Colectivo editor, “Discutir la decolonialidad”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 43-44. | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Discutir la decolonialidad
En los últimos 20 años una serie de intelectuales latinoamericanos radicados en distintas universidades estadounidenses
ha venido impulsando el análisis del fenómeno del colonialismo como constitutivo del actual entramado económico,
político y cultural de América Latina. Su promotor inicial, el sociólogo peruano Aníbal Quijano (1928-2018), era, en
realidad, un referente de la teoría de la dependencia interesado por el marxismo historicista de José Carlos Mariátegui.
La crisis de los movimientos sociales y políticos que sucedió al derrumbe del régimen soviético y a la consolidación del
neoliberalismo en América Latina y el mundo instalaba un escenario de derrota global de las izquierdas. Y ello impulsó a
Quijano a corregir el marxismo mariateguiano y las tesis marxo-dependentistas con la teoría foucaultiana del poder. De
ese cruce surgió a comienzos de la década del noventa el programa de investigación sobre el “patrón colonial de poder”.
Quijano consideró que, luego de los procesos independentistas del siglo XIX, las extremas desigualdades e injusticias
de las sociedades latinoamericanas no estarían determinadas por las clases sociales –como venía insistiendo la variante
más extendida del marxismo–, sino por una persistente, pero reconfigurada, colonialidad racializadora. Iniciados en la
Universidad de Binghamton, Nueva York, los estudios decoloniales pronto se enriquecieron con el análisis del capitalismo
como “sistema-mundo” del marxista Immanuel Wallerstein (1930-2019), la filosofía de la liberación de Enrique Dussel
(1934-), el enfoque semiológico de Walter Mignolo (1941-) y, en la última década, con las epistemologías del sur de
Boaventura de Sousa Santos (1940-), la interseccionalidad de la filósofa María Lugones (1944-2020) y la perspectiva de
género de la antropóloga Rita Segato (1951-), entre otros/as.
Hoy los estudios decoloniales cuentan con numerosos libros y frecuentes eventos académicos. Además, tienen un
lugar tanto en los departamentos de estudios latinoamericanos de Estados Unidos como en muchas universidades de
nuestro continente. Y es la creciente presencia en Argentina la que motiva la revisión y crítica que les formulan las
dos primeras intervenciones del dossier. Desde la agitada ciudad de Neuquén –territorio mapuche incorporado hace
apenas 140 años al Estado argentino–, Andrea Barriga y Ariel Petruccelli, dos historiadores marxistas vinculados al
movimiento social local, repasan los conceptos y tesis centrales del decolonialismo para remarcar lo que serían sus
imprecisiones y problemas así como la importancia de que las ciencias humanas mantengan cierto criterio científico
de verdad. El recorrido autobiográfico que emprende Barriga se orienta a mostrar que los estudios decoloniales no
logran una nueva y aguda conceptualización sobre las peculiaridades de América Latina. De modo que el interés que
esos estudios vienen despertando no se explicaría por criterios teóricos, sino por la propuesta de un pensar ético que
llena el vacío dejado por la decepción política ante las experiencias comunistas –pero que, a su vez, se desentiende de
una articulación intensa con la política contemporánea–. A ello Petruccelli suma el análisis de otras imprecisiones que
serían inherentes a la identificación de un patrón de poder “moderno/colonial”, de una “episteme occidental” y de un
consiguiente “desprendimiento” epistémico.
Ambas intervenciones reconocen que es necesario incorporar a los análisis sobre la modernidad latinoamericana el
rol del colonialismo y del racismo, pero advierten los problemas teóricos y políticos que acarrea la reducción de la
ciencia y la racionalidad a “construcciones de saber” cuya única legitimación serían las relaciones coloniales de poder.
De ahí que insistan en que el análisis de esas relaciones debería evitar el relativismo cultural defendido por los estudios
decoloniales.
Walter Mignolo, uno de los principales referentes actuales del decolonialismo, envía desde Carolina del Norte su respuesta
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Colectivo editor, “Discutir la decolonialidad”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 43-44. | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
mientras que Bárbara Aguer, joven filósofa integrante de la segunda generación de pensadores decoloniales, prepara
su réplica desde Buenos Aires. La corrección a las objeciones de sus críticos le permite a Mignolo repasar su propio
itinerario intelectual, del que destaca su vínculo con Quijano y sus pioneros aportes a los estudios decoloniales. Distante
de una perspectiva autobiográfica, Aguer propone una sistemática revisión de las críticas de Barriga y Petruccelli que
termina por esbozar un actualizado y preciso panorama de las preocupaciones decoloniales. Y con ello también expone
su apuesta filosófica por conceptos atentos a las advertencias ontológico-políticas de Dussel, entre las que destaca
la trampa universalizadora del particular “varón, blanco y europeo”. Es que sólo esa atención permitiría formularle al
presente y el futuro la orientación para cambiar el mundo.
Más allá de las distintas cuestiones que eligen enfatizar, Mignolo y Aguer confirman la distancia de los estudios
decoloniales con la posibilidad de identificar un discurso racional y científico como el reclamado por Petruccelli y
Barriga. Pero también dan nuevas muestras de dos certezas decoloniales y un programa sobre los que vuelve el breve
epílogo de Natalia Bustelo. Siguiendo a Mignolo y Aguer, la corriente heterogénea de pensamiento que recorre a la
perspectiva decolonial coincide en que, por un lado, el marxismo y las otras expresiones de izquierda son incapaces de
pensar el colonialismo y, por otro, debe abandonarse la distinción política entre izquierdas y derechas. Dos certezas que
los estudios decoloniales acompañan con el llamado a construir –desde una voluntad definida éticamente a favor de un
mundo menos injusto y desigual– una reflexión teórica e histórica encargada de exponer –y superar– la diferencia racial
históricamente constitutiva de América Latina.
A distancia del desplazamiento de la política por la ética y del abandono de las izquierdas, el CeDInCI y su revista
Políticas de la Memoria vienen apostando a la preservación documental y a la investigación de la amplia y variada
cultura de izquierdas que se desplegó en América Latina desde fines del siglo XIX. De ahí que si el presente dossier abre
la discusión sobre una extendida línea de investigación que se distancia de esa apuesta, lo hace para mantener viva la
fundamental –pero cada vez menos frecuente– práctica intelectual de debatir entre diversas tradiciones intelectuales
así como la tarea de revisar, precisar y actualizar las propias definiciones.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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Teoría y práctica decolonial:
un examen crítico
Ariel Petruccelli*
“el lector debe estar preparado para advertir sin sorpresa
que los problemas que aquí se estudian desbordan por todos lados
los límites concretos del tema americano, para acabar
ofreciendo una idea de la marcha y progreso de la Cultura de
Occidente, que así se revela como el único proyecto vital de la
historia con verdadera promesa en virtud de la dialéctica interna
que lo vivifica.”
Edmundo O’ Gorman, La invención de América, 1958.
Expresiones como ésta son una muestra clara de la fascinación
por lo europeo (occidental), tan propia de quizá la mayor parte
de la intelectualidad de países y pueblos antaño colonizados.
Roto el colonialismo político, sobrevive un colonialismo cultural
e intelectual (dejemos por ahora a un lado la espinosa cuestión
de la economía). Aunque expresiones como la citada sería hoy
extraño leerlas en textos académicos, versiones atenuadas,
expresadas en términos algo más “políticamente correctos”,
continúan presentes y actuantes. El prejuicio explícito o implícito
de que todo lo que viene de Europa o Norteamérica es mejor, la
tendencia a reproducir acríticamente los discursos y las prácticas
de allí provenientes, el sentimiento de inferioridad, el énfasis en
la repetición de verdades recibidas antes que en el desarrollo
de un pensamiento original, la ceguera ante las diferentes
manifestaciones de “colonialismo interno”, el desprecio hacia (y
la incomprensión de) el sentir y el pensar de las clases populares
y los pueblos originarios y el “racismo” abierto o solapado
son, ciertamente, rasgos muy fuertemente extendidos entre
académicos e intelectuales. También es indudable la existencia
de inauditos privilegios epistémicos. Una obra escrita en inglés
tiene muchísima más chance de ser conocida y reconocida que
una escrita en castellano (¡y ni hablar si lo es en quechua o
mapuzugun!) con independencia de sus cualidades intrínsecas.
Del mismo modo, un prejuicio común y ampliamente extendido
presupondrá que lo que dice un universitario debe ser correcto,
sin evaluar sus argumentos; o asumirá que las afirmaciones de
alguien con piel blanca y ojos claros son más creíbles que las de
alguien de piel y ojos oscuros. Se entiende, pues, la reacción de
intelectuales y activistas contra prejuicios tan groseros. En los
*
Departamento de Historia, Universidad Nacional del Comahue, Argentina. https://orcid.org/0000-0003-2569-9180.
últimos lustros una corriente teórica dispuesta a combatir lo
que considera “colonialidad epistémica” viene ganando espacios
y visibilidad en el mundo académico. Se trata de la denominada
opción decolonial o, según la denominación reciente, descolonial.
Aunque quienes integran el autodenominado proyecto
modernidad/colonialidad (Catherine Walsh, Walter Mignolo,
Aníbal Quijano y Boaventura de Sousa Santos son acaso las
figuras más conocidas) tienen significativas diferencias entre sí,
comparten algunas premisas, cierto estilo intelectual y ciertos
espacios y prácticas comunes, como para que sea razonable
considerarlos una corriente intelectual.
Un buen resumen de las premisas compartidas nos lo proporciona
Mignolo:
1. No existe modernidad sin colonialidad, ya que ésta es
parte indispensable de la modernidad.
2. El mundo moderno/colonial (y la matriz colonial de poder)
se origina en el siglo XVI, y el descubrimiento/invención de
América es el componente colonial de la modernidad cuya
cara visible es el renacimiento europeo.
3. La Ilustración y la Revolución Industrial son momentos
históricos derivados que consisten en la transformación de
la matriz colonial de poder.
4. La modernidad es el nombre del proceso histórico en el
que Europa inició el camino hacia la hegemonía. Su lado
oscuro es la colonialidad.
5. El capitalismo, tal como lo conocemos, está en la
esencia de la noción de modernidad y de su lado oscuro, la
colonialidad.
6. El capitalismo y la modernidad/colonialidad tuvieron un
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Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
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segundo momento histórico de transformación después
de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se
apropió del liderazgo imperial del que antes habían gozado,
en distintas épocas, España e Inglaterra.1
Todas estas premisas son ciertamente debatibles, aunque a
este nivel (extremo) de generalidad se las puede aceptar, quizá
modificando los énfasis.2 Sin embargo, de ellas se extraen dos
conclusiones mucho más polémicas. La primera es que la clave
del dominio occidental es epistémica (antes que económica,
tecnológica, política o militar). La segunda, derivada de la
anterior, es que para poner fin a la colonialidad es indispensable
una ruptura con los marcos epistémicos “occidentales”: practicar
un “desprendimiento epistémico”, para decirlo en sus propios
términos.3
1
Walter Mignolo, La idea de América Latina, Barcelona, Gedisa, 2005, p.
18.
2
Subrayemos incidentalmente, sin embargo, que incluso en un texto tan
breve se observan significativas inconsistencias en el tratamiento, algo
que parece caracterizar al estilo decolonial producido hasta el momento.
Por ejemplo, la primera premisa considera que el mundo moderno/
colonial se origina en el siglo XVI, y que el descubrimiento/invención de
América es el componente colonial de la modernidad cuya cara visible
es el renacimiento europeo. Sin embargo, el Renacimiento comenzó en
1300 o 1400 (no hay consenso al respecto), es decir uno o dos siglos
antes del inicio del mundo moderno/colonial. Además, la insistencia en
la ruptura del siglo XVI parece tener un sesgo “hispanocéntrico” que
oscurece la gran expansión portuguesa en África y el Lejano Oriente,
iniciada en 1415 (debo agradecer a Federico Mare el haber llamado mi
atención sobre esta “precocidad” portuguesa). En la tercera premisa
se señala que la Ilustración y la Revolución Industrial son momentos
históricos derivados que consisten en la transformación de la matriz
colonial de poder. Pero en la sexta se nos informa que el capitalismo y
la modernidad/colonialidad tuvieron “un segundo momento histórico de
transformación después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados
Unidos se apropió del liderazgo imperial del que antes habían gozado,
en distintas épocas, España e Inglaterra” (la hegemonía holandesa es
olvidada). ¿No sería en todo caso un tercer momento histórico, si la
Ilustración y la industrialización fueron otro? Pero sobre todo ¿por qué
elegir como momentos relevantes justamente a ésos, tan eurocéntricos
u occidentalocéntricos? ¿La independencia de las colonias americanas
(del norte y del sur) no fue otro momento histórico equivalente? ¿Y la
Revolución Rusa, la china, la independencia de la India, la descolonización
de África, etc., etc.?
3
El contenido conceptual de “desprendimiento” no ha sido precisado.
Da a entender que se deberían abandonar todas las pautas epistémicas
supuestamente occidentales, cuyo contenido es objeto de una no menor
imprecisión: se asume el supuesto no fundamentado de que Platón
y Derrida, Santo Tomás y Foucault, Marie Curie y Nietszche, Marx y
Walras, Einstein y Abelardo, Eric Wolf y Ginés de Sepúlveda, Otto
Bauer y Goebbels (y la lista podría seguir indefinidamente) comparten
un mismo marco epistémico. Muchas veces, los partidarios de la opción
decolonial arguyen que “desprendimiento” no es un concepto, sino una
propuesta política (lo ha hecho por ejemplo un/a evaluador/a anónimo/a
de este escrito). El problema es que lo segundo no hace innecesario lo
primero. “Socialismo” es también una propuesta política, y sin embargo
hay conceptualizaciones bien claras del mismo, y bien diversas (pero por
ser claras pueden ser evaluadas y discutidas apropiadamente).
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Etnicidad y colonialidad
Es indudable que existen abismales diferencias de poder, y que
una dimensión de las mismas posee un carácter étnico. Ello no
significa, empero, que las diferentes etnias posean necesariamente
culturas claramente diferenciadas. Aunque ciertos rasgos
culturales más o menos diferenciales pueden ser precondiciones
de la etnicidad, ésta tiene que ver con la identidad; y se puede
tener identidades diferentes sin ninguna diferencia observable
en la cultura o forma de vida. Si se me permite decirlo un
tanto provocadoramente, hoy en día no es claro que exista una
cultura mapuche, como tampoco una cultura argentina, chilena
o europea. Lo que hay, sin dudas, son identidades mapuche,
argentina, chilena, estadounidense, española, etc. Y también,
desde luego, manifiestas diferencias de poder, riqueza y estatus
entre estos diferentes grupos étnicos, sin que necesariamente
sus formas de vida difieran demasiado. Las fronteras culturales
son cada vez más borrosas: el mundo es cada vez más mestizo
(aunque, y no es menor, las influencias relativas de cada tradición
cultural son muy asimétricas). El poeta mapuche Erwin Quintupil
captó perfectamente la tendencia al mestizaje cultural unida
a la pervivencia e incluso reforzamiento de las identidades, en
medio de la descomunal asimetría entre los diferentes estados o
culturas a la hora de crear bienes culturales que son impuestos
a otros o aceptados por éstos más o menos voluntariamente. En
el poema titulado “Sin nombre” (1995) escribió:
Hay chilenos que dicen
que si soy indígena
por qué uso entonces jeans.
A mí me dan
ganas de decirle
que ni él ni yo somos made in USA.
La interculturalidad implica el respeto mutuo entre las diferentes
identidades, se funden o no en importantes diferencias culturales.
Las identidades son realidades simbólicas que no remiten
a ninguna esencialidad no simbólica. Los bienes culturales
pueden tener origen o un mayor desarrollo en el marco de
ciertas culturas o grupos identitarios, pero no pertenecen
exclusivamente a ellos. El jean tiene origen en Estados Unidos,
pero no pertenece a los estadounidenses intrínsecamente.
Cuando hablamos de cosas tales como “literatura inglesa”, “arte
maya” o “tecnología china” deberíamos tener en cuenta que
son formas de referirse a la literatura, el arte o la tecnología
producidas en un espacio geográfico determinado o en una
lengua específica, y no a una literatura, un arte o una tecnología
que posea esenciales, absolutamente propias e inmodificables,
características inherentes.
Así, no existe una episteme intrínsecamente occidental. Y sería
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
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absurdo y poco respetuoso pedirle a alguien que abandone su
identidad occidental, si la tuviera, como en su momento fue
absurdo (y en algunos casos lo sigue siendo) exigirles a las
poblaciones originarias que abandonen su lengua y creencias. Lo
apropiado, en todo caso, sería pedirle a quien sea que abandone
los aspectos injustificables de sus creencias. No necesitamos
conversiones religiosas ni genéricos “desprendimientos”. Lo
que necesitamos es desarrollar el pensamiento crítico. ¿Cómo
se presenta la opción decolonial ante una inspección crítica?
Veamos.
Comencemos por el concepto de colonialidad, que es en
cierto modo el concepto madre. Según Aníbal Quijano:
Colonialidad es un neologismo necesario. Tiene respecto
del término colonialismo, la misma ubicación que
modernidad respecto de modernismo. Se refiere, ante
todo, a relaciones de poder en las cuales las categorías de
“raza”, “color”, “etnicidad”, son inherentes y fundamentales.4
Estas líneas son mucho más problemáticas de lo que podría parecer
a primera vista. En primer lugar, el paralelismo que se traza entre
modernidad/modernismo y colonialidad/colonialismo no parece
válido, en los propios términos de Quijano. Convencionalmente,
por modernismo se entiende un estilo artístico o intelectual, y
por modernidad un período histórico en el que dicho estilo sería
dominante. Por consiguiente, la colonialidad debería referirse a
un período histórico en el que domina el colonialismo. Pero no
es el caso:
Colonialidad es un concepto diferente, aunque vinculado
con el concepto de colonialismo. Este último se refiere
estrictamente a una estructura de dominación y explotación,
donde el control de la autoridad política, de los recursos de
producción y del trabajo de una población determinada lo
detenta otra de diferente identidad, y cuyas sedes centrales
están, además, en otra jurisdicción territorial. Pero no
siempre, ni necesariamente, implica relaciones racistas de
poder. El colonialismo es, obviamente, más antiguo, en tanto
que la colonialidad ha probado ser, en los últimos quinientos
años, más profunda y duradera que el colonialismo. Pero
sin duda fue engendrada dentro de este y, más aún, sin
él no habría podido ser impuesta en la intersubjetividad
del mundo, de modo tan enraizado y prolongado.5
4
Aníbal Quijano, “América Latina en la economía mundial” [1993],
Cuestiones y horizontes. Antología esencial, Buenos Aires, Clacso,
2014, p. 206, nota 3.
5
Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social” [2000], op.
cit., p. 285, cita a pie (destacado en original). Tomo aquí la definición de
colonialismo del propio Quijano. Obviamente, los fenómenos históricos
subyacentes son bastante diversos y un tratamiento más detallado de
esta problemática entrañaría establecer distinciones entre diferentes
conceptos indudablemente relacionados, tales como: colonialismo,
imperialismo, colonialismo naval, imperialismo territorial, colonias de
explotación, colonias de asentamiento, imperialismo de tipo antiguo,
imperialismo capitalista, etc. Pero de nada de esto se ocupa Quijano.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Definido en tales términos (que son los convencionales, por
lo demás), el colonialismo es milenario y transcultural: hubo
colonialismo persa, romano, islámico o inca, entre muchísimos
otros. Si es anterior o no a la colonialidad (entendida como
relaciones de poder en las cuales las categorías de “raza”, “color”
y “etnicidad” son inherentes y fundamentales), es cosa que habría
que demostrar, pero parece altamente probable que existieran
formas de colonialidad (es decir, alguna forma de opresión por
parte de un grupo étnico sobre otros) anteriores al colonialismo
en estricto sentido. Ahora bien, si el colonialismo es anterior a la
economía mundo (moderna/colonial) que se configuró hacia el
siglo XVI, y la colonialidad un fenómeno capaz de sobrevivir al
colonialismo (y quizá anterior a él), entonces cabe preguntarse
en qué consiste exactamente ese “patrón colonial” de poder del
que nos habla Quijano. Porque si se lo define genéricamente
(“relaciones de poder en las que la raza, el color o la etnicidad
son fundamentales”) esa matriz es muy anterior al siglo XVI. Ni
el colonialismo ni la colonialidad son una novedad de los tiempos
de Colón y Moctezuma. En cualquier caso, lo que acontece en
el siglo XVI es que el colonialismo y la colonialidad adoptan
formas específicas (en las que Quijano no abunda), por un lado,
y una magnitud incomparable con el pasado, por otro. Pero,
obviamente, ni esa especificidad ni esa magnitud pueden ser
explicadas por la propia colonialidad: los europeos no lograron
cuasi-dominar al mundo por haber inventado el colonialismo y la
colonialidad (que ya existían). Lo que hicieron fundamentalmente
fue llevar el colonialismo y la colonialidad a una escala sin
precedentes. ¿Cómo fue esto posible? Los debates al respecto
son enormes. Algunos insistirán en el desarrollo de las relaciones
capitalistas de producción, otros en la Revolución Industrial,
otros en el pensamiento científico, etc. Sin necesidad de una
crítica pormenorizada de todas esas perspectivas, los autores
y autoras decoloniales insisten en que la clave es epistémica.
Mignolo por ejemplo afirma:
El problema, para el marxismo, es el capitalismo; mientras
que para la opción decolonial lo es la matriz (patrón en el
vocabulario de Aníbal Quijano) colonial de poder, de la cual
la economía es una esfera. El marxismo se afinca en la forma
que adquiere la matriz colonial en el siglo XVIII (y se enfoca
en el aspecto económico). La opción decolonial se afinca
en la formación histórica de la matriz colonial de poder en
el siglo XVI (y se enfoca en la gestión de la economía, de
la autoridad, del género y la sexualidad; de la subjetividad
y el conocimiento), y hace del control del conocimiento el
instrumento fundamental de dominio y control de todas las
otras esferas.6
Sin embargo, su perspectiva nada tiene que ver con otras
explicaciones epistémicas o cognitivas del tipo de las que
6
W. Mignolo, “La idea de América Latina (“la derecha, la izquierda y la
opción decolonial)”, en Crítica y Emancipación nº 2, 1º semestre de
2009, p. 254 (destacado en original).
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
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proporciona por ejemplo Ernest Gellner, para quien fue el
desarrollo del conocimiento científico, con toda su compleja
especificidad, lo que permitió a quienes eran capaces de dominar
sus técnicas (algunos países de Europa primero, Estados Unidos
después) desarrollar capacidades económicas, navales y militares
inalcanzables para el resto.7 No sería, pues, la eficacia cognitiva
de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas la clave del dominio
occidental. La clave sería el colonialismo y la colonialidad
impuestos por medio de lo que Mignolo llama “retórica de la
modernidad”. Pero esto en verdad no explica nada y si lo hace,
no deja bien parados a los pueblos colonizados. Detengámonos,
pues, en esta pretendida explicación. Según Mignolo:
a partir de 1500, otomanos, incas, rusos, chinos, etcétera,
comenzaron a enfrentarse con un proceso de inversión del
reconocimiento: comenzaron a reconocer que las lenguas
occidentales y las categorías de pensamiento y, por lo tanto,
la filosofía política y la economía política se expandían sin
reconocer-les a ellos como iguales en el juego.8
Esto es cierto en general, desde luego. Pero, ¿por qué querrían
los otomanos, los chinos o los incas preocuparse por cosas como
la filosofía política, sin las cuales habían vivido hasta entonces
tan plácidamente? ¿Y qué daba a la minoría europea el poder
de decidir quién y cómo era reconocido? ¿Por qué era tan
importante el reconocimiento europeo? ¿Por qué esa etnia (o
conglomerado de etnias) particular podía ejercer tal influencia
y poder de atracción? La respuesta es que los europeos habían
desarrollado un salto abrupto, descomunal, en la productividad
del trabajo y en las tecnologías bélicas, lo que les daba un
poder incomparable. Las fuentes de este poder están en debate:
¿han sido el capitalismo, la manufactura/industria, la ciencia,
la economía-mundo, la cristiandad?9 La respuesta decolonial
(en esto hay acuerdo pleno entre quienes se reivindican
decoloniales, sean cuales fueran sus diferencias en otros planos)
insiste en que el fundamento es “epistémico”, pero concibiendo
lo epistémico no como capacidad cognitiva traducible en dominio
técnico, sino en un sentido más bien retórico: la retórica de la
modernidad habría exaltado todo lo occidental, clasificado
racial o étnicamente a los grupos humanos e inferiorizado a las
otras culturas. Esto es como decir que durante siglos hemos
7
Ernest Gellner, El arado, la espada y el libro. La estructura de la
historia humana, Barcelona, Península, 1988.
8
W. Mignolo, Desobediencia epistémica. Retórica de la modernidad,
lógica de la colonialidad y gramática de la descolonialidad, Buenos
Aires, Ediciones del Signo, 2010, p. 13 (destacado en original).
9
La literatura al respecto es inagotable, pero se pueden citar algunos
trabajos clásicos: Kirti N. Chaudhuri, The Trading World of Asia and
the English East India Company, 1660-1760, Cambridge, Cambridge
University Press, 1978; Immanuel Wallerstein, El moderno sistemamundial, t.I, México, Siglo XXI, 1981; Eric Jones, The European Miracle:
Environments, Economies, and Geopolitics in the History of Europe
and Asia, Cambridge, Cambridge University Press, 1989; Kenneth
Pomeranz, The Great Divergence: China, Europe and the Making of the
Modern World Econmy, New Jersey, Princeton University Press, 2000.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
sido engañados, y que el poder de los dominadores reside en
su capacidad para inculcarnos pensamientos que nos perjudican.
Por lo demás, no parece una respuesta ni muy convincente en
términos explicativos, ni que deje intelectualmente bien parados
a los pueblos oprimidos, decir o implicar que, en lo fundamental,
el dominio euro-norteamericano se debe a su capacidad para
inculcar retóricamente concepciones que los benefician, antes
que a su poderío militar y económico.
Desde luego que la ideología forma parte de la dominación,
pero parece obvio que la misma tiene otras bases. Una crítica
puntillosa de las otras explicaciones disponibles continúa
ausente en la producción intelectual decolonial, a pesar de tener
ya un par de décadas de desarrollo. Es aceptable (aunque no
ineludible) que una concepción incipiente se dé a conocer por
medio de críticas generales y poco desarrolladas a sus rivales
intelectuales. Pero en algún momento la crítica rigurosa debería
darse a conocer. Si esto no sucede, es difícil tomar teóricamente
en serio a esa concepción; por importante que sea en términos
retóricos. Podrá tener efectos sociales y políticos, pero ello no es
equivalente a solvencia teórica.
Privilegio y asimetría epistémicos
Nada de esto implica negar ni la existencia ni la importancia del
fenómeno de la colonialidad, entendido como formas de poder
en las que la etnicidad resulta constitutiva y fundamental. En
el terreno cognitivo, acabar con todas las formas de privilegio
epistémico resulta ética y políticamente indispensable. Pero
deberíamos tener presente que privilegio epistémico no es lo
mismo que asimetría epistémica. Privilegio epistémico es que
las concepciones de los miembros de un grupo o comunidad
determinada tiendan a ser aceptadas o validadas sin previo
examen y, a la inversa, que las concepciones de los miembros
de otros grupos o comunidades tiendan a ser desvalorizadas sin
examen o lisa y llanamente ignoradas. La asimetría es otra cosa:
refiere al hecho puramente factual de que ciertos individuos
poseen un conocimiento mayor (en ciertas materias o campos,
y sólo en ellos) que otros. Pero la asimetría no debería conferir
privilegio: que mi conocimiento sobre teoría de la historia sea
mayor que el de mis estudiantes no significa que necesariamente
mis pareceres sobre determinadas problemáticas del campo sean
mejores. Eso, en todo caso, debería ser demostrado o cuando
menos argumentado. En cuestiones de conocimiento, como en
el fútbol, existen asimetrías pero, como se dice, los partidos hay
que jugarlos y se ganan en la cancha.
La opción decolonial ataca fuertemente los privilegios
epistémicos y en este punto estamos de acuerdo. Pero su
rechazo a las fantasmagóricas “episteme occidental”, “retórica de
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
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Dossier | Discutir la decolonialidad
la modernidad” o “lógica de la colonialidad” es una verdadera
ensalada conceptual, una bolsa de gatos en la que además todos
los gatos parecen ser pardos. Si el planteo decolonial fuera a
desnudar los contenidos etnocéntricos implícitos en cualquier
marco teórico o epistémico, a criticar los errores cognitivos que
dicho etnocentrismo pudiera producir y a denunciar las sutiles,
y no tan sutiles, prácticas sociales y académicas que perpetúan
privilegios, no podríamos más que coincidir.10 Pero, ¿por qué ello
entrañaría desprenderse de un entero marco epistémico? ¿Y qué
debemos entender por marco epistémico? ¿Por qué deberíamos
salirnos de la retórica de la modernidad en vez de radicalizarla?
¿Qué es la “lógica de la colonialidad” de la que tanto hablan? ¿De
qué deberíamos exactamente desprendernos? Como veremos
más adelante, las respuestas decoloniales a estos interrogantes
oscilan entre una respuesta radical pero teóricamente
inconsistente y poco plausible, por un lado, y una respuesta
sensata pero escasamente radical, por otro.
de una episteme occidental –oscurantistas porque no arrojan
ni un poco de luz sobre las descomunales diferencias teóricas
existentes al interior de lo que se engloba como “occidental”–
ponen trabas al meticuloso estudio de campos tan diversos
del saber, generando una falsa seguridad: aquellos que se
sienten “desprendidos” creen poder refutar en cuatro frases y
luego de unas pocas lecturas superficiales obras y tesis de gran
complejidad. Un efecto parecido al que en la tradición marxista
provoca la mitología sobre una metodología dialéctica que, se
supone, los pensadores burgueses no pueden comprender.11
En un caso nunca se especifica en qué consiste exactamente
esa metodología dialéctica que el enemigo de clase es incapaz
de captar (más allá de generalizaciones pueriles como que “el
todo es más que la suma de las partes” o que existen “saltos de
la cantidad en calidad”); en el otro jamás se especifica en qué
consiste exactamente esa episteme “occidental” causante de la
colonialidad.
Por lo demás, la retórica del “desprendimiento epistémico”
puede perpetuar e incluso acrecentar asimetrías epistémicas.
Conviene no olvidar que en la sociedades divididas en clases
los saberes se hallan muy desigualmente repartidos. En los
planos simbólico, técnico y cognitivo, el dominio de las clases
dominantes se funda en su capacidad para colocar bajo su órbita
y trabajando para ellas a científicos, técnicos e intelectuales.
Esto no significa, por caso, que todos los alemanes o yankees (de
origen anglosajón) dominen esas técnicas y conocimientos. Para
un obrero yankee el psicoanálisis, la economía neoclásica, la física
cuántica o la matemática de conjuntos suelen ser concepciones
tan ajenas como lo podrían ser para un mapuche (y hay mapuche
que las dominan). Rechazar el doble privilegio epistémico,
según el cual se asume prejuiciosamente que lo que diga un
científico debe ser correcto no sólo en su campo de estudio
específico sino en cualquier materia en general, es una tarea
ineludible. Pero los llamados oscurantistas a desprendernos
Quizá haya una retórica de la modernidad (en realidad hay
varias); pero parece evidente que la modernidad no ha sido
sólo retórica, y que si la modernidad/colonialidad europea tuvo
la capacidad que tuvo para colonizar de manera directa a casi
todo el mundo y para forzar cambios decisivos en las regiones
no directamente colonizadas, ello seguramente se debió a que
no era una mera retórica. La hegemonía europea pudo reforzarse
retóricamente, pero tuvo fundamentos económicos, políticos y
militares irreductibles a la retórica. Tuvo también componentes
cognitivos (que no es lo mismo que retóricos). Sin la ciencia
moderna no se hubieran desarrollado las tecnologías capaces
de someter económica o militarmente al mundo no-europeo.
Pero si la ciencia moderna ha tenido la capacidad de producir
tan indudables transformaciones, es porque aunque su empleo
político pueda tener contenidos tanto opresivos o liberadores,
epistemológicamente es potente. En la imperdible conferencia
“Reflexiones sobre una política de la ciencia”, de mayo de 1979,
Manuel Sacristán le dijo a su audiencia con aguda justeza:
10
Habría que señalar que así como nadie puede abordar ninguna realidad
fuera de algún marco teórico, tampoco nadie puede desprenderse de
ciertas características étnicas, de género o de clase. No hay ojo de Dios,
mirada desde ninguna parte. Pero ello no significa que las miradas tengan
el mismo grado de universalidad, así sea tendencial. El problema, pues, no
es tanto el etnocentrismo (que en términos absolutos es ineliminable),
sino el etnocentrismo que no se sabe tal (inconsciente de sí mismo) y los
errores que las miradas etnocéntricas pueden acarrear. Pero al igual que
las miradas políticas –que pueden tener tanto consecuencias negativas
por entrañar ceguera o dogmatismo apologético cuanto producir
efectos positivos como la visibilización de problemas no detectados
o insuficientemente tratados–, las perspectivas étnicas no pueden ser
eliminadas ni es deseable intentarlo. Por ello, no es suficiente como
crítica a una teoría señalar cierto carácter etnocéntrico: hay que mostrar
que ese etnocentrismo ha llevado a captar mal ciertos procesos o
ciertas conexiones. Poco sensibles a la dimensión explicativa de los
textos de filosofía y ciencias sociales que critican, los partidarios de la
opción decolonial han cuestionado sobre todo ciertos aspectos de la
implicación ideológica de tales textos, aunque casi siempre sin distinguir
adecuadamente entre ambas dimensiones o tareas. Desde luego que no
hay ningún tribunal de apelación último que determine sobre las virtudes
relativas de las teorías. Pero, en todo caso, conviene recordar que el
detectar cierto contenido etnocéntrico en una producción intelectual no
invalida de por sí las hipótesis que contenga.
me parece oportuno recordaros aquella frase de Ortega, en
uno de sus últimos escritos, en un escrito póstumo, en la que
después de examinar el cientificismo de algunos filósofos y
hasta científicos de la primera mitad del siglo, principalmente
físicos, concluye diciendo que de la Física han fracasado mil
cosas, a saber, el fisicalismo, a saber, la metafísica fisicista, etc.
11
Afirmaciones como que el zapatismo habría producido una “revolución
teorética” (W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 38)
demuestran una ceguera políticamente motivada (y aclaro que la
motivación política también puede ser luminosa, si no claudica en su
criticidad) semejante a la de los marxistas que veían en Materialismo
y empiriocriticismo de Lenin, una obra filosófica fundamental, creían
que Stalin había revolucionado la lingüística o que las críticas a la lógica
formal desplegadas por Trotski eran rigurosas. Quien sepa de filosofía,
de lingüística y de lógica y mantenga el juicio crítico verá que esas son
malas críticas. Así como para ser marxista no hace falta comprar tales
buzones, no se necesita imaginar una “revolución teorética” para apoyar
a los zapatistas.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
49
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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y entonces hace punto y dice, con su retórica generalmente
graciosa (en este caso me parece que lo es): “Lo único que
no ha fracasado de la Física es la Física”, y no el especular
prolongándola, no el hacer generalizaciones sobre la base del
conocimiento físico.
analizando estas cuestiones:
El conflicto entre razón y tradición, entre el pensamiento
racional y un pensamiento todavía inmerso en las creencias
colectivas atávicas (logos vs. mitopoiesis) lejos está de poder
ser reducido a un antagonismo entre Occidente y las otras
civilizaciones. Tanto en India y China antiguas, como en la Persia
sasánida y el Islam medieval, hallamos ejemplos notables de
librepensamiento, de intelectuales nada occidentales que
investigan y reflexionan dejando más o menos en suspenso
las opiniones comúnmente aceptadas, los preceptos de la
fe ortodoxa y las ideas consagradas por el poder estatal,
es decir, racionalmente. En la India de los Mahajanapadas,
las escuelas nastika se apartan de la revelación védica y
desconocen la autoridad de los brahmanes. En China, durante
el período de Otoño e Invierno y la época subsiguiente de
los Reinos Combatientes, el mohismo cuestiona abiertamente
al confucianismo, a la sazón, doctrina oficial. En la Persia
sasánida, las academias de Nísibis y Gundishapur absorben
y difunden el saber griego suscitando malestar en las filas
del viejo clero zoroastriano; en el mundo árabe de la Edad
de Oro, y de la mano de un sinnúmero de sabios prominentes
(Al-Kindi, Al-Farabi, Avicena, Averroes, Ibn-Jaldún, etc.),
la falsafa (ciencia y filosofía) se desarrolla con un vigor
extraordinario para alarma e indignación de los sectores más
conservadores, que pretendían reducir la actividad intelectual
a la tradicional kalam (exégesis coránica y teología revelada).
Si bien la filosofía y la ciencia árabes tienen —al igual que sus
homólogas bizantinas y occidentales— un origen griego, el
extraordinario desarrollo que aquellas alcanzaron demuestra
que la racionalidad dista mucho de ser un rasgo exclusivo de
la civilización occidental.14
Pues bien, yo también creo que eso es verdad, pero ocurre
que en este final de siglo estamos finalmente percibiendo que
lo peligroso, lo inquietante, lo problemático de la ciencia es
precisamente su bondad epistemológica. Dicho retorciendo
la frase de Ortega: lo malo de la Física es que sea buena,
en cierto sentido un poco provocador que uso ahora. Lo que
hace problemático lo que hacen hoy los físicos es la calidad
epistemológica de lo que hacen. Si los físicos atómicos
se hubieran equivocado todos, si fueran unos ideólogos
pervertidos que no supieran pensar bien, no tendríamos hoy
la preocupación que tenemos con la energía nuclear. Si los
genetistas hubieran estado dando palos de ciego, si hubieran
estado obnubilados por prejuicios ideológicos, no estarían
haciendo hoy las barbaridades de la ingeniería genética. Y así
sucesivamente.12
Sacristán era un filósofo que sabía qué es hacer ciencia rigurosa.
Tenía una mirada crítica sobre la ciencia como producto cultural
(la ciencia es un conjunto de teorías, pero como fenómeno no se
agota en ellas: incluye también instituciones y prácticas); pero
sin negar su potencia epistemológica y aceptando lo acotado del
campo de validez de la ciencia como saber (además de su carácter
relativo, no absoluto). Sacristán sabía que la ciencia no tiene
respuestas para todo, que sus respuestas son siempre tentativas,
y que hay preguntas que la ciencia ni puede responder ni es sabio
pretender hallarles una respuesta científica (por ejemplo la
pregunta por el sentido de la vida, que es más sensato abordarla
filosófica o religiosamente). La suya es una excelente perspectiva,
filosóficamente amplia, científicamente rigurosa, respetuosa de
las diversidades culturales, de intencionalidad revolucionaria e
irrenunciablemente crítica. ¿Deberíamos desprendernos de ella?
¿Por qué?
Si –como expusiera Frantz Fanon– el pensamiento racista ha
sustentado la “obscena idea” de que los “negros” y los “indios”
son incapaces congénitamente de desarrollar la lógica y la
ciencia, el riesgo implícito en perspectivas como la decolonial
reside en instar a los miembros de grupos étnicos oprimidos a
desconocer o rechazar las cualidades cognitivas de la lógica y la
ciencia al verlas (equívocamente) como puras formas coloniales.13
Y conviene no olvidar que la lógica, el racionalismo y diferentes
empresas de corte científico han sido desarrolladas fuera de
Europa, en muchos casos de manera totalmente independiente.
Como expusiera Federico Mare en una comunicación personal
Genealogía
Mignolo se ha preocupado por establecer una genealogía de
pensadores decoloniales avant la letre, y de reivindicar como
decoloniales ciertos proyectos políticos o intelectuales. Ha
reivindicado como proyectos decoloniales al zapatismo y al
MAS Boliviano, aunque ambas experiencias son profundamente
diferentes y aunque, hasta donde sabemos, ni el zapatismo ni el
MAS se han reconocido decoloniales. Las razones por las que
el indianismo “capitalista andino-amazónico” que propugna el
MAS sería decolonialmente reivindicable, pero no el indianismo
anticapitalista de Felipe Quizpe, no son claras. Pero prefiero
detenerme en la genealogía propuesta.
12
Manuel Sacristán, Conferencias 1978-1983, Barcelona, El Viejo Topo,
2005, p. 62 (destacado en original).
Una de las figuras reivindicadas es el historiador mexicano
Edmundo O’Gorman, quien mostró historiográficamente cómo se
construyó o inventó la idea de América. En opinión de Mignolo,
13
Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, México, Fondo de Cultura
Económica, 2009, p. 148.
14
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Federico Mare, texto enviado por mail al autor, 2019.
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
“la tesis de O’Gorman se sitúa en la genealogía del pensamiento
criollo decolonial”.15 Ahora bien, quizá cause sorpresa saber que
la cita del epígrafe con el que iniciamos este escrito (aquella que
decía que la Civilización Occidental es la única vital) pertenece
precisamente a O’Gorman, y se halla nada más y nada menos que
en el prólogo a La invención de América (el libro que Mignolo
reivindica como precursor del pensamiento decolonial).16 Por
supuesto que la tesis de O’Gorman es potente y, hasta donde
alcanza mi saber, correcta: América no fue descubierta, fue
inventada. Pero a esta conclusión llegó utilizando criterios,
métodos y conceptos que no difieren de los que podría haber
empleado cualquier pensador europeo, y a pesar de un marcado
occidentalismo. Desde luego la desgraciada y ostensiblemente
falsa afirmación con la que finaliza su prólogo no debe impedirnos
apreciar la potencia de sus tesis específicas. Pero si O’Gorman o
su tesis pueden ser considerados decoloniales, la necesidad de
un “desprendimiento” epistémico cae por tierra.
Waman Poma (o Guamán Poma, según elijamos la grafía quechua
o castellana) sería a juicio de Mignolo el primer decolonial. En su
opinión, para la teoría política del mundo colonial Waman sería
tan importante como Maquiavelo para Europa. Sin embargo, la
reivindicación decolonial de Waman es ciertamente problemática.
El propio Mignolo relata una objeción que se le hizo a la misma,
y luego elabora una justificación. El párrafo es un tanto extenso,
pero creo que va al meollo del asunto y merece ser citado y
discutido con cuidado. Escribe Mignolo:
La teoría política de Waman se articula en dos principios:
primero, la crítica a todos los grupos humanos identificables
en la Colonia, según las categorías clasificatorias del
momento. Pero, ¿cuál es el criterio que emplea Waman para
su crítica? El cristianismo. ¿Cómo?, preguntó un estudiante
en una de mis clases sobre Waman Poma: ¿cómo puede ser
este un pensamiento decolonial si abrazó el cristianismo?
Sin embargo, así es. Reflexionemos. A finales del siglo XVI y
principios del XVII no había Diderot, ni Rousseau, ni Kant, ni
Spinoza, ni Marx, ni Freud. Es decir, la crítica secular ilustrada
no existía todavía. Waman Poma asume la cristiandad histórica
y éticamente, en la medida en que argumenta la cristiandad
de los andinos antes de la llegada de los castellanos.
Históricamente Waman Poma sería un mentiroso, puesto que
no hay cristianismo antes de la llegada de los castellanos.
Pero en un nivel lógico-epistémico, el cristianismo en Europa
no sería sino la versión regional de ciertos principios que
afectan a la conducta humana y que establecen criterios
para la convivencia, para el “buen vivir”. El argumento de
Waman Poma debe leerse en este segundo nivel y no en
el primero. La lectura del primer nivel es eurocéntrica y le
otorga a la cristiandad occidental europea (la que se expande
15
W. Mignolo, La idea de América Latina, op. cit., p. 58.
16
Edmundo O' Gorman, La invención de América, México, Fondo de
Cultura Económica, 1995 [1958], p. 12.
Dossier | Discutir la decolonialidad
hacia América) la posesión de principios universales bajo el
nombre de cristianismo. “Cristianismo”, en el argumento de
Waman Poma, es equivalente a “democracia” en la pluma y
la palabra de los zapatistas: la democracia no es propiedad
privada del pensamiento y la teoría política de Occidente, sino
un principio de convivencia, de buen vivir, que no tiene dueño.
Waman Poma se apoderó de los principios cristianos a pesar
de y en contra de los malos cristianos españoles, así como
los zapatistas se apoderan de los principios democráticos a
pesar de y en contra del gobierno mexicano en contubernio
con la comercialización de la democracia en el mercado de
Washington.17
¿Resulta convincente este alegato? Veamos. Para cualquiera que
lea la obra de Waman Poma, es evidente que lo que se propone
es algo así como un colonialismo mitigado. Una colonialidad algo
más respetuosa de las diferencias. Esto por un lado. Pero, por
otro, hay que decir que, contemporáneos a Waman, diferentes
movimientos indígenas rechazaron de plano el cristianismo
y se propusieron o soñaron la expulsión de los españoles. El
movimiento Taki Onqoy, por ejemplo, instó a sus miembros
a abandonar todo elemento hispano, desde la religión a la
vestimenta, pasando por la lengua y la tecnología (¿no era esto
un radical “desprendimiento”?), a la espera del regreso de las
huacas que habrían de vencer a los dioses españoles y restablecer
un nuevo orden andino de igualdad y bondad, tal y como creían
fueron las cosas antes incluso del imperio incaico.18 Los líderes
del estado neoinca, por su parte, aunque no rechazaban de plano
todo lo que tuviera origen europeo (emplearon con bastante
eficacia algunas de sus armas y tecnología), se proponían expulsar
a los españoles (no convivir con ellos) y reconstruir el incanato.
A ojos de unos y otros, alguien como Waman debería parecer
algo así como un traidor o un colaboracionista. En cualquier caso,
la opción de Waman no era ni fue la única posible en su momento
histórico, para quien quisiera resistir la colonización.
El hecho de que entre 1594 y 1600 Waman se desempeñara
como intérprete en las campañas contra las religiones andinas
emprendidas por el visitador religioso Cristóbal de Albornoz, que
su obra estuviera dirigida al rey de España y que justificara su
utilidad diciendo que “la dicha corónica es muy útil y prouechosa
y es buena para emienda de uida para los cristianos yenfieles
y para confesarse los dichos indios y emienda de sus uidas y
herronía, ydúlatras”, no afectaría, según Mignolo, su contenido
decolonial.19 Más aún, a su juicio, “la 'nueva corónica' no es una
17
W. Mignolo, “El pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura.
Un manifiesto”, en Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, El giro
decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del
capitalismo global, Bogotá, Siglo del Hombre Editores , 2007, pp. 36-37.
