imagonautas
Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales
Núm. 10 (2017). Creatividad
Coordinado por Celso Sánchez Capdequi
ISSN: 0719-0166
http://imagonautas.webs.uvigo.gal/
EQUIPO EDITORIAL
Director
Dr. Juan-Luis Pintos, Universidade de Santiago de Compostela, Galicia, España
Editor responsable
Dr. David Casado Neira, Universidade de Vigo. Galicia, España
Comité editorial
Dra. Laura Susana Zamudio Vega, Universidad Autónoma de Baja California, México
Dr. Juan R. Coca, Universidad de Valladolid, España
Dr. Milton Aragón, Universidad Autónoma de Coahuila, México
Comité científico
Dr. Michel Maffesoli, Université René Descartes, Paris V, Francia
Dr. Manuel Antonio Baeza, Universidad de Concepción, Chile
Dra. Martine Xiberras, Université Paul-Valéry, Montpellier 3, Francia
Dr. Alain Basail Rodríguez, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA),
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH), México
Dr. Alicia Lindon, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, México
Dra. Lidia Graciela Girola Molina, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco, México
Dr. Stephen Wiley, North Carolina State University, Estados Unidos
Dr. Manuel Torres Cubeiro, IES Campo San Alberto/Universidade de Santiago de Compostela, Galicia, España
Dr. Angel Enrique Carretero Pasin, IES Rosalía de Castro/Universidade de Santiago de Compostela, Galicia, España
Dr. Emmánuel Lizcano Fernández, Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), España
Dr. Felipe Andrés Aliaga Sáez, Universidad Santo Tomás, Colombia
Dra. Fátima Braña Rey, Universidade de Vigo, Galicia, España
Dr. Óscar Basulto Gallegos
Patrocinadores
GCEIS [Grupo Compostela de Estudios Sobre Imaginarios Sociales]
Departamento de Sociología de la Universidade Santiago de Compostela, Galicia, España
Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Concepción, Chile
Edita
Departamento de Sociología, Ciencia Política y de la Administración y Filosofía
Universidade de Vigo, Galicia, España
imagonautas
ISSN: 0719-0166
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imagonautas 10 (2017)
Índice
Creatividad:
Los escenarios de la creatividad desde el paradigma de la socialidad
Ángel Enrique Carretero Pasin .....................................................................................1-28
Creatividad corporal. Perspectivismo y movimiento crip
José Ángel Bergua Amores, Laura Moya.....................................................................29-50
El ethos creativo. Paradojas del modo de vida creativo
Celso Sánchez Capdequi ...........................................................................................51-64
Religiones universales y creatividad
Javier Gil-Gimeno .....................................................................................................65-86
La dimensión identitaria y creativa de lo experiencial
Iñaki Martínez de Albéniz Ezpeleta .........................................................................87-107
Miscelánea:
Hermeneútica analógica y neopragmatismo. Abdución, phronēsis e imaginarios entre
Beuchot y Rorty
Aldo Juan Enrici ....................................................................................................108-123
En los confines de la génesis artística exílica y diaspórica hispanocaribeña. La rumba
neoyorkina de Central Park: Su origen migratorio y el proceso de desterritorialización
pancaribeña y territorialización estadounidense
Endika Basáñez Barrio ...........................................................................................124-144
Recensión:
Creatividad. Números e imaginarios, de José Ángel Bergua (dir.), Enrique Carretero, Juan
Miguel Báez y David Pac
Javier Diz Casal .....................................................................................................145-146
Las palabras llegaron con la cerámica, de M. Eugenia Alonso Santos
Endika Basáñez Barro ............................................................................................147-149
Chueca, de J. Nicolás Fernando y Rocío Córdoba Pérez
Endika Basáñez Barro ............................................................................................150-155
Imagen de la portada: Aboriginal rock art on the Barnett River, Mount Elizabeth Station (s.f.).
Fotografía: Graeme Churchard
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/
File:Aboriginal_rock_art_on_the_Barnett_River,_Mount_Elizabeth_Station.jpg
imagonautas (2017) 10: 1-28
Los escenarios de la creatividad desde el paradigma de la socialidad
Scenarios of creativity from the paradigm of sociality
Ángel Enrique Carretero Pasin
IES Rosalía de Castro-Universidade de Santiago de Compostela
angelenrique.carretero@usc.es
Resumen
El objetivo central de este trabajo consiste en mostrar las aportaciones teóricas más relevantes que, desde
el pensamiento sociológico actual, pretenden ofrecer unas claves interpretativas del advenimiento de una
emergente socialidad microgrupal extendida por los distintos escenarios de la cotidianeidad, así como de
los rasgos característicos de ella. Para ello, en primer lugar, ocupamos nuestro análisis en las formulaciones
de la sociología clásica (É. Durkheim, G. Simmel, J. G. Tarde) que han sido pioneras en revelar que toda
configuración comunitaria es indisociable de las relaciones de socialidad forjadas entre los miembros de
un determinado grupo. A continuación, abordamos un análisis de dos propuestas teóricas actualmente
vigentes: las de M. Maffesoli y P. Sloterdijk. En ambas, como denominador común, se subraya el decisivo
papel ocupado por unas nuevas fórmulas de socialidad en la cultura más próxima. Finalmente, nos
introducimos en la repercusión sociológica de la obra de los hermanos Castro Nogueira, quienes buscarán
dar una justificación, desde un fundamento bio-psico-antropológico, a la irrupción de la mencionada
socialidad. Concluimos sosteniendo que, a partir del examen anterior, se desprendería que la naturaleza y
el despliegue de dicha socialidad, desmarcándose de lecturas de carácter funcionalista o utilitarista,
estarían íntimamente vinculadas, en sus distintas variantes culturales, a la creatividad; revelándosenos una
ligazón de fondo existente entre dicha creatividad y la eclosión de una polimórfica socialidad.
Palabras clave: comunidad; modernidad; creatividad; socialidad; naturalismo.
Abstract
The main objective of this work is to show the most relevant theoretical contributions from the current
sociological thought, intended to offer a key interpretations of the emergence of an emerging microgrupal
sociality extended by different scenarios of daily life, as well as the characteristic features of it. To do this,
first, we set our analysis in the formulations of classical sociology (É. Durkheim, G. Simmel, J. G. Tarde)
that have been pioneers in community settings reveal that all is inseparable from the relations of sociality
forged between members of a particular group. Then we boarded a theoretical analysis of two proposals
currently in force, those of M. Maffesoli and P. Sloterdijk. In both, the common denominator, the decisive
role occupied by new forms of sociality in culture emphasizes closer. Finally, we get into the sociological
impact of the work of the brothers Castro Nogueira, who seek to provide justification, from a bio-psychoanthropological basis, the emergence of that sociality. We conclude by stating that, from the above
discussion, it would appear that the nature and the deployment of such sociality, distancing functionalist
readings or utilitarian nature, would be closely linked, in its different cultural variants, creativity; showing a
bond fund existing between that creativity and the emergence of a polymorphic sociality.
Key Words: community; modernism; creativity; sociality; naturalism.
Recepción: 27.10.2017
Aceptación definitiva: 28.12.2017
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
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Por lo demás, no se hace un mundo con simples átomos. Hace falta un clinamen. Hace falta
una inclinación del uno hacia el otro, del uno por el otro o del uno al otro. La comunidad es al
menos el clinamen del "individuo". Pero ninguna teoría, ninguna ética, ninguna política,
ninguna metafísica del individuo es capaz de encarar este clinamen, esta declinación o este
declinamiento del individuo en la comunidad.
J. L. Nancy
El despertar de una creatividad microsocietal en la modernidad avanzada
Un nuevo emplazamiento de la socialidad
El presente trabajo pretende ser una revisión analítica que inquiere en la confluencia de algunos
marcos hermenéuticos que, desde la Teoría Social más reciente, buscan resignificar un, en
apariencia, novedoso paradigma cultural. En éste, estaría exhibiéndose la efervescencia de una
fragmentaria constelación de microgrupos con un apego articulado en torno a un sentimiento o
una vivencia afín más o menos definida. Microgrupos que, aglutinados a través de una lógica de
la agregación, poblarían tanto el entramado de nuestro habitat cotidiano como el de la
denominada "sociedad virtual". Fenomenología sociológica cuyo sostén, dejémoslo aquí
avanzado, nos retrotraería a una tectónica socio-antropológica en donde tendría su
enraizamiento una perenne "socialidad originaria".
En efecto, resulta harto evidente que un auténtico revival comunitarista ha contaminado hasta el
exceso las redes telemáticas, mudándose con arreglo a un selectivo reacomodo en geografías
imaginarias de muy diversa índole, vínculos asociativos variados o simplemente afinidades con
poliédricos perfiles sociológicos. No otra razón habría originado lo que, bajo el signo de una
inicial perplejidad, se ha dado en catalogar, en fechas relativamente próximas, como primero
"Comunidades visuales" (Imbert, 2006), y más tarde como "Comunidades virtuales" (Hugon,
2011; Lévy, 2007). Lo que, de paso, va a sugerir una reevaluación de esta "virtualidad"
mediatizada por una menor carga apocalíptica que la instada desde los juicios salomónicos más
habituales (Baudrillard, 1994; Debord, 2000). Paralelamente, la eclosión de un mosaico
microgrupal vertebrado a partir de una gama modal, en un acopio bien extenso, verbigracia de
movimientos políticos, religiosos, filosóficos, musicales o deportivos, campea por doquier en
nuestra realidad social "no virtual". De la descripción de este acrisolado mosaico de
microgrupos, en una incesante composición y descomposición, siempre en estado de "potencia"
y nunca definitivamente en "acto", se destila, un neocomunitarismo de, todo hay que decirlo,
todavía difusos contornos. Síntoma revelador del auge de una fluidez relacional irreconocible
en los cánones de lo social formalizados desde la sociología clásica, e indicativo de una
heterogénea, múltiple e inestable "socialidad postsocial" que estaría abriéndose paso (García
Selgas, 2006:21-24). En la que, eso sí, se reniega o desprecia la variable "contractual", el
ligamen en base a una funcional "organicidad societaria" (Durkheim, 1987), como fuente de
anudamiento de lo colectivo. En ella, por el contrario, se concede una atención prioritaria a
una, por momentos peregrina, incitación a la "cualidad expresiva" (Gurrutxaga, 2010:82); la que
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reencuentra el terreno abonado para su porosidad, fundamentalmente, en dominios informales
de ocio o de un llamamiento a la autorrealización personal.
En nuestra singladura microsociológica primará el idilio consustancial entre la conformación de
estas descollantes microsocialidades y una creatividad que, emanada inmanentemente de un
vitalismo colectivo, estará diseminada por el tildado como "espacio público". Un "espacio
público" con una predisposición potencial para desplazarse, realojarse e incluso
metamorfosearse en un universo virtual. Un "espacio público", de igual manera,
constitutivamente atravesado por un dinamismo societal1. Tejido a partir de las trayectorias
espontáneamente delineadas a raíz de las "magmáticas", por utilizar la terminología instada por
Cornelius Castoriadis (1983: 34), interrelaciones trenzadas entre los actores sociales. Por otra
parte, trayectorias cualitativamente irreductibles, en su multiplicidad y diversidad, a una "lógica
de la identidad" sustentadora de una visión global de la sociedad con arreglo a una
homogeneidad more geométrico. Por tanto, visto el antes mencionado "espacio público" como
una réplica a una falla del "espacio público" inspirado de acuerdo a las categorías centrales del
pensamiento político alumbrado en la modernidad. Con un acento este último, en gran medida,
presidido por un normativismo refrendado en clave de una "deliberación racional" en manos de
unos supuestamente afectados interlocutores sociales (Delgado, 2007:182 y ss.).
Más concretamente, la enfatizada creatividad habría de ser despejada en comunión con una
soterrada potencialidad inscrita en una dimensión de lo social enmarcada en el registro de lo
que se ha venido conceptualizando, cuando menos desde atravesado el meridiano del siglo XX,
como el orden de "lo imaginario"2. Entendiendo "lo imaginario" como equivalente semántico de
un dinamismo "instituyente" impulsor del vitalismo interno en una sociedad. Motivo éste -el de
la estrecha ligazón que se da entre la naturaleza de estas microsocialidades y la dimensión
"instituyente" de lo social- por el cual José Ángel Bergua (2007:11) se ha visto obligado a
demarcar, con buen criterio, entre "sociabilidades elaboradas" -"instituidas"- y "sociabilidades
primarias" -"instituyentes"-. Ajustándose estas últimas con el perfil microsocietal objeto de
nuestro interés temático. Motivo, también, debido al cual el destello comunitario abrigado en
A lo largo del texto incorporamos reiteradamente del anglicismo societal, con la intención de distinguirlo
del término "social". Haciendo de suyo un empleo flexible, que no gratuito, aludimos con éste a una
espontánea dinámica intragrupal siempre en una condición procesual, propiciada a raíz de las azarosas
interacciones internas forjadas entre sus miembros y no sujeta a los dictados de unas reglas externas
sobreimpuestas sobre ellos.
1
Una noción manoseada en demasía en el espectro de las Ciencias Humanas y Sociales, pero, para lo que
es el desiderátum de este trabajo, en la que Castoriadis (1983-1989) sigue resultando el artífice de aquella
propuesta que, probablemente, acoge una mayor fuerza sociológica. Por otra parte, el repensar la
creatividad en su hibridación con "lo imaginario" inmuniza nuestra perspectiva analítica ante el
malentendido de emparentarla con el encadenado reclamo de una artificiosa autenticidad -disfrazada bajo
fórmulas retóricas tan seductoras como "innovación" u "originalidad"- vanagloriada interesadamente en el
imaginario colectivo desde un "nuevo espíritu del capitalismo", al modo en como éste ha sido
radiografiado por Luc Boltanski y Ève Chiapello (1999).
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esta microsocialidad, siguiendo las directrices de este autor, se inscribiría en "lo que resiste a la
sociedad, lo que insiste pero sin adquirir nunca consistencia" (Bergua, 2010:101).
