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Republicanismo, Nacionalismo y Populismo como formas de la política contemporánea ·· · José Luis Villacañas Berlanga anxo garrido (eds.) Filosofía y Sociedad no 4 ISBN: 978-84-121232-4-1 Depósito Legal: M- -2021 © 2021 Dado Ediciones © 2021 Los autores/as Título original: Republicanismo, Nacionalismo y Populismo como formas de la política contemporánea Editores: José Luis Villacañas Berlanga y Anxo Garrido Colección: Filosofía y Sociedad no 4 Primera edición: Febrero 2021 Maquetación: Dado Ediciones Corrección: Diseño de cubierta: Tipografía: Lovelo, diseño de Hans Rezler; Linux  y Linux Biolinum Producción gráfica: Gráficas de Diego Ediciones DADO C/ Suecia, 100, 2 28022 Madrid dadoediciones@gmail.com | @DadoEdiciones www.dadoediciones.org Republicanismo, Nacionalismo y Populismo como formas de la política contemporánea José Luis Villacañas y Anxo Garrido (eds.) ÍNDICE José Luis Villacañas y Anxo Garrido: Prólogo............................. 5 José Luis Villacañas: Las bases antropológicas de las formas políticas contemporáneas..................................................................11 Patricio Tierno: Visiones de la comunidad democrática en la Atenas antigua.....................................................................................47 Elías Palti: Entre la historia y la política. Quentin Skinner y su redefinición del “Republicanismo Clásico”...........................67 César Ruiz: El republicanismo de Hannah Arendt y la recuperación del espacio político................................................91 Alberto Marco: Nación y nacionalismo versus ciudadanía y republicanismo ...............................................................................111 Núria Sara Miras Boronat: Historia de las ideas e identidad nacional en la Modernidad tardía. El patriotismo cosmopolita de Jane Addams como propuesta de solución............................131 Salvi Turró: Ciudadanía, Humanidad y Estado [Fichte versus Hegel en 1820] ........................................................153 Antonio Rivera: Republicanismo y socialismo en la Comuna de París. La memoria política de la Comuna en las artes contemporáneas del cine y la novela gráfica..............................175 Cristina Catalina: La herida de la integración fordista. Notas para una genealogía del darwinismo social neoliberal ............207 Anxo Garrido: Totalidad concreta y praxeología. Algunas notas sobre Antonio Labriola y la dialéctica sacristaniana................255 Jordi Maiso: Historia y heteronomía. Reflexiones sobre el “anticapitalismo” soberanista a partir de Moishe Postone.....283 Julián Sauquillo: La disputa de Hugo Ball con Carl Schmitt por las consecuencias del Romanticismo ....................................303 Clara Ramas San Miguel: El nuevo nomos de la Tierra: fin del Estado y orden de los grandes espacios en Carl Schmitt ........325 Pierluigi Marinucci: La racionalidad ordoliberal: entre raíces ilustradas y el problema del gobierno. Una propuesta genealógica ...........................................................343 Claudio Sergio Ingerflom: La legitimidad de la lógica populista en clave histórico-conceptual ......................................373 Bernardo Ricupero: El “original” y la copia en la antropofagia.. 417 Fabio Frosini: Entre populismo antidemocrático y democracia antiliberal: formas del “socialismo nacional” en los “Cuadernos de la cárcel” de Antonio Gramsci.....................459 Guillermo Hurtado: La ideología del primer cardenismo .........477 Ricardo Laleff Ilieff: Hegemonía y Nudo Borromeo. El uso de los tres registros lacanianos en el pensamiento político de Ernesto Laclau ..............................................................................513 Sebastián Carassai: El populismo como diagnóstico epocal ......535 Nota sobre los autores y las autoras.........................................553 La legitimidad de la lógica populista en clave histórico-conceptual Claudio Sergio Ingerflom Hay algo absolutamente específico en la historicidad: precisamente ese poder de erigir algo nuevo durante la recuperación de la herencia recibida. Insisto en un concepto de Freud que Lacan puso de relieve: la noción de d’après coup [...] cuando la verdad se abre paso somos al mismo tiempo siempre capaces de nuevamente concatenarla. Paul Ricœur (Castoriadis y Ricœur, 2016: 58 y 63)1 Sólo que lo mismo (das Selbe) no es lo igual (das Gleiche). En lo igual desaparece la disparidad. En lo mismo aparece la disparidad. Aparece con tanto más empuje, cuanto con mayor decisión sea reclamado el pensar de la misma manera por el mismo asunto. Martin Heidegger (2008: 105)2 1. Sobre perplejidades, ingenuidades y sorpresas En gran medida, vivimos en el mundo instituido en 1789. Las ideas y las contiendas políticas y sociales surgidas en el cauce la Revolución francesa no nos son extrañas (Brahami, 2016: 12). Que el populismo haya aparecido en su estela y como resultado de la modernidad políti- ca encarnada por la Revolución no es algo que nos deba sorprender.3 1. La cursiva me pertenece, C. S. I. 2. La cursiva me pertenece, C. S. I. 3. “Qui ne possédait pas, en cachette, les portraits de Robespierre et de Dan- ton?” recordaba, en francés, el padre ruso del primer movimiento populista de la 373 Claudio Sergio Ingerflom “Por nuestras convicciones, somos socialistas y populistas. Esta- mos convencidos que sólo los principios socialistas permiten a la humanidad materializar la libertad, la igualdad, la fraternidad, asegurar su bienestar material y el desarrollo completo de todos los aspectos de la personalidad, o sea el progreso.”4 En otras palabras, las razones de la relacion entre el populismo y la democracia no se agotan en la coyuntura actual, sino que se sitúan en la estructura misma del dispositivo político moderno. Por lo tanto, investigar la genealogía del populismo es intervenir en el presente. Lo que sí sorprende es que se adjetiven como “populistas” políticas contradictorias y se enuncien disímiles definiciones del término para fabricar una indeterminación que vacia su significado original y desle- gitima el conflicto social en aras de consensos que siempre se vuelven contra los dominados. Se hace entonces indispensable revenir a la ex- periencia fundadora, hoy reactivada, de su relación con la democracia moderna. La actualidad desparrama perplejidad, rezuma referencias in- quietantes a “los populismos” y excita polémicas que exceden el obje- to en cuestión porque travisten los conflictos donde se juega el futuro próximo del planeta. Sería ingenuo imaginar que mi investigación sobre la génesis y la lógica del populismo es extranjera a la actuali- dad. Pero los intentos de comprender la fabricación de la inquietud abstrayéndose de la génesis del populismo son también, aunque en algunos casos animados por una real empatía hacia los dominados, una ingenuidad, porque permiten que permanezcan más crípticos que inteligibles los movimientos pendulares de las multitudes, irrecono- cibles las utopías, ignoradas o desechadas las posibilidades ofrecidas por un populismo insurgente y emancipador. Hoy, la comprensión del populismo exige una conciencia histórico-conceptual del pasado a la altura de nuestro mundo seriamente dañado, una conciencia sin la cual la hegemonía cultural del neoliberalismo que iguala demagogia de los dominantes y política de los dominados no puede ser quebrada. historia (Herzen, 1954-1965: 31-32: 502). 4. “Programa del Comité Ejecutivo de La Voluntad del Pueblo” de 1879, (Volk, 1964, 2: 170-171). Fue la organización más importante del populismo ruso en el siglo XIX. 374 En la literatura actual se alude a veces a las primeras experien- cias populistas. En algunos de esos textos se evoca, con razón, el caso ruso como el antepasado más antiguo.5 Pero, la persistencia de mal envejecidas interpretaciones del populismo ruso, asociada a la ausen- cia de referencias a las fuentes, incluyendo aquellas disponibles en lenguas como el inglés, español, italiano o francés, han conducido por un lado a una grave distorsión cognitiva y, por el otro, lo han reducido a un pasado ya pasado y confinado a Rusia.6 El populismo contem- poráneo queda desvinculado de su genealogía. Esa mirada converge con la tendencia dominante a tratar el po- pulismo en los marcos del período que se inicia aproximadamente a mediados del siglo XX, un tiempo corto pero que no impediría su inteligibilidad.7 En las antípodas a la vez de esta disociación artificial del populismo entre presente y pasado –concebible sólo en un tiem- po único, lineal y estrictamente cronológico– y de la exclusión de su proyección hacia el futuro, entiendo que la génesis del populismo, por la estructura histórica de la cual él fue tanto índice como factor, significó ese “abrirse paso a la verdad” y es ese “lo mismo”, disparidad incluida –señaladas en los epígrafes de este texto–, constitutivos de una legitimidad de longue durée en la cual estamos todavía insertos. Constatamos hoy dos cambios. Por un lado, el concepto clase fue desplazado del centro de gravedad que ocupó en el discurso político 5. En Ionescu y Gellner un capítulo entero fue consagrado a Rusia bajo la plu- ma de Andrzei Walicki (Ionescu y Gellner, 1969: 62-96). En cambio, casi desaparece en el libro coordinado por Yves Mény et Yves Surel, excepto una nota al pie de Marga- ret Canovan, una alusión de Paul Taggart en sus conclusiones y una tan sorprendente como incomprensible reducción del populismo ruso a un “movimiento cultural” por Cas Mudde (Mény, Surel, 2002: 44, n5; 79; 215). 6. Un ejemplo reciente: “the experience of narodniki was confined to Russia and had no influence or continuity in the global phenomenon that started in the late nineteenth century” (Fuentes, 2020: 54-55). 7. En otras ocasiones los anacronismos usuales de la tradición neokantiana de la historia de las ideas le extienden su historia a más de dos milenios, hasta el Estagirita, puesto que existía entonces la palabra demos, lo que, teniendo en cuenta la radical distinción entre el paradigma político aristotélico y el moderno hobbesiano, hace del populismo una entidad metahistórica en la que se diluye su historicidad (Casullo, 2019: 53-54). La legitimidad de la lógica populista 375 Claudio Sergio Ingerflom durante mas de un siglo8 mientras que el concepto pueblo, que lo había precedido en esa función, operó un retorno arrollador desde hace va- rias décadas. Paralelamente, populismo se transformó en una palabra casi siempre peyorativa, empleada igualmente para calificar lógicas na- cionalistas, conservadoras, racistas y reaccionarias de extrema derecha como reformistas, emancipadoras y de izquierda. Es el tipo de sorpresas que obliga “al investigador pensante de la historia (Denkende Geschi- chtsforscher) a esforzarse para encontrar las causas” (Hegel, 1907: 220). Ahora bien, el asombro no es ni una actitud individual ni una técnica retórica para producir efectos discursivos. Es una disposición mental para profundizar la comprensión.9 Permanecer en la sorpresa supone una oportunidad para ir “más lejos, a un conocimiento más profundo”.10 Abordaré el populismo como un concepto moderno básico y por lo tanto insustituible y polémico (Koselleck, 2012: 297). Hay que aclarar que esta opción implica distinguir la palabra –el significante– y el con- cepto podría paracer superfluo, de no ser porque la confusión de ambos sigue obstaculizando la comprensión del fenómeno. Recientemente se ha escrito que “we enjoy the double advantage of knowing the precise moment and circumstances when the term was born and have access to myriad sources”, lo que permite al autor afirmar que “the terms po- pulist / populism were born in the 1890s in the Unites States, after the creation in 1891 of the People’s Party or Populist Party” (Fuentes, 2020: 8. Clase “devino el término genérico de la división social en el siglo XIX” (Pig- net, 1996: 5). 