiva en toda el área.

    Luego se encargaría de ella y así se ahorraría formar parte de habladurías innecesarias. Aunque, pensándolo mejor, no creía que una joven como ella fuera de las que salían corriendo a tuitear algo así. Más bien todo lo contrario. Se la veía oscura y retraída. Probablemente no tendría demasiados amigos y los que sí le dirigían la palabra ni siquiera sabrían lo que significaba Lesley Day.

    Finalmente, pasada la medianoche, Liam apagó la luz, se fue a acostar y eventualmente ella, luego de luchar cuerpo a cuerpo con su ego destruido, arrastró sus pies hasta la habitación del Pine Lake.

    Al mediodía siguiente supo que se encontraría en Maverick’s, el bar & grill que solían frecuentar todos cuando estudiaban, época en la que ellos dos todavía se encontraban a años luz de tener algo, aunque su esperanza brillara reluciente, tal como los ojos de una niña.

    Un alerta en su teléfono activó el nuevo recorrido que haría ese día. Tenía el entripado de que su ex no solo había vuelto al lago por trabajo. Y muy a su pesar, esa misma tarde terminó por confirmarlo.

    El ocre de un firmamento que solía disfrutar en la costa oeste de vez en cuando, al mirar por la ventana, ahora se convertía en el ominoso mural de fondo contra el que chocaría. La verdad como un fogonazo encandilador. Esa que siempre había sabido esconder, pero que al mismo tiempo nunca se había atrevido a destapar, como si se tratara del cajón del desorden: todos tenemos uno, pero no por ello es grato abrirlo para contemplar el desastre.

    Liam se encontró con Leanne en algún punto perdido del bosque que unía el pueblo con el lago. Ambos apagaron las luces de sus respectivos coches y luego ella bajó para caminar sigilosa hasta la camioneta de su hombre, porque así todavía lo sentía, suyo. Le hirvió la sangre y acto seguido, caliente y oxidada, chorreó desde una herida que jamás había terminado de cicatrizar.

    Respiró, contó hasta diez, luego hasta veinte. Irrumpir en aquella escena solo la habría hecho quedar como una lunática buscando venganza. Y si había algo en lo que ella jamás caería, y mucho menos por un hombre, era en la locura. Lo de la venganza estaba por verse. Nadie rompía a Lesley Day más de lo que ella misma había hecho todos estos años.

    AUDREY JORDAN

    Martes 14 de mayo, 20.30 h

    La carretera recién asfaltada luego de absorber el calor del día provocaba que al entrar en contacto contra las llantas del auto, estas se sintieran como quien camina con zapatos de goma sobre un área en donde se acaba de derramar un refresco con azúcar.

    Mientras que en la radio sonaba Runaway, si cerraba mis ojos todavía podía sentir en diferido el ardor que recorría cada uno de mis músculos y acto seguido escuchar el irritante Jordan, se queda atrás del sargento Michael Cantabric. Habían pasado seis meses, pero el hecho de haber fracasado en la Academia de Policía me torturaba hasta la médula.

    Si bien había gozado de un pasado deportivo bastante activo, esta era otra historia. Actividades de riesgo, cuerpo al fango, saltar por sobre unas cuantas llantas de camión. Definitivamente demasiado para Jordan, sobre todo para una de treinta y cuatro. Pero Hardy me había dejado en claro que de no completar mi entrenamiento no podría entrar a trabajar con ellos, y en eso se mantenía firme, sobre todo porque de otra manera jamás podría portar un arma.

    Ciertamente, todavía no terminaba de entender si aspiraba a ello. Tenía mis reservas respecto al tema armamentista y sus resoluciones, pero para participar activamente de su escuadrón no me quedaba otra opción que esa. Y así yací, durante meses, suspendida en el aire, colgando de una soga a metros de un suelo de materia dudosa.

    Retorné a casa aquel viernes de noviembre, con los músculos entumecidos y luego descansaría dos semanas hasta volver a ingresar. No regresé nunca más.

    La última vez que había hablado por teléfono con Cole se lo podía escuchar algo cansado y esto bien podría atribuírsele a su duelo por Juliet, aún. Craighton siempre sería Craighton, aunque ahora se encontraba levemente reblandecido por Jordan. Había pasado casi un año desde aquella locura de haberme

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