Por eso, puede asegurarse que la creatividad microsocietal se despliega, por utilizar el lenguaje
destilado por Gilles Deleuze y Felix Guattari (1994:497-506), en un "espacio liso", "no estriado".
Un "espacio" en el que su dibujo no corresponde a un patrón político, es decir, abstracto,
mensurable y homogeneizador, de acuerdo al cual se regule la textura comunitaria –léase
pueblo, etnia, clase o afiliación político-sindical-, sino, más bien, a flujos internos y locales en
donde se originan afectos colectivos trenzando trayectorias libres, "nómadas". Es más, el brote
de dicha creatividad tendría que ser leído a colación de una exasperada demanda revulsiva
contorneada sobre unas líneas de apertura -"de fuga"- surgidas, precisamente, como reacción al
dominio del "espacio estriado". De ahí que guste reconocerse en la multiforme espontaneidad
incorporada en una "gramática de la multitud" (Virno, 2003:21-28). Y no en aquella otra que,
como es la definitoria de la categoría de "Pueblo", se hubiera jactado de perfilarse en función de
una referencia unívoca y fija: la relativa a la circunscripción del Estado.
Repensar el lazo colectivo moderno
De entrada, nos inclinamos por una reconsideración de la indicada socialidad en su maridaje
con una improvisada –y, por tanto, imprevisible- creatividad segregada en un natural discurrir
de la dinámica societal. En nuestro hilo discursivo, subyace, por ende, una intención de
desmarque de una perspectiva en la que aquella sea vista como no más que un mero
epifenómeno deudor de unas insuficiencias adosadas a unas fehacientes contradicciones socioestructurales. Sin intención de desmentir las indudables secuelas inducidas por dichas
contradicciones, lo que por el momento dejamos insinuado es que la idiosincrasia de una
emergente cultura en la que la socialidad pasaría a ocupar un plano eminente no se ve
solapada, ni agotada su riqueza, enteramente, en ellas3 . En este aspecto, un encuadre teórico
bajo la impronta de una antropología integral y profunda –el cual, como veremos, está latiendo,
en mayor o menor medida, en la totalidad de los autores que serán objeto de nuestra atenciónse rebelaría y, finalmente, sobrepasaría los cauces explicativos tabulados de acuerdo a un rígido
No siempre es compartido el signo de ecuanimidad encerrado en esta perspectiva. Con frecuencia es
orillado bajo la vitola de discursos marcados por un exceso de sesgo de corte sociologicista. Una muestra
indudablemente menos pusilánime de abordaje de esta socialidad podría verse reflejada en el diagnóstico
de Zygmunt Baumann (2006a: 1-43), quien desconfía de un vislumbre de alerta ante un retorno de lo
comunitario, materializado en lo que él denomina con el aleccionador calificativo de "comunidades
percha". No concediéndole otra funcionalidad que la de una quimérica autoprotección ante un atomizado
desanclaje que, aunado con un horizonte de incertidumbre, se extiende sobre un cuerpo social que ha
sido víctima de una generalizada "licuación". Y esto como resultado de la dinámica socio-económica
incentivada por el capitalismo en su fase de modernidad tardía. O, asimismo, el de Arjun Appadurai
(2001:187-206), cifrando en el proceso histórico designado como la globalización el verdadero leitmotiv
desencadenante de un obligado reajuste actual del escenario en el que hallaría su enclave lo comunitario.
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reduccionismo sociológico 4. Pero diríamos más: la evidente presencia de una propensión hacia
un repliegue individualista (Lasch, 1999), hacia un revelador "fin de lo social" (Baudrillard,
1978), en las sociedades de la modernidad avanzada, no estaría reñida, ni se contradeciría, con
la afirmación de la efervescencia microgrupal descrita. El diagnóstico de una declarada
conjugación cultural, armónicamente aunada sobre ambas tendencias aparentemente
contrapuestas, resulta, en modo alguno, un contrasentido. Eso sí, admitiendo que la razón de
ser de la segunda podría venir inducida o retroalimentada, a modo de contrapunto, a tenor del
efecto desencadenado por la primera. En un ansia por crear y re-crear escenarios en los que,
precisamente, pueda hallar cobijo y extensión una, de partida, insatisfecha o vulnerable
socialidad. En verdad, lo que atrae nuestra inquietud en la implosión de esta multiforme
socialidad será el cómo la creatividad, anidada en lo social, inspirará el devenir de unos
entrelazamientos microcolectivos en torno a "algo", cualquiera que este "algo" sea. En otras
palabras, se trataría de hacer inteligible cómo a menudo, por medio de la creatividad, los
indistintos y diseminados actores sociales, antes arrojados a movimientos brownianos, caóticos,
sin un supuesto punto de mira claramente delimitado, se ven simultáneamente encauzados,
fusionados y reencontrados en aquel "algo".
Por otra parte, se perseguirá, al mismo tiempo, iluminar los esbozos de una mutación acaecida
en el ámbito mismo de la socialidad. Vista ésta como uno de los rasgos diferenciadores de
mayor envergadura en el estadio cultural en el que nos hallaríamos inmersos. Ello desde y a
partir, como ya se ha señalado, del reconocimiento de una "socialidad originaria" que, desde un
trasfondo socio-antropológico, irá re-actualizándose permanentemente a lo largo del devenir
histórico-cultural, reapropiándose de figuras multifacéticas y encarnándose, finalmente, en un
heterogéneo abanico de congregaciones microsocietales.
Conviene evocar que uno de los reiterados enigmas que ha acaparado la preocupación del
saber sociológico desde su albores ha sido el arrojar luz en torno a qué es aquello que actúa
como cemento de lo colectivo y que, sin embargo, se sale de las coordenadas de un funcional
utilitarismo. Sin duda esta interrogante se hallaba en el epicentro del interés de los iniciadores
de la disciplina: Auguste Comte, Henri de Saint-Simon, Émile Durkheim o Ferdinand Tönnies,
entre otros. No obstante, esta temática habría retomado, empero, un repunte en las dos últimas
décadas a raíz de los pronósticos que, a partir de ángulos conceptuales incluso dispares, han
corroborado los derroteros de una constatable deriva hacia una irreversible declinación, o
Por no entrar a fondo en la cuestión del reconocimiento de un velado, aparentemente paradójico y
eventual potencial liberador inscrito en la socialidad. Subscribimos, indirectamente, la insinuación de
Fernando J. García Selgas, quien, debatiendo con el generalizado tono apocalíptico desprendido en los
análisis sociológicos de Manuel Castells o de Zygmunt Bauman a colación de una estrecha identificación
entre lo que él llama la "fluidez" y el papel atribuido al unísono a la globalización y a las tecnologías de la
información, nos deja entrever que las prácticas de resistencia política en el capitalismo avanzado
pudieran encontrar un fértil soporte identitario en el ámbito de una naciente socialidad sostenida sobre
una "fluidez relacional". "Tan generalizada está aquella identificación que puede ser útil terminar
cuestionándola, pues ello nos permitirá mostrar cómo precisamente allí dónde más difícil parece, la
fluidificación abre resquicios para la crítica" (García Selgas, 1996:30).
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incluso una evaporización, del ligamen socio-comunitario. Desde filiaciones intelectuales que
han llegado a rozar la controversia, los pronunciamientos sociológicos de Zygmunt Bauman
(2006b), Richard Sennet (2001), Bruno Latour (2005), Gilles Lipovetsky (2003), Michel Maffesoli
(1990), Jean Baudrillard (1978) y otros se habrían encauzado hacia una ventilación de las
transformaciones sucedidas en este ligamen.
En estas dos últimas décadas, el empecinamiento en la confirmación de aquello que, fuese lo
que fuese -incluso intuido no más que como pura in-determinación-, se sale de una órbita
utilitarista ha proporcionado un saludable antídoto frente a la miopía de formulaciones de corte
economicista implantadas en las Ciencias Sociales. Éstas habían preconizado, insistentemente,
una preconsideración de la acción social a partir de la aceptación de un "individualismo
metodológico" acomodado en una lectura gobernada por una versión prototípica del homo
economicus, bien sea en una concreción clásica (Coleman, 1990) o en una más sofisticada
(Elster, 2006)5. En el trasfondo de ellas, se arroja una sesgada óptica en donde se sobrestima un
principio de corte metódico-racionalista y cognitivo de "cálculo racional", de "maximización
instrumental", en términos de "beneficio" y de "coste", como seña identitaria en la racionalidad
de la acción social. Eso sí, desdeñando, por incómodo, que aquello que, presumiblemente,
serviría como argamasa actuante en la acción colectiva nos reconduciría a la hondura presencia
de un ligamen antropológico de trazo "transindividual" (Simondon, 1989), o, igualmente, a un
perseverante anhelo, también de calado antropológico, por estrechar una "re-liance" junto a
otros (Bolle de Bal, 1982). Con una co-existencia precedente al afán de unas individualidades
enfrascadas, a posteriori -recurriendo para ello a la elección de las estrategias hipotéticamente
más favorables-, en la autoafirmación de sus preferencias individuales6. Valga retomar aquí la
pertinente proclama sociológica lanzada por Jeffrey Alexander (2008:783), quien, con razón, ha
achacado a las lógicas de corte utilitarista –recientemente tan enfrascadas en la explicación del
anudamiento de lo social- su incapacidad para percatarse y penetrar en la fuerza vinculante de
una iconología estéticamente compartida en donde se condensarían los sentimientos colectivos.
Ahora bien, en el sondeo de unas nuevas prácticas culturales de acento microsocietal pareciera
comenzar a entreverse, precisamente, un reto a la causación economicista como llave
Baste evocar la advertencia lanzada por Karl Polanyi (1997:247-265), según la cual el examen explicativo
de la lógica de clases (como pudiera ser la lógica de cualquier grupo o mismo movimiento social) llevado
a cabo por algunos teóricos marxistas clásicos se ve arrastrado por la asunción de la hipótesis central
organizadora de la sociedad del XIX. De acuerdo a ella se le atribuirá al principio de motivación
económica un indiscutible carácter universal, arrinconándose, complementariamente, la relevancia
asignada a un afectado -por dislocado- entorno cultural determinante en la singularidad de un colectivo. A
la sazón, el sociólogo vienés nos destapa algo que, como luego se acometerá, será un leitmotiv interno en
la composición de nuestro trabajo, a saber: la revalorización del designio de la cultura en tanto en cuanto
factor procurador de bienestar y protector de la identidad societal en los grupos sociales.
5
Desde otro ángulo filosófico -el del pragmatismo actual-, esta concepción se ve asimismo refutada, al
entenderse que toda "acción social" es una "acción" inevitablemente "creativa" y "situacional". Debido a lo
cual toda definición de una "situación social", integrante decisiva del modo en cómo el individuo deberá
actuar, se da en el seno de una "imagen del mundo" subjetivamente constituida –intersubjetivamente
añadiríamos nosotros-, cuya realidad la aporta el Sujeto (Joas, 1998:4).
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explicativa del anudamiento en lo colectivo, aunque todavía sin un eco concomitante en su
recepción en el espectro de las Ciencias Humanas y Sociales. A un nivel holístico, y tomando
distancia de una dialéctica societal basada sobre un acumulo contable de ensimismados actores
sociales movidos por un telos maximizador en aras del logro de objetivos intrínsecamente
instrumentales, en la semblanza de esta socialidad sobresalida se nos estaría insinuando aquello
que, paradójicamente o no, se saldría del marco de una racionalidad de la acción colectiva
vista en términos estrictamente utilitaristas e/o instrumentales.
Un itinerario por la sociología clásica: la socialidad como origen de una creadora
dinámica societal
En el seno del campo estrictamente sociológico, se ha ahondado suficientemente en desentrañar
que la socialidad, en cuanto estructurante antropológico, viene decantada en virtud del
reconocimiento de que la constitución del Self es indisociable de la interiorización de un "Otro
generalizado" (Mead, 1999); o, como más cercanamente dirá Tzvetan Todorov (2008), de una
sed de completud que solo el vínculo con "Un Otro" permitirá saciar. A mayores, se ha incidido
en mostrar que dicha socialidad es, paralelamente, una inseparable deudora de un teatralizado
encadenamiento comunicacional y situacional de rituales cotidianos protagonizados,
indefectiblemente, junto a otros (Goffman, 1989). Más aún, se ha precisado que la "dirección
por "los otros"" es el determinante inequívoco en la conformación societaria desencadenante de
una modalidad de personalidad en el preludio de la modernidad avanzada (Riesman, 1981).
Desde un ángulo filosófico, Aristóteles (1986:41-45), en su célebre argumentación justificadora
de la existencia de una innata sociabilidad humana, ya lo había entrevisto con bastante
anterioridad. Si bien será Georg W. F. Hegel (1981:113-117) quien realmente ofrezca una
formulación más canónica. En un célebre pasaje de la Fenomenología del espíritu, relata, bajo
una expresión de parábola, la "dialéctica del amo y del esclavo"". En ella se procura hacer
visible que la génesis de la identidad es indisociable de la conquista de un deseo de
autoreconocimiento que solo "un otro" tendría potestad para otorgar.
Apuntalada esta congruencia comúnmente admitida en el caudal filosófico y sociológico, la
relevancia unificada de los autores aquí abordados, en lo que atañe a las observaciones
centrales objeto de nuestro trabajo, radicaría en su paralelismo interno a la hora de ser pioneros
en enfatizar, soslayando la singularidad de cada uno de sus planteamientos sociológicos, la
revalorización de un tipo de "dinámicas socializadoras" mediante las cuales se crea una sinapsis
grupal cimentadora de un especial hermanamiento colectivo. Por algo estas "dinámicas" habían
sido ya intencionadamente despertadas, mediante la construcción de "falansterios" o "colonias
interiores", cuando el utopismo socialista del siglo XIX pretendió encarnar históricamente su
"ideal comunitario" (Kumar, 1992:128-129). De ellas, se nos dirá, nacerá una inclinación
teleológica encaminada a la gestación de la urdimbre definitoria de un ethos grupal. Asimismo,
se destacará cómo del fruto consumado de estas "dinámicas" inmanentes a la acción social
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cuaja "un algo" socialmente nuevo, instaurándose una "forma social" 7 hasta entonces in-definida
que rebasa las a priori dadas. Como resultado, una corriente de atracción societal, encabalgada
en un aflujo innovador, logra fijarse de facto a una inédita "forma social" finalmente
consolidada. Proceso que, entregados a un espíritu bergsoniano, se asemejaría a la irrupción de
una atmósfera emocional -nos arriesgaríamos a decir que cargada de un sentimiento de
"misticismo colectivo"- impulsora de la invención creadora de un elenco de "moralidades
abiertas" (Bergson, 1996:54-68).