9. Arnaldo Momigliano nos recordaba lo que vale la sorpresa en la relación con el Otro: Polibio, historiador de Roma, “nos da la impresión de reconocer más que de descubrir. Carece de la facultad de sorprenderse” (Momigliano, 1979: 38). Al reflexionar sobre las ilusiones de la ciencia, Wittgenstein escribía que “la sorpresa es una cosa ante la cual el hombre –y tal vez los pueblos– deben despertarse. La ciencia es un medio para adormecerlo de nuevo” (Bouveresse en Wittgenstein, 1982: 96-97). 10. “Los griegos utilizaban una palabra muy bella para expresar lo que para- liza nuestra comprensión: el atopon. Significa algo a-tópico, ilocalizado, algo que no encaja en los esquemas de nuestra expectativa de comprensión y que por eso nos des- concierta. La célebre teoría platónica según la cual la filosofía empieza con el asom- bro hace referencia a este desconcierto, a esta incompatibilidad con las expectativas preesquemáticas de nuestra orientación en el mundo, que da que pensar. [...] Todo este desconcierto, asombro e incompatibilidad en la comprensión invita siempre a avanzar, a un conocimiento más profundo” (Gadamer, 2010: 182). 376 51). Es una tesis que reitera en sus conclusiones: “the term was born in the United States”, en ocasión de las elecciones presidenciales de 1892 and 1896 para legar luego a Europa (Fuentes, 2020: 65). Esto “invalida- tes some reputed chronologies regarding its arrival in Europe”. Mien- tras tanto habría que esperar hasta 1912 para encontrar el “first use in French” del término, referido a la experiencia rusa (Fuentes, 2020: 53-54). Estas afirmaciones sobre “the origin of the term” parecen impru- dentes.11 Pero he subrayado el uso de “term” porque la cuestión sobre la cronología del significante es secundaria con respecto a la génesis del concepto. Fuentes anuncia un análisis histórico-conceptual del con- cepto populismo, pero, a pesar de tomar explícitamente distancia con respecto a la “arqueological search for references” (Fuentes, 2020: 51), ofrece una cronología de la palabra –como si palabra y concepto fuesen sinónimos– para concluir que el origen del concepto se halla en los Esta- dos Unidos. En el reemplazo del concepto por la palabra, desaparece la génesis del concepto, es decir precisamente lo que hay que desentrañar. La deconstrucción-reconstrucción12 que propongo a lo largo de estas páginas concierne la historicidad del concepto: su génesis y su 11. En el Londonderry Journal del 31 de octubre 1849, encontramos la palabra “populists”, en un sentido similar al definido en el Oxford English Dictionnary (“A per- son who seeks to represent or appeal to the interests of ordinary people”) sin excluir la posibilidad de ser entendida como “poblar” (to populate). El uso del antecedente popu- larist en un sentido jocoso o para designar partidos políticos en la prensa está atestado por lo menos desde 1849 y 1859 en Estados Unidos y en Gran Bretaña respectiva- mente: https://english.stackexchange.com/questions/371198/origin-and-evolution- of-the-term-populist (consultado el 10 /08/2020). Tampoco es correcta la referencia a Francia. Es cierto que la prensa cotidiana francesa informó abundantemente sobre “le Parti populiste” de los Estados Unidos, pero, en la misma época, se hizo referencia al “populisme” en el Imperio ruso. En los prestigiosos Annales de l’Institut international de Sociologie de 1896 (pp. 419, 422) se puede leer que los “populistas” (se refiere a los narodniki) exigen “la parcellation des terres seigneuriales” y se cita el órgano de los “populistes, Glos (La voz)” (en este caso se trata de Polonia, en ese momento parte del Imperio ruso). En 1899, L’Humanité nouvelle: revue internationale. Sciences, Lettres, Arts, evoca los “‘narodniks’, des ‘populistes’” (p. 456). El 19 de mayo de 1900, La Lec- ture: magazine littéraire, leemos en la p. 47, a propósito de un revolucionario ruso que “il s’était affilié aux parti des ‘populistes’”. 12. “Deconstruir” para “desedimentar estructuras” que “forman el elemento dis- cursivo en el cual nosotros pensamos”, operación en sí misma “histórica” (Derrida, 1987 y 2004). La legitimidad de la lógica populista 377 Claudio Sergio Ingerflom lógica. Las conclusiones serán una invitación a tomar en cuenta la reac- tivación –“ese algo específico de la historicidad” en palabras de Ricœur citadas en el epígrafe– contemporánea, tanto de elementos constitu- yentes de la estructura histórica del siglo XIX ruso, como de los sedi- mentos13 semánticos fundamentales del concepto populismo que origi- nariamente la registró y de la cual fue un factor activo (Koselleck, 2001). 2. Los tiempos del concepto A. Pluralidad temporal Si la historia se desplegase en un tiempo singular y natural, cronoló- gico, podríamos fácilmente concebir acontecimientos ocurridos hace un siglo y medio como un pasado irremediablemente pasado. Pero la historia no se despliega en un tiempo, sino en una pluralidad de tiem- pos, que no son ni naturales, ni meramente cronológicos, sino que se definen por sus significados. Los componentes de una estructura his- tórica poseen temporalidades diferentes, pero que coexisten en ella, invalidando de esta manera la alternativa entre sincronía y diacronía (Koselleck, 1993: 123). B. Sedimentos temporales Estos componentes han sido llamados sedimentos semánticos y tem- porales: una metáfora que remite a antiguas formaciones geológicas 13. La palabra alemana y título del libro de Koselleck es Zeitschichten, que re- une “tiempo” (Zeit) con “estrato” (Schichten). La asociación con “historia” (Geschichte) es natural en alemán. Etimológicamnte Geschichte proviene de Geschehen (suceso, ocurrencia, acontecimiento) y de Gesteinsschichten (estrato de roca). La traducción corriente en español de Zeitschichten es “estratos” de tiempo. En la edicion en inglés, los traductores han sin embargo elegido “sedimentos” y explicado la razón: “This term (Gesteinsschichten) presents a spatial image of different coexisting layers, but also alludes to the process of these layers accruing or sedimenting at different speeds. It is in good part to access this process of accretion (and erosion) over time that we have chosen to translate Zeitschichten as “sediments” of time rather than the more geologically precise “strata”. The metaphor of sediments captures the gather- ing, building up, and solidifying into layers of experiences and events, as well as the tensions and fault lines that arise between different kinds of sedimnted formations (all metaphors that Koselleck uses throughout his wrintings)” (Hoffmann, 2018: XIV). 378 con dimensiones y duraciones temporales propias que inciden en la textura de la superficie terrestre a la vista, y pueden producir acon- tecimientos históricos (Koselleck, 2001: 35). En consecuencia, esas experiencias remiten “a lo contemporáneo de lo no contemporáneo o, inversamente, a lo no contemporáneo en lo contemporáneo” (Ko- selleck, 1993: 346).14 Los conceptos, parafraseando la famosa relación entre inconsciente y lenguaje teorizada por Lacan, son isomorfos con la historia en acto que registran: como ella poseen una estructura temporal compleja, y están también compuestos por sedimentos se- mánticos que sintetizan diversos momentos históricos. Es por esto que en rigor “los conceptos en tanto tales no tienen historia; contie- nen historia, pero no tienen ninguna” (Koselleck, 2006: 374).15 Este postulado se confirma en el caso del populismo.16 Si bien fue un re- sultado de la modernidad política, el populismo sin embargo entró en escena precisamente con el objetivo de conquistar la modernidad política, democracia social incluida, en ese inmenso territorio ruso, imperial, autocrático y exterior a la modernidad. Al mismo tiempo, el populismo se desplegaba y sigue haciéndolo, en la red conceptual de la modernidad política a la que pertenece, signada por la soberanía popular. Es hijo, padre y esposo de la política moderna... Surgió de algo, para lograr sin embargo “lo mismo” pero con “disparidad” incluida (el das Selbe de Heidegger en el epígrafe). Pare- cería una paradoja, pero es decisiva a la hora de comprender la sig- nificación del populismo. Era Jano: el proyecto populista miraba con 14. He modificado ligeramente la versión publicada. En el original: “Alle die- se Erfahrungen verwiesen auf Gleichzeitigkeiten von Ungleichzeitigem bzw. umge- kehrt auf Ungleichzeitiges zu gleicher Zeit” (Koselleck, 1995: 363). Esta tesis produce sentido, pero a condición de entenderla como una clave para esclarecer la compleji- dad temporal de toda estructura histórica y no para abonar la teoría neocolonialista de la modernización y su tesis sobre pueblos atrasados o subdesarrollados. 15. “Begriffe als solche haben keine Geschichte. Sie enthalten Geschichte, haben aber keine”, R. Koselleck, “Begriffsgeschichtliche Probleme der Verfassungs- geschichtsschreibung”. 16. Es significativo que Gino Germani, refiriéndose a las condiciones histó- ricas a las que corresponde el populismo latinoamericano transcriba al español el cultural lag inglés como “la simultaneidad de lo no contemporáneo”, la misma expre- sión que luego utilizará Koselleck para designar la coexistencia de estratos de tiempo diferentes en la misma estructura histórica (Germani, 1973: 12). La legitimidad de la lógica populista 379 Claudio Sergio Ingerflom un ojo a la modernidad liberal obtenida en el occidente europeo, pero con el otro apuntaba no a lo igual, sino a lo mismo, cuya disparidad era su posible más allá. C. Las aporías de las interpretaciones dominantes Es entonces difícil aceptar la difundida interpretación del populismo como el resultado perverso de la debilidad de la democracia liberal o de su crisis, ya que el populismo nació, al contrario, del doble triunfo (1789, 1848) de esa misma democracia en plena expansión, pero con la voluntad de radicalizarla y, subrayémoslo, en una civilización que la desconocía porque se movía sobre otros rieles. Escucho la réplica: “la interpretación corriente se refiere al populismo actual y las debilidades son las de la democracia presente”. Es cierto, pero la aporía de esta interpretación sale a la luz cuando se tiene en cuenta la analogía y con- catenación entre (a) la relación del populismo original con la estructu- ra histórica de la cual fue un índice y (b) la misma relación existente hoy entre el populismo y el neoliberalismo. Una dificultad similar sur- ge de la concepción del populismo como una cáscara vacía que puede llenarse con cualquier contenido social, político o ideológico, opresor o emancipador: en el populismo se plasmó una nueva concepción de la historia mundial, un análisis de condiciones históricas particulares rusas, periféricas del capitalismo central y el proyecto a la vez de un nuevo ordenamiento jurídico-político y de un nuevo tipo de sociedad. Ese sello no era ambiguo. El populismo nació óntico, no ontológico. Mi cuestionamiento de las tesis hoy dominantes surge de la toma en consideración de la historia contenida en el populismo, por- que en ella se forjó una concepción determinada del pueblo, es decir una conciencia de la “relación temporal entre conceptos y estados de cosas”, precisamente lo que Koselleck ha definido como “la clave de la historia conceptual” (Koselleck, 2012: 31). D. Concepto de movimiento En la Rusia imperial de las décadas 1820-1870, cuna etaria del popu- lismo, lo contemporáneo era el país agrario con un apenas naciente capitalismo y una población dividida no en clases sino en estamentos 380 jurídicamente desiguales, el todo coronado por la total ausencia de representación política. Lo no contemporáneo en Rusia era el ideal so- cialista proyectado hacia el futuro, pero elaborado anteriormente en una sociedad francesa, ya burguesa, producto de un capitalismo que en Rusia sólo podía ser el futuro que los socialistas rusos pretendían evitar o combatir. En esta estructura tritemporal –futuro, pasado y presente– se descubre una función de lo “no contemporáneo”. El po- pulismo se revela un concepto “de movimiento” como llamó Koselleck a los que “encontraron en el sufijo ismo el denominador temporal co- mún”: la capacidad de abrir expectativas proporcionalmente inversas a la escasa, o nula, experiencia sobre la que descansan y a vehicular elementos cargados de futuro, indicando el camino a seguir.17 Su fór- mula es tajante: estos conceptos de movimiento, como republicanis- mo, liberalismo, socialismo, comunismo... “se apuntan genéticamente el futuro en su haber” (Koselleck, 1993: 325). 