IV Jornada de Investigación Sede del Pacífico 19 y miércoles 20
de noviembre 2013
“Donde hay mujer no muere mujer”. Mujeres certeras y sabiduría popular, el caso de
las parteras en Santa Cruz, Guanacaste: 1930-2000
Lic. Rodolfo Núñez Arias1
Dr. Juan José Marín Hernández 2
Licda. Blanca Rosa Vega Camacho3
*
I- INTRODUCCION
Las parteras, comadronas o matronas han sido una parte sustancial de la vida cotidiana de
Costa Rica hasta al menos 1970. Todavía muchas de las generaciones de las décadas de
1940 y 1950 recuerdan a esa mujer que no solo ayudó a traer al mundo a sus hermanos sino
muy posiblemente también a ellos mismos; además de buscar sus servicios como
sobadoras, herbolarias, quinesiólogas o rudimentarias fisioterapeutas. La actividad de la
partería fue cediendo espacios a la medicina oficial y principalmente a una nueva tendencia
como fue la titularización y profesionalización del oficio.
Si bien este trabajo abordará el tema de las parteras en un cantón periférico y alejado de los
centros de poder de Costa Rica, es importante enfatizar que la partería fue un fenómeno
común, hasta al menos la década de 1970, y que cubrió todo el país. A manera de ejemplo,
se puede señalar que el tema de la partería ha estado presente en los periódicos nacionales,
así como en las celebraciones cantonales o especiales periodísticos de la historia local,
espacios donde aparece indefectiblemente el personaje de la partera4. Recientemente, en
uno de esos especiales dedicados a San Carlos, se rescató la figura de doña María Francisca
1
Rodolfo Núñez Arias. Costarricense. Docente universitario en la Universidad Nacional, Sede Nicoya, y en la
Universidad de Costa Rica, Sede Liberia. Autor de diversos artículos sobre la historia social y cultural de
Guanacaste. Coautor del libro “Guanacaste: Historia de la Reconstrucción de una Región. 1850-2007.
Librería Alma Máter. San José (2009).
2
Juan José Marín Hernández. Costarricense. Coordinador del Programa Historia Regional Comparada.
Doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigaciones Históricas de América Central y la
Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica. Profesor del Posgrado Centroamericano de Historia.
Autor de diversos artículos sobre la historia regional del Pacífico e historia social de la marginalidad y la
delictividad. Autor de diversos libros y Premio Nacional de Historia Aquileo Echeverría 2007.
3
Blanca Rosa Vega Camacho. Costarricense. Licenciada en Enfermería. Graduada en la Universidad Latina
de Costa Rica. Autora del artículo “Las enfermeras de oficiantes a profesionales 1850 – 2012”, en prensa.
4
A manera de ejemplo véanse (Bosque, 2013 ); (Sánchez A. , 2013 ); (De la Cruz, Parteras: ¡por la vida!,
2013); (Chinchilla, 2010); (Mata, 2009), y (Cordero, 2008 ), entre otras reseñas.
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Morales Matamoros, una partera sancarleña retirada del oficio, quien atendió más de 500
partos.
Según se relató en la Revista Dominical, doña Francisca tomó el papel de partera de la
zona:
… para sustituir a la memorable doña Clemis, una señora amiga de su tía que
estaba a punto de retirarse por aquellos días.
Llegaban madres de muchos kilómetros a la redonda, a quienes se les
facilitaba más ir a buscar a doña Francisca que viajar a caballo hasta Ciudad
Quesada o esperar a que llegara una ambulancia, que se demoraba entre tres y
cuatro horas.
Ya con la mujer encinta, ‘ña’ Francisca usaba tijeras, gaza, merthiolate,
guantes y pinzas. Amarraba los ombligos con una cinta especial y esterilizaba
los instrumentos en una olla. Si era de noche, no le quedaba más que
alumbrar con candelas, pero a veces los partos sucedían en los lugares más
insospechados y no le quedaba más que atender en plena calle o en un punto
cualquiera de un potrero.
Una vez al mes viajaba al hospital de Ciudad Quesada a rendir informes de
los bebés que había visto nacer. Tenía que llevar un registro del peso y la
altura de cada neonato.
Bajo su tutela, ninguna madre murió en labores de parto, aunque sí tuvo que
sacar a bebés que murieron minutos después, pues venían con problemas
“porque las mamás no comían bien”, dice esta señora de trenza larga y
blanca, tez morena y manos gruesas y arrugadas, de venas bien marcadas.
Los ingresos no le llegaban por los partos sino porque doña Francisca
mantenía un chancho, tenía gallinas y ordeñaba las vacas de uno de sus 19
hermanos menores que vinieron al mundo gracias a la ayuda que ella le daba
a su mamá en los partos5.
La larga cita denota no solo la extensión del fenómeno de la partería en Costa Rica, sino
también revela ciertos parámetros para establecer futuros análisis comparados. El estudio
que se desprende de este artículo puede, a su vez, ser una herramienta para comprender
otros casos diferentes al santacruceño.
El periodo seleccionado inicia en 1930, época en que el Estado costarricense emprendía una
fuerte institucionalización y centralización de la medicina en el país y que comenzaba a
afectar las distintas regiones en forma muy diversa y desigual. La unión de las Escuelas de
Obstetricia (1899) y la de Enfermería (1917) en 1920 marcó una nueva pauta tanto en el
5
(La Nación, 2013).
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ámbito profesional como de control de las parteras empíricas. En 1935, los efectos de esa
política centralizadora y de control se manifestaban en la creación de una sección de
enfermeras visitadoras. Además de ello se impusieron diversos requisitos de ingreso, como
tener estudios de primaria, contar con certificados médicos y ser evaluadas por las
autoridades competentes6.
Las décadas de 1930 a 1950 fueron mucho más intensas en la institucionalización de la
enfermería y la obstetricia. Así por ejemplo, entre 1937 y 1940 se creó la Asociación
Nacional de Enfermeras y Obstetras, se ampliaron los requisitos de ingreso solicitando la
secundaria completa, se modificaron los currículos y prácticas obstétricas; igualmente, con
la creación de la Caja Costarricense del Seguro Social se reforzó la vigilancia sanitaria de
las parteras, llevada a cabo por el Ministerio de Salud7.
Las décadas de 1960 a 1980 fueron un espacio de interacción entre el mundo de la partería
empírica y el de la oficial, sustentada esta última por el Estado y la comunidad médica.
Asimismo, es el lapso en que ejercieron las entrevistadas. El trabajo cubre hasta el año
2000 para comprender su etapa de retiro y las formas en que heredaron su oficio a otras
mujeres, así como también para entender esta dinámica en una época donde menos del 3%
de los partos se atendían en la casa8.
Las fuentes de este trabajo son más que modestas, pues se trabajará básicamente con las
fuentes orales de alrededor de unas diez parteras de la zona de Santa Cruz de Guanacaste y
sus cercanías. Los testimonios de ellas entran en la categoría de informantes directos, es
6
(Solís, 2000, págs. 37-40; 109-110). En otros contextos donde las matronas y comadronas eran
profesionalizadas paralelamente a las enfermeras se imponían las siguientes obligaciones:
“1. Edad, entre veinte y treinta años. Las mujeres de menos de veinte años carecen de la seriedad necesaria.
2. Han de ser secundíparas y haber criado su primer hijo. Si éste vive, puede verse y observarse si se ha criado
bien.
3. Debe descender de padres sanos.
4. De constitución robusta y no presentar ninguna clase de erupción, sobre todo en los órganos genitales.
5. Ha de tener dientes sanos, pues de lo contrario sus digestiones son malas y exhalan un aliento fétido.
6. Las masas han de ser voluminosas, granulosas a la palpación, como una bolsa llena de perdigones. La piel
se ha de levantar con facilidad y los pezones han de ser salientes, para que el niño los coja con facilidad”
(García M. J., Acerca de las matronas, 1990, pág. 7).
7
(Solís, 2000, págs. 40-49; 109-111).
8
(Cordero, 2008 ).
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decir, de mujeres que fueron no solo actoras de la partería, sino también testigos
presenciales de las vivencias de otras parteras9.
Como toda fuente, la oral tiene muchas ventajas, entre ellas ser un testimonio vivo de los
actores, posibilita la reconstrucción de un oficio difícil de documentar por medio de otro
tipo de fuentes y muestra una representación social de los valores implícitos en la partería.
Entre las desventajas están tanto el uso selectivo de la memoria en busca de la reafirmación
de las proezas como los olvidos lógicos de la edad; ambas situaciones pueden desvirtuar
fácilmente el relato, por lo que se hace necesario triangular la oralidad con otras entrevistas
y con otras fuentes. En un mundo rural con muchas limitaciones para los sectores
subalternos al registro escrito, la transmisión del conocimiento por la comunicación oral
adquiere un valor excepcional, sobre todo para la reconstrucción de la historia social, de las
mentalidades y de la vida cotidiana.
En nuestro caso, trabajar con la oralidad permitirá rescatar los recuerdos de las parteras; en
tanto las fuentes secundarias proporcionarán un análisis comparado con otras regiones. Por
la naturaleza del tema se abordará a las parteras o comadronas desde una visión global,
evitando centrarse en una única figura individual, por ello se pretende siempre afrontar el
tema desde una perspectiva total y lo más integral posible.
Las fuentes secundarias son fundamentales, en especial los libros escritos por oficiantes del
sector salud como ha sido el caso de doctores y enfermeras que se han dado a la tarea de
rescatar, desde un enfoque acontecimental, la historia de sus gremios. Leyes y decretos
permiten también un acercamiento a los procesos de control social e institucionalización,
siendo un complemento a las fuentes secundarias.
Finalmente, en lo referente al espacio de análisis de este trabajo, debe indicarse que este se
desarrollará en Santa Cruz y en su área de influencia, como fue la denominada Bajura
Guanacasteca. Asimismo, y para corroborar datos, se hicieron dos entrevistas a parteras de
La Cruz. Las entrevistas realizadas fueron ubicadas en el mapa n°.1, el cual es un
cartograma georeferenciado que ubica los lugares en donde habitaban o habitan las parteras
consultadas; es decir, desde Guapinol de La Cruz hasta San Juan de Nicoya.
9
Sobre la historia oral véanse (Acuña, 1988); (Quesada, 1987), y (Gil, Tras las huellas de los normales.
Reconstruyendo la vida de los seres anónimos de la historia, 2003), entre otros.
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Mapa n°.1
Elaborado por Geannina Moraga López, laboratorio SIG-IRET, Universidad Nacional,
fuente atlas, Costa Rica, 2008.
Asimismo, el mapa n°.1 permite formar al lector una idea de la lejanía de los centros
hospitalarios y clínicas, por ello se ubicó el Hospital de Nicoya, el cual comenzó a ser
construido hasta en 196910, fecha muy tardía si se compara con el Hospital San Rafael de
Puntarenas fundado en 185211 ; en ese sentido, cabe indicar también que las principales
clínicas se ubicaron en las cabezas de cantón. Así, para entender la permanencia de las
parteras empíricas en la región debe considerarse que los poblados se unían entre sí a través
de muy malos caminos, que separaban aún más las comunidades, dando como resultado la
10
11
(Caja Costarricense del Seguro Social, 1976, pág. 40).
(Valverde, 2008, pág. 80).
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necesidad de contar con mujeres que pudiesen atender a las parturientas con eficacia
comprobada por los años.
Este artículo pretende adentrarse en el mundo de las mujeres parteras a través de las
siguientes preguntas eje:
•
•
•
•
•
¿Quiénes eran?
¿Dónde vivían?
¿Qué escolaridad tenían?
¿Quién les enseñó su oficio de parteras?
¿Qué utilizaban durante la atención del parto?
Es importante rescatar que las interrogantes anteriores son un primer intento de un posible
programa comparativo de la salud pública en Costa Rica, aspecto que en otros contextos y
en el área de las obstetras, enfermeras y comadronas ya existe, como es el caso del
interesante grupo Híades dedicado a la difusión de la investigación y enseñanza de la
historia de la enfermería iberoamericana12.
A manera de ejemplo, en Costa Rica se pueden formular investigaciones que consideren
desde una perspectiva histórica los centros de salud en la periferia del país: abordar desde el
punto de vista de las enfermeras, obstetras, sanadoras, sobadoras y comadronas
tradicionales los cambios en el sistema de salud regional y nacional; establecer cómo
fueron constituyéndose comunidades científicas dentro de la enfermería y la obstetricia; los
significados cambiantes del arte de cuidar a los enfermos; el rol de la enfermería dentro de
la salud pública; las enfermeras y las parteras dentro los programas asistenciales del Estado
como la Gota de Leche; la historia de la alimentación dentro de los sistemas de salud; la
vida cotidiana de los hospitales; los cambios en la función de las enfermeras, parteras,
comadronas y sanadoras; cuál era el fin o la creencia para la realización de ciertos pasos o
tecnicismos en el proceso del parto; cómo fue evolucionando el seguimiento días después
del puerperio, a la parturienta y al neonato; cuáles eran las técnicas de las sanadoras,
parteras, obstetras, comadronas y enfermeras en los procesos para la preparación preparto,
transparto y postparto, y su visión en distintos momentos por ellas y las comunidades;
cuáles fueron los procesos que tuvieron que darse para generalizar una u otra técnica de
parto en un momento histórico determinado; los cambios en la medicina popular con la
12
(Híades , 2008).
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inserción de la labor asistencial del Estado; en fin, una cadena de problemáticas que
esperan ser abordadas. Todo ello con la finalidad de identificar, generalizar y comparar
diferentes técnicas, procesos y actores por región.
Este intento, como se indicó al inicio, pretende ser una contribución para que se realicen
más estudios en esta área de la historia social de la medicina13 y la profesionalización de la
enfermería y la obstetricia. Es importante advertir que las parteras ejercieron diferentes
prácticas más allá de asistir el alumbramiento, por lo que es necesario retomar el tema de
las enfermedades, problemática que ha sido señalada por Ana Paulina Malavassi como un
tema esencial para comprender las representaciones de la salud y las formas de
conservarla14.
Este trabajo tiene un propósito muy modesto, como es el de establecer el desarrollo de la
partería en una ciudad rural de Costa Rica en un contexto de edificación de varias
comunidades médicas en el sector salud, creando un conflicto sociocultural con la medicina
tradicional.
En suma, este trabajo parte además de una temática actual, como es el surgimiento de una
profesionalización de la salud dentro de un conflicto de comunidades científicas
masculinizadas, con poca aceptación de la mujer como profesional 15 ; además de las
discrepancias dadas en la misma área de la enfermería con respecto a las prácticas curativas
populares donde predominaba la mujer16. En el primer caso, las mujeres en el proceso de
incorporación al mundo de los científicos profesionales han encontrado dificultades,
aspecto que se observa en la variación de las tasas de participación, provocado a su vez por
la influencia de las ideologías culturales dominantes, del machismo, la imposición de roles
a las mujeres ubicándolas en determinadas carreras y por los mismos procesos de
interacción dados en la validación del conocimiento. Todo ello reflejado en trayectorias de
legitimidad de ciertas profesiones consideradas feminizadas en el contexto de validación
profesional, a la espera de que se sigan comportando de forma tradicional y sumisa al poder
masculino. En el segundo caso, plantea la doble subyugación de la mujer dentro de la
13
En el ámbito de la enfermería también se habla de una historia social de este oficio, al respecto véase el
interesante artículo de (Siles, 2000).
14
(Malavassi P. , Ponencia: La medicalización de , 2009) y (Malavassi A. P., La lucha contra la polio en
Costa Rica, 2012).
