EL MALENTENDIDO
Manuel Padilla Cruz
Universidad de Sevilla
1.
Introducción
Durante un almuerzo en el que se sirvió un bacalao delicioso, al retirar la fuente del mismo, se
produjo el siguiente intercambio entre la madre y uno de sus hijos, estudiante universitario que
cursaba sus estudios en otra ciudad1:
(1) Madre: [1] ¿Te pongo bacalao?
Hijo: [2] ¡Si ya he tomado, mamá! Más no, más no.
Madre: [3] Digo para llevarte.
El hijo pensó que la madre le ofrecía repetir bacalao, pero, en realidad, lo que le ofrecía era
ponerle del sobrante en un recipiente para llevárselo, tal vez congelado, y consumirlo en su
piso de estudiante. Evidentemente, algo falló porque el hijo no logró comprenderla, aunque la
madre solventó el problema de entendimiento al que su ofrecimiento, no muy bien formulado,
dio lugar.
La comunicación verbal humana es extremadamente compleja, pues, además de codificación
y decodificación, requiere tareas inferenciales, de atribución de intencionalidad y estados
psicológicos (Carston, 2002; Apperly, 2011) [>Escandell Vidal]. Éstas son necesarias para
comprender qué pretende comunicar el hablante (su intención informativa, en terminología de
la Teoría de la Relevancia, según la cual en la comunicación el hablante desea transferir –hacer
1
Salvo que se indique lo contrario, los ejemplos empleados proceden de casos observados por el autor de este
capítulo o proporcionados por conocidos suyos.
manifiesta– alguna información –una serie de suposiciones– al interlocutor). Por su parte, el
interlocutor deberá inferir dicha información y generar una interpretación a partir de ella, es
decir, obtener representaciones mentales a partir de dicha información (Sperber y Wilson,
1986/1995). Pese a que el emisor sobreestime sus habilidades y piense optimistamente que la
forma lingüística codificada y los elementos paralingüísticos a los que recurre hacen manifiesta
al destinatario tal intención de manera clara y eficaz (Keysar y Boaz, 2002; Keysar, 2007), el
destinatario puede tener problemas para comprenderlo. Además de los ruidos e interferencias
que puedan afectar su transmisión, la rapidez y el nivel subconsciente en el que se realizan
dichas tareas a menudo dan pie a fallos o errores, que tienen como consecuencia una
interpretación distinta de la esperada. Surge, entonces, el malentendido, un fenómeno que
dificulta o incluso impide completamente la comunicación.
2.
¿Qué es un malentendido?
Un malentendido se origina cuando hay una discrepancia entre el significado que el emisor
pretende transmitir y la interpretación a la que el destinatario llega guiado por sus expectativas
de relevancia (Bazzanella y Damiano, 1999; Ryan y Barnard, 2009; Padilla Cruz, 2013a). Es
decir, el destinatario no entiende correctamente lo que se le dice porque le asocia otro
significado y atribuye al emisor intenciones distintas de las que realmente tiene (Banks, Ge y
Baker, 1991). Por su carácter obstaculizador y sus consecuencias habitualmente negativas, el
malentendido es un fenómeno que se sitúa dentro de la mala comunicación, comunicación
fallida o problemática (miscommunication) (Gass y Varonis, 1991), pues distancia a los
interlocutores del fin ideal de la comunicación: la inteligibilidad mutua (Dascal, 1999;
Weigand, 1999).
Varios han sido los términos empleados para referirse a este fenómeno, entre los que destacan
fallo pragmático (pragmatic failure) (Thomas, 1983) o desajuste interpretativo (misfit)
(Weigand, 1999), pero todos aluden a la incapacidad para entender adecuadamente por la
discordancia entre el significado pretendido y el entendido. Para comprenderlo bien hay que
diferenciarlo de otros fenómenos que también dificultan o impiden la comunicación. No hay
malentendido cuando el destinatario no oye ni recibe la señal acústica por ruidos o
interferencias, o porque el emisor no la produce con la suficiente intensidad (Grimshaw, 1980,
p. 45). Tampoco se produce cuando el destinatario no capta bien la señal, pero la procesa y
llega a una interpretación cuya invalidez no descubre por sí mismo o gracias a su(s)
interlocutor(es) (Grimshaw, 1980, p. 51; Mustajoki, 2012, p. 232). Tampoco se origina un
malentendido cuando el destinatario sólo escucha e interpreta una parte del mensaje y se hace
una idea general o parcial del mismo (Brown, 1995, p. 34; Ryan y Barnard, 2009, p. 47). Estos
dos casos se pueden deber a problemas auditivos o de atención. Por último, no se puede hablar
de malentendido cuando el destinatario, abierta o encubiertamente, finge no haber escuchado
por distintos motivos, entre los que puede encontrarse evitar un conflicto personal (Grimshaw,
1980, p. 58; Mustajoki, 2012, pp. 231-232). De lo que se trata aquí es de una evidente falta de
cooperación.
Por tanto, para que se origine un malentendido el destinatario debe tener y mostrar una actitud
cooperativa y escuchar, procesar e interpretar lo que le transmitan. El problema radica,
precisamente, en que a veces no hace esto correctamente (Gass y Varonis, 1991; Weigand,
1999). Ello se debe a fallos o errores involuntarios durante acciones interpretativas como la
identificación de las palabras del enunciado (decodificación), y la inferencia errónea, tanto del
significado literal o explícito del enunciado, como del significado implicado por éste
(conclusiones implicadas, en terminología de la Teoría de la Relevancia), así como el acceso a
la información del contexto que es necesaria para una interpretación correcta (premisas
implicadas, en terminología de la Teoría de la Relevancia), e incluso la identificación de las
emociones del hablante. Todas esas acciones, que conforman lo que se denomina ajuste mutuo
en paralelo (mutual parallel adjustment), son indispensables para comprender correctamente
la intención informativa del hablante, tal como se expone en el apartado 4 (Yus Ramos, 1999a,
1999b; Carston, 2002; Wilson y Sperber, 2004, Padilla Cruz, 2013a, 2013b).
3.
Características del malentendido
Puesto que el malentendido surge por un procesamiento inadecuado, dos serían sus
características iniciales. La primera es su naturaleza puramente cognitiva, pues su responsable
es, en gran medida, el destinatario. Éste es quien procesa e interpreta y puede no ser consciente
en absoluto de no haber procesado e interpretado bien (Weigand, 1999, pp. 769-770; Ryan y
Barnard, 2009, p. 47). De hecho, el malentendido a menudo pasa inadvertido y queda
encubierto en la comunicación, aunque puede quedar latente si emisor y destinatario, pese a
haberlo detectado, no lo solucionan. Muchas veces, sin embargo, lo ponen de manifiesto con
objeto de solventarlo y recuperar la inteligibilidad mutua (Hinnenkamp, 2003, pp. 61-65).
La segunda característica es su involuntariedad, ya que la propia manera en la que se lleva a
cabo el ajuste mutuo en paralelo hace que el destinatario no tenga control total sobre el mismo.
Esta característica también diferencia al malentendido de la confusión deliberada que algunos
emisores crean, bien para manipular, engañar o desconcertar a su audiencia (Banks et al., 1991,
p. 106), bien para establecer diferencias sociales mediante un discurso complejo (Hinnenkamp,
2003, pp. 70-71), o divertir y entretener a la audiencia con juegos lingüísticos y provocar
humor. Piénsese en algunas celebridades y políticos que no responden a ciertas preguntas –
siguiendo a Grice (1975)– de manera completa, verdadera, clara y concisa, o en algunos
vendedores que son ambiguos. Si un charlatán de feria aludiera a un peine como “un juego de
tocador de treintaidós piezas”, su audiencia se imaginaría un juego de tocador compuesto,
precisamente, por ese número de objetos y no, sencillamente, por tan sólo un peine. Con
respecto al humor, muchos chistes y juegos de palabras favorecen una interpretación que parece
posible, pero que en realidad no lo es, por lo que requieren la búsqueda de otra lectura
alternativa (Yus Ramos, 2016).