18
Sobre el movimiento Taky Onqoy y sobre el estado neoinca parece
ineludible remitir a la obra ya clásica de Steve Stern, Los pueblos
indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, Madrid,
Alianza, 1986.
19
Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva Corónica y buen gobierno, t.I,
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980, p. 4.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
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corrección de errores españoles dentro de la misma lógica
epistemológica hispánica (como en cierta manera lo son los
‘comentarios’ del Inca Garcilaso de la Vega)”, y por ello, por ser
crítico de los españoles, Waman habría entrado:
en una disyuntiva con las autoridades españolas y pagó el
precio de ser pasado bajo silencio durante cuatro siglos. Inca
Gracilazo [sic] de la Vega, en cambio, gozó rápidamente de la
fama porque se queda dentro del sistema.20
Anotemos que por muy crítico que fuera Waman, y por muy
conciliador que fuera Garcilaso, ello no demostraría que producían
necesariamente dentro de diferentes lógicas epistémicas: habría
que demostrarlo. Pero además los hechos históricos pertinentes
son ambiguos. Es cierto que Garcilaso tuvo gran fama en vida, pero
su obra maestra Comentarios reales sobre los incas, publicada
en Lisboa en 1609, fue prohibida por la Corona Española en las
colonias americanas luego del levantamiento de Tupac Amaru II.
Las razones por las que la obra de Waman Poma no llegó a su
destinatario no son nada claras; pero no parece que fuera sencillo
que le llegara al Rey un manuscrito enviado por un desconocido,
fuera cual fuese su contenido. En cualquier caso, la afirmación
de que Waman no operaría dentro de la lógica epistemológica
hispánica (mientras que Garcilaso sí) requeriría una justificación
que Mignolo no proporciona ni intenta proporcionar.
Ahora bien, para defender su posición Mignolo introduce un
elemento que, bien considerado, socava en realidad los pilares
de todo el andamiaje decolonial en tanto que propuesta
de desprendimiento radical. Se trata de lo siguiente. Según
Mignolo: “cristianismo” para Waman, como “democracia” para los
zapatistas, no son propiedad privada de Occidente, sino principios
de convivencia, principios de “buen vivir”, que no tienen dueño.
Y efectivamente podemos aceptar que es así. Pero lo mismo se
aplica a cualquier principio: monarquía, teocracia, castas, islam,
socialismo, ciencia, razón, totalidad, relativismo, etc. Ninguno es
propiedad privada ni de Occidente ni de Oriente. Sin importar
dónde se haya iniciado ni dónde ni cuándo se haya desarrollado,
cualquier cultura o grupo puede hacer libre uso de los mismos.
Pero una vez que se acepta esta premisa, resulta imposible
aceptar o rechazar un principio porque forma o no forma parte
de mi tradición (criterio conservador por antonomasia); y a
todos los principios se les debe aplicar la misma vara: no se
los acepta o rechaza por su origen o procedencia, sino por las
razones sustantivas que podemos tener en favor o en contra
de su veracidad/falsedad, bondad/maldad, utilidad/inutilidad,
justicia/injusticia, etc. No hay dudas de que el cristianismo y la
democracia realmente existentes han servido para oprimir y
explotar gente. Habría ciertamente muy buenas razones para
rechazarlos. Pero también se pueden esgrimir muy buenas
razones para abrazar sus principios. Y que se haya hecho un uso
20
W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 40.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
éticamente deplorable de los mismos no significa que sea esa la
consecuencia ineludible del cristianismo o la democracia como
principios abstractos. Lo mismo vale para la ciencia, el marxismo,
el islam, la idea de totalidad o lo que se quiera. Lo que se impone
es un cuidadoso examen de múltiples niveles. Una indagación
detallada y meticulosa. Justamente lo que nunca se encuentra en
los escritos decoloniales.
Puede ser que para Waman el cristianismo fuera un simple
criterio de convivencia, y que para los zapatistas lo sea la
democracia. Pero no pensaban como Waman los takiongos ni
piensan como los zapatistas, por ejemplo, los dirigentes mapuche
que reivindican formas tradicionales de liderazgo (algunas
hereditarias) y ven en la democracia una pura forma wingka.
Me consta que para algunos activistas mapuche decir que el
cristianismo y la democracia son “meras formas de convivencia
que no tienen dueño” no es más que reproducir la cosmovisión
occidental.21
En relación a Waman Poma escribe Mignolo en el mismo texto:
Guamán Poma en una movida sorprendentemente genial,
asume la cristiandad de los Indios y, al hacerlo, rechaza la
conversión. En ese gesto se desprende de Las Casas, cuya
crítica a los castellanos, Guamán Poma endosa. Pero que no le
vengan a convertir a la cristiandad puesto que los habitantes
de Tawantinsuyu son ya cristianos. El desprendimiento por
tanto no significa negar e ignorar lo que no se puede negar,
sino de saber como utilizar técnicas o estrategias imperiales
con propósitos descoloniales.22
El problema, claro, es quién determina qué se puede negar y qué
no. Podemos simpatizar más o menos con los caminos elegidos por
los takiongos, por Waman o por los neoincas (todos igualmente
fracasados en sus objetivos explícitos), pero la existencia de
tales caminos muestra a las claras lo ambiguo y complejo que
resulta aquello de que el desprendimiento “no significa negar e
ignorar lo que no se puede negar, sino de saber como utilizar
técnicas o estrategias imperiales con propósitos descoloniales”.
Porque exceptuando la aceptación del asimilacionismo más
absoluto, cualquier creencia o acción de una etnia oprimida
podría ser considerada decolonial en nombre de comprender que
ciertas cosas ya no pueden ser negadas (el “marranismo” sería
un claro ejemplo histórico). Y convendría aclarar que no estoy
rechazando ciertas evidencias, en un plano puramente empírico
sería necio negarlas. Pero los proyectos sociales, culturales y
políticos no se sustentan únicamente en evidencias sobre lo que
21
Cuando le señalé a un militante mapuche tradicionalista que la
democracia no es un principio exclusivo de “Occidente”, sino algo
reivindicado, por ejemplo, por los zapatistas mayas, me retrucó que eso
era así porque los mayas habían sido conquistados en el siglo XVI, en
cambio los mapuche, “que resistimos hasta fines del siglo XIX, estamos
mucho menos colonizados”.
22
W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 39.
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
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hay. Se sustentan también en principios o valores (que pueden
ser discutidos, pero casi nunca refutados como se refutan datos
empíricos), y en expectativas de futuro que pueden parecernos
más o menos realistas, pero sobre las que no se puede tener el
mismo grado de certeza que sobre los hechos ya ocurridos. En
cualquier caso, la opción decolonial oscila entre un llamado a un
desprendimiento radical de la episteme eurocentrada y un mucho
más moderado llamado a buscar diferentes formas de combatir
las opresiones étnicas. Sin embargo, parece ser que estas dos
caras poseen una diferente orientación temporal. Hacia el pasado
se adopta la variante moderada: cualquier forma de resistencia
es considerada decolonial en pos de construir una genealogía.
En el presente, en cambio, se adopta la versión radical con miras
a trazar claras delimitaciones con otras corrientes o tradiciones
emancipatorias. Las razones de esta diferencia son políticas antes
que teóricas.
En su genealogía decolonial Mignolo sostiene:
La descolonialidad fue claramente formulada en los años
sesenta y setenta por los pensadores arabo-islámicos (Sayyid
Qutb, Ali Shariati, Ayatollah Komeini); por pensadores afrocaribeños (Aimé Césaire, Frantz Fanon) por la filosofía de
la liberación en América Latina y por intelectuales indígenas
y activistas en América Latina, Australia, Nueva Zelanda y
Canadá.23
Qué sería lo uniformemente decolonial en los autores que
Mignolo incluye en su genealogía no queda nada claro (al margen
de ser miembros de etnias oprimidas o de países periféricos
que desarrollan alguna crítica al colonialismo): sus análisis
son muy diversos y sus propuestas mucho más aún. Pero aquí
opera el criterio de apropiación del pasado en pos de construir
una (mitológica) genealogía. Amartya Sen y Kwame Anthony
Appiah, en cambio, reproducirían, según Mignolo, el pensamiento
eurocentrado. Aquí opera la necesidad de diferenciarse de autores
contemporáneos o corrientes teóricas con presencia académica,
críticos del colonialismo y la opresión/discriminación étnicoracial para erigir una opción teórica diferente: la decolonial.
La frontera entre quienes son y quienes no son considerados
genuinamente decoloniales carece de fundamento teórico. Y
aunque se halla políticamente motivada carece también de claro
fundamento político. Más bien, al menos en el caso de Mignolo,
quiénes son considerados decoloniales y quiénes no depende de
su libre arbitrio.
Decolonialidad a ras del suelo
Traduzcamos la propuesta decolonial a términos concretos y
23
W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 26.
Dossier | Discutir la decolonialidad
actuales. Vivo en wallmapu y, al interior del pueblo mapuche
tanto al este como al oeste de la Cordillera de los Andes, se
desarrollan diferentes perspectivas que atañen desde la definición
de quién es mapuche hasta cuestiones tácticas, pasando por
diferentes objetivos político-culturales a largo plazo.24 Algunos
intelectuales y activistas mapuche, apelando entre otros
argumentos a un dato que no se puede negar –a saber, que al
día de hoy la mayor parte de las personas que se reivindican
mapuche vive en contextos urbanos, sin constituir una mayoría
de la población en ninguna región–, han desarrollado propuestas
en el camino de conseguir autonomía regional en las regiones
de Chile en las que viven los más numerosos contingentes de
mapuche, pero concibiendo la autonomía tanto para mapuche
como chilenos desde una perspectiva intercultural. En esta senda
han priorizado la acción política (por sobre la etno-gremial) y
algunos han creado un partido político mapuche: Wallmapuwen.
Pero no todos están de acuerdo. Hay quienes piensan que los
que viven en ciudades no son verdaderos mapuche o totalmente
mapuche, y por eso se concentran en reivindicaciones de corte
más bien económico para los campesino-mapuche, y ven en el
ingreso a la arena política una vía para que algunos mapuche
mejoren su posición, sin modificar realmente la situación de
la mayoría.25 Otros piensan que la lucha etno-gremial de los
campesinos mapuche es insuficiente, pero que es inviable o
ilusorio construir un partido mapuche: lo inteligente es usar los
espacios de los partidos chilenos en beneficio de los mapuche
(y hay un amplio abanico de opciones en relación a cuál partido
sería el indicado). Otros creen que los mapuche deben regresar
24
En mi condición de katripache (no mapuche que apoya las demandas
mapuche) he acompañado numerosas actividades (como movilizaciones
o conferencias de prensa), me he pronunciado en favor de que Argentina
se convierta en un estado plurinacional (una posición que hoy no sostiene
ninguna fuerza con representación parlamentaria) y he formulado por
escrito críticas al pensamiento argentino colonial. Ver por ejemplo Ariel
Petruccelli, Pablo Scatizza y Mauricio Suraci, “Roca, su monumento y
las barbaries de Romero”, Viento del Sur, 2012, disponible en http://
www.revistavientodelsur.com.ar/roca-su-monumento-y-las-barbariesde-romero; Ariel Petruccelli y Pablo Scatizza, “Una posición frente a la
resistencia a izar el wenufoye en San Martín de los Andes”, Izquierda
Diario, 2014, disponible en https://www.laizquierdadiario.com/Unaposicion-frente-a-la-resistencia-por-izar-el-wenufoye-en-la-PlazaSan-Martin; Ariel Petruccelli, “Los mapuche y un discurso de terror”,
Izquierda Diario, 2017, disponible en https://laizquierdadiario.com/
Los-mapuche-y-un-discurso-de-terror, Andrea Barriga y Ariel Petruccelli,
“Santiago Maldonado: crónica de una desaparición forzada”, Sin Permiso,
2017, disponible en http://www.sinpermiso.info/textos/santiagomaldonado-cronica-de-una-desaparicion-forzada; Andrea Barriga y Ariel
Petruccelli, “Santiago Maldonado: entre la montaña de mentiras y la
larga marcha hacia la verdad”, Sin Permiso, 2017, disponible en http://
www.sinpermiso.info/textos/santiago-maldonado-entre-la-montana-dementiras-y-la-larga-marcha-hacia-la-verdad-en-la-argentina.
25
Contra la esencialización campesina de los mapuche, Marimán nos
recuerda que “la construcción de lo mapuche como campesino en
reducciones y después en comunidades es ahistórica, porque el
resultado de la incorporación forzada y la expoliación territorial con la
creación de reducciones de tierra, produjo a su vez la diáspora mapuche
a las ciudades y la emergencia del mapuche urbano. De manera que
mapuche campesino-intensivo y mapuche urbano son el resultado del
mismo proceso”. José Marimán, Awkan tañi müleam Mapu kimün.
Mañke ñi pu Kintun, Santiago de Chile, Centro de Estudios RümtunFundación Heinrich Böll Cono Sur, 2017, p. 12.
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Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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a la pureza de su cultura, aislándose todo lo posible de las
sociedades chilena y argentina para desarrollar su propia lengua,
su propia cosmovisión, su propia epistemología, etc. –e incluso
identidades más específicas (nagche, wenteche, lafkenche) con
demandas exclusivistas para las mismas, que a ojos de otras
corrientes de opinión fragmentan al movimiento y favorecen a
los colonizadores, maestros en el uso del “divide y vencerás”–.
No he agotado el espectro de las posiciones políticas mapuche,
pero es suficiente para dar una idea de su diversidad.
que tal cosa exista). Marimán sostiene imperturbablemente
un pensamiento genuinamente crítico y, en tanto tal, también
autocrítico. Ha escrito por ejemplo:
después de 476 años de contacto con el occidente colonialista
y particularmente después de 129 años de vivir bajo
dominación estatonacional chilena [y argentina, podríamos
agregar, AP], resulta pertinente preguntarse, ¿tienen los
mapuche en el presente una cosmovisión diferente? (más
bien parece que al interior de los mapuche pululan varias
cosmovisiones, siendo la que podríamos -no sin discusiónllamar “mapuche” la que menos al parecer adeptos tiene). Y,
¿tuvieron los mapuche una tradición política e institucional
que por lo demás sea digna de copiar (esto es democrática,
respetuosa de los derechos humanos, etc., de acuerdo con
los estándares presentes)? Hasta ahora el tradicionalismo
mapuche se ha mostrado productivo levantando mitos sobre
una institucionalidad propia superior a la occidental y la idea
del indio ecológico viviendo en armonía con la naturaleza,
pero estas son cuestiones que, más allá del mito hay que
demostrar. Esto es, hay que probar que existieron, que son
mejores a las “chileno occidentales”, y que son funcionales
en el presente, promoviendo la participación de todos los
mapuche y no sólo de unos jefes por nacimiento u otras
circunstancias no democráticas.27
Pues bien: ¿cuál de todas estas opciones sería decolonial? Si nos
tomamos en serio aquello de que sería válido “utilizar técnicas
o estrategias imperiales con propósitos descoloniales” habría
que concluir que todas lo son. Si esto es correcto, entonces la
conclusión que se impone es que la decolonialidad puede ser
cualquier cosa más allá de la asimilación auténtica: incluso la
asimilación fingida (como aquellos grupos que fingen hacia el
mundo exterior ser como el resto, aunque a su interior y en
su conciencia se siguen considerando diferentes) podría ser
considerada decolonial. Sin embargo, Mignolo sostiene que
la decolonialidad implica romper con los marcos epistémicos
occidentales, practicar un “desprendimiento”. Tanto es así que
incluso los primeros proyectos de “desconexión” (como el de
Samir Amin) le parecen insuficientemente decoloniales.26
No está claro cómo encajaría la demanda decolonial de
“desconexión” con la aceptación del cristianismo y la democracia.
Pero si llevamos la propuesta de Mignolo al campo de las actuales
discusiones entre los mapuche, resulta claro que su perspectiva
empalma con los discursos más etnicistas y tradicionalistas, los
menos interculturales, los más proclives a buscar la autonomía
por medio de una estricta separación de la sociedad chilena
(o argentina) y el refugio en pequeñas comunidades mapuche
“puras” (que hoy representan una ínfima proporción de quienes
se consideran mapuche). Es entre esta franja del pensamiento
mapuche, de hecho, en la que se reclama romper con la
racionalidad occidental, se ve como prioritario recomponer
la cosmovisión mapuche y se desconfía de los principios
democráticos. No es ésta la ocasión para ponderar fortalezas y
debilidades de las diferentes propuestas mapuche. Pero parece
evidente que una perspectiva como la de José Marimán (quien,
además de académico, ha sido un activista del autonomismo
mapuche, en su caso desde una perspectiva etno-nacionalista
intercultural) debería ser considerada como todavía colonizada,
dado que se halla muy lejos de querer romper con la supuesta
“racionalidad occidental” (Marimán seguramente discutiría
26
Según Mignolo, “Amin se mantuvo en la burbuja de la episteme moderna,
y su de-linking sugirió un cambio de contenido, no de los términos de la
conversación”. W. Mignolo, “El pensamiento decolonial: desprendimiento
y apertura. Un manifiesto”, op. cit., p. 29, nota a pie. Obsérvese que Amin
estaba vivo cuando estas líneas fueron escritas: había que diferenciar
al proyecto decolonial del de Amin, demasiado marxista. Y no está
mal trazar diferencias, lo que parece intelectualmente injustificable es
trazarlas sin mayor argumentación.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Quizá al interior del mundo académico retóricas como la de
Mignolo sirvan para abrir las perspectivas, incorporar otras
voces, dotar de legitimidad epistémica a sujetos que no son
reconocidos. Pero en el caso de los mapuche este tipo de retóricas
fortalecen el aislacionismo, el refugiarse en la microcomunidad
y las pichi identidades y la aceptación de prácticas culturales
con la única legitimidad de ser supuestamente ancestrales
–legitimación conservadora por excelencia–. Más que un
diálogo intercultural, dicha retórica apuntala una perspectiva
etnocéntrica, comprensible, y en parte justificable, en tanto
etnocentrismo del oprimido; pero a mi juicio inaceptable como
perspectiva genuina de liberación.
La decolonialidad como teoría y como práctica
Pero una propuesta teórica no puede ser evaluada por las
consecuencias que produce (porque puede producir diferentes
consecuencias en distintos lugares y circunstancias). Es
indispensable, pues, evaluar sus propuestas sustantivas, con
relativa independencia de los usos que se hagan o puedan hacer
de ellas. Y aquí es donde se busca y se busca en vano. Ninguno
de todos los enormes temas y problemas abordados por quienes
se autodenominan decoloniales se desarrolla por medio de
27
José Marimán, Autodeterminación. Ideas políticas mapuche en el
albor del siglo XXI, Santiago de Chile, LOM, 2012, p. 298.
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
una discusión pormenorizada con autores contemporáneos
específicos. De hecho, sus críticas se dirigen a abstracciones
nunca bien precisadas, como los marcos epistémicos, la retórica
de la modernidad, la hybris del punto cero, la teo-logía y la egología; y se caracterizan por afirmaciones tajantes y genéricas,
antes que por la discusión paciente de tesis específicas hechas
por autores o autoras específicos. Y esto a pesar del prolongado
lapso temporal transcurrido desde que la opción decolonial se
dio a conocer públicamente. ¿Para qué perder tiempo en esas
minucias? Hay que ir derecho al hueso y demoler los cimientos
teo-lógicos y ego-lógicos del marco epistémico occidental: esa
parece ser la perspectiva. El problema es que los cimientos
supuestamente demolidos no son más que una caricatura.
¿Cuál es exactamente la definición, los limites y las características
de la “episteme eurocentrada” objeto de crítica? La respuesta
es un ejercicio conceptual que no he sido capaz de hallar en
la abundante literatura decolonial que he leído (y la vengo
leyendo desde 2006). Dado que se trata de una idea central,
no parece probable que sea un descuido o que se halle oculta
en algún texto arcano. Sucede que la perspectiva decolonial
reproduce consciente o inconscientemente los motivos del panideologismo romántico: reducción de toda labor intelectual a
una sustancia común –esencialmente ideológica–, negativa a
precisar o definir los conceptos y dificultades para reconocer
lo que las actividades cognitivas tienen de conocimiento como
tal (en favor de sus implicancias ideológicas reales o supuestas).
Lukács, para citar a un autor de mi propia tradición marcado
por esta concepción del quehacer intelectual, pudo escribir
cientos de páginas criticando al irracionalismo sin proporcionar
siquiera una elemental definición de qué entendía por razón.28
Los pensadores y pensadoras decoloniales pueden dedicar libros
enteros a destruir una episteme que nunca han definido, pero
en cuya bolsa se puede poner a cualquier pensador o pensadora
de origen europeo, sin importar cuán diferentes sean: serán
considerados diferentes dentro de lo mismo. Y punto.
Dossier | Discutir la decolonialidad
para abrazar acríticamente frutos menos nutritivos (como la
magia o la religión), por creer equivocadamente que ellos son
auténticos “pensamientos otros”, como si carecieran de anclaje
en la tradición cultural del colonizador o fueran incompatibles
con la dominación.
Antes que pensamiento crítico, la decolonialidad se nos presenta
como un nuevo dogmatismo, plagado de tajantes afirmaciones
nunca justificadas, contradicciones manifiestas, uso y abuso de
la falacia de la descalificación ad hominem, críticas genéricas
en lugar de discusiones detalladas, énfasis en diferenciar su
concepción de otras corrientes emancipatorias (antes que tender
puentes con las mismas), proliferación de nociones “novedosas”
que rara vez se convierten en conceptos precisos (condición
indispensable para evaluar su pertinencia teórica), “apropiación”
sin reconocimiento de las ideas de otros, etc. Puede que estas
palabras suenen un tanto duras. Pero en ocasiones no es ni
posible ni deseable decir las cosas a medias. En cualquier caso,
incluso al interior de la red modernidad/colonialidad se han
formulado acusaciones en el mismo sentido y del mismo tenor, y
empleando un lenguaje tanto o más severo. Ramón Grosfoguel,
por ejemplo, ha dicho en una entrevista que “Mignolo dice una
cosa un día y dice otra cosa al otro, depende con quién esté
hablando. No es consistente ni tiene coherencia teórica”.29 Y no
empleó un lenguaje mucho más amable con Aníbal Quijano:
El concepto de capitalismo racial de Robinson contiene ya la
idea que Quijano expresa con el término colonialidad unos
20 años antes que él. Además, también hay pensadores
indígenas que han observado este vínculo. ¿Por qué Quijano
nunca los cita?, ¿por qué nunca cita a una pensadora negra
o a un pensador crítico del islam o de otras coordenadas?
Para mí esto es problemático, porque si estamos produciendo
un pensamiento decolonial no podemos reproducir el
universalismo, donde uno define para todos. ¡Ahora resulta
que Quijano es el principio y el fin del tema de la colonialidad!
Quijano es un pensador que bebió de todas esas fuentes. Que
no las quiera reconocer es otro problema. Yo no me identifico
con esa tendencia de no reconocer el pensamiento indígena
y negro. Ese pensamiento precede a Quijano y ha sido tan
radical como lo que produjo Quijano en los años noventa del
siglo pasado. Quijano bebió también de Mariátegui, pero si
observas sus trabajos que hizo sobre Mariátegui en los setenta
y ochenta enfatiza que Mariátegui es un pensador del sistema
capitalista mundial pero no habla tanto de sus aportaciones
al tema del racismo. Quijano nunca aborda la cuestión de la
raza como un principio organizador de la economía política
hasta que acuña el término de la “colonialidad” en los años
noventa.30
El pensamiento decolonial insiste tanto en la crítica al
pensamiento y las prácticas filosóficas y científicas como en
la reivindicación de “saberes otros”. Pero es evidente que la
tradición europea tiene una larga historia de pensamiento y de
prácticas religiosas, estéticas, mágicas, míticas y chamánicas (tan
eurocentradas, para el caso, como las científicas o filosóficas).
Ciencia y chamanismo pueden ser parte de una misma tradición
cultural en sentido amplio, pero claramente no son parte de una
misma tradición intelectual (la decolonial noción de episteme
oscila imprecisa y eclécticamente entre uno y otro polo). Uno de
los mayores riesgos de la opción decolonial reside en el tendencial
rechazo a los que quizás sean los mejores frutos intelectuales de
cierta tradición cultural (como la ciencia o la filosofía crítica),
28
Al respecto ver el magnífico trabajo de Manuel Sacristán, “Sobre el uso
de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukács”, Sobre Marx y
marxismo, Barcelona, Icaria, 1983.
29
R. Grosfoguel, “Entrevista a Ramón Grosfoguel. Por Luis Martínez
Andrade”, Analéctica, Año 0, nº 1, 2013, p. 5.
30
Ibíd, pp. 10-11.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Para rematar, Grosfoguel concluye:
Lo patético es ver cómo el autor de la “colonialidad del
poder” tiene una epistemología colonial que no reconoce a
ninguna pensadora o pensador del sur global ni reconoce
la tradición crítica anterior que analizó las cuestiones que
Quijano nombra con la palabra “colonialidad” pero que usaron
términos conceptuales diferentes para nombrar lo mismo. La
epistemología colonial de Quijano reproduce el monólogo
solipsista y autorreferenciado cartesiano.31
La crítica de Grosfoguel apunta a lo que podríamos considerar
contradicciones performativas: el abismo entre lo que se dice
y lo que se hace. Pero asume sin más las premisas teóricas
desarrolladas dentro de la red modernidad/colonialidad, y
ello lo lleva a sostener dudosas generalizaciones o formular
afirmaciones tan arbitrarias como que “el concepto de novedad
es totalmente moderno y colonial”.32 Y también lo lleva a
achacar todos los males a una episteme “occidental” no sólo
esencializada, sino también concebida como dominando incluso
a quienes se consideran y declaran sus opositores radicales.
Con tal perspectiva simplifica y uniformiza en exceso a los
pensamientos desarrollados en “Europa”. Además se muestra
incapaz de reconocer la autonomía y especificidad de algunas
formas de pensamiento desarrolladas fuera del mundo euronorteamericano (y en lucha con él), las cuales a sus ojos no serían
más que formas invertidas de eurocentrismo. Así por ejemplo ha
podido declarar:
Entonces, lo que hace el “fundamentalismo-tercermundista”
es invertir estas categorías y aceptar la premisa del
“fundamentalismo eurocéntrico” y decir: es verdad la
democracia es occidental, no se aplica a mí, yo defiendo la
monarquía (eso es Ben-Laden); la igualdad no me pertenece a
mi, así que yo apoyo la desigualdad; los derechos de la mujer
son occidentales, aquí tenemos a la mujer que debe obedecer
al hombre, etc. Este tipo de reflexiones, no son sino una
caricatura del otro invertida y asumiéndose como superior:
agarra las mismas premisas del discurso eurocéntrico, las
invierte, las deja intactas, y afirma su otredad como superior
a la de occidente. Eso es, fundamentalismo hoy en día, y eso
no es otra cosa que fundamentalismo eurocentrista invertido,
es decir, diversas visiones del mismo problema eurocéntrico.
Para mí Ben-Laden, es tan fundamentalista eurocéntrico
como Habermas, porque están atrapados en las mismas
premisas del pensamiento occidental.33
Como es obvio, ni la democracia ni la monarquía son conceptos
31
Ibíd, p. 12.
32
“Entrevista a Ramón Grosfoguel. Por Angélica Montes Montoya y Hugo
Busso”, Polis. Revista Latinoamericana, n.º 18, 2007, p. 30.
33
Ibíd, p. 26.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
pura y exclusivamente europeos (ni de ninguna otra etnia
particular). Si fuera cierto que Ben Laden pensaba que la
democracia es europea y la monarquía no, es obvio que se
equivocaba: las monarquías han dominado en Europa por mucho
más tiempo que las democracias, y todavía subsisten monarquías
europeas. No existe algo así como “premisas del pensamiento
occidental” (u oriental): hay muchas premisas, muy diferentes
y fuertemente contradictorias entre sí desarrolladas al interior
de cada tradición cultural; y las tradiciones culturales han
estado mezclándose a lo largo de milenios. Grosfoguel señala
con justicia que Mignolo culmina atribuyendo la pertenencia
epistémica por medio de un burdo criterio geográfico,
confundiendo localización social con localización epistémica.
Pero sucede que una vez que se asume la existencia de marcos
epistémicos atribuibles intrínsecamente a un grupo étnico o
definibles fundamentalmente por su carácter étnico, no quedan
muchos otros caminos que el reduccionismo geográfico/etnicista
de Mignolo o la inconsistencia: esto es, reclamar la existencia
de epistemes intrínsecamente propias de un grupo étnico,
pero reconocer que las mismas pueden ser asumidas por otros
grupos (lo que desmiente su carácter intrínseco), tal como hace
Grosfoguel al considerar que Ben Laden es tan eurocéntrico
como Habermas.34 La salida a este engorro consiste en evaluar
las teorías y doctrinas en sus propios términos –sin definirlas en
términos sociales o geográficos ni, mucho menos, invalidarlas o
aceptarlas por el origen social de sus defensores o defensoras–
pero sumando, como una dimensión analítica entre otras, los
eventuales vínculos que una teoría pudiera tener con un grupo
social o los usos políticos posibles de la misma. Esto es lo que
buena parte del pensamiento crítico ha venido haciendo desde
hace decenios a lo largo del mundo entero.35 En este terreno, las
propuestas decoloniales, en lugar de sumar claridad, han sumado
confusión.
Quizá entre las nuevas generaciones de intelectuales que asumen
34
Por lo demás, si tanto Habermas como Ben Laden pueden ser
considerados eurocéntricos, parece evidente que la noción de
eurocentrismo en cuestión es virtualmente vacía. Un significante
flotante, antes que un concepto mínimamente preciso.
35
Es sabido que el dogmatismo marxista creía poder desechar teorías
enteras por el origen de clase de sus autores, o por los usos políticos
que se les diera en un momento determinado. La aberrante idea de una
“ciencia proletaria” causó infinitos males en su momento. Pero parece
que hay lecciones que cuesta aprender. La opción decolonial tiende a
reproducir la misma concepción falaz, aunque ahora no en términos
clasistas, sino etnicistas o geográficos (como la “epistemlogía del
sur” de Boaventura de Sousa Santos). Algunas corrientes feministas
la reproducen en términos de género. Así como los marxistas críticos
lucharon en su momento contra los absurdos de la “ciencia proletaria”,
hoy –quienes tengamos simpatías por los pueblos colonizados y por las
demandas feministas– debemos luchar contra los absurdos (no por más
nuevos menos graves) de las epistemologías étnicas o feministas. Esto
no implica negar la existencia de sesgos de clase, étnicos o de género en
la producción científica, pero de allí a postular y defender las propuestas
de epistemologías de clase, de género o étnicas hay un abismo: el
que separa a la ciencia (con su anhelo nunca del todo consumable de
objetividad y universalismo) de la ideología (alegremente subjetivista y
patrióticamente particularizadora).
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
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la opción decolonial el costado crítico se desarrolle a expensas
del dogmático (como la tradición marxista pudo desarrollar
un sólido pensamiento crítico en lugar de exaltados dogmas,
a pesar de las no pocas tendencias a esto último). Pero en las
dos primeras generaciones predomina una dogmática ingenua,
y las propias bases del pensamiento decolonial (afirmado en la
indistinción de niveles analíticos y operaciones intelectuales, así
como en la implícita y a veces explícita desconfianza a la lógica
y la epistemología) hacen muy dificultosa la criticidad, cuyo
fundamento son necesariamente las sutiles diferenciaciones, el
máximo rigor lógico y exigentes criterios de evidencia empírica.
La criticidad, en este sentido, no tiene vinculaciones apriorísticas
en términos políticos o ideológicos: se puede ser crítico de
derechas y dogmático de izquierdas, y viceversa. Es claro, por
lo demás, que nadie es absolutamente crítico o absolutamente
dogmático; pero se puede ser mucho más una cosa que la otra.
Aunque las propiedades específicas y los límites concretos de
cada marco epistémico nunca son establecidos en los escritos
decoloniales, no hay dudas de que tales marcos son concebidos
por Mignolo, de Sousa Santos, Grosfoguel o Quijano como
unidades cerradas, de manera semejante a como Kuhn concebía
los paradigmas científicos. Kuhn consideraba que los paradigmas
científicos (a diferencia de las teorías al interior de un mismo
paradigma) son inconmensurables, entre otras razones debido
a que emplean lenguajes diferentes. A partir de esto (no sin
ambivalencia, por cierto) llegó a concebir las revoluciones
científicas como una suerte de “conversión”, más semejante
a las conversiones religiosas que al relativamente tranquilo
proceso de deliberación racional en el que se desenvuelve la
ciencia “normal” en los momentos de desarrollo no crítico (en
los que la disputa se da entre distintas teorías pertenecientes
a un mismo paradigma, y no entre paradigmas diferentes).
Sin embargo, luego de las críticas que recibió, Kuhn moderó
mucho su planteamiento inicial, que lo llevaba a una posición
cuasi-irracionalista: de la inconmensurabilidad general pasó a la
inconmensurabilidad local o parcial; y de la ausencia de criterios
racionales para elegir entre un paradigma y otro, a defender
que existían cinco vías para evaluarlos, aunque insistiendo en
que estas vías eran menos concluyentes al evaluar paradigmas
entre sí que al evaluar teorías dentro de un mismo paradigma
(cosa obviamente muy sensata). Por lo demás, el ámbito tratado
por Kuhn era relativamente acotado: no trataba de marcos
epistémicos genéricos, inevitablemente imprecisos, sino de
los marcos de problemáticas o disciplinas específicas (como la
física), bien acotados y delimitados. Y en el caso de las ciencias
sociales Kuhn pensaba que eran pre o no-paradigmáticas: a
su juicio no existe en ellas consenso como para hablar de un
paradigma común.36 Ahora bien, en los escritos decoloniales
típicos (quizá haya alguna excepción, pero no la he hallado) se
36
Un excelente tratamiento de la obra de Thomas Kuhn y de las polémicas
por ella generada se encuentra en W. H. Newton-Smith, La racionalidad
de la ciencia, Barcelona, Paidós,1987.
Dossier | Discutir la decolonialidad
asume una concepción cerrada de los paradigmas en una variante
más próxima a la primitiva formulación kuhniana que a sus más
cautas formulaciones ulteriores, y se lo traslada –de las muy
precisas y acotadas problemáticas de disciplinas tales como la
física– a todo tipo de conocimiento. Adicionalmente, se pretende
que existen marcos epistémicos claramente diferenciables entre
sí, cada uno de los cuales actuaría como una fuerza orientadora
subyacente no sólo a las ciencias sociales, sino a todas las ciencias,
la religión, el sentido común, los saberes políticos y cualquier
dimensión cognitiva de cualquier práctica social. Las epistemes –
como Dios– estarían en todos lados y todo lo controlarían. Si tal
cosa existe, pues habría que demostrarlo. No hay nada de malo
en las generalizaciones en sí. Pero la generalización decolonial
que pretende ver un patrón común en todas y cada una de las
doctrinas, teorías y filosofías europeas es claramente abusiva, al
menos para cualquiera que tenga algún grado de familiaridad con
la formalización teórica, e incluso con la cautela intelectual.
Quizá la raíz de todos nuestros males esté en el “marco
epistémico occidental” y en la “retórica de la modernidad”.
Pero, ¿qué es tal cosa? Desgraciadamente, como ya expuse,
en la extensa literatura decolonial no he podido hallar ninguna
especificación, ninguna conceptualización detallada. Tan sólo
una serie de nociones vagas cuyo atractivo es retórico más que
teórico. Lo que en ella se encuentra son ultrageneralizaciones, al
estilo de la siguiente:
Resulta obvio que el desprendimiento no puede realizarse
dentro del marco de las políticas teo- y ego-lógicas del
conocimiento y del entendimiento. Spinoza o San Pablo no
nos ayudan a desprendernos puesto que ellos son parte de la
epistemología de la cual la descolonización epistémica busca
desentenderse, desengancharse, quebrar el espejismo del
pensamiento único y variado dentro de lo mismo. En efecto,
¿cómo podría uno hacer el ejercicio de desprenderse dentro
del marco epistémico del cual uno se quiere desprender?37
Dos mil quinientos años de reflexión intelectual parece que
pueden ser reducidos a dos megaelementos –la teo-logía
(centrarse en Dios) y la ego-logía (centrarse en el yo individual)–
y un único marco epistémico. La Ilustración no sería más que
una variante del mismo viejo combo intelectual, no una ruptura
con el mismo como se cree usualmente. El filosofar griego
(tan diferente a la teología medieval o moderna) entra en el
mismo paquete, al igual que Derrida, Foucault, Freud e incluso
Samir Amin, a pesar de que sus enfoques poco tienen que ver
con el sujeto cartesiano que se supone fundaría la ego-logía.
De ser cierto lo que dice Mignolo, habría que avisarles a los
musulmanes y a los induístas (como mínimo) que si quieren salir
de la situación de colonialidad, tienen que desprenderse de sus
marcos epistémicos tan marcadamente teo-lógicos.
37
W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 40.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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La propuesta decolonial de “desprendimiento” se parece mucho
a un pedido de conversión. Reproduce de manera invertida la
perspectiva de los evangelizadores del siglo XVI: si para éstos
los “indios” debían dejar de ser “indios” para ser plenamente
humanos en la tierra y para conseguir la salvación en el cielo,
para Mignolo al menos no hay salvación ni posibilidad de respeto
intercultural si no nos desoccidentalizamos de manera integral.
Desde luego, se puede retrucar, como lo hiciera Mignolo, que la
decolonialidad se asume a sí misma como una opción entre otras,
que sólo reclama el derecho epistémico a tener una “perspectiva
otra” (al pensamiento único dominante), y su derecho a aliarse
“con las propuestas de Pacari, Patzi Paco o Williams, y no con
las de Blackburn o Bourdieu”.38 Puesto así, parece un reclamo
pluralista de amplitud conceptual y respeto intelectual. Sin
embargo, no resulta muy pluralista un planteo que acepta que
la perspectiva suya no es la única válida pero, al mismo tiempo,
sostiene que sin el desprendimiento tal y como se lo entiende
(cosa que por lo demás no queda nunca del todo clara) se
reproduce la colonialidad. Esto sería como decir que el marxismo
se asume como una más entre muchas opciones teóricas válidas,
pero todas las restantes permanecen presas de la alienación. O
que el cristianismo es una más entre muchas religiones legítimas,
pero los creyentes de otras están condenados al infierno.
Una auténtica actitud pluralista consiste en sostener que uno
tiene buenas razones para defender sus opciones políticas y
teóricas, pero aceptando que hay buenas razones para hacer
otras elecciones, incluso persiguiendo las mismas finalidades.
Y las razones no son buenas si esas perspectivas nos atan a la
colonialidad, nos anclan en la alienación o nos condenan para
toda la eternidad. Pero por sobre todas las cosas, un planteo
pluralista es aquel dispuesto a evaluar críticamente, con lujo
de detalles, evidencias y argumentos en favor de las opciones
disponibles. Esto es lo que Mignolo y quienes se autodenominan
decoloniales no hacen. Y no lo hacen porque, para empezar,
simplifican grotescamente la realidad combatiendo contra un
supuesto “pensamiento único”, cuando en realidad (en particular
en el mundo académico contemporáneo) hay una enorme y
creciente diversidad de perspectivas teóricas. ¿Quién le negaría
hoy a Mignolo el derecho a aliarse con las propuestas de Pacari,
Patzi Paco o Williams, y no con las de Blackburn o Bourdieu?
Lo que quizá se le solicite es que presente argumentos en favor
de esa opción.39 Pero el único argumento que Mignolo presenta
para fundar su preferencia es el lugar de nacimiento o el color
de la piel de cada uno. Como argumento no sólo es insuficiente,
sino que se funda en la falacia de la descalificación ad hominem.40
38
W. Mignolo, “La idea de América Latina (“la derecha, la izquierda y la
opción decolonial)”, op. cit., pp. 261-262.
39
Digo “quizá” porque en el mundo académico hay mucha pluralidad pero
escaso intercambio. Lo usual es que las distintas “tribus” se desarrollen
una al lado de la otra ignorándose mutuamente.
40
Una creencia dentro del mundo académico es que las mejores obras
son las que alcanzan mayor reconocimiento al interior de la comunidad.
Por supuesto que esto no es estrictamente cierto: como todo el mundo
sabe, ciertos grupos étnicos o lingüísticos poseen un innegable privilegio
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Según Mignolo:
el desprendimiento es el punto de partida de prácticas y
concepciones de la economía y la política, la ética y la filosofía,
la tecnología y la organización de la sociedad en las cuales no
será el progreso y el crecimiento económico, por sobre el
bienestar de las personas, lo que motive nuestros quehaceres.41
La opción decolonial propone el desprendimiento de la lógica
de la colonialidad –de un horizonte de vida en el que se vive
para trabajar en lugar de trabajar para vivir...42
Personalmente, considero que el bienestar de las personas debe
estar por encima del progreso y el crecimiento económico y que
el horizonte de vida no debería ser vivir para trabajar. Pero no
veo que eso entrañe la necesidad de ningún “desprendimiento”
esencial. Yo puedo asumir esas perspectivas partiendo de la
tradición marxista con la que me identifico. Y no veo por qué
alguien que parta del liberalismo, del cristianismo, del islamismo,
del induísmo o del anarquismo no podría llegar a coincidir.
Opción decolonial e implicancias ideológicas
El punto fuerte de las obras producidas hasta ahora en el marco
de la opción decolonial no es la erudición, el rigor lógico ni la
solvencia teórica. Su fortaleza se halla en su capacidad políticointelectual para resultar atractiva entre grupos sociales (aunque
hasta ahora fundamentalmente intelectuales) que sufren
diferentes formas de discriminación étnico-racial y que sienten
repulsa por las formas de explotación y opresión de diferente
tipo que caracterizan a las sociedades contemporáneas. Su
campo es la denuncia, antes que la comprensión; las implicaciones
ideológicas, antes que las hipótesis explicativas; la retórica,
antes que la teoría. En esos terrenos se ha revelado potente.
Pero como al interior de la opción decolonial no se distinguen
usualmente estos planos, considerando toda actividad intelectual
como algo homogéneo, sus críticas y propuestas se presentan
en una confusa mezcolanza de niveles analíticos, operaciones
intelectuales y dimensiones de la realidad. Esto hace sumamente
dificultosa cualquier evaluación crítica, e incluso separar la paja
del trigo. Así como el marxismo dogmático cosechaba adhesiones
(y por cierto que no pocas) mezclando sin ton ni son planos y
basado en sutiles y muchas veces inconscientes formas de prejuicio.
Podríamos decir que hay “trampas” por medio de las cuales los miembros
de estos grupos tienden a ser más reconocidos, con cierta independencia
de las cualidades de sus obras. Ante este situación, en lugar de reclamar
que se acaben las “trampas”, Mignolo parece reclamar “hagamos trampa
también nosotros”, ensalcemos a los “nuestros” por ser “nuestros”, sin
que importe mucho la riqueza real de sus contribuciones.
41
W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 34.
42
W. Mignolo, “La idea de América Latina..., op. cit., p. 267.
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
niveles, difundiendo disparates como la “lógica dialéctica” o la
“ciencia proletaria” y se protegía de las críticas acusando a los
críticos de burgueses; los partidarios de la opción decolonial
incurren en mezcolanzas semejantes y absurdos equiparables,
pero protegiéndose no en nombre del proletariado sino de los
colonizados: sus críticos serán necesariamente gente atrapada en
el paradigma eurocentrado.43
La opción decolonial parece ser en gran medida una consecuencia
de la desilusión por el fracaso de los experimentos anticoloniales
y socialistas del siglo XX. Ante un mundo cuyas iniquidades se
demuestran más perdurables de lo que se hubiera esperado
y deseado, es fácil caer en la tentación de hallar respuestas
simples a las complejidades y ambigüedades de cualquier
proyecto de liberación. John Holloway creyó explicar todos los
males a partir del poder estatal, y creyó hallar una receta política
capaz de evitar el callejón sin salida de los socialismos del siglo
XX: “cambiar el mundo sin tomar el poder”.44 Con simplismo
semejante, la opción decolonial cree que todo se explica por
una matriz colonial de poder que todo lo abarca. Son respuestas
demasiado simples para problemas demasiado complejos,
aunque se fundan en algunos hechos efectivamente observables:
el fracaso de construir el socialismo, la persistencia del racismo
y el etnocentrismo.
Con criterio semejante y equiparable simplismo, visto el hecho
indudable del arraigado machismo y la perdurabilidad del
patriarcado en la mayor parte de las sociedades conocidas, una
feminista podría plantear que no habrá liberación para las mujeres
si no se rompe con los marcos epistémicos no sólo de Occidente,
sino también indúes, budistas, islámicos, andinos, mapuche,
etc. Y un obrero clasista, observando el hecho evidente de la
omnipresencia de la explotación de clases en los últimos cinco
mil años, podría sostener que hay que desprenderse de todos
esos marcos epistémicos y sumarles el decolonial, el marxista
y el feminista, que tampoco han acabado con la explotación
y opresión de clases (e incluso han servido, consciente o
inconscientemente, para perpetuarlas). Quizá habría que romper
con todos los marcos epistémicos: dejar de pensar. ¿Por qué no?
Después de todo, sólo desde una perspectiva especiocéntrica
es tan importante el pensar: no parece ser una actividad
especialmente valorada por los lagartos o las mariposas. Y dado
que nuestra especie amenaza con destruir el planeta… quizás
deberíamos dejar de pensar.
Pero no, no renunciemos a pensar. Como dijera el intelectual
mapuche José Marimán, “no se combaten fiebres rompiendo
termómetros”. El mundo tiene componentes horribles, y
ciertamente a veces dan ganas de gritar: ¡paren el mundo que
43
Por supuesto que hay dogmatismos y disparates en todas las tradiciones
políticas e intelectuales. He dado el ejemplo del marxismo porque soy
marxista, y prefiero ver la paja en el ojo propio antes que en el ajeno.