3. La génesis del populismo: cuando “national” y “populaire” se fusionan A. La invención consecutiva de dos significantes: “nacional-popular” (naródnost)18 y “populismo” (naródnichestvo) Como es sabido, los revolucionarios rusos de las décadas 1860-1870 fueron los primeros en ser llamados naródniki19 (populistas). Ellos asumieron el epíteto. Se expresaron a través de diferentes corrientes, pero compartían el mismo origen y una serie de principios –la cons- 17. Por ejemplo, la relación establecida por Kant entre el concepto de movi- miento “republicanismo” y el de “república” (Koselleck, 1993: 324). 18. No utilizo ninguno de los sistemas internacionales de transliteración ni los signos diacríticos. He transcripto las letras rusas según la fonética española. Para los sonidos no existentes en nuestra lengua empleo la transcripción inglesa (zh, sh, shch). En cuanto a los nombres propios que ya han adquirido notoriedad (por ejem- plo, Herzen y no Gertsen) guardo la forma ya consagrada. 19. La palabra naródnik era un sustantivo antiguo. Significaba hombre senci- llo (prostói), no perteneciente a rangos sociales superiores (neznátnyi), villano (pros- toliudin) (Avanesov, 2002: 184). Pero, al mismo tiempo naródnik’ designaba igual- mente al dimot’ (calco del griego), el colector de impuestos, un personaje situado relativamente alto en la escala jerárquica (Srednevskii, 1893: columna 321). La legitimidad de la lógica populista 381 Claudio Sergio Ingerflom trucción del “pueblo” como sujeto político “autónomo y consciente” (Volk, 1964, 1: 29), la atención a las particularidades rusas, la democra- cia como objetivo inmediato, el socialismo como fin– que justifican el calificativo colectivo de naródnichestvo.20 La raíz de naródnichestvo es “pueblo” (naród), por lo que se ha difundido una explicación simple del término, que se agota en su referencia transparente al pueblo. Su genealogía lingüística es no obstante más compleja y autoriza otra interpretación del significante, más pertinente y preñada de futuro. Entre el antiguo término naród y el nuevo naródnichestvo se produ- ce en el primer tercio del siglo XIX, un acontecimiento lingüístico y conceptual decisivo: se forja el concepto naródnost.21 Es indispensable detenerse en él. Desde el primer cuarto del siglo XVIII, “pueblo” (na- ród) era un equivalente de “nación” (natsia). Se usaba “nación” prefe- rentemente para los otros países y “pueblo” para los propios rusos.22 Después de la Revolución francesa, natsia cambia de significado, acer- cándose a nation en el sentido político francés e incluyendo la idea de una organización jurídico-política supraestamental. Es así como en el 20. Naródnichestvo está formado por naród (plebe, pueblo), ch (elemento de la raíz) y el sufijo estv, más la terminación de género neutro o). Con este sufijo mas la terminación de género se forman sustantivos que poseen diversos significados. Ejemplos: una unión de personas definida por la raíz (brat-stvo = hermandad); una institución (pravitel-stvo = gobierno); un rasgo general (bogat-stvo = riqueza). En la semántica de naródnichestvo domina el sentido de asociación de personas compar- tiendo una ideología común. 21. Richard Pipes (1964) deriva naródnichestvo directamente de la palabra na- ród, lo que empobrece substancialmente la semántica de naródnichestvo. 22. La noción habría sido asimilada en la Rusia Moscovita a partir de media- dos del siglo XVII, cuando una parte de lo que hoy es Ucrania fue anexada y se inten- sificaron los contactos con la jerarquía religiosa de Kiev. A su inicial connotación re- ligiosa se agregó entonces una significación etno-política. Durante el siglo XVIII, “no había ni tensión ni contradicción entre los conceptos nación e imperio”. Pero desde su introducción en la lengua rusa a principios del siglo XVIII, la palabra natsia (na- ción) denomina tanto al país como, y ante todo, al estamento de la nobleza. En con- secuencia, hacia fines del siglo XVIII, en ese país donde se ignoraba la representación de los estamentos, se desconocían los cuerpos intermedios y la nobleza había sido liberada del servicio obligatorio al monarca recién en 1762, la palabra “nación”, en la medida en que implicaba el reconocimiento de los derechos del estamento noble, era utilizada en los debates sobre la limitación del poder del monarca y la obtención de una constitución y de instituciones representativas (Miller, 2012). 382 La legitimidad de la lógica populista primer cuarto del siglo las élites gubernamentales y culturales utili- zan natsia en relación con la idea de la representación. B. El pueblo es libre o no es pueblo Mijaíl Speranski, alto funcionario con simpatías por el liberalismo es- timaba a principios del siglo XIX, que la nación era el resultado de una práctica política y apuntó en su diario íntimo: “Veo en Rusia dos situaciones: la de los esclavos del Amo23 y la de los esclavos de los terratenientes. Los primeros son libres sólo en relación con los segundos, pero no hay en Rusia gente realmente libre salvo los más miserables y los filósofos. Primero habrá que crear/construir (sozdat) este pueblo [el de los libres, C.S.I.] para darle luego una forma de representación.” (Miller, 2012: 16). No solamente el pueblo es una construcción, sino que sólo es pueblo si es libre. Es una línea de pensamiento que el populismo hará suyo. Los términos nación (natsia) y pueblo (naród) son aquí equivalentes, pero el primero depende de la posibilidad de constituir el segundo, lo que presupone ciudadanos libres. El poeta Pestel,24 a principios de la década del 20, pensando en el francés nation, escribe “pueblo” (naród). En su texto, el “pueblo ruso” era una comunidad étnica de ciudadanos viviendo bajo un régimen jurídico-político que se aproximaba mucho al Estado surgido de la Revolución francesa. Es el comienzo del ocaso de la palabra natsia.25 23. En la titulatura del zar, el término Gosudar, el más utilizado en el discurso común para designarlo a lo largo de toda su historia, significaba “Amo” como en la expresión (amo de esclavos) (Ingerflom, 2016 y 2018). 24. Pavel Pestel, uno de los jóvenes oficiales que encabezaron la fallida tenta- tiva de derrocamiento de Nicolas I en diciembre 1825. Soñaban con las libertades que ellos o sus padres habían disfrutado en el París post napoleónico. Estaban inspirados por la revolución española, indignados contra la servidumbre y decepcionados por el abandono de las reformas prometidas por Alejandro. Cinco de ellos, entre los cuales Pestel, fueron ahorcados y sus camaradas deportados a Siberia. 25. Después del fracaso de las insurrecciones decembrista de 1825 y polaca de 1831-1832, el tema de la representación nacional desaparece del lenguaje en los círcu- los oficiales. El término natsia pasó a ser subversivo, incompatible con la autocracia: adquirió una dimensión polémica. 383 Claudio Sergio Ingerflom C. El concepto progenitor del concepto populismo... Mientras tanto, el príncipe, poeta y políglota Piotr Viazemskii, diri- giéndose a las élites escribía en su poema “Indignación”, muy leído por sus contemporáneos: “Del zar veo los súbditos / Pero, los ciu- dadanos de la patria ¿dónde están?” (Viazemskii, 1923: 231). En ese marco se movía su pensamiento, cuando reflexionando en 1819 sobre cómo traducir los conceptos políticos franceses, propuso para natio- nalité, pero a partir de la raíz naród (pueblo)26 –calcando el polaco na- rodowosc–, una palabra nueva: naródnost27 y cuyo significado precisó en una polémica de 1824: “Cualquier persona instruida sabe que la palabra natsional’nyi (“nacional” como adjetivo, C.S.I.) no existe en nuestra lengua; sabe que en ruso la palabra naródnyi responde a dos palabras francesas: populaire y national y que decimos “canciones naródnye” y “espí- ritu naródnyi” para lo que los franceses dirían chansons populaires y esprit national.” (Badalian, 2006: 112-113). Citando estas líneas, Alexey Miller concluye muy acertadamente que esta tensión entre lo nacional y lo popular estará mas tarde en el cen- tro de la reflexión política del populismo ruso (naródnichestvo) (Miller, 2012: 19). Lo popular incluía lo nacional y así se conformaba una ca- dena significante en tres pasos: de “pueblo” (naród) a “popular” –“na- cional-popular” (naródnyi-naródnost), y de esa pareja a “populismo” (naródnichestvo).28 La palabra pueblo se usaba entonces para desig- 26. Narod está construido por la preposición de lugar na (como prefijo, pue- de formar adjetivos y sustantivos que significan algo que se encuentra sobre algo; ejemplo: nastennyi - sobre la pared) y el sustantivo rod que significa la organización humana primaria, por lazos sanguíneos, clan, tribu, así como género (femenino, mas- culino, neutro), etc. Ródina significa en ruso “país natal” (posteriormente “patria”), en checo y eslovaco “familia” como en ucraniano y bielorruso (pero en estos casos con el acento sobe la “i”); ligera variación en polaco: rodzina. 27. Narodnost: al sustantivo de la raíz narod, el sufijo ost le adjudica un alto grado de generalidad y abstracción –ejemplo: zakón (ley) y zakónnost (legalidad)– que alberga rasgos peculiares. Naródnost es a naród lo que “hispanidad” es al sus- tantivo “hispano”. En el caso de “pueblo”, en las lenguas latinas debemos recurrir a expresiones como “espíritu del pueblo o popular”. 28. Estoy señalando la dirección de los desplazamientos semánticos, no un 384 nar los habitantes pertenecientes a los estamentos inferiores (Zhivov, 2009: 18).29 Como se sabe, “nacional y popular” es el otro nombre del populismo en América Latina, donde dejó de ser una pura categoría sociológica de interpretación elaborada por intelectuales hace medio siglo (Germani, 1973) para convertirse en la consigna –incluso en un código de reconocimiento: “nac-pop”– con la que se identifican acto- res políticos y sindicales, por ejemplo el peronismo. De esta manera, se conceptualizó en naródnost el campo semán- tico común entre naród (“clan” y el derivativo “país natal”) y nation (natalis, natio, nativus). El procedimiento es similar al ocurrido en alemán (Volkstum).30 Aunque en la literatura se lo ha señalado como un calco del alemán, el concepto ruso naródnost nace de un diálogo con la cultura política revolucionaria francesa y bajo la influencia del romanticismo. Lejos de ser una traducción espontánea, es el resultado de una reflexión anclada en la diferencia, aunque el objetivo –“una patria de ciudadanos”– no fuese muy distinto del francés. Viazemski produce así una fusión de los dos términos “popular” y “nacional” que pocos años después sustentará la palabra “populismo”. Reitero, estamos aquí ante un acontecimiento semántico y temporal comple- jo, fundamental, eslabón lingüístico entre la Revolución francesa y el populismo, constituyente y determinante en la génesis y la lógica del este último.31 orden consecutivo y unívoco: en un momento de formación de términos y en cierta medida, los usos podían depender de los autores. 29. Viktor Zhivov puso de relieve la difusión del adjetivo popular (narodnyi) en la formación de la estructura conceptual soviética (por ejemplo: narodnyi sud - tribunal del pueblo, narodnyi komissar - comisario del pueblo [ministro], narodnyi zasedatel - jurado del tribunal del pueblo, etc.) y concluye que esta práctica discursiva se orientó desde el principio del régimen soviético a construir su legitimidad sobre la pareja conceptual “pueblo – poder” y no, como en la Europa contemporánea, sobre la pareja “sociedad – Estado” (Zhivov, 2009: 18-19). 30. “La palabra Volk experimenta aproximadamente desde 1800 una revaloriza- ción de su significado que podía o debía poder abarcar el sentido de “pueblo del Esta- do” (Staatsvolk), entendido como “Nation” y como población; así de igual modo, nation y peuple devendrán en concepto común” (Brunner, Conze y Koselleck, 1992: 143). 