Álvaro Alemán & Jorge García (Eds.)
El vampiro como migrante en la narrativa
de las Américas de los siglos XIX y XX
El Fakir
Olmedo OE73 y Guayaquil,
Centro Histórico, Quito, Ecuador.
https://fakirediciones.com
USFQ PRESS
Universidad San Francisco de Quito USFQ,
Quito 170901, Ecuador.
Diego de Robles S/N y Pampite.
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Somos la casa editorial de la Universidad San Francisco de Quito USFQ. Fomentamos la misión de la universidad al divulgar el
conocimiento para formar, educar, investigar y servir a la comunidad dentro de la filosofía de las Artes Liberales.
Vecindades de sangre. El vampiro como migrante en la narrativa de las Américas de los siglos XIX y XX
Uriah Derick D’Arcy, Juan Montalvo, Raymunda Torres y Quiroga, Bernardo Couto Castillo, Julio Calcaño, Rubén Darío,
Florence Marryat, Afonso Arinos, Leopoldo Lugones, Clemente Palma, Rubén Valenti, Mary Wilkins Freeman, Horacio
Quiroga, Alfonso Hernández Catá, Froylán Turcios, Delmira Agustini, Alejandro Cuevas, Gastão Cruls, Gonzalo Escudero,
H. G. de Lisser, María Helena Barrera-Agarwal
Esta obra es publicada luego de que la Introducción «El vampiro como migrante» haya sido revisada por lectores especializados.
Producción editorial: Andrea Naranjo
Editores: Álvaro Alemán y Jorge García
Traductores: Álvaro Alemán, Marcos Carvajal, María Helena Barrera-Agarwal
Diseño y diagramación: Krushenka Bayas Ramírez
Diseño de cubierta: Eduardo Villacís y Yumiko Nagao
Revisión de estilo: Gabriel Ortiz Armas y Andrea Naranjo
© Álvaro Alemán y Jorge García, de la Introducción «El vampiro como migrante», 2022
© Álvaro Alemán, de la traducción de «El vampiro negro», «La sangre del vampiro», «Luella Miller» y «La vieja arpía»
© Marcos Carvajal, de la traducción de «La Esteradora», «Noches blancas"
© María Helena Barrera-Agarwal, de la traducción del texto «Vera relatione», 2022
© Eduardo Villacís, de la ilustración de la cubierta, 2022
© Universidad San Francisco de Quito USFQ, 2022
© Ediciones El Fakir, 2022
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transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por
escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
ISBN USFQ PRESS: 978-9978-68-233-3
ISBN El Fakir: 978-9942-7019-4-7
Primera edición: octubre, 2022
Tiraje: 500 ejemplares
Impreso en Ecuador por Imprenta Mariscal, Quito – Printed in Ecuador
Catalogación en la fuente Biblioteca de la Universidad San Francisco de Quito USFQ.
Vecindades de sangre. El vampiro como migrante en la narrativa de las
américas de los siglos xix y xx / Álvaro Alemán & Jorge García, eds. –
Quito : USFQ Press : El Fakir, ©2022.
p. cm.
ISBN: 978-9978-68-233-3
ISBN: 978-9942-7019-4-7
1. Vampiros en la literatura. – 2. Ensayos. – 3. Literatura americana. – I.
Alemán, Álvaro, ed. – II. García, Jorge, ed.
CLC: PN6145 .V43 2022
CDD: 808
OBI-158
Se sugiere citar esta obra de la siguiente forma:
Alemán, A. y García, J. (Eds.) (2022). Vecindades de sangre. El vampiro como migrante en la narrativa de las Américas de los siglos
XIX y XX. USFQ PRESS y El Fakir.
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Índice
El vampiro como migrante
Álvaro Alemán y Jorge García
7
El vampiro negro: una leyenda de Santo Domingo
Uriah Derick D’Arcy
47
Gaspar Blondín
Juan Montalvo
79
La tumba del Vampiro
Raimunda Torres y Quiroga
85
Las nupcias de la muerte
Raimunda Torres y Quiroga
89
Blanco y rojo
Bernardo Couto Castillo
95
Tristán Cataletto
Julio Calcaño
103
Rachilde
Rubén Darío
115
La sangre del vampiro
Florence Marryat
127
Thanatopia
Rubén Darío
143
La Esteradora
Afonso Arinos
149
La vampira
Leopoldo Lugones
159
Las vampiras
Clemente Palma
165
El Vampiro
Rubén Valenti
181
Luella Miller
Mary Wilkins Freeman
183
El almohadón de plumas
Horacio Quiroga
201
Otro caso de vampirismo
Alfonso Hernández Catá
207
El vampiro
Froylán Turcios
211
El vampiro
Delmira Agustini
221
El vampiro
Alejandro Cuevas
227
Noches blancas
Gastão Cruls
239
El escorpión y la vampiresa
Gonzalo Escudero
255
La vieja arpía
Herbert G. de Lisser
269
El monstruo de Quito
María Helena Barrera-Agarwal
285
Sobre los autores
303
Introducción
El vampiro como migrante
Álvaro Alemán y Jorge García
La historia contemporánea del vampiro ha sido, la mayor parte de las
veces, la historia de su popularidad o visibilidad mediática. Su condición de artefacto cultural cíclico y de masas, sobre todo en el siglo
XX, lo sitúa como una suerte de pararrayos con la capacidad de canalizar corrientes culturales de una diversidad extraordinaria y, al mismo
tiempo, de detonarlas en el caótico inconsciente político de distintos
escenarios históricos. De igual manera, la fascinación con el vampiro
ha logrado estimular al ámbito académico, incendiando las divisiones
tradicionales del conocimiento a favor de acercamientos abiertamente
interdisciplinarios que reúnen a especialistas, desde la biología y la
botánica, hasta la economía, las ciencias políticas y los estudios de la
cultura, además de los estudios literarios y la filosofía. De hecho, la
vampirología y los estudios de vampiros se han posicionado hoy con
firmeza como zonas de conocimiento autónomas, aunque parasitarias
de la popularidad global de la figura del vampiro.1
La presente aproximación a este fenómeno recoge y reconoce el legado significativo realizado en el ámbito académico de los estudios de
vampiros y aspira a contribuir a ese espacio mediante un acercamiento
al fenómeno de la cultura literaria del vampiro en América Latina.2
7•
Vecindades de sangre
Éxodo I: sentido
Partimos de una consideración del vampiro como encarnación de lo
nómada. Pese a sus claros orígenes en la tradición folclórica de Europa
central y oriental, el vocablo «vampiro» migra como resultado de los
movimientos de los pueblos eslavos originarios, hasta convertirse en
un préstamo lingüístico aceptado primero en las lenguas eslavas modernas y, posteriormente en las lenguas de Europa occidental. Así, a
partir de la etimología protoeslavo opyr, la palabra se fue transformando en los distintos idiomas eslavos, con iteraciones en polaco, upior,
ucraniano wypior, checo y eslovaco upir, entre otros (Cooper, 2005),
hasta llegar a las grafías rusa y bielorrusa vampyr, y de ahí al serbocroata vampir. Al respecto, el mismo Cooper señala que los nombres
de criaturas fantásticas se extienden geográficamente por lo general de
manera consistente. De hecho, la presencia escrita más temprana del
vocablo se registra en Rusia en el siglo XI, desde donde pudo haber
iniciado el viaje. Vukanovic, en su obra Vampiro (citada en Perkowski,
1976), señala que las migraciones de las poblaciones de los Balcanes,
en particular de los gitanos, contribuyeron a la difusión del término.
Una etimología alternativa ha sido propuesta por Cooper (2005), al
sugerir que la palabra pudo haber sido derivada de los descendientes
de los colonizadores romanos de la región de Dacia en tiempos de
Trajano, quienes son antepasados de los rumanos.3
Posteriormente, el desplazamiento del término vampiro de los países
eslavos a los de Europa occidental se puede explicar con la irrupción de las
tropas islámicas del Imperio otomano en Europa durante la conquista de
Constantinopla en el siglo XV. El resultado de esta victoria fue la pugna
constante entre el Imperio español, primero, y el Imperio austrohúngaro
después, contra las fuerzas otomanas. Así, en este persistente conflicto los
otomanos asediaron Viena en dos ocasiones, 1529 y 1683, hasta que en
1718 termina efectivamente la expansión otomana en Europa. Es en esa
•8
Índice
zona de contacto, en la frontera entre los Balcanes ocupados por fuerzas
islámicas y los destacamentos militares de Austria-Hungría donde inicia
la migración del término vampiro hacia Occidente.
La palabra «vampiro» cruza, como se puede ver, fronteras geográficas, lingüísticas y culturales. La apropiación del vocablo en Europa
occidental parece darse como un ejemplo emblemático del comercio
ideológico que Edward Said (1991) designó como orientalismo. Said
hace explícita la construcción cultural de una supuesta e imprecisa
región llamada «Oriente», a partir de representaciones artísticas e investigaciones académicas por parte de sujetos europeos. Esta construcción contribuyó a consolidar una imagen del sujeto oriental como
primitivo, irracional y violento y, por lo tanto, a justificar el régimen
imperial occidental. Bajo este esquema, el trabajo intelectual de viajeros franceses, alemanes y británicos hacia el Levante se convierte en un
ejercicio de autoafirmación de una «identidad europea» lúcida, racional y moderna. En este sentido, un ejemplo notable de orientalismo
es la llamada «gran epidemia de vampiros» del siglo XVIII, cuando se
comenzaron a reportar numerosas apariciones de vampiros a lo largo
de Europa del este.
Así, en las décadas de 1720 y 1730, algunos diarios europeos comenzaron a publicar historias habitantes de pequeñas aldeas cercanas
a Belgrado, entre otras. Los hechos, reportados por testigos oficiales
austríacos quienes, de hecho, articulan la mirada orientalista originaria, narran la exhumación de cadáveres señalados por los pueblerinos
como «vampiros» y responsables de una serie de muertes de parientes
y vecinos de las aldeas. Sin embargo, lo que más aterraba a los aldeanos no era que los cadáveres exhumados aparentaran estar saludables
o que expelieran sangre por la boca, sino, como queda dicho arriba,
el convencimiento que tenían de que a cada vampiro desenterrado le
correspondía la responsabilidad de la muerte de varios de los vecinos.