15
(Englander, Yáñez, & Barney, 2012).
16
(Clua, 2008).
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cultura dominante, al ser erradicadas de los espacios públicos, pero a la vez perseguidas
como depositarias de los conocimientos comunales, identitarios y de resistencia social.
**
II – HACIA UN BALANCE DE LA HISTORIA SOCIAL DE LA PARTERÍA Y LA
ENFERMERÍA
En las dos últimas décadas, poco a poco se ha ido abriendo paso una nueva área
problemática de la historiografía, como es la historia social de la medicina. Los trabajos
pioneros de Steven Palmer, Ana Paulina Malavassi17 y de Carlos González18 —este último
con el gran mérito de introducir un fructífero diálogo entre la medicina y la historia19—
fueron parte de un inicio muy prometedor de la historia, interpretando a través de la
medicina la sociedad 20 . La génesis resultó mucho más abarcadora de lo originalmente
planteado a inicios de 2000, lo cual se reflejó en sus inicios con los trabajos de Ronny
Viales, Carlos Hernández, Rodolfo Núñez y Juan José Marín21, además de las valiosas tesis
doctorales de Ana María Botey y Ana Paulina Malavassi22. A ello se unió un conjunto de
promisorias tesis dentro de la lógica de la historia social de la salud23, los estudios de la
desigualdad y la pobreza, y en general sobre las representaciones de la salud24.
Por su parte, los oficiantes del área de la salud se han preocupado por historiar su quehacer
profesional, siendo una veta de información muy detallada25. Así, a pesar de desarrollarse
17
(Malavassi A. P., Entre la marginalidad social y los orígenes de la salud pública: leprosos, curanderos y
facultativos en el Valle Central de Costa Rica : 1784 - 1845, 1998) y (Palmer S. , 1994).
18
(González, Hospital San Juan de Dios: 150 años de historia, 1995) y (González, Vida y obra del doctor
Gumersindo Velásquez Santana. Retrato de un espíritu de servicio, 1992).
19
(Viales, Pobreza e historia en Costa Rica: determinantes estructurales y representaciones sociales del siglo
XVII a 1950, 2005) y (Gamboa, 2010).
20
(Marín, Balances y Perspectivas para una Historia Social de la Medicina en Costa Rica, 2001).
21
(Viales, El Colegio de farmacéuticos y la institucionalización de la farmacia en Costa Rica: 1902-2002,
2003); (Hernández, 1998); (Marín, De curanderos a médicos, 1995) y (Núñez R. , Higiene y salud , 2003).
22
(Botey, Los actores sociales y la construcción de las políticas del Estado Liberal en Costa Rica 1850 - 1949,
2013) y (Malavassi P. , Prevenir es mejor , 2011).
23
(Campos, 2013); (Morales V. , 2012), y (Álvarez & Morales, 2008).
24
(Viales, Pobreza e historia en América Central: condiciones estructurales y representaciones sociales. Una
visión desde Costa Rica, 2005).
25
Algunos de los ejemplos de esta tendencia son los trabajos de (Cabezas, La medicina en América.
Antecedentes, 1990); (Cabezas, La medicina en Costa Rica hasta 1990, 1990); (De la Cruz, Los forjadores de
la seguridad social en Costa Rica., 1995); (Dormond, 1996); (Antillón, Historia y filosofía de la salud y la
medicina, 2002); (Antillón, Historia y evolución del seguro social de Costa Rica, 2004); (González,
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una historia acontecimental y ciertamente narrativa, teleológica y heroica, se ha creado un
campo de trabajo particular, el cual necesita entrar en diálogo con la historia social de la
medicina y la enfermería, más abocada a la interpretación, a las trayectorias múltiples y
diversas, enmarcadas en la construcción de comunidades médicas y de sistemas de salud
pública y con múltiples actores sociales: los pacientes, la sociedad y las distintas
comunidades profesionales.
En lo que respecta a este trabajo, debe indicarse que también se está desarrollando una
historia de la obstetricia, la enfermería y la medicina ejercidas por mujeres; la cual está
marcada por la doble dimensión señalada en el párrafo anterior; es decir, una historia social
de la enfermería y una historia escrita por los oficiantes de la salud. De modo que, con
respecto a la historia desde el mundo de la salud, deben destacarse los trabajos de Miriam
Esquivel Blanco, Elvia Solís Marín, Dulcerina Salazar y Blanca Rosa Vega26. Además de la
presencia del historiador Carlos González, quien en esta área desarrolló un diálogo muy
interesante entre los historiadores y los oficiantes de la salud27. Es importante indicar que la
génesis de la obstetricia costarricense estuvo vinculada con las parteras tradicionales y
luego esta fue asumida por la enfermería dentro de los procesos de institucionalización y
profesionalización particulares que sufrió en Costa Rica, mientras en otros países
centroamericanos e iberoamericanos continuó con una historia específica28.
En la historia social, ciertamente hay pocos trabajos, destacándose únicamente el artículo
realizado por Ana Paulina Malavassi titulado De parteras a obstétricas. La
profesionalización de una práctica femenina tradicional en Costa Rica (1930-1940)29, el
cual debe ser complementado con nuevas investigaciones como las desarrolladas en los
mundos iberoamericano y anglosajón.
Evaluación histórica de la farmacia del Hospital San Juan de Dios, 2000); (González, Evaluación histórica de
la farmacia del Hospital San Juan de Dios, 2000); (González & Cabezas, Memoria histórica del Consejo
Técnico del Hospital San Juan de Dios, 2004); (González & Cabezas, Caja Costarricense de Seguro Social
160 Aniversario Hospital San Juan de Dios una institución benemérita y de beneméritos , 1989 ), y (De La
Cruz, 1997), entre otros.
26
(Esquivel, 2000); (Solís, 2000); (Salazar, 1989) y más recientemente un trabajo que plantea la enfermería
como una profesión dentro de la construcción social de una comunidad profesional (Vega, 2013).
27
(González, Memoria histórica de la enfermería del Hospital San Juan de Dios San José, 2005).
28
A manera de ejemplo véanse: (Fleischer, 2006) y (Quinn, Dorantes, & Jiménez, 2005).
29
(Malavassi P. , De parteras a obstétricas. La profesionalización de una práctica femenina tradicional en
Costa Rica (1930-1940), 2002).
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Dentro de las líneas de investigación iberoamericana y anglosajona se pueden sacar
diversos temas de interés, tal vez entre los importantes están: la problemática de la
profesionalización paulatina de la enfermería y las obstetras; la conformación de las
comunidades científicas y las pugnas entre oficiantes durante esta ordenación profesional,
que tiende a incluir a unos y excluir a otros, al mismo tiempo que se asignan categorías de
profesionalidad; el tema del control social sobre practicantes no considerados como
oficiales; el empoderamiento profesional; las relaciones entre la medicina popular y la
medicina científica, y finalmente, el uso de las fuentes para construir una historia de las
parteras, las enfermeras y los profesionales de la salud.
Un breve repaso de las líneas de investigación señaladas se desarrollará sucintamente, pues
el objetivo básico es entender cómo el estudio y análisis de la partería santacruceña forma
parte de un gran entramado de discusión académica.
a- Tema de la profesionalización:
Joaquín León, valorando el carácter profesional de la enfermería, destacaba la necesidad de
tener una experticia; si bien muchas veces este saber era común y no contemplado por el
conocimiento científico de la profesión, dicha situación fue cambiando con el tiempo. Así,
para León la enfermería fue adquiriendo una relevancia cada vez mayor, afectando tanto los
sistemas de cuidado de la salud como los sistemas sanitarios. En ese proceso ha ido creando
un corpus de saber propio, incorporando nociones de la medicina, la biología, la sociología
y la psicología, entre otras30.
Martha Eugenia Rodríguez analiza las parteras a lo largo de los siglos XVI al XIX,
observando tanto la evolución de la práctica como los cuidados y habilidades que se
llevaban a cabo durante el embarazo y el parto en la Nueva España, que bien podían ser de
carácter supersticioso, religioso o profano, pero que se enmarcaron en distintas pugnas con
las autoridades que legitimaban el ejercicio de esta práctica. Rodríguez señaló cómo las
parteras o comadronas fueron aceptadas hasta el siglo XVIII, momento en que fueron
30
(León, Enfermería: Profesión, Humanismo y Ciencia, 2003).
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“reconocidas por parte de las autoridades encargadas de vigilar el ejercicio de la medicina;
antes de este siglo solamente eran toleradas”31.
A la ausencia de más trabajos sobre la profesionalización de las prácticas de salud ejercidas
primordialmente por mujeres, se une la falta de una historia social de la medicina en las
regiones periféricas de Costa Rica. Por ello es importante destacar que la historia social de
la medicina tiene una gran agenda de trabajo que debe acometerse en los próximos años. Si
bien, desde la década de 1990 ha existido un interés por este campo historiográfico, falta
mucho por desarrollar. En este contexto la historia de las parteras santacruceñas es una
pequeña contribución a retomar la historia de la salud pública, la cual está siendo abordada
con gran éxito por las historiadoras Ana María Botey Sobrado y Ana Paulina Malavassi
Aguilar en sus tesis de doctorado, quienes han introducido nuevas temáticas y
problemáticas a seguir. Especialmente, Botey ha señalado la interesante cuestión de cómo
se construye un Estado Social en un país periférico al capitalismo, dejando entrever la
necesidad de estudiar los impactos de este Estado Social en las regiones periféricas del
país32.
b- Comunidades científicas y pugnas:
Si bien Mercedes Núñez y José González, retomando los argumentos de Alberti y Siles, han
destacado que la enfermería es una “disciplina tan antigua como el propio hombre”33, en la
realidad ha estado marcada por la conflictividad socioprofesional. Un artículo del periódico
El País señalaba cómo aún en 2012 imperaba una cultura machista en ciertas áreas
consideradas como científicas. Así el artículo indicaba que el:
Machismo desde las aulas universitarias hasta los laboratorios científicos.
Con las mismas competencias y habilidades sobre el papel, los profesores de
biología, física y química de las universidades estadounidenses consideran
menos capacitadas a las estudiantes que a sus compañeros varones. La
31
(Rodríguez M. E., Costumbres y tradiciones en torno al embarazo y al parto en el México Vrreinal, 2000,
pág. 503).
32
A manera de ejemplo, algunas problemáticas específicas señaladas por Ana María Botey e importantes de
considerar para las regiones son: (Botey, Condiciones de vida de los costarricenses vistas por lo médicos de
pueblo, 1894-1920, 2005); (Botey, De empíricos a la creación de unidades sanitarias en Costa Rica 18421940, 2010); (Botey, De la beneficencia a la filantropía científica: la fundación de La Gota de Leche (1913),
2008), y (Botey, Salud, Higiene y regidores comunistas, San José (1933), 2009).
33
(Núñez & González, 2004, pág. 15).
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discriminación se produce ya desde ese punto. Y así lo ha demostrado un
estudio de la Universidad de Yale publicado en la revista Proceedings de la
Academia Nacional de Ciencia (Estados Unidos). Sea consciente o no —
como matiza el informe—, el sexismo va más allá del tradicional
pensamiento de que el lastre para que las mujeres escalen en ciencia (y en
general) es la compatibilización de su vida personal y su carrera. Hay otro
machismo que muchos pensaban ya superado: ese que considera a la mujer
directamente menos capaz. Y hombres y mujeres, en eso sí que hay igualdad,
caen en él34.
La segregación de las mujeres dentro de las comunidades científicas también es abordada
por varios autores. Así Porto y Cardoso hacen un valioso recuento de cómo las prácticas
obstétricas tuvieron dentro de su seno una intensa lucha de reconocimiento o estatus
socioprofesional, disputa llevada a cabo tanto por matronas como por oficiantes diplomadas
en Río de Janeiro, entre 1832 y 1876. Los autores siguiendo los postulados de Pierre
Bourdieu lograron descubrir cómo las obstetras conquistaron legalmente el reconocimiento
social35.
Lissell Quiroz analiza cómo en Perú se consolidaba un proceso que parece ser común para
el resto de América Latina, como fue el hecho de que en el siglo XIX se diera un momento
de profunda transformación del ejercicio de la medicina y particularmente de la obstetricia.
Para ella, se dio un mayor control de las matronas tradicionales (incluso se podría afirmar
persecución) y en su lugar las comunidades científicas en ciernes comenzaron a promover a
las parteras tituladas cuya profesión comenzaba a asentarse en ese entonces36.
Quiroz hizo su análisis a través de 260 mujeres peruanas que entre 1826 y 1902 fueron
reconocidas como parteras. Tal vez un elemento distintivo de Perú es su adelanto a otros
sistemas latinoamericanos o europeos, pues: “Lima fue la primera ciudad hispana en
organizar un sistema de formación de parteras diplomadas asociado a una Maternidad,
tomando como modelo la de París. Apenas asentada la independencia en 1826”37.
34
(Sahuquillo, 2012).
(Porto, 2009).
36
(Quiroz, 2012).
37
(Quiroz, 2012, pág. 417).
35
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En el proceso de lucha de la profesionalización, hay autores como Manuel Jesús García que
reivindican el carácter de arte en la formación de la enfermería. Para este autor, el parto se
ha desarrollado históricamente en el ámbito familiar, siendo atendido por otra mujer: la
partera o matrona, la cual —a pesar de no tener un título— era reconocida tanto social
como profesionalmente. A pesar de los avances científicos, la importancia de la partera
siguió siendo relevante y aun cuando surgen en la actualidad nuevas formas de pensar y ver
el nacimiento, las parteras siguen teniendo reconocimiento profesional38. Asimismo, María
Inés Games al reseñar un libro destacaba una frase de la autora Adela Vidal:
Ser comadrona, no es solo un título, es un estado del espíritu, es un
conocimiento intuitivo, un don, una apertura a los otros, una capacidad de
responder a la energía que precisa un nacimiento39.
Con dicha cita, Games legitimaba el carácter de arte de la partería, la cual no iba contra los
principios del saber profesional, del “saber hacer”, de las políticas de salud procreativa y
del Código de Ética de la Confederación Internacional de Matronas; por el contrario,
reafirmaba el valor del don hacia los otros, la donación de la energía para lograr el don de
la vida.
Ambas percepciones, tanto la de Manuel Jesús García como la de María Inés Games,
denotan todo un discurso de socioprofesionalización muy particular en la enfermería,
destacado por el arte y el espíritu de servicio. Dichas agregaciones son fundamentales de
considerar en un marco de legitimación ante comunidades científicas más consolidadas,
como son los casos de los médicos, los farmaceutas y los radioterapistas, quienes basan su
legitimidad en el conocimiento científico probado e indiscutible. Aspecto que
particularmente las enfermeras han tenido que abrir al debate, presentando las bases
científicas indiscutibles en las cuales se sustenta su profesión.
c- Del control social al empoderamiento profesional:
En el paso del control de las parteras tradicionales y de la profesionalización bajo los
cánones de la medicina oficial, Asia Villegas introduce un tema fundamental en el proceso
38
39
(García M. J., Historia del arte de los partos en el ámbito familiar , 2008).
(Games, 2010, pág. 1).
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de la medicalización de la obstétrica y de la imposición de una cultura médica en la
sociedad, como es la problemática de la violencia obstétrica como un fenómeno vinculado a
la violencia de género. Para esta autora, la ideología del patriarcado se ha ido imponiendo
en el área de salud, a través de distintas formas de maltrato, tales como humillaciones y
ultrajes hacia la mujer antes y durante el parto o durante una emergencia obstétrica y la
esterilización forzada40.