Aunque se ha apuntado que el responsable del malentendido es el destinatario, el emisor
también puede serlo. La comunicación es cosa de dos –al menos– y los interlocutores
involucrados son copartícipes de ella, si bien con roles distintos que se van intercambiando
alternativamente: el emisor, que produce enunciados que serán interpretados por el destinatario,
deberá también interpretar las respuestas verbales o no verbales a esos enunciados, adoptando
entonces el papel de destinatario. Esas respuestas le permiten percibir si su interlocutor lo
entiende correctamente; si esto no ocurre, puede señalárselo mediante sus reacciones verbales
o no verbales (Brown, 1995; Codó Olsina, 2002; Kecskes, 2010). Pero la responsabilidad del
emisor va más allá, pues la forma lingüística y los elementos paralingüísticos a los que recurra
condicionan en gran medida el procesamiento y las interpretaciones a las que el destinatario
llegue. Así como en un baile un mal paso puede hacer tropezar a la pareja, palabras inexactas
–“eso sí que es un tema” (¿es algo bueno o malo?)– o pronombres y deícticos inapropiados –
“mis padres ya han salido para allá” (¿hacia dónde exactamente?)–, entre otras cosas (cf. §4.1
y §4.2), pueden provocar malentendidos (Sperber y Wilson, 1986/1995). Por consiguiente,
puede haber corresponsabilidad, lo cual sería una característica adicional. Ésta justifica
distinciones entre malentendidos provocados por el emisor, por problemas para conceptualizar
y poner de manifiesto su intención informativa –de hecho, si el destinatario encuentra una única
interpretación relevante del enunciado llevado por su inherente tendencia a la búsqueda de
relevancia, y ésta es diferente de la pretendida, a menudo es porque el emisor ha seleccionado
mal su enunciado o ha previsto erróneamente una accesibilidad al contexto por parte del
destinatario– y los provocados por el destinatario, por problemas de comprensión (Dua, 1990,
pp. 115-119), o entre mala enunciación (misstatement), causada por errores expresivos, y
malinterpretación (misunderstanding), causada por errores interpretativos (Banks et al., 1991,
p. 106).
4.
Causas de los malentendidos
Ni emisor ni destinatario están exentos de responsabilidad, pues el malentendido se puede
deber a lo que dice el primero o a cómo lo interpreta el segundo. Weigand (1999, pp. 774-781)
y Bosco, Bucciarelli y Bara (2006, pp. 1404-1405) coinciden en señalar como posibles causas
algún fallo en los siguientes recursos:
a)
Lingüísticos: pronunciación, léxico, sintaxis o estrategias pragmalingüísticas y secuencias
discursivas empleadas en la realización de acciones verbales.
b) Perceptuales: gestos, expresiones faciales y acciones que acompañan al discurso, así como
la ubicación de los interlocutores o sus movimientos.
c)
Cognitivos: inferencias para precisar el significado de elementos léxicos, constituyentes
sintagmáticos o proposiciones, los enunciados en su totalidad, el tema conversacional, la
acción que el emisor pretende realizar o sus actitudes, emociones y sentimientos [>Ahern].
En cambio, siguiendo la clasificación de Bazzanella y Damiano (1999, pp. 820-821), las causas
del malentendido se pueden clasificar como estructurales, dependientes del emisor, del
destinatario o de ambos interlocutores.
4.1. Causas estructurales
Las principales causas estructurales son los ruidos e interferencias, el empleo de préstamos, la
similitud entre elementos lingüísticos, la influencia de otra lengua (cf. §5) y la ambigüedad. El
siguiente intercambio entre un invitado a un cóctel y una camarera que iba ofreciendo unos
sachets rellenos de carpaccio de ternera ilustra un malentendido provocado por el uso de un
préstamo en un ambiente ruidoso:
(2) Invitado: [1] ¿Esto qué es?
Camarera: [2] Sachets de carpaccio de ternera.
Invitado: [3] ¿De gazpacho de ternera? ¿Eso está rico?
Camarera: [Sonríe] [4] De gazpacho no. [Alzando la voz y más despacio] ¡De CAR-PACHO!
Invitado: [Carcajada] [5] ¡Ah, ya decía yo! […]
La similitud fonológica motiva que en algunas zonas seseantes peninsulares se sustituyan los
elementos problemáticos por sinónimos o expresiones equivalentes, como se observa en el
siguiente diálogo:
(3) A: [1] ¿Y qué tal [nombre propio]?
B: [2] Pues el otro día me lo encontré. Que se había ido de /ˈkasa/.
A: [3] ¡Tío, no me digas! ¿Qué me estás contando? ¿Y eso cómo ha sido? ¿Pero estaban
mal o algo?
B: [risas] [4] ¡[taco], que se fue de /kaseˈrja/!
A: [5] ¡Anda, [taco]! [carcajada]
La ambigüedad, que puede ser léxica, sintagmática u oracional (Ardissono, Boella y Damiano,
1998; Keysar y Henly, 2002; Jucker, Smith y Lüdge, 2003; Keysar, 2007; Shintel y Keysar,
2009), se apreciaría en la siguiente conversación entre dos alumnas de un taller de
manualidades mientras elaboraban un trabajo con flores de tela:
(4) A: [1] Esas flores las compramos otra vez.
B: [2] Sí, tenemos que comprar más. Son preciosas, vamos. Y quedan muy cuquis.
A: [3] No, me refiero a que ya las compramos antes.
B: [4] ¡Ah, mujer! ¡Vale!
El malentendido surge por la ambivalencia del morfema verbal de [1] para expresar tiempo
pasado o futuro, y en el circunstancial de tiempo, que podría equivaler también a “la otra vez
(que compramos flores)”.
4.2. Causas relacionadas con el emisor
Pueden ser locales, como es el caso de los lapsus lingüísticos o las confusiones. Un lapsus sería
referirse a las cucarachas como “cacaruchas”. Una confusión sería lo que dijo una valenciana
un “Lunes del pescaíto” al preguntar cuándo era “el encendido” de la portada de la Feria de
Abril sevillana –una estructura a modo de puerta decorada con bombillas–, acto que marca el
inicio de esa celebración: en lugar de referirse al mismo mediante ese término, preguntó por
“la plantà”, que en su tierra alude al acto de montaje de las fallas o las hogueras de San Juan,
con el que también dan comienzo esas fiestas. Otra confusión tuvo una concursante del
programa Ven a cenar conmigo, de la cadena Cuatro. En él, cinco concursantes se alternan en
el papel de anfitriones de otras tantas cenas donde sus invitados degustan menús preparados
por ellos mismos. Durante una de las veladas, la anfitriona intentó sorprender a los invitados
mostrándoles sus habilidades como ventrílocua, ante las cuales una invitada exclamó lo que
sigue; las otras se desternillaron de la risa:
(5) ¡Ah, pero si eres ventrícula!
Por otra parte, hay causas globales que están relacionadas con el tema que se aborda, así como
con la manera en la que se estructura y presenta la información. Desempeñan un papel
fundamental la coherencia y la cohesión (Verdonik, 2010, p. 1370) y la explicitud o capacidad
de decir exactamente todo lo que se quiere decir (Dascal, 1999, p. 755; Ferreira, Slevc y Rogers,
2005), que en ocasiones se ve afectada por limitaciones temporales. En una escena de Sueños
de un seductor, de Woody Allen, el detenimiento con el que se trata el tema, la abundancia de
detalles, algunos excesivamente personales, y los gestos y ubicación, hacen que el protagonista,
Allan Felix, malinterprete lo que Nancy le dice sobre su pasión por el sexo:
(6) Nancy: [mientras se levanta de una hamaca y se acerca a su interlocutor] [1] No voy a
ocultarlo, Allan, soy ninfómana. Descubrí muy joven la sexualidad. He tenido relaciones
con todo el mundo: con mi maestro de escuela, con el marido de mi hermana, con toda la
sección de cuerda de la Filarmónica de Nueva York… [se sienta al lado] Siempre he
deseado la sexualidad continuamente; de lo contrario estaría hundida [se recuesta en el
sofá] ¿Y por qué tengo que estarlo? [coloca las piernas sobre las de su interlocutor] La
mejor forma de realizarse es la sexualidad. Yo no soy como mis hermanas, tan inhibidas,
nunca vibran por nada. Yo creo en la sexualidad continuamente y libremente [se lleva la
mano derecha al pecho] y todo lo intensamente que sea posible.
