Claudio Bedriñán: autor de la introducción, traducción y notas del Apocalipsis
Apocalipsis
I-
«A todos los que escuchan las palabras proféticas de este libro» (22,18): la
comunidad del Apocalipsis
El movimiento apocalíptico surge cuando, en el Antiguo Testamento, se extingue el
movimiento profético. Las causas que determinan el ocaso de la profecía son las mismas que dan
nacimiento a la apocalíptica. Entre ellas podemos mencionar la unidad entre el poder político y
religioso después del regreso del exilio (539 a.C.), debilitando la confrontación entre el profeta y el
rey.
El autor del Apocalipsis conoce bien la realidad de sus destinatarios, comunidades cristianas
que viven su fe a finales del siglo I d.C. en la Provincia romana del Asia Menor. Desde la corriente
apocalíptica se dirige a ellas en respuesta a sus situaciones concretas y animarlas en su fe puesta a
prueba. Él autor sabe que es miembro de una Iglesia cuyas comunidades van consolidando su
identidad en un proceso que implica un paulatino distanciamiento de la comunidad judía de la
diáspora y, a la vez, una paulatina inserción en las diversas ciudades del mundo mediterráneo, de
cuño pagano y culto al Emperador. La inserción de las iglesias locales en este mundo no es pacífica,
sobre todo por lo que se refiere al culto al Emperador o religión del estado. Los Emperadores
promovieron y obligaron a que se les rindiera culto. Los cristianos se negaban a cumplir este mandato
y tuvieron que optar por vivir en la frontera de la sociedad imperial. La experiencia vivida durante la
cruel persecución de Nerón en Roma (64 al 68 d.C.), había demostrado a la comunidad cristiana que
su confrontación provocaba todo tipo de tensiones e incluso persecuciones localizadas y, en cierto
sentido, previsibles.
Asia Menor es una región en pleno desarrollo económico y cultural, con gremios y
corporaciones florecientes. Las ventajas políticas, económicas y profesionales para muchos de los
cristianos residentes en esas prósperas ciudades comerciales eran muy seductoras, lo cual comportaba
una gran amenaza para una identidad cristiana que se iba consolidando y que corría el peligro de
diluirse, perdiendo la fuerza profética del mensaje cristiano. Esto, entre otras razones, explica el
evidente rechazo que muestra el autor hacia la cultura grecorromana. Además, los judíos y sus
sinagogas, las que tenían una tradición ganada en el mundo grecorromano, contaban con varios
privilegios del Imperio. Los cristianos, al separarse de ellos para consolidar su identidad, perdían
estos privilegios y quedaban aún más indefensos.
Ante estas situaciones, el autor interpreta y repropone el mensaje cristiano dentro a la luz de
la tradición judeocristiana profética y apocalíptica.
II-
«¡Yo hago nuevas todas las cosas!» (22,5): la teología del Apocalipsis
1-
Una teología de la historia
En estas últimas décadas, la teología del Apocalipsis ha tenido un desarrollo importante. El
objeto sobresaliente de esa atención lo constituyen algunos grandes temas de la teología bíblica del
Nuevo Testamento que encuentran en el Apocalipsis una formulación acabada.
Entre estos temas está la reflexión e interpretación de la historia de la humanidad a la luz de
la fe. La teología de la historia en el Apocalipsis tiene la finalidad de ayudar al pueblo de Dios a
discernir la hora que le toca vivir y a responder adecuadamente a ella. Es significativo que no se
ocupe de eventos, sino de todo el arco de la historia, para descubrir en él lo que el Señor está haciendo
según su plan (lo que debe suceder) y pidiendo a los suyos (lo que se debe hacer).
Aunque el Apocalipsis tenga sus raíces en la historia del siglo I d.C., sin embargo, se abre por
su carácter simbólico a una significación universal para la Iglesia de todos los tiempos. El contexto
litúrgico en que el autor sitúa desde el inicio la lectura del Apocalipsis, contexto que se mantiene a
lo largo de toda la obra, nos permite deducir que es la Iglesia como asamblea litúrgica la que será
capaz de comprender la historia y apreciarla, para encarnar en la realidad concreta en la que vive su
vocación trascendente.
Así concebida, la teología de la historia no le permite a la Iglesia escapar de la realidad en la
que vive su fe, aún más, su misión no se vive sin la transformación de la realidad hasta que se cumpla
el proyecto divino de hacer «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
2-
La Trinidad en la historia
Otro de los temas relevantes es el misterio Trinitario que denota un estadio bastante
desarrollado en el conjunto del Nuevo Testamento.
Se habla de la Trinidad a partir de la comunicación de Dios a través de cada una de las Personas
divinas: el Padre, al que se denomina “Dios”, el Hijo o “el Cordero”, y el Espíritu Santo. Es Jesucristo
quien nos revela el misterio de la Trinidad por el único camino al que podemos acceder: en la historia.
Dios Padre es quien pone en marcha todo el dinamismo amoroso y salvífico, domina la creación con
su omnipotencia y, eliminando las fuerzas que se le oponen, hará nueva todas las cosas (Ap 21,5).
Dios está realizando continuamente –en un hoy que abarca todo el arco de la historia– ese salto
cualitativo que implica la novedad de Cristo en la historia como espacio de revelación y salvación
de Dios.
Cristo o “el Cordero”, su rasgo más característico en el libro, posee toda la fuerza salvífica
que hizo posible el misterio pascual (5,6). Su entrega y poder lo ubican junto al trono de Dios para
juzgar y purificar la historia y para ayudar a interpretar el momento que vive su Iglesia, aún peregrina.
Pero sobre todo su ubicación junto al trono de Dios es para derrotar, mediante su Iglesia, a las fuerzas
históricas hostiles. Así, Cristo prolonga en la historia de su Iglesia su propia victoria pascual.
El Espíritu Santo se describe en relación a la misma historia humana y es la manifestación
plena de la trascendencia divina en todas las formas posibles (5,6). Es el Espíritu que pertenece a
Cristo (3,1) y en el Espíritu reside el poder de comunicar y dar la vida de Dios a la humanidad.
Considerando que el Apocalipsis debe ser interpretado en clave litúrgica, hay que ver en él a
la Trinidad activa y eficaz, como en la celebración litúrgica cristiana. En el ámbito litúrgico es donde
la comunidad puede experimentar, en el hoy que está viviendo, las realidades que Jesús le promete
(19,9). El Apocalipsis nos invita a interpretar toda nuestra historia, pasada, presente y futura, como
una gran liturgia idealizada que aspira a unirse, bajo el influjo del Espíritu, con su Señor y Esposo:
Jesucristo al mismo nivel de Dios Padre.
3-
Iglesia y escatología, consumación de la historia
Otro tema relevante en el Apocalipsis es la eclesiología o reflexión sobre la Iglesia,
estrechamente ligada a la escatología. La Iglesia se concibe como el pueblo de Dios de la nueva
alianza, totalidad litúrgica en la cual vive y actúa Jesucristo, por lo que aún cuando aparezca
geográficamente circunscripta tiene dimensión trascendente. Y si Cristo vive y actúa en la Iglesia,
ésta tiene que manifestarlo. Se concibe también como Novia que aspira a convertirse en la Esposa
del Cordero, conviviendo en condición de igualdad en la ciudad de Jerusalén.
La escatología es uno de los temas teológicos más característicos del Apocalipsis. La
insistencia acerca del tiempo que pasa, llevándonos a la consumación definitiva de la historia, le
confiere al libro del Apocalipsis un desarrollo y conclusión irreversibles. Sin embargo, esto no
significa que el pasado y el presente no tengan densidad histórica ni teológica, pues todo mira a su
conclusión escatológica. Precisamente porque todo está llamado a consumarse en la plenitud de los
tiempos, no a desparecer como creación fallida, el pasado y el presente se transforman en camino
para el futuro de lo creado en Dios.
Con todo, la conclusión escatológica posee una importancia propia, también respecto al
pasado y al presente, de lo que se habla en la sección conclusiva (Ap 22,6-21). El mal se condensa
en la figura de Babilonia, la gran Prostituta (17,1-2; 19,2), y lo realizan hombres que forman parte
del sistema terreno, cerrado a la trascendencia, y que responden a los impulsos de los reyes de la
tierra, de la Bestia y de su falso profeta (16,13-14), es decir, responden a lo demoníaco. La
intervención del Cordero, «Señor de señores y Rey de reyes» (17,14) desarticula el mal y todo su
sistema. Por tanto, el mal y los agentes del mal están vencidos, aunque los discípulos del Cordero
alcanzarán la plenitud de la bondad cuando sean transformados en la Jerusalén nueva, la CiudadEsposa.
En este contexto, la venida de Cristo no puede ser considerada como un acontecimiento
espectacular, sino más bien como Aquél resucitado a quien hay que invocar como Señor del mundo
y de la historia (Ap 22,20), para llenar los vacíos de valor presentes en el quehacer humano y para
que todo lo que es realmente humano, gracia a él, alcance su plenitud al fin del tiempo. Así, la
realización de la venida de Cristo comportará un salto cualitativo respecto al mundo actual y a la
historia, pero sin que implique necesariamente una catástrofe. La salvación del Señor, la misma que
al final de los tiempos hará que todo sea nuevo, está ya presente en la Iglesia y en el corazón de los
suyos.
4-
Hacia una espiritualidad apocalíptica
La experiencia apocalíptica sigue el hilo de la narración del Apocalipsis con sus dos etapas:
la de purificación (Ap 1,4-3,22) y la de discernimiento (4,1-22,5). La Iglesia, como asamblea litúrgica
purificada, discierne su hora. Situada en el desarrollo lineal de la historia de la salvación entre el “ya”
y el “todavía no”, la comunidad eclesial se reúne para prestar oído a la voz del Espíritu y así renovar
su relación con Cristo muerto y resucitado y dejarse transformar por el mensaje y los imperativos
que Cristo le dirige. Gracias a este acontecimiento espiritual y litúrgico, la comunidad sube
idealmente al cielo, colocándose en el mismo punto de vista de Cristo y, desde este lugar, leer
adecuadamente su propia historia, buscando responde al Espíritu del Señor. Después de haber
despertado su sentido de Dios y de haber constatado que el plan de la historia tiene la impronta de la
trascendencia y, por consiguiente, es inaccesible, se confía a Cristo, el Cordero. De esta manera,
aplicando a su situación concreta los esquemas de comprensión que el Espíritu le propone como
mensaje, logra entender las interpelaciones operativas que la hora actual de la historia le dirige:
deberá sufrir, discernir y colaborar con la victoria de Cristo en vistas de la meta escatológica.
Toda esta experiencia se encuadra en «el día del Señor», o sea, el Domingo (Ap 1,10). El hilo
narrativo se concluye con la disolución de la asamblea, indicado en la fórmula final de saludo: «¡Que
la gracia de Jesús, el Señor, esté con todos!» (22,21). Es probable que antes de la despedida, la
asamblea celebrara la Eucaristía.
Aquí se cierra el propósito del Apocalipsis, cuando en sus destinatarios alcanza su efecto
espiritual y pastoral, puesto que sus destinatarios reunidos en asamblea litúrgica como el nuevo
pueblo de Dios acepta su mensaje y sale revitalizada. La asamblea renueva su contacto con Cristo,
se hacen capaces de expresar el testimonio y de transformarlo en una profecía análoga a la de los
grandes profetas del Antiguo Testamento. A este punto, la asamblea portadora de este impulso
profético ya puede disolverse e integrarse al mundo y a la historia para compartir los valores del
Cordero.
III-
«Escribe en un libro lo que ves» (1,11): el Apocalipsis como obra literaria
1-
El Apocalipsis, género literario, autor y fecha de composición
El libro es conocido con el nombre de “Apocalipsis”, la palabra griega con que comienza, y
que significa a la a vez revelar lo escondido y mantener un velo permanente sobre lo revelado. El
libro, pues, forma parte de la llamada literatura apocalíptica, un género literario antiguo. Su propósito
es revelar a las comunidades, según el plan de Dios, el misterio de la historia en la que viven: se
avecina una lucha heroica, con un desenlace triunfal y glorioso. El género apocalíptico es frecuente
en los profetas tardíos y abundante en la literatura que encontramos entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento. El autor, aunque escribe un “apocalipsis”, se siente un profeta y su obra la presenta como
síntesis entre apocalíptica y profecía. Por ello, las cartas dirigidas a las comunidades cristianas
recuerdan los mensajes de los profetas y todo el Apocalipsis se presenta más bien como un escrito
que debe ser leído e interpretado en las celebraciones litúrgicas de la comunidad.
Hoy no nos resulta fácil interpretar un libro como el Apocalipsis, pues se debe tener en cuenta
sus aspectos literarios, su simbolismo y su actualización posterior. El simbolismo es quizás el aspecto
más creativo de la literatura apocalíptica, ya que mediante él se vuelve a proponer los contenidos de
la revelación de manera misteriosa y novedosa. El desafío es captar la intuición de fondo detrás de
cada símbolo y luego ver la modificación que realizó el autor para transmitir su mensaje. Lo
simbólico se refiere al cosmos, a animales, al ser humano, a colores y a números. Cada uno de los
símbolos debe ser interpretado en su singularidad, escapando a la tentación de superponerlos para
tratar de imaginarlos como una imagen coherente. Estos símbolos no se interpretan sólo desde la
inteligencia, esperando que respondan a una estricta argumentación lógica. Es toda la persona que se
debe comprometer en la comprensión de los símbolos y, por tanto, interpretarlos también con su
emotividad, capacidad de elegir y decidir y con una creatividad que sintonice con el autor,
permitiendo una aplicación adecuada a la historia actual.
Es importante la presencia de un lector y de la asamblea cristiana, protagonistas de la
experiencia apocalíptica, pues ambos deben descifrar su contenido en la celebración litúrgica
idealizada. Cuando los símbolos del Apocalipsis se confrontan con un lenguaje realista, presentan
una franja de indeterminación que, por un lado, hay que saber aceptar y, por otro, saber completar
para aplicar a la realidad. Así, quien busca comprender dichos símbolos se lo invita a participar en
la interpretación creyente de la historia, pues se le pide implícitamente completar lo que falta y leerlo
aplicándolo a su realidad actual. La literatura apocalíptica es envolvente y requiere de lectores
proactivos.
El autor se da a conocer con el nombre de “Juan”. Aunque sin unanimidad, la tradición
atribuyó el Apocalipsis al apóstol Juan, hermano de Santiago (Mc 1,19). Hoy, más bien, se prefiere
hablar de un profeta llamado Juan o, en coherencia con la literatura apocalíptica, se piensa en el
pseudónimo de un discípulo que pertenece a la escuela joánica, garante de su tradición teológica y
espiritual. La fecha de composición oscila en un arco de tiempo que va, como fecha más tardía, de
la época del emperador Trajano (98-117 d.C.) al reinado de Nerón (54-68 d.C.), como fecha más
reciente. El testimonio de Ireneo, del que no hay razones serias para dudar, ubica la visión del
Apocalipsis «hacia finales del reinado de Domiciano». Dado que Domiciano fue asesinado el 16 de
septiembre del año 96, estaríamos en los años 95-96.
2-
Organización literaria
Prólogo
I
Diálogo de Jesús con su Iglesia
1- Diálogo litúrgico inicial
2- Mensajes de Cristo a las siete comunidades
II
Diálogo de Jesús y su Iglesia con el mundo
1- El Trono, el Libro y el Cordero o los actores de la revelación
1,1-3
1,4-3,22
1,4-20
2,1-3,22
2- Los siete sellos o el significado de la historia
3- Las siete trompetas o el desarrollo de la historia
4- Los tres signos o la batalla del bien contra el mal
5- El juicio o la aniquilación del mal
Epílogo
4,1-22,5
4,1-5,14
6,1-7,17
8,1-11,14
11,15-16,16
16,17-22,5
22,6-21
Una organización literaria que nos permite leer Apocalipsis con frutos es la siguiente:
Aunque se ha discutido si el Apocalipsis es el resultado de la reunión de varias piezas literarias
de diversa procedencia, parece más bien que es una obra unitaria, precedida de un Prólogo y
concluida con un Epílogo. Entre ambos se desarrolla su contenido en dos partes de longitud desigual,
pero claramente definibles.
En la Primera Sección, de carácter más profético, se dispone a la asamblea cristiana reunida
para la celebración litúrgica a comprender la segunda Sección, más extensa y de marcado tono
apocalíptico. El libro se inicia con un diálogo litúrgico entre Juan, destinatario de la visión, y las
comunidades, pueblo sacerdotal al servicio de Dios; se insiste en la necesidad de la penitencia y la
conversión para aceptar la revelación que Dios tiene, mediante Juan, para las iglesias. Sigue luego el
mensaje del Resucitado a siete iglesias locales, todos con un similar esquema literario y con la
finalidad de que las comunidades inicien el proceso de conversión. Además de valorar sus aspectos
positivos y denunciar sus negativos, se les pide la respuesta del discernimiento sapiencial para
comprender lo que el Espíritu dice a las iglesias. La aceptación y comprensión la obtendrá sólo aquel
que ha pasado por el pórtico purificador de estas siete cartas. Éste queda preparado para recibir el
“apocalipsis” o revelación divina sobre lo que va a suceder.
En la Segunda Sección se pueden reconocer cinco partes o momentos que, como proceso y
con una rica imaginación por parte del autor, proponen el actual desarrollo de la historia en el
horizonte del fin del mundo. Así, una vez que la asamblea litúrgica ha purificado su mirada, escucha
la interpretación de los acontecimientos con la mirada puesta en Dios y su plan. Primero, se presenta
a Jesucristo muerto y resucitado como única clave para interpretar la historia y se emplean las
imágenes del Trono, del Libro y del Cordero. Luego, se abren los sellos que describen las fuerzas
positivas y negativas que se enfrentarán en la historia. Enseguida, estas fuerzas comienzan a actuar
y la historia se pone en movimiento. En la cuarta parte se presenta el momento álgido, esto es, el
enfrentamiento decisivo de las fuerzas de signo positivo con las fuerzas que responden al mal. En
última parte se resuelve el drama de la historia en favor de la Esposa (la Iglesia) frente a la gran
Prostituta, símbolo del mal, lo que llena de esperanza escatológica a la asamblea.
Ahora bien, como los septenarios ocupan un lugar literario y teológico fundamental en el
Apocalipsis, también se puede organizar el libro en forma concéntrica como sigue: prólogo (Ap 1,13); primer septenario: las siete cartas a las siete iglesias (1,4-3,22); segundo septenario: los siete
sellos (4,1-8,1); tercer septenario y central: los siete ángeles con las siete trompetas (8,2-14,20);
cuarto septenario: los siete ángeles con siete copas rebosantes de castigo divino (15,1-19,10); quinto
septenario: las siete visiones del triunfo final de Cristo sobre las fuerzas que se le oponen (19,1122,5); epílogo (22,6-21). Para el comentario del libro, adoptamos la primera organización literaria.
3-
Actualidad del Apocalipsis
Estamos ante uno de los libros más leídos y menos comprendidos entre los creyentes.
Su interés quizás radica en que se percibe que allí Dios predice lo que nos interesa: qué va a pasar
con nuestro presente y qué esperar de nuestro futuro. Y, en parte, Apocalipsis se escribe con esta
finalidad. Está dirigido a cristianos de fines del siglo I d.C. que creían que la segunda venida del
Señor estaba cerca. Mediante potentes y sugestivas imágenes, el autor les ofrece claves de lectura
para comprender su historia en razón del destino último de la humanidad. Sacudida por el
sincretismo, la idolatría y la apostasía, aquella comunidad fue invitada una y otra vez a permanecer
fieles al Señor porque ya viene.
Los tiempos de hoy no son tan diversos a aquellos. Por ello el Apocalipsis se revela como el libro
que nos invita a una fidelidad creativa al Señor en tiempos de flaqueza y dispersión, y su mensaje
revive nuestra esperanza cuando la maldad parece imponerse. Si el Señor ya viene, no cabe el
desconcierto y la huida ante la realidad para los que caminan a las bodas con el Cordero en la
Jerusalén celestial. Esto no significa que no importe el presente frente a la victoria final del Cordero,
puesto que sólo la fidelidad del creyente en el hoy de cada día, le abrirá las puertas de la nueva
Jerusalén que desciende del cielo, su hogar definitivo.
Apocalipsis
Prólogo
Revelación que Dios confió a Jesucristo
1 Revelación que Dios confió a Jesucristo, para mostrar a sus servidores lo
que está a punto de suceder. Él envió a su ángel para comunicársela a su servidor
Juan, quien testimonia que lo que ha visto es Palabra de Dios y testimonio de
Jesucristo. Dichoso el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y
cumplen lo escrito en ella, porque el tiempo está cerca.