Por lo demás, es indudable que algunas otras referencias sociológicas distintas a las
mencionadas habrán quedado obviamente omitidas. Sin por ello verse excluidas. El motivo
fundamental de nuestra selectiva reconstrucción histórico-conceptual radica en las
implicaciones que las aportaciones teóricas sugeridas han tenido y pudieran seguir teniendo siempre con el horizonte sociológico tomado como referente subrepticio- a la hora de
interpelar, desde un "lugar común", a los "dinamismos socializadores" de carácter
principalmente, subrayémoslo aquí, microsocietal. Y, por consiguiente, con resonancias en un
terreno específicamente microsociológico.
Émile Durkheim: la comunidad creada y recreada grupalmente
Como es bien sabido, Durkheim sentencia, una vez extraídas las Conclusiones de su
monumental exploración en torno a la génesis histórico-antropológica del fenómeno religioso,
que la creencia de esta índole es la fórmula ideacional por excelencia donadora de una
identidad simbólica a una agregación de individuos. La representación religiosa, hilvanada
estrechamente con una práctica correlativa, formalizaría un ethos comunitario, amparada por
una dimensión de transcendencia que articularía, desde una eficacia inmanente, una unidad de
grupo. La encrucijada histórica en donde se verá inmerso de lleno Durkheim resultará decisiva
para desvelar la oscilación en la que se mueve repetidamente su formulación sociológica.
Primero, se trata de un horizonte cultural aún no plenamente racionalista, regido por la
obsolescencia de un nomos todavía marcado por la resonancia de los dioses antiguos -los
aupados en otra hora por el Cristianismo-. Segundo, un horizonte también expectante en torno
a la aparición de los dioses venideros fraguados desde una "potencia creadora" abrigada en el
latir mismo de la sociedad -los nuevos ideales victoreados por la modernidad como llamados a
erigirse en los reemplazos funcionales de los antiguos dioses-.
Durkheim, en esta tesitura histórico-cultural, pondrá énfasis en realzar cómo el cincelado
identitario de un grupo social es indisociable de la consistencia de un peculiar nudo de
intensidad fraternal efectuado entre los miembros componentes de una, llamémosle así,
"feligresía". Una vez aceptada, como indiscutible premisa sociológica, que no puede darse
Hacemos un reiterado uso de la expresión "forma social" que, guardando fidelidad al legado simmeliano,
será concebida como una objetivación societal fruto de una "estructura relacional" sustentada sobre una
"sociabilidad" forjada en base a unas particulares "acciones recíprocas" entretejidas entre ciertos individuos
(Simmel, 2002:78-79).
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religión como algo escindido de su simbiosis con una Iglesia. Como es harto conocido,
entendiendo Iglesia, desde las connotaciones de su retórica discursiva, como una "comunidad
moral".
De manera que, afiliándose a este postulado, nuestro autor se obstinará en refrendar la
importancia de los entrecruzamientos intragrupales prototípicos de una congregación.
Explicitados, básicamente, con motivo de la institucionalización de asambleas y reuniones. En
ellas se trata de reactivar periódicamente, por medio de un contacto sinérgico intersubjetivo, un
regenerador flujo conectivo preservador del vínculo societal, facilitando un estrechamiento de
los lazos de solidaridad interna entre los integrantes de una agregación colectiva. En esto
consistirá, según Durkheim, guardando fidelidad a su vocabulario sociológico, "lo eterno en la
religión".
No puede haber sociedad que no sienta la necesidad de conservar y reafirmar, a intervalos
regulares, los sentimientos e ideas colectivos que le proporcionan su unidad y personalidad. Pues
bien, no se puede conseguir esta reconstrucción moral más que por medio de reuniones,
asambleas, congregaciones en las que los individuos, estrechamente unidos, reafirmen en común
sus comunes sentimientos; de ahí, la existencia de ceremonias que, por su objeto, por los
resultados a que llegan, por los procedimientos que emplean, no difieren en naturaleza de las
creencias propiamente religiosas. (Durkheim, 1982:397)
Todo ello enmarcado en una concepción de lo social como una creación incesante y animada
en virtud de un sistema de fuerzas. De lo que se deducirá que de una aunada alianza de
conciencias individuales se desprenderá, necesariamente, un algo nuevo -un "ideal" inspirador
de una "representación colectiva"-, mediante el cual asoma una "forma" con anterioridad
inexistente. En otros términos, en donde se actualiza una otra realidad con un rango de
supraindividualidad. Esto se delataría, muy pronunciadamente, en eventos, prefijados
ritualmente, en los que, ocasionalmente, se destaparía una incontrolable "efervescencia
colectiva".
pues la sociedad dispone precisamente de un poder creador que no puede ser igualado por el de
ningún otro ser observable. En efecto, toda creación, a menos que sea una operación mística que
no sea controlable por la ciencia y la inteligencia, es el producto de una síntesis. Ahora bien, si ya
la síntesis de representaciones particulares que se producen en el interior de cada conciencia
individual producen, por sí mismas, novedades, ¡cuánto más eficaces no serán esas vastas síntesis
de conciencias completas que constituyen las sociedades! (Durkheim, 1982:414)
De esta guisa, en la obra tardía durkheimiana -en la que tanto nos agrada reconocernos- se
reciclan algunos de los postulados más institucionalistas y rígidamente funcionalistas de su
itinerario intelectual precedente. Su principal hallazgo es hacernos ver que la textura sobre la
que se hilvana y vigoriza un grupo obedece a la intersección de un haz de sinergias colectivas.
De las cuales resultará un sentimiento de pertenencia conjunto que no tendría razón de ser, ni
carta de naturaleza propia, sino fuese precisamente galvanizado desde ellas. El afianzamiento
de una comunidad antes in-definida, la irrupción de ésta en la puesta en escena de lo social, no
obedecería a otro motivo. Evidentemente, cuando Durkheim se cerciora de ello tiene in mente
una visión de fondo claramente macrosociológica. Su esperanza está guiada por atisbar un
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equivalente funcional que pueda servir como sucedáneo comunitario, tras el desgaste de la
matriz simbólica, de diseño genuinamente religioso, resultante de las irreversibles envestidas
secularizadoras desatadas a raíz de la modernidad. Esto no es óbice para afirmar -y de hecho
una sugerente lectura abierta al eco prospectivo encerrado en su discurso así lo estaría
apuntando- que su redescubrimiento de la intersección de un haz de sinergias colectivas, como
auténtico sostén sobre el que se agolpan los copartícipes en un evento de religiosidad, anuncia
una notable fertilidad en su aplicabilidad a un reclamo más propiamente microsociológico.
Georg Simmel: la "sociabilidad" como sustento de la creatividad societal
En lo que aquí nos proponemos abordar, Simmel se obstinará, desde un distanciado recelo ante
los perfiles asumidos por buena parte de la producción sociológica de su época, en la captura
de una desatendida gestualidad procesual y fluida del acontecer social en lo que contiene de
eventualidad. Se trataría de lo social en lo que éste se deja entrever como empapado de una
permanente inestabilidad interna y, por tanto, difícil de constreñir en categorías sociológicas
inservibles por el hecho de ser limitadoramente estáticas. Esto convierte a Simmel en un
exquisito intérprete de la compleja trama social en su condición precisamente más vituperada,
por insignificante, en nombre del unilateral reclamo de cientifismo que ya presagiaba abrazar a
la sociología del momento, a saber: en su aspecto como movimiento "instituyente".
Algo que, sin duda, podría ser percibido con mayor clarividencia si rescatamos la dialéctica, por
él sugerida, entre "más-vida" y "más-que-vida". Con ella anhelaba desvelar la genuina materia
prima a la que debiera medirse el saber sociológico. Es una alusión a la frescura de un
irreprimible flujo vital en donde lo social se trasciende a sí mismo, se auto-sobrepasa, a través
de la creatividad, dando lugar a "formas culturales" hasta entonces inéditas; realzándosenos, así,
el reconocimiento de la dimensión "instituyente" como el secreto motor de la originalidad en
una sociedad (Simmel, 2000). Una cualidad inherente a lo social que, extralimitando los
márgenes preasignados a la empresa teórica aquí encarada, dejaría abierto el asomo a la
dialéctica "instituyente"/"instituido"" actuante, en sus distintos estratos, en la vida social
(Castoriadis, 1983-1989).
Pues bien, esta ya emblemática mirada simmeliana permitiría ventilar aquello original de lo
social. Que lo es tal por el hecho de desbordar lo que es una simple aritmética contable entre
un heterogéneo cúmulo de individuos y por ser incoado como producto de un "efecto
recíproco" de las acciones mutuas, de un "estar con otros". Por otra parte, una obsesiva
preocupación temática que será meticulosamente examinada, en sus variadas manifestaciones
societales, en su obra magna Sociología (Simmel, 1999). En su particular arquitectónica
conceptual, la "Sociología pura" se atrevería a sonsacar de una multiplicidad de "contenidos"
una "forma"; que es aquello sobre lo que adquiere su soporte la "socialización". Una pulsión
socializadora que, no obstante, adquirirá unas versátiles e inusuales expresiones societales.
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Y así como aquello que se podría llamar impulso artístico, extrae en cierto modo las formas de la
integridad de las cosas que aparecen para realizar a partir de ellas una figura que se corresponde
precisamente a este impulso, así también el "impulso de sociabilidad", en su actividad pura,
desprende de las realidades de la vida social el puro proceso de socialización como un valor y una
forma de felicidad, y a partir de ello constituye lo que llamamos sociabilidad en sentido estricto.
No es una mera casualidad del uso del lenguaje el que toda sociabilidad, incluso la más natural, si
ha de tener algún sentido y consistencia, da un valor muy grande a la forma, a las buenas formas.
Porque la forma es el mutuo determinarse, el interactuar de los elementos, que así forman una
unidad; y dado que para la sociabilidad quedan suprimidas las motivaciones concretas de la unión,
ligadas a las finalidades de la vida, tiene que acentuarse tanto más fuertemente y con tanta mayor
eficacia la forma pura, la conexión, por así decir, libremente flotante y de interacción recíproca
entre los individuos. (Simmel, 2002:82-83)
En esta microsociología simmeliana, tan atenta a la minuciosidad del detalle presente en el
juego de la reciprocidad social, la fuerza teatral inherente a lo social se verá ciertamente
realzada, haciendo brillar con luz propia su condición relacional. Y bajo esta condición, claro
está, la "sociabilidad" reivindica un estatuto privilegiado. No siendo, en realidad, más que una
perfecta ilustración de lo que es una "forma pura": una "socialización" que, absteniéndose de
una inclusión en intenciones utilitarias, no persigue más que su autosatisfacción. O, en
resumidas cuentas, una "socialización" que no anhela finalidad fuera de sí misma.
En este punto, Simmel parte de un evidente influjo de la concepción estética de F. Nietzsche,
para quien –rememorémoslo- el arte era concebido como una autonomía de lo vital privado de
intereses inmediatos, propósitos utilitarios o cálculo de efectos prácticos concatenados a
acciones. Debido a este influjo, para Simmel la esencia de la "sociabilidad" debiera ser
iluminada en virtud de una apoteosis de la "forma" en tanto manifestación lúdica de la
"socialización". Despojada de objetivos instrumentales y, por tanto, transformada en una
confesión "artística" de la "socialización". Enmascarada ella tanto con el escenificado ropaje del
arte como del juego.
Sin embargo, la liberación y el alivio que precisamente la persona de mayor calada encuentra en la
sociabilidad se debe a que el estar juntos y la interacción en los que se manifiestan todas las
obligaciones y toda la gravedad de la vida, se gozan aquí en un juego en cierto modo artístico, en
aquella forma al mismo tiempo sublimada y diluida en la que las fuerzas de la realidad dotadas de
contenido sólo resuenan como de lejos, desvaneciéndose su peso y convirtiéndose en un atractivo.
(Simmel, 2002:101)
Con una fina agudeza microsociológica, Simmel nos redescubre que en las "acciones
recíprocas" se encuentra el manantial fecundador de una fluctuante instauración de "formas
culturales" antes inactuales e inesperadas, mostrando cómo el móvil fundacional de éstas habría
que hallarlo en un entronque en el subsuelo de la "socialización". Una "socialización" que
alcanzará su cenit en la "sociabilidad", puesto que, una vez han quedado entre paréntesis la
presión de las finalidades extrínsecas en las que de ordinario se ve atrapada aquella, esta última
no se vería abortada para el despliegue de la creatividad en ella potencialmente atesorada.
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Jean G. Tarde: la "imitación" como fuente de originalidad colectiva
Tarde, en una línea bastante próxima a la de Simmel, también pretende captar la íntima
naturaleza vivificadora de la ligazón que fusionaría a los miembros de un grupo social. Lo hará
exhortando, en lo que afecta al fundamento vinculante, a una socialidad inspirada en la fuerza
de la "imitabilidad". Un tipo de vínculo en el cual, sobrepasándose ampliamente una recortada
connotación sinonímica de emulación, se afiliarían individuos dispuestos a entablar un nexo de
familiaridad, en virtud de una semejanza basada en la convergencia de un mismo patrón de
creencias o de una articulación de sus deseos. Así, bajo el arbitrio de esta semejanza y la
constancia de la repetición, se fraguará un plausible lazo de unión. Un lazo entretejido,
entonces, a partir de unas estrechas interacciones soportadas sobre una confluencia de afectos o
una entrelazada "simpatía", y a mayores amplificado a través de una transmisión por vía de un
contagio interno. Un lazo operacional, además, entre los integrantes de una entidad grupal que
habría asimilado, a título de referente, unas mismas creencias y/o deseos.
