H.P. LOVECRAFT
VIDA Y OBR A ILUSTR ADAS
Agustín Conde De Boeck
Hernán Conde De Boeck
Indice de contenido
15
En las entrañas del sepulcro:
“La declaración de Randolph Carter” (1919)
70
Un hijo de la vieja Nueva Inglaterra
17
Randolph Carter (personaje)
73
La locura familiar
18
Oscuras tradiciones: “El anciano terrible” (1920)
74
El niño vestido de niña
19
La geografía lovecraftiana
78
La morbosidad obsesiva de un joven escritor
20
Voluntad ultraterrena: “El árbol” (1920)
79
El espíritu de aventura
21
Su primera biblioteca
22
El poder antiguo de los animales sagrados:
“Los gatos de Ulthar” (1920)
83
Edgar Allan Poe, el descenso a la locura, el clima de
pesadilla y la malignidad convincente
La primera ciudad sin nombre: “El santuario” (1920)
84
23
Breve guía de las fobias lovecraftianas
24
Astronomía
29
Obsesionado con el siglo XVIII
29
El primer monstruo: “La bestia de la gruta” (1905)
30
La maldición de los antepasados:
“El alquimista” (1908)
31
Un poeta anacrónico y un observador de las estrellas
34
Poseído por un ancestro: “La tumba” (1917)
36
Horrendos seres de las profundidades del mar:
“Dagón” (1917)
38
El sueño del guerrero frustrado: “Polaris” (1918)
42
Un vikingo sedentario sediento de sangre
44
Un extenso epistolario
47
Una vasta progenie
14
Lovecraft: ¿terror para intelectuales?
La evolución de las especies como pesadilla de la raza:
“Hechos concernientes al difunto Arthur Jermyn
88
y su familia” (1920)
La utopía onírica y el paraíso recobrado:
“Celephaïs” (1920)
92
Sus grandes maestros
94
Acechados por el caos: “Del más allá” (1920)
96
Imágenes del caos final: “Nyarlathotep” (1920)
98
Nyarlathotep , el mensajero de los dioses exteriores
100
El opio y una pesadilla del fin del mundo:
“El caos reptante” (1920)
103
La locura degenerada de los ancestros:
“El grabado en la casa” (1920)
105
Las culpas del puritanismo
108
La religión personal de un ateo
109
Un puritano sin Dios, pero con dioses
110
Un ejercicio de escapismo: “Ex oblivione” (1921)
112
112
Los pavorosos cantos de los antiguos dioses:
“El prado verde” (1918-19)
48
1919: angustia y estímulo
50
La ominosa vastedad del cosmos interior:
“Más allá del muro del sueño” (1919)
51
Momias prehumanas en santuarios subterráneos:
“La ciudad sin nombre” (1921)
El insignificante ser humano frente a la indiferencia
cósmica: “Memoria” (1919)
Abdul Alhazred y el temido Necronomicón
116
55
Una mitología que comienza: Los Mitos de Cthulhu
119
56
El idealista más melancólico de las Tierras
del Sueño: “La búsqueda de Iranon” (1921)
122
Antiguas ceremonias paganas:
“El pantano de la luna” (1921)
125
La salvaje memoria hereditaria:
“La transición de Juan Romero” (1919)
El exotismo onírico: Lord Dunsany
58
El Ciclo Onírico
60
El castigo de los dioses: “El navío blanco” (1919)
63
La amargura del solitario: “El extraño” (1921)
128
La oscura venganza de la vieja Norteamérica:
“La calle” (1919)
La decadencia de Occidente
132
66
Los pecados de los antepasados:
“La maldición que cayó sobre Sarnath” (1919)
Un recambio en el panteón mitológico:
“Los otros dioses” (1921)
133
67
Cerrando la etapa dunsaniana
136
¡Por todos los dioses!: Jerarquías y orden
138
del panteón lovecraftiano
Ciencia nigromántica:
147
“Herbert West: Reanimador” (1921-1922)
Abominables melodías cósmicas:
148
