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El malentendido

2020, Victoria Escadell Vidal, José Amenós Pons & Aoife Ahern (eds.), Pragmática

Abstract

Durante un almuerzo en el que se sirvió un bacalao delicioso, al retirar la fuente del mismo, se produjo el siguiente intercambio entre la madre y uno de sus hijos, estudiante universitario que cursaba sus estudios en otra ciudad 1 :

EL MALENTENDIDO Manuel Padilla Cruz Universidad de Sevilla 1. Introducción Durante un almuerzo en el que se sirvió un bacalao delicioso, al retirar la fuente del mismo, se produjo el siguiente intercambio entre la madre y uno de sus hijos, estudiante universitario que cursaba sus estudios en otra ciudad1: (1) Madre: [1] ¿Te pongo bacalao? Hijo: [2] ¡Si ya he tomado, mamá! Más no, más no. Madre: [3] Digo para llevarte. El hijo pensó que la madre le ofrecía repetir bacalao, pero, en realidad, lo que le ofrecía era ponerle del sobrante en un recipiente para llevárselo, tal vez congelado, y consumirlo en su piso de estudiante. Evidentemente, algo falló porque el hijo no logró comprenderla, aunque la madre solventó el problema de entendimiento al que su ofrecimiento, no muy bien formulado, dio lugar. La comunicación verbal humana es extremadamente compleja, pues, además de codificación y decodificación, requiere tareas inferenciales, de atribución de intencionalidad y estados psicológicos (Carston, 2002; Apperly, 2011) [>Escandell Vidal]. Éstas son necesarias para comprender qué pretende comunicar el hablante (su intención informativa, en terminología de la Teoría de la Relevancia, según la cual en la comunicación el hablante desea transferir –hacer 1 Salvo que se indique lo contrario, los ejemplos empleados proceden de casos observados por el autor de este capítulo o proporcionados por conocidos suyos. manifiesta– alguna información –una serie de suposiciones– al interlocutor). Por su parte, el interlocutor deberá inferir dicha información y generar una interpretación a partir de ella, es decir, obtener representaciones mentales a partir de dicha información (Sperber y Wilson, 1986/1995). Pese a que el emisor sobreestime sus habilidades y piense optimistamente que la forma lingüística codificada y los elementos paralingüísticos a los que recurre hacen manifiesta al destinatario tal intención de manera clara y eficaz (Keysar y Boaz, 2002; Keysar, 2007), el destinatario puede tener problemas para comprenderlo. Además de los ruidos e interferencias que puedan afectar su transmisión, la rapidez y el nivel subconsciente en el que se realizan dichas tareas a menudo dan pie a fallos o errores, que tienen como consecuencia una interpretación distinta de la esperada. Surge, entonces, el malentendido, un fenómeno que dificulta o incluso impide completamente la comunicación. 2. ¿Qué es un malentendido? Un malentendido se origina cuando hay una discrepancia entre el significado que el emisor pretende transmitir y la interpretación a la que el destinatario llega guiado por sus expectativas de relevancia (Bazzanella y Damiano, 1999; Ryan y Barnard, 2009; Padilla Cruz, 2013a). Es decir, el destinatario no entiende correctamente lo que se le dice porque le asocia otro significado y atribuye al emisor intenciones distintas de las que realmente tiene (Banks, Ge y Baker, 1991). Por su carácter obstaculizador y sus consecuencias habitualmente negativas, el malentendido es un fenómeno que se sitúa dentro de la mala comunicación, comunicación fallida o problemática (miscommunication) (Gass y Varonis, 1991), pues distancia a los interlocutores del fin ideal de la comunicación: la inteligibilidad mutua (Dascal, 1999; Weigand, 1999). Varios han sido los términos empleados para referirse a este fenómeno, entre los que destacan fallo pragmático (pragmatic failure) (Thomas, 1983) o desajuste interpretativo (misfit) (Weigand, 1999), pero todos aluden a la incapacidad para entender adecuadamente por la discordancia entre el significado pretendido y el entendido. Para comprenderlo bien hay que diferenciarlo de otros fenómenos que también dificultan o impiden la comunicación. No hay malentendido cuando el destinatario no oye ni recibe la señal acústica por ruidos o interferencias, o porque el emisor no la produce con la suficiente intensidad (Grimshaw, 1980, p. 45). Tampoco se produce cuando el destinatario no capta bien la señal, pero la procesa y llega a una interpretación cuya invalidez no descubre por sí mismo o gracias a su(s) interlocutor(es) (Grimshaw, 1980, p. 51; Mustajoki, 2012, p. 232). Tampoco se origina un malentendido cuando el destinatario sólo escucha e interpreta una parte del mensaje y se hace una idea general o parcial del mismo (Brown, 1995, p. 34; Ryan y Barnard, 2009, p. 47). Estos dos casos se pueden deber a problemas auditivos o de atención. Por último, no se puede hablar de malentendido cuando el destinatario, abierta o encubiertamente, finge no haber escuchado por distintos motivos, entre los que puede encontrarse evitar un conflicto personal (Grimshaw, 1980, p. 58; Mustajoki, 2012, pp. 231-232). De lo que se trata aquí es de una evidente falta de cooperación. Por tanto, para que se origine un malentendido el destinatario debe tener y mostrar una actitud cooperativa y escuchar, procesar e interpretar lo que le transmitan. El problema radica, precisamente, en que a veces no hace esto correctamente (Gass y Varonis, 1991; Weigand, 1999). Ello se debe a fallos o errores involuntarios durante acciones interpretativas como la identificación de las palabras del enunciado (decodificación), y la inferencia errónea, tanto del significado literal o explícito del enunciado, como del significado implicado por éste (conclusiones implicadas, en terminología de la Teoría de la Relevancia), así como el acceso a la información del contexto que es necesaria para una interpretación correcta (premisas implicadas, en terminología de la Teoría de la Relevancia), e incluso la identificación de las emociones del hablante. Todas esas acciones, que conforman lo que se denomina ajuste mutuo en paralelo (mutual parallel adjustment), son indispensables para comprender correctamente la intención informativa del hablante, tal como se expone en el apartado 4 (Yus Ramos, 1999a, 1999b; Carston, 2002; Wilson y Sperber, 2004, Padilla Cruz, 2013a, 2013b). 3. Características del malentendido Puesto que el malentendido surge por un procesamiento inadecuado, dos serían sus características iniciales. La primera es su naturaleza puramente cognitiva, pues su responsable es, en gran medida, el destinatario. Éste es quien procesa e interpreta y puede no ser consciente en absoluto de no haber procesado e interpretado bien (Weigand, 1999, pp. 769-770; Ryan y Barnard, 2009, p. 47). De hecho, el malentendido a menudo pasa inadvertido y queda encubierto en la comunicación, aunque puede quedar latente si emisor y destinatario, pese a haberlo detectado, no lo solucionan. Muchas veces, sin embargo, lo ponen de manifiesto con objeto de solventarlo y recuperar la inteligibilidad mutua (Hinnenkamp, 2003, pp. 61-65). La segunda característica es su involuntariedad, ya que la propia manera en la que se lleva a cabo el ajuste mutuo en paralelo hace que el destinatario no tenga control total sobre el mismo. Esta característica también diferencia al malentendido de la confusión deliberada que algunos emisores crean, bien para manipular, engañar o desconcertar a su audiencia (Banks et al., 1991, p. 106), bien para establecer diferencias sociales mediante un discurso complejo (Hinnenkamp, 2003, pp. 70-71), o divertir y entretener a la audiencia con juegos lingüísticos y provocar humor. Piénsese en algunas celebridades y políticos que no responden a ciertas preguntas – siguiendo a Grice (1975)– de manera completa, verdadera, clara y concisa, o en algunos vendedores que son