44
John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Buenos Aires,
Herramienta/Universidad Autónoma de Puebla, 2002.
Dossier | Discutir la decolonialidad
me bajo! Pero nadie puede parar al mundo y, sin dejar de sentir
indignación por las injusticias tan grandes que nos rodean,
debemos asumir la responsabilidad ético-político-intelectual
de alcanzar la mayor claridad posible sobre sus causas. Y esto
entraña algo mucho más complejo que combatir retóricas o
desarrollar contraretóricas.
Como ya tuve oportunidad de señalar, hallar claras precisiones
y delimitaciones de los conceptos decoloniales es en general
una búsqueda infructuosa. Más bien, lo que los caracteriza
es una interminable proliferación de nuevos términos, la
búsqueda frenética de un lenguaje propio: colonialidad, matriz
colonial de poder, patrón colonial, pensamiento fronterizo,
transmodernidad, pensamiento heterárquico, pensamiento
abisal, hybris del punto cero, transculturalidad, epistemología
otra, racionalidad otra, epistemología del sur, epistemología de
las ausencias, desprendimiento, ego-logía, corpo-política, etc. Sin
embargo, tras estas palabras rara vez hay un concepto claro y
distinto (ningún pecado cartesiano quieren cometer los teóricos
y las teóricas decoloniales). En general, no son más que una
nueva palabra para un viejo concepto o un matiz reivindicado
como total ruptura o una noción intuitivamente plausible pero
que no es conceptualmente especificada o una metáfora. Son
términos cuya funcionalidad reside más en generar identidad
(decolonial, en quien habla así) que en aclarar algún problema
empírico o conceptual. Antes que conceptos de una teoría, son
la jerga de un grupo.
La falta de rigor erudito es una constante en las obras de
Mignolo, de Sousa Santos y Quijano. E insisto: ya no son una
corriente emergente a la que se puede dar el beneficio de la
duda. Para cualquier persona que tenga una formación más o
menos intensa en algún campo o problemática específica, las
afirmaciones decoloniales referidas al mismo le parecerán,
en general, poco convincentes. Demuestran que no se ha
tenido voluntad de estudiar esos problemas y esas materias
en sus propios términos. ¡Claro, hacerlo sería sucumbir ante la
episteme eurocentrada! Sin embargo, un auténtico diálogo interepistémico implica el esfuerzo de estudiar con minuciosidad las
diferentes teorías e interpretaciones. Y presupone la capacidad
de poner en suspenso las propias premisas y hacer el esfuerzo
de comprender los argumentos del otro en sus propios términos
(antes que invalidarlos porque parten de premisas diferentes).
Hecho esto (de ambas partes) es posible procurar evaluar los
pro y contra de las diferentes perspectivas, asumiendo que
todas las partes deben presentar evidencia de sus afirmaciones
y argumentos en su favor.45 Y bien en los textos decoloniales las
45
Un excelente tratamiento de la problemática, las dificultades y la
posibilidad de un auténtico diálogo inter-epistémico se encuentra en
León Olivé, “Racionalidad y relativismo: relativismo moderadamente
radical”, en León Olivé (comp.), Racionalidad. Ensayos sobre la
racionalidad en ética y política, ciencia y tecnología, México, Siglo XXI,
1988.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
59
Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
60
evidencias son escasas, pero sobre todo en lugar de argumentos
hay afirmaciones cuya justificación rara vez se proporciona. Los
textos decoloniales abordan una infinidad de temas y es imposible
tener un conocimiento meticuloso de todos ellos. En cualquier
caso, cada vez que se refieren a cuestiones que conozco en
detalle –como el marxismo, la modernidad o el Renacimiento–
sus afirmaciones son entre unilaterales y caricaturescas. Pero,
del otro lado, no deja de ser sintomático y profundamente
significativo que, a pesar de sus reivindicaciones de “otros”
saberes, rara vez se encuentra en sus escritos una exposición
detallada de las “cosmovisiones otras”. Y lo mismo sucede con
las obras de los autores y autoras a los que se ensalza (como
Waman Poma, Frantz Fanon o Gloria Anzaldúa): nunca se nos
ofrece un examen crítico detallado de las mismas.
Por consiguiente, la superficialidad con la que se rechaza la
episteme occidental o la retórica de la modernidad de las que
habría que desprenderse es equivalente a la superficialidad
con que se abraza a los “pensamientos otros”: muy rara vez se
estudia con detalle qué están pensando los miembros concretos
de grupos étnicos concretos. Un indio abstracto –reencarnación
del buen salvaje– reemplaza a los mapuche, quom o tojolobales
reales. En las contadísimas ocasiones en que se incorporan
sus voces, se las incorpora sin discusión: ¿discutirlas sería una
muestra de colonialidad? Más que diálogo inter-epistémico o
intercultural, la opción decolonial parece una forma (¿otra?)
de paternalismo. Según la apropiación genealógico/mitológica
realizada por Mignolo:
las teorías críticas descoloniales emergen de las ruinas
de los lenguajes de las categorías de pensamiento y de las
subjetividades (árabe, aymará, hindi, créole francesa e inglesa
en el Caribe, afrikaan, etcétera) que han sido constantemente
negadas por la retórica de la modernidad y la aplicación
imperial de la lógica de la colonialidad.46
Pero lo cierto es que la concepción decolonial es el producto
de académicos fuertemente implantados en Estados Unidos: más
de la mitad de los miembros del grupo modernidad/colonialidad
trabaja en universidades estadounidenses total o parcialmente.
Y aunque se presenten como niños terribles en el mundillo
universitario, en verdad reproducen de facto todas las prácticas
académicas, incluso muchas no justificables, por ejemplo: aceptar
la eternización de estudios de posgrado y la mercantilización
de la educación; dispensarse mutuamente obsequiosas citas
(o insultos, cuando la amistad se quiebra); rehuir la crítica a
autores contemporáneos de sus propios campos (un riesgo que
académicamente se esquiva para no ganar enemigos que pongan
palos en la carrera, aunque es también un lujo que se pueden
permitir quienes ya tienen “la carrera hecha”); armar vínculos
entre miembros de diferentes franjas etarias marcados por una
46
W. Mignolo, Desobediencia epistémica, op. cit., p. 27.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
lógica de séquito; impulsar la proliferación de la escritura de
breves papers (tan útiles para hacer “carrera” como inútiles para
discutir meticulosamente un problema) en detrimento de las
extensas obras unitarias; caer en la eterna reescritura (refrito) de
los mismos textos, etc.
Aunque seguramente es más que ello, en una medida considerable,
parafraseando al intelectual palestino Edward Said, podríamos
decir que la opción decolonial parece ser la imagen invertida (la
versión “crítica” o contestaria) del:
crudo reduccionismo de lo que se ha dado en llamar “choque
de civilizaciones”, una simplificación de la realidad originada
en el mundo universitario norteamericano que sirve a
los propósitos de dominación de Estados Unidos como
superpotencia tras el 11 de septiembre, pero que no trasmite
la verdad de cómo las civilizaciones y culturas se solapan,
confluyen y se nutren unas a otras.47
A diferencia del marxismo, que surgió fuera del mundo
universitario pero desarrolló una tradición de enorme sutileza y
riqueza intelectual, al tiempo que conformó o ayudó a conformar
(no sólo intelectual sino prácticamente) al primer movimiento
social moderno (el movimiento obrero); y a diferencia de
pensadores como Fanon, que comprometieron no sólo sus
ideas sino su cuerpo con los movimientos de liberación del siglo
XX; la opción decolonial surge del interior mismo del mundo
académico, sin grandes sutilezas o riquezas intelectuales y sin
demasiada voluntad por participar prácticamente de manera
cotidiana en movimientos sociales o políticos contemporáneos:
su mundo es el de las cátedras, los seminarios, los congresos
y los viajes alrededor del planeta, cuyas comodidades sólo se
abandonan muy de vez en cuando.
La falta de sutileza intelectual, la escasez de erudición, los
juicios demasiado tajantes, los yerros históricos; todo podría
ser relativizado si se tratara de escritos esencialmente políticos
producidos por militantes fuertemente comprometidos con
alguna organización, y cuyo propósito fuera incitar a la acción,
antes que buscar claridad intelectual; performar retóricamente,
más que explicar con riqueza teórica. El problema es que
los exponentes de la opción decolonial ni son militantes en
situación de riesgo; ni son intelectuales que aporten claridad
o sofisticación a los debates. La opción decolonial, pues, tiene
mucho de impostura.
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47
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Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Ariel Petruccelli, “Teoría y práctica decolonial: un examen crítico”, en Políticas de la Memoria, n° 20,
Buenos Aires, 2020, pp. 45-62. | https://doi.org/10.47195/20.649 | [Artículo evaluado por pares]
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Resumen
Este trabajo contiene un análisis critico de la llamada
opción decolonial, atendiendo a sus dimensiones teóricas, epistemológicas, políticas e institucionales. Compartiendo la voluntad de cuestionar y superar indudables
asimetrías en el terreno intelectual, producto de una
larga historia de colonización, el texto procura mostrar
las falencias de la opción decolonial como crítica del
colonialismo epistémico pero, sobre todo, como propuesta de superación. La perspectiva desde la que se
desarrolla la crítica es la de un marxismo heterodoxo.
Palabras clave: opción decolonial, cultura, marxismo,
eurocentrismo, episteme.
Abstract
This work contains a critical analysis of the so-called
decolonial option, taking into account its theoretical,
epistemological, political and institutional dimensions.
Sharing the will to question and overcome undoubted
asymmetries in the intellectual field, the product of a
long history of colonization, the text tries to show the
shortcomings of the decolonial option as a critique of
epistemic colonialism but, above all, as a proposal for
overcoming it. The perspective from which the criticism is developed is that of a heterodox Marxism.
Keywords: decolonial option, culture, Marxism, Eurocentrism, episteme.
Recibido: 25/03/2020
Aceptado: 12/08/2020
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Aníbal Quijano y la colonialidad del poder:
todo lo sólido se desvanece en el aire
Andrea Barriga*
Si se define el ámbito de la ciencia por su capacidad de
producir conocimientos que descubran las relaciones
necesarias de los fenómenos, ello no lleva a identificar
necesidad histórica (ex post facto) con inevitabilidad
histórica (ex ante).
Carlos Pereyra, El sujeto de la historia, 1984.
A nuestro futuro lo definen incontables decisiones, cada
decisión, cada momento, es una pequeña onda en el río
del tiempo... Con suficientes ondas puedes cambiar la
marea. Pues el futuro nunca está definido.
Charles Xaver, X-Men. Días del futuro pasado.
Un primer acercamiento
En las últimas décadas ha comenzado a consolidarse en América
(“Latina” y “Anglosajona”, para usar estos términos convencionales
aunque algo engañosos) una corriente de pensamiento que
se autodenomina “giro decolonial” o, como se ha propuesto
recientemente, “descolonial”. Su eje analítico lo constituye el
“capitalismo colonial/moderno y eurocentrado” al que considera
un nuevo patrón de poder mundial instaurado a partir del siglo
XVI. Esta corriente se ha ido fortaleciendo no sólo en los ámbitos
universitarios, sino que además su propuesta ha ingresado en
diferentes áreas de formación profesional docente, como los
diseños curriculares de las escuelas de educación primaria, media
y terciaria, al menos, en Argentina. La “pedagogía decolonial”
se ha ido introduciendo en algunos espacios educativos en los
últimos años y está adquiriendo cierta relevancia: en muchos
distritos ha pasado a ser, de hecho, prácticamente la visión oficial.
También hay un aumento del arraigo de la propuesta decolonial
en disímiles especialidades académicas. Se hace imprescindible,
pues, un análisis de sus principales planteos teóricos o, como
ellos los denominan, epistémicos.
*
Instituto de Formación Docente Continua “Luis Beltrán”, Río Negro, Argentina. https://orcid.org/0000-0001-5922-3354.
Mi acercamiento personal a esa corriente de pensamiento
comenzó hace varios años, cuando finalizaba mis estudios de
grado (el Profesorado en Historia) en la Universidad Nacional
del Comahue, situada en las provincias argentinas de Río Negro
y Neuquén. Estaba en la búsqueda de una teoría crítica que no
fuera, o al menos no estuviera centrada, la teoría marxista. Esta
búsqueda se fundamentó en lo que en su momento denominé un
“empacho de marxismo”. Este sentimiento tenía que ver con dos
cuestiones que iban necesariamente de la mano. En primer lugar,
la mayor parte de la bibliografía de la carrera, tanto en las materias
de tilde más empírico como en las teóricas, pertenecía a esta
corriente de pensamiento y necesitaba salir un poco de la “jaula del
marxismo”. Entiéndase: salir de las determinaciones económicas
que pretendían dar una explicación del total funcionamiento de
la sociedad. Este énfasis puesto en las estructuras económicas
que determinan la superestructura no me satisfacía, porque
creía que se dejaba fuera del análisis diferentes esferas que, a mi
entender, eran importantes. Además, desde el comienzo de mis
estudios había participado en importantes conflictos políticos
que atravesaron a esa universidad, los más fuertes centrados
en el rechazo a las reformas educativas neoliberales –iniciadas
durante los ’90– cuyo eje principal tendía a la mercantilización
de la educación. Los grupos políticos predominantes en la
facultad eran de tendencia marxista, la mayor parte de extracción
trotskista y de forma minoritaria maoísta. Otras tradiciones
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
políticas de gran importancia en la Argentina, como el peronismo,
tenían escasa presencia en el movimiento estudiantil. Participé
como estudiante en una agrupación independiente que, sin ser
trotskista, era fuertemente marxista. Entre tanto, los debates,
con ciertos grupos –a mi entender entonces– ultraradicalizados
de tendencia trotskista, acerca de cómo llevar el conflicto
adelante habían ayudado al rechazo que comencé a tener en
relación a todo lo que tuviera que ver con el marxismo. Llevé
todo a una simplificación tal que me indujo a mezclar prácticas
políticas y teorías explicativas, ideales políticos y marcos
conceptuales, capacidad explicativa y posibilidad de incidencia.
Como si todo fuera lo mismo o fácilmente deducible una cosa de
la otra; como si fuera una sola cosa, pasible de rechazo absoluto
o asunción plena.
Fue en este momento de reconstrucción político-intelectual, de
búsqueda de algo distinto pero crítico, que di con el pensamiento
decolonial. El grupo estaba conformándose en la Universidad
Nacional del Comahue. Cuando me acerqué, sus planteamientos
me deslumbraron. Me parecieron innovadores, con una retórica
que salía del “burdo lenguaje economicista del marxismo” (como
lo consideraba en ese momento) y sentía que a partir de los
aportes de esta corriente se abría un nuevo abanico de posturas
críticas que abarcaban otras esferas de lo social, como la cultura,
el lenguaje, la forma de enunciación e incluso la epistemología
en la cual había sido formada. La retórica de la deconstrucción
caló fuertemente en una mente inquieta que, una vez
terminados los estudios de grado, necesitaba seguir explorando
diferentes áreas del conocimiento y “otras” prácticas políticas
de resistencia. Las críticas decoloniales al eurocentrismo, la
modernidad y el marxismo me parecieron totalmente seductoras
(y posteriormente enceguecedoras). Creía haber hallado la razón
de todos los males: estamos colonizados.
Las generalizaciones decoloniales respecto a lo que se
comprendía como modernidad me parecieron, en aquel
momento, indiscutibles: la preponderancia de la racionalidad
como forma de imposición del paradigma cuantitativo, surgido a
partir de la filosofía cartesiana al servicio del capitalismo opresor;
la unidireccionalidad del desarrollo del proceso histórico que
mantenía la visión teleológica de la Edad Media; y la crítica a la
civilización y la razón occidentales porque no lograban concebir
al otro, sólo negarlo y dominarlo. En suma, la idea de una
reconstrucción desde un paradigma “otro”, que tuviera en cuenta
saberes no considerados como válidos dentro del pensamiento
hegemónico moderno, fue como un oasis en un desierto, una
retórica completamente seductora. Por entonces suponía que
todas estas problemáticas estaban rigurosamente estudiadas
y que las audaces conclusiones estaban consistentemente
argumentadas por los pensadores decoloniales que pretendían
rechazar la totalidad de pensamientos desarrollados durante, al
menos, cinco siglos.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
No obstante, lo que en un principio se me había presentado
como un conjunto político-intelectual de tilde crítico comenzó
a incomodarme y empecé a sentir un desequilibrio. Al principio
fue algo más vivencial que intelectual. Yo venía acostumbrada
a una fuerte participación política en diferentes ámbitos
y problemáticas, y lo que me ofrecía el grupo decolonial
formado en la Universidad Nacional de Comahue era un espacio
intelectual (restringido además a lo académico) pero nada
de discusión ni participación en las problemáticas políticas
generales del momento o particulares sobre la institución a la
que pertenecíamos. Al contrario, las reuniones a las que asistí
estaban centradas en cuestiones estrechamente académicas,
como la escritura de artículos para su publicación y el armado
de congresos del grupo de investigación que recibe el nombre
de Centro de Estudios y Actualización en Pensamiento Político,
Decolonialidad e Interculturalidad (CEAPEDI). El nombre era
prometedor respecto a mis expectativas, no obstante las prácticas
quedaban ceñidas a discusiones más bien teóricas y no siempre
versaban sobre el “pensamiento político”. En ese momento
pensé que era una cuestión de tiempo, que no era fácil romper
con ciertas prácticas cristalizadas en las instituciones incluso
para quienes ya han roto intelectualmente con ciertos “marcos”.
Como fuera, no dejaba de incomodarme que los decoloniales del
Comahue, al igual que el grueso de los grupos de investigación
más convencionales, carecieran casi por completo de contacto
con la práctica política. Éste, de hecho, ha sido uno de los motivos
por los cuales había tomado otras elecciones en mi formación
profesional. No porque esta forma de concebir el conocimiento
“estuviera mal”: simplemente porque, en lo personal, elegía otros
espacios de debate y participación política que no estaban –ni
están– en los ámbitos académicos.
Luego de acompañar a este grupo por un tiempo, desde un
lugar secundario (o marginal), me di cuenta que su dinámica
no tenía ninguna diferencia con las de cualquier otro grupo
de investigación de la universidad. La diferencia era temática.
Lo que en un primer momento había vislumbrado como una
alternativa teórica y de práctica política no compensaba la parte
de praxis política de mis expectativas. En consecuencia, comencé
a alejarme del mismo para dedicarme de lleno a comprender el
desarrollo intelectual, intentando no juzgar por la ausencia de
estas prácticas al contenido teórico de la opción decolonial. Mis
inquietudes políticas las continué por fuera del ámbito académico
y me dediqué a profundizar el estudio de sus postulados
epistémicos y a investigar con qué teorías y pensadores se estaba
discutiendo.
Continuación del desencanto
Luego de recibirme comencé mi desempeño laboral, primero en
Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
instituciones de Educación Media y luego en una de Educación
Terciaria. La investigación comenzaba a correr por cuenta
personal ya que desde estas instituciones no hay financiamiento
para ello, como sí lo hay en las universidades. Esto, que puede ser
visto como una desventaja material, me permitía mucha libertad
para profundizar mis estudios sin la necesidad de cumplir con
requisitos o plazos institucionales. Decidí profundizar en el
pensamiento decolonial y, aprovechando que debía ahondar
en los temas de los espacios curriculares que dictaba (y dicto
en la actualidad: Antropología, Filosofía, Economía y Teoría de
la Historia), analicé a partir de allí esa “episteme moderna y
eurocentrada” con la que discuten y a la que critican. Me pareció
una oportunidad realmente enriquecedora para desarrollar aún
más la crítica y poder “desprenderme” del entramado epistémico
eurocentrado aprendido en la formación de grado.
Para comenzar la sistematización de mis estudios decoloniales
me centré, en un principio, en uno de los ejes que se presentan
como fundamentales: la modernidad. La idea era contrastar
lo que los decoloniales planteaban como modernidad con los
pensamientos eurocéntricos que justamente la constituían. Mi
lectura había sido hasta el momento desordenada. Comencé
a sistematizarla con uno de los pensadores decoloniales más
reconocido que justamente se encarga del tema elegido: Walter
Mignolo. Paradójicamente, mientras más avanzaba en la lectura
de sus escritos, tenía una idea más confusa de lo que denominaba
“modernidad”. Parecía ser que “moderno” era todo aquello
pensado en, o influenciado por, lo que se pensaba en Europa. Junto
a ello tampoco encontraba un recorte histórico coherente. En
cada escrito de Mignolo me encontraba con un recorte temporal
distinto y no quedaba nunca clara la justificación del mismo.
No obstante, aunque cuanto más leía menos me convencían los
argumentos de Mignolo, sus apelaciones al “desprendimiento” y
su llamado a combatir el eurocentrismo y las lenguas coloniales
continuaban tocando una fibra íntima.
La perspectiva decolonial me ayudaba a dar sustento a algunas
posturas políticas que siempre me había costado sostener en
el ámbito intelectual, por ejemplo mi negación a profundizar el
conocimiento del inglés. Esto lo podía justificar ahora teniendo
en cuenta que:
sería equívoco asumir que los legados teóricos de las lenguas
de la modernidad (francés, alemán, inglés) son los únicos con
legitimidad científica. Inscribir las lenguas del primer periodo
colonial (español, portugués, quechua, aymara, náhuatl) en
las lenguas teóricas de la modernidad es un primer paso
hacia la descolonización intelectual y hacia la negación de la
negación de la contemporaneidad [destacado en original].1
1
Walter Mignolo, “El lado más oscuro del Renacimiento”, en Universitas
humanística n.º 67, 2009, pp. 168-169.
Dossier | Discutir la decolonialidad
La opción decolonial me permitía justificar mi preferencia
por aprender mapuzugun y mi negación al inglés. Aprender
mapudugun me acercaba a la cosmovisión mapuche y me
ayudaba a “descolonizar mi ser”. Y la opción decolonial parecía
reivindicar mi carácter “situado”.
El territorio que habito sólo lleva algo más de cien años en manos
del Estado, tanto argentino como chileno. Recién a fines del siglo
XVIII, 1880 para ser precisa, los estado-nación avanzaron con
violencia sobre las comunidades indígenas, a las cuales pertenecía
este territorio. En el caso del estado argentino bajo el lema
“conquista del desierto”, y en el del estado chileno, “pacificación
de la Araucanía”, las campañas militares cometieron asesinatos
despiadados, separaron comunidades y se llevaron a las mujeres
y niños para ser vendidos en Buenos Aires como empleadas/os
domésticos y a los hombres para trabajar en el Norte bajo el
régimen seudoesclavista de los ingenios azucareros.2 A quienes se
resistían se los mataba. Gracias a la tenacidad de estos pueblos,
algunas comunidades han logrado sobrevivir, aunque siempre
amedrentadas por el Estado. Les siguen sacando las tierras
por la fuerza para vendérselas a Benetton y Lewis, para hacer
“parques nacionales” o para expandir las ciudades.3 Las heridas
aquí son recientes. Nietos y bisnietos de quienes se enfrentaron
con las fuerzas del Estado son hoy adultos. Una batalla fuerte se
mantiene además en los ámbitos político y académico. La cultura
impuesta por los estados nacionales ha sembrado la idea de que
estas tierras eran parte del imperio hispano. Que también en
esta parte del mundo el colonialismo lleva quinientos años, una
mentira que se instala hondamente en el “sentido común” de la
población y que lleva a negar la identidad del pueblo mapuche.
La historia del territorio hoy conocido como Patagonia no es
indiferente a mi reconstrucción identitaria y creí que la propuesta
decolonial me permitiría darle un nuevo giro a esa búsqueda.
Pero en ese momento personal e intelectual, releyendo más
2
Hace muy poco tiempo que se comenzaron a cuestionar en Argentina
las miradas historiográficas respecto a los pueblos originarios, ya que
la historia tradicional los trata como si estuviesen muertos. De esta
visión, el más representativo es Rodolfo Casamiquela, que ha profanado
cementerios mapuche para “reconstruir el pasado de las comunidades
indígenas”, cuando sus familiares, nietos, bisnietos, aún están con vida.
Un excelente trabajo historiográfico, que clarifica la cuestión y saca a
relucir las hipocresías de los discursos predominantes, lo ha llevado a
cabo, junto a intelectuales comprometidos como Walter Delrío, Diana
Lenton, entre otros, nuestro queridísimo Osvaldo Bayer, Intelectual y
militante, que ha acompañado durante casi toda su vida la lucha de los
pueblos originarios, incluso cuando era una voz disonante, antes de que
este tema fuera “moda” para los intelectuales.
3
Un ejemplo de la violencia de la que siguen siendo víctimas por parte
del estado argentino estas comunidades se encuentra en el caso de desaparición y posterior muerte de Santiago Maldonado en 2017 en manos
de la gendarmería y de Rafael Nahuel acribillado por la espalda por la
prefectura naval argentina el mismo año. Ambos participaban de los
movimientos de recuperación de tierras llevados adelante por algunas
comunidades. En el caso chileno, a finales del 2018 la muerte de Camilo
Catrillanca, luego de un allanamiento a cargo del Comando Jungla de
Carabineros en la comunidad de Ercilla, es otra muestra de la violencia
despiadada de ambos estados.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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detenidamente El lado más oscuro del Renacimiento, me
encontré con el siguiente comentario del autor, que me permito
citar en extenso:
Entonces, ¿por qué escribir este texto originalmente en
inglés y no en español? En este momento, escribir en
español significa quedar al margen de las discusiones teóricas
contemporáneas. En el mundo donde las publicaciones
académicas son significativas, hay más lectores en inglés y
francés que en español. Como los estudiantes cuando escriben
una disertación en estudios literarios, esto requiere un doble
esfuerzo: conocer el canon y el corpus. Escribir en español un
intento por inscribir los legados hispanos y latinoamericanos
e indígenas en los actuales debates sobre el Renacimiento/
periodo moderno temprano y en los legados coloniales y
teorías poscoloniales significa marginalidad antes que tener
la posibilidad de participar en una conversación intelectual
que, desde el siglo XVIII, ha estado dominada por el alemán,
el francés y, más recientemente, por el inglés [destacado AB].4
En su momento me quedé sin forma de enunciar mi sentimiento
al respecto. No sabía si me indignaba más o la hipocresía de
hablar de descolonización –haciendo énfasis justamente en
las lenguas coloniales– y al mismo tiempo escribir (y justificar
esa escritura) en la lengua que actualmente es la colonizadora
por excelencia, heredera cultural de lo que Mignolo mismo
denomina eurocentrismo; o la justificación de la escritura en
inglés para no quedar al “margen de los debates”. Me pregunté
(y aún me lo pregunto): ¿con quién quiere debatir Walter
Mignolo? ¿Hay realmente una genuina búsqueda por mostrar
a los “dominados”, a los “colonizados”, cómo es que pasamos
a formar parte de esta colonización? ¿O, más bien, se trata
de un intento de buscar “reconocimiento” dentro de una élite
intelectual cuya forma de diálogo obliga a renunciar a la lengua
madre del autor y a hacer un esfuerzo de escribir en una lengua
cuya única justificación es ser la lengua de los poderosos? ¿Hay
un verdadero planteamiento crítico o es la conformación de otra
“élite intelectual” dentro de los ámbitos académicos que busca
el reconocimiento de los que ya están instalados? Es cierto que
la lengua más hablada en América Latina es el español, la lengua
de los colonizadores, diría Mignolo, pero ¿es el inglés –la lengua
impuesta por la potencia hegemónica mundial que lejos está de
romper con la “colonización del ser, y mucho menos del saber”–
la adecuada para descolonizarnos?
Con todos estos interrogantes, y la indignación que los
acompañaba, decidí no dar por tierra con lo que se presentaba
como una corriente alternativa de pensamiento por uno de sus
autores (aunque, recordemos, uno de los fundamentales). No
quería sentirme nuevamente “despojada” de lo que creía había
encontrado como salida a mis inquietudes aunque éstas, en
4
Walter Mignolo, op. cit., p. 168.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
vez de irse diseminando, iban mutando de forma. Ya me había
decepcionado la falta de interés en la praxis política del CEAPEDI,
ahora me encontraba con afirmaciones difíciles de tragar por
parte de Mignolo. ¿Qué más me podía encontrar? Decidí explorar.
Nuevamente, el análisis de otro de los autores que, según los
propios decoloniales, más representa y ha desarrollado esta
línea de pensamiento y, a mi entender de ese momento, uno de
los más sólidos exponentes. Se trata, de hecho, de quien acuña
el concepto de colonialidad: Aníbal Quijano.
¿Quién es Aníbal Quijano?
Los textos sobre colonialidad del autor ya los había leído. Pero
continuaba en mi afán de ser sistemática para comprender mejor
sus planteamientos. Al mismo tiempo, pretendía contrastarlos
con otras lecturas, tal como había sido mi proyecto con Mignolo.
En los artículos que conocía de Quijano siempre había uno u
otro concepto o afirmación que no estaba desarrollado. El autor
aclaraba usualmente que eso se debía a la falta de espacio y
remitía a otro artículo escrito por él en el que supuestamente
estaba mejor trabajado el tema. Por lo tanto, para leerlo de la
forma que me proponía debía hacer un rastreo minucioso de su
bibliografía.
La misma es extensa: Quijano comienza sus escritos en la década
de los cincuenta del pasado siglo y tiene una producción constante
hasta poco antes de su fallecimiento. En sus aproximadamente
dos centenares de publicaciones (sumando entrevistas,
conferencias, artículos y cinco libros), discute variados temas,
todos los cuales están en consonancia con las discusiones
predominantes en los ámbitos académicos. Casi un cuarto de
sus escritos está publicado fuera de América Latina: en Estados
Unidos, Italia, Alemania y Polonia, entre otros países. Desde
fines de 1950 y principios de los sesenta, sus preocupaciones
mayoritariamente se abocan a los conflictos culturales en
Perú, específicamente a la “emergencia del grupo Cholo”, a los
movimientos campesinos, a los procesos de urbanización y a la
marginalidad social de ellos derivados.5 Quijano realizó varios de
estos últimos estudios durante su colaboración con la División de
Asuntos Internacionales de la CEPAL. Hacia fines de los sesenta,
5
Aníbal Quijano, “La Emergencia del Grupo Cholo en el Perú”, en
Memorias del VII Congreso Latinoamericano de Sociología, Bogotá,
1964; “El movimiento campesino peruano y sus líderes”, en América
Latina nº 4, Río de Janeiro, 1965; «Los movimientos campesinos
contemporáneos de América Latina», en Seymor Martín Lipset y Aldo
Solari (eds.), Las Elites Contemporáneas De América Latina, Buenos
Aires, Paidós, 1966; “I Movimenti Contadini Contemporanei”, en Rivista
Di Economía Agraria, Vol. 5, nº 21, 1966; Notas sobre el concepto de
“marginalidad social”, Santiago de Chile, División de Asuntos Sociales,
CEPAL, 1966; El proceso de urbanización en América Latina, Santiago
de Chile, División de Asuntos Sociales, CEPAL, 1966; La urbanización de
la sociedad en América Latina, Santiago de Chile, División de Asuntos
Sociales, CEPAL, 1967.
Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
se incrementó su preocupación por las discusiones sobre la
Teoría de la dependencia,6 y entrada la década del setenta,
comenzó a sumergirse en los debates respecto al imperialismo,
el neoimperialismo y la crisis del mismo,7 la dominación cultural
y lucha de clases, temas que abarcan con diferentes énfasis
toda la década.8 A partir de los años ochenta, suma nuevas
problemáticas, como el debate sobre lo público y lo privado,
la democracia, la tecnología y el desarrollo.9 En la década
siguiente comenzarán a tomar mayor entidad en el pensamiento
de Quijano las discusiones respecto a las crisis de las ciencias
sociales y el socialismo real, como así también los debates
respecto a la modernidad/posmodernidad. Será ése el momento
en el cual comenzará a configurar su pensamiento decolonial,10
sin pasar por alto los debates que se daban entonces respecto al
Estado, la nacionalidad y la globalización.11 Ya en el 2000, tomará
gran centralidad dentro de las elaboraciones teóricas del autor
la colonialidad del poder. Como podemos observar, ha “estado al
pie del cañón” para discutir temáticas diversas, que afloraban en
los ámbitos intelectuales y políticos de cada momento histórico.
Aquí me abocaré a indagar cómo Quijano primero va sugiriendo
o insinuando, y luego termina consolidando, la conceptualización
de la “colonialidad del poder”.
6
A. Quijano, “Urbanización, Cambio Social y Dependencia”, en Fernando
Henrique Cardoso y Francisco Weffort (eds.), América Latina. Ensayos
de Interpretación Sociológica, Santiago de Chile, Editorial Universitaria,
1967; Urbanización y tendencias de cambio rural en América Latina,
Santiago Chile, División de Asuntos Sociales, CEPAL, 1967.
7
A. Quijano, Nacionalismo, Neoimperialismo y Militarismo en el Perú,
Buenos Aires, Periferia, 1971; Nationalism and Capitalism in Peru, Nueva
York y Londres, Monthly Review Press, 1971; Crisis Imperialista y Clase
Obrera en América Latina, Lima, Fondo Editorial Popular, 1974; “La
naturaleza de la crisis actual del capitalismo”, en Economía nº 62, Quito,
diciembre de 1975.
8
A. Quijano, Imperialismo, clases sociales y Estado en el Perú 18951930, Mosca Azul, Lima, 1979. Este libro despierta un interesante debate:
Augusta Alageme, “Imperialismo y problema Nacional: a propósito de
algunas tesis de Aníbal Quijano”, en Revista de la Universidad Católica
nº 5, 15/08/1979.
9
A. Quijano, “Los usos de la democracia burguesa”, en Sociedad y
Política nº 10, Lima, noviembre de 1980; “Poder y democracia en el
socialismo”, en Sociedad y Política nº 12, agosto de 1981; “Über die
direkte demokratie der Produzenten”, en Lateinamerika nº 5, Berlín,
1981; “Tecnología del transporte y desarrollo urbano”, en Aproximación
Crítica a la Tecnología en el Perú, Lima, Mosca Azul, 1982; “Lo público
y lo privado: un enfoque latinoamericano”, en Modernidad, Identidad y
Utopía en América Latina, Lima, Sociedad y Política Ediciones, 1988.
10
“Notas sobre la crisis de las ciencias sociales”, en Revista de Sociología,
vol. 6. Nº 7, Lima, 1990; “La crisis en Europa del Este y la Izquierda en
América Latina”, en Cultura Libre. Suplemento de Pagina Libre, Lima,
29/08/1990; “La Modernidad, el Capital y América Latina”, en Revista del
Centro de Educación y Cultura ILLa nº 10, enero de 1991; “Colonialidad
y modernidad/racionalidad”, en Perú Indígena, Vol. 13, n.º 29, 1991,
pp. 11-20; “Reflexions sur l›Interdisciplinarite, le Developpement et les
Relations Interculturelles”, en Entre Savoirs, París, 1992; “Colonialité
du Pouvoir et Democratie en Amerique Latine”, en Future Anterieur:
Amérique Latine, Democratie Et Exclusion, París, L›Harmattan, 1994, y
en castellano, en Debate, Vol. XVI, n.º 77, marzo-mayo 1994.
11
A. Quijano, “Estado-nación, Ciudadanía y Democracia. Cuestiones
abiertas”, en Helena Gonzáles y Heidulf Schmidt (comps.), Democracia
para una Nueva Sociedad, Caracas, Nueva Sociedad, 1997; «Globalización
y exclusión desde el futuro”, en La República, Lima, 24/08/1997.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Un tropezón no es caída
Al discutir la obra de Aníbal Quijano uno de los primeros
problemas con el que nos encontramos es que no podemos
encasillarla dentro de una disciplina específica más allá de que
el autor se reconoce como sociólogo. En un principio, cuando
comencé a sumergirme en ella hace algunos años, me pareció una
virtud haber logrado romper con lógicas disciplinares que tanto
mal han hecho a las ciencias sociales. Inmediatamente, se me
vino a la cabeza la idea de Immanuel Wallerstein (quizá porque
Quijano había escrito algunos artículos con este intelectual) de
ese “nuevo constructo disciplinar” que denominaba “ciencias
sociales históricas”. Decía Wallerstein para justificar su propuesta:
No es posible referirse al mundo real con enunciados que
no estén relacionados con la ciencia; con esto me refiero
al supuesto de que el mundo es real y puede conocerse.
Cada una de las palabras que usamos cuando hablamos
o escribimos lleva detrás una teoría y un gran relato, y no
hay forma de escapar a eso, por mucho que lo intentemos.
Por otro lado, el mundo no puede analizarse y describirse
sin situarse en la historia, y con esto quiero decir que toda
realidad forma parte de un contexto que cambia y evoluciona
continuamente.12
Sin embargo, a medida que iba profundizando mi lectura, me
daba cuenta de que esto en la producción de Quijano era un gran
problema. En sus escritos se juntaban grandes generalizaciones,
falta de datos empíricos para sostener afirmaciones al menos
discutibles –cuando no errores empíricos de gran peso– y una
mezcla de niveles o campos filosófico, científico y político, que
deriva en una gran dificultad para comprender lo que Quijano
plantea o en qué sentido lo plantea. Sin embargo, no me di por
vencida. Fui intentando ordenar la discusión para comprender
qué discutía, con qué teoría o autores estaba discutiendo, en fin,
intenté aclarar y precisar los conceptos y argumentos que se
desarrollaban a lo largo de su obra.
Uno de los primeros textos que leí del autor para ordenar la
génesis del concepto de colonialidad fue “Colonialidad del
poder y clasificación social”, publicado por primera vez en 2000
(en inglés, en 2007 en español). El texto comienza afirmando
que la colonialidad junto a la modernidad son los elementos
constitutivos del capitalismo (que denomina patrón mundial de
poder) y que se fundan a partir de la constitución de América
Latina y la imposición de la clasificación racial del mundo. Visto
así pareciera indiscutible. Pero el concepto de modernidad
reaparecía, como en la obra de Mignolo, como central y el
12
Immanuel Wallerstein, Las incertidumbres del saber, Barcelona, Gedisa,
2005, p. 24.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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autor no desarrollaba el mismo, sino que remitía a escritos
anteriores en los cuales habría discutido el tema. Pero antes de
rastrear estos escritos, me encontré nuevamente con algo que
comenzó a desalentarme bastante, no en cuanto a la discusión
epistémica, si se quiere, sino más bien respecto a un “desliz”
histórico absolutamente impropio de un crítico del colonialismo
y la colonialidad. Se trata de una cita al pie en la segunda página
de este texto en la que se refiere a “la constitución de América
Latina [sic]”, la cual transcribo en su totalidad:
La apropiación del nombre “América” por Estados Unidos
ha originado una extendida confusión que aquí nos obliga
a recordar que originalmente el nombre correspondía
exclusivamente a los dominios ibéricos en este continente,
que abarcaban desde Tierra del Fuego hasta más o menos la
mitad suroeste del actual territorio de los Estados Unidos
[destacado AB].13
Como tuve la oportunidad de comentar más arriba, esto no sólo
es históricamente falso, sino que es políticamente inaceptable,
en especial dentro de un texto que plantea la imposición de la
colonización racial como eje constitutivo del actual patrón de
poder.
Comenzaba así a fortalecer mi desencanto. Aunque, a pesar de
ello, no descarté al autor y su planteamiento. Volvía, empero,
a sentir esa indignación que tuve con algunos marxistas que
hablaban del obrero y nunca habían sentido en su piel la
explotación laboral, o hablaban de los pobres y habían crecido
en Recoleta,14 ya que iba sumando cuestiones que me hacían
percibir, más que un convencimiento epistémico, una pose
académica. Fue en este momento que hice un primer cambio en
mi forma de pensar. Comprendí que no podía juzgar una teoría
por los usos que se hicieran de ella: una cosa es la teoría en
tanto búsqueda de explicar, comprender o describir el devenir de
las sociedades y otra cosa muy distinta son las interpretaciones
y los usos que se hacen de ellas15. Con esto en mente, decidí
centrarme en las propuestas teóricas de Quijano, pero también
de otras corrientes explicativas que había desechado, como lo
era el marxismo. Esta vez me iba a centrar sólo en las discusiones
teórico-epistémicas de los diferentes campos del saber teniendo
como eje lo rescatable de cada propuesta y Quijano seguía, en
este sentido, pareciéndome lo más sólido dentro del campo
13
A. Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, en Cuestiones
y horizontes: de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/
descolonialidad del poder, Buenos Aires, Clacso, 2014, p. 286, cita al pie
n° 2.
14
Recoleta es uno de los barrios de Buenos Aires en que vive una población
con gran poder adquisitivo, parte de la clase media alta de la sociedad
argentina.
15
Aunque debo decir que en los casos de Quijano y Mignolo no se trataba
de usos que otros hacían de sus teorías, como se puede ver en el caso
del marxismo, sino que los mismos autores, en el desarrollo de su teoría,
tropezaban con contradicciones importantes.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
decolonial.
La colonialidad…
¿una nueva forma de universalismo?
El concepto de colonialidad fue acuñado por Quijano y, como
pasó a ser uno de los centrales, decidí iniciar allí mi análisis.
Según el autor, la colonialidad hace referencia a una episteme
eurocentrada que se conforma a partir del ingreso de América
al sistema mundo capitalista y que se constituye a partir de
la clasificación étnico/racial de las sociedades. Todo lo que
conformaría el pensamiento racional moderno. A rasgos
generales, parecía completamente aceptable, pero me interesaba
saber qué significaba aquello, cómo estaba sustentado y cuáles
eran los argumentos que se esgrimían para su defensa, ya que
como una “nueva teoría”, debía tenerlos.
Concebía que lo novedoso del planteo residía: primero, en tener
en cuenta la clasificación racial en el marco de la conformación
de las relaciones de poder dentro de las sociedades actuales;
segundo, en la afirmación de que la discriminación racial no se
acaba con el fin del colonialismo económico y político, sino que
se mantiene como colonialismo epistémico. Ambos planteos me
parecían aceptables. Pero no me parecían novedosos. Idénticas
tesis, o muy semejantes, había sido expuestas con anterioridad,
aunque lamentablemente Quijano no daba cuenta de ello. Por
ejemplo, Frantz Fanon ya en 1961 ponía en discusión la importancia
de la racialidad respecto a la situación del colonialismo europeo
en África. Posteriormente, Peter Worsley, en su obra más
reconocida, El tercer mundo (1973), hacía un análisis muy
interesante acerca de por qué el colonialismo europeo se
diferenciaba de otros tipos de colonialismo que habían existido.
En consideración al segundo punto, hay un debate riquísimo en
antropología que data de la década del setenta del siglo pasado
y la bibliografía al respecto es bastante voluminosa. Baste
mencionar el sugestivo libro de Jack Goody La domesticación
del pensamiento salvaje (1977). Allí leemos: “El problema con
las categorías es que están enraizadas en una división nosotros/
ellos, que es a la vez binaria y etnocéntrica, cada uno de estos
hechos es limitativo de un modo propio”. Además recordemos
las discusiones planteadas sobre este punto por Peter Winch en
varias de sus obras. Por consiguiente, después de un poco de
búsqueda –para nada exhaustiva–, lo novedoso parecía no serlo
tanto. Desgraciadamente, Quijano nunca cita o hace referencia a
estos debates o pensadores.
Seguí rastreando el concepto de colonialidad en Quijano a fin
de no perderme detalles. Llegué así a un artículo escrito en
1991, titulado “Colonialidad y modernidad/racionalidad” que,
según el mismo autor, es el texto en el que introduce este
Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
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concepto. Me encontré que a lo largo de las diez páginas del
escrito hace fuertes afirmaciones que continuará desarrollando
en artículos posteriores. Es un texto muy comprimido en el
cual no hay referencia bibliográfica y en el que busca discutir la
total construcción filosófica y científica europea, desde el siglo
XV hasta el siglo XX. En tan poco espacio, el autor no puede
desarrollar en profundidad los temas que plantea quedando así
la mayoría de las cosas como fuertes afirmaciones, sin suficiente
sustento teórico o empírico.
Pero acaso lo más original de Quijano sea su énfasis en
la constitución de lo europeo y no europeo a partir del
descubrimiento de América.16 Este punto de partida le permitirá
ir consolidando la idea de la importancia de América para explicar
lo ocurrido en el mundo desde el siglo XV hasta la actualidad.
Desde una perspectiva histórica, este hecho (la importancia de
la conquista de América) es innegable. El problema se plantea
en lo referente a la centralidad cuasi-única que le otorga. Esto
es complejo, ya que sus escritos no pretenden ser sólo una
reconstrucción o afirmación de identidad, sino que pretenden
conformar las bases de una nueva episteme, es decir, un nuevo
marco teórico desde el cual analizar y explicar los acontecimientos
mundiales. Si el autor entiende por episteme alguna otra cosa, no
lo ha dejado explícito.
No obstante, el peligro mayor radica (sea en el sentido de
buscar una reconstrucción identitaria o de formular un nuevo
marco teórico) en que lo que comienza siendo una crítica
al etnocentrismo europeo –eurocentrismo, como le gusta
denominarlo a Quijano– estaría lindando un etnocentrismo
latinoamericano, americocentrismo. Como vamos a ir viendo,
para Quijano todo nace con América. Y esto es algo cuestionable
desde un punto de vista histórico. Y también lo es desde un
punto de vista político.
Pero veamos cómo se desliza esta idea. Quijano plantea que
América fue la que más sufrió el colonialismo europeo, al punto
tal que afirma:
Dossier | Discutir la decolonialidad
hicieron fue despojarles de legitimidad y de reconocimiento
en el orden cultural mundial dominado por los patrones
europeos [destacado AB].17
Aquí vemos como utiliza el mismo paradigma supuestamente
eurocentrado que critica, y lo hace de modo un tanto abusivo.
Primero porque intenta una cuantificación de procesos sociales
complejos para los que no es nada evidente que podamos
reducir todas las variables pertinentes a un denominador común.