1
2
3
1,1-3: El libro del Apocalipsis o de la “Revelación” que proviene de Dios Padre tiene por destinatario a
Jesucristo quien a su vez, por medio de un ángel o mensajero, la transmite a su servidor Juan, para que
comunique el contenido de esa revelación a las comunidades cristianas, reunidas para sus celebraciones
litúrgicas. Y el contenido son los acontecimientos que están a punto de suceder. El centro del libro es Jesucristo
muerto y resucitado y sus consecuencias para el cosmos y la historia, y para el mal y su fuerza se hallan en
ellos. Será dichoso quien comprende y obedece lo que Dios revela, lo que da al Apocalipsis un tono de consuelo
y felicidad. No queda mucho, pues la distancia que nos separa de la plenitud del tiempo se ha acortado. El
vocabulario de este Prólogo se corresponde con el Epílogo (22,6-21), enmarcando todo el Apocalipsis.
1,1: Dn 2,28 / 1,2: 1 Tim 6,13 / 1,3: 1 Cor 14,1
I
Diálogo de Jesús con su Iglesia
1,4-3,22. El Apocalipsis está concebido como un diálogo litúrgico entre varios protagonistas en el que Dios,
Jesucristo, el Cordero, y la obra de la salvación concentran la alabanza y el culto de la asamblea de cristianos
reunidos para celebrar el día del Señor. En este contexto litúrgico, con frecuentes recurrencias explícitas e
implícitas al Antiguo Testamento, sobretodo a pasajes apocalípticos, se inicia el relato de la revelación acerca
de «lo que está a punto de suceder» (1,1). Dos partes se distinguen: el diálogo litúrgico inicial (1,4-20) y el
mensaje que Cristo dirige a las siete comunidades del Asia Menor (2,1-3,22). La primera parte prepara la
segunda y ambas, la revelación central del Apocalipsis, el diálogo de Jesús y su Iglesia con el mundo (4,122,5).
1- Diálogo litúrgico inicial
1,4-20. La asamblea se ha reunido para la celebración del Domingo o «día del Señor» (1,10). Se inicia un
diálogo litúrgico y coral entre el receptor de la visión, identificado con el apóstol Juan (1,4), y la asamblea
reunida para la celebración del misterio pascual de su Señor (1,4-8). Las siete cartas a las siete iglesias (2,13,22) se preparan presentando a Cristo y a las siete comunidades cristiana, a las que se invita a la conversión
de modo que puedan comprender la revelación que Dios les hará mediante Juan (1,9-20). La presentación de
Cristo se hace mediante imágenes no fáciles de entender, recurso propio de la literatura apocalíptica. Como
son “siete” las iglesias, número que indica perfección, dichas cartas están –en realidad– dirigidas a la Iglesia
universal.
Juan a las siete iglesias que están en Asia
Juan a las siete iglesias que están en Asia: gracia y paz a ustedes de parte
del que es, el que era y el que viene, y de parte de los siete espíritus que están ante
su trono, y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primero en resucitar de entre
los muertos, el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos sigue amando y
liberando de nuestros pecados por medio de su sangre e hizo de nosotros un reino
y sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los
siglos. ¡Amén!
¡Miren! ¡Viene entre las nubes! [Dn 7,13]
Todos lo verán, incluso los que lo traspasaron [Zac 12,10-11],
y todos los pueblos de la tierra harán duelo por él [Gn 12,3; 28,14].
¡Así suceda! ¡Amén!
Yo soy el Alfa y la Omega –dice el Señor Dios– el que es, el que era y el que
viene: ¡el Todopoderoso!
4
5
6
7
8
1,4-8: Las siete iglesias locales de la provincia romana de Asia Menor, mencionadas a partir de Apocalipsis
2,1, están reunidas en asamblea litúrgica para escuchar lo que Juan, en nombre de Dios, les dirá a cada una. El
diálogo litúrgico es entre el enviado, personificado por Juan, y sus oyentes, las iglesias locales. La fórmula
escatológica el «que es, el que era y el que viene» (1,4.8), ampliación del nombre de Dios (Ex 3,14; Jn 6,35),
indica la constante intervención divina en la historia humana. Se presenta al único y perfecto Espíritu de Dios
y de Cristo, primero en relación con cada uno y luego como don divino enviado a la humanidad. A la asamblea
se le recuerda su nueva condición sacerdotal y, por lo mismo, su pertenencia a Dios Padre gracias a Jesús que,
con su sangre, los lavó de sus pecados. La asamblea, pues, queda preparada para alabar a su Señor y reconocerlo
cuando venga por segunda vez para culminar la historia de la salvación iniciada por su encarnación. Jesucristo
es el principio de la creación («Alfa», primera letra del alfabeto griego) como el final de todo («Omega», última
letra; Ap 21,6; 22,13; Jn 1,1-3).
1,4: Éx 3,14-15; Is 11,2; Rom 1,7 / 1,5: Is 55,4; Sal 89,27; Heb 9,14 / 1,6: Rom 1,25 / 1,7: Jn 19,34-37 / 1,8:
Is 41,4
Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias
Yo, Juan, hermano de ustedes y con quienes comparto –en Jesús– la
tribulación, el reino y la perseverancia, me encontraba desterrado en la isla llamada
Patmos a causa de la Palabra de Dios y del testimonio acerca de Jesús. El día
del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz potente, como de
trompeta que decía: «Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias:
a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea».
Me volví para ver de quién era la voz que me hablaba y, al hacerlo, vi siete
candelabros de oro y, en medio de los candelabros, alguien semejante a un hijo
de hombre, vestido con una túnica larga hasta los pies y ceñido con un cinturón de
oro a la altura del pecho. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana y
nieve, sus ojos como llamas de fuego,
sus pies semejantes al bronce
incandescente de un horno ardiente y su voz como estruendo de aguas torrentosas.
Tenía en su mano derecha siete estrellas, de su boca salía una espada cortante
de doble filo y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.
Cuando lo vi caí a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha
sobre mí, diciendo: «No temas: Yo soy el primero y el último, el viviente. Estuve
muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la
Muerte y del Abismo. Escribe, pues, lo que acabas de ver, lo que ya es y lo que
va a suceder después de esto. Y el misterio de las siete estrellas que has visto en
mi mano derecha y de los siete candelabros de oro es éste: las siete estrellas son
los ángeles de las siete iglesias y los siete candelabros son las siete iglesias».
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
1,9-20: Desterrado en Patmos, pequeña isla en el Mar Egeo, cercana a Éfeso, el autor entra en éxtasis «el día
del Señor» o Domingo, cuando la comunidad se reúne para celebrar la resurrección de Jesucristo. Recibe,
entonces, el mandato de escribir a siete iglesias del Asia Menor (1,10-11), las que por ser “siete”, número de
perfección y totalidad, representan a toda Iglesia. Es imposible oponerse al mandato, porque proviene de
alguien parecido a un ser humano (Dn 7,13-14), referencia a Jesucristo hecho hombre, pero revestido del poder
propio de Dios (Ap 1,12-16). Jesús, en su condición de plenitud de vida, comparte la autoridad y la obra
creadora y liberadora del “Señor Dios” del Antiguo Testamento. Así, ejerciendo su función soberana sobre
vivos y muertos (1,18), Jesús se hace presente en su Iglesia orante, para hablarle, conducirla y juzgarla, que no
es lo mismo que condenarla. Su propósito es comunicar su vida a la Iglesia, para que venza la muerte a lo largo
del desarrollo histórico de la salvación y alcance, al fin del tiempo, la plenitud de su vocación. Presente en
ellas, el Señor compromete a las comunidades y a sus «ángeles», probable nominación de los dirigentes (1,20),
a vencer el mal y caminar hacia la plenitud de la historia humana que su parusía hará realidad.
1,9: Rom 5,3 / 1,10: Hch 20,7 / 1,12: Éx 25,31-40; Zac 4,2 / 1,13: Dn 7,13 / 1,13-15: Dn 10,5-6 / 1,14: Dn 7,9
/ 1,15: Ez 1,24; 43,2 / 1,16: Is 49,2; Heb 4,12 / 1,17: Is 6,1-8; Dn 10,9-11 / 1,18: Jn 5,21.25-29 / 1,20: Éx
23,20-23; Dn 12,1
2- Mensaje de Cristo a las siete comunidades
2,1-3,22. No se puede recibir la revelación acerca de «lo que está a punto de suceder» (1,1) si no se purifica la
vida de pecado. Apocalipsis 2 y 3 es una invitación penitencial a prepararse para entender el sentido último de
la historia y vivir conforme a él. Se requiere estar en sintonía espiritual con el Cordero, Jesucristo, para entrar
en los designios de Dios. Los siete mensajes dirigidos a las siete iglesias son, pues, exámenes de conciencia
para procurar la conversión, lo que es indispensable, pues la relativa lejanía con la figura de Jesús, el peligro
de idolatría y apostasía, el entusiasmo que se transforma en apatía… han enfriado el amor primero. Las cartas
tienen una estructura literaria fija: a)- orden de escribir y destinatario; b)- autorrevelación de Jesucristo; c)juicio sobre cada iglesia o comunidad cristiana con elementos positivos y negativos; d)- exhortación a la
conversión y a escuchar la voz del Señor, y e)- promesas de bendición al vencedor.
Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso
2 Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso: «Esto dice el que tiene las siete
estrellas en su mano derecha y camina en medio de los siete candelabros de oro.
Conozco tu conducta, tu fatiga y tu perseverancia, sé que no puedes soportar a los
malvados, que pusiste a prueba a los que se hacen llamar apóstoles sin serlo,
demostrando que son mentirosos. Has perseverado y sufrido por mi nombre sin
rendirte. Pero tengo contra ti, que has dejado de lado tu primer amor. Recuerda,
pues, de dónde has caído, conviértete y recupera tu conducta primera. Si no te
conviertes, vendré a ti y arrancaré tu candelabro de su lugar. Sin embargo, tienes
a tu favor que aborreces la conducta de los nicolaítas, que yo también detesto».
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias:
«Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios».
1
2
3
4
5
6
7
2,1-7: Éfeso era la capital de la provincia romana de Asia Menor y residencia oficial del procónsul. Gozaba de
una administración autónoma y un importante puerto que surtía a la ciudad de recursos y de comunicación con
el exterior. Allí estaba el majestuoso templo a la diosa Artemisa, controlado por Roma. Aquella comunidad
corría el peligro de acomodarse al poder romano y obnubilarse con su éxito. Además, el culto a Artemisa
tendría aún un poderoso atractivo para ellos. Según algunos, la fe cristiana puede convivir con aquel mundo
grecorromano, incluyendo algunos de sus ritos cultuales. Para el autor, en cambio, la participación de la
comunidad sin discernimiento en la vida socio–política y religiosa de la ciudad, terminará hundiéndola en el
paganismo y entibiando su respuesta de amor al único y verdadero Dios, que es amor (4,8). Los cristianos son
“de Cristo”, es decir, propiedad exclusiva de Dios “en Cristo”, pues el Padre –por su gran amor– los rescató
del mal nada menos que al precio de la sangre de su propio Hijo. El autor invita a recuperar esa pertenencia y
a llenarla de significado, lo que sólo se logra dejándose amar por Dios (Jr 2,2-3). El proceso de conversión se
inicia examinando la propia conducta, sigue con el arrepentimiento sincero y termina con la práctica de las
buenas obras que se habían dejado. De no haber conversión, la comunidad será apartada del conjunto de la
Iglesia y de su culto (Ap 2,5: «Arrancaré tu candelabro de su lugar»; ver Zac 4,1-14).
2,1: Hch 18,19-19,41 / 2,2: 1 Tes 1,3; 2 Cor 11,5.13 / 2,6: Col 2,4.8 / 2,7: Gn 2,9; 3,22-24; Mt 13,9
Escribe al ángel de la Iglesia en Esmirna
Escribe al ángel de la Iglesia en Esmirna: «Esto dice el Primero y el Último,
el que estuvo muerto y volvió a la vida. Conozco tu tribulación y tu pobreza,
¡aunque eres rico!, y las blasfemias de los que se dicen judíos sin serlo, porque no
son más que una sinagoga de Satanás. No temas por lo que tendrás que sufrir.
Mira, el Diablo meterá a algunos de ustedes en la cárcel para que sean probados,
y tendrán una tribulación de diez días. ¡Mantente fiel hasta la muerte y te daré la
corona de la vida!».
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias:
«El vencedor no sufrirá la segunda muerte».
8
9
10
11
2,8-11: La ciudad de Esmirna estaba situada al norte de Éfeso, junto al mar Egeo. Vivía allí una importante
colonia judía que agredió duramente a los cristianos. Es probable que esta letra tenga por contexto esa fuerte
rivalidad de la que sabemos por otros pasajes del Nuevo Testamento (Hch 13,50; 14,2.5.19; 1 Tes 2,15-16).
Polemizando con los judíos, el autor los acusa de haber dejado de ser el pueblo de Dios para convertir en «una
sinagoga de Satanás» o del Adversario a Dios (Ap 2,9). La ofensa hecha a un cristiano, que es ahora el
verdadero judío, se considera una blasfemia a Dios. Los cristianos sufrirán contrariedades por un lapso breve
de tiempo («diez días»), tal como Dios lo adelantó. Pero nada deben temer, pues su Señor es «el Primero y el
Último» (2,8), es decir, el Soberano que rige la historia desde el comienzo al final. Si son fieles se verán libres
de «la segunda muerte» (2,11), la que provoca el lago de fuego y azufre donde se hace imposible cualquier tipo
de vida, símbolo de la separación definitiva de Dios (20,14; 21,8).
2,8: Is 44,6; 48,12 / 2,9: Sant 2,5 / 2,10: 1 Cor 9,25 / 2,11: Mt 10,28
Escribe al ángel de la Iglesia en Pérgamo
Escribe al ángel de la Iglesia en Pérgamo: «Esto dice el que tiene la espada
cortante de doble filo. Conozco dónde habitas, allí donde está el trono de Satanás.
Sé que eres fiel a mi nombre y no has renegado de tu fe en mí, ni siquiera en
tiempos de Antipas, mi testigo fiel, al que de entre ustedes mataron en el lugar
donde habita Satanás. Pero tengo algunas cosas contra ti, y es que tienes ahí
algunos partidarios de la doctrina de Balaán, el que enseñó a Balac a inducir a los
hijos de Israel a comer carne sacrificada a los ídolos y a prostituirse. Tienes
además partidarios de la doctrina de los nicolaítas. Conviértete, pues, si no iré
pronto y lucharé contra ésos con la espada de mi boca».
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias:
«Al vencedor le daré del maná escondido y también una piedra blanca en la que
está escrito un nombre nuevo que nadie conoce, sino sólo quien lo reciba».
12
13
14
15
16
17
2,12-17: La ciudad de Pérgamo estaba situada al norte de Esmirna, cercana a la costa del mar Egeo (nota a 2,817). Su nombre se debe a la industria y producción del pergamino, tratamiento al que se sometía la piel de res
para diversos fines, entre ellos, la escritura. Desde el año 29 a.C. se daba culto al Emperador, y Pérgamo era
su lugar oficial en el Asia Menor. Es probable que el trono de Satanás aluda a ello y, a la vez, al poder y
dominio, muchas veces despótico, de las autoridades romanas (2,13). Los otros cultos competían en la
magnificencia de sus templos y el esplendor de sus ritos. Pérgamo era también reconocida por sus escuelas de
escultores y por su magnífica biblioteca. La proliferación de cultos e ideologías sincretistas (2,14-15) son un
grave peligro para la comunidad. La vida pagana, seductora por su esplendor y la irradiación de doctrinas, los
puede llevar al abandono de Dios o, lo que es peor, a darle culto siguiendo enseñanzas y preceptos paganos.
La espada cortante de doble filo que Jesucristo sostiene, indica que el castigo se realizará de modo eficaz sobre
los infieles (2,16). Acerca de Balaán hay dos tradiciones, una positiva (Nm 24-25) y otra negativa (2 Pe 2,15;
Jds 11); a esta segunda alude el Apocalipsis (Ap 2,14). A quien venza se le promete la Eucaristía («maná
escondido») y una condición del todo nueva gracias a la salvación del Mesías (nombre en «una piedra blanca»).
2,14: Éx 34,15-16; Nm 22-24; 1 Cor 8,7-13 / 2,15: Nm 25,1-3 / 2,17: Éx 16,14-35
Escribe al ángel de la Iglesia en Tiatira
Escribe al ángel de la Iglesia en Tiatira: «Esto dice el Hijo de Dios, el que
tiene sus ojos como llamas de fuego y sus pies semejantes al bronce
incandescente. Conozco tu conducta: tu amor, tu fe, tu servicio y tu perseverancia.
18
19
También sé que tus últimas obras son mejores que las primeras. Pero tengo
contra ti que toleras a Jezabel, esa mujer que se autoproclama profetisa, quien
enseña e incita a mis servidores a prostituirse y a comer carne sacrificada a los
ídolos. Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de
sus prostituciones. Por eso, la arrojaré al lecho del dolor y, a los que adulteran
con ella, a una gran tribulación si no se arrepienten de sus conductas. Y haré morir
a sus hijos, para que todas las iglesias sepan que yo soy el que examina las
conciencias y los corazones, y que retribuiré a cada uno según sus obras. Sin
embargo, a los demás de Tiatira que no comparten esta doctrina ni conocieron
aquello que llaman “las profundidades de Satanás”, no les impongo ninguna otra
carga. Basta que conserven firmemente lo que tienen hasta el momento de mi
vuelta».
«Al vencedor, al que sea fiel hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones
y las apacentará con cetro de hierro y las quebrará como vasos de arcilla [Sal
2,8.9] con la misma autoridad que yo recibí de mi Padre. Y también le daré la
estrella de la mañana».
El que pueda entender, entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias.
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
2,18-29: Tiatira, pequeña ciudad ubicada al sudeste de Pérgamo, es la menos importante de las siete
mencionadas (1,11; nota a 2,12-17). Se dedicaba al comercio de la púrpura, patria y oficio de Lidia, la que
hospedó a Pablo en Tesalónica (Hch 16,14). Se alaba el dinamismo creciente de la comunidad: fe y constancia,
amor a Cristo y servicio a los demás. El nombre «Jezabel» (Ap 2,20) alude a la esposa del rey Acab, reconocida
mujer idólatra y hechicera que amparaba a los profetas de la diosa Asera (1 Re 16,31-32; 18,19; 2 Re 9,22); así
se denuncia la contaminación pagana a la que se está sometiendo al grupo de cristianos en Tiatira. Al igual que
en la literatura profética, “prostitución” se refiere al abandono de Dios por irse tras dioses falsos y sus cultos
(Ap 2,20). A Jezabel, con sus «hijos» o seguidores (2,23), no se le reprocha que profetice, como otras mujeres
(Ana: Lc 2,36; las hijas de Felipe: Hch 21,9), sino que aparezca hablando en nombre de Dios cuando en realidad
–al igual que la mujer de Acab– se dedica a pervertir a los de la comunidad. Se pide permanecer fieles hasta la
segunda venida del Hijo de Dios, «la estrella de la mañana», a los que no se han entregado a «las profundidades
de Satanás» (Ap 2,24), es decir, a los que no han ingresado en las religiones mistéricas que pululaban por
entonces (2,28; 22,26).
2,22-23: Sal 7,9; 62,11-12; Jr 17,10 / 2,24: 1 Cor 2,10 / 2,26-28: Sal 12,5; 19,15 / 2,29: Is 14,12; 2 Pe 1,19
Escribe al ángel de la Iglesia en Sardes
3 Escribe al ángel de la Iglesia en Sardes: «Esto dice el que tiene los siete
espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras y, aunque crees estar vivo,
eres un cadáver. Vigila y reaviva lo que te queda y está a punto de morir, porque
no he encontrado que tus conductas sean perfectas ante mi Dios. Recuerda, por
tanto, cómo recibiste y escuchaste la Palabra, pon atención y arrepiéntete. Porque
si no vigilas, vendré como un ladrón y no sabrás de ningún modo a qué hora caeré
sobre ti. Sin embargo, hay algunos en Sardes que no han manchado sus
vestiduras: ellos me acompañarán vestidos de blanco, porque así lo han
merecido».
«El vencedor vestirá de blanco y no borraré su nombre del Libro de la vida,
antes bien declararé a su favor en presencia de mi Padre y sus ángeles».
El que pueda entender, entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias.