ambiguos. Si un charlatán de feria aludiera a un peine como “un juego de tocador de treintaidós piezas”, su audiencia se imaginaría un juego de tocador compuesto, precisamente, por ese número de objetos y no, sencillamente, por tan sólo un peine. Con respecto al humor, muchos chistes y juegos de palabras favorecen una interpretación que parece posible, pero que en realidad no lo es, por lo que requieren la búsqueda de otra lectura alternativa (Yus Ramos, 2016). Aunque se ha apuntado que el responsable del malentendido es el destinatario, el emisor también puede serlo. La comunicación es cosa de dos –al menos– y los interlocutores involucrados son copartícipes de ella, si bien con roles distintos que se van intercambiando alternativamente: el emisor, que produce enunciados que serán interpretados por el destinatario, deberá también interpretar las respuestas verbales o no verbales a esos enunciados, adoptando entonces el papel de destinatario. Esas respuestas le permiten percibir si su interlocutor lo entiende correctamente; si esto no ocurre, puede señalárselo mediante sus reacciones verbales o no verbales (Brown, 1995; Codó Olsina, 2002; Kecskes, 2010). Pero la responsabilidad del emisor va más allá, pues la forma lingüística y los elementos paralingüísticos a los que recurra condicionan en gran medida el procesamiento y las interpretaciones a las que el destinatario llegue. Así como en un baile un mal paso puede hacer tropezar a la pareja, palabras inexactas –“eso sí que es un tema” (¿es algo bueno o malo?)– o pronombres y deícticos inapropiados – “mis padres ya han salido para allá” (¿hacia dónde exactamente?)–, entre otras cosas (cf. §4.1 y §4.2), pueden provocar malentendidos (Sperber y Wilson, 1986/1995). Por consiguiente, puede haber corresponsabilidad, lo cual sería una característica adicional. Ésta justifica distinciones entre malentendidos provocados por el emisor, por problemas para conceptualizar y poner de manifiesto su intención informativa –de hecho, si el destinatario encuentra una única interpretación relevante del enunciado llevado por su inherente tendencia a la búsqueda de relevancia, y ésta es diferente de la pretendida, a menudo es porque el emisor ha seleccionado mal su enunciado o ha previsto erróneamente una accesibilidad al contexto por parte del destinatario– y los provocados por el destinatario, por problemas de comprensión (Dua, 1990, pp. 115-119), o entre mala enunciación (misstatement), causada por errores expresivos, y malinterpretación (misunderstanding), causada por errores interpretativos (Banks et al., 1991, p. 106). 4. Causas de los malentendidos Ni emisor ni destinatario están exentos de responsabilidad, pues el malentendido se puede deber a lo que dice el primero o a cómo lo interpreta el segundo. Weigand (1999, pp. 774-781) y Bosco, Bucciarelli y Bara (2006, pp. 1404-1405) coinciden en señalar como posibles causas algún fallo en los siguientes recursos: a) Lingüísticos: pronunciación, léxico, sintaxis o estrategias pragmalingüísticas y secuencias discursivas empleadas en la realización de acciones verbales. b) Perceptuales: gestos, expresiones faciales y acciones que acompañan al discurso, así como la ubicación de los interlocutores o sus movimientos. c) Cognitivos: inferencias para precisar el significado de elementos léxicos, constituyentes sintagmáticos o proposiciones, los enunciados en su totalidad, el tema conversacional, la acción que el emisor pretende realizar o sus actitudes, emociones y sentimientos [>Ahern]. En cambio, siguiendo la clasificación de Bazzanella y Damiano (1999, pp. 820-821), las causas del malentendido se pueden clasificar como estructurales, dependientes del emisor, del destinatario o de ambos interlocutores. 4.1. Causas estructurales Las principales causas estructurales son los ruidos e interferencias, el empleo de préstamos, la similitud entre elementos lingüísticos, la influencia de otra lengua (cf. §5) y la ambigüedad. El siguiente intercambio entre un invitado a un cóctel y una camarera que iba ofreciendo unos sachets rellenos de carpaccio de ternera ilustra un malentendido provocado por el uso de un préstamo en un ambiente ruidoso: (2) Invitado: [1] ¿Esto qué es? Camarera: [2] Sachets de carpaccio de ternera. Invitado: [3] ¿De gazpacho de ternera? ¿Eso está rico? Camarera: [Sonríe] [4] De gazpacho no. [Alzando la voz y más despacio] ¡De CAR-PACHO! Invitado: [Carcajada] [5] ¡Ah, ya decía yo! […] La similitud fonológica motiva que en algunas zonas seseantes peninsulares se sustituyan los elementos problemáticos por sinónimos o expresiones equivalentes, como se observa en el siguiente diálogo: (3) A: [1] ¿Y qué tal [nombre propio]? B: [2] Pues el otro día me lo encontré. Que se había ido de /ˈkasa/. A: [3] ¡Tío, no me digas! ¿Qué me estás contando? ¿Y eso cómo ha sido? ¿Pero estaban mal o algo? B: [risas] [4] ¡[taco], que se fue de /kaseˈrja/! A: [5] ¡Anda, [taco]! [carcajada] La ambigüedad, que puede ser léxica, sintagmática u oracional (Ardissono, Boella y Damiano, 1998; Keysar y Henly, 2002; Jucker, Smith y Lüdge, 2003; Keysar, 2007; Shintel y Keysar, 2009), se apreciaría en la siguiente conversación entre dos alumnas de un taller de manualidades mientras elaboraban un trabajo con flores de tela: (4) A: [1] Esas flores las compramos otra vez. B: [2] Sí, tenemos que comprar más. Son preciosas, vamos. Y quedan muy cuquis. A: [3] No, me refiero a que ya las compramos antes. B: [4] ¡Ah, mujer! ¡Vale! El malentendido surge por la ambivalencia del morfema verbal de [1] para expresar tiempo pasado o futuro, y en el circunstancial de tiempo, que podría equivaler también a “la otra vez (que compramos flores)”. 4.2. Causas relacionadas con el emisor Pueden ser locales, como es el caso de los lapsus lingüísticos o las confusiones. Un lapsus sería referirse a las cucarachas como “cacaruchas”. Una confusión sería lo que dijo una valenciana un “Lunes del pescaíto” al preguntar cuándo era “el encendido” de la portada de la Feria de Abril sevillana –una estructura a modo de puerta decorada con bombillas–, acto que marca el inicio de esa celebración: en lugar de referirse al mismo mediante ese término, preguntó por “la plantà”, que en su tierra alude al acto de montaje de las fallas o las hogueras de San Juan, con el que también dan comienzo esas fiestas. Otra confusión tuvo una concursante del programa Ven a cenar conmigo, de la cadena Cuatro. En él, cinco concursantes se alternan en el papel de anfitriones de otras tantas cenas donde sus invitados degustan menús preparados por ellos mismos. Durante una de las veladas, la anfitriona intentó sorprender a los invitados mostrándoles sus habilidades como ventrílocua, ante las cuales una invitada exclamó lo que sigue; las otras se desternillaron de la risa: (5) ¡Ah, pero si eres ventrícula! Por otra parte, hay causas globales que están relacionadas con el tema que se aborda, así como con la manera en la que se estructura y presenta la información. Desempeñan un papel fundamental la coherencia y la cohesión (Verdonik, 2010, p. 1370) y la explicitud o capacidad de decir exactamente todo lo que se quiere decir (Dascal, 1999, p. 755; Ferreira, Slevc y Rogers, 2005), que en ocasiones se ve afectada por limitaciones temporales. En una escena de Sueños de un seductor, de Woody Allen, el detenimiento con el que se trata el tema, la abundancia de detalles, algunos excesivamente personales, y los gestos y ubicación, hacen que el protagonista, Allan Felix, malinterprete lo que Nancy le dice sobre su pasión por el sexo: (6) Nancy: [mientras se levanta de una hamaca y se acerca a su interlocutor] [1] No voy a ocultarlo, Allan, soy ninfómana. Descubrí muy joven la sexualidad. He tenido relaciones con todo el mundo: con mi maestro de escuela, con el marido de mi hermana, con toda la sección de cuerda de la Filarmónica de Nueva York… [se sienta al lado] Siempre he deseado la sexualidad continuamente; de lo contrario estaría hundida [se recuesta en el sofá] ¿Y por qué tengo que estarlo? [coloca las piernas sobre las de su interlocutor] La mejor forma de realizarse es la sexualidad. Yo no soy como mis hermanas, tan inhibidas, nunca vibran por nada. Yo creo en la sexualidad continuamente y libremente [se lleva la mano derecha al pecho] y todo lo intensamente que sea posible. Allan Felix: [se levanta del sofá, se abalanza sobre ella intentándola rodear con sus brazos mientras emite una especie de gemido] Nancy: [lo retira y se levanta inmediatamente] [3] ¡Oye! ¿Pero por quién me has tomado? 