Segundo porque toma como totalidades a América y a África,
que son precisamente construcciones hechas desde la mirada
europea: los pueblos de “África” y de “América” sólo conformaban
una unidad para los europeos, no para ellos mismos. Pero ¿cómo
medir si los americanos son los más sufridos, los más despojados,
los más colonizados? Y además, ¿son lo mismo los tehuelches
que los mayas, los guaraníes que los quilmes? No pongo en duda
el sufrimiento y despojo de los pueblos originarios: lo vivencio
cotidianamente en un territorio en el que el Estado ha asesinado
impunemente a Rafael Nahuel y a Camilo Catrillanca, por poner
dos ejemplos recientes a uno y otro lado de la Cordillera de
los Andes. Pero no nos olvidemos que el apartheid duró en
Sudáfrica hasta 1994. Las comparaciones sólo sirven como
medio analítico con algún fin específico. No sirven para comparar
sufrimientos o para saber cuáles de los pueblos colonizados
fueron más despojados cuando el despojo hace referencia a la
parte inmaterial de la cultura. Quijano, pues, hace lo que critica:
evalúa a partir de valores no reconocidos como tales, y ocultos
tras una retórica de pretensión científica, pero que no especifica
cómo podríamos cuantificar el sufrimiento. ¿Cómo medir si una
destrucción cultural fue más o menos intensa, mayor o menor en
un lugar que en otro? ¿Podría alguien pensar que el apartheid,
como caso extremo de racismo sufrido por algunos pueblos
africanos, no implicó una “destrucción completa de los patrones
expresivos, de objetivación y formalización visual”?
Racialidad: lo que pretende aclarar y lo que oculta
América Latina es, sin duda, el caso extremo de la colonización
cultural por Europa. […] En el África, la destrucción cultural
fue sin duda mucho más intensa que en el Asia; pero menor
que en América. Los europeos no lograron tampoco allí
la destrucción completa de los patrones expresivos, en
particular de objetivación y formalización visual. Lo que
16
Es viable pensar, por el recorrido intelectual del autor, que la impronta
en este punto esté dada porque al año siguiente, en 1992, se cumplían
los 500 años de la “conquista de América” y toda la intelectualidad, no
sólo americana sino mundial, tenía sus ojos puestos sobre el tema. Esto
se podría reafirmar si consideramos que otro de los textos fundantes
de la idea de colonialidad –según el mismo Quijano señala en más
de una ocasión– es publicado en 1992: Aníbal Quijano e Immanuel
Wallerstein, “La americanidad como concepto, o América en el moderno
sistema mundial”, en Revista Internacional de Ciencias Sociales n.º 134,
diciembre de 1992, pp. 583-591. En este texto ya se puede ver una de las
introducciones al tema de “la raza”.
Otro de los conceptos que va a tomar cada vez mayor
importancia en la obra de Quijano es el de raza. Para el autor,
el nacimiento de América, y en consecuencia de Europa, es
central para comprender la colonialidad y la racialidad de ella
derivada. Ejes de la conformación del nuevo patrón de poder
mundial que surgiría en el siglo XV. En sus propias palabras: “En
1492, con el nacimiento de América y de Europa, del capitalismo
y de la modernidad, se inicia un proceso de brutal y violenta
reconcentración de los recursos del mundo”.18 Más adelante
17
A. Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, op. cit., p. 13.
18
A. Quijano, “América Latina en la economía mundial” (1993), en
Cuestiones y horizontes. De la dependencia histórico-estructural a la
colonialidad/descolonialidad del poder, Buenos Aires, Clacso, 2014, p.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
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agrega:
lo que emergió como radicalmente nuevo en la conquista y
destrucción de las sociedades precolombinas y la formación
de América: la constitución de las categorías que ahora
conocemos como “raza”, “color”, “etnia” y el derivado
complejo “racismo/etnicismo”, como elementos fundantes
e inherentes a la relación de poder entre europeos y noeuropeos.19
Las afirmaciones contenidas en este párrafo no coinciden con lo
que yo sabía –o creí saber– sobre el tema. El concepto de raza se
puede rastrear en la Ilustración europea, situada históricamente
en el siglo XVII, y más aún es el evolucionismo biologicista –que
se consolida recién en el siglo XIX– el que toma esta categoría
como central. Pensé en ese momento que quizá sería mi
formación eurocentrada la que me hacía dudar del planteamiento
de Quijano. Por lo tanto, me puse a rastrear cómo desarrollaba el
autor la idea de raza. Cual caballo de ajedrez comencé a saltar de
un texto a otro según el autor me iba indicando en cuáles había
discutido el tema. Así encontré continuamente, en diferentes
escritos, afirmaciones del estilo de “la idea de raza no existe en la
historia del mundo antes de América”, o:
La idea de raza es, con toda seguridad, el más eficaz
instrumento de dominación social inventado en los últimos
500 años. Producida en el mero comienzo de la formación
de América y del capitalismo, en el tránsito del siglo XV al
XVI, en las centurias siguientes fue impuesta sobre toda la
población del planeta como parte de la dominación colonial
de Europa.20
Al fin di con el texto –guiada por las citas del autor– en el cual
desarrolla este planteamiento. Publicado en 1993, “Raza, etnia y
nación en Mariátegui” es el ensayo en el cual a lo largo de sus casi
veinte páginas, tocando variados temas, plantea el surgimiento
de la idea de raza en 1492. Lo esencial del argumento se halla en
la siguiente cita:
no solamente diferente de la de los europeos; sino, sobre
todo, perteneciente a un tipo o a un nivel “inferior”. De otra
parte, la idea de que las diferencias culturales están asociadas
a tales desigualdades biológicas y que no son, por lo tanto,
producto de la historia de las relaciones entre las gentes y de
éstas con el resto del universo. […] Ese complejo es lo que
conocemos como “racismo”.21
Estas afirmaciones me llevaron a la búsqueda del sustento
empírico de la tesis de Quijano. Hice una relectura de las fuentes
que el mismo Quijano cita, como los escritos del Fray Bernardino
de Sahagun o de Fray Bartolomé de las Casas. Eran textos que
ya había leído y no tenía registro de que raza fuera un concepto
incorporado en ellos. Y la relectura me lo confirmó. No existe
en estos textos ni en otros de la época la mención del concepto
de raza.
Pero busquemos un poco más en profundidad. Quijano muestra
dos concepciones sobre lo que incluiría la raza, que son disímiles
y que pertenecen a diferentes épocas históricas. La concepción
biológica en la idea de raza es muy posterior a 1492. Es una idea
conformada incipiente y marginalmente a partir de la Ilustración.
Deberemos esperar hasta el siglo XIX para que sea una idea
relativamente central dentro del desarrollo de las nacientes
ciencias sociales. Dice Marvin Harris al respecto: “aunque la
actividad intelectual del siglo XVIII se interesara profundamente
por la evolución, el racismo científico siguió siendo hasta después
de la Revolución francesa el punto de vista de una minoría”.22
Por consiguiente, pensé que quizá Quijano se refiriera a la idea
de evolución sociocultural, sin justificación biológica, como
forma de concepción nacida con la llegada de los europeos a
América. Pero esto tampoco es sostenible: la idea está presente
en el pensamiento occidental desde mucho antes del ingreso de
América a la “episteme” europea. Podemos rastrear esta forma
de concepción del devenir histórico hasta los griegos. Como
expusiera Harris:
En realidad, en la cuestión de la evolución sociocultural
la Ilustración se limitó a volver a colocar en una posición
intelectualmente respetable una doctrina existente desde
muy antiguo. Todo el pensamiento evolucionista de la
Ilustración delata la influencia de Lucrecio, el gran poeta
y filósofo materialista romano del siglo I d.C. En su poema
De la naturaleza de las cosas, Lucrecio, que se inspiraba en
otras ideas evolucionistas aún más antiguas, las expresadas
por el griego Epicuro, alcanzó un nivel de comprensión de
la evolución sociocultural y biológica que no sería igualado
Con la formación de América se establece una categoría
mental nueva, la idea de “raza”. Desde el inicio de la conquista,
los vencedores inician una discusión históricamente
fundamental y sobre si los aborígenes de América tienen
“alma” o no; en definitiva si tienen o no naturaleza humana.
[…] Desde entonces, en las relaciones intersubjetivas y en las
prácticas sociales del poder, quedó formada, de una parte, la
idea de que los no-europeos tienen una estructura biológica
205.
19
A. Quijano, op. cit., p. 206.
20
A. Quijano, “¡Qué tal Raza!”, en Ecuador debate n.º 48, diciembre de
1999, p 141.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
21
A. Quijano, “‹Raza›, ‹etnia› y ‹nación› en Mariátegui. Cuestiones abiertas”,
en Cuestiones y horizontes…, op. cit., p. 759.
22
Marvin Harris, El desarrollo de la teoría antropológica. Historia de las
teorías de la cultura. Madrid, Siglo XXI, 1979, p. 71.
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hasta dieciocho siglos más tarde.23
Según mis investigaciones, lo que podemos observar como
proceso histórico es más bien cómo los europeos, en especial
los españoles, aplicaron en el continente americano a su llegada
diferente ideas e instituciones que acompañaban a esas ideas
y que tenían un arraigo muy fuerte dentro de Europa desde
mucho antes de que apareciera América en su radar. Así vemos
que la denominación de “indios” no es una “invención racial”. Es
producto de la confusión geográfica de las nuevas tierras con
la India. Con el tiempo, esta denominación adquiere rasgos y
justificaciones que tienen que ver con la concepción del mundo
europeo, que estaba en plena transición, desde el predominio
de la visión teológica hacia la conformación científica. Transición
que dura, al menos, trescientos años. De allí que los primeros
debates fueran sobre la posesión de almas o que se viera a los
“indios” como el “hombre natural”. Fijémonos que ya Lucrecio, en
el siglo I d.C, es decir catorce siglos antes de América, planteaba
que:
Los primeros hombres eran como brutos, más toscos que los
hombres modernos, con huesos más gruesos, con músculos
más robustos, menos afectados por los rigores del clima. En
un principio, los hombres vivían como bestias, sin arado y sin
útiles de hierro con los que trabajar en los campos, plantar y
cortar los árboles. Aquellos primeros hombres no comían más
que lo que el sol y la lluvia les querían dar; no tenían ropas ni
construían viviendas permanentes, sino que se refugiaban en
cuevas y abrigos hechos con ramas.24
Esta es la visión que se desenvuelve en los primeros años de la
conquista. Tampoco las instituciones que Quijano entiende como
“raciales” son la consecuencia de la colonización de América. Son
de hecho la aplicación de las relaciones sociales europeas de
ese momento, en las cuales predominaba la sociedad dividida en
castas. De esta forma se pueden comprender las diferenciaciones
entre los españoles “puros” y los “no puros” (cristianos - no
cristianos, europeos - no europeos), que en el ideal de la época,
es decir en la episteme de la época, hacía referencia a los
“cristianos viejos” en oposición a los conversos, devenida de las
luchas religiosas que afectaban gran parte del mundo europeo de
entonces. Por ese motivo, la importancia que muchos daban a la
posibilidad de “conversión” de los indígenas.
Separemos las cosas. Bajo ningún punto de vista estoy negando
que los europeos llegados a estas tierras hicieran desmanes
muchas veces justificando los mismos con argumentos de la
“superioridad” racial o cultural. Pero lo que estamos haciendo,
como se propone Quijano, es construir una nueva episteme, la
23
Ibídem., p. 23.
24
Ibídem., p. 24.
Dossier | Discutir la decolonialidad
misma debe tener en cuenta la gran complejidad del proceso
histórico y ser capaz de dotar de adecuado sustento empírico a
sus afirmaciones teóricas. Varias corrientes que Quijano no duda
en denominar como eurocentradas y coloniales ya han hecho
simplificaciones que han costado mucho a las ciencias sociales,
y han llevado a la toma de decisiones políticas erróneas por
partir de una comprensión inexacta de la realidad, basada en
simplificaciones. De hecho, es la crítica más fuerte que el mismo
autor le hace al materialismo histórico, por caso.
Para criticar la “episteme eurocéntrica” es necesario conocerla
a fondo, sin simplificaciones banales, ya que esto nos confunde
más, nos coloniza más. Debemos ser más, no menos, meticulosos
a la hora de plantear críticas y asumir la responsabilidad de “crear
una nueva episteme”, tal como lo pretende el autor. Porque de
lo contrario, tales simplificaciones nos pueden jugar en contra.
Si la idea de raza se comprende como Quijano la plantea, ¿no se
podría sostener acaso que los incas eran racistas? ¿Y los aztecas?
De igual manera, no debemos desconocer que dentro de la
misma Europa siempre hubieron voces disonantes a estas
conformaciones epistémicas que Quijano critica, y a las
cuales no reconoce, como también siempre hubo voces y
acciones disidentes respecto a las atrocidades cometidas por
quienes detentaban el poder, a lo largo de todo el proceso de
mundialización que comenzó, éste sí, en el siglo XVI. Sólo para
poner un ejemplo de lo que planteo veamos qué opinión tenía
Helvetius (y Locke) de lo que comenzaba a tomar forma como el
evolucionismo biologicista:
Locke y yo decimos: la desigualdad de los espíritus es el efecto
de una causa conocida. Y esta causa está en las diferencias
de educación […] Todo, pues, en nosotros es adquisición. […]
Nuestro conocimiento, nuestros talentos, nuestros vicios
y virtudes y nuestros prejuicios y caracteres […] no son, en
consecuencia, efecto de nuestros diversos temperamentos
hereditarios, Nuestras pasiones mismas no dependen de ellos.
[…] He probado que la compasión no es ni un sentido moral
ni un sentimiento innato, sino el simple efecto del egoísmo,
¿Qué se sigue de esto? Que es un mismo amor, diversamente
modificado según la diferente educación que recibimos y
según las circunstancias y las situaciones en que la suerte nos
ha colocado, el que nos hace humanos o insensibles.25
Por último, para cerrar con el tema de la racialidad es
imprescindible llamar la atención sobre otro de los puntos que
me parecen de mayor trascendencia. La importancia de África en
la constitución del racismo. No podemos desconocer que, en los
siglos XVIII y XIX, es cuando se produce un incremento de la trata
negrera, momento en el cual aparece fuertemente la idea de raza
para justificar la misma, junto a la colonización del continente
africano y sus poblaciones. Poner el énfasis de la idea de raza
25
Cit. en Ibídem., p. 34
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en América invisibiliza este proceso. No se trata de ver quién ha
sufrido más, sino de lograr comprender los procesos históricos
con todas sus complejidades y contradicciones. Y no debemos
perder de vista que las “teorías seudocientífcas de las razas
biológicas [surgen para] demostrar la existencia de diferencias
entre las razas desde el punto de vista físico y mental, con el fin
de justificar el mercado de personas”.26 No sólo América ha sido
víctima de la opresión por parte de ciertas élites europeas a lo
largo de la historia, también lo han sido África, Asia, Oceanía y la
misma Europa.
es un planteamiento fragmentario que simplifica terriblemente
la historia. Historia que no empieza en 1492 y para lograr una
comprensión de la importancia de los acontecimientos, debemos
tener presente el complejo marco de relaciones mundiales que
existía antes de la mundialización de las relaciones sociales.
Mundialización que comienza en el siglo XV no por el ingreso de
América al imaginario europeo, sino porque en ese momento una
parte de Europa tuvo los avances tecnológicos y militares que
le permitieron explorar lo mares como nunca antes ningún otro
pueblo había podido hacerlo y llegar así tanto a América como
a la parte sur de África y a islas antes inexploradas, ocuparlas y
colonizar a sus poblaciones:
La episteme eurocentrada
A esta altura del análisis del pensamiento de Quijano era
creciente en mí el cuestionamiento en lo referente a la propuesta
que éste desarrolla. Dos de los grandes núcleos de la teoría no
tenían suficiencia ni en los procesos históricos ni en la historia
del pensamiento. En su afán de hacer una generalización que
explicara las diferencias raciales, Quijano mezclaba muchas cosas,
quizá demasiadas, sin una fundamentación que pudiera servir de
base. De hecho, es muy difícil encontrar esas argumentaciones,
ya que la mayoría de sus escritos son artículos relativamente
cortos, de extensión inadecuada para un abordaje profundo de
los complejos temas que trata. Por lo general, su estrategia
argumentativa es hacer fuertes afirmaciones y luego citar un
artículo en el cual ese tema supuestamente está desarrollado.
Es cierto que en los artículos señalados se debaten esos temas.
Pero, insisto, no con la profundidad que ameritan discusiones
que pretenden romper con las lógicas de conformación de
conocimiento y rediscutir la explicación de procesos históricos
profundos y prolongados en el tiempo.
En la perspectiva de Quijano, todo surge en el siglo XV. La
colonialidad, el nuevo patrón de poder, el capitalismo, la
modernidad y la episteme eurocentrada. Uno de los principales
problemas con este enfoque es que el mundo aparece como
si no hubiera tenido historia antes del ingreso de América al
imaginario europeo. Es, si se me permite la expresión, una forma
distorsionada de eurocentrismo, porque lo trascendental sigue
siendo el ingreso de América al mundo europeo. Sin embargo,
esta forma de encarar el proceso histórico desconoce que si bien
es innegable que la llegada de los europeos al continente, y todo
lo que acontece después, modifica al mundo en variados sentidos,
debemos tener presente que las instituciones y las relaciones no
se “inventan” allí. Jamás Quijano hace referencia a los procesos
anteriores a la llegada de los europeos a América. Una mente
incauta puede quedar enceguecida con su planteamiento. Pero
26
Sandra Morales Fundora, El negro y su representación social
(Aproximaciones a la estructura social cubana actual), La Habana,
Editorial de Ciencias Sociales, 2001, p. 5.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Que la expansión atlántica sólo podían protagonizarla los
países marítimos del suroeste de Europa, es una evidencia
avalada por la acumulación de conocimientos cosmográficos,
el desarrollo de las artes cartográficas y la notable evolución
de conocimientos técnicos en el arte de marear, entre los
que el descubrimiento de la carabela representaría un avance
sustancial en el dominio de la navegación a vela que llevaría
a los nautas de su tiempo a abrir nuevas rutas oceánicas.27
Comprender esto nos ayuda a entender por qué las cosas
sucedieron de una forma y no de otra. La historia no siguió
un camino pre-escrito, como el presente no sigue un único
destino posible. Esta concepción nos permite comprender la
conformación de las relaciones sociales que se expresan en
instituciones y en valores, sean morales o culturales. Quiero
decir con esto que la investigación histórica busca las diferentes
causas por las cuales los hechos acontecieron de una forma y
no de otra. Sea que los historiadores adhieran a una teoría
explicativa, que busquen una comprensión o solamente se
queden en la descripción, mayoritariamente en la actualidad, y
ya desde los años 80 del pasado siglo, se ha logrado quebrar la
visión positivista. Aquella que, entre otras cosas, planteaba que
la historia había sido de una manera y no podría haber sido de
otra. En realidad, hace décadas que, cuando miramos al pasado,
lo que pretendemos es entender los diferentes factores que
actuaron para la conformación actual de las sociedades.
Esta complejidad que tiene el análisis histórico queda en manos
de Quijano desecha porque su planteamiento queda entrampado
en esa lógica de pensamiento positivista del siglo XIX, en la cual
se pensaba que las cosas no podrían haber sido de otra forma.
Más de una vez, sus argumentos van en este sentido. Y sabemos
por la experiencia histórica justamente que esta forma de encarar
la reconstrucción de nuestro pasado es muy sesgada y nos lleva a
errores de interpretación. Cuando uno analiza de forma sesgada
el pasado, conforma muchas veces un análisis igual de sesgado
27
José Antonio Armillas, “Descubrimiento y contacto con otros mundos”,
en Alfredo Floristán (coord.), Historia moderna universal, Barcelona,
Ariel, 2015, p. 29.
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para el presente. Debemos buscar en el pasado los diferentes
factores que actuaron para que los acontecimientos tomaran el
rumbo que tomaron y no otro. A esto se refieren los epígrafes
elegidos para este escrito. Si comprendemos esto, podremos
tener una mirada más liberadora.
De acuerdo con esto, es importante resaltar que si bien Quijano
intenta romper con la episteme moderna eurocentrada y pone
a América como el centro en sus escritos, siempre hay mayor
referencia a los procesos que acontecieron en Europa que a cómo
se vivía y vivió la llegada de los europeos desde los diferentes
pueblos que habitaban con anterioridad el continente. Parecería
ser que las consecuencias del “actual patrón de poder”, como
denomina a las formas que han tomado las relaciones sociales
desde el siglo XV, tienen que ver con el “poder” que tuvo Europa
para imponerse cuando, en realidad, hubieron muchísimos
factores que influyeron en el trascurso de los cinco siglos que
el autor intenta analizar. Por caso, si no comprendemos los
funcionamientos sociales que predominaban entre las sociedades
que habitaban este continente, no podemos comprender por qué
la llegada de cientos de hombres tuvo el poder de dominar a
millones. Y se idealiza el pasado americano, como sociedades sin
conflictos, con mejores ideales, que tenían mejores valores que
los europeos. Pero éstos, al estar conformados con la “avaricia”
de la dominación en base a su creencia de superioridad, lograron
dominar el resto del mundo. Desconocer, por ejemplo, que
en cuestiones tecnológicas los europeos tenían superioridad
respecto a los pueblos americanos es necesario, ya que si sólo
terminaron dominando por “su creencia”, por su “episteme”
en la superioridad, indicaría que los pueblos que habitaban el
continente no tuvieron ninguna resistencia en aceptar esa
inferioridad de la cual estaban convencidos los europeos.
La historia del continente americano es rica y compleja, incluso
desde antes de la llegada de los europeos. Quijano, empero, así
como excluye la historia de Europa antes del siglo XV, excluye
la historia de los pueblos americanos antes de la llegada de
los europeos. Lo mismo pasa con los pueblos africanos. Hay
que conocer su historia para comprender por qué los europeos
pudieron establecer el colonialismo en el siglo XIX. Decir que
sólo fue por la superioridad tecnológica (cuestión que Quijano
nunca analiza y es muy importante cuando esa tecnología se
expresa en armas) o que fue porque los europeos ubicaron como
raza inferior a los africanos, es simplificar el proceso y terminar
cayendo en una forma más de lo que él pretende denominar como
eurocentrismo. Debemos tener en cuenta que el racialismo fue
una forma de justificar hechos que efectivamente surge después
de la dominación, no antes. Sin duda, es una herramienta eficaz
una vez que ya, con la violencia de las armas o con la imposición
de sus valores, el europeo ha ingresado en otras sociedades. En
este sentido, Quijano confunde constantemente la causa con el
efecto.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Pero no me quiero ir de tema, la simplificación histórica del
autor me apremia. Empero me quiero centrar en la cuestión
de la episteme moderna eurocentrada. Una y otra vez, Quijano
mantiene la idea de una episteme europea que tiene supuestos
en común y que se empezaría a conformar en el siglo XV y se
mantendría, reformulándose pero sin cambiar sus principales
características, hasta la actualidad. Aquí hay que especificar
las pretensiones de un escrito universitario, ya que Quijano no
está escribiendo por fuera de los ámbitos académicos,28 sino
justamente desde sus centros (digo centros y no periferias, ya
que numerosos artículos suyos han sido publicados en Estados
Unidos, Francia e Italia, es decir en los centros propiamente
dichos de producción del conocimiento). Esto requiere que se
identifiquen los parámetros a partir de los cuales se va a llevar
adelante la discusión. Porque es sabido que no es lo mismo hacer
ciencia social que filosofía, por caso.
En este aspecto Quijano es confuso porque en su afán de tener en
cuenta cosmovisiones otras, habla constantemente de saberes.
Pero saberes incluye una infinidad de temas muy problemáticos
que no son en realidad problematizados.29 Es innegable que
cada sociedad tiene su cosmovisión (incluso puede tener varias),
sus conocimientos respecto a la medicina natural y a todo lo
que la rodea, y que también tiene algún tipo de “explicación”,
si se quiere, del funcionamiento del mundo y de las relaciones
sociales. Pero también es sabido que esas cosmovisiones no
buscan la comprensión o explicación de la misma forma que lo
busca el “saber” científico. Por mucho que respetemos a otras
cosmovisiones, no podemos negar ni la especificidad ni los
logros relativos que el pensamiento científico ha generado a la
humanidad. Es a partir de esta forma de concebir el conocimiento
que se encontraron las vacunas para muchas enfermedades
que con anterioridad han hecho estragos en la historia de la
humanidad, que se ha logrado explorar el universo y que se han
desarrollado todo tipo de herramientas que facilitan la vida del
ser humano. Esto no significa que otras formas de conocimiento
no sean válidas o que sean inferiores. Simplemente significa
que son distintas. La exactitud que otras formas de adquirir
28
Es diferente el caso, por ejemplo, del Subcomandante Marcos. Sus
escritos, no tienen pretensiones académicas, sino que buscan visibilizar
otras cosmovisiones y la forma en que los pueblos de la Selva Lacandona
han vivido la historia. Sería erróneo entonces acusarlo de que no respeta
las reglas del campo intelectual. El caso de Quijano, sin embargo,
es diferente, porque él sí pretende discutir la ciencia y la filosofía, la
construcción del conocimiento académico o intelectual. Pero no se
ciñe a ninguna de las reglas que en él imperan en cuanto a la forma de
construir conocimiento. En cambio, nunca cuestiona el funcionamiento
del campo académico. Su vida intelectual transcurre en congresos
realizados en los grandes centros de hegemonía del conocimiento
y en la publicación de artículos en lugares “reconocidos” por otros
intelectuales. Y su participación política, cuando la tuvo, estuvo centrada
dentro del marxismo, del que después busca “desprenderse”, pero no
estuvo centrada en la lucha de los pueblos indígenas. Su cosmovisión
siempre fue occidentalista, inclusive cuando intenta salirse de ella.
29
Hablo de problematizado en el sentido de buscar el porqué. La ciencia
problematiza porque además de intentar responder al qué, al cuándo y
al cómo, busca además responder al porqué.
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conocimiento han logrado respecto al movimiento del universo,
por ejemplo, aún sigue sorprendiendo a los científicos. Pero es
innegable que la ciencia es la que ha permitido, por ejemplo, la
revolución comunicacional a partir del envío de satélites a la
atmósfera Que este pensamiento científico se haya desarrollado
en Europa antes que en otros lugares, es algo a explicar, no algo
a condenar. Otra cosa muy distinta es que discutamos el uso que
se hace del conocimiento científico. La ciencia no es ni mala ni
buena, lo malo o bueno son los usos (y abusos) que hacemos
de ella.
Además, dentro de la categoría “saberes” no sólo nos encontramos
con otras cosmovisiones, sino también con lo que podemos
denominar “sentido común” u “opinión”, como se ha identificado
a este tipo de saber desde Platón a nuestros días. La doxa se
diferencia de la episteme, o el saber más específico, porque este
último busca una reflexión y conocimiento sistemático respecto
de lo que quiere conocer.30 Han transcurrido dos milenios,
desde la exposición del gran filósofo griego y ha habido varias
complejizaciones respecto al conocimiento que podemos
denominar episteme.
Asimismo, hay que identificar si se pretende un conocimiento
científico o filosófico, ya que cada uno aborda problemáticas
distintas, tiene formas de abordajes de esas problemáticas que
son particulares y propone un vocabulario específico. Quijano no
parece tener en cuenta estas diferencias y en sus escritos siempre
aparece una mezcla de lo que es el saber filosófico y el saber
científico. No sólo en tanto a sus propuestas, sino más bien en la
discusión que plantea de ciertos pensadores. Para él, Descartes,
Hegel, Marx, Locke, Newton, Spinoza, todos ellos, forman parte
de la episteme eurocentrada moderna en el mismo nivel, cuando
en realidad lo único que podemos decir que tienen en común,
si analizamos sus campos de pensamiento y el desarrollo de
sus propuestas, es que nacieron en Europa. Igualmente, no
desconocemos que éste es un tema muy discutido, pero, a pesar
de ello, podemos marcar algunas diferencias entre el saber
científico y el filosófico. Insisto en ello porque muchas veces las
afirmaciones que hace Quijano respecto a un proceso histórico,
por ejemplo, no tienen sustento fáctico, sino más bien parecen
sustentarse en supuestos filosóficos e incluso metafísicos. Más
adelante retomaré esta cuestión con ejemplos concretos. Pero es
necesario hacer primero algunas distinciones.
La ciencia es un saber que se basa en supuestos, no discute la
existencia de lo que analiza. Por ejemplo, la física da por supuesto
la existencia del movimiento, las ciencias sociales dan por
supuesto la existencia de relaciones sociales que se transforman
en el devenir de la historia y dan por supuesto la existencia
de personas que interactúan de formas complejas al tiempo
30
Un interesante texto sobre la diferencia entre conocimiento científico y
sentido común puede hallarse en Ernest Nagel, “La ciencia y el sentido
común”, La estructura de la ciencia, Buenos Aires, Paidós, 1978.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
que buscan comprender o explicar estas complejas formas
de relación. Puede no haber acuerdo en si esas relaciones las
podemos denominar como “sociedad”, “cultura” o “civilización”, si
conforman totalidades con las sumas de sus partes, si se pueden o
no separar en partes, si esas relaciones las llevan a cabo “sujetos”,
“individuos” o “gentes”. Pero no hay duda de que las relaciones
existen y que forman ciertas pautas de comportamiento. La
filosofía, en cambio, se pregunta por esos supuestos y es sobre
ellos que va a ir desarrollando a lo largo del pensamiento
filosófico diferentes respuestas a estos cuestionamientos. Se
pregunta si realmente existen las relaciones, si existe la “realidad”,
si existe el devenir. Otra de las diferencias entre saber filosófico
y saber científico es que el científico es un saber acumulativo
mientras que el filosófico es un saber no acumulativo, esto ha
llevado a que se puedan plantear concepciones filosóficas que
tienen fundamentos completamente distintos, como el idealismo
y el realismo, o el empirismo y el racionalismo. Por último, cabe
mencionar que la ciencia es un saber que busca, y necesita,
la comprobación empírica, o fáctica en el caso de la historia
por ejemplo, y que el saber filosófico es un saber que puede
desarrollarse prescindiendo totalmente de ello, ya que puede ser
sólo desarrollo especulativo, y por ello mismo indemostrable. Es
en este último punto en el que, entiendo, Quijano tiene mayor
confusión.
Por otra parte, si nos planteamos dentro del conocimiento
científico (lugar que ocupa la sociología, desde donde escribe
Quijano), debemos además ser claros: ¿buscamos comprender,
describir, explicar? No se trata de lo mismo. Nuevamente,
cada elección intelectual tiene particularidades específicas.
La sociología se posiciona dentro de las ciencias sociales
que buscan una explicación del mundo, no sólo una mera
descripción ni específicamente una humanística comprensión. Y
por último, si no estamos de acuerdo con todo este complejo
abanico intelectual que se ha ido desplegando, con incontables
variables, a lo largo de dos mil años, deberíamos al menos
desarrollar una argumentación sobre por qué ninguna de esas
formas de acceso al conocimiento nos parecen adecuadas
para lo que se quiere presentar, y dar a conocer la propuesta
epistémica. Lamentablemente, a lo largo de los escritos de
Quijano se confunde descripción con explicación, comprensión,
fundamentos filosóficos y determinismos históricos. Vuelvo aquí
a utilizar un ejemplo anteriormente mencionado. El inicio de
“todo” en 1492. Esta afirmación parece más bien estar fundada
en una concepción metafísica, como cuando Hegel habla del
Espíritu Absoluto como la consecuencia del devenir histórico,
pero aplicada al pasado, más que en hechos factuales, al menos
en su forma argumentativa.
Retomo nuevamente uno de los puntos trabajados con
anterioridad, la idea constante en Quijano respecto a que algunos
acontecimientos históricos no podrían haber sido de otra forma.
Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Un grave error, ya que ni en las ciencias sociales, ni mucho menos
en la filosofía, tenemos leyes absolutas que nos permitan tales
aseveraciones. Así, se confunde lo que se debe explicar, en este
caso el porqué en Europa en un momento dado de la historia
se conforma el capitalismo, con la idea de que una pretendida
superioridad europea metafísica hizo que los procesos fueran de
esa forma y no podría haber sido de otra.
Un ejemplo de esta forma de encarar lo histórico, es decir de
entender que las cosas no podrían haber sido de otra manera,
lo encontramos cuando Quijano habla de la constitución de la
modernidad europea:
¿Cómo se podría imaginar, sin América, el advenimiento de
la peculiar utopía europea de los siglos XVI y XVII en la cual
ya podemos reconocer los primeros signos de una nueva
racionalidad, con la instalación del futuro como reino de la
esperanza y de la racionalización, en lugar de un omnipresente
pasado […]?.31
Aquí nuevamente cae en un error, ya que no tiene en cuenta el
pasado del pensamiento europeo. Los ideales de sociedades que
funcionen de una forma más justa que las que están viviendo
quienes desarrollan sus pensamientos se pueden rastrear en
la Grecia clásica. Justamente La república de Platón es una
propuesta de cómo debería funcionar una sociedad regida por los
valores del bien y de la justicia. Además de ello, uno de los mitos
que más ha sido desarrollado en el imaginario de Occidente, el
mito de la Atlántida, también puede leerse en este sentido.
Del mismo modo, la idea de que “sin el nuevo lugar del futuro en
el imaginario de la humanidad, la mera idea de modernidad sería
simplemente impensable”32 es al menos muy discutible, ya que
justamente la idea de modernidad históricamente ha denotado
una ruptura con el pasado, con lo “antiguo”, más que una visión
utópica de futuro.
El término moderno ha realizado un largo camino. […] La
palabra latina modernus fue usada por primera vez en el siglo
V para distinguir el presente, ya oficialmente cristiano, del
pasado romano pagano. Con diversos contenidos “moderno”
expresó una y otra vez la connivencia con una época que se
mira así misma en relación con el pasado, considerándose el
resultado de una transición desde lo viejo hacia lo nuevo […].
El modernismo romántico quiso oponerse a los viejos ideales
de los clásicos; buscó una nueva era histórica y la encontró en
la idealización de la edad media.33
31
A. Quijano, Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina, Quito,
Sociedad y política, 1988, p. 12.
32
A. Quijano, op. cit., p. 12.
33
Jürgen Habermas, “Modernidad: un proyecto incompleto” en Nicolás
Casullo (comp.), El debate modernidad-posmodernidad, Buenos Aires,
Retórica, 2004.
Dossier | Discutir la decolonialidad
La episteme moderna
Como vimos en el apartado anterior, Quijano nunca termina de
explicitar qué es lo que concibe como episteme o epistémico.
Sin embargo, mayoritariamente, esta enunciación va de la mano
con la idea de modernidad o moderno. Así habla de episteme
moderna. Veamos qué es lo que Quijano entiende por moderno.
Es importante rescatar que los primeros textos en los cuales
se dedica a esta cuestión son de finales de la década del ’80
del pasado siglo. Justamente una época en la que este tema
está en auge, gracias al debate que se da entre “modernos” y
“posmodernos”, momento en el que esta segunda corriente
filosófica comienza a tener una fuerte presencia en los ámbitos
intelectuales.
En el pensamiento de Quijano, el concepto de modernidad
es definido de forma bastante ambigua. En los escritos más
recientes, el autor plantea que:
Desde el siglo XVII, […] fue elaborado y formalizado un modo
de producir conocimiento que daba cuenta de las necesidades
cognitivas del capitalismo: la medición, la cuantificación, la
externalización (objetivación) de lo cognoscible respecto del
conocedor, para el control de las relaciones de las gentes con
la naturaleza, y entre aquellas respecto de ésta, en especial
de la propiedad de los recursos de producción.34
Pero, para el autor, no se puede comprender ese “paradigma
moderno” sin tener en cuenta la racionalidad surgida del mismo.
Aquí nos encontramos con que, si desde el vamos es difícil
identificar qué es lo que el autor denomina como “modernidad”,
más aún lo es entender qué es lo que entiende por racionalidad.
De hecho, Quijano parece mezclar dos concepciones. Por un lado,
rastrea el surgimiento de la racionalidad/modernidad y pone
como punto de partida ahistóricamente el desarrollo que hace
Descartes en la filosofía. En el mismo escrito en el que introduce
la idea de colonialidad, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”
–ya trabajado en un apartado anterior–, sintetiza una de sus
concepciones de racionalidad. Citaré en extenso, pues me parece
importante analizar el pasaje:
En primer término, en ese presupuesto, “sujeto” es una
categoría referida al individuo aislado, porque se constituye
en sí y ante sí mismo, en su discurso y en su capacidad
de reflexión. EI “cogito, ergo sum” cartesiano significa
exactamente eso. En segundo termino, “objeto” es una
categoría referida a una entidad no solamente diferente
al “sujeto/individuo”, sino externo a él por su naturaleza.
Tercero, el “objeto” es también idéntico a sí mismo, pues es
34
A. Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, op. cit., p. 286.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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constituido de “propiedades” que le otorgan esa identidad, lo
“definen”, esto es, lo deslindan y al mismo tiempo lo ubican
respecto de los otros “objetos”.
Lo que está en cuestión en ese paradigma, es, primero,
el carácter individual e individualista del “sujeto”, que
como toda verdad a medias falsea el problema al negar
la intersubjetividad y la totalidad social, como sedes de
la producción de todo conocimiento. Segundo, la idea de
“objeto” no es compatible con el conocimiento a que llega la
investigación científica actual, según el cual las “propiedades”
son modos y momentos de un dado campo de relaciones, y en
consecuencia no hay mucho lugar para una idea de identidad,
de originalidad ontológicamente irreductible, al margen de un
campo de relaciones. Tercero, la exterioridad de las relaciones
entre “sujeto” y “objeto”, fundada en diferencias de naturaleza,
es una exacerbación arbitraria de las diferencias, puesto que
la investigación actual llega más bien al descubrimiento de
que hay una estructura de comunicación más profunda en el
universo.35
En primer lugar, es inadecuado el intento de sintetizar en tan
pocas líneas el desarrollo filosófico de Descartes, como el de
cualquier otro pensador que, por diferentes motivos, ha pasado
a formar parte de la historia. En segundo lugar, la propuesta no
está situada. Nuevamente, se desconoce el contexto en el cual
Descartes está planteando esta problemática, como también con
quiénes está discutiendo y cuáles son sus intenciones. Y todo
ello se mezcla con los usos que, en algunos casos, se han hecho
de la teoría. Responsabilizar a Descartes de todas las implicancias
que sin mayores argumentos le atribuye Quijano, puede seducir a
quienes desconocen el campo específico del desarrollo filosófico,
como me aconteció a mí misma en un momento. Pero nomás
me introduje en los debates de la filosofía, lamentablemente
observé que nuevamente sus postulados no tenían forma de ser
aceptados. Lamentablemente, y creo que es una de las fortalezas
que ha sostenido a las propuestas de Quijano, es tal el punto de
simplificación que hace que desarmar ese entramado me llevaría
a tener que hacer un comentario extenso del contexto y del
desarrollo del pensamiento filosófico cartesiano, lo cual excede
ampliamente el objetivo de este trabajo.
Y es en este punto en el que quedamos entrampados. Recuerdo
que, cuando sin tener el conocimiento sobre estos temas que
tengo en la actualidad, discutía con personas que criticaban
el planteamiento de Quijano, yo resolvía la discusión muy
fácilmente. Convencida, como estaba, de que el autor sabía de
lo que escribía, acusaba a mi interlocutor de que su falta de
empatía y su incomprensión del planteamiento eran causados
por su colonización epistémica. Después de varios años de
seguir formándome, me encantaría seguir sosteniendo esa
35
A. Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, op. cit., pp. 14-15.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
postura, pero si quiero ser honesta, no puedo. Es tan grave,
tan –paradójicamente– compleja la simplificación que realiza
Quijano que es difícil demostrar sus errores. Lamentablemente,
es aquí donde utiliza lo que supuestamente critica, el privilegio
epistémico. Al ser un intelectual reconocido por diferentes
centros de poder, su palabra tiende a la sacralización. Ninguna
persona dudaría de que sus afirmaciones están sostenidas por
serios análisis de las cuestiones que se encarga de debatir, porque
justamente pertenece a la élite intelectual. Una persona que no
se dedica a la cuestión puede entender que su planteamiento es
verdadero y poner a cualquiera que se atreva a criticarlo en el
lugar de “epistémicamente colonizado”, más si en esas críticas es
necesario defender a los pensadores que él critica. Si defiendo a
Descartes, me acusarán de estar colonizada. Pero quien quiera oír
que oiga: Descartes es mucho más que lo que plantea Quijano, y
sus críticas destrozan a un hombre de paja.
Retomemos lo que había planteado como una ambigüedad
de Quijano a la hora de definir la modernidad/racionalidad
eurocentrada. Vimos, por un lado, que constantemente hace
enunciados situando su surgimiento en el siglo XV: “En 1492, con
el nacimiento de América y de Europa, del capitalismo y de la
modernidad”;36 “América Latina, […] es un sujeto fundamental
de la historia de los últimos 500 años. Con la constitución
de lo que hoy llamamos América, se constituye también el
capitalismo mundial y comienza el período de la modernidad”;37
más aún: “Con la constitución de América (Latina), en el mismo
momento y en el mismo movimiento histórico, el emergente
poder capitalista se hace mundial, […] y como ejes centrales
de su nuevo patrón de dominación se establecen también la
colonialidad y la modernidad”.38 Pero vemos que, cuando busca
definirla, la sitúa en el siglo XVII, como en la cita que está al
principio de este apartado. Vemos entonces una incongruencia
del recorte histórico, ya que entre uno y otro momento pasaron
ni más ni menos que casi doscientos años.
Por otro lado, Quijano sitúa como uno de los puntos fundantes
de ese pensamiento moderno/racional a la filosofía cartesiana.
En otro de sus escritos en que se encarga del tema sostiene:
En el proceso de producción de la modernidad, la idea de
racionalidad inherente a ella no significaba lo mismo, en cada
uno de sus centros productores y difusores en Europa. De
manera simplificada, en los límites de este trabajo, podría
señalarse que en los países del norte o sajones, la idea
predominante de racionalidad se vincula, desde la partida,
fundamentalmente a lo que desde Horkheimer se conoce
ahora como la razón instrumental. Es ante todo, una relación
36
A. Quijano, “América Latina en la economía mundial”, op. cit., p. 2005.
37
A. Quijano, “El trabajo al final del siglo XX”, Cuestiones y horizontes…,
op. cit., p. 271.
38
A. Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, op. cit., p. 286.
Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
entre fines y medios. Lo racional es lo útil. Y la utilidad
adquiere su sentido desde la perspectiva dominante.39
Puedo decir que donde más ha predominado la “racionalidad
instrumental” a la que hace referencia Horkheimer es en el
empirismo filosófico, uno de cuyos exponentes principales
es Hume, quien hace su obra justamente discutiendo con el
racionalismo filosófico que había presentado Descartes y que
dará lugar al positivismo lógico del siglo XX.
Vemos aquí una mezcla de diferentes formas de pensamiento
desarrollada en Europa y que, cuando uno se sumerge en ellas,
cuesta mucho ver por qué el autor las presenta como si fueran
de una misma raigambre o como si hubiesen dado un mismo
resultado, más porque no desarrolla –siempre por falta de
espacio– cómo va uniendo sus propuestas epistémicas. En el
caso de la anterior cita, se fusionan fuertemente dos corrientes
filosóficas antagónicas que se desarrollaron durante los primeros
años de lo que el autor denomina modernidad.
Veamos otra de las generalizaciones que plantea Quijano
cuando habla de un invento suyo, el “empirismo atomista”.
Lamentablemente, nunca explica a qué se refiere con estos
conceptos que no tienen existencia como teorías o paradigmas
más allá de su propia mente. Es necesario hacer un excesivamente
breve recorrido, solamente enunciado, de los cambios en el
pensamiento occidental para comprender la equivocación
del planteamiento expuesto. Debemos tener en cuenta que
es a partir de Kant –de quien Quijano no se ocupa– que se
diferencia con mayor intensidad las formas de conocimiento
que se van a ir desarrollando. De su planteamiento referente a
cómo se conforma el conocimiento se desprende la versión más
acabada del idealismo en Hegel y luego las críticas de Nietzsche,
Heidegger y Foucault, por sólo nombrar algunos de los filósofos
que seguirán debatiendo estos presupuestos. Asimismo, se
sentarán las bases, a partir de los neokantianos y la Escuela
de Viena, de lo que se conocerá como positivismo y que en las
primeras décadas del siglo XX se denominará positivismo lógico.
Por último, se desprenderá de todo este andamiaje el marxismo
haciendo una fuerte crítica al idealismo hegeliano y presentando
una forma histórica de analizar las relaciones sociales en tanto
relaciones entre los seres humanos y la forma de materializar
los valores que en ellos predominan en cada momento histórico
particular. Como vemos, el escenario es muy complejo y no se
puede reducir a “una episteme moderna eurocentrada”.
Las corrientes aunadas bajo un mismo concepto –episteme
moderna eurocentrada– poseen en realidad disímiles supuestos
filosóficos, diferentes prescripciones metodológicas, distintas
39
A. Quijano, Modernidad, identidad y utopía en América Latina, op. cit.,
p. 57.
Dossier | Discutir la decolonialidad
bases teóricas, incompatibles posiciones políticas y muy
amplias implicaciones ideológicas. ¿Qué hay de común en todas
ellas? Poco y nada. Aunque claro, regularmente pensaron a
partir del mundo que les resultaba más familiar, y por ello en
innúmeras ocasiones tendieron a universalizar erradamente
(considerando universal cosas que en realidad no lo eran), a
particularizar sin mayor sustento (atribuyendo a Europa, por
ejemplo, características que compartían con otras culturas o
civilizaciones), a menospreciar o ignorar a “otros” culturales, etc.
Mostrar estas falencias es acertado y necesario. Pero atribuirlas
a un marco epistémico común es insostenible. Sería como decir
que hay una episteme intelectual que ignora y menosprecia a
las personas iletradas: aquellas que o bien no saben leer o
escribir, o bien no se dedican a ello habitualmente. Y que dado
que la explotación, la opresión y la discriminación siempre han
contado a los letrados entre los grupos favorecidos, habría que
desprenderse de la episteme intelectual. Pero no tiene mucho
sentido, ¿verdad?.
En el aire
He utilizado mi experiencia personal, porque me parece realmente
ilustrativa. En su momento, me sedujeron los planteamientos
decoloniales. Pero al comenzar a hacer un estudio metódico de
sus propuestas, para gran decepción me encontré que todo se
desvanecía en el aire. Lo que en su momento pareció un oasis no
terminó siendo más que un espejismo.