Allan Felix: [se levanta del sofá, se abalanza sobre ella intentándola rodear con sus
brazos mientras emite una especie de gemido]
Nancy: [lo retira y se levanta inmediatamente] [3] ¡Oye! ¿Pero por quién me has tomado?
4.3. Causas relacionadas con el destinatario
Estas causas de malentendidos comprenden los fallos cognitivos que se pueden producir
durante el ajuste del contenido explícito y los problemas de conocimiento, tales como el
desconocimiento de vocabulario o elementos culturales, o la carencia de información, que
imposibilitan la recuperación de ese contenido y la deducción de otros implícitos. Conviene
aclarar que, si el destinatario no recupera el contenido explícito por desconocimiento de
tecnicismos o términos especializados (Wierzbicka, 2010), no habría malentendido, sino una
ausencia de comprensión (non-understanding) (Yus Ramos, 1999a, 1999b). Así como una
persona sin conocimiento de pragmática difícilmente entiende de qué se habla cuando se alude
a “fuerza ilocutiva” o “efecto perlocutivo”, una persona de otra cultura o que no esté
familiarizada con ciertos objetos de un ámbito concreto no comprenderá de qué se le habla
cuando se aluda a ellos. Esto sucedió al propietario chino de un negocio cuando una clienta le
preguntó si tenía papel de patronaje. Como no lo conocía, tuvo que pedir la ayuda de una
dependienta española:
(7) Clienta: [1] ¡Buenos días! ¿Tiene papel de patrones?
Propietario: [2] ¿Papel de patrones? [Piensa] No sé. ¡Ana! ¡Ana!
Durante el ajuste mutuo en paralelo se realizan numerosas inferencias para llegar al contenido
explícito de un enunciado (Sperber y Wilson, 1986/1995; Carston, 2002; Wilson y Sperber,
2004): se ajusta la carga conceptual de elementos léxicos (Wilson y Carston, 2007; Carston,
2012) [>Escandell Vidal; >Romero y Soria], se asigna referencia, se desambiguan elementos
morfológicos, léxicos o sintagmáticos ambivalentes, y se recuperan elementos elididos. El
resultado de estas inferencias es la explicatura base (lower-level explicature) de un enunciado.
Además, también se atribuye intencionalidad a nuestros interlocutores y se identifican sus
estados psicológicos, quedando ambos representados en la explicatura superior (higher-level
explicature). Desgraciadamente, se pueden cometer errores que dan lugar a explicaturas
alternativas (alternative explicatures), comprensión desconcertante (puzzling understanding)
o la recuperación de un contenido implícito no deseado (Yus Ramos, 1999a, 1999b; Padilla
Cruz 2013a, 2013b).
Las explicaturas alternativas resultan de (i) una delimitación errónea del contenido conceptual,
(ii) una asignación de referencia incorrecta, (iii) una desambiguación desacertada o (iv) la
incapacidad de recuperar elementos elididos. El primer error quedaría ilustrado mediante este
fragmento de conversación entre dos compañeros de trabajo, en el que se observa que B
entiende cualquier tipo de traductor porque no restringe el concepto
TRADUCTOR
como como
equivalente a “traductor independiente”2 [>Escandell Vidal; >Romero y Soria]:
(8) A: [1] Perdona que te moleste un segundo, pero ¿me sabrías decir dónde dirigirme para
localizar traductores de español a inglés que sean eficaces?
B: [2] No pasa nada. Mira, me imagino que los puedes encontrar por Internet o en alguna
agencia de traducción. Por ejemplo, en [dos nombres de agencias de traducción].
A: [3] Evidentemente, pero estaba intentando llegar a gente conocida para que la
remuneración se la llevaran ellos y no empresas.
B: [4] ¡Ah, vale, hombre! Entiendo. Entonces, […]
2
Siguiendo la convención existente en el modelo pragmático de Sperber y Wilson (1986/1995), los conceptos se
reflejan mediante versalitas.
El segundo error se suele producir en situaciones en las que hay varios posibles candidatos
como referentes para pronombres demostrativos, deícticos, hiperónimos, términos generales o
nombres propios. Por ejemplo, en una cocina en la que madre e hijo están preparando un plato,
el hijo se puede confundir de utensilio al pedirle la madre “eso”:
(9) Madre: [1] Anda, dame eso.
[El hijo le acerca un cuchillo que había en la mesa]
Madre: [2] ¡No, hombre! ¡Eso de ahí!
[El hijo le acerca un vaciador]
Madre: [3] ¡Que no, leche! ¡El pelador ese de ahí, que no te enteras, chiquillo!
El tercer error quedó ilustrado en (4), donde la destinataria no lograba desambiguar el valor
temporal de la forma verbal ni del circunstancial. En cuanto a la imposibilidad para recuperar
un componente inarticulado, esto sería lo que habría ocurrido al participante de un foro que no
recuperó “del cuerpo/corporal”, por lo que interpretó “zona” como “procedencia”:
(10) Participante 1: Duele hacerse un tatuaje?
Participante 2: Depende de la zona
Participante 1: Soy del viso del alcor
El destinatario experimenta comprensión desconcertante (Yus Ramos, 1999a, 1999b) cuando,
pese a construir acertadamente la explicatura base, se equivoca al atribuir intencionalidad o
estados psicológicos porque no lee bien la mente del otro, sus movimientos, expresión facial,
entonación o tono de voz. Como consecuencia, subordina la explicatura base a una explicatura
superior inapropiada y se forja una idea errónea de lo que el emisor pretende hacer o de sus
estados psicológicos. Esto fue lo que ocurrió a Allan Felix en el ejemplo (6). También ocurre
esto a menudo con actos de habla en los que predomina la expresividad, como es el caso del
cumplido del siguiente intercambio. No percibir verdadera admiración en la entonación o
asombro en el rostro de su interlocutor llevó a su destinataria a pensar que su nueva adquisición
no le gustaba o le dejaba indiferente:
(11)
A: [1] ¡Anda, ésa es la falda nueva que te has comprado!
B: [2] ¿Qué pasa? ¿No te gusta?
Por último, el destinatario puede recuperar un contenido implícito no deseado a partir del
explícito si éste no le parece óptimamente relevante y/o atribuye al emisor intenciones que en
realidad no tiene. La aparente irrelevancia de lo dicho frecuentemente incita al destinatario a
relacionarlo con información contextual a la que accede por su cuenta y riesgo para obtener
beneficios que no obtiene en un primer momento. Esa información se emplea en un nuevo
proceso inferencial que arroja como resultado una conclusión que el emisor no pretendía que
dedujera. Mientras una pareja veía la televisión tras la cena, en un corte publicitario apareció
un anuncio de unas chocolatinas por las que ambos sentían auténtica pasión. Al verlo, se
produjo el siguiente intercambio:
(12)
A: [1] ¡Uy, madre mía! ¡Cómo están los [nombre del producto]! ¡Qué cosa más rica!
B: [2] [Risas] Ahora mismo te traigo uno.
A: [3] ¡Ché, quieto parado! ¡Que estamos con la “operación bikini” y ya hemos
tomado postre!
Las exclamaciones de la novia hicieron que el novio concluyera que quería una de esas
chocolatinas y se ofreciera a llevársela. Consciente de que a ambos les gustaban esas
chocolatinas y solían tomar algo de chocolate mientras veían la televisión, el novio no tuvo
otra que hacer tal ofrecimiento por la información enciclopédica a la que había accedido.