4.3. Causas relacionadas con el destinatario Estas causas de malentendidos comprenden los fallos cognitivos que se pueden producir durante el ajuste del contenido explícito y los problemas de conocimiento, tales como el desconocimiento de vocabulario o elementos culturales, o la carencia de información, que imposibilitan la recuperación de ese contenido y la deducción de otros implícitos. Conviene aclarar que, si el destinatario no recupera el contenido explícito por desconocimiento de tecnicismos o términos especializados (Wierzbicka, 2010), no habría malentendido, sino una ausencia de comprensión (non-understanding) (Yus Ramos, 1999a, 1999b). Así como una persona sin conocimiento de pragmática difícilmente entiende de qué se habla cuando se alude a “fuerza ilocutiva” o “efecto perlocutivo”, una persona de otra cultura o que no esté familiarizada con ciertos objetos de un ámbito concreto no comprenderá de qué se le habla cuando se aluda a ellos. Esto sucedió al propietario chino de un negocio cuando una clienta le preguntó si tenía papel de patronaje. Como no lo conocía, tuvo que pedir la ayuda de una dependienta española: (7) Clienta: [1] ¡Buenos días! ¿Tiene papel de patrones? Propietario: [2] ¿Papel de patrones? [Piensa] No sé. ¡Ana! ¡Ana! Durante el ajuste mutuo en paralelo se realizan numerosas inferencias para llegar al contenido explícito de un enunciado (Sperber y Wilson, 1986/1995; Carston, 2002; Wilson y Sperber, 2004): se ajusta la carga conceptual de elementos léxicos (Wilson y Carston, 2007; Carston, 2012) [>Escandell Vidal; >Romero y Soria], se asigna referencia, se desambiguan elementos morfológicos, léxicos o sintagmáticos ambivalentes, y se recuperan elementos elididos. El resultado de estas inferencias es la explicatura base (lower-level explicature) de un enunciado. Además, también se atribuye intencionalidad a nuestros interlocutores y se identifican sus estados psicológicos, quedando ambos representados en la explicatura superior (higher-level explicature). Desgraciadamente, se pueden cometer errores que dan lugar a explicaturas alternativas (alternative explicatures), comprensión desconcertante (puzzling understanding) o la recuperación de un contenido implícito no deseado (Yus Ramos, 1999a, 1999b; Padilla Cruz 2013a, 2013b). Las explicaturas alternativas resultan de (i) una delimitación errónea del contenido conceptual, (ii) una asignación de referencia incorrecta, (iii) una desambiguación desacertada o (iv) la incapacidad de recuperar elementos elididos. El primer error quedaría ilustrado mediante este fragmento de conversación entre dos compañeros de trabajo, en el que se observa que B entiende cualquier tipo de traductor porque no restringe el concepto TRADUCTOR como como equivalente a “traductor independiente”2 [>Escandell Vidal; >Romero y Soria]: (8) A: [1] Perdona que te moleste un segundo, pero ¿me sabrías decir dónde dirigirme para localizar traductores de español a inglés que sean eficaces? B: [2] No pasa nada. Mira, me imagino que los puedes encontrar por Internet o en alguna agencia de traducción. Por ejemplo, en [dos nombres de agencias de traducción]. A: [3] Evidentemente, pero estaba intentando llegar a gente conocida para que la remuneración se la llevaran ellos y no empresas. B: [4] ¡Ah, vale, hombre! Entiendo. Entonces, […] 2 Siguiendo la convención existente en el modelo pragmático de Sperber y Wilson (1986/1995), los conceptos se reflejan mediante versalitas. El segundo error se suele producir en situaciones en las que hay varios posibles candidatos como referentes para pronombres demostrativos, deícticos, hiperónimos, términos generales o nombres propios. Por ejemplo, en una cocina en la que madre e hijo están preparando un plato, el hijo se puede confundir de utensilio al pedirle la madre “eso”: (9) Madre: [1] Anda, dame eso. [El hijo le acerca un cuchillo que había en la mesa] Madre: [2] ¡No, hombre! ¡Eso de ahí! [El hijo le acerca un vaciador] Madre: [3] ¡Que no, leche! ¡El pelador ese de ahí, que no te enteras, chiquillo! El tercer error quedó ilustrado en (4), donde la destinataria no lograba desambiguar el valor temporal de la forma verbal ni del circunstancial. En cuanto a la imposibilidad para recuperar un componente inarticulado, esto sería lo que habría ocurrido al participante de un foro que no recuperó “del cuerpo/corporal”, por lo que interpretó “zona” como “procedencia”: (10) Participante 1: Duele hacerse un tatuaje? Participante 2: Depende de la zona Participante 1: Soy del viso del alcor El destinatario experimenta comprensión desconcertante (Yus Ramos, 1999a, 1999b) cuando, pese a construir acertadamente la explicatura base, se equivoca al atribuir intencionalidad o estados psicológicos porque no lee bien la mente del otro, sus movimientos, expresión facial, entonación o tono de voz. Como consecuencia, subordina la explicatura base a una explicatura superior inapropiada y se forja una idea errónea de lo que el emisor pretende hacer o de sus estados psicológicos. Esto fue lo que ocurrió a Allan Felix en el ejemplo (6). También ocurre esto a menudo con actos de habla en los que predomina la expresividad, como es el caso del cumplido del siguiente intercambio. No percibir verdadera admiración en la entonación o asombro en el rostro de su interlocutor llevó a su destinataria a pensar que su nueva adquisición no le gustaba o le dejaba indiferente: (11) A: [1] ¡Anda, ésa es la falda nueva que te has comprado! B: [2] ¿Qué pasa? ¿No te gusta? Por último, el destinatario puede recuperar un contenido implícito no deseado a partir del explícito si éste no le parece óptimamente relevante y/o atribuye al emisor intenciones que en realidad no tiene. La aparente irrelevancia de lo dicho frecuentemente incita al destinatario a relacionarlo con información contextual a la que accede por su cuenta y riesgo para obtener beneficios que no obtiene en un primer momento. Esa información se emplea en un nuevo proceso inferencial que arroja como resultado una conclusión que el emisor no pretendía que dedujera. Mientras una pareja veía la televisión tras la cena, en un corte publicitario apareció un anuncio de unas chocolatinas por las que ambos sentían auténtica pasión. Al verlo, se produjo el siguiente intercambio: (12) A: [1] ¡Uy, madre mía! ¡Cómo están los [nombre del producto]! ¡Qué cosa más rica! B: [2] [Risas] Ahora mismo te traigo uno. A: [3] ¡Ché, quieto parado! ¡Que estamos con la “operación bikini” y ya hemos tomado postre! Las exclamaciones de la novia hicieron que el novio concluyera que quería una de esas chocolatinas y se ofreciera a llevársela. Consciente de que a ambos les gustaban esas chocolatinas y solían tomar algo de chocolate mientras veían la televisión, el novio no tuvo otra que hacer tal ofrecimiento por la información enciclopédica a la que había accedido. A la vez que recupera el contenido explícito, el destinatario va también haciendo estimaciones sobre los contenidos implícitos –o implicados, denominados genéricamente implicaturas– que su interlocutor ha pretendido comunicarle [>Vicente]. Para ello, relaciona el contenido explícito con información que