31. Se ha postulado que no hay relación alguna entre la categoría gramsciana nazionale-popolare y la naródnost ya que el concepto ruso pertenecería ante todo a la crítica literaria en nombre de los ideales románticos (Luporini, 1995: 44-45, 47-48). La legitimidad de la lógica populista 385 Claudio Sergio Ingerflom Naródnost era una novedad. Pero irrumpió con fuerza y se di- fundió rápidamente al ser oficializada en 1831 por el conde Serguei Uvárov. ministro de la instrucción pública, quien ideologizó el térmi- no incluyéndolo en la famosa triada con la que definió el ser del Im- perio ruso y lo que había que inculcar a sus sujetos: “la religión orto- Aislar así la crítica literaria de la reflexión política no se corresponde con la Rusia de los siglos XVIII-XIX. Bajo Pedro el Grande, la reforma de la lengua suscitó una opo- sición religiosa y política: estaba en juego nada menos que la orientación al modelo bizantino o su rechazo y, en consecuencia, la relación entre el poder eclesiástico y el imperial, la independencia de la iglesia según el modelo romano o su contrario, el ideal del monarca ilimitado en Rusia. (Zhivov 1996: 126-139). Viazemskii fue crticado justamente en nombre de la relación de la fórmula con la política (Dmitriev, 1996 [1824]). Luporini escribe que la síntesis semántica rusa «nacional–popular» se des- hace con el surgimiento del populismo y que este privilegia «la impronta de clase». Sin embargo, como veremos, los populistas reafirmaron la síntesis y explicaron que en Rusia no se podía pensar en términos de clase. Schirru estima que la fuente de Gramsci es el vocabulario soviético de los primeros años de la URSS (Schirru, 2009: 252-253. Agradezco a Anxo Garrido Fernández el haberme indicado este artículo). Sin embargo, es útil recordar (a) Gramsci señala que nacional y popular son sinónimos en ruso (Gramsci, 2000, 6: 42), (b) la preocupación común del populismo y de Gramsci sobre la ausencia de un liberalismo victorioso en ambos países –Chernyshevskii, maître à penser del populismo político ruso escribió en 1861 un muy leído artículo, titulado «El conde Cavour»– y la convergencia de Gramsci con las ideas de la co- rriente populista que se volcó al marxismo. Una famosa expresión suya casi coincide con una frase de Pavel Axelrod: «La sociedad rusa en su conjunto, todo el pueblo ruso en tanto que fuerza social no experimentó en la vieja Rusia una vida activa. Sólo el Estado era una fuerza histórica activa. En cuanto a la sociedad, jugó el rol [...] de la cera, a la que el poder del Estado atribuía, en función de sus necesidades sociopolíticas tal o tal forma. Si Rusia marchaba más o menos hacia adelante, lo debía menos a la presión y al crecimiento orgánico y espontáneo de fuerzas sociales que al desarrollo y a la complejidad creciente de los intereses y las necesidades inmediatas del Estado», (Akselrod, 1925: 249). En Gramsci: «En Oriente, el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil» (Gramsci, 1962: 95-96). Esa idea fue esbozada en los años 1840-1850 (Belinskii, 1956, XI: 546; Chernyshevskii, 1950: 596, 694-695). Gramsci leyó el artículo de Leone Ginzburg. «Garibaldi e Herzen» (La Cultura. Octubre-diciembre de 1932, año XI, fascículo IV, 726-749) y leyó o tenía referencias de las memorias de Herzen (Quaderni del carcere, 23 (VI), 46-47). Allí, Herzen reivindica la relación entre política y poesía subyacente a la narodnost y cita en ejemplo a Italia (Herzen, 1954-1965, IX: 134). Gramsci pudo también tener informaciones a través de su suegro, Apollon Shukht, admirador de Herzen. 386 doxa, la autocracia y la naródnost”. Su objetivo consistía en lograr una “civilización nacional”, un espíritu nacional-popular (naródnost) “en conformidad con las intenciones y las opiniones del gobierno”. Como lo sintetizó Alexandre Koyré, retomando los escritos de un contem- poráneo de Uvárov, “la fórmula era trinitaria solo por su forma: au- tocracia era el término que tenía allí una importancia preponderante mientras que los otros dos, sobre todo naródnost sólo tenían valor en función de la autocracia”; bajo la pluma del ministro como de otros escritores oficialistas, el único significado del término era “la fidelidad a la autocracia y al orden establecido” (Koyré, 1976: 297, 302-303).32 Si aceptamos con Koselleck (2009: 96-98), que cuatro criterios definen la modernidad de los conceptos, entonces naródnost es un concepto moderno y no solo por su fecha de nacimiento. En primer lugar, es un “concepto de meta”: sus significados se “temporalizan”. En sí mismo puede ser estable, sintetizando un momento del movi- miento, pero integrándose en éste, anticipando el futuro.33 En segun- do lugar, se amplió –en términos de Koselleck se “democratizó”– el ámbito de su utilización: de una reflexión sobre la traducción, se ex- pandió impetuosamente, omnipresente en las disciplinas académicas –etnografía, historia, filología, filosofía– y fue un tema candente en la literatura como en las polémicas entre ensayistas, políticos, artistas (Leskinen, 2010). En tercer lugar, a partir de la triada de Uvárov la 32. Uvárov estimaba que la narodnost consistía en el “derecho servil” que re- guló la servidumbre del campesinado en la Rusia europea hasta 1861 (Koyré, 1976: 304 n. 23). 33. “La fórmula de Uvárov estaba destinada no a nombrar sino a crear algo; ella no describe, sino que apela a la acción; su carácter performativo es particular- mente evidente aplicado a la naródnost” (Bogdanov, 2006: 138). “Uvárov definió la ortodoxia y la autocracia como principios estáticos, sostenidos por el pasado, pero la naródnost, al contrario, era en su concepción un principio dinámico apuntando al futuro” (Simosato, 2016: 91). En 1841, Belinski explicaba que “natsionálnost (nacional/ idad)) lleva en sí no sólo lo que fue sino lo que será y puede ser, [mientras que] na- ródnost es su primera etapa”, pero por ahora “somos gente que estamos fuera de la sociedad porque Rusia no constituye una sociedad” (Belinskii, 1956: 546). Le interesa la construcción de la nación: una población es una nación, “pero como posibilidad, no como realidad, de la misma forma en que un niño es un adulto como posibilidad” (Miller, 2012: 26). La metáfora de la infancia y de la adultez se utilizó frecuentemente para caracterizar la relación entre la naródnost y la nación (Leskinen, 2010: 28-29). La legitimidad de la lógica populista 387 Claudio Sergio Ingerflom “ideologización” fue irreversible: el concepto fue empleado de manera diferente según los intereses sociales en juego y las opciones políticas de los utilizadores.34 Por último, su “politización” fue notoria. La sig- nificación que le atribuyó Uvárov dio rápidamente lugar a la fórmula “teoría oficial de la naródnost”: se trataba de reemplazar el término “nación” comprometido con las vanas esperanzas liberales. Las po- lémicas fueron duras como testimonia Iván Aksakov (1823-1886), el padre del movimiento eslavófilo: “alrededor de este término, como si fuese un centro, se agrupó toda la lucha y se rompieron lanzas encar- nizadamente durante casi veinte años” (Badalian, 2006: 109). Mientras tanto, en Francia “no era el léxico de la nación sino el de las clases sociales que ocupaba el lugar central en los discursos enfrentados de las nuevas fuerzas políticas” (Noiriel, 1995: 13).35 Sinteticemos: el concepto naródnost nace en condiciones histó- ricas exteriores a la construcción original de la modernidad política europea, como expresión y anhelo de un recorrido particular hacia el constitucionalismo. Es moderno, heredero legítimo de la Revolución francesa, pero persigue una modernidad que sólo es futuro. En sí mis- mo, lo nacional-popular era un índice de la situación periférica con respecto al occidente europeo. Al mismo tiempo naródnost es un con- cepto que podemos llamar progenitor y que va a gestar algo que no será precisamente del gusto del zarismo, como ya lo señaló Koyré: para la autocracia, “el hecho mismo de mencionar y distinguir la naródnost planteaba un problema y los esfuerzos consentidos para resolverlo iban finalmente a terminar enfocando la naródnost [...] en oposición al poder como lo harán Herzen y el populismo (naródnichestvo)” (Ko- yré, 1976: 297). La estructura semántica de naródnost –la fusión de lo nacional y de lo popular– dará a luz un nuevo concepto –populismo–, 34. Naródnost se caracterizó por su peculiaridad y la pluralidad de sus signifi- cados: Pushkin no fue el único en quejarse de la “indefinición” del término (Leskinen, 2010: 27-28). 35. Más tarde, hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se modifica el sentido de naródnost: designa ahora a los pueblos alógenos del imperio, a los otros eslavos –bielorrusos, ucranianos– y a naciones como Polonia, todos bajo dominio ruso. El adversario declarado de naródnost pasó entonces a ser el nacionalismo ruso, que exigía un lugar privilegiado para la nación rusa en tanto “nación estructurante del Estado” (gosudartsvoobrazuiushaia) (Miller, 2012). 388 como índice de una estructura histórica no sólo periférica, sino y ante todo, históricamente nueva. Paralelamente, naródnost se incorporará al nuevo concepto de populismo para devenir junto con él un factor lingüístico de la toma de conciencia de esa nueva estructura, al punto de ser bandera y programa para varias generaciones de combatientes contra la autocracia: los naródniki, los populistas rusos. Sin embrago, como es sabido, los hijos se rebelan parcialmente contra los padres: contra la naródnost opresora oficializada por el ministro Uvárov, los naródniki enarbolarán lo nacional y popular imprimiéndole la con- cepción del pueblo heredada de la Revolución francesa, el pueblo de la “igualibertad” según la bella fórmula de Étienne Balibar (Balibar, 2010) y una nueva temporalidad en pos de tres objetivos: la tierra y la libertad para los campesinos, el constitucionalismo y el socialismo. Por primera vez el término “populista” parece haberse usado en los años 1860, cuando los partidarios del orden autocrático llamaron despectivamente “populistas” a los intelectuales que se solidarizaron con las exigencias de los oprimidos y si bien se trataba de un uso no sistemático de la palabra, el significado que le atribuyeron es sintomá- tico (Shelgunov, 1968: 64, 70). 