A la vez que recupera el contenido explícito, el destinatario va también haciendo estimaciones
sobre los contenidos implícitos –o implicados, denominados genéricamente implicaturas– que
su interlocutor ha pretendido comunicarle [>Vicente]. Para ello, relaciona el contenido
explícito con información que perciba del entorno físico o tenga almacenada en su mente como
conocimiento enciclopédico o cultural (Sperber, 1996)3. Esa información actúa como premisas
implicadas –esto es, “información del contexto”– en inferencias que dan lugar a conclusiones
implicadas –es decir, las ya mencionadas implicaturas (Sperber y Wilson, 1986/1995). Sin
embargo, el destinatario puede carecer de información sobre algo o ésta puede ser falsa o
inexacta, lo cual le impide deducir una conclusión concreta o le conduce a una conclusión
errónea, respectivamente (Yus Ramos, 1999a, 1999b; Padilla Cruz, 2013a, 2013b).
En la siguiente conversación, el desconocimiento del plazo fijado para la entrega de las fichas
de clase llevó al alumno a interpretar la pregunta del profesor en [2] de manera explícita, no
deduciendo una conclusión implícita referente a la expiración de tal plazo:
(13) Alumno: [1] Profesor, mi ficha.
Profesor: [2] ¿Hoy a qué estamos?
Alumno: [3] A veinte de octubre. Aquí tiene, gracias. ¡Adiós!
Profesor: [4] Perdone, pero me refería a que el plazo para entregar las ficha era el día
nueve.
Alumno: [5] ¡Uy, perdone! No lo sabía. Entonces, ¿se la entrego o no?
En cambio, la posesión de información inadecuada propició que uno de los interlocutores no
entendiera bien al otro en la siguiente conversación. Ocurrió hace años, cuando el
Ayuntamiento de Sevilla había comenzado la peatonalización del casco histórico, anunciada
con una campaña cuyo eslogan era “Sevilla, la ciudad de las personas”:
(14) A: [1] ¡Ay, Sevilla mía, tú sí que eres la ciudad de las personas! ¡Madre mía!
B: [2] ¡Hay que ver cómo nos están dejando el centro! Ahora se va a poder andar la mar
de bien por un montón de sitios.
A: [3] Sí, con tantas obras… No sé yo.
B: [4] La verdad es que es un coñazo. Está todo levantado y manga por hombro.
Mientras que la información enciclopédica sobre algo suele ser idiosincrásica y variar en mayor o menor medida
función de los individuos, la cultural tiene un componente común compartido por los miembros de un grupo
sociocultural concreto.
3
En [1] A alude al eslogan de la campaña irónicamente, pues, como demuestran la interjección
final y la intervención [3], estaba molesto por las obras que conllevaba la peatonalización. Trató
de comunicar que no compartía y se disociaba de la afirmación del eslogan sobre la ciudad,
pero B no captó inicialmente tal intención porque accedió a información sobre los beneficios
y las consecuencias positivas de la peatonalización, como el aumento de zonas peatonales, la
reducción de la contaminación en el centro histórico, la mejora del aspecto de la ciudad, etc.
4.4. Causas relacionadas con ambos interlocutores
La primera es el conocimiento compartido. El que los participantes en una interacción no
compartan información –p. ej. un plazo (13) o los problemas de unos cambios urbanísticos
(14)– da lugar a implicaturas alternativas (alternative implicatures) o imposibilita la
deducción de conclusiones. La segunda causa de los malentendidos que se relaciona con ambos
interlocutores es la organización temática de la conversación. Si profundizar en exceso en un
tema puede confundir, como en (6), cambiar de tema abruptamente por un motivo concreto –
pasa alguien conocido por la calle o se cae algo donde se está conversando– y sin querer
comunicar algo de manera implícita –que no se quiere seguir hablando del tema– o ir pasando
de un tema a otro sin aparente lógica, también confunden y dificultan la comprensión, como
puede verse en la siguiente conversación entre dos amigos que hablaban sobre una fiesta. Al
comentar que un tercero no iba a asistir por problemas económicos, saludaron a otro que pasó
delante de ellos:
(15) A: [1] [nombre propio] dice que está tieso y que no va.
B: [2] Hombre, me imagino. Ahora no curra. Si yo estuviera así, tampoco iba. A ver, que
no se puede ir, pues no se va y ya está. No pasa nada.
[Pasa un conocido]
A: [3] [saluda con la mano] ¡Illo, qué bien te veo, chaval!
B: [4] ¡Adiós, figura!
C: [5] ¡Eeeehe!
A: [6] [da una calada al cigarro] Y te digo yo que éste tiene jaleo con la parienta.
B: [7] [asombrado] ¡Ostia, no jodas! ¡Qué fuerte! ¿Entonces no va por eso?
A: [8] ¡No me seas carajote, [taco]! ¡El [nombre propio]! [nombra a la persona que
acaba de pasar]
La última es la falta de atención. Que los interlocutores no se vean, no sean conscientes de su
ubicación, gestos, expresiones y movimientos, o estén distraídos puede dar lugar a equívocos.
La conversación de (9) ilustra también un malentendido por falta de atención: la madre no era
consciente de los utensilios que el hijo veía o si estaba haciendo otra cosa mientras ella guisaba
y el hijo no prestaba atención a lo que la madre le señalaba.
El conjunto de posibles causas de los malentendidos queda reflejado en la siguiente tabla:
Tabla 1: Causas de los malentendidos
CAUSAS DE LOS MALENTENDIDOS
Estructurales
Ruidos e
interferencias
Préstamos
Similitud
lingüística
Influencia de
otra lengua
Formas
ambiguas
5.
Relacionadas con el emisor
Relacionadas con el destinatario
Locales
Globales
Fallos
cognitivos
Problemas de
conocimiento
Lapsus
Estructuración
y presentación
de la
información
Explicaturas
alternativas
Imposibilidad
de deducir
contenidos
implícitos
Confusiones
Comprensión
desconcertante
Conversión de
un contenido
explícito en
otro implícito
Deducción de
contenidos
implícitos
alternativos
Relacionadas
con ambos
interlocutores
Conocimiento
compartido
Organización
temática de la
conversación
Falta de
atención
Factores que propician los malentendidos
Las causas que se acaban de enumerar ayudan a comprender el origen de los malentendidos.
Pero comunicarse de manera eficaz y satisfactoria es cuestión de habilidades expresivas y
cognitivas que no son constantes y se pueden ver afectadas por una serie de factores más o
menos estables (Mustajoki, 2012, pp. 223-224), que pueden ser externos o personales (Padilla
Cruz, 2017a).
5.1. Factores estables
De acuerdo con Mustajoki (2012), los factores personales estables que pueden propiciar los
malentendidos incluyen la propia competencia comunicativa de los interlocutores, su
conocimiento cultural y hábitos, y sus estilos cognitivos. A ellos habría que añadir la estrategia
de procesamiento empleada y el sesgo de confirmación (Padilla Cruz, 2017a).
5.1.1. La competencia comunicativa
Para comunicarse eficaz y satisfactoriamente en una lengua hace falta adquirir y desarrollar la
competencia comunicativa (Hymes, 1972), consistente en una serie de habilidades
interrelacionadas que permiten producir y entender discurso en distintos contextos
sociopragmáticos. Tales habilidades son el dominio del código de la lengua, la capacidad de
generar discurso coherente y cohesionado, el conocimiento de las normas socioculturales sobre
las situaciones en las que se pueden decir ciertas cosas, la capacidad de leer las intenciones
subyacentes a los enunciados y el control de un repertorio de estrategias comunicativas que
permitan lograr ciertos fines comunicativos (Canale, 1983; Bachman, 1990; Celce-Murcia,
Dörnyei y Thurrell, 1995). Salvo en el caso de los aprendices de una lengua, cuando se entabla
una conversación se da por sentada la competencia comunicativa de ambos interlocutores.