El anudamiento en torno a una comunión grupal tendría su punto de arranque, pues, en algo
que propiamente trascendería una preconsideración de lo social sustentada sobre el
ensimismamiento en el que se afinca el "individualismo metodológico". Se trataría de un
contagioso magnetismo que circularía, a modo de torrente colectivo de índole supraindividual,
de espaldas -y en ocasiones contraviniendo- a la deliberación racional de las voluntades de los
variados actores sociales. Cuando menos al modo en cómo esto fuera primeramente delineado
desde el paradigmático andamiaje ilustrado de I. Kant, y luego reciclado contemporáneamente
por Karl-Otto Apel, Jürgen Habermas y John Rawls entre otros bajo una fisonomía de ética
"discursivo-procedimental". Volviendo al eje discursivo de Tarde, en una suerte de magnetismo,
dirá él -recurriendo a una retórica protocientífica muy a tono con la época-, propio de una
"fascinación hipnótica" o de un "sonambulismo generalizado"; disociándonos así, de partida, la
fórmula definitoria de un ensamblaje en lo colectivo de un elemento lógico-racionalista 8.
Según Tarde, en lo que focaliza el eje vertebrador de nuestra temática, la socialidad designaría
un entrelazamiento grupal más fluido y vivificado, así como menos rígido, que el de una
"asociación"; en la que, por oposición, se sobrevaloraría una "utilidad recíproca". A su juicio,
Prefigurando lo que se ha dado en llamar "Psicología de las masas". Representada ésta por figuras tan
señeras como Gustave Le Bon (2005), en su apelación al "alma de las masas" en donde hallaría una
gregaria disolución la singularidad de las conductas individuales, o Sigmund Freud (1981), en su examen
de los "lazos libidinales" presentes en instituciones grupales marcadas por una connivencia fuertemente
intensa, y a la vez cerrada, entre sus miembros. En ambos casos, la concomitancia con la noción de
"imitación" de Tarde será notoria. Asimismo, reveladora es la vocación y el paradero de los efectos sociales
y políticos derivados de ella. Preludiados prematuramente por nuestro autor, y evaluados tanto por Le Bon
como por Freud entre otros. En cualquier caso, Tarde, así como Le Bon y Freud, jugarán la baza intelectual
de, sin abandonarse a un tosco psicologicismo muy de la época, introducir la primacía de lo psíquico, de
las "fuerzas afectivas", en la vida colectiva (Moscovici, 1985:19). En esta grandeza puede que resida, a su
vez, su debilidad: la de haber minusvalorado en demasía el papel de las estructuras económico-políticas
en donde toda acción colectiva se ve, inexorablemente, enmarcada. En sustancia, su distanciamiento con
respecto a los parámetros gnoseológicos, indudablemente más institucionalistas, de Durkheim debiera ser
elucidado en esta dirección.
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una certera deconstrucción del funcionamiento de lo social no se restringiría, superfluamente, a
una puesta de relieve per se de sus rasgos coligados a una mera interdependencia funcional, a
un simétrico intercambio de necesidades, a una, en definitiva, "utilidad recíproca". Derivado
ello de una particular combinatoria que se diera entre los distintos intereses de un atomizado
haz de monádicos actores individuales entramados en una red colectiva.
Consiguientemente, Tarde se desmarcará claramente de una preconcepción puramente
economicista del nexo grupal. En la estela apuntada, cabe señalar que la urgencia de un
reencuentro prolongador del pensamiento sociológico de nuestro autor, sin perder de vista el
objetivo de repensar la esencia del lazo social, ha sido recientemente inspirada, atinadamente,
por Latour (2005:31-35). Él sí habría sabido hacerse cargo de que aquello que realmente anuda
lo social se sale, en una consciente paradoja, precisamente de lo social. Cuando menos tal
como éste ha sido dibujado por la sociología desde sus orígenes y coronado por el proyecto
epistemológico moderno en su globalidad9. De ahí que, en un natural continuum con lo
anterior, Tarde apueste por admitir la genuina autenticidad de un grupo social por mor, nos
dice, de "una reunión de seres, en cuanto están dispuestos a imitarse entre sí o que se asemejan
sobre unos rasgos comunes sobre un mismo modelo" (Tarde, 1907:93).
Por tanto, en todo modelo social se constataría, en una suerte de equilibrio inestable, una
polarizada complementariedad entre, por una parte, un elemento de "asociación" -regido, como
no podía ser de otra manera, por lo anteriormente encasillado como una "utilidad recíproca"- y,
por otra parte, un elemento intersticial de socialidad -marcado por el inconfundible sello de
frescura propia de la "imitabilidad"-. Este último metafóricamente delineado como "lo que la
constitución molecular es a la elasticidad del éter" (Tarde, 1907:95). A tenor de lo dicho, y
afinando en su apelación al plano metafórico como herramienta aclaratoria en la delimitación
del fenómeno de la "imitabilidad", apuntalará a mayores Tarde: "Moléculas organizables, pero
no organizadas, todas semejantes, asimiladas unas a otras por virtud de ese modo oscuro de
reproducción de donde proceden: he ahí la primera materia de la vida" (Tarde, 1907:96).
La noción de "imitación" de Tarde sufrió una miope recepción en su ambiente intelectual. La
deformada exégesis que de ella hizo la celebridad de Durkheim, junto a la polémica que la
figura responsable de la consagración del saber sociológico desató con él, consiguió arrinconar
su fertilidad sociológica. Pese a ello, Tarde se afanará en resaltar cuánto debe la originalidad
creativa de lo social al fenómeno de "imitación". Incluso más, esta originalidad que, al decir de
A este respecto, señalará Latour: "Nacida en un momento poco auspicioso, la sociología trato de imitar
las ciencias naturales en el momento mas álgido del cientificismo y encontrar un atajo al debido proceso
político para responder los reclamos urgentes de una solución para la cuestión social. Pero al fusionar la
ciencia y la política demasiado fácilmente, nunca llegó a explicar de qué tipo de materia no social estaba
hecho "lo social" ni tuvo libertad para elaborar su propia concepci6n de ciencia. Los sociólogos no se
equivocaron; simplemente creyeron que ya tenían la solución a mano al usar "lo social", y especialmente
la sociedad, para definir el mundo común. Querían dar su opinión respecto de las cuestiones políticas de
su tiempo, hacer algo respecto del veloz rumbo de la modernización, o como mínimo aplicar las leyes de
sus ciencias a la ingeniería social" (Latour, 2005:349).
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nuestro autor, brotaría de "la diversidad profunda e innata a una sociedad", actuaría mismo
sumergida en la oscuridad de lo social, distanciada de la resplandeciente transparencia con la
que éste gusta habitualmente presentársenos.
Pero, además, dicha originalidad creativa, subrayará, jamás habría logrado ser del todo o bien
regulada o bien controlada por una tentativa -siempre de principio fallida- de imposición
reglamentada exteriormente con arreglo a un uniformizado arbitraje de corte administrativo
legal. Esto aproximará notoriamente a Tarde a un explícito parentesco con la conocida
distinción entre "lo molecular" y "lo molar", posteriormente familiar a la filosofía de Deleuze y
Guattari (1994:223-237) en un declarado homenaje reivindicativo a la propuesta analítica
estimulada por nuestro autor.
Una sociedad es siempre, en distintos grados, una asociación, y una asociación es a la socialidad, a
la imitatividad, por decirlo así, lo que la constitución molecular es a la vitalidad del eter. Son estas
nuevas analogías que agregar a las que, a mi parecer, en tan gran número presentan las tres grandes
formas de la Repetición Universal. Pero acaso convendría, para comprender bien la socialidad
relativa, la única que se nos presenta en diversos grados por los hechos sociales, imaginar en
hipótesis la socialidad absoluta y perfecta. Consistiría en una vida urbana tan intensa, que la
transmisión a todos los cerebros de la ciudad de una buena idea surgida en cualquier parte en el
seno de uno de ellos, sería instantánea. Esta hipótesis es análoga a la de los físicos, según los que,
si la elasticidad del éter fuese perfecta, las excitaciones luminosas u otras se transmitirían en el sin
intervalo de tiempo. (Tarde, 1907:95-96)
Por consiguiente, huelga decir que la socialidad, a poco que aceptemos los lineamientos
paradigmáticos de la visión de Tarde, reclama un lugar microsociológico capital. Será el
verdadero detonante del que se autoinduciría la creatividad actuante a niveles intersticiales de
lo social, dado que animaría un inmanente vitalismo que circularía por su interior. Estando,
además, indisociablemente imbricada a una magmática red de fuerzas de "simpatía
intersubjetiva". Por último, una socialidad difícilmente codificable con arreglo al yugo de una
lógica reglada y formalizada que, en grado sumo, ha ido prevaleciendo progresivamente como
precepto en la reciprocidad llevada a cabo en el marco de toda acción colectiva.
La socialidad como creatividad en el pensamiento sociológico actual: Michel Maffesoli
y Peter Sloterdijk
Ambos teóricos de la sociedad comparten la familiaridad de haber enfatizado el peso de la
creatividad en el retrato de las nacientes fórmulas de socialidad que, en un registro
microsociológico, se dejan traslucir en el humus de la cultura actual. De paso, se han
arriesgado a aventurar la incidencia de una mutación en la idiosincrasia de esta misma
socialidad10. Aún más, añadiendo que esta mutación se erigiría en una sintomatología
inseparable en los perfiles de la sociedad en la modernidad tardía. A partir de la cual, se nos
Sin comprometernos con una tajante aseveración epistemológica según la cual coparticiparían en la
anticipación de un nuevo "paradigma" -al menos ajustándonos al rigor connotativo con el que Thomas S.
Kuhn (1971) dotara al término-, sí nos atrevemos a afirmar sin reservas que ambos autores evidencian una
pronunciada emergencia (o corte) cultural en lo que afecta al modo en cómo la socialidad, en cuanto
estructurante antropológico, estaría apropiándose de unas nacientes caracterizaciones.
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estaría evidenciando, además, una verdadera coupure culturelle, por así decirlo, in statu
nascendi en el devenir cronológicamente más próximo de nuestras sociedades.
En conjunto, como punto de partida, la modernidad es dictaminada como una etapa histórica
en una fase crepuscular o, si cabe, ya decisivamente agotada: la representada por el
emblemático auge de los tildados, en las postrimerías del siglo pasado, como grands métarécits
ideológicos. La eclosión de este magma, tan heterogéneo como ocasionalmente brumoso, de
incipientes encarnaciones microsocietales se verá favorecida por una reserva escéptica o por
una indiferencia ante ellos. Si bien cabe matizar que incurriríamos en un simplificador equívoco
si afirmásemos, a secas, una causación directa entre el languidecimiento de estos grands
métarécits y la eclosión señalada. De lo que se trata, propiciando conjugar al unísono ambas
variables, es de conjeturar una oculta persistencia de una constante antropológica que, asentada
en una "socialidad originaria", se habría disfrazado de una pluralidad de rostros retóricos y
discursivos, mudándose con arreglo a las vicisitudes instadas a tenor de la historicidad. Esto
presupone un rebasamiento del viejo dualismo antropológico en donde tradicionalmente se
había puesto énfasis en una contraposición entre "Naturaleza" y "Cultura", dando paso a una
"comprensión co-evolutiva" de ambas y asumiendo lo que el heterodoxo "Naturalismo" de
Norbert Elias denominara el "vector" ("vektor") "hacia los demás y hacia las cosas" como una
instancia perteneciente a la propia estructura natural del ser humano (Romero, 2017:8). Desde
este ángulo, se precipita un decisivo giro teórico, puesto que el ostensible contenido presente
en los "rostros retóricos y discursivos" antes señalados podría ser trasladable a un segundo
plano, presentándose como un producto indisociablemente dependiente de la "estructura
formal" de la socialidad.
Una insistente co-presencia que, para ambos autores, impugnaría de suyo seriamente toda una
concepción antropológica de cuño occidental en torno a la individualidad idiosincrática de la
modernidad. En dicha concepción, se delataría un culto a una visión del individuo
originariamente considerado como una mónada autosuficiente, propiedad de sí misma, al
arbitrio de las prerrogativas portadas desde un modelo referencial de subjetividad emanado de
un "Yo" visto en términos de entidad sustantiva, o en su reflejo concomitante como
"autoconciencia". Por tanto, intrínsecamente atomizado, además de distanciado o mismo
confrontado con el "todo social" (Dumont, 1987:239-276).
También, íntimamente asociado al propósito de reelaboración de unos nuevos códigos
hermenéuticos de este brote microsocietal, se da, al unísono, una voluntad de estilo
asistemático. Debiendo ser entendido éste como una secuela directamente propiciada por la
estela de disconformidad ante los postulados doctrinales de los que se jactara la modernidad,
amén de su correlato ideológico más emblemático: el discurso onto-epistemológico inspirado
desde la Ilustración (Maffesoli, 1982; Sloterdijk, 1989-1992). Como contrapartida, precisémoslo,
la repulsión ante la sistematización se verá recompensada por la asunción del juego simbólico
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reservado a la metáfora como recurso teórico-metodológico por excelencia a emplear en una
tarea de hermeneusis cultural.
Aún a sabiendas de que, evidentemente, sus intenciones abocan hacia desafíos intelectuales
ostensiblemente diferentes, late en ellas, como denominador común, el desglose de una misma
gramática sociológica: la que pone énfasis en la significación, tan visiblemente agudizada
actualmente, de un encierro en una complicidad interna entretejida, bajo la huella de una
misma afinidad, entre los copartícipes de una socialidad intragrupal. Un encierro en una
contagiosa corriente de intimidad común, en un "agenciamiento colectivo" reposado en un cofuncionamiento unísono emanado de fuerzas de simpatía hilvanadas (Deleuze y Parnet,
1980:60-61); y alimentado, sustancialmente, sobre una entrecruzada economía de afectos,
emociones o sentimientos.