1
2
3
4
5
6
3,1-6: Sardes estaba situada a unos 50 km. al sudeste de Tiatira (nota a 2,18-29), y allí residía una antigua
colonia judía que contaba con una sinagoga. La ciudad era célebre por sus riquezas. El autor denuncia que la
conducta de la comunidad cristiana no corresponde a discípulos de fe viva. En realidad, parece estar viva, pero
las apariencias enmascaran su muerte, lo que es más –según parece– un peligro inminente que un hecho
irreversible. Cuando más satisfecha estaba de su caminar, el juicio divino develó su tragedia: ¡han perdido la
Palabra de Dios que se les confió y se encaminan a su muerte espiritual! Se los invita a recuperar la centralidad
de la Palabra y a confrontarse nuevamente con ella. El severo juicio de Jesús busca revertir la situación, porque
él es quien posee la plenitud del Espíritu (3,1: «siete espíritus») y realiza el destino salvífico de Dios («siete
estrellas»). Los que no hayan manchado «sus vestiduras» o no se hayan contaminado con la idolatría se vestirán
«de blanco» (3,4), signo de pureza interior y del triunfo del Resucitado; serán, pues, encontrados dignos de
participar de la nueva condición gloriosa de su Señor.
3,3: Mt 24,42-44; Lc 12,35-40 / 3,4: Is 51,9; Rom 13,14 / 3,5: Éx 32,32-33; Mt 10,32-33; Lc 12,8-9 / 3,6: Mt
11,15
Escribe al ángel de la Iglesia en Filadelfia
Escribe al ángel de la Iglesia en Filadelfia: «Esto dice el que es Santo, el que
es Veraz y tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie
puede abrir. Conozco tu conducta, y he abierto ante ti una puerta que nadie puede
cerrar, porque, a pesar de tu poco poder, has puesto en práctica mi Palabra y no
has renegado de mi nombre. Mira, te entrego a algunos de la sinagoga de Satanás
que mienten, porque dicen que son judíos y no lo son. Yo haré que vengan y se
postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado. Porque has mantenido mi
Palabra con perseverancia, también yo te mantendré en la hora de la tribulación
que se avecina sobre el mundo entero, para poner a prueba a los habitantes de la
tierra. ¡Vendré pronto! Conserva firmemente, por tanto, lo que tienes, de modo
que nadie arrebate tu corona».
«El vencedor será columna en el Templo de mi Dios y no saldrá nunca de
allí. Y sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios,
la nueva Jerusalén que baja del cielo y viene de mi Dios, y también mi nombre
nuevo».
El que pueda entender, entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias.
7
8
9
10
11
12
13
3,7-13: Por entonces, existía en Filadelfia una colonia judía que hostigaba a los cristianos. Junto con la Iglesia
de Esmirna, esta modesta comunidad recibe sólo elogios, porque no se ha apartado de Cristo y permanece fiel
en medio de las persecuciones. La acción de Cristo en favor de ella se manifiesta en la paradoja: la fuerza del
Santo y Veraz se muestra en la debilidad y su riqueza en la pobreza. Filadelfia estaba situada en una fértil
llanura y sufría frecuentes terremotos que la destruían, pero era pronto reconstruida. Quizás por esto las figuras
empleadas se inspiran en la construcción: puerta, llave, columna, ciudad. La puerta abierta que la Iglesia tiene
ante sí y que nadie es capaz de cerrar se refiere –según una imagen usual en el Nuevo Testamento (1 Cor 16,9;
2 Cor 2,12; Col 4,3; Hch 14,27)– a las ocasiones abiertas para anunciar el Evangelio, aunque también podría
tratarse de la entrada del creyente en la gloria de Cristo. Los vencedores serán «columna» o sustento firme de
la familia de Dios y tres nombres indicarán su pertenencia: el del Padre, el de Cristo y el de la nueva Jerusalén
(Ap 3,12).
3,7: Is 22,22 / 3,9: Is 49,23; 60,14 / 3,10: 2 Pe 2,9 / 3,11: 2 Cor 6,2 / 3,12: Is 62,2; Ez 48,35 / 3,13: Mt 13,43
Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea
Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea: «Esto dice el Amén, el Testigo
fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios. Conozco tu conducta: no eres frío
ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero, como eres tibio y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca. Además, andas diciendo: “Soy rico; me he enriquecido;
nada me falta”, y no te das cuenta de que eres un miserable, digno de compasión,
pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego
para que te enriquezcas, vestidos blancos para que no quede al descubierto la
vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos y recobres la vista. A los
que amo yo los reprendo y corrijo: ¡sé fervoroso y arrepiéntete! Mira que estoy a
la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y
cenaremos juntos».
«El vencedor se sentará conmigo en mi trono, al igual que yo vencí y me
senté con mi Padre en su trono».
El que pueda entender, entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias.
14
15
16
17
18
19
20
21
22
3,14-22: Varias ciudades se llamaban Laodicea. Los destinatarios son los de Laodicea de Lico, situada en la
región de Frigia, cerca de Hierápolis y Colosas. La ciudad era reconocida por la elaboración de telas, por sus
fuentes termales y su escuela de medicina para enfermedades oculares; entre varios ungüentos, preparaban el
colirio, símbolo de conocimiento y discernimiento espiritual (3,18). Por entonces, Laodicea era una próspera
y floreciente ciudad (3,17). Allí vivía una importante colonia judía. La comunidad cristiana fue evangelizada
por Epafras y se reunía en casa de Ninfa (Col 4,12-13.15). Esta carta, la última de la serie, es la más hermosa
por su vigor y ternura. Con claridad se muestra el contraste entre lo que la comunidad cree ser y lo que es.
Jesucristo, «el Amén» del Padre por realizar sus promesas (Ap 3,14), es severo con los tibios, incluso con los
que ama (Heb 12,4-6), para que se conviertan del todo y cambien su conducta. El oro de Laodicea, sus afamadas
lanas negras y su colirio nada valen ante Dios. Después de corregir con vehemencia los corazones insensibles
a Dios por la riqueza, Jesús se vuelca en misericordia con aquellos dispuestos a convertirse: «Si alguno oye mi
voz…entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap 3,20; ver Cant 5,2).
3,14: Prov 8,22-31 / 3,17: Os 12,8-9; 1 Cor 4,8 / 3,18: Is 55,1 / 3,19: Prov 3,12; Heb 12,6 / 3,20: Lc 22,29-30
/ 3,21: Mt 19,28 / 3,22: Mt 13,9
II
Diálogo de Jesús y su Iglesia con el mundo
4,1-22,5. Estamos en la parte central del Apocalipsis. Ya vivida la penitencia y la conversión gracias al
ambiente litúrgico, propio de la celebración del día del Señor (1,4-3,22; nota a 2,1-3,22), las comunidades
quedan preparadas para comprender el sentido profundo de la historia. Las cosas sobrenaturales acerca de lo
que sucederá en adelante, recibidas por revelación, requieren preparación y medios sobrenaturales para “subir”
o acceder este ámbito divino (4,1). En la composición de las cinco partes que siguen se emplean muchas
imágenes, varias con significados oscuros o múltiples. Cada una de estas partes, entrelazadas por vocabulario
y temas, son piezas indispensables que ofrecen la totalidad de la revelación de «lo que está a punto de suceder»
(1,1).
1- El Trono, el Libro y el Cordero o los actores de la revelación
4,1-5,14. En esta primera parte de las cinco que siguen (nota a 4,1-22,5), se presentan los protagonistas de la
revelación sobre el significado de la historia: el Trono de Dios, el Libro con los secretos de la existencia humana
y la finalidad de la historia, y el misterio de Jesucristo, Cordero muerto y resucitado, único Mediador que hace
posible la interpretación creyente de la realidad y su puesta en práctica. El misterio pascual de Jesús, con la
fuerza de su Espíritu, da sentido último a la existencia y al caminar de la humanidad. Como en un rito litúrgico,
los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes que rodean el Trono celebran con himnos a Dios por su infinita
santidad (4,8) y porque él, mediante el Cordero, entra en la historia humana y la abraza a fin de llevar a cabo
su plan salvífico.
Sube aquí y te mostraré las cosas que sucederán
4 Después de esto tuve una visión: había una puerta abierta en el cielo y la
voz que había escuchado antes, hablándome como una trompeta, me dijo: «Sube
aquí y te mostraré las cosas que sucederán en adelante».
En seguida fui arrebatado por el Espíritu y vi un trono puesto en el cielo y
alguien sentado en el trono. El que estaba sentado tenía el aspecto de una piedra
de jaspe y cornalina; y un arco iris con el aspecto de esmeralda rodeaba el trono.
Y alrededor de este trono, vi otros veinticuatro tronos en los que estaban
sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco con coronas de oro en sus
cabezas. Del trono salían relámpagos, estampidos y truenos y, delante del mismo,
había siete antorchas de fuego ardiendo, que son los siete espíritus de Dios.
Delante del trono había como un mar transparente, semejante al cristal.
En medio del trono y en torno a él, había cuatro seres vivientes llenos de ojos
por delante y por detrás. El primer ser viviente era similar a un león; el segundo a
un novillo; el tercero tenía el rostro semejante a un hombre, y el cuarto ser viviente
era similar a un águila volando. Cada uno de los cuatro seres vivientes tenía seis
alas, estaban llenos de ojos por dentro y por fuera, y repetían día y noche sin cesar:
«¡Santo, santo, santo
es el Señor Dios todopoderoso [Is 6,3; Am 3,13],
el que era, el que es y el que viene!».
1
2
3
4
5
6
7
8
4,1-8: Juan pasa de escriba (1,11) a profeta al que se le revela, mediante el Espíritu, lo que va suceder después,
es decir, los acontecimientos dispuestos por Dios y su orden (4,1-2). Jesús resucitado, acontecimiento histórico
fundamental, abre la posibilidad de contemplar la realidad según la mirada de Dios. Pero se trata sólo de una
puerta, porque el misterio que el cielo contiene quedará del todo abierto (19,11) cuando ocurra la victoria
definitiva de Dios y su Cordero, Jesucristo, sobre la maldad. Éste, simbolizado por el mar en el que habitan las
fuerzas adversas a Dios y a los suyos (13,1), desaparecerá por siempre. El empleo de números se presta a
variadas interpretaciones. Los veinticuatro ancianos en los veinticuatro tronos (4,4) podrían ser los doce
patriarcas de Israel y los doce apóstoles del nuevo Israel que, participando ya de la salvación («vestidos de
blanco» y «coronas de oro»), forman el consejo de Dios, representan a su pueblo santo y protagonizan la
celebración litúrgica en honor al Creador y al Redentor (4,8; 5,9-10.12-13). No es fácil descifrar el simbolismo
de los «cuatro seres vivientes», sus alas y sus ojos (4,6b-8), inspirado en la visión inaugural de Ezequiel (Ez
1). San Ireneo consideró que los cuatro seres vivientes representaban a los evangelistas: el Hijo del hombre a
Mateo, el león a Marcos, el novillo a Lucas y el águila a Juan.
4,1: Éx 19,16 / 4,2-3: Ez 1,26-28; 10,1 / 4,4: 1 Cr 24,1-19 / 4,5: Ez 1,4; Zac 4,2 / 4,6: Éx 24,10 / 4,6-8: Éx
25,17,22; 1 Sam 4,4; Sal 80,1 / 4,8: Is 6,3
Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria
Y cada vez que los seres vivientes daban gloria, honor y acción de gracias
al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro
ancianos se postraban delante del que está sentado en el trono y adoraban al que
vive por los siglos de los siglos y, poniendo sus coronas a los pies del trono,
exclamaban:
«Digno eres, Señor y Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado todas las cosas,
las que existieron y fueron creadas conforme a tu querer».
9
10
11
4,9-11: Lo que Dios es y hace da pie a una solemne celebración litúrgica (nota a 4,1-8). Los cuatro seres
vivientes (totalidad de las creaturas) y los veinticuatro ancianos (totalidad del pueblo de Dios) se quitan sus
coronas y las depositan al pie del trono de Dios. Lo hacen porque él es el único que detenta el poder y la
soberanía sobre todos. Dios, pues, es insuperable en su trascendencia y capacidad de actuar. A pesar de que la
postración es expresión de temor sagrado (4,10), propio del que se halla en la presencia del Santo (Is 6,5), lo
que motiva la adoración no es el temor, sino la grandeza de Dios puesta al servicio de la humanidad. Dios no
vive centrado en su esplendor. Crea y conduce acontecimientos conforme a su voluntad de salvar a la
humanidad. Su iniciativa es de amor y busca una respuesta de amor.
4,9: Dn 4,31 / 4,11: Gn 1; Sal 89,11-12; 115,3; 148,5-6; Rom 4,17
¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?
5 Vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito
por dentro y por fuera y sellado con siete sellos. Vi también un ángel poderoso que
preguntaba con voz potente: «¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?».
Pero nadie podía abrir el libro ni leerlo, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la
tierra. Y me puse a llorar desconsoladamente, porque no se había encontrado a
nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Y uno de los ancianos me dijo: «Deja de
llorar: ya venció el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y él abrirá el libro y
sus siete sellos».
Entonces vi en medio un Cordero de pie, como degollado, que estaba entre
el trono, los cuatro seres vivientes y los ancianos. Tenía siete cuernos y siete ojos,
que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. El Cordero vino y
recibió el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.
Y cuando recibió el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos
se postraron ante el Cordero. Cada uno sostenía una cítara y copas de oro llenas
de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo,
diciendo:
«Eres digno de recibir el libro
y romper sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación,
y los constituiste para nuestro Dios
en un reino de sacerdotes,
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
y reinarán sobre la tierra».
Durante la visión, oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los
seres vivientes y de los ancianos; su número era una cantidad de cientos y cientos,
de miles y miles, exclamando con voz potente:
«¡Digno es el Cordero degollado de recibir el poder,
la riqueza, la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza!».
Y oí que todas las criaturas que están en el cielo y en la tierra, debajo de
ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero,
la alabanza, el honor, la gloria y el poder
por los siglos de los siglos».
Y los cuatro seres vivientes respondían: «¡Amén!», y los ancianos se
postraron en adoración.
11
12
13
14
5,1-14: Se presenta el Libro con gran solemnidad, como en un rito litúrgico. Contiene los designios de Dios
para la humanidad y el mundo, que son secretos, porque permanece cerrado con siete sellos. El llanto
desconsolado expresa la impotencia por no conocer esos designios. Un sabio anciano indica la solución (5,5).
Quien tiene acceso al Libro es el Cordero que ha dado su vida para que la humanidad sea para Dios (5,9). Pero
el Cordero, que ha sido sacrificado y aún lleva las marcas de su sacrificio, ya está de pie (5,6; Jn 1,29), pues ha
resucitado y posee la plenitud de la fuerza divina (siete cuernos; Dt 33,17) y de la sabiduría del Espíritu (siete
ojos). Este Cordero es Jesucristo, «el león de la tribu de Judá, el retoño de David» (Ap 5,5), imágenes del
Mesías y su victoria (Gn 49,9; Is 11,1-9). Porque la debilidad del Cordero ha sido convertida en fuerza de
salvación, él es el único digno de abrir el Libro y conocer los designios divinos, los que realizará por su muerte
redentora y su resurrección. Todo concluye con una respuesta litúrgica y festiva, primero por parte de los seres
vivientes y los ancianos (Ap 5,8-10), luego por innumerables testigos (5,11-12) y, finalmente, por toda la
creación (5,13-14). La liturgia se cierra con un solemne «Amén» de aprobación y adoración (5,14).
5,1: Ez 2,9-3,3 / 5,3: Flp 2,10 / 5,5: Lc 7,13-15; Jn 16,33; Rom 15,12 / 5,6: Is 53,7.10-12; Lc 24,26 / 5,8: Sal
141,2 / 5,9: Sal 33,3; 98,1 / 5,10: Éx 19,6; Is 61,6 / 5,11: Dn 7,10 / 5,12: Jn 1,29; 1 Cor 5,7 / 5,13: Flp 2,10-11
/ 5,14: Rom 1,25
2- Los siete sellos o el significado de la historia
6,1-7,17. En esta segunda parte (nota a 4,1-22,5) se presentan, mediante llamativos símbolos, las fuerzas que
intervienen en el desarrollo de la historia, influyendo en la respuesta negativa o positiva de las personas a los
designios divinos contenidos en el Libro (nota a 5,1-14). A medida que se van rompiendo los sellos que lo
mantienen hermético, la maldad se desencadena y actúa en la historia (Ap 6). De inmediato, se presenta la obra
de Dios, antítesis de esa maldad y de sus protagonistas. Queda claro que la humanidad y su historia se mueven
entre la gracia y el pecado, entre la fidelidad y la rebeldía (Ap 7). Y por la tensión irreconciliable entre el bien
y el mal, surge el drama humano que Pablo tan bien expresa: «No hago el bien que quiero y, en cambio, practico
el mal que no quiero» (Rom 7,19). El séptimo sello engloba todo el contenido del resto del Apocalipsis.
Vi cuando el Cordero rompió el primero de los siete sellos
6 Y vi cuando el Cordero rompió el primero de los siete sellos, y oí al primero
de los cuatro seres vivientes que gritaba como con voz de trueno: «¡Ven!».
1
2
Entonces vi aparecer un caballo blanco. Su jinete tenía un arco, se le dio una corona
y salió triunfante para seguir venciendo.
Cuando rompió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que gritaba:
«¡Ven!». Y salió otro caballo, éste de color rojo. A su jinete se le dio una gran
espada y se le encargó arrancar la paz de la tierra, para que se degollaran unos a
otros.
Cuando el Cordero rompió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que gritaba:
«¡Ven!». Y vi aparecer un caballo negro. Su jinete tenía una balanza en su mano.
Y oí una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: «Una ración de trigo por
un denario y tres raciones de cebada por un denario. ¡Pero no dañes el aceite ni el
vino!».
Cuando rompió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que gritaba:
«¡Ven!». Y vi aparecer un caballo amarillento. Su jinete se llamaba “Muerte” y el
“Abismo” lo seguía, y se les dio autoridad para matar a la cuarta parte de los
habitantes de la tierra por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras
salvajes.
3
4
5
6
7
8
6,1-8: Estos cuatro primeros sellos forman un bloque literario homogéneo con un desarrollo progresivo.
Inspirado en el profeta Zacarías (Zac 1,8-11; 6,1-6), el autor le imprime a las visiones su originalidad. Cuando
se abren los sellos del Libro (nota a 5,1-14) y se ordena la presencia de la visión (Ap 6,3: «¡Ven!»), se revela
un contenido que hay que interpretar según los parámetros de la literatura apocalíptica y que, por lo general,
ofrece varias posibilidades de explicación. El primer sello descubre su visión: entra en escena el Cordero
montado en «un caballo blanco», animal que simboliza la fuerza impetuosa y color que representa la luz y la
victoria (6,2; 19,11). Se trata, pues, de la fuerza mesiánica puesta al servicio de la liberación la humanidad
(5,5). A él se oponen las fuerzas representadas por los otros tres jinetes en caballos de color rojo, negro y
amarillento, representando la guerra, el hambre y la peste, es decir, la aniquilación de todo lo viviente. Así, las
fuerzas en juego son, por una parte, la muerte y su cortejo de males con toda su carga de dolor y sin sentido y,
por otra, la liberación y la alegría para siempre que provienen del Cordero inmolado y resucitado en favor de
la humanidad.
6,1: Jr 15,2-4 / 6,2: Dt 7,21 / 6,4: Ez 21,14-16 / 6,5-6: Dt 11,14; Jl 2,19 / 6,7-8: Ez 14,2
Cuando el Cordero rompió el quinto sello…
Y cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar, con vida, a
los que habían sido degollados por causa de la Palabra de Dios y del testimonio
que dieron. Y gritaban con voz potente, preguntando: «¿Cuánto tardarás, Señor
santo y veraz, en juzgar a los habitantes de la tierra y en vengar nuestra sangre?».
Entonces, se le dio a cada uno una túnica blanca y se les ordenó que esperaran
todavía un poco de tiempo hasta que se completara el número de sus compañeros
de servicio y de sus hermanos que iban a ser asesinados como ellos.
9
10
11
6,9-11: Al abrir el quinto sello del Libro (nota a 6,1-8) se evidencia que el curso de la historia, por más trágico
que parezca, está en manos de Dios y camina hacia su plenitud, conforme el designio eterno. Los que han sido
martirizados por creer en Jesucristo y anunciarlo imploran la inmediata intervención de Dios para que la maldad
sea vencida; sin embargo, lo de Dios acontecerá en forma gradual (1,2.9; 6,9-10). Los mártires, vestidos con
la túnica blanca de la pureza interior y la victoria (3,4; 6,11), se han insertado con su sacrificio en el dinamismo
salvífico de la inmolación del Cordero y, con él y en él, contribuyen a la superación del mal y a la consecución
de la plenitud de la historia. Así el Cordero, mediante quienes anuncian la Palabra de Dios y dan testimonio
con su vida, impulsa la historia hacia su final escatológico.