Sin embargo, ser competente en una lengua no siempre conlleva un comportamiento adecuado.
Como cualquier otra competencia, la comunicativa se caracteriza por cuatro rasgos
fundamentales:
a)
Es comparativa, pues los emisores pueden ser más o menos hábiles haciendo determinadas
cosas con ella (Medina, 2011, p. 18). Piénsese, por ejemplo, en una persona que es muy
sutil rechazando invitaciones y en otra que no lo es tanto y suena maleducada.
b) Es gradual, puesto que va adquiriendo sofisticación con el crecimiento, la educación y la
participación en distintas situaciones comunicativas (Padilla Cruz, 2018a, p. 146).
Indudablemente, no habla igual un niño de cinco años que una persona de treinta que tenga
una pronunciación impoluta, un léxico abundante y un amplio repertorio de expresiones
verbales para hacer determinadas cosas.
c)
Depende del contexto situacional y sociopragmático (Padilla Cruz, 2018a, p. 146). Por
ejemplo, conversar en una discoteca puede resultar arduo por el nivel de decibelios, así
como hablar ante un grupo de desconocidos o adversarios puede condicionar lo que se dice
y cómo se dice.
d) Depende de los estados psicológicos y físicos de los emisores, así como de acciones
necesarias para llevar a cabo ciertas funciones fisiológicas (Mustajoki, 2012; cf. §5.2).
Estos rasgos justifican que en ocasiones los emisores cometan ciertos errores o que sus
interlocutores hagan estimaciones desafortunadas sobre el nivel de competencia comunicativa
que, efectivamente, tienen (cf. §7). La incompetencia puede ser momentánea, como en el caso
de los lapsus lingüísticos, pero puede también ser más persistente, como en el caso de los
aprendices de una segunda lengua, si bien es cierto que un bajo nivel de competencia
comunicativa no siempre tiene por qué conllevar malentendidos. De hecho, muchos
interlocutores de hablantes no-nativos habitualmente muestran una cierta condescendencia
hacia ellos, ajustan sus expectativas sobre la precisión con la que esperan que se expresen y
son más proclives buscar la interpretación que piensan que se les pretendió transmitir,
compensando así posibles errores expresivos que habrían dado lugar a interpretaciones no
deseadas.
No obstante, los investigadores en adquisición y aprendizaje de segundas lenguas han
demostrado que, además de tener una mejor o peor pronunciación, lagunas léxicas o un
dominio insuficiente de la gramática, los aprendices de segundas lenguas carecen en muchos
casos de fórmulas pragmalingüísticas adecuadas para realizar en la lengua meta ciertos actos
de habla o sólo están familiarizados con un número reducido de las mismas (Bardovi-Harlig,
2002). Esto les hace transferir las de su lengua materna o probar suerte creando las que piensen
que les permitirán realizar el acto de habla deseado, dando pie a veces a malentendidos o a
sensaciones como la sorpresa o la extrañeza. Éste es el caso de muchos estudiantes anglófonos
que, para perplejidad de sus interlocutores, traducen al español la expresión “Can/Could/May
I have…?” como “¿Puedo tener…?” al pedir algo, o de muchos estudiantes españoles que, en
sus primeros estadios de aprendizaje del inglés, recurren al equivalente inglés “Listen!” para
llamar la atención de su interlocutor por influencia del imperativo español “Oiga”, lo cual suena
raro o inhabitual a sus interlocutores.
Estas transferencias o innovaciones provocan fallos pragmalingüísticos (pragmalinguistic
failures) (Thomas, 1983). Estos malentendidos surgen por el uso de estrategias comunicativas
infrecuentes en una lengua o cuando no se comprende su fuerza ilocutiva (Blum-Kulka y
Olshtain, 1986, p. 166). Son malentendidos en los que fallan los medios para hacer manifiesta
la intención informativa. Obviamente, un nivel de competencia comunicativa insuficiente
puede también propiciar que los hablantes no-nativos de una lengua cometan los mismos
errores expresivos y de procesamiento que se han enumerado e ilustrado en el caso de los
hablantes nativos (Padilla Cruz, 2013a, 2013b).
5.1.2. El conocimiento cultural y los hábitos de los interlocutores
Al crecer se va adquiriendo información de muy diversa índole que conforma el conocimiento
cultural de un individuo (Sperber, 1996). Como parte del mismo figura la relativa a
comportamientos esperables, permisibles o intolerables en determinadas circunstancias, así
como sobre los patrones o hábitos que los miembros de un colectivo concreto –por edad, sexo,
procedencia geográfica, educación, etc. (Banks et al., 1991; Tannen, 1991, 1992, 1994;
Zamborlin, 2007)– siguen al ejecutarlos, o las convenciones de uso y significado que
establecen. Tal información constituye un conocimiento específico sobre la interacción que
condiciona en gran medida nuestro comportamiento. Asimismo, equivale a una base de datos
revisable y actualizable, si fuera necesario, que actúa como referencia para analizar y evaluar
el comportamiento de nuestros interlocutores (Barkow, Cosmides y Tooby, 1992; Escandell
Vidal, 1996, 2004).
El conocimiento específico de los individuos no es siempre exactamente igual, ya que cada uno
almacena información distinta acerca de una misma situación, los comportamientos adecuados
o la manera de llevarlos a cabo, o puede carecer de información puntual. Esto se debe a que la
realidad se percibe de forma muy distinta dependiendo de la agudeza de los sentidos, el
conocimiento previo, la identidad social o incluso la ideología, que actúan como filtro. Esto
conlleva que, a partir de un mismo fenómeno, cada individuo se formará representaciones
mentales que diferirán en mayor o menor grado de las que otro individuo posee. De hecho, las
representaciones mentales que conforman el conocimiento específico, en tanto que
representaciones de naturaleza cultural, son interpretativas (Sperber, 1996): cada individuo
captura en ellas detalles que pueden escapar a otro. No obstante, tales representaciones guardan
un cierto grado de similitud por compartir sus creadores algo: el mismo entorno físico, agudeza
sensorial, información previa, experiencia parecida sobre una misma situación, etc.
Las diferencias entre el conocimiento específico de los miembros de un mismo grupo
sociocultural y, más aún, entre los miembros de distintos grupos socioculturales, explican
muchos malentendidos. La carencia de información relativa al comportamiento de otros grupos
sociales bloquea la deducción de conclusiones necesarias para interpretarlo correctamente. En
cambio, la posesión de información distinta sobre tal comportamiento arroja implicaturas
alternativas (Yus Ramos, 1999a, 1999b). Si son negativas y menoscaban la percepción que se
tiene, se convierten, además, en implicaturas perjudiciales (Escandell Vidal, 1996). Piénsese
en los tres o cuatro besos con los que los franceses se saludan en algunas regiones, en los tres
de los polacos o en los dos de los españoles peninsulares cuando, por ejemplo, se conoce al
interlocutor, es del sexo opuesto y existe un cierto grado de afecto, aprecio o intimidad. El
comportamiento de los franceses y polacos puede asombrar o extrañar a un español que no esté
familiarizado de antemano con sus costumbres si carece del conocimiento necesario para
interpretarlo adecuadamente.
Los malentendidos que se originan en contextos intraculturales e interculturales por diferencias
de conocimiento específico y hábitos comunicativos se han denominado fallos
sociopragmáticos (sociopragmatic failures) (Thomas, 1983). Estos malentendidos surgen
cuando los interlocutores asumen la validez y universalidad de sus patrones y normas de
comportamiento y las extrapolan a otras circunstancias, con lo cual no calibran bien qué,
cuándo, dónde, cómo o por qué pueden hacer algo, o cuando los aplican al juzgar el
comportamiento de sus interlocutores y llegan a una apreciación inesperada del mismo
(Takahashi y Beebe, 1987; Riley, 1989, 2006; Beebe, Takahashi y Uliss-Weltz, 1990).