4. La lógica populista A. Índice y factor de una estructura histórica nueva El populismo no nació como un significante vacío sino como un con- cepto, susceptible de un estudio onomasiológico y semasiológico. Si aceptamos la acepción koselleckiana,36 se trata de un concepto porque en él se inscribe una nueva estructura histórica. A la realidad sociopo- lítica –despotismo, gobierno legitimado por la religión, ausencia total de representación política, población dividida en estamentos jurídicos desiguales, campesinado en la servidumbre y la política aún subsumi- da en la teología– se le sumaron ideas y anhelos, productos de otra estructura histórica: se enarboló la democracia constitucional como futuro inmediato, al que seguiría el socialismo en tanto futuro ulte- 36. “Una palabra se convierte en concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa una pa- labra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra” (Koselleck, 1993: 117). La legitimidad de la lógica populista 389 Claudio Sergio Ingerflom rior. Al presente ruso se agregaron así dos futuros que no eran sino el presente francés y el futuro que le atribuían a ese presente. Al mismo tiempo, la lucha en Rusia por ambos ideales futuros debía desplegarse en un presente sin capitalismo, sin sociedad burguesa y sin clases ni lucha de clases, todos ellos factores sin los cuales ni la democracia liberal ni el moderno proyecto socialista hubiesen sido posibles en Francia. En consecuencia, los rusos tuvieron que pensar la integra- ción de dos dinámicas históricas muy diferentes en los marcos de la especificidad nacional y, como parte de esta, el lugar de un pueblo escindido en sectores que no constituían clases modernas. En otras palabras, debieron pensar una inédita fusión de experiencias. El con- cepto populismo es un índice de esa realidad y de sus posibilidades de cambio, pero también es un factor, porque su función y su eficacia no provienen solamente de ella: el concepto intervino en el contexto abriendo nuevos horizontes y designando un proyecto revolucionario encarnado en fuerzas políticas y sociales. El imperio ruso era ajeno a la democracia liberal y periférico del capitalismo central: prefiguraba, haciéndolas coexistir dentro de sus fronteras, las principales forma- ciones del mundo actual. Era un mundo de mundos, presentes y futuros. B. Nacional-Popular Junio 1848. París otra vez. Los trabajadores urbanos en la calle con la voluntad de transformar la democracia liberal en social son masa- crados por el ejército ante el silencio de la Francia burguesa y cam- pesina. En los círculos socialistas emerge el consuelo de “la próxima vez...” y un cierto Manifiesto promete el reino de la clase obrera. Hay sin embargo un testigo socialista que desentona. Alexandre Herzen, exiliado ruso, conoce bien la situación francesa, pero piensa desde el exterior y más aún, reivindica ese lugar periférico como el que permi- te comprender lo incomprensible desde el interior de una Francia que encarna el poder histórico de la burguesía. Escucha a pocas cuadras las salvas –están fusilando a los prisioneros– y se decide, frente a la derrota, pero fiel a sus principios socialistas, a presentar el conjunto de sus convicciones ante “el incorruptible tribunal de la razón” que 390 reemplaza a “la creencia religiosa”. Lo circunstancial y coyuntural ex- cluidos, su reflexión se centra sobre lo que considera el final de una época plurisecular y el inicio de otra. En los meses que siguen va a re- dactar los textos fundantes del populismo, cuya radical novedad sólo podía abrirse paso desde otra historia...37 y desde la derrota.38 La historia francesa, estima Herzen, se caracteriza por una sin- cronía relativa entre (a) el desarrollo capitalista, (b) la constitución de clases sociales singularizadas, actores principales de las luchas políticas y sociales y (c) el desarrollo de las ideas socialistas. Es una dinámica, agrega, que se agotó: la democracia política ya no podrá transformarse en democracia social; no habrá en esta parte del mun- do más revoluciones con la dimensión de 1789. Pero, por otra parte, la historia mundial podría renovarse con la integración a lo que podría ser una suerte de su eje central, de nuevas áreas de civilización en las que la relación entre lo económico, lo social y lo político es marcada- mente asincrónica y con resultado incierto. Rusia, piensa Herzen, es candidata a jugar ese papel porque allí el capitalismo todavía no se desarrolló y la resistencia al socialismo será menor que en Occidente porque en mayoría, el pueblo ruso es un campesinado que vive orga- nizado en comunas donde se redistribuye periódicamente la tierra y las decisiones se toman colectivamente. Subrayemos: en el “nacional-popular” de Herzen y del popu- lismo, lo “nacional» no es una referencia a una esencialidad rusa o eslava ni a un falso patriotismo, sino la síntesis de una visión an- ti-evolucionista de la historia pensada en plural. “Nacional” signifi- ca comprender las alteridades igualadas en el respeto y la necesidad vital de tomar en consideración las historias particulares a la hora de promover una transformación socialista. Para Herzen, el oriente continental desconocía la sincronía occidental, el tiempo de la histo- 37. Herzen le explica las posibilidades abiertas por esa exterioridad en una carta de 1854 al director del periódico suizo L’Homme: “ce que je sais, c’est que l’Eu- rope n’a pas de témoin plus inopportun qu’un Russe” (1954-1965, 31-32: 500). En diciembre de 1848: “sí, soy un testigo, pero esto no es ni un rol ni mi naturaleza: es mi situación” (1954-1965, 6: 80). 38. Los escritos de Herzen sobre la caída del proletariado parisino son el me- jor ejemplo de la tesis de Koselleck sobre las ventajas intelectuales de los perdedores (Koselleck, 2001: 84-85, 92). La legitimidad de la lógica populista 391 Claudio Sergio Ingerflom ria se declinaba en un plural acentuado: la economía y la política se movían muy lentamente, mientras que la arcaica organización social –la comuna campesina de un pueblo “comunista”– podría acelerar el advenimiento de una nueva civilización. Podría porque Herzen es tan anti-teleológico como anti-evolucionista: “en la historia no hay libre- tto, si lo hubiese, sería lógica no historia; adelante no hay ni límite ni itinerario trazado” (Herzen, 1870: 46-47). Su reflexión se sitúa en el cauce abierto por las polémicas sobre lo nacional-popular, en opo- sición tanto a la doctrina oficial como a la conservadora y religiosa de los eslavófilos (Venturi, 1972, 1: 132-133, 141, 446). En Herzen, la fusión nacional-popular dibuja un horizonte de expectativas socia- lista que se despega radicalmente de la plurisecular experiencia de despotismo y de lo que los rusos mismos llamaban esclavitud (la ser- vidumbre jurídica del campesinado que será abolida recién en 1861). En otras palabras, Herzen piensa en un socialismo ruso, fundado en la realidad rusa. Con su fórmula “álgebras de la historia” (Herzen, 1954- 1965, 5: 98) invita a pensar ésta última como pluralidad de procesos y de temporalidades a escala mundial. En 1877 el veinteañero estudian- te y militante populista Georgui Zdanovich le respondió al tribunal especial del Senado que lo iba a condenar a 6 años y 8 meses de tra- bajos forzados que, si bien los ideales de la humanidad no conocían fronteras nacionales, tomaban forma según las condiciones históricas de cada país: el socialismo ruso debía moverse entre esos dos polos (Volk, 1964, 1: 358-359). En 1880, el primer número de Chornyi Peredel (Reparto igualitario de la tierra) bajo la dirección de los que consti- tuirían tres años más tarde el primer grupo marxista ruso (Plejánov, Akselrod, Zasulich, Deutsch, Ignatov) se abría con esa misma idea: nos fundamos en “la adición de dos factores: las enseñanzas generales de la ciencia y las condiciones particulares de la historia rusa. Reconocemos en el socia- lismo la ultima palabra de la ciencia sobre la sociedad humana, alfa y omega del progreso [...] conclusión de la sociología contemporánea igualmente válida para toda la humanidad [...] Pero apenas queremos aplicar concretamente estas ideas en nuestra patria, apenas partimos de las condiciones del desarrollo social en general para hablar de las con- 392 La legitimidad de la lógica populista diciones del progreso ruso en particular, la lógica de esas mismas ideas nos convierte en populistas-revolucionarios.” (Volk, 1964, 2: 141-142). En Herzen, el socialismo se apropia de lo nacional y popular y se reelabora sobre la base de esa fusión: surge entonces el populismo como concepto y movimiento político. En la estructura del concepto coexisten varios sedi- mentos temporales: el triunfo de 1789, la derrota definitiva de junio de 1848, la comuna agraria, momento objetivo, reliquia histórica, obstáculo al dina- mismo social, pero promesa de porvenir y el socialismo, momento subjetivo, suscitado por la modernidad occidental, concepto de “meta” (Koselleck), po- sible futuro común para la humanidad.39 C. Una invención historiográfica: el populismo ruso como fenómeno rural Cientos de jóvenes populistas intentaron a principios de los 70 estable- cerse en las aldeas para instruir a los campesinos con la esperanza de llevarlos al combate antiautocrático. Fue la famosa “ida al pueblo”, leja- na predecesora de los “establecidos” franceses del post 68 y de los mili- tantes latinoamericanos que fueron a las fábricas como obreros. Hasta ese momento la propaganda de las ideas socialistas había tenido lugar en los medios cultivados de las grandes ciudades rusas. La influencia de Bakunin fue decisiva para reorientar la actividad en dirección del campo.40 La decepción estuvo a la altura de las esperanzas. El estudiante Pável Orlov tenía 17 años cuando “fue al pueblo” y desde allí escribió al responsable de su grupo: la experiencia de estos meses “ha cambiado mis ideas [...] constaté la ausencia de solidaridad entre los campesinos [...] me sorprendió la falta de fronteras netas entre explotadores y ex- plotados dentro del campesinado: el sin tierra de hoy puede fácilmente ser mañana un explotador”. Más tarde, agregará: “el pueblo ruso toda- vía está mal preparado para la idea asociativa” (Volk, 1964, 1: 278, 423). Este tipo de testimonios fue generalizado.41 Herzen había acordado una gran importancia a la comuna agraria, pero –algo a lo que la historio- 39. Sobre la estructura multitemporal de los conceptos, ver Koselleck (2001). 40 Probablemente la palabra “populista” se difundió en ese momento en la terminología revolucionaria como epíteto burlón lanzado a los que impulsaron ese cambio de táctica (Tijomirov, 1892: 914). 41. “Considerado en su conjunto, el campesinado mostró tendencias que no 393 Claudio Sergio Ingerflom grafía no ha prestado atención– subordinó su papel al del movimien- to obrero: “El campesino terminará escuchando al trabajador urbano [...] y entonces sí será la verdadera revolución de las masas populares” (Herzen, 1870: 96). La etapa intensa de la “ida al pueblo” fue muy corta (1874-1877). Después de “siglos de esclavitud, arbitrariedad, humilla- ciones, degradación e ignorancia”, el campesinado, concluyeron los po- pulistas, no estaba en condiciones de construir una sociedad socialista: peor aún, podría devenir la base social capaz de legitimar un nuevo des- potismo.42 No era el pueblo francés del 89. Al mismo tiempo comenzó la propaganda en los medios obreros urbanos. Los populistas leían a Marx y establecieron contactos personales y epistolares con él (Ingerflom, 1988, 2017). Cuando se funda La Voluntad del Pueblo (Naródnaia Volia), la organización populista revolucionaria más importante del siglo XIX que logró ejecutar al zar en un atentado, su máximo dirigente, Andrés Zheliabov, propuso llamarla “Partido Socialdemócrata”, y solo el temor de ser asimilados a la socialdemocracia alemana condujo a la mayoría de los militantes a preferir un nombre ruso (Figner, 1932: 162-163).43 Nada justifica reducir el populismo ruso a una visión rural: desde su nacimiento en Herzen, el papel decisivo fue atribuido al proletaria- do urbano, Chernyshevskii la descartó rápidamente en tanto factor de una modernidad socialista. El movimiento fue en sus inicios el de una juventud en su mayoría urbana y educada y la apuesta por la comuna agraria duró el tiempo que los militantes intentaron asentarse en el medio rural y descubrieron que la comuna albergaba a explotadores y explotados en el seno de un campesinado que no poseía los valores que le habían atribuido a priori en algunos círculos intelectuales. tenían nada en común con el socialismo” (Plejánov, 1927, XXIV: 100). 42. Herzen señala que el campesino ruso ha sido degradado a la situación de “cosa”, peor aún que la del proletario; su comuna no es la negación superadora de la propiedad, sino la expresión del débil desarrollo económico ruso (Venturi, 1972, 1: 135). Chernyshevskii puso el acento sobre la inadecuación de la comuna a una sociedad socialista y la sumisión plurisecular del campesinado que podría llevarlo a legitimar un despotismo que se limitase a satisfacer sus necesidades más elementales (Ingerflom, 2017: 85-8; 1988: 48-64). 43. Vera Figner (1852-1942) fue una de las fundadoras de “Naródnaia Volia”. Arrestada en 1883, pasó 20 años encerrada en la tristemente célebre fortaleza de Schlusselburg, deportada en 1904 y liberada por la revolución de 1905. 