En el tema del empoderamiento de las y los enfermeros en el proceso de la
profesionalización, ha surgido el enfoque —como señalan Noé Ramírez, María Olga
Quintana, Olivia Sanhueza y Suazo Valenzuela— denominado paradigma emancipatorio, el
cual pretende dispensar a la enfermería de los estereotipos tradicionales y renovar su
esencia y su quehacer a través de nuevas líneas de pensamiento reflexivo. Todo ello según
los autores permitirá modificar la manera en la cual la profesión se posiciona, brinda
intervención y prepara a las(os) futuras(os) enfermeras(os)41.
Miguel Ángel Cánovas en una interesante tesis doctoral exploró las creencias, perspectivas,
significados y valoraciones de los mismos profesionales de la enfermería para comprender
las dimensiones de lo que él llamó “humanizar la salud” y sobre los cuidados que prestan a
la comunidad a la que sirven. El trabajo si bien manifiesta las discrepancias entre la
formación y lo que la sociedad demanda, dejó en claro la importancia del paradigma
relacional en la profesión de la enfermería42.
En la actualidad, la enfermería mundial ha buscado crear moldes científicos como la teoría
de los cuidados de Kristen Swanson, lo cual la ubica como disciplina dentro del marco de
los metaparadigmas43.
d- Medicina popular y medicina científica
40
(Villegas, 2009).
(Ramírez, Quintana, Sanhueza, & Valenzuela, 2013).
42
(Cánovas, 2008).
43
(Rodríguez V. V., 2012).
41
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La historia de la pugna entre la medicina tradicional y la oficial está llena de eventos donde
lo popular se equipara con superstición 44 . Elemento acrecentado con el gran poder que
tenían las curanderas, obstetras y herbolarias, quienes además de conservar la memoria
local y comunal poseían el conocimiento de la vida. Andrés Nieto ha señalado que el
género femenino siempre ha acumulado una serie de tareas esenciales para la humanidad
desde la prehistoria, entre ellas mantener la salud de su hogar y familia. A finales del siglo
XIX, la mujer fue arrinconada por la medicina oficial, la cual sancionaba las tradiciones,
costumbres y usos sociales a través de distintas prácticas vejatorias, aspectos que se dieron
con especial énfasis en la partería cartagenera45.
Por su parte, Martha Eugenia Rodríguez analizó los cuidados y prácticas que se realizaban
durante el embarazo y el parto en la Nueva España. Prácticas que podían ser de carácter
supersticioso, religioso o profano y que era importante valerse de ellas debido a que el
embarazo se veía como un proceso natural y fisiológico y, a su vez, el momento del parto
era temido porque se corría el riesgo de perder la vida. En ese marco, las novedades como
la operación cesárea (introducida en la Nueva España en el siglo XVIII) se dieron bajo una
gran resistencia sociocultural, tanto de los sectores populares como de los profesionales de
la salud. Asimismo, la iglesia veía con recelo y vigilancia las prácticas de las parteras,
quienes podían mezclar lo divino con lo supersticioso46.
Jordán y Molina han destacado cómo la partería ha generado mitos. Uno de ellos es la
Cueva Negra, donde distintas comunidades acuden para recordar los vínculos entre la
fecundidad y la revitalización de la vida. De esa manera, la Cueva Negra de Fortuna ha
desarrollado históricamente ritos de propiciación de la fertilidad o bien de protección de los
bebés. Ambos elementos, destacan los autores, constituyen un ejemplo donde coinciden un
amplio elenco de manifestaciones antropológicas comunes al ámbito mediterráneo y un
recuerdo de épocas ancestrales47.
Fuentes: Un elemento a rescatar es el uso de fuentes poco tradicionales, pero muy
enriquecedoras para establecer las prácticas médicas de la enfermería, como el realizado
por los investigadores Mercedes Núñez del Castillo (antropóloga y enfermera) y el Dr. José
Siles González (catedrático en el Departamento de Enfermería), quienes utilizan
44
(Kuschick, 1995, págs. 11-14).
(Nieto, 2004).
46
(Rodríguez M. E., Costumbres y tradiciones en torno al embarazo y al parto en el México virreinal, 2000).
47
(Jordán & Molina, 2003).
45
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ingeniosamente el material iconográfico presente en las pinturas rupestres de las cuevas de
la Comunidad Valenciana para explorar cómo se practicaba la medicina en el neolítico48.
Además de las fuentes iconográficas, Manuel de Jesús García ha destacado tres que aportan
una muy valiosa información sobre el trabajo diario de las parteras, estas son: las cartas
públicas de parto, las visitas pastorales y procesos o autos de fe contra una partera. Las tres
fuentes son equivalentes a los documentos personales, visitas de autoridades y procesos
judiciales de distinto tipo. En su conjunto, ofrecen un panorama sumamente rico sobre la
formación de parteras, labores cumplidas habitualmente (que en muchas ocasiones
rebasaban la atención del parto, pues realizaban cuidados durante el embarazo, postparto y
atención del niño), igualmente, efectuaban tareas de consejería sobre la sexualidad de las
mujeres e incluso, según García, prácticas no legales como el aborto49.
A esas fuentes se unen los exámenes profesionales para las obstetras que se convertían en
enfermeras 50 ; los manuales de texto para enfermeros 51 ; textos didácticos, docentes,
normativos, administrativos y narrativos; hemerotecas; archivos de hospital; fuentes
etnográficas; cartas personales de las enfermeras; informes de inspectores, doctores y las
mismas enfermeras, parteras, obstetras y comadronas; entre otras52.
Otro elemento a destacar en cuanto a las fuentes es la nueva tendencia a compartir
documentos en repositorios, para que sea a través de ellos que se creen comunidades
científicas colaborativas, tema practicado en Costa Rica en forma pionera por el Centro de
Investigaciones Históricas de América Central53. En el caso específico de la enfermería,
Joaquín León ha desarrollado un valioso recuento de textos impresos en España durante los
siglos XVI y XVII, lo cual permite no solo sistematizar las bases de la enfermería española
sino también formular nuevos procesos de colaboración investigativa54. De acuerdo a esto,
48
(Núñez & González, 2004).
(García M. J., El oficio de partera entre los siglos XV al XVIII. Fuentes documentales para su estudio,
2012).
50
(García & Valle, Estudio de un documento del siglo XVII referente a la solicitud de una carta de examen
para el ejercicio del oficio de matrona, 1992).
51
(García, Valle, & García, Instrucción de enfermeros, se Andrés Fernández, 1625. Una obra cumbre de la
enfermería española, 1993).
52
(García & García, 2008).
53
(Santamaría & Marín, 2011).
54
(León, Textos de enfermería impresos en España durante los siglos XVI y XVII disponibles en bibliotecas
digitales, 2013).
49
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muy posiblemente pronto llegue a Costa Rica esta sistematización para reconstruir la
historia de la salud y la enfermería.
A manera de resumen, se puede bosquejar lo que aparentemente se está desarrollando en
materia de historia de la salud pública en Costa Rica. El esquema n°.1 es una primera
aproximación a las principales líneas de investigación que consideran un análisis de
trayectoria.
Esquema n°.1
Fuente: Elaboración propia.
El esquema n°.1 denota seis grandes líneas de trabajo que se avizoran como las principales,
esto llevado a cabo desde distintos enfoques que van desde la historia basada en
acontecimientos hasta formas más elaboradas de análisis de redes y conflictos sociales. El
panorama historiográfico costarricense de la historia de la enfermería, la partería, la
medicina, la salud pública y sus oficiantes, si bien todavía es modesto —comparado con lo
realizado en otros contextos—, está mostrando un gran interés que le permitiría convertirse
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en una línea destacada de investigación, máxime si se considera la inserción de grupos
académicos, muchos de ellos asentados en prestigiosos institutos y centros de investigación,
en gremios y distintos organismos internacionales que se desarrollan actualmente en el
contexto de la salud costarricense. Queda esperar el establecimiento de vasos comunicantes
que permitan comprender el fenómeno de la salud desde una perspectiva que integre los
balances de las ciencias básicas, la salud, la cultura y desde luego el papel de los distintos
actores sociales.
***
III- HACIA UN CONTEXTO AMPLIO DE LA PARTERÍA SANTACRUCEÑA
Muchos de los santacruceños que nacieron entre principios y mediados del siglo XX lo
hicieron en sus hogares y fueron atendidos por mujeres que habían aprendido el oficio de
parteras; entiéndanse estas como aquellas mujeres que sin tener estudios o conocimiento
científico de la medicina atendían a las otras mujeres de sus localidades en su labor de
parto. En el artículo la Matrona en España, la investigadora Rodríguez Rosalen señalaba
para el caso español:
La partera en España ha seguido a través de siglos, una evolución similar a la
del resto de Europa. Es decir, su preparación se limitaba tradicionalmente a la
trasmisión oral de los conocimientos empíricos: Las parteras más viejas
comunicaban a las más jóvenes su experiencia, cuando estas decidían
dedicarse a asistir partos de las mujeres de su entorno55.
La cita de Rodríguez nos permite comprender mejor una reseña realizada en 1976 sobre el
estado de la medicina en la bajura, donde se incluían Nicoya y Santa Cruz. Según esta
monografía:
…la salud publica en Nicoya. La medicación, antes del siglo XIX, la
practicaban sujetos —por lo general extraños al solar nicoyano— que
casualmente habían leído viejos infolios con listas de enfermedades y
recetas. Entre ellos figuraban monjes franciscanos.
Eran momentos de la milagrería, hechicería y de los seudopredestinados de la ciencia médica.
55
(Rodríguez M. d., 2003, pág. 1).
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Recetaban menjunjes, que entregaban a los enfermos entre signos
cabalísticos y muecas.
Pócimas hechas con gotas de la savia de árboles y yerbas: escalera de
mico, hombre grande, hojas de salvia, verba del dolor, apazote, malva,
yerbabuena, zarzamora, zarzaparrilla, carda santo, cañafístula, pelo de
maíz, calzoncillo, caña agria, emplastos de tres yerbas masticadas,
pitos de itabo, leche de targuá, leche de madero negro y otros brebajes
y baños de yerbas cocidas para alejar malos pensamientos o malos
espíritus, y otras para atraer bonanza a las personas y a los hogares.
¡Todo el acervo curativo de la Naturaleza, vaciado en jarras de barreo
labradas por el ingenio chorotega!
Los infinitos secretos curativos de los indígenas, sus fórmulas
milagrosas, se transmitían de padre a hijo y muchas de ellas continúan
siendo una incógnita mayúscula para los científicos e investigadores
de hoy.
Otras versiones ofrecidas por gentes que nacieron en las últimas
décadas del siglo pasado o en las primeras del presente, revelan que la
medicaci6n en aquel entonces se daba, desgobernada oficialmente, en
una casona situada al este de la ciudad, de una edad más o menos
parecida a la que tiene la iglesia, que las gentes llamaban “el hospital”.
En este puesto de salud, vivía una matrona que gratuitamente brindaba
atención a las madres en estado de gravidez. No había médico. El
edificio —añaden— tenía en su frontal apariencia semejante a la del
templo56.
El caso de Nicoya no fue totalmente extraño a Santa Cruz. Hay que recordar que producto
de la conquista en 1552 tanto Nicoya como Santa Cruz formaron una unidad territorial, con
distintos nombres y derechos según las nomenclaturas del imperio español.
Aproximadamente, en 1760 se asentaron en lo que hoy es Santa Cruz los hermanos Miguel
y Basilia Ramos, ambos de origen español. Don Miguel era Capitán de Buque y había
adquirido 56 caballerías de tierra, posesión que con el tiempo fue aumentando. Una de las
hijas de don Miguel, llamada Bernabela Ramos, se casó y se fue a vivir por la margen
derecha del rio Diriá (al oeste de la actual ciudad). Al parecer fue ella quien mandó a
colocar una gran cruz en el patio de la casa y hacía venir al cura de Nicoya a dar misa, por
lo que con el tiempo este lugar se conoció con el nombre de Santa Cruz57.
La unidad territorial fue desagregándose conforme crecía el Estado. Así, a mediados del
siglo XIX, Santa Cruz fue declarado cantón exactamente el 7 de diciembre de 1848. El
56
57
(Caja Costarricense del Seguro Social, 1976, pág. 19).
(Ugalde & Tellini, 1995).
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cantonado propició procesos de identidad local y una dinámica económica, social y cultural
muy diversa. En la actualidad posee grandes contrastes que van desde los enclaves
turísticos ubicados en su parte costera, hasta los barrios empobrecidos hallados en el distrito
central del cantón. Así mismo, a la par de un comercio activo en donde se puede encontrar
y satisfacer casi cualquier tipo de necesidad alimentaria, de vestido, bancaria o de salud,
hay personas que no pueden pagar los servicios básicos, aumentando con ello la población
marginal.
Entre 1848 y 1950, Santa Cruz estuvo dominada por los productos de autosubsistencia, la
ganadería y el transporte por cabotaje58. Este último era el medio de transporte más rápido,
barato y eficaz, pero aun así ofrecía muchas dificultades para movilizar personas enfermas
o parturientas. En toda la provincia de Guanacaste se repetía este inconveniente. Por ello,
conforme fueron avanzando la edificación de un sistema sanitario y de salud regional las
mujeres parturientas y embarazadas asistían a las parteras o comadronas. Con el tiempo y
los avances en los medios de transporte, la construcción de clínicas y de hospitales, unidos
a los adelantos en materia de cobertura médica, fueron cambiando este panorama59.
Ana María Botey describió el sistema sanitario regional de salud indicando que:
En la década de 1880, lo más importante en el campo de la salud fue la
construcción de hospitales en las capitales de las provincias ubicadas en el
Valle Central: Cartago, Heredia, Alajuela y en Liberia, capital de la provincia
de Guanacaste y en algunos cantones del noreste en las zonas de la expansión
cafetalera como: San Ramón, Naranjo, Grecia. La iniciativa para la creación
de estos denominados “hospitales” que constituían una especie de galerones
para el cuido de enfermos carentes de familiares que pudieran atenderlos,
surgió de las Juntas de Caridad de esos lugares, integradas por personas
destacadas y filantrópicas de las comunidades. Las cuales no siempre eran las
más adineradas60.
La cita anterior revela un sistema de salud regional en proceso de gestación. La historiadora
Botey evidencia también un proceso paulatino de creación de los circuitos médicos y de la
58
(Marín & Nuñez, Los sistemas de cabotaje, 2011).
Al respecto véanse las compilaciones de (Núñez & Marín, Guanacaste;: Historia (Re) construcción de una
región 1850 -2007, 2009) y (Núñez & Marín, (RE) Lecturas de Guanacaste: 1821-2010 , 2011).
60
(Botey, De empíricos a la creación de unidades sanitarias en Costa Rica 1842-1940, 2010, pág. 20).
59
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expansión de los médicos de pueblos entre 1894 y 1931. En el caso de Guanacaste, de
nuevo se presenta un proceso desigual, distante en kilómetros, muy apartado o
desarticulado entre sí y muy remoto al interior de las comunidades. Así, en 1931
Guanacaste contaba con apenas tres circuitos médicos. El primero era Liberia con sede
central en Liberia; el segundo Nicoya-Santa Cruz con sede central en Nicoya, y el tercero
Cañas-Bagaces con sede en Cañas61. Todo ello hacía que el sistema regional de salud que
se edificaba en Guanacaste diera lugar a una coexistencia de la medicina oficial con la
tradicional, hasta al menos 1970, cuando los procesos centralizadores del Estado
costarricense se llegaron a ver en la región.
