Kant y el teísmo moral
Una aproximación al criticismo desde la idea de Dios
Nicolás Esteban Giliberti
Resumen:
El artículo expone el concepto de Dios que Kant desarrolla y el lugar que ocupa en su sistema
filosófico. El objetivo es presentar una perspectiva transversal del pensamiento de Kant
entorno a la cuestión de Dios y del teísmo, donde las ideas aparezcan relacionadas en el
conjunto del sistema. Para éste fin se aborda tanto su bibliografía principal como el horizonte
biográfico y social en que se gestan y desarrollan sus ideas.
Palabras clave: Kant, Historia de la filosofía, Teología, Teísmo, Filosofía de la religión
Abstract:
This article exposes the concept of God that Kant developed, and its role in his philosophical
system. The aim is to present a transversal perspective of Kant’s though towards God and
theism, where the ideas are related with the system as a whole. In order to do that, both
Kant’s main bibliography and his biographical and social context are addressed.
Keywords: Kant, History of Philosophy, Theology, Theism, Philosophy of religion
1. Introducción .....................................................................................1
1.1. La relación histórica entre filosofía y teología............................................1
1.1.1. Aproximación desde la filosofía ..............................................................................1
1.1.2. Aproximación desde la Teología .............................................................................2
2. El proyecto Kantiano ........................................................................3
2.1. Nota preliminar .........................................................................................3
2.2. Cuestiones biográficas................................................................................3
2.2.1. Ilustración francesa y alemana................................................................................4
2.2.2. Kant pre-crítico.......................................................................................................6
2.3. La revolución copernicana de Kant ..........................................................9
2.3.1. El lugar del hombre ..............................................................................................11
3. Kant desde la idea de Dios .............................................................12
3.1. La razón teórica: Crítica de la Razón Pura .............................................12
3.1.1. Perdida de las funciones metafísicas de Dios ........................................................12
3.1.2. Dios como idea y como noúmeno ........................................................................14
3.1.3. Sobre la distinción fenómeno/noúmeno ..............................................................16
3.1.4. Teología trascendental ..........................................................................................18
3.1.5. Objeciones a la teología trascendental ..................................................................20
3.2. La razón práctica .....................................................................................22
3.2.1. La ética kantiana ...................................................................................................22
3.2.2. Tránsito al teísmo moral .......................................................................................23
3.2.3. El estatus epistémico del teísmo moral .................................................................26
3.2.4. Del Teísmo moral a la religión ..............................................................................28
3.2.5. Filosofía de la religión ...........................................................................................31
3.3. La cuestión de la religión .........................................................................32
3.3.1. Ilustración, religión y política................................................................................32
3.3.2. Polémicas y conflictos............................................................................................35
3.4. Reflexiones finales ....................................................................................36
4. Bibliografía......................................................................................38
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
1. Introducción
1.1. La relación histórica entre filosofía y teología
Moulines (1991) describió la filosofía como un «cajón de sastre que contiene toda clase
de tesis, sistemas, argumentos, concepciones del mundo, métodos…» caracterizado por una
serie de actividades humanas - «precisar preguntas, explicitar respuestas, construir
fundamentaciones, sacar consecuencias» - que, además, resultan ser procesos inagotables del
pensar. De este modo, el quehacer filosófico se plantea como ejercicio general de reflexión
humana. Reflexión que se da, necesariamente, en relación a motivaciones, fines, un marco
histórico y cultural… en definitiva, una colección de elementos que atraviesan tanto al
pensador como a lo pensado y que forma el horizonte en el cual ambos se injertan.
Uno de los mayores interlocutores de los filósofos ha sido el discurso religioso. Éste
monopolizaba la oferta de sentido existencial del hombre y proveía, junto al discurso sobre la
divinidad, una reflexión acerca de la totalidad de lo real. Es sencillo reconocer temas sentido, origen, moralidad, destino, etc.- que, por haber sido abordados primeramente en el
discurso religioso o estar implicados en él, establecen una relación entre filosofía y religión.
Además, en la medida en que esa relación es productiva y que los discursos religiosos poseen
pretensión de verdad, tales asuntos dan rienda a un diálogo que se extiende hasta la
actualidad.
En un plano distinto a la discusión de contenidos, lo filosófico y lo religioso se
encuentran en el sujeto que elabora sendos discursos. La relación que se de entre lo filosófico
y lo religioso/teológico apunta, por lo tanto, a una biografía, a una trayectoria intelectual, a
una sensibilidad concreta; que cristalizará en la cosmovisión que el sujeto desarrolle para sí, se
manifestará en su - justificada o no - toma de postura.
Estos son los dos polos en los cuales se apoya el trabajo: (1) la argumentación concreta
de Kant frente a la cuestión teológica y (2) el itinerario biográfico que nos permite
comprender su argumentación en un panorama más amplio, vinculado a su pensamiento en
general y su ocasión histórica.
1.1.1. Aproximación desde la filosofía
Si entendemos la palabra ‘teología’ en su sentido más amplio, como un discurso
acerca de la divinidad, su existencia, naturaleza y correlato con la realidad; se hace evidente
que los contenidos del discurso teológico se extienden hasta el nivel de la reflexión filosófica:
supone el conocimiento de disciplinas desarrolladas por la filosofía, produce enunciados que
son evaluados o complementados por otras disciplinas filosóficas, y ambas dialogan en el
mismo plano en tanto que reflexiones sobre la totalidad de lo real.
Tal relación puede considerarse presente desde los inicios de la filosofía. Sobre el
origen, Guillermo Fraile (2011) destaca la profundidad de la discusión debido a los elementos
a tener en cuenta y el paraguas de posturas disponibles: desde concepciones de la filosofía que
remontan la reflexión filosófica «hasta el origen de la Humanidad», hasta concepciones que
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NICOLÁS GILIBERTI
ven la filosofía como fruto de una «creación espontánea y peculiar del genio griego». Fraile,
además, añade que: «en las religiones orientales es fácil descubrir un fondo filosófico envuelto
en formas míticas, bajo las cuales laten las grandes cuestiones que el hombre se ha planteado
frente a la realidad.»
De acuerdo con la perspectiva de Fraile, situamos el origen en los pensadores griegos
fuertemente vinculado al desplazamiento de la forma mítica y tradicional frente al carácter
dialógico, fruto de la contraposición de relatos heterogéneos. Además, nace con pretensión de
cientificidad - en el sentido de conocimiento seguro, universal y (en algunos pensadores)
demostrativo - y con un carácter crítico frente a los demás discursos: pretende justificarse a sí
misma como opinión-verdadera frente a la mera opinión.
No obstante, si nos referimos a lo filosófico como lo que es fruto de la reflexión sobre
«las grandes cuestiones que el hombre se ha planteado frente a la realidad», la reflexión
filosófica aparece implícitamente en los discursos religiosos y teológicos anteriores a su
génesis. Es en esta contraposición de discursos donde emerge su diálogo, y es por la
constitución de las disciplinas que surge la cuestión de cuál sea la relación entre ambas relación que históricamente ha adoptado muchas formas.
1.1.2. Aproximación desde la Teología
Sobre la relación entre filosofía y teología cristiana1, Pannenberg (2016) considera que
la introducción de la teología en la filosofía se debe a la discusión con las diversas doctrinas
filosóficas con el fin de promulgar el cristianismo: «hablar de Dios significa hablar del origen
creador de todo lo real. Pero una cosa es hablar de Dios y otra distinta decir que el Dios de
los judíos es idéntico al origen creador de todas las cosas y, por ello, el dios de todos los
hombres». También señala cómo el judaísmo helenístico «vio en la crítica filosófica a la
religión popular politeísta la confirmación de la verdad de la fe en el Dios único». De manera
semejante, la patrística cristiana apelaría a los filósofos para apoyar y conceptualizar sus
convicciones religiosas.
Pero el recurso a la filosofía no era únicamente una cuestión de proselitismo religioso.
El discurso acerca de Dios supone un discurso sobre el ser humano y el cosmos en relación a
la divinidad. Por ésta razón, tanto la filosofía, desde los presocráticos, como la teología, desde
la patrística, encuentra en el pensar la totalidad de lo real aquel correlato que es la pregunta
filosófica por Dios y el hombre.
Pannenberg ofrece una tipología de la relación histórica entre teología y filosofía en
cuatro grandes categorías: a) oposición, b) identidad, c) subordinación de la filosofía a la
teología y d) subordinación de la teología a la filosofía.
A lo largo del trabajo referiremos principalmente a la teología cristiana, conscientes de que cabría analizar la
relación filosofía-teología desde teologías como la musulmana o la judía, o la consideración del aporte de las
diversas comunidades religiosas históricamente relevantes. La elección de la teología cristiana responde
principalmente a la estrecha vinculación con Kant tanto biográficamente como en relación a sus interlocutores y
el contexto cultural.
1
2
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
Con esto presente, uno de los intereses del trabajo será comprender la filosofía crítica
y el teísmo moral en el marco de la discusión sobre el quehacer de la filosofía y la ciencia (esto
es, la pregunta por el conocimiento en Kant) y el quehacer de la teología (esto es, el
conocimiento en torno al concepto de Dios y las discusiones entorno a la teología de la
época). ‘Comprender’ en el sentido de obtener una visión holística de Kant de manera que su
obra se entienda en conjunto y en el marco biográfico y cultural del que parte y al cual se
dirige.
2. El proyecto Kantiano
2.1. Nota preliminar
Toda investigación sobre un autor comienza con una crítica de qué fuentes habrán de
considerarse, y en un trabajo que pretenda comprender el itinerario intelectual de un autor
esto debería abarcar la totalidad de su producción para poder evaluar su evolución en
conjunto. Sin embargo, éste trabajo pretende comprender la aportación de Kant desde su
pensamiento filosófico hacia la cuestión del quehacer teológico y su discurso. Por lo tanto, el
período de mayor interés, y el escogido, será el que expone el andamiaje de su sistema
filosófico: las Críticas y los textos específicamente relacionados con nuestro interés temático
(Qué es la ilustración, Qué significa orientarse en el pensamiento, La religión dentro de los
límites de la mera razón, El conflicto de las facultades).
Las razones por las cuales sería de interés abordar al Kant precrítico en una
investigación más amplia se desarrollarán más adelante. Las razones por las cuales no se
abordará en profundidad tienen que ver con la extensión del trabajo y con el interés en la
aportación más propia de Kant. Respecto al Opus Postumum, si bien puede ser de interés
como ventana al pensamiento más tardío de Kant, no fue publicado por él - es decir, no es un
texto acabado y revisado por el autor que pueda ser considerado al mismo nivel editorial que
sus publicaciones más célebres - y su interpretación es un ámbito de debate específico dentro
de las investigaciones actuales sobre Kant; excede el interés del trabajo.
Los textos que sí serán considerados en detalle no serán abordados en un sentido
exhaustivo filológico (por ejemplo, cuestiones como la diferencia entre ediciones de la crítica
de la razón pura) sino con el propósito de entender lo que supone la aportación de Kant para
el estado del conocimiento de su época y para el desarrollo de su propio pensamiento.
2.2. Cuestiones biográficas
Copleston (2017) resume su vida en una oración: «fue simplemente un excelente
profesor de la universidad, nada célebre, de una ciudad provinciana». Su biografía no está
atravesada por eventualidades que marcasen su vida, ni una condición psicológica
característica. Sin ser un San Agustín o Nietzsche, encontramos, no obstante, detalles
biográficos menores que permiten esbozar su personalidad moral.
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NICOLÁS GILIBERTI
Nació en 1724 en Königsberg, una ciudad portuaria, capital de Prusia Oriental, en
casa de artesanos. Artesanos “burgueses”, en la medida en que vivían del crédito de su taller,
pero no por ello sin atravesar penurias. José Luis Villacañas (2010) describe, en el estudio
introductorio a la Crítica de la razón pura, el ethos de su condición social: «los gremios artesanales
suponían virtudes urbanas y hacían de la respuesta a las necesidades de los clientes la base
moral misma de la vida. Eficacia, honestidad, puntualidad, pulcritud de trabajo […] Se
aspiraba a mantener el buen nombre y la independencia». Kant creció en una ciudad
luterana tradicional, organizada al modo de la “ética social orgánica” de Weber.
Villacañas, respecto al ambiente religioso del entorno de los padres de Kant, aduce
que «el pietismo en Prusia a principios del siglo XVIII […] trataba de otorgar a los sectores
humildes de la sociedad urbana una profunda conciencia de su dignidad […] los dotaba de
un “nuevo yo” tras la adecuada conversión.» El pietismo que Kant conoció a través de su
entorno familiar era una forma de religiosidad que orientaba la vida y producía una
confianza moral admirable: quien no fuera noble de patrimonio podía, aún, adquirir nobleza
de espíritu.
La cara b de la religión la encontró, Kant, en los maestros - nominalmente pietistas de las instituciones educativas: «[quienes] se dejaban llevar por el espíritu de jerarquía,
autoritarismo, sadismo, y todo lo que estas actitudes producen en los niños». Respecto a los
estudios superiores, la universidad luterana de la época era conservadora y la facultad de
teología solía servir al mantenimiento de la religión oficial. Se daba una relación entre
religión y política que inflamará la crítica de Kant contra éste sector de la sociedad y su
actividad en escritos como Qué es la ilustración y El conflicto de las facultades; ademas de producir,
eventualmente, polémicas como la de Jacobi o la cuestión de la censura.
La relación con la religión, no obstante, no se reduce a la anécdota o el conflicto
político; sino que tiene alta presencia en el sistema kantiano. Si bien el tratamiento de la
metafísica en la Crítica de la razón pura se dirige contra la “teología natural”, en la Crítica de la
razón práctica recurrirá a la idea de Dios como postulado de la razón pura práctica; y aún en el
prólogo a la primera edición de La religión dentro de los límites de la mera razón encontramos que
«la Moral conduce ineludiblemente a la Religión, por la cual se amplía, fuera del hombre, a
la idea de un legislador moral poderoso en cuya voluntad es fin último aquello que al mismo
tiempo puede y debe ser fin último del hombre»; completando su sistema.
2.2.1. Ilustración francesa y alemana
La ilustración tiene un interés crucial para entender la formación del pensamiento de
Kant en la medida en que se compromete con algunos de sus ideales y recoge las
aportaciones de grandes referentes como Hume o Rousseau.
La ilustración francesa tiende a exponerse como un alzamiento contra la tradición
religiosa y política; y aunque es cierto que muchos de los representantes típicos de la
Ilustración Francesa se opusieron al altar y al trono - a veces incluso militando en un ateísmo
dogmático - ésta lectura sería solamente el anverso negativo de la ilustración. El ejercicio de la
razón promovido por el movimiento era, principalmente, el intento de comprender el mundo
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KANT Y EL TEÍSMO MORAL
por sí mismo y al ser humano en su dimensión psíquica, moral y social; incentivados por el
desarrollo y expansión del punto de vista científico. Los filósofos franceses del siglo XVIII
rechazaron la metafísica especulativa del XVII alineándose con el pensamiento empirista
inglés. En palabras de Copleston: «podemos considerar en general la filosofía de la Ilustración
Francesa como un intento de desarrollar lo que Hume había llamado the Science of man».
El rechazo a la metafísica no supuso, directamente, un rechazo a la especulación
teológica. Por un lado, hubieron figuras como Montesquieu o Fontenelle que creían que el
cosmos manifiesta la existencia de la divinidad - si bien era una divinidad más parecida al
deísmo o al spinozismo que a la tradición cristiana. Por otro lado, hubieron autores que
actualizaron la especulación sin romper con la herencia cristiana, como Voltaire, quien se
pronunciarían muy claramente al respecto: «Toda la filosofía de Newton lleva necesariamente
al conocimiento de un Ser Supremo que ha creado todas las cosas y lo ha dispuesto
libremente todo»2.