“La música de Erich Zann” (1921)
152
La otra gran mitología: Clark Ashton Smith
Soñadores ambiciosos: “Hipnos” (1922)
155
Tres ejercicios veraniegos: “Lo que trae la luna”,
“El horror en la playa Martin” y “Azathoth” (1922)
157
158
Los necrófilos castigados: “El sabueso” (1922)
Degradación de una estirpe:
161
“El miedo que acecha” (1922)
El terror como reflexión sobre el mal: Arthur Machen 164
Bajo la casa familiar se ocultan horrendos pecados:
166
“Las ratas en las paredes” (1923)
Una discusión sobre el horror: “Lo innombrable” (1923) 170
171
El Gusano que Camina: “El ceremonial” (1923)
Algo enterrado en el sótano: “La casa evitada” (1924) 175
La blasfema naturaleza primordial: Algernon Blackwood 177
Revelaciones infernales en la repugnante babel
178
neoyorquina: “El horror de Red Hook” (1925)
181
Nueva York como laberinto muerto: “Él” (1925)
Venganza desde el ataúd: “En la cripta” (1925)
182
183
Inquietante longevidad: “Aire frío” (1926)
Visiones de un futuro ominoso:
185
“La llamada de Cthulhu” (1926)
189
El Gran Cthulhu (personaje)
191
August Derleth: heredero, editor, hagiógrafo
La cuestión del valor
194
Epicúreo de lo terrible: “El modelo de Pickman” (1926) 195
Visitantes del exterior: “La extraña casa en la niebla” (1926) 197
La summa del Ciclo Onírico:
La búsqueda onírica de la ignota Kadath (1926-27) 199
En busca del tiempo perdido: “La llave de plata” (1926) 208
Un viejo pariente vuelve a casa:
210
El caso de Charles Dexter Ward (1927)
Aquellos extraños días:
213
“El color que cayó del cielo” (1927)
La biblioteca de Lovecraft:
El horror sobrenatural en la literatura (1925-27)
214
Vástagos blasfemos de un dios obtuso:
“El horror de Dunwich” (1928)
217
Una perversa raza perdida: “El montículo” (1929-30) 222
Dimensiones cerradas, salvo para llaves ocultas:
Hongos de Yuggoth (1929-30)
223
Rituales oscuros y conspiraciones alienígenas:
El que susurra en la oscuridad (1930)
225
El culto a la barbarie nórdica: Robert E. Howard
228
Apogeo, decadencia y caída de una civilización
prehumana: En las montañas de la locura (1931)
229
Los Antiguos de la Antártida
232
Creador de razas perdidas: Abraham Merritt
234
Lo siniestro, lo numinoso, lo sublime:
Lovecraft como teórico del miedo
236
¿Dioses, demonios, monstruos o extraterrestres?
238
Hibridaciones aberrantes:
La sombra sobre Innsmouth (1931)
241
Una maligna geometría interdimensional:
“Los sueños en la casa de la bruja” (1932)
245
Un matrimonio de consecuencias nefastas:
“La cosa en el umbral” (1933)
248
El otro horror cósmico: William Hope Hodgson
250
Secuestradores mentales más allá de los eones:
La sombra fuera del tiempo (1934-35)
250
La invocación final:
“El morador de las tinieblas” (1935)
254
Un contador de historias
257
Obras de H.P. Lovecraft
260
Ensayos más relevantes y miscelánea
268
Bibliografía seleccionada
270
Los autores
271
Nota introductoria
A
demás de la interpretación gráfica que presentamos aquí, la exposición que hacemos de la obra de H.P. Lovecraft ofrece el criterio de una lectura cronológica de
la producción del autor, que consideramos mucho más fructífero y fiel al sentido original
de su cosmovisión que la tradición antológica que ha predominado en el mercado editorial hispano. Lejos del afán totalizador de biografías tan pormenorizadas como las de L.