Con la idea de evitar la propagación de estos seres, idearon el método
9•
Vecindades de sangre
de desmembrar y quemar a los cadáveres desenterrados, evitando de
esa forma la posibilidad de que volvieran a la vida.
Esta «gran epidemia de vampiros» se difundió por Europa en 1725
en publicaciones alemanas, donde también se publicitó en hojas volantes. En 1732 aparecieron artículos sobre el tema al menos en dos
ocasiones en diarios franceses y británicos. Ese mismo año, solo en los
países germanófonos aparecieron 12 libros y cuatro disertaciones sobre
el tema. Las citas y sumarios del fenómeno aparecieron en enciclopedias
de la época y en otras obras populares, aunque el documento más influyente, como veremos más adelante, es Dissertations sur les apparitions des
anges, des démons et des esprits et sur les revenants et vampires de Hongrie,
de Bohémie, de Moravie et de Silésie (1746) del benedictino Augustin
Calmet. La obra, que incluye un sumario completo de todos «los casos
confirmados» del fenómeno, tuvo dos ediciones adicionales en 1751, y
en 1752 se tradujo a la mayor parte de lenguas europeas y se convirtió en
un éxito de ventas,4 lo cual explicaría la futura repercusión que este libro
tendría para la confirmación del imaginario literario sobre el vampiro.
El interés en las historias de vampiros provenientes de Europa del
este fue comentado con avidez por las Academias de Viena y Berlín
y también generaron debate en la Sorbona y en los concilios del
Vaticano. Según Milan V. Dimic (1984), la epidemia de vampiros se
convirtió en un asunto de estado, y ante nuevos rumores de futuras
epidemias, varios reyes y emperadores de las coronas europeas solicitaron informes a sus funcionarios. Escribe Dimic, «solo el rey Jorge II
no dudaba, ya que creía en la existencia de vampiros» (5).
La palabra «vampiro» así, se registra por primera vez en alemán en
1721, en inglés en 1734, en francés en 1737, en español en 1753.5 El
libro de Calmet experimenta una circulación notable, y registra, en las
conclusiones que emite en la edición de 1753, criterios abiertamente
orientalistas. Como señala Irene Gómez Castellano (2007) sobre la
recepción de ese libro en España:
• 10
Índice
La figura del vampiro sirve como imagen de la alteridad y
por ello su «creación» se va desplazando de un lugar metafórico a otro, y acaba siendo sinónimo del «barbarismo»
de Este. El vampiro será visto en términos de enfermedad,
de contagio, como un tipo de fábula o mito, como una
superstición popular, como producto de la pérdida de la
razón (ebriedad, locura) y, sobre todo, como producto de
la imaginación descontrolada que amenaza el equilibrio
de la razón desde el Oriente. (99)
Groom (2018) coincide con Gómez Castellano en que el vampiro
reside en las antípodas de la Ilustración y, por lo tanto, representa el
lado oscuro de la razón. Esa carga notable de negatividad se asienta en
sus orígenes en la Europa oriental. El vampiro como migrante viaja
desde el folclor rural de los Balcanes hacia las grandes capitales cosmopolitas de Europa occidental, migrando a través de la reiteración de los
relatos originados en la periferia europea, y dotados de aspectos exóticos que luego influirían en la popularización del subgénero literario.
La última etapa del viaje de migración del vampiro, desde las exhumaciones en los Balcanes, hasta las páginas de los libros inicia en
1748, cuando ingresa al ámbito de la poesía con el texto Der Vampir de
Heinrich August Ossenfelder, un poeta alemán menor. En 1773 le seguirá la balada Lenore de Gottfried August Bürger, y en 1797 La novia
de Corinto de Goethe. La fuga del vampiro hacia otras lenguas continúa
en Inglaterra Christabel en 1797 de Samuel Coleridge, The Vampyre en
1812 de John Stagg, The Ghaiour en 1813 de Lord Byron y Lamia en
1819 de John Keats. A partir de entonces, la figura diabólica migra hacia
la narrativa, notablemente en la forma de la novela breve The Vampyre
de John Polidori (1819) y luego hacia el teatro con The Vampire (1920),
de James Robinson Planché. El éxodo continuará incontenible hacia el
cine en el siglo XX, y hacia distintos medios en el XXI.
11 •
Vecindades de sangre
Éxodo II: referencia
¿Cómo entendía el siglo XIX al mamífero alado llamado murciélago
vampiro? ¿Cómo se consolidó la relación entre el monstruo del folclor
de Europa central y el murciélago vampiro endémico de Sudamérica?
Las preguntas anteriores son relevantes puesto que, en el proceso de
formación del sistema alegórico del vampiro, la referencia material no
se corresponde con su sentido: el verdadero murciélago vampiro no
es grande en absoluto. La mención al murciélago vampiro apunta a la
variedad común, desmodus rotundus, el único de las tres variantes de la
especie que se alimenta de seres humanos. Se lo conoce como un «micromurciélago» ya que su cuerpo es del tamaño del pulgar de una persona adulta, con una envergadura de entre 35 y 40 centímetros, y un
consumo de hasta 29 mililitros de sangre, o dos cucharadas soperas,
cada vez que se alimenta. Curiosamente, su saliva contiene un anticoagulante que lleva el nombre irónico de «draculina», que produce que
la herida siga sangrando después de la partida del murciélago saciado.
La adjudicación de atributos monstruosos y la transferencia de propiedades entre el animal y la criatura ficticia, sin embargo, comenzó hace
varios siglos, pues ya desde 1511 el cronista de Indias Pedro Mártir de
Anglería, relataba que murciélagos del tamaño de palomas rodeaban a los
españoles, apenas caía la noche, mordiéndolos con tal crueldad que los
hombres, desesperados, se veían obligados a evitarlos como si de arpías
se tratara (1963). El mismo autor añadía en 1516 que durante la noche
los hombres recibían la tortura de los murciélagos, que los mordían, y
si alguno de esos animales mordía a un hombre mientras dormía, podía
desangrarse y corría peligro de perder su vida; se dice incluso que algunas
personas morían como resultado de estas heridas. Joseph Gumilla (1791)
describía la función de las alas de los murciélagos al morder a su víctima
como abanicos que servían para refrescar y arrullar a la persona cuya vida
los vampiros querían tomar. En 1745, Charles Marie La Condamine
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Índice
describió los murciélagos diciendo que eran de un «tamaño descomunal
(monstruoso)» (171), una frase que se repetiría con frecuencia en lo sucesivo, y que, como veremos, se incorporaría en la configuración literaria
del monstruo. Después, en 1758 Carl Linnaeus, en un gesto determinante para la modificación del referente material del vampiro, denominó
murciélago al zorro volador de Malasia, adjudicándole una envergadura
de un metro y medio, y dándole el nombre científico vampyrus (McNally
y Florescu 2009).
La palabra «vampiro», entonces, ingresa a la nomenclatura zoológica
con Linnaeus, y su legado persiste hasta el presente. Así, en la denominación binominal de los nombres científicos de las especies, a partir de
entonces el término «vampiro» aparece tanto en la parte genérica como
en la específica. Como ejemplos tenemos que el murciélago más grande
de las Américas se denomina vampyrum spectrum. Ahora bien, el vampiro
de Linnaeus se conoce hoy en día como pteropyus vampyrus. Existen los
géneros y subgéneros vampyressa, vampyrops y vampyrodes. Muchos otros
tipos se vulgarizaron como vampiros, aunque sus nombres científicos
el día de hoy no lo reflejan. Johann Baptist von Spix (2013) designó,
con aire poético, al glossophaga soricina como «chupasangre muy cruel»
(Sanguisuga crudelissima), conocido también como «vampiro de lengua
larga». En la década de 1840, estas descripciones condimentadas por
la fantasía fueron temperadas por medio de la observación directa de
Charles Darwin de desmodus rotundus, mientras se alimentaba de sangre.
Puesto que en el siglo XIX se utiliza la palabra «vampiro» para designar
tanto el murciélago como el monstruo, resulta importante tener cuidado
al leer documentos de la época. De hecho, según Dodd (2019), la segunda mitad del siglo parecería presentar un giro que deja atrás al monstruo
sobrenatural y que intenta dar cuenta del vampiro mítico por medio del
racionalismo. En este viraje, señala el mismo Dodd, el murciélago juega
un papel importante. La subsunción de la figura del murciélago al mundo de los monstruos y la fantasía se da desde por lo menos el siglo IV,
13 •
Vecindades de sangre
con Basilio de Cesárea: «El murciélago tiene alas, pero está desprovisto
de plumas y vuela por los aires por medio de una membrana carnosa.
Los demonios igual» (Dodd, 116). Pero no es, continúa Dodd, sino en
la Edad Media cuando se observa plenamente el fenómeno en frescos de
Giotto. Dante, alrededor de 1314, insistió que las alas del diablo no eran
plumadas sino en forma y textura como las de un murciélago.
En el ámbito de la literatura, la asociación entre el murciélago y
el monstruo se observa con claridad en la adaptación teatral que hace
Alejandro Dumas del relato El vampiro (1819) de John Polidori. En
la adaptación, titulada El regreso de lord Ruthven, el vampiro (1851), el
autor francés presenta dos personajes vampíricos enfrentados entre sí.
El personaje femenino, llamado una «gul» en la obra, es de ascendencia árabe. Las «guls» son mujeres apuestas y coquetas, que depredan a
jóvenes varones: los acechan, los adormecen con el movimiento de sus
alas, tal como lo relataba Gumilla, y cuando están dormidos aspiraban
su sangre y sus vidas. El otro vampiro, Lord Ruthven, es descrito como
poseedor de alas enormes con las que vuela por los cielos. Observamos
aquí un híbrido del vampiro y del murciélago.
De esta manera, la primera mitad del siglo XIX muestra un proceso sincrético en la comunidad letrada de Europa occidental: soldados,
naturalistas y taxonomistas utilizan la figura del monstruo de leyenda
para nombrar especies, conservando algo del aire lúgubre del pasado en
el presente. Aunque los elementos más extravagantes del monstruo se
eliminan, su misterio permanece, contenido en la designación ambigua.