Respecto al ser humano, si bien se recurre a la razón como medio para alcanzar y
desarrollar el conocimiento, se formulará la idea de que la naturaleza humana está centrada
en las pasiones: Hume dirá que la razón es esclava de las pasiones; Voltaire que sin pasiones
no habría progreso humano; y Vauvenargues que nuestras pasiones no se distinguen de
nosotros mismos.
La crítica a la herencia religiosa y la centralidad en el hombre darán a luz obras como
El origen de las Fábulas o la Historia de los Oráculos de Fontenelle, donde se alimenta el
escepticismo respecto de las doctrinas o narrativas religiosas atribuyéndoles un origen natural
según la necesidad explicativa de la psicología humana y la falta de conocimiento positivo del
mundo. Pero no es un rechazo a la teología sino a lo que la religión era y representaba.
Copleston afirma que «para Fontenelle Dios no es el Dios de ninguna religión histórica, el
que se revela en la historia y da origen a los sistemas dogmáticos, sino el Dios de la
naturaleza, revelado en la concepción científica del mundo». Se empieza a vislumbrar, en el
pensamiento de estos autores, una ruptura entre la teología adscrita a una religión concreta y
la teología como discurso/conocimiento acerca de alguna noción propia de la divinidad.
Todas estas aportaciones preparan el terreno para el “giro copernicano” que realizará
Kant con su obra, si bien los cambios llevan gestándose desde las aportaciones de los autores
renacentistas. Lo que encontramos es una propuesta nueva, alternativa a la tradición
instituida respecto a los temas, el enfoque, la metodología e incluso el estilo del quehacer
filosófico. La discontinuidad no es total, sino que convendría pensar la modernidad como el
agotamiento del repertorio medieval, que ya empezaba a ser desplazado por el pensamiento
renacentista y que ahora, de mano de los filósofos y científicos ilustrados, llega a los entornos
académicos junto al cambio social, político y científico que exigía el nuevo paradigma.
La ilustración alemana ejemplifica claramente ésta continuidad y discontinuidad con
la tradición filosófica. Encontramos un primer exponente en Christian Thomasius, hijo de un
maestro de Leibniz, conocedor de la filosofía francesa, hostil con la metafísica y el excesivo
intelectualismo alemán, cercano a las corrientes de cuño empirista: «Para Thomasius está
2 Nota recogida de ‘Philogophie de Newton, I, 1’ en Copleston F. (2017). Historia de la filosofía: Volumen 3.
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NICOLÁS GILIBERTI
claro que nuestro conocimiento natural depende de los sentidos. No poseemos ideas innatas,
ni podemos descubrir verdades acerca del mundo mediante un método puramente
deductivo».
Thomasius era, al menos de tradición, pietista. Y tanto el pietismo como su
empirismo ahondaron la brecha entre filosofía y metafísica (o teología natural). Las razones
son diversas. Respecto al empirismo podemos aducir razones puramente epistemológicas y de
intereses del quehacer filosófico. El pietismo le era útil pues daba la primacía a la subjetividad
y la fe, desacreditando el valor de la especulación metafísica o la teología escolástica.
Un segundo gran exponente de la ilustración alemana es Christian Wolff. Al contrario
que Thomasius, su actitud para con la filosofía supuso un renacer de la metafísica y el
racionalismo en la academia. Desarrollo un sistema racionalista radical, abogando por el
método deductivo y su uso más allá de las disciplinas formales. Recibió una gran influencia de
Leibniz, de quien adopta aportaciones como el tratamiento de la ‘sustancia’, la teodicea o la
formulación del argumento ontológico. Y también se puede rastrear una continuidad con la
escolástica, por ejemplo en su división de la filosofía, reivindicando el papel de la metafísica y
la teología natural.
Llama la atención que no se librase de las acusaciones de ateísmo de algunos pietistas
- acusación totalmente absurda - que provocaron su expulsión de la cátedra y el abandono de
Prusia en 1723. No volvería hasta 1740, bajo el reinado de Federico II, quien, además, le
ennoblecería. La cuestión es que su filosofía y la de sus continuadores constituía también un
programa para reunir toda actividad humana bajo la razón: aquí yacía el conflicto con el
pietismo, que consideraba tal proyecto una amenaza a la fe.
La ilustración alemana, ejemplificada por medio de dos figuras tan diferentes, muestra
las influencias e intereses del terreno donde Kant, antes de elaborar su propio sistema,
desarrollará su actividad. Además, en Alemania hubo una difusión importante de ideas,
sensibles a la aportación de autores ingleses y franceses, por medio de filósofos que se dirigían
al pueblo culto exponiendo éstos nuevos planteamientos. El deísmo se abrió paso a través de
figuras como Samuel Reimarus, y se popularizaron las ideas religiosas de la ilustración de
mano de Moses Mendelssohn.
2.2.2. Kant pre-crítico
Se denomina así al período de producción intelectual anterior a la publicación de la
Crítica de la Razón Pura. Entonces se adscribía al sistema de Leibniz-Wolff3 y recurría a sus
textos para las clases de filosofía. Además recibió una gran influencia de Martin Knutzen, un
profesor de lógica y metafísica que había sido discípulo de Wolff y había adquirido un gran
interés por la ciencia natural. Él incentivaría a Kant a conocer la ciencia de Newton, la cual
ya no abandonaría; y en sus primeros trabajos desarrolló sobretodo cuestiones científicas de
carácter cosmológico. El reconocimiento de la validez de la concepción científica del mundo
3 Ésta denominación, rechazada por Wolff, fue acuñada por Georg Bernhard Bilfinger, profesor de filosofía en
San Petersburgo y de teología en Tubinga.
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KANT Y EL TEÍSMO MORAL
daría paso, progresivamente, a la discusión de la naturaleza del conocimiento y la
aplicabilidad de los conceptos teóricos. Un ejemplo de esto es la disertación Nueva dilucidación
de los primeros principios del conocimiento de la metafísica de 1755.
El contexto había sido marcado por los siglos XVI y XVII, pues venía desarrollándose
una revolución científica que trastocaba la cosmovisión tradicional de Europa. Solís y Sellés
(2005) recogen cómo el cambio a la astronomía de Copérnico invirtió «las relaciones clásicas
de subordinación de las matemáticas a la física (cosmología)», y como «Kepler postuló nuevas
interacciones físicas para dar cuenta de una astronomía matemática que exigía la eliminación
de los viejos principios cosmológicos». La física desarrollada a partir de Galileo superó la
física aristotélica, y «la teleología de los cambios naturales como un proceso ontológico de
perfección o acabamiento de los cuerpos cedió ante la idea mecanicista de que todo cambio
era en realidad movimiento local de los corpúsculos según las leyes ciegas de la mecánica.»
Estos procesos se consolidaron en el énfasis sobre los aspectos geometricalizables de la
naturaleza y la síntesis elaborada por Newton en sus Principia.
La nueva mecánica resultó ineficiente frente algunos fenómenos naturales o
complejos. Disciplinas como química, botánica o geología no contaban con una tradición
autónoma y suficientemente desarrollada para ser sistematizados de forma teórica. «A pesar
de los esquemas de mecanización de mediados del siglo XVII, el trabajo en estas áreas fue
predominantemente exploratorio, merced a observaciones y experimentos orientados a
averiguar cómo eran las cosas antes de explicarlas de forma teórica.»
En el desarrollo de las investigaciones científicas vemos la denominación de
comunidades epistémicas bajo el título de “cartesianos” y “newtonianos”. Los primeros eran
fieles a principios mecanicistas, y los segundos proponían fuerzas a distancia que resultaban
problemáticas en ausencia de una filosofía natural que explicase las fuerzas a distancia por
mecanismos inteligibles. Se da una inevitable tensión entre el proceder de los científicos y el
espíritu sistemático de la época.
En ésta contraposición de grupos vemos, por un lado, a filósofos de la talla de Voltaire
- quien en sus Cartas filosóficas recoge la distancia entre las concepciones del mundo de uno y
otro paradigma - tomando partido, igual que haría Kant, por Newton.
Por otro lado, se consolidaba una física experimental «caracterizada por el rechazo a
los sistemas… [y] que buscaba una explicación integrada de la naturaleza», centrada en la
inducción y el experimento.
Las grandes transformaciones que tuvieron lugar pusieron de manifiesto la necesidad
de repensar los conceptos y procedimientos, abordar nuevos problemas y construir una
concepción del mundo que pudiera dar cuenta de los cambios. Los desarrollos científicos
exigían una fundamentación nueva que hiciera justicia a los avances que estaban teniendo
lugar, y su éxito ponía en tela de juicio disciplinas - como la metafísica - que no progresaban
con la misma fuerza, certeza o método.
Paralelamente, la filosofía moderna pre-kantiana se suele ilustrar mediante la
descripción de dos movimientos principales, racionalismo y empirismo, vinculados al
problema de la naturaleza del conocimiento.
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NICOLÁS GILIBERTI
El racionalismo vincula a figuras como Descartes, Spinoza o Leibniz, quienes
coinciden en la aceptación de verdades innatas o a priori y consideran que la verdad de un
principio no depende de la experiencia sino que es lógicamente anterior a ella. Si bien los
medievales habían aceptado principios evidentes por sí mismos, los autores racionalistas se
propondrán deducir un sistema de verdades sobre la realidad desde estos principios. Su estilo
era el método deductivo, semejante a un sistema matemático conformado por axiomas y
teoremas. Por la unidad de método esperaban obtener verdades de un estatus semejante al
científico y, por ejemplo, desarrollar una metafísica con rigor científico o una ética
axiomática. En éstos autores, y sobretodo en Descartes, encontramos la cuestión de la
fundamentación del conocimiento mediante la razón frente al escepticismo; el cual había sido
renovado en autores de finales del siglo XVI como Montaigne o Charron.
Si el racionalismo recibía su inspiración de los logros de una parte del desarrollo
científico, el empirismo echaba raíces sobre la contraparte. La ciencia de entonces había
puesto en el centro a los datos empíricos y la experimentación, cuestionando tradiciones y
figuras de autoridad de la talla de Aristóteles. Estos cambios estimularon la idea de que el
fundamento del conocimiento más certero se halla en la percepción, sea por la experiencia
interna o externa.
Los autores empiristas como Locke, Berkeley y Hume no rechazaban ni negaban las
posibilidades de la razón; toda la filosofía de la ilustración es - en un sentido amplio “racionalista”. Sobre los razonamientos a priori, que pueden ser verdaderos como en el caso
de las matemáticas, aducían que no aportan conocimiento del mundo y que se limitan a
únicamente relacionar ideas; pero esto no niega que la razón humana fuera el instrumento
necesario para comprender la realidad por sí misma y resolver los problemas del hombre. El
cambio era en lo que respecta a la gnoseología, el estilo y la influencia que el desarrollo de la
ciencia ejerce en uno u otro.
Kant vive aún tiempos de búsqueda de un replanteamiento mejor de la filosofía que
permita dar cuenta de los cambios que la revolución científica producía, pero los efectos de
éstos cambios se extendían más allá de la ciencia. Solís y Sellés recogen la transformación de
la imagen del hombre y del cosmos ilustrada por Fontenelle: «Como consecuencia de la
Revolución científica, la humanidad perdió el lugar central que antes ocupara en el esquema
del cosmos. La nueva ciencia no solo rebajaba a la tierra a la condición de un planeta entre
los demás. También convertía al sol en una de las incontables estrellas que poblaban un
Universo sin límites.» El hombre perdió el lugar privilegiado en la creación, y el universo se
amplió y descentró; la anterior esperanza en la otra vida «se cimentó en la creencia en el
progreso científico y social y en la concepción de una naturaleza autónoma y regular».
En 1763, Kant, publicó el ensayo titulado Único fundamento posible de demostración de la
existencia de Dios. De éste ensayo resaltamos dos elementos de interés. En primer lugar, allí
comienzan a vislumbrarse las diferencias entre lo real, lo matemático y lo lógico al modo de
análisis que se darán en la Crítica. Al año siguiente publicaría su ensayo Sobre la nitidez de los
principios de la teología natural y la moral donde se diferencian los métodos de las matemáticas, la
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KANT Y EL TEÍSMO MORAL
lógica y la metafísica. Se puede reconstruir, de alguna manera, el proceso de gestación de las
ideas que darán a luz el proyecto crítico.
La segunda razón de interés es que allí Kant se introduce en los viejos grandes temas
metafísicos: considera que las demostraciones de la existencia de Dios se apoyan en el
concepto de posibilidad o en el de existencia (empírica). Desde ésta distinción esboza cuatro
lineas argumentativas posibles: la primera lleva al argumento ontológico y es refutado; la
tercera lleva al argumento cosmológico y también es refutado; la cuarta lleva al argumento
teleológico y resulta no ser concluyente como demostración de Dios. Finalmente se reconoce
como único procedimiento válido a la segunda linea de argumentación, que sigue la siguiente
estructura: dado que lo que existe es contingente (no contiene la posibilidad interna de su
existencia), aunque la negación de toda existencia no sea lógicamente contradictoria, no
podemos afirmar su posibilidad sin presuponer un fundamento de su posibilidad. La
efectividad de lo real obliga entonces a presuponer ese fundamento del cual extrae las
atribuciones del término “Dios".
Pannenberg (2001) recoge cómo la postura de Kant varía posteriormente: «Años más
tarde, el juicio del propio Kant sobre la demostración desarrollada en su ensayo de 1763 fue
que tampoco ella brindaba una certeza apodíctica, “pues no se puede probar la necesidad
objetiva de un ser semejante, sino sólo la necesidad subjetiva de suponerlo”. […] En la citada
Crítica, esta hipótesis se concreta en el concepto de un ideal trascendental que sintetiza todas
las perfecciones reales (omnitudo realitatis) y que es a su vez el fundamento de toda posible
determinación de objetos.»
Conviene hacer mención, respecto al contexto cultural, que del mismo modo que se
desarrollaba una filosofía ilustrada surgían otras propuestas. Hamann, amigo y adversario de
Kant, ilustra la figura de aquel que utiliza el método crítico de Hume para desembocar en un
escepticismo que reivindica la fe ingenua. Es un caso análogo al de otras figuras que
reivindican el sentimiento y la acción minimizando el papel de la razón (actitud reaccionaria
frente al exceso racionalista de algunos autores). También es interesante resaltar que, para el
Kant maduro, existe una «Philosophische Schwärmerei»4 representada tanto por la fe
sentimental en el caso de Jacobi, como por el sistema perfecto de la razón en el caso de
Spinoza; ambas posturas erradas por hacer mal uso de la razón - sea por exceso o carencia debido a una mal-comprensión de su naturaleza.
2.3. La revolución copernicana de Kant
Las siguientes citas, extraídas de la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura,
muestran claramente la toma de postura y la justificación de Kant en la labor que
desarrollará - no sólo en el libro prologado, sino en su filosofía en general:
«En el orden temporal, ningún conocimiento precede a la experiencia y todo conocimiento
comienza con ella. Pero, aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por
eso procede todo él de la experiencia (KrV B1)».
4
Refl.6050-6051
9
NICOLÁS GILIBERTI
«Ahora bien, parece natural que, una vez abandonada la experiencia, no se levante
inmediatamente un edificio a base de conocimientos cuya procedencia ignoramos y a cuenta de
principios de origen desconocido, sin haberse cerciorado previamente de su fundamentación
mediante un análisis cuidadoso. […] debería suscitarse antes la cuestión relativa a cómo puede el
entendimiento adquirir todos esos conocimientos a priori y a cuáles sean la extensión, la
legitimidad y el valor de los mismos (KrV B7-8)».