Sin duda, las reformas sociales de mediados del siglo XX fueron fundamentales en la
edificación de un sistema sanitario, el cual entraba en competición con la salud tradicional.
En 1938, se creó la Unidad Sanitaria de Nicoya por iniciativa del diputado Álvaro Cubillo,
la cual tenía un doctor y una enfermera obstétrica. La Caja fundó en ese mismo cantón una
oficina de prestación de servicios médicos y sociales, en 1964, y entre 1976 y 1972 se dio
la centralización de dispensarios para crear el Hospital regional62.
Todo lo anterior formaba parte de un gran panorama de transformación de la salud pública,
la cual se constituía en todo un sistema. Como se puede observar del gráfico n°.1, hubo
desde 1821 una creciente tendencia a formar nuevas instituciones que abordaran el
problema de la salud. Primero las municipalidades, luego los médicos de pueblo y
finalmente la paulatina institucionalización de la medicina iniciada en 1850, dieron inicio a
lo que la historiadora Ana María Botey ha llamado la “salud pública ilustrada (18501895)”63.
Gráfico n°.1
61
(Botey, De empíricos a la creación de unidades sanitarias en Costa Rica 1842-1940, 2010, pág. 24).
(Caja Costarricense del Seguro Social, 1976, págs. 27, 31 y 35).
63
(Botey, Los actores sociales y la construcción de las políticas del Estado Liberal en Costa Rica 1850 - 1949,
2013, págs. 220-227).
62
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Periodos de la salud y el número de instituciones
creadas en el sector salud. Costa Rica 1821 - 2012
40
35
30
25
20
15
10
5
0
1821 - 1860 1861 - 1914 1915 - 1949 1950 - 1970 1971 - 1990 1991 - 2012
Fuente: Elaboración propia a partir de (Ministerio de Planificación Nacional y Política
Económica, 2007).
Según Botey, entre la décadas de 1840 y 1890 los médicos de pueblo competían en el
mundo de la salud con sanadoras, empíricos, matronas y herbolarios(as). En esa contienda
los médicos llevaban las de ganar pues contaban con el respaldo del Estado y una mayor
institucionalización de la salud, como se percibe en el gráfico n°.1. Botey señala cómo:
Las medidas y amenazas contra los curanderos y empíricos, en el plano de la
acción gubernamental no eran nuevas. En 1845, dos años antes de la emisión
de la ley de médicos de pueblo, el gobierno mandó a establecer en cada
municipio, un registro de las personas que practicaban la medicina sin estar
acreditadas. El propósito era prevenirlas y recordarles que no estaban
autorizadas para curar o confeccionar medicamentos, por lo que en caso de
reincidencia serían enviadas a los tribunales64.
La doctora Botey recoge en ese párrafo toda una tendencia del control social que iba en
aumento contra las sanadoras, comadronas y parteras, además de herbolarias y curanderas.
Precisamente, en el periodo entre 1950 y 1980 las parteras estudiadas en este trabajo
sufrieron el control de las autoridades y varios intentos de profesionalización con el fin de
llevarlas al mundo de la sanidad oficial.
64
(Botey, Los actores sociales y la construcción de las políticas del Estado Liberal en Costa Rica 1850 - 1949,
2013, pág. 251).
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Segundo, cuando se consolidaba el sistema de salud entre 1914 y 1949, las nuevas
instituciones comenzaron a controlar aún más las prácticas tradicionales de la medicina. Tal
como se puede ver tanto en el gráfico n°.2 como en el esquema n°.2, hubo un proceso
creciente de la institucionalización de la salud, creando no solo una red de entidades sino
también todo un campo socioprofesional y del conocimiento válidamente admitido.
Gráfico n°.2
Número de nuevas instituciones de seguridad social creadas por
quinquenio 1821 - 2012
20
18
16
14
12
10
8
6
4
2
0
Fuente: Elaboración propia a partir de (Ministerio de Planificación Nacional y Política
Económica, 2007).
El gráfico n°.2 denota cómo la enfermería y la obstetricia oficial formaron parte de una
tendencia desde la década de 1850 en la creación de un campo oficial de la medicina.
Asimismo, cómo entre 1915 y 1940 las instituciones de salud crecían a ritmos acelerados y
con ello nuevas pautas de control.
Esquema n°.2
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Fuente: Elaboración propia a partir de (Ministerio de Planificación Nacional y Política
Económica, 2007).
El esquema n°.2 denota la cristalización de la red institucional donde participaban el sector
privado y las nuevas instituciones hasta formar un sistema de salud. Vale decir que las
parteras que se estudian en este artículo en su mayor parte ejercieron en este marco de
consolidación del sistema de salud. Después de la década de 1970, el sistema se reconfigura
con nuevas disposiciones como fueron la universalización de la salud y la expansión de las
entidades sanitarias a todo el país.
Precisamente, a raíz de esa progresiva institucionalización hay que comprender tanto la
edificación de nuevas instancias de curación en Santa Cruz como las nuevas pugnas entre
los actores que sostenían la medicina tradicional y aquellos que dentro del sector salud
buscaban un reconocimiento.
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La concreción del Hospital Regional en Nicoya se ubicó dentro de la lógica de la expansión
de la medicina estatal. Justamente, dicho nosocomio nacía de la afluencia, cada vez mayor,
de pacientes de los cantones adyacentes a Nicoya. Por ese motivo el Hospital en Nicoya fue
ubicándose poco a poco como un punto neurálgico para reordenar la atención médica de la
región, como un intento del Estado de normar la salud en ese lugar. Al mismo tiempo, la
creación y el fortalecimiento de otras unidades sanitarias en Santa Cruz, Nicoya, Hojancha
y Nandayure no solo permitirían atender mejor a la población de la Bajura, sino también
articular una red de salud regional65.
En ese largo proceso de consolidación sanitaria iniciado en la década de 1850 se dio la
coexistencia con los sistemas sanitarios tradicionales. Así pues, en la referida memoria de
la Caja se mostraba cómo en Nicoya desde el siglo XIX estaba en pleno la partería
tradicional. De modo que varias mujeres y señoritas nicoyanas se especializaban como
parteras o enfermeras:
…Muchas de las primeras ganaron el cariñoso distintivo de “mama”, de parte
de personas que ligaron a la vida entre sus manos.
Cuentan que las mujeres hacían mejor las cosas que los hombres, porque
llevaba cada una de ellas un corazón de madre y un caudal inagotable de
amor cristiano.
Hubo una Hermana de la Caridad, de origen francés, que ejerció la
enfermería. De su nombre y suerte, nadie recuerda nada.
Citan a dos matronas que fueron excelsas como enfermeras: doña Dolores
Jiménez Mena, quien murió de 105 años y doña Juana Fajardo, quien falleció
a los 115 años.66
Si bien la imagen se mantuvo hasta mediados de la década de 1970, ya en esa época se iba
dando un proceso de arrinconamiento de las parteras tradicionales, quienes para las décadas
de 1980 y 1990 eran casi olvidadas por las generaciones actuales. Así el desplazamiento y
posterior desaparición de estas mujeres y de sus artes en las labores de parto han dejado un
vacío en la historia social de la salud en Guanacaste y en el país.
65
66
(Caja Costarricense del Seguro Social, 1976, pág. 44).
(Caja Costarricense del Seguro Social, 1976, pág. 23).
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El esquema n°.3 pretende establecer una relación de esa subsistencia según se vio por las
diferentes parteras entrevistadas y cómo dentro de la convivencia del sistema de salud
tradicional y el moderno u oficial se dieron competencias y relaciones muy específicas.
Esquema n°.3
Fuente: Elaboración propia.
La interacción de ambos sistemas osciló entre la cooperación y la pugna. En esencia, la
medicina moderna adoptó su práctica como una doctrina científica, certera e incuestionable,
la cual era sustentada por un grupo selecto de expertos. De esta forma, las oficiantes como
obstetras, enfermeras y sanadoras con títulos oficiales trataban de inscribirse al campo
oficial de la medicina, pero si estos grupos rebasaban sus roles oficialmente aceptados eran
considerados como charlatanes, disidentes de la ciencia, heréticos al dogma médico y en fin
como sujetos apartados de lo aceptable y lo admisible67.
67
Sobre el tema de la interacción de ambos sistemas véase (Plata, 2003).
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Lo inadmisible para las comunidades de salud oficiales eran las sanadoras, curanderos(as),
empíricos(as), sobadoras(es), parteras y herbolarios(as) que ejercían al margen de la
ciencia; por consiguiente, ellos debían ser castigados y expulsados de la sociedad. Así,
tanto las prácticas como los saberes tradicionales eran censurados y menospreciados. El
desprecio a las prácticas tradicionales se acrecentaba cuando estaba de por medio la
religiosidad popular. Si bien hoy en día la medicina popular ha sido paulatinamente
rescatada como un conocimiento enriquecedor de las representaciones de la sociedad,
todavía las comunidades médicas y de salud se rehúsan a aceptarla.
En el marco de las comunidades, el esquema de relaciones de las medicinas tradicional y
moderna se revierte. En efecto, para las comunidades y conforme se avanzaba en la
institucionalización de la medicina, la cultura de la salud era amplia, plural y si se quiere
iconoclasta y heterodoxa.
Esquema n°.4
Fuente: Elaboración propia.
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Una forma de sintetizar la visión de las comunidades sobre la relación entre las medicinas
tradicional y moderna puede ser a través del esquema n°.4. Efectivamente, el esquema trata
de sintetizar cómo la salud era vista como un espacio social de acción y de mutuas
influencias y autoridades. Para los miembros de la comunidad, el respeto y la autoridad
eran otorgados por la eficacia al tratar una enfermedad. Dentro de ese contexto, obstetras,
comadronas, médicos, enfermeras, curanderos, sanadores, y en fin el amplio de los actores
del mundo de la salud eran venerados casi como santos. La fe en ellos, indistintamente si
eran del mundo de la medicina tradicional o la moderna, igualmente les aseguraba el
respeto. En estos sujetos confluían relaciones sociales de legitimidad profesional definidas
por la forma en que desarrollaban su práctica curativa. Las personas que acudían a ellos
esperaban por parte de sus sanadores: reciprocidad y relaciones que permitiesen desarrollar
confianza —tanto hacia el curador como a sus medicinas y rutinas terapéuticas—.
La necesidad de rescatar la historia de las parteras entra dentro de un gran proyecto por
recuperar la historia social guanacasteca y su cotidianeidad. Hoy el desconocimiento de las
actividades, las labores y los oficios tradicionales merece atención, esto si se quiere tener
una visión más amplia y completa de la historia de regiones, comunidades y pueblos como
Santa Cruz.
Al finalizar la década de 1970, Guanacaste en su conjunto ya daba visos de un sistema de
salud regional con dos hospitales La Anexión en Nicoya y Enrique Baltodano en Liberia;
además de una red de dispensarios en Liberia, Nicoya, Santa Cruz, Cañas, Filadelfia,
Tilarán, Abangares y La Cruz; un programa médico asistencial, y clínicas en Hojancha,
Nandayure, Carmona, Santa Cruz y en 27 de Abril68. A la par de ello, se desarrollaba todo
un campo de relaciones entre las medicinas tradicional y moderna donde actuaron las
parteras que se analizan en este trabajo.
En la actualidad, Santa Cruz cuenta con una clínica de la Caja Costarricense del Seguro
Social, clínicas privadas y un hospital a 30 kilómetros de distancia en la ciudad de Nicoya,
en donde la mayoría de las mujeres santacruceñas dan a luz a sus hijos(as). Los programas
de atención prenatal dan un margen de seguridad muy amplio a estos niños y niñas, estas
posibilidades y avances, como ya mencionamos, son resultado de la modernización médica
y en otros ámbitos.
68
(Caja Costarricense del Seguro Social, 1976, pág. 137).
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Para finalizar este contexto de la medicina en Santa Cruz, debe agregarse que estuvo
marcada por grandes cambios demográficos que vivía en su conjunto la sociedad
costarricense. Tal y como se puede ver en el esquema n°.5, la historia de la partería formó
parte de un mundo de grandes transiciones demográficas.
Esquema n°.5
Fuentes: (Pérez H. , 2010, págs. 217-218); (Livi-Bacci, 1990, págs. 26-38); (University of
Oxford, 2001) y (Grupo InfoStat, 2012).
El esquema n°.5 incorpora en distintos países y en distintos momentos la esperanza de vida.
En particular se enfatizó en los países centroamericanos, introduciendo como medida
comparada algunos países considerados clave por Massimo Livi-Bacci. El mundo de la
partería se desarrolló en cuatro periodos. El primero se extiende entre 1750 hasta más o
menos 1850, aunque realmente se puede retrotraer hasta el periodo de consolidación de la
colonia en Costa Rica. Este periodo formó parte de un mundo demográfico resumible en la
frase “reproducirse y tratar de sobrevivir”. Livi-Bacci ha caracterizado este periodo
demográfico de la siguiente forma:
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El crecimiento era lento y se producía una gran disipación de energía
demográfica; las mujeres debían dar a luz una media docena de hijos para
poder ser reemplazados por la generación posterior. Cada generación de
nacidos, en efecto, perdía de una mitad a una tercera parte de sus
componentes antes de que éstos alcanzasen la edad reproductiva y pudiesen
convertirse en reproductores. Las sociedades del antiguo régimen eran, por
consiguiente, ineficientes desde el punto de vista demográfico69.
Las observaciones de Livi-Bacci fueron detalladas para el caso costarricense por Héctor
Pérez, quien indicaba que la transición demográfica en Costa Rica se desenvolvió en tres
etapas sucesivas:
…a- el fin de las grandes epidemias y una caída en la frecuencia de las crisis
de mortalidad desde mediados del siglo XIX, mientras la fecundidad se
mantenía en niveles elevados; b) un marcado descenso en la mortalidad
iniciando hacia 1930 y continuando hasta finales del siglo XX, con una
fecundidad alta hasta la década de 1960; c) una situación de baja mortalidad
del siglo XX. En perspectiva comparativa con los datos europeos, Costa Rica
ilustra bien lo que parece ser una de las peculiaridades de la transición
demográfica latinoamericana: una mortalidad en descenso con niveles de
fecundidad exuberantes que se mantienen así durante un largo periodo70.
Tanto las observaciones de Livi-Bacci como las de Héctor Pérez son fundamentales para
contextualizar el papel de las parteras santacruceñas entre 1930 y 1970. En especial porque
permiten comprender el periodo de 1750 a 1850, en el cual las parteras y comadronas
enfrentaban los embarazos riesgosos armadas de su experiencia y del conocimiento
popular. La labor de partera en ese contexto era sumamente difícil. La esperanza de vida
entre 1750 y 1850 osciló entre los 25 y los 40 años.
El segundo periodo de la partería va de 1850 hasta más o menos 1930. En ese lapso se dio
un cambio demográfico paulatino. Las parturientas poco a poco dejaban de tener altas tasas
de mortalidad asociadas a varios factores, entre ellos mejoras en la alimentación, los
sistemas de abastecimiento de agua y la introducción del calzado, además de elementos más
estructurales como el crecimiento económico, repunte de la producción, nuevas condiciones
69
70
(Livi-Bacci, 1990, pág. 107).
(Pérez H. , 2010, pág. 246).
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sanitarias, aumento de la escolaridad, una mayor conciencia sobre las causas de las
enfermedades y mejoras en el transporte de personas y mercancías.
Como ya se indicó, existió una intensa campaña por captar a las obstetras, de manera que
los avances en medicina se transformaban en una mayor intervención de las parteras. Aun
así ellas interactuaron con un sistema de salud que iba cambiando y modernizándose.