5.1.3. Los estilos cognitivos
Las personas son diferentes no sólo por la manera de actuar, sino también por la manera de
pensar. La edad, la identidad, la experiencia vital previa o el grupo sociocultural al que se
pertenece predisponen para percibir ciertas cosas, así como para establecer conexiones entre la
información y atajos para llegar a ella (Mustajoki, 2012). Todo esto influye en los procesos
cognitivos y su resultado. En otras palabras, quiénes somos, qué sabemos o dónde
interactuamos afectan la manera en la que solemos modular ciertos conceptos, desambiguar y
asignar referentes, atribuir intenciones y sentimientos, o deducir contenidos. Las tendencias
más o menos regulares a la hora de realizar estos procesos conforman nuestro estilo cognitivo
(cognitive style).
Por ejemplo, un mecánico puede desambiguar automáticamente el concepto GATO codificado
por el mismo sustantivo como equivalente a GATO HIDRÁULICO en su lugar de trabajo. Si por
las proximidades de su taller merodea una familia de gatos, el mecánico puede malinterpretar
a un compañero de trabajo que le pregunte “¿Dónde está el dichoso gato?” si, aun sabiendo que
dichos felinos entran frecuentemente en el taller, no es consciente de ello y ajusta el concepto
de tal sustantivo como equivalente a la herramienta de trabajo.
5.1.4. La estrategia de procesamiento
El ajuste mutuo en paralelo da como resultado una hipótesis interpretativa sobre la intención
informativa del emisor. La mente siempre la genera seleccionando, entre las posibles
interpretaciones, aquella a la que acceda de manera más fácil y rápida, y con la expectativa de
un mayor beneficio cognitivo (Sperber y Wilson, 1986/1995; Wilson y Sperber, 2004). Esta
manera de operar constituye la estrategia de procesamiento denominada optimismo inocente
(naïve optimism) (Sperber, 1994).
Los destinatarios recurren al optimismo inocente cuando no advierten ningún riesgo para la
comunicación (Padilla Cruz, 2012). Concretamente, un destinatario es optimista e inocente si
presupone o tiene constancia de que su interlocutor (i) es competente en la lengua con la que
ambos se comunican y (ii) se comporta de manera benévola en la conversación, es decir, no
tiene malas intenciones –mentir, engañar, confundir, etc. (Sperber, 1994). Además, un
destinatario optimista e inocente no cuestiona su propia competencia al procesar e interpretar
(Padilla Cruz, 2012). Por consiguiente, un destinatario optimista e inocente no se plantea que
su interlocutor haya podido cometer un error expresivo ni que el resultado de alguno de sus
procesos cognitivos pueda ser inapropiado. Simplemente se deja guiar por sus expectativas de
relevancia, construye una hipótesis interpretativa sobre la intención informativa de su
interlocutor y la acepta cuando satisface tales expectativas. No piensa que tal hipótesis pueda
ser incorrecta como consecuencia de algún error expresivo por parte de su interlocutor o de
algún fallo que él mismo haya cometido involuntariamente durante el ajuste mutuo en paralelo
(Sperber, 1994).
El uso de esta estrategia de procesamiento explica muchos malentendidos. Dos veces se
equivocó en (9) el hijo al darle a la madre el utensilio deseado porque pensó que había asignado
bien la referencia al pronombre demostrativo que la madre empleó en las hipótesis
interpretativas que había construido. No siendo consciente de los otros utensilios que había en
la cocina ni de lo que su madre le señalaba, no se cuestionó que se pudiera estar refiriendo a
otro objeto distinto del que él le acercaba.
5.1.5. El sesgo de confirmación
La formulación y aceptación de una hipótesis interpretativa sobre la intención informativa no
sólo dependen del esfuerzo cognitivo y los efectos cognitivos (Friedrich, 1993, p. 298). Puesto
que la mente no puede estimar si hay otras interpretaciones posibles que, por el mismo o menor
esfuerzo, arrojen más beneficios cognitivos (Sperber y Wilson, 1986/1995; Wilson y Sperber,
2004), el destinatario también se basa en dos requisitos fundamentales a la hora de aceptar una
hipótesis concreta:
a)
Evidencias lingüísticas y contextuales fácilmente accesibles; es decir, la forma lingüística
e información contextual a la que acceda sin mucha complicación. Si le guían sin dificultad
a una hipótesis concreta, pensará que se corresponde con la intención informativa de su
interlocutor (Kunda, 1999, p. 94).
b) La plausibilidad del resultado de los procesos cognitivos involucrados en su construcción
(Nickerson, 1998, pp. 198-200). Es decir, la hipótesis debe parecer bien fundamentada y
lógica.
Si estos requisitos se cumplen, el destinatario confía en la viabilidad de la hipótesis
interpretativa y cree que, efectivamente, refleja la intención informativa de su interlocutor.
Dicho de otra forma, se aferra a ella con tal tenacidad que se muestra reacio a descartarla
(Klayman, 1995, p. 385). Esta excesiva confianza en los datos lingüísticos y la información
contextual que respaldan una hipótesis interpretativa, así como en las propias habilidades
cognitivas, se denomina sesgo de confirmación (confirmation bias), aunque también se conoce
como pervivencia de la creencia (perseverance of belief) o preservación de la hipótesis
(hypothesis preservation). Su resultado es una reticencia a desacreditarse como intérprete y
abandonar una hipótesis que parece fácil, bien fundada, lógica y, por tanto, posible en favor de
otra (Klayman, 1995, pp. 385-386). Por ejemplo, la desambiguación inmediata y
aparentemente lógica de una forma verbal y un circunstancial de tiempo (4), o la restricción de
un concepto sin mucha dificultad (8), pueden inclinar a los destinatarios a suponer que han
realizado esos procesos cognitivos correctamente y no cuestionar su interpretación.
5.2. Factores inestables
Según Mustajoki (2012), hay factores inestables que favorecen los malentendidos porque
entorpecen la enunciación y distraen a los destinatarios a la hora de identificar elementos
situacionales, acceder a información enciclopédica o cultural, o realizar el ajuste mutuo. Éstos
son:
a)
Las relaciones personales: aunque el desconocimiento del interlocutor implica ignorancia
de sus hábitos comunicativos y tendencias interpretativas, así como de su conocimiento
cultural y la similitud de éste con el propio, la familiaridad y la frecuencia de contacto no
siempre garantizan la inteligibilidad mutua, ya que puede haber enfados, discusiones o
desavenencias.
b) Los estados psicológicos –alegría, euforia, tristeza, melancolía, etc.– y fisiológicos –
cansancio, somnolencia, aburrimiento, distracción, embriaguez, etc.– combinados o por
separado.
c)
Acciones necesarias para ciertas funciones fisiológicas: abrir la boca, sorber, morder,
masticar, tragar, bostezar, inspirar o expirar, estornudar, limpiarse la nariz, etc.
A estos factores habría que sumar, por un lado, el medio de comunicación –escrito, telefónico,
aplicaciones informáticas y de telefonía móvil– por la mayor o menor cantidad de datos que
proporciona, lo cual propicia errores de comprensión, así como por la existencia de pautas
interactivas y estilos personales que pueden entorpecer la comunicación y provocar
implicaturas no deseadas. Cuando, además, el número de participantes es amplio, como en los
chats o los grupos de mensajería, puede perderse el sentido de las conversaciones por la
multitud de intervenciones o incluso el desarrollo simultáneo de varias conversaciones. Por
otro lado, habría que sumar dos tipos de vigilancia o alerta que, por su importancia cognitiva
(Padilla Cruz, 2017a), se explican en el siguiente apartado.