perciba del entorno físico o tenga almacenada en su mente como conocimiento enciclopédico o cultural (Sperber, 1996)3. Esa información actúa como premisas implicadas –esto es, “información del contexto”– en inferencias que dan lugar a conclusiones implicadas –es decir, las ya mencionadas implicaturas (Sperber y Wilson, 1986/1995). Sin embargo, el destinatario puede carecer de información sobre algo o ésta puede ser falsa o inexacta, lo cual le impide deducir una conclusión concreta o le conduce a una conclusión errónea, respectivamente (Yus Ramos, 1999a, 1999b; Padilla Cruz, 2013a, 2013b). En la siguiente conversación, el desconocimiento del plazo fijado para la entrega de las fichas de clase llevó al alumno a interpretar la pregunta del profesor en [2] de manera explícita, no deduciendo una conclusión implícita referente a la expiración de tal plazo: (13) Alumno: [1] Profesor, mi ficha. Profesor: [2] ¿Hoy a qué estamos? Alumno: [3] A veinte de octubre. Aquí tiene, gracias. ¡Adiós! Profesor: [4] Perdone, pero me refería a que el plazo para entregar las ficha era el día nueve. Alumno: [5] ¡Uy, perdone! No lo sabía. Entonces, ¿se la entrego o no? En cambio, la posesión de información inadecuada propició que uno de los interlocutores no entendiera bien al otro en la siguiente conversación. Ocurrió hace años, cuando el Ayuntamiento de Sevilla había comenzado la peatonalización del casco histórico, anunciada con una campaña cuyo eslogan era “Sevilla, la ciudad de las personas”: (14) A: [1] ¡Ay, Sevilla mía, tú sí que eres la ciudad de las personas! ¡Madre mía! B: [2] ¡Hay que ver cómo nos están dejando el centro! Ahora se va a poder andar la mar de bien por un montón de sitios. A: [3] Sí, con tantas obras… No sé yo. B: [4] La verdad es que es un coñazo. Está todo levantado y manga por hombro. Mientras que la información enciclopédica sobre algo suele ser idiosincrásica y variar en mayor o menor medida función de los individuos, la cultural tiene un componente común compartido por los miembros de un grupo sociocultural concreto. 3 En [1] A alude al eslogan de la campaña irónicamente, pues, como demuestran la interjección final y la intervención [3], estaba molesto por las obras que conllevaba la peatonalización. Trató de comunicar que no compartía y se disociaba de la afirmación del eslogan sobre la ciudad, pero B no captó inicialmente tal intención porque accedió a información sobre los beneficios y las consecuencias positivas de la peatonalización, como el aumento de zonas peatonales, la reducción de la contaminación en el centro histórico, la mejora del aspecto de la ciudad, etc. 4.4. Causas relacionadas con ambos interlocutores La primera es el conocimiento compartido. El que los participantes en una interacción no compartan información –p. ej. un plazo (13) o los problemas de unos cambios urbanísticos (14)– da lugar a implicaturas alternativas (alternative implicatures) o imposibilita la deducción de conclusiones. La segunda causa de los malentendidos que se relaciona con ambos interlocutores es la organización temática de la conversación. Si profundizar en exceso en un tema puede confundir, como en (6), cambiar de tema abruptamente por un motivo concreto – pasa alguien conocido por la calle o se cae algo donde se está conversando– y sin querer comunicar algo de manera implícita –que no se quiere seguir hablando del tema– o ir pasando de un tema a otro sin aparente lógica, también confunden y dificultan la comprensión, como puede verse en la siguiente conversación entre dos amigos que hablaban sobre una fiesta. Al comentar que un tercero no iba a asistir por problemas económicos, saludaron a otro que pasó delante de ellos: (15) A: [1] [nombre propio] dice que está tieso y que no va. B: [2] Hombre, me imagino. Ahora no curra. Si yo estuviera así, tampoco iba. A ver, que no se puede ir, pues no se va y ya está. No pasa nada. [Pasa un conocido] A: [3] [saluda con la mano] ¡Illo, qué bien te veo, chaval! B: [4] ¡Adiós, figura! C: [5] ¡Eeeehe! A: [6] [da una calada al cigarro] Y te digo yo que éste tiene jaleo con la parienta. B: [7] [asombrado] ¡Ostia, no jodas! ¡Qué fuerte! ¿Entonces no va por eso? A: [8] ¡No me seas carajote, [taco]! ¡El [nombre propio]! [nombra a la persona que acaba de pasar] La última es la falta de atención. Que los interlocutores no se vean, no sean conscientes de su ubicación, gestos, expresiones y movimientos, o estén distraídos puede dar lugar a equívocos. La conversación de (9) ilustra también un malentendido por falta de atención: la madre no era consciente de los utensilios que el hijo veía o si estaba haciendo otra cosa mientras ella guisaba y el hijo no prestaba atención a lo que la madre le señalaba. El conjunto de posibles causas de los malentendidos queda reflejado en la siguiente tabla: Tabla 1: Causas de los malentendidos CAUSAS DE LOS MALENTENDIDOS Estructurales Ruidos e interferencias Préstamos Similitud lingüística Influencia de otra lengua Formas ambiguas 5. Relacionadas con el emisor Relacionadas con el destinatario Locales Globales Fallos cognitivos Problemas de conocimiento Lapsus Estructuración y presentación de la información Explicaturas alternativas Imposibilidad de deducir contenidos implícitos Confusiones Comprensión desconcertante Conversión de un contenido explícito en otro implícito Deducción de contenidos implícitos alternativos Relacionadas con ambos interlocutores Conocimiento compartido Organización temática de la conversación Falta de atención Factores que propician los malentendidos Las causas que se acaban de enumerar ayudan a comprender el origen de los malentendidos. Pero comunicarse de manera eficaz y satisfactoria es cuestión de habilidades expresivas y cognitivas que no son constantes y se pueden ver afectadas por una serie de factores más o menos estables (Mustajoki, 2012, pp. 223-224), que pueden ser externos o personales (Padilla Cruz, 2017a). 5.1. Factores estables De acuerdo con Mustajoki (2012), los factores personales estables que pueden propiciar los malentendidos incluyen la propia competencia comunicativa de los interlocutores, su conocimiento cultural y hábitos, y sus estilos cognitivos. A ellos habría que añadir la estrategia de procesamiento empleada y el sesgo de confirmación (Padilla Cruz, 2017a). 5.1.1. La competencia comunicativa Para comunicarse eficaz y satisfactoriamente en una lengua hace falta adquirir y desarrollar la competencia comunicativa (Hymes, 1972), consistente en una serie de habilidades interrelacionadas que permiten producir y entender discurso en distintos contextos sociopragmáticos. Tales habilidades son el dominio del código de la lengua, la capacidad de generar discurso coherente y cohesionado, el conocimiento de las normas socioculturales sobre las situaciones en las que se pueden decir ciertas cosas, la capacidad de leer las intenciones subyacentes a los enunciados y el control de un repertorio de estrategias comunicativas que permitan lograr ciertos fines comunicativos (Canale, 1983; Bachman, 1990; Celce-Murcia, Dörnyei y Thurrell, 1995). Salvo en el caso de los aprendices de una lengua, cuando se entabla una conversación se da por sentada la competencia comunicativa de ambos interlocutores. Sin embargo, ser competente en una lengua no siempre conlleva un comportamiento adecuado. Como cualquier otra competencia, la comunicativa se caracteriza por cuatro rasgos fundamentales: a) Es comparativa, pues los emisores pueden ser más o menos hábiles haciendo determinadas cosas con ella (Medina, 2011, p. 18). Piénsese, por ejemplo, en una persona que es muy sutil rechazando invitaciones y en otra que no lo es tanto y suena maleducada. b) Es gradual, puesto que va adquiriendo sofisticación con el crecimiento, la educación y la participación en distintas situaciones comunicativas (Padilla Cruz, 2018a, p. 