Si bien sería contraproducente ignorar, aunque una mayor profundización en lo tocante a este
punto exigiría extralimitarse de los márgenes preasignados a este trabajo, las divergentes
lecturas con las que ambos acometen la elucidación de la gramática sociológica anteriormente
indicada. En el caso de Maffesoli, ligándola al reflorecimiento de una "estructura antropológica"
fundante de territorialidad una simbólica que fuera cercenada históricamente por el auge del
contractualismo moderno y que, con la declinación de la modernidad, habría conseguido
rebrotar hasta el exceso en una multiplicidad de plexos sociales. Con un acento, pues,
expansivo y optimista en torno a sus posibilidades comunitarias potencialmente albergadas. En
el caso de Sloterdijk, examinándola poniendo de relieve los ardides dispuestos por el
capitalismo avanzado en aras de diseñar unas subjetividades sociales acordes a sus nuevas
demandas funcionales, activas especialmente en un plano psicopolítico. Con un acento, en este
caso, más defensivo y protector; y sin atesorar la carga de optimismo maffesoliano a colación de
sus potenciales posibilidades de autenticidad comunitarias11 .
Por último, en otro orden de cosas, nótese que esta socialidad intragrupal, en los términos aquí
sugeridos, no sería más que una variante categorial, solo aparentemente original, de renombrar
un ensalzamiento de un aspecto determinante en la interacción colectiva ciertamente
marginado desde una ontología social enraizada sobre presupuestos racionalistas. Según éstos,
dicha interacción, coincidiendo en ello la mayor parte de las versiones de la Teoría sociológica
más contemporánea, sería, en todos los casos, el fruto acabado de un consenso normativo
nacido de una miscelánea de actores individuales inspirados en su empeño relacional por las
prerrogativas de una voluntad racional. Una variante que, de paso, permite reactualizar un
espinoso y no demasiado desbrozado aspecto sociológico muy a tener en cuenta, a saber: las
11 Sin soslayar una diferencia concerniente a la imbricación de fondo existente entre la creatividad anidada
en la socialidad y "lo imaginario", debida a una disparidad originaria de sus manantiales teóricos. Así,
Maffesoli se preocupará por hallar un acomodo sociológico a la versión "eufemizadora" de "lo imaginario"
inscrita en el legado de la antropología filosófica de Gilbert Durand (1981). Por su parte, Sloterdijk
ahondará en una tarea de refinado y reactualización de la versión de "lo imaginario" consagrada en la
emblemática tópica psicoanalítica propuesta por Jacques Lacan (2009).
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implicaciones microsociológicas encerradas en el legado de formulaciones clásicas muchas
veces silenciadas. Piénsese en la conceptualización de "lo residual", de "lo no-lógico", de la
acción social, de Vilfredo Pareto (1919); o en la de "simpatía" en cuanto instrumento de
unificación emotivo-afectiva entre individuos, de Max Scheler (1957). De manera que, para
retomar y apuntalar el hilo conductor de nuestra exposición, el propósito paralelamente
ambicionado por Maffesoli y Sloterdijk no será otro que el de averiguar el auténtico móvil,
operante desde la opacidad de lo social, que yace tras toda acción conjunta encauzada hacia un
troquelado final como cristalizada microcolectividad.
Michel Maffesoli: la irrupción de una "lógica de la fusión"
Maffesoli parte de lo que él llama una perspectiva "orgánica" de lo social: aquella en la que la
naturaleza del vínculo colectivo se inadecuaría a algo, en sí mismo, racional, inscribiéndose,
por el contrario, en algo strictu sensu vivencial. Si bien es en Maffesoli (1990) en donde esta
temática resulta la especialmente jalonada, no es esto óbice para que esté presidiendo todo el
itinerario intelectual del autor, desplegándose, en un continuismo con la obra anterior, en
Maffesoli (2005; 2007). Supeditándolo al utillaje teórico anterior, para él estaría cobrando un
especial relieve el advenimiento de una transición en lo que atañe a la actividad de la
agregación social; o, con más exactitud, en lo concerniente a la metamorfosis de las apariencias
mediante las cuales se nos muestra la socialidad.
De manera que, enlazando con el hilo conductor axial de su discurso, advertiríamos el ocaso de
una lógica vinculante respaldada en el orden de lo político, basada en el primado de un formato
racional y contractual entre individuos emparentados por una misma finalidad -léase tanto en
una clave teórico-metodológica de utilitarismo como de funcionalismo-. Y, asimismo,
advertiríamos la apertura al abrazo a una otra lógica implantada en el orden de "la fusión",
como un ethos siempre en una inacaba formación en el que, como contrapartida, se ven ahora
realzados "lo afectivo" y "lo sensible". Una problemática que, no en vano, estaría sobrevolando
el ambiente filosófico-sociológico de las últimas décadas. Una vez que se han visto certificados
los augurios que, desde procedencias intelectuales a veces antitéticas, ya habían entrevisto un
fracaso en la sustancia comunitaria correlativo a una directriz en donde lo social es identificado
unívocamente con el Estado (Esposito, 2003; Nancy, 2000). Directriz alentada, como es sabido,
a raíz del hegelianismo y sus derivaciones políticas ulteriores. Una problemática, en modo
alguno, ajena a las inquietudes de nuestro autor. De ahí que ésta guarde un notable paralelismo
con lo que, en el vocabulario sociológico maffesoliano, se haya compendiado como un modelo
de agregación de lo social respaldado desde el orden de lo político. Pues bien, en lo que aquí
sería objeto de nuestro interés, la "lógica de la fusión", antes mencionada, acaecería,
descriptivamente, en una mostración fluida, efímera, dispersa y con contornos ambiguos o,
cuando menos, bastante borrosos.
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La constitución de lo social y su reconocimiento teórico no fueron, en absoluto, una cosa fácil. Lo
mismo ocurre en la actualidad con esa nebulosa que llamamos sociabilidad; lo cual explica que
una investigación puede ser aproximativa, parcial, a veces irregular, a imagen de esas
congregaciones de gente sobre las que no se sabe nada con certeza. Pero lo que hay en juego, una
vez más, tiene suma importancia; y me permito apostar que el futuro de nuestras disciplinas
dependerá esencialmente de nuestra capacidad de saber dar cuenta del hervidero en cuestión.
(Maffesoli, 1990:134)
Así pues, la socialidad, esta pulsión arquetípica que empujaría a los individuos a ligarse a otros,
desatada con una notable efervescencia en las sociedades actuales, estaría dominada por un
acicate des-individualizante que daría curso a la concreción de un "estar juntos". A través de
ella, se garantizaría una coparticipación en unos sentimientos y unas experiencias junto con
otros. Y ello en un clima cultural caracterizado por un presentismo que, vivido en común,
favorecería la reinvención de una praxis, fundamentalmente, interactiva y comunicacional.
Presidido también este clima, se nos dice, por una "relación táctil", por una "unión en
punteado", anunciándose en ello un ansia de superación de un principio de individuación tan
definitorio en la consolidación del, a día de hoy, desdibujado Sujeto moderno. Debiendo leerse
correctamente la antaño intencionada entronización de dicho principio, a su juicio, como un
correlato sinonímico de una amputada subjetividad causada por los parámetros identitarios
promocionados por un individualismo aderezado de un sello típicamente burgués.
Desde estas coordenadas, resultará aleccionador el clímax rabiosamente readquirido por la
"Comunidad emocional", aunque, eso sí, revestida de delineaciones sumamente variopintas.
Expresión ésta, como es bien conocido, de profunda raigambre weberiana, que fuera enunciada
en el contexto de su emblemática tipología sociológica (Weber, 1984:32-33). Precisamente, la
anteriormente resaltada "socialité" será la que permita reavivar la constitución avant la lettre de
una "comunidad emocional", es decir, de una tipología colectiva gestada a partir de la atracción
social e inspirada por una ósmosis de vivencias reunidas. Prototipo de comunidad que, al
abrigo de un "imaginario" vivido en común, insuflaría una peculiar entidad fisiognómica a un
grupo. Una fórmula sociológica sui generis, en último término, de religiosidad, si bien
irreconocible en los patrones tradicionalmente establecidos al uso desde la institución
eclesiástica. Una circunstancia, por otra parte, ya familiar a un autor como Simmel, quien,
habiéndose percatándose de ello, había ya diferenciado, a este respecto, entre religión y
religiosidad (Simmel, 1998:143), o, desde una mayor densidad conceptual, en Simmel (1981).
La sociedad así comprendida no se resume en una mecanicidad racional cualquiera, sino que vive
y se organiza, en el sentido fuerte del término, a través de encuentros, situaciones y experiencias en
el seno de los distintos grupos al que pertenece el individuo. Estos grupos se entrecruzan unos con
otros y constituyen a la vez una masa indiferenciada y polaridades muy diversificadas. Sin salirnos
del esquema vitalista, podríamos hablar de una realidad protoplasmática surgida de la estrecha
conjunción existente entre la sustancia alimenticia y el núcleo celular. (Maffesoli, 1990:161-162)
He aquí que la perspectiva microsociológica maffesoliana nos invite a aceptar que la tendencia
más aquilatada en las sociedades, en su lenguaje discursivo posmodernas, sea el brote de una
socialidad electiva inscrita en una "lógica de la red". En ella, el "principio relacionista" se tornará
preponderante: una prevalencia de un "estar juntos" -être ensemble- en una topología, real o
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imaginaria, contaminada sobremanera por el afecto y concretada en una similar afinidad. Esto
favorecería un notable repliegue congregado en el seno de una concavidad grupal y una
consiguiente profundización en el umbral de su ligazón interna. Y esta "lógica relacional", que
es la que da auténticamente pie a una implosión de redes nutridas de la socialidad, sería el
indicio manifiesto de una inagotable creatividad que, avecindada con un fecundo vitalismo
colectivo, se hallará diseminada por los intersticios de toda la capilaridad social. Así, esta
vitalidad creativa, tan arraigada en el ser y en el devenir de lo social, encontrará una adecuada
confinación sociológica, entre otras de facto plausibles, en una incontrolable emergencia de
una extensa gama de unos nunca planificados anudamientos microgrupales en los que se vería
proyectado un insobornable "ideal comunitario".
Peter Sloterdijk: la eclosión de "microatmósferas reclimatizadas"
La apuesta teórica de Sloterdijk parte de una reconsideración de que la modernidad, de la mano
de un desmesurado desarrollo del universo científico-tecnológico, se habría afanado en alentar,
hasta un límite extremo, un trato unidimensional del ser humano con el mundo en donde éste
último es objetivado, a secas, como "un algo" a explorar hasta en lo más recónditos confines de
su esencia. La culminación final de este proceso, nos dice Sloterdijk siguiendo un dictum con
una resonancia heideggeriana, es el alzamiento de un consiguiente sentimiento de desamparo
metafísico, de "pérdida de hogar".
Ahora bien, y precisamente como reacción a ello, se estarían haciendo visiblemente ostensibles
unas formulas culturalmente ideadas en pos de contrarrestar este nocivo desgarro resultante que un eco tan candente habría hallado en un plano psico-antropológico-, con el fin de facilitar,
así, una "reclimatización" de lo social. De manera que será en la fijación a unas envolturas
imaginarias, operantes a modo de generadas prótesis culturales, en donde el individuo
reencontrará ahora una reconciliadora morada; "como una pepita que encuentra su cáscara", lo
ilustrará Sloterdijk. O bien, dicho en su terminología, en "Esferas".
No obstante, es pertinente poner de relieve que la modernidad habría ya, con anterioridad,
confeccionado una " macropolítica civilizatoria " con visos a una "climatización" generalizada de
lo social, aupándose como el habitáculo matricial por antonomasia -el universo tecnológicomediático habría colaborado, en esta fase histórica, este cometido-. Sin embargo, el escenario
cultural habría readquirido actualmente una fisionomía drásticamente distintiva. Por eso, a tenor
de ello, Sloterdijk se interrogará: en verdad, ¿dónde estamos cuando estamos en el mundo?: "
Estamos –se responde- en un exterior que sustenta "mundos interiores"". Pero "mundos
interiores" que no serían otra cosa más que topologías artificialmente gestadas para darse un
cobijo en ellas; en otras palabras: "Esferas". En efecto, los grupos humanos cohabitan, pues, en
unas “esferas matriciales” indudablemente creadas y recreadas por ellos mismos. Esto hace que
se desenvuelvan en el espectro de un horizonte asumido como lógicamente cercenado, pero,
como contrapartida psico-antropológica, sobrecargado éste de un fuerte espesor interno. Las
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"Esferas" contienen a ciertos grupos humanos, siendo auténticamente efectivas como recurso
sistémico-inmunológico encargado de una impermeabilización ante la hostilidad intimidatoria
de un amenazante entorno exterior.
Para lo que resulta decisivo, en torno a aquellos individuos contenidos en el molde simbólicoterritorial de las "Esferas" se entablarán unos férreos vínculos de proximidad y reciprocidad
interna. De esta guisa, se nos dice, la solidaridad grupal cuán dependiente será de un compartir
un común morar en el ámbito de una "esfera". En la medida en que en ella se llega a forjar un
espacio condensado de intimidad junto a otros. Bajo este dictamen, nuestro autor propone un
marco de pensamiento más holístico-antropológico para encarar el creciente enclaustramiento
en "Esferas" que aquél frecuentemente alimentado desde una ortodoxia sociológica en la que
tanto se habría enfatizado un tan instado repliegue en microcomunidades como resultado de
una crisis de lo social, y por ende de lo político, en mayúscula.