La segunda parte del siglo diferencia con mayor claridad entre ambas formas, la del murciélago y el monstruo. El referido al monstruo
inicia un proceso de domesticación mediante el cual distintas disciplinas seudocientíficas intentan dar cuenta del fenómeno. De esta forma,
prácticas como el mesmerismo, el electromagnetismo, el ocultismo
por un lado, las ciencias médicas y forenses y la psicología, por el otro,
y la literatura romántica y su lado oscuro, la literatura decadentista,
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Índice
intervienen en la formación de los atributos del monstruo que habrá
de convertirse en el personaje prototípico de toda una serie de obras
literarias en el futuro. La transición parece haberse consumado y, pese a
que existen pocas obras que no hacen apología alguna relativa a la existencia del monstruo, y que son de excelente factura, su capacidad para
generar horror parece haberse extinguido como fenómeno de masas
hasta la publicación en 1897 de Drácula de Abraham Stoker, donde la
confusión semántica entre ambos referentes se cristaliza estéticamente.
Con Drácula, de inesperado éxito editorial, el monstruo se afirma por
fin sobre el murciélago, y el horror sobre el sentido común y el interés
esclarecedor de la ciencia. En la novela, el personaje Drácula se alimenta
de la sangre de la joven Lucy Westenra, la mayoría de veces, en la forma de
un enorme murciélago. En un momento de la historia, uno de los antagonistas del rey vampiro, Quincey Morris, compara el declive de la salud de
la joven mujer con un fenómeno observado en la pampa sudamericana,
donde dice haber observado un caballo drenado de sangre «por parte de
esos grandes murciélagos que les dicen vampiros», lo cual nos hace recordar la anécdota relatada en El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga,
contenido en esta antología. Lucy muere mientras un enorme murciélago
vuela en círculos fuera de su ventana. La novela de Stoker, seguramente por su ambición planetaria, el protagonista de la novela se propone
nada menos que dominar el imperio británico, estableció la primacía del
monstruo sobre el murciélago. Hoy en día, como observa Todd, si uno
emplea la palabra «vampiro», se refiere exclusivamente al monstruo.
Fantasías de asimilación 1: la hospitalidad del vampiro
Como se observa, la perversidad polimorfa del vampiro se articula a través de su movilidad geográfica. De los Balcanes y los Cárpatos hacia
los grandes centros metropolitanos de Europa occidental y, desde los
15 •
Vecindades de sangre
remotos confines de piélagos ignotos en Sudamérica, hasta los cenáculos
letrados de los imperios contemporáneos, el vampiro viaja. Su tránsito,
al igual que su naturaleza híbrida, mitad superstición, mitad explicación
empírica de fenómenos misteriosos, recorre por igual la filología que
ciencia, la crónica que el diario de viajes, la zoología que la teología. Sin
embargo, como vimos, no es sino hacia finales del siglo XVIII cuando la
figura del vampiro se posa en la producción literaria. Lo hará en el contexto de un incipiente romanticismo y de un modo expresivo denominado «gótico», inicialmente en la poesía alemana, luego en la británica
y, a partir del XIX, cuando se traslada a la narrativa, recorrerá con fervor
todo ese largo siglo.6
Buena parte de la ficción vampírica del siglo XIX se apoya en la
citada compilación testimonial elaborada por el padre Calmet en 1746.
Polidori, autor del primer relato sobre un vampiro (1819), lo cita en su
introducción. La obra será consultada por casi todo autor de historias
de vampiro en lo sucesivo. Entre ellos se encuentra el mismo Stoker.
Luego de casi un siglo en donde la ficción europea hace uso de la figura
del vampiro, Drácula transforma y consolida la temática al reinventar
el discurso literario sobre el vampiro, y le confiere una cualidad que lo
habilita para transformarse continuamente, por un lado, y proyectarse
hacia distintos medios, por otro.7 Así, la estrategia textual seguida por
Stoker para componer la novela implica la recopilación de las tradiciones reunidas por Calmet, (los métodos para eliminar al vampiro), la inclusión de algunas de las contribuciones de sus predecesores (el vampiro
aristocrático de Polidori), más elementos de su propia cosecha. Stoker
codifica la mayor parte de los elementos que identificamos en el vampiro contemporáneo: la capacidad de transformarse y adoptar formas
disímiles, murciélago, lobo, rata, niebla, etcétera, la fuerza sobrehumana, la susceptibilidad a los símbolos religiosos, la vulnerabilidad que experimenta durante el día, entre otros. Sin embargo, un elemento en
particular que incorpora Stoker, constituido hoy en día como canónico,
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Índice
es enteramente producto de su inventiva: el requerimiento de que todo
sujeto volitivo debe invitar al vampiro a su hogar.
Observamos aquí un aspecto de la reinvención del mito del vampiro que contribuye a su condición migratoria. No solo que el vampiro
es un extraño (el lingüista Émile Benveniste observa (1973) que las
palabras para dar la bienvenida y señalar reciprocidad tienen raíces
indoeuropeas que desembocan en términos como «huésped», «extraño» y «enemigo»), sino que su existencia misma está predicada en un
acto de hospitalidad. En este contexto, ¿qué significa invitar y dar la
bienvenida a un huésped? La hospitalidad es un asunto de fronteras,
que se decanta en el contacto con el otro, el extraño y el extranjero. El
vampiro es aquel que negocia constantemente con las personas y con
los distintos lugares a los que llega, transformando y siendo transformado por las reglas y las obligaciones de la hospitalidad. Así el espacio,
la lengua, y los ritos del consumo de alimentos juegan un papel importante en la interacción entre huésped y anfitrión. Por medio del énfasis
puesto sobre los movimientos físicos y metafóricos del vampiro, entre
distintos espacios y comunidades, emerge una figura migrante, que
vive en la tensión permanente entre separación y agregación.
Como queda dicho, desde su aparición histórica en Occidente en
el primer tercio del siglo XVIII, el vampiro aparece como un intruso
inoportuno e indeseable, un monstruo. Su transformación ambigua en
especie zoológica, domestica, en algún grado, su extrañeza en ese mismo
siglo. Aunque su subsiguiente metamorfosis en ente de ficción recupera
la condición aterradora e inexplicable de su llegada a las lenguas imperiales y, por ende transnacionales, su asentamiento literario le infunde
una inconfundible veta de atracción. Los vampiros literarios así, desde la
poesía, la prosa, el teatro y la ópera decimonónica, no solamente asustan,
sino que también atraen. Seductores y temibles figuras, muy distintas a
las del vampiro folclórico descrito por Calmet, los vampiros literarios
recogen la indudable y sutil presencia sexual implícita en la hospitalidad.8
17 •
Vecindades de sangre
La hospitalidad en el ámbito de la ley de las naciones se presenta
en la modernidad temprana sostenida por dos polos: el derecho a la
sociabilidad y el derecho a la propiedad. Aunque los dos extremos son
indispensables para su pervivencia, la tensión entre ambos amenaza
continuamente con su destrucción. Así, a pesar de que toda ley de la
hospitalidad requiere que los viajeros tengan el derecho de recibir un
trato hospitalario, también depende de que sus anfitriones tengan legítimo recurso a propiedades exclusivas en sus dominios o territorios.
Varios abogados naturales, en particular Vitoria, Grotius y Vattel,
intentan estabilizar la ecuación hospitalidad, derecho de sociabilidad,
derecho de propiedad, aunque cada uno de ellos propende hacia uno
de los polos (Pagden, 2003). Por otro lado, Immanuel Kant (1988) intenta ecualizar el concepto de hospitalidad desde el punto de vista de la
legalidad y las relaciones entre estados al priorizar la sociabilidad. Así, el
alemán propone que, en una primera instancia, los estados deben recibir
a los extranjeros sin hostilidad, es decir, deben ser hospitalarios con los
foráneos. Luego de Kant, la hospitalidad, y la misma tradición de la ley
natural desaparecen de las reflexiones sobre lo internacional, seguramente debido a la consolidación del nacionalismo y el positivismo legal de
principios del siglo XIX, hasta su reaparición en las provisiones sobre
asilo y refugiado en la ley internacional después de 1945.
Al respecto, Anthony Pagden (2003) destaca que la importancia de
la hospitalidad en la modernidad temprana parte de la idea generalizada
entonces de que el derecho natural a la sociabilidad es un aspecto innato
del ser humano: la hospitalidad y la bienvenida al extranjero eran, por lo
tanto, un principio básico de la ley natural y de las naciones. El mismo
Pagden presenta esta idea entre los siglos XVI hasta el XVIII como una
identidad humana común o una «civilización mundial integrada» por
distintos tipos de sociedad que, sin embargo, suscriben por igual ciertas
reglas «naturales» u objetivos que desembocan en «derechos naturales»
(2003). Esto implica, entre otras cosas, el derecho a la libre circulación.
• 18
Índice
Por otro lado, hay debates que priorizan el polo opuesto, y argumentan
la prioridad del derecho a la propiedad sobre la sociabilidad; esto es, la
preeminencia del derecho de la comunidad soberana sobre su propio
territorio. No hay hospitalidad sin propiedad, el anfitrión no puede invitar al huésped si no dispone de un dominio que sea suyo.
¿Y cómo empata esto con la cuestión del vampiro? Precisamente
porque las condiciones para la expansión europea impulsan una reflexión sostenida y necesaria sobre la hospitalidad que, en su condición de acogida al extranjero, constituiría el principio mismo de una
ética global. Proponemos aquí que la literatura ofrece, por medio de la
figura del vampiro, una fantasía de asimilación en la que la ficción del
espectro encarnado, del muerto viviente, modela la movilidad creciente del sujeto moderno: libre pero desposeído; munido de posibilidades
pero aterrado. En Drácula, el vampiro da una efusiva bienvenida a su
invitado, pero no puede ingresar, pese a todo su poderío, al hogar de
sus adversarios, a no ser que reciba una invitación.
De manera similar, la fantasía de asimilación textualiza la división contemporánea entre migrantes y refugiados, específica al derecho internacional contemporáneo, que expresa la diferencia a partir
de un esquema voluntarista en el que el migrante es aquel que decide
reubicarse mientras que el refugiado está impelido a hacerlo. De hecho, el migrante se define en contraposición al esclavo como aquel
individuo que decide asentarse voluntariamente en otro país. Por otro
lado, el término «refugiado» se acuña para designar a los protestantes
de Francia, que se vieron obligados a partir debido a la política obligatoria de conversión religiosa del Estado en el siglo XVII. No fue sino
hasta finales del XVIII, al final de la guerra estadounidense de independencia que el término se convirtió en sinónimo de una categoría
de personas que «salen de su país en momentos de angustia», como
señala la Enciclopedia Británica de 1796 (Marrus, 1985). Como resultado de la estabilización de estos dos términos, migrante y refugiado,
19 •
Vecindades de sangre
emitidos desde la perspectiva de la sociedad que recibe, otros conceptos
perdieron vigencia, como «exiliado», «desplazado» o «expatriado» que
corresponden más bien a la sociedad que envía y, muchas veces, a la
propia designación de los sujetos en tránsito. El hecho es que el fenómeno migratorio se reduce, en términos legales, desde mediados del
siglo XIX a estas dos palabras: migrante y refugiado, de modo que el
uno se define en oposición al otro. Aquel que no califica como refugiado es simplemente un migrante, o un migrante ilegal.