146). Indudablemente, no habla igual un niño de cinco años que una persona de treinta que tenga una pronunciación impoluta, un léxico abundante y un amplio repertorio de expresiones verbales para hacer determinadas cosas. c) Depende del contexto situacional y sociopragmático (Padilla Cruz, 2018a, p. 146). Por ejemplo, conversar en una discoteca puede resultar arduo por el nivel de decibelios, así como hablar ante un grupo de desconocidos o adversarios puede condicionar lo que se dice y cómo se dice. d) Depende de los estados psicológicos y físicos de los emisores, así como de acciones necesarias para llevar a cabo ciertas funciones fisiológicas (Mustajoki, 2012; cf. §5.2). Estos rasgos justifican que en ocasiones los emisores cometan ciertos errores o que sus interlocutores hagan estimaciones desafortunadas sobre el nivel de competencia comunicativa que, efectivamente, tienen (cf. §7). La incompetencia puede ser momentánea, como en el caso de los lapsus lingüísticos, pero puede también ser más persistente, como en el caso de los aprendices de una segunda lengua, si bien es cierto que un bajo nivel de competencia comunicativa no siempre tiene por qué conllevar malentendidos. De hecho, muchos interlocutores de hablantes no-nativos habitualmente muestran una cierta condescendencia hacia ellos, ajustan sus expectativas sobre la precisión con la que esperan que se expresen y son más proclives buscar la interpretación que piensan que se les pretendió transmitir, compensando así posibles errores expresivos que habrían dado lugar a interpretaciones no deseadas. No obstante, los investigadores en adquisición y aprendizaje de segundas lenguas han demostrado que, además de tener una mejor o peor pronunciación, lagunas léxicas o un dominio insuficiente de la gramática, los aprendices de segundas lenguas carecen en muchos casos de fórmulas pragmalingüísticas adecuadas para realizar en la lengua meta ciertos actos de habla o sólo están familiarizados con un número reducido de las mismas (Bardovi-Harlig, 2002). Esto les hace transferir las de su lengua materna o probar suerte creando las que piensen que les permitirán realizar el acto de habla deseado, dando pie a veces a malentendidos o a sensaciones como la sorpresa o la extrañeza. Éste es el caso de muchos estudiantes anglófonos que, para perplejidad de sus interlocutores, traducen al español la expresión “Can/Could/May I have…?” como “¿Puedo tener…?” al pedir algo, o de muchos estudiantes españoles que, en sus primeros estadios de aprendizaje del inglés, recurren al equivalente inglés “Listen!” para llamar la atención de su interlocutor por influencia del imperativo español “Oiga”, lo cual suena raro o inhabitual a sus interlocutores. Estas transferencias o innovaciones provocan fallos pragmalingüísticos (pragmalinguistic failures) (Thomas, 1983). Estos malentendidos surgen por el uso de estrategias comunicativas infrecuentes en una lengua o cuando no se comprende su fuerza ilocutiva (Blum-Kulka y Olshtain, 1986, p. 166). Son malentendidos en los que fallan los medios para hacer manifiesta la intención informativa. Obviamente, un nivel de competencia comunicativa insuficiente puede también propiciar que los hablantes no-nativos de una lengua cometan los mismos errores expresivos y de procesamiento que se han enumerado e ilustrado en el caso de los hablantes nativos (Padilla Cruz, 2013a, 2013b). 5.1.2. El conocimiento cultural y los hábitos de los interlocutores Al crecer se va adquiriendo información de muy diversa índole que conforma el conocimiento cultural de un individuo (Sperber, 1996). Como parte del mismo figura la relativa a comportamientos esperables, permisibles o intolerables en determinadas circunstancias, así como sobre los patrones o hábitos que los miembros de un colectivo concreto –por edad, sexo, procedencia geográfica, educación, etc. (Banks et al., 1991; Tannen, 1991, 1992, 1994; Zamborlin, 2007)– siguen al ejecutarlos, o las convenciones de uso y significado que establecen. Tal información constituye un conocimiento específico sobre la interacción que condiciona en gran medida nuestro comportamiento. Asimismo, equivale a una base de datos revisable y actualizable, si fuera necesario, que actúa como referencia para analizar y evaluar el comportamiento de nuestros interlocutores (Barkow, Cosmides y Tooby, 1992; Escandell Vidal, 1996, 2004). El conocimiento específico de los individuos no es siempre exactamente igual, ya que cada uno almacena información distinta acerca de una misma situación, los comportamientos adecuados o la manera de llevarlos a cabo, o puede carecer de información puntual. Esto se debe a que la realidad se percibe de forma muy distinta dependiendo de la agudeza de los sentidos, el conocimiento previo, la identidad social o incluso la ideología, que actúan como filtro. Esto conlleva que, a partir de un mismo fenómeno, cada individuo se formará representaciones mentales que diferirán en mayor o menor grado de las que otro individuo posee. De hecho, las representaciones mentales que conforman el conocimiento específico, en tanto que representaciones de naturaleza cultural, son interpretativas (Sperber, 1996): cada individuo captura en ellas detalles que pueden escapar a otro. No obstante, tales representaciones guardan un cierto grado de similitud por compartir sus creadores algo: el mismo entorno físico, agudeza sensorial, información previa, experiencia parecida sobre una misma situación, etc. Las diferencias entre el conocimiento específico de los miembros de un mismo grupo sociocultural y, más aún, entre los miembros de distintos grupos socioculturales, explican muchos malentendidos. La carencia de información relativa al comportamiento de otros grupos sociales bloquea la deducción de conclusiones necesarias para interpretarlo correctamente. En cambio, la posesión de información distinta sobre tal comportamiento arroja implicaturas alternativas (Yus Ramos, 1999a, 1999b). Si son negativas y menoscaban la percepción que se tiene, se convierten, además, en implicaturas perjudiciales (Escandell Vidal, 1996). Piénsese en los tres o cuatro besos con los que los franceses se saludan en algunas regiones, en los tres de los polacos o en los dos de los españoles peninsulares cuando, por ejemplo, se conoce al interlocutor, es del sexo opuesto y existe un cierto grado de afecto, aprecio o intimidad. El comportamiento de los franceses y polacos puede asombrar o extrañar a un español que no esté familiarizado de antemano con sus costumbres si carece del conocimiento necesario para interpretarlo adecuadamente. Los malentendidos que se originan en contextos intraculturales e interculturales por diferencias de conocimiento específico y hábitos comunicativos se han denominado fallos sociopragmáticos (sociopragmatic failures) (Thomas, 1983). Estos malentendidos surgen cuando los interlocutores asumen la validez y universalidad de sus patrones y normas de comportamiento y las extrapolan a otras circunstancias, con lo cual no calibran bien qué, cuándo, dónde, cómo o por qué pueden hacer algo, o cuando los aplican al juzgar el comportamiento de sus interlocutores y llegan a una apreciación inesperada del mismo (Takahashi y Beebe, 1987; Riley, 1989, 2006; Beebe, Takahashi y Uliss-Weltz, 1990). 