Mensajes, remitentes, canales, lenguas: son los conceptos básicos, malentendidos casi siempre, de
una ciencia general de la visitabilidad de algo por algo en algo. En adelante vamos a mostrar que la
teoría de los medios y la teoría de las esferas convergen; ésta es una tesis para cuya demostración
tres volúmenes no pueden significar demasiado. En las esferas, inspiraciones repartidas pasan a ser
el fundamento de la asociación de seres humanos en comunas y pueblos. En ellas se forma en
primer lugar esa fuerte relación entre los seres humanos y sus motivos de animación –y
"animaciones" son visitas que quedan-, que sienta las bases de la solidaridad. (Sloterdijk, 2003:39)
Subrayémoslo, los seres humanos, se nos muestra reiteradamente, habrían construido
constantemente -y lo continuarían haciendo- unos artificiales "invernaderos culturales" de
climatización simbólica sobre los que se asienta lo que familiarmente catalogamos como
Sociedad(es). Son habitáculos caracterizados por el atributo de una "atmósfera autógena",
facilitadora de que, por retomar un lenguaje familiar a la fenomenología, el "ser en el mundo"
de los integrantes en ella albergados lo sea, ontológicamente, de su "ser en una Esfera". Por
consiguiente, estas "Atmósferas" estarían dotadas de un marcado espesor subjetivo. Cada
"atmósfera autógena" sería, esencialmente, no más que un espejismo, un receptáculo fantasmal,
ocasionado como prolongación exterior de lo que fuera un estadio primigenio y pre-sujetivo de
completud intrauterina. La satisfacción de esta proyección podría adoptar, siempre bajo la copresencia de una tentación especular, una redirección histórica bipolar. Bien hacia el pasado esto es como una paradisíaca nostalgia comunitaria-. O bien hacia el futuro -estimulando una
comunidad protohistórica que, desde una hechizadora promesa en una invariable lejanía
temporal, le sirva de aliento-.
Llama y habla son cómplices originarios. El misterio abierto del mundo histórico es que la fuerza
de compenetración que experimentan ejemplarmente pares escogidos –y por qué no también
zarzas ardientes y profetas inflamables- puede extenderse a comunas, a equipos, a proyectos de
grupo, quizá incluso a pueblos enteros.
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Denominamos a esa fuerza compenetradora con una palabra chirriante del siglo XIX: solidaridad.
Lo que conlleva esa fuerza, conectar a seres humanos con semejantes suyos o con otro
sobrehumano en vibraciones comunes, no se ha investigado con suficiente seriedad en la historia
del pensamiento. Hasta ahora la solidaridad siempre se ha presupuesto y exigido; se la ha intentado
educar, politizar y sabotear; se la ha encomiado, se ha lamentado su fragilidad; pero jamás se ha
ahondado lo suficiente en su fundamento. Nosotros, al menos, ya entendemos en este punto que la
solidaridad entre seres humanos, fuera de las relaciones primarias entre pares y hordas primitivas,
ha de ser un fenómeno de transferencia. Pero ¿qué es lo que se transfiere en ella?. La fuerte
motivación de estar juntos espera aún una interpretación adecuada. (Sloterdijk, 2003:51)
En una época premoderna, nos descubre Sloterdijk, las ideaciones religiosas habían sido las
imaginarias macroesferas que procuraban, en su anclaje en el decurso de las sinuosidades
históricas, un resguardo. Posteriormente, la modernidad consiguió instaurar el despliegue de un
imparable desarrollo científico-tecnológico que pasó a auparse como la “Esfera universal” por
excelencia y, por ende, excluyente. La fisonomía cartográfica de nuestra contemporaneidad,
empero, vendría dibujada por una compleja modalidad de descentramiento. Estaría organizada
a partir de la ausencia de un centro. Atestiguándose, si cabe, el advenimiento de un mundo
drásticamente policéntrico. Dado que esta ausencia de "un centro" se verá compensada por la
circunstancia de que absolutamente todo pueda, potencialmente, pasar a ser "un centro". Por así
decirlo, se nos asomaría una panorámica de lo social protagonizada, mayormente, por lo que él
denomina una polifónica constelación de “Espumas" en competencia, es decir, de microesferas
desprovistas de un "único centro simbólico"; o, lo que es equiparable, de “Burbujas
descentradas”. Esto habría precipitado la eclosión de una multifacética gama de "Burbujas"
dispersas por el entramado de la cotidianidad, la activación de un microsociológico crisol de
"receptáculos autógenos" con, eso sí, unos estrechos códigos de socialidad interna fijados en
torno a una misma afinidad vivencial.
Lo que aquí se llama lo íntimo se refiere exclusivamente a espacios interiores divididos,
compartidos, consubjetivos e inter-inteligentes, en los que participan sólo grupos diádicos o
multipolares y que sólo puede haber en la medida en que individuos humanos, por estrecha
cercanía mutua, por incorporaciones, invasiones, cruzamientos, repliegues de uno en otro y
resonancias psicoanalíticamente también: por identificaciones-, crean esas peculiares formas de
espacio como receptáculos autógenos. (Sloterdijk, 2003:97-98)
De la lectura de la apuesta teórica avanzada por Sloterdijk se extrae lo siguiente: la proliferación
de un elenco de "Burbujas", diseminada por amplios espacios de lo cotidiano, apuntaría a una
emergente inclinación cultural vectorializada en aras de saciar una demanda de otredad
asociada a una "reclimatización" de lo social. Esta tendencia se verá únicamente consumada en
la medida en que dichas "Burbujas" consigan servir como envolturas de acogida de las que
mane una experiencia de erotismo fraternalmente compartido. A un nivel microsociológico,
esto daría pie al curso evolutivo de unos simbióticos receptáculos culturales en cuyo seno el
nexo de socialidad va a ser un constitutivo esencial de su singularidad funcional. Esta recalcada
tendencia, a la luz del análisis del pensador germánico, afloraría, naturalmente, de una
dinámica creativa albergada en lo social, instigada a partir de una tentativa por responder a una
inquietud socio-antropológica volcada a reedificar un habitáculo simbólico-protector junto –
siempre- con otros. Con ellos, de esta suerte, se estrechará una acentuada urdimbre solidaria.
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Luis, Laureano y Miguel Ángel Castro Nogueira: una reformulación de la creatividad
microsocietal a la luz del "naturalismo"
La aportación de los hermanos Castro Nogueira pivota sobre las coordenadas teóricas de un
"paradigma naturalista" que, a fin de repensar lo que ellos llaman el "modelo estándar"
dominante en las Ciencias Sociales, se entregará a una reescritura de la fenomenología socioantropológica de fondo que da soporte a las "creencias colectivas"12. Desde su inclinación a
este refinado "naturalismo", el ser humano, visto ahora esencialmente como un "Homo
suadens", será reconsiderado como un ser creador de unas determinadas creencias, valores y
compromisos comunes. A partir de una lectura "naturalista", el fundamento de esta creatividad
se hallaría en una dialéctica vinculante solidamente conformada entre los miembros de
cualquier colectivo. Su génesis nos retrotraería a una "socialidad originaria" generada en un
microgrupo, en el que se irá destilando una circulación de emociones, sentimientos y
complicidades intersubjetivas.
En la forja de dicha socialidad, haciendo suyos los resultados concluyentes de la más reciente
biología de corte evolucionista confeccionada por Leda Cosmides y John Tooby (1987), un
substrato bio-psico-antropológico, incrustado en un universal deseo de "ser aprobado,
reconocido y amado por otros significativos", resultará absolutamente nuclear. El desvelamiento
de este substrato será lo que facilitará el encontrar una debida justificación, desde un asidero
psico-biológico o desde lo que ellos rebautizan como la "Naturaleza humana", de no solo la
perseverante presencia de la socialidad como un irremplazable hecho social "total" (Marcel
Mauss), sino, también, de los perfiles de su tan prolífico estallido en el devenir cultural de las
sociedades de la modernidad avanzada. Con un tal enfoque, la innovadora ontología social
ofrecida por los hermanos Castro Nogueira pretende cerrar, invocando precisamente al
mencionado substrato, un fleco biológico. Emparentada, en este aspecto, paralelamente, con
otras cercanas propuestas "hologramáticas" de ambición también ontológica 13, orientadas hacia
una fundamentación socio-genética, de corte naturalista y evolucionista, en torno a la
ascendencia antropológica de la socialidad humana (Navarro, 1994).
Piénsese en que con anterioridad, en efecto, la totalidad de las formulaciones sociológicas hasta
el momento escrutadas sí habían tenido la virtud de poner de relieve la trascendencia de la
Como no podía ser de otro modo, esto pasa por una remodificación del, para ellos, rígido modelo
auspiciado por Durkheim (1984:134 y ss.), en cuanto monopolizador de un canon metodológico para el
estudio de lo social que será posteriormente asimilado por la mayor parte de la sociología. En una decisiva
coyuntura histórica, conviene no olvidarlo, en la que este saber trataba tanto de brindar una singularidad
explicativa de la acción social diferenciada de la de otros saberes en pugna para este cometido como de
conquistar un terreno propio en donde debiera estar abonado su ejercicio. Canon, recordémoslo, según el
cual, literalmente, todo hecho social debiera ser explicado, sin más, desde las coordenadas de lo social y
sin salirse de sus perfectamente estipuladas fronteras disciplinares.
12
Inspirándonos en Felipe Martínez Marzoa (1983:101-104), empleamos, no sin cautela, el término
“ontología” para referirnos a esta reconsideración de la socialidad. En la medida en que su alcance no
quedaría angostado en determinar qué es esta socialidad, sino que se preguntaría acerca de en lo qué
consistiría su ser.
13
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socialidad en la tentativa de formalizar un espíritu comunitario. Sin embargo, este fleco
biológico anteriormente señalado permanecía aún todavía abierto en todas ellas. En ninguna, se
había emprendido el afán de cerrarlo a través de una complementación biológica exigente de
un obligado desplazamiento teórico. Repárese aquí que la elaboración conceptual de los
hermanos Castro Nogueira prosigue en una tarea en verdad familiar a una tradición de peso en
el concierto antropológico: la engrosada en torno a la estela de Claude Lévi-Strauss (1998). Para
quien, recordémoslo, era un urgente empeño teórico el reinventar una ligazón entre
"Naturaleza" y "Cultura" que, como ya se ha dicho anteriormente, había sido tradicionalmente
admitida en virtud de una polaridad fundada sobre una hipóstasis de ambos términos14.
Para lo que aquí nos exhorta, su propósito central podría ser enunciado del siguiente modo:
poner de relieve que el vínculo grupal, con anteposición a su base en una lógica de carácter
racional, utilitario o funcional, tendría su anclaje de fondo en "la creencia". El pilar primigenio
sobre el que inequívocamente se sostiene el entrelazamiento en una argamasa colectiva será,
pues, "la creencia". Una vez que un individuo ha entrado en una interacción sinérgica con una
"creencia" coincidentemente compartida pasa a estar mutatis mutandis "im-plikado" en ella,
desatándose per se unas especiales vivencias y comportamientos empáticos, mediante los
cuales se obstinará en experimentar y en sentir al unísono con otros dicha "creencia". Se nos
dice que, a partir de esta circunstancia, entraría en flujo -"fluxus"- con ella -con "la creencia"-.
Y es que la categoría de "fluxus" ambicionaría sobrepasar, completando sus déficits, a la
categoría, ya clásica, de "habitus", engendrada desde el corpus arquitectónico delineado desde
la sociología de Pierre Bourdieu. El quid de fondo no sería otro que el hecho de que el "habitus"
saldría inevitablemente refractado al traspasar tanto a un individuo singular como a una
densidad colectiva15. En rigor, una explícita intención, entre otras, de la propuesta de los
hermanos Castro Nogueira será la de ir más allá de los presupuestos, en demasía deterministas,
latentes en la Teoría sociológica de Bourdieu, con un notable impacto en la últimas décadas en
el dominio de las Ciencias Humanas y Sociales. A fin de cuentas, se afirma, la categoría de
"fluxus" resulta sociológicamente más fructífera, debido a que no peca de una impronta
determinista al intentar captar el devenir de lo social en lo que éste tiene de invención y de
Una polaridad epistemológica que las diferentes versiones "naturalistas" se han obstinado recientemente
en quebrantar. Lo que habría servido de acicate para una remodelación teórica en la que se contemplará,
entre otras de sus irreversibles conquistas, "que estaríamos lejos de ser simples "construcciones sociales",
cultura y no naturaleza" o que entre ambos registros se produce una "fertilidad cruzada" (Ovejero,
20012:28).
14
Recordemos, someramente, que por "habitus" ha entendido Bourdieu (1991), en síntesis, unos
"esquemas socialmente adquiridos" bajo la especificidad de un determinado grupo socio-cultural e
incardinados en una posición en el "campo" de correlaciones acogidas en una también determinada
Estructura social. Mediante estos "esquemas" los individuos no solo interpretarán sino que, también,
activarán una praxis muy particular en su inclusión en una realidad social.
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creatividad. Tanto en lo que reza a la totalidad de su acontecer como, de modo más particular, a
la incesante irrupción de innovadoras concreciones de la socialidad 16.
Y, sin embargo, sabemos bien que de esta manera nunca salen las cuentas, pues más allá de la
cartografía socioeconómica, sociopolítica o etnográfica que agrega y desagrega las poblaciones en
grupos y clases –votantes progresistas, culturas primitivas, sistemas patrilineales, compradores
responsables, nacionalistas moderados, marianistas y zapateristas, progresistas y conservadores,
etc.- la ontología social que subyace a esos recortables no es la de las sustancias y los accidentes,
sino un tejido social formado a partir de los vínculos del pequeños grupo, de burbujas e implikaciones que hacen que lo que las categorías científicas unifican y cosifican se refracte en
formas y variedades diversas de esas mismas representaciones. (Castro, Castro y Castro, 2008:291)
Orientada por esta intencionalidad, la producción intelectual de los hermanos Castro Nogueira
no descuida una interpelación a la rehabilitación de la categoría de "bienestar" en la contextura
de la localización académicamente institucionalizada bajo el epíteto terminológico de "La
Cultura"17. Ahora bien, en congruencia con el "paradigma naturalista", este tradicionalmente
defenestrado "bienestar" será redefinido a partir de la lectura de un "Homo suadens" que,
básicamente, anhela instalarse en procesos placenteros/gratificantes dimanados de cierto tipo de
"im-plikaciones colectivas". La razón de ser de éstas debería hallarse en la pertenencia a una
urdimbre afectiva en torno a la cuál los individuos se verían anudados; desde el trasfondo,
invariablemente, de una "socialidad originaria". Un "bienestar" físico, indudablemente, pero
avant tout "imaginario", resultado de la experimentación de un entrar en "fluxus" con otros. Lo
que vivificaría, motivaría y acabaría por conferir una certidumbre cognitiva a los miembros
adheridos a cualquier tipología encarnada en un rostro colectivo. El elemento más relevante de
la adscripción a una "creencia colectiva" radicaría, pues, en la tonalidad del "bienestar"
íntimamente derivado de la experiencia -siempre inequívocamente junto con otros- de dicha
"creencia".