6,9-10: Sal 79,5-10 / 6,10: Dt 32,43 / 6,11: Mc 9,3
Cuando el Cordero rompió el sexto sello…
Y cuando el Cordero rompió el sexto sello, vi que se produjo un violento
terremoto. Entonces, el sol se volvió negro como ropa de luto y la luna entera se
volvió como sangre; las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como higuera
que, sacudida por un viento impetuoso, suelta sus higos aún verdes; el cielo se
encogió como un pergamino que se enrolla, y todas las montañas y las islas fueron
arrancadas de sus lugares.
Los reyes de la tierra, los nobles, los jefes militares, los ricos, los poderosos
y todos los hombres, tanto esclavos como libres, se escondieron en las cuevas y
entre las rocas de las montañas, clamando a montañas y rocas: «Caigan sobre
nosotros y ocúltennos [Os 10,8] de la vista del que está sentado en el trono y de la
ira del Cordero, porque ha llegado el gran día de su ira y, ¿quién podrá resistirlo?».
12
13
14
15
16
17
6,12-17: Cuando el Cordero abre el sexto sello del Libro sobreviene una catástrofe: un gran terremoto que todo
lo desestabiliza, no sólo los cimientos de la tierra (6,12-14), sino también los fundamentos de la sociedad (6,15).
Este cataclismo cósmico y sus señales se presenta siguiendo modelos de la literatura apocalíptica y también
profética (Is 24-27.34-35; Daniel). Más que sucesos físicos, muestran que cuando el Señor se haga presente en
el día elegido por él, se conmocionará todo, la humanidad, la historia y el cosmos, para mal de los rebeldes y
para bien de los que son fieles al Señor (Is 13,9-13; Am 5,18-20; Sof 1,14). El cataclismo, por tanto, tiene un
carácter punitivo, porque muestra las consecuencias desastrosas para un mundo que libremente se cierra a la
obra de Dios. Pero también tiene un carácter salvífico y recreador, puesto que la presencia demoníaca en el
mundo, sea cual sea su extensión y dominio, tendrá que enfrentarse a la ira de Dios que la derrotará. Los que
resistan el embate del mal y perseveren, participarán de la salvación que Dios ha reservado a los israelitas que,
marcados con su sello (Ap 7,1-8), se dejan pastorear por el Cordero (7,9-17). Entonces, Dios hará surgir una
humanidad, una historia y un cosmos nuevos, sin los límites impuestos por el mal, pues su pastor es el Cordero.
6,12: Is 13,10; Jl 2,10; 2,31 / 6,13-14: Is 34,4 / 6,15: Is 2,19.21 / 6,16: Lc 23,30 / 6,17: Ez 30,2-3; Mal 3,2
Eran ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de Israel
7 Después de esto, vi a cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro
extremos de la tierra. Sujetaban a los cuatro vientos, para que no soplaran sobre la
tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol.
Entonces vi a otro ángel que subía del oriente, llevando el sello del Dios vivo,
y gritaba con voz potente a los cuatro ángeles encargados de causar daño a la
tierra y al mar: «No causen daño a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que
marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios».
Y oí el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y
cuatro mil de todas las tribus de Israel.
De la tribu de Judá, doce mil marcados;
1
2
3
4
5
de la tribu de Rubén, doce mil;
de la tribu de Gad, doce mil;
de la tribu de Aser, doce mil;
de la tribu de Neftalí, doce mil;
de la tribu de Manasés, doce mil;
de la tribu de Simeón, doce mil;
de la tribu de Leví, doce mil;
de la tribu de Isacar, doce mil;
de la tribu de Zabulón, doce mil;
de la tribu de José, doce mil;
de la tribu de Benjamín, doce mil marcados.
6
7
8
7,1-8: Según la creencia popular del judaísmo tardío, la tierra se concibe como una tabla rectangular y, en las
esquinas de cada punto cardinal, se ubican los cuatro ángeles que contralan el furor de los vientos y lo dirigen
según las órdenes de Dios (7,1). Todo se detiene hasta que no se cumpla el mandato divino de marcar a los que
de las doce tribus de Israel son fieles a Dios, para que no sufran el castigo por la maldad de otros (Ez 9,4). Este
“resto” cumple una función de ayuda y estímulo para los demás. La lista comienza por Judá, no por Rubén;
falta la tribu de Dan, y de José sólo se menciona a Manasés y no a la tribu de Efraín. Una lista así, con
deficiencias y números con carácter simbólico (12 x 12 x 1000), indica que más que del antiguo Israel como
un todo, se habla del resto fiel de Israel, el que simboliza a los que pertenecerán a Dios, porque él mismo ordenó
marcarlos con su sello, el que en la nueva alianza será el bautismo. Este “resto”, pues, representa al nuevo
Israel cristiano cuyos miembros no sólo llevarán escrito en su frente el nombre de Dios Padre, sino también el
del Cordero (Ap 14,1). De este modo, se lleva a cabo una salvación anticipada para quienes tengan la marca
ordenada por Dios.
7,1: Jr 49,36; Dn 7,2 / 7,3: Ez 9,4-6 / 7,4: Rom 11,25-26 / 7,5-8: Gn 45; Ez 48
¡La salvación pertenece a nuestro Dios!
Después de esto, vi una inmensa muchedumbre que nadie podía contar,
gente que venía de toda nación, raza, pueblo y lengua. Estaban de pie delante del
trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en sus manos.
Gritaban con voz potente, diciendo:
«¡La salvación pertenece a nuestro Dios,
que está sentado en el trono,
y al Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos
y de los cuatro vivientes, se postraron rostro en tierra delante del trono y adoraron
a Dios, diciendo:
«¡Amén!
La bendición,
la gloria, la sabiduría,
la acción de gracias, el honor,
la fuerza y el poder a nuestro Dios
por los siglos de los siglos.
¡Amén!».
Entonces, uno de los ancianos me preguntó: «Los que están vestidos con
túnicas blancas, ¿quiénes son y de dónde vienen?». Le contesté: «Tú debes
9
10
11
12
13
14
saberlo, señor mío». Y él me respondió: «Estos son los que vienen de la gran
tribulación. Ellos han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su Templo. Y el
que está sentado en el trono los protegerá con su presencia. Entonces nunca más
pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el calor agobiante [Is 49,10],
porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a
manantiales de agua viva, y el mismo Dios secará las lágrimas de sus ojos [Is
25,8]».
15
16
17
7,9-17: Se anticipa la salvación mediante imágenes que hablan de triunfo y de una vida junto a Dios para un
número incalculable de gente de todas las naciones (nota a 7,1-8). Se trata de gente vestida con túnica blanca
y palmas en sus manos (7,9), símbolos de la victoria luego de «la gran tribulación» (7,14), expresión que no
sabemos a qué se refiere. Dios extenderá su tienda sobre ellos, es decir, «los protegerá con su presencia» (7,15),
preciosa imagen que nos habla de un espacio grande y acogedor, espacio de seguro y de salvación (7,16-17),
pues quien da cobijo es el Dios soberano que allí habita. A este ámbito divino ingresan, en un primer momento,
los que están adecuadamente vestidos con su túnica blanca (Mt 22,11-13), signo del martirio por la Palabra de
Dios y el testimonio de Jesucristo, pero también signo de la purificación de los pecados por las aguas del
bautismo. Los himnos, tanto el de confesión (Ap 7,10) como el de gloria (7,12), confieren al pasaje un marcado
tono litúrgico. La obra escatológica de Dios rey y soberano da pie a una expansiva fiesta litúrgica en la que
quedan atrás las tribulaciones.
7,9: Lv 23,33-34; Dn 7,14; 1 Mac 13,51 / 7,10: Jn 1,29 / 7,14: Dn 12,1; Mt 24,21; 1 Jn 1,17 / 7,16: Sal 121,6
/ 7,17: Ez 34,23; Jn 10,1-16; Heb 13,20
3- Las siete trompetas o el desarrollo de la historia
8,1-11,14. A la parte de los sellos (Ap 6-7), sigue esta tercera centrada en las trompetas (nota a 4,1-22,5) con
el fin de presentar cómo actúan las fuerzas del mal y sus protagonistas, y cómo se desarrollará la historia.
Estamos ante una teología de la historia que pone en juego los elementos que conforman la obra salvadora de
Dios. El Cordero rompe el séptimo sello que mantiene hermético el Libro en el que está escrito el significado
de la historia y su fin. Todo está pronto para la acción definitiva de Dios en la historia, para juzgarla y recrearla,
haciendo nuevas todas las cosas. El sonido de las trompetas, tal como en el Antiguo Testamento (Ex 19,16.19),
advierte la cercanía de Dios y su intervención entre los hombres. La acción de las fuerzas demoníacas, descritas
con potentes imágenes y según la apocalíptica judía y profética, se realiza a la par que la de Dios. El empleo
de indicadores de parcialidad («tercera parte», por ejemplo: Ap 8,7-12) nos muestra que se trata de
intervenciones temporales, no aún de la conclusión definitiva de la historia. La séptima trompeta engloba el
contenido del resto del Apocalipsis y, cuando suene esa trompeta, «se cumplirá el plan secreto de Dios tal como
lo anunció a sus siervos los profetas» (10,7).
Cuando por fin el Cordero rompió el séptimo sello…
8 Cuando por fin el Cordero rompió el séptimo sello, se hizo en el cielo un
silencio como de media hora.
Entonces vi que a los siete ángeles que estaban de pie delante de Dios les
entregaban siete trompetas.
Otro ángel llegó y se puso de pie junto al altar con un incensario de oro. Le
dieron una gran cantidad de incienso aromático para que, junto con las oraciones
de todos los santos, lo ofreciera sobre el altar de oro que está ante el trono. Y
1
2
3
4
desde la mano del ángel y junto con las oraciones de los santos, subió el aroma del
incienso hasta la presencia de Dios. Luego, el ángel tomó el incensario y lo llenó
con fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra. Al instante hubo truenos, ruidos,
relámpagos y un terremoto.
Entonces, los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a
tocarlas.
5
6
8,1-6: Culmina la parte dedicada a los siete sellos que mantienen hermético el Libro, iniciada en Apocalipsis
6,1. La acción se desarrolla sin perder el carácter litúrgico de los pasajes anteriores (nota a 7,9-17) y, como el
intercambio coral de una asamblea reunida, intervienen Dios, los ángeles de su corte y los santos o consagrados
por el bautismo. Ahora, a diferencia de antes, se introduce un silencio cósmico, expectante y litúrgico para
introducir la visión (8,1). Se destaca la intercesión de los santos cuyas oraciones llegan hasta el trono divino
para implorar la intervención salvífica de Dios mediante su Mesías (11,15). Por la imagen de las «siete
trompetas» (8,2), sabemos que será inminente la intervención de Dios (1 Tes 4,16), convocando a juicio a la
tierra y a sus habitantes. El fuego arrojado sobre la tierra es por los pecados de la humanidad, y su carácter
punitivo manifiesta la ira de Dios por lo que allí sucede (Ap 8,5).
8,1: Hab 2,1 / 8,3: Éx 30,1-5 / 8,3-4: Lc 1,10 / 8,5: Lv 16,12; Ez 10,2; Hch 4,31 / 8,6: Éx 9,24; Jl 2,1; 3,3
El primer ángel tocó la trompeta…
El primer ángel tocó la trompeta, y sobre la tierra cayó granizo y fuego
mezclado con sangre; quedó quemada la tercera parte de la tierra, la tercera parte
de los árboles y toda la hierba verde.
El segundo ángel tocó la trompeta, y sobre el mar cayó algo así como una
gran montaña ardiendo en fuego; la tercera parte del mar se convirtió en sangre,
la tercera parte de las criaturas que viven en el agua murió y la tercera parte de las
naves quedó destruida.
El tercer ángel tocó la trompeta, y una estrella muy grande que ardía como
una antorcha cayó del cielo sobre la tercera parte de los ríos y los manantiales de
agua. El nombre de la estrella es “Ajenjo”, y en ajenjo se convirtió la tercera parte
de las aguas y murió mucha gente, porque las aguas se habían vuelto amargas.
El cuarto ángel tocó la trompeta, y quedó herida la tercera parte del sol, de
la luna y de las estrellas, de forma que se oscureció la tercera parte de ellos; de
igual modo el día y la noche perdieron la tercera parte de su luz.
Entonces miré y escuché gritar con voz potente a un águila que volaba en
lo más alto del cielo: «¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra cuando suenen las
trompetas que los otros tres ángeles se disponen a tocar!».
7
8
9
10
11
12
13
8,7-13: Las trompetas anuncian la inminente intervención de Dios convocando a juicio (nota a 8,1-5), no para
destruir todo, pues sólo quedará destruida la tercera parte de la tierra y las creaturas, sino para poner todo en
movimiento hacia una nueva creación. Por tanto, hay tiempo aún para la conversión (9,20). Las cuatro primeras
trompetas indican que Dios ya está interviniendo, pero su presencia y acción en la historia se da de tan diversas
formas que cada vez es preciso identificarlo. Los castigos siguen los parámetros de algunas de las plagas de
Egipto, como el granizo, el mar o agua convertida en sangre, la oscuridad, las langostas (9,3; Éx 7-10). Pero
así como en Egipto, la acción de Dios es para defender a los que le son fieles y, con ellos, constituirse un pueblo
libre y santo para sí. Sin embargo, también como en Egipto, el corazón de muchos se endurece. Si las cuatro
primeras trompetas trajeron tal conmoción a la tierra y aún no dañan directamente al ser humano, ¿qué ocurrirá
cuando suenen las tres que faltan?; de aquí los tres «ay», anticipando el desastre que se aproxima y la angustia
que le sigue (Ap 8,13).
8,7: Éx 9,23-25; Sab 16,16 / 8,8: Éx 7,17-21 / 8,10: Is 14,12 / 8,10-11: Jr 9,15; Prov 5,4 / 8,12: Éx 10,21-23;
Is 13,10; Sab 17,2-20 / 8,13: Ez 7,5.26
El quinto ángel tocó la trompeta…
9 El quinto ángel tocó la trompeta, y vi cómo le fue entregada la llave del pozo
del Abismo a una estrella que había caído del cielo a la tierra. Y apenas abrió el
pozo del Abismo, se oscurecieron el sol y el aire debido a la humareda que salía de
las profundidades del Abismo, igual a la de un horno gigante. Entonces, saltaron
langostas de la humareda a la tierra, y se les dio un poder semejante al que tienen
los escorpiones de la tierra. Se les ordenó que no causaran daño a la hierba de la
tierra, ni a las plantas ni a ninguno de los árboles, sino sólo a aquellos hombres que
no llevaran en la frente el sello de Dios. No se les permitió matarlos, sino
atormentarlos por cinco meses con un tormento parecido al que produce un
escorpión cuando pica a alguien. En aquellos días, los hombres buscarán la
muerte, pero no la encontrarán; desearán morir, pero la muerte huirá de ellos.
En su apariencia, las langostas eran semejantes a caballos preparados para
la batalla. Tenían en sus cabezas coronas que parecían de oro, sus rostros eran de
aspecto humano, sus cabellos como de mujer y sus dientes como de león. Su
pecho era como una coraza de hierro, y el ruido de sus alas se asemejaba al ruido
de carros tirados por muchos caballos corriendo a la batalla. Tenían colas con
aguijones parecidas a la de los escorpiones, y en ellas estaba el poder de causar
daño a los hombres durante cinco meses. Su rey era el ángel del Abismo, llamado
en hebreo Abadón y en griego Apolión.
El primer “¡Ay!” ha pasado, pero le siguen todavía otros dos.
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
9,1-12: Las cuatro primeras trompetas ponen la historia en movimiento hacia una nueva creación (nota a 8,613). La quinta trompeta y el primer «¡Ay!» (9,12) presentan al enemigo de la salvación de Dios: el ángel del
Abismo (9,11), sitio donde, según tradiciones judías, encerraron a los ángeles rebeldes. El ángel del Abismo
interviene en el mundo con sus devastadores poderes, los que se comparan –con lujo de detalles– a langostas
con veneno de escorpión (9,3). Y como plaga de langostas, feroces y crueles (Is 33,4; Jl 1,3-4; Jr 51,27), todo
lo invade, infiltrando personas, conductas y estructuras. Su nombre en griego, «Apolión» (Ap 9,11), describe
su función entre los habitantes de la tierra, pues todo lo “destruye, extermina, aniquila”. Como poder diabólico,
su fin es la maldad, por lo que genera violencia y guerras, seducción y falsos valores con estatus de dioses,
engaño y opresión. Sin embargo, la comunidad sabe que las fuerzas diabólicas han sido vencidas por el Cordero
y están controladas por Dios, lo que no significa que su capacidad de seducción esté neutralizada. Su maldad,
sin embargo, no alcanzará a los que lleven la marca divina en la frente y sean fieles a Dios (7,3). Éstos, aunque
vean y experimenten los mismos sufrimientos e incluso la misma maldad que otros, deberán interpretarlos y
vivirlos desde la soberanía salvadora de Dios, la cual ya gozan (13,10).
9,1: Is 14,12 / 9,2: Gn 19,28; Éx 19,18 / 9,3: Sab 16,9 / 9,6: Jr 8,3 / 9,7: Jl 2,4 / 9,8: Jl 1,6 / 9,9: Jl 2,5 / 9,12:
Éx 15,18
El sexto ángel tocó la trompeta…
El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz que salía de los cuatro ángulos
del altar de oro que está delante de Dios. Y la voz le ordenó al sexto ángel que
tenía la trompeta: «Suelta a los cuatro ángeles que están encadenados junto al gran
río Éufrates». Entonces, soltaron a los cuatro ángeles que estaban preparados
para exterminar en esa hora, día, mes y año a la tercera parte de la humanidad.
Y pude oír el número de la tropa de caballería: eran doscientos millones.
Al igual, pude ver en la visión a los caballos y a sus jinetes: los jinetes tenían
corazas color de fuego, jacinto y azufre, y la cabeza de sus caballos se parecía a
la de los leones, mientras que de sus bocas salía fuego, humo y azufre. Y una
tercera parte de la humanidad fue asesinada por estas tres plagas: fuego, humo y
azufre que salía de sus bocas, porque el poder destructor de los caballos reside
en su boca y en sus colas, pues éstas parecen serpientes con cabezas y con ellas
causan un gran daño.
El resto de la humanidad que no fue exterminado por estas plagas no se
arrepintió de sus malas obras ni dejó de adorar a los demonios ni a los ídolos de
oro, plata, bronce, piedra y madera, ídolos que no pueden ver, ni oír, ni caminar.
Tampoco se arrepintió de sus homicidios, sus hechicerías, sus prostituciones y sus
robos.
13
14
15
16
17
18
19
20
21
9,13-21: Cuando el sexto ángel toca la trompeta (9,13), respondiendo a las oraciones de los santos, la
intervención de Dios en la historia asume un nuevo aspecto, aunque siempre con la misma finalidad: castigar
a unos y resguardar a otros. Este largo relato (9,13-11,4) se presenta en tres momentos: la caballería infernal
(9,13-21), el pequeño Libro (10,1-11) y los dos testigos (11,1-14). Dios ordena desatar a los cuatro ángeles de
la venganza encadenados junto al río Éufrates, lugar hasta donde llegaba por el oriente el Imperio romano y
comenzaba el dominio del ejército parto, al que quizás se aluda. Los ángeles, que dependen de Dios y con su
autorización, actúan en la historia humana como instrumentos de su ira, para que hombres y naciones se
arrepientan de sus malas obras. La ira divina se desatará en un momento determinado (9,15: «hora, día, mes y
año») y tomará la figura simbólica de incontables y resistentes jinetes que superarán todo ejército conocido y
toda resistencia humana. Los destinatarios del castigo son la tercera parte de los hombres, dato específico de
esta parte dedicada a las trompetas (8,7; nota a 8,1-11,14). Con todo, a pesar del colosal castigo, muchos
seguirán obstinados por la dureza de su corazón (9,20-21), tal como el faraón de Egipto cuando Dios rescató a
las tribus de Israel para hacerlas su pueblo.
9,13: Éx 30,1-3 / 9,14: Is 7,20; 8,7 / 9,15: 1 Cor 1,8 / 9,17: Job 41,10-13 / 9,20: Is 44,9-20; Dn 5,23
¡El tiempo llegó a su fin!
10 Después vi otro ángel poderoso que bajaba del cielo envuelto en una
nube. El arco iris rodeaba su cabeza, su rostro era como el sol y sus piernas, como
columnas de fuego. En su mano tenía abierto un pequeño libro. Luego de poner
su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, gritó con potente voz al
igual como ruge un león. Entonces, los siete truenos respondieron su grito. Apenas
los siete truenos respondieron, yo me dispuse a escribir, pero escuché una voz del
cielo que me ordenaba: «¡Mantén en secreto lo que dijeron los siete truenos y no lo
escribas!».