Sprague de Camp o S.T. Joshi, proponemos aquí una visión sintética que no parte desde
los Mitos de Cthulhu, como es usual en algunas obras de difusión, sino desde la obra
completa de Lovecraft. Acentuamos, por ejemplo, el valor de sus relatos oníricos, por
lo general un tanto soslayados en biografías y estudios, o menospreciados como mera
antesala a los Mitos. Por esa razón, este libro, elaborado como una guía cronológica, pretende ser una introducción para aquellos lectores que se inician en la obra del Solitario
de Providence, así como quizás también para los ya aficionados que deseen revisitarla de
manera más sistemática.
No nos detendremos en la trayectoria editorial de Lovecraft dado que ya existen
mejores y más detalladas fuentes al respecto. En ocasiones la crítica ha caído en cierto
fetichismo por las revistas pulp de la época, cuya estética la obra de Lovecraft trasciende ampliamente, aun cuando gran parte de sus ficciones abrevan en el diálogo con los
clichés y procedimientos difundidos en esas publicaciones de género. Asimismo, con el
afán de concentrarnos en la evolución interna de la obra del autor, omitimos los desarrollos posteriores que tuvo su mitología tanto entre los escritores del Círculo y de los
posteriores seguidores como en el seno de la cultura de masas.
La tradición gráfica que parte desde los primeros ilustradores que intentaron traducir visualmente el universo lovecraftiano, en el marco de revistas como Weird Tales o
Astounding Stories, ha cargado con una tarea digna de Sísifo: visibilizar lo indescriptible.
No pocos de estos dibujantes tomaron como modelo a los artistas favoritos del propio Lovecraft, quien cantaba a los cuatro vientos su admiración por las pesadillas de
Henry Fuseli, por el tenebrismo grotesco y brujeril de Francisco de Goya, por Gustave
Doré y sus infiernos bizantinos, por Nikolái Roerich, cuyos paisajes sublimes le inspiraron sus “montañas de la locura”, por el dunsaniano Sidney Sime y por el precoz Anthony
Angarola, a quien elogia en “La llamada de Cthulhu” y en “El modelo de Pickman”.
Como desafío artístico, la estética lovecraftiana ha cristalizado, grosso modo, en tres
vertientes gráficas fundamentales: la de línea clara (caracterizada por la luz plena y la
representación figurativa), la expresionista (cuya cualidad de base es el claroscuro y variables niveles de abstracción y distorsión) y la psicodélica (cuya estrategia para mostrar lo
imposible se sustenta en un efecto alucinógeno por medio del uso del color y los relieves).
11
En la primera tradición, la de línea clara, pueden encontrarse desde trazos clásicamente góticos, como los de Barry Smith, hasta las versiones abyectas y casi palpables
de Tim White. En la orientación típica de la línea clara franco-belga, Moebius realizó
sus versiones ciclópeas. Rowena Morrill ilustró versiones fantásticas y asentadas en lo
anatómico que parecerían ir parejas a la estética de la espada y brujería howardeana.
También son célebres en este plano las versiones de Tom Sullivan para las ediciones
de los juegos de rol de Chaosium, fraguadas para iluminar las formas grotescas que
la prosa lovecraftiana sobrecarga hasta la saturación o vela hasta la ausencia. Pueden
incluirse también los despejados diseños de Jacen Burrows para los cómics Neonomicón
y Providence de Alan Moore, cuyas blasfemias aparecen plenamente iluminadas, sin
sombras que las encubran.
A su vez, la vertiente expresionista parte de uno de los miembros fundamentales del
Círculo de Lovecraft, Clark Ashton Smith, quien ilustrara algunos relatos de su amigo
con un estilo que por momentos recuerda a los bocetos pesadillescos de Alfred Kubin.
