Donde los puentes se alzan
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Esta obra poética está llena de pureza cristalina; en ella, la forma, sencilla y regular, o variable, es el paradigma en que se pone en evidencia la profundidad del pensamiento de su autora. Alardes de versos al ritmo de la belleza. "Un día me leerás sobre un puente extranjero...".
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Donde los puentes se alzan - Clarisa Tomás Campa
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
Colección: Poesía
© Clarisa Tomás Campa
Edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.
Diseño de portada: Antonio F. López.
Fotografía de cubierta: © Fotolia.es
ISBN: 978-84-17396-48-0
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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¡Oh delgada como vara de sauce! ¡Oh más clara que el agua clara!
¡Oh junco a orillas del estanque! ¡Hermosa Hija del Río!
¡Oh tiempo de primavera y tiempo de verano, y otra vez primavera!
¡Oh viento en la cascada y risa entre las hojas!
El Señor de los Anillos
. 
J.R.R. Tolkien.
A Berhan y a Amara.
A la tierra anaranjada.
A las montañas.
A dos puentes ambarinos y su luz mediterránea.
A mis puentes conocidos. A los ríos.
A un puente extranjero
y al amor que siempre vuelve,
al verdadero.
Al puente de otro tiempo y su legado permanente.
A las aves. A los árboles.
Al encuentro. Al viaje.
Al retorno de las aves.
A los libros que leí.
A los autores.
A ti, lector.
PRÓLOGO
La llamada de un puente suele ser tímida, casi susurradora, como la voz de los tréboles al rozar sus praderas. Por mi propia experiencia diré, que, tampoco tiene una hora concreta; a mí me llamaban a la hora de ir al colegio y también en los días festivos. Miraba hacía atrás y allí había uno, ¡siempre había uno!, guiñándome un ojo, o entregándome rosas.
El primer puente del que tengo recuerdo era de piedras verdes rotas y sin barandas, casi desnudo. Él me sorprendió sobre un riachuelo en la orilla lusitana camino de Fonte Santa. Su imagen bella aún perdura en mi memoria. Con los años supe que aquella visión era Poesía, la eterna Calíope endulzando metáforas...
Cuando crecí, me gustaba recorrer lugares y cruzar sus poéticas. Cada puente guardaba la huella de su historia en el linaje ennegrecido en su espalda, y aquellas huellas me hablaban (o cantaban). Puentes miradores desde donde podía ver distancias, incluso pañuelos de adioses, alejándose.
Procuro seguir con la costumbre de atender sus llamadas y llegarme hasta ellos. Averiguar qué fue de su presencia neutra y porqué hablan bajito. Me imagino entre transeúntes intemporales, inflamada de ganas de andar y buscando la vida precursora. La vida que siempre va delante, vivaz en cada alcor. La vida que queda atrás, pisada, difuminada en el paisaje.
Los puentes me resumen la existencia. Ellos sostienen los días y las noches, en el fervor de las estaciones con toda su pléyade. Compartimos la misma marca de agua y el mismo gen perecedero, el mismo deseo de movimiento que nos vuelve etéreos. Y, me hacen sentir que soy también trayecto, un trozo de encuentro (del Gran Encuentro), donde me uno a otros caminantes.
Y vamos y venimos, y escribimos historias en su nexo portable. No imagino la vida sin puentes vitales, sin sus alas sobre los ríos y las montañas, pronunciándose. No imagino una tierra sin enlaces.
Quizá el andar comienza ahora,
Puente Inalcanzable...
¡No mires más el horizonte arcano
donde el día acaba su fugaz pestañeo!
¡La mar está henchida de mañanas
con sus barcos pletóricos de islas!
¡Vuelve al deletreo de las estrellas!
¡Vuelve al diálogo del agua en los nenúfares!
Quizá el camino empieza ahora...
Ahora que comprendo la lejanía que guardan
los pasos transeúntes; ahora que puedo sentir
el dolor del canto oblicuo
sobre el breve perfume.
DONDE LOS PUENTES SE ALZAN
Puente Viejo (Stari Most)
sobre el río Neretva.
Donde los puentes se alzan
rumorea el viento del norte.
Las columnatas estoicas
disecadas en los miradores,
reverberan melancolías
que van y vienen.
Y el mar de blanco destino,
bajo su mármol de flores,
sonríe y duerme...
Allá en los filos, ¡oh Mármara!,
las humaredas fósiles,
con sus fuegos negros
desnudan los bosques,
para despintar las viejas ciudades,
las eternas ciudades calcinadas.
¿Y cuántas veces, ellos, lavaron
la sangre de los ríos?
¿Y cuántos pies han besado
bajo lunas y tempestades?
En tiempos urgentes, la dulce premura
lamía sus ojos llenos de heladas,
y amó sus lustros engarzados
sobre el breve mayo.
Allí donde las sombras relamen
su festín de caracolas,
ellos lucen y sanan los tristes paisajes,
balancean los sueños oprimidos
y los hacen volar... ¡Subir!
¡Aletear en los regueros jubilosos de Antares!
ANDAR, ANDAR, ANDAR
«Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron».
Miguel de Unamuno.
Andar, andar, andar,
llorar caminos,
cruzar sobre los puentes,
seguir latidos.
Amar, amar, amar,
sentir la vida
como la ingenua flor,
abrir los ojos al color.
Y ser apenas canto, un nacimiento,
las simples páginas que va llevando el viento.
Escribir palabras al borde del exilio,
sembrar intentos caídos del abismo.
Pasar, pasar, pasar,
dejar tu huella,
el