Entonces, el ángel que había visto de pie sobre el mar y la tierra, alzó su
mano derecha hacia el cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el
1
2
3
4
5
6
que creó el cielo, la tierra, el mar y cuanto existe en ellos: «¡El tiempo llegó a su fin!
Porque cuando el séptimo ángel toque su trompeta, se cumplirá el plan secreto de
Dios tal como lo anunció a sus siervos los profetas».
Y la voz del cielo que yo había oído me habló otra vez, diciéndome: «Ve y
toma el pequeño libro que tiene abierto en su mano el ángel que está de pie sobre
el mar y sobre la tierra». Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el pequeño
libro. Me ordenó: «¡Toma, cómelo! Aunque será amargo para tu estómago, en tu
boca será dulce como la miel».
Tomé el pequeño libro de la mano del ángel y lo comí. En mi boca fue dulce
como la miel, pero cuando lo tragué, se volvió amargo en mi estómago. Entonces
alguien me dijo: «Tienes otra vez que profetizar sobre muchos pueblos, naciones,
lenguas y reyes».
7
8
9
10
11
10,1-11: Un mensajero o ángel viene del cielo con una doble finalidad: entregar a Juan un librito abierto (nota
a 9,13-21) e informar que al sonido de la séptima trompeta se cumplirá el plan salvador de Dios. Se presenta
revestido de poder y de elementos propios de teofanías o manifestaciones de Dios (nube, arco iris, sol, fuego).
Los truenos encarnan la voz del Señor que convoca a juicio. Por tanto, comienzan a cumplirse en su totalidad
los designios de Dios ya conocidos por los profetas y escritos en el Libro que sólo el Cordero pudo abrir (5,1).
Una vez revelados estos acontecimientos, Juan tiene que anunciarlos. Su conocimiento es dulce, pero su
aceptación implica una laboriosa interiorización (10,9; ver Ez 2,8-3,3). No siempre el plan de Dios agrada a
quien lo anuncia ni a sus destinatarios, y así lo experimentaron los profetas del Antiguo Testamento (Jr 20,89). El triunfo de Dios llega por el sufrimiento, tal como se manifestó en la cruz de Jesucristo. La asamblea
cristiana tiene que contemplar este misterio para no desesperarse ante la arremetida del mal. Al contrario, que
se llene de esperanza, pues si embiste la maldad es porque se avecina el reinado definitivo de Dios mediante
su Cordero. Mientras tanto, a cada miembro le corresponde –por una parte– preparar un corazón puro, lejos de
la idolatría (Ap 9,20-21), para aceptar el plan salvífico de Dios contenido en el Libro (Ef 3,1-13; Col 1,25-27)
y –por otra parte– estar vigilante y ser fiel en medio de lo que va a suceder.
10,3-4: Sal 29, 3-9 / 10,5: Dt 32,40; Dn 12,7 / 10,6: Neh 9,6 / 10,7: Rom 16,25; 2 Tes 2,6-7 / 10,8: Jr 15,16 /
10,10: Ez 3,3
La Bestia que surgirá del Abismo les hará la guerra
11 Me dieron después una vara de medir parecida a una caña y me
ordenaron: «Levántate, mide el Templo de Dios y el altar y cuenta el número de sus
adoradores. Deja aparte el patio exterior del Templo y no lo midas, porque ha sido
entregado a las naciones que pisotearán la Ciudad santa durante cuarenta y dos
meses. Enviaré entonces a mis dos testigos vestidos de penitencia y profetizarán
durante mil doscientos sesenta días. Estos son los dos olivos y los dos
candelabros que están de pie delante del Señor de la tierra. Y si alguien quiere
hacerles daño, de su boca saldrá fuego que devorará a sus enemigos: así perecerá
quien se atreva a hacerles daño». Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que
no llueva durante el tiempo de su ministerio profético. También tienen poder para
convertir las aguas en sangre y para herir la tierra cuantas veces quieran con toda
clase de plagas.
Cuando hayan terminado de dar su testimonio, la Bestia que surgirá del
Abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres quedarán
sobre la plaza de la gran Ciudad, llamada simbólicamente “Sodoma” y “Egipto”, allí
donde fue crucificado su Señor. Gentes de todos los pueblos, razas, lenguas y
1
2
3
4
5
6
7
8
9
naciones contemplarán sus cadáveres durante tres días y medio, y no permitirán
que nadie los sepulte. Los habitantes de la tierra se alegrarán de su derrota,
festejarán e intercambiarán regalos, porque estos dos profetas constituían un
tormento para ellos.
Pero pasado los tres días y medio, un soplo de vida
procedente de Dios entró en ellos, se pusieron de pie [Ez 37,5.10] y un gran temor
se apoderó de quienes los veían. Oyeron entonces una gran voz del cielo que les
ordenaba: «¡Suban acá!». Y subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos.
Y en esa misma hora se produjo un violento terremoto, se derrumbó la décima
parte de la ciudad y perecieron siete mil personas a causa del terremoto. Los
sobrevivientes, llenos de temor, glorificaban al Dios del cielo.
El segundo “¡ay!” ha pasado, pero de inmediato viene el tercer “¡ay!”.
10
11
12
13
14
11,1-14: Pasaje difícil de entender porque los dos testigos (nota a 9,13-21) y las imágenes empleadas son de
interpretación muy discutida. Dios le ordena a Juan que mida el Templo, pues así podrá compartir la mirada
que Dios tiene sobre la realidad cultual de los habitantes de «la Ciudad santa», Jerusalén (11,2). A ésta se opone
la «gran Ciudad» (11,8), símbolo de las fuerzas adversas a Dios. Frente a ellas, los fieles al Señor encontrarán
seguridad en la Ciudad santa; sin embargo, los que se queden en el atrio estarán a merced de los enemigos de
Dios (11,2), los que por más que se esfuercen no acabarán con el pueblo fiel, porque Dios lo protege y la
persecución tiene límites: durará tres años y medio (11,2.3; 12,6.14; 13,5), la mitad de siete, simbolismo
aritmético que indica imperfección. En cada época, la asamblea debe identificar a los dos testigos u olivos, que
en Zacarías son Josué, sumo sacerdote, y Zorobabel, gobernador de Judá (Zac 4,3.11-14). Se trata, según
parece, de personajes de la historia bíblica que, por encarnar los valores de Dios, son constituidos en dirigentes
de su pueblo. La apocalíptica judía los identifica con Elías y Enoc o Elías y Moisés; en la tradición cristiana
podrían ser la Iglesia y los apóstoles o Pedro y Pablo. La realidad última, la que se impondrá, no será la muerte,
sino la vida en virtud de la soberanía de Dios. El segundo grito de dolor (Ap 11,14: «¡Ay!») deja de inmediato
su lugar al que le sigue.
11,1-2: Ez 40,3; Zac 2,1-2 / 11,2: Is 63,18 / 11,3: Zac 3,1-4,11 / 11,4: Zac 4,1-3.11-14 / 11,6: Éx 7,17-24; 1
Re 17,1; Lc 4,25 / 11,7: Dn 7,7.21 / 11,8: Is 1,10; 3,9; Sab 11,15-16; 12,23-27; 15,14-19 / 11,11: Ez 37,5.10 /
11,12: 2 Re 2,11
4- Los tres signos o la batalla del bien contra el mal
11,15-16,16. La cuarta parte (nota a 4,1-22,5) se ocupa del momento decisivo de la historia de la salvación y,
mediante tres signos, se escenifica el combate entre las fuerzas del mal, dirigidas por el Dragón y las Bestias,
y las fuerzas del bien, dirigidas por el Cordero degollado que ha resucitado para ser Señor de señores y Rey de
reyes. De este modo se ofrecen claves de interpretación para que la asamblea litúrgica descubra hacia dónde
camina la historia, discierna su situación actual y alimente su fidelidad y esperanza. Los tres signos son la
Mujer revestida de sol, representación de María, la Madre del Cordero y de la Iglesia; el Dragón o Satanás que
persigue a la Mujer, la que Dios resguarda, y –el tercero– los ángeles con las siete copas de la ira divina que,
como las plagas de Egipto, terminarán con la obstinación, haciendo realidad la alianza de Dios con la
humanidad (21,3). La contraposición entre cielo y tierra es constante. La Iglesia celeste y terrena, Novia y
Esposa del Cordero, se enfrenta con sus perseguidores en lucha desigual, pero la victoria corresponde a Dios y
a los suyos.
El séptimo ángel tocó la trompeta…
El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo voces potentes en el cielo que
decían: «¡El dominio del mundo pertenece a nuestro Señor y a su Mesías, quien
reinará por los siglos de los siglos!».
Entonces, los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos
delante de Dios se postraron rostro en tierra y lo adoraron, diciendo:
«Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso,
el que eres y el que eras,
porque has asumido tu gran poder
y comenzaste a reinar.
Las naciones se enfurecieron,
pero llegó tu ira y el tiempo de juzgar a los muertos
y de recompensar a tus siervos, los profetas,
a los santos y a cuantos respetan tu nombre,
pequeños y grandes,
y de destruir a los que destruyen la tierra».
Se abrió, entonces, el Templo de Dios que está en el cielo y apareció en su
interior el arca de su alianza. Y hubo relámpagos, estampidos, truenos, un
terremoto y una fuerte granizada.
15
16
17
18
19
11,15-19: Se toca la séptima trompeta, lo que da paso a una celebración litúrgica de acción de gracias (11,17:
eujaristéo en griego) colmada de gratitud y entusiasmo, porque se anticipa la victoria absoluta de Dios y de su
Mesías. Con la séptima trompeta se cumplirá el designio secreto de Dios (10,7), y las fuerzas del mal que en
esta tierra se oponen a su reinado serán definitivamente condenadas al fracaso. Como el señorío del mundo es
de Dios y del Cordero, la maldad jamás prevalecerán sobre Dios y los suyos. Los que sean fieles (11,18:
profetas, santos…) recibirán su recompensa. La solemne visión del arca de la alianza será un hilo conductor de
lo que sigue. Según leyendas judías de la que Macabeos se hace eco (2 Mac 2,4-8), el arca fue escondida por
el profeta Jeremías en una cueva del monte Sinaí durante la destrucción de Jerusalén y del Templo (586 a.C.).
Sólo aparecerá cuando Israel sea restaurado por Dios. Con la aparición del arca en el Templo celestial se nos
anuncia, por tanto, que ya llegó el tiempo mesiánico de la comunión con Dios (Ap 11,19).
11,15: Dn 2,44; 7,14.27 / 11,18: Sal 2,1-6; 115,13; Am 3,7 / 11,19: Éx 25,8-10; 2 Mac 2,5-8
Apareció un signo grandioso: una Mujer vestida del sol
12 Apareció en el cielo un signo grandioso: una Mujer vestida del sol, la luna
bajo sus pies y, sobre su cabeza, una corona de doce estrellas. Estaba
embarazada y gritaba atormentada de dolor, porque iba a dar a luz.
Apareció también en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo con siete
cabezas, diez cuernos y siete diademas sobre sus cabezas. Su cola arrastraba la
tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra.
Y el Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a
su hijo en cuanto naciera. Ella dio a luz un hijo varón, que debía apacentar a todas
las naciones con cetro de hierro. Sin embargo, su hijo fue puesto a salvo junto a
Dios y a su trono, mientras que la Mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar
preparado por Dios, para ser allí alimentada durante mil doscientos sesenta días.
1
2
3
4
5
6
12,1-6: Apocalipsis 12 relata el enfrentamiento a muerte entre la Mujer y el Dragón (ver Gn 3,15), dos
personajes simbólicos que representan el combate entre el bien y el mal en la historia del mundo. El Dragón es
un animal de siete cabezas y diez cuernos (12,3), es decir, increíblemente poderoso y sanguinario (de color
“rojo”), y no es otro que la «antigua Serpiente, llamada “Diablo” o “Satanás”» (12,9). La Mujer personifica a
María, la madre de Jesús, el Mesías (12,5), quien con su sacrificio venció al Dragón. También es símbolo de
la nueva Jerusalén o nuevo pueblo que Dios, de modo gratuito, se hizo por su Ungido (Is 66,7-9). La Mujer se
presenta revestida del sol, alusión a su fidelidad y resplandor (Sal 89,37-38), coronada con doce estrellas o los
doce apóstoles, germen del nuevo pueblo, y con la luna bajo sus pies, alusión a su victoria sobre las vicisitudes
de los tiempos. Ella simboliza a la Iglesia que, con dolores de parto, ofrece a Jesucristo al mundo y da a luz a
los discípulos, conduciéndolos a la madurez de la fe según la plenitud de su Señor (Gál 4,19; Ef 4,13-14). Por
su misión, la Iglesia (Mujer–Novia–Madre) es acosada con saña por las fuerzas del mal y huye al desierto,
lugar de refugio de los perseguidos por causa de Dios. Pero Dios mismo se encargará de protegerla y alimentarla
durante «mil doscientos sesenta días», período que durarán las tribulaciones (Ap 12,6; nota a 11,1-14), tiempo
que no es eterno y que, como cualquier época, está bajo la soberanía de Dios.
12,1-2: Miq 5,3; Gál 4,26 / 12,3: Dn 7,7 / 12,4: Dn 8,10 / 12,5: Sal 2,9; Heb 1,5 / 12,6: Éx 2,15; 1 Mac 2,2930
Se entabló una batalla en el cielo
Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel con sus ángeles
combatieron contra el Dragón. Y por más que luchó el Dragón junto a sus ángeles,
fueron derrotados y expulsados del cielo. Así fue arrojado el enorme Dragón, que
es aquella antigua Serpiente, llamada “Diablo” o “Satanás”, el que seduce a toda la
humanidad. ¡Él con sus ángeles fueron arrojados a la tierra! Y oí una potente voz
en el cielo que decía:
«Ya está aquí la salvación,
el poder y el Reino de nuestro Dios
y la autoridad de su Mesías,
porque fue arrojado el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
Ellos mismos lo vencieron por la sangre del Cordero
y por la palabra que testimoniaron,
despreciando sus vidas incluso hasta la muerte.
Por tanto, ¡alégrense cielos y sus habitantes!
Pero ay de la tierra y del mar,
porque el Diablo, sabiendo que le queda poco tiempo,
ha descendido hasta ustedes lleno de furia».
7
8
9
10
11
12
12,7-12: Comienza la batalla entre Cristo y su Iglesia, y el Dragón y sus seguidores (12,9). Éstos, por su
rebeldía, fueron expulsados del cielo por el arcángel Miguel (“¿Quién como Dios?”) y enviados a la tierra,
donde se dedican a seducir a los que son de Dios para alejarlos de su voluntad e impedir su testimonio acerca
del Mesías (12,17). De aquí que otro nombre para el Dragón sea “Satanás”, que significa “el Adversario”. Sin
embargo, también Dios y su soberanía actúan con fuerza en la historia contra la maldad. Se desarrolla en el
seno de la historia, por tanto, una batalla cada vez más feroz, por cuanto el Adversario sabe que «le queda poco
tiempo» (12,12). La victoria será de los que no dejen de ser del Señor y le sean fieles, gracias a la sangre
purificadora del Cordero que los redimió para Dios (12,11). Así se va haciendo realidad la soberanía de Dios
sobre todo lo creado. Como en su Reino no hay cabida para el Adversario y a pesar de lo dramático del
enfrentamiento, todo camina a la perfección del pueblo de Dios al fin de los tiempos, cuando el Cordero, junto
a los suyos, venza de forma definitiva a Satanás y a quienes le sirven (17,14).
12,7: Dn 10,13.21; 12,1; Jds 9 / 12,9: Gn 3,1-5; Lc 18,10; Jn 12,31 / 12,10: Job 1,6; Zac 3,1 / 12,11: Jn 1,29;
12,25; Rom 3,24 / 12,12: 2 Cor 6,2
El Dragón comenzó a perseguir a la Mujer
Y cuando vio el Dragón que había sido arrojado a la tierra, comenzó a
perseguir a la Mujer que había dado a luz al hijo varón. Sin embargo, la Mujer
recibió las dos alas de la gran águila para volar al desierto, a su lugar, lejos de la
Serpiente, donde tiene que ser alimentada por tres tiempos y medio. Entonces, la
Serpiente arrojó de sus fauces, detrás de la Mujer, agua como si fuera un torrente,
para que fuera arrastrada por el río. Pero en auxilio de la Mujer vino la tierra que
abrió su boca y se tragó el río que el Dragón había arrojado de sus fauces. Y el
Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a combatir al resto de sus descendientes,
los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.
Y se quedó al acecho a la orilla del mar.
13
14
15
16
17
18
12,13-18: Este pasaje retoma y explica Apocalipsis 12,6. El relato maneja dos planos simbólicos diversos: por
un lado, la persecución de la Mujer por parte del Dragón, la que no tuvo éxito y, por otro, la guerra que el
Dragón desata contra descendencia de la Mujer, la que no tendría lugar si el Dragón la hubiese vencido. Al no
dominarla, porque la mujer fue protegida por Dios en el desierto (12,14), como Israel al salir de Egipto (Ex
19,4; Dt 32,8-14), encausa su odio contra su descendencia (Gn 3,15). El primer plano evidencia que la
sobrevivencia de la Mujer o la Iglesia está asegurada (nota a 12,1-6) por más que el Dragón o Satanás intente
aniquilarla (Ap 12,9). El segundo plano, en cambio, manifiesta el enfrentamiento violento contra la
descendencia de la Mujer o los miembros de la Iglesia con la posibilidad de una victoria parcial del Dragón
sobre ellos (13,7; nota a 12,1-6). Se trata de dos niveles que coexisten y forman parte del misterio de la Iglesia
que vive su fe en la historia; de aquí su permanente tensión entre gracia y pecado, victoria y derrota.
12,13: Gn 3,15 / 12,14: Is 40,31 / 12,15: Dn 7,25 / 12,16: Nm 16,30-34 / 12,17-18: Dn 7,21
Vi salir del mar una Bestia que tenía diez cuernos
13 Entonces vi salir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete
cabezas, con una diadema en cada cuerno, y nombres blasfemos en cada cabeza.
La Bestia que vi era semejante a una pantera, pero sus patas eran como de oso y
su hocico como fauces de león. Y el Dragón le dio a la Bestia su fuerza, su trono y
un inmenso poder. Una de sus cabezas parecía herida de muerte, pero su llaga
mortal ya estaba curada.
Y toda la tierra, admirada, siguió a la Bestia, y adoraron al Dragón, porque
había cedido su poder a la Bestia, y también adoraron a la Bestia, diciendo:
«¿Habrá uno siquiera que se asemeje a la Bestia para luchar contra ella?».
Y se le concedió a la Bestia una boca para proferir palabras altaneras y
blasfemas, y se le dio poder para actuar durante cuarenta y dos meses. Ella abrió
sus fauces para blasfemar contra Dios: blasfemar contra su nombre, su morada y
los que habitan en el cielo. También se le concedió combatir contra los santos y
vencerlos, y se le dio autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Y todos
1
2
3
4
5
6
7
8
los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están escritos desde la creación del
mundo en el Libro de la vida del Cordero degollado, adorarán a la Bestia.
Quien pueda entender, que entienda esto:
El que tenga que ir a la cárcel, ¡que vaya a la cárcel!
El que tenga que morir a espada, ¡que muera a espada!
En esto se pondrá a prueba la perseverancia y la fe de los santos.
9
10
13,1-10: La Bestia o fuerza sobrehumana que describe el pasaje está inspirada en rasgos de las cuatro bestias
gigantes que, según Daniel 7, salieron del mar y representaban cuatro imperios de aquel tiempo, prototipos de
los que persiguen al pueblo de Dios. La lucha entre la Mujer y el Dragón prosigue entre los descendientes de
la Mujer o miembros de la Iglesia y los del Dragón y sus seguidores (nota a 12,13-18). Se trata de dos Bestias,
una que procede del mar y la otra de la tierra (13,1.11), cuya función es servir y prolongar el odio del Dragón
o Satanás contra Jesús y los suyos. Las persecuciones del Dragón mediante las Bestias son consecuencia de su
ira por haber sido derrotado por el Cordero degollado y resucitado (Ap 12). La «llaga mortal» de la Bestia del
mar (13,3.12) es un remedo del Cordero inmolado (5,6), como la marca en la frente (7,3 y 13,16), para
confundir a los discípulos del Señor. Sin embargo, nadie como ella injuria a Dios y a los que a él pertenecen
(13,5-6). Se describe con detalle el traspaso de la inteligencia, del poder y la autoridad del Dragón a la Bestia
de la llaga, identificada con el poder político del Imperio romano en cuanto concentra dominio, oprime, se
autodiviniza y busca reemplazar a Dios y su Mesías (13,8). La Bestia, que no hace más que usurpar derechos
de Dios, recibe el encargo de combatir a «los santos» o consagrado a Dios por el bautismo (13,7.10). Éstos
deberán perseverar, resistiendo las fuerzas del mal, e incluso padeciendo la cárcel y el martirio por dar
testimonio de su fe en Cristo (13,10).