5.3. La vigilancia epistémica y hermenéutica
La validez de una hipótesis interpretativa depende muchas veces de la información contextual
y enciclopédica en la que los destinatarios se basan, pero ésta puede ser inadecuada por su
falsedad o inexactitud. Esto se debe a su fuente, que puede ser otro informante que la comunica
oralmente o uno mismo cuando la adquiere por sus propios medios. Si procede de otro
informante, éste puede comportarse malévolamente y proporcionar información falsa o
inexacta, con lo que intentaría engañar, manipular o mentir. Si es uno mismo quien la adquiere,
puede suceder que no se perciba bien por falta de agudeza sensorial o por distracción, con lo
que se almacenaría información errónea, incompleta o inexacta.
Para evitar estos riesgos, un conjunto de mecanismos mentales bastante sofisticados accede a
datos muy diversos, como el comportamiento de nuestros interlocutores –la dirección de su
mirada, tics, si tartamudean, dudan, están inquietos, se contradicen o dicen cosas absurdas– su
reputación como informantes, experiencias previas, información relacionada con lo que dicen
o se percibe por medios propios (Origgi, 2013), con objeto de determinar su fiabilidad y la
veracidad de la información que comunican o uno mismo adquiere. Además, provocan una
actitud de alerta sobre la fuente de información y/o la información en sí, que se denomina
vigilancia epistémica (epistemic vigilance). Gracias a esta actitud de alerta no se cree
ciegamente en alguien, en la información que proporciona o en la que uno adquiere por sí
mismo (Mascaro y Sperber, 2009; Sperber et al., 2010).
Esos mecanismos suelen estar activados y desempeñar sus funciones bastante eficazmente,
evitando así hasta cierto punto el engaño o la desinformación. Pero su activación puede
disminuir o aumentar (Michaelian, 2013; Sperber, 2013). Aumenta cuando los riesgos son muy
evidentes –p. ej., se desconoce al informante o se sabe que suele mentir– y disminuye cuando
hay sobrecarga cognitiva por la realización de otras tareas cognitivas o se padecen ciertos
estados psicológicos o fisiológicos.
Un nivel de activación insuficiente de estos mecanismos y escasa vigilancia epistémica pueden
explicar también algunos malentendidos (Padilla Cruz, 2014, 2017a). El amigo que
interpretaba la exclamación de su interlocutor en (14) podría también haber pensado que aquél
estaba satisfecho con la peatonalización a raíz de conversaciones precedentes en las que ambos
mencionaron sus beneficios, pero aquél ocultó su verdadera opinión, pese a haberla expresado
en otras ocasiones. Al no recordarla, habría dado ciegamente credibilidad a las palabras de su
interlocutor y a la conclusión a la que él mismo llegó.
La aceptación de una hipótesis interpretativa también depende de la plausibilidad que se le
otorgue al resultado de los procesos cognitivos involucrados en su construcción (Padilla Cruz,
2012; Mazzarella, 2013). La rapidez y automaticidad con la que estos procesos se llevan a cabo
no los eximen de fallos, por lo que sus resultados no siempre son los adecuados. Así como la
mente ha especializado un conjunto de mecanismos en la detección del engaño y la falsedad de
la información, parece que también ha especializado otro –o tal vez un subconjunto del
anterior– en la detección de fallos y errores interpretativos. Evidencia de ello sería el desarrollo
paulatino de una habilidad para resolver los conflictos interpretativos que surgen por la
existencia de dos interpretaciones posibles. Tal (sub)conjunto de mecanismos sería responsable
de la generación de otra actitud de alerta que se denominaría vigilancia hermenéutica (Padilla
Cruz, 2015, 2016).
La vigilancia hermenéutica alerta de fallos interpretativos y/o la existencia de interpretaciones
alternativas mejores, a las que no se ha llegado por haber actuado como un destinatario
optimista e inocente que concede credibilidad a una interpretación que parece (i) ser el
resultado lógico del procesamiento de la forma lingüística que la respalda, (ii) no requerir
mucho esfuerzo cognitivo y (iii) reportar beneficios cognitivos satisfactorios. Como en el caso
de la vigilancia epistémica, el nivel de la hermenéutica puede disminuir por sobrecarga
cognitiva o determinados estados psicológicos y fisiológicos, o incrementar cuando se percibe
que aumenta la probabilidad de cometer algún error interpretativo o de que existan varias
interpretaciones, como en el caso del humor (Padilla Cruz, 2015). En cambio, mientras que los
efectos de la vigilancia epistémica son inmediatos, los de la hermenéutica son posteriores, ya
que consisten en un retroceso o reconstrucción interpretativa (inferential backtracking). Es
decir, el destinatario hace un ejercicio de introspección con objeto de trazar la senda
interpretativa que siguió o reconstruir la ejecución de los procesos cognitivos que arrojaron
como resultado una hipótesis interpretativa que, como consecuencia de su sesgo de
confirmación, aceptó como válida. Por último, si los objetos sobre los que opera la vigilancia
epistémica son los informantes y la información, aquellos sobre los que opera la vigilancia
hermenéutica son los procesos realizados durante el ajuste mutuo y su(s) resultado(s).
Niveles insuficientes de vigilancia hermenéutica también pueden causar malentendidos.
Valgan como ejemplos el caso de la mala asignación de referente en (9) o la imposibilidad de
alcanzar un contenido implícito en (13).
La siguiente tabla contiene todos los factores determinantes de los malentendidos:
Tabla 2: Factores determinantes de los malentendidos
FACTORES DETERMINANTES DE MALENTENDIDOS
ESTABLES
INESTABLES
Competencia comunicativa
Relaciones personales
Conocimiento cultural y hábitos
Estados psicológicos y fisiológicos
Estilos cognitivos
Realización de acciones necesarias para
Optimismo inocente
funciones fisiológicas
Sesgo de confirmación
Medio de comunicación
Vigilancia epistémica
Vigilancia hermenéutica
6.
Consecuencias de los malentendidos
Muchas veces las consecuencias de los malentendidos no son dañinas porque no afectan
negativamente a la interacción posterior, la relación de los interlocutores o la percepción que
cada uno tiene del otro. Al contrario, dan lugar a sensaciones y emociones beneficiosas, como
la risa o la diversión por lo inesperado, absurdo, inhabitual o incluso estúpido del malentendido.
Recuérdese el caso de (3) y (5). Estas reacciones pueden propiciar un clima adecuado para la
interacción posterior, atenuar la realización de ciertos actos, generar vínculos de unión entre
los interlocutores o reforzar la camaradería o solidaridad entre ellos (cf. Padilla Cruz, 2007).
Otras veces los malentendidos dan paso a dos acciones cuyo propósito es la recuperación de la
inteligibilidad mutua:
a)
Cambio de estrategia de procesamiento. Un nivel adecuado de vigilancia epistémica y
hermenéutica contribuye a que el destinatario detecte por sí mismo que no entiende bien
por un error expresivo de su interlocutor o un procesamiento deficiente motivado por
información inadecuada o errores en el ajuste mutuo (Padilla Cruz, 2012, 2013a, 2013b).
Si eso ocurre, descarta la hipótesis interpretativa que inicialmente da por válida y busca
otra, para lo cual recurre a otra estrategia de procesamiento más sofisticada: el optimismo
cauto (cautious optimism) (Sperber, 1994). Un destinatario optimista y cauto vuelve a
ajustar el contenido explícito e implícito de un enunciado y atribuye otras intenciones y
emociones, con objeto de construir una nueva hipótesis interpretativa que sí pueda
corresponderse con la interpretación esperada. Consecuencia de la vigilancia epistémica y
hermenéutica, este cambio de estrategia de procesamiento puede tener como resultado que
el destinatario solvente el malentendido sus propios medios, restaurando así la
inteligibilidad mutua.
b) Negociación del significado. El destinatario puede ser incapaz por sus propios medios de
alcanzar la interpretación apropiada y, por tanto, requerir ayuda. Por su parte, el emisor
puede advertir que no lo ha entendido como esperaba y ofrecérsela. Emprenden así una
negociación del significado con el fin de garantizar el éxito de la comunicación,
consistente en una serie de movimientos conversacionales o secuencias discursivas
denominados afianzamiento (grounding) por los analistas de la conversación (Clark y
Schaefer, 1989; Hinnenkamp, 2003). Con ellos el emisor sustituye elementos
problemáticos por circunloquios, aproximaciones, sinónimos, antónimos, hiperónimos o
estructuras sintácticas equivalentes, o repite, hablando más lento o alto, si fuera necesario.