«La solución de dicho problema incluye, a la vez, la posibilidad del uso puro de la razón en la
fundamentación y desarrollo de todas las ciencias que contengan un conocimiento teórico a priori
de objetos, es decir, incluye la respuesta a las siguientes preguntas: ¿Cómo es posible la matemática
pura? ¿Cómo es posible la ciencia natural pura?
Como tales ciencias ya están realmente dadas, es oportuno preguntar cómo son posibles, ya que el
hecho de que deben serlo queda demostrado por su realidad. Por lo que se refiere a la metafísica,
la marcha negativa que hasta la fecha ha seguido hace dudar a todo el mundo, con razón, de su
posibilidad (KrV B20-21)».
«De todo lo anterior se desprende la idea de una ciencia especial que puede llamarse la Crítica de
la razón pura, ya que razón es la facultad que proporciona los principios del conocimiento a
priori. […] Llamo trascendental a todo conocimiento que se ocupa, no tanto de los objetos,
cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal modo ha de ser posible a priori. Un
sistema de semejantes conceptos se llamaría filosofía trascendental (KrV B25-26)».
Kant, inspirado en la revolución científica y el cambio de paradigma producido por
Copérnico, se propone mediar entre las tendencias racionalistas y empiristas desarrollando un
planteamiento que apunta, de nuevo, a un cambio de método: deben repensarse los
presupuestos y estudiar las capacidades del sujeto humano.
Aquí radica el sentido de la analogía que hace Kant con la revolución copernicana:
del mismo modo que Copérnico pensó en descontar lo que el observador introducía en las
percepciones de los movimientos de los astros, y descontar el movimiento del observador
mismo; Kant estudiaría la aportación del sujeto-humano y, no obstante, su falta de
centralidad.
El fruto de la investigación de Kant es un antropocentrismo descentrado.
Antropocentrismo, en la medida en que todo queda referido al hombre: «Todos los intereses
de mi razón (tanto los especulativos como los prácticos) se resumen en las tres cuestiones
siguientes: 1) ¿qué puedo saber?, 2) ¿qué debo hacer?, 3) ¿qué puedo esperar? (KrV B833)».
Las preguntas son del hombre y las respuestas son para el hombre. No obstante, es un
antropocentrismo “descentrado” en la medida en que el “entendimiento humano” es
“humano” por ser, tan sólo, una forma de intuición: «Sólo podemos, pues, hablar del espacio,
del ser extenso, etc., desde el punto de vista humano. […] En efecto, no podemos juzgar si las
intuiciones de otros seres pensantes están sometidas a las mismas condiciones que limitan
nuestra intuición y que tienen para nosotros validez universal (KrV B43)».
En Kant se ha abandonado el realismo ingenuo que concedía a las facultades
cognoscitivas humanas la capacidad de llegar a la realidad en-sí (incluso con alcance
metafísico) como había propuesto la tradición filosófica occidental. El cambio había
comenzado en Descartes, que había pensado el ente como representación de un sujeto, la verdad
como certeza de un sujeto. Kant dará el salto del sujeto-psicológico cartesiano al sujetohumano general, siendo ahora la razón pura (el ámbito a priori de la razón) el lugar en el que
se da el ente. Esto no significa un abandono del realismo, pero sí una limitación. Martinez
10
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
Marzoa (2021) aduce al respecto: «Si lo que la Razón misma contiene como su propia
constitución antes de toda presencia de lo ente mismo es lo que constituye de antemano esa
presencia, el ser de lo ente, ello significa a la vez lo siguiente: esta constitución a priori no
puede ella misma constituir lo ente mismo.»
2.3.1. El lugar del hombre
El campo en el que tradicionalmente habían combatido teólogos y filósofos era el de
la metafísica. Nociones tales como ‘Dios’ y ‘Cosmos’ habían vehiculado las disputas entre
propuestas como platonismo, idealismo y racionalismo frente escepticismo, materialismo y
empirismo.
Kant calificara aquellas nociones como «ideas», en contraposición a «intuiciones» y
«conceptos». Las tres serán aportes de la Crítica de la Razón Pura, donde desarrolla una
investigación acerca de la razón en relación al saber de las matemáticas (estética trascendental), la
física (analítica trascendental) y la metafísica (dialéctica trascendental). Sin embargo, este análisis sólo
abarca el uso teórico de la razón, y por lo tanto no resulta apropiado considerar el criticismo
kantiano únicamente como reflexión de la capacidad cognitiva del hombre. Cafferena (1983)
considera que «la filosofía más básica es, pues, antropología. Antropología de un hombre
plenamente consciente de su finitud, que se completa en la ontología del objeto-fenómeno».
El hombre del criticismo es centro, únicamente, del mundo fenoménico que
construye; por ello su carácter descentrado abre la puerta a un posible “centro absoluto” al
cual no tiene acceso. La centralidad del sujeto-humano como subjetividad activa, respecto al
uso práctico de la razón, llevará a la cuestión de la relación crítica entre libertad y naturaleza;
pues el ser humano se presenta como sujeto a la sensibilidad y, a la vez, portador de una ley
moral. Villacañas (2010) considera que: «Las viejas funciones de Dios - actividad omnipotente
creadora y buena - y el cosmos - necesidad determinista - quedan alojadas en el centro
humano en tanto dimensiones de un nuevo sujeto práctico y sensible a la vez (entendido
como razón y cuerpo, espontaneidad y receptividad, libertad y necesidad…)».
El proceso por el cual se da la síntesis de «Dios» y «Cosmos» en el sujeto humano no
es una transferencia de contenidos sino más bien una reducción de ambos conceptos desde la
posición central que adopta el hombre en la filosofía trascendental: «La noción de cosmos
queda reducida, mediante la estrategia de la revolución copernicana, a mera naturaleza, a la
construcción sintética de las leyes universales bajo condiciones dadas de la receptividad, y la
noción de Dios queda reducida a voluntad buena de la que emana la ley moral como deber
de un ser sensible y finito».
Por un lado, el desenlace del proceso de auto-constitución de la razón - en el plano
teórico - es la mediación entre Dios y Cosmos a través de la introducción del sujeto humano
como centro del pensamiento; un sujeto que, no obstante, no se sitúa entre dos realidades
fundantes independientes sino que construye esos polos como ideas, como nociones-límite.
Por otro lado, la razón pertenece al hombre y abarca más que su uso teórico. La
subordinación de la epistemología a la antropología se muestra de forma clara en la
conclusión de la Crítica de la Razón Práctica, donde Kant atribuye al hombre una duplicidad
11
NICOLÁS GILIBERTI
irreductible - la pertenencia al reino animal y al moral - con una apertura a elementos que
exceden las posibilidades de la razón teórica:
«Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y
crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado
sobre mí y la ley moral dentro de mí. Ambas cosas no debo buscarlas ni limitarme a conjeturarlas,
como si estuvieran ocultas entre tinieblas, o tan en lontananza que se hallaran fuera de mi
horizonte; yo las veo ante mí y las relaciono inmediatamente con la conciencia de mi existir.
La primera comienza por el sitio que ocupo dentro del mundo exterior de los sentidos y amplía la
conexión en que me hallo con una inconmensurable vastedad de mundos, meta-mundos y
sistemas de sistemas, en los ilimitados tiempos de su movimiento periódico, de su comienzo y
perdurabilidad. La segunda parte de mi propio yo invisible, de mi personalidad y me escenifica en
un mundo que posee auténtica infinitud, pero que sólo es perceptible por el entendimiento, y con
el cual me reconozco, no como allí en una conexión simplemente azarosa, sino con una
vinculación universal y necesaria.
El primer espectáculo de un sinfín de mundos anula, por decirlo así, mi importancia en cuanto
criatura animal, habiendo de reintegrar a los planetas (un simple punto en el cosmos) esa materia
que durante un breve lapso (no se sabe cómo) fue dotada con energía vital. En cambio el segundo
espectáculo eleva mi valor en cuanto persona infinitamente, gracias a mi personalidad, en donde
la ley moral me revela una vida independiente de la animalidad e incluso del mundo sensible en su
conjunto, al menos por cuanto cabe inferir del destino teleológico de mi existencia merced a esta
ley, la cual no se circunscribe a las condiciones y los límites de esta vida, sino que se dirige hacia lo
infinito (KPrV A289-290)».
3. Kant desde la idea de Dios
3.1. La razón teórica: Crítica de la Razón Pura
Según la epistemología kantiana, la aportación de la razón (lo que añade a priori por
serle constitutivo) sólo tiene sentido en su aplicación a la experiencia, en síntesis con las
impresiones de los sentidos. El marco de referencia pasa a ser la experiencia humana. A esto
nos referimos con giro antropocéntrico: el marco de referencia ya no va asociado a Dios como
fundamento ontológico o elemento constitutivo del mundo. Las consecuencias de éste cambio
de paradigma respecto al conocimiento y la posibilidad de un discurso acerca de Dios serán
abordados en adelante de acuerdo al tratamiento que Kant realiza en la Crítica de la Razón
Pura.
3.1.1. Perdida de las funciones metafísicas de Dios
Pannenberg (2016) sitúa el marco previo a Kant de la siguiente manera: «En el siglo
XVII y comienzos del XVIII, tanto Spinoza como Newton y Leibniz habían interpretado
espacio y tiempo teológicamente. Spinoza concebía ambos reunidos en el concepto de
extensión, uno de los atributos de la substancia divina, mientras que Newton veía en ellos el
sensorum Dei, es decir, el medio por el cual Dios está presente a cada una de sus criaturas en su
lugar respectivo.»
Tanto Spinoza como Newton creyeron en un ‘espacio infinito’ real, pero no
autónomo, no como substancia; pues el único infinito actual era el de Dios y no cabe
12
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
considerar dos infinitos simultáneos. Se pensaba la infinitud como algo presente en la infinitud
de Dios (sea un atributo, un medio…); una noción que, además, parecía problemática
(¿sugerían un panteísmo?, ¿Un panenteismo?, ¿Cómo se relaciona su representación con
nociones como la simplicidad divina?, Etc.)
Leibniz concibió el espacio como una forma de conocimiento, como la totalidad de
las relaciones entre las cosas aprehendidas en la representación. Pero que no fuera una
substancia o un atributo no hacía de ello un agregado al ser del ente: se fundaba en el
conocimiento que la divinidad tiene del universo y su creación.
Kant rompe con estas escuelas de pensamiento. Argumentaba que el espacio es un
presupuesto5 para toda determinación de espacios parciales (figuras, objetos o relaciones
espaciales): «El espacio se representa como una magnitud dada infinita. Se debe pensar cada
concepto como una representación que está contenida en una infinita cantidad de diferentes
representaciones posibles y que, consiguientemente, las subsume. (…) La originaria
representación del espacio es, pues, una intuición a priori, no un concepto (KrV B40)».
El desarrollo de Kant, además de romper con el enfoque onto-teológico, enfatiza sus
consecuencias antropocéntricas: «sólo podemos, pues, hablar del espacio, del ser extenso, etc.,
desde el punto de vista humano. (…) No podemos considerar las especiales condiciones de la
sensibilidad como condiciones de posibilidad de las cosas, sino sólo de sus fenómenos (KrV
B43)».
La argumentación de Kant respecto al tiempo (KrV B46 en adelante) será análoga a
la del espacio: una intuición como un todo que es presupuesto para representaciones parciales
de tiempo. Pero entre las consecuencias destaca precisamente la primacía de éste respecto al
espacio: «el tiempo constituye una condición a priori de todos los fenómenos en general, a
saber, la condición inmediata de los internos (de nuestras almas) y, por ello mismo, también la
condición inmediata de los externos (KrV B51)».
En el momento en el que la subjetividad humana se vuelve fundamento de la
conciencia y garante de la unidad del espacio y del tiempo, Kant estaba poniendo al hombre
en el lugar que había ocupado Dios en la metafísica tradicional en su relación con el cosmos.
La idea de Dios se convertirá más bien en un concepto-limite, mientras la conciencia humana
pasa a ser el fundamento de las relaciones consigo misma y con el mundo.
Pero en la situación que nos deja - donde una finitud se pone a sí misma como
absoluta - el carácter subjetivo plantea la pregunta de si las formas de la intuición
corresponden a las formas de lo intuido: el problema de la validez objetiva del conocimiento
obtenido. A este respecto, Pannenberg (2016) aduce: «desde Nicolás de Cusa, la respuesta a
esa pregunta fue que la productividad del pensamiento humano es un fiel reflejo de la
productividad creadora de Dios en la génesis de sus criaturas. Kant rechazó esta solución,
sustituyéndola por la deducción trascendental de los conceptos del entendimiento y por el
hecho … de que éstos “se refieren a objetos”. Considerando, sin embargo, que la forma
5 Sus enunciados principales son los siguientes: «El espacio no es un concepto empírico extraído de experiencias
internas. (KrV B38)»; «El espacio es una necesaria representación a priori que sirve de base a todas las
intuiciones externas (KrV B39)»; «El espacio no es un concepto discursivo o, como se dice, un concepto
universal de relaciones entre cosas en general, sino una intuición pura (KrV B39)»
13
NICOLÁS GILIBERTI
universal de la intuición sensible (espacio y tiempo) es ella misma subjetiva y que (…) nunca
garantiza su concordancia con una realidad exterior a la conciencia, resulta muy difícil
aceptar que la validez objetiva de nuestros actos subjetivos de conocimiento pueda justificarse
de ésta manera.»
3.1.2. Dios como idea y como noúmeno
En la Lógica Trascendental Kant había planteado que «nuestro conocimiento surge
básicamente de dos fuentes del psiquismo: la primera es la facultad de recibir
representaciones; la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de tales
representaciones. A través de la primera se nos da un objeto; a través de la segunda, lo
pensamos (KrV B75)». Estas dos fuentes serán denominadas “sensibilidad” y “entendimiento”,
ambas igualmente necesarias: «sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin
entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las
intuiciones sin conceptos son ciegas (KrV B75)». La razón se agregará a la sensibilidad y al
entendimiento: «Si el entendimiento es la facultad de la unidad de los fenómenos mediante
las reglas, la razón es la facultad de la unidad de las reglas del entendimiento bajo principios.
La razón nunca se refiere, pues, directamente a la experiencia o a algún objeto, sino al
entendimiento, a fin de dar unidad a priori, mediante conceptos, a los diversos conocimientos
de éste (KrV B359)».
Por su naturaleza, los conceptos de la razón no son «ni un principio de posibilidad de
la experiencia y del conocimiento empírico de los objetos (…) ni un principio del
entendimiento (…). No es tampoco un principio constitutivo de la razón destinado a ampliar
el concepto de mundo sensible más allá de toda experiencia posible (KrV B537)». Son, en
palabras de Kant, «un principio de la razón que postula, en cuanto regla, lo que hemos de
hacer en el regreso, pero que no anticipa qué es lo dado en sí en el objeto con anterioridad a todo
regreso. (…) lo llamo principio regulador de la razón. (…) Con esta distinción he querido (…)
impedir que se atribuya realidad objetiva a una idea que sólo sirve de regla… (KrV 537)».
Las ideas trascendentales «tienen que ver con la unidad sintética incondicional de
todas las condiciones (KrV B391)». Y éstos son los tres objetos tradicionales de la metafísica
especial: el alma («unidad absoluta incondicional del sujeto pensante (KrV B391)»), el mundo
(«unidad absoluta de la serie de las condiciones del fenómeno (KrV B391)» y Dios («unidad
absoluta de la condición de todos los objetos del pensamiento en general (KrV B391)»). Estos
tres elementos dejaban de ser objeto del conocimiento - en el sentido antes esbozado - para
ser ideas reguladoras de las cuales se da una «derivación subjetiva … partiendo de la
naturaleza de nuestra razón (KrV B393)».