394 La legitimidad de la lógica populista D. Dos partidos: el pueblo y los detentores del poder Recordemos que los estamentos rusos, aunque jurídicamente defi- nidos, poseían una relativa porosidad y recién desaparecen en 1917. Pensemos esa estructura social en contraste con lo que sucede en Francia, cuando el término clase se expande más allá del estrecho círculo de pensadores fisiocráticos y se inscribe en una terminología que ratifica y refuerza su empleo “anclándolo definitivamente en la independencia con respecto a las jerarquías de nacimiento” (Piguet, 1996: 175). Los populistas y los marxistas rusos tenían una aguda con- ciencia de esta diferencia entre el Imperio zarista y los países del capi- talismo central.44 El manifiesto clandestino La Joven Rusia (1862), una de las expresiones mas acabadas del populismo ruso (Venturi, 1972, 1: 523-547), sacudió a los círculos socialistas, a los sectores cultos e inquietó al gobierno, cuando afirmó con nitidez: Rusia se divide en “dos partidos enemigos porque sus respectivos intereses son diame- tralmente opuestos”. Por un lado, “el pueblo, explotado y humillado”. Enfrente, “los funcionarios, los terratenientes y en general los propie- tarios de riquezas, con el zar a la cabeza”, es “el partido imperial” (Sh- cherbakova, 2008: 160-169). Su autor, Piotr Zaichnevski, un estudiante de 19 años planteó la necesidad de una organización revolucionaria, jacobina y populista.45 Retomó dos postulados fundamentales de Her- zen: “ir al pueblo” y apostar a su “educación política y moral”. No se 44. El populista Zdanovich, en 1877, ante el tribunal: “No se observa ninguna lucha [...] La burguesía no existe [...] el clero no se constituyó en una corporación singular e independiente, fue subordinado al poder estatal. [...] No hay intereses de la nobleza, no hay una nobleza como estamento organizado e independiente” (Revoliut- sionnoe, 1: 363). Ya en su etapa marxista, el exdirigente populista, Pável Axelrod escri- bió: “En Rusia no existe la condición más importante para un combate político contra la burguesía, porque no hay clases políticamente dominantes: en lugar de esas clases tenemos al zar y sus funcionarios” (Akselrod, 1898: 15). Axelrod se lo explicó perso- nalmente al joven Lenin quien hizo suyo el razonamiento (Ingerflom, 2017: 181-184). 45. Del jacobinismo, La Joven Rusia rescataba el papel de la política y de la organización, pero proponía una visión descentralizadora y una estructura estatal federal para Rusia. En fiel discípulo de Chernyshevski, Zaichnevskii incluyó entre las primeras y más fundamentales exigencias, la emancipación y la igualdad de las mu- jeres. Varios de sus seguidores fueron más tarde destacados militantes socialista-re- volucionarios y bolcheviques (Venturi, 1972, 1: 547; Ingerflom, 1988: 105, 271, n. 21). 395 Claudio Sergio Ingerflom equivocaban los escribas del zar que redactaron el Acta de acusación contra los populistas juzgados en 1876, al destacar que éstos apelaban “a la destrucción del orden existente a través de una insurrección ar- mada de toda la masa del pueblo contra el gobierno y el zar”. Durante el juicio, Zdanovich declaró que “tanto en Occidente como en Rusia existe, por un lado un pequeño grupo, llamémoslo el de los privilegia- dos y por otro lado la masa, la mayoría, condenada a sufrimientos sin perspectivas” (Volk, 1964, 1: 351, 358).46 En esa tradición populista se inscribe el joven Lenin, que en 1900 divide en dos las fuerzas sociales en conflicto e insiste en que el partido debía priorizar “todos los pro- blemas democráticos sin limitarnos a las cuestiones estrechamente proletarias” (Lenin, 1975-1976: 4, 336).47 E. ¿Por qué somos populistas? Porque “El pueblo no es tonto” ... es una construcción La confianza original en las posibilidades naturales del socialismo en Rusia –lo que “evitaba tener que violentar su historia”48– derivó en una conducta que los naródniki definieron como contraria a la de aquellos que “miraban al pueblo desde arriba, en el espíritu de la Ilus- tración”. “Ir al pueblo” escribía un joven dirigente populista, es sinó- nimo de “fundirse en el pueblo” para “comprender sus necesidades” y llegar a ser percibido como “suyo” por él: “No hay nada que indicarle al pueblo sobre su situación de opri- mido. El pueblo lo siente mejor que nosotros. Nuestra tarea es ex- plicar las causas de la opresión y los medios para librarse de ella. Por ahora lo más importante es conseguir mejorar su situación económica y una mayor libertad para que pueda actuar en forma autónoma [...] El pueblo no es tonto.”49 46. La cursiva me pertenece. 47. Modifiqué la traducción publicada. El original en Lenin: 1960: 4, s 332. 48. En esos términos se presentaba en 1876 el programa de Tierra y Libertad, que en ese momento era la organización populista más importante e influenciada por Bakunin (Volk, 1964, 2: 27). 49. Carta (1873) de Serguei Golushev, 18 años, fundador del grupo de Orem- burg, a su madre (Volk, 1964, 1: 161-163). 396 Puesto que el pueblo debe llegar a ser un combatiente autónomo por su propia libertad, los militantes, en su mayoría, no concebían hablar en nombre del pueblo. La dirección de la Voluntad del Pueblo lo ex- plicitó: “Por supuesto, los miembros del partido no se consideran porta- voces y portadores de la voluntad del pueblo, sino que combaten por un régimen en el cual la voluntad del pueblo sea la que deter- mine las normas sociales.” (Volk, 1964, 2: 175 nota a). Por lo tanto, no correspondía a las organizaciones definir el futuro, sino que se pensaban como una ayuda a desencadenar la acción. El joven (17 años) Iván Klementev había “ido al pueblo”. Arrestado, de- claró a propósito de las intervenciones de los militantes populistas en las asambleas de las comunas campesinas: “Afirmábamos la necesidad de una revolución general y la des- trucción del orden existente. No proponíamos ninguna nueva for- ma de gobierno en reemplazo de la vieja. Decíamos que nadie, ni siquiera los agitadores que alentaban la revolución, debían ser los legisladores y constituyentes del nuevo orden, no debían dictar al pueblo la forma de gobierno, algo que sólo el mismo pueblo debía elegir.” (Revoliutsionnoe I: 336).50 Esta postura fue reafirmada oficialmente por La Voluntad del Pueblo en 1879: “Estamos convencidos que sólo la voluntad popular puede sancio- nar las formas sociales, que el pueblo sólo se desarrolla firme- mente cuando avanza por su propia iniciativa y en total libertad, cuando cada idea que se quiera materializar en la vida pasa pre- viamente por la conciencia y la voluntad del pueblo.” (Volk, 1964, 2: 171. La cursiva en el original). Aleksandr Mijáilov, uno de los que había “ido al pueblo” en 1876, de- claró, en el juicio donde lo condenarían a 20 años de trabajos forza- dos, que ellos “habían subordinado sus ideales socialistas a las ne- 50. La cursiva me pertenece. La legitimidad de la lógica populista 397 Claudio Sergio Ingerflom cesidades más urgentes del pueblo y por esa razón se llamaron a sí mismos ‘populistas’”51 (Pribyleva-Korba y Figner, 1925: 107). El tér- mino “subordinado” no debe prestar a confusión. Los testimonios de los actores están en total contradicción con las interpretaciones que presentan al populismo como una permanente concesión a cualidades supuestamente consustanciales al pueblo. Para los militantes se trata- ba en primer lugar, de extraer las lecciones de la “ida al pueblo”, dejar de lado un discurso incomprensible y tomar en cuenta las necesidades cotidianas e inmediatas del pueblo. Así, en el juicio por el atentado mortal del 1 de marzo de 1881 contra el zar, el máximo dirigente de La Voluntad del Pueblo, Andrei Zheliabov, dirigiéndose a las futuras generaciones de revolucionarios más que a sus jueces, explicitó esta concepción al definir al populismo:52 “El corto periodo durante el cual fuimos al pueblo nos mostró cuan librescas y doctrinaras eran nuestras intenciones. Por otro lado, nos convenció que en la conciencia popular había mucho que era válido, y en lo cual durante un tiempo podíamos apoyarnos, [...] consideramos imposible llevar a la conciencia popular el con- junto de ideales socialistas. Entonces, los socialistas nos hicimos populistas. Decidimos actuar a favor de aquellos intereses que el pueblo asumía como suyos, pero ya no en nombre de una doctrina pura, sino fundándonos en los intereses mismos de la vida del pueblo, y de los cuales el pueblo tiene conciencia. Este es el rasgo distintivo del populismo. De soñadores metafísicos pasamos al po- sitivismo y a apoyarnos en la realidad [...] De la propaganda de las ideas socialistas pasamos a la agitación en el pueblo a partir de los intereses conscientes del pueblo.” (Volk, 1964, 2: 256) “Había mucho que era válido”, “durante un tiempo” ...: los valores que el pueblo sostenía no eran permanentes y la dirección de su mudanza desconocida. El socialismo se transformó en populismo porque reco- 51. La cursiva me pertenece. 52. Traduzco lo más fielmente posible este párrafo de sus últimas palabras, con sus repeticiones y alguna expresión no muy elaborada, constantemente inte- rrumpido por los jueces, de un joven de 29 años, nacido en una familia de campesinos siervos, sentado al lado de su pareja, Sofia Perovskaia, 28 años, hija de un general, sabiendo los dos que la horca los esperaba en las próximas horas. 398 noció al pueblo como sujeto de su propia noesis, pero sin idealizarlo. Había conciencia del “enorme abismo que separa la intelectualidad del pueblo” y de la necesidad de construir “un puente para atrave- sarlo” (Volk, 1964, 2: 144). Se abandonaban las grandes abstracciones teóricas en la interacción con el pueblo, pero no el ideal. El populismo concebía al pueblo como un ente en proceso. Como actor político y autónomo el pueblo era un futuro posible. Populistas y marxistas rusos conocían la identificación, desde la Revolución fran- cesa, del pueblo a la Nación. Pero ellos lo limitaban a la suma de todos los oprimidos por la autocracia, debido a razones jurídicas, políticas, económicas, étnicas, religiosas... No obstante, y esto ha pasado des- apercibido en la literatura, para el populismo ruso y particularmente para el joven Lenin, el pueblo no estaba dado. Era, según una famo- sa expresión, le peuple qui manque (“pueblo faltante”, Deleuze, 1985), era la “cuestión maldita” de los populistas que se referían de manera recurrente, obsesiva, a la ausencia de luchas políticas y, ya en el len- guaje marxista, era la no constitución política de las clases sociales.53 El pueblo y las clases iban a ser el resultado de un movimiento, su constitución en sujeto político no podía sino ser el resultado de la acción revolucionaria. Populistas y marxistas se encontraron con el problema filosófico-político que ocupó tanto a Rousseau como a Fi- chte: ¿qué hacer si la multitud no es todavía pueblo-actor-político? Rousseau imaginó una figura teológica para romper ese círculo vi- cioso: el Gran legislador, cuya mediación es indispensable para que los innumerables individuos accedan a tener la voz unitaria del su- jeto colectivo y expresar así la soberanía popular. A su vez, el joven Lenin reelaboró el revolucionario profesional que habían inventado los populistas, para suscitar el big bang político.54 Pero, a diferencia 53. El populista Zdanovich: “no se observa ninguna lucha” (Revoliutsionnoe, 1: 363) Lenin, sobre la oposición entre campesinos y terratenientes (“la más esencial”): “aquí, una de las partes combatientes, obligada a trabajar eternamente y eternamente a pasar hambre, ni siquiera combate, sino solamente es batida... por ahora” (Lenin, 1975-1976: 5, 275); (Ingerflom, 1988: cap. IV, X, XI) 54. En la raíz de la analogía entre las preocupaciones de Rousseau y de Lenin se hallan problemáticas comunes. Por ejemplo, a propósito del despotismo: “Habrá siempre una gran diferencia entre someter una multitud y regir una sociedad. Que hombres dispersos estén sucesivamente sojuzgados a uno solo, cualquiera que sea el La legitimidad de la lógica populista 399 Claudio Sergio Ingerflom de Rousseau, el revolucionario no es una figura trascendente, un sig- nificante vacío o el representante exterior y no pretende constituir la totalidad. Se trata de una temática de actualidad y que ya suscitó la crítica de Villacañas (2018: 567-568) a Laclau. Es, como decían los populistas rusos, porque “se forjó”55 revolucionario él mismo que un esclavo puede escapar de la dominación vertical –hoy diríamos de la atomización de la sociedad– en la que el despotismo insertó a toda la población, donde cada uno es amo de un esclavo y esclavo de un amo. El revolucionario populista ruso no es un representante del pueblo sino el que ayuda a asegurar el cambio de los que ya lo han empren- dido solos. El colectivo se forma a partir de y con lo que ya existe. En Rousseau, el cuerpo sobre el cual trabaja el Legislador es un cuerpo inerte. Los populistas y el joven Lenin en cambio, trabajan sobre un cuerpo que ya comenzó a moverse y a buscar su lugar, por ejemplo, los obreros que libran un combate económico y a los que se trata de conducir al combate político. E. La identidad del populismo La tendencia a vaciar al populismo de su lógica propia, o al contra- rio, la de atribuirle contenidos contradictorios es tan antigua como el concepto. Así, el ala conservadora y nacionalista de la intelectualidad rusa, eslavófilos encerrados en la religión y en la defensa de los valores tradicionales, reales o imaginarios que le adjudicaban al “pueblo ruso” pretendió también al título de populista.56 Es cierto que los eslavófilos podían legítimamente recordar que habían sido los primeros en tomar en cuenta la fusión “nacional-popular”. Ahora bien, su concepción de una idealizada esencialidad rusa, fundada en la religión ortodoxa, en el mantenimiento de la monarquía, en la exaltación de un pueblo supues- número, yo sólo veo en esa colectividad un amo y esclavos, jamás un pueblo y su jefe: son, si se quiere, una agregación, mas no una asociación, no hay allí ni bien público ni cuerpo político” (Rousseau, 1964: 359). 