En cambio, el destinatario intenta razonar dónde está su fallo o problema interpretativo
(McRoy y Hirst, 1995) mediante preguntas aclaratorias o la repetición ecoica de (parte de)
lo dicho (Jefferson, 1972; Schegloff, 1982; Goodwin, 1986; Bazzanella y Damiano, 1999;
Codó Olsina, 2002).
Desgraciadamente, en otras ocasiones los malentendidos sí tienen efectos perjudiciales. En
función de las circunstancias en las que se originen, el carácter de los interlocutores, su estado
de ánimo o el grado de “error” que perciban, pueden dar lugar, por un lado, a sensaciones y
emociones negativas que incluyen el asombro, la extrañeza, la indignación, el enojo, la
frustración o incluso el enfado. Éstas, a su vez, pueden causar la interrupción de la
comunicación, un distanciamiento entre los interlocutores o una ruptura de la relación que
mantengan. En (9), [3] muestra la inquietud y el enojo de la madre tras los dos intentos fallidos
de conseguir el utensilio deseado. En cambio, en (6) la confusión de Allan Felix acaba con la
conversación.
Por otro lado, los malentendidos pueden acarrear la atribución errónea de intencionalidad y
creencias. Si durante el razonamiento de sus causas que pueda hacer alguno de los involucrados
con el fin de recuperar la inteligibilidad mutua no se advierte un fallo interpretativo, se tiende
a buscar sus causas en las intenciones y creencias que subyacerían al comportamiento del
responsable del malentendido. Como consecuencia, se le pueden atribuir intenciones o
creencias distintas de las que, de hecho, tiene (Field, 2007).
La siguiente conversación por WhatsApp entre dos amigas, que habían discutido días atrás, da
buena prueba de esto. Intentaban ponerse de acuerdo sobre cuándo y qué comprarle a otra
amiga que había dado a luz. El ofrecimiento de B para buscar regalos tras el trabajo propició
que A le atribuyera la intención de buscarlo y comprarlo ella sola sin contar con su opinión:
(16) A: [1] Vamos mañana?
[2] Puedes?
B: [3] Me puedo pasar por el centro después del curro y veo algo
A: [4] No
[5] Ni se te ocurra
[6] Vamos las dos y lo vemos
[7] Capaz eres de coger cualquier mamarrachada
Las consecuencias de los malentendidos quedan reflejadas en la siguiente tabla:
Tabla 3: Consecuencias de los malentendidos
CONSECUENCIAS DE LOS MALENTENDIDOS
7.
INOCUAS
PERJUDICIALES
Sensaciones y emociones positivas
Sensaciones y emociones negativas
Optimismo cauto
Atribución errónea de intencionalidad y
Negociación del significado
creencias
Desarrollos recientes y retos para la investigación
Las causas y factores que originan los malentendidos han centrado la mayor parte de su
investigación desde la Pragmática, el Análisis Conversacional o la Psicología. En cambio, sus
consecuencias, a excepción tal vez de la negociación del significado, no han corrido la misma
suerte. Por ello, ha sido necesario identificar otras adicionales a las ya mencionadas, lo cual se
ha hecho recientemente con ayuda de aportaciones procedentes de otra disciplina.
En casos extremos los malentendidos pueden suponer la atribución injusta a su responsable de
un bajo nivel en alguna de las competencias que conforman la comunicativa (Padilla Cruz,
2014). Se produce así lo que en Epistemología Social se denomina una injusticia epistémica
(epistemic injustice) (Fricker, 2003, 2007). Esto no es otra cosa que un daño que se infringe a
un individuo como consecuencia de estimaciones relativas a su conocimiento o capacidades.
Una injusticia epistémica se comete cuando se asigna a un individuo un nivel de conocimiento
o capacidad para hacer algo inferior al que de hecho tiene. Es una “injusticia” porque hay una
estimación un tanto arbitraria de una característica o atributo del individuo, lo cual menoscaba
la percepción que de él se tiene. Es “epistémica” porque lo que está en juego es el conocimiento
que permitiría a la víctima llevar a cabo determinadas acciones.
Puesto que la información que se proporciona y cómo se proporciona, los problemas de
conocimiento y los fallos involuntarios en el ajuste mutuo causan numerosos malentendidos,
éstos pueden tener otra consecuencia: la perpetración de injusticias epistémicas. Éstas pueden
ser fortuitas si sólo conllevan valoraciones y juicios negativos puntuales, o sistemáticas cuando
esos juicios son recurrentes y persistentes (Fricker, 2006). Las injusticias en cuestión serían las
siguientes:
a) Injusticia testimonial (testimonial injustice), si se piensa que alguien no es un buen
informante. Tal y como se define esta injusticia en Epistemología Social, se comete cuando
se estima que un informante no es fidedigno porque miente o no tiene acceso a fuentes de
información fiables (Fricker, 2003, 2007). Sin embargo, se puede cometer cuando se piensa
de alguien que dispensa información incompleta e irrelevante y/o la dispensa de manera
ambigua, (demasiado) prolija y desordenada (Padilla Cruz, 2018b).
b) Injusticia sobre la competencia conceptual (conceptual competence injustice), cuando se
concluye que un interlocutor carece de los conceptos propios de algún dominio de la
experiencia humana porque desconoce las palabras que convencionalmente los codifican o
no las emplea correctamente (Anderson, 2017; Padilla Cruz, 2017b, 2017c).
c) Injusticia sobre la competencia pragmática (pragmatic competence injustice), si se deduce
que un interlocutor no selecciona los medios que le permitan hacer manifiesta su intención
informativa de la manera más eficaz y conseguir los efectos y fines que persigue, o no se
comporta como un buen destinatario por los fallos interpretativos que comete (Padilla Cruz,
2018a).
Si valiosas y esclarecedoras han sido las aportaciones sobre los malentendidos realizadas desde
la Pragmática y el Análisis Conversacional, disciplinas como la Psicología o la propia
Epistemología Social también ayudan considerablemente a comprender en mayor profundidad
sus causas, factores determinantes y posibles consecuencias. Una interacción con estas y otras
disciplinas, como la Neurociencia o la Filosofía de la Mente, puede seguir siendo,
indudablemente, muy provechosa para comprender los condicionantes personales y externos
de los que depende que se produzcan fallos comunicativos o se reaccione a partir de ellos de
una u otra manera.
Desafíos interesantes para un futuro próximo podrían ser, de manera parecida a lo que ya se ha
hecho sobre la vigilancia epistémica contra la falsedad y la falta de honestidad de los
informantes (Mascaro y Sperber, 2009), investigar a qué edad(es) se comienza a ejercer
vigilancia epistémica y hermenéutica contra posibles problemas comunicativos motivados por
el comportamiento verbal de nuestros interlocutores o las propias interpretaciones, así como en
qué situaciones y/o medios de comunicación o con qué interlocutores su alerta contra la
posibilidad de malentendidos puede ser más eficaz. Interesante podría ser también determinar
cuándo se comienza a dar signos de cambio de una actitud de credibilidad indiscriminada con
respecto a las propias interpretaciones, asociada al uso por defecto del optimismo inocente, a
otra más escéptica, asociada al optimismo cauto (Padilla Cruz, 2014), así como también en qué
contextos y con qué interlocutores se es más proclive a tal cambio de estrategia de
procesamiento. De manera parecida, convendría dilucidar si el sesgo de confirmación es más
fuerte en individuos con determinadas características personales o en contextos comunicativos
o medios de comunicación concretos. Todas estas cuestiones abren nuevas líneas de
investigación cuyos resultados, a buen seguro, ayudarán a comprender mejor un fenómeno tan
apasionante y complejo como el malentendido.
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