Otro precursor, aunque de concepción más representacional, fue el clásico ilustrador
pulpster Virgil Finlay, con sus figuras contorsionadas que evocan los infiernos de El
Bosco. Dentro de esta tradición expresionista, propia del pulp, entran Gene Day, con sus
escenarios umbríos, Lee Brown Coye, con sus obtusas anatomías derretidas rayanas en
la caricatura, o el mucho más extraño Frank Utpatel, quien ilustrara la primera edición
de La sombra sobre Innsmouth con imágenes de tejados y chapiteles torcidos que bien
podrían ser parte de El gabinete del doctor Caligari. Esta línea nocturna y estilizada sería
adaptada por la estética gótica de Bernie Wrightson, cuyo lápiz obsesivo y su capacidad
culterana para la atmósfera sobrenatural parecen la culminación del estilo Creepy. En
una línea similar propusieron sus versiones de los Mitos de Cthulhu ilustradores como
Tom Sutton, quien en sus mejores trabajos alcanza lúgubres alturas de distorsión onírica. En esta misma hibridez, entre la bidimensionalidad historietística y el espesor sombrío, están Mike Mignola, con su minimalismo anguloso, y Horacio Lalia, cuyo lóbrego
trazo de corte decimonónico es capaz de torcerse hasta el espejismo hipnótico al representar deidades primigenias y razas alienígenas. En el extremo de esta veta distorsiva
y oscura estarían las versiones más abstractas y simbólicas de Alberto Breccia y Dino
Battaglia, quizás insuperables, y no lejos están las ilustraciones abyectas de Brocal para
la excelente serie El otro Necronomicón, escrita por Antonio Segura. En esta línea expresionista, emparentada con los collages de Dave McKean, están las versiones kafkianas de
Blanka Dvorak. Saturado de espirales y formas bulbosas, la estética del mangaka Junji
Ito también ha abrevado declaradamente en las blasfemias de Lovecraft.
Ya más cerca de la tradición psicodélica, Richard Corben elaboró versiones alucinógenas y fisonomías desencajadas para graficar el mundo de horrores innombrables de
12
los Mitos de Cthulhu. Jaxon, con su maravillosa adaptación de “El sabueso”, comparte no
poco con la estética de Corben. Siguen esta mixtura dibujantes como Allen Koszwoski
Incluso, más allá de toda una tradición ligada a la weird fiction o al cómic, la obra
de Lovecraft ha llegado a asociarse también con estéticas surrealistas de artistas como
Max Ernst o de neosurrealistas cuyo cuño lovecraftiano es más o menos implícito, como
H.R. Giger (cuyos lúbricos diseños amorfos y monumentales dieron lugar a la estética
de la película Alien) o Zdzisław Beksiński (cuyas “fotografías de sueños” remiten directamente a los escenarios baldíos e inhumanos de la mitología en cuestión). En esta
línea más o menos psicodélica, pueden enmarcarse artistas como John Coulthart, cuyas
composiciones saturadas crean verdaderos laberintos de monstruosidad, los diseños más
arcaístas de Dave Carson, los templos brumosos de Stephen Hickman, cercano a Max
Ernst o a Beksiński, o las anatomías entomológicas que propone François Launet.
En Argentina, además de Breccia y Lalia (maestro y discípulo, gigantes ambos),
Enrique Alcatena ha abrazado una infernal psicodelia fluorescente en su Bestiario de
H.P. Lovecraft para explorar las densidades numinosas de lo irrepresentable, pero también, en su vasta producción historietística, ha ejercido un preciosismo gótico y un onirismo imaginativo donde, además de resonar la estética lovecraftiana, se perciben matices de la línea clara superheroica de plumas nada inocentes como Carmine Infantino
o John Buscema, así como la herencia de gigantes de la ilustración del siglo XIX, como
Kay Nielsen, Edmond Dulac o Arthur Rackham. Su estilo abarca desde la elegancia
minimalista de Hokusai hasta el trazo nervioso y grotesco de Mervyn Peake. Por su
parte, más recientemente, Santiago Caruso, entre el simbolismo decadentista y el barroco rembrandtesco, propuso una visión incomparable de “El horror de Dunwich”,
y Salvador Sanz llevó lo lovecraftiano hacia una imaginería de sombras sugestivas y
abyecto detallismo anatómico.