En este contexto, la figura del vampiro constituye, imaginativamente, una «solución» simbólica al problema de la migración en la
modernidad. Él como fantasía de asimilación, consume e incorpora,
de manera subrepticia y hasta indetectable, a aquellos miembros de la
sociedad receptora que podrían, hipotéticamente, impedir o bloquear
su ingreso, o expresar abiertamente su hostilidad. La fantasía no solo
implica una revancha oculta sobre el nuevo entorno, sino también
un accionar autónomo orientado a construir una nueva comunidad.
Como ciudadano residente o sedentario, el vampiro se experimenta
como aquella figura aterradora que hay que asimilar violentamente,
mediante la detección y la expulsión oportuna. No en vano, a partir
de Drácula, el vampiro se expone a la censura final por medio de su
obligación de descansar en su tierra natal. La imagen delata cierta suspicacia ante aquellos que no estén dispuestos a desechar su bagaje histórico, o su filiación nacional previa, a favor de una modernidad libre
del lastre del pasado o de una identidad atávica y sanguínea. La misma
fábula del «muerto viviente» sugiere una ciudadanía incompleta ni
plenamente nativa ni enteramente foránea. Por esa razón, los finales de
buena parte de los relatos de vampiros presentan esa indeterminación
por medio de dos vías: estabilizando la condición mortuoria del sujeto
hacia su muerte definitiva, o recuperando para la vida, mágicamente,
el estado incierto del sujeto vampirizado. En la presente antología se
presentan ambos tipos de relato.
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Índice
Fantasías de asimilación 2: El vampiro y la traducción
Es evidente que la explosión editorial de contenido de vampiros, estimulada desde el siglo XX por una marcada sinergia entre literatura
y cine, opera bajo el mismo régimen de segregación lingüística que
gobierna la producción cultural contemporánea. Es decir que, pese
a los orígenes orientales múltiples y exóticos evidentes de la figura
monstruosa del vampiro, junto con la diversidad enorme de entidades
protovampíricas en todos los rincones del globo, la industria editorial
persiste en recoger y agrupar el contenido monstruoso en categorías
geográficas «estables». La mayor parte de las antologías de vampiros
literarios siguen la lógica de las lenguas dominantes de Occidente.
Existen así antologías anglófonas, francófonas y germanófonas en las
que algún relato vampírico excepcional se traduce a una de esas lenguas.9 En los últimos años, incluso existen colecciones en español, y
contribuciones académicas que intentan capitalizar la popularidad del
vampiro. De esta manera, la investigación y los éxitos de venta han
generado un «canon» literario que señala tres textos del siglo XIX y
uno del XX como documentos privilegiados y ejemplares. Estos son:
El vampiro de John Polidori (1819), Carmilla de Joseph Sheridan Le
Fanu (1872) y Drácula de Abraham Stoker (1897). En el siglo XX, la
novela Soy leyenda (1954) recibió la distinción de ser «la mejor novela
de vampiros del siglo» por parte de la Asociación mundial de escritores
de horror (Horror Writers Association ver https://horror.org/).
La condición «canónica» de las obras arriba citadas se desprende
de la trascendencia enorme otorgada a Drácula, parcialmente generada
en función de la popularidad global del personaje a partir de múltiples
adaptaciones cinematográficas, y de la percepción general de que las
obras de Polidori y Le Fanu funcionan como influencias instrumentales en el proceso de construcción del «clásico» de Stoker; al trasladar
al vampiro de sus orígenes populares a los salones de la alta sociedad
21 •
Vecindades de sangre
europea, y al dotar al vampiro de profundidad psicológica y poderes
hipnóticos.10 Las antologías contemporáneas sobre el vampiro siguen
la misma lógica que se ha explicado: su organización se basa en líneas
de lenguas nacionales y de vasallaje relativo a Drácula (mientras más
se acercan al paradigma, mejores), lo que determina, de antemano, la
condición «menor» de textos vampíricos que se resistan a ser interpelados de esa manera.11
Ahora bien, como antologadores nos preguntamos: ¿qué sucede si
a la lógica vampírica del debilitamiento de polos binarios (vida/muerte, hostil/hospitalario; razón/superstición; oriental/occidental, etcétera) añadimos la lógica espacial transgresiva del migrante/refugiado
para repensar la figura del vampiro en América Latina? La trayectoria
geopolítica del vampiro, de hecho, ya ha sido objeto de estudio, sobre
todo en el ámbito del cine,12 al igual que las múltiples iteraciones del
vampiro literario posmoderno en el último tercio del siglo XX. Asunto
aparte es la presencia del vampiro en la literatura del continente americano en el XIX e inicios del siglo XX, donde apenas se registra, y
cuando sí lo hace, aparece anómala, imitativa y parasítica del modelo
europeo. Con esto en mente, sostenemos que la posibilidad de una
nueva mirada hemisférica sobre los textos vampíricos solo es posible
prescindiendo de las barreras lingüísticas que dividen el continente.13
No concebimos, por lo tanto, un vampiro hispanoamericano, caribeño, americano o latinoamericano, sino una criatura migratoria que se
asienta en la producción letrada del continente. El perfil de un vampiro hemisférico emerge una vez que observamos que esta propuesta de
lectura resuena con el personaje de ficción en tanto ambos, de la mano
de la traducción transgreden, (des)dicen y se desmarcan de la monolengua. Esto es consistente con la llegada del vampiro como mito y
alegoría a la conciencia colectiva de Occidente. La palabra «vampiro»
siempre fue incómoda y extranjerizante en las lenguas modernas dominantes, y retiene hasta el día de hoy, como tantos toponímicos en
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Índice
Latinoamérica que preservan fonemas de lenguas y culturas desaparecidas, un rumor de sangre, asimilación y resistencia.14
Si bien la figura del vampiro viaja y se asienta en el continente americano en 1819 con la publicación de The Black Vampyre, su llegada ocurre
en un contexto literario específico: la efervescencia del romanticismo europeo, y como una de sus manifestaciones, la secuencia textual del gótico.
Para Eve Sedgwick (1986), la marca temática del texto gótico se manifiesta por la presencia de referentes como ruinas, un villano y una mujer secuestrada y sufriente, espacios subterráneos, entierro de personas
vivas, dobles, la presencia de la muerte, los efectos de la vergüenza o la
culpa, la posibilidad del incesto y otros temas generadores de ansiedad.
Aunque también es posible pensar al gótico como un modo literario con
su propia peculiaridad. Hay también dos elementos presentes en las lecturas de la literatura gótica que sirven para diferenciarla de otros modos
literarios como el fantástico: el miedo y la perversidad (Gehrig, 2006). El
modo gótico así, puede convivir con otros géneros narrativos. Su poder
radica, en esta formulación, en el efecto que produce en los lectores:
un efecto de horror. Aunque la existencia del gótico como género en la
literatura estadounidense ha sido documentado hace décadas, y la asociación entre el vampiro y lo gótico en las letras europeas es significativa, su
presencia en las letras hispanoamericanas y luso brasileñas apenas empieza a considerarse. Esta particularidad posiblemente explique la ausencia
de figuras vampíricas en el paisaje literario latinoamericano de principios
del XIX, aunque este vacío también se pueda atribuir a la especificidad
de la modernidad latinoamericana del mismo periodo: su incapacidad
de consolidar una economía capitalista consistente junto con una epistemología burguesa. Pese a ello, la tradición oral urbana de Latinoamérica
generó formas narrativas potentes, como las leyendas y tradiciones coloniales, que registran sus propios monstruos, y que han sido recogidas en
forma impresa en el siglo XX y que incluyen una lógica comparable a la
del gótico europeo. Podemos concluir que el modo gótico, en ocasiones
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Vecindades de sangre
subsumido a la expresión narrativa romántica, en particular de la novela,
se encuentra en efecto presente en la ficción del continente.15
Si lo gótico marca la existencia de vampiros de Latinoamérica en los
dos primeros tercios del siglo XIX con nitidez, el decadentismo aparece
como vehículo discursivo para el último tercio. A pesar de la tradicional
dificultad de definirlo, para nuestros propósitos el decadentismo se entiende, por un lado, como una tendencia imprecisa en las letras francesas
del segundo tercio del XIX caracterizada por una actitud contradictoria
ante la modernidad y expresada de manera concreta por la obra poética y crítica de Charles Baudelaire (1821-1867); por otro lado, el decadentismo también alude a la experiencia contemporánea de la ciudad
metropolitana en plena transformación en donde la renovación urbana,
la migración del campo a la ciudad, la transformación tecnológica, la
reforma política y otros marcadores sociopolíticos se manifestaron de
manera contundente en la segunda parte del XIX en América Latina. A
esto se añade una percepción dinámica del deterioro social, que evoca a
Roma como modelo y que vincula ocaso con renovación, degradación
social y regeneración, decadencia artística y vanguardia.
Junto con el gótico, el decadentismo resulta especialmente significativo para pensar al vampiro hemisférico en tanto su actividad vital
se desprende directamente de la traducción. La visión decadente de
Baudelaire se origina directamente de su traducción de la obra del estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) al francés. Desde París como
centro de difusión, la obra de Poe será conocida y se convertirá en modélica para la literatura de terror en toda Europa, en todas sus lenguas.