13,1-2: Dn 7,1-8 / 13,2: 2 Tes 2,9-10 / 13,4: Dn 10,13 / 13,5-6: Dn 7,8.20.25; 11,36 / 13,7: Dn 7,21 / 13,8: Mt
25,34 / 13,10: Jr 15,2; 43,11
Vi salir de la tierra otra Bestia que tenía dos cuernos
Y vi salir de la tierra otra Bestia que tenía dos cuernos, semejantes a los de
un cordero, pero hablaba como un dragón. Esta Bestia, que ejercía todo el poder
de la primera Bestia, siempre a favor de ésta, hizo que la tierra y sus habitantes
adoraran a la primera Bestia, a la que se había curado de su llaga mortal.
Realizaba grandes prodigios, al punto de hacer bajar fuego del cielo a la tierra a la
vista de todos. Y por los prodigios que se le permitió realizar a favor de la primera
Bestia, sedujo a los habitantes de la tierra, diciéndoles que hicieran una imagen en
honor de la Bestia que había sido herida a espada y sobrevivió. También se le
concedió dar vida a la imagen de la Bestia, para que incluso la imagen pudiera
hablar, y se le concedió dar muerte a todos los que no adoraran la imagen de la
Bestia. Hizo que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se
dejaran poner una marca en la mano derecha o en su frente, de forma que nadie
podía comprar algo ni venderlo si no llevaba la marca con el nombre de la Bestia o
con el número de su nombre.
En esto consiste la sabiduría: quien tenga inteligencia descifre el número de
la Bestia, pues se trata del número de un ser humano. ¡Su número es seiscientos
sesenta y seis!
11
12
13
14
15
16
17
18
13,11-18: Se describe a la segunda Bestia o fuerza sobrehumana que procede de la tierra, no ya del mar (13,1).
Esta Bestia actúa al servicio de la primera y su misión es ser un profeta falso (16,13; 19,20; 20,10). Si la primera
Bestia es símbolo del poder político totalitario y opresor, con pretensiones mesiánicas, que intenta sustituir a
Dios y a su Mesías (nota a 13,1-10), la segunda Bestia son los profetas que, con su falsa doctrina acerca del
culto al Emperador como a un dios, seducen a muchos y debilitan el seguimiento del Mesías. El peligro radica
en que, disfrazados de corderos, hablan y actúan en nombre de Dios (13,11.13; Mt 7,15), pero lo que buscan
es ganar adoradores para el Anticristo. Con sus discursos y obras buscan aumentar el poderío de la primera
Bestia, la de la llaga mortal (Ap 13,12). Luego de invitar al creyente a identificar la Bestia (13,18), el autor nos
dice que es un ser humano y su número es “666”, simbolismo aritmético que se presta para variadas
interpretaciones. Una probable se obtiene al trasladar el valor numérico a las letras del alefato hebreo, y
corresponde a “Nerón César”. Pero una cosa es clara: el “666” indica suma imperfección, pues jamás llega a
ser “777” o “tres” veces “siete”, ambos números de plenitud en el mundo judío. El desafío para la comunidad
es la resistencia al mal y la fidelidad al seguimiento del Señor, siempre en vela para discernir qué personas,
acontecimientos e instituciones presentan rasgos de la Bestia, pues ellos buscarán alejarla del Señor.
13,11: Mt 7,15 / 13,14: Mt 24,24 / 13,15: Dn 3,5-7.15 / 13,16: Éx 9,8-11 / 13,18: 1 Pe 5,13
Vi al Cordero de pie sobre el monte Sión
14 Después vi al Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él estaban los
ciento cuarenta y cuatro mil que tenían escritos en sus frentes el nombre del
Cordero y el nombre de su Padre. Y oí una voz que venía del cielo, semejante al
ruido de aguas caudalosas y al estampido de un gran trueno. Sin embargo, la voz
que oía era como el sonido de músicos que tocaban sus cítaras. Y ante el trono y
ante los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantaban un cántico nuevo que nadie
podía aprender, excepto los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido
rescatados de la tierra.
Estos son los que no se contaminaron con la idolatría y permanecen
vírgenes, siguiendo al Cordero adondequiera que vaya. Ellos han sido rescatados
de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. En su boca no
se encontró mentira [Zac 3,13; Is 53,9]: ¡son irreprochables!
1
2
3
4
5
14,1-5: Después de presentadas las Bestias con su poder y capacidad de seducción (notas a 13,1-10 y 13,1118), se narra la visión del Cordero victorioso en el monte Sión (14,1: «de pie»), cimiento sólido e indestructible,
puesto por Dios como fundamento de la nueva Jerusalén (Is 28,16). Allí, en el monte Sión, el Cordero está con
los suyos, con «los ciento cuarenta y cuatro mil» (Ap 14,1; nota a 7,1-8), número simbólico que representa el
resto fiel de Israel o la primicia de los marcados por el bautismo y sellados con la salvación. Éstos ya pertenecen
para siempre a Dios, y son los que han resistido a las tentaciones de las Bestias, han sido fieles al Cordero y
dieron testimonio de él, incluso a costa de la vida (12,17). Éstos, que «permanecen vírgenes», son los que en
la tierra fueron fieles a la verdad que, en lenguaje profético, significa que no se prostituyeron adorando ídolos,
llamados “mentira” (14,4-5; Is 28,15; Jr 13,25; Am 2,4). Éstos son los que han sido consagrados a Dios como
primicia y cantarán el cántico definitivo que celebra la victoria de Jesús resucitado como Hombre nuevo,
modelo de nueva humanidad.
14,1: 2 Re 19,30-31; Ez 9,4; Abd 17; Jl 3,5 / 14,3: Is 42,10 / 14,4: Éx 23,19; Jr 2,2-3 / 14,5: Sof 3,13
¡Cayó, cayó la gran Babilonia!
Luego vi a otro ángel que volaba en lo más alto del cielo, llevando el eterno
Evangelio que debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, raza,
6
lengua y pueblo. Decía con voz potente: «¡Teman a Dios, denle gloria, porque ha
llegado la hora de su juicio, y adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los
manantiales de agua!».
Y un segundo ángel le siguió, diciendo: «¡Cayó, cayó la gran Babilonia, la
que dio a beber a todas las naciones el vino del furor de su prostitución».
Y un tercer ángel les siguió, diciendo con voz potente: «Si alguno adora a la
Bestia y a su imagen y recibe su marca en la frente o en la mano, tendrá que
beber del vino del furor de Dios servido en el vaso de su ira, sin mezcla alguna, y
será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero.
Y su tormento será por los siglos de los siglos, pues ni de día ni de noche tendrán
reposo los que adoren a la Bestia y a su imagen y reciban la marca de su nombre».
En esto se pondrá a prueba la perseverancia de los santos, de los que cumplen
los mandamientos de Dios y son fieles a Jesús.
Luego oí una voz que venía del cielo y me ordenaba: «Escribe: “Dichosos
desde ahora los que mueren en el Señor”. ¡Sí, dice el Espíritu, podrán descansar
de sus fatigas, porque sus obras los acompañan!».
7
8
9
10
11
12
13
14,6-13: Esta escena y la siguiente están estrechamente unidas; en ambas, el tema es la distinción del bien y
del mal y las consecuencias que se siguen de optar por uno u otro. En esta primera escena se suceden tres
ángeles que anuncian de parte de Dios las posibles sentencias de un juicio: ser absuelto o ser condenado. A lo
primero, seguirá la vida junto a Dios y la incorporación definitiva al número de sus elegidos, convocados junto
al Cordero en el monte Sión (nota a 14,1-5); a lo segundo, seguirá el castigo terrible y eterno (14,10-11). El
primer ángel anuncia la buena noticia de la salvación (o Evangelio), y hace un urgente llamado a la conversión
al Dios verdadero en vista de la inminencia del juicio. El segundo, anticipa la caída de «la gran Babilonia»
(14,8) o «gran Prostituta» (17,1), referencia a la Roma pagana y a su Emperador que se autodiviniza,
personificación de la idolatría y del poder político hostil al Cordero y a los suyos (14,8). El último ángel
promete el castigo a los que se dejan seducir por esa gente y, como ella, termina oponiéndose a Dios y a su
reinado. La sentencia condenatoria es por la idolatría (14,9), la que se evita haciendo lo que Dios quiere, y lo
que él quiere es el seguimiento fiel de su Cordero (14,12). El pasaje termina con la confirmación del anuncio
de los tres ángeles, pues la voz de Dios vuelve a hablar desde el cielo, como al inicio, para indicar que los que
viven así son bienaventurados. No deja de ser paradojal que se llame dichoso a los muertos, pero en realidad
nadie es más bienaventurado que aquel que, por testimoniar a Cristo, muere «en el Señor» (14,13), pasando de
la muerte a la participación de la vida gloriosa y eterna del Cordero.
14,7: Éx 20,11; Mt 10,28 / 14,8: Is 21,9; Jr 51,7-8 / 14,10: Gn 19,24; Is 51,17, Ez 38,21-22 / 14,11: Is 34,10 /
14,12: Hch 9,13 / 14,13: Mt 11,28-29; Heb 4,10
Llegó el tiempo de la cosecha
Volví a mirar y vi una nube blanca y, sentado en ella, había alguien parecido
a un hijo de hombre, que tenía en su cabeza una corona de oro y en su mano una
hoz afilada. Luego salió del Templo otro ángel gritando con voz potente al que
estaba sentado en la nube: «Mete tu hoz y siega, que llegó el tiempo de la cosecha,
pues los sembrados de la tierra están maduros». Y el que estaba sentado en la
nube arrojó su hoz a la tierra y ésta quedó segada.
Y del Templo que está en el cielo salió otro ángel, llevando también una hoz
afilada. Y todavía un ángel más salió del altar, aquel que tiene poder sobre el
fuego, y gritó con voz potente al que tenía la hoz afilada: «Mete tu hoz afilada y
corta los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas ya están maduras». El
14
15
16
17
18
19
ángel arrojó su hoz a la tierra y cortó la viña de la tierra, y echó sus racimos en el
gran lagar del furor de Dios. Y la uva del lagar fue pisada afuera de la ciudad, y la
sangre que brotó del lagar fue tanta, que llegó a la altura de los frenos de los
caballos en un radio de mil seiscientos estadios.
20
14,14-20: Se continúa con el tema de la salvación o condenación anunciada por los ángeles para el día del
juicio divino (nota a 14,6-13), pero expresado ahora mediante dos imágenes, la de la cosecha (14,14-16) y de
la vendimia (14,17-20). No es que unos frutos sean cosechados y otros no. Todos los frutos serán cosechados
o vendimiados, pero no todos tendrán el mismo destino, pues dependerá si son de idolatría o de fidelidad en el
seguimiento del Cordero (14,12). La expresión furia o ira de Dios y la imagen de la copa con el vino de su
furor (14,10; 15,1.7) se emplean en la literatura profética para indicar el castigo al pueblo o individuo que,
conociendo a Dios y su voluntad, decide seguir a los dioses y confiar en ellos (Is 51,17; Jr 51,7). Tan severo es
el castigo que la sangre de los castigados cubre un radio de 1600 estadios (Ap 14,20), equivalentes a unos 300
km., y llega hasta la altura del hocico de un caballo. Es probable que el número 1600, múltiplo de cuatro, se
refiera a los cuatro puntos cardinales, indicando así totalidad geográfica. También Apocalipsis 14,17-20 puede
también referirse al martirio de los que han dado su vida por confesar su fe en Cristo.
14,14-20: Mt 13,36-43 / 14,14: Dn 7,13 / 14,15: Jl 4,13 / 14,16: Rom 2,6 / 14,17-18: Jn 4,35 / 14,19-20: Is
63,1-6; Lam 1,15
Vi siete ángeles que llevaban las siete últimas plagas
15 Luego vi en el cielo otro signo grandioso y maravilloso: siete ángeles que
llevaban las siete últimas plagas con las cuales se completa la furia de Dios.
Y vi también algo que parecía un mar, pero era mezcla de cristal con fuego.
Y los que habían vencido a la Bestia, a su imagen y la cifra de su nombre, estaban
de pie sobre el mar de cristal y, llevando grandes cítaras, cantaban el cántico de
Moisés, servidor de Dios, y el cántico del Cordero, exclamando:
«Grandes y maravillosas son tus obras [Sal 111,2; 139,14],
Señor, Dios todopoderoso [Am 3,13; 4,13],
justos y verdaderos tus caminos [Dt 32,4; Sal 145,17],
¡oh Rey de las naciones!
¿Quién no temerá, Señor, [Jr 10,7]
y no glorificará tu nombre?
Porque sólo tú eres santo
y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti [Sal 86,9]
al quedar de manifiesto tus designios de salvación».
Después de esto vi que se abría en el cielo el Templo, la Tienda del
testimonio. Y los siete ángeles que tenían las siete plagas salieron de él, vestidos
de lino puro resplandeciente, con cinturones de oro en torno al pecho. Entonces,
uno de los cuatro seres vivientes entregó a los siete ángeles siete copas de oro
llenas del furor de Dios, quien vive por los siglos de los siglos. Y el Templo se llenó
del humo de la gloria y del poder de Dios, y nadie podía entrar en el Templo mientras
no se completaran las siete plagas de los siete ángeles.
1
2
3
4
5
6
7
8
15,1-8: Los siete ángeles revestidos con ornamentos sacerdotales (15,6) son los ministros que transportan las
copas repletas de la ira de Dios (nota a 14,14-20), último signo para conseguir la conversión de la humanidad.
Las copas representan el castigo reservado a los seguidores del Dragón o Satanás, a quien la Bestia sirve (14,2).
Los que han permanecido fieles al Cordero y no han dejado que la Bestia los seduzca (14,2: «estaban de pie»),
entonan un cántico a Dios por su poder y santidad y por conducirlos por caminos justos. Que esta alabanza sea
llamada «cántico de Moisés» (15,3; ver Ex 15,1-18) muestra que el misterio pascual del Cordero se entiende
como un nuevo éxodo, esta vez para arrancar al fiel de la muerte que causa la Bestia y otorgarle la vida eterna.
El Templo celestial se abre (Ap 11,19), signo de que Dios se ofrece en perfecta comunión con los suyos,
relación del todo distinta a la que fue posible en la Tienda del encuentro durante la trashumancia de Israel a la
tierra prometida (Ex 33,7-11) y, más tarde, en el Templo de Jerusalén. Con todo, el Templo celestial se llena
del humo que brota de la gloria de Dios, pues sigue siendo un misterio inefable e inalcanzable a los ojos
humanos (Ap 19,16-20; ver 1 Re 8,10-11). Dios así lleva a cabo una nueva creación que contempla la derrota
definitiva de las fuerzas hostiles al Cordero y a los suyos, derrota que se indica con la imagen de que éstos
estarán «de pie sobre el mar de cristal», símbolo del mal (Ap 15,2).
15,2-3: Éx 15,1-18 / 15,5: Éx 25,22; 38,21; Nm 9,15 / 15,6: Zac 3,4-5 / 15,8: Éx 40,34; 1 Re 8,10-11; 2 Cr
5,13-14
Derramen sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios
16 Y desde el Templo oí una voz potente que ordenaba a los siete ángeles:
«Vayan y derramen sobre la tierra las siete copas del furor de Dios».
El primer ángel fue y derramó su copa sobre la tierra, y todos los seres
humanos que tenían la marca de la Bestia y adoraban su imagen se llenaron de
llagas malignas y dolorosas.
El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, el que se convirtió en
sangre como de muerto, pereciendo todos los seres vivos que había en él.
El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos y sobre los manantiales, y sus
aguas se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas que decía:
Eres justo,
tú, el Santo, el que es y el que era,
porque sentencias con justicia,
porque ellos, que derramaron sangre de santos y profetas,
se merecían que les dieras a beber sangre».
Y oí que decían desde el altar:
«¡Sí, Señor Dios todopoderoso,
verdaderos y justos son tus juicios!».
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, y a éste se le permitió abrasar
a los hombres con fuego; entonces, un calor ardiente abrasó a los seres humanos.
Sin embargo, en lugar de arrepentirse y dar gloria a Dios, blasfemaron contra su
nombre, contra quien tiene poder sobre tales plagas.
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la Bestia, y su reino quedó
envuelto en tinieblas. La gente se mordía la lengua de dolor y, a causa de sus
dolores y llagas, blasfemaron contra el Dios del cielo, sin arrepentirse de su
conducta.
El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates, y sus aguas se
secaron, quedando libre la vía para los reyes que venían de Oriente.
Vi entonces que de las bocas del Dragón, de la Bestia y del falso profeta
salían tres espíritus inmundos que se asemejaban a los sapos. Se trataba de
espíritus demoníacos que realizaban signos y que iban a reunir a los reyes de todo
el mundo para combatir en el gran día del Dios todopoderoso. –¡Mira! ¡Vengo
como un ladrón! Dichoso el que esté alerta y conserve sus ropas. ¡No tendrá que
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
andar desnudo, mostrando sus vergüenzas!–. Y reunieron a los reyes en el lugar
que se llama en hebreo “Harmaguedón”.
16
16,1-16: Las siete copas ya están dispuestas (nota a 15,1-8). El relato sigue el modelo literario de las siete
trompetas (8,6ss) y, como éste, se inspira en las plagas de Egipto (Ex 7,8-11,10). Las calamidades afectarán
ahora a la totalidad de la creación, a diferencia de lo que ocurrió con las trompetas (Ap 8,7-12). Al igual que
éstas (8,6), el autor presenta las copas en su conjunto, luego una a una. Una voz poderosa que proviene del
Templo celestial, donde está el trono del Señor del cosmos, ordena a los siete ángeles dirigirse a la tierra y
derramar en ella sus copas. Los enemigos de Dios se reúnen en «Harmaguedón» (16,16) o “Montaña de
Meguidó”, lugar situado en la llanura de Esdrelón, al pie del monte Carmelo, escenario histórico de grandes
combates. Todo está listo para la gran batalla y el juicio final (16,17). Se le pide a la comunidad tomar distancia
y estar alerta (16,15), porque al igual que los tiempos del éxodo, Dios mismo intervendrá para liberar a la
humanidad del dominio del Dragón y sus Bestias y conducirla a la plenitud de la salvación. Entre los males
aniquilados está la idolatría de Roma que da culto al Emperador como si se tratara de una divinidad (16,1011). Los reyes partos, la principal amenaza de Roma, están listos para aniquilar al Imperio idólatra (16,12).
Mediante estos instrumentos, suscitados por Dios, derrotará a sus oponentes y concederá una salvación y una
paz que el Imperio, con todo su poder, nunca pudo ofrecer. La última copa introduce el juicio de Dios, contenido
de la parte final del Apocalipsis.
16,1: Is 66,6; Jr 10,25 / 16,2: Éx 9,10 / 16,3: Éx 7,17-21 / 16,4: Sal 78,44 / 16,6: Sal 79,3; Is 49,26 / 16,8: Eclo
43,4 / 16,10: Éx 10,21 / 16,12: Jr 51,36 / 16,13: Éx 7,25-8,14 / 16,15: Mt 24,42-44 / 16,16: Jue 5,19
5- El juicio o la aniquilación del mal
16,17-22,5. Esta última parte comienza describiendo la séptima copa que desencadena el desenlace de la
historia y resuelve el drama del hombre (notas a 4,1-22,5 y 16,1-16). Las imágenes empleadas no se prestan
para interpretarlas una por una y en cada uno de sus detalles. Luego de la introducción (16,17-21), se presenta
la gran Prostituta y las Bestias que se oponen a la comunión del hombre con Dios y enmarañan la historia (Ap
17). Pero Dios ha puesto en el seno de ésta una fuerza de redención, Jesucristo, el Cordero, que derrotó a la
gran Babilonia, representación de los poderes socio–políticos opresores e idólatras; de aquí el canto fúnebre
(Ap 18) inspirado en elegías bíblicas. Al duelo por la derrota de Babilonia sigue el canto festivo por el triunfo
de Dios y su Cordero, una de más solemnes doxologías del Apocalipsis (19,1-10). Luego se describe cómo y a
quiénes Jesucristo derrotó: al Dragón y a los que le sirven, las dos Bestias y reyezuelos de la tierra (19,1120,15). En adelante, sólo reina Dios y el bien (21,1-8). Se termina el relato describiendo la obra decisiva de
Dios (21,9-22,5): una Ciudad fiel y santa que desciende de él, Esposa del Cordero, y el paraíso restituido como
tierra y cielo nuevos donde vivirá la nueva humanidad de los que lleven «el sello» de pertenencia a Dios y al
Cordero (7,3: sfragízo) y en el que no tendrán cabida los que lleven la «marca» del Imperio romano (13,16:
járagma).