El tercer periodo va de 1930 a más o menos finales de la década de 1970. En este lapso
ejercieron la mayoría de las parteras que se entrevistaron para esta investigación. Como
indicó Héctor Pérez, la baja de la mortalidad se acompañó con las tasas de natalidad. Acá
las parteras santacruceñas tuvieron que interactuar aún más con los sistemas sanitarios,
tanto nacionales como regionales. Al tiempo que las comadronas fueron tentadas a
participar en los sistemas de salud, ya fuera capacitándose, convirtiéndose en obstetras
oficiales, optando por la enfermería o simplemente cumpliendo tareas complementarias con
los médicos.
Finalmente, el último va de 1970 hasta la actualidad. Las parteras ceden su lugar casi
totalmente, aunque a finales de la década de 2000 se hablaba de volver a los partos dentro
del hogar71; no obstante, el 97% de estos se realizaba en centros hospitalarios. A pesar de
no ser esta época de ejercicio y estar en retiro, las parteras entrevistadas recuerdan cómo
trasmitieron su oficio, cómo enseñaban a otras mujeres las prácticas del sobado, la
detección del sexo del bebé y, en fin, el traspaso de su rica experiencia.
Un elemento importante que hay que señalar es que en la conformación de las comunidades
profesionales y científicas hubo conflictos internos, los cuales aún están por ser valorados,
pues de una u otra manera afectaron las relaciones de dichas comunidades con las parteras
tradicionales, tema que también debe explorarse aún más. A manera de ejemplo rescatamos
tres desavenencias al interior de esas comunidades científicas y profesionales, aspecto que
implica toda una agenda de investigación. El primero de ellos se dio en 1955 cuando las
auxiliares de enfermería lucharon para que el Ministerio de Trabajo no equiparara su labor
con el servicio doméstico, pues según ellas:
71
(Cordero, 2008 ).
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Queremos dejar muy claramente expresado que nuestra protesta no se origina
en el hecho de que nos hayamos sentido ofendidas porque se nos colocaría en
la categoría de servidoras domésticas puesto que todo trabajo es honroso, sino
que nuestra protesta se fundamenta en la apreciación injusta que se ha hecho
de nuestra labor, y en el derecho que nos asiste a todos para reclamar lo que
legítimamente nos corresponde: en este caso la categoría de nuestra posición
de auxiliares de enfermería que modestamente desempeñamos en este centro
de beneficencia72.
El segundo conflicto que nos interesa destacar se dio en 1967 cuando se enfrentaron
enfermeras por motivos salariales con el Servicio Nacional Hospitalario y el Consejo
Nacional de Salarios. La pugna se daba porque las autoridades no definían a cuál instancia
le correspondía darles el salario, pues la Dirección General de Asistencia Médico Social
transfería el cálculo a la Dirección General de Servicio Civil; en el fondo se percibía que
debía ser un órgano distinto a los médicos el que valorase la pertinencia entre salarios y
funciones de los auxiliares de enfermería y las enfermeras, en una época donde no se
consideraban profesionales73.
Fnalmente, el otro conflicto se dio entre la Junta Directiva del Colegio de Enfermeras y la
Junta Directiva de la Asociación Nacional de Enfermeras y Obstétricas contra el Proyecto
de Ley Orgánica del Ministerio de Salud, promovido por el doctor Óscar Tristán y
desarrollado en 1965, el cual ignoraba los quehaceres y el papel de la enfermería en el
Sistema Nacional de Salud, incluso cuando esta era una tarea establecida por la
Organización Mundial de la Salud74.
Los tres ejemplos, con sus distintos matices, reflejan cómo ese lento proceso de
reconocimiento profesional de obstetras, enfermeras y auxiliares se dio en un marco de
pugnas. Es decir, una lucha dada para que tanto las comunidades científicas establecidas
como los entes estatales reconocieran las particularidades de su oficio; acreditaran las
competencias intelectuales, técnicas y eruditas de sus oficiantes; confirmaran la experiencia
sociolaboral como una actividad formal; delimitaran su función, tanto frente a los empíricos
que realizaban labores semejantes a ellos como dentro de las comunidades científico72
(La Nación , 1955).
(La Nación , 1967 ).
74
(La Nación, 1965).
73
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profesionales ya existentes; aceptaran los criterios de idoneidad, fiabilidad y rigor técnico, y
en fin, que legitimaran y legalizaran su oficio como profesión.
IV- LA PARTERÍA SANTACRUCEÑA Y SU RELACIÓN COMUNAL
La esencia de una comadrona o partera es mucho más que una mujer que se encarga de
traer niños al mundo, es un ser destinado a ejercer un don amparada en una gran vocación
de servicio. La relación con la comunidad es más amplia de lo que se cree comúnmente. En
efecto, las parteras asisten los alumbramientos, instruyen a la parturienta sobre el
amamantamiento, promueven prácticas de cuido de los niños, escuchan y trabajan los
miedos de cara al parto y eventualmente aconsejan sobre cómo quedar embarazada. Por sí
solas, esas tareas creaban un aura de respeto comunal hacia las parteras. No obstante, la
fama y los alcances de una partera rural iban más allá.
Una relación ideal se puede esbozar en el esquema n°.6. Ciertamente, se puede observar
que la relación de la partera o comadrona con la mujer es muy amplia, como ya se citó. A
ello se une toda una tarea —que en contextos de ausencia de la medicina oficial es vital—:
el cuido de los niños, sus calenturas, enfermedades gástricas y lo que se puede denominar
“enfermedades culturales”, como son los aires, el mal de ojo o las alferecías.
Esquema n°.6
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Fuente: Elaboración propia.
Como se sintetiza en el esquema n°.6, las parteras y comadronas además tenían una
relación con otros miembros de la comunidad distintos a las mujeres parturientas y los
neonatos. Así, mujeres y hombres eran atendidos por las enfermedades más cotidianas del
mundo rural, que iban desde las quebraduras hasta los empachos por comidas malas,
pasadas o por excesos en la ingesta.
En suma, el esquema n°.6 pormenoriza toda una relación social entre las parteras y la
construcción social de la salud y la sobrevivencia de una comunidad. En efecto, las parteras
tienen la virtud de regenerar la comunidad, pero las más experimentadas son capaces de
diagnosticar y de curar el sufrimiento de todos sus convecinos. Ellas en su capacidad de
promover la vida forman una relación especial con la comunidad, aptas para sanar,
aconsejar y alejar las enfermedades del “aire” como las gripes y del “espíritu” como el mal
de ojo.
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Las comadronas y parteras son mujeres que tienen una fuerte presencia en la comunidad y
su piedad hace que las enfermedades (visibles e invisibles) sean sanadas. Las parteras en
ese mundo de la salud demuestran conocimientos y capacidades especializados que pocos
pueden igualar.
a- Ser una partera y entrar al mundo de la partería en el mundo rural era toda una
herencia mujeril
Esta parece que fue la experiencia de doña Lorenza Cascante, partera que había nacido en
el pueblo de Ortega, ubicado a unos 20 kilómetros del distrito central de Santa Cruz. Según
una nieta de doña Lorenza, era una mujer “alta y delgada, de piel morena y pelo castaño y
con unos hermosos ojos color amarillos”75.
Doña Lorenza Cascante pertenecía a una comunidad tradicional que guarda aún hoy en día
celosamente sus costumbres. En la actualidad, Ortega es un pueblo muy conocido a nivel
nacional por realizarse allí las famosas lagartadas, tradición que consiste en sacar un lagarto
del río con la participación de todos los vecinos y visitantes el Viernes Santo. Una de las
usanzas es capturar el lagarto más grande, pues en ello se encontraría el mérito de los
participantes76.
Según recuerda la nieta de doña Lorenza Cascante, Ana Teresa Sánchez, su abuela solo
asistió a la escuela dos años, en los cuales aprendió a leer, pero no a escribir; trabajó como
empleada en las haciendas cercanas al pueblo de Ortega, en especial en la gran hacienda
“La Mora” como cocinera, oficio que fue su principal fuente de sustento. Doña Lorenza
Cascante tuvo siete hijos: cinco mujeres y dos varones, a los que crio como madre soltera.
Siendo aún una niña se trasladó al pueblo vecino de San Pedro de Santa Bárbara, en donde
prácticamente vivió toda su vida. Doña Lorenza Cascante murió en el año 1988, a los 92
75
(Sánchez A. T., 2011).
En el proceso de la masificación cultural, los distintos medios de comunicación iniciaron en 2008 la
popularización de eventos locales como las lagarteadas, la monta de toros o el arreo de ganado formando
parte de un amplio menú de popularización social. Sobre la lagarteada véanse: (Pérez O. , 2007 ); (Peña,
2009); (Pérez Ó. , 2009 ); (Fonseca, 2009); (Bran, 2012); (Santo, 2013); entre otras. Un balance crítico del
tema se puede retomar en: (Morales L. C., 2009).
76
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años de edad77. En ese recorrido, ella aprendió el oficio de la partería. Según recuerda su
nieta Ana Teresa Sánchez: “En aquellos tiempos los niños se incorporaban a los trabajos
domésticos desde muy temprano”78.
La observación de doña Teresa es fundamental, pues rescata la dinámica de la división del
trabajo en el campo, que incorporaba aun a las personas más jóvenes del grupo familiar al
mundo laboral. Al igual que sus otras hermanas, doña Lorenza Cascante tenía una
obligación. En los contextos rurales, como el de Ortega y San Pedro de Santa Bárbara, los
niños y niñas realizaban tareas que complementaban las labores de los adultos. Así, además
de recoger leña, ayudar en la limpieza de la casa, dar de comer a animales domésticos o
lavar la ropa —entre otras muchas labores propias del campo— también doña Lorenza
debía colaborar en todas las faenas extra hogareñas en que trabajaba su mamá. Ana Teresa
Sánchez añade que su abuela:
Era una persona de dulce carácter y generosa con todas las personas de San
Pedro de Santa Bárbara. Este lugar recibe su nombre en honor al santo y mi
abuela llamaba a una parte del pan que vendía el pan de San Pedro, que
consistía en dar parte del dinero de lo recolectado en la venta del pan a los
más pobres y necesitados del pueblo. Creía que de esta forma San Pedro le
repararía a ella más dinero para comprar la harina con la que se haría más
pan79.
La imagen que la nieta de doña Lorenza Cascante conserva de su abuela no carece de
sentido. El aspecto religioso se mezcla con la generosidad y también era común que los
vecinos en aquellas épocas compartieran lo poco que poseían con los más necesitados80. En
ese marco doña Lorenza Cascante se inició en la partería. Si bien Ana Teresa Sánchez no
recordó precisamente cómo aprendió su abuela el oficio de partera, sí dejó claro que era un
oficio aprendido a través de mujeres, que al igual que ella, lo aprendieron de forma
empírica, mirando y luego asistiendo como ayudantes de otras comadronas; recuerda que:
77
Los datos señalados son tomados de la entrevista a (Sánchez A. T., 2011). Doña Ana Teresa Sánchez fue
nieta de doña Lorenza Cascante. Ella actualmente trabaja como asesora de educación primaria en la Dirección
Regional de Santa Cruz. Todas las citas referentes a doña Lorenza Cascante pertenecen a los recuerdos de su
nieta Ana Teresa Sánchez, pues ella siendo una niña observaba detenidamente las prácticas de su abuela, en
especial cómo atendía las labores de parto de vecinas de Ortega, Santa Cruz. Las entrevistas con doña Ana
Teresa se realizaron a principios de febrero del año 2011, en su lugar de trabajo.
78
(Sánchez A. T., 2011).
79
(Sánchez A. T., 2011).
80
El recuerdo de compartir bendiciones fue común tanto en las áreas urbanas como rurales desde la década de
1970. Así por ejemplo, para los suscritos tanto en Barba de Heredia como en El Cerrito en Barrio Luján esta
práctica era común.
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La venían a buscar a toda hora, a caballo en moto o a pie venían los esposos
de las mujeres en apuros de parto. Estas mujeres eran sus pacientes, pues ella
estaba atenta durante todo el embarazo, ella les hacía ponche si tenían
anemia, si las miraba muy pálidas y si dormían mucho, también las sobaba en
ayunas utilizando manteca Cloverd que portaba en un vasito81.
Los recuerdos de la nieta de doña Lorenza Cascante son muy interesantes en varios
aspectos. El primero es sobre la seriedad que se mostraba en el proceso del embarazo, pues
no solo consistía en asistir a las mujeres en los instantes previos al parto, sino que también
a lo largo del mismo periodo de gravidez existía una preocupación de la partera por el
estado de la embarazada. Las visitas que hacía la comadrona a los hogares de las
parturientas eran vistas como una muestra de aprecio, abnegación y compromiso, lo cual se
estimaba mucho dentro de la comunidad.
Ahora bien, no todas las parteras optaban por el oficio en forma totalmente voluntaria y
consciente. La idea de una vocación no fue compartida en muchos casos en esa formación
inicial. En verdad, algunas de ellas no tuvieron otra opción que aprender todo lo que
pudieran sobre los partos. La situación socioeconómica personal hacía que unas mujeres
tuviesen que asistir sus propios partos, por ejemplo; de modo que por la propia experiencia
entraban al oficio. Otras se veían de un momento a otro casi obligadas a prestar sus
servicios a otras mujeres vecinas y luego también adquirían la experticia. Finalmente, había
otras que de tantas veces asistir y colaborar con las parteras aprendían el oficio por
obligación y necesidad. Doña María del Carmen Espinoza Ortiz, una vecina de la Florida
de Santa Cruz, fue uno de esos casos que de pronto y sin buscarlo o esperarlo empezó a ser
solicitada por mujeres parturientas para que las ayudara en esos difíciles momentos82 .
Doña María del Carmen Espinoza Ortiz tuvo una historia común a esas parteras que
aprendieron el oficio a la fuerza. Ella nació en el pueblo de Lagunilla, a unos 15 kilómetros
aproximadamente del centro de la ciudad de Santa Cruz. En 1944 se casó y en 1962 tuvo
que trasladarse a vivir al pueblo de la Florida de Santa Cruz, el cual desde siempre ha sido
de difícil acceso, dada su topografía agreste y quebrada. En época lluviosa, el acceso se
convertía casi en imposible. En esas condiciones es fácil suponer que las mujeres podían
transfigurarse de un momento a otro en comadronas. Con el tiempo, la experticia mostrada
81
(Sánchez A. T., 2011).
(Espinoza, 2011). Doña María del Carmen Espinoza como vecina de la Florida de Santa Cruz fue parte de
la cultura de la alta y montañosa región del cantón de Santa Cruz. Las entrevistas se realizaron entre enero y
marzo del 2011, en horas de la mañana (entre 10 y 12 mediodía), en su casa de habitación: una humilde casa
que comparte con su esposo e hijos y nietos.
82
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y principalmente el correr de los rumores sobre la eficacia en la partería hacían que pronto
otras mujeres embarazadas se pusieran en manos de las parteras.
Como la mayoría de las parteras forzadas en ser comadronas, doña Carmen Espinoza se
introdujo en ese mundo observando de qué manera lo hacían las mujeres con experiencia.
En este caso en particular, el aprendizaje era muy valioso pues ella sabía que en un
determinado momento esos conocimientos sobre los oficios del parto le serían muy útiles
en sus propias urgencias como parturienta. Doña Carmen Espinoza indicaba en la entrevista
que se le hizo para esta investigación: “…lo aprendí de emergencia, yo misma le corté el
ombligo a una hija, ni siquiera quemé la tijera, la empapé en alcohol y ahí está mi hija con
tres hijos”83.