Entiendo que las problemáticas que se intentan abordar desde
el “pensamiento decolonial” deben plantearse con seriedad y
tenerse en cuenta para mejorar día a día la comprensión sobre
el funcionamiento de las relaciones sociales que predominan
en nuestro mundo. Personalmente, esto me parece sustancial
cuando aún no renuncio a la utopía de construir una sociedad cada
más justa, cada vez más igualitaria, cada vez más democrática.
En palabras del Subcomandante Marcos, un mundo en el que
quepan muchos mundos.
He trazado las líneas centrales que fui desgranado a lo largo de
mis investigaciones. Todo lo planteado y muchas cosas que no
he podido desarrollar me han llevado al abandono de esta forma
de presentar el conocimiento y me han acercado nuevamente al
marxismo. En él he hallado, leído con la misma meticulosidad,
mundos riquísimos de análisis de lo social más allá del marxismo
vulgar (que por cierto existe y abunda). Y en este punto no
puedo olvidar las palabras de un gran pensador que sintetiza mi
posición:
Sin un compromiso profundo con el marxismo […] habríamos
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Andrea Barriga, “Aníbal Quijano y la colonialidad del poder: todo lo sólido se desvanece en el aire”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 63-78. | https://doi.org/10.47195/20.641
[Artículo evaluado por pares] | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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buscado un puerto de refugio en la vida interior o bien
nos abríamos colocado al servicio de los amos. Pero, entre
quienes nos salvamos de estos dos destinos, sólo unos
pocos conservamos una pequeña bolsa en la que, antes de
lanzarnos al mar, guardamos, para preservarlos, los frutos
más saludables de la tradición intelectual europea, el valor
de la investigación, el fermento de la duda, la disposición
al diálogo, espíritu de crítica, moderación en el juicio, rigor
filológico, sentido de la complejidad de las cosas. Muchos,
demasiados, se privaron de este bagaje: lo abandonaron, por
considerarlo un peso inútil, o bien jamás contaron con él,
pues se lanzaron al agua antes de haberlo adquirido. No se
los reprocho, pero prefiero otras compañías [destacado AB].40
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Wallerstein, Immanuel, Las incertidumbres del saber, Barcelona,
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Resumen
Este trabajo analiza críticamente el derrotero intelectual
de Aníbal Quijano, con especial atención a sus contribuciones a la llamada opción decolonial, perspectiva
teórica de la que puede ser considerado uno de los fundadores. Se estudia especialmente su concepción de la
colonialidad del poder y su perspectiva sobre la etnicidad.
Palabras clave: colonialidad, decolonial, etnicidad, crítica, saberes.
Abstract
Morales Fundora, Sandra, El negro y su representación social
(Aproximaciones a la estructura social cubana actual), La
Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2001.
This paper critically analyzes the intellectual path of
Aníbal Quijano, with special attention to his contributions to the so-called decolonial option, a theoretical
perspective of which he can be considered one of the
founders. His conception of the coloniality of power and
his perspective on ethnicity are especially studied.
Nagel, Ernest, La estructura de la ciencia, Buenos Aires, Paidós,
1978.
Keywords: coloniality, decolonial, ethnicity, criticism,
knowledge.
40
Perry Anderson, Campos de batalla, Barcelona, Anagrama, 1998.
Recibido: 18/02/2020
Aceptado: 05/08/2020
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Memorias y reflexiones en torno
de la de/colonialidad del poder
Walter D. Mignolo*
I. Semillas conceptuales1
I.1. En 1992 Aníbal Quijano publicó su ensayo fundacional en el
que introdujo el concepto de colonialidad (del poder), de patrón
colonial de poder, y redefinió la descolonización ya no como
proyecto de fundar Estados nacionales o apropiarse de Estados
ya constituidos, sino como reconstitución epistemológica.2
“Colonialidad” tiene un doble sentido en mi lectura de Quijano.
Uno está implícito en el título del artículo fundacional y que
hicimos explícito en la agrupación conocida por modernidad/
colonialidad: la colonialidad es constitutiva y es el lado más
oscuro de la modernidad. No hay modernidad sin colonialidad. La
colonialidad es precisamente lo que los relatos, celebraciones y
promociones de la modernidad (salvación, civilización, progreso,
desarrollo, democracia) ocultan y que Quijano puso de relieve.
Por otro lado, la expresión “colonialidad del poder” adquiere otra
dimensión: la energía fundante de la dominación, expropiación
y explotación. Para decirlo con una metáfora pedagógica: la
colonialidad del poder es la voluntad que genera el patrón colonial
de poder (PCP). Técnica no debe confundirse con instrumento.
El PCP es el instrumento y la colonialidad del poder la técnica.
Del vocablo techné, en el griego antiguo, las lenguas modernas
europeas derivaron el vocablo “técnica”. Así, la revolución
tecnológica consistiría en la producción y uso de instrumentos
motivados por la colonialidad del poder y etiquetados en el
lenguaje del progreso, modernización y desarrollo. El lenguaje de
las etiquetas es la retórica de la modernidad que oculta lo que le
es constitutivo, la colonialidad. Un principio básico del proyecto
modernidad/colonialidad es precisamente que la colonialidad es
constitutiva y no derivativa de la modernidad.
A mediados de la primera década del siglo XXI, Quijano dedicó
varios ensayos para poner de relieve las transformaciones del
*
Duke University, North Carolina, EE. UU. https://orcid.org/0000-00022948-0656.
1
Mi sincero agradecimiento, en primer lugar, a Andrea Barriga y Ariel
Petruccelli, por el tiempo que han dedicado a la investigación y a la
construcción de sus argumentos. Y en especial a Natalia Bustelo por
ofrecerme esta oportunidad para contar mi historia.
2
Aníbal Quijano (selección de Walter Mignolo), “Colonialidad y
modernidad/racionalidad”, Ensayos en torno a la colonialidad del
poder, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2019, pp. 73-88.
PCP a partir de 1970, cuando ya sus consecuencias eran no
sólo visibles sino alarmantes. La “crisis” financiera del 2008 es
uno de los ejemplos que Quijano desmenuza para mostrarnos
algo mucho mayor que la situación coyuntural de la tal llamada
“crisis”. Una crisis, nos dice Quijano, que ya no es como las
anteriores, esto es, las crisis derivadas de un mal manejo de
las finanzas y de la economía, puesto que las conductas de los
seres humanos no se pueden predecir ni calcular en algoritmos
computacionales. Lo notorio de la “crisis” del 2008 es haber
sido eficazmente planeada por los bancos y las compañías de
seguros en complicidad con el gobierno de George W. Bush, y
precisamente al final de su mandato.
Pero resulta que tal crisis financiera no ocurrió por mal manejo
sino que se trató, nos advierte Quijano:
del más grande y escandaloso fraude financiero de toda la
historia contemporánea, hecho de manera absolutamente
premeditada y planificada. ¿Hay alguien que, en su sano juicio,
piense que un banquero, sobre todo en Estados Unidos, va
a prestarle dinero a alguien que sabe perfectamente que
no le puede pagar? Obviamente no. Pero en este caso, los
banqueros no sólo estaban prestando a quien sabían que no
podía pagar, sino que estaban estimulando a pedir crédito, a
sabiendas que no iban a pagar. El mecanismo fue: un banco
que tiene miles de estos créditos los vende a la próxima
compañía aseguradora y ya ganó dinero; esa compañía
aseguradora se la vende a la más grande y ya ganó dinero;
y esa compañía aseguradora a ―la más grande―, digamos la
American International Group (AIG), negoció con el Estado,
porque los bancos comenzaron a entrar en falencia.3
Además, y así las cosas, la “crisis” ocurrió en el momento
oportuno: sus consecuencias caerían sobre el próximo gobierno
que resultó ser el de Barack Obama. Pero esto es anécdota,
pues lo fundamental es lo siguiente. “Crisis” es el vocablo de
la retórica de la modernidad que oculta los diseños y designios
de la colonialidad del poder. Las dirigencias republicanas del
momento:
3
A. Quijano, “América Latina: hacia un nuevo sentido histórico”, op. cit.,
pp. 312-313.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
79
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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estaban en condiciones de organizar todo esto, para hacer
que el Estado ―—antes que Bush se vaya, además, no en
cualquier momento—, les dé la mayor cantidad posible de
dinero ¿de dónde?: de los contribuyentes, de la población de
Estados Unidos y de nosotros que somos, de algún modo,
contribuyentes de la capital del imperio.4
¿Qué nos dice este relato sobre el PCP? Mucho, mucho en
verdad. En primer lugar, Quijano reconoce el nuevo horizonte
histórico abierto hacia 1970, y evidente casi 40 años después.
José de Souza Silva, intelectual y activista brasileño, solía decir
en los noventa que no estábamos ya en una época de cambio sino
en un cambio de época, precisamente éste es el nuevo horizonte
histórico de sentido del que nos habla Quijano en el ensayo así
titulado: “América Latina: hacia un nuevo sentido histórico”. Se
trata de una transformación radical en el manejo y control del
PCP que, obviamente, desencadena respuestas descoloniales
que ya no son comprensibles en el marco de la descolonización
de la Guerra Fría. Es decir, el nuevo horizonte de sentido
histórico se manifiesta tanto en la constitución del PCP, como
en sus nuevas formas de destitución y en las reconstituciones
epistemológicas que genera. La reconstitución epistemológica
no es una cuestión académica (a no ser que se piense que sólo
en la academia se piensa), aunque también puede activarse en
ella (lo cual significa que la academia no queda fuera del pensar,
sino que está incluida). Por eso empezamos a argumentar que la
reconstitución epistemológica implica restitución gnoseológica:
la gnoseología comprende todas las formas de conocer, de
modo que la epistemología secular de las ciencias humanas y
naturales y la epistemología teológica son una parte minúscula
de la gnoseología. La gnoseología comprende todas las formas
humanas de conocer (dejando de lado por el momento las
formas no-humanas de conocer).
La descolonialidad no surgió tampoco en la academia sino en la
esfera pública, y esto por el simple hecho de que modernidad/
colonialidad no es un fenómeno académico sino social. O es
un fenómeno académico en el sentido en que la academia es
la institución principal de la constitución, manejo y control
colonial del conocimiento. La descolonialidad del pensar, por
lo tanto, no necesita de la universidad, si bien esto no significa
que esté prohibido hacerlo en la universidad o en los museos o
en instituciones moderno/coloniales. Todo lo contrario, se trata
de usar la institución para hacer lo que la institución no hará ni
podemos esperar que haga. La descolonialidad del pensar es una
cuestión vital, una cuestión de la praxis del vivir, no una cuestión
académica, si bien la academia es, para muchos y muchas, praxis
de vida vivida según lo que nos interese hacer.
Menciono dos casos en los que Quijano percibe los signos del
4
A. Quijano, op. cit., p. 313.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
nuevo horizonte histórico de sentido. Uno, el de las mutaciones
del PCP en el cambio de época (el cierre de la occidentalización
unipolar del mundo y la apertura a la des-occidentalización
multipolar); el otro, las respuestas a estas mutaciones
(descolonialidad en sus variadas manifestaciones, así como
otras respuestas que no reclaman la descolonialidad pero que
confrontan la colonialidad del poder). El cambio de época lo
intuimos ya en el ejemplo de la “crisis” financiera del 2008,
una crisis digitada, planeada y premeditada que se manifiesta
en un aspecto simple y hoy generalizado: para la dirigencia de
instituciones financieras y estatales los objetivos ya no son
cuidar el bienestar de los ciudadanos sino, por el contrario,
planear “estafas legales” que se presentan al público y a la nación
como una crisis más en los ciclos históricos ya conocidos. Las
experiencias anteriores de las crisis “verdaderas” del capitalismo,
como la de 1929, se toman como modelo y excusa para planear una
“crisis” que beneficie a las élites financieras y gubernamentales
involucradas en el plan. Quizás el diseño de la crisis financiera del
2008 estuvo en relación con el diseño del colapso de las Torres
Gemelas, lo que justificaría los relatos de la guerra permanente
contra el terrorismo, pero sin duda está en relación con la
inversión de la democracia y la justicia en el caso de Brasil. El
golpe judicial premeditado y calculado que criminalizó a Lula da
Silva y Dilma Rousseff, y que al destituirla instaló en el Estado
la criminalidad de quienes criminalizan. La justicia se ha revertido
al estar al servicio del crimen en nombre de la democracia. Ahí
vemos patente la colonialidad sin la máscara de la modernidad,
aunque se mantenga la retórica democrática: un voto por cada
ciudadano.
Todo ello ha llevado a otro elemento del cambio de época que
se manifiesta en la expresión fake news, la cual se vende al
público en un envoltorio de moda: la época de la llamada posverdad. Ahora bien, la pos-verdad es un concepto pos-moderno
y de ningún modo descolonial. Todo lo que se expresa en pos
asume una época de cambio y no un cambio de época. La posverdad presupone que en un momento la verdad era “verdadera”
mientras que para la colonialidad del pensar el concepto de
verdad en la cosmología occidental fue siempre una manera
de encubrir la colonialidad: la verdad fue siempre una garantía
para asegurar la perspectiva epistemológica y por lo tanto el
control. La noción moderna de verdad presupone que, por un
lado, lo dicho se corresponde con el acontecer de lo que se dice
(referencialidad) o que, por otro, lo dicho se corresponde con la
sinceridad (lo que “verdaderamente” cree o piensa) de la persona
dicente. En una cosmología en la cual los objetivos son la riqueza
(y no el balance y equilibrio del vivir), la consolidación del ego
(individualidad) y del éxito personal (no de la convivialidad con
todo lo viviente, incluidos los seres humanos), la “verdad” es
parte de la retórica de la modernidad. La pos-verdad arrastra los
elementos implícitos en la noción moderna de verdad y de la
cosmología que la sostiene.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Quijano resume el cambio de época en tres puntos:
1. La relación entre capital y trabajo ha cambiado
dramáticamente, hasta el punto en que la parte dominante
del capital no sólo no tiene capacidad, sino que no tiene
interés en producir empleo; al contrario, hay que eliminar el
trabajo.
Agreguemos que el desplazamiento masivo de capital industrial
al capital tecnológico, que ya venía y se aceleró con el COVID-19,
asegura que muchos empleos ya no volverán a establecerse.
Entonces, no podemos esperar que el capital produzca más
empleo, pues ocurre todo lo contrario.
2. Por eso mismo, tampoco es posible esperar que el capital
produzca el mínimo de libertades públicas asociadas al
mercado, como fue parte de los procesos previos. Por eso,
la democracia política está siendo reconcentrada, lo público
está siendo reprivatizado constantemente desde el centro
hasta la periferia.
3. Por lo tanto, el cambio de la base misma del capital no es
más la compra y venta de la fuerza de trabajo, sino el control
de nuestra subjetividad, el control de nuestras mentalidades.
Es en ese control que radica la disputa principal del momento.5
El control de las subjetividades fue desde el comienzo (1500)
un aspecto fundamental en la constitución del PCP y la
correspondiente destitución de lo indeseable. Lo fue mediante
la iglesia al comienzo y luego a través de la ciencia y la filosofía
y nunca dejó de serlo;6 lo fue mediante la escolaridad, y lo
sigue siendo;7 lo fue mediante la televisión y lo es ahora por los
“instrumentos portables” (iPod, MacAir, tablets). Para que las
mutaciones de la colonialidad del poder sean posibles, como
detalla Quijano en los puntos 1 y 2, es necesario que la población
esté sujeta (que el sujeto sea sujetado, valga la redundancia) por
el deseo y la fe en las promesas y que la des-información oculte
y disimule los mecanismos de la concentración de la riqueza
(economía), la máscara de la autoridad (gobierno) y la fe en la
educación y en la información (escuelas, universidades, medios
de comunicación).
5
A. Quijano, op. cit., p. 312.
6
Facundo Giuliano (comp.), ¿Podemos pensar los no-europeos? Ética
decolonial y geopolíticas del conocer, Buenos Aires, Ediciones del
Signo, 2019.
7
Ivan Illich, La sociedad desescolarizada, México, s/d, 1985, disponible
en
https://www.mundolibertario.org/archivos/documentos/IvnIllich_
lasociedaddesescolarizada.pdf; Facundo Giuliano y Daniel Berisso,
“Educación y decolonialidad: aprender a desaprender para volver a
aprender. Un diálogo geopolítico-pedagógico con Walter D. Mignolo.”,
Revista del IICE n° 35, 2014, disponible en https://www.lavaca.org/wpcontent/uploads/2016/04/educacion-y-decolonialidad.pdf.
Dossier | Discutir la decolonialidad
I.2. Una dimensión que Quijano no incorporó en sus reflexiones,
si bien percibió un cambio radical en el horizonte histórico de
sentido, es la de la des-occidentalización. No lo planteó con estas
palabras, aunque la noción circulaba ya desde la primera década
del siglo XXI. Sin embargo, el PCP nos permite hoy plantearlo de
una manera original. La originalidad consiste en entender la desoccidentalización en la historia del PCP de modo muy distinto
a la historia de los hechos e ideas acontecidos desde 1500. La
historia de la formación, transformación, gestión y control del
PCP sería, esquemáticamente, la siguiente:
- 1500-1945, occidentalización planetaria iniciada con la invención,
conquista y colonización de “América”. América y Nuevo Mundo
son nombres constitutivos de la colonialidad del poder que
destituyen nombres del continente para los Aztecas (Anáhuac),
para los Iroquois (Turtle Island), para los Incas (Tawantinsuyu),
para los Mapuches (Mapu), etc. La trayectoria de la destitución
onomástica continuó y hoy se está reconstituyendo al restituir
los nombres originales de las regiones. El liderazgo de la
colonialidad del poder ―durante este período― cambió de manos,
pero se mantuvo la familia occidental de naciones imperiales,
desde la Península Ibérica hasta el Imperio Británico. Durante este
período la occidentalización no tiene oposiciones institucionales
fuertes, aunque siempre hubo descontento.
- 1945-2000, liderazgo de Estados Unidos, institucionalización
del proyecto socialista enfrentado al liberalismo, manteniendo
los presupuestos civilizatorios seculares instalados en el siglo
XVIII. El proyecto de des-occidentalización se desdobló en el
liberalismo político-económico, por un lado, y el socialismo
estatal político-económico, por otro.
En el entretiempo de estos últimos 55 años dos series de
acontecimientos plantaron las semillas de lo que ya es y seguirá
siendo el cambio de horizonte histórico en el siglo XXI. Por un
lado, la Conferencia de Bandung en 1955 propició la organización
del Movimiento no-Alineado (1961) y la primera conferencia
Tri-Continental (1966). Estos acontecimientos marcaron la
determinación de los Estados nacionales del Tercer Mundo
de tomar sus destinos en sus propias manos, excepto cuando
esos Estados cayeron en manos de los sectores de derecha y
se unieron a proyectos occidentalizantes. Por otro lado, dos
acontecimientos ocurrieron en el 2001 y pre-anunciaron el
cambio de época. Uno de ellos recibió más publicidad, aunque
ambos fueron decisivos. El más conocido se reconoce en la
inscripción numérica, 9/11, el otro, acallado, fue la incorporación
de China en la OMC (Organización Mundial del Comercio). El
primer acontecimiento, con foco en Boston, Washington D.C. y
Nueva York (costa este de Estados Unidos), marcó el inició de
la re-occidentalización, esto es, el último intento (caída la Unión
Soviética) de control planetario, implementando los diseños
globales del proyecto neoliberal: concluida la Guerra Fría, el
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Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
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campo quedaba libre para anunciar “el fin de la historia”. El otro
acontecimiento, con sede en Washington Seattle (en la costa
oeste de Estados Unidos), el ingreso de China a la OMC marcó el
punto de referencia de la des-occidentalización.
La mutación del PCP fue radical y consistió y consiste en lo
siguiente. Mientras que durante 500 años Occidente fundó,
gestionó, transformó y controló el PCP, a partir del 2001 el
monstruo creado en Occidente comenzó a escaparse del control
de sus creadores. El proyecto de la des-occidentalización no es
cuestionar o destruir el PCP mundial, sino disputar su control
y, sobre todo, no recibir órdenes de sus creadores. La desoccidentalización es, por cierto, desobediente, y se desprende
no del PCP sino de la hegemonía occidental en su manejo. Por
lo cual, la hegemonía se ha transformado ya en esfuerzos de
dominación. La des-occidentalización no cuestiona la economía
de acumulación (colonialidad económica, capitalismo), sino que
se desprende del sistema de ideas liberales que lo sostiene.
Como resultado, el capitalismo (o mejor el aspecto económico
del PCP) es hoy global, pero la hegemonía occidental ya no lo
es. Este escenario de conflicto entre la re-occidentalización para
mantener el liderazgo y los privilegios de Occidente y la desoccidentalización que rechaza su liderazgo, genera conflictos que
hoy experimentamos —porque nos tocan a todos y todas—― en
la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la inquina de
Occidente con Rusia y la confrontación de Estados Unidos con
Irán, a lo que debemos agregar la continuidad de los Estados noalineados en los conflictos interestatales.
Los Estados no-alineado ya no se enfrentan hoy con un mundo
dividido en dos sistemas ideológicos occidentales, liberalismo
económico o economía estatal comunista, con los cuales
rechazaron alinearse. La economía planetaria es hoy capitalista.
El neoliberalismo (diseño de occidentalización) se enfrentó con
la des-occidentalización, la cual se apropió del capitalismo y
rechazó el neoliberalismo disputándole el control y el manejo
del PCP. Para ello es necesaria la desobediencia epistémica
(pues el capitalismo es una cuestión de conocimiento que
legitima la explotación del trabajo y de los recursos naturales
y la expropiación de la tierra) a la epistemología liberal y
neoliberal, y por lo tanto occidental (el Fondo Monetario
Internacional y el dólar como patrón planetario de comercio).
La des-occidentalización propone la reconstrucción/restitución
de lo que fue destituido por el PCP: las memorias, formas de
vida, subjetividades que ya no piden ni quieren ser reconocidas
por Occidente. Pero también están los esfuerzos por mantener
los privilegios y el liderazgo del orden mundial mediante la
re-occidentalización. El cambio de escenario es drástico para
los países no-alineados, puesto que si bien pueden intentar
políticas no-alineadas ni por la re-occidentalización ni por la
des-occidentalización, la planetarización del PCP en disputa
les exige redefinir sus políticas en un mundo que es en su
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
totalidad capitalista. Lo vemos en América Latina, pues desde
principios del siglo XXI el subcontinente oscila entre alinearse
con la des-occidentalización (hacia el 2008 Bolivia, Argentina,
Venezuela, Brasil, Ecuador, Uruguay con Mujica) o con la reoccidentalización (Colombia desde siempre, Argentina con Macri,
Brasil con Temer/Bolsonaro, Ecuador con Lenin Moreno, Chile
con Piñera). La elección de López Obrador en México, Alberto
Fernández en Argentina y la posible continuidad de Evo Morales
en Bolivia podrían re-anudar la orientación des-occidentalizante.
El escenario que acabo de bosquejar no hubiera sido posible
sin que Quijano diseñara el PCP. Pero no se trata de “aplicar”
el “modelo” para interpretar la historia sino, todo lo contrario,
de interpretar la historia para mayor entendimiento de cómo
opera el modelo y cuáles son las vías de desenganche y de
reconstitución.
El “objeto de estudio” no es la historia a la que se le aplica un
“modelo teórico”, sino que el objeto de estudio es el modelo mismo
en el cual se manifiesta la historia y, claro está, en el presente. La
cuestión ahora es dilucidar el desprendimiento descolonial por
un lado y el desprendimiento des-occidental por el otro. Para ello
voy a arriesgar algunos paralelos entre Quijano en Perú y Kishore
Mahbubani, intelectual y diplomático de Singapur, que propone
un giro irreversible hacia el hemisferio oriental y los procesos de
des-occidentalización.8 Para Quijano el nuevo horizonte histórico
de sentido es el desenganche y destrucción del PCP y una
reconstitución epistemológica que responda al cambio de época
y de horizonte histórico de sentido. Para ello la tarea atañe a la
producción y transformación del conocimiento y de los principios
del conocer. La des-occidenalización necesita el desprendimiento
para disputar el control del PCP. Si no fuera así, no habría desoccidentalización sino obediencia a la occidentalización. A su vez,
el desprendimiento des-occidentalizante requiere reconstitución
epistemológica y política para disputar el control de los
contenidos del PCP.
Subrayo “de los contenidos” porque la des-occidentalización
mantiene el PCP, pero disputa quién lo controla. Por eso la desoccidentalización no cuestiona los términos de la conversación
(la enunciación) que estableció los contenidos, si así fuera,
China, Rusia e Irán estarían “aplicando” los principios liberales
y neoliberales a la conducción del Estado y la economía. No
es así, la reconstitución de los legados de Confucio y de Mao
son los pilares que guían la reconstitución epistemológica desoccidentalizante. No sé si este proceder está bien o mal. Sólo
sé que es. De igual modo, el esfuerzo re-occidentalizante para
mantener el control del PCP, está bien para unxs y mal para
otrxs. En la descolonialidad del pensar la re-occidenalización es.
Los juicios y las interpretaciones presuponen su existencia. La
descolonialidad no disputa el control del patrón colonial, sino
8
Kishore Mahbubani, “Peeling away the Western veneer”, Project
Scenewash News Desk, publicado el 23/08/2008, disponible en
http://project.scenewash.org/peeling-away-the-western-veneer/.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
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que cuestiona sus fundamentos, la enunciación que lo sostiene,
los términos de la conversación que lo regulan y que la desoccidentalización disputa.
La des-occidentalización se apropia —en la versión de Mahbuani―
de los siete pilares de la sabiduría occidental: 1) libre mercado;
2) ciencia y tecnología; 3) meritocracia (responsabilidades
basadas en la experiencia y pericia), 4) pragmatismo, 5) cultura
de paz, 6) imperio de la ley; 7) educación. Sin duda hay mucho
para elaborar en estos principios.9 Más aún si los cotejamos
con los siete principios zapatistas: 1) obedecer y no mandar, 2)
representar y no suplantar; 3) bajar y no subir; 4) servir y no
servirse; 5) convencer y no vencer; 6) construir y no destruir; 7)
proponer y no imponer. Éstos son principios de reconstrucción
epistemológica/restitución gnoseológica descolonizantes.10
En el caso de la des-occidentalización y su apropiación de los siete
pilares de la sabiduría de Occidente, lo que importa para estas
notas es aquello que los principios enuncian y la violación de
esos principios en nombre de esos principios. Por ejemplo, en los
últimos setenta años no se ha intervenido bélicamente en ningún
país mientras que Estados Unidos lo ha hecho repetidas veces
en nombre de la democracia, la paz y el desarrollo. De modo
que la apropiación de los siete principios en los procesos de desoccidentalización no implica la apropiación de sus violaciones. Lo
cual tampoco implica que se van a evitar ni asegura que no se
violará el orden civilizatorio que los adopta. Lo que sí indica es
que ya tales principios ni tienen dueños ni son universales. Lo
que sí indica es que no serán réplicas de lo que son en y para
Occidente. Por eso la des-occidentalización, al disputar el control
del PCP, abre las puertas a un orden estatal multipolar que
confronta los esfuerzos de la re-occidentalización por mantener
el orden monopolar de Occidente. Es decir, mantener los
9
10
La tesis de Kishore Mahbubani es que China, pero no sólo China sino
también otros Estados del Este Asiático, se “apropiaron” de los siete
pilares de la sabiduría (wisdom) occidental para activar su propio
resurgimiento. Esto es, apropiarse para liberarse. En esto consiste
la des-occidentalización: “You speak about the rise of the Asian and
worldwide middle class, where there is a greater convergence. How did
this come about? In my book, The new Asian hemisphere, I explain that
the reason why Asian countries are finally succeeding is because they
have understood, absorbed, identified and implemented what I call the
seven pillars of Western wisdom, which are: free market economy, the
mastery of science and technology, culture of pragmatism, meritocracy,
culture of peace, rule of law and education”, citado de: Udeshi
Amarasinghe, “Prof Kishore Mahbubani There Is No Need To Reinvent
The Wheel”, Business Today, publicado el 23/08/2008, disponible en
http://businesstoday.lk/article.php?article=8261. Esto significa liberarse
y resurgir económica, política y culturalmente, véase: Immanuel
Fruhmann “On Westernization and De-Westernization”, Asia Times,
publicado el 14/05/2018, disponible en https://asiatimes.com/2018/05/
on-westernization-and-de-westernization/. Lo contrario es apropiarse
para someterse a la re-occidentalización, como el caso de los gobiernos
de Macri, Bolsonaro, Piñeira y desde siempre los gobiernos colombianos.
Alejandro I. López, “Los 7 principios del zapatismo para construir un
mundo donde quepan todos los mundos”, Cultura Colectiva, publicado
el 27/06/2016, disponible en https://culturacolectiva.com/historia/
los-7-principios-del-zapatismo-para-construir-un-mundo-donde-quepantodos-los-mundos.
Dossier | Discutir la decolonialidad
privilegios acumulados durante 500 años de occidentalización.
El orden global multipolar en el que hoy vivimos en el planeta
es reconocido por la academia y el periodismo de opinión. Pero
la disputa por el control del PCP, su análisis y consecuencia,
surge de la historia del PCP, la cual sólo es posible en y por la
colonialidad del pensar.
Descolonialidad y des-occidentalización tienen —por lo que
vamos viendo―— un elemento en común: el desprendimiento.
Para la descolonialidad los desprendimientos del PCP orientan la
sanación de las heridas coloniales. Para la des-occidentalización
la desobediencia es necesaria para disputar el control del
PCP. Por tanto, las maneras de hacerlo y sus objetivos son
distintos. Mientras que la descolonialidad propone –en palabras
de Quijano– “la destrucción del patrón colonial de poder”,
la des-occidentalización no cuestiona –como ya señalé– su
existencia sino que disputa quién lo controla. Es así que la
des-occidentalización se desprende de los mandatos y de la
hegemonía occidental en todos los órdenes del saber y del control
occidental de las subjetividades. Si bien no toda la población
en China, Rusia o Bolivia –antes del golpe que destituyó a Evo
Morales– adhiere a las políticas des-occidentalizantes y muchas
personas en la sociedad y en la oposición preferirían adherir a
la re-occidentalización (y esa es una de las razones del golpe en
Bolivia), ello no quita que los proyectos estatales hoy dominantes
en esos tres Estados sean des-occidentalizantes y, por tanto,
actúen en el desprendimiento del conocer (si no lo hicieran, no
podrían llevar adelante el capitalismo sin adherir a los dictados
liberales o neoliberales) y del sentir (si no lo sintieran con fuerza
de convicción, sería muy difícil llevarlo adelante sólo basados
en sistemas de ideas que no tocan al cuerpo) para disputar el
manejo del PCP, pero no para cuestionar su existencia.
I.3. Veamos las reflexiones de Quijano en torno a los cambios del
PCP al final de la Segunda Guerra Mundial.
El desarrollo y la expansión del nuevo capital industrial/
financiero, junto con la derrota de los grupos nazi/fascistas
de la burguesía mundial, en la disputa por la hegemonía del
capitalismo, durante la Segunda Guerra Mundial, facilitaron la
desintegración del colonialismo europeo en Asia y África, y, al
mismo tiempo, la prosperidad de las burguesías, de las capas
medias, inclusive de sectores importantes de los trabajadores
explotados, de los estados euro/americanos.11
En lo que respecta a las consecuencias subjetivas de tales
cambios, Quijano observa un proceso de tecnocratización/
instrumentalización de la subjetividad, del imaginario, de todo
el horizonte de sentido histórico específico de la colonial/
modernidad eurocentrada. Se trata, en rigor, de un proceso
11
A. Quijano, “‘Bien vivir’: entre el ‘desarrollo’ y la des/colonialidad del
poder”, op. cit., p. 116.
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de creciente abandono de las promesas iniciales de la llamada
“racionalidad moderna” y, en ese sentido, de un cambio profundo
de la perspectiva ético/política de la eurocéntrica versión original
de la “colonialidad/modernidad”. Ésta no dejó de ser, no obstante
su nuevo carácter, atractiva y persuasiva, aunque tornándose
cada vez más paradójica y ambivalente, históricamente imposible,
en definitiva.
Desde que en el 1992 Quijano introdujo la reconstitución
epistemológica como camino hacia la descolonialidad del
poder ―a través de sus investigaciones, exploraciones en charlas
públicas y artículos,― no cesó de perseguir, por así decirlo, las
transformaciones del PCP y, consecuentemente, de reflexionar
sobre las respuestas descoloniales a esos cambios. El
desprendimiento y la reconstitución epistemológica son los dos
pilares de la descolonialidad que deben modificarse atendiendo a
las mutaciones de la colonialidad del poder. Tales mutaciones son
siempre de dos tipos: un cambio en la retórica –lo que se dice los
nuevos vocablos introducidos para seducir y desorientar– y un
desarrollo para ayudar al subdesarrollo: democracia de mercado
para promover el bienestar de la población, beneficios del
crédito (desde las tarjetas hasta las hipotecas) para beneficiar al
cliente, beneficios de la tecnología para el usuario. Debajo de la
retórica opera a escondidas la lógica de la colonialidad, mientras
que las hipotecas y cartas de crédito esclavizan con la deuda; el
usuario y la usuaria son atrapados/as en el uso de su tiempo y
en el despegue de su imaginario. Sus personas quedan sujetas a
la deuda y las pantallas. El desarrollo es el macroconcepto que
engloba desde los Estados hasta las personas. Todo ello requiere
ajustes de la descolonialidad del pensar. Así lo hace Quijano en
uno de los ensayos que estoy comentando, “´Bien Vivir´. Entre
el ´desarrollo´ y la des/colonialidad del poder”.12 Vemos allí un
resumen de los últimos setenta años de mutaciones del PCP y
también de los ajustes de la des/colonialidad del poder (como lo
escribe en este ensayo).
Quijano resume su trayectoria tanto en la prosa como en la
bibliografía e incorpora en su reflexión la filosofía descolonial
de los Pueblos Originarios. Esta “incorporación” no es una
“apropiación” sino todo lo contrario, es un respetuoso gesto que
nos sugiere la necesidad de escuchar no ya, o no sólo, a expertos
y expertas que operan en el marco de la cosmología occidental,
sino también a análisis y propuestas que provienen de las
experiencias y praxis de vida de sectores destituidos de y por la
colonialidad del poder. Nadie acusaría a Quijano, por ejemplo, de
“apropiarse” de Aristóteles si en vez de Sumak Kawsay hubiera
hablado de εὐδαιμονία [eudaimonía].
acompañan al prefijo “des” de descolonialidad: el desprendimiento
y la reconstitución epistemológica, y por lo tanto, política, ética y
subjetiva, que esbozan horizontes descoloniales de existencia. El
horizonte del bien vivir, de orientación de la praxis del vivir hacia
el equilibrio y la vida plena, el desprendimiento del “desarrollo”
y de la explotación de la vida (que convenientemente llaman
“naturaleza” y “recursos naturales”), ingresó en las reflexiones
de Quijano siempre consecuente con su planteo inicial de la
modernidad/colonialidad del poder que generó las necesarias
respuestas hacia la des/colonialidad del poder. En “´Bien Vivir´:
entre el ´desarrollo´…” dice:
No es por accidente histórico que el debate sobre la
colonialidad del poder y sobre la colonialidad/modernidad/
eurocentrada, haya sido producido, en primer término, desde
América Latina. Así como no lo es que la propuesta de Bien
Vivir provenga, en primer término, del nuevo movimiento de
los “indígenas” latinoamericanos. América Latina es el mundo
constituido en las “Indias Accidentales” (irónica referencia a la
divulgada idea de “Indias Accidentales”, Finley, 2003). Por eso,
como el espacio original y el tiempo inaugural de un nuevo
mundo histórico y de un nuevo patrón de poder, el de la
colonialidad global del poder. Y, así mismo, como el espacio/
tiempo original e inaugural de la primera “indigenización” de
los sobrevivientes del genocidio colonizador, como la primera
población del mundo sometida a la “racialización” de su
nueva identidad y de su lugar dominado en el nuevo patrón
de poder.13
I.4. Quiero destacar ―—al final de este corto recorrido en
torno a algunos conceptos―— dos enseñanzas para mí
fundamentales iluminadas por el concepto de colonialidad.
En general, me brindó un horizonte de pensamiento para
entender(me) en la historia y entender los hilos subterráneos
de la colonialidad del poder, ocultos por los relatos y las
promesas de la modernidad. Las dos enseñanzas son éstas:
En las Américas, desde los Mapuches hasta las Primeras Naciones
de Canadá, la filosofía política de los Pueblos Originarios no ha
cesado de resistir sino sobre todo de re-existir. Hoy los prefijos “re”
1. Que el PCP opera en el doble movimiento de constitución y
destitución. Para constituirse como patrón necesita destituir.
La destitución se legitima y justifica por relatos y argumentos
que la hacen necesaria. Por ejemplo, la invasión de Iraq fue
preparada de dos maneras. Por la prensa, proyectando la imagen
de iraquíes expuestos a la violencia de Sadam Hussein (retórica
de la modernidad). Y detrás de las persuasiones periodísticas
los planes para la destitución diseñaron la invasión que se
concretó en 2001. En el siglo XVI la retórica de la modernidad
justificó y legitimó la destitución de todos los nombres con
que sus habitantes nombraban el continente para establecer la
constitución del “Nuevo Mundo” y luego de “América”. El cambio
de nombre significó también la destitución de la humanidad de
sus habitantes al mismo tiempo que se constituía la humanidad
12
13
A. Quijano, op. cit., p. 117.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
A. Quijano, op. cit., p. 361.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
de los habitantes de la cristiandad occidental y de Europa. El
doble movimiento constitución/destitución genera un tercero,
el movimiento de desprendimiento y reconstitución de lo
destituido.
Al concebir la historia del PCP en estos términos, pude
comprender también la mundialidad del PCP desde su gestación
—bien lo señala Quijano—―, aunque a partir de finales del siglo
XX y principios del XXI aproximadamente ya no es lo que fue
durante 500 años. Lo que ha cambiado es que los actores e
instituciones que lo construyeron ya no pueden controlarlo. De
modo que mientras el PCP es global, la disputa por su control
ha generado la mayor mutación de su historia: la creación del
orden multipolar interestatal. Lo cual genera conflictos cuyos
signos hoy son múltiples y variados (de Hong Kong a Chile, de
África del Sur a Medio Oriente, del intento de golpe de Estado
en Bolivia a los chalecos amarillos en Francia; la guerra comercial
entre Estados Unidos y China; la guerra mediática entre la Unión
Europea, Estados Unidos y Rusia, etc.). El orden multipolar
estatal implica tanto desprendimiento de la hegemonía de
Occidente como reconstitución epistemológica y, por tanto, desoccidentalización política y epistémica. Si no fuera así, tendríamos
en vez de desprendimiento y reconstitución epistemológica,
asimilación y reproducción de la occidentalización. Todo ello
ha motivado la re-occidentalización, es decir, los esfuerzos de
Estados Unidos y la Unión Europea por mantener el liderazgo y
los privilegios acumulados durante 500 años.
2. Que la reconstitución descolonial epistemológica y política no
puede ser ya una tarea estatal, aunque no podemos descartar
la existencia de la des-occidentalización. La descolonialidad está
en manos y responsabilidad de la sociedad política emergente.
Todas las organizaciones que surgen resistiendo y re-existiendo,
reclamando justicia y equidad en todas las áreas de la existencia
humana, pero sobre todo reclamando un horizonte histórico
pluriversal que no nos someta al crecimiento y al desarrollo,
sino que nos libere para vivir en armonía y plenitud con todo
lo viviente, incluida la especie humana; tales procesos que
hoy proliferan en nombre de la descolonialidad o de otros
descriptores, son procesos orientados a la reconstitución/
restitución epistemológica y política de lo destituido relevante
en el presente en el “bien vivir”, o sea, el horizonte último de la
existencia humana; Quijano dejó este legado e indirectamente
este encargo para quien quiera escucharlo y llevarlo adelante.
II Arqueología
II.1. Mi encuentro con la colonialidad del poder primero y con
Quijano personalmente después es tardío en mi trayectoria de
vida e intelectual. El concepto lo encontré hacia 1993 o 1994.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Conté la historia en un par de lugares. Estaba en Bogotá, no
recuerdo la razón. En algún momento fui a la librería Tercer
Mundo Editores y estaba curioseando libros, curioseando
nomás. Uno me llamó la atención, Los Conquistados, editado
por Heraclio Bonilla. El libro fue publicado en 1992, en ocasión
del sesquicentenario. Lo tomé, lo abrí, lo hojeé. El último capítulo
me atrajo. Un ensayo corto de Quijano. El nombre me era familiar
por los debates de la dependencia, pero no conocía ni a la
persona ni su obra. El título del ensayo que cerraba el libro era
“Colonialidad y modernidad/racionalidad”. Compré el libro. Fui
al café más cercano a leer el ensayo. Fue una epifanía. El mundo
se ordenó, elementos que andaban sueltos, preguntas, ideas,
comenzaron a tomar forma; como si viéramos un rompecabezas
que lleva días armarlo entre varias personas mientras que en la
imagen móvil de ese proceso lo vemos en diez segundos. Nunca
nada ni nadie me habían producido antes ese sentimiento. Sin
duda, las lecturas de José Carlos Mariátegui, Karl Marx y Antonio
Gramsci en la universidad o las de Albert Camus y Franz Kafka
en la adolescencia abrieron horizontes. Lo que me ocurrió con
la “colonialidad” fue de pronto como un imán que me atrajo y
dio orden a ideas, información y experiencias dispersas. Mucho
que pensar a partir de ese momento, pero era indudable que ahí
estaba la clave de muchas cosas. Claro, la epifanía depende de
quién, de dónde viene uno, qué anda buscando, qué hizo antes de
la epifanía que lo prepara a uno para que esto ocurra.
Llegué a Estados Unidos en enero de 1973 después de pasar
tres años y medio cursando el doctorado o doctorat de troisième
cycle en París. No había defendido la tesis de doctorado todavía,
pero conseguí un puesto temporario en la Universidad de
Indiana, Bloomington. En enero de 1974 defendí la tesis y pasé
de estudiante a doctor en una tarde. Mi tesis doctoral la titulé
Modèle et Poétique. Allí exploré cuestiones de discursos,
discurso literario, estructura, en fin, temas que se debatían por
esos años. Lo que me llevó de Córdoba, Argentina, a París fue
la semiología, uno de los temas debatidos en Buenos Aires y
Córdoba. Ya en París las lecturas, diálogos y clases me llevaron a
explorar otros temas que consideraba afines. Volví a leer filosofía,
asunto que me había llevado de mi pueblo natal a la Universidad
de Córdoba, pero que dejé de lado después de un año y medio
porque la filosofía no era lo que yo suponía que era habiendo
leído a Camus, Sartre y Kafka en mi pueblo natal. La búsqueda
me llevó a la semiología que dictaba Adolfo Prieto, alumno de
André Martinet, que recién había regresado de París. En París
volví a la filosofía y a la filosofía de la ciencia. Era un tema muy
conversado en los círculos de filosofía del lenguaje. Y puesto
que la semiología opera con sistemas de signos y el lenguaje
hablado y escrito es también una cuestión de lenguaje, todo se
conectaba como en un tejido. Esos vericuetos me llevaron a las
preguntas sobre la fundación del conocimiento. No recuerdo si
la pregunta me llevó a Michel Foucault o fue Foucault quien me
llevó a la pregunta. Empecé a entender que todas las disciplinas
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Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
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construyen sus arquitecturas conceptuales, teóricas, lógicas
sobre la base de un puñado de presupuestos.
En ese momento “descubrí” (otra gente ya lo sabía pero yo no) que
los presupuestos de cada disciplina, ciencias duras o humanas, son
no-racionales y sobre esos presupuestos no-racionales quienes
practican las disciplinas construyen sofisticados vericuetos
racionales. Para evitar confusiones de lecturas rápidas no estoy
diciendo que los principios o presupuestos son irracionales.
Estoy diciendo que son no-racionales. Surgen de la intuición, de
la experiencia de vida que conjuga organismos alimentados de
agua, minerales, luz, aire, etc. y de las experiencias culturales
(construcciones humanas) que en un momento “descubrí”
(otro descubrimiento) que la civilización occidental enmarcaba
tales experiencias culturales en la colonialidad del poder, más
específicamente, en el PCP. Y en ese proceso del pensar, descubrí
algo más importante: que los presupuestos, sobre todo en las
ciencias humanas (pero me animaría a decir que en todas las
disciplinas), tienen un fundamento en la historia personal de
quien se embarca en una manera de pensar, de hacer y por cierto
de estar en el mundo.
A Rodolfo Kusch me lo “descubrieron”. Fue el director de La
Gaceta Cultural de Tucumán, a quien visité durante un viaje
a la Universidad de Tucumán, invitado por mi amigo David
Lagmanovich. En Kusch encontré el concepto de pensamiento
seminal para identificar la semilla vital en nuestros organismos
que nos lleva a proponer, aceptar o rechazar presupuestos
que nos tocan vitalmente, no-racionalmente. Luego usamos
el raciocinio para dar cauce a nuestras emociones. Ello me
enseñó también que enredarnos en interpretaciones y debates
sobre lo enunciado sin comenzar por la enunciación, nos lleva a
perdernos en el laberinto de significados flotantes, ignorando el
pensamiento seminal que sostiene lo enunciado. La negación en
el pensamiento popular (1974) fue una lectura clave. Cuando me
encontré con la obra de Kusch a principio de los noventa entendí
de inmediato (lo sentí, lo intuí, después lo razoné) su proyecto:
la investigación de los fundamentos del decir y pensar indígena
y popular así como la indagación de los suyos propios lo llevó a
indagar los fundamentos y no perderse en los contenidos. No lo
que dice el indígena o criollo (en el sentido de Kusch), sino los
fundamentos de su decir, su enunciación.