No debe olvidarse que Lovecraft mismo pondría la primera piedra con algunos diletantes bocetos, entre los cuales se cuenta la primera imagen de Cthulhu, la cual ha sido
redibujada cientos de veces por diversos artistas en muy distintos estilos.
Las ilustraciones de este volumen han procurado expresar nuestra admiración por
toda esa exigente y apabullante tradición. Quien las realizó, no poco abrumado, propuso
tanto versiones personales como guiños y homenajes a diseños ya canónicos de la expuesta nómina de artistas.
Vaya nuestro sincero agradecimiento a todos ellos y a los cientos que no hemos
llegado a mencionar.
Hernán Conde De Boeck
Agustín Conde De Boeck
13
Una vasta progenie
R
esulta por demás curioso el hecho de que,
pese a ser un género literario enormemente
prolífico y saturado de aficionados, el terror cuente con un puñado de genios insuperables que, sin
importar los talentos que florezcan o los hallazgos
que se localicen, parecen mantener el monopolio
indiscutido en lo que respecta a las grandes reglas
y convenciones para producir, mediante ficciones,
el efecto de lo siniestro. Nombrar a estos grandes
maestros del horror que componen este núcleo
duro puede estar sujeto a polémicas, pero dos nombres se mantienen siempre como denominadores
comunes: Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft. Uno
vivió en el siglo XIX, aunque su mente anticipó en
más de un sentido el siglo XX; el otro vivió en el
siglo XX, pero habría querido vivir en el siglo anterior, o incluso más atrás, en la era de las pelucas.
Con sus Mitos de Cthulhu, Howard Phillips
Lovecraft es el padre de una de las orientaciones genéricas más fructíferas dentro de
la cultura de masas: un cruce entre el tradicional terror gótico anglosajón y algunos elementos de aquello que
hoy se conoce como ciencia
ficción. En ocasiones, esta
variante de la literatura
fantástica se nombra como
weird fiction o ficción extraña, tal como la bautizara
Lovecraft y que evoca una
de las más célebres revistas
pulp de los años veinte y
treinta en la que el género experimentó su apogeo: Weird Tales. Lovecraft
confirió una dignidad casi
filosófica al folletín macabro y expresó por
medio de sus fantasías
oscuras una cosmovi-
sión pesimista a la que denominó “horror cósmico”:
un universo apático al hombre en cuyos abismos rigen deidades lunáticas. Se colocó a sí mismo como
eje de una tradición fantástica que no sólo definió
el género hacia el futuro, sino que también releyó la
literatura del pasado y le dio un sentido unificado.
Allí donde la literatura sobrenatural flotaba en una
bruma de injustos prejuicios críticos y acusaciones
de banalidad y sensacionalismo, Lovecraft encontró que se ocultaba una exploración imaginaria de
dimensiones antropológicas: la literatura de horror
como investigación acerca del miedo más primitivo
del hombre, el miedo a lo desconocido.
En la actualidad, no sólo la literatura fantástica
y de terror mira hacia Lovecraft como autor ineludible, sino que también ha obtenido, como Poe, un
puesto en aquello que se denomina “literatura universal”, al lado de otros grandes autores norteamericanos como Hawthorne, Melville o Faulkner.
Imposible de obviar, incluso entre aquellos
que desprecian o descreen de su valor, el peso
de Lovecraft en el horror literario ha quedado
como un sello del cual resulta casi imposible
desmarcarse. Tanto en la literatura como en el cine, el cómic,
los juegos de rol o los videojuegos, su influencia es
incuestionable: sea en
desarrollos profundos
o en meras caricaturizaciones, en homenajes
o en parodias, allí donde
se vean abominables entidades tentaculares invocadas por medio de antiguos
y blasfemos libros, posesiones a través del tiempo y el
espacio, malsanas familias
rurales de rostros extraños y
vástagos diabólicos, ciu-
dades baldías sobre las que ha caído una primigenia
maldición o pasmosos descubrimientos interestelares que niegan la universalidad moral del hombre,
allí está la huella de Lovecraft.