Ilustración nº.1, María del Carmen Espinoza, partera de la Florida de Santa Cruz.
Fuente: Colección Rodolfo Núñez Arias.
83 83
(Espinoza, 2011).
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Doña Carmen Espinoza, como era de esperarse por lo inaccesible de su comunidad, no tuvo
contacto con médicos, obstetras o enfermeras. En general, ella no experimentó ningún
rechazo o recriminación por parte de los profesionales en medicina. Empero, tampoco
recibió ayuda o consejos de ellos. Lo anterior puede explicarse por varias razones. La
primera razón fue el aislamiento en que estas familias vivían. El ingreso como ya se ha
indicado era muy difícil. Aún hoy por hoy existen carreteras sin asfaltar y la topografía
sigue siendo igual de irregular que antaño, con altas pendientes y profundas laderas. En las
décadas de 1950 y 1970, las condiciones eran aún más difíciles, con pequeños trillos o
caminos, apenas aptos para caballos o a pie; un clima muy caluroso en época seca que
creaba enormes polvaredas; en la época lluviosa, caminos embarrialados; además del
constante peligro de las serpientes o incluso de los felinos de gran tamaño. En fin, el difícil
acceso jugaba un papel lógico en el mundo de la salud comunal de varios pueblos
santacruceños. Por un lado, a los médicos les costó acudir a las comunidades, por lo que
hubo una ausencia real de ellos. Por otro lado, los enfermos y en especial las mujeres
embarazadas tenían la imposibilidad de salir en casos de emergencia. Ambas situaciones
realzaban el papel de las parteras en un mundo de profesionalización e institucionalización
de la salud moderna.
Una forma de entrar a la partería era de manera consciente, buscando aprender el oficio.
Este parece que fue el caso de doña Eugenia Enríquez quien comenzó en el mundo de la
partería siendo la asistente de doña Arcelia Gómez, una de las más famosas parteras de
Guanacaste. Doña Eugenia aprendió de las labores de parto viendo y preguntándole a doña
Arcelia. Así, doña Eugenia recordaba cómo su maestra era:
Una mujer muy inteligente de natural, porque ella no había estudiado nada,
era de esas mujeres acertadas, cirujanas del campo, una se podía caer y el
güila se descomponía, que era cuando el niño quedaba en mala posición en el
vientre. Entonces una iba donde Arcelia para que le viera la panza. La gente
solo le decía: ―a mí me ha dado un dolor, ¡me parece que lo tengo
descompuesto! Ella acostaba a la mujer, la sobaba. Con solo eso decía no está
bien. O la güila está bien, porque ella sabía. Al terminar de sobar le decía:
―¡está bien!, pero tenga mucho cuidado, no se vaya a resbalar de repente y
se caiga. A las parteras les decían mujeres acertadas, porque aunque no tenían
títulos… allí no había partera con títulos eran solo acertadas84.
84
(Enríquez, 2011). Doña Eugenia Enríquez también es una vecina de Santa Ana. Ella era partera que asistía
los partos junto con doña Arcelia Gómez, de la cual aprendió el oficio. Es importante señalar que Santa Ana
de Nicoya se encuentra en una de las cuatro zonas azules del mundo, donde la gente tiene una larga vida que
supera los cien años con muy buena calidad de vida.
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Doña Arcelia Gómez admiraba, sin duda, las habilidades y la inteligencia de aquellas
mujeres que ella enseñaba. Debe suponerse que escogía a sus pupilas y que estas también
establecían vínculos de gratitud. Para doña Eugenia la muerte de doña Arcelia le creó un
vacío. La ausencia de Arcelia, decía ella, les dejó a las mujeres del campo que dependían de
su virtud y conocimiento de partera una gran nostalgia y tristeza, pues entre las mujeres de
la comunidad se había extendido un profundo respeto. Arcelia sabía usar los remedios, era
una gran conocedora de estos, pues usaba con gran sabiduría el huevo crudo con coñac para
que las mujeres cogieran fuerzas; era docta, en especial con la aplicación de plantas
naturales y medicamentos (remedios), tales como: el pelo de maíz, los cogollos de naranjo
agrio, las hojitas de monte, la manzanilla, la leche de magnesia o el aceite de camíbar, entre
otros; tenía una gran pericia y habilidad como partera, en fin, para doña Eugenia, ella llegó
a dominar el uso de las labores de partería.
Finalmente, el origen de una partera tuvo también un elemento de la solidaridad femenil.
Una frase de la gran partera cruceña doña Carmen Amoreti Avellán refleja la esencia del
oficio “donde hay mujer no muere mujer”85. Doña Carmen nació en La Cruz, en Guapinol,
pueblo ubicado cerca de la frontera norte con Nicaragua, de donde todavía es vecina. En
2011 tenía 91 años y aún hoy en día se le reconoce como una de las grandes y más
reconocidas parteras de La Cruz. Ella aprendió este oficio como tantas parteras, de su
propia experiencia y observando otros alumbramientos. De hecho que aprendió muy bien,
siendo una comadrona que trabajó cerca de cuarenta años.
En el caso de doña Carmen Amoreti es evidente que el oficio de partera lo aprendió por dos
circunstancias. La primera por la propia necesidad, ella dio a luz en su propia casa, atendida
por parteras de las cuales aprendió el oficio. La segunda sería precisamente el factor de
tener a sus hijos en casa, en un contexto donde no había ni médicos ni controles estatales
ingresar al arte de la partería era preciso.
b- La práctica y la religión: El bolso de las comadronas
Las comadronas o parteras santacruceñas compartían una serie de prácticas curativas y
métodos para la asistencia de partos. Tal vez, el elemento más común en todas ellas era su
85
(Amoreti, Entrevista sobre parteras cruceñas, 2011). Doña Carmen Amoreti Avellán fue entrevistada en
enero de 2011en su casa de habitación, en la Cruz de Guanacaste, a las dos de la tarde. Doña Carmen Amoreti
fue una de las parteras más reconocidas de la región, nacida en Guapinol de La Cruz en 1922. De sus
reflexiones se extrajo la información que hace referencia a la partería de La Cruz.
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bolso, en el cual llevaban casi de todo; a manera de ejemplo, deben destacarse la manteca,
el alcohol, la tintura de mentiolate y la manzanilla, que junto con otros instrumentos,
medicamentos y remedios atestiguaban un acercamiento entre la medicina tradicional y la
moderna. La nieta de doña Lorenza Cascante recordaba del bolso de su abuela que:
Era un bolso de tela con una tira elástica. En él portaba un vasito con la
manteca, navajillas Gillette nuevas, tijeras, unos pañitos hechos de retazos de
tela muy limpios, alcohol, mentiolate, yodo, manzanilla con miel y achiote en
grano, entre otras muchas cosas más… Para sacar las placentas más rápido
ella colocaba en la palma de la mano de la parturienta coñac con miel para
limpiar los entuertos86.
La reseña sobre el bolso de doña Lorenza Cascante reafirma la gran unión que hubo dentro
de la partería santacruceña entre la medicina tradicional y la moderna. No solo se debían
sanar las heridas sino también el alma, ello exigía el uso de medicamentos y remedios de
ambos ámbitos del conocimiento comunal. Además, dentro del bolso prevalecía el criterio
de tener lo que se necesitara para asistir a la paciente. La mayoría de los bolsos de partería
tenían desinfectantes y preventivos para las infecciones, que de nuevo, incluían a la
medicina tradicional con la miel y a la moderna con el alcohol. La limpieza de las vendas
de tela que se usarían como gazas se hacía con alcohol y yodo. Ambos productos se
complementaban con el hervido de las telas después de usarlas y muestran cómo una de las
grandes preocupaciones de las comadronas era evitar las fatales infecciones, que eran el
gran temor de la época. Para limpiar los entuertos de la salud se usaban amuletos religiosos
y locales. Por ejemplo, en la cama de la parturienta se ponían estampas de santos, en
especial de San Ramón Nonato, bolsitas de hierbas para limpiar el ambiente o cintas de
color rojo como símbolos protección.
Todo lo anterior resultaba muy lógico para las comunidades, pues poco a poco se era
consciente de las condiciones de higiene, del manejo de los animales domésticos como
perros, gatos, cerdos y gallinas, y de una preocupación real por evitar los males de ojo. No
obstante, debe señalarse que todavía en la actualidad en cualquier hospital existen
costumbres similares, pues entre las mujeres internadas en salas de labor y de recuperación
se tienen estampas, rosarios y amuletos de lo más variopinto que se pueda imaginar.
Al parecer, el panorama del bolso de la comadrona era ancestral. La historiadora Ana
Paulina Malavassi, retomando un relato de fines del siglo XIX de Von Bulow sobre la
partería en el actual cantón de Osa, señalaba:
86
(Sánchez A. T., 2011).
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La partera una nativa… hizo hervir agua, pero no tuvo inconveniente en que
el parto se hiciera en un viejo camastro, sobre el cual, y en una sucia y vieja
estera, estaba acostada la parturienta. Llegado el momento de cortar el
cordón, sacó de una infecta bolsa unas tijeras que tuvo, eso sí, ¡el cuidado de
quemar con una llama de alcohol! Aquello consoló, y aunque la ligadura se
hizo con hilo corriente, abrigué esperanza de que la esterilización de las
tijeras evitaría muchos males. Mientras la partera cortaba el cordón con sus
TIJERAS ESTERILIZADAS, decía ella, una ayudante hacía en su propia
mano una mezcla de saliva y una especie de nidos que fabrican ciertas avispas
en las soleras de las casas con boñiga de res y barro. Antes de que tuviera
tiempo de intervenir, ya la ‘ayudante’ había aplicado en el corte umbilical
aquel asqueroso emplasto…87
Si bien Von Bulow manejaba un discurso científico en un contexto de batalla contra las
costumbres populares, es importante destacar cómo el bolso de la partera tuvo una
continuidad, mezclando los medicamentos científicos propios de la medicina con los
remedios caseros propios de la comunidad.
Ilustración n°.2, doña Lorenza Cascante (primera de izquierda a derecha) junto a sus hijas y
nietas.
87
(Malavassi P. , De parteras a obstétricas. La profesionalización de una práctica femenina tradicional en
Costa Rica (1930-1940), 2002, págs. 71-72).
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Fuente: Colección Rodolfo Núñez Arias.
Tanto en el caso reseñado por Von Bulow como en los recuerdos sobre el bolso de doña
Lorenza Cascante debe indicarse otro elemento que no puede pasar desapercibidamente,
como es la importancia que adquiría la labor de las manos. En ellas residía la habilidad y
por qué no, la fuerza del parto. De forma que el uso de las manos era vital tanto para
acomodar al niño en el vientre como para sacarlo. En la partería, el concepto de la “buena
mano” era una realidad.
Según la nieta de doña Lorenza Cascante, en las labores de parto había todo un ritual88. Así,
una vez que llegaba la hora, la comadrona se preparaba para su difícil labor. Lo primero
que hacía la partera era alejar a todos los niños, en caso de que los hubiese. El
distanciamiento de los niños se hacía en forma cortés para no crear miedos dentro de ellos.
Entonces, se les decía que se alejaran porque ya venía hermanito. Solo ese hecho hacía que
los niños preguntaran de dónde venían los bebés y acá surgían las más fantasiosas
respuestas de todos los miembros de la familia.
88
Todo el relato sobre el parto nace en esencia de los recuerdos de la nieta de doña Lorenza Cascante
(Sánchez A. T., 2011).
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Retirados los niños, la comadrona pedía que le pusieran una olla grande de agua a hervir
para desinfectar todo. Ella misma comenzaba toda una praxis higiénica o, podría decirse,
técnica aséptica, para lo cual se limpiaba muy bien las manos con alcohol. Luego la
comadrona pedía que la parturienta se acostase en una cama de cuero, las cuales
usualmente tenían unas varas paralelas a ambos lados, ello permitía que se pudiese sujetar
de las piernas a las mujeres durante el parto. Además, se le ponía a la parturienta una
cobija, la cual había sido hervida y limpiada desde tiempo atrás para ser usada durante las
labores de parto.
Una vez logrado todo lo anterior, comenzaba una dolorosa labor donde las manos de la
partera eran fundamentales. Todos los que estaban presentes sabían que comenzaba una
faena muy riesgosa, en caso de presentarse algún problema serio. La confianza en la
experiencia y en la experticia de la comadrona eran las que aseguraban que se saliera
adelante. El miedo a que el cordón ahorcara al niño o este saliese vuelto exigía que la
partera pudiese acomodarlo sobando a la madre. En esta etapa, todo dependía de la
comadrona, de la mujer, del bebé y desde luego de Dios y los santos.
En ese contexto, la parturienta era el instrumento de Dios que permitiría que el nuevo hijo
pudiese o no ser un nuevo integrante de la familia, de modo que la responsabilidad de la
comadrona era enorme. Hay que aclarar que el aura divina hacía que cuando el niño no
sobreviviera, muy pocas veces —por no decir casi ninguna— se culpara a la comadrona.
Las explicaciones de la muerte del niño quedaban en el ámbito religioso, aduciéndose que
“así lo quiso Dios”.
Importante es mencionar que en Costa Rica todavía falta mucho para distinguir en forma
comparada cómo se realizaban las labores de parto. En el caso de Paraíso de Cartago, se
recuerda que las familiares de las mujeres tenían la costumbre de practicar los baños
vaginales con manzanilla tibia. Para realizarlos se sentaba a la mujer en plena labor de parto
sobre un balde de manzanilla hervida; se dejaba que el vapor subiese hasta los órganos
genitales con la finalidad de relajar músculos y extender tejidos, todo bajo la idea de
facilitar su pronta mejoría89. Así pues, los supuestos actos empíricos de las parteras en la
Costa Rica rural santacruceña pudieron formar parte de una cultura femenina más amplia.
El ritual de la comadrona no terminaba con el parto. Después del alumbramiento, las
placentas eran enterradas en los patios de las casas. Igualmente, la comadrona utilizaba una
pequeña cantidad de licor para “limpiar el estómago de la paciente”. La labor de la partera
continuaba semanas después cuando recomendaba la forma adecuada de limpiar el
89
Reseña tomada de los recuerdos de la coautora de este artículo, con base en las conversaciones dadas entre
personas mayores sobre las proezas de una partera paraiseña: Telina.
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ombligo, de fajar al niño para evitar los quebrantos, de sobarlo si se quebrantaba, así como
atender los aires, cólicos y las peligrosas alferecías. En todo caso, estas labores eran
complementadas por las madres, las mujeres mayores y las vecinas, quienes en su conjunto
eran colaboradoras de la comadrona, para que esta pudiese actuar únicamente en los casos
de emergencia como la alferecía. Al caerse el ombligo usualmente este se guardaba, de ahí
la famosa expresión: “ahí dejé mi ombligo”, todavía hoy muy utilizada entre la población
costarricense. Pero el ombligo también se podía tirar a un río o al mar para evitar la muerte
por ahogamiento, principalmente porque se tenían que usar las vías de transporte por
cabotaje.
La experiencia del parto no era indiferente para las comadronas. Para doña María del
Carmen Espinoza ser partera era ayudar a las mujeres y tratar de evitar una fatalidad. Para
ella las parturientas no podían salir a buscar ayuda, por los malos caminos y las largas
distancias que las separaban de los centros médicos y de los especialistas; además de lo
caro que era viajar al centro médico. Ante los escasos recursos económicos, las parteras
venían a colaborar para que estas mujeres pudiesen salir avante en su embarazo.