Concluí que internarme en los vericuetos de una disciplina, de
una ciencia, implica empezar por identificar los fundamentos
(principios, presupuestos). De modo que tomé esa conclusión
como principio básico de mi propio razonamiento. De Kusch
aprendí también de la amalgama en nuestros cuerpos de
experiencias que el vocabulario de Occidente dividió: el sentir
inseparable del pensar y el pensar del sentir. Luego razonamos,
en un segundo orden de lenguaje, y construimos teorías
racionales arraigadas en la seminalidad del vivir. Es decir, lo
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
seminal es vivido, sentido, no pensado. El pensamiento le da
sentido a la seminalidad. Con el correr del tiempo, esa semilla
iluminaría uno de los conceptos fundamentales de mi propia
concepción descolonial: el locus de enunciación. La enunciación
era un concepto que aprendí en los años parisinos, en las
lecturas y conversaciones con Émile Benveniste y en uno de sus
ensayos clave para mí: “L´appareil formelle de l´énonciation”. De
modo que mi tesis “Modèle et Poétique” partió de la pregunta
formulada por Roman Jakobson: “¿Qué es lo que hace de un
mensaje verbal una obra poética de arte?”. Para mí esa pregunta
no podía sólo responderse analizando discursos, lo dicho, sino
que era necesario entender la enunciación, el decir. De ahí
surgieron varios asuntos de semiótica, semiología, análisis del
discurso y filosofía que me ocuparon —después de concluida y
aprobada la tesis― hasta 1980—, dictando cursos, participando
en conferencias y publicando artículos sobre esos temas.
Colonialismo no estaba todavía en mi horizonte. Y colonialidad
menos aún, pues el concepto todavía no existía.
En esos años, o quizás después, conocí a Gustavo Verdesio,
estudiante de la Universidad Northwestern. La filosofía fue
un tema común y seguimos en conversación. El asunto es que
Verdesio había leído algunos de mis ensayos publicados en los
setenta y ochenta. Esta anécdota viene a cuento porque en
2010 nos encontramos en Buenos Aires, en un congreso sobre
el bicentenario de la Revolución de mayo organizado por Norma
Giarracca. Luego del seminario, como es costumbre, fuimos
por el trago y las picadas. En un momento Verdesio me hizo
una sugerencia: tendría que publicar un librito con tales y tales
artículos; esos artículos se conocen poco y son fundamentales
para entender como pasaste de la semiótica a The darker side
of the Renaissance, escrito y publicado en inglés en 1995.14 El
librito sugerido por Verdesio fue publicado por la editorial
Abya Yala. Verdesio, como corresponde, escribió el prólogo. El
título lo sugirió el propio Verdesio consecuente con la idea de la
publicación: De la hermenéutica y la semiosis colonial al pensar
descolonial.15
Fue en los ochenta en que la vida nomás y la enseñanza en la
Universidad de Michigan abrieron otros derroteros. Conectados
sin duda con lo que estaba haciendo. Fue al comienzo del
ochenta, después de publicado el libro que surgió de mi tesis
doctoral, aunque con otro título, que reformulé la pregunta
de Jakobson que había nutrido mi tesis y la pasé del campo
de la poética al de la historiografía.16 Me pregunté, por tanto:
“¿qué es lo que hace de un mensaje o discurso verbal una obra
14
En español, W. Mignolo, El lado más oscuro del Renacimiento.
Alfabetización, territorialidad y colonización, traducción de Cristóbal
Gnecco, Popayán, Universidad del Cauca, 2016.
15
W. Mignolo, De la hermenéutica y la semiosis colonial al pensar
descolonial, Quito, Abya Yala, 2011.
16
W. Mignolo, Elementos para una teoría del texto literario, Barcelona,
Crítica, 1978.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
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historiográfica?”. Sin saberlo ni premeditarlo fueron los primeros
pasos hacia El lado más oscuro del Renacimiento, publicado
quince años después y la preparación, sin saberlo, para la epifanía
del encuentro con la colonialidad cuando el manuscrito estaba
terminado o en sus tramos finales. Mis primeras respuestas a
las preguntas fueron dos extensos ensayos publicados en 1981 y
1982.17 Siguieron varios ensayos durante los ochenta explorando
distintos aspectos de los discursos coloniales.
Todo ello me llevó a investigar la civilización azteca,
principalmente, y un poco de las complejas civilizaciones maya
e inca. Estas indagaciones me llevaron a suplantar la expresión
“discurso colonial” por la de “semiosis colonial”, fundamental en
El lado más oscuro…. Al mismo tiempo publicaba en castellano
sobre asuntos de semiología, por ejemplo “Comprensión
hermenéutica y comprensión teórica” o “Semiosis y universos de
sentido”, dos de los ensayos recogidos por Verdesio en el librito
citado. Los últimos dos capítulos de ese libro, “Decires fuera de
lugar: sujetos dicentes, roles sociales y formas de inscripción” y
“Semiosis colonial: la dialéctica entre representaciones facturas y
hermenéuticas pluritópicas”, atestiguan el desplazamiento de la
hermenéutica y la semiosis colonial a El lado más oscuro…. La
semiosis colonial me llevó de los discursos coloniales hispánicos
a los códices aztecas y mayas, a los kipus andinos. Ya hacia
finales de los ochenta me enganché con la cartografía a raíz de
actividades ligadas a los debates sobre el sesquicentenario, que
se acercaba. Total, que así surgieron las tres partes de El lado más
oscuro...: primera parte, “La colonización del lenguaje”; segunda,
“La colonización de la memoria” y tercera, “La colonización del
espacio, una extensa indagación en la cartografía”.
Puesto que mi entrenamiento disciplinario fue la filosofía y la
literatura primero y luego la semiología, estaba preparado para
investigar los aspectos semióticos de la colonización que no
habían sido explorados hasta el momento. Las investigaciones
destacadas en esos tiempos eran de historia colonial, de
economía colonial, de política colonial, de historia colonial, de
educación descolonial, pero no de semiosis colonial. Un libro
así era necesario. No obstante, hay un elemento más a tener en
cuenta: el renacimiento europeo. Incluso una de las críticas a El
lado más oscuro… fue que no trataba la economía, una crítica
obviamente marxista. Cuando se publicó la segunda edición en
2003 agregué un largo epílogo haciéndome eco de esa crítica.
Y el epílogo de 2003 fue incluido en la traducción al castellano.
II.2. De un golpe, como una varita mágica, la “colonialidad del
poder” puso todo junto, fue como si el rompecabezas que estaba
tratando de armar (filosofía, literatura, historiografía, semiología,
17
W. Mignolo, “El metatexto historiográfico y la historiografía indiana”,
Modern Language Notes, Vol. 96, n° 2, marzo de 1981, pp. 358-402; Idem,
“Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista”, en Luis
Íñigo Madrigal (coord.), Historia de la literatura hispanoamericana.
Vol. 1 (Época colonial), Madrid, Cátedra, 1982, pp. 57-116.
Dossier | Discutir la decolonialidad
lingüística, alfabetización, cartografía) se armara de pronto. Ahí
entendí por qué había escrito ese libro, fruto de doce años de
investigación. No lo había escrito simplemente para escribir un
libro y porque la colonización fuera un tema de interés desde
mediados de los ochenta. Uno de los por qué fue la edición
en 1980 de Nueva crónica y buen gobierno de Guamán Poma
de Ayala, por Rolena Adorno y John V. Murra, en el Fondo de
Cultura Económica. El segundo por qué fue la publicación
en 1986 de Decolonizing the Mind de Ngũgĩ wa Thiong’o y la
tercera la publicación en 1987 de Borderland/La Frontera. The
New Mestiza de Gloria Anzaldúa. El rompecabezas se armó de
esta manera: mi investigación en El lado más oscuro... lo era
de la colonización hispánica del Nuevo Mundo, esto involucraba
el Atlántico, particularmente Europa Occidental y el continente
que terminó llamándose América. Decolonizing the Mind
puntualizaba dos elementos importantes: uno era que lo que
había ocurrido entre las Américas y el Nuevo Mundo había
ocurrido de distintas maneras en África, desde la esclavización
de seres humanos africanos hasta la apropiación europea de
África, legitimada en la Conferencia de Berlín de 1884 y por
último se comenzaba a hablar a principios de los noventa,
después de la caída del muro y de la Unión Soviética, del auge
económico de China y por cierto de la recuperación de China
después de la humillación de la Guerra del Opio a mediados del
siglo xix. Y Borderland/La Frontera conectaba de un plumazo
la colonización hispánica, el legado Náhuatl (dos capítulos
tienen títulos en lengua náhuatl), la hispanidad en Estados
Unidos, devenida latinidad con las fronteras geográfica, política
y sexual. Anzaldúa puso sobre la mesa la cuestión de género, de
sexualidad, y el racismo en un texto que no dejó de ser nunca
un fundamento de mi propio sentir y pensar. Después de todo,
aunque descendía de italianos en Argentina, en Estados Unidos
era alguien que hablaba con un acento que no era el acento del
inglés estándar. Un acento que quien escuchaba oía que el acento
venía del Sur.
El concepto de colonialidad unido por la conjunción “y”
a “modernidad/racionalidad” y el énfasis de Quijano en el
conocimiento y el control de la subjetividad, constituyeron
la epifanía. Recordemos que Quijano es un continuador de
Mariátegui y que estuvo involucrado en los debates en torno
a la dependencia desde los sesenta. Pero en 1992, al introducir
el concepto de colonialidad, dio un golpe de timón y supeditó
la economía al conocimiento y al control de la subjetividad.
Mientras que para el marxismo todo gira en torno a la economía
y también para el neoliberalismo, Quijano supedita el capitalismo
a la hegemonía epistémica de Occidente y el control de la
subjetividad que sujeta: el capitalismo no es un sujeto que
opera por sí solo; el capitalismo es el resultado del trabajo de
actores cuyas subjetividades lo celebran y lo manejan mediante
el conocimiento, tanto el saber hacer económico como el deber
ser que totaliza el capitalismo e impide mediante la afirmación
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Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
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que surjan preguntas que lo nieguen en su mera existencia. Se
lo puede criticar, y el marxismo lo hace muy bien, aunque no se
cuestionan los fundamentos sino la orientación de los resultados.
Si vemos el capitalismo como un dominio del PCP, el dominio
de la economía, y lo vemos también no como la economía sino
como un tipo de economía, podemos afirmar que al capitalismo
lo garantiza el control del conocimiento, que lo justifica como
una consecuencia “natural” del acontecer de la historia universal.
El conocimiento que creó y regula el PCP no fue creado en China,
Zimbabwe, Bolivia o Uzbekistan en sus respectivas lenguas y
tradiciones. No, fue creado por la cristiandad occidental (no por
la cristiandad ortodoxa del Este, que va de Grecia a Rusia). Fue
fundado —como he dicho varias veces— en griego y latín y no,
por ejemplo, en mandarín, árabe, ruso, urdu, bambara o aymara.
En el proceso de constitución del PCP todos estos idiomas
fueron destituidos en las seis lenguas europeas imperiales
(italiano, español, portugués, francés, inglés y alemán). Así, el
PCP presupone una totalidad del conocimiento que destituyó
y destituye a cada una de las totalidades en las cosmologías e
idiomas no integrables en la cosmología y lenguas occidentales
del poder. En esa gran urdimbre que es el PCP la economía es uno
de sus dominios y la economía capitalista es un dominio de los
cuatro grandes dominios constitutivos del PCP: Conocimiento,
Gobernabilidad, Economía y Humanidad. “Humanidad” es un
concepto, no es una realidad fuera del concepto. El concepto de
humanidad, desde el Renacimiento en adelante, es el concepto
que le otorga legitimidad epistémica (conocimiento) al racismo,
al sexismo y al barbarismo en las lenguas no-occidentales y que
instaló la separación de la “naturaleza” de la cultura.
“Naturaleza” separada de “cultura” es también una cuestión de
Humanidad: naturaleza es un ente allí, separada de nosotrxs,
pero conocido por el conocimiento que la misma “naturaleza”
otorgó a las criaturas humanas que “ella” creó. Este aspecto del
“conocimiento” es fundante de la forma capitalista de economía
que funciona discriminando racial y sexualmente a las personas y
convenciéndonos de que la vida es naturaleza y, por tanto, puro
recurso natural para el vivir mejor de actores e instituciones
que gobiernan, y gobiernan la economía rodeados del círculo
(digamos clase media) que sirve de zona de contención de zonas
de explotación. Para ello el estado-nación moderno/europeo y
moderno/colonial (transportado a las excolonias) es el dominio
de Gobernabilidad en el cual se concentra el Conocimiento
(teoría política y económica), la Humanidad (privilegio de las
personas blancas y cristianas occidentales) y la Economía (de
acumulación controlada por la Humanidad para su beneficio y
el beneficio de la zona de contención que asegura los votos, el
consumo y la lealtad al dominio de la Humanidad). Ahí tenemos
una descripción rápida del PCP en el cual la economía es un
dominio y el capitalismo una estructura particular de ese dominio.
El dominio es mucho más amplio que una de sus manifestaciones
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
históricas, la economía capitalista que se construyó a partir del
siglo XVI, no, por cierto, a partir de la revolución industrial. La
relación capitalismo-revolución industrial es la historia preferida
de académicos e intelectuales del Atlántico Norte y de sus
seguidores en otras partes del mundo. Como diría Quijano, el
PCP y el capitalismo nacieron el mismo día.
Al concebir la colonialidad del poder (voluntad de dominio y
control de gentes y culturas no europeas) como la estructura
profunda (por así decirlo) de todos los colonialismos
occidentales (Europa del Oeste más Estados Unidos) y distinguir
el colonialismo de la colonialidad, la colonización francesa en
Argelia, la creación de la British East Indies Company y la Dutch
East Indies Company, la Guerra del Opio y la desestabilización
de China (que no fue colonizada como lo fue India), la caída
del Sultanato Otomano y la fundación de la república (estadonación) de Turquía, etc., comprendemos el armado global que
el PCP (el aparato epistémico e institucional que actualiza
la voluntad de dominio) posibilitó. La colonialidad del poder
generó, transformó, mantuvo y controló el PCP que engarzó, del
siglo XVI a la Inteligencia artificial de hoy, las historias locales y
nacionales, de modo que ninguna es independiente de las otras.
Pensemos un sólo ejemplo: el estado-nación formado por una
etnia europea en ascenso, identificada por su clase social como
la burguesía.
De este modo el concepto mismo y la idea de “modernidad” (del
Renacimiento a la Ilustración y de allí al presente) es la máscara
triunfante que nos impedía –y todavía dificulta– ver detrás o
debajo de ella, así nos encontramos con su razón de ser: ocultar
la colonialidad con promesas de salvación por conversión,
por civilización y progreso, por desarrollo y modernización,
por democracia de mercado. De un golpe, el orden mundial
moderno/colonial aparecía en sus esplendores y miserias y sobre
todo en su doble dimensión: la colonialidad, la cara oculta de
la modernidad, y la modernidad, las promesas tanto del Paraíso
(en la primera modernidad controlada por el imaginario cristiano,
principalmente en la colonización de las Américas del siglo XVI al
XVIII) como de la civilización, del progreso y del desarrollo (en la
segunda modernidad, principalmente en la colonización de Asia
y África).
Un ejemplo. El Doctor Watson describe de esta manera a
Sherlock Holmes:18
We called at the door, when the maid, at Holmes›s request,
showed us the boots which her master wore at the time of his
death, and also a pair of the son›s though not the pair which
he had then had. Having measured these very carefully from
18
Arthur Conan Doyle, The Adventures of Sherlock Holmes, 1892, pp.
10-11. https://www.pagebypagebooks.com/Arthur_Conan_Doyle/The_
Adventures_of_Sherlock_Holmes/ADVENTURE_IV_THE_BOSCOMBE_
VALLEY_MYSTERY_p10.html.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
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seven or eight different points, Holmes desired to be led to
the court-yard, from which we all followed the winding track
which led to Boscombe Pool.
Sherlock Holmes was transformed when he was hot upon such
a scent as this. Men who had only known the quiet thinker
and logician of Baker Street would have failed to recognize
him. His face flushed and darkened. His brows were drawn into
two hard black lines, while his eyes shone out from beneath
them with a steely glitter. His face was bent downward, his
shoulders bowed, his lips compressed, and the veins stood out
like whipcord in his long, sinewy neck. His nostrils seemed to
dilate with a purely animal lust for the chase, and his mind
was so absolutely concentrated upon the matter before him
that a question or remark fell unheeded upon his ears, or, at
the most, only provoked a quick, impatient snarl in reply.19
(destacado WM)
Introduzco estas viñetas de Sherlock Holmes, en relación a lo
que estuve diciendo en torno al Conocimiento, por tres razones:
Conan Doyle fue un médico, además de escritor y creador de
Sherlock Holmes. En tanto médico, fue entrenado en las ciencias
médicas. En este caso importa más que haya sido entrenado en
ciencias, que la ciencia médica en la que fue entrenado. Holmes
es un investigador. Amasa evidencias y razona de manera
paralela a un científico en el laboratorio. Holmes no investiga la
“naturaleza orgánica humana” (e.g., el organismo es la naturaleza
para la ciencia médica) sino la “cultura humana”. Pero la investiga
con el rigor de procedimientos y razonamientos científicos. Es
decir, Holmes es el epítome andante del marco modernidad/
colonialidad. Su sentir y proceder actualizan el marco, y el marco
moldea y controla su sentir y proceder. Hacia 2010 nos dimos
cuenta (quienes ya éramos una red entonces) –y esto ocurrió
en los seminarios del doctorado creado y dirigido por Catherine
Walsh en la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, de 2002
a 2020– que la reconstitución descolonial debía ser a la vez
epistémica y estética. Pero ahí ya nos zafamos de las trampas
de la “estética” moderna, desde su versión kantiana y hegeliana
hasta la de Jacques Rancière, que limitó la estética al arte, y
nos abrimos a la estésis (colonizada por la estética) y al vivir,
19
“Llamamos a la puerta, cuando la criada, a pedido de Holmes, nos
mostró las botas que llevaba su amo en el momento de su muerte, y
también un par de las de su hijo, aunque no el par que él había tenido
entonces. Habiendo medido esto con mucho cuidado desde siete u ocho
puntos diferentes, Holmes deseaba ser llevado al patio, desde donde
todos seguimos la sinuosa pista que conducía a Boscombe Pool.
”Sherlock Holmes se transformó cuando sintió un aroma como este. Los
hombres que sólo habían conocido al pensador y lógico callado de Baker
Street no habrían podido reconocerlo. Su cara se sonrojó y se oscureció.
Sus cejas estaban dibujadas en dos líneas negras duras, mientras que sus
ojos brillaban por debajo de ellos con un brillo de acero. Tenía la cara
inclinada hacia abajo, los hombros inclinados, los labios comprimidos y
las venas sobresalían como latigazos en su cuello largo y fibroso. Sus
fosas nasales parecían dilatarse con una lujuria puramente animal por
la persecución, y su mente estaba tan absolutamente concentrada en
el asunto que tenía ante sí que una pregunta o comentario cayó en sus
oídos, o, a lo sumo, sólo provocó un gruñido rápido e impaciente en
respuesta” (traducción y destacado WM).
Dossier | Discutir la decolonialidad
al sentir, al emocionar, a la subjetividad. Quijano expresó todo
esto en el título del artículo citado: “Colonialidad y modernidad/
racionalidad” expone el reino de la razón sobre el reino de la
emoción y la subjetividad. Doyle debe ya haber intuido en su
momento el acoplamiento que la racionalidad moderna negaba.
La prioridad de las ciencias en el imaginario moderno-europeo
relegaba la literatura a una dimensión subjetiva frente a la
objetividad de la ciencia. Pues no sólo ciencia y literatura se
conjugaron en la vida de Doyle, sino que además construyó
procedimientos y razonamiento científicos en y por la literatura.
Vamos a la segunda consecuencia derivada de la descripción de
Holmes en un momento crucial de una de sus investigaciones
que nos ofrece el Dr. Watson. Las itálicas de la cita anterior son
las que me interesan. El olor de unas botas desencadena una
transformación de las células de los organismos de Holmes que
Watson nota en las cejas, los ojos, la inclinación del rostro y
las fosas nasales. Holmes muestra la animalidad (y así lo dice
Watson) que somos los seres humanos. En Holmes la animalidad
surge en el momento en que sus gestos le revelan a Watson (y a
quien lee) el efecto de la intuición en el sentir y del emocionar que
transforma a Holmes en un animal que huele la trayectoria de su
presa y se adelanta al misterio que se propone revelar. En suma,
el razonar se funda en el sentir y el emocionar. Es decir, en los
indicadores de la subjetividad que los principios de las disciplinas
científicas reprimen para que no obstruya la objetividad.
Esto es, la modernidad/racionalidad destituyó la subjetividad
del conocimiento. Quijano nos propone la reconstitución
epistemológica de la subjetividad, y la reconstitución subjetiva
de la epistemología, para restituir el sentir y el emocionar que los
relatos modernos del conocimiento objetivo destituyeron.
Y la tercera motivación para incluir la cita de Watson se conecta
con lo que acabo de decir. Las investigaciones descoloniales
tienen elementos en común con la respuesta de Holmes ante
el signo: el olor de los zapatos del crimen. Lo que motiva las
investigaciones descoloniales, lo que desencadena signos: las
heridas coloniales. Las heridas coloniales que más perduran no
son las físicas sino el impacto emocional en el organismo que
padece violencias físicas, porque se lo considera deficiente en
su humanidad, no perteneciente a la Humanidad. Reponerse
de una herida física no es paralelo a la sanación descolonial,
puesto que ésta consiste en la reconstitución de la persona en
la integridad de sus saberes y sentires, en la legitimidad de lo
que es y no en las deficiencias que la retórica de la modernidad,
basada en el modelo de Humanidad que crea la retórica, puesto
que ésta es creada por quienes han establecido el modelo de
humanidad sobre la base de su propia experiencia. De ahí que
la reconstitución epistémica sea inseparable de la reconstitución
del ser y la subjetividad. De modo que cuando Quijano propone
desprendernos del imaginario moderno/racional que oculta la
colonialidad propone la descolonización epistémica y subjetiva, es
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
decir, las respuestas del cuerpo a las heridas coloniales, y a partir
de ahí, el uso del razonamiento (claro está, no la racionalidad
regulada por los principios modernos o posmodernos) para
orientar las sanaciones descoloniales. Para el feminismo
comunitario indígena la sanación, en el lenguaje de Lorena
Cabnal, es sanación cósmico-política, lo cual niega el concepto
de naturaleza. Para quienes no somos indígenas, las sanaciones
que proponen y necesitan los proyectos que surgen de las
cosmologías indígenas nos ayudan a comprender los límites que
tenemos quienes hemos sido escolarizados en los principios y
regulaciones de la salvación cristiana, el progreso y la civilización
liberal y el desarrollo y la democracia neoliberal, por un lado,
y las utopías socialistas del marxismo, contrapartida occidental
del liberalismo, por otro. El cuerpo es el que recuerda y piensa,
nos sugiere Watson en la descripción de Holmes. La pregunta
es: ¿quiénes nos estremecemos por lo que desencadena el olor
de los zapatos, que en el marco de la colonialidad sería la herida
colonial? ¿Cómo respondemos? Hay varias maneras de hacerlo y
ellas están en marcha en varias regiones del planeta. La vía que
abrió Quijano es una semilla de la que están creciendo varios
árboles.
II.3. Mencioné antes que el concepto de colonialidad cayó
en mis manos. De modo que así fue, cayó ―—porque no lo
estaba buscando, puesto que no sabía que existía—― ya en
el tramo final de El lado más oscuro..., en el que exploré la
colonización del lenguaje, de la memoria y del espacio, temas
coherentes con mi formación disciplinaria en semiología.
Desde ese momento, la colonialidad se convirtió en el eje de
mis investigaciones y exploraciones. En 2000 publiqué Local
Histories/Global Designs. Coloniality, Subaltern Knowledges
and Border Thinking, traducido y publicado en español en
2003 como Historias locales/diseños globales. Colonialidad,
conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. En
el argumento convergen el impacto que tuvo la lectura de
Borderlan/La Frontera de Anzaldúa, impacto que reconocí en El
lado más oscuro.... Más que eso, el argumento mismo del libro
fue construido en torno al concepto mismo de frontera, que me
permitió dar un vuelco al razonamiento y tratar de entender las
versiones hispánicas y europeas de la conquista y colonización
desde las perspectivas indígenas. Cosa que no se había hecho
hasta ese momento: la mayoría de las investigaciones se apoyaban
en fuentes hispánicas y en sus versiones de las civilizaciones
mesoamericanas y andinas. Por otro lado, las investigaciones
en arqueología, etnohistoria y lenguas indígenas privilegiaban
las civilizaciones desmanteladas por los hispánicos. Nadie había
explorado el entrelazamiento entre ambas. Sin embargo, yo
mismo no disponía en ese momento del concepto de colonialidad
para entender el diferencial de poder en el entrelazamiento entre
las cosmologías indígenas y la cosmología occidental europea.
El entrelazamiento y el diferencial de poder fue la columna
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
vertebral del argumento de Local Histories/Global Designs.
Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking, que
aparece ya en el subtítulo y en la barra de separación del título.
En efecto, la tesis principal del libro es que la colonialidad del
poder articula los diseños globales que interfieren (destituyen,
reacomodan, destruyen) historias locales. No obstante, los
diseños globales son diseños de historias locales que han
logrado convencernos de su globalidad (y epistémicamente de
su universalidad) y, por lo tanto, de ser diseños que responden
a la “evolución” histórica. Tal evolución histórica es un concepto
secular, moderno, europeo articulado por Hegel en la marcha
del Espíritu y por Marx en el materialismo histórico que legitimó
las ideas liberales de progreso y civilización y de la marcha al
socialismo en el imaginario marxista. La barra “/” que entrelaza
diseños globales con historias locales es la barra de la frontera y
del diferencial de poder (la colonialidad del poder) que moduló
el orden global desde 1500 hasta 2000.
Ésta fue la época de la occidentalización del mundo, construido
en torno a la diferencia colonial y la diferencia imperial en sus
variadas manifestaciones históricas y geopolíticas.20 Obviamente
ambas diferencias tienen variadas manifestaciones a lo largo
de los 500 años y en ese sentido son plurales. Sin embargo,
tienen un elemento en común que las caracteriza: la lógica de la
colonialidad que consiste en destituir todo aquello que se oponga
a la marcha de la occidentalización, de la idea de modernidad y
modernización, de desarrollo y democracia, todo lo cual justifica
la violencia destructora para avanzar en los beneficios que, se
supone, llegarán con los universales abstractos que acabo de
mencionar. Las diferencias colonial e imperial son conceptos
descoloniales. Son también conceptos que revelan la geopolítica
en la colonialidad del poder y del saber. Poco después de
publicado el libro escribí un extenso ensayo explicando ambos
conceptos.21 Explicando y no definiendo. No doy una definición
de los conceptos sino que su maleable sentido va emergiendo
en su uso a lo largo del argumento. Obviamente, las críticas
provenientes del canon disciplinario en ciencias sociales no se
hicieron esperar, protestando porque no definía los conceptos.
Quienes así objetaban tenían razón: no defino los conceptos,
intencionalmente.
Local Histories/Global Designs no podía haber sido escrito
como lo fue sin la investigación previa que culminó en El lado
más oscuro.... En efecto, estas investigaciones me permitieron
comprender los aspectos semióticos de la colonialidad (lenguaje,
memoria, cartografía). Quijano nos entregó las dimensiones
económica, política y epistémica que hizo confluir en el concepto
20
Serge Latouche, L’ occidentalization du monde. Essay sur la
signification, la portée et les limites de l’uniformisaton planetair,
Paris, La Découverte/Poche, 2005[1989].
21
W. Mignolo, “The Geopolitics of Knowledge and the Colonial Difference”,
South Atlantic Quarterly, Vol. 101, n° 1, 2002, disponible en https://
muse.jhu.edu/article/30745/pdf.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
de raza. En “Colonialidad del poder y clasificación social”
(2000),22 Quijano amplió el alcance del concepto de raza
que había introducido ya en su ensayo de 1991, “Colonialidad
y modernidad/racionalidad”. En este ensayo el concepto de
clasificación social desplaza al concepto de clase social, el cual
postula una clasificación socio-económica pero no contempla el
elemento racial y, como después lo explicará María Lugones, el
concepto cultural de sexo/género.23 El filósofo jamaiquino Lewis
Gordon lo expresó de una manera sintética: “Europa huele a
clase, las Américas huelen a raza”.24
Raza y sexo son las bases clasificatorias de racismo y sexismo.
Ambos se cruzan y muestran la necesaria distinción entre, por un
lado, feminismo y LGTBQ blanco y, por otro, feminismo y LGTBQ
de “color”. La clasificación social no “representa” realidades que
existen independiente de las clasificaciones. Al contrario, son las
clasificaciones las que “crean” realidades. Nada de esto existía
en las cosmologías no-occidentales anteriores a la fundación
institucional del cristianismo y su rol fundamental en la segunda
mitad del siglo XV y durante el siglo XVI en la creación del
concepto de raza, un concepto que se usaba para referirse a la
especie equina y que fue proyectado sobre la especie humana
para distinguir a Moros y Judíos de Cristianos.25 Y posteriormente
para distinguir y jerarquizar a “Indios” y “Negros” (palabras
inventadas por los conquistadores) de Castellanos en el Nuevo
Mundo.
En resumen, la clasificación social presupone en quien clasifica,
en su enunciación misma, la diferencia colonial e imperial que
proyecta sobre las gentes, regiones y civilizaciones clasificadas:
la diferencia colonial se proyectó y proyecta sobre gentes y
regiones colonizadas, esclavizadas y destituidas. Por ejemplo,
“Indios” en el Nuevo Mundo, esclavizados africanos y expulsados
judíos de la Península Ibérica que pasaron a formar el colonialismo
interno y la diferencia colonial intramuros en la propia Europa,
lo cual culminó en el Holocausto. La diferencia imperial sobre
civilizaciones o Estados que no han podido ser colonizados.
Por ejemplo, en el siglo XVI la diferencia imperial se proyectó
sobre el Sultanato Otomano, en el siglo XVI sobre Rusia y en
los siglos XX y XXI sobre China e Irán. No hay una diferencia
nítida entre ambas que, dependiendo de las circunstancias
históricas, manifiestan zonas grises. En mis trabajos posteriores
a Local Histories/Global Designs, continué elaborando estas
perspectivas.26 En fin, el concepto de raza organiza el PCP y es
22
A. Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, op. cit.
23
Maria Lugones, “Colonialidad y género”, Tabula Rasa, n° 9, 2008,
pp. 73-101, disponible en https://www.revistatabularasa.org/numero9/05lugones.pdf.
24
Conversación personal.
25
Margaret Greer, Walter Mignolo and Maureen Quilligan (comp.), Rereading the Black Legend. The Discourses of Religious and Racial
Difference in the Renaissance Empires, Chicago, The University of
Chicago Press, 2008.
26
Christopher Mattison, “Delinking, Decoloniality and Dewesternization:
Dossier | Discutir la decolonialidad
el concepto fundamental de la colonialidad del poder y de la
obstinación por dominar y controlar que anima el cuerpo y la
subjetividad de quienes (actores e instituciones) proyectan y
ejecutan diseños globales.
En Local Histories/Global Designs exploré los diseños que
modularon y modulan las relaciones interestatales al mismo
tiempo que intenté introducir la cuestión del conocimiento
interrogando la enunciación, un aspecto que no había enfatizado
en El lado más oscuro… y que sostiene todo lo que hice desde
entonces. La primera parte del libro, titulada “Soy donde pienso”,
bosqueja el desprendimiento del imaginario epistémico de
la modernidad/racionalidad e introduce el factor existencial,
subjetivo, no-racional (ojo, no confundir con irracional) en el
conocimiento. Exploré así la dimensión subjetiva que Quijano
introdujo en el análisis de la colonialidad del poder. Al mismo
tiempo las diferencias colonial e imperial nos alertan que
cuando Descartes enuncia su “Pienso, luego existo” lo hace en
Europa (en Amsterdam, más específicamente) en la primera
mitad del siglo XVII. Pero su localización geopolítica (y por lo
tanto geohistórica) está soslayada. La explicación es obvia:
para quien habita el imaginario moderno-europeo occidental,
el sujeto cognoscente es universal. He ahí un caso especial
de diseños globales/historias locales. La historia local del
enunciado está sorteada precisamente porque no hay razón para
cuestionar la racionalidad eurocéntrica. Las consecuencias de
tal creencia fueron fundamentales en la construcción, gestión y
mantenimiento de la diferencia colonial epistémica.
Al afirmar “soy donde pienso” afirmo al mismo tiempo la
geopolítica del conocimiento y cuestiono la diferencia colonial
que destituye de la universalidad todo pensamiento en otras
lenguas y otras latitudes. Por cierto, Descartes fue cuestionado
en la misma Europa, pero estos cuestionamientos son peleas
entre familias irrelevantes para el resto del mundo, excepto
de aquellas personas que en África, América Latina o Asia sean
creyentes de la modernidad/racionalidad. Sin duda hay creyentes
cristianas y cristianos en Asia y África, lo cual ratifica el alcance
global del eurocentrismo teológico y epistémico al tiempo que
ratifica la destitución de creencias, saberes y formas de vida
locales que no se correspondan con las expectativas de los
diseños globales. En este sentido, las lenguas (los idiomas, quizás
es mejor decir) nos permiten percibir (e.g., adquirir las primeras
impresiones de lo percibido por medio de las sensaciones del
organismo) las bisagras en las que se enlazan las diferencias
coloniales e imperiales. Exploré estos aspectos en dos capítulos:
“Una lengua otra: mapas lingüísticos, geografías literarias y
paisajes culturales” y “El amor al bilenguajeo: pensar entre
idiomas”.
Interview with Walter Mignolo (Part II)”, Critical Legal Thinking,
publicado el 02/05/2012, disponible en https://criticallegalthinking.
com/2012/05/02/delinking-decoloniality-dewesternization-interviewwith-walter-mignolo-part-ii/.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
92
En resumen, las investigaciones y preguntas que llevaron a la
publicación de El lado más oscuro... y Local Histories/Global
Designs, el primero una exploración semiótica de la colonización
de las Américas en los siglos XVI y XVII, con algunas extensiones
al XVIII, y el segundo una exploración de la colonialidad global y
su incidencia en las historias locales, tanto imperiales —Europa
occidental y Estados Unidos— como todas aquellas intervenidas
por la colonialidad del poder (hayan o no sido colonizadas por
Occidente, como los casos de China, Japón y Rusia), sentaron la
plataforma de todo lo que hice desde entonces y sigo haciendo
hoy, incluida esta reflexión que traza a grandes rasgos el proceso
que me llevó a la colonialidad del poder y a re-orientar el sentir,
creer, conocer y, simplemente, vivir.
II.4. Hoy encontramos la colonialidad del poder en diferentes
disciplinas, ensayos periodísticos, organizaciones políticas, en
la esfera del arte —artistas, museos— etc. Baste un botón de
muestra: una búsqueda en Google de “colonialidad del poder”
o “coloniality of power” nos muestra la extensión del concepto,
la mayoría explorando su alcance en las respectivas esferas
del hacer, otros críticos de sus límites. Nada nuevo en esto. Lo
que subrayo es su extensión. Mi intención aquí no es hacer una
etnografía, documentar su extensión y evaluar sus usos. Anotaré
sólo algunos casos en los que estoy involucrado y que, como
otro botón de muestra, ilustran la fuerza y energía del concepto
para agrupar a quienes se identifican con él y lo incorporan a
sus haceres y a su vida. Con lo cual subrayo una vez más que
colonialidad del poder no es un concepto académico y es más
que epistémico, es decir, no se limita al concepto moderno de
conocimiento, modernidad/racionalidad.
El comienzo de la agrupación Modernidad/Colonialidad fue en
1998 en Montreal durante uno de los congresos de la Asociación
Internacional de Sociología.27 Edgardo Lande, muy amigo de
Quijano y conocedor de sus ideas, organizó tres paneles en esa
conferencia. Las ponencias están recogidas en el volumen editado
por Lande y publicado en 2000 por Clacso como La colonialidad
del saber. Eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas
latinoamericanas. En la conferencia participamos, además de
otrxs invitadxs, Quijano, Enrique Dussel, Arturo Escobar, Santiago
Castro-Gómez, Fernando Coronil y yo mismo. De ese encuentro
se originó la agrupación Modernidad/Colonialidad. Hubo un
encuentro en Bogotá, creo que al año siguiente, organizado por
Castro-Gómez, Oscar Guardiola Rivera y Carmen Millán. De allí
surgió un volumen editado por lxs organizadorxs, Pensar (en)
los intersticios. Teoría y práctica de la crítica postcolonial
(1999). La conferencia fue amplia, incluyó variada participación
y la cuestión de la colonialidad, clara ya en el volumen de
Lander, no lo fue en la reunión de Bogotá. En 2000 organicé un
encuentro que continuó los anteriores, en la cual se incorporaron
Catherine E. Walsh y Javier Sanjinés. En 2002 Michael Ennis y
Freya Schiwy, estudiantes del doctorado en ese momento,
organizaron un “special dossier”, titulado “Knowledge and the
Known. Andean Perspectives on Capitalism and Epistemology”
en la revista Nepantla: Views from South. Aunque el concepto
de colonialidad estaba presente, no era todavía la común
expresión de las y los participantes. El concepto cuajó en la
reunión de Quito organizada por Walsh con la colaboración de
Schiwy y Castro-Gómez, quienes luego publicaron los ensayos en
Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolítica del conocimiento
y colonialidad del poder. Perspectiva desde lo andino (2002).
En esa reunión se sumó Zulma Palermo.
El volumen se abre con una conversación entre Walsh y yo
mismo, titulada “Geopolíticas del conocimiento y colonialidad
del poder”. Allí se cruzaron dos ejes fundamentales del proyecto:
colonialidad del poder y geopolítica del conocimiento. Esta última
expresión lleva la preocupación de Quijano por el conocimiento y
por la descolonización epistemológica al terreno de la geopolítica
del conocer. El primer capítulo del volumen después de la
entrevista es de Quijano, “El regreso del futuro. Las cuestiones
del conocimiento”. El año anterior, yo mismo había editado en
Buenos Aires un volumen que surgió de una ponencia presentada
en el Congreso Latinoamericano de Filosofía de la Liberación
organizado por Dussel en Puebla, México. El título de mi ponencia
y del volumen es Capitalismo y geopolítica del conocimiento.
El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate
intelectual contemporáneo (2001). Allí colaboró Dussel con
uno de sus artículos clásicos de principios de los noventa,
“Eurocentrismo y modernidad”, en el cual introduce el concepto
de transmodernidad. El mismo volumen incluye “Colonialidad
del poder, cultura y conocimiento en América Latina” de Quijano,
donde marca también el cruce complementario de colonialidad
del poder, transmodernidad y geopolítica del conocimiento, tres
conceptos descoloniales fundacionales del emergente paradigma
descolonial de conocimiento.28
En 2004 Escobar y yo convocamos a una reunión de la agrupación
Modernidad/Colonialidad en la Universidad de Carolina del
Norte y en la Universidad de Duke, universidades a 15 kilómetros
de distancia entre sí. De allí surgió en 2007 un número especial
de Cultural Studies, “Globalization and the decolonial option”,
por invitación de su editor, Larry Grossberg, quien asistió a las
sesiones de la reunión. Fue la primera publicación en inglés
en la cual se reunió un número significativo de ensayos de la
agrupación. En 2007 Lander convocó a una reunión en Caracas,
por esos años hubo tres reuniones en Berkeley organizadas
por Nelson Maldonado-Torres, José David Saldívar y Ramón
Grosfoguel. Al mismo tiempo que todo esto ocurría, quienes
28
27
Lucy
Mayblin,
“Modernidad/Colonialidad”,
Global
social
theory,
disponible
en
https://globalsocialtheory.org/concepts/
colonialitymodernity/.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Arturo Escobar, “Mundos y conocimientos de otro modo. El programa
de investigación modernidad/colonialidad latinoamericano”, Tabula
Rasa n° 1, 2003, pp. 51-86, disponible en http://www.revistatabularasa.
org/numero-1/escobar.pdf.
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
participábamos en la agrupación inicial fuimos formando células,
por así decir, de las cuales el núcleo era la colonialidad del poder.
Debo decir en este momento que Quijano nunca se propuso
como líder de la agrupación. Ésta surgió, creció y se expandió; él
participó pero no fue su intención –ni tampoco intentó– “poseer”
lo que estábamos haciendo. Su liderazgo consistió en su ética
profesional y personal. Un leader que actuaba como líder, un
amigo que compartía intereses y transmitía constantemente la
sinergia del pensar.
De las nuevas células surgieron, a partir de 2010 aproximadamente,
proyectos en los cuales estoy involucrado. Por ejemplo, a partir
de 2010 Pedro Pablo Gómez hizo de la Academia Superior de
Artes de Bogotá (ASAB) un centro sobre la descolonialidad en
la esfera del arte y de la estética, que culminó en la creación
del Doctorado en Estudios Artísticos (http://fasab.udistrital.
edu.co:8080/noticias-y-eventos-culturales-facultad-de-artesasab/-doctorado-estudios-artisticos-hacia-su-consolidacion). En
Buenos Aires Beatriz Gercman inició una colección de libros
dedicada a explorar asuntos de colonialidad y geopolíticas del
conocimiento. Después del lamentado fallecimiento de Gercman,
Malena Pestellini tomó a su cargo la dirección de la colección. Lo
iniciado por Gercman tuvo así continuidad y la colección encontró
su definición bajo el título de El desprendimiento (https://www.
edicionesdelsigno.com.ar/el-desprendimiento/). En 2012 Alanna
Lockward (1961-2019) inició el proyecto Be.Bop (Black Europe
Body Politics, https://socialtextjournal.org/periscope_article/
black-europe-body-politics-towards-an-afropean-decolonialaesthetics/). El proyecto surgió del encuentro de sus trabajos
anteriores en ArtLabor Archives y las exploraciones en estéticas
descoloniales iniciadas en 2010 en Bogotá (https://adelajusic.
files.wordpress.com/2012/10/decolonial-aesthetics.pdf). Ese año
iniciamos con Rolando Vázquez la Decolonial Summer School
en Middelburg, Holanda, bajo los auspicios de la Roosevelt
Academy de la Universidad de Utrech y del Center for Global
Studies and the Humanities de la Universidad de Duke, bajo mi
dirección (https://decolonialsummerschool.wordpress.com/). En
julio de 2020 la Escuela cambió su sede al Van Abbee Museum
of Contemporary Art en Eindhoven, Holanda, pero mantiene los
mismos auspicios.29 Además, allí se dará continuidad al Be.Bop,
proyecto que desde sus inicios estuvo vinculado a la Decolonial
Summer School, de la cual Lockward fue docente. La conducción
de Be.Bop estará a cargo de Patricia Kaersenhout, quien participó
desde sus comienzos en Be.Bop y la Escuela decolonial (https://
www.pkaersenhout.com/).
II.5. Para cerrar, unas palabras sobre por qué escribí The Darker
Side of the Renaissance en inglés. Una pregunta que me hicieron
29
s/d, “The Communal, the Museum and the End of the Contemporary:
Decolonial Summer School”, en Summer School Utrecht, 19872019.
https://www.utrechtsummerschool.nl/courses/social-sciences/
the_communal_the_museum_and_the_end_of_the_contemporary_
decolonial_summer_school.
Dossier | Discutir la decolonialidad
a menudo apenas apareció el libro. Aunque lo explico en la
Introducción, vuelvo sobre el asunto puesto que también es una
pregunta en los artículos de este dossier.
Entre 1981 y 1993, año en que entregué el manuscrito a la
editorial, publicaba sobre asuntos que fueron a parar en el libro
en inglés y en castellano. Mencioné más arriba dos artículos
fundacionales. Otros fueron publicados en la revista Filología,
que dirigía Ana María Barrenechea (cariñosamente Anita), en
la Revista Iberoamericana, en Ínsula y en la Nueva Revista
de Filología Hispánica. Al mismo tiempo, también en Estados
Unidos y Europa bullía el tema puesto que se acercaba la conmemoración conflictiva de 1492. Mientras estos acontecimientos
ocurrían, Víctor Borge (comediante belga, https://www.youtube.
com/watch?v=i5zJ9m70TTE) pasó por Ann Arbor y ofreció
a la comunidad tres días de su show. Asistí a uno. Al autopresentarse dijo: “El inglés no es mi lengua, yo simplemente la
uso”. El inglés es la lengua oficial de Jamaica, y en ella cantó
y filosofó Bob Marley. Y también una lengua imperial en África
del Sur, junto a las variadas lenguas ancestrales y el afrikaan.
Steve Biko escribió en inglés sus notas periodísticas y su libro
I write what I like. Anzaldúa escribió en espanglish. El asunto
fue que nadie en el mundo hispánico me sugirió o me alentó a
que escribiera un libro con los temas que estaba elaborando en
artículos, conferencias, talleres, etc. Y el asunto era que en el
área de habla, escritura y lectura hispánica el interés en el tema
no enganchaba con la descolonizacón (nadie habla del tema),
de la subalternidad (tema del área lingüística angloparlante),
del orientalismo (puesto que para América Latina el asunto
no era el orientalismo sino el occidentalismo, y sobre el tema
publiqué en castellano y Fernando Coronil publicó también pero
en inglés, a pesar de ser antropólogo venezolano y miembro del
agrupamiento Modernidad/Colonialidad) y de la poscolonialidad,
que había entrado en el vocabulario del Atlántico Norte después
de que Francois Lyotard publicara La condición posmoderna en
1978. Un buen día, porque bueno fue, la editora de la Universidad
de Michigan LeAnn Fields golpeó la puerta de mi oficina de la
Universidad, en Ann Arbor, previa comunicación por teléfono,
para conversar sobre los temas que estaba investigando. La
revista de la Universidad había publicado en su revista/informe
mensual Research News un par de semanas atrás un informe
en el que destacaban las investigaciones de Sabine McCormack
(religiones andinas), Rolena Adorno (Guamán Poma de Ayala),
Ruth Behar (religión y brujería en el México colonial), Rebecca
Scott (esclavitud colonial), Bruce Mannheim y Walter Mignolo
(colonialismo, la cuestión del libro y de la escritura). Acepté
el desafió. La cuestión era ahora cómo enmarcar el argumento
y crear una audiencia. A poco de pensar lo que había estado
haciendo surgieron tres líneas: a) el renacimiento europeo y su
lado más oscuro (la expansión colonial), puesto que su lado oscuro
interno eran la brujería, el paganismo y, para los humanistas del
Renacimiento, el Islam y en particular el sector árabe. Y claro el
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sector árabe-musulmán fue un capítulo crucial de la reconquista
castellana de sus territorios y la apropiación castellana de
los territorios de lo que llamaron las Indias Occidentales;
b) los debates en torno al orientalismo, la subalternidad, la
poscolonialidad y la descolonización. La primera frase del libro
de Rolena Adorno sobre Guamán Poma de Ayala alegaba que su
libro era una contribución a la descolonización de la investigación
académica; c) la oportunidad de manufacturar una enunciación
(ya había intervenido en este ámbito en 1991) que confrontaba
e introducía un desvío (delinking, el desprendimiento no había
entrado en el vocabulario) con las enunciaciones de la mayoría
–sino de la totalidad– de los libros y artículos existentes en
lenguas occidentales sobre el Renacimiento y la “conquista y
colonización de América”.30 Sabía yo que escribir este libro en
español hubiera caído en saco roto.