Esa influencia inició una secuencia de traducciones que invertiría la dirección habitual del flujo discursivo: ahora sería de América a Europa, y
de regreso al continente americano, introduciendo así el decadentismo
en todas sus regiones. En Hispanoamérica en particular, el nicaragüense
Rubén Darío será la principal figura en introducir la tendencia.16 Así lo
explica Jorge Olivares (1980):
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Índice
La noción del decadentismo parece surgir por primera
vez en Hispanoamérica en 1888 con la publicación de
Azul de Darío (…). Ese mismo año, el propio Darío
no sabe distinguir todavia entre «parnasianos» y «decadentes»; en 1890 niega ser decadente porque, aunque
admira «el delicado procedimiento de esos refinados artistas», reconoce sus «exageraciones y exquisiteces»; pero
en 1894 los elogia. A su llegada a Buenos Aires en 1893
ya se le habia asociado con el decadentismo y en 1896 se
le recibe en Córdoba como «el jefe de la escuela llamada
decadente». (74)
Olivares señala la confusión terminológica y la resistencia a la adopción de la etiqueta en la región, tanto por la dificultad de conciliar la
idea de renovación estética con la palabra «decadente», como por la
asociación incómoda de sus partidarios con una agenda antiburguesa
de escándalo y disipación para después establecer la sinonimia histórica entre «decadencia» y «modernismo». Olivares nuevamente:
La suerte del decadentismo en Hispanoamérica es así: al
principio el marbete pasa por su etapa censurable o de
incertidumbre en que no se ha delineado con exactitud
su carga semántica. Los académicos lo emplean para reprobar la nueva literatura y los que acabaran aceptando
el ser denominados decadentes se sienten todavía algo
incómodos ante tal apelativo. Después, la mayoria de
los adeptos lo acoge como divisa de esta refinada sensibilidad; mientras otros se alian a la nueva estética pero
deploran la «palabreja» y favorecen a partir de 1893, más
a menos, su bien establecido sinónimo, el epíteto «modernista». (75)
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Vecindades de sangre
Así, se transluce una lógica imperial de renovación y deterioro implícita en la producción modernista/decadentista latinoamericana basada
en la construcción de una unidad histórica cultural incipiente que resultara en la unidad continental.
La explicación histórica del concepto indica que, tras la estela del
fracaso militar de Francia contra Prusia en 1871, existió un empeño
de parte de varios autores de convertir la historia francesa y más adelante, británica en una repetición del declive de Roma. Esta decadencia ofrecía una manera de entender la pérdida y se constituía como
con una respuesta creativa ante el fracaso. En el caso hispanoamericano, un ejemplo de lo anterior es el énfasis puesto sobre la corrección
gramatical y la unificación de la lengua, impulsado por Bello en su
Gramática de la lengua castellana de 1847. Bello aborrecía una potencial decadencia de la lengua luego del proceso hispanoamericano de
independencia:
Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va
a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje
común, es la avenida de neologismos de construcción que
inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en
América, y alterando la estructura del idioma, tiende a
convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros, embriones de idiomas futuros, que
durante una larga elaboración, reproducirían en América
lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, México,
hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias
lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su
lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las
luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del
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Índice
Estado, a la unidad nacional... Sea que yo exagere o no el
peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido
a componer esta obra, bajo tantos respectos superior a mis
fuerzas». (9-10)
La anticipación de esta crisis de representación, por otro lado, ausente
en otras reflexiones sobre la literatura hispanoamericana del XIX, informó la prosa de varios autores en la época republicana, como el ecuatoriano Juan Montalvo, quien produjo, de manera anacrónica un estilo
que aspiraba a la condición del español de la Edad de Oro; mientras
que, al igual que los decadentes franceses, se apoyaba constantemente
en los escritores de la antigüedad grecolatina. Este curioso gesto sin
duda mantiene una deuda con la noción decadente de «descomposición lingüística» en la que la lengua cansada del viejo imperio español,
maltratada por caudillos iletrados o indiferentes al poder político de
la lengua en el periodo republicano, requería ahora una infusión de
vitalidad. En el caso de Montalvo, esto se ofrece en la forma de su
enorme capacidad de invectiva que en muchas ocasiones recurre al neologismo que, en nuestra lectura constituye una suerte de perversión al
inyectar al material muerto un espasmo creativo. De hecho, la prosa de
Montalvo ha sido castigada desde sus inicios por la crítica justamente
por su condición anómala y discontinua.
Tanto el gótico como el decadentismo, en todo caso, constituyen
versiones del romanticismo que permiten acercarse a una lectura que incluye, como dijimos arriba, la lógica espacial transgresiva del migrante/
refugiado, y el rechazo de las barreras lingüísticas para repensar la figura
del vampiro en América Latina. Esta estrategia conceptual habilita al
vampiro hemisférico para no solo viajar entre formaciones lingüísticas,
artísticas, políticas y culturales, sino para habitarlas de forma liminal,
constituyendo vecindades a partir de los materiales dispares de su propia
naturaleza ficticia.
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Vecindades de sangre
Sobre esta antología
La presente antología reúne textos ambientados en el continente
americano entre los años 1819 y 1929 con el propósito de trazar una
cartografía literaria del vampiro que habilite visiones alternativas de
su condición transnacional. Esta posibilidad surge de la voluntad de
construir genealogías distintas a partir del acto de traducción. Como
señala Clive Scott (2020), la traducción es menos una actividad que la
constatación de que aquello que uno quiere desmontar en uno mismo,
o en nuestra sociedad, solo se puede lograr con la mediación de procedimientos textuales foráneos, a través de aquel pensamiento estético o
poético que proviene del extranjero, o del extraño. En otras palabras, la
presente colección presume que todos los vampiros aquí reunidos son
al menos bilingües, comparten entre sí una historia de desplazamientos
(empezando con el abandono de la condición animada) y requieren
de parte de sus consumidores una sensibilidad mínima en asuntos de
viajes y lenguajes. Aunque son las más numerosas, la presente colección
no agrupa únicamente narraciones cortas; también incluye extractos de
novelas, poemas, esbozos de piezas dramática, novelas cortas, crónicas,
semblanzas biográficas y un ensayo. Hemos elegido los materiales de la
antología con un ojo puesto sobre la diversidad y condición proteica de
las manifestaciones literarias del vampiro.
Por último, la colección no solo incluye autores nacidos en el continente americano, sino textos que ayudan a sentar el contenido vampírico en las Américas. De esta manera, incluimos un extracto de la obra
de Florence Marryat, de origen británico, La sangre del vampiro (1897)
y la traducción del autor anónimo (seguramente francés) de Relación
verdadera de Antonio Gomez de Melgarexo, e Andrade, escrita de la ciudad de Quito a Diego de Vergara, e Gauiria, receptor de las Indias para
Su Majestad. Traducida de la lengua española a la italiana, el año 1626.
Creemos firmemente que cualquier potencial disonancia, producto de
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Índice
la confusión de orígenes nacionales, géneros de escritura, desórdenes
cronológicos, interpretaciones extravagantes y traducciones temerarias
se verá recompensada por la riqueza de los textos y la calidad y diversidad en las formas de temor que suscitan. La colección propone
cinco variantes americanas del vampiro: Vampiros afrodescendientes,
vampiros delicuescentes, vampiros bolivarianos, bestias vampíricas y
vampiros psíquicos. Las categorías aquí propuestas contienen cierto
grado de traslape, puesto que algunos textos de la antología podrían
insertarse en dos o más variantes; por ello, y con el fin de mantener
algún grado de coherencia conceptual en lo que sigue, procuraremos
establecer correspondencias directas entre autores, relatos y categorías.
Vampiros afrodescendientes
La asociación histórica entre vampiros y esclavitud resulta evidente
a partir de la etimología. Una versión conocida desde el siglo XVIII
sostiene que «esclavo» procede de «eslavo», en referencia a la captura
y esclavización frecuente de sujetos que empleaban alguna variante
de «eslavo» como etnónimo en los siglos VIII y IX.17 Cuatro de los
relatos de la presente colección nos presentan vampiros, masculinos y
femeninos, vinculados a la trata de esclavos o a las distintas tradiciones culturales que acompañaron a los sujetos esclavizados a nuestro
continente desde África.
En este grupo de textos, sobresale significativamente El vampiro negro, de Uriah D’Arcy, un relato extraordinario que sacude la genealogía
tradicional de la literatura de vampiros hasta sus cimientos. El texto aparece en 1819, pocos meses después de la publicación inicial de El vampiro, de John Polidori, el primer relato de vampiros que se conoce. D’Arcy,
el pseudónimo de un autor estadounidense incierto, aprovecha la atribución errónea inicial del texto a Lord Byron, quien generaba éxitos de
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Vecindades de sangre
venta al escribir un texto paródico sobre los mismos vampiros.18 El resultado no solo es la segunda novela de vampiros de la historia y la primera
del continente americano, sino también el primer relato irónico sobre
vampiros, y el primer alegato en contra de la esclavitud publicado en los
Estados Unidos.19 La novela, en su parte medular, narra la llegada de un
príncipe africano, un vampiro, a la antigua isla de Saint-Domingue para
instigar un proceso revolucionario en contra de la corona francesa. El
texto está condimentado con datos sobre la población afrodescendiente de Santo Domingo/Haití y en particular hace recurso continuo de
Obea, a veces con la ortografía obi, obeya u obia, es decir, un conjunto
sincrético de prácticas espirituales, médicas, judiciales ocultas, nacidas
en las sociedades de esclavizados en las Antillas. La novela es extraordinaria y sorprendente, aunque, debido a su abordaje lúdico del asunto,
complica todo acto interpretativo.
El extracto de la novela The Blood of the Vampire (1897), de
Florence Marryat, uno de cuatro textos escritos por mujeres en la presente colección, ubica a su vampira en el mismo campo semántico
que el texto de D’Arcy: el de obia y la cultura afroantillana. La obra
de Marryat, publicada en el mismo año que Drácula, postula para
la protagonista de su propio relato un origen doble: por un lado, la
inmersión africana de su madre negra jamaiquina en las ciencias ocultas; por otro, la monstruosa práctica de vivisección de su padre en la
población esclavizada a la que tiene acceso. La sangre del vampiro, una
fábula racializada de contaminación monstruosa, extiende el alcance
solemne y pavoroso del vampiro gótico hacia el Atlántico negro. El
ámbito afrodescendiente vuelve a aparecer en dos relatos adicionales,
La Esteradora (1898), del brasileño Alfonso Arinos, y un extracto de
la novela La bruja blanca de Rosehall (1929), del jamaiquino Herbert
Lesser, que puede leerse con provecho en contraposición a la novela
de Marryat debido a que ambas hacen referencia al mismo entorno
geográfico y cultural.