Cada idea sería objeto de una disciplina concreta, pues «la razón pura suministra la
idea de una doctrina trascendental del alma (psychologia rationalis), de una ciencia trascendental
del mundo (cosmologia rationalis) y, finalmente, de un conocimiento trascendental de Dios
(theologia trascendentalis) (KrV B392)».
14
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
Kant desarrollará una crítica de las tres ideas metafísicas. Ya en la Analítica trascendental
(KrV 278) había pasado de un «yo pienso» funcional a un «yo substancial» - cuya
interpretación es discutida.
Acerca de la idea de mundo, interesan particularmente la tercera y cuarta antinomia
porque ahondan en el ámbito de la teología natural.
Respecto a la tercera antinomia encontramos una tesis racionalista, enfocada en la
ontología, que se refiere al mundo en su totalidad para afirmar de él que se necesita, además
de la causalidad de las leyes naturales, una causa libre. Esta tesis supone la contingencia del
mundo y, por lo tanto, la dependencia de una causa libre por fuera de la serie causal
empírica. La antítesis es la postura empirista, que afirma una única causalidad identificada
con las leyes naturales necesarias.
Kant afirma al final de la reflexión entorno a la tercera antinomia (KrV B586) que
éstas ocurren por una confusión; y la forma de abordar tal problema es distinguir el mundo
sensible del inteligible, el fenómeno del noúmeno, y recordar que sólo del mundo fenoménico
tenemos conocimiento. Cuando en ésta sección Kant afirma que «naturaleza y causalidad
por libertad no son incompatibles» deja abierta la posibilidad de la existencia de un noúmeno que
sea esa causa libre; pero que no puede ser objeto de conocimiento teórico de una “teología
natural” (especulación metafísica) que sobrepase los límites del conocimiento teórico,
fenoménico.
Conviene recordar, antes de pasar a la cuarta antinomia y respecto a ésta conclusión,
dos reflexiones que Kant mismo hace respecto de éstos problemas:
(1) «la obligación de dar una solución, al menos crítica, de las cuestiones racionales planteadas no
podemos, pues, eludirla a base de lamentarnos de los estrechos límites de la razón ni a base de
confesar, con la falsa modestia del conocimiento propio, que rebasa la capacidad de nuestra
razón el decidir… (KrV509)».
(2) «Si alguien pudiera desligarse de todo interés y limitarse a considerar las afirmaciones de la
razón independientemente de sus consecuencias (…) ese alguien se encontraría (…) en un
estado de permanente vacilación. Hoy estaría convencido de que la voluntad humana es libre;
mañana (…) sostendría que la libertad es puro autoengaño, que todo es simple naturaleza.
Ahora bien, cuando se tratara de actuar prácticamente, desaparecería semejante juego de la
mera razón especulativa como desaparecen las sombras de un sueño: el individuo elegiría sus
principios teniendo sólo en cuenta su interés práctico. (Krv B503)»
Es interesante notar que, por más que sean cuestiones problemáticas y por más que
estas cuestiones metafísicas no sean “científicas”, ni el escepticismo ni la indiferencia son
posiciones legitimas para Kant. La razón tiene unos intereses y el abandono de la
problemática es tan negativa como una respuesta dogmática. Además, de la misma manera
que se abordan en el marco de la razón teórica, se prepara la posibilidad de abordarlos por el
marco de la razón práctica; pues los intereses de la razón no dejan de ser intereses del hombre
entero y no de una facultad concreta de la razón.
Respecto a la cuarta antinomia, la tesis dice que el mundo presupone un ser
absolutamente necesario (bien como parte del mundo o como causa de él). La antítesis niega
la existencia de un ser absolutamente necesario como causa del mundo (sea parte de él o
exterior). Esta antinomia surge de la aplicación de la categoría de modalidad, pues lo
15
NICOLÁS GILIBERTI
contingente aparece como condicionado en cuanto a su existencia y por lo tanto apoyado - en
ultima instancia - de lo incondicionado. Recuerda, también, al argumento que Kant en su
momento sostuvo en El único argumento posible para una demostración de la existencia de Dios; si bien
las nociones desarrolladas en la epistemología de la KrV han dejado al argumento
desactivado.
De nuevo, la solución radica en la clarificación de las esferas nouménicas y
fenoménicas de manera que la contradicción aparente no sea tal; y de nuevo se deja abierta la
posibilidad de un ser necesario trascendente puramente nouménico. La cosmología racional
dará lugar al concepto, posible, de “ser necesario” del cual se encarga la teología
trascendental.
3.1.3. Sobre la distinción fenómeno/noúmeno
La contraposición fenómeno/noúmeno es especialmente compleja en la obra de Kant
porque aparece ya en la Dissertatio de 1770 y recibe diversas matizaciones en la medida en que
Kant desarrolla su pensamiento. Para Caffarena, «El único modo de acercarse al significado y
alcance (…) es el genético. Hay que comprender la contraposición cuando se formula por
primera vez (…) desde ahí deben leerse las correcciones que le imponen los posteriores
escritos». Conscientes de esto, no obstante, presentaré un abordaje centrado en el estado de
desarrollo en las Críticas.
Distinciones semejantes aparecían ya en Leibniz y Wolff en contraposiciones como lo
sensible y lo intelectual - si bien semejante dualismo se puede remontar hasta Platón. La
aportación de Kant será considerar que, en palabras de Caffarena, «“sensible” sea no sólo el
objeto de las sensaciones concretas sino el mismo espacio en el que esos objetos se dan».
Consecuentemente, la estructura a priori que se impone a lo percibido es lo que determina que
los objetos sean visto como fenómenos: el campo de conocimiento humano es, en sentido
estricto, la experiencia sensible.
El conocimiento es entendido como síntesis de datos y conceptos: «Mientras estos
datos se tienen por puro material, reciben prevalentemente el nombre de “impresiones”
(Empfindungen); ya informados y en su aspecto objetivo, el de Erscheinungen. (…) “Experiencia”
(Erfahrung) es, en todo caso, el resultado complejo. Y “experiencia posible” es el término
consagrado para el ámbito del conocimiento que así se define». El problema de la validez
objetiva, aludida antes, queda asegurada porque los conceptos se instauran en la síntesis con
el dato, haciendo posibles los objetos de la experiencia. La “objetividad” accesible al hombre
se da por sus facultades subjetivas, es decir, el hombre conoce de manera relativa a su
subjetividad. Esto quiere expresar los términos Erscheinung o Phaenomenon. La relatividad del
objeto conocido no se atribuye al dato sino a la aportación del concepto: no hay una
dependencia absoluta de la subjetividad.
Respecto a la dependencia que tiene el objeto no del sujeto sino de lo que es; se han
dado multitud de interpretaciones. Caffarena adopta la postura de que «la “revolución
copernicana” de Kant incluye el que el “no regirse por el objeto” no pase a ser sin más un
regirse totalmente por el sujeto, sino sólo en “lo formal”. Incluye el mantener una relación de
16
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
dependencia respecto de algo que no es el mismo sujeto, dependencia que se realiza
precisamente en el suministro de “datos” por la “sensibilidad”.» Esa relación sería
denominada «afección», y aquello de lo que depende sería denominado «realidad». En ésta
linea de interpretación, la expresión «en sí misma» señala la contraposición con la Erscheinung,
aquello conocido que depende del sujeto.
Kant aduce que «Tenemos un entendimiento que rebasa, problemáticamente, los
fenómenos, pero no una intuición mediante la cual puedan dársenos objetos fuera del campo
de la sensibilidad y mediante la cual sea posible emplear asertóricamente el entendimiento
más allá de la sensibilidad. Así, pues, el concepto de noúmeno no es más que un concepto límite
destinado a poner coto a las pretensiones de la sensibilidad (KrV B310-311)». Ahora bien, el
noúmeno no es una ficción arbitraria sino que se vincula a la limitación de la sensibilidad. Y
la distinción de los objetos en fenómenos y noúmenos no es posible de manera positiva; lo que
está abordándose en el contexto de la cita es la contraposición entre lo empírico y lo
intelectual.
Este concepto límite supone la exclusión de un materialismo dogmático, pues si bien
Kant plantea la restricción de la fenomenicidad (relatividad respecto al sujeto) y de la
empiricidad para el conocimiento humano; el objeto “en sí” (como contraposición al
fenómeno) se postula como un objeto trascendental que no es cognoscible - en sentido
estricto, para nosotros - pero sí pensable. Al fenómeno (como objeto conocido) se le opone el
noúmeno (como lo que es en-sí), siendo ambos entes inteligibles.
Que el noúmeno sea pensable permite algún tipo de acceso, si bien no con el estatus de
conocimiento que la Analítica desarrolla. Un ejemplo es la autoconciencia. En las reflexiones
del párrafo KrV B422-423 no constituye una realidad fenoménica. Tampoco es un noúmeno
positivo6. Es el caso de un noúmeno negativo: un objeto puramente inteligible, que no es
objeto de la intuición sensible, al cual accedemos por el pensamiento y que se postula por más
que no pueda recibir el estatus de conocimiento.
Esta distinción entre fenómenos y noúmenos, y la posibilidad de pensar algunos
noúmenos, es lo que permitirá a Kant abordar los otros intereses de su filosofía (¿qué debo
hacer?, ¿qué puedo esperar?) cuando extienda la autoconciencia a otros noúmenos como la
libertad o el reino de los fines. Este posible uso de la razón ya se esboza en la Dialéctica:
«Supongamos que, más adelante, encontráramos motivos, no en la experiencia, sino en ciertas
leyes del uso puro de la razón (no sólo lógicas, sino leyes establecidas a priori y relativas a nuestra
existencia), para considerarnos como legisladores enteramente a priori en relación con nuestra
propia existencia y para considerar que somos nosotros mismos quienes determinamos esa
existencia. En tal caso, surgiría una espontaneidad en virtud de la cual nuestra realidad sería
determinable sin necesidad de las condiciones de la intuición empírica. Y entonces advertiríamos
que en la conciencia de nuestra existencia hay algo contenido a priori que puede servirnos para
determinar ésta, la cual, si bien no es perfectamente determinable más que de modo sensible,
puede ser determinada en relación con cierta facultad interior que se refiere a un mundo
inteligible. (KrV B431)»
6 «Si…entendemos por noúmeno el objeto de una intuición no sensible, entonces suponemos una clase especial
de intuición, a saber, la intelectual. Pero esta clase no es la nuestra, ni podemos siquiera entender su posibilidad.
Éste sería el noúmeno en su sentido positivo (KrV B307)».
17
NICOLÁS GILIBERTI
3.1.4. Teología trascendental
La noción de «teología trascendental» presenta las mismas complicaciones que la
contraposición fenómeno/noúmeno. Una de las primeras referencias explicitas aparece en El
único argumento posible para una demostración de la existencia de Dios, y recibe cambios y matizaciones
hasta las discusiones actuales sobre la interpretación de los Opus Postumum. En El único… se
caracteriza a dios como ‘ente supremo’, en contraposición a la noción de ‘suprema
inteligencia’ de la teología natural, y se ofrece toda una argumentación al respecto que debe
ser considerada de forma concreta; pero, nuevamente, me centraré principalmente en la
postura adoptada en las críticas de Kant.
Conviene destacar la diferencia entre el noúmeno «dios» y otros noúmenos como el
de «hombre libre». El segundo se apoya en la coincidencia de realidad y conciencia - igual
que la argumentación de la autoconciencia -, pues hay acceso a la realidad nouménica por un
medio previo a la fenomenicidad. En cambio, el noúmeno «dios» aparece como concepto
límite o como postulado mediante la «fe racional». Caffarena hace una matización clave de
esa diferencia: «casi cabría decir que la afirmación humana del sumo noúmeno por la fe
racional “lo fenomeniza” de algún modo, haciéndolo relativo al hombre; aquello (en sí
absoluto) a lo que el hombre llegue será siempre solo un “Dios-desde-el-hombre” (aunque no
un mero “Dios-para-el-hombre”, que no sería absoluto).»
Caffarena propone tres conceptos clave, a los cuales se aproxima de manera negativa,
para tener una noción mínima del contenido del objeto de la teología trascendental:
«removiendo las características sumamente generales de todo objeto concebible,
obtenemos…[que] cuanto conocemos es múltiple; pero, frente a ello, podemos pensar lo único.
Cuanto conocemos es limitado o finito; frente a ello podemos pensar lo infinito. Cuanto
conocemos es contingente; frente a ello, podemos pensar lo necesario. A lo único, a lo infinito y a
lo necesario podemos llamarlo con un término genérico “absoluto”», «“Dios” es
precisamente el Infinito-Necesario-Unico».
a) Tránsito de lo infinito al ens realissimum
«Si suponemos como fundamento de la completa determinación de nuestra razón un sustrato
trascendental que sea una especie de stock capaz de suministrar la materia a todos los predicados
posibles de las cosas, tal sustrato no es otra cosa que la idea de un todo de la realidad (omnitudo
realitatis). Toda verdadera negación no es entonces más que límite, cosa que no podría decirse de
ella si no tuviera como fundamento lo ilimitado (el todo) (KrV B603-604)».
La concepción de Kant de lo ilimitado es lo fundamental, no lo derivado. Lo infinito
no es una suma total, sino al contrario: toda determinación es limitación desde lo ilimitado.
Ahora bien, el salto que realiza la teología trascendental es precisamente pasar de una noción
implícita de lo infinito (presente en la estructura a priori del sujeto) a una noción de totalidad
determinada; no a un infinito como indefinido (sentido negativo) sino a un infinito como
plenitud:
18
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
«Se representa mediante esa posesión del todo real el concepto de una cosa en sí misma como
completamente determinada. El concepto de ens realissimum es el de un ser particular, ya que en su
determinación se encuentra un predicado de entre todos los predicados posibles contrapuestos, el
que pertenece al ser sin más. Se trata, pues, de un ideal trascendental que sirve de base a la
completa determinación que encontramos necesariamente en todo cuanto existe. Es la suprema y
completa condición material de todo lo existente, condición a la que tiene que retrotraerse todo
pensamiento de los objetos en general… es también el único ideal verdadero del que es capaz la
razón humana… (KrV B604)»
En esta hipóstasis, la derivación de lo real a partir de Dios se entiende como fundamento; lo
cual supone un retorno subrepticio de la onto-teología.
b) El ser necesario
Éste atributo se afirma en la salida que da Kant a la cuarta antinomia en KrV
594-595:
«La existencia de los fenómenos, existencia que no posee ningún fundamento propio, sino que es
condicionada, nos invita a buscar algo distinto de todos los fenómenos, es decir, un objetivo
inteligible en el que cese tal contingencia. (…) Dado que no conocemos lo contingente de otro
modo que a través de la experiencia y que aquí tratamos de cosas que no deben ser objetos de
experiencia, tendremos que extraer el conocimiento de las mismas de aquello que es en sí mismo
necesario, es decir, de conceptos puros de cosas en general. El primer paso que damos fuera del
mundo sensible nos obliga, por tanto, a empezar nuestros conocimientos nuevos con la
investigación del ser absolutamente necesario y a derivar de los conceptos del mismo los conceptos
de todas las demás cosas en la medida en que sean puramente inteligibles.»
De este modo se destaca el papel principal que tiene el concepto de ser necesario en la
teología trascendental, si bien éste concepto se apoya en el de ens realissimum.