55. Vyrabotat (forjar). Verbo famoso en los años 1870 en los medios populis- tas, que Lenin retoma en su ¿Qué Hacer? 56. Por ejemplo, Ivan Aksakov (1823-1886) escribe en 1884 al historiador Pá- vel Viskovatov: “¿Cómo pudo Usted llamarnos eslavófilos a nosotros, los naródniki?”, (Viskovatov, 1902: 255). 400 tamente pasivo, en la alergia a los conflictos sociales y políticos, estaba en contradicción total con la del populismo, que hizo de lo nacional y popular, una premisa antiesencialista y un arma emancipadoras. 57 Lo que definitivamente distingue a los eslavófilos del populis- mo es que para aquellos el pueblo es Uno, entidad dada y estable. Pretendían estar al servicio de esa esencia. Los populistas, al contra- rio, y salvo el muy breve momento de la idealización de un campe- sinado comunista –prestemos atención: en ese momento todavía no se llamaron a sí mismos populistas– plantearon que para ser sujeto político, la población oprimida comúnmente llamada pueblo debía ac- tuar. Esa idea es el hilo rojo que atraviesa los voluminosos escritos de Chernyshevskii. Pero el mismo autor agregó que ese pueblo podía igualmente afirmarse como sostén de un nuevo despotismo, aún más eficiente que el zarista o bien, luego de una acción, retornar a su “apa- tía” habitual, es decir, desconstruirse. (Ingerflom, 1988: 48-61). El pueblo era una construcción, pero cuando era “el pueblo fal- tante” (Deleuze) no había política... y hoy todavía uno de los fun- dadores de Podemos no dice otra cosa.58 “En lo mismo aparece la disparidad”: sin acción insurgente no hay pueblo, pero la chispa ya no puede ser la Iskra del joven Lenin.59 Sin insurgencia, eran campesinos u obreros oprimidos; en el acto revolucionario devenían pueblo, suje- to autónomo de la acción política. La diferencia, entre el pueblo como ya dado y el pueblo como construcción no sin posible destrucción, es la que separa sólida y sustancialmente la tradición nacionalista-con- servadora del populismo. 57. El populismo reivindicó una genealogía que incluía a Razin y Pugachev, jefes de gigantescas insurrecciones populares en los siglos XVII y XVIII, y mayorita- riamente, sus militantes se reconocieron en Marx, (Volk, 2: 105, 107, 139, 142, 143). 58. Iñigo Errejón, en el congreso “Republicanismo versus Populismo” organizado por la Universidad Complutense de Madrid en septiembre del 2016: “nosotros asumimos que el pueblo no existe, pero que no hay política sin pueblo. El pueblo es imprescindible pero no existe. No está dado, hay que construirlo”. 59. Iskra o La chispa, nombre del primer periódico marxista ruso destinado a comunicar los hechos sociales –“si la huelga no se conoce no existe” – y preparar el II congreso del Partido obrero socialdemócrata ruso de 1903, donde nacerían las fracciones menchevique y bolchevique. El editorial del primer número, en 1901 –“Las tareas más urgentes de nuestro movimiento”– fue redactado por Lenin. La legitimidad de la lógica populista 401 Claudio Sergio Ingerflom La identidad de la lógica populista se construyó progresivamente, entre el descubrimiento de la pluralidad histórica por Herzen y su an- ti-teleologismo hasta la concepción del pueblo como construcción en y gracias a la acción, de un sujeto político colectivo que se piensa libre en la igualdad. Es el legado de los revolucionarios rusos del siglo XIX. F. “Los populistas somos demócratas y socialistas” En el siglo XIX y en las condiciones rusas, el movimiento socialista se hizo populista sin abandonar el socialismo. El discurso era en ese sentido recurrente: los populistas-revolucionarios somos el partido social-revolucionario, los populistas somos socialistas y los socialistas rusos somos populistas (Volk, 1964, 2: 141-143). Así, en 1880, Axelrod escribía con naturalidad “cualquier socialista convencido o como se dice en lenguaje corriente, un populista...” (Volk, 1964, 2: 168). Un socia- lismo que, como lo proclamó el Comité Ejecutivo de La Voluntad del Pueblo en 1879, era la realización radical del triple emblema de la Re- volución francesa: libertad, igualdad, fraternidad (Volk, 1964, 2: 170). 5. Conclusión (1). Si no es un pasado que ya pasó ¿qué perdura hoy del populismo original? A. El populismo es constituyente de la política De su estudio conceptual del concepto “pueblo” y a propósito del popu- lismo contemporáneo, Gérard Bras concluye que “le populisme est cons- titutif de la politique” (Bras, 2018: 258). La convergencia de mi análisis con su tesis es evidente. A principios del texto dejé una frase inconclusa sobre el populismo: “Hijo, esposo y padre de la política moderna...”. En otras palabras: consustancial a la política moderna. Pero hay algo más en esta pintura de una relación familiar que tiene como fondo a Koselleck y Sófocles dialogando sobre la prolongada temporalidad del sedimento edípico.60 Se trata de una recurrencia que invita a interrogar el populismo 60. La dimensión política del incesto en tanto estructura transhistórica –an- helo de realeza, fuente y legitimación de poder– es conocida. En las representacio- nes colectivas rusas (mitos, folclore e incluso textos políticos hasta el siglo XVIII), el zar es hijo (zarévich) y esposo (venchanie significa coronación y casamiento) de la Tierra-Madre (Rusia). En un texto de principios del siglo XVII (Timofeev, 1951), 402 a la luz de lo que el último Koselleck llamó “estructuras de repetición en el lenguaje y en la historia” (Koselleck, 2013: 125-161).61 El historiador ale- mán se refería a un “pasado presciente”62 (vorausgewußte Vergangenheit) conocido por adelantado puesto que repite experiencias previas, no en un tiempo único y lineal que volvería sobre sí mismo, sino en la pluralidad de tiempos históricos, diferentes pero coexistentes. En este sentido se pueden listar analogías temporales entre la estructura histórica del siglo XIX y la actual, así como la reactivación de la lógica del populismo origi- nal.63 Una lógica de la cual organizaciones políticas o gobiernos pueden reivindicar algunos componentes y no compartir otros. B. Analogías y reactivación64 Por razones de espacio y porque las conclusiones invitan a explorar redactado a pedido del patriarca ortodoxo, el matrimonio incestuoso del primer Ro- manov con la Tierra-Madre otorga la legitimidad al monarca y marca el fin del caos (Ingerflom, Kondratiéva, 1993). “Sin el Zar la Tierra es viuda” afirma un antiguo di- cho popular, mientras que los autores de una carta colectiva enviada desde la ciudad de Kuznets a la dirección del Partido en los días posteriores a la muerte de Lenin escriben: “el PADRE de la REVOLUCIÓN no está más, pero sí está la madre, la RUSIA LIBRE”, (mayúsculas en el original), (Ingerflom, Kondratiéva, 1999: 97). Existen otros ejemplos sobre el rol legitimador del orden que juega en el espacio eslavo el incesto real y/o simbólico, aún en el siglo XIX. En la Antigüedad, el casamiento con la Tierra y el apareamiento con la madre eran percibidos como fuente de poder. Así, Aristi- po atribuye a Periandro, segundo tirano de Corinto, una relación incestuosa con su madre cuyo nombre era... Cratea, ¡que significa nada menos que soberanía! (Gernet, 1968: 354; Vernant, 1970; Delcourt, 1981). 61. Su tesis sobre las constantes antropológicas esté marcada por la nostalgia de un liberalismo resistente a los cambios radicales. 62. Citado por Hoffmann, “Introduction”, op. cit., p.x. 63. Sophie Wahnich ha dado un bello y estimulante ejemplo de analogía tem- poral entre las determinaciones afectivas que pasan al acto en la Revolución francesa y en las primaveras árabes, cfr. Wahnich, 2013. 64. La complejidad temporal del concepto como de la historia en acto torna imposible pensar globalmente una época en términos de ruptura o de origen. Conver- gen en esta tesis la Historia conceptual y la hermenéutica contemporánea. “La idea de tiempos nuevos nos parece sospechosa por diversos motivos: en primer lugar, nos pa- rece ligada a la ilusión del origen. Las discordancias entre los ritmos temporales de los diversos componentes del fenómeno social global hacen muy difíciles de caracterizar de modo general a una época como ruptura y como origen”, (Ricœur, 1996: 947). Sobre la no pertinencia de las categorías de ruptura y continuidad cfr. Ingerflom, 2006. La legitimidad de la lógica populista 403 Claudio Sergio Ingerflom nuevas vetas, sólo enunciaré las analogías y reactivaciones que pode- mos observar, dejando para otra oportunidad un estudio mas elaborado. Las clases. La Rusia del siglo XIX desconocía las clases sociales re- lativamente homogéneas y singularizadas.65 Hoy se han desdibujado fronteras que, aunque nunca fueron definitivamente netas, separaban los intereses colectivos y/o su percepción. Si el zarismo obstaculizó eficazmente durante casi tres siglos la formación de firmes solidarida- des horizontales, el neoliberalismo atomiza la sociedad, intenta reem- plazar esas solidaridades por el cada uno por sí mismo para que cada uno sienta “su diferencia como una protección” (Desanti, 1982: 168- 169) mientras que los otros son castigados y excluidos de un “pueblo verdadero” inventado por los dominantes. Los partidos. En Rusia, los populistas afirmaron explícitamente que no podía haber partidos representando los intereses de los estamentos, porque estos no poseían una existencia autónoma.66 El siglo XIX y una larga primera mitad del XX nos acostumbraron a partidos políticos que se autoidentificaban como partidos de clase o de causas precisas. Hoy, salvo excepciones, esa autoidentificación desapareció y asistimos por todos lados a la constitución de Frentes sin referencia clasista. La democracia. La estrategia del zarismo apuntó a impedir cualquier atisbo de democracia liberal; tomó un curso explícitamen- te antipolítico67 y llegó hasta a prohibir la palabra sociedad. 65. La fetichización de las clases no se corresponde con la realidad. Desde el siglo XVIII, el criterio que define las clases, estabilizado en el curso del XIX, “permet la désignation d’ensembles humains divers, mobiles, non exclusifs des uns des autres [...] le concept de classe, comme instrument d’analyse du domine social, résulte d’un travail de la pensée sur le critère du regroupement, d’une volonté de préciser ce qui structure la société au-delà de ce qu’elle donne à voir de façon immédiate” (Piguet, 1996: 174). 