Asimismo, las parteras según doña Carmen eran determinantes a la hora de que las
parturientas daban a luz, pues se podían presentar muchas dificultades. Ella misma recuerda
que una vez su propia hermana tuvo grandes problemas con el parto, así ella relataba cómo:
…el bebé no le salía bien, entonces me puse un guante con un poquito de
crema de esa que le llaman pañalito, sin saber si le iba hacer bien o mal, y le
metí la mano, le agilé el chiquillo y dije en el nombre de Dios, y nació bien…
gracias a Dios.
Ya lo limpié y me puse a verla a ella por la placenta que no podía tenerla
mucho tiempo ahí; con una tijera caliente y con una liga le amarré el ombligo
para trozárselo90.
La experiencia reseñada por doña María del Carmen Espinoza es sumamente ilustrativa,
pues no solo confirma las intuiciones, su labor empírica, sino también la importancia de las
manos en sus maniobras extremas para salvar al niño; finalmente, la fe en Dios, siempre
presente en todos los partos91.
La práctica de doña Carmen Espinoza como partera la llevó a ser una de las mejores
comadronas de todo el Guanacaste. Con el tiempo adquirió una experiencia envidiable pues
inclusive realizaba “diagnósticos” previos al parto. Según ella misma relataba: “cuando
90
(Espinoza, 2011).
(Espinoza, 2011). Debe señalarse que Doña Tina Arrieta fue vecina de doña María del Carmen Espinoza,
siendo ambas reconocidas como grandes parteras y con una vasta experiencia. Valga también señalar que
doña Tina inició a doña María del Carmen en las labores de la partería, evidenciado una trasmisión de oficios.
91
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estaban embarazadas yo las tocaba y las veía”92. Por ejemplo, una forma menos intrusiva e
igualmente efectiva —a criterio de la comunidad— para detectar el sexo del bebé, eran los
diagnósticos a “puro ojo”, observando la forma de la “panza”. Doña Lorenza Cascante
asistía partos en condiciones difíciles y de muy poca higiene. Las casas donde ocurrían los
nacimientos eran de piso de tierra; las camas poco adecuadas para acostar a las parturientas
y donde no había una se tenía que hacer la labor de parto colocando a la mujer en el suelo
—o como se decía, “tiradas en el piso”—; debido a la pobreza extrema en que se vivía.
Según recuerda doña Carmen Espinoza, en las labores de parto ella les decía: “…acuéstese
y puje para abajo, no jale para arriba; yo le prensaba con la mano y hacía fuerza para abajo.
Cuando la fuente se reventaba sabía que el bebé venía, era una felicidad ver salir al bebé”93.
Al igual que otras parteras, doña Carmen Espinoza poseía los medicamentos básicos como
el alcohol, el aceite camíbar, el licopodio (un extracto de helechos usados para retener
líquidos), gaza y agua oxigenada.
Hasta el momento el análisis se ha centrado en la figura de la partera, pero desde luego hay
que reseñar y conocer su opinión como madres o parturientas que eran atendidas por otras
comadronas. Al explorar la visión de ellas como parturientas no solo es posible mirar la
otra cara de la moneda, sino también reconocer sus propios temores, dolores y sentimientos,
experimentados como madres antes, durante y después del parto. Tal vez una de las frases
que resumen la concepción de las comadronas como parturientas la dio doña Arcelia
Gómez, quien tajantemente señaló: “…con dolor, así se paren lo hijos”. Doña Arcelia
Gómez contaba en 2011 con 99 años. Ella nació en la ciudad de Santa Ana de Nicoya, a
unos 25 kilómetros del centro de la ciudad, en 1912 y se casó en 1935. Según relató,
siempre tuvo por oficio ser ama de casa y ejercer de partera en Santa Ana de Nicoya. Doña
Arcelia recuerda su embarazo diciendo que:
…uno sabía por los dolores, había que pujar, con dolor, a la pura penca,
porque si se pasaba el parto y se les moría el güila eso era peligros. Cuando
ya uno iba a tener el güila nos daban remedios para que cogiéramos fuerza.
Uno tenía el güila pujado y con dolor se venía el güila94.
92
(Espinoza, 2011).
(Espinoza, 2011).
94
(Gómez, 2011). Hay que agregar que en el momento de la entrevista doña Arcelia Gómez tenía unos 102
años de edad. En su localidad, Santa Ana de Nicoya, atendió muchos partos y ejerció la labor de partera en los
lugares vecinos a Santa Ana. Las entrevistas se realizaron en el mes de agosto del año 2011, en su casa de
habitación a las dos de la tarde.
93
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Las mujeres como doña Arcelia Gómez que eran asistidas por matronas sabían que el dar a
luz a sus hijos en la casa era un acto que conllevaba muchos peligros. Los temores más
grandes eran que el niño no estuviese acomodado en posición de parto; que la fecha del
parto se hubiese atrasado mucho y que el niño naciera mal, con alguna enfermedad. Todas
esas situaciones eran posibilidades reales para estas mujeres, de ahí que los temores de
ningún modo eran infundados. Doña Arcelia Gómez rememoró la experiencia del parto de
uno de sus hijos. Ella recuerda:
Yo iba a tener una güila y solo la tripa de la güila salía. La partera me decía
póngale una candela a un Santo porque este parto no me sale. Así que ella
misma se decía este parto me puede causar la muerte. Así que llamé a mi
esposo. Ya lo mire mientras la partera me decía ponga los pies para arriba y la
cabeza para abajo porque el güila no sale y la muerte es la que me puede
llegar a mí. La partera se trepó en la cama donde yo estaba y me puso con los
pies para arriba y la cabeza para abajo. Yo sentía que no podía. Y justo en ese
momento se me viene la güila. La partera se dio vuelta y me trajo la güila. La
partera era una mujer inteligente. Yo estaba agotada y asustadísima. La güila
nació muerta, nada se podía hacer, era yo la que me iba a morir95.
El relato de doña Arcelia Gómez expone de forma muy clara los riesgos que suponían los
partos en la casa, pero también nos señala algo interesante, su confianza en la partera al
señalarla como una mujer muy inteligente por sus habilidades adquiridas a través de la
experiencia. Y a pesar de que el niño venía muerto pudo sacar el parto resguardándola viva.
Algo que casi se veía como milagroso.
La experiencia de doña Aracelia Gómez también retrata a la partera como una mujer
milagrosa. En el caso de Santa Cruz, hubo dos comadronas que tenían ese don del milagro.
En efecto, todavía hoy en día se habla en esa ciudad de la gran habilidad de doña Agustina
Pizarro y su hija, ambas reconocidas parteras guanacastecas. Doña Agustina Pizarro era
“como mujer milagrosa y con la manita de Dios”. Desde muy joven fue ganando su buena
fama, con elogios y reconocimientos entre las mujeres del lugar. Si bien dentro de la cultura
de Santa Cruz las parteras eran casi verdaderos ángeles de la guarda, doña Agustina era
considerada tocada por Dios. La leyenda de doña Agustina Pizarro pasa por el hecho de no
haber perdido a ninguna de sus pacientes. En 2003, a raíz de su muerte y como un tributo a
su gran labor, el Concejo Municipal de Santa Cruz reconoció el 17 de octubre de ese año su
trayectoria. Aspecto poco usual en la cultura política costarricense, dicho Concejo le rindió
un sentido homenaje por su don de servicio y la conservación de las tradiciones
guanacastecas. Su hija, otra gran santa de la partería de Guanacaste, moriría el 26 de
diciembre de ese mismo año. Doña Beleida Pizarro también destacó como partera por su
95
(Gómez, 2011).
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gran acierto, su sentido religioso y su enorme responsabilidad personal y profesional, que la
llevaron a tener ese halo de “toque divino”.
Un elemento común entre doña Agustina y Beleida Pizarro eran sus recetas a la hora de
atender el parto. Ambas destacaron por prescribir el café tinto para dar energía; si el parto
duraba más de la cuenta recetaban el agua de canela, la cual se suponía lo apresuraba. Doña
Beleida reconocía que en la época se creía que el agua de canela tenía propiedades
abortivas pero: “como las muchachas ya estaban listas para el parto no había problema”96.
Desde luego ellas contaban con el alcohol como un desinfectante eficaz.
Otro punto destacable es que tanto doña Agustina como Beleida Pizarro tuvieron una muy
buena relación con los médicos guanacastecos. Ellas mismas relataron el aprecio del doctor
ortopedista don Jesús Vallejos, quien les reconocía sus habilidades como sobadoras y
curando fracturas. Según doña Agustina Pizarro, los médicos generales: “les mandaban
pacientes para tratarlos, pues ellos sabían del trabajo de mi mama”97. Desconocemos la
veracidad de los relatos, pero sin duda para las parteras era un gran orgullo tener el
reconocimiento de los médicos por su labor.
c- El pago a la partera
Fundamental para que las parteras ganaran el respeto y admiración de su comunidad era su
desprendimiento de lo material. Si bien es cierto recibían un pago por su trabajo, este era
considerado un estipendio para ayudarlas a mantenerse, pero ninguna se hizo adinerada con
su oficio. La idea de la generosidad de las parteras partía del hecho de que serían
recompensadas por Dios. El viejo dicho “Que Dios se lo pague” se convertía en el gran
estímulo de ellas; en virtud de lo cual eran consideradas unas santas, no solo por su
devoción al oficio sino también porque aceptaban cualquier tipo de pago: comidas, carnes,
panes u otros alimentos.
Valga señalar que —dentro de una sociabilidad popular y rural como la que se vivió en
Santa Cruz entre 1930 y 1970— el hecho de compartir con los demás lo que se tenía era
considerado un sincero homenaje, pues se daba una pequeña distribución entre los vecinos
menos favorecidos. En el ámbito del vecindario esto significaba una forma de solidificar
96
97
(Pizarro B. , 2011).
(Pizarro B. , 2011).
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lazos comunes, aun cuando las familias dadoras fuesen muy numerosas y pobres, pues
precisamente por esas condiciones las parteras agradecían mucho más el pago en especie.
En el marco de las reciprocidades, las parteras también en su cotidianeidad repartían entre
sus vecinos los alimentos, creando un mayor ambiente de solidaridad comunal. En el caso
particular de doña Lorenza Cascante, su devoción por la Virgen de los Ángeles y el Santo
Cristo de Esquipulas marcaban esta tendencia de lealtad y fidelidad comunal tanto con el
mundo celestial como con el terrenal, este último representado por sus comarcanos. Doña
Lorenza Cascante, por mencionar un ejemplo, fue asidua participante en las cofradías. Estas
eran organizaciones que efectuaban todas las actividades previas a los famosos rezos de
Esquipulas, en donde los peones (réplicas de la imagen original del Santo Cristo de
Esquipulas) eran llevados a las comunidades y a los pequeños pueblos que circundan al
cantón central de Santa Cruz. Doña Lorenza como buena partera y creyente era una de las
cocineras, que por cierto, era reconocida por darle un muy buen sabor a las comidas. No era
para menos pues, según señaló su nieta, fue una gran líder de la cocina santacruceña.
La labor de reciprocidad de doña Lorenza Cascante en lo que concernía a estas cofradías
era una forma de reafirmar su gran devoción a la partería, de evidenciar su alma caritativa,
trabajadora y religiosa, muy propia de una época en donde estos valores eran apreciados y
puestos en práctica en los pueblos rurales de Guanacaste. El cariño de los vecinos
aumentaba y con ello la fe de estar en buenas manos cuando se diera el momento de un
nuevo nacimiento en la comunidad.
En suma, el pago por los servicios de la comadrona en una sociedad rural y pobre se basaba
en los bienes producidos por la misma comunidad, en el intercambio de productos, en
reciprocidades, en el trueque de servicios y lealtades. El pago, en la mayoría de las
ocasiones, se hacía en especie, pues el circulante de moneda era muy escaso entre los
vecinos y pocas veces se utilizaba dinero en efectivo para retribuir a las comadronas. Los
beneficiados con los servicios de la partería pagaban con medio saco de frijoles o arroz, con
gallinas o cerdos pequeños, con cabezas de cuadrados (familia de los plátanos y bananos,
muy apreciados en la dieta de los santacruceños), leche de vaca y los más pudientes
remuneraban con sacos de harina.
Cada uno de esos productos era muy bien recibido por la comadrona, por ser materia prima
para la elaboración de panes y tortillas que luego vendían a sus vecinos, o la leche que era
aprovechada para hacer cuajadas (especie de queso pequeño de muy buen sabor y también
muy apreciado en la dieta de los santacruceños). En las economías familiares de
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subsistencia, este tipo de sociedades valorizaban en gran medida todos aquellos productos
que redondeaban la dieta.
En definitiva, el pago de doña Agustina y Beleida Pizarro fue el mismo que el de las otras
colegas de la partería. Así, incluso ellas que tenían fama del don divino recibían
retribuciones en especie y cuando se les pagaba con dinero este era poco. Doña Beleida
recuerda que su madre muchas veces no recibía: “Nada, a veces le daban algo… pero ella
no tenía precio. Ella decía que solamente la Virgen andaba en el parto. Entonces no
cobraba”.98
98
(Pizarro B. , 2011).
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Es interesante que la hija de doña Agustina Pizarro destacara cómo su madre se
autoconsideraba una intermediaria de la Virgen, pues ella solo la acompañaba o era sus
manos. Esta imagen de su trabajo reafirmaba en la comunidad que doña Agustina tenía un
don divino.
Ilustración n°.1, doña Agustina Pizarro Briceño, partera de San Juan de Santa Cruz.
Fuente: Colección Rodolfo Núñez Arias.
Las formas de pago de los vecinos hacían que muchas de ellas tuviesen que combinar su
oficio de la partería con el de amas de casa, vendiendo comidas, lavando ropa o en fin
ayudando a sus esposos. En el caso de doña Beleida y Agustina Pizarro tuvieron que
trabajar en la venta de comidas. Por su parte, doña Lorenza Cascante además de su oficio
de partera ejerció como cocinera.
d- La cotidianeidad del hogar de las parteras santacruceñas
La forma de vivir de las parteras estudiadas en este trabajo fue humilde, como se decía en la
época. Casi todas las parteras vivieron en casas de madera, pisos de tierra, combinando
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tareas hogareñas y de sustento con la partería. Doña Carmen Espinoza, por ejemplo, vivió
en una humilde casita de madera con piso de tierra y las pocas separaciones de la casa eran
solamente de un cuarto con respecto al resto, pues la cocina y la pila formaban parte de la
sala. El inmobiliario era igualmente humilde, con una mesa rústica, pocas sillas y bancos. Y
si bien contaba con servicios de agua potable y luz eléctrica su vida cotidiana no tenía lujos.
Doña Lorenza Cascante también habitó una vivienda humilde con piso de tierra, del cual se
decía que era muy limpio y brillante debido a una mezcla muy tradicional guanacasteca que
consistía en usar barro con ceniza y tierra, que se apelmazaba en el suelo y se barría con
escoba de monte (una especie de arbusto muy utilizado para estos fines). En otros lugares
de Guanacaste se lograba el mismo efecto usando en lugar de ceniza cal, que además
alejaba los insectos.
La casa de doña Lorenza Cascante era común a otras, pues además de ser construida con
madera tenía un solo cuarto en forma de L, con una sola división entre el cuarto y la cocina.