Kant recoge el argumento de la causalidad desde la contraposición contingente/
necesario para mostrar que la razón se apoya en la noción de causa no contingente e
incondicionada para llegar al «ser originario» (KrV B613). Desde ahí ilustra el camino que la
razón humana sigue para desarrollar un concepto único y determinado del objeto de la
teología trascendental:
«Primero llega al convencimiento de existe algún ser necesario. En éste reconoce una existencia
incondicionada. Luego busca el concepto de lo que es independiente de toda condición y lo
encuentra en aquello que constituye, a su vez, la condición suficiente de todo lo demás, es decir, en
aquello que contiene toda realidad. Pero el todo ilimitado es una unidad absoluta, e implica el
concepto de un ser particular, es decir, el concepto del ser supremo. De ello infiere que éste, en
cuanto fundamento primario de todas las cosas, existe de modo absolutamente necesario (KrV
B615)»
Este argumento, plausible, será el núcleo “teórico” de una posible teología
trascendental, semejante a la aproximación previa del racionalismo o el deísmo. Pero, para
Kant, es insuficiente; pues no es claro que el ente necesario se identifique con el Dios de la
religión ni tampoco que sea único, ni que de la noción «necesariamente existente» se sigan los
predicados de la teología natural racionalista.
Kant le concede importancia y prestigio a pesar de su insuficiencia objetiva (KrV
B617) y, de hecho, será revalorizado desde la razón práctica. Pero en el plano de la razón
teórica va a ser refutado por diversas objeciones.
19
NICOLÁS GILIBERTI
3.1.5. Objeciones a la teología trascendental
Para su objeción va a insistir en que hay dos formas de realizar argumentos
demostrativos. En primer lugar, comenzar por el concepto y extraer de él la existencia (el caso
del argumento ontológico). En segundo lugar, partir de la existencia para ascender hasta el ens
realissimum (el caso del argumento cosmológico). El primero será refutado y el segundo será
criticado por dependencia con el primero; luego, en un tercer momento, realizará objeciones
contra el concepto mismo de ente-necesario.
a) Contra la prueba ontológica
Cabe destacar, antes de exponer la perspectiva de Kant, que tales argumentos tienen
una trayectoria histórica en términos de exposición, re-interpretación y crítica por diversos
autores en diversos momentos históricos (extensibles hasta la teología analítica
contemporánea). Así, por ejemplo, el mismo argumento (ontológico) parte de la noción de
ente perfectísimo en Anselmo y de la noción de ente necesario en Descartes y, sin ser dos
argumentos diferentes, se apoyan mutuamente. La historia de la controversia también
muestra mal-interpretaciones o abordajes desde diversos marcos teóricos. Nos centraremos en
exponer la lectura que hizo Kant en relación con su teología trascendental.
Contra el argumento de Anselmo se objetaba el tránsito ilegitimo de lo mental a lo
real. Una objeción que, en sentido radical, no es fundamentable (basta con observar el
proceder hipotético-deductivo de la ciencia para obtener casos de tránsito legitimo de
representaciones mentales a la realidad); pero que para atribuírsele a Kant debe enmarcarse
en su epistemología.
La objeción, bien entendida, apunta a que un análisis conceptual es insuficiente. Un
caso representativo de ésta crítica es el de Tomás de Aquino, en la Summa Theologica, al
distinguir a dios como evidente en sí mismo pero no para nosotros. Esta forma de objetar se
preserva en la Dialéctica, si bien dentro del marco de la epistemología de Kant.
Kant, entra en diálogo con Descartes y Leibniz (KrV B602 y 630): Leibniz había
reprochado a la quinta meditación de Descartes la falta de una prueba positiva, y había
argumentado que, probado que es posible el ser perfecto, el enlace perfectum-necessarium era
suficiente para acreditar el argumento ontológico. Kant se opone a tal argumentación dado
que la posibilidad lógica no implica posibilidad real: «No puede negarse a esa idea el criterio
analítico de la posibilidad, consistente en que las meras posiciones no originen ninguna
contradicción (…) el criterio de la posibilidad de los conocimientos sintéticos sólo tiene que
buscarse en la experiencia, a la cual no puede pertenecer el objeto de una idea».
Lo especificamente Kantiano de la objeción es la exigencia de síntesis en el
conocimiento, pues conocer es más que pensar y la predicación lógica no basta.
b) Contra la prueba cosmológica
Si la tradición del argumento ontológico es amplia, el caso del argumento
cosmológico no es menos; y aún se agrava puesto que Kant hace al segundo semejante al
primero (algo que algunos autores señalan como una tesis grave y problemática).
20
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
El punto de enlace entre el argumento cosmológico y el ontológico se encuentra en
que el argumento cosmológico no concluye que ese “algo” que existe de modo necesario sea
“dios”; por lo cual requiere un segundo paso que es precisamente lo que Kant denuncia.
Caffarena resume claramente la razón lógica que aduce Kant en la Dialéctica: «Quien
mantiene “lo necesario es lo infinito”, siendo lo infinito esencialmente único, ha de admitir en
virtud de las reglas de conversión que también implícitamente mantiene: “lo infinito es
necesario”; lo cual es lo que afirmaba precisamente el argumento ontológico».
Pese a esa razón formal, no tiene porqué darse el mismo defecto del argumento
ontológico en el caso del cosmológico, pues el segundo se apoya de la existencia de algo y
puede suplir el requisito de sinteticidad.
En cualquier caso, la objeción de Kant también apunta a que no hay un término que
ligue al sujeto (ente necesario en el existir) con el predicado (ser sin restricción) una vez
descartado el término «único» (como sugería Leibniz). En última instancia, parece que la
dependencia del argumento ontológico es en la forma de proceder, pues se recurre al análisis
conceptual para concluir la argumentación.
c) Contra la noción de «ente necesario»
«Por lo dicho hasta aquí se comprende con facilidad que el concepto de un ser absolutamente
necesario es un concepto puro de razón, es decir, una mera idea cuya realidad objetiva dista
mucho de quedar demostrada por el hecho de que la razón la necesite. En realidad, tal idea, que
indica simplemente cierta completud inalcanzable, sirve para limitar el entendimiento, más que
para extenderlo a nuevos objetos. Nos encontramos aquí con el extraño caso y absurdo de que,
por una parte, parece algo urgente y correcto el inferir una existencia absolutamente necesaria a
partir de una existencia dada en general, pero, por otra, todas las condiciones requeridas por el
entendimiento para hacerse un concepto de tal necesidad se oponen a ello (KrV B620)».
Cabe resaltar, para comprender la postura de Kant, que «necesario» (junto a
«posible» y «existente») es un concepto modal; que pertenece a la categoría de modalidad las
cuales «no amplían en lo más mínimo el concepto al que sirven de predicado, sino que
expresan simplemente la relación de tal concepto con la facultad cognoscitiva. (…) A través
de todas estas cuestiones no pensamos más determinaciones en el objeto mismo, sino que
preguntamos simplemente en qué relación se halla tal objeto con el entendimiento y con su
uso empírico… (KrV B266)».
Esta noción de concepto-límite se vincula a la noción de principio regulativo; pues si
bien el concepto produce una «ilusión trascendental» cuando se trata de manera objetiva, es
un concepto connatural a la razón y que cumple una función - la unidad sistemática de lo
real:
«Nos representamos entonces un algo del que no tenemos concepto alguno relativo a lo que sea en
sí mismo, pero que concebimos ligado al conjunto de los fenómenos por una relación análoga a la
que éstos guardan entre sí. (…) En su sentido más estricto, el concepto trascendental de Dios único concepto determinado que de Dios nos ofrece la razón especulativa - es, pues, deísta. Es
decir, la razón no indica siquiera la validez objetiva de ese concepto, sino que simplemente nos da
la idea de algo que sirve de base a la suprema y necesaria unidad de toda realidad empírica y que
sólo podemos representarnos por analogía con una sustancia real que sea, conforme a las leyes de
la razón, la causa de todas las cosas (KrV 702-704)».
21
NICOLÁS GILIBERTI
3.2. La razón práctica
3.2.1. La ética kantiana
No hablamos propiamente de un giro copernicano en la ética porque, de algún modo,
éticas normativas desde el hombre y para el hombre ya se habían formulado. El gran
paradigma que entra en juego con la Ética a Nicómaco - una ética de la virtud que observa al
hombre para definir su areté y télos - ya es de por sí una concepción antropocéntrica.
El tránsito hasta la modernidad da lugar a figuras humanistas de la talla de Pico della
Mirandola, quien, en Discurso sobre la dignidad humana, presenta al hombre como un ser libre,
no prefijado, responsable de aquello que deviene.
En este área, entender a Kant pasa por comprender la deuda que tiene con Rousseau.
Según Javier Muguerza (2018): «Kant reconocería deberle poco menos que su “sentido de la
humanidad”, obnubilado con frecuencia en los filósofos por un pedante intelectualismo que
les lleva a menospreciar las virtudes morales de la sencilla buena gente, y le consideraba “el
Newton del mundo moral”, en el que él mismo habría sido introducido de su mano».
La perspectiva que heredará de Rousseau afirma al sujeto moral (no el sujeto
cognoscente) como centro, de acuerdo a su autonomía (la capacidad de auto-legislarse
libremente para orientar su acción). Esta centralidad del sujeto hace que el deber no pueda
ser algo impuesto desde fuera de él: la autonomía moral supone el rechazo de la moral
heteronoma, provenga de instituciones socioculturales, autoridades o razonamientos que
pretendan pasar del ser al deber-ser. Respecto a la noción de Dios y la religión, supone el
abandono de la moral religiosa entendida como sujeción a mandatos apoyados en la
autoridad divina, eclesial, tradicional o el recurso a algún tipo de revelación.
Si la epistemología Kantiana respondía al ¿qué puedo saber?, la ética responderá al ¿qué
debo hacer? La vinculación entre una y otra pregunta es clara si traemos a colación lo expuesto
sobre la crítica de la razón pura y la tercera antinomia: el mundo natural parece regirse por la
causalidad empírica, pero el principio mismo de causalidad no es afirmable ni negable
respecto a la totalidad de lo real, y cabe considerar una causalidad libre (no empíricadeterminista, sino inteligible). La solución que da Kant a la tercera antinomia, interpretada
ahora en relación a la cuestión de la causalidad y libertad en el hombre, no es otra que
aceptar la paradoja: los hombres somos en parte seres naturales (sometidos a la causalidad) y
en parte seres racionales (libres y participantes de un mundo moral).
El pensamiento ético de Kant queda recogido claramente en la Fundamentación para una
metafísica de las costumbres (A36-39):
«Cada cosa de la naturaleza opera con arreglo a leyes. Solo un ser racional posee la capacidad de
obrar según la representación de las leyes o con arreglo a principios del obrar, esto es, posee una
voluntad. Como para derivar las acciones a partir de leyes se requiere una razón, la voluntad no es
otra cosa que la razón práctica. (…)
La voluntad es una capacidad de elegir sólo aquello que la razón reconoce independientemente de
la inclinación (…)
22
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
Pero si la razón por sí sola no determina suficientemente a la voluntad y ésta se ve sometida
además a condiciones subjetivas (ciertos móviles) que no siempre coinciden con las objetivas, en
una palabra, si la razón no es de suyo plenamente conforme con la razón (como es el caso entre
los hombres), entonces las acciones que sean reconocidas como objetivamente necesarias serán
subjetivamente contingentes y la determinación de una voluntad semejante con arreglo a leyes
objetivas supone un apremio (…)
La representación de un principio objetivo, en tanto que resulta apremiante para una voluntad, se
llama un mandato (de la razón) y la fórmula del mismo se denomina imperativo.
Todos los imperativos quedan expresados mediante un deber-ser y muestran así la relación de una
ley objetiva de la razón con una voluntad cuya modalidad subjetiva no se ve necesariamente
determinada merced a ello (un apremio).
(…) bueno, en términos prácticos, es lo que determina a la voluntad mediante las representaciones
de la razón, por ende, no por causas subjetivas, sino objetivas, o sea, por principios que sean
válidos para cualquier ser racional en cuanto tal. (…)
Así pues, una voluntad perfectamente buena se hallaría igualmente bajo leyes objetivas (del bien), pero
no por ello cabría representársela como apremiada para ejecutar acciones conformes a la ley,
porque de suyo, según su modalidad subjetiva, sólo puede verse determinada por la representación
del bien. De ahí que para la voluntad divina y en general para una voluntad santa no valga imperativo
alguno: el deber-ser no viene aquí al caso, porque el querer coincide ya de suyo necesariamente
con la ley.»
La ética kantiana por sí sola, como orientación de la voluntad humana conforme al
deber, termina por desentenderse del bien, los intereses subjetivos y la felicidad del hombre.
Logra emancipar la moral de sus pretendidos tutores (tradición, religión, etc.) y consigue
fundarla sobre sí misma por medio de principios de autodeterminación (imperativos
categóricos), pero al desentenderse de otros elementos que son importantes para la moralvivida del hombre concreto. De este modo, la cuestión qué debo hacer abre el camino al teísmo
moral, a la cuestión del qué puedo esperar, habiendo delegado temas como el bien, la felicidad,
del sentido de la historia y la realización última, a la esperanza futura y no al ámbito de la
orientación de la acción. La ampliación que realiza el teísmo moral y la religión, de la ética,
completa el sistema kantiano que, de otro modo, sería un mero formalismo.
3.2.2. Tránsito al teísmo moral
«Tanto la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus posiciones, cosa que
no hubiera sido posible si la crítica no nos hubiese enseñado previamente nuestra inevitable
ignorancia respecto de las cosas en sí mismas ni hubiera limitado nuestras posibilidades de
conocimiento teórico a los simples fenómenos.
(…)
Ni siquiera puedo, pues, aceptar a Dios, la libertad y la inmortalidad en apoyo del necesario uso
práctico de mi razón sin quitar, a la vez, a la razón especulativa su pretensión de conocimientos
exagerados.
(…)
Tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a la fe… (KrV B XXX)».
El «saber» suprimido es la pretensión de conocimiento de la metafísica - según lo
expuesto en la Crítica de la Razón Pura -, y la «fe» a la cual se deja lugar es la aceptación de
estas tres ideas (Dios, libertad, inmortalidad) por su necesidad en el uso práctico de la razón.
23
NICOLÁS GILIBERTI
En la Sección primera de El canon de la razón pura (B 826-832) Kant trata los tres objetos
de la especulación de la razón en su uso trascendental (la libertad de la voluntad, la
inmortalidad del alma y la existencia de Dios) como nociones cardinales, que enmarca en el
uso práctico de la razón: «si estas tres proposiciones cardinales no nos hacen ninguna falta
para el saber y, a pesar de ello, la razón nos las recomienda con insistencia, su importancia sólo
afectará en realidad a lo práctico».
«Lo práctico», en Kant, es «todo lo que es posible mediante la libertad»; y lo práctico
«desemboca en la conclusión de que hay algo (que determine el último fin posible) porque algo
debe suceder». En la filosofía pura «todos los preparativos se encaminan, de hecho, a los tres
problemas mencionados. Estos poseen, a su vez, su propia finalidad remota, a saber: qué hay
que hacer si la voluntad es libre, si existe Dios y si hay un mundo futuro».
En la Sección segunda de El canon de la razón pura (B 833-847), la unidad sistemática que
exige lo moral cristaliza en la noción de «mundo moral»7 en tanto que «idea práctica, que
puede y debe tener su influencia real sobre el mundo de los sentidos», a la cual otorga
realidad objetiva «en cuanto objeto de la razón pura en su uso práctico y en cuanto corpus
mysticum de los seres racionales de ese mundo». Si la respuesta a ‘¿qué debo hacer?’ se resuelve
por medio del principio «haz aquello mediante lo cual te haces digno de ser feliz», la
posibilidad de esperar que la dignidad de ser feliz comporte la participación de la felicidad
«depende de si los principios de la razón pura … enlazan necesariamente con tal esperanza».