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Índice
Vampiros delicuescentes
La decadencia, denominada también delicuescencia, constituye el
grueso de la colección. El modo decadente se extiende sobre casi todos
los relatos del libro, con pocas excepciones. Encontramos, sin embargo, colores y matices distintos en las proclividades decadentes de los
textos. Un elemento distintivo consiste en la recurrencia de relatos en
los que aparece la femme fatale. Aquí contamos de nuevo La sangre
del vampiro y La Esteradora, pero agregamos La vampira de Leopoldo
Lugones, y Las vampiras de Clemente Palma respectivamente. Los
otros textos que competan la categoría son Luella Miller, de Mary
Wilkins Freeman, Noches blancas, de Gastão Cruls, y La bruja blanca
de Rosehall de Lesser, mencionada en el apartado anterior. El arquetipo de una mujer seductora, irresistible y demoníaca, que forma parte
del vocabulario de la literatura «maldita» francesa, y que del otro lado
del Atlántico20 presenta la variante de una perdición generada a partir
de la pasividad, aparece en los ya mencionados textos de Marryat,
Lugones, y Wilkins Freeman, además de Thanatopia de Rubén Darío.
A este modelo se suman dos relatos, Blanco y rojo, de Bernardo
Couto Castillo, y El escorpión y la vampiresa, de Gonzalo Escudero,
que presentan «hombres fatales», figuras claramente asociadas con el
dandy decadente, aquella figura que, como escribe Baudelaire en El
pintor de la vida moderna de 1863, «aspira a ser insensible».21
Otra categoría afín está constituida por autoras fatales: Madame
Marguerite de la Vallette, (a) Rachilde, y Delmira Agustini. Ambas
emergen del arquetipo que parodian, sin ridiculizar, como dueñas de su
propia voz y responden a la libertad del vampiro. El caso de Rachilde, en
la pluma de Rubén Darío, y de todas las «autoridades» decadentes que
introduce como presentadores de esta mujer anómala (la única mujer
entre las 19 semblanzas que conforman Los raros) es emblemático de
un intento de separar a la mujer, prístina, de la autora, maligna.22 Para
31 •
Vecindades de sangre
logar esta desarticulación, Darío rehúye conscientemente esbozar los argumentos de las novelas de Rachilde: «Entrar en detalles no podría, a
menos que lo hiciese en latín, y quizás mejor, en griego, pues en latín
habría demasiada transparencia, y los misterios eleusíacos, no eran por
cierto para ser expuestos a la luz del sol» (105). La imagen es claramente
vampírica, en tanto alude a la doble vida de Marguerite de la ValletteEymery como «Rachilde». Al mismo tiempo, el nicaragüense parecería
intentar exonerar a la mujer de su atrevimiento como autora.
Para finalizar esta sección de la antología, está el fragmento inacabado de Raimunda Torres y Quiroga, La tumba del vampiro, que
apunta tímidamente en la misma dirección que los textos anteriores.
La autora se desdobla para asumir una identidad narrativa masculina y
luego observa, con horror, los cadáveres de cuatro jóvenes mujeres que
son vampirizadas. La dinámica de la mujer fatal, como activa y pasiva
a la vez, se extiende también en este relato.
Vampiros bolivarianos
Esta es la categoría menos poblada de la colección, pues incluye apenas
dos relatos: Gaspar Blondín, del ecuatoriano Juan Montalvo, y Tristán
Cataletto, del venezolano Julio Calcaño. El relato de Montalvo es el
que más se aleja de la figura decimonónica del vampiro literario. Más
bien podríamos referirnos a Blondín como un «resucitado» o «redivivo» (revenant en francés), un espíritu que regresa de ultratumba. El
texto de Calcaño se emparenta con el de Montalvo en varios aspectos.
Uno de ellos es su repudio, o desconocimiento, de los modelos gótico
y decadente del vampiro (citadino, aristocrático, contemporáneo o, en
el caso de la presente antología, americano), a favor del modelo folclórico del vampiro de Europa oriental. Otra similitud consiste en la
ambientación entre medieval y colonial, deliberadamente anacrónica
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Índice
y occidental, ya que los dos cuentos se desarrollan en sitios que bien
podrían ser Italia, Francia o España, pero como lectores no lo sabemos
con certeza; los autores nos dan indicios en el uso de los apellidos y
en el registro expresivo del lenguaje, pero igual nos dejan con la duda.
Al invocar la figura del redivivo/vampiro, ambos textos están asociados puesto que aluden a un pacto satánico. El «contrato» fáustico que
el ecuatoriano y el venezolano suscriben al interior de sus tramas, parecería interpelar, lateralmente, a la ruptura independentista (y la ruptura
romántica con el neoclasicismo), y su memoria atávica, que requieren
el nuevo y definitivo entierro de un cadáver familiar y monstruoso. A
propósito de la independencia nacional, recordemos la que una vez fue
la primera estrofa del himno nacional de Ecuador, eliminada a fines del
XIX de su sitial de privilegio por la injerencia de la diplomacia española:23
Indignados tus hijos del yugo
que te impuso la ibérica audacia,
de la injusta y horrenda desgracia
que pesaba fatal sobre ti,
santa voz a los cielos alzaron,
voz de noble y sin par juramento,
de vengarte del monstruo sangriento,
de romper ese yugo servil.
Bestias vampíricas
Los textos que forman parte de esta sección, despliegan una variante
interesante relativa a los relatos convencionales de vampiro: la presentación de una fauna suplementaria asociada con la actividad vampírica.
En Las nupcias de la muerte, por ejemplo, tiene lugar un diálogo monstruoso entre una mujer muerta y el gusano que se apresta a devorarla.
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Vecindades de sangre
El relato pesadillesco de Alejandro Cuevas, El vampiro, se pinta una
enorme araña repugnante también como avatar del vampiro. A esta lista podemos agregar el murciélago gigante de la novela El vampiro del
hondureño Froylán Turcios, el insecto horripilante de El almohadón de
pluma de Horacio Quiroga, e incluso podemos añadir a esta categoría la
figuración de un bebé humano como parásito en El vampiro del mexicano Rubén Valenti.
Dos casos adicionales y aún más excepcionales nutren este bestiario. El primero lo constituyen los poemas de Delmira Agustini, que
recrean al vampiro mediante un catálogo notable de interpelaciones
relativas al mundo zoológico; entre ellas «fiera de amor», «hambre de
buitres y leones», «sierpe de fuego», «vampiro vuelto mariposa», «buitre del deseo», «cóndor de vida» y junto con ellas, en vecindad de sangre directa, «flor carnívora» y «cáncer rosa».24 Por último, incluimos
en esta lista al Monstruo de Quito, una quimera voladora y voluble que
la imaginación histórica europea construyó previo a la llegada de la
modernidad, y que forma parte de la «monstruosa progenie» de seres
mitológicos que la antigüedad y nuestro propio sustrato psíquico continúan tejiendo hasta el presente.
Vampiros psíquicos
La última agrupación de figuras vampíricas de la antología identifica
cuatro relatos en los que el vampiro (o la vampira, en la mayoría de los
casos) no se alimenta de sangre, sino de la vitalidad, fuerza o energía de
quienes se constituyen en víctimas en este proceso. La sangre del vampiro de Marryat y Luella Miller de Wilkins Freeman son los dos ejemplos más evidentes. El misterioso proceso de intercambio de energía
sin duda se vincula con la lógica y el fetichismo de la mercancía, que
drena a todos los participantes humanos por igual, y los homogeniza
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Índice
al convertirlos en consumidores anónimos. También se emparenta con
la llamada «política sexual» o distribución del poder en las relaciones
de género, amorosas y familiares.25 Las protagonistas de ambos textos,
Harriet Brandt y Luella Miller, son mujeres jóvenes y bellas, inconscientes de la maldición que les aqueja y que les condena a destruir a sus
semejantes (las protagonistas se constituyen como una suerte de rey
Midas femenino y sexual); en otras palabras y aludiendo a un vocabulario distinto, son mujeres fatales que descubren su verdadera naturaleza. Dos textos adicionales que participan de la misma lógica son La
vampira de Leopoldo Lugones y Otro caso de vampirismo de Alfonso
Hernández Catá. Los cuatros textos diseminan imágenes poderosas de
(in)justicia sexual y familiar, comercio humano e incluso de la misma
literatura de vampiros, en sus vertientes gótica y decadentista, como
mercancías puestas a circular entre consumidores.26
Observaciones finales
Terminamos agradeciendo a todas las personas que colaboraron y participaron de una u otra forma en este proyecto. Gratitud especial para
María Helena Barrera-Argawal por su enorme y originalísima contribución a la antología y por su labor como traductora, para Marcos
Carvajal por su versión de los textos importados del Brasil, a Andrea
Naranjo, Gabriel Ortiz, Yumiko Nagao y Krushenka Bayas de USFQ
PRESS por su trabajo paciente y riguroso para preparar el libro para
la imprenta. Gracias infinitas a Eduardo Villacís Pástor, por la extraordinaria imagen del vampiro como migrante que sirve de cubierta de
la antología. Gracias a Santiago José Gangotena y a César Salazar por
aprobar y creer en el libro.
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Vecindades de sangre
Bibliografía
Arinos, Afonso. «A esteireira». A Gazeta de Notícias, 1989.
Agustini, Delmira. «El vampiro». Cantos de la mañana, 1910.
----------------. «Fiera de amor». Los cálices vacíos, 1913
----------------. «¡Vida!». Cantos de la mañana, 1910.
----------------. «Boca a boca». El rosario de Eros, 1924.
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1
Ver, por ejemplo, la publicación académica Journal of Vampire Studies, que se publica
anualmente desde 2020, junto con los múltiples Congresos de Estudios de Vampiros.
2
Entre las contribuciones más interesantes a los estudios de vampiros nos vemos obligados a
mencionar, Dudley Wright, Vampires and Vampirism (London: W. Rider, 1924); Montague
Summers, The Vampire: His Kith and Kin (London: K. Paul, 1928); The Vampire in Europe
(London: K. Paul, 1929) Ornella Volta and Valerio Riva, (Eds.), I vampiri tra noi (Milano:
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(Eds.) Blood Read: The Vampire as Metaphor in Contemporary Culture, 1997, Jeffrey Jerome
Cohen, Monster Theory: Reading Culture, 1996, Alan Dundes, The Vampires: a Casebook,
1998, Leonard Heldreth y Mary Pharr (Eds.) The Blood is the Life: Vampires in Literature,
1999. Todo esto sin mencionar el boom en estudios específicos sobre la novela Drácula, de
Abraham Stoker, que requeriría una nota aparte. Desde inicios del siglo XXI, la bibliografía
sobre vampiros ha aumentado exponencialmente. En el ámbito iberoamericano, véase de
Vicente Quirarte, Sintaxis del vampiro. Una aproximación a su historia natural (México:
Verdehalago, 1997), junto a la obra de Ana María Morales y José Miguel Sardiña, Turba
nocturna: Antología del vampirismo decimonónico en Hispanoamérica, 2008.