En estrecha concatenación con lo ya expuesto, en otra empresa teórica, en perfecta sintonía con la aquí
abordada, se nos dice: "Desde el habitus los procesos de subjetivización se contemplan al modo de un
delirio spinoziano/durkheimiano (la realidad social engendra un duplicado subjetivo), mientras que desde
el fluxus se experimentan más bien como una cierta deriva creativa y alucinatoria (quijotesca o bovaryana,
según la caracterización de R. Girard): el sujeto y su grupo de referencia parecen habitar realidades
fantasiosas" (Castro , Castro y Morales, 2005:562). Y, más detalladamente, en Castro, Castro y Morales
(2005:547-562).
16
En esta tentativa, hay un más o menos encubierto propósito de afrenta ante algunos de los prejuicios
arraigados en la articulación interna de una ortodoxia, de tono bastante apocalíptico, de autoridad
freudiana o freudomarxista (Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Wilhelm Reich..). En ésta se había
profundizado, con creces, en la constancia de un malestar cultural contagiado por la totalidad del tejido
colectivo. Habiéndolo interpretado, en particular en la segunda opción teórica, como un pago tributado
por la subjetividad en el decurso socializador paradigmático de los trazos culturales consonantes al
modelo económico capitalista aparecido tras la II Guerra Mundial.
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Si Homo suadens es aquel que aprende como Verdadero, Bueno y Bello aquello que se le muestra
como tal bajo las experiencias de placer y displacer que acontecen en los vínculos sociales
primordiales, entonces el bienestar de ser incorporado al análisis de nuestras creencias como parte
esencial de ellas, como variable esencial en la explicación de la producción y destrucción de las
interminables y burbujeantes formas a través de las cuales atribuimos sentido, local y fugazmente, a
nuestra existencia. El espectáculo exuberante de las formas culturales, repletas de infinitas
variedades locales de integración microsocial, no puede ser explicado si no es considerando que lo
único que puede dar razón de su existencia es su contribución a la producción de las dosis de
bienestar que, como el aire o el agua, todo ser humano necesita. (Castro, Castro y Castro,
2008:295)
En suma, la aproximación a este particular "naturalismo" brinda un prometedor recurso
comprensivo del por qué de la eclosión de una, de cuando en cuando peregrina, constelación
microcomunitaria en donde se le reasigna a la socialidad un estatuto determinante. En esta
línea, nos invita a aceptar la eficacia de un ensamblaje socio-antropológico como sostén de una
entrega a un "fluxus" fraternal junto "a otros" -y más atinadamente junto a "algunos de los otros",
junto a aquellos evidentemente más significativos- sobre el que se apuntalará toda fisonomía
colectiva. Por ello, el horizonte abierto a consecuencia de la aportación de los hermanos Castro
Nogueira ansía mostrar el genuino fundamento explicativo de una creatividad societal albergada
en las intimidades de lo social, en concordancia con la irrupción de "formas culturales"
novedosas socialmente. En este cometido, acentuarán una reformulada óptica acerca de la
semántica de lo social en la que la categoría de "bienestar cultural" -no solamente ceñida a una
circunscripción exclusivamente antropológica, sino incluso, diríamos, con una evidente carga
ontológica- asume una resignificación decisiva.
A modo de conclusiones
Si deseásemos recapitular unas observaciones finales desprendidas a raíz de nuestro trabajo
podríamos sintetizarlas en cuatro aspectos:
a. La creatividad juega un papel primordial en el curso de instauración de un abanico múltiple
de filiaciones microcomunitarias en las que el estrechamiento de los lazos de socialidad resulta
una condición esencial.
b. El discernimiento de la íntima naturaleza del tipo de vínculo de agregación subyacente en el
florecimiento actual de lo microcomunitario desautoriza una consideración al uso en términos
funcionalistas o utilitaristas.
c. La preexistencia de una "socialidad originaria" que, desplegada a través de cánones
informales, adquirirá distintos formatos sociológicos, dando rienda suelta al dibujo de un
variopinto repertorio microsocietal.
d. La socialidad, en su ligazón de fondo con la creatividad, está asociada a la irrupción de
"formas culturales" anteriormente inéditas, surgidas desde una dimensión "instituyente" que,
inscrita en la misma esencia de lo social, galvaniza los procesos socialmente innovadores.
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imagonautas (2017) 10: 29-50
Creatividad corporal. Perspectivismo y movimiento crip
Body creativity. Prespectivism and Crip Movement
José Ángel Bergua Amores, Laura Moya
Universidad de Zaragoza
jabergua@unizar.es, lmoya@unizar.es
Resumen
Desde sus orígenes, el pensamiento dominante en occidente puso por delante el alma y despreció el
cuerpo generando distinciones con las que lo espiritual o inmaterial fue considerado superior frente a lo
corporal y material. Sin embargo, estas observaciones no han terminado de funcionar. Los queer, dándole
vueltas a la identidad, descubrieron el cuerpo y trabajaron con él. El problema es que lo hicieron dando
protagonismo a hibridaciones y transversalidades que se afirmaban frente a identidades, por lo que el
plano inmaterial no resultó realmente desbordado. Los crip, tullidos o tarados, han completado el gesto
que los queer no alcanzaron a dibujar cuestionando categorías como la deficiencia o la discapacidad. Sin
embargo, ante la falta de tradición en Occidente en el trato con el cuerpo según lo sugiere el movimiento
crip, proponemos inspiramos en los amerindios, ya que ponen en primer plano la corporalidad. Mientras
la cultura occidental postula una pluralidad de culturas y de subjetividades frente a una naturaleza
inmutable, los amerindios se refieren a una misma base cultural frente a coprporalidades diferentes.
Palabras clave: perspectivismo; ciencia; política; posthumanismo; postantropocentrismo; creatividad.
Abstract
The dominant thought in the Western Culture took the lead, soul and despised the body, creating
distinctions and hierarchies in which the spiritual or immaterial was considered higher against the body
and the material. But the bodies, far from satisfied, have not let reduce these dichotomous patterns. Queer,
turning her complicated identity discovered the body, worked with him, but returned to the plane of the
immateriality in which identity is staying, although changing it by hybridizations and transversalities. The
crip movement, has completed the gesture of the queer entering fully into the body field, distorting
categories that were anchored, such as impairment or disability, and interpreting the body as radically
interdependent. However, to solve the lack of tradition in dealing with the body, both in thinking and
politics, we are inspired by other cultures that always put the corporality in the foreground in order to go in
search of the body that the Western Culture lost. We purpose to think the contrast between humans and
nonhumans that Amerindians make. They suggest that there is a unique culture with multiple natures for
them, unlike for the Western Culture, because we speak about a plurality of cultures in front of a uniform
nature. The West has invented the "cultural relativism" and the "multiculturalism" while Amerindians have
the "perspectivism" and a "multinaturalism". Both hav diverent political and sicientific implications.
Key Words: perspectivism; science; politics; posthumanism; postanthropocentrism; creativity.
Recepción: 17.11.2017
Aceptación definitiva: 28.12.2017
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
imagonautas (2017) 10
Introducción
El “giro lingüístico” de Rorty (1967) inauguró cierta postmodernidad (Lyotard, 1989) sugiriendo
que las verdades no son absolutas, sino resultado de ciertos juegos de lenguaje. La cibernética
de segundo orden (Von Foerster, 1991), por su parte, apuntaló otro particular constructivismo
asegurando que no hay un mundo exterior independiente del observador, sino inventado por la
observación a base de distinciones e indicaciones (Spencer Brown, 1991). Geertz (1988),
además, aseguró que el conocimiento de otras culturas es imposible pues el profesional más
cualificado para ello, el antropólogo, es incapaz de ver e interpretar fuera de las categorías
intelectuales que le proporciona su sociedad, por lo que los “otros” son sólo un espejo y las
reflexiones que inspira hablan, en realidad, de “nosotros”. Finalmente, la teoría del actor red
(Latour, 2005) ha añadido que los objetos naturales de los que se ocupa la ciencia resultan
construidos por la compleja interrelación de un amplio conjunto de actores que movilizan de
distintos modos una gran cantidad de recursos. En definitiva, según estas y otras líneas de
reflexión, descubrimos que el mundo que nuestra civilización imaginara como exterior y
objetivo, en realidad es interior e inventado. Pues bien, a este giro entre lingüístico, cultural,
neuronal y social que ha cambiado nuestra idea del mundo, se ha añadido posteriormente un
giro corporal que pretende despertar nuestro trato con su vertiente sensible. Con el primer
movimiento sólo hubo un cambio de jerarquía en el ámbito sutil o de las ideas, mientras que
con el segundo hemos abierto camino hacia la vertiente sensible o material. Si el primer gesto
es postmoderno, pues sólo altera o destruye la idea de objetividad, el segundo es postoccidental
pues cuestiona el protagonismo que desde Grecia se decidió a dar al alma y la subordinación
que se adjudicó al cuerpo1.
En este artículo vamos a inscribirnos en el segundo gesto utilizando dos novedosas
aproximaciones a la corporalidad. Por un lado, la teoría crip, continuadora en otro plano del
despertar corporal que animó la teoría queer. Por otro lado, la compleja experiencia corporal
que practican los amerindios según los análisis de Viveiros de Castro (2006, 2010, 2013).
Creemos que al despertar corporal que la teoría crip promueve desde un particular ámbito, si
bien es contundente, le falta la experiencia y estímulo que los amerindios pueden proporcionar
para profundizar el intento y extenderlo a más ámbitos y rincones de lo social.
Desde un punto de vista posthumanista Braidotti (2015: 83) ha sugerido que “si la decadencia
del humanismo inaugura lo posthumano exhortando a los humanos sexualizados y racializados
a emanciparse de la relación dialéctica amo-esclavo, la crisis del anthropos allana el camino a
la irrupción demoníaca de los otros “naturalizados”. Pues bien, desde nuestro punto de vista, el
componente posthumano del movimiento crip, encargado de impulsar el desborde definitivo de
cierta clase de sujeto (el corporalmente normalizado a partir de un conjunto cerrado de
Lo cual tuvo muchas consecuencias. Una de ellas es la separación y posterior exclusión de los animales
por no alcanzar nuestra inteligencia (Simondon, 2008). Descartes cerró la operación privándoles incluso
de instinto.
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funcionalidades), puede ser expandido a través de la particular experiencia postantropocéntrica
de los amerindios en relación al trato con esos otros que para nuestra civilización son los
animales. Tal es la relación que pretendemos establecer entre discursos aparentemente tan
distintos. Corresponderá al lector juzgar la fortuna del intento
Queers y crips
El cuerpo es el espacio de la incorporación social por excelencia, pero al mismo tiempo
también lo es de la exclusión social (Planella, 2006). La representación de la diferencia como
desviación y los discursos que legitiman dicho proceso, son la clave de la incorporación y
subordinación de los cuerpos.
Los sujetos son examinados, clasificados, ordenados, denominados y definidos por las marcas
que han sido atribuidas a sus cuerpos a partir de la comparación con cierta idea o norma de
cuerpo que actúa como equivalente general2, lo que le permite proyectar sentido y valor sobre
los cuerpos concretos, además de decidir la posición de los sujetos que los portan (Louro,
2003). Tales marcas han definido a dichos sujetos en su totalidad mediante conceptos que
derivan de categorizaciones dicotómicas cuyo eje central son normas abstractas y universales
que, por otro lado, requieren ser reiteradas para producir aquello mismo que nombran. Uno de
los resultado de la operación será la producción de cuerpos normales y anormales. Sin
embargo, este orden nunca ha terminado de funcionar pues los cuerpos nunca se han dejado
reducir del todo a las normas, categorizaciones y proyecciones de sentido o de valor que
reciben.
Los cuerpos que por su diferencia con respecto a la norma han sido hipercorporalizados y
excluidos son definidos como feos, sucios, impuros, enfermos o, en definitiva, abyectos, y
pertenecen a la categoría de los “otros”, necesaria para construir el orden social y generar
esquemas eficaces en el ejercicio de uniformar y sancionar lo diferente (Platero y Rosón, 2012;
Young, 2000). Pero estos cuerpos, lejos de resignarse a una asunción de su posición
subordinada, reclaman precisamente lo que la cultura dominante les ha enseñado a despreciar
y, así, los cuerpos que han sido regulados según su sexualidad no normativa o aquellos que han
sido catalogados según sus órganos o capacidades como “anormales”, han “subvertido el
estigma utilizando la denominación negativa que les había sido adjudicada para apropiársela,
exhibirla y convertirla en signo de orgullo” (Shakespeare, 2008: 74).
Este modo jerárquico de proceder no debe sorprender, pues también los dispositivos encargados de
pensar y ordenar la sexualidad jerarquizan y dan sentido a las zonas erógenas a partir del equivalente
general pene, en el ámbito de las monedas pasa lo mismo con el equivalente general dólar, en las
organizaciones clásicas con el equivalente general jefe, en las familias tradicionales con el equivalente
general padre, etc. (Goux, 2000).