Ésta problemática será el vínculo con la teología trascendental de Kant:
«Ni la naturaleza de las cosas del mundo ni la causalidad de las mismas acciones y su relación con
la moralidad determinan cuál es el vínculo existente entre las consecuencias de tales acciones y la
felicidad»
«Tampoco es posible conocer mediante la razón el lazo necesario entre esperanza de ser feliz e
incesante aspiración de hacerse digno de la felicidad, si sólo nos apoyamos en la naturaleza.»
«Unicamente podemos esperar si tomamos como base una razón suprema que nos dicte normas de
acuerdo con leyes morales y que sea, a la vez, causa de la naturaleza».
Esta razón suprema esbozada por Kant es llamada «ideal del bien supremo». Ahora
bien, en la medida en que el hombre debe representarse como perteneciente al mundo moral,
también se verá obligado a suponer que ese es un mundo futuro para él. Y con ésta
suposición se introducen los supuestos de Dios y la vida futura. La razón, el argumento, que
permite adoptar éstos postulados es el siguiente:
«Prescindiendo de Dios y de un mundo que, de momento, no podemos ver, pero que esperamos,
las excelentes ideas de la moralidad son indudablemente objetos de aplauso y admiración, pero no
resortes del propósito y de la práctica, ya que no colman enteramente el fin natural a todos y cada
uno de los seres racionales, fin que la misma razón pura ha determinado a priori y
necesariamente». Es «la interna necesidad práctica de estas leyes la que nos ha llevado al supuesto
de una causa necesaria o de un sabio gobernador del mundo que las haga efectivas».
7 En palabras de Kant: el mundo concebido «en la medida en que sea conforme a todas las leyes éticas», «como
un mundo meramente inteligible, ya que prescinde de todas las condiciones (fines) e incluso de todos los
obstáculos que en él encuentra la moralidad (debilidad o corrupción de la naturaleza humana)».
24
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
La argumentación que da respecto al postulado de la inmortalidad del alma es la
siguiente:
«La promoción del sumo bien en el mundo es el objeto necesario de una voluntad determinable
merced a la ley moral. Pero en esta voluntad una plena adecuación de las intenciones con la ley moral
supone la suprema condición del sumo bien. Tal condición ha de ser tan posible como su objeto,
al hallarse contenida en el mismo mandato de promocionar éste. Mas esa plena adecuación de la
voluntad con la ley moral equivale a santidad, una perfección de la cual no es capaz ningún ente
racional inmerso en algún punto temporal del mundo sensible.
Ahora bien, en tanto que es exigida como prácticamente necesaria, entonces tan sólo cabe
encontrarla en un progreso que va al infinito hacia esa plena adecuación, siendo así que con arreglo a
los principios de la razón pura práctica se hace necesario admitir tal progresión práctica como el
objeto real de nuestra voluntad. Sin embargo, este progreso indefinido sólo es posible bajo el
presupuesto de una existencia infinitamente duradera para la personalidad del ente racional (lo cual se
denomina “inmortalidad del alma”).
Por lo tanto, el sumo bien sólo es prácticamente posible bajo el presupuesto de la inmortalidad del
alma y ésta, al hallarse indisolublemente vinculada con la ley moral, es un postulado de la razón
pura práctica… (KPrV A219-220)»
La argumentación respecto a la existencia de Dios es la siguiente:
«Felicidad es el estado de un ser racional situado dentro del mundo, al cual en el conjunto de su
existencia le va todo según su deseo y voluntad, y descansa por lo tanto en el hecho de que la
naturaleza coincida con su finalidad global, así como con el fundamento esencial que determina
su voluntad.
Ahora bien, la ley moral, en cuanto ley de la libertad, ordena mediante fundamentos
determinantes que deben ser por completo independientes de la naturaleza y de la coincidencia
que ésta pueda presentar con nuestra capacidad desiderativa. Sin embargo, el ente racional que
actúa en el mundo no es al mismo tiempo causa del mundo y de la propia naturaleza. Por lo tanto,
en la ley moral no se da el más mínimo fundamento para una conexión necesaria entre moralidad
y felicidad proporcional de un ente que forme parte del mundo y dependa de él, justamente por lo
cual no puede ser causa de esa naturaleza merced a su voluntad y, en lo que atañe a su voluntad,
no puede hacerla coincidir en todos los casos con sus principios prácticos a partir de sus propias
fuerzas. No obstante, en el problema práctico de la razón pura, es decir, en la manipulación
necesaria con vistas al sumo bien, una conexión semejante se ve postulada como necesaria: debemos
auspiciar el sumo bien (el cual por lo tanto tiene que ser posible). Por consiguiente, también es
postulada la existencia de una causa del conjunto de la naturaleza, y diferenciada de la naturaleza,
que contenga una exacta coincidencia de la felicidad con la moralidad. Pero ésta causa suprema
no debe colocar el fundamento de la coincidencia de la naturaleza simplemente con una ley de la
voluntad de los entes racionales, sino con la representación de esa ley en tanto que es puesta como
supremo fundamento para determinar la voluntad, por lo tanto no simplemente con las costumbres
acordes a la forma, sino también entrañando su moralidad cual fundamento para determinar tales
costumbres, esto es, con su intención moral.
Así pues, el sumo bien sólo es posible dentro del mundo en cuanto se asuma una causa suprema de
la naturaleza que posea una causalidad conforme a la ley moral. Ahora bien, un ser apto para
obrar conforme a la representación de leyes supone una inteligencia (un ente racional), y su
causalidad conforme a esa representación de leyes constituye una voluntad. Por lo tanto, la suprema
causa de la naturaleza, en tanto que ha de ser presupuesta para el sumo bien, es un ser que
mediante entendimiento y voluntad constituye la causa (por ende el autor) de la naturaleza, es decir,
Dios. Por consiguiente, el postulado de la posibilidad del sumo bien derivado (del mejor mundo)
supone al mismo tiempo el postulado de la realidad de un sumo bien originario, o sea, la existencia de
Dios.
25
NICOLÁS GILIBERTI
Ahora bien, para nosotros constituía un deber auspiciar el sumo bien y por ello no sólo hay un
derecho, sino también una necesidad ligada con el deber como exigencia, para presuponer la
posibilidad de ese sumo bien, lo cual, al ser sólo posible bajo la condición de la existencia de Dios,
vincula inseparablemente con el deber tal presuposición, es decir, que resulta moralmente necesario
asumir la existencia de Dios. (KPrV A225-226)»
En suma, en un primer paso se asegura la posibilidad del «supremo bien» desde el
deber de promoverlo - ya que, si debemos, entonces es posible - para luego postular las
condiciones (la inmortalidad del alma y la existencia de Dios) según las cuales es posible
realizarlo.
3.2.3. El estatus epistémico del teísmo moral
Inicialmente podemos atribuir a los conceptos ‘inmortalidad del alma’ y ‘Dios' el
estatus de ‘postulados’ (de la razón pura práctica): «una proposición teórica, pero que no es
demostrable como tal, sino en cuanto depende inseparablemente de una ley práctica que vale
incondicionalmente a priori (KPrV A220)». Respecto al estatus epistémico de sus
afirmaciones, las convicciones concluidas de los argumentos, Kant atribuye el rango de
«creencia moral»: (KRV B 856-857):
«En este caso, es absolutamente necesario que algo suceda, esto es, que yo cumpla la ley moral
bajo todos sus aspectos. El fin está aquí ineludiblemente fijado y, según mi conocimiento entero,
sólo hay una condición bajo la cual ese fin coincida con todo el conjunto de fines y posea, con ello,
validez práctica, a saber, que haya un Dios y que haya una vida futura.»
«Consiguientemente, dado que el precepto moral es, a la vez, mi máxima (tal como la razón
ordena que lo sea), creeré indefectiblemente en la existencia de Dios y en una vida futura.»
«Nadie puede jactarse de saber que existe Dios y que hay una vida futura; (…) la convicción no es
certeza lógica, sino moral, y, como se apoya en fundamentos subjetivos (del sentido moral) (…) la
creencia en Dios y en otro mundo se halla tan estrechamente unida a mi sentido moral que, así
como no corro el peligro de perder la primera, tampoco necesito temer que el segundo pueda
serme arrebatado.»
Sin embargo, para entender más propiamente el marco en el que se sitúa ésta forma
de comprensión es necesario pasar por ¿Qué significa orientarse en el pensar? En este ensayo - cuya
ocasión será comentada en otro apartado - Kant distingue su filosofía crítica de otras posturas
intelectualistas o fideístas respecto a las cuestiones teológicas: si bien las “pruebas” de la
existencia de Dios no son suficientes, el fideísmo acrítico no es una alternativa. Que se tenga
que dar respuesta a la cuestión teológica no significa que se pueda responder cualquier cosa.
«Orientarse en el pensar», tal como recoge Caffarena, significa que: «de modo análogo a
cómo “nos orientamos en el espacio” ante todo por el sentimiento subjetivo de “derecha e
izquierda”, “en la insuficiencia de los principios objetivos de la razón, determinarse el
asentimiento según un principio subjetivo de la misma” (…) [Luego] La necesidad de la razón
envuelve “un derecho a presuponer y aceptar, en virtud de un fundamento subjetivo, algo que
no puede arrogarse saber por fundamentos objetivos; y así orientarse en el espacio de lo
suprasensible…”»
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KANT Y EL TEÍSMO MORAL
La necesidad de la razón apunta tanto a su uso teórico como al practico. Respecto al
uso teórico, la necesidad es condicionada: se podrá aceptar la existencia de dios en tanto se
quiera recurrir a ella como hipótesis racional, como por ejemplo para juzgar sobre la primera
causa de todo lo contingente. Respecto al uso práctico, la necesidad es incondicionada pues es
un postulado de la razón pura práctica.
La “fe racional” esbozada por Kant no solo permite el tratamiento de la cuestión
teológica dentro de las posibilidades y limites de la razón, sino que también permite ver el
tratamiento que Kant hace de la relación filosofía-teología: «Esta fe racional debe
presuponerse a cualquier otra fe y a cualquier revelación. Si se la rechaza, no hay criterio
para tomar ni una impresión subjetiva no racional ni un hecho externo histórico como de
origen divino. Y se corre el peligro de incidir en el entusiasmo fanático (Schwärmerei) e incluso
en el ateísmo. El rechazo por principio de la fe racional (Vernunftunglaube) es “un penoso estado
del espíritu humano”».
Una primera consecuencia que se extrae es que, si bien la asunción de la realidad de
los postulados es práctica (se postula como una realidad en función de la actuación moral), tal
y como recoge Caffarena, en linea con la interpretación de Schroll-Fleischer, no es por ello
menos “realidad”. Es «una fe subjetiva moral en un Dios trascendente real». Esta cuestión
comprende tanto la aproximación objetiva como la subjetiva, de manera que no se entienda
el contenido de la “fe racional” como una mera ficción útil o el esbozo de una posible “cosa”
nouménica.
Una segunda consecuencia es que la “fe racional” esbozada por Kant es, en última
instancia, fe en el hombre; en la medida en que el derecho que se otorga la razón para
presuponer un fundamento subjetivo se apoya en la posibilidad de realizar el supremo bien,
un proyecto práctico de la razón humana que se acepta como factum8 de la razón:
«La conciencia de esta ley básica puede verse llamada “un factum de la razón”, dado que no cabe
inferirla de datos precedentes de la razón como por ejemplo la conciencia de la libertad (pues ésta
no nos es dada con anterioridad), sino que se nos impone por sí misma como una proposición
sintética a priori, la cual no se funda sobre intuición alguna, ni empírica ni pura, aun cuando sería
analítica si se presupusiera la libertad de la voluntad, si bien para semejante concepto positivo
sería requerida una intuición intelectual que no cabe admitir aquí en modo alguno. Con todo,
para considerar esa ley como dada sin dar pie a tergiversaciones, conviene subrayar que no se trata
de un hecho empírico sino del único factum de la razón pura, la cual se revela a través de él como
originariamente legisladora (KPrV A56)».
Una interesante linea de investigación que se abre es la posible crisis que haya tenido
el “teismo moral” en los escritos póstumos de Kant, en la medida en que se vislumbra una
posible - y flagrante - violación de lo que la Crítica de la Razón Pura había mantenido sobre
los límites del conocimiento (la cuestión de la fenomenicidad) en la medida en que se afirma
la existencia de un Dios que, por naturaleza, ha de ser “en-sí” y “noúmeno”.
8 En la nota del autor en KPrV A5 aclara «si bien es cierto que la libertad constituye la rattio essendi de la ley
moral, no es menos cierto que la ley moral supone la ratio cognoscendi de la libertad. Pues, de no hallarse la ley
moral nítidamente pensada con anterioridad en el seno de nuestra razón, nunca nos veríamos autorizados a
admitir algo así como lo que sea la libertad. Mas, si no hubiera libertad, no cabría en modo alguno dar con la
ley moral dentro de nosotros».
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NICOLÁS GILIBERTI
No se descalifica al teísmo moral tan fácilmente, pero cabe la consideración del valor
que pueda tener en la medida en que el tratamiento no queda claro. Vista la transición que
Kant hace de algunos contenidos clásicos del teísmo - el traspase de las funciones metafísicas
de Dios a la razón humana, la autonomía moral del hombre yla autosuficiencia de los
mandatos (que abrogan cualquier fundamentación onto-teológica de la moral), y la relegación
de “Dios” a una extensión (casi podría decirse, a recurso filosófico) de la filosofía crítica que,
en última instancia, se apoya en el hombre - alguien podría aducir, como una crítica al
sistema kantiano, que el “teismo moral” resulta superfluo porque el hombre se gana el
derecho a creer en Dios tras justificar que no le necesita, y tan solo recurre a él para no
asumir - como llegaría a decir Sartre - que el hombre (en este caso, el proyecto de la razón
humana) es una pasión inútil. Es decir, cabe hacer una valoración crítica de la propuesta de
Kant del mismo que se cuestiona, desde el presente, aquellos otros elementos que se valoran
como mitos de la ilustración apoyados en una confianza optimista o exagerada en la razón.
Una reflexión final interesante es la paradoja que extrae Pannenberg (2001) del
proyecto crítico en general:
«Aunque la evolución filosófica de Kant estuvo motivada por su interés teológico en resaltar la
trascendencia de Dios respecto a un mundo finito y contingente en su misma autonomía y, por
tanto, respecto a la finitud de la razón humana, limitada a lo dado en la experiencia sensible, sus
resultados fueron del todo contrarios a la intención que parecía servirle de guía. La filosofía de
Kant desvinculó el yo racional y la conciencia experimental de todos sus lazos con Dios, y el
fracaso de su nueva fundamentación filosófico-moral de la fe en Dios no hizo sino manifestar esa
ruptura de manera aún más palmaria. Como después observará Hegel con espíritu crítico, Kant
había hecho del yo finito la base absoluta de la experiencia. De este modo, sin embargo, había
conseguido que, en contra de sus intenciones, éste ocupara el lugar reservado a Dios.»
3.2.4. Del Teísmo moral a la religión
La afirmación de Dios, cuando no se hace desde una ontología (como la del idealismo
objetivo) que parta de la afirmación misma de Dios, tiene que lidiar con el problema de la
circularidad: en tanto que parte desde el hombre para afirmar lo infinito, lo infinito no puede
ser sólo la conclusión de un razonamiento, sino que tiene que estar implícito en el punto de
partida. En el proceso se produce una concepción representativa, una figura o analogía, del
Dios al que se quiere llegar y que tendrá que quedar justificado por medio del proceso mismo.