5.1.3. Los estilos cognitivos Las personas son diferentes no sólo por la manera de actuar, sino también por la manera de pensar. La edad, la identidad, la experiencia vital previa o el grupo sociocultural al que se pertenece predisponen para percibir ciertas cosas, así como para establecer conexiones entre la información y atajos para llegar a ella (Mustajoki, 2012). Todo esto influye en los procesos cognitivos y su resultado. En otras palabras, quiénes somos, qué sabemos o dónde interactuamos afectan la manera en la que solemos modular ciertos conceptos, desambiguar y asignar referentes, atribuir intenciones y sentimientos, o deducir contenidos. Las tendencias más o menos regulares a la hora de realizar estos procesos conforman nuestro estilo cognitivo (cognitive style). Por ejemplo, un mecánico puede desambiguar automáticamente el concepto GATO codificado por el mismo sustantivo como equivalente a GATO HIDRÁULICO en su lugar de trabajo. Si por las proximidades de su taller merodea una familia de gatos, el mecánico puede malinterpretar a un compañero de trabajo que le pregunte “¿Dónde está el dichoso gato?” si, aun sabiendo que dichos felinos entran frecuentemente en el taller, no es consciente de ello y ajusta el concepto de tal sustantivo como equivalente a la herramienta de trabajo. 5.1.4. La estrategia de procesamiento El ajuste mutuo en paralelo da como resultado una hipótesis interpretativa sobre la intención informativa del emisor. La mente siempre la genera seleccionando, entre las posibles interpretaciones, aquella a la que acceda de manera más fácil y rápida, y con la expectativa de un mayor beneficio cognitivo (Sperber y Wilson, 1986/1995; Wilson y Sperber, 2004). Esta manera de operar constituye la estrategia de procesamiento denominada optimismo inocente (naïve optimism) (Sperber, 1994). Los destinatarios recurren al optimismo inocente cuando no advierten ningún riesgo para la comunicación (Padilla Cruz, 2012). Concretamente, un destinatario es optimista e inocente si presupone o tiene constancia de que su interlocutor (i) es competente en la lengua con la que ambos se comunican y (ii) se comporta de manera benévola en la conversación, es decir, no tiene malas intenciones –mentir, engañar, confundir, etc. (Sperber, 1994). Además, un destinatario optimista e inocente no cuestiona su propia competencia al procesar e interpretar (Padilla Cruz, 2012). Por consiguiente, un destinatario optimista e inocente no se plantea que su interlocutor haya podido cometer un error expresivo ni que el resultado de alguno de sus procesos cognitivos pueda ser inapropiado. Simplemente se deja guiar por sus expectativas de relevancia, construye una hipótesis interpretativa sobre la intención informativa de su interlocutor y la acepta cuando satisface tales expectativas. No piensa que tal hipótesis pueda ser incorrecta como consecuencia de algún error expresivo por parte de su interlocutor o de algún fallo que él mismo haya cometido involuntariamente durante el ajuste mutuo en paralelo (Sperber, 1994). El uso de esta estrategia de procesamiento explica muchos malentendidos. Dos veces se equivocó en (9) el hijo al darle a la madre el utensilio deseado porque pensó que había asignado bien la referencia al pronombre demostrativo que la madre empleó en las hipótesis interpretativas que había construido. No siendo consciente de los otros utensilios que había en la cocina ni de lo que su madre le señalaba, no se cuestionó que se pudiera estar refiriendo a otro objeto distinto del que él le acercaba. 5.1.5. El sesgo de confirmación La formulación y aceptación de una hipótesis interpretativa sobre la intención informativa no sólo dependen del esfuerzo cognitivo y los efectos cognitivos (Friedrich, 1993, p. 298). Puesto que la mente no puede estimar si hay otras interpretaciones posibles que, por el mismo o menor esfuerzo, arrojen más beneficios cognitivos (Sperber y Wilson, 1986/1995; Wilson y Sperber, 2004), el destinatario también se basa en dos requisitos fundamentales a la hora de aceptar una hipótesis concreta: a) Evidencias lingüísticas y contextuales fácilmente accesibles; es decir, la forma lingüística e información contextual a la que acceda sin mucha complicación. Si le guían sin dificultad a una hipótesis concreta, pensará que se corresponde con la intención informativa de su interlocutor (Kunda, 1999, p. 94). b) La plausibilidad del resultado de los procesos cognitivos involucrados en su construcción (Nickerson, 1998, pp. 198-200). Es decir, la hipótesis debe parecer bien fundamentada y lógica. Si estos requisitos se cumplen, el destinatario confía en la viabilidad de la hipótesis interpretativa y cree que, efectivamente, refleja la intención informativa de su interlocutor. Dicho de otra forma, se aferra a ella con tal tenacidad que se muestra reacio a descartarla (Klayman, 1995, p. 385). Esta excesiva confianza en los datos lingüísticos y la información contextual que respaldan una hipótesis interpretativa, así como en las propias habilidades cognitivas, se denomina sesgo de confirmación (confirmation bias), aunque también se conoce como pervivencia de la creencia (perseverance of belief) o preservación de la hipótesis (hypothesis preservation). Su resultado es una reticencia a desacreditarse como intérprete y abandonar una hipótesis que parece fácil, bien fundada, lógica y, por tanto, posible en favor de otra (Klayman, 1995, pp. 385-386). Por ejemplo, la desambiguación inmediata y aparentemente lógica de una forma verbal y un circunstancial de tiempo (4), o la restricción de un concepto sin mucha dificultad (8), pueden inclinar a los destinatarios a suponer que han realizado esos procesos cognitivos correctamente y no cuestionar su interpretación. 5.2. Factores inestables Según Mustajoki (2012), hay factores inestables que favorecen los malentendidos porque entorpecen la enunciación y distraen a los destinatarios a la hora de identificar elementos situacionales, acceder a información enciclopédica o cultural, o realizar el ajuste mutuo. Éstos son: a) Las relaciones personales: aunque el desconocimiento del interlocutor implica ignorancia de sus hábitos comunicativos y tendencias interpretativas, así como de su conocimiento cultural y la similitud de éste con el propio, la familiaridad y la frecuencia de contacto no siempre garantizan la inteligibilidad mutua, ya que puede haber enfados, discusiones o desavenencias. b) Los estados psicológicos –alegría, euforia, tristeza, melancolía, etc.– y fisiológicos – cansancio, somnolencia, aburrimiento, distracción, embriaguez, etc.– combinados o por separado. c) Acciones necesarias para ciertas funciones fisiológicas: abrir la boca, sorber, morder, masticar, tragar, bostezar, inspirar o expirar, estornudar, limpiarse la nariz, etc. A estos factores habría que sumar, por un lado, el medio de comunicación –escrito, telefónico, aplicaciones informáticas y de telefonía móvil– por la mayor o menor cantidad de datos que proporciona, lo cual propicia errores de comprensión, así como por la existencia de pautas interactivas y estilos personales que pueden entorpecer la comunicación y provocar implicaturas no deseadas. Cuando, además, el número de participantes es amplio, como en los chats o los grupos de mensajería, puede perderse el sentido de las conversaciones por la multitud de intervenciones o incluso el desarrollo simultáneo de varias conversaciones. Por otro lado, habría que sumar dos tipos de vigilancia o alerta que, por su importancia cognitiva (Padilla Cruz, 2017a), se explican en el siguiente apartado. 