Pero fuera de los meros estereotipos, su bestiario de dioses, razas alienígenas y entidades primigenias bien puede leerse como uno de los tantos ante-
cedentes de las rigurosas realidades de cierta ciencia
ficción contemporánea, donde siempre descuella el
afán por las listas, genealogías y taxonomías, o bien
como una continuidad de las visiones místicas y
confusas de William Blake, del afán de ese poeta
del siglo XVIII por construir su propia mitología
de dioses y arquetipos, su propia y delirante Biblia.
Lovecraft: ¿terror para intelectuales?
C
omo bien sabemos, el género de terror, en
cualquiera de sus manifestaciones ficcionales (sea dentro del cine, la literatura o el cómic), así
como en sus diversas etapas históricas, es susceptible de dividirse en una abrumadora cantidad de
subgéneros, dependiendo de la temática, la estética,
la ambientación o el tipo de elemento que funcione
como disparador del miedo. En el cine esta división ha llegado a ser mucho más amplia que en la
literatura, principalmente debido a la atomización
implicada en la sectorización de gustos de la cultura
de masas, que requiere, para aumentar la demanda,
un ramificación de la oferta: desde el cine slasher
(protagonizado por asesinos seriales sobrenaturales,
como en las extendidas franquicias de Viernes 13 o
Halloween) al paranormal (con posesiones satánicas, casas embrujadas y fantasmas), pasando por el
terror psicológico, el terror gótico, el cine de monstruos o de zombies, el terror espacial o el llano gore.
Es evidente que, en este panorama, donde buena parte del género ha crecido especialmente al calor
del pulp y, luego, bajo la lógica actual del best-seller,
las sutilezas del horror lovecraftiano, sostenidas por
una cosmovisión pesimista cuya finalidad última es
estimular el espanto de un vértigo metafísico en el
lector, pueden parecer una opción extremadamente
intelectual, más aun teniendo en cuenta el anacronismo y las veleidades de refinamiento y extravagancia estilística que caracterizaron a su creador.
Actualmente, no es extraño encontrar esta opinión
en muchos jóvenes aficionados al género: un cierto
escepticismo hacia los “excesos” o giros “pretenciosos” y “anticuados”, así como una aceptación de lo
lovecraftiano más en sus influencias y desarrollos en
la cultura de masas posterior que en la propia obra
de Lovecraft.
Ahora bien, si la escala de intensidad psicológica en el terror pudiera medirse tal como la calidad y complejidad en el arte pictórico, deberíamos
aceptar que un fermento cinematográfico como Sé
lo que hicisteis el último verano (1997) es a “El horror
de Dunwich” de Lovecraft lo que unos garabatos
infantiles a La creación de Adán de Miguel Ángel.
Y es que el horror cósmico de Lovecraft es el
terror intelectual por antonomasia, es cierto… pero
ésta es una verdad a medias. Que se trate de un terror intelectual no significa que esté destinado sólo
a aquellos lectores que tengan una amplia formación literaria y artística (aun cuando los protagonistas de las ficciones lovecraftianas suelen ser eruditos: anticuarios, académicos, científicos). De hecho,
recordemos que los cuentos de Lovecraft aparecieron inicialmente en revistas pulp, concebidas para el
consumo masivo, y que entre sus lectores más fieles
abundaban los jóvenes y adolescentes. Y es que en
realidad la propiedad de “intelectual” del horror de
Lovecraft es todo menos restrictiva, pues apunta a
aquello que comparten todos los seres humanos: la
15
posesión de un intelecto, pues es allí donde ataca.
Sus miedos apuntan, no al instinto animal de supervivencia, sino a la capacidad básica que todos
tenemos para razonar y comprender la realidad.