Tal es así que después de publicado ocurrieron dos
acontecimientos que corroboraron mi intuición. El primero fue
que el interés manifiesto del Fondo de Cultura Económica en
México no provenía de la lectura del libro, sino de un artículo
publicado en The New York Review of Book en abril de 1996.31
Confirmé mi intuición cuando, al poco tiempo de conversar
sobre el asunto en la ciudad de México, me contactaron y me
informaron que planeaban traducirlo y publicarlo conjuntamente
con el Colegio de México. En ese momento supe que no iba a
funcionar. Y así fue. Difícilmente el Colegio de México hubiera
copublicado un libro que atentaba contra los valores hispánicos
que enarbola. En cuanto al Fondo, obviamente no se animó a
ir adelante solo. Sería muy arriesgado, me imaginé, traducir un
libro de un autor latinoamericano. Los que se venden son libros
traducidos al castellano de autores alemanes, ingleses, francés y
estadounidenses. Estas son las mismas razones por la cuales la
publicación del libro en España hubiera sido difícil y en América
Latina, si no era el Fondo, pocas alternativas quedaban para este
tipo de libros. En Argentina el periodo que va entre los siglos XVI
y XVIII no exalta a las editoriales, a no ser que sea un autor francés
o alemán conocido que les asegure las ventas. Total, el libro fue
traducido y publicado en Popayán, Colombia, zona donde se
entrecruzan comunidades indígenas y afrodescendientes y existe
una intelectualidad pública y universidades que acompañan las
políticas de estas comunidades y confrontan la colonialidad del
Estado colombiano.
En resumen, haber publicado el libro en Estados Unidos en
castellano hubiera sido casi equivalente a publicarlo en inglés
en Buenos Aires. Además, mi decisión de operar de esta manera
30
W. Mignolo, “Colonial and Postcolonial Discourse: Cultural Critique
or Academic Colonialism?”, Latin American Research Review, Vol.
28, n° 3, 1993, pp. 120-134, disponible en https://www.jstor.org/
stable/2503613?seq=2#metadata_info_tab_contents.
31
Anthony Grafton, “The West and the Rest”, New York Review of Books,
publicado el 10/04/1997, disponible en https://www.nybooks.com/
articles/1997/04/10/the-rest-vs-the-west/.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
estaba relacionada con los análisis de la geopolítica lingüística
en relación al conocimiento. Sabíamos, y lo dije en varias partes
y momentos, que durante la Guerra Fría la distribución de la
labor científica y académica correspondía a la geopolítica estatal
y económica.
El esquema es el siguiente: a) las sociedades occidentales del
Primer Mundo son democráticas, científicas y objetivas (obvio
ésta no es la opinión de gente de Zimbabwe, Uzkbekistan, China o
Indonesia, para poner unos ejemplos; no nombro América Latina
porque presumo que la mayoría diría que tal es el caso), por lo
tanto las disciplinas fuertes como la sociología y la economía
se ocupan de estudiar las sociedades occidentales puesto que
estas ofrecen los modelos adecuados para el resto del planeta;
b) en el Segundo Mundo, el caso de la Unión Soviética, no
podía objetarse su cientificidad puesto que lanzó cohetes a
la luna antes que Estados Unidos, pero desgraciadamente
no era democrática y, por consiguiente, su conocimiento no
era objetivo. Las ciencias políticas fueron las encargadas de
“estudiar” la Unión Soviética. De modo que imposible pensar en
la traducción de estudios académicos escritos en ruso a ninguna
de las lenguas imperiales de Occidente. Y así fue. A no ser que
hubiera alguna editorial independiente que emprendiera esta
tarea, por ejemplo la editorial Lautaro que en los sesenta tradujo
algunos autores soviéticos; c) el Tercer Mundo, según esta
distribución del conocimiento enunciada en el Primer Mundo,
sólo producía cultura. El boom de la novela latinoamericana de
los sesenta y setenta es el ejemplo contundente de la vigencia
de tal geopolítica. De modo que esperar que un autor académico
latinoamericano (y en general también peninsular) sea traducido
a las lenguas imperiales es sistémicamente casi imposible. Los
libros académicos escritos en castellano quedan reducidos al
mundo de habla hispana (y luego está la vigencia del tema para
tales lectores). En tanto que escribir en inglés directamente
permite intervenir en debates globales que, a través del inglés,
conectan a gente de los cuatro o cinco continentes (según como
se cuente). El inglés no es mi lengua, yo simplemente la uso.
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Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
95
96
Walter Mignolo, “Memorias y reflexiones en torno de la de/colonialidad del poder”, en
Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 79-96. | https://doi.org/10.47195/20.683
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Resumen
Los ensayos críticos de Andrea Barrica y Ariel Petruccelli en torno a la colonialidad del poder, Aníbal Quijano
y mi propio trabajo, me llevaron a reflexionar en torno
precisamente a estos tres puntos bisagras. Las memorias y reflexiones en torno a la colonialidad del poder
que anuncia el título, motivadas por puntos específicos
señalados por Barrica y Petrucelli, son un momento de
una pregunta constante que me hago a mi mismo y a
mis estudiantes de grado. También cuando en talleres o
conversatorios la deriva conversacional me lleva a este
punto. La pregunta es: ¿Por qué hacemos los que hacemos? En cuanto a lo personal, ¿por qué hago lo que
hago? La respuesta aquí gira en torno al momento en
que el concepto de “colonialidad” entró en mi vida. No
en mi profesión o en la disciplina, sino en mi vida y me
condujo a entender dónde resulté ubicado en el patrón
colonial de poder. De aquí que, a mis estudiantes de
grado, después de presentarles el primer día el patrón
colonial de poder les invito a reflexionar, primero, dónde ha sido ubicados (por género y preferencias sexuales,
clase social y etnicidad racializada, lengua, nacionalidad,
religión), etc. Y segundo, que presten atención donde
perciben la colonialidad en sus vidas diarias y si la colonialidad les toca de alguna manera, si la sienten una vez
que son conscientes de ella. Estas memorias y reflexiones giran en torno a estos asuntos.
students to reflect during the semester on these two
issues: where each of them has been located (by gender
and sexual preferences, social class and racialized ethnicity, language, nationality, religion ), etc. in the colonial
matrix of power. And secondly, I invite them to be alert
to where coloniality is showing up in their daily lives and
on whether coloniality touches them in any way. These
memories and reflections are about this.
Keywords: Coloniality, Eurocentricm, Delinkyng.
Recibido: 01/07/2020
Aceptado: 30/08/2020
Palabras claves: Marxismo, Decolonialidad, Colonialidad.
Abstract
The critical essays by Andrea Barrica and Ariel Petruccelli on the coloniality of power, Aníbal Quijano and my
own work, led me to reflect on precisely these three
hinge points. The memories and reflections on the coloniality of power announced in the title, motivated by
specific points indicated by Barrica and Petrucelli, instances of a constant question that I ask myself and my
undergraduate students; sometimes when in workshops
or conversatorios the conversational drift brings me to
this point. The question is this: Why do we do what we
do? Personally, why do I do what I do? My personal
answer to this question revolves around the moment
when the concept of “coloniality” entered my life. Not in
my profession or discipline, but in my life, which led me
to understand where I was located in the colonial matrix
of power. Hence, after presenting the colonial matrix of
power on the first day of a graduate seminar, I invite
Marcelo Acosta [Marcelo Manuel Benítez]. Ilustración.
En: Vamos a Andar, nº 11 (11/1988).
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Dossier | Discutir la decolonialidad
La perspectiva descolonial
en la encrucijada de la crítica
Bárbara Aguer*
La crítica del paradigma europeo de la
racionalidad/modernidad es indispensable. Más aún,
urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la
negación simple de todas sus categorías; en la disolución
de la realidad en el discurso; en la pura negación de la idea
y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento. Lejos
de esto, es necesario desprenderse de las vinculaciones de
la racionalidad/modernidad con la colonialidad, en primer
término, y en definitiva con todo poder no constituido en
la decisión libre de gentes libres.
Aníbal Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, 1991.
A modo de inicio o sobre cómo organizar la respuesta
Esta ocasión me invita a escribir desde el lugar de la réplica.
Si bien la alteridad y el “decir del otro” son parte central de
cualquier escrito y fuente de la escritura como práctica en sí
misma, el ejercicio de la réplica implica incorporar explícitamente
el recurso dialógico y la palabra ajena más allá de la frecuente
y estandarizada estrategia del citado; escribir a partir de la
escritura de otres es siempre un desafío en tanto nos posiciona
en una “cancha ya tramada”, con todas las ventajas y desventajas
que eso supone. Quiero respetar el lugar propuesto en la
invitación porque me resulta interesante, además de celebrable,
que una revista académica estimule la crítica y el debate al
interior de un mismo dossier, salvándolo del tono monocorde
que suele adoptar. Por este motivo, el trabajo que sigue no
tratará exclusivamente sobre mi recorrido en la perspectiva
descolonial ni sobre las discusiones o debates que me resulten
más provocativos, tampoco supondrá una somera introducción a
*
Departamento de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
de Buenos Aires; Universidad Nacional de San Martín, Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. https://orcid.
org/0000-0003-0735-6862. Los términos decolonial o descolonial
remiten a la misma propuesta teórica, la cual admite ambas anotaciones.
Como señala Alejandro de Oto, “en las publicaciones argentinas ha
prevalecido el uso de ´descolonial´ mientras que en el resto lo usual
es encontrar el galicismo ´decolonial´”. Alejandro de Oto “Pensamiento
descolonial/decolonial” en Diccionario de pensamiento alternativo II,
Buenos Aires, Biblos y UNLA.
la perspectiva en cuestión. Más bien, habrá de centrarse en
aquello que ha motivado y organizado las intervenciones de Ariel
Petruccelli y Andrea Barriga, dos intervenciones profundamente
críticas desde experiencias distintas: la primera desde un “afuera”
teórico respecto a su objeto de crítica –si bien nos cuenta que
viene leyendo textos descoloniales desde 2006–; la segunda
desde la experiencia de quién ha recorrido con “entusiasmo” una
perspectiva teórica y se ha “desencantado” de ella, siguiendo
las palabras de la autora. El ejercicio de la réplica hace de las
páginas que siguen un texto marcadamente heterónomo, haré el
intento de reconstruir lo más posible las observaciones con las
que dialoga, pero, así y todo, su autonomía será siempre relativa.
Antes de comenzar me veo en la necesidad de diferenciar el
objeto del propósito de la intervención: si bien el objeto serán las
críticas, el propósito del trabajo no es salvar una perspectiva que
viene siendo nutrida y apropiada por intelectuales y activistas
de diversas procedencias, ni convencer a aquellas y aquellos
en quienes no resuena; antes bien, el esfuerzo estará dirigido
a recuperar los cuestionamientos –considerando la carga de
autoridad académica, epistemológica y política de quienes
las realizan– como excusa y motivo para repensar los límites
y alcances de esta perspectiva, que es opción, a más de dos
décadas de su emergencia. Para lo cual, dedicaré una primera
parte del trabajo a reconstruir someramente el contexto de
emergencia y enunciación de la teoría de la colonialidad del
poder de Aníbal Quijano, atendiendo especialmente a aquellas
dimensiones teóricas que se vinculan con las críticas presentadas
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
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en ambos artículos. En un segundo momento, me centraré en
algunas de las críticas puntuales presentadas en ellos. A partir
de un atrevido intento de sistematización, me parece advertir
que las críticas pueden nuclearse en cinco puntos orientados a
dimensiones centrales de la perspectiva:
- el patrón de poder moderno/colonial;
- la caracterización histórica de la modernidad;
- la definición de episteme eurocentrada y retórica de la
modernidad;
- el uso histórico de la idea de raza;
- la programática descolonial de desprendimiento.
Al recorrer y sistematizar las críticas se me presentaron dos
tipos de objeciones en función de su consistencia: algunos de
los cuestionamientos parecen ser el resultado de alguna forma
de tergiversación, de explicación errónea o forzada de algunos
postulados de la perspectiva; dando por descartado que puedan
ser tergiversaciones intencionales, las mismas han de deberse
a la falta de lectura de textos fundamentales, a la equivocidad
misma de algunos textos descoloniales o al hecho de asumir
como mera jerga conceptos centrales. Otros cuestionamientos
de los artículos presentan críticas valiosas a los desarrollos
teóricos descoloniales, señalando inconsistencias o imprecisiones
–aunque buena parte de ellos ya han sido motivo de discusión,
decantando en reformulaciones o aclaraciones al interior de la
perspectiva–.
Para facilitar el carácter dialógico, en lo que sigue este artículo
se centrará en los ejes mencionados para, a partir de ellos,
reconstruir algunos de los postulados básicos de la perspectiva.
Esta estrategia conspira contra la fluidez del registro ensayístico,
pero aporta en sistematicidad y claridad, necesarias y exigibles a
cualquier respuesta.
Contexto de emergencia y de enunciación de la teoría
de la colonialidad del poder
Las primeras apariciones del término “colonialidad” las hallamos
en intervenciones de Quijano de finales de la década del
ochenta y principios de los noventa, en un contexto de fuertes
transformaciones tanto dentro de la geopolítica mundial como de
la geopolítica del conocimiento.1 En un acercamiento superficial
a estas transformaciones se hace evidente el cuestionamiento
al marxismo que arremetía en esas décadas, embestida que
encontraba un hito histórico en 1989 con la caída del Muro de
1
Cfr. Aníbal Quijano Modernidad, identidad y utopía e América Latina,
Lima, Ediciones sociedad y política, 1988; “Colonialidad y modernidad/
racionalidad”, en Perú indígena, Vol. 13, nº 29, 1991, pp. 11-20; “La
modernidad, el capital y América Latina nacen el mismo día. Entrevista
de Nora Velarde”, en ILLA nº 10, enero de 1991, pp. 42-57.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Berlín como correlato de la consolidación de un mundo unipolar
en torno al proyecto (neo)liberal. Contexto en el que se renueva
cierta gramática para pensar los procesos sociales tanto en el
campo académico como en el político-social: el ideal de igualdad
liberal se impondría sobre las explicaciones materialistas, con
centro en la diferencia de clase y la demanda de redistribución,
haciendo surgir una nueva gramática social de fuerte connotación
culturalista que pareció hallar en las nociones de diferencia
cultural, etnicidad y reconocimiento una base conceptual para
explicar la desigualdad y organizar las reivindicaciones políticas.2
En América Latina los, aún resonantes, años de dictaduras cívicomilitares, las nuevas condiciones de un capitalismo financiero que
implicaría la pérdida de valor de la mano de obra y alimentaría
el desempleo estructural, llevaron a los movimientos populares
y sociales a encontrar otras formas de articular el campo de
sus reivindicaciones e identidades políticas, desasociándolas
de las identidades político-partidarias de los Estados nación y
subsumiendo las de clase.3 A nivel local la teoría de Quijano
surge al calor de los enfrentamientos entre el fujimorismo y el
Partido Comunista del Perú, conocido como Sendero Luminoso.
Es posible leer marcas de este contexto político-intelectual
en las primeras teorizaciones en torno a la colonialidad.
Influenciado por su recorrido en la teoría de la dependencia y
en el marxismo mariateguiano, Quijano recogió la tradición de la
filosofía y sociología de la liberación, y propuso una teoría de la
colonialidad del poder que pretende mostrar que ni la diferencia
de clase social (de tradición marxiana, que augura la resolución
de las relaciones de explotación en la dimensión económica,
estructural) ni la diferencia cultural (de tradición liberal, que
augura la resolución de la desigualdad en la educación y la
formación organizada bajo el ideal meritocrático) pueden dar
cuenta del diferencial en las relaciones de poder que conforman
los ámbitos de existencia social en la modernidad/colonialidad.
Ambas diferencias quedarán subsumidas en la noción de
diferencia colonial que articula su concepción de la colonialidad
del poder.
¿Qué aporta, explica o aclara la categoría de colonialidad?
Es una pregunta que recorrerá el resto del trabajo. Pero para
ir introduciendo algunas especificidades de su contexto de
enunciación, conviene adelantar que esta teoría de la colonialidad
del poder, por un lado, frente a la noción de clase social propone
la de clasificación social, desplazamiento con el que busca
2
En ese contexto vemos emerger un buen número de corrientes de debate
heterogéneas que alimentan de manera crítica este giro culturalista
como los “estudios de la subalternidad”, “estudios postcoloniales”,
“estudios culturales”, “el multiculturalismo”, “la filosofía intercultural”.
Es, en parte, de esta centralidad culturalista que buscará separarse la
teoría de la colonialidad del poder de Quijano.
3
Nuevas formas de agrupación que podemos encontrar expresadas en
el movimiento zapatista, el avance del Movimiento de los Sin Tierra,
los movimientos de los pueblos originarios en Bolivia y Ecuador y los
movimientos piqueteros y las copas de leche en Argentina.
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
cortar la connotación naturalista y positivista que mantiene la
noción de clase en su genealogía; mostrar que las diferencias
que articula la categoría de clase (como “proletariado”, “lumpen
proletariado” y “burguesía”) no son suficientes para dar cuenta
de la complejidad de las diferencias, relaciones de poder y
experiencias en América Latina; y recuperar formas de existencia
y de explotación del trabajo olvidadas en las tematizaciones del
materialismo histórico (corriente marxista con la que discute),
vinculadas a la experiencia acumulada durante siglos de
colonialidad. “Clasificación social” entonces pretende mostrar
tanto la agencia e historicidad que subyace a la producción de
las diferencias como la multiplicidad e interseccionalidad de
esas diferencias ya no reducidas al plano económico; recordando
que la clasificación social desde el siglo XVI está articulada en
una trama heterárquica atravesada, además de por la clase
y la relación género/sexo, por la clasificación étnica/racial que
supone la diferencia colonial.4 Además, Quijano advierte que la
exaltación de la diferencia cultural encubre la diferencia colonial:
este concepto pretende explicar la diferencia que se inicia con la
relación colonizador/colonizado (que decanta en la de blanco/
no blanco), diferencia jerárquica que no es mera demarcación
como supone la noción inocente de diferencia cultural. La idea de
colonialidad se forja en estos dos desplazamientos pretendiendo
capturar una tecnología de dominación histórica muy específica,
que surge durante el colonialismo del siglo XVI y pervive al
finalizar la administración colonial; una tecnología de dominación
que articula capitalismo y racismo, como veremos.5
Por otro lado, lo que denominamos actualmente perspectiva
descolonial emerge a finales de la década de los ’90 como efecto
de los intercambios y discusiones de académicxs e intelectuales
de Latinoamérica y Estados Unidos en torno a la teoría de la
colonialidad del poder. Estos intercambios, en un comienzo
circunscriptos al ámbito académico, forjaron lo que fue la red
modernidad/colonialidad/decolonialidad en torno al programa de
investigación modernidad/colonialidad/decolonialidad. Red que
fueron integrando desde 1996 el mismo Aníbal Quijano, Arturo
Escobar, Walter Mignolo, Zulma Palermo, Catherine Walsh,
Sainjinés, Santiago Castro-Gómez, Ramón Grosfoguel, Agustín
Lao-Montes, Sylvia Wynter, Enrique Dussel, entre otres y cuyo
trabajo puede verse en numerosas publicaciones colectivas.6 Esa
red se mantuvo en actividad al menos por una década para luego
desmembrarse por la suma de diferencias políticas y teóricas
4
A. Quijano , “Colonialidad del poder y clasificación social” [2000], en
Ensayos sobre la colonialidad del poder, Buenos Aires, Ediciones del
Signo, 2019, pp. 151-200.
5
A. Quijano “Colonialidad del poder, globalización y democracia en
América latina” [2000], op. cit., pp. 377-430.
6
Arturo Escobar, “Mundos y conocimientos de otro modo. El programa
de investigación de modernidad/colonialidad latinoamericano”, en:
Tabula Rasa n° 1, pp. 51-86, enero-diciembre de 2003. P. 54; Santiago
Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel (comps.), “Introducción” en El giro
decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del
capitalismo global, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, 2007, pp. 13-20
Dossier | Discutir la decolonialidad
entre sus integrantes.7 Sin embargo, la mayoría de quienes la
conformaron continúan aportando desde desarrollos críticos y
programáticos, estudios históricos, antropológicos, pedagógicos,
de género, para ampliar y complejizar la perspectiva descolonial
que, en las últimas dos décadas, es reconocida como una de las
corrientes con mayor impacto y resonancia en las ciencias sociales
y humanidades. Impacto que se constata dentro pero también
fuera de América en el copioso trabajo de colectivos, grupos
de discusión y praxis territorial; y en instancias de intercambio
académicas que van desde congresos dedicados exclusivamente
a estas problemáticas hasta programas de posgrados.
Con esto quiero remarcar que no me parece acertado identificar
sin más aclaraciones la teoría de la colonialidad del poder de
Quijano y la red modernidad/colonialidad/descolonialidad
que se nucleó en torno a ella con la heterogénea perspectiva
descolonial vigente y en crecimiento. Es importante recordar que
la perspectiva descolonial se ha expandido y complejizado a partir
de los cuestionamientos y reapropiaciones que intelectuales,
académicxs y activistas han realizado sobre la teoría de la
colonialidad del poder de Quijano.8 Es decir, es una corriente
heterogénea de pensamiento que pulsa desde el gesto crítico de
volver permanentemente sobre sí. Si bien las críticas internas no
son el objeto de este artículo, no quería dejar de señalar que
la dinámica crítica y dialógica que motoriza las producciones de
quienes se acercan a la perspectiva hace que la misma no pueda
ser tomada como un todo homogéneo, obligándonos a precisar
y situar dialógicamente cada problema para evitar la falacia de
la composición. Así como las críticas internas, que sirven para
mantener en movimiento la perspectiva, las externas, como las
de Barriga y Petruccelli, resultan igual de atendibles y serán en
las que nos centraremos de aquí en adelante.
Revisitando las críticas al patrón de poder
moderno/colonial
Es conveniente comenzar por el cuestionamiento de Petruccelli
a la especificidad o consistencia de la tematización del patrón de
poder moderno colonial, núcleo de la teoría de la colonialidad
del poder y de la analítica que nutre la perspectiva descolonial.
En el apartado “Etnicidad y colonialidad” Petruccelli se pregunta:
“en qué consiste exactamente ese ‘patrón colonial’ de poder del
que nos habla Quijano. Porque si se lo define genéricamente
(‘relaciones de poder en las que la raza, el color o la etnicidad
7
Cfr. Santiago Castro-Gómez, El tonto y los canallas. Notas para un
republicanismo transmoderno, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad
Javieriana, 2019, pp. 7-10
8
Iré señalando algunas de las críticas realizadas a la teoría de la
colonialidad del poder desde el interior de la perspectiva descolonial,
con sus respectivas referencias bibliográficas, en las notas al pie a lo
largo del trabajo.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
99
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
100
son fundamentales’) esa matriz es muy anterior al siglo XVI”.
Veamos con algo más de detalle los términos en los que Quijano
caracteriza ese patrón, al que le dedica, más que definiciones
genéricas, buena parte de su obra.
En los desarrollos que presenta en la década del noventa,
Quijano precisa analíticamente su teoría del poder. Entiende
que “el poder” no es algo sustantivo (un qué que se tiene o se
pierde), sino que se expresa como una malla o entramado de
relaciones, tanto de dominación/explotación y conflicto como de
seducción.9 Estas relaciones de poder se orientan a la disputa
por el control de lo que denomina “ámbitos básicos que adopta
cualquier forma de existencia social”:10 el sexo y sus recursos y
productos; el trabajo, sus recursos y productos; la subjetividad
e intersubjetividad, sus recursos y productos; la autoridad
colectiva, sus recursos y productos; y la “naturaleza”, sus
recursos y productos. La teoría del poder de Quijano entiende
que los ámbitos de existencia social (múltiples, heterogéneos y
heterárquicos) se ven articulados entre sí por una serie de ejes
que emergen y varían históricamente, organizando la totalidadhistórico-social.11 Pero la indagación que ocupa toda su obra no
es la de una analítica abstracta y general del poder, sino la forma
histórica (contingente) y las determinaciones específicas que
9
A. Quijano “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, op. cit., p. 13.
10
Esta tematización no estuvo exenta de críticas. Me interesa destacar la
de María Lugones, quien, recuperando los planteos de los feminismos
chicanos y de color, llamó la atención sobre la total ausencia de
perspectiva de género en la teoría de la colonialidad del poder
de Quijano: critica la biologización del ámbito de existencia social
caracterizado como “el sexo, sus recursos y productos”; el binarismo
sexual y la heteronormatividad supuestos en este planteo e indaga
sobre el estatuto y las características del patriarcado en América
antes de la colonización. Cfr., María Lugones “Colonialidad y género:
hacia un feminismo descolonial”, en W. Mignolo (comp.), Género y
descolonialidad. Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2008.
11
Quijano busca separarse de lo que va a describir como la concepción
eurocéntrica, totalitaria, cerrada de totalidad moderna –presente
incluso en el estructural funcionalismo y su comprensión orgánica
o sistémica de la totalidad, con todos los problemas que eso implica
para pensar el cambio histórico-social-. Pero también se separa de las
posiciones que critican esa concepción, como el postestructuralismo y
su afluente posmoderno (en el que lee la renovación de un empirismo
atomista) –que caen en la diseminación, fragmentación del sentido y el
sujeto–. Ambas perspectivas dialogan (en un caso para afirmar y en otro
para criticar) con el paradigma de la totalidad, de acuerdo al cual el todo
y las partes de la totalidad corresponden a una misma lógica. Quijano no
abandona, pero sí reformula la noción de totalidad como histórica social:
su concepto de totalidad supone una revisión de la relación parte-todo;
implica múltiples elementos históricamente heterogéneos, provenientes
de distintas lógicas, diversas historias locales cuyas relaciones son
discontinuas, conflictivas e inconsistentes por momentos. La relación
parte-todo entonces no es cerrada ni homogénea, es comprendida como
un campo estructurado históricamente por la articulación heterogénea
y discontinua de diversos ámbitos de existencia social, como partes
estructuradas con elementos provenientes de historias heterogéneas.
En este sentido, su perspectiva advierte la existencia de coetaneidades
históricas. Lo que articula e inhibe tanto la dispersión como la
inconmensurabilidad son los ejes que surgen también históricamente
estructurando el campo social. Esta heterogeneidad y multiplicidad
hace que el cambio social no pueda ser pensado de modo unilineal,
unidireccional, como la transformación de una estructura total en otra
totalidad homogénea equivalente. Cfr. A. Quijano (2000), “Colonialidad
del poder y clasificación social”, op.cit., pp. 151-201.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
asume el actual patrón poder y sus ejes, al que caracteriza como
“patrón de poder moderno/colonial” (capitalista, eurocéntrico y
patriarcal, agregará en los últimos años): un patrón específico,
el primero en la historia de la humanidad que alcanzó algo más
que la configuración de los ámbitos de existencia social de un
sistema regional o interregional para volverse un patrón de
poder de alcance mundial. El carácter de mundialidad es una de
las especificidades del patrón de poder moderno/colonial que
comienza a configurarse con la dominación de la ruta atlántica
y colonización de lo que hoy conocemos como el continente
americano, uniendo por primera vez las principales rutas hasta
entonces existentes de tráfico comercial, cultural, de cuerpos,
memorias e historias.
En este sentido, la importancia histórica que la teoría de la
colonialidad del poder le asigna a la colonización de América
y al sistema de clasificación social que surge en ese contexto,
no tiene que ver con un etnocentrismo invertido ni con una
ontologización de la región, sino que es resultado de intentar
comprender este proceso de conformación del primer sistemamundo y la estructuración de capitalismo como economía
mundial. Esto se ve bien en el artículo que escriben en conjunto
Quijano y Wallerstein, que comienza recuperando una cita de
este último:
Para el establecimiento de tal economía mundo capitalista
fueron necesarias tres cosas: una expansión del volumen
geográfico del mundo en cuestión; el desarrollo de variados
métodos de control del trabajo para diferentes productos y
zonas; y la creación de aparatos de Estado del centro de esta
economía mundo capitalista.12
La colonización de las, entonces, Indias Occidentales y de la
ruta atlántica permitió que sucedieran al menos dos de las
tres cosas que Wallerstein identifica como fundamentales
para la hegemonía del capital y la conformación del primer
sistema-mundo. Hasta aquí Quijano podría coincidir en parte
con la observación realizada por Petruccelli respecto de que la
diferencia del colonialismo europeo reside en su “escala”. Pero
esta dimensión cuantitativa se trama en diferencias cualitativas.
Con la colonización de América se produce un nuevo sistema de
explotación del trabajo que consiste en la articulación de todas
las formas hasta entonces conocidas (esclavitud, servidumbre,
reciprocidad, pequeña producción mercantil y salario) en una única
producción de mercaderías en torno a la hegemonía de la relación
capital/salario en el horizonte del emergente mercado mundial.
En la descripción de este eje, que se articula en la noción general
12
Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein (1992), “La americanidad como
concepto y el lugar de las Américas en el sistema-mundo moderno”, en
A. Quijano (selección Quintero Palermo), Textos de fundación, Buenos
Aires, Ediciones del Signo, 2014, p. 70.
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
de capitalismo, Quijano –influido por el anti-evolucionismo de
Mariátegui y su noción de heterogeneidad histórico-estructural–
presenta una de sus críticas al materialismo histórico: frente a
la concepción evolucionista de la historia, que considera que
América ha de pasar por las mismas etapas económicas que
había transitado Europa, muestra que bajo ningún punto de vista
la persistencia de modos de explotación del trabajo vinculados
a experiencias precapitalistas o feudales (la servidumbre o la
esclavitud, la encomienda, la mita, la reciprocidad) da cuenta del
carácter prehistórico o precapitalista de América, sino que todas
esas formas fueron y son necesarias en su coexistencia para la
amplificación y sostenimiento del capitalismo a nivel global. Esta
articulación de las distintas formas de explotación del trabajo
en América es una de las marcas de la heterogeneidad históricoestructural del patrón de poder: fue necesario que todas estas
formas provenientes de distintas historias locales se articularan
al servicio del capital para que emergiera el capitalismo a nivel
sistémico.
A su vez, la colonización requirió de la invención de identidades
históricas para lo que se sirvió de una nueva tecnología de
clasificación social que pretendió codificar la diferencia entre
colonizadorxs y colonizadxs. Esta clasificación social operó por
medio de una serie de procesos que pueden ser descriptos en
términos generales como (a) la destrucción de los modos previos
de elaboración simbólica identitaria de los grupos sociales
que habitaban América –el ocultamiento de su alteridad– y
(b) la invención de nuevas identidades históricas tendientes a
homologar a grupos diversos y ubicarlos en un escalón específico
en la jerarquía ontológica de la humanidad y la administración de
la vida colonial. La identidad castiza, la india, la mestiza y la negra,
entre otras, integraron un complejo sistema de clasificación de la
sociedad desde la colonia temprana.
El enlace de estos dos procesos, explotación capitalista y
clasificación etno/racial, caracteriza el surgimiento de esta
tecnología específica de dominación durante el siglo XVI que es
la que pretende capturar la categoría de colonialidad del poder.
En palabras de Quijano:
la estructura colonial de poder produjo las discriminaciones
sociales que posteriormente fueron calificadas como
“raciales”, “étnicas”, “antropológicas” o “nacionales”, según los
momentos, los agentes y las poblaciones implicadas. […] En
efecto, si se observan las líneas principales de la explotación
y de la dominación social a escala global, las líneas matrices
del poder mundial actual, su distribución de recursos y de
trabajo entre la población del mundo, es imposible no ver
que la vasta mayoría de los explotados, de los dominados,
de los discriminados, son exactamente los miembros de las
“razas”, de las “etnias” o de las “naciones” en que fueron
categorizadas las poblaciones colonizadas, en el proceso
de formación de ese poder mundial, desde la conquista de
Dossier | Discutir la decolonialidad
América en adelante.13
La tecnología que articula explotación capitalista del trabajo con
clasificación social en términos etno/raciales a escala mundial,
es la que caracteriza la especificidad cualitativa del patrón de
poder moderno/colonial. La colonialidad como tecnología
específica, “emancipada” de su estructura colonial, se desprende
de los mecanismos directos de opresión, pero para eso requiere
de la naturalización de las jerarquías y sistemas de clasificación
producidas por una etno-clase y geo-cultura particular (como
si se pronunciara desde el universal), naturalización solo
posible, como veremos, sobre la base de la consolidación del
eurocentrismo en materia de conocimiento.14
La caracterización histórica de la modernidad
Una de las principales tesis de la teoría de la colonialidad del
poder de Quijano es la que afirma que el surgimiento de la
modernidad tiene lugar con la emergencia de la colonialidad
como patrón de poder y es inescindible de ella. Esta afirmación
supone visibilizar las deudas que la modernidad mantiene con el
colonialismo (como condición histórica de posibilidad) colocando
en sus inicios el proceso de colonización de América durante el
siglo XVI. Barriga atiende a esta afirmación y en el apartado
“Continuación del desencanto” critica lo que entiende, por un
lado, como la identificación de la modernidad con lo europeo
y, por otro, cierta incoherencia en el recorte histórico en la obra
de Quijano, quien, en palabras de la autora, por momentos
ubica el inicio de la modernidad en el siglo XV/XVI y por otros
13
A. Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, op. cit., p. 12
14
En este punto me resulta interesante traer dos críticas distintas que
se han hecho a la noción de “colonialidad” desde el interior de la
perspectiva descolonial. Una de ellas se vincula a las deudas que esta
noción mantiene con otras tradiciones de pensamiento crítico: Ramón
Grosfoguel elabora un minucioso trabajo de investigación en torno a
la influencia de lo que se ha dado en llamar la corriente del marxismo
negro en la teoría de Quijano. Su trabajo interesante, serio e importante
en términos epistemológicos, pero también ético-políticos, decanta
en la crítica a Quijano de racismo epistemológico por suponer que,
conociendo estas fuentes, el sociólogo peruano decide no mencionarlas
(si bien entiendo que citar es político, encuentro esta crítica un tanto
desmesurada, cuando no oportunista). Cfr. Ramón Grosfoguel, “¿Negros
marxistas o marxismos negros?: Una mirada decolonial” en Tabula Rasa
n.º 28, 2018, pp. 367-385. La segunda tiene que ver con una reformulación
sustantiva de la noción de colonialidad: Santiago Castro-Gómez
cuestiona la definición de la colonialidad como un patrón de poder que
sobredetermina la organización del trabajo a nivel mundial sobre la base
de una clasificación social, por considerar que esta definición sostiene
una perspectiva macro-sociológica. En su lugar, propone una perspectiva
genealógica, que asume la colonialidad como un conjunto de técnicas
singulares que tienden a reforzar el dispositivo de blanqueamiento y
un comportamiento específico en el espacio público (como “patrones”
y “clientes”). Cfr. Santiago Castro-Gómez, “Cuerpos racializados. Para
una genealogía de la colonialidad del poder en Colombia”, en Hilderman
Cardona Rodas y Zandra Pedraza Gomez (comp.), Al otro lado del
cuerpo. Estudios biopolíticos en América Latina., Medellín, Ediciones
Uniandes, 2014, p. 94.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
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102
en el XVII / XVIII.
Evidentemente, el fenómeno y los procesos implicados en
la colonización de América por parte de la Península Ibérica
no forman parte de las narraciones sobre el comienzo de la
modernidad en las grandes filosofías de la historia de los siglos
XVIII y XIX que hicieron suya la escritura de la historia universal
heleno-eurocentrada. Pero esta omisión se percibe incluso en
filósofos contemporáneos como Jürgen Habermas y Charles
Taylor, en la teorización del sistema-marco moderno de Stephen
Toulmin e incluso en Michel Foucault.15 Posturas teóricas diversas
que comparten el presupuesto (de base ilustrado) según el cual
la emergencia de la modernidad sería un proceso intraeuropeo,
explicable en función de eventos al interior del devenir de esa
identidad geo-histórica, que luego se exportaría al resto del
mundo. La insistencia, devenida tendencia, a eurocentrar el relato
de configuración de la modernidad que se registra en autores
tan disímiles es resultado de los supuestos epistémicos sobre
los que han elaborado sus teorías, en las que parece prevalecer
lo que el antropólogo Johannes Fabian ha llamado el principio
de negación de la contemporaneidad.16 En este concepto
provinciano, eurocentrado, de modernidad –incluso en el caso de
quienes vuelven sobre ella para criticarla–, ésta es comprendida
como el proceso de emancipación del oscurantismo medieval; los
fenómenos históricos que explican este devenir modernos suelen
incluir la caída del “antiguo régimen” y la ilustración alemana,
la revolución francesa y, más tarde, la revolución industrial con
sede en Inglaterra. En algunos casos, van hasta el renacimiento
forzando un poco la cronología, pero no la geopolítica.
He allí el punto: cualquier cronología supone una determinada
geopolítica y de eso intenta hacerse cargo la teoría de la
colonialidad del poder al revisitar las condiciones de emergencia
de la modernidad. Esta operación supondrá un giro metodológico
en términos de perspectiva historiográfica para el que Quijano
pone a dialogar su trabajo con el del filósofo argentino-mexicano
Enrique Dussel y con la teoría de sistema-mundo de Wallerstein.
Sirviéndose epistemológicamente de Braudel y Prigogine,
Wallerstein produce un desplazamiento teórico respecto a
los términos que organizaron el debate entre nomología e
ideografía, estructura y agencia, sincronía y diacronía; ofrece
un método que oficia de vía media entre las generalizaciones
15
16
Jürgen Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, Madrid,
Taurus, 1989, “La modernidad: Un proyecto incompleto”, en Hal Foster,
La posmodernidad. México, Kairós, 1980; Charles Taylor, Las fuentes del
yo, Barcelona, Paidos, 1996; Stephen Toulmin, Cosmópolis. El trasfondo
de la modernidad, Barcelona, Península. 1990; Michel Foucault (1966),
Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas,
México, Siglo XXI, 2010.
Cfr. Johannes Fabian, Time and the Other: How Anthropology Makes
Its Object, New York, Columbia University Press, 1983. Este es un
principio de corte epistemológico con severas derivas ético-políticas.
Intenta expresar una experiencia compleja (pero habitual) de acuerdo
a la cual el Otro es reconocido en su coexistencia pero negado en su
contemporaneidad.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
transhistóricas y las narraciones particularistas reeditando la
unidad de análisis histórica (ya no centrada en Estados o centros
y periferias, sino en el sistema-mundo) desde la redefinición
de los elementos que componen un sistema histórico: (a) la
relación entre lógica y forma y (b) la historia de coexistencia
de formas. De este modo, modifica las políticas epistémicas
para los estudios históricos. Desde esas torsiones complejiza la
teoría de la dependencia y elabora su teoría del sistema-mundo.17
Dussel, aplicando su método analéctico al análisis de sistemamundo wallersteiniano, reconstruye la historia mundial (que se
distancia de cualquier tipo de historia universal) indagando los
distintos sistemas interregionales y el primer sistema-mundo
en perspectiva ética, económica y política, recuperando los
itinerarios de las alteridades negadas, desde lo que denomina
una perspectiva transmoderna.18 Retomando elementos de
ambas teorías, Quijano plantea la existencia de una matriz de
larga duración (el ya mentado patrón de poder moderno/
colonial) que nos permitiría encontrar en la experiencia histórica
inaugurada en 1492 con la expansión de la Península Ibérica los
inicios de la modernidad. Luego de sus revisiones a la teoría
wallersteiniana, Quijano y Dussel prefieren referirse al sistemamundo “moderno/colonial” y proponer un segundo concepto de
modernidad, planetario o mundial.19 Desde la perspectiva que
forja este segundo concepto de modernidad, el colonialismo
y la colonialidad no son un efecto no deseado del proceso de
consolidación de la modernidad tampoco una experiencia previa
producto de algún residuo “irracional” de oscurantismo medieval;
el colonialismo y la colonialidad (como tecnología específica
en la producción de exterioridad/subalternidad respecto de la
identidad colonizadora) son condición necesaria, constitutiva,
de la modernidad. Es sólo sobre la base de producción de
exterioridades al sistema interregional imperante hasta el
siglo XV con centro en el Mediterráneo que, la aún no, Europa
logra iniciar el proceso de centralidad global en el emergente
primer sistema-mundo. Por eso la perspectiva decolonial hace
permanente referencia al fenómeno modernidad/colonialidad
como una unidad heterogénea.
De aquí se desprende que América no es “introducida” a la
modernidad ni al capitalismo, sino que su colonización ha sido
históricamente condición de posibilidad para la conformación de
la experiencia moderna y la estructuración sistémica del capital.
En este sentido, en clara oposición –y no mera diferencia– de lo
que sugiere la lectura realizada por Barriga, la intención de la
17
Cfr. Immanuel Wallerstein, The modern world-system, 3 vol., New York,
Academic Press, 1974, 1989 y 2011, “El espacio/tiempo como base del
conocimiento”, en Análisis político 32, 1997, pp. 3-15; íbid, “Tiempo y
duración: el tercio no excluso o reflexiones sobre Braudel y Prigogine”,
Capitalismo histórico y Movimientos antisistémicos. Un análisis de
sistemas-mundo, Madrid, AKAL. 2004, pp. 134-161.
18
Enrique Dussel, Ética de la liberación en la edad de la globalización y la
exclusión, Madrid, Trotta, 1998, pp. 63-64.
19
Cfr. Enrique Dussel, op. cit., y A. Quijano, “Colonialidad del poder,
Eurocentrismo y América Latina”, op. cit.
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
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teoría de la colonialidad del poder y de la perspectiva descolonial
es “des-identificar” la modernidad de “lo europeo”. La modernidad
encuentra su centro en Europa, pero no identifica su límite en lo
europeo, sino que es un proceso mundial, planetario, por lo que
tal vez convendría hablar incluso de modernidades.
Este segundo concepto planetario de modernidad permite
demarcar lo que denominan una “primera modernidad”, que
cifraría el eurocentramiento del patrón de poder y comienzo
histórico en la conformación de ese sistema-mundo moderno/
colonial en el siglo XV/XVI (de gestión hispano-lusitana), de
una “segunda modernidad”, que referiría a la formulación del
nuevo paradigma moderno o racionalidad eurocentrada a partir
del siglo XVIII. La primera modernidad estaría caracterizada por
el desplazamiento del centro interregional del Mediterráneo
al Atlántico, resultado de la expansión de la Península Ibérica.
Proceso que fue acompañado por una serie de epistemicidios
como efecto de la expulsión de judíos y musulmanes y su
conversión por medio de la encomienda, la institucionalización
de la “caza de brujas” en la Inquisición, la migración forzada
de fuerza de trabajo del África en la conformación del primer
sistema atlántico y el desmembramiento y desterritorialización
de saberes, la colonización de los pueblos de la actual América
y la represión de las formas de producción y circulación de
sus saberes. En la segunda modernidad se consolidaría el
paradigma eurocéntrico caracterizado por los Estados nación,
la propiedad privada y la libertad de contrato –para varones
blancos, ciudadanos–, la emergencia del “sujeto” o “subjetividad”
y el problema de la representación a nivel político, ontológico
y epistemológico y la objetivación del mundo natural desde las
teorías mecanicistas, entre otros rasgo que forman un paradigma
que es producto de casi dos siglos de modernidad/colonialidad
y no su comienzo.
En síntesis, el concepto mundial o planetario de modernidad ubica
sus inicios en el siglo XV/XVI evidenciando la codependencia del
fenómeno modernidad/colonialidad y demarca una primera de
una segunda modernidad cuestionando la falacia reduccionista
que se construye a partir de la diferencia colonial e imperial
que borra a América, pero también a la Península Ibérica, de
las narraciones eurocentradas del origen de la modernidad.
Sospecho que ha de ser el olvido o banalización de la operación
que se encuentra a la base de la demarcación entre “primera”
y “segunda” modernidad la que sustenta la crítica de Barriga.20
20
En la perspectiva descolonial hay quienes advierten que a la base de esta
noción de modernidad podría encontrarse un concepto hiperrealista de
modernidad. Cfr. Eduardo Restrepo y Axel Rojas, Inflexión decolonial.
Pensamiento crítico desde América Latina, Popayán, Editorial de la
Universidad del Cauca, 2010, pp. 204-210.
Dossier | Discutir la decolonialidad
La episteme eurocentrada y la “retórica
de la modernidad”
Ambos trabajos críticos señalan que la perspectiva descolonial
otorga una exagerada centralidad a la dimensión epistémica,
acompañada por una falta de claridad de la noción de episteme
eurocentrada o moderna. Señala Barriga en el apartado “La
episteme eurocentrada”: “Una y otra vez, Quijano mantiene la
idea de una episteme europea, que tiene supuestos en común,
y que se empezaría a conformar en el siglo XV y se mantendría
reformulándose, pero sin cambiar sus principales características,
hasta la actualidad.” Luego de varios argumentos concluye en el
apartado siguiente: “Quijano nunca termina de explicitar qué es
lo que concibe como episteme o epistémico”. Deberemos sortear
dos tergiversaciones presentes en la crítica para poder llegar a
aprovecharla.