En Kant, éste desarrollo tiene lugar en los argumentos de los postulados, y pone el acento en
el vacío que queda sin la afirmación de ellos. Si, como hemos dicho antes, el Dios de Kant no
deja de ser un dios-desde-el-hombre, las únicas opciones disponibles parecen ser o bien
aceptarlo o bien ofrecer una alternativa tanto a la cuestión teológica como a las problemáticas
que dan lugar a los postulados. La propuesta del teísmo moral no se limita a ser una
argumentación agregada o un deus ex machina sino que es parte del conjunto del sistema
crítico.
Se podría aducir que la autonomía moral - de manera análoga a la razón teórica supone la no-dependencia de Dios o de la religión; pero la cuestión moral recurre a las
nociones de «mundo moral» y de Dios como causa eficiente de la acción humana:
«Prescindiendo de Dios y de un mundo que, de momento, no podemos ver, pero que
esperamos, las excelentes ideas de la moralidad son indudablemente objeto de aplauso y
28
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
admiración, pero no resortes del propósito y de la práctica, ya que no colman enteramente el
fin natural a todos y cada uno de los seres racionales, fin que la misma razón pura ha
determinado a priori y necesariamente (KrV B841)».
En el prólogo a La religión dentro de los límites de la mera Razón, Kant expresa claramente
su argumentación y el concepto de «fin final» que da paso a la cuestión de la religión desde la
moral misma:
«Pero, aunque la Moral por causa de ella misma no necesita de ninguna representación de fin que
hubiese de preceder a la determinación de la voluntad, aun así puede ser que tenga una relación
necesaria a un fin semejante, a saber: no como al fundamento, sino como a las consecuencias
necesarias de las máximas que son adoptadas con arreglo a leyes.
- Pues sin ninguna relación de fin no puede tener lugar en el hombre ninguna determinación de la
voluntad, ya que tal determinación no puede darse sin algún efecto, cuya representación tiene que
poder ser admitida, si no como fundamento de determinación del albedrío y como fin que precede
en la mira, sí como consecuencia de la determinación del albedrío por la ley en orden a un fin
(finis in consequentiam veniens), sin el cual un albedrío que no añade en el pensamiento a la actuación
en proyecto algún objeto determinado objetiva o subjetivamente (objeto que él tiene o debería
tener), un albedrío que sabe cómo pero no hacia dónde tiene que obrar, no puede bastarse.
Así, para la Moral, en orden a obrar bien, no es necesario ningún fin; la ley, que contiene la
condición formal del uso de la libertad en general, le es bastante. De la Moral, sin embargo, resulta
un fin; pues a la Razón no puede serle indiferente de qué modo cabe responder a la cuestión de
qué saldrá de este nuestro obrar bien, y hacia qué - incluso si es algo que no está plenamente en nuestro
poder - podríamos dirigir nuestro hacer y dejar para al menos concordar con ello.
Así ciertamente se trata sólo de una idea de un objeto que contiene en sí en unidad la condición
formal de todos los fines como debemos tenerlos (el deber) y a la vez todo condicionado
concordante con ello de todos los fines que tenemos (la felicidad adecuada a la observancia del
deber); esto es: la idea de un bien supremo en el mundo, para cuya posibilidad hemos de aceptar un ser
superior, moral, santísimo y omnipotente, único que puede unir los dos elementos de ese bien
supremo; pero esta idea (considerada prácticamente) no es vacía, pues pone remedio a nuestra natural
necesidad de pensar algún fin último que pueda ser justificado por la Razón para todo nuestro
hacer y dejar tomado en su todo, necesidad que de otro modo sería un obstáculo para la decisión
moral. (…) sólo así puede darse realidad objetiva práctica a la ligazón de la finalidad por libertad con
la finalidad de la naturaleza, ligazón de la que no ponemos prescindir.
Así pues, la Moral conduce ineludiblemente a la religión, por la cual se amplía, fuera del hombre,
a la idea de un legislador moral poderoso en cuya voluntad es fin último (de la creación del
mundo) aquello que al mismo tiempo puede y debe ser el fin último del hombre. (La religión…31-34)»
El postulado de la existencia de Dios proviene de la Moral pero va más allá del
concepto de deber, por lo cual no puede ser simplemente un juicio analítico. Es una tesis
sintética a priori que se desarrolla mediante la identificación entre el concepto de deber y el de
un legislador moral. Sin embargo, para afirmar su existencia recurre a la noción de fin final,
como un fin objetivo puesto por la Razón misma; ya que, si bien la noción de supremo bien
(como fin último) proviene de las leyes morales, sólo es posible hacer efectivo el fin final
acudiendo a un ser garante de su realización (pues el hombre no tiene la capacidad de
realizarlo) y de vincular la dignidad de ser feliz con la felicidad misma. Por consiguiente, y en
consonancia con los postulados y la argumentación previa, la Moral conduce a la Religión;
pero ¿Cuál?
Para abordar esta cuestión acudimos a la distinción que realiza Rogelio Rovira (2020)
de la “religión moral” de Kant en «dos partes heterogéneas: una religión “pura” y una
29
NICOLÁS GILIBERTI
religión “aplicada”»; una denominación que nunca le dio Kant pero que permite explicar la
diversidad de contenidos de lo que Kant llama “religión”.
La religión natural pura se refiere a aquella que enseña la razón práctica en su uso puro.
Si bien las religiones se pueden estudiar como un hecho socio-cultural histórico, a Kant le
interesa abordar el hecho religioso desde la óptica del sujeto, en tanto que disposición interior
respecto al ser supremo: «A través del concepto de sumo bien como objeto y fin final de la
razón pura práctica, la ley moral conduce hacia la religión, esto es, al conocimiento de todos los
deberes como mandatos divinos, no como sanciones u ordenanzas arbitrarias y por sí mismas
contingentes de una voluntad extraña, sino como leyes esenciales de cualquier voluntad libre
por sí misma, las cuales han de ser consideradas pese a todo como mandatos del ser supremo, pues
nosotros no podemos esperar conseguir el sumo bien (…) sino a partir de una voluntad
moralmente perfecta (santa y bondadosa) al tiempo que omnipotente… (KPrV A233-234)».
De éste modo, la religión no queda reducida a la moralidad sino que, como aduce
Rovira: «la genuina religión no se agota, pues, en la moral, aunque no puede ser sino una
“religión moral”, porque el único culto aceptable a Dios consiste en el cumplimiento del
deber». El contenido del “credo” de tal religión son la inmortalidad del alma y la existencia
de Dios, como fe-racional que se añade a la moral.
La religión moral aplicada añade, a la fe-racional, la esperanza. Según Rovira: «la
imposibilidad [de la consecución del fin último de nuestro obrar moral] se halla cuando se
contrapone lo mandado con la índole moral del ser que ha de cumplir el mandato, y de la que
somos enteramente responsables»; pero Kant encuentra en algunas doctrinas del cristianismo
nociones clave para afrontar ésta problemática: «La doctrina del cristianismo, incluso cuando
todavía no se la considera como una doctrina religiosa, da en este punto un concepto del
sumo bien (el reino de Dios) que es el único en satisfacer las demandas más rigurosas de la
razón práctica. La ley moral es sacrosanta y exige la santidad de las costumbres (…) por lo
tanto, con respecto a esa santidad reclamada por la ley cristiana, a la criatura no le queda
nada más que el progreso al infinito, pero por eso mismo también se ve autorizado a albergar
la esperanza de su perforación en el infinito. (…) La doctrina moral cristiana suple esta falta
(del segundo ingrediente indispensable del sumo bien) mediante la escenificación del mundo,
donde los entes racionales se consagran a la ley moral con toda el alma, como un reino de Dios,
en el cual naturaleza y costumbres entran en armonía (…) gracias a un santo autor que hace
posible el sumo bien derivado (KPrV A230-232)».
Más allá de las doctrinas cristianas en las que Kant puede apoyarse o inspirarse para
su propuesta, destaca - respecto a la esperanza - la coincidencia entre la vocación de la Moral
y el designio divino; de manera que el fin último de la moral coincida con el fin último de
Dios en tanto que creador del mundo y de los seres racionales. La dimensión afectiva, el
problema del sentido abordado por la religión moral aplicada, se hace patente en un escrito que
recoge Rovira:
30
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
«En el borrador de una carta a Johann Caspar Lavater, escrito a finales de abril de 1775,
reconoce, en efecto, Kant: "Lo esencial y más excelente de la doctrina de Cristo es precisamente
esto: que puso la suma de toda religión en ser honesto con todas las fuerzas en la fe, es decir, en la
confianza incondicional de que Dios añadirá el resto del bien que no está en nuestro poder (Br X
180)”».
3.2.5. Filosofía de la religión
En palabras de Rovira: «presentar y valorar la interpretación kantiana del
cristianismo equivale a exponer el “reflejo del cristianismo”, si cabe decirlo así, que devuelve
el espejo de la religión moral propugnada por Kant. Este “reflejo”, que bien cabe llamar …
“el cristianismo puesto en conceptos morales”, se identifica casi por completo con la “religión
dentro de los límites de la mera razón” defendida por Kant».
Recoger la auto-percepción de la teología y la revelación en la tradición cristiana (al
menos hasta Kant) es todo un proyecto en sí mismo; pero a modo de contraste con la postura
de Kant presentaré la perspectiva de Tomas de Aquino (representativa para una parte
importante de la tradición cristiana):
«La diversa razón de lo cognoscible conduce a la diversidad de las ciencias. Pues la misma
conclusión demuestra el astrónomo y el filósofo de la naturaleza, como, por ejemplo, que la Tierra
es redonda; pero el astrónomo, por medio de la matemática, esto es, por la materia abstracta; el
filósofo de la naturaleza, en cambio, por medio de la consideración de la materia. De ahí que nada
impida que las mismas cosas que tratan las disciplinas filosóficas según que son cognoscibles por la
luz natural de la razón, otra ciencia las trate según que son conocidas por la luz de la revelación
divina. De ahí que la teología que pertenece a la sagrada doctrina difiere según el género de aquella
otra teología que se pone como parte de la filosofía (Summa Theologiae I,q.1,a.1, ad.2)».
El cristianismo, en la medida en que se considera una religión revelada y por lo tanto
considera que hay unos contenidos que sólo son accesibles al hombre por medio de la
revelación misma de Dios (sea en la historia, comunicándola por mediadores, etc.), tiene unos
contenidos que no son agotados por otra disciplina. Pero en la perspectiva de Aquino vemos
también que hay una complementariedad o coincidencia entre el discurso teológico racionalfilosófico y el discurso teológico apoyado en esa revelación específica. Independientemente de
la forma que adopte la relación fe-razón, de alguna manera se persigue una única verdad
última.
La perspectiva de Kant replanteará la dinámica presentando la relación entre
“teología racional” y “teología revelada” como dos círculos concéntricos donde la propuesta
racional kantiana está en el círculo interior. Esta aclaración se manifiesta expresamente en el
prólogo a la segunda edición del siguiente modo: «puesto que la revelación puede al menos
comprender en sí también la Religión racional pura, mientras que, a la inversa, ésta última no
puede contener lo histórico de la primera, puedo considerar a la una como una esfera más
amplia de la fe que encierra en sí a la otra como una esfera más estrecha (no como dos círculos
exteriores uno a otro sino como concéntricos).» La cuestión ya no es si la teología se presenta
como complemento a la razón, o como “filosofía verdadera”, o como conocimiento simbólico
de verdades filosóficas. Kant plantea el reconocimiento (o el rechazo) de los contenidos de
cualquier “revelación” (como contenido de un sistema histórico de ideas) según la
31
NICOLÁS GILIBERTI
coincidencia (o no) con el «sistema racional puro de la Religión, que sería consistente por sí
mismo (…) y suficiente para una Religión propiamente tal».
La distinción que establece Kant entre la religión racional pura y el culto (la
religiosidad institucionalizada en una comunidad de fe), o entre la teología racional y la
teología revelada; sumado a la desacreditación de toda teología natural (en tanto que
metafísica especulativa); da pie a la génesis de la filosofía de la religión en contraposición a la
teología precisamente por la distinción entre la religión histórica (las tradiciones de
comunidades de fe con sus respectivas creencias, practicas e instituciones) y lo que sea le
religión como hecho irreductible a otros ámbitos (la religión vista desde el sujeto) que es capaz
de ser abordado por la razón.
De la aproximación que Kant hace a la religión se sigue el hecho de que los
contenidos de la fe racional pura pudieran ser obtenidos sin el recurso a la religión. Del
mismo modo que la propuesta de Kant no es una reducción a la moral ni una naturalización
del cristianismo, tampoco es dependiente o subordinada a ella. Lo que sucede, en todo caso,
es la coincidencia entre (la interpretación de) algunas doctrinas del cristianismo - que son,
además, su especificidad o contenido esencial - y los contenidos de la fe racional pura.
En la medida en que la fe racional de Kant se apoya en la postulación de realidades
nouménicas (como el yo o la existencia de Dios) y es, de acuerdo a su propia terminología,
racional-subjetiva (no objetiva en tanto que no remite a la experiencia y la fenomenicidad);
todo el contenido se inserta en el marco de la primacía de la razón práctica y el derecho de la
Razón a orientarse en el pensar. En suma, lo que Kant propone es «un humanismo ético, hay
que concluir, que se autofunda; y que apela a Dios para poder ser coherente. Algo que puede
hacer porque ya era en sí más religioso de lo que podría parecer. (Fraijó 2010)»
3.3. La cuestión de la religión
Quedaría incompleta la consideración del teismo moral y de la relación entre filosofía
y teología en Kant si no se abordase - al menos de manera mínima - en relación con las
implicaciones políticas o las vicisitudes históricas. Del mismo modo que la exposición
comienza con un marco histórico y biográfico, es apropiado incardinar el pensamiento de
Kant en los motivos, proyectos o escenarios socio-culturales en que se llegaron a dar. Para
presentar una mirada en perspectiva que contribuya a la comprensión de la filosofía crítica
pasaremos por dos momentos que, de alguna manera, permiten comprender mejor las ideas y
las obras antes desarrolladas.
3.3.1. Ilustración, religión y política
Según Villacañas (2010): «Kant decía que, al definir al ser humano dotado de
dignidad como aquel que tiene la capacidad de elevarse a fin en sí, con autonomía para
juzgar acerca de sí mismo en todos los ámbitos sin delegar en nadie su criterio, hallaba una
ley universal y, con ella, configuraba una naturaleza moral, un ámbito semejante al de la
32
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
naturaleza física. Este ámbito no era ni del cielo, ni de la tierra. Situado entre ellos, era el
ámbito de la libertad humana». En ese espacio, Idea para una historia universal en clave cosmopolita
«ofrecía la tesis de que el único fin que puede interesar a la humanidad en su conjunto, y
orientar el conocimiento de su pasado, es el establecimiento de una sociedad justa en un
Estado cosmopolita dominado por la libertad». En pos de tal proyecto se enfocaría su
compromiso con la ilustración y la defensa de ciertos valores concretos.
En esa misma dirección encontramos Qué es la ilustración blandiendo una crítica al
paternalismo y apelando al uso público y privado de la razón: «Ilustración significa el
abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta
minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por
algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la
falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin
la guía del de algún otro.»