En todo caso, no se trata de un terror destinado a
entretener al lector, disfrazando una mera aventura
heroica con la apariencia superficial de una historia macabra. El terror no es causado por un peligro,
sino por la interpretación de ese peligro. Lovecraft
escribió para aterrorizar y cuestionar nuestras seguridades más esenciales, aquellas que nos hacen sentir que tenemos un destino, que somos la especie
elegida, la más inteligente, y que tenemos una razón
de ser en el orden del universo. Y es que, justamente,
el universo, tal como lo presenta Lovecraft, es frío,
inimaginablemente antiguo y vasto, completamente ajeno a las reglas morales del hombre. Un universo dominado por seres infinitamente superiores a
nosotros, entidades estúpidas y destructivas que nos
acechan desde las tinieblas exteriores y que estaban
aquí eones antes de que el homo sapiens se irguiera
desde la noche evolutiva en su remota roca espacial
y estarán aquí eones después de que desaparezca el
último hombre, diezmado por sus propios instintos
de animal belicoso.
El universo lovecraftiano es la pesadilla final
de un ateo nihilista y materialista: no hay grandes
fuerzas del mal, así como tampoco hay salvadoras
potencias benignas. No hay intención ni voluntad
alguna en el cosmos dirigida hacia el bienestar
trascendente del hombre. Sólo hay grandes entes
titánicos que rigen el espacio y sus mundos con
una estolidez protozoaria, pero también con una
inigualable capacidad para sumir la realidad en el
caos. Y nuestro planeta es un lugar donde sólo encontramos miríada de especies y civilizaciones – la
humana entre ellas - que se superponen entre sí,
destruyéndose y remplazándose para construir, en
su breve paso por la vida, inútiles y gigantescos monumentos que serán luego tapados por las arenas
o las nieves del tiempo y que serán descubiertos
milenios más tarde, con espanto y vértigo, por la
siguiente especie dominante, la cual percibirá esas
ruinas como la insinuación siniestra de no pertenecer ni al primero ni al último de los pueblos que
errarán por la existencia en el indiferente universo.
En todo caso, en Lovecraft no hay estrictamente dificultades (como aquella que encontramos en
el aprendizaje de una ciencia o una técnica), sino
complejidad y profundidad. Para experimentar el
tipo de miedo que nos propone, el más genuino y
ancestral, el lector debe abandonar la prerrogativa
que le lleva a exigir entretenimiento y debe abrirse,
en cambio, a un mundo de detalles sutiles e implicaciones oscuras que, en su conjunto, son capaces
de llevarnos a los orígenes del miedo, al pozo más
rancio y profundo donde nació, en los abismos del
tiempo, el espanto hacia lo que no podemos comprender. La mitología de Lovecraft formula, en
todo caso, la cúspide del terror humano, lo máximo a lo que puede aspirar la indagación artística
en torno a esa extraña respuesta psicológica que
es el miedo a lo invisible y misterioso. Y, si bien
encontramos este horror encarnado en una serie
de ficciones literarias, en su interior funciona un
instrumento calibrado para perturbarnos hasta lo
más recóndito de nuestros instintos y hasta lo más
elevado de nuestra inteligencia… todo lo cual hace
que el lector de Lovecraft siempre llegue a la conclusión de que, al fin y al cabo, estas historias no son
meras ficciones… sino que algo más reluce con un
brillo maligno bajo las negras aguas de sus mitos.
El horror lovecraftiano sabe esencialmente distinto, principalmente porque no se concentra en el
elemento clásico del género, que es el miedo por
la integridad física sometida al dominio de alguna
fuerza desconocida: por el contrario, a Lovecraft
le interesan fundamentalmente las consecuencias
psicológicas y cósmicas implicadas en el hecho de
que ciertos fenómenos sobrenaturales sean posibles.
¿Qué universo admite la existencia de cosas que a la
razón resultan aberrantes e incluso viles? Si ciertas
cosas fueran posibles, ¿nuestro mundo no estaría
entonces sumergido en una suerte de pesadilla?
16