3
La conquista de Dacia por Trajano tuvo lugar en 105-107 de la era común. Los romanos abandonaron Dacia en el año 271, pero la gran masa campesina se quedó,
asegurando de esa manera la persistencia del latín. Cooper sostiene que hablantes del
• 40
Índice
latín de Dacia, al entrar en contacto con pueblos eslavos al norte de los Cárpatos,
cuando aún estaban unificados, y familiarizándose con sus creencias, aplicaron a los
llamados «muertos vivientes» un término equivalente de su propia lengua, «impurus»,
«impur-umpir» y que este podría ser el origen etimológico del término «vampiro».
4
El texto de Calmet llegó a la atención de la corte española, que pidió al también benedictino español Benito Jerónimo Feijoo una opinión al respecto. Feijoo, una de las
mayores luces de la Ilustración en España, respondió con unas Reflexiones críticas sobre
las dos Disertaciones, que en orden a apariciones de espíritus, y los llamados vampiros, dio a
luz poco ha el célebre benedictino, y famoso expositor de la Biblia Dom Agustín Calmet. Del
otro lado del Atlántico, el quiteño Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795), gran
consumidor de la obra de Feijoo, la conoció en su carta XX de 1753. El episodio produjo amplias secuelas, entre ellas el inicio de un movimiento de reforma de las prácticas de
inhumación en los cementerios de Francia e Inglaterra, de parte de la incipiente ciencia
médica, que llegó a oídos de Espejo y que produjo sus recomendaciones al respecto en
Reflexiones sobre la utilidad, importancia, y conveniencias que propone don Francisco Gil,
cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo, y su sitio, e individuo de la Real Academia
Médica de Madrid, en su Disertación físico-médica, acerca de un método seguro para preservar a los pueblos de viruelas de 1785. En cuanto a la literatura de vampiros en español,
luego de Feijoo, Antonio García registra El vampiro, novela atribuida a Lord Byron (B.,
Narciso Oliva, 1824), que luego volvió a publicarse en Madrid (1843) bajo el título
El vampiro o la sangre de las víctimas, esta vez con atribución a Polidori. Ver la entrada
de Byron en el Diccionario histórico de la traducción en España en https://phte.upf.
edu/dhte/ingles/byron-george-gordon/. Otra incursión temprana en la bibliografía en
castellano corresponde a Antonio García Gutiérrez, que tradujo la obra de M. Scribe Le
vampire: comédie-vaudeville en un acte (1820), del francés al español como El vampiro:
comedia en un acto (1839). La obra se estrenó en el Teatro de la Cruz de Madrid el 10
de octubre de, 1834 (García Guttiérez, Obras).
5
Las fechas son imprecisas, pero giran en torno a la mencionada epidemia europea de vampiros entre 1825 y 1832. Ver al respecto, Katharina M. Wilson «The History of the word
“Vampire”», Journal of the History of Ideas 1985. Wilson señala que la ubicuidad y popularidad de la palabra se extiende primero como fenómeno de masas en Europa occidental
y en sus lenguas principales, y solo después en las regiones balcánicas, que utilizaban una
gran variedad de términos, no unificados, para describir el fenómeno. En esta óptica, la
palabra «vampiro» se reconoce y emplea por el grueso de la población de Francia antes que
en la población, por ejemplo, de Hungría.
6
Una brevísima cronología señala 1748 y al poema «Der Vampyr» de Heinrich Auguste
Ossenfelder como la primera manifestación literaria del mito. Luego en rápida sucesión:
1773, «Lenore» del también alemán Gottfried August Burger, Johan Wolfgang Goethe,
con «La novia de Corinto» en 1797, Robert Southey, en 1801 con «Tálaba el destructor»,
John Stagg «El vampiro» (1810) , Percy Bisshe Shelley «El cabalgante espectral» (1810) y
«Balada» (1811), Samuel Taylor Coleridge «Cristabel» (1816) y Lord Byron, «El Gaiour»,
1813; «Lamia» de John Keats (1819); John William Polidori (1819) con su relato «El
41 •
Vecindades de sangre
vampiro» llevado casi inmediatamente a las tablas en Francia, por Charles Nodier en
1820 y por Alejandro Dumas, padre, en 1851 con «El regreso de Lord Ruthven» y seguido
después por relatos de Prosper Merimée (1827), Teófilo Gautier (1836), Alejandro Dumas
«El vampiro de los Cárpatos» (1849) Féval (1865) y Guy de Maupassant «El Horla»
(1887), Nizet «El capitán vampiro» (1879). En Irlanda, Joseph Sheridan Le Fanu (1871)
con «Carmilla». En Rusia (1835) «El Viyi» de Nikolai Gogol, Alexsei Tolstoi «Upiros»
y «La familia del Vurdalak» (1839 y 1841). En el ámbito de la música culta: la opera en
dos actos Der Vampy, compuesta por Heinrich Marschner con libreto de Wilhelm August
Wohlbrück basado en la obra de John William Polidori, (1828). Y un largo etcétera que
culmina en 1897 con la novela cúspide de la tradición, Drácula de Abraham Stoker.
Para una lista más comprehensiva ver Adele Olivia Gladwell (Editor, 1999) Blood and
Roses: Vampires in 19th Century Literature. Creation Books y Nina Auerbach (1981) Our
Vampires, Ourselves. University of Chicago Press.
7
De hecho, desde su aparición en 1897, Drácula nunca ha dejado de imprimirse. Traducida
al menos a 29 lenguas, el personaje homónimo de la novela se ha convertido en el segundo personaje con más cantidad de adaptaciones en la historia del cine, más de 200, apenas
por detrás de Sherlock Holmes de Conan Doyle, que, por su parte, hizo amistad con
Stoker y también hizo contribuciones a la literatura de vampiros con «Parasite» y «The
Adventure of the Sussex vampire» (1894 y 1924 sucesivamente). Dos colecciones interesantes que incluyen relatos de vampiros poco conocidos son The Best Vampire Stories:
1800-1849. A Classic Vampire Anthology de Andrew Barger (2012) y Dracula’s Brood: Rare
Vampire Stories by Friends and Contemporaries of Bram Stoker (1987) de Richard Dalby.
Las traducciones de Drácula al español son numerosas y cuentan con al menos 7 versiones distintas, ver «Historia cronológica de las traducciones de Drácula de Bram Stoker
en España» de Bárbara González Peláez en http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/
gonzalezpelaez.htm. Para una lista completa de las traducciones de Drácula ver https://
www.cesnur.org/2003/dracula/IV.htm. Sobre la popularidad académica de Drácula ver el
Journal of Dracula Studies, publicado por la Universidad de Kutztown en Pennsylvania:
http://dractravel.com/drc/
8
En la antigüedad griega, al igual que en la antigüedad hebrea, la hospitalidad era un deber
hacia los dioses. Xenos (extranjero) como raíz, se encuentra presente en palabras contemporáneas como xenófilo o xenófobo, pero también en términos como «proxeneta» (del griego
«proxenos», el que va adelante del extranjero y que en la antigüedad representaba el deber de
un ciudadano próspero al recibir a huéspedes importantes, una suerte de embajada informal
y también un agente comercial en la compra venta de esclavos) que eventualmente se convirtió, por vía del latín, en el procurador/a de favores sexuales para un cliente. Por otro lado,
la palabra en español «anfitrión» (que en otras lenguas modernas se deriva de «hospes», «extranjero favorable», quien da alojamiento a otro), proviene de la mitología griega. Anfitrión,
rey de Tirinto, desposado con Alcmena. Zeus se prendió de esta mujer y adoptó la forma
humana de Anfitrión para seducirla, puesto que su fidelidad era legendaria. Anfitrión conoció de la visita ilícita de otro a su lecho matrimonial e intentó quemar viva a Alcmena (que
eventualmente daría luz a Hércules debido a ese contacto), lo que llevó a Zeus, en una de las
versiones del mito, a intervenir y proclamar la inocencia de ella. Anfitrión entonces mostró su
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Índice
placer por el hecho y manifestó el honor de haber recibido en su casa al dios supremo. De ahí
que se llame anfitrión, figurativamente, a todo el que abre su hogar y lo suyo a sus invitados.
Parte del terror que inspira la figura literaria del vampiro, y que lo vincula con la hospitalidad
sexual, también señala su afinidad con la antigua (y disputada) práctica de la prostitución,
o el sexo, sagrados. Ver Vinciane Pirenne-Delforge, (abril 2009). Reseña de: «The Myth
of Sacred Prostitution in Antiquity». Bryn Mawr Classical Review. En la tradición ibérica,
por último, la introducción decimonónica del vampiro como tema literario, observa José
Monleón (1995), tuvo lugar, a diferencia de otros entornos letrados, de la mano de la figura
de Don Juan, el inveterado seductor y «depredador» de mujeres. Ver «Vampiros y donjuanes:
sobre la figura del seductor en el siglo XIX», en Revista Hispánica Moderna.
9
Walter Mignolo habla de «culturas académicas» y lenguas nacionales que surgen del proyecto imperial y colonial de Europa moderna desde el siglo XVIII. En este esquema se
anuncia una relación «natural» entre estructuras del conocimiento y de la expresividad
y lenguas imperiales modernas. Ver «Globalization/Mundialización: Civilizing Processes
and the Relocation of Languages and Knowledges» en Local Histories/Global Designs
(2000). No es de extrañar así, que la investigación académica sobre el vampiro se concentre, ante todo, en lengua inglesa.