Allí arremete contra oficiales, fiscales y - lo que es para nosotros más destacable autoridades religiosas en la medida en que renuncian a su uso de la razón por subordinarse a
autoridades de carácter político9. Encontramos una defensa de principios como el uso de la
razón, la libertad de cátedra y la disposición al diálogo que permiten ir hacia esa ilustración
que está aún por realizar.
Respecto, de nuevo, a Idea para una historia universal en clave cosmopolita encontramos una
propuesta que se contrapone a alternativas como la de Herder (una teleología de la historia
universal, implícita en la misma naturaleza) o tesis providencialistas cristianas. Para Kant, el
fin último de la historia tiene que ser pensado e instituido por el hombre a través de su
organización sociopolítica. No obstante, parecen coincidir “utopía" y “fin final”.
Kant, en la Crítica del Juicio, considera al hombre como fin de la creación y el reino de
la libertad como el fin final del hombre:
«No tenemos más que una especie única de seres en el mundo cuya causalidad sea teleológica, es
decir, enderezada a fines, y al mismo tiempo, sin embargo, de índole tal que la ley según la cual
esos seres tienen que determinarse fines es representada por ellos mismos como incondicional e
independiente de condiciones naturales, y, al mismo tiempo, empero, como necesaria en sí. El ser
de esa clase es el hombre, pero, considerado como noúmeno, es el único ser natural en el cual, sin
embargo, podemos reconocer una facultad suprasensible (la libertad), y hasta la ley de la causalidad
y el objeto que esa facultad puede proponerse como el más alto fin (el supremo bien en el mundo).
Del hombre, pues, considerado como ser moral, no se puede ya preguntar para qué (quem in finem )
existe. Su existencia tiene en sí el más alto fin; a este fin puede el hombre, hasta donde alcancen sus
fuerzas, someter la naturaleza entera o, al menos, puede mantenerse sin recibir de la naturaleza
influjo alguno que vaya contra ese fin. Así, pues, si algunas cosas del mundo, como seres
dependientes en cuanto a su existencia, necesitan una causa suprema que obre según fines, el
hombre es el fin final de la creación (KU §84)».
«Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones!; (…) el consejero espiritual: ¡No razones, ten fe! (…)», «un
sacerdote está obligado a hacer sus homilías … con arreglo al credo de aquella iglesia a la que sirve; puesto que
fue aceptado en ella bajo esa condición. Pero en cuanto persona docta tiene plena libertad, además de la
vocación para hacerlo así, de participar al público todos sus bien-intencionados y cuidadosamente revisados
pensamientos sobre las deficiencias de aquel credo, así como sus propuestas tendentes a mejorar la implantación
de la religión y la comunidad eclesiástica. (…) si creyese encontrar esto último [algo contradictorio con la
religión íntima] en dichos dogmas [que enseña encargado a cuenta de otro]; tendría que dimitir.»
9
33
NICOLÁS GILIBERTI
El denominado «reino de los fines», en el cual los hombres se relacionen entre sí con
la conciencia de ser fines en sí mismos, Según Muguerza se caracterizaba «un tanto
rousseaunianamente, como la “asociación” de los “seres racionales” bajo las “leyes
comunitarias” que ellos hubieran acordado darse». Este reino - si acaso pudiera llegar a
materializarse en algún ordenamiento concreto - sería un ideal de comunidad moral susceptible
de abarcar toda una comunidad política. A esto apunta el opúsculo La Paz perpetua; si bien es más
pertinente señalar cómo el concepto de aquella comunidad moral es más cercano al concepto de
un pueblo de Dios bajo leyes éticas que al modelo de algún ordenamiento jurídico. Así, al menos,
lo afirma el mismo Kant en La religión…:
«Si la comunidad debe ser una comunidad ética, entonces el pueblo como tal no puede ser tenido
él mismo por legislador. Pues en una comunidad tal todas las leyes están propiamente ordenadas a
promover la moralidad de las acciones (que es algo interior, por lo tanto no puede estar bajo leyes
humanas públicas), en tanto que, por el contrario, las leyes humanas públicas - lo que constituiría
una comunidad jurídica - están ordenadas sólo a la legalidad de las acciones, que aparece a la vista,
y no a la moralidad (interior), que es lo único de que se trata aquí.
(…)
Por lo tanto, sólo puede ser pensado como legislador supremo de una comunidad ética un ser con
respecto al cual todos los verdaderos deberes, por lo tanto también los éticos, han de ser a la vez
representados como mandamientos suyos; el cual por ello ha de ser también un conocedor de los
corazones, para penetrar lo íntimo de las intenciones de cada uno y, como ha de ocurrir en toda
comunidad, proporcionar a cada uno aquello que sus actos merecen. Pero éste es el concepto de
Dios como soberano moral del mundo. Así pues, una comunidad ética sólo puede pensarse como un pueblo
bajo mandamientos divinos, esto es: como un pueblo de Dios y ciertamente bajo leyes de virtud.»
«Instituir un pueblo de Dios moral es por tanto una obra cuya ejecución no puede esperarse de los
hombres, sino sólo de Dios mismo.»
«Una comunidad ética bajo la legislación moral divina es una iglesia, que, en cuanto que no es
ningún objeto de una experiencia posible, se llama iglesia invisible (una mera idea de la unión de
todos los hombres rectos bajo el gobierno divino inmediato - pero moral - del mundo, tal como
sirve de arquetipo a todas las que han de ser fundadas por los hombres). La visible es la efectiva
unión de los hombres en un todo que concuerda con aquel ideal.»
En Kant convive la adhesión al proyecto ilustrado en tanto que se alinea con sus
valores políticos y éticos, pero con la mirada puesta en un horizonte que sólo puede ser
comprendido conociendo su sistema ético, el teísmo moral y el tránsito desde la moral a la
religión. Él mismo no fue gratuitamente optimista o providencialista al respecto, y cabe
aproximarse a éste planteamiento en clave de ideal u horizonte utópico más que como una
propuesta política concreta - por la que, en cualquier caso, participó activamente. En última
instancia, como aduce Pannenberg:
«A ojos de Kant, las religiones históricas, incluida la Iglesia cristiana, sólo son dignas de
reconocimiento en la medida en que constituyen una sociedad según leyes de virtud, concepto
frente al cual todas las demás ideas religiosas ceden en importancia. Con ello corresponde la
afirmación kantiana de que la fe moral racional es también el supremo intérprete de la fe
eclesiástica. La misma idea subyace a la definición de las relaciones entre la moral y la religión,
según la cual no fue la moral la fundada en una religión histórica dada sino, a la inversa, la
religión en la moral.»
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KANT Y EL TEÍSMO MORAL
3.3.2. Polémicas y conflictos
Retomando una breve apreciación que hacíamos en el apartado de la ilustración
francesa y alemana, podemos situar a Kant - a veces - en medio de un escenarios polémicos a
nivel tanto político como respecto a las ideas. Federico Guillermo I había expulsado, apoyado
por un grupo de teólogos que así lo exigían, a Wolff de Prussia. Federico el Grande
(1712-1786) actúo de manera opuesta: restituyó a Wolff su cátedra, fue tolerante con otros
sistemas como el racionalismo o el agnosticismo, y mantuvo buenas relaciones con filósofos
franceses e ingleses como Voltaire, Maupertuis o Locke. Pero la proliferación de las ideas de
los filósofos contemporáneos también generó tensiones dentro del marco de libertad que se
había asentado.
Conocida es la disputa entre Mendelssohn y Jacobi, provocada por Jacobi, respecto de
la figura de Spinoza y su panteísmo como presente en la obra de Lessing. Lessing estaba en el
punto de mira por haber desarrollado el deísmo de Reimarus alineado con la perspectiva de
Spinoza y por haber publicado fragmentos de la obra de Reimarus. En 1783 Jacobi escribió a
Mendelssohn que Lessing le había confesado su spinozismo poco antes de morir; lo cual era
prácticamente - para Jacobi - una confesión de ateísmo. Mendelssohn no era panteísta pero la
acusación de Jacobi le ofendió tanto como ataque a Lessing como a sí mismo (porque
preparaba una edición de sus obras). Su respuesta fue un ataque en una obra, a la que Jacobi
respondió haciendo pública su correspondencia con Mendelssohn, y luego empezaron a
añadirse otras figuras a la polémica.
La disputa por la cuestión de si el panteísmo es cripto-ateísmo fue absurda porque,
por un lado, se resuelve fácilmente por medio de clarificaciones conceptuales y, por otro lado,
estimuló el interés por el pensamiento de Spinoza (por lo cual fue contraproducente desde la
óptica de Jacobi). En cualquier caso, es concretamente en la cuestión del spinozismo de
Lessing donde Kant escribe el ensayo clave Qué significa orientarse en el pensamiento; de manera
que Kant se propone resolver la cuestión entre el racionalismo ilustrado de Mendelssohn y la
reacción antirracionalista de Jacobi por medio de su propuesta de «fe racional».
La toma de postura de Kant se dirige contra la denominada «philosophischen
Schwärmerei», una filosofía que presume del uso abusivo de la razón. Kant aplica ese término
tanto a Spinoza - por pretender elaborar un sistema perfecto y cerrado de la razón - como a
Jacobi - que termina por generar quimeras reaccionarias. El problema, en todo caso,
consistiría en dogmatizar en un terreno que excede a las limitaciones de la razón misma, y de
tomar los resultados de una razón precaria como evidencia. La mediación que hace Kant y el
análisis de la Razón que realiza en sus Críticas se vincula, en mayor o menor medida, no sólo
con el interés en sí del proyecto Kantiano sino con la necesidad de afrontar éste tipo de
cuestiones.
Una dinámica similar se da en El conflicto de las facultades, donde resaltamos la
exposición entorno a la facultad de teología, y La religión dentro de los límites de la mera razón. La
segunda obra tuvo que defenderse de la acusación de intrusismo en la teología - acusación de
la que se defiende en el prólogo a la segunda edición mediante la noción de fe religiosa pura,
presentada en el apartado anterior - y a la censura (que tuvo que sortear por medio de la
35
NICOLÁS GILIBERTI
apelación a la facultad misma de teología para, con su visto bueno, publicar su obra completa
como un abordaje estrictamente filosófico).
Respecto a El conflicto de las facultades, insiste en las mismas ideas y hace una apología
de su propuesta en tanto que aportación útil para el cristianismo (pues justifica su
superioridad moral y la coincidencia de algunos de sus contenidos con los de la razón, los
contenidos del teísmo moral). Destaca, no obstante, la persistencia de Kant en aproximarse al
hecho religioso manteniendo el marco y la primacía de lo racional por, al menos, dos motivos:
primero, mostrar - dada la coincidencia con la razón - que la “revelación” puede ser
reconocida como tal. Segundo, mantener la perspectiva de los círculos concéntricos mediante
la cual una lectura estrictamente racional marca la pauta, marca el límite mínimo de lo que es
considerable. En ésta obra recoge apreciaciones respecto a la labor exegética del interprete de
los textos bíblicos e incluso arremete contra una imagen distorsionada, exagerada mas no por
ello imposible, de la figura del teólogo/interprete biblista que llega, incluso, a prescindir de la
razón para articular la fe o su interpretación.
En la obra de Fraijó se recoge claramente la disposición de Kant: «Fue siempre neto
en su rechazo de la postura “naturalista”, que niega la realidad de la revelación. Tampoco
quería ser “sobrenaturalista”, lo que supone tener por necesaria la revelación para que haya
religión. Sino “racionalista puro”: es la postura de quien, manteniendo en el ámbito racional,
reconoce sin embargo la posibilidad de la revelación, es decir, de que ciertas doctrinas de
origen histórico sean asumidas como de algún modo especial provenientes de Dios».
3.4. Reflexiones finales
La aproximación de Kant a la cuestión de Dios y al quehacer de la teología se integra
dentro de un sistema filosófico que se desenvuelve entre corrientes y momentos de transición
para el desarrollo de la filosofía y de la teología. Puede que sean muy bien conocidas y
discutidas algunas aportaciones concretas de su pensamiento - por ejemplo su polémica
interpretación del argumento ontológico y sus críticas a las pruebas de la existencia de Dios o que se de una imagen correcta pero excesivamente simplista de lo que supone su
pensamiento - por ejemplo, la noción de que Kant pasa de considerar la idea de dios como
“ser trascendente” a “ideal trascendental” -; pues ni el teísmo moral ni la relación con la
religión de su tiempo es comprensible sin la consideración del contexto histórico-biográfico ni
sin vincularlo a su sistema filosófico en general.
La propuesta de Kant, así como resulta muy interesante y esclarecedora respecto a la
relación entre razón y fe - hemos visto, por ejemplo, su simpatía por abordajes semejantes a
los de Aquino o la coincidencia de su aportación con las doctrinas del cristianismo - también
genera muchas preguntas que sólo podrían abordarse considerando la evolución y el
envejecimiento de las ideas de Kant: ¿hay una superación del cristianismo mediante la
filosofía?, ¿es superflua la fe kantiana visto el giro antropocéntrico en la razón teórica y la
ética?, ¿cuál fue la recepción y respuesta de su propuesta desde la historia de la teología?…
36
KANT Y EL TEÍSMO MORAL
Algo que está claro es que Kant ofrece una propuesta de estructura para la fe histórica
desde la fe racional, de modo que tenga que tomarse postura frente a la cuestión de si la
revelación se asume a-racionalmente, como en el caso de Tertuliano o Barth, o bien si la
revelación debe ceñirse a las exigencias de la racionalidad humana para ser reconocida como
tal, como en el caso de los padres apologistas o la escolástica medieval.
Esta aportación se ampara en otra que es aún de más interés para la filosofía en
general: la distinción entre el abordaje del hecho religioso como hecho histórico - que sienta
las bases para una filosofía de la religión estrictamente filosófica, autónoma - y la
aproximación (hoy diríamos, fenomenológica) al hecho religioso desde el lugar del sujeto (lo
que sería la fe racional pura y el teísmo moral). Ambas formas de proceder se diferencian de
la teología entendida como discurso acerca de la divinidad desde una confesión de fe
determinada (la teología concreta que produce aquel que teoriza desde la adhesión a una fe
histórica).
Llama la atención la aproximación holística respecto a la realidad, sobretodo siendo
conscientes de que el proyecto de Kant empieza por analizar posibilidades y establecer
limitaciones. Mientras que vemos, después de los filósofos que abanderaron la “muerte de
Dios”, un abandono de las cuestiones teológicas (respecto la ontología, la moral, la cuestión
del sentido, etc.) tachando todas esas cuestiones de “metafísicas” y trabajando en un
paradigma donde no tiene cabida; Kant, que arremete contra las pretensiones metafísicas de
los racionalistas y tiene la posibilidad de justificar el abandono de éstas cuestiones por la
precariedad de la Razón, decide no sólo justificar la necesidad de seguir abordando estas
cuestiones pese a las limitaciones sino también desarrollar una propuesta que responde a su
tiempo y a las polémicas vinculadas a los problemas clásicos de la historia de la metafísica.
A nivel personal, y como última valoración de lo que supone la redacción del escrito
en general, considero que la obra de Kant no es una investigación análoga a las que
inaugurará La esencia del cristianismo de Feuerbach; sino que nos encontramos con un proceso
de análisis y la emergencia de una serie de problemáticas que, de algún modo, apelan a que el
lector las considere y se introduzca en éstas cuestiones (epistemológicas, éticas, religiosas,
teológicas, etc.) independientemente del lugar desde el que lo haga, de manera que el
religioso no pueda ignorar la exigencia de rigor filosófico y racional ni tampoco el filósofo
pueda ignorar el hecho religioso y su vinculación con cuestiones que quizá puedan parecer,
inicialmente, eludibles o inconexas.
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NICOLÁS GILIBERTI
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