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Cuerpos queer
Es lo que ocurre con el término queer, inicialmente utilizado de manera despectiva, como
insulto, hacia las personas con sexualidades no incluidas en el buen orden social, incluido el
homosexual, pero posteriormente apropiado por los mismos destinatarios del estigma para
convertirlo en un término fortalecedor. Queer significa “raro” o “extraño”, y se ha traducido por
términos como “maricón”, “bollera”, “torcido/a”, “travelo”, etc. Debido a la dificultad de
encontrar un término que no se refiriera únicamente a las sexualidades o no sólo a los varones,
el término queer se utiliza sin traducción, por lo que pierde en castellano el carácter de insulto
que tiene en el uso común de la lengua inglesa y también la ingeniosa reapropiación de que ha
sido objeto por el colectivo estigmatizado (Guzmán y Platero, 2014). Sin embargo, en los
últimos años este término ha sufrido un creciente proceso de mercantilización e igualmente se
está convirtiendo en una suerte de norma, por lo que corre el riesgo de generar nuevas
exclusiones, desfigurando así las condiciones de opresión específicas de cuerpos transexuales,
transgénero, discapacitados o racializados. Para evitar esta (re)caída en los nefastos efectos de la
norma, en la actualidad tiende a hablarse de transfeminismos (Medeak, 2014; Preciado, 2008).
El prefijo “trans” hace referencia a algo que atraviesa lo que nombra. Aplicado a los feminismos,
es un tránsito, una transformación, que tiene implicaciones micropolíticas (Valencia, 2014). Los
sujetos del transfeminismo pueden entenderse como una suerte de multitudes queer que,
aprovechando sus condiciones de interseccionalidad, logran agenciamientos locales no
estandarizados capaces de desterritorializar las maneras en las que hoy se fabrica la subjetividad
a escala planetaria (Valencia, 2014).
La historia de este gesto intelectual y político comienza a finales de la década de los años 80,
cuando algunos cuerpos (lesbianas, chicanas, negras, transexuales, travestis, etc.) reaccionan
contra las políticas de identidad gay que demandan integración en la sociedad heterosexual
dominante, “tomando la calle como espacio de teatralización pública de la exclusión y
utilizando el lenguaje de la injuria para reivindicar la resistencia a la norma
heterosexual” (Preciado, 2008:.236) (Louro, 2001). Al mismo tiempo, esta crítica alcanza
también al feminismo, pues desde sus vertientes disidentes se pone en cuestión al sujeto político
del feminismo, la mujer, entendida como una realidad biológica predefinida y, sobre todo, a la
mujer del feminismo más institucional (blanca, occidental, heterosexual, capacitada y de clase
media), así como a las categorías que de un modo sobreentendido se le adjudican y consideran
obvias. En efecto, si el género no es más que imitación y repetición ritualizada de aquello que
se ha dividido y jerarquizado llamándolo “femenino” y “masculino”, tal como sabemos desde
Simone De Beauvoir, y el sexo es un ideal normativo, así como una práctica reguladora que
produce y diferencia los cuerpos que gobierna, tal como nos enseñan Foucault y Butler entre
otros, entonces la sexualidad (homo, hetero, etc.) no queda ni puede quedar anclada a ninguna
categoría naturalizada (Butler, 2002). De este modo la ecuación sexo-género-sexualidad se
rompe y con ella las identidades que permitía construir estallan (primero las clásicas -hombre-
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masculino-heterosexual y mujer-femenina-heterosexual- pero luego otras -hombre-femeninohomosexual, mujer masculina-homosexual, etc.-), dejan de ser estancas y pasan a coimplicarse
y complicarse (Britzman, 2002; Louro, 2001; Morris, 2005). En definitiva, se desligan las
categorias de sexo, género y sexualidad, básicas en la construcción de cualquier orden
instituido, construyendo un espacio diseminado y heterogéneo en el que la identidad se vuelve
terriblemente problemática por no decir inútil.
Pero en este viaje a través de las turbulentas aguas de la identidad iniciado por el feminismo y
culminado por el posfeminismo, el activismo queer y el transfeminismo, hay un problema. Se
trata de la aparición del cuerpo, reconocido como fundamental en la problematización de la
identidad, pero todavía no visto como puerta de entrada a otro modo de entender la existencia
individual y colectiva. La teoría crip aparecerá para dar este salto.
Cuerpos crip
Crip, es en argot inglés el diminutivo del término cripple, utilizado como insulto hacia las
personas con diversidad funcional 3. Se ha traducido por “tullido” pero que puede referirse a
otras palabras con un sentido similar, aunque más específico, utilizadas en la cultura cotidiana,
caso de “cojo/a”, “tuerto/a”, “jorobado/a”, “enano/a”, etc (Guzmán et al., 2014). Este término,
crip, que inicialmente denota hostilidad, ha permitido con su reapropiación por los sujetos
estigmatizados, generar cultura, hacer chistes, etc. Y de un modo parecido a como en su
momento hizo el movimiento queer se apropió del insulto (e igual que antes los negros hicieron
suyo el despreciativo niger), ha facilitado la creación de una sensibilidad que desestabiliza los
valores y la normatividad del cuerpo orgánica y funcionalmente estandarizado (Platero y Rosón,
2012). Pese a que este término no aparece en el ámbito académico hasta la publicación de Crip
Theory: Cultural sings of Queerness and Disability, de Robert McRuer (2006), precursor de dicha
teoría, ciertamente el uso del término crip ya estaba siendo utilizado en la década de los 90,
como muestra el documental Vital Sings: Crip Culture Talks Back de David Mitchell y Sharon
Snyder (1995).
Partiendo del desagrado hacia el modelo médico de la discapacidad (que apuesta por la
rehabilitación para asemejar los cuerpos a un ideal de salud y capacidad considerado universal)
y recalcando las lagunas del modelo social (que incidió en la discapacidad como una categoría
social construida, pero se olvidó del cuerpo, de su diversidad y su multifuncionalidad), los crips
o tullidos comienzan en la década de los 90 a generar una crítica hacia los patrones corporales.
Si la discapacidad no es más que el resultado de restricciones sociales y ambientales que
Se refiere a personas que con diferentes características biofísicas y que, dadas ciertas condiciones o
características del entorno generadas por la sociedad, deben realizar las mismas tareas o funciones que el
resto de la sociedad de manera diferente. Por lo tanto, a la misma función le corresponden ejecuciones
diferentes. “El término crip, por lo tanto, denuncia la falta de respeto exhibido por las mayorías, que en sus
procesos de construcción de la sociedad y de los entornos, no tiene en cuenta la diversidad
funcional.” (Romañach y Lobato, 2005: 4). Dicho término fue acuñado por el Foro de Vida Independiente
en 2005 y actualmente es utilizado para referirse a la discapacidad en nuestro entorno.
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incapacitan a ciertos cuerpos y la deficiencia es una simple y aséptica desviación estadística a
la que se ha otorgado significado mediante el recurso de la naturalización (es decir, tal y como
es habitual en la legitimación de tantas convenciones -desde la nación a la familia- atendiendo
a aspectos biológicos), la vulnerabilidad ya no puede estar asociada a una lista o catálogo de
características naturalizadas. Se rompe así la relación discapacidad-deficiencia. En cuanto a la
autonomía, que se creía inmanente al ser humano, no encuentra ya categorías en las que
anclarse, lo cual estimula una comprensión del ser humano en términos de radical
interdependencia, por su dependencia de los otros y su sensibilidad al entorno.
Genealogía del cuerpo orgánica y funcionalmente normativo
El cuerpo, en tanto que expresión de la imperfección humana y portador de la diferencia, se
convierte en los siglos XVIII y XIX, en algo que debe ser regulado y en un objeto de saber
(Rodríguez y Ferreira, 2010). En este tiempo también se naturaliza un cierto ideal de ser humano
y se despliega lo viviente en un campo de valor y utilidad (Foucault, 1977). Para lograrlo, se
impone a los cuerpos cierta normatividad encargada de calificarlos (Canguilhem, 1972). En
concreto, se le anudan dos formas de regulación, una médica o de salud y otra estética o de
perfección, que atan el cuerpo a un ideal que todo ser humano debe imitar (Ferreira, 2008;
2009). Con el fin de regular los cuerpos particulares y controlar la diferencia con referencia a un
corpus normativo, se aplicarán técnicas positivas para clasificarlos, dividirlos y subdividirlos
hasta llegar a individualizarlos (Focault, 2007).
La tara, esa diferencia que a partir de esta época se entiende como desviación de la norma, será
objeto de regulación y el cuerpo que la porta, clasificado ahora como discapacitado, entrará en
el sistema disciplinario. Atendiendo a las nuevas relaciones de producción/reproducción y
refiriéndose a cierta idea o norma de salud, se generará la dicotomía salud-deficiencia, que
categoriza a los cuerpos a partir de un ideal orgánico, nombrándolos o clasificándolos según un
estado de salud regulado y disciplinado por el dictamen experto (médico) (Rodríguez y Ferreira,
2010). Por otra parte, refiriéndose a la capacidad, se generará la dicotomía funcionamiento
eficiente/ineficiente (o capacidad/discapacidad), sin tomar en consideración formas de
funcionamiento menos habituales que desarrollan dichas capacidades y, por lo tanto,
confundiendo capacidad con funcionalidad. A su vez, el funcionamiento eficiente/ineficiente se
anudará a un organismo concebido en términos de salud/enfermedad (Toboso y Guzmán, 2009,
2010).
Tanto el ideal orgánico como el ideal funcional se inscriben y conectan entre sí en el cuerpo,
que se toma como lugar y práctica del discurso médico-capacitista. (Toboso y Guzmán, 2009,
2010). Bajo la “mirada médica” se clasifica a los cuerpos según el estándar de salud,
disciplinando a los que se desvían del mismo para que se acerquen lo más posible al ideal
orgánico. Bajo la “mirada capacitista”, la capacidad antecede en importancia a la
funcionalidad, por lo que no se considera que las distintas funcionalidades, en tanto que
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expresiones de diferentes funcionamientos posibles, sean verdaderamente funcionales (Toboso y
Guzmán, 2010). Es decir, se iguala capacidad a funcionalidad mayoritaria y así cada
funcionalidad mayoritaria (socialmente legitimada) se identifica con la capacidad
correspondiente. De esta manera, dado que el conjunto de capacidades configura el cuerpo
normativo, se configura el mismo a partir de las funcionalidades legítima(da)s. Por tanto, las
miradas “médica” y “capacitista” producen un cuerpo normativo, ideal y único posible, pese a
la presencia de otros cuerpos diferentes que no se consideran relevantes, pues el cuerpo
normativo anula otras alternativas y las invisibiliza.
Tanto la “mirada médica” (proyectada sobre el organismo), como la “mirada capacitista” (sobre
el funcionamiento), son performativas; es decir, actúan en la producción del cuerpo normativo.
Por ejemplo, cada conflicto con una barrera del entorno supone un acto performativo que
reproduce la categoría de discapacidad y opera sobre el cuerpo considerado ilegítimo
materializando en él los contenidos normativos de los discursos médico-capacitistas sobre el
cuerpo, así como recordándole su “anormalidad” por no poder habitar ese espacio (Abbott,
2010). Estos actos performativos producen y reproducen la distancia social entre el cuerpo
normativo y otros cuerpos, la posición central del primero y la posición periférica de los otros
(los anormales, los cuerpos dis-capacitados).
Pese al avance que supone en la década de los años setenta del siglo pasado la consideración
de la discapacidad como resultado de restricciones sociales, provocadas por un entorno hostil
pleno de barreras sociales y ambientales (Oliver, 1998), la deficiencia a nivel orgánico ha
seguido siendo naturalizada; es decir, concebida y representada como una carencia o falta de
normalidad. Dicha deficiencia ha continuado ligada a un cuerpo sin cultura, presocial y sin
capacidad de acción, objeto todavía del discurso médico-capacitista. Es precisamente esta
anormalidad, la que ha continuado anclando este cuerpo en el espacio de lo otro, perpetuando
en la cultura una línea divisoria entre el cuerpo orgánica y funcionalmente normativo (el cuerpo
“capacitado”, que se contempla como universal y positivo) y el cuerpo discapacitado
(designado con criterios restrictivos), dando lugar a que esos otros cuerpos sean señalados, sus
experiencias invisibilizadas y su existencia marcada como “otra” (desviada e inferior), al ser
construida su diferencialidad en términos de carencia y negación (Young, 2000). Dicho de otro
modo, “la “normalidad de los cuerpos capacitados” es insertada en cualquier pensamiento y
comportamiento como un privilegio o estado deseable del ser (y) la noción de cuerpo
capacitado asume estándares normativos o universales a través de los cuales los otros cuerpos
son juzgados” (Palacios, 2008: 173).
Deshacer el binomio deficiencia-discapacidad requiere cuestionar la noción de deficiencia en
cuanto base biológica, puesto que mientras se acepte como “natural” el supuesto de la
desviación de la norma, la base de la discapacidad seguirá inalterable y perdurará como
negativa (Ferreira, 2009, 2010; Pié, 2010; Toboso y Guzmán, 2010). Reconocer que no sólo la
capacidad como eficiencia funcional es construida socialmente, sino que la salud como
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eficiencia orgánica también depende del contexto social, de un habitus o de una característica
arbitraria pero dominante que se hizo norma, da lugar a pensar la relación entre los cuerpos ya
no como determinista (en términos naturales o biológicos), sino como una construcción social
que, a su vez, se instala entre otras categorías socialmente construidas e interrelacionadas
(Toboso y Guzmán, 2009). Ese sistema de interrelaciones se proyectará sobre cada cuerpo
concreto, que dejará de contemplarse como mero objeto del discurso (médico-capacitista) que
lo disciplina o regula para pasar entenderse que ocupa el lugar que de un modo obvio, normal
y natural le corresponde.
La experiencia crip
Con el movimiento crip, el cuerpo desviado, enfermo y abyecto, que fue hipercorporalizado por
no asemejarse a la norma y estigmatizado por ese rasgo que se desvía de la misma (Allué, 2003;
Pié, 2009; Planella, 2006), deja de ser objeto del discurso médico-capacitista para convertirse
en sujeto de resistencia. Es el cuerpo tullido, tarado, el que a partir de los puntos de ