N° 71, Vol XXXVII, 2019
ISSN: 1315-9496
______________________________________________________________ Revista Tiempo y Espacio
CARACAS METEOROLÓGICA:
VISIONES HISTÓRICAS Y GEOGRÁFICAS
“Caracas meteorológica”:
Historical and geographical visions
Sergio Foghin-Pillin
Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Caracas - CIEMEFIVE
Resumen
Las condiciones meteorológicas y climatológicas de Caracas han sido objeto de atención
desde los tiempos de su fundación. Las primeras mediciones instrumentales de temperatura
y presión atmosférica se deben a Humboldt, a principios del siglo XIX, aunque las
observaciones meteorológicas comenzaron sistemáticamente en el centro de la ciudad en
1868, por iniciativa de Agustín Aveledo. Las series climatológicas disponibles actualmente
revelan cambios térmicos, atribuibles a la creciente expansión del área urbana. Los registros
históricos muestran que las sequías prolongadas constituyen el mayor riesgo de origen
atmosférico que confronta Caracas, seguido por las inundaciones, riesgo agravado por la
vulnerabilidad creada como consecuencia de la irracional intervención del espacio. Las
investigaciones relacionadas con las condiciones meteorológicas y climatológicas de la
ciudad se han visto afectadas por la disminución del número de estaciones meteorológicas y
por la carencia de sistemas de vigilancia y predicción meteorológica modernos. Se resalta la
importancia de los estudios históricos y geográficos en la gestión del riesgo
hidrometeorológico que confronta la ciudad de Caracas.
Palabras clave: Venezuela; Caracas; meteorología; geografía; historia.
Abstract
The meteorological and climatological conditions of Caracas have been the subject of
attention since the time of its foundation. The first instrumental measurements of
temperature and atmospheric pressure are due to Humboldt, at the beginning of the 19th
century, although meteorological observations began systematically in the center of the city
in 1868, at the initiative of Agustín Aveledo. The climatological series currently available
reveal thermal changes, attributable to the growing expansion of the urban area. Historical
records show that prolonged droughts constitute the greatest risk of atmospheric origin
confronting Caracas, followed by floods, a risk aggravated by the vulnerability created as a
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
consequence of the irrational intervention of space. Research related to the meteorological
and climatological conditions of the city has been affected by the decrease in the number of
meteorological stations and by the lack of modern meteorological monitoring and
prediction systems. The importance of historical and geographical studies in the
management of hydrometeorological risk confronting the city of Caracas is highlighted.
Key words: Venezuela; Caracas; meteorology; geography; history.
Enlace: https://revistas.upel.edu.ve/index.php/tiempo_y_espacio/article/view/8684
Introducción
EL TÍTULO DE ESTE TRABAJO recuerda dos notables obras pertenecientes al amplio campo de
la Geografía e Historia de Venezuela. El extenso artículo Venezuela meteorológica, de
Ernesto Sifontes (1929), es aludido en la primera parte del encabezamiento, a la vez que el
libro Visiones geohistóricas de Venezuela, de Pablo Vila (1969), lo es en la segunda. Para
justificar la evocación de estas dos obras, pareciera suficiente señalar que el trabajo de
Sifontes presenta la primera descripción completa de las condiciones climatológicas de la
ciudad, basada en una corta serie de observaciones del Observatorio Cagigal. El libro de
Vila, por su parte, incluye un capítulo dedicado a la fundación de Caracas, en el cual se
destacan las circunstancias históricas y las condiciones naturales que favorecieron su
capitalidad. Entre dichas condiciones, en palabras de Augusto Germán Orihuela (1978: 6),
destaca “la maravilla de su clima”.
Puede agregarse, para mayor sustentación del título de estas cuartillas, que la
climatología, inseparable de la meteorología, pero basada en series cronológicas de datos,
conforma un historial del comportamiento de la atmósfera en una determinada localidad o
región. Sin registros temporales del comportamiento de los elementos atmosféricos no
pueden concebirse los análisis climatológicos, es decir estadísticos, aunque en las
publicaciones sea frecuente encontrar operaciones matemáticas, más o menos complejas,
que pretenden reconstruir series con demasiados datos faltantes; ejercicios estos que, en
realidad, poco pueden hacer para recuperar la información relacionada sobre todo con
eventos extremos, tales como las precipitaciones de extraordinaria magnitud, cuando dicha
información se ha perdido, bien por la deficiente observación meteorológica o debido al
inadecuado manejo y conservación de los datos, los cuales, en cambio, meticulosamente
registrados, asentados e interpretados, conforman el historial antes apuntado.
La climatología es, pues, historia. Y como quiera que el alcance espacial de las
observaciones de una estación meteorológica, puede ser delimitado cartográficamente –
polígonos de Thiessen, por ejemplo-, a la vez que la impronta de las condiciones climáticas
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y de su variabilidad temporal sobre el paisaje -natural y humanizado-, puede representarse
espacialmente –mapas de vegetación, de riesgo hidrometeorológico, clasificaciones
climáticas-, no resulta entonces desatinado afirmar que la climatología, en cierta forma, es
también geohistoria.
Partiendo de tales consideraciones, en las páginas que siguen se discuten ciertos
rasgos relevantes de las condiciones climáticas de la región caraqueña y cercanías,
destacándose algunas de sus implicaciones históricas y geográficas, al tiempo que se
reseñan hitos relevantes en los estudios climatológicos referidos a la capital venezolana. Se
comentan también algunas fuentes históricas, tales como crónicas de la época colonial, a la
vez que pasajes de destacadas obras literarias en los que se mencionan elementos referidos
a la climatología caraqueña, elementos que, no por insertarse en la ficción, encuentran
menor sustentación en la realidad geográfica.
Se destaca también la importancia del estudio de las series temporales de datos, a
los efectos de disminuir los riesgos y la vulnerabilidad ante las sequías severas, en una de
las regiones más densamente pobladas del país. De igual modo, se resalta la necesidad de
mejorar sustancialmente los sistemas de pronóstico meteorológico, con el propósito de
enfrentar tempestivamente las situaciones hidrometeorológicas que pueden amenazar la
región de la Gran Caracas.
Las medias térmicas anuales de Caracas a través de los años
La situación geoastronómica de la ciudad de Caracas, a diez grados y medio al norte de la
línea ecuatorial, así como su altitud, entre unos 800 y poco más de 1.000 metros sobre el
nivel del mar, constituyen los factores que definen sus rasgos térmicos fundamentales, los
cuales, al menos hasta cierta época, justificaban plenamente las entusiastas expresiones que
hicieran afirmar a Humboldt: “al clima de Caracas se ha designado a menudo como una
primavera perpetua” (1985, T2: 318). Ya lo había expresado, a inicios del siglo XVIII, José
de Oviedo y Baños (2004: 304):
En un hermoso valle, tan fértil como alegre (…) tiene su situación la ciudad de
Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de
cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo
escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo
el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan,
ni los rigores del invierno afligen.
“¿Cuál es la temperatura media de Caracas?”, se planteaba Humboldt en su Viaje a
las regiones equinocciales…, al tiempo que aseveraba: “la conocemos menos que la de
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
Santa Fe de Bogotá y la de México.” Y, con base en sus medidas y cálculos, conjeturaba:
“Pienso no obstante poder demostrar que no dista mucho de 21 a 22 grados” (1985, T2:
322).
Cuatro décadas más tarde, Agustín Codazzi, para una altitud de 1.041 varas, anotó
para Caracas una temperatura media anual de 19,45 centígrados, mientras que para Petare –
poblado foráneo para la época-, a 998 varas de elevación, la media térmica asentada fue de
22,24 centígrados (Codazzi, 1940). Cabe recordar que, por ley de 1821, la vara equivalía a
tres pies de longitud (Rodríguez, 2000), por lo que las altitudes indicadas equivalen,
respectivamente, a 1.138,45 y 1.091,42 metros, excesivas, con la mayor probabilidad,
respecto a las elevaciones reales de los puntos en los que el ilustre geógrafo podría haber
realizado sus mediciones.
En cualquier caso, transcurridas otras tres décadas, dichas altitudes ya eran mucho
mejor conocidas, gracias a las precisas nivelaciones barométricas efectuadas en múltiples
lugares de Caracas por el licenciado Agustín Aveledo y sus colaboradores. En notas leídas
ante la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, el cuatro de abril de 1875,
señalaba Aveledo:
En mayo de 1871 presenté ante esta Sociedad el cálculo de la altura de Catia de los
Frailes (…) que había deducido de 34 nivelaciones barométricas simultáneas
practicadas (…) en aquel punto y (…) en Caracas, encontrando que estaba a 30
metros sobre el pie de la torre de la Catedral de Caracas o a 952 metros sobre el mar.
(Bruni Celli, 1968, T2: 164-165).
Muy cerca de la Catedral de Caracas y sólo ocho metros más alto, entre las esquinas
de Veroes a Jesuitas, se localizaba el Colegio de Santa María, fundado por Aveledo en
octubre de 1859, en cuya sede comenzaron a efectuarse sistemáticamente observaciones
meteorológicas en 1868, año que Eduardo Röhl considera “trascendental en los anales de la
Meteorología de Venezuela” (1948a: 498). Agrega Röhl:
Con aquel celo y constancia extraordinarios, característicos del benemérito
institutor, las lecturas suministradas por los mejores instrumentos de la época,
fueron publicadas durante muchos años en diferentes revistas científicas y
principales órganos de la prensa capitalina, documentos estos de gran valor para
el conocimiento de la climatología de Caracas (1948a: 498).
Aveledo comenzó a presentar dichas lecturas en la Sociedad de Ciencias Físicas y
Naturales de Caracas, a partir de la sesión del diez de enero de 1868, como lo expresó en el
acta respectiva Adolfo Ernst, en su condición de Presidente:
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El señor Licdo. Aveledo presentó un cuadro de observaciones meteorológicas
[efectuadas] en el mes de enero, que comprende en veinticuatro columnas las
medidas de temperatura, altura barométrica (…), cantidad de lluvia, dirección
del viento, observaciones higrométricas (…), etc. El Presidente, en nombre de
la Sociedad, le excitó a continuar en el propósito de favorecerla con trabajos
(…) de tanto mérito, así por la abundancia, como por la precisión de las
observaciones (Bruni Celli, 1968, T1: 77).
En acta fechada el 27 de noviembre de 1876, se recogen algunos importantes datos
aportados por Aveledo: “La presión atmosférica media en Caracas, según mis
observaciones diarias desde el año 1868 hasta el de 1875 es de 683,86 mm y la temperatura
media 21,6 cent.” (Bruni Celli, 1968, T2: 206). Considerando las variaciones determinadas
por las diferencias de altitud, es decir, los gradientes verticales medios de presión
atmosférica y de temperatura del aire, los valores obtenidos por Agustín Aveledo
concuerdan notablemente con los registros medios anuales de las estaciones del
Observatorio Cagigal y de La Carlota (tabla 1):
Tabla 1. Valores medios anuales de presión atmosférica, en mm de Hg, y de temperatura,
en centígrados, en tres estaciones de Caracas
Estación
Período
Altitud
Pres. Atm.
Observatorio Cagigal* 1951-1980 1.035 m/nm 674,93 mm
Colegio de Santa María 1868-1875
930 m/nm 683,86 mm
1
La Carlota*
1951 -1980
835 m/nm 689,40 mm
Temp.
20,8 C
21.6 C
21,9 C
*Fuente: Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana, 1982
Por su parte, Alfredo Jahn, reputado “el más destacado investigador de las
condiciones meteorológicas y climatológicas del territorio venezolano de finales del siglo
XIX y primeras décadas del siglo XX” (Foghin-Pillin, 2017: 42), al comparar los registros
térmicos del Observatorio Cagigal -situado entonces en la periferia de Caracas-, con los que
obtuviera Aveledo en el centro de la ciudad, además de las distintas exposiciones
topográficas consideró también ciertos factores antrópicos:
El Colegio de Santa María se hallaba en el centro del poblado y por tanto su
ambiente debía estar influenciado por edificios y pavimentos que absorben y
Aunque la estación de La Carlota aparece incluida en esta recopilación climatológica, sus datos en realidad
parten de 1955, el año de su fundación.
1
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
conservan el calor solar, y estancan el aire, en tanto que el Observatorio Cagigal
ocupa (…) el vértice de una colina fuera del poblado (Jahn, 1934: 149).
A una escala más amplia, los efectos del relieve sobre las variaciones térmicas
espaciales del área que ocupa la llamada Gran Caracas, se observan claramente en un mapa
de isotermas incluido en la publicación de Álvarez, Key, Klanke, Guerra y Convit (1968:
10-11).
Esta carta muestra una extensa zona, correspondiente al valle propiamente
dicho, donde la temperatura media es de 22-23 °C. Muestra también
lógicamente, que el valor de las isotermas disminuye con la altura hacia los
parteaguas norte, este y sur de la cuenca, llegando en ellos a valores de 14 y
16°C como media anual (Álvarez et. al., 1968: XV).
En el mismo mapa, resulta de particular interés la isoterma cerrada de 23 centígrados
que ciñe el centro de la ciudad, cuyos límites orientales, coincidentes aproximadamente con
la quebrada Anauco, no sobrepasaba la Caracas de los tiempos de Agustín Aveledo. Los
datos interpolados en esta carta, correspondientes a las medias del período 1951-1965,
podrían ser indicadores del incipiente desarrollo del fenómeno denominado isla térmica
urbana (Griffits, 1978; Ryu y Baik, 2012) dado que los valores encerrados por la isoterma
de 23°C en el centro de Caracas, superan, al menos en 1,4 centígrados, los promedios
calculados por Aveledo tres cuartos de siglos antes.
Años más tarde, Guevara (1981) comparó las medias térmicas anuales del
Observatorio Cagigal correspondientes a las series 1925-1950 y 1951-1974, concluyendo
que la temperatura media de Caracas había experimentado un aumento significativo durante
dicho período.
Más recientemente, Reyes (2003) también estudió el comportamiento de la
temperatura media anual en la estación Caracas-Observatorio Cagigal, con base en los
registros medios desde 1891 hasta 2000. Para esta larga serie temporal la investigación
arrojó una temperatura media anual de 20,4 °C, una mínima media anual de 18,2 °C y una
máxima media anual de 22,2 °C. En este trabajo también se presentan las curvas de los
valores medios anuales, las medias móviles por tres años y la curva de tendencia. Aunque
en las dos primeras curvas nombradas se observa la alternancia de fases frías y fases
cálidas, la tercera muestra una clara tendencia al aumento de la temperatura en la referida
estación caraqueña, la cual ya no se ubica periféricamente, como en los tiempos de Agustín
Aveledo, por cuanto la ciudad se ha expandido ampliamente a su alrededor.
Los cálculos de Reyes indican un aumento de la temperatura de 0,34°C por década.
Se trata de la comprobación del fenómeno de la isla térmica urbana que afecta a la ciudad
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capital, fenómeno que se vislumbraba en el trabajo de Álvarez, et. al. (1968) y que ya había
sido señalado por Alfredo Jahn (1934), aunque a escala local.
La alternancia de fases frías y cálidas, reflejadas en la curva térmica interanual del
Observatorio Cagigal, responde a causas naturales, no así el fenómeno de la isla térmica
urbana, de origen antrópico.
Como lo demuestran los diferentes valores medios de temperatura anual obtenidos en
distintas épocas, los cálculos que hiciera Alejandro de Humboldt a principios del siglo XIX,
resultaron ajustados a lo que puede llamarse la realidad, la cual, sin embargo, puede ser
cambiante también en lo concerniente a ciertos elementos climáticos.
Los rangos térmicos diarios de la capital
Además de las temperaturas tropicales moderadas por la elevación, más o menos
modificadas por la intervención humana, la eterna primavera de la que hablara Humboldt al
referirse a las condiciones climáticas caraqueñas, comporta otro rasgo característicamente
tropical, cual es un reducido rango térmico anual, es decir, la diferencia entre las
temperaturas medias del mes más cálido y del mes más frío. En el caso de las estaciones de
Caracas-La Carlota y de Caracas-Cagigal, sus correspondientes series del lapso 1951-1980
(tabla 2) constituyen una muestra de tales condiciones
Tabla 2. Valores medios mensuales de temperatura y de amplitud térmica anual (ATA), en
centígrados, en las estaciones de Caracas-La Carlota y Caracas-Observatorio Cagigal para
el período 1951-1980
Caracas-La Carlota (Altitud: 835 m/nm)
E
F
M
A
M
J
J
A
S
O
N
D
ATA
20,1
20,6
21,6
22,5
23,2
22,6
22,2
22,2
22,7
22,3
21.,7
20,5
3,1
Caracas-Observatorio Cagigal (Altitud: 1.035 m/nm)
E
F
M
A
M
J
J
A
S
O
N
D
ATA
19,1
19,4
20,3
21,2
21,9
21,5
21,2
21,4
21,7
21,4
20,6
19,7
2,8
Fuente: Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana, 1982
En ambas estaciones se observa el ascenso relativamente rápido de la temperatura
media mensual desde enero hasta mayo, los meses de menor y mayor temperaturas medias,
respectivamente, rasgo que explica la sensación de molesto calor que suele experimentar la
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mayor parte de la población durante esta primera máxima térmica anual, tras los frescos
días de enero, febrero y aun de marzo. Las temperaturas medias, a la vez que la sensación
de calor, generalmente disminuyen hacia los meses centrales, debido al inicio y posterior
intensificación de la temporada lluviosa, el período conocido como “invierno”.
El efecto mitigador de las precipitaciones se comprueba no sólo sobre las
temperaturas medias, sino también en observaciones puntuales, como las que reseñara
Agustín Aveledo en la sesión de la Sociedad efectuada el día siete de octubre de 1878:
Durante la lluvia tempestuosa del 3 de este mes y a las 2 de la tarde, cayó
granizo por cuatro minutos y a esta hora marcaba (…) el termómetro 22°,5; la
temperatura a las 10 a.m. de este mismo día había sido de 25° (Bruni Celli,
1968, T2: 340).
En el evento referido por Aveledo, la precipitación produjo un notable descenso de la
temperatura del aire, precisamente a la hora en la que, por lo común, suele presentarse la
máxima térmica del día (Foghin-Pillin, 2002).
Al celebrar las condiciones primaverales de Caracas, Humboldt (1985, T2: 318)
alegaba: “Qué cosa más deliciosa puede, en efecto, imaginarse, que una temperatura que
durante el día se sostiene entre 20° y 26° (…) y por la noche entre 16° y 18°”. Aludía en
este caso al índice conocido como amplitud térmica diaria (ATD), es decir, la diferencia
entre las temperaturas máxima media diaria y mínima media diaria, valores que en las
estaciones de Caracas-Observatorio Cagigal y Caracas-La Carlota, para el período 19511980, son respectivamente de 10,2 y 10,6 centígrados, por lo que también en este caso
puede afirmarse que las estimaciones del sabio barón de Humboldt no andaban
descaminadas.
Las precipitaciones
Si bien los rasgos térmicos de la ciudad de Caracas captaron la mayor atención de
Alejandro de Humboldt, también dejó algunas observaciones acerca de sus condiciones
pluviométricas: “Las lluvias son sumamente abundantes en Caracas en los tres meses de
abril, mayo y junio” (1985, T1: 325). En realidad, los promedios respectivos de las ya
mencionadas estaciones caraqueñas del Observatorio Cagigal y de La Carlota, muestran
que agosto, septiembre, octubre y noviembre son los más lluviosos, con valores,
respectivamente, de 65,4% y 69,1% de los correspondientes montos pluviométricos
anuales, como se aprecia en la tabla 3.
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Tabla 3. Montos medios mensuales y anuales de precipitación, en milímetros, en las
estaciones de Caracas-La Carlota y Caracas-Observatorio Cagigal para el período 19511980
Caracas-La Carlota
E
F
M
A
M
J
J
A
S
O
N
D
AÑO
18
8
14
51
65
136
120
122
112
113
73
41
873
J
J
A
S
O
108
108
111
Caracas-Observatorio Cagigal
E
21
F
16
M
14
A
37
M
85
99
121
N
76
D
41
AÑO
837
Fuente: Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana, 1982
Resulta por demás comprensible la limitada visión que logró adquirir Humboldt
acerca de la pluviometría caraqueña, ya que al ser la precipitación una variable discreta, a
diferencia de la temperatura, para la primera se requieren períodos de observación más
largos, con el fin de poder registrar (captar) en las series de tiempo, aleatoriamente, algunos
eventos extremos, situaciones que pueden comportar tanto lluvias de extraordinaria
magnitud (Foghin-Pillin, 2001; Goldbrunner, 1960; Röhl, 1949), como sequías
meteorológicas severas (Padilla, 2014; Röhl, 1948b; Vila, 1975). Con unos pocos años de
estudio, basados probablemente sólo en observaciones visuales y referencias orales –de
hecho, Humboldt no aporta ningún dato cuantitativo-, no podía el sabio germano formarse
más que una idea somera de las condiciones pluviométricas de Caracas.
Hay que acotar, así mismo, que aun contándose con series largas de precipitación,
como en el caso del Observatorio Cagigal, el estudio de la compleja pluviometría de
Caracas, particularmente en lo atinente a los pronósticos estacionales, comporta notables
dificultades, ya que “se presenta un régimen de pluviosidad bastante diferente de un año
para otro, fluctuando ampliamente el margen del total de precipitaciones por año” (Grosske,
1968: 5), presentándose casos “de temporadas ‘secas’ con mayor pluviosidad que la
temporada ‘pluviosa’ que sigue” (Ídem).
No obstante las limitaciones antes señaladas, Humboldt percibió la dirección desde
la que, frecuentemente, avanzan las lluvias por el valle de Caracas: “Las tormentas vienen
siempre del Este y el Sureste, del lado de Petare” (1985, T1: 325). Observación válida, ya
que muchos de los más intensos eventos pluviométricos que afectan a la capital, se
encuentran asociados a las ondas tropicales, perturbaciones lineales en la zona de
convergencia intertropical (ZCIT), las cuales se desplazan de este a oeste, con la corriente
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
de los vientos alisios y llegan a Caracas luego de recorrer la llanura de Barlovento y los
valles de Guatire-Guarenas (Goldbrunner, 1960; 1976; Vila, 1960). Estas características
han dado origen a la popular expresión de “ponerse Petare”.
Las inundaciones
Un evento pluviométrico característico sobre todo de los meses de septiembre y octubre,
período denominado “alto invierno tormentoso” por Goldbrunner (1976), fue descrito por
Agustín Aveledo en la sesión de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas del
día siete de octubre de 1878:
El 3 de octubre a la 1 y media p. m. principió a llover sin interrupción hasta las
3. p. m. habiendo caído en este tiempo 105 milímetros que es como la octava
parte de toda el agua que por término medio cae anualmente en Caracas (Bruni
Celli, 1968, T2: 339).
El monto precipitado, sin duda de extraordinaria magnitud, además de la larga
duración del episodio lluvioso, permiten conjeturar que su origen pudo haber estado en el
paso de una onda tropical por el norte del territorio venezolano, o en una extensa tormenta
asociada a una vaguada, situación meteorológica a escala sinóptica también frecuente en
estos meses. Cabe resaltar, igualmente, la ajustada estimación que hace Aveledo del monto
pluviométrico anual de Caracas, valor que en el Observatorio Cagigal, para el lapso 1891 –
2010, arroja una media de 844,2 milímetros.
En su informe Aveledo anota: “Desde el 1° de enero de 1868 que datan nuestras
observaciones, jamás había recogido el pluviómetro mayor cantidad en igual tiempo” y
agrega que “Durante la lluvia tempestuosa del 3 de este mes y a las 2 de la tarde, cayó
granizo por cuatro minutos” (Ob. Cit.: 340), observación que confirma el carácter
tormentoso del evento, el cual afectó varios sectores de Caracas y causó severas
inundaciones, como lo anotó Manuel Landaeta Rosales (1900): “Tempestad en Caracas y
sus alrededores, causando daños inmensos los ríos, sobre todo Caroata que derribó y anegó
varias casas en el llamado Puente Nuevo, 3 de octubre de 1878”2.
Tormentas como la citada, muy frecuentes los primeros días de octubre debido a la
energía calórica acumulada por la tierra durante los meses precedentes, han dado lugar a la
tradición del Cordonazo de San Francisco. Aunque no se han encontrado evidencias
estadísticas que demuestren una mayor recurrencia del fenómeno el día cuatro de octubre
(Piñero, 1983), las probabilidades de que puedan presentarse precipitaciones intensas y
tormentas son altas. Así ocurrió en 2018, cuando dichos fenómenos generaron inundaciones
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Esta información se encuentra fotocopiada en el archivo de la Academia Nacional de la Historia, clasificada
en: Varios. Archivador 4. Gaveta 2. Carpeta 27.
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en algunos sectores de Caracas, fallas en el servicio eléctrico y caída de árboles (El
Universal WEB, 04 de octubre de 2018).
Durante los meses del alto invierno tormentoso, el efecto de las lluvias caídas sobre
Caracas puede extenderse al Litoral Central, tal como ocurrió en Catia La Mar, en octubre
de 1969:
El día 22 ocurrió una fuerte precipitación en la ciudad de Caracas,
desplazándose hacia el Litoral Central y en especial en la quebrada Tacagua
(…) Lo pequeño de su hoya hidrográfica y la pendiente (…) pronunciada
fueron factores determinantes para que las aguas descendieran a gran velocidad,
arrastrando (…) siembras y viviendas cercanas a sus márgenes. Los barrios más
afectados fueron La Lucha y Mirabal (Ministerio de Obras Públicas, 1970: snp).
A pesar de la gravedad de dichos eventos, en la historia de la ciudad de Caracas
probablemente ninguna situación meteorológica haya tenido consecuencias más graves que
las acarreadas por la tormenta tropical Bret, la cual generó intensas precipitaciones y
vientos huracanados en toda la región, durante la madrugada del domingo ocho de agosto
de 1993.
Durante el paso de Bret por Caracas el Observatorio Cagigal registró las
precipitaciones más intensas en toda su historia, con un total de 125,7
milímetros en 24 horas; cantidad que representa el 52% del monto total del mes
de agosto de 1993 en esta estación, el cual fue de 241,9 milímetros (FoghinPillin, 2002: 61).
En el caso de la tormenta tropical Bret, la serranía del Ávila actuó contrariamente a lo
que se ha conceptuado respecto a su acción protectora de los ciclones del Caribe, ya que
encauzó la tormenta hacia los valles del Tuy y favoreció su avance hasta Caracas
(MARNR, 1994: snp). De acuerdo con información publicada por la prensa capitalina, a
escala nacional el saldo de víctimas dejados por Bret fue de al menos 120 muertos, muchos
de ellos en Caracas, cientos de heridos y más de 4.000 damnificados (Hernández, 1993).
Es conocido, sin embargo, que en todos los casos descritos, los mayores daños
materiales y número de víctimas han ocurrido siempre en aquellas áreas de la ciudad más
densamente pobladas, donde se construyeron viviendas precarias y en las que la
vulnerabilidad ha sido siempre muy alta. Es decir en terrenos geomorfológicamente
inestables, así como en los cauces, regulares o extraordinarios, de ríos y quebradas.
Mención aparte merecen aquellas situaciones en las cuales la vulnerabilidad ha sido
prácticamente creada, debido al inadecuado diseño de la vialidad y de sus sistemas de
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
drenaje, además del inadecuado mantenimiento de dichas infraestructuras. Un ejemplo
ilustrativo de estas últimas condiciones se encuentra en trechos de la autopista Francisco
Fajardo, como Chacao – La Carlota- en los cuales, al producirse lluvias intensas, el
separador central represa las aguas de escorrentía impidiéndoles avenar hacia el río Guaire
y creándose de esta forma situaciones de alto riesgo para los automovilistas, con saldo,
ocasionalmente, hasta de víctimas fatales, como en el episodio acaecido el 18 de julio de
2003, situación que agravó el desborde de la quebrada Agua de Maíz por causa del
inapropiado diseño de la canalización de su curso bajo (Garnica, 2003; Velandia, 2003). Un
insólito caso de intervenciones contrarias a las recomendaciones más elementales en esta
materia (Roubault, 1970).
Es oportuno destacar que antes de iniciar su expansión, particularmente hacia el este,
la urbe caraqueña no presentaba mayores riesgos de inundaciones, tal como lo observó el
cronista colonial: “sus calles son anchas, largas y derechas, con salida (…) en igual
proporción a todas partes; y como están pendientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni
consienten lodos” (Oviedo y Baños, 2004, p, 304). Estas precisas observaciones responden
acertadamente el planteamiento que formulara Humboldt:
Es de sentirse que (…) Caracas no haya sido fundada más al este, [aguas] abajo
de la boca del Anauco en el Guaire, ahí donde se ensancha el valle, del lado de
Chacao, en una llanura tendida y como nivelada por la permanencia de las
aguas (1985, T2: 313).
“Del lado de Chacao”, habría recomendado el sabio Barón, “en una llanura (…) como
nivelada por la permanencia de las aguas”; o lo que es decir, en tierras sujetas a frecuentes
inundaciones. Ya muy avanzado el siglo XX, no faltaría quien todavía, contra toda
razonable evidencia, le diera la razón:
Considerando la disponibilidad de terrenos, no deja de producir cierta extrañeza
el que los tres intentos fundacionales repitieran la escogencia del noroeste como
asiento de la población. Más aún, como Humboldt observó. El valle ofrecía
hacia el este mejores perspectivas (Geigel, 1976: 28-29).
Las sequías
No obstante, sin negar la gravedad del impacto de eventos pluviométricos como los arriba
comentados, el mayor riesgo hidrometeorológico que afronta la ciudad de Caracas no lo
constituyen las inundaciones, sino las condiciones que podrían calificarse de opuestas, es
decir las sequías intensas. Durante estos períodos, que sobrepasan en duración la normal
temporada seca anual -el verano,- se registran, a veces en años consecutivos, déficits de
lluvia.
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Tales condiciones afectan el caudal de los cursos de agua, los niveles freáticos, la
cobertura vegetal y, finalmente, el volumen hídrico embalsado en los reservorios de los
cuales se surte la región capitalina, dando origen a graves impactos ambientales, entre los
cuales se cuentan también los incendios forestales, con sus secuelas. Al arribo de
Humboldt, a principios de 1800, en Caracas se padecía una situación de esa naturaleza:
“Era la estación de sequía. Para mejorar el pasto se pone fuego a las sabanas (…) el viento
de Petare, que sopla del este, empuja hacia la ciudad el humo” (1985, T2: 329-330).
En lo tocante a este tipo de situaciones, “entre las más remotas noticias mencionando
largas sequías, tan extraordinarias como para merecer recordación, fue la sentida en el año
1618” (Röhl, 1948b: 428). Por aquellos tiempos, ante tales adversidades climatológicas se
efectuaban rogativas “a la virgencita de Copacabana que desde 1596 (…) la sacaban en
procesión de San Pablo a la Metropolitana para que lloviera” (Rojas, 1988: 43).
En 1869, un par de lustros antes de que la imagen de la Copacabana desapareciera,
tras la demolición del templo de San Pablo, Caracas se vio azotada por una de las peores
sequías de su historia. Sobre esta situación Agustín Aveledo, apuntó en Vargasia: “La
atmósfera de Caracas fue invadida por una gran cantidad de humo del lado del Oriente,
desde la segunda mitad de marzo (…) aumentó considerablemente en abril, desapareciendo
en mayo, que cayeron las primeras lluvias” (citado por Röhl, 1948b: 440). Aveledo
prosigue indicando que debido a la gran cantidad de humo que cubrió las regiones
septentrionales del país, 1869 se llamó el año de “la humareda” (Ídem).
Caracas, la ciudad más poblada del país, presentaba condiciones dantescas durante el
tiempo que duró la sequía. El calor era abrasador; la bruma rojiza oscurecía
permanentemente el cielo caraqueño; múltiples incendios forestales arrasaban la
emblemática montaña de El Ávila y la quebrada Catuche, la principal fuente de agua
potable de la urbe, prácticamente llegó a secarse. Los desperdicios se acumulaban en cada
esquina de las calles de Caracas y las enfermedades infecciosas aumentaron
alarmantemente. Todo esto ocurría mientras las rivalidades políticas de este período
inmediatamente anterior a la toma del poder por Guzmán Blanco, amenazaban una nueva
guerra civil (Padilla, 2014).
Como en cualquier otra época, las penurias derivadas de la intensa sequía de 1869
afectaron mucho más a las clases de menores recursos, más vulnerables como en todas las
épocas, a la vez que, de distintas maneras, dichas condiciones naturales fueron objeto de
manipulaciones ideológicas por parte de los sectores dominantes, a los efectos de obtener
provechos políticos de aquellas adversas circunstancias (Padilla, 2014).
En Caracas han sido recurrentes situaciones como la sufrida en 1869, con similares
consecuencias (Foghin-Pillin, 2015; Vila, 1975). Entre ellas merecen destacarse la rigurosa
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
sequía de 1925-1926 (Sifontes, 1929), cuando nuevamente se habló del fenómeno de las
humaredas, al igual que durante el intenso episodio de 2016 (Jorge, 2016; Padrón, 2016).
Algunos períodos de sequías severas se evidencian en los registros pluviométricos anuales
del Observatorio Cagigal (tabla 4).
Tabla 4
Estación Caracas-Observatorio Cagigal. Sequías representadas por años consecutivos con
montos pluviométricos inferiores al promedio anual (844,2 mm).
AÑO
MONTO
%DEF
AÑO
MONTO
%DEF
AÑO
MONTO
%DEF
1912
641,9 mm
24,0
1939
503,3 mm
40,4
1982
687,5 mm
18,6
1913
664,8 mm
21,3
1940
595,4 mm
29,5
1983
534,2 mm
36,7
1914
458,9 mm
45,6
1941
584,6 mm
30,8
1984
683,1 mm
19,1
Fuente de los registros: Base de datos electrónica (Excel) del Observatorio Cagigal.
En la actualidad, es sabido que la mayoría de los períodos de sequía en la región de
Caracas, al igual que en otras áreas del territorio venezolano, han estado asociados al
complejo fenómeno oceánico-atmosférico conocido como El Niño (ENOS). La fase fría de
estas oscilaciones se ha denominado La Niña y determina el efecto contrario sobre los
montos de lluvia. Los registros pluviométricos de la estación de la Universidad Central de
Venezuela (UCV), resultan ilustrativos de dichas relaciones: en los años consecutivos 2009
y 2010, bajo opuestas condiciones atmosféricas condicionadas por las fases cálida (El
Niño) y fría (La Niña) del fenómeno ENSO, la estación de Caracas-UCV (monto
pluviométrico anual medio: 888,9 mm) registró los totales más bajo y más alto del período
1950-2015, con valores de 759, 9 mm y 1.152,6 mm, respectivamente.
La intensa sequía asociada al episodio El Niño de 2009, se extendió hasta principios
de 2010, lo que determinó una drástica disminución de las reservas hídricas del embalse de
Guri y comprometió el suministro eléctrico de la Gran Caracas, así como de otras
conurbaciones. Ante tan grave situación, al no contarse con alternativas válidas para
afrontar la contingencia, los organismos competentes, como en los tiempos coloniales,
apelaron al recurso de las rogativas:
Trabajadores de Edelca oraron por el Guri y la electricidad. Elevaron sus
plegarias para pedir se resuelva la crisis eléctrica nacional. (…) tal como les
pidió Edelca a sus trabajadores, el minicine de la empresa congregó a quienes
confían en Dios para solventar la crisis energética que vive el país. (Urribarrí,
2010).
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Tal provisión habría asombrado a Arístides Rojas, miembro fundador, junto con
Adolfo Ernst, de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, quien, hacia
finales del siglo XIX, aseveraba: “lo extraño no es que la Copa[cabana] saliera durante la
Colonia (…) lo admirable es haber salido después de que se anunciaba el tiempo en los
almanaques” (Rojas, 1988: 46). El pensador positivista, coeditor del célebre Almanaque,
invocaba así lo que podrían denominarse los primeros intentos de pronósticos
meteorológicos difundidos en Caracas, en oposición a las creencias mágico-religiosas,
carentes de cualquier basamento científico.
Vientos del este y vientos del oeste
Desde los tiempos coloniales las precipitaciones en el valle de Caracas se asociaron
con determinados vientos. El cronista Juan de Pimentel, hacia mediados del siglo XVI, en
su descripción de Santiago de León, observó:
Corren en ella dos vientos contrarios todo lo más del año, uno de oriente y el
otro de occidente (…) El de oriente ventea (…) casi siempre con tiempo claro
(…) excepto en invierno que trae muchas aguas (…) Algunas veces ventea el
sur, y cuando viene es segura el agua porque no corre sino en invierno
(Arellano, 1964: 117).
Anteriormente se explicó el avance desde oriente de los sistemas portadores de lluvia
y su relación con las corrientes del alisio. Por lo que se refiere al viento del sur, baste
recordar que la convergencia intertropical, el principal sistema meteorológico generador de
precipitaciones en toda Venezuela, recibe la denominación de “situación sur”
(Goldbrunner, 1976). Tal oposición eólica en el valle de Caracas también fue notada por
Humboldt:
En este valle estrecho está la atmósfera balanceada, por decirlo así, entre dos
vientos, uno de los cuales viene del Oeste o del lado del mar, y el otro del Este
o del interior de las tierras. (1985, T2: 319).
Del primero diría el Barón que “se conoce con el nombre de viento de Catia, porque
sube (…) a lo largo del zanjón de Tipe”, mientras que al segundo lo denomina,
lógicamente, “viento de Petare” (Ídem).
Resulta interesante la coincidencia entre Pimentel y Humboldt en reseñar ciertas
propiedades que se atribuían al viento de Catia. El cronista colonial sostiene que “el de
occidente (…) es viento que lo sienten mucho los que están tocados de dolores de bubas”
(Arellano, Ob. Cit: 117). Por su parte, Humboldt refiere que al viento de Catia “Témenlo
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Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
singularmente los habitantes de Caracas: causa dolores de cabeza a los que poseen un
sistema nervioso muy irritable” (1985, T2: 320). Observaciones que probablemente
conforman las primeras anotaciones sobre aspectos biometeorológicos de Caracas.
También la literatura venezolana recogió la peculiaridad del enfrentamiento entre las
dos principales corrientes eólicas caraqueñas. El viento de Catia es nombrado
“ventolino/a” por Luis Manuel Urbaneja Achelphol, término que recuerda la denominación
del primer grado en la escala Beaufort de fuerza del viento, lo que podría sugerir la
apreciación de una corriente de muy baja velocidad. El autor de En este país…! escribió:
Los ventolinos de Catia La Mar y las brisas de Petare, engolfadas en la
profunda quebrada de Tipe, se daban de topetonazos: esos dos enemigos que se
disputan el dominio del valle … Si triunfan las brisas de Petare, el cielo se torna
azul, el aire se diafaniza, la montaña se despeja … Y si las ventolinas de Catia
logran vencer, allá le van sedeñas nubes a la montaña, aires húmedos y
cortantes, y tristezas para el valle, que antes parece un paisaje del Norte helado,
que no de la Tórrida. (Urbaneja Achelphol, 1973: 91).
Bajo la prevalencia de las brisas de Petare, el estado del tiempo en Caracas depende,
como ha sido apuntado, de la época del año. Por lo que atañe a la influencia de las
“ventolinas de Catia”, el viento que asciende por la quebrada Tacagua podría, al enfriarse
adiabáticamente, contribuir a la formación de las neblinas y nieblas que aún hoy pueden
observarse, ciertos días, hacia el oeste de Caracas; condiciones que representarían los “aires
húmedos y cortantes”, en “un paisaje del Norte helado”, en la prosa de Urbaneja Achelphol.
Quedaría por citarse otro viento estrechamente relacionado con el relieve caraqueño,
el cual, no por su esporádica recurrencia presenta menor interés. Se trata de la caldereta,
cuya primera mención en la literatura venezolana, hasta donde se ha podido conocer, se
encuentra en el cuento Marina, publicado por Rómulo Gallegos en 1919 (Foghin-Pillin,
2015b).
La violenta racha ventosa conocida como caldereta en el Litoral Central, es un
viento tipo föhn, que se desprende desde la fila del Ávila hacia el mar y genera condiciones
ambientales oprimentes a lo largo de la franja costera. Dicho meteoro resulta desconocido
en la vertiente meridional, entre otras causas por ser mucho menor la variación altitudinal
entre la fila y el valle de Caracas, por lo que el desnivel resulta insuficiente para generar,
por calentamiento adiabático, “el soplo infernal de la caldereta” (Gallegos, 1987, p. 228),
aunque el factor determinante en su origen sea la presencia de la serranía del Ávila,
inseparable de la ciudad que se extiende a sus pies, así en la geografía como en la historia.
Y en la poesía.
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A modo de conclusión
Aquel clima de Caracas que favorecía “a un mismo tiempo (…) la vegetación del bananero
(…) el naranjo, el cafeto, el manzano, el albaricoquero y el trigo” (Humboldt, 1985, T2:
319) y que luego viera florecer y desaparecer las grandes haciendas de caña de azúcar –
Bello Monte, Ibarra, Montalbán, La Urbina-, al menos en lo tocante a sus temperaturas
primaverales ha cambiado notoriamente. No han sido, por supuesto, esos cambios
climáticos locales, las causas de la desaparición de casi cualquier vestigio de actividad
agrícola en “la ciudad transfigurada” (Orihuela, 1978), ya que las mismas variaciones
térmicas son también una consecuencia de la irrefrenable y anárquica expansión urbana
(Geigel, 1976).
Si bien la meteorología, con sus múltiples ramas, nunca ha sobresalido entre las
ciencias más demandadas en el viejo valle de San Francisco, para 1980 llegaron a contarse
29 estaciones pluviométricas (Servicio de Meteorología FAV, 1980) en el perímetro
caraqueño, lo que demostraba interés al menos por aquellos registros climatológicos
indispensables para el diseño de los sistemas de drenajes urbanos y otras obras civiles. Sin
embargo, a inicios de la década de 1990, lejos de haber aumentado, el número se había
reducido a diez estaciones (CONICIT, 1994) y para esta fecha, mediando octubre de 2018,
las estaciones que reportan diariamente las precipitaciones en la ciudad no alcanzan
siquiera la decena (INAMEH, 2018a). El historial, irremediablemente, se ha interrumpido.
En consecuencia, interrogantes como el posible efecto de la isla térmica urbana
sobre la distribución tanto espacial como temporal de las lluvias y de las tormentas en
Caracas, no podrán ser sino objeto de especulaciones y de ejercicios matemáticos. Cómo
varía durante el año la frontera –el frente, dirían los meteorólogos- entre el viento de Catia
y el viento de Petare, son preguntas que tampoco han encontrado respuesta hasta el presente
y no podrán encontrarla hasta tanto se instale una adecuada red de estaciones
anemométricas. Sólo entonces podrán también iniciarse investigaciones biometeorológicas
sobre los vientos que entran a Caracas por la quebrada de Tacagua.
La prevención de amenazas hidrometeorológicas en toda la vasta Gran Caracas, no
podrá pasar de simples medidas generales -en el mejor de los casos-, hasta tanto el
pronóstico diario del tiempo no ofrezca algún grado de detalle mayor que: “Parcialmente
nublado durante la mañana, áreas nubladas en horas de la tarde con lluvias aisladas de corta
duración, especialmente en áreas montañosas” (INAMEH, 2018b), pronóstico publicado el
jueves cuatro de octubre de 2018 -día de San Francisco-, en el cual no se consideró en
absoluto la probabilidad de tormentas, como en efecto se produjeron durante la tarde de
aquel día. Por añadidura, considérese que dicha previsión fue emitida para la “Región
Central (Estados: Miranda, Vargas, Aragua, Carabobo y el Distrito Capital” (INAMEH,
2018b), extensión territorial mayor de 20.000 kilómetros cuadrados, que incluye costas
altas y bajas, serranías con diferentes altitudes, orientaciones y exposiciones, macizos
Sergio Foghin-Pillin
Caracas meteorológica: visiones históricas y geográficas (p. 163-188)
montañosos, valles longitudinales y transversales, llanuras aluviales, lagos y hasta parte del
Alto Llano.
Por lo que respecta a las sequías, cuya historia se conoce desde tiempos coloniales,
como se ha visto, la región de la Gran Caracas, con su explosión demográfica, enfrenta
como nunca antes la permanente amenaza de una aguda escasez de agua potable y, por su
alta dependencia de embalses como el de Camatagua, también se ha hecho vulnerable a las
rigurosas sequías de la región llanera.
La historia y la geografía, especialmente con sus enfoques regionales, tienen sin
duda un gran papel que jugar en la solución de los problemas que plantea la dinámica
meteorológica a Caracas, la ciudad que hace ya muchos años dejó de ser la de la eterna
primavera.
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