Una primera tergiversación se asocia a la noción de episteme:
hay que recorrer prácticamente toda la obra de Quijano,21
desde sus textos tempranos hasta sus últimos desarrollos en
torno a la colonialidad del poder, ir línea por línea y con mucha
atención por las más de mil quinientas páginas que componen
sus artículos centrales –e incluir algunos periféricos-, para
encontrar en un solo artículo y solo dos veces mencionada la
palabra “episteme”.22 Quijano no desarrolla ni explica ni clarifica
la noción de “episteme eurocentrada”, como bien observa
Barriga, por la simple razón de que es una noción que no forma
parte de las categorías que integran su teoría. Tal vez el motivo
de la ausencia sea generacional: Quijano no estuvo influenciado
por el posestructuralismo francés en general o por Foucault
en particular, ni por los intercambios con intelectuales de la
teoría poscolonial –como sí han estado otres integrantes de la
perspectiva–. Tal vez el motivo sea que le resultaba una noción
oscura o inútil, pero no podremos saberlo porque no la usó.
Una segunda tergiversación se produce en la confusión entre
“europeo” y “eurocentrado”. Esta tergiversación puede estar
fundada incluso en algunos textos del mismo Quijano que
intercambia los términos suponiendo que ya lo ha aclarado,
por eso conviene explicitarlo: ni la teoría de la colonialidad ni la
perspectiva descolonial presumen que toda práctica, institución
o pensar producido en Europa sea necesariamente eurocéntrico.
Que se sostenga que el pensamiento hegemónico en Europa haya
21
Me refiero a la más de media centena de trabajos que forjó los distintos
momentos de su obra. No cito uno por uno por una cuestión de espacio,
pero al menos 35 de esas intervenciones son de facilísimo acceso gracias
a dos compilaciones: Aníbal Quijano (selección de Danilo Assis Clímaco),
Cuestiones y horizontes. De la dependencia histórico-estructural a
la colonialidad/descolonialidad del poder, Buenos Aires, Clacso, 2014
y Aníbal Quijano (selección de Walter Mignolo), Ensayos sobre la
colonialidad del poder, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2019.
22
A. Quijano (2010), “América Latina. Hacia un nuevo sentido histórico”, en
Ensayos…, op. cit., pp. 319 -320.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
103
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
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104
sido aquel que permitiera reforzar el eurocentrismo no quiere
decir que se esté sosteniendo que haya sido el único existente,
como bien refleja la siguiente cita sobre el eurocentrismo:
no se trata, en consecuencia, de una categoría que implica a la
historia cognoscitiva en toda Europa, ni en Europa Occidental
en particular. En otras palabras, no se refiere a todos los
modos de conocimiento de todos los europeos y en todas
las épocas, sino a una especifica racionalidad o perspectiva
de conocimiento que se hace mundialmente hegemónica
colonizando y sobreponiéndose a todas las demás, previas
o diferentes, y a sus respectivos saberes concretos tanto en
Europa como en el resto del mundo.23
Señaladas ambas tergiversaciones, hagamos un esfuerzo y
vayamos a lo que sí dice el sociólogo peruano para forzar un
poco los alcances de la crítica. Quijano construye la categoría
de “racionalidad eurocentrada” o “eurocentrismo” e incluso la
(más equívoca) de “racionalidad moderna” para hacer referencia
a los mecanismos tendientes a naturalizar la diferencia colonial,
la operatoria de la colonialidad del poder en el plano de la
intersubjetividad.
De acuerdo a su teoría, la experiencia de centralidad mundial
de Europa, o eurocentramiento del primer patrón mundial de
poder durante la primera modernidad decanta en la racionalidad
eurocentrada como perspectiva de conocimiento, que es
sistematizada durante el siglo XVII/XVIII, asociada a la emergencia
de la burguesía y de las necesidades de administración del patrón
de poder moderno/colonial. Esta perspectiva de conocimiento
no puede reducirse, sin embargo, a la referencia geográfica
o biográfica de quienes piensan en Europa, tampoco puede
ser explicada como un mero etnocentrismo, como sugiere
Petruccelli, aunque contiene un componente etnocéntrico. En
palabras de Quijano:
el éxito de Europa Occidental en convertirse en el centro
del moderno sistema-mundo, según la apta formulación de
Wallerstein, desarrolló en los europeos un rasgo común a
todos los dominadores coloniales e imperiales de la historia,
el etnocentrismo. Pero en el caso europeo ese rasgo tenía
un fundamento y una justificación peculiar: la clasificación
racial de la población del mundo después de América.
La asociación entre ambos fenómenos, el etnocentrismo
colonial y la clasificación racial universal, ayuda a explicar por
qué los europeos del mundo fueron llevados a sentirse no
solo superiores a todos los demás pueblos del mundo, sino
naturalmente superiores.24
23
A. Quijano, “Colonialidad del poder, Eurocentrismo y América Latina”, op.
cit., p. 251.
24
Ibíd., pp. 238-239.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Define el eurocentrismo como un tipo singular de etnocentrismo
que confunde e identifica su centralidad concreta en el
sistema-mundo con la universalidad abstracta implicada en
la clasificación. Así, esta forma específica de producción de
conocimiento, parece estar orientada a la naturalización de la –
ya por entonces consolidada– hegemonía europea en la gestión
del sistema-mundo.
Cuando Quijano tiene que definir las especificidades de esta
forma de producción de conocimiento nos remite centralmente a
dos mitos: al mito del evolucionismo (del que encuentra versiones
en el iusnaturalismo, en el pensamiento de la ilustración kantiana
y en la filosofía de la historia hegeliana pero también en el
materialismo histórico) y al mito del dualismo (sistematizado
fundamentalmente en la filosofía cartesiana), el cual supone
no solo la diferencia ontológica entre la sustancia extensa y la
pensante, sino una jerarquía ontológica –y epistemológica–
de lo que será comprendido como objeto y sujeto. El mito
del dualismo sienta las bases conceptuales para organizar la
clasificación de los sujetos de acuerdo a pares binarios (europeo/
no-europeo, desarrollado/subdesarrollado, capital/pre-capital,
etc.); y legitima la estrategia de minorización de racializadxs y
feminizadxs, sustentada en la reducción de su experiencia a la
sustancia extensa (a una concepción de cuerpo marcada por
la irracionalidad, las pasiones y las emociones). Ambos mitos
forjan una concepción del tiempo que da alojo al “pathos de la
novedad”25 cuya retórica respalda ciertas políticas de la alteridad
vinculadas a la tutela, la negación de la contemporaneidad, la
invisibilización o la asimilación de la alteridad en alguna forma
corrupta de mismidad (subalternidad).
La teoría de la colonialidad del poder entiende que esta
racionalidad eurocentrada no es subordinación desde la mera
coacción o un “afuera” de las culturas dominadas. Antes bien,
supone la colonización del imaginario, exige una interiorización
de la racionalidad eurocentrada por parte de los pueblos
dominados. Esta interiorización o colonización del imaginario
supuso procesos concretos de represión de los parámetros de
expresión de los pueblos colonizados y sus formas de producir
el conocimiento y ponerlo a circular, la apropiación por parte
de la administración colonial (o la administración tardía estatal)
de aquellos saberes útiles para la gestión político-económica
y la imposición selectiva de los parámetros de producción de
conocimiento y significación de la cultura dominante sobre
la colonizada. Esta imposición selectiva está a la base de lo
que Quijano describe como la dimensión de seducción de las
relaciones de poder, generando una dinámica aspiracional –
deseo de blanqueamiento, lo llamará Fanon–, estructurante del
imaginario colonizado.
El eurocentrismo como perspectiva de conocimiento es entonces,
25
Giacomo Marramao, Kairos. Apología de un tiempo oportuno,
Barcelona, Gedisa, 2008.
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
y fundamentalmente, un modo de producción y control de la
intersubjetividad.26 Precisa Quijano:
aplicada de manera específica a la experiencia histórica
latinoamericana, la perspectiva eurocéntrica de conocimiento
opera como un espejo que distorsiona lo que refleja. [...] Y
como resultado no podemos nunca identificar nuestros
verdaderos problemas, mucho menos resolverlos a no ser de
una manera parcial.27
Forjada en el eurocentrismo, la experiencia latinoamericana
se encuentra entre dos tendencias: la dependencia y la
reoriginalización cultural. Esta última es la categoría que utiliza
Quijano para expresar la resistencia –más o menos confrontativa,
más o menos afirmativa– de los grupos colonizados a partir de la
reelaboración de sus propios contenidos dentro de los patrones
culturales dominantes. Esta categoría aparece en sus estudios
sobre los grupos “cholos”, en los que advierte sobre la necesidad
constante –primero colonial, luego terrateniente y burguesa
estatal– de reprimir los modos de producción y circulación de
conocimiento y productos culturales en general de los pueblos
indígenas del Perú; y también sobre los modos y estrategias de
resistencia y re-existencia de los pueblos dominados, en los que
advierte menos un gesto de regreso a un pasado precolonial que
la reelaboración crítica de los parámetros culturales existentes
en la afirmación de la propia experiencia.
Para finalizar la revisión de este eje, me gustaría reforzar la
idea de que (1) la conformación del eurocentramiento del
primer patrón de poder mundial y (2) el eurocentrismo como
perspectiva y modo de producción de conocimiento son dos
fenómenos, aunque dependientes, diferenciables analítica
e históricamente. No creo, a diferencia de la lectura que hace
Petruccelli, que nadie que integre la perspectiva descolonial
confunda estos fenómenos y crea que la colonización fue el
resultado de procesos retóricos. La “retórica de la modernidad”
es una expresión que acuña Mignolo28 para hacer referencia a las
estrategias discursivas (presentes en textos, argumentos, debates
e incluso instituciones) orientadas a la legitimación o justificación
de la violencia colonial y a la actualización de la diferencia colonial
que sostiene la colonialidad. La estrategia central de la retórica
de la modernidad es la de producir una mistificación sobre las
víctimas de la modernidad, volviéndolas victimarias, culpables, al
ubicarlas como responsables de su supuesto atraso y necesidad
de tutela, como si tuvieran la culpa de la violencia descargada
sobre ellas. El desentrañamiento de esta retórica busca mostrar
que si bien la modernidad por un lado se erige hacia el interior de
26
A. Quijano, “El ‘movimiento indígena’ y las cuestiones pendientes en
América Latina”, en Revista Tareas n° 119, enero-abril de 2005, pp. 31-62.
27
A. Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, op. cit., pp.
260-262.
28
Walter Mignolo, Desobediencia epistémica. Retórica de la modernidad,
lógica de la colonialidad y gramática de la descolonialidad, Buenos
Aires, Ediciones del Signo, 2010.
Dossier | Discutir la decolonialidad
la misma Europa como una oda a la razón y a la emancipación del
oscurantismo medieval, observada como fenómeno planetario
o mundial su discurso emancipatorio se presenta como una
retórica tendiente a legitimar (e invisibilizar) la lógica colonial.
Así, lo que resulta celebración de la autonomía racional se torna
justificación de una praxis irracional de violencia: bárbara/o,
anthropos, primitiva/o, incivilizada/o, subdesarrollada/o e
inmigrante son algunas de las figuras adoptadas por esta retórica
para actualizar la diferencia colonial (una jerarquía histórica con
pretensiones ontológicas) que demarca las experiencias/vidas
pasibles de proyecto en el mundo moderno/colonial de aquellas
otras experiencias/vidas dispensables. Esta retórica requirió de
la emergencia de un lugar de enunciación muy especial forjado
en la universalidad abstracta que intentaría ocultar las marcas
geopolítica y corpopolíticas de enunciación.
El uso histórico de la idea de raza
Al principio de su obra Quijano era más cauteloso, pero, a
medida que avanza en su teoría, tiende a racializar el concepto
de colonialidad definiéndolo como una tecnología de dominación
resultado de la invención de la idea de raza a principios del siglo
XVI. Admitir esta tesis supone la concesión a Quijano de cierto
anacronismo; gesto que nos fuerza a asumir el supuesto de que
las diferencias en términos de jerarquía que más tarde fueron
racializadas fueron siempre jerarquías raciales, aunque con otro
nombre. Esto puede ser problemático. Como bien señala Barriga
en su artículo, no es posible hallar referencias a la expresión
nominal de “raza” en el siglo XV o XVI. No es que la palabra
raza como tal no existiera, pero formaba parte del vocabulario
zoológico y se debería esperar al menos dos siglos para hallarla
inscrita de manera medianamente central en el vocabulario
político colonial. Ahora bien, las identidades india, castiza, negra,
mestiza y mulata sí fueron invenciones resultado de la clasificación
social en la colonia temprana –de hecho, esa “identidad india”
no fue renombrada una vez que se saldó el error geográfico–.
Todas ellas formaron parte de la lógica de clasificación social y el
vocabulario político e institucional desde el siglo XVI y también
es constatable que se encontraban asociadas a determinadas
responsabilidades tributarias, a posibilidades o imposibilidades
de acceder a ciertas formas de trabajo, a relaciones de asociación
y parentesco y a la inscripción en una jerarquía ontológica y
epistemológica de la que sí dan cuenta los testimonios recogidos
durante la Querella de Valladolid entre Ginés de Sepúlveda y
Bartolomé de las Casas (y las retractaciones del propio de las
Casas al final de su vida respecto de la falta de reconocimiento
de humanidad a las personas “negras”).29 Veámoslo con un caso
29
Lucía Aguerre, “Universalidad en disputa: la lógica de la dominación
cultural en el Debate de Valladolid (1550-51)”, en Tópicos, Revista
de Filosofía 57, julio-diciembre de 2019, pp. 307-347; Isacio Pérez
Fernández, Fray Bartolomé de las Casas, O. P. De defensor de los
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
105
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
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de surgimiento de identidad colonial.
Ya a principios del siglo XVI, antes de que la palabra “raza”
formara parte del vocabulario colonial, hay fuentes que registran
la novedad de la noción de “lo mestizo” o “lo mixto”. Luego de
que la pragmática real regulara los “matrimonios mixtos” en
enero 1514, una de las primeras apariciones de este concepto lo
hallamos en el segundo de los Diálogos de Francisco Cervantes
de Salazar (1554). Allí puede leerse el intercambio entre Zuazo,
residente de Nueva España, y Alfaro, español recién llegado:
ZUAZO: Enfrente queda el colegio de los muchachos
mestizos, dedicado a uno y otro San Juan.
ALFARO: ¿A quiénes llamas mestizos?
ZUAZO: A los hipano-indios
ALFARO: Explícate más claro.
ZUAZO: A los huérfanos, nacidos de padre español y madre
india.30
La cita corresponde a la traducción del original en latín realizada
por Joaquín García Icazbalceta en el siglo XIX. La expresión
escogida por Cervantes de Salazar en el original latino fue la de
“promiscuorum”, “promiscuos”: “(adj.) que está mezclado confusa
o indiferentemente”.31 Esta acepción es la que se difundirá hasta
hacerse de uso corriente con el vocablo mestizo. En este sentido,
mestizo se posicionaba como lo otro de castizo, “el limpio,
moralmente apto y propiamente situado”.32 Los mestizos en la
colonia temprana eran aquellos que habían transgredido el orden
de la casta pura y, por lo tanto, eran de posición inclasificable,
un signo de corrupción moral; ni indio ni español presentaban
una amenaza para el orden político-social. Pero la emergencia de
este vocablo, al tiempo que señala esa degeneración en distintos
órdenes, la identifica, clasifica y termina por inscribirla en el
mundo colonial. De la conjura de esos cuerpos en apariencia
imposibles para el emergente régimen lumínico de castas y
calidad colonial, es decir, del aparente caos, resulta la invención
de estos cuerpos nuevos, propiamente coloniales, a partir de un
nombre y la serie de legislaciones y prácticas que los ordenarían.
Otra acepción o uso de esta identificación la hallamos en la
Nueva Crónica y Buen Gobierno de Felipe Guamán Poma de
Ayala, para quién el mestizaje era una maldición de Dios. Allí
podemos leer:
Los caciques principales que cazaren a sus hijas con yndios
mitayos pierden las honrras y preminencia del cacique
principal en este rreyno […]; el hombre, casándose con una
mitaya India es mestizo sus hijos y sus descendientes a lo
menos que el hombre hace casta.33
Como vemos en las citas, “mestizo” podía mentar al vástago
descendiente de indio y española o india y español, pero también
al cacique no tributario que desposara a una india tributaria o al
hombre español que se casara con una india. Entonces “mestizo”
nombra no sólo a la descendencia “híbrida”, sino también a las
personas ejecutantes de determinadas prácticas o asociaciones.
Así, la lógica de la clasificación en la colonia temprana parece
haber estado asociada a “una práctica moral articulada a través
de los lenguajes clasificatorios de la calidad, clase y honor”34 más
que a cualquier definición fenotípica. Además, es importante
señalar que estas identidades fijaban, pero no eran fijas: existía
la posibilidad de realizar un pasaje de identidad pública mediante
ciertos trámites. Las prácticas de negociación y pasaje o
modificación de la identidad pública encontraban un antecedente
inmediato en los estatutos de limpieza de sangre, producidos en
la Península Ibérica durante el proceso de expulsión y conversión
de judíos y musulmanes.35 Estas negociaciones de pasaje y
sus frustraciones por parte de la administración colonial eran
demostraciones de “calidad” por medio de documentos y testigos
directos, en las que influían tanto la procedencia o linaje, la casta,
la legitimidad o ilegitimidad parental, el estado (si ha contraído
o no matrimonio), el lugar de nacimiento y vivienda, el oficio y
el género asignado; todas estas dimensiones se consideraban
de manera conjunta para ubicar a una persona en el espacio
social colonial.36 Es decir, la clasificación y etiqueta de “mestizo”,
que tomamos como ejemplo, durante los primeros años del
período colonial se encontraba inscripta dentro de discursos de
orden jurídico-religioso antes que biológico (aún inexistente) y
asociada a una noción de cuerpo en la que primaba el linaje o las
posibilidades prácticas de demostrarlo y las prácticas cotidianas
antes que el fenotipo.
Esta imprecisión con que Quijano utiliza el término raza ha
sido problematizada dentro de la perspectiva descolonial y,
en algunos casos, retematizada como un concepto útil para
describir la clasificación de ciertas vidas y formaciones culturales
desde principios de siglo XVI como “dispensables”;37 en otros
33
indios a defensor de los negros, Salamanca, Editorial San Esteban, 1995.
30
Francisco Cervantes De Salazar (1554), México en 1554. Tres Diálogos
latinos que Cervantes de Salazar escribió e imprimió en México en
dicho año, traducción de Joaquín García Icazbalceta, ed. bilingüe, México,
Antigua librería de Andrade y Morales, 1875, pp. 133-135.
Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva Crónica y Buen Gobierno, México,
Fondo de Cultura Económica, 2004, t.I, p. 643.
34
Ibíd., p. 58.
35
Eduardo Restrepo y Julio Arias, “Historizando raza: propuestas
conceptuales y metodológicas”, en Emancipación y crítica n° 3, junio de
2010, pp. 45-64.
31
Cfr. RAE https://dle.rae.es/promiscuo.
36
32
Marisol De la Cadena, “¿Son los mestizos híbridos? Las políticas
conceptuales de las identidades andinas”, en Universitas Humanística
nº 61, enero-junio de 2006, p. 62.
Joanne Rappaport, “¿Quién es mestizo? Descifrando la mezcla racial en
El Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVIII”, en Varia Historia, Vol. 25,
nº 41, enero-junio de 2009, pp. 43-60.
37
Nelson Maldonado Torres, “Sobre la colonialidad del ser. Contribuciones
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
casos, esta noción ha sido desechada por quienes acentúan la
importancia de atender al archivo, el vocabulario y el arsenal
conceptual que sí estaba disponible en la colonia temprana
durante la primera modernidad.38 Así, a partir de observaciones
y trabajos de la perspectiva descolonial (que no se quedan en
la mera crítica), podemos empezar a ver con mayor claridad
el modo en que se articula la colonización y colonialidad con
el imaginario premoderno sistematizado en los discursos de
limpieza de sangre, para indagar de qué modo operan como un
antecedente de la clasificación social que organiza la idea de raza
de emergencia más tardía.
Además de la cuestión sustantiva que ha suscitado una suma
de intervenciones al interior de la perspectiva, me resulta
interesante la cuestión metodológica que deja abierta esta crítica
respecto de la indagación correspondiente a la distancia entre
palabras y conceptos y los estudios que priorizan la continuidad
conceptual en las variaciones nominales y aquellos otros que
priorizan su discontinuidad y las especificidades históricas del
archivo. Ambas estrategias metodológicas conviven, no sin
críticas ni conflictos, al interior de esta heterogénea perspectiva.
Una ventaja de estas disquisiciones internas es que podemos
hallar estudios que ponen a funcionar la perspectiva descolonial
tanto desde miradas sistémicas como genealógicas.
Sobre la dimensión programática
Por último, una crítica reiterada fundamentalmente en el
artículo de Petruccelli se orienta a la programática descolonial
de desprendimiento. En el apartado “Asimetría y privilegio
epistémico” vemos esta programática caracterizada como un
llamamiento oscurantista a abandonar los rasgos provenientes
de las creencias, lenguas e identidades occidentales. Críticas
similares –dirigidas explícitamente a esta programática o a otras
descoloniales– han surgido dentro y fuera de la perspectiva
bajo los epítetos de “nativismo”, “populismo o esencialismo
regional” y “abyayalismo”. Con estas calificaciones se pretende
advertir sobre una serie de supuestos, como la creencia en
sustancias identitarias ahistóricas y la vocación del retorno a
algún pasado puro, no contaminado por los efectos de la historia
colonial. Es decir, supuestos románticos, que parecerían confiar
en la existencia del algún “afuera” ontológico de la modernidad/
colonialidad adonde ir a buscar las soluciones. La insistencia de
esta observación ha hecho que sea ya ampliamente revisada y
al desarrollo de un concepto”, en Santiago Castro-Gómez y Ramón
Grosfoguel (eds.), El giro descolonial. Reflexiones para una diversidad
epistémica más allá del capitalismo global, Bogotá, Siglo del Hombre
Editores, 2007, pp. 127-168; Catherine Walsh, “Raza”, mestizaje y poder:
horizontes coloniales pasados y presentes”, en Crítica y emancipación
3, 1º semestre de 2010, pp. 95-124.
38
Eduardo Restrepo y Julio Arias, op. cit.
Dossier | Discutir la decolonialidad
re-explicada, pero no está de más volver sobre ella.39
Lo primero, sobre lo que a esta altura del trabajo no quiero
insistir mucho, es que la programática de desprendimiento no
convoca a un abandono de todo “lo” occidental, europeo o
noratlántico (si es que existe algo que pueda ser denominado de
esa manera), sino al desprendimiento epistémico-político de la
racionalidad eurocentrada, moderno/colonial, y de sus políticas
del conocimiento. En la tensión planteada por Petruccelli entre
privilegio y asimetría epistémica, la perspectiva introduce la
dimensión del derecho epistémico: el esfuerzo por “provincializar”
el gesto eurocentrista no abona un privilegio epistémico invertido,
es decir, un criterio de demarcación de verdad organizado en
términos biográficos o geográficos, sino que tan solo apunta a
visibilizar el derecho epistémico de saberes no hegemónicos y su
presencia y agencia en las cartografías del saber/poder moderno/
coloniales y descoloniales.40
¿Qué supone la propuesta de desprendimiento? Esta
indagación nos lleva salir de todo terreno analítico e ingresar
en el programático. En líneas generales, creo entender al
desprendimiento como una praxis que supone, cuanto menos,
tres gestos: (1) una instancia crítica negativa respecto de las
condiciones de opresión, pero desde (2) el reconocimiento de
que esta negación como crítica sólo puede ser elaborada desde
una instancia anterior, afirmativa respecto de la propia diferencia
y dignidad (afirmación de la experiencia fronteriza). Así podemos
decir que a la doble negación que supone una dialéctica crítica
(negar la negación material que provoca la opresión/exclusión/
exteriorización) antecede un momento afirmativo y, en ese
sentido, entramos en un esquema anadialéctico.41 Sobre esta
base puede luego organizarse (3) un tercer movimiento ya no
crítico, ya no afirmativo, sino programático-creativo en torno a
lo común como “comunalidad”:42 la idea de comunidad supuesta
en la programática de desprendimiento no se encuentra en un
espacio o tiempo anterior, sino que es territorio a crear desde
activos trabajos de intercambio de memorias e historias.
La perspectiva descolonial en el pliegue del
prejuicio o a modo de cierre
Me gustaría finalizar con el sugerente comienzo del trabajo de
Petruccelli, allí la perspectiva descolonial es introducida como
39
W. Mignolo, “La idea de América Latina (la derecha, la izquierda y la
opción decolonial)”, en Crítica y emancipación, Vol. 1, nº 2, 2009, pp.
251-276.
40
W. Mignolo, Ibíd.
41
Enrique Dussel, Liberación latinoamericana y Emmanuel Lévinas,
Buenos Aires, Bonum, 1975, pp. 15-45.
42
Sobre el concepto de comunalidad creativa, Zulma Palermo “Pensar/
escribir en la frontera”, en Otros Logos nº 10, diciembre de 2019, pp.
14-27.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Bárbara Aguer, “La perspectiva descolonial en la encrucijada de la crítica”, en Políticas de la Memoria,
n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
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una corriente de pensamiento que viene a “combatir” lo que
considera la “colonialidad epistémica”, forma de colonialidad
que queda descripta en su introducción como una serie extensa
de “prejuicios” y “privilegios epistémicos”. En su observación no
hay ni tergiversación ni omisión, tan solo una mirada distinta:
allí donde el autor ve lo que nombra como “prejuicio” y que,
me permito suponer, ha de deberse al intento de caracterizar
ciertos comportamientos o ideas naturalizadas no mediadas por
el pensamiento crítico, la perspectiva descolonial ve un fruto
de los siglos de colonialidad, ve la eficacia de la tecnología de
clasificación moderno/colonial (Quijano), la actualización de la
diferencia colonial (Mignolo) y del dispositivo de blanqueamiento
(Castro-Gómez).43 Es sobre ese efecto (“pre-juicio” para
Petruccelli) que indaga la perspectiva descolonial para develar
las condiciones de emergencia y estrategias de actualización.
Es entonces en el pliegue del prejuicio donde la perspectiva
descolonial se demora. Su pregunta no es tanto por el “qué”, no
se ocupa de producir algo así como un inventario de prejuicios,
sino que la pregunta apunta al cómo de su conformación y al
servicio de quién se encuentran, es decir, qué relación de poder
refuerzan. La perspectiva descolonial pretende explicar esa
configuración de saber/poder que se forja durante el periodo
colonial en América y que pervive, a partir de diversas estrategias
de actualización, hasta nuestros días; evidenciando, además de
algunas dimensiones macro-sociales propias del colonialismo y
la colonialidad del poder, otros dispositivos y técnicas más sutiles
orientadas a reforzar el capital de la blancura. Los aportes de la
generación posterior a la de Quijano refuerzan la importancia
del entramado intersubjetivo y epistémico, atendiendo al hecho
de que toda formación de saber que deviene hegemónica es
un poder que ha logrado imponerse sobre otras realidades o
interpretaciones posibles produciendo efectos de verdad.
La colonialidad no es el resultado de un rejunte de prejuicios que
puedan desmantelarse con una mirada atenta; es epidermización,
incrustación de hábitos que forjan y demarcan movimientos
posibles de otros imposibles, vidas con posibilidad de pro-yecto
de vidas dispensables al servicio del capital de la blancura.44
O, para decirlo de otro modo, esos prejuicios no son prácticas
individuales casuales, sino, expresiones de una formación
histórica de saber/poder y de instituciones, discursos, hábitos
que los configuran. La perspectiva descolonial se ocupa de esa
formación histórica de saber/poder, la colonialidad del poder. En
este sentido, su gesto teórico se organiza menos por un método
apodíctico-epistemático (científico) que por la indagación
filosófica de la ontología del presente desde una perspectiva
43
Santiago Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e
ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Bogotá, Pontificia
Universidad Javeriana, 2010.
44
La noción de epidermización es acuñada por Franz Fanon para dar
cuenta del modo en que opera la cultura hegemónica en la subjetividad
colonizada, reforzando una organización racial de la distribución del
capital. Cfr. Franz Fanon (1952), Piel negra, máscaras blancas, Madrid,
Akal, 2009.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
transontológica y descolonial; indagación que supone asumir
la ética y la política como filosofía primera con la consecuencia
evidente de politizar la ontología y la epistemología.
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n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 97-110. | https://doi.org/10.47195/20.651
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Resumen
El trabajo se presenta como una réplica centrada en
aquello que ha motivado las críticas a la perspectiva
descolonial por parte de Ariel Petruccelli y Andrea Barriga. El propósito del trabajo está dirigido a recuperar sus
cuestionamientos como excusa y motivo para repensar
los límites y alcances de esta perspectiva a más de dos
décadas de su emergencia. En primer lugar, reconstruyo someramente el contexto de emergencia y enunciación de la teoría de la colonialidad del poder de Aníbal
Quijano. En segundo lugar, me centro en algunas de las
criticas puntuales. A partir de trabajo de sistematización de las mismas, la réplica se organiza en cinco ejes
orientados a dimensiones centrales de la perspectiva: el
patrón de poder moderno/colonial, la periodización y caracterización histórica de la modernidad, la definición de
episteme eurocentrada y de retórica de la modernidad, el
uso histórico de la categoría de raza y la programática
descolonial de desprendimiento.
Palabras claves: Colonialidad; Eurocentrismo; Desprendimiento.
Abstract
This paper is a response to the critics of Ariel Petruccelli and Andrea Barriga to the decolonial perspective.
The purpose of the work is to recover their critics as
an excuse to review the limits of this perspective after two decades of its emergence. Based on the systematization of criticisms, the response is organized
into five axes oriented to central dimensions of the
perspective: the notion of colonial/modern pattern of
power, the periodization and historical characterization
of modernity, the definition of Eurocentered episteme and rhetoric of modernity, the historical use of the
race category and the delinkyng decolonial program.
Keywords: Coloniality, Eurocentricm, Delinkyng.
Cristina Coll. Ilustración.
En: Baruyera: una tromba lesbiana feminista,
nº 1 (06/2007).
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Recibido: 16/07/2020
Aceptado: 30/09/2020
Natalia Bustelo, “Epílogo ¿Puede el decolonialismo pensar la historia de las izquierdas anticoloniales?”,
en Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 111-114. | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Dossier | Discutir la decolonialidad
Epílogo
¿Puede el decolonialismo pensar la
historia de las izquierdas anticoloniales?
Natalia Bustelo*
El programa decolonial y el emprendido por el CeDInCI tienen la misma fecha de inicio, la proclama del “fin de la historia” que
acompañó a la derrota de las izquierdas revolucionarias y del socialismo real en la década de 1990. Y si bien ambos surgían
del cuestionamiento a la cancelación de una alternativa a los liberalismos, la relación que entablaron con la tradición de
las izquierdas fue diversa. Mientras que el CeDInCI se inscribió de modo programático en el universo de las izquierdas para
preservar y revisar sus múltiples legados, el decolonialismo optó por la superación eticista de los ejes políticos izquierda/
derecha. Una superación que, luego del ciclo de los neopopulismos latinoamericanos y de la crisis de la globalización
neoliberal, vuelve a estar en debate, sobre todo desde la teoría del populismo. En efecto, una de sus principales referentes,
Chantal Mouffe, insiste en nuestros días en que es necesario advertir que la “derecha liberal” está siendo cuestionada no sólo
por un “populismo de izquierda”, impulsor de la radicalización de la democracia, sino también por un “populismo de derecha”,
que llama al autoritarismo. Ante ello sería imprescindible mantener una identidad populista y de izquierda.1
Las cuatro intervenciones del dossier muestran que, a distancia del mapa de Mouffe, el decolonialismo asume el fin de las
izquierdas y las derechas, al tiempo que emprende la construcción de un pensamiento emancipatorio guiado por la explicitación
crítica de la lógica colonial, en tanto generadora de las jerarquías raciales, económicas, sexuales y genéricas. La ética sería la
guía frente a una política que habría perdido sus ejes organizadores y que –impugnando al búho de Minerva invocado por
Hegel para graficar que el pensamiento sólo llega luego del despliegue de la historia– demandaría al pensamiento que antes
de la acción construya conceptos “desprendidos” de la modernidad/colonialidad.
Como confirmación de que la política de izquierda no puede ofrecer ninguna orientación, Aníbal Quijano y desde entonces
la mayoría de los/as pensadores decoloniales ofrecen la discutible equiparación de las izquierdas al marxismo, y la no menos
discutible asimulación del marxismo al economicismo (una operación exactamente inversa a la que operaba el CeDInCI, que
recuperaba las tradiciones antieconomicistas del marxismo así como el rol histórico de las izquierdas no marxistas, como el
socialismo romántico o el anarquismo). Para los decoloniales, el pensamiento de izquierda se habría circunscrito al análisis
marxista de las clases sociales; y su economicismo sería hasta tal punto constitutivo que le impediría pensar las diferencias
operantes en las dimensiones no económicas. De ahí que recién con las reflexiones de Quijano de los años noventa se iniciaría
una reflexión sistemática sobre el colonialismo constitutivo de la modernidad latinoamericana.
A las objeciones y respuestas de las cuatro intervenciones del dossier pueden sumarse algunas observaciones. No hay duda de
que marxistas y no marxistas dedicaron muchos menos análisis al colonialismo, racismo y eurocentrismo en América Latina de
los que exige el pensamiento crítico contemporáneo. El análisis del capitalismo desde las opresiones de clase, raza, sexualidad
y género tiene hoy un decisivo impulso en la opción decolonial y el enfoque interseccional. Pero ese análisis también puede
*
Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
https://orcid.org/0000-0001-5209-0333.
1
Chantal Mouffe, Por un populismo de izquierda, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
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Natalia Bustelo, “Epílogo ¿Puede el decolonialismo pensar la historia de las izquierdas anticoloniales?”,
en Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 111-114. | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
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reconocerse en un programa historiográfico y filosófico marxista que ya ha propuesto varias obras fundamentales y que,
como veremos, incluso es anterior a la articulación de los estudios decoloniales.2
Durante el siglo XX, el economicismo –y su noción “naturalista y positivista” de clase social– hegemonizó el marxismo en
sus versiones oficiales, pero sin duda ese economicismo no fue la única variante. Actualmente, Ariel Petruccelli es uno de los
pocos historiadores argentinos que viene explorando la síntesis entre las lecturas deterministas y las voluntaristas como la
encrucijada decisiva de la teoría marxista de la historia, y sus críticas al decolonialismo podrían ser leídas como un modo de
probar la eficacia de la síntesis hasta aquí alcanzada.3 A su vez, las propuestas no economicistas, e incluso de síntesis, ya llevan
un siglo en la tradición marxista. En efecto, en el siglo pasado y lo que va del actual, los marxismos de autores como Gramsci,
Mariátegui, Lukács, Bloch, Luxemburgo, Horkheimer, Adorno, Benjamin, Lefebvre, Goldmann y Althusser han circulado por
el mundo dando lugar a diversos programas intelectuales y políticos distantes del economicismo y el colonialismo. Incluso
las ideas de Marx fueron conjugadas con el panafricanismo para dar lugar a un marxismo anticolonial. Asimismo, hubo
ciertamente un marxismo oficial ciego a la dimensión del género, pero ¿cómo ocluir los caminos teóricos y políticos que han
abierto figuras feministas marxistas, muchas de ellas anteriores al decolonialismo, como Alexandra Kollontay, Simone de
Beauvoir, Sheila Rowbotham, Juliet Mitchell, Raya Dunayevskaya, Angela Davis, Christine Delphy, Nancy Fraser, Gayatri Ch.
Spivak, Silvia Federici, Tithi Bhattacharya, Ueno Chizuko y tantas otras a lo largo de los cinco continentes?
Volviendo al decolonialismo, por un lado, el dossier permite advertir que su panteón cuenta con varias figuras anteriores a
Quijano e inscritas en el marxismo. Si con Le système colonial dévoilé (1814) de Jean Louis Vastey parece haberse inaugurado
esa reflexión, ya en el siglo XX Aimé Césaire y Frantz Fanon formularon agudas reflexiones sobre el colonialismo y las vías de
su destrucción. Y tanto Césaire como Fanon realizaron su formación intelectual y política en el marxismo. Fue precisamente la
crítica profunda a una de las variantes del marxismo, el economicismo y colonialismo soviéticos, la que les permitió a ambos
ofrecer análisis centrales para el decolonialismo. A esos críticos del colonialismo antecesores de Quijano podemos sumar a
diversos marxismos distantes del soviético: el historicista de Mariátegui y el de Darcy Ribeiro, el “marxismo negro” de C. L. R.
James y de Cedric Robinson y el gramsciano de José Aricó, quien mostró que incluso la condena de Marx a Bolívar no reduce
el marxismo al eurocentrismo colonialista.4 Aricó fue también el principal impulsor de los Cuadernos de Pasado y Presente,
editados entre 1968 y 1991, primero en Córdoba, luego en Buenos Aires y finalmente en México. Sus 98 entregas se ofrecieron
como la biblioteca de los movimientos de las izquierdas latinoamericanas, pues pusieron a circular en español los textos del
marxismo historicista, producidos desde fines del siglo XIX en las más diversas regiones; y esas cuidadas traducciones fueron
acompañadas de introducciones críticas. Allí aparecieron varias obras que analizaron el colonialismo más allá de la variable
económica. Entre ellas, en 1969 Teoría marxista del imperialismo, compilación de textos de Paolo Santi, Jacques Valier,
Rodolfo Banfi y Hamza Alavi, en 1972 Materiales para la historia de América Latina de Marx y Engels, en 1979 Marx y Engels.
Imperio y colonia. Escritos sobre Irlanda, con introducción del italiano Renato Levrero, y en 1980 Friedrich Engels y los
pueblos “sin historia” del judeo-ucraniano Roman Rosdolsky. Y la revisión crítica del hegelianismo al interior de la concepción
materialista de la historia emprendida por Rosdolsky así como la introducción de Levrero fueron centrales para las reflexiones
sobre América Latina que propuso Aricó.
Por otro lado, es muy cuestionable que las izquierdas europeas y latinoamericanas se circunscriban al marxismo. En efecto,
2
Angela Davis, Mujeres, raza y clase, Madrid, Akal, 2004 (1981); Etienne Balibar y Immanuel Wallerstein, Raza, nación y clase, Santander, IEPALA, 1991
(1988); Terry Eagleton, Fredric Jamenson y Edward Said, Nacionalism, Colonialism and Literature, Minesota, University of Minnesota Press, 1990; Charles
W. Mills, Blackness Visible: Essays on Philosophy and Race, Ithaca, Cornell University Press, 1998; Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y
acumulación originaria, Madrid, Traficantes de sueños, 2010 (2004).
3
Ariel Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, Buenos Aires, Prometeo, 2010; Ídem, Materialismo histórico, interpretaciones y controversias, Buenos
Aires, Prometeo, 2013.
4
José Aricó, Marx y América Latina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1980; José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana, Lima, Amauta, 1928; Darcy Ribeiro, Fronteras indígenas de la civilización, México, Siglo XXI, 1971; C. L. R. James, Los jacobinos negros.
Toussaint L’Ouverture y la revolución de Haití, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003 (1938); Cedric Robinson, Black Marxism. The Making
of the Black Radical Tradition, London, Zed Books, 1983.
Políticas de la Memoria n° 20 | Noviembre 2020
Natalia Bustelo, “Epílogo ¿Puede el decolonialismo pensar la historia de las izquierdas anticoloniales?”,
en Políticas de la Memoria, n° 20, Buenos Aires, 2020, pp. 111-114. | ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Dossier | Discutir la decolonialidad
a ellas también pertenecen el anarquismo, el socialismo no marxista, el sindicalismo revolucionario, los intentos de conciliar
socialismo con anarquismo, el autonomismo y otras variantes que dejaron su marca no sólo política sino también cultural y
social en América Latina. Nuestra historia cuenta con numerosas obras y movimientos que se identificaron con el marxismo
u otras izquierdas y que incluso teorizaron y cuestionaron el colonialismo y el patriarcado junto con el capitalismo. Muchas
de esas obras y movimientos tuvieron como protagonistas a subjetividades que sufrían esas opresiones, buscaban la
emancipación y construyeron identidades político-culturales inscritas en diversas variantes de las izquierdas. Hacia la década
del ochenta la violencia estatal y paraestatal logró que todo ello fuera derrotado en América Latina y otras regiones, dando
paso al orden neoliberal. Sin duda, las izquierdas tuvieron alguna responsabilidad en la derrota. Pero ¿ésta se circunscribe a
la persistente –aunque teorizada– episteme colonial, es decir, a la racionalidad moderna desde la que se construyeron tanto
el patrón colonial de poder como las izquierdas latinoamericanas que buscaron su destrucción? Una respuesta positiva como
la que tienden a dar los estudios decoloniales termina por negarle a América Latina el análisis y la memoria de una parte
importante de sus subjetividades y teorizaciones y nos pone ante otra pregunta ¿es convincente seguir identificando a las
izquierdas latinoamericanas, antes de todo estudio, como meras reproductoras de la ceguera sobre la dinámica colonial, o
incluso como engranajes de la epistemología blanca eurocentrada? La respuesta positiva a esta nueva pregunta es necesaria
para justificar el “desprendimiento” de la episteme colonial y su racionalidad moderna, y su simultánea “restitución” en un
“horizonte histórico pluriversal”. y todo ello propone otros desafíos: ¿es un criterio “racional” o de otro tipo el que legitima
y garantiza la efectiva reconstitución de una episteme, una estética y una ética del Buen vivir, distante de las falsas promesas
de la modernidad? ¿tiene ello algún correlato con alguna forma de la política? O más precisamente, ¿cómo se asegura un
criterio de verdad no sólo de una episteme/razonamiento descolonial y sanador, sino sobre todo de otra política que recupere
los saberes descoloniales y su pensar/sentir pero que evite la sustancialización particularizante y relativista que implica anclar
la episteme y la política únicamente en una condición como la de ser enunciada por una subjetividad no blanca, no colonial,
no patriarcal y herida por todo ello?
Esas preguntas y las diversas variantes de las izquierdas registradas durante el siglo XX abren otra de las discusiones que
recorren tácitamente las críticas de Barriga y Petruccelli, a saber: la validez filosófica de una metáfora arbórea a la que
tiende a recurrir el programa decolonial para analizar las tradiciones de pensamiento, y específicamente para denunciar al
interior del marxismo u otras tradiciones una lógica que funcionaría como su “raíz”, sea la de tipo colonial que nos ocupa,
patriarcal –como la denunciada por el feminismo radical de los setenta– o falogocéntrica –según la insistencia derridiana–.
Es posible identificar en la obra de Marx y en las de otras figuras centrales de las izquierdas ideas coloniales, patriarcales y
falogocéntricas, pero ¿esas ideas se articularon en una lógica fundamental en la que las ideas su lógica están más allá del
devenir histórico? ¿son raíces que necesariamente nutren frutos que cierran los caminos de la emancipación humana? Las
obras marxistas que citamos ofrecen una clara respuesta negativa.
A ello se agrega que en 1973, con su estudio del aparentemente contradictorio “liberalismo esclavista” del Brasil, Roberto
Schwarz inició el debate sobre la posibilidad de que la recepción latinoamericana de ideas europeas desarmara lo que parecía
la lógica constitutiva de una tradición. Pierre Bourdieu extendió esa posibilidad a la circulación de ideas entre culturas
“civilizadas”.5 Y la historia intelectual que viene impulsando el CeDInCI ya cuenta con varios estudios sobre esos procesos
latinoamericanos de recepción en los que las ideas político-culturales de las izquierdas no pierden la contemporaneidad, o
incluso la intensidad emancipatoria, por encontrarse “fuera del lugar” europeo –al que debería agregarse el patriarcal y el
colonial–. Asimismo, los cuestionamientos tanto a la metáfora arbórea como a una aproximación a las izquierdas que las
suponga como “identidades dadas” son los que posibilitan pensar y apostar a los cruces pasados y contemporáneos entre
izquierdas, feminismos y activismos LGTB que, desde el CeDInCI, proponen en particular Laura Fernández Cordero y “Sexo y
5
Roberto Schwarz, “As idéias fora do lugar”, en Estudos CEBRAP nº 3, enero de 1973; Pierre Bourdieu, “Las condiciones sociales de la circulación de las
ideas”, Intelectuales, política y poder, Buenos Aires, Eudeba, 2003, 1990, pp. 159-170.
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Natalia Bustelo, “Epílogo ¿Puede el decolonialismo pensar la historia de las izquierdas anticoloniales?”,
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Revolución. Programa de memorias políticas feministas y sexogenéricas”.6
Para finalizar, retomemos la apuesta historiográfica del programa decolonial y la posibilidad de su convergencia con un
proyecto de recuperación documental y de estudio crítico de las diversas tradiciones de las izquierdas latinoamericanas. La
certeza de que en América Latina viene operando un patrón colonial de poder ha impulsado agudos análisis documentales,
como el ofrecido por Mignolo sobre el Popol Wuj y diversos códices de nuestro continente, y los referidos por Aguer relativos
a la idea de raza. Los análisis decoloniales se orientaron a descifrar cómo se construyó esa colonialidad que se reconfiguró y
pervivió en los procesos independentistas, al punto que continúa produciendo subjetividades y epistemes colonizadas. Pero
la atención únicamente a la producción de colonialidad podría evitarse. Si el programa decolonial revisara tanto su certeza
de que la amplia familia de las izquierdas se reduce al marxismo economicista como su aceptación de que las tradiciones de
pensamiento tienen una lógica que opera como una raíz única y unidireccional cuyos frutos son ideas de invariancia histórica,
podría encontrarse ante el llamado a analizar los libros latinoamericanos que, sin lograr una voz hegemónica, cuestionaron
el patrón colonial, pero también podría recuperar los más diversos documentos de los siglos XIX y XX que portan indicios de
ideas y prácticas alternativas a ese patrón y que podrían ser un valioso acervo para construir conocimiento y acción capaces
de romper la “diferencia colonial”.
6
Laura Fernández Cordero, “Izquierdas y feminismos, hitos contemporáneos”, en Nueva Sociedad n° 261, enero/febrero de 2016. Disponible en línea:
https://www.nuso.org/articulo/izquierdas-y-feminismos-hitos-contemporaneos/#footnote-20; Idem, “Feminismos: una revolución que Marx no se pierde”,
en Nueva Sociedad n° 277, septiembre/octubre de 2018. Disponible en línea: https://www.nuso.org/articulo/feminismos-una-revolucion-que-marx-no-sepierde/. Sobre el programa, http://cedinci.org/sexo-y-revolucion/.
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