5.3. La vigilancia epistémica y hermenéutica La validez de una hipótesis interpretativa depende muchas veces de la información contextual y enciclopédica en la que los destinatarios se basan, pero ésta puede ser inadecuada por su falsedad o inexactitud. Esto se debe a su fuente, que puede ser otro informante que la comunica oralmente o uno mismo cuando la adquiere por sus propios medios. Si procede de otro informante, éste puede comportarse malévolamente y proporcionar información falsa o inexacta, con lo que intentaría engañar, manipular o mentir. Si es uno mismo quien la adquiere, puede suceder que no se perciba bien por falta de agudeza sensorial o por distracción, con lo que se almacenaría información errónea, incompleta o inexacta. Para evitar estos riesgos, un conjunto de mecanismos mentales bastante sofisticados accede a datos muy diversos, como el comportamiento de nuestros interlocutores –la dirección de su mirada, tics, si tartamudean, dudan, están inquietos, se contradicen o dicen cosas absurdas– su reputación como informantes, experiencias previas, información relacionada con lo que dicen o se percibe por medios propios (Origgi, 2013), con objeto de determinar su fiabilidad y la veracidad de la información que comunican o uno mismo adquiere. Además, provocan una actitud de alerta sobre la fuente de información y/o la información en sí, que se denomina vigilancia epistémica (epistemic vigilance). Gracias a esta actitud de alerta no se cree ciegamente en alguien, en la información que proporciona o en la que uno adquiere por sí mismo (Mascaro y Sperber, 2009; Sperber et al., 2010). Esos mecanismos suelen estar activados y desempeñar sus funciones bastante eficazmente, evitando así hasta cierto punto el engaño o la desinformación. Pero su activación puede disminuir o aumentar (Michaelian, 2013; Sperber, 2013). Aumenta cuando los riesgos son muy evidentes –p. ej., se desconoce al informante o se sabe que suele mentir– y disminuye cuando hay sobrecarga cognitiva por la realización de otras tareas cognitivas o se padecen ciertos estados psicológicos o fisiológicos. Un nivel de activación insuficiente de estos mecanismos y escasa vigilancia epistémica pueden explicar también algunos malentendidos (Padilla Cruz, 2014, 2017a). El amigo que interpretaba la exclamación de su interlocutor en (14) podría también haber pensado que aquél estaba satisfecho con la peatonalización a raíz de conversaciones precedentes en las que ambos mencionaron sus beneficios, pero aquél ocultó su verdadera opinión, pese a haberla expresado en otras ocasiones. Al no recordarla, habría dado ciegamente credibilidad a las palabras de su interlocutor y a la conclusión a la que él mismo llegó. La aceptación de una hipótesis interpretativa también depende de la plausibilidad que se le otorgue al resultado de los procesos cognitivos involucrados en su construcción (Padilla Cruz, 2012; Mazzarella, 2013). La rapidez y automaticidad con la que estos procesos se llevan a cabo no los eximen de fallos, por lo que sus resultados no siempre son los adecuados. Así como la mente ha especializado un conjunto de mecanismos en la detección del engaño y la falsedad de la información, parece que también ha especializado otro –o tal vez un subconjunto del anterior– en la detección de fallos y errores interpretativos. Evidencia de ello sería el desarrollo paulatino de una habilidad para resolver los conflictos interpretativos que surgen por la existencia de dos interpretaciones posibles. Tal (sub)conjunto de mecanismos sería responsable de la generación de otra actitud de alerta que se denominaría vigilancia hermenéutica (Padilla Cruz, 2015, 2016). La vigilancia hermenéutica alerta de fallos interpretativos y/o la existencia de interpretaciones alternativas mejores, a las que no se ha llegado por haber actuado como un destinatario optimista e inocente que concede credibilidad a una interpretación que parece (i) ser el resultado lógico del procesamiento de la forma lingüística que la respalda, (ii) no requerir mucho esfuerzo cognitivo y (iii) reportar beneficios cognitivos satisfactorios. Como en el caso de la vigilancia epistémica, el nivel de la hermenéutica puede disminuir por sobrecarga cognitiva o determinados estados psicológicos y fisiológicos, o incrementar cuando se percibe que aumenta la probabilidad de cometer algún error interpretativo o de que existan varias interpretaciones, como en el caso del humor (Padilla Cruz, 2015). En cambio, mientras que los efectos de la vigilancia epistémica son inmediatos, los de la hermenéutica son posteriores, ya que consisten en un retroceso o reconstrucción interpretativa (inferential backtracking). Es decir, el destinatario hace un ejercicio de introspección con objeto de trazar la senda interpretativa que siguió o reconstruir la ejecución de los procesos cognitivos que arrojaron como resultado una hipótesis interpretativa que, como consecuencia de su sesgo de confirmación, aceptó como válida. Por último, si los objetos sobre los que opera la vigilancia epistémica son los informantes y la información, aquellos sobre los que opera la vigilancia hermenéutica son los procesos realizados durante el ajuste mutuo y su(s) resultado(s). Niveles insuficientes de vigilancia hermenéutica también pueden causar malentendidos. Valgan como ejemplos el caso de la mala asignación de referente en (9) o la imposibilidad de alcanzar un contenido implícito en (13). La siguiente tabla contiene todos los factores determinantes de los malentendidos: Tabla 2: Factores determinantes de los malentendidos FACTORES DETERMINANTES DE MALENTENDIDOS ESTABLES INESTABLES Competencia comunicativa Relaciones personales Conocimiento cultural y hábitos Estados psicológicos y fisiológicos Estilos cognitivos Realización de acciones necesarias para Optimismo inocente funciones fisiológicas Sesgo de confirmación Medio de comunicación Vigilancia epistémica Vigilancia hermenéutica 6. Consecuencias de los malentendidos Muchas veces las consecuencias de los malentendidos no son dañinas porque no afectan negativamente a la interacción posterior, la relación de los interlocutores o la percepción que cada uno tiene del otro. Al contrario, dan lugar a sensaciones y emociones beneficiosas, como la risa o la diversión por lo inesperado, absurdo, inhabitual o incluso estúpido del malentendido. Recuérdese el caso de (3) y (5). Estas reacciones pueden propiciar un clima adecuado para la interacción posterior, atenuar la realización de ciertos actos, generar vínculos de unión entre los interlocutores o reforzar la camaradería o solidaridad entre ellos (cf. Padilla Cruz, 2007). Otras veces los malentendidos dan paso a dos acciones cuyo propósito es la recuperación de la inteligibilidad mutua: a) Cambio de estrategia de procesamiento. Un nivel adecuado de vigilancia epistémica y hermenéutica contribuye a que el destinatario detecte por sí mismo que no entiende bien por un error expresivo de su interlocutor o un procesamiento deficiente motivado por información inadecuada o errores en el ajuste mutuo (Padilla Cruz, 2012, 2013a, 2013b). Si eso ocurre, descarta la hipótesis interpretativa que inicialmente da por válida y busca otra, para lo cual recurre a otra estrategia de procesamiento más sofisticada: el optimismo cauto (cautious optimism) (Sperber, 1994). Un destinatario optimista y cauto vuelve a ajustar el contenido explícito e implícito de un enunciado y atribuye otras intenciones y emociones, con objeto de construir una nueva hipótesis interpretativa que sí pueda corresponderse con la interpretación esperada. Consecuencia de la vigilancia epistémica y hermenéutica, este cambio de estrategia de procesamiento puede tener como resultado que el destinatario solvente el malentendido sus propios medios, restaurando así la inteligibilidad mutua. b) Negociación del significado. El destinatario puede ser incapaz por sus propios medios de alcanzar la interpretación apropiada y, por tanto, requerir ayuda. Por su parte, el emisor puede advertir que no lo ha entendido como esperaba y ofrecérsela. Emprenden así una negociación del significado con el fin de garantizar el éxito de la comunicación, consistente en una serie de movimientos conversacionales o secuencias discursivas denominados afianzamiento (grounding) por los analistas de la conversación (Clark y Schaefer, 1989; Hinnenkamp, 2003). Con ellos el emisor sustituye elementos problemáticos por circunloquios, aproximaciones, sinónimos, antónimos, hiperónimos o estructuras sintácticas equivalentes, o repite, hablando más lento o alto, si fuera necesario. En cambio, el destinatario intenta razonar dónde está