10
El interés académico sobre Drácula se dispara desde la década de 1970 cuando un par de
historiadores, McNally y Florescu, establecieron una relación entre el personaje de ficción
y el príncipe rumano Vlad Dracul. Su búsqueda los llevó al Museo Rosenbach, en la ciudad de Filadelfia, que para entonces había adquirido las notas de investigación y producción de la novela, escritas por la mano del mismo Stoker como preparación para escribir la
novela. El resultado fue el libro In Search of Dracula:The History of Dracula and Vampires
(Buscando a Drácula: La historia de Drácula y de los vampiros, 1972). La idea de que
el vampiro mítico tomó al príncipe valaquio como modelo encendió la imaginación de
una generación de investigadores que, junto con la compleja historia de publicación de la
novela (de la que, aparentemente, se eliminó un capítulo, de la que existió una edición
«para las Colonias», cuya primera traducción (al islandés, 1901, con una nueva introducción del mismo Stoker) difiere de manera significativamente de la edición inglesa y
su ingreso al dominio público en EE. UU., desde 1899 debido a que Stoker no tomó las
previsiones necesarias: todo esto contribuyó a una explosión de interés que se extiende
hasta el presente. Consultar al respecto el sitio Web All Things Dracula, compilado por J.
Gordon Melton en https://www.cesnur.org/2003/dracula/
11
Aunque existen, evidentemente, excepciones. La inclusión y traducción del estupendo texto
vampírico «El almohadón de plumas» del uruguayo Horacio Quiroga constituye una de los
pocos casos de textos provenientes del ultramar de Europa. Aquí podemos incluir también
autores rusos como Nikolai Gogol y Alexsei Tolstoi, aunque algunos de sus textos fueron
escritos originalmente en francés. Ver al respecto The Best Vampire Stories: 1800-1849. A
Classic Vampire Anthology de Andrew Barger (2012).
12
Ver por ejemplo, Dale Hudson (2014), «Vampires and Transnational Horror» en A
Companion to the Horror Film o, del mismo autor (2017) Vampires, Race and Transnational
Hollywoods. En el ámbito regional hispanohablante, de María Dolores Cabrera Carreón
43 •
Vecindades de sangre
(2017) «El surgimiento de la figura vampírica en el cine mexicano: Hacia una genealogía
de los personajes fantásticos del cine de horror en México de 1933 a 1972» en Brumal,
Revista de Investigación sobre lo fantástico.
13
De hecho, consideramos emplear la designación Cuarto mundo para hacer referencia a
la «ciudadanía» del monstruo/vampiro. Como designación, y a diferencia del primer,
segundo y tercer mundos, el cuarto mundo no presenta límites espaciales; no puede, por
lo tanto, inscribirse en la ciudadanía de un determinado estado nacional, aunque puede
referirse a «naciones» sin un Estado soberano que han sido excluidas del sistema político
económico mundial. El término ha sido utilizado para hacer referencia a las poblaciones
nativas del mundo entero, entre ellas a los pueblos no contactados. El término aparece
inicialmente en George Manuel y Michael Posluns(1974) The Fourth World: An Indian
Reality. El sociólogo Manuel Castells hace uso permanente de la designación, ver por
ejemplo (1998) End of Millennium, The Information Age: Economy, Society and Culture.
14
Lawrence Venuti (1986) plantea, con gran perspicacia, la noción de que el traductor constituye una presencia invisible e imperceptible, pero que cuando manifiesta en la conciencia de
lectores o críticos, genera malestar. Por otro lado, Venuti señala que la traducción moderna
oscila entre dos estrategias, una que domestica» el texto fuente, asimilándolo a la lengua de
destino e invisibilizando de esa manera al o la traductor/a, y otra que «extranjeriza» al texto,
corporizando de esa manera al o la traductor/a. La analogía con el vampiro es evidente en
tanto las traducciones contenidas en esta antología pueden pensarse, al hilo de lo desarrollado en esta «Introducción», como hospitalarias o inhospitalarias con la lengua traducida.
15
Cfr. Ficciones fundacionales (1989) de Doris Sommer al respecto. Sommer postula la unidad temática de la literatura de ficción de las Américas en la forma del romance histórico
que, en su argumentación, opera como método de unificación nacional para todos los
países del continente. Aunque no contempla la posibilidad del gótico como modo narrativo camuflado dentro del esquema romántico sí observa en varios casos, la posibilidad del
colapso narrativo desde el interior de la familia, existente o en formación. Ver por ejemplo
el espectro del incesto en Cumandá (1879) de Juan León Mera en el caso ecuatoriano.
16
Recordemos que en sus años de corresponsal para La Nación en Buenos Aires Rubén
Darío hizo uso del pseudónimo «des Esseintes», el nombre del protagonista del breviario
de la «decadencia», la novela A rebours (1884) de Huysmans.
17
La expresión italiana «Ciao» («Chao» en castellano), difundida en el mundo debido a
la migración italiana, también, según múltiples versiones, proviene del griego bizantino
«sklavinos», nombre que los bizantinos daban a sus enemigos, los pueblos eslavos, durante
la Alta Edad Media, con el significado de esclavo o persona de servidumbre. Debido a
la influencia que el Imperio bizantino ejerció sobre la región italiana del Véneto, allí se
formó la frase veneciana s’ciàvo vostro o simplificada como s-ciào vostro, es decir, «siervo o
esclavo suyo» (equivalente a la forma cortesana «vuestro servidor»).
18
El autor de la novela, según Doris Sutherland es o Robert C. Sands o Richard Varick
Dey. Ver https://womenwriteaboutcomics.com/2020/10/vampires-on-the-margins-theblack-vampyre/
• 44
Índice
19
El enredo intertextual de la novela es considerable. El protagonista de la novela de Polidori,
un personaje de ficción llamado Lord Ruthven coincide con un personaje de la novela
Glenarvon de Lady Caroline Lamb, publicada en 1816, que lleva el nombre Clarence de
Ruthven. Glenarvon es un roman a clef, una novela en clave que hace una representación negativa de Lord Byron que a su vez fue amante de Caroline Lamb en la vida real. La novela de
Polidori vuelve a hacer uso del autor británico y sobre su estampa y reputación transgresiva
construye la figura imponente y aristocrática del primer vampiro novelado. Luego vendrán
múltiples y sucesivas apropiaciones, empezando con El vampiro negro el mismo año de 1819
y siguiendo en 1820 con una adaptación de la novela al teatro francés y años más tarde, en
1828, a la ópera Der Vampyr, con música de Marschner y libreto en alemán de Wilhelm
August Wohlbrück. En 1851, Alejandro Dumas, nieto de una esclava africana en el Caribe,
a su vez retoma el personaje con otra obra dramática, El regreso de Lord Ruthven. Para añadir más densidad al asunto, D’Arcy alude, en una nota de pie de página en su novela, que
su texto constituiría una precuela a la novela de Polidori puesto que el hijo del personaje
Euphemia de su novela, Spooner Dubois, sería el mismo sujeto que el villano Lord Ruthven.
Hoy en día existe un premio anual, el premio Lord Ruthven, otorgado por la Asamblea de
Lord Ruthven, un grupo de investigadores especializados en literatura de vampiros afiliado a
la Asociación Internacional a favor de la fantasía en las artes (ICFA por sus siglas en inglés).
El premio se entrega a la mejor obra de ficción sobre vampiros y a la mejor obra académica
que estudie al vampiro a nivel literario o cultural.
20
De hecho, varios de los relatos americanos parecen dialogar directamente con modelos franceses: «Noches blancas» de Gastão Cruls con «La muerte enamorada» de Teófilo
Gautier y el poema «Carroña» de Baudelaire, que también establece relación directa con
«Las nupcias de la muerte» de Raimunda Torres y Quiroga. «Vampiras» a su vez alude a
las llamadas «Novias» de Drácula, por ejemplo.
21
Mientras que el dandy convencional aspira a una «superioridad mental aristocrática» en
palabras de Baudelaire, en estos dos relatos se observa sin lugar a dudas la misoginia femicida de criaturas forjadas a partir la modernidad urbana.
22
Sivila Molloy observa la persistencia en la crítica literaria sobre Agustini de representarla como niña o virgen, una estrategia que Darío despliega en sus observaciones sobre
Rachilde. Ver Silvia Molloy (1985). «Dos Lecturas del Cisne: Rubén Darío y Delmira
Agustini» en La sartén por el mango.
23
Dice «Se planteó inicialmente la remoción completa de la estrofa por parte de la embajada
de España en Quito. La moción fue combatida vigorosamente por Trajano Mera, uno de
los hijos del autor de la letra del himno, el novelista, investigador, poeta y académico de
la lengua Juan León Mera. Trajano Mera observó entonces que “No se cambia la letra del
himno nacional del Ecuador porque no es letra de cambio». Ver de Aurelio Espinosa Pólit
(1948). Reseña histórica del himno nacional ecuatoriano.
24
La reiterativa asociación del vampiro con el buitre nos remite a un fragmento de El vampiro negro, de Uriah D’Arcy en donde se postula un mito de origen para los vampiros. En
la novela, el príncipe africano y también vampiro señala el origen divino de la criatura.
«Prometeo fue el primer vampiro», declara y luego sigue su disquisición observando que
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Vecindades de sangre
todos los vampiros descienden del ave que consumió el hígado de Prometeo. Citando a
Esquilo, el príncipe anuncia que el pájaro en cuestión era en parte mamífero, en parte insecto y por lo tanto, el ancestro de múltiples depredadores terrestres, aéreos y marítimos, entre
ellos los vampiros. Por otro lado, Margo Glantz postula un antecedente literario directo
para el bicho hematófago de «El almohadón de plumas». Se trata de «La araña cangreja»
(1860) de Erckmann-Chatrian, el seudónimo colectivo utilizado entre 1847 y 1887 por
dos escritores franceses: Émile Erckmann y Alexandre Chatrian y que juntos, constituyen
un autor literario compuesto que presenta un fonema monstruoso para pronunciar. Ver «La
metamorfosis del vampiro» de Margo Glantz.
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El fenómeno se emparenta con una condición denominada «folie a deux» (locura de dos)
o trastorno psicótico compartido, un raro síndrome psiquiátrico en el que un síntoma
de psicosis (particularmente una creencia paranoica o delirante) es transmitida de un
individuo a otro. El desorden fue identificado por primera vez en el siglo XIX por Charles
Lasègue y Jules Falret, también se conoce como síndrome Lasègue–Falret.
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Podríamos incluir incluso a El vampiro negro de Uriah D’Arcy como parte de este acápite
dado el hecho de que ese documento aborda de manera persistente la metáfora del vampirismo como signo de la violación de derechos de autor, o de la apropiación indebida de
creaciones artísticas y ficticias.
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