El séptimo ángel derramó su copa en el aire
Finalmente, el séptimo ángel derramó su copa en el aire, y salió una voz
potente procedente del Templo, desde el trono, que dijo: «¡Ya está hecho!». Y
hubo relámpagos, estampidos, truenos y un violento terremoto, como nunca había
sucedido desde que los seres humanos existen sobre la tierra. La gran Ciudad se
partió en tres, y las ciudades del mundo se derrumbaron. Y Dios se acordó de la
gran Babilonia para hacerle beber el vaso con el vino de su ira ardiente. Entonces,
todas las islas se ocultaron y las montañas desaparecieron.
Y una fuerte
granizada, semejante a piedras de unos treinta cinco kilos, cayó del cielo sobre los
17
18
19
20
21
seres humanos. Y éstos blasfemaron contra Dios por la plaga de granizo, porque
era una plaga realmente destructiva.
16,17-21: La séptima copa, a diferencia de las seis anteriores, se derrama en el aire, sede de fuerzas mucho
más poderosas que los seres humanos, pero todas sometidas a Dios (Ef 6,12; Col 1,16). Algunas de éstas son
hostiles (demonios, espíritus impuros…), pues causan las enfermedades y desgracias que aquejan a los hombres
(Mc 1,32-34). Luego Dios decreta que toda la historia llegue a su fin (Ap 16,17), por lo que sólo se espera el
juicio final. Según la literatura apocalíptica, fenómenos meteorológicos y terremotos como los descritos
(16,18.21), preceden a la manifestación definitiva de Dios que interviene para restaurar la justicia quebrantada.
La primera afectada es «la gran Babilonia» (16,19), es decir, Roma, quien tendrá que beber la copa de la ira de
Dios, imagen del castigo que sufrirán sus habitantes por no convertirse de su idolatría (nota a 14,14-20).
Estamos, pues, en el principio del fin.
16,17: Is 66,6 / 16,18: Éx 19,16-19 / 16,19: Is 51,17 / 16,21: Éx 9,22-26
Te voy a mostrar el juicio contra la gran Prostituta
17 Entonces vino uno de los siete ángeles que llevaban las siete copas y me
dijo: «Ven, te voy a mostrar el juicio contra la gran Prostituta, la que está sentada
sobre aguas torrenciales, con la que se prostituyeron los reyes de la tierra, y los
habitantes del mundo se embriagaron con el vino de su prostitución». Y en espíritu,
me llevó al desierto.
Y vi a una Mujer sentada sobre una Bestia color escarlata. La Bestia estaba
cubierta de nombres blasfemos, tenía siete cabezas y diez cuernos. La Mujer
vestía de púrpura y escarlata, adornada con oro, piedras preciosas y perlas. En su
mano llevaba un vaso de oro lleno de abominaciones, las inmundicias de su
prostitución, y en su frente estaba escrito un nombre misterioso: «La gran
Babilonia, la madre de las prostitutas y de las abominaciones de la tierra». Y vi
que la Mujer se embriagada con la sangre de los santos y la sangre de los testigos
de Jesús. Al verla, quedé profundamente asombrado.
Y el ángel me dijo: «¿Por qué te asombras? Voy a explicarte el misterio de
la Mujer y de la Bestia que la lleva, esa que tiene siete cabezas y diez cuernos. La
Bestia que acabas de ver era, pero ya no es; subirá del Abismo, pero para ser
destruida. Los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están inscritos en el Libro
de la vida desde que el mundo es tal, quedarán asombrados al ver que la Bestia
era, pero ya no es, aunque reaparecerá».
–«¡Ahora es cuando se requiere una mente sabia!»–.
«Las siete cabezas son las siete colinas sobre las que la Mujer está sentada.
También simbolizan a siete reyes: cinco de ellos ya han caído, uno vive, y el otro
aún no ha llegado, pero cuando llegue, durará poco. Y la Bestia, la que era, pero
ya no es, es el octavo rey, aunque pertenece al grupo de los siete, y -por lo mismova a ser destruida. Y los diez cuernos que has visto son diez reyes que aún no
han recibido el reino, pero que, con la Bestia, recibirán el poder real sólo por una
hora. Esos tienen una única intención: dar a la Bestia su poder y su autoridad.
Éstos lucharán contra el Cordero, pero como el Cordero es Señor de señores y Rey
de reyes, los vencerá. Y con él triunfarán también los llamados, los elegidos y los
fieles».
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
Y me dijo el ángel: «Las aguas que has visto, donde está sentada la
Prostituta, son los pueblos, las muchedumbres, las naciones y las lenguas. Pero
los diez cuernos que has visto y la misma Bestia acabarán por odiar a la Prostituta,
la devastarán y la dejarán desnuda, comerán su carne y la arrojarán al fuego.
Porque fue Dios quien los inspiró para que realizaran su plan, poniéndolos de
acuerdo para entregar su poder real a la Bestia, hasta que se cumplan las palabras
de Dios. Y la Mujer que has visto es la gran Ciudad, la que reina sobre los reyes
de la tierra».
15
16
17
18
17,1-18: Babilonia o «la gran Prostituta» (17,1) es la ciudad prototipo de todo sistema socio–político rebelde
a Dios, que endiosa creaturas abandonando al Creador y persigue a los que dan testimonio de Jesús (17,5-6).
Es bastante probable que el autor se refiere a la Roma de entonces, con sus siete colinas, referencia a «siete
cabezas» o emperadores (17,9-10) que fueron los que más favorecieron –con sus reyezuelos aliados– una
política de opresión y endiosamiento del César (17,12-14). Este conjunto de personas y organización política
es símbolo del Anticristo, causante de una destrucción real, aunque parcial y temporal, puesto que la historia
está regida por Dios y el reinado de su Cordero, constituido soberano universal y eterno (17,14). Jesucristo, «el
que es, el que era y el que viene» (1,8; 4,8), se enfrenta a la Bestia «que era, pero ya no es» (17,8.11), y a la
mujer sentada en ella, polo opuesto a la Mujer de Apocalipsis 12. Por más inteligentes y poderosas que sean la
Bestia y la mujer (17,3b.8.11), están derrotadas y, aunque la Bestia reaparezca por un tiempo (17,8.16), el
Cordero resucitado vive para siempre para proteger a los suyos y hacerlos partícipes de su reinado. No hay
lugar para un sistema socio–político diabólico, pues bajo el pastoreo del Cordero sólo hay cabida para una
humanidad nueva conformada por los «santos» o «elegidos» de Dios (17,6.14). Los símbolos quedan abiertos
para que, con «una mente sabia» (17,9), se descubra dónde hoy se concretizan.
17,1: Jr 51,13 / 17,2: Jr 51,7 / 17,4: Ez 28,13 / 17,5: 2 Tes 2,7 / 17,6: Ez 16,36-38 / 17,8: Dn 12,1 / 17,9: Dn
7,17 / 17,12: Dn 7,7.23-24 / 17,14: Dt 10,17 / 17,16: Ez 23,25-30 / 17,18: Jr 50-51
¡Páguenle con su misma moneda!
18 Después de esto vi a otro ángel que bajaba del cielo con gran poder. La
tierra se iluminó con su resplandor y gritó con voz potente, exclamando:
«¡Cayó, cayó la gran Babilonia!
Se ha convertido en morada de demonios,
en guarida de todo espíritu inmundo,
en refugio de toda ave impura y repugnante.
Porque todas las naciones han bebido
el vino del furor de su prostitución,
y los reyes de la tierra se prostituyeron con ella,
y los comerciantes del mundo
se enriquecieron sin medida con su lujo».
Luego oí otra voz que venía del cielo y dijo:
«Sal de ella, pueblo mío,
no sea que te hagas cómplice de sus pecados
y seas castigado con sus plagas.
Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo
y Dios tendrá en cuenta sus injusticias.
¡Páguenle con su misma moneda,
denle el doble de lo que merecen sus obras!
¡En el vaso en que preparó su vino,
1
2
3
4
5
6
prepárenle una porción doble!
Cuanto gastó en gloria y lujo,
eso mismo retribúyanselo en tormento y llanto.
Porque pensaba en su corazón:
“Estoy en mi trono de reina,
no soy viuda y jamás conoceré el duelo”.
Por esto, en un mismo día sobrevendrán sus plagas:
muerte, duelo y hambre.
Y será arrojada al fuego,
porque es poderoso
el Señor Dios que la ha juzgado».
7
8
18,1-8: Luego de la ejecución de la condena divina contra Babilonia o la «gran Prostituta» (nota a 17,1-18),
término que designa a los idólatras en la literatura profética, sigue este canto fúnebre por su destrucción (Ap
18), inspirado en conocidas elegías y cantos del Antiguo Testamento (Is 13; Jr 50-51; Ez 26-27). Se describe
con realismo el deplorable estado en el que quedará Babilonia, sin dejar de advertir las causas de ello. Es
probable que se hable de Roma y sus Emperadores en cuanto creadores de un sistema socio–político opresor e
idólatra que busca reemplazar a Dios y persigue a los que son de Cristo (nota a 17,1-18). La noticia se expande
por la tierra: «¡Cayó, cayó la gran Babilonia!» (Ap 18,2). Las causas son su pertinaz idolatría, su perversión
desenfrenada que sedujo a tantos, su riqueza y poder que corrompió a otros, y su soberbia sin límites (18,7).
Dios no hace más que retribuirle la moneda de castigo y opresión que ella distribuía entre las naciones al
irradiar su paganismo y su estilo de vida. Quedará reducida a la nada y solitaria, como lugar que se evita por
ser morada de espíritus impuros y animales salvajes (Is 34,10-15; Jr 50,39-40). Si este es el fin que le espera,
que el pueblo de Dios salga cuanto antes de ella (Ap 18,4), de lo contrario, se expone a ceder a su seducción y
le sobrevendrá el castigo que merecen idólatras y desenfrenados.
18,2: Is 21,9; Jr 50,39 / 18,3: Is 23,17 / 18,4: Is 48,20 / 18,5: Gn 18,20-21; Jr 51,9 / 18,6: Sal 137,8 / 18,7-8:
Is 47,7-9; Sof 2,15
¡Tan sólo una hora tardó en llegar tu castigo!
Los reyes de la tierra, los que se prostituyeron con ella y compartieron su
vida lujosa, llorarán y se lamentarán por ella cuando vean la humareda de su
incendio y, horrorizados por su tormento, se mantendrán a distancia, exclamando:
«¡Ay, ay,
la gran Ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa!
¡Tan sólo una hora tardó en llegar tu castigo!».
9
10
Lloran y se lamentan por ella los comerciantes de la tierra, porque nadie
compra ya sus mercancías: productos de oro y plata, piedras preciosas y perlas;
telas de lino y púrpura, de seda y escarlata; maderas olorosas y objetos de marfil,
toda clase de artículos de madera preciosa, de bronce, hierro y mármol; canela,
ungüento, incienso, mirra y perfumes; vino y aceite, la mejor harina y el mejor trigo;
ganado mayor y ovejas; caballos y carros; esclavos y seres humanos.
«Y el fruto que tanto apetecías se alejó de ti.
Se terminó todo tu lujo y esplendor
y nunca más los tendrás».
11
12
13
14
Los que comercian con estos productos y se enriquecieron a costa de la
ciudad se mantendrán a distancia, horrorizados por su tormento, y entre llantos y
lamentos exclamarán:
«¡Ay, ay,
la gran Ciudad, la que vestía de lino, púrpura y escarlata,
y resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas!
¡Tan sólo en una hora fue devastada tanta riqueza!».
15
16
17
Y todo capitán de barco, todos sus oficiales, los marineros y cuantos viven del
mar se mantuvieron a distancia y gritaban al ver la humareda del incendio,
diciendo: «¿Hay alguna ciudad comparable a la gran Ciudad?».
Y echándose tierra sobre sus cabezas, gritaban, lloraban y se lamentaban,
diciendo:
«¡Ay, ay,
la gran Ciudad, por cuya opulencia se enriquecieron
todos los que con sus barcos surcaban el mar!
¡Tan sólo en una hora fue devastada!
18
19
¡Alégrate, cielo, por su ruina,
y también ustedes santos, apóstoles y profetas,
porque al condenarla, Dios les ha hecho justicia!».
Un ángel poderoso levantó una piedra del tamaño de una gran rueda de
molino y la arrojó al mar, diciendo:
«Así, con violencia, será arrojada Babilonia,
la gran Ciudad,
y nunca volverán a encontrarla.
Nunca más se escuchará en ti
la música de arpas y cantores,
de flautas y trompetas
No encontrarán ningún artesano en ti,
sea cual sea su oficio.
Tampoco se escuchará en ti
el sonido de la rueda de molino.
La luz de la lámpara no brillará más en ti,
ni la voz del novio y de la novia se oirá en ti.
Porque tus comerciantes
eran los señores de la tierra;
porque con tus hechicerías
sedujiste a todas las naciones.
En ella fue derramada la sangre de los profetas,
de los santos y de todos los degollados de la tierra».
20
21
22
23
24
18,9-24: Tres grupos relacionados con «la gran Babilonia» o la Roma de entonces en cuanto sistema socio–
político opresor e idolátrico, se lamentan por su destrucción. No les duele la ruina de la ciudad, sino el gran
perjuicio que les reporta. El primer grupo es el de los reyes vasallos de Roma que, al no poder compartir con
el Imperio su maldad, pierden poder y prestigio (18,9-10). El segundo es el de los comerciantes de productos
de lujo, clasificados por su naturaleza (18,12-13), que se quedan sin clientes y con pérdidas enormes (18,1117a). El tercero es el de los dueños de naves y marineros que, al no poder surcar los mares, se quedan sin
transportar comerciantes, materias primas y mercancías (18,17b-19). Cada lamento se cierra con el mismo
estribillo, indicando la inminencia del juicio de Dios (18,10.17.19). Una vez más se recuerdan algunas causas.
El pecado de la gran Ciudad era insoportable (18,23b) como inaguantable era su injusticia contra los profetas
de Dios, los apóstoles, los santos o consagrados y los degollados de la tierra, entre los que se cuenta el Cordero
de Dios (18,20.24). Tanta sangre derramada reclamaba la intervención del Señor. Todo lo que antes formaba
parte de la vida lujosa de la gran Ciudad se convierte en su castigo: a la fiesta, sigue el duelo; a la prosperidad
por la explotación de los artesanos, la pobreza; al sonido del molino para el grano, el hambre; a los matrimonios
e hijos, la esterilidad (18,23). Así, además de fúnebre, el canto es irónico (nota a 18,1-8), puesto que aquello
que con tanto ahínco se buscaba, se convierte en el peor de los castigos.
18,9-10: Ez 26,16-17 / 18,11: Ez 27,29-36 / 18,12-13: Ez 27,12-24 / 18,15: Ez 27,31.36 / 18,17: Is 23,14; Ez
27,26-30 / 18,18-19: Ez 27,30-34 / 18,20: Dt 32,43 / 18,21: Jr 51,63-64 / 18,22: Is 24,8; Ez 26,13 / 18,22-23:
Jr 25,10 / 18,24: Jr 51,49; Lc 11,50
Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero
19 Después de esto oí en el cielo algo semejante a un gran rumor de una
inmensa muchedumbre que exclamaba:
«¡Aleluya!
La salvación, la gloria y el poder
son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos,
porque ha condenado a la gran Prostituta,
la que corrompía a la tierra con su prostitución,
y ha vengado en ella
la sangre de sus servidores».
Y por segunda vez exclamaron:
«¡Aleluya!
La humareda de la ciudad seguirá subiendo
por los siglos de los siglos».
Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron
para adorar a Dios que estaba sentado en su trono, diciendo:
«¡Amén! ¡Aleluya!».
Y salió una voz del trono que decía:
«Alaben a nuestro Dios todos sus servidores,
los que lo temen, pequeños y grandes».
Y oí algo semejante a un gran rumor de una inmensa muchedumbre,
parecido a un sonido de aguas caudalosas y a estampidos de fuertes truenos que
exclamaban:
«¡Aleluya!
¡El Señor, nuestro Dios todopoderoso,
ha comenzado a reinar!
Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero
y su esposa está preparada:
ha sido vestida de un lino resplandeciente de blancura».
–El lino son las acciones justas de los santos–.
Y se me ordenó: «Escribe: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del
Cordero”». Y añadió: «Éstas son las palabras verdaderas de Dios». Entonces caí
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
a sus pies para adorarlo, pero me advirtió: «¡No, eso no! Porque soy un simple
compañero de servicio como tú y tus hermanos, esos que mantienen el testimonio
acerca de Jesús. Y el testimonio acerca de Jesús es el espíritu de la profecía.
¡Adora sólo a Dios!».
19,1-10: Al canto fúnebre de Apocalipsis 18 (nota a 18,1-8) sigue este cántico litúrgico festivo, articulado con
un repetido «Aleluya» (“¡Alaben al Señor!” en hebreo). El descalabro absoluto del mal y la afirmación plena
del bien son tan sorprendentes que provocan este himno de alabanza a Dios y a su poder por la victoria,
mediante su Cordero, sobre Babilonia o la gran Prostituta (19,2). La muchedumbre que lo aclama es inmensa.
Todo es expresión de la alegría propia de un banquete de bodas (19,7), imagen utilizada en el Antiguo
Testamento (Is 54,4-8; Os 2,4-25; Ez 16). Varios coros del cielo y la tierra intercambian su alabanza. A la
muchedumbre celestial, siguen los ancianos y los seres vivientes (Ap 19,4); luego, se invita a los servidores de
Dios que, en la tierra, lo adoran como su único Señor (19,5); finalmente, junto con la muchedumbre de los
salvados, todos alaban a Dios (19,6). La Iglesia es la Nueva Jerusalén, Novia que –con sus actos de justicia
(19,8; 21,2)– se reviste del vestido apropiado para sus nupcias escatológicas con el Cordero que entregó su
vida por ella (Ef 5,25-30).
19,1: Sal 104,35; 111,1 / 19,2: Dt 32,43 / 19,3: Is 34,10 / 19,5: Sal 115,13 / 19,6: Ez 1,24; 43,2 / 19,7-8: Is
54,5-6; Jr 2,2; / 19,8: Is 52,1 / 19,9: Mt 22,1-14 / 19,10: Dn 8,26
Vi luego el cielo abierto y apareció un caballo blanco
Vi luego el cielo abierto y apareció un caballo blanco. Su jinete, que se llama
Fiel y Veraz, juzga y combate con justicia. Sus ojos son como llamas de fuego y
muchas diademas adornan su cabeza. Lleva escrito un nombre que sólo él conoce
y va envuelto con un manto empapado en sangre. Su nombre es «la Palabra de
Dios».
Los ejércitos del cielo, vestidos de lino de una blancura inmaculada, lo
seguían en caballos blancos. De su boca salía una espada afilada, para herir con
ella a las naciones. Las regirá con cetro de hierro [Sal 2,9] y pisará los racimos en
el lagar de la ira ardiente del Dios todopoderoso. Y tiene escrito en su manto y en
su muslo un nombre: «Rey de reyes y Señor de señores».
Y vi también a un ángel que, de pie sobre el sol, gritaba con voz potente,
convocando a todas las aves que surcan los cielos: «¡Vengan, reúnanse para el
gran banquete preparado por Dios! Comerán carne de reyes, carne de jefes
militares y de valerosos guerreros, carne de caballos y de sus jinetes, y carne de
toda clase de gente, libres y esclavos, pequeños y grandes».
Entonces vi cómo la Bestia y los reyes de la tierra reunían a sus ejércitos
para combatir contra el jinete y su ejército. Pero la Bestia fue capturada y, junto
con ella, el falso profeta, el que realizaba señales a favor de la misma para seducir
a quienes habían aceptado la marca de la Bestia y adoraban su imagen. Ambos, la
Bestia y el falso profeta, fueron arrojados vivos al lago ardiente de fuego y azufre.
Y los demás murieron por la espada que salió de la boca del jinete. Y todas las
aves se saciaron de sus carnes.