su fallo o problema interpretativo (McRoy y Hirst, 1995) mediante preguntas aclaratorias o la repetición ecoica de (parte de) lo dicho (Jefferson, 1972; Schegloff, 1982; Goodwin, 1986; Bazzanella y Damiano, 1999; Codó Olsina, 2002). Desgraciadamente, en otras ocasiones los malentendidos sí tienen efectos perjudiciales. En función de las circunstancias en las que se originen, el carácter de los interlocutores, su estado de ánimo o el grado de “error” que perciban, pueden dar lugar, por un lado, a sensaciones y emociones negativas que incluyen el asombro, la extrañeza, la indignación, el enojo, la frustración o incluso el enfado. Éstas, a su vez, pueden causar la interrupción de la comunicación, un distanciamiento entre los interlocutores o una ruptura de la relación que mantengan. En (9), [3] muestra la inquietud y el enojo de la madre tras los dos intentos fallidos de conseguir el utensilio deseado. En cambio, en (6) la confusión de Allan Felix acaba con la conversación. Por otro lado, los malentendidos pueden acarrear la atribución errónea de intencionalidad y creencias. Si durante el razonamiento de sus causas que pueda hacer alguno de los involucrados con el fin de recuperar la inteligibilidad mutua no se advierte un fallo interpretativo, se tiende a buscar sus causas en las intenciones y creencias que subyacerían al comportamiento del responsable del malentendido. Como consecuencia, se le pueden atribuir intenciones o creencias distintas de las que, de hecho, tiene (Field, 2007). La siguiente conversación por WhatsApp entre dos amigas, que habían discutido días atrás, da buena prueba de esto. Intentaban ponerse de acuerdo sobre cuándo y qué comprarle a otra amiga que había dado a luz. El ofrecimiento de B para buscar regalos tras el trabajo propició que A le atribuyera la intención de buscarlo y comprarlo ella sola sin contar con su opinión: (16) A: [1] Vamos mañana? [2] Puedes? B: [3] Me puedo pasar por el centro después del curro y veo algo A: [4] No [5] Ni se te ocurra [6] Vamos las dos y lo vemos [7] Capaz eres de coger cualquier mamarrachada Las consecuencias de los malentendidos quedan reflejadas en la siguiente tabla: Tabla 3: Consecuencias de los malentendidos CONSECUENCIAS DE LOS MALENTENDIDOS 7. INOCUAS PERJUDICIALES Sensaciones y emociones positivas Sensaciones y emociones negativas Optimismo cauto Atribución errónea de intencionalidad y Negociación del significado creencias Desarrollos recientes y retos para la investigación Las causas y factores que originan los malentendidos han centrado la mayor parte de su investigación desde la Pragmática, el Análisis Conversacional o la Psicología. En cambio, sus consecuencias, a excepción tal vez de la negociación del significado, no han corrido la misma suerte. Por ello, ha sido necesario identificar otras adicionales a las ya mencionadas, lo cual se ha hecho recientemente con ayuda de aportaciones procedentes de otra disciplina. En casos extremos los malentendidos pueden suponer la atribución injusta a su responsable de un bajo nivel en alguna de las competencias que conforman la comunicativa (Padilla Cruz, 2014). Se produce así lo que en Epistemología Social se denomina una injusticia epistémica (epistemic injustice) (Fricker, 2003, 2007). Esto no es otra cosa que un daño que se infringe a un individuo como consecuencia de estimaciones relativas a su conocimiento o capacidades. Una injusticia epistémica se comete cuando se asigna a un individuo un nivel de conocimiento o capacidad para hacer algo inferior al que de hecho tiene. Es una “injusticia” porque hay una estimación un tanto arbitraria de una característica o atributo del individuo, lo cual menoscaba la percepción que de él se tiene. Es “epistémica” porque lo que está en juego es el conocimiento que permitiría a la víctima llevar a cabo determinadas acciones. Puesto que la información que se proporciona y cómo se proporciona, los problemas de conocimiento y los fallos involuntarios en el ajuste mutuo causan numerosos malentendidos, éstos pueden tener otra consecuencia: la perpetración de injusticias epistémicas. Éstas pueden ser fortuitas si sólo conllevan valoraciones y juicios negativos puntuales, o sistemáticas cuando esos juicios son recurrentes y persistentes (Fricker, 2006). Las injusticias en cuestión serían las siguientes: a) Injusticia testimonial (testimonial injustice), si se piensa que alguien no es un buen informante. Tal y como se define esta injusticia en Epistemología Social, se comete cuando se estima que un informante no es fidedigno porque miente o no tiene acceso a fuentes de información fiables (Fricker, 2003, 2007). Sin embargo, se puede cometer cuando se piensa de alguien que dispensa información incompleta e irrelevante y/o la dispensa de manera ambigua, (demasiado) prolija y desordenada (Padilla Cruz, 2018b). b) Injusticia sobre la competencia conceptual (conceptual competence injustice), cuando se concluye que un interlocutor carece de los conceptos propios de algún dominio de la experiencia humana porque desconoce las palabras que convencionalmente los codifican o no las emplea correctamente (Anderson, 2017; Padilla Cruz, 2017b, 2017c). c) Injusticia sobre la competencia pragmática (pragmatic competence injustice), si se deduce que un interlocutor no selecciona los medios que le permitan hacer manifiesta su intención informativa de la manera más eficaz y conseguir los efectos y fines que persigue, o no se comporta como un buen destinatario por los fallos interpretativos que comete (Padilla Cruz, 2018a). Si valiosas y esclarecedoras han sido las aportaciones sobre los malentendidos realizadas desde la Pragmática y el Análisis Conversacional, disciplinas como la Psicología o la propia Epistemología Social también ayudan considerablemente a comprender en mayor profundidad sus causas, factores determinantes y posibles consecuencias. Una interacción con estas y otras disciplinas, como la Neurociencia o la Filosofía de la Mente, puede seguir siendo, indudablemente, muy provechosa para comprender los condicionantes personales y externos de los que depende que se produzcan fallos comunicativos o se reaccione a partir de ellos de una u otra manera. Desafíos interesantes para un futuro próximo podrían ser, de manera parecida a lo que ya se ha hecho sobre la vigilancia epistémica contra la falsedad y la falta de honestidad de los informantes (Mascaro y Sperber, 2009), investigar a qué edad(es) se comienza a ejercer vigilancia epistémica y hermenéutica contra posibles problemas comunicativos motivados por el comportamiento verbal de nuestros interlocutores o las propias interpretaciones, así como en qué situaciones y/o medios de comunicación o con qué interlocutores su alerta contra la posibilidad de malentendidos puede ser más eficaz. Interesante podría ser también determinar cuándo se comienza a dar signos de cambio de una actitud de credibilidad indiscriminada con respecto a las propias interpretaciones, asociada al uso por defecto del optimismo inocente, a otra más escéptica, asociada al optimismo cauto (Padilla Cruz, 2014), así como también en qué contextos y con qué interlocutores se es más proclive a tal cambio de estrategia de procesamiento. De manera parecida, convendría dilucidar si el sesgo de confirmación es más fuerte en individuos con determinadas características personales o en contextos comunicativos o medios de comunicación concretos. Todas estas cuestiones abren nuevas líneas de investigación cuyos resultados, a buen seguro, ayudarán a comprender mejor un fenómeno tan apasionante y complejo como el malentendido. Bibliografía Anderson, D. E. (2017). Conceptual competence injustice. Social Epistemology: A Journal of Knowledge, Culture and Policy, 31(2), 210-223. Apperly, I. (2011). Mindreaders. 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