66. Luego de afirmar la ausencia de “estamentos organizados e independien- tes”, Zdanovich concluye que “en Rusia es impensable la formación de partidos que respondan a los intereses de los estamentos” (Volk, 1: 363). 67. Se negó por ejemplo a aceptar a cualquier posible representatividad in- cluyendo la de la nobleza en el gobierno del Imperio. En noviembre de 1861, es decir, varios meses después de la emancipación de la servidumbre, Otto von Bismarck, por entonces ministro prusiano en San Petersburgo, relata en un informe a su ministro el diálogo que había mantenido con el emperador. La idea de hacerse aconsejar por sujetos situados más allá de su entorno íntimo, le había dicho Alejandro II, “en sí, no 404 Su teología política postulaba el Uno (el zar) frente al resto (el pueblo, también concebido como uno), un espíritu nacional y una Rusia sin conflictos.68 Hoy, el homo politicus de la modernidad li- beral, que ya estaba debilitado, fue derrotado y reemplazado por el homo economicus neoliberal. Se des-democratiza el sistema, se va- cían los valores heredados de la Revolución francesa incluyendo la soberanía popular y se convoca al consenso mientras se denuncia la política.69 El conflicto central. En la versión actual del antagonismo princi- pal “pueblo” versus “autocracia con sus funcionarios”, esta última se llama “élites”. Pero, como lo señaló Villacañas (2017: 542) “el neolibe- ralismo no permite ni un soberano ni un antagonismo dualista, sino flujos de competencia que emanan de la sociedad civil y reclaman plurales arbitrajes”. Como consecuencia sobran los ejemplos donde sectores de la población objetivamente enfrentados al neoliberalismo, le otorgan sin embargo su voto. suscita objeciones, una mayor participación de los notables respetables en los asun- tos oficiales no puede sino ser ventajosa. La dificultad, o incluso la imposibilidad de poner en práctica este principio reside en la experiencia histórica que muestra que en ningún país fue posible impedir el desarrollo liberal más allá del punto que no tendría que sobrepasar [...] En el interior del Imperio [a diferencia de la capital], el pueblo ve aún al monarca como el Señor paternal y absoluto, colocado por Dios en la tierra. Esta creencia que tiene casi la fuerza de un sentimiento religioso es completamente inde- pendiente de toda lealtad personal de la cual pudiera yo ser objeto. [...] Abdicar el po- der absoluto con el cual está investida mi corona debilitará el aura de autoridad que ejerce la dominación sobre la nación [...] Si yo permitiera a los representantes de la nobleza participar en el gobierno, reduciría su autoridad sin ninguna compensación” (Lieven, 1996: 142). La cursiva es mía. 68. La Ordenanza imperial enumera una serie de palabras que se deben retirar de circulación y que se deben reemplazar por otras: “Palabras suprimidas: Se ordena sustituir con: - Ciudadano - Habitante - Patria - Gosudarstvo [Señorío, Dominio] - Sociedad - Esta palabra no debe ser utilizada, en absoluto, para nada”. Nada de sociedad –se puede comprender que esta palabra no figurara después de la Revolución francesa entre las preferidas de los monarcas– ni de ciudadanos. Pa- blo I no debe haber estado satisfecho con la performatividad de su Ordenanza, puesto que la reitera en 1800. (Russkaia starina, 1871, 4: 531-532). 69. Sobre el retroceso de la democracia y el vaciamiento de sus valores bajo el neoliberalismo ver el formidable libro de Wendy Brown (2016). La legitimidad de la lógica populista 405 Claudio Sergio Ingerflom Nacional y popular. Situado en el corazón del dispositivo popu- lista original, es hoy sinónimo, sobre todo en América latina, de “po- pulismo”.70 La analogía no implica necesariamente una semejanza entre “tér- minos simples”, uno a uno, pero sí “entre relaciones” (Ricœur, 1996: 854). Nuestra analogía establece una similitud entre, por un lado, las relaciones que la lógica populista del XIX mantenía con una estruc- tura sin clases constituidas en sujetos políticos y sin ningún tipo de democracia y, por otro lado, una lógica política actual que abra posibi- lidades emancipadoras en una situación donde las divisiones sociales ya no coinciden con las clases del capitalismo occidental decimonóni- co, mientras que el vaciamiento de la democracia impone la tarea de reinventarla, radicalizándola. Porque la legitimidad se sostiene sobre la relación entre el concepto y el estado de las cosas, si hay analogía entre ambas relaciones, la legitimidad se mantiene en la longue durée. C. La legitimidad La legitimidad presente y futura del populismo residía según los mi- litantes rusos, en su isomorfismo con una novedad histórica, o sea con la estructura sociopolítica consolidada en la Rusia del siglo XIX.71 Desde Herzen, los antidespóticos rusos tenían conciencia de esa no- vedad que consistía en la confluencia de un ideal socialista, efecto de la modernidad extranjera, con una historia otra. Al fruto de ese encuentro lo nombraron populismo. Koselleck parece haberles dado razón al escribir que cuando un concepto “responde a una situación que hasta ahora no había existido”, esta nueva combinación temporal “legitima” al concepto (Koselleck, 1993: 327). En la estructura actual se reactivaron las condiciones para que la lógica populista adquiera nuevamente pertinencia política. Postular 70. El comienzo del “populismo” en América Latina –pienso en la herencia de la revolución mexicana y en la presidencia (1934-1940) de Lázaro Cárdenas– es muy cercano a la última etapa del populismo ruso. 71. Luego de afirmar la ausencia de estamentos independientes y la imposibi- lidad de partidos que representen sus intereses, Zdanovich concluía: “Quería con esto indicar toda la legitimidad del movimiento social-revolucionario y en particular que solo el partido del pueblo tiene futuro” (Volk, 1: 363). 406 la legitimidad actual de una lógica populista no es negar la disparidad que su reactivación produce. Lo mismo y lo dispar marchan del mis- mo paso. La lógica populista enfrenta a la neoliberal, alberga la posi- bilidad de construir otro imaginario político y fundar ideológicamen- te la ruptura con la cultura dominante. La premisa implícita en esta afirmación es que no se trata de un retorno a la democracia liberal. La lógica del populismo original fue precisamente la de conquistar una democracia capaz de ir más allá de ella misma.72 Resuenan en eco las palabras de Ricœur: “Hay algo absolutamente específico en la histori- cidad: precisamente ese poder de erigir algo nuevo durante la recupe- ración de la herencia recibida”. Nuestro campo de experiencia indica que el “más allá de la democracia” no puede ser el que ya se intentó en nombre del “socialismo realmente existente” o del comunismo. La voluntad de reemplazar el orden neoliberal por una democracia que sea un más allá de lo que ella fue, es decir ratificar radicalmente la promesa del estandarte de 1789 –libertad, igualdad fraternidad– es el insoportable error, la contagiosa perversión o el peligroso proyecto populista denunciado por la socialdemocracia liberal y por los parti- darios del orden. Involuntariamente, la acusación da testimonio de la concatenación de la lógica populista original con la de nuestra época y constituye al mismo tiempo el reconocimiento de la actual legitimi- dad histórica del populismo. 6. Conclusión (2). ¿Populismo de derecha?: Un oxímoron La divisoria de aguas entre eslavófilos y populistas se reactivó, aun- que en otros términos durante la segunda mitad del siglo XX. Antes de cambiar y considerarlo “nacional y popular”, Germani había durante un tiempo breve inscrito al peronismo en la categoría “fascismo”. In- fluenciado por Germani, el politólogo norteamericano Seymour Lip- 72. Desde el punto de vista político-práctico, el “más allá de la democracia” no se puede tratar aquí puesto que exige respuestas innovadoras. “La relación entre el buen gobierno y la presencia política de los gobernados” supone inventar formas constitucionales de representación que no tengan el significado de “la autorización del representante, ni de la formación de la voluntad política legitima como propia de la totalidad, ni tampoco el significado rígido del mandato vinculante” (Duso, 2016b: 266). Ver también Duso, 2008: 183-210; 2016a: 619-650. La legitimidad de la lógica populista 407 Claudio Sergio Ingerflom set definió entonces al peronismo como un “fascismo de izquierda” en oposición a los fascismos de derecha (Amaral, 2018: 68). Hoy pululan las tentativas de atribuir parentescos a través del estigma “populista”, por ejemplo, entre las lógicas políticas de Kirchner y Trump, Lula y Bolsonaro, Errejón y Le Pen. Si todavía estuviera en este mundo y fuese consecuente con su propio razonamiento ¿diría Lipset que las lógicas de Trump, Bolsonaro y Le Pen son imperialistas, nostálgicas de la dictadura, incluyen la tortura, son racistas, xenófobas, homó- fobas, misóginas y neofascistas de derecha, mientras que las de Kir- chner, Lula y Errejón son imperialistas, nostálgicas de la dictadura, misóginas, xenófobas, etc., pero de izquierda? No estoy afirmando que todos los nombrados se consideren “populistas”. Me interesa se- ñalar que la experiencia histórica como los estudios acumulados han demostrado cuan errados eran y son los presupuestos metodológicos de ese razonamiento que, llevado al terreno político, le obsequia el empleo del significante “populista”, por un lado, a neoliberales ver- gonzosos, disfrazados de republicanos, para denigrar la lógica y las políticas dirigidas a reemplazar el orden existente por una democra- cia política que incluya la justicia social y les devuelva dignidad a los excluidos de siempre, y, por otro lado, a la socialdemocracia liberal para agrupar bajo la misma etiqueta tanto a la extrema derecha que cabalga sobre el descontento popular como a los partidarios de esa democracia política y social todavía por conquistar. Lo novedoso es que se hayan rebautizado a la primera con un concepto confiscado, cargado de historia emancipadora, factor lingüístico partisano en los combates políticos y sociales. Sin embargo, una vez más y a pesar de su importancia, estas consideraciones sobre el uso político del término son secundarias a la hora de dar cuenta de la identidad de la lógica populista. Porque lo que sucede en el uso acrítico del término populismo es el ocultamien- to de la diferenciación entre “dos formas de configurar al pueblo”. Una es la del pueblo-Nación, el pueblo-uno ya dado, cuya identidad es definida por su pertenencia a un Estado, un pueblo “que necesaria- mente recurre a la exclusión y a la purificación simbólicas o físicas, puesto que se trata siempre de inmunizar la comunidad contra las alteraciones que puede sufrir por la intrusión en su seno de elementos 408 carentes de la propiedad esencial”. Pensemos en todos los racismos, políticos, sociales, étnicos, religiosos, de género... La otra es la que “descansa sobre el principio de igualdad y de libertad, lo que impide hacer del pueblo una substancia, porque el pueblo no es portador de ninguna cualidad” (Bras: 316). Digámoslo claramente: si la identidad de la lógica populista se concentra en esta segunda forma de confi- gurar al pueblo, entonces la expresión “populismo de derecha” es un oxímoron. El uso acrítico del concepto populismo conduce a una distorsión cognitiva que al desposeerlo de su historicidad obstaculiza la elabora- ción de un imaginario democrático que recupere y radicalice valores como la igualdad, la equidad, la dignidad, la justicia social y la solida- ridad. Hablamos de un populismo que aspira a un devenir “capaz de impugnar la distinción misma entre mayoría y minoría, de tornar in- discernibles e inasignables a las mayorías y a las minorías como tales” (Ingala, 2018: 127): una radicalización que constituiría una época cua- litativamente distinta, una transformación de una magnitud tal, que nos obligue a pronunciar nuevamente la palabra revolución mientras que sus posibles adjetivaciones serían el menor de los problemas. 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