Esa compartimentación la posibilitaba un biombo, muchas veces hecho con varas de
madera amarradas con tiras de tela, forrado con papel periódico y almidón. En la cocina
había una fogonera, una mesa pequeña y tres bancas, además de un molendero (una pieza
de madera larga y lisa con una hendidura al centro que permitía lavarla y que por allí se
escurriera el agua), unas nimbueras (especie de vasijas con la boca muy ancha) y tinajas
para recoger el agua. El hogar se complementaba con un patio en el cual criaban gallinas y
cerdos, que a su vez proveían de huevos y carne; además, había un horno donde se
cocinaban rosquillas, tanelas, tamal asado, tortillas y frito; todo lo cual era vendido por
doña Lorenza Cascante a sus vecinos. En suma, el hogar de doña Lorenza era una casa
típica de campo de regiones como Santa Cruz y como se puede observar la partería no
significaba una ruptura con ese mundo rural.
La dureza de la vida cotidiana de las parteras se reproducía en sus momentos de ocio. Doña
Carmen Espinoza recuerda que había pocos ratos de ocio. En el trajín de las actividades
hogareñas y las labores propias de la partería existían pocos instantes para disfrutar de la
vida. Ella menciona que cuando era joven solía bailar en los bailes organizados por la
comunidad o en las celebraciones familiares, pero una vez casada y trabajando en el hogar:
“casi nunca he tenido libres… solo trabaje y trabaje”99. Por otra parte, el descanso solo se
podía lograr en actividades religiosas. Según ella, siempre tuvo la devoción por el Divino
Niño y por la Virgen del Carmen ―por estar ligados con su oficio―, junto con los ruegos a
San Gerardo, el santo de las parteras. Esos momentos de fervor y recogimiento eran para
99
(Espinoza, 2011).
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romper con el trajín del día a día. La vida de mujeres como doña Carmen Espinoza estaba
marcada por las jornadas laborales donde los matrimonios, los bautizos o los rezos eran los
que posibilitaban tener espacios ocasionales de distracción.
Un comentario necesario: la relación entre lo divino y lo terrenal hacía que las parteras
guardaran secretos. A tal punto sucedía que el siguiente dato no se obtuvo por medio de
ninguna de ellas en las entrevistas, sino por una infidencia de un santacruceño que lo reveló
a costa de no registrar su nombre. Así, nuestro informante anónimo indicó:
Tengo 47 años y mi madre desde pequeña me cuentaba que yo lloraba antes
de nacer. Mi tía, mi madre, mi abuela no solo un día sino varios. Mi madre
tuvo un embarazo muy complicado y tuvo que estar en reposo absoluto casi
seis meses con controles de la partera. Cuando ella me oyó llorar dicen que
dijo su “güila tendrá una gracia”. Mi madre guardó el silencio y cada vez que
sale el tema dice… hablemos de otra cosa… Lo que pasó, pasó… Según sé, si
habla alguien se me acaba la suerte…100
Relatos como el anterior no solo hablan de un mundo particular de la salud... Sino también
de que en toda práctica existen secretos de cosas reales o imaginarias.
e- Relación de las parteras con la comunidad médica
La relación de las parteras con la comunidad médica oficial siempre fue tensa, pues esta
última tendía a monopolizar el marco de legitimidad y de autoridad sanitarias. Ana Paulina
Malavassi indica cómo las parteras no se vieron favorecidas por los intentos de
profesionalización del Estado costarricense en materia de enfermería y obstetricia, pues al
fundarse la escuela de obstetricia en 1900 se privilegió solo a las mujeres provenientes del
Valle Central. Según Malavassi:
…las más favorecidas fueron las mujeres residentes en los principales
poblados del Valle Central. Factores de carácter cultural y económico
explican esta tendencia, por ejemplo el desplazamiento hacia la Escuela
resultaba más sencillo, barato y seguro para las jóvenes que vivían en la
ciudad capital, o para que aquellas, que procedentes de puntos más alejados,
tenían la posibilidad de hospedarse en las casas de familiares o conocidos,
que para aquellas que tenían que apelar a los recursos de sus familiares para
100
(Anónimo, 2013).
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costear la cuota de inscripción, el costo de los estudios y el hospedaje por dos
años101.
La coaptación por parte del sistema médico oficial de las parteras en las zonas periféricas
fue lenta, por ello se buscó censurar sus prácticas pero no atacarlas directamente. En las
décadas de 1960 y 1970 si bien el mundo de las parteras guanacastecas había estado
relacionado con el proceso de institucionalización de los sistemas de salud del país, en
dicho lapso entraron en conflicto evidente. De este modo, si bien a lo largo del periodo de
estudio las parteras tuvieron que convivir con los controles estatales médicos, en esos años
debían optar por el retiro o la profesionalización en los términos que definían tanto el
Estado como la comunidad médica102.
Entre 1970 y 1980, las mujeres que ejercieron como parteras experimentaron la apertura de
unidades sanitarias, clínicas y hospitales. A la par de estos centros estaban los médicos, las
enfermeras y las obstetras tituladas, quienes llegaban en mayor número y con mayor poder.
La introducción de un mayor número de profesionales de la salud llevó a un
reconocimiento efectivo de estos en las comunidades, incluso en aquellas que estaban
alejadas del centro de Santa Cruz. Al mismo tiempo, el Estado inició fuertes campañas de
electrificación, potabilización del agua y la construcción de vías de comunicación terrestres
que hacían posible que tanto los médicos como sus sofisticados equipos llegasen al mundo
de la comunidad.
La penetración del sistema nacional de salud y la edificación de un sistema regional de
salud hicieron que poco a poco las parteras tradicionales fueran desplazadas. Doña Carmen
Amoreti cuenta que: “cuando llegaron los médicos no hubo problemas, porque no sabían
que yo atendía a las mujeres embarazadas”103, pero pronto ellos comenzaron a investigar
quien era. Incluso doña Carmen señaló cómo los médicos le quisieron “dar una
capacitación de partera. Con eso ya me sentía una enfermera, pero mi hijo no me dejó”104.
Es muy probable que la edad de doña Carmen fuese un factor para que dejara el oficio, pero
no menos cierto es que la presencia médica jugó un papel fundamental en su decisión.
Antes era una partera pues “no había médico y no había transporte, se iba a Liberia en
carreta y se tardaba mucho en llegar” 105 ; sin embargo, también afirma: “me sentí
desplazada por los médicos”106.
101
(Malavassi P. , De parteras a obstétricas. La profesionalización de una práctica femenina tradicional en
Costa Rica (1930-1940), 2002, pág. 77).
102
Este proceso está por ser estudiado para otros contextos, véanse (García & García., 2004) y (Valle, 2002).
103
(Amoreti, Entrevista sobre parteras cruceñas, 2011).
104
(Amoreti, Entrevista sobre parteras cruceñas, 2011).
105
(Amoreti, Entrevista sobre parteras cruceñas, 2011).
106
(Amoreti, Entrevista sobre parteras cruceñas, 2011).
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Lo anterior fue fundamental, pues además de que los médicos llegaban con la autoridad de
tener la ciencia y el apoyo del Estado, contaban con todos los instrumentos para censurar
las prácticas de las parteras. Ambas situaciones afectaron sensiblemente la confianza y el
prestigio de las parteras dentro de sus comunidades.
Doña Carmen Amoreti y doña María Luisa Morales Cabalceta apuntan que hoy es
prohibido atender mujeres en la casa. En efecto, doña María Luisa Morales Cabalceta, de
92 años y vecina de Arado de Santa Cruz, señala que también ejerció como partera por
muchos años y recuerda que:
…con la apertura de la unidad sanitaria a ella y a otras 15 mujeres las llevaron
a hacer un curso y ahí les dieron papeleras, libritos y manuales publicados por
el Ministerio de Salud. Yo era una partera sin autorización de nadie. Poco
después el Ministerio de Salud se dio cuenta de eso y me mandaron a hacer
un curso, que en ese tiempo hacían para las parteras que ellos llamaban
empíricas y que éramos las que andamos asistiendo mujeres fuera de los
hospitales y clínicas. Después fui autorizada con un título de partera empírica
por el Ministerio de Salud107.
Los casos de Doña Carmen Amoreti y doña María Luisa Morales ejemplifican el paulatino
desplazamiento de las parteras tradicionales de Guanacaste, donde en primera instancia
trataron de ser coaptadas por el Estado y en segunda instancia desautorizadas. Bajo esas
premisas, más la represión legal y policial para las que no acataran el nuevo orden sanitario,
muchas parteras se fueron alejando de su oficio.
Ilustración nº.3, doña Carmen Amoreti, una de las parteras más reconocidas del cantón de
La Cruz, frontera norte de Costa Rica.
107
(Morales M. L., 2011, pág. 12).
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Fuente: Colección Rodolfo Núñez Arias.
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Por su parte, existió también un cierto temor de las parteras a tener contacto directo con los
médicos. Un dictamen de mala praxis, una denuncia por empirismo, una acusación de
homicidio culposo o simplemente un cuestionamiento de sus prácticas hacían que las
parteras temiesen a los médicos. Doña Carmen Espinoza expresa este temor cuando
indicaba: “Yo nunca tuve relación con médicos, ya después (de haber dejado el oficio) llevé
un curso de primeros auxilios con el doctor Araya, pero yo nunca dije que hacía eso”108.
El hecho de ocultar su oficio era un síntoma de temor a la censura social. También
conviene recordar que varias parteras indicaban que lo hacían para ayudar; como había
aludido doña Carmen Espinoza, el oficio de partera no le ofrecía mayores atractivos y era
algo más bien que se hacía por necesidad. De ahí que al llegar los médicos se les descargó a
varias de ellas de la tremenda responsabilidad de salvar la vida de la mujer y la criatura que
iba a nacer.
En las décadas de 1970 y 1980 se definió el ocaso de la partería. La vida como partera o
comadrona de doña Carmen Espinoza terminó a finales de la década de 1980. Según ella
relató: “…me vinieron a buscar en la mañana… pero estaba casi lista la parturienta. Era una
chambita (muy fácil), esa fue la última vez”109. Ya a finales de la década de 1980 se dio la
decadencia de la partería como práctica tradicional. Esa fecha fue hace poco si se reflexiona
sobre los avances de la medicina y su cobertura nacional. No obstante, el caso de doña
Carmen Espinoza es comprensible dada la lejanía y el entorno topográfico de la Florida de
Santa Cruz.
Doña Arcelia Gómez indicó que los cambios traídos por la modernidad: carreteras, medios
de transporte, la construcción de hospitales, la especialización de obstetras y la cobertura
médica fueron los elementos que acabaron con la actividad de las parteras. Para ella,
también el uso de nuevos medicamentos fue otro factor que contribuyó a la desaparición.
Las medicinas naturales y el bolso de remedios de la partera fueron desacreditados por los
fármacos de acción rápida. La transformación del oficio se manifiesta en que los ombligos
ya no se entierran en los patios de las casas, “mi ombligo está enterrado allá en mi casa,
señala doña Arcelia”110; la gente al preguntársele dónde nació ya no dicen en Santa Ana, en
San Lázaro o en San Antonio, sino en el hospital de Nicoya; y ya no se acuerdan quiénes
eran las parteras. Las apreciaciones de doña Arcelia Gómez se confirman en el caso de dos
grandes parteras: Doña Beleida Pizarro y su madre doña Agustina Pizarro, quienes
desaparecieron en 2011. Hoy solo sus familiares, hijas y nietas, son las que guardan los
recuerdos de su madre y abuela.
108
(Espinoza, 2011).
(Espinoza, 2011).
110
(Gómez, 2011).
109
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Ilustración nº.4, Arcelia, partera de Santa Ana de Nicoya, en la foto tiene 102 años
cumplidos.
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Fuente: Colección Rodolfo Núñez Arias.
La trascendencia de la partera fue más allá del embarazo. Como muy bien recuerda la nieta
de doña Lorenza Cascante, Ana Teresa Sánchez, las parteras tenían un gran dominio del
arte curativo. Las parteras conocían bien las enfermedades y sus remedios. La manteca para
sobar; los masajes estomacales; las sobadas para acomodar al bebé y colocarlo en la forma
correcta dentro del vientre de su madre; el uso de las mieles y licores; los entablillados para
curar fracturas; los menjurjes para quitar los empachos, dolores de vientre, náuseas y de
cabeza, y pócimas para recuperar el apetito fueron su dominio. Los colores de la piel, ojos,
uñas y manos eran fuentes de diagnóstico de las comadronas, quienes curaban la palidez,
las anemias, las lombrices o la falta de sueño.
Finalmente, las parteras fueron parte de Santa Cruz y la sociedad costarricense, reconocer
su historia es comprender las grandes transformaciones socioeconómicas, culturales y
políticas tanto de la región como del país.
Ilustración nº.5, María Luisa Morales Cabalceta, partera de Arado, Santa Cruz. Una de las
últimas parteras de Santa Cruz, hoy de 94 años de edad.
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Fuente: Colección Rodolfo Núñez Arias
V- NOTAS PARA UN FINAL
La historia social de la medicina y la enfermería tiene una amplia agenda de trabajo. La
historia de las parteras y comadronas debe formar parte del análisis de la profesionalización
de la medicina, la enfermería y más aún de la obstetricia, así como del control social y la
edificación de los sistemas de salud regional y nacional. Desde la perspectiva de este
trabajo sería un error pensar que la partería fue una medicina de las periferias, de los
pobres, de los desposeídos, de los ignorantes o del fetichismo popular. La historia de la
partería es un punto de encuentro con los actores sociales subalternos, olvidados por la
historia ideologizante de las elites regionales y nacionales.
La cultura de la salud en Santa Cruz, Guanacaste, y en el país en general es pródiga en
conocimientos con muchas facetas y una riquísima experiencia que variaba de lugar en
lugar. La partería analizada en este trabajo actuó bajo grandes procesos de transformación
social, comprender cómo la medicina tradicional subsistió, convivió y disputó espacios con
la oficial es una tarea que hay que emprender a gran escala.
La medicina popular, representada por las parteras, formó parte de las estrategias de los
sectores sociales para salvar a los suyos, tanto de los peligros cotidianos y terrenales como
de los extraordinarios y sobrenaturales. Los resultados de esta medicina para las
comunidades fueron más allá de la curación del paciente, pues solventaron en él una mejor
vida comunal, personal y extraterrenal. Las representaciones de la salud, las visiones del
mundo y la idea de la buena salud que se desarrollaron en las comunidades santacruceñas
entre 1930 y 1980 rebasan la comprensión del ciudadano actual. No obstante, forman parte
de la historia del cantón que hay que aprender y estudiar.
Durante el periodo de estudio, la medicina de las parteras fue común en cada uno de los
pueblos, ranchos y haciendas santacruceñas. Las parteras fueron las que atendieron a los
enfermos y parturientas; a falta de médicos oficiales eran ellas las atendían a las mujeres
embarazas recorriendo, muchas veces, largas distancias. Por ello crearon una interesante
simbiosis en las comunidades y su relación con la vida y la salud.
Si bien los partos se realizan en hospitales y clínicas, todavía hoy muchos pobladores
practican las sobadas, las infusiones de plantas y escuchan la medicina tradicional, y en
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algunos casos comprenden los métodos antiguos para curarse con yerbas. Esa medicina
tradicional y sus prácticas deben rescatarse.
Hoy, cuando los grupos neoliberales y el gran capital trasnacional han comercializado los
fármacos colocándolos a precios inalcanzables, cuando la clase dominante ha renunciado a
los pactos sociales de cohesión y cuando se acerca un nuevo sistema de seguridad social
basado en el dinero y el poder en lugar de la solidaridad es importante comprender cómo ha
evolucionado la seguridad social comunal y las demandas de los sectores sociales por tener
una salud para todos. Los escenarios sombríos que afronta Costa Rica posiblemente
afectarán a las regiones periféricas, las cuales deben prepararse para enfrentar la injusticia
social.
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