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
19,11-21: El primer momento de la batalla escatológica se narra en éste y el siguiente pasaje. El Mesías
guerrero, empapado en la sangre de sus enemigos y llamado «Palabra de Dios» (19,13), interviene para eliminar
del todo el mal de la historia (Sab 18,14-16; Jn 1,1.14). Lo hace como jinete en un “caballo blanco”, color de
la victoria y animal que simboliza una fuerza inusitada. La aniquilación de los enemigos se indica con la imagen
del lagar, apropiada en un doble sentido: porque “se aplasta” la uva y de ella brota un jugo “color rojizo”
parecido a la sangre de los enemigos (Ap 19,15; Gn 49,11; Is 63,1-6). El Mesías pone en obra la sentencia
divina que condena el mal y sus secuaces, la Bestia, el falso profeta y los reyezuelos lacayos (notas a 13,11-18
y 17,1-18). En batalla celeste y simbólica se enfrentan los ejércitos con sus oficiales. Tan segura es la victoria
de Dios que antes de la batalla se invita a las aves a reunirse para alimentarse con los enemigos muertos (Ap
19,17-18). El horizonte es escatológico: todo tendrá lugar al fin de los tiempos. Por su obediencia a Dios y su
entrega en favor de la humanidad, Cristo ha sido constituido Rey y Señor del universo. La asamblea cristiana
es invitada a trasladar al presente histórico su enfrentamiento con los sistemas socio–políticos opresores e
idólatras con la seguridad de que el triunfo de Dios y su Mesías será arrollador (19,20-21). Y esta invitación
para los discípulos de antes es también para los de hoy.
19,11: Sal 96,13 / 19,12: Dn 10,6 / 19,15: Heb 4,12 / 19,16: Dt 10,17 / 19,17-18: Ez 39,17-20 / 19,20: Dn 7,11
Todos ellos vivieron y reinaron con Cristo mil años
20 En eso vi un ángel que bajaba del cielo y que tenía la llave del Abismo y
una gran cadena en su mano. Y con ella dominó y encadenó por mil años al
Dragón, la antigua Serpiente, que es el “Diablo” o “Satanás”. Después lo arrojó al
Abismo, lo encerró y selló la entrada, para que no sedujera más a las naciones
hasta que se cumplieran esos mil años. Pasados los mil años, quedará libre por un
breve tiempo.
Entonces vi unos tronos y, a quienes se sentaron en ellos, se les dio poder
para juzgar. Vi también con vida a los que habían sido decapitados por dar
testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios y vi a los que no habían adorado a la
Bestia ni a su imagen ni habían aceptado la marca en su frente o en su mano.
Todos ellos vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no
volvieron a vivir hasta que se cumplieron esos mil años.
Ésta es la primera resurrección. ¡Dichoso y santo el que participa de la
primera resurrección! Sobre éstos, la segunda muerte no tiene autoridad, porque
serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y con él reinarán esos mil años.
Cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión y
saldrá a seducir a los pueblos de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog
con el fin de convocar a sus ejércitos para la guerra, innumerables como las arenas
del mar. Entonces marcharán por toda la extensión de la tierra y asediarán el
campamento de los santos y la Ciudad amada. Pero del cielo bajará fuego y los
devorará [2 Re 1,10.12]. Y el Diablo, que los había seducido, será arrojado al lago
de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta. Allí serán
atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
20,1-10: La batalla escatológica se concluye con la derrota del Dragón (nota a 19,11-21), a la que sigue un
interludio de tiempo paradisíaco, de soberanía sin contrapeso del Mesías. Este tiempo es de «mil años» (20,23.6) en los que, por una parte, el Dragón o Satanás será recluido sin poder actuar y, por otra, reinarán con Cristo
–«Señor de señores»– los que han dado testimonio de él (19,16). “Mil años” no es un dato cronológico (ver 2
Pe 3,8), como lo entendieron los milenaristas, doctrina rechazada por san Agustín que reaparece bajo formas
de mesianismos políticos. Según una explicación, al hablar de “mil años” se afirma que el Mesías recupera el
paraíso para los que pertenecen a Dios (Ap 22,1-5), pues creencias judías sostenían que éste había durado sólo
ese tiempo. Según otra explicación, se afirma la alternancia en la historia de la intervención salvífica de Cristo
y de la acción perniciosa de Satanás, mucho más débil y temporal, pues sólo es por «un breve tiempo» (20,3).
Lo que se constata es que son posibles dos tipos de conductas y valores contrapuestos: los de Jesús y los suyos,
comprometidos con la construcción de una historia que camina a la plenitud del Reino, y los de Satanás y sus
seguidores, como Gog y Magog, personificación de las fuerzas adversas (Ez 38-39), comprometidos con un
sistema idolátrico que genera maldad. El Cordero resucitado ha superado a Satanás al que, sin embargo, Dios
le permite actuar (Ap 20,3). Cuando se concluya la historia, conocerá la derrota definitiva, y la Nueva Jerusalén
(la Iglesia de la tierra y del cielo) brillará con la luz del Resucitado. Porque el discípulo vive esta tensión
escatológica necesita alimentar una espiritualidad centrada en la fidelidad, el combate propio de la fe y la
esperanza.
20,2: Gn 3,1-5 / 20,4: Dn 7,9.22.27 / 20,6: 1 Pe 2,5.9 / 20,8: Ez 38,2.9.15 / 20,9: Sal 78,68 / 20,10: Mt 25,41
Los muertos fueron juzgados según sus obras
Luego vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. Y la tierra y el
cielo huyeron de su presencia sin dejar rastro alguno. Y vi a los que habían muerto,
grandes y pequeños, de pie delante del trono. Y se abrieron unos libros, y se abrió
también otro libro, el Libro de la vida. Luego, los muertos fueron juzgados según
sus obras y conforme a lo escrito en los libros. Entonces el mar devolvió los
muertos que guardaba y lo mismo hizo la Muerte y el Abismo, y cada uno fue
juzgado según sus obras. Y la Muerte y el Abismo fueron arrojados al lago de
fuego. Ésta es la segunda muerte: el lago de fuego. Y quienes no estaban inscritos
en el Libro de la vida fueron arrojados al lago de fuego.
11
12
13
14
15
20,11-15: No deja de asombrar la sobriedad de la escena cuando se refiere nada menos que al destino final del
ser humano, el que se decidirá conforme a las opciones de cada cual. El poder de Dios y su justo designio no
sólo condenan a muerte a Satanás (nota a 20,1-10), sino a la misma Muerte por lo que el Abismo o Morada de
los muertos (el Hades) no tendrá razón de ser (1,18). Con Dios reinando, sólo habrá resurrección y vida eterna
(20,4-5; Is 25,8). Se vuelve a la imagen del mar que se condena a desaparecer en cuanto símbolo del caos
primordial y de lo que es inestable y en cuanto morada de espíritus impuros y monstruos marinos (Ap 20,13;
21,1; ver Gn 1,2). Los seducidos por Satanás y sus partidarios serán confrontados con sus propias obras y
condenados (Ap 20,12). En cambio, están registrados en el Libro de la vida los que, por gracia e iniciativa de
Dios, combatieron el mal y la idolatría, sin importarles padecer por ello. Éstos que amaron a Dios y practicaron
obras buenas, después de su primera muerte (la física), no volverán a morir, porque vivirán para siempre con
su Señor (20,6; 21,27). Quienes por su idolatría y malas obras no figuren en este registro, propio de los
ciudadanos del cielo, serán entregados a la segunda muerte, es decir, a la separación definitiva de Dios por
causa de su pecado (2,11; 20,6.14; 21,8). Los inscritos en el Libro de la Vida serán invitados a sentarse en
tronos junto al Cordero a juzgar a las naciones (20,4; Dn 7,22.27; ver Mt 19,28).
20,11-12: Dn 7,9-10; Mt 16,27 / 20,14: Mt 10,28; 1 Cor 15,26
¡Yo hago nuevas todas las cosas!
21 Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía más. Y vi la Ciudad
santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo y venía de Dios, preparada como
novia embellecida para su esposo. Y oí una potente voz desde el trono que decía:
«¡Ésta es la morada de Dios entre los hombres! Él habitará entre ellos, ellos serán
su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Él secará toda lágrima de sus ojos [Is
1
2
3
4
25,8] y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ya
pasó».
Y dijo el que estaba sentado en el trono: «¡Yo hago nuevas todas las
cosas!».
–Luego dijo: «Escribe que estas palabras son dignas de crédito y
verdaderas»–.
Me dijo también: «¡Ya está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el
fin. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida. El
vencedor heredará estos bienes y yo seré su Dios y él será mi hijo [2 Sm 7,14; Ez
11,20].
Pero los cobardes, incrédulos, depravados, asesinos, lujuriosos,
hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago ardiente de
fuego y azufre, que es la segunda muerte».
5
6
7
8
21,1-8: Continuidad y contraste caracterizan Apocalipsis 21 que hay que leer a la luz del capítulo 17. Siguen
tres escenas marcadas por la novedad: todo se hace “nuevo” (21,1-8), la “nueva” Ciudad (21,9-27) y el “nuevo”
paraíso (22,1-5). Respecto al fin del mundo hay, por lo menos, dos corrientes: toda la creación será liberada
del mal y renovada por la sabiduría y el poder de Dios (Mt 19,28; Rom 8,21), o toda desaparecerá y Dios hará
«nuevas todas las cosas» (Ap 21,1.5; 2 Cor 5,17). Esta segunda es la más común. No sólo Dios hará nuevo el
cielo y la tierra, sino también la Tienda del encuentro y el Templo de Jerusalén, reemplazados por la nueva
Jerusalén que procede del cielo. En ella, Dios habitará realizando en plenitud su promesa de eliminar toda
infidelidad de aquellos de los que se ha hecho “su pueblo” y él “su Dios” (fórmula de la alianza; Is 25,8; Ez
37,27). Esta nueva Jerusalén es la Novia que se prepara para su Esposo, el Cordero. La comunión definitiva de
Dios con su pueblo concretiza la total derrota de Satanás y del mal: el Dios de la alianza y su Cordero, presentes
en medio de su pueblo, es el garante de que ninguna calamidad ni vicio podrá alcanzarlo (Ap 21,4.8; Rom 1,2931). Mientras tanto, el pueblo de Dios o la Iglesia debe seguir venciendo el mal en ese mundo y embelleciéndose
por su fidelidad (Ap 21,7; ver 2,7.11).
21,1: Is 65,17; 66,22 / 21,2: Is 52,1; Heb 12,22 / 21,3: Lv 26,11-12, Zac 8,8 / 21,4: Is 35,10 / 21,6: Jn 4,10.14
/ 21,7: Sal 89,26 / 21,8: Rom 1,31
Te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero
Después vino uno de los siete ángeles que habían tenido las siete copas
llenas de las siete últimas plagas y me habló, diciendo: «¡Ven! Te mostraré a la
novia, a la esposa del Cordero». Y me transportó en espíritu sobre un monte
grande y elevado, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo y
venía de Dios resplandeciente de gloria divina. Su resplandor era como el de una
piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y
elevada, con doce puertas, y doce ángeles sobre las puertas en las que estaban
escritos los nombres de las doce tribus de los hijos Israel. Tres puertas miraban
al este, tres puertas al norte, tres puertas al sur y tres puertas al oeste. La muralla
de la Ciudad tenía doce cimientos en los que estaban grabados los doce nombres
de los doce apóstoles del Cordero.
El que me hablaba tenía una vara de oro, para medir con ella la Ciudad, sus
puertas y su muralla. La Ciudad era cuadrangular, pues su longitud era idéntica a
su anchura. Midió la Ciudad con la vara y tenía doce mil estadios de largo, al igual
que su ancho y su alto. Midió luego la muralla: tenía ciento cuarenta y cuatro
codos, según la medida humana utilizaba por el ángel. Los materiales de la
muralla eran de jaspe. La Ciudad era de oro puro semejante al cristal purificado.
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
Los cimientos de la muralla de la Ciudad estaban adornados con toda clase de
piedras preciosas: el primer cimiento era de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero
de ágata, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónix, el sexto de cornalina, el
séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de ágata,
el undécimo de jacinto y el duodécimo de amatista. Las doce puertas eran doce
perlas y cada puerta estaba hecha de una sola perla. Y la plaza de la Ciudad era
de oro puro, transparente como el cristal.
Pero no vi en la Ciudad ningún Templo, pues el Señor Dios todopoderoso y
el Cordero son su Templo. Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren, ya que
la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las
naciones y los reyes de la tierra le ofrecerán su esplendor. No se cerrarán jamás
sus puertas al fin del día, porque en ella no habrá noche. Y le llevarán el esplendor
y el honor de las naciones, pero no entrará en ella nada impuro, ni nadie que
practique la abominación y la mentira, sino sólo los inscritos en el Libro de la vida
del Cordero.
20
21
22
23
24
25
26
27
21,9-27: Ya se dijo que la nueva Jerusalén que desciende del cielo es la morada definitiva de Dios y de su
nuevo pueblo (nota a 21,1-8). La Ciudad se describe como paradigma de convivencia plena del ser humano
entre sí y con Dios. La salvación, pues, se propone bajo la imagen de una ciudad santa y fraterna, pues Dios es
su soberano. Por lo mismo, tampoco tendrá un templo o espacio sagrado, pues todo es sagrado (Ap 21,22).
Respecto a sus dimensiones y puertas, el relato se inspira en Ezequiel (Ez 40,3.5; 48,15-17.30-35) y otros
profetas (Is 60,1-2; 65,17-19). La Ciudad tendrá doce puertas orientadas a los cuatro puntos cardinales: ¡todos
podrán entrar! Su forma cúbica y sus dimensiones son simbólicas, pues 12000 estadios resulta de multiplicar
doce por mil, y 144 codos, doce por doce. Sus doce cimientos llevan los nombres de los doce apóstoles del
Cordero. De este modo se destaca el rol de éstos en la formación del nuevo pueblo que habita la nueva Jerusalén
(Ap 21,12.14; Ef 2,19-20). Por pertenecer a la esfera divina se subraya la perfección de la Ciudad y su
seguridad. Mientras la altura de su muralla y el tipo de cimientos indican la solidez de la construcción, las
piedras preciosas su belleza. A diferencia de las ciudades amuralladas de entonces, que cerraban sus puertas
de noche, no será así en la nueva Jerusalén, porque al tener el resplandor de Dios y su protección, la vida en
ella será posible sin interrupción alguna (Ap 21,25; 22,5). La asamblea de cristianos es invitada a proyectar en
su presente la luz y la belleza de la nueva Jerusalén, gracias a la acción del Espíritu. Y todos los pueblos
reaccionarán, reconociendo la gloria de Dios y de Cristo por su obra de salvación (21,24).
21,9: Jn 3,29 / 21,10: Ez 40,1-2 / 21, / 21,10-11: Bar 5,1-2 / 21,14: Mc 3,14 / 21,15: Ez 40,3 / 21,16-18: 1 Re
6,14-22 / 21,19-20: Is 54,11-12; Tob 13,17 / 21,22: Ez 11,16 / 21,23: Is 60,19-20, Jn 8,12 / 21,24: Is 2,3 /
21,25-26: Zac 14,7 / 21,27: Is 52,1; Ez 44,9
No habrá noche, porque el Señor Dios los alumbrará
22 Luego el ángel me mostró un río de agua viva, transparente como cristal,
que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza de la Ciudad y
a orillas del río, se halla un árbol de vida que da doce cosechas, una cada mes,
cuyas hojas sirven para sanar a la gente. Y no habrá allí ninguna maldición. El
trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad y sus servidores le darán culto,
contemplarán su rostro y llevarán su nombre en la frente. No habrá noche, porque
el Señor Dios los alumbrará, por lo que no necesitarán luz de lámparas ni la luz del
sol, y reinarán por los siglos de los siglos.
1
2
3
4
5
22,1-5: El ángel continúa presentando la nueva Jerusalén en su estado escatológico. Ahora nos dice que la
Ciudad santa no es sólo esplendorosa y majestuosa, lo que ha descrito según los parámetros orientales (nota a
21,9-27), sino también fuente de vida y de luz inagotable. Para ello se evoca el río de agua viva y el árbol de
la vida (22,2.14.19) que, según el Génesis, estaba en el huerto donde Dios colocó al hombre y la mujer (Gn
2,9; 3,1-5). Las evocaciones a algunos profetas, sobre todo Ezequiel (Ez 47,1-12), son también evidentes. La
vida abundante y la luz radiante brotan de la acción de Dios y del Cordero, y son para los que llevan el sello
de su redención y han sido llamados a contemplar su Rostro (Ap 22,4). En la Ciudad santa se recupera el
paraíso terrenal en cuanto pleno estado de vida, ahora realizado de modo insospechado. A la presencia amigable
pero intermitente de Dios en el paraíso del Génesis, su presencia en la Ciudad santa es total y definitiva, puesto
que el trono de Dios y su Cordero se encuentra en medio de los que habitan la Ciudad. Si Dios tuvo que
maldecir al hombre en el paraíso por su desobediencia, aquí no habrá «ninguna maldición» (22,3). Si el árbol
en la Ciudad santa es de vida, lo es por el árbol de la cruz donde el Cordero se inmoló. A la presencia de Dios
debe corresponder un culto adecuado. ¡Dios ha cumplido su promesa! ¡Lo antiguo pasó! (21,4).
22,1: Gn 2,10; Ez 47,1 / 22,3: Gn 3,17.22-24 / 22,4: Sal 17,15; Mt 5,8 / 22,5: Is 60,19-20; Dn 7,18
Epílogo
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
Después me dijo: «Estas palabras son dignas de crédito y verdaderas. El
Señor Dios, que inspira a los profetas, envió a su ángel para manifestar a sus
servidores lo que está a punto de suceder. ¡Volveré pronto! ¡Dichoso el que cumpla
las palabras proféticas de este libro!».
Y yo, Juan, soy el que ha oído y visto todo esto. Cuando terminé de oír y ver,
me postré a los pies del ángel que me manifestaba todo esto, para adorarlo. Pero
él me dijo: «¡No, eso no! Porque yo soy un simple compañero de servicio como tú
y tus hermanos los profetas y como todos los que cumplen las palabras de este
libro. ¡Adora sólo a Dios!».
Luego me dijo: «No selles las palabras proféticas de este libro, porque el
tiempo está cerca. Deja, pues, que el injusto siga cometiendo injusticias y el
manchado siga manchándose, pero que el justo no deje de practicar la justicia y el
santo no deje de santificarse».
«¡Volveré pronto! ¡Y traigo mi recompensa para dar a cada uno según sus
obras! Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin».
«Dichosos los que laven sus túnicas para tener parte del árbol de la vida y
entrar por las puertas de la Ciudad. ¡Afuera los perros, los hechiceros, los
lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira!».
Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para testimoniarles estas cosas acerca de
las iglesias. Yo soy el retoño de David y su descendencia, la estrella radiante de la
mañana.
El Espíritu y la novia dicen: «¡Ven!». Y el que escucha, diga: «¡Ven!». Y el
que tenga sed, que se acerque; el que quiera, beba gratis del agua viva.
Yo advierto a todos los que escuchan las palabras proféticas de este libro:
«Si alguien agrega alguna cosa, Dios a él le agregará las plagas descritas en este
libro. Y si alguien se atreve a quitar alguna cosa a las palabras de este libro
profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la Ciudad santa, que se
describen en este libro».
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
El que da testimonio de estas cosas, dice: «Sí, volveré pronto». ¡Amén!
¡Ven, Señor Jesús!
¡Que la gracia de Jesús, el Señor, esté con todos!
20
21
22,6-21: El relato llega a su fin. Está constituido el nuevo pueblo e invitado a habitar con Dios en la nueva
Jerusalén, Ciudad santa preparada por él para los suyos. El relato finaliza como comenzó: Juan es el depositario
de lo que está punto de sucederle a la historia y al hombre, y que tiene por protagonista a Jesús, Alfa y Omega,
es decir, comienzo y fin de todo. Se invita a respetar lo que está escrito y a cumplirlo, porque el Señor vendrá
y ese momento es inminente (1,3; 22,7.10). El diálogo litúrgico es semejante al del inicio del libro, enmarcando
la experiencia de la revelación apocalíptica. Sus protagonistas son Juan, el ángel enviado por Dios, Jesús
resucitado y la asamblea animada por el Espíritu, presentada como Novia del Cordero. Los tres primeros son
testigos cualificados de que «estas palabras son dignas de crédito y verdaderas» (22,6). Quien respete el
contenido del libro y lo obedezca, buscando lo que es justo y santo (22,11), será «dichosos» por siempre (22,14,
séptima bienaventuranza del libro, número de perfección), porque espera confiado la intervención de Dios en
la historia, quien ciertamente hará nuevas todas las cosas (21,5) y porque entrará en la Ciudad santa y gozará
de los frutos del árbol de la vida. Se entiende, entonces, la invocación final cargada de anhelo escatológico:
«¡Ven, Señor Jesús!» (22,20; 1 Cor 16,22).
22,6: Dn 8,26 / 22,7: Dn 2,28 / 22,10: Dn 12,4 / 22,11: Dn 12,10 / 22,12: Jr 17,10 / 22,14: Gn 2,9; 1 Jn 1,7
/ 22,15: Sal 22,16; Flp 3,2 / 22,16: Is 11,1.10 / 22,17: Is 55,1; Jn 4,10.14 / 22,18-19: Dt 4,2; 12,32 / 22,20:
Hch 3,20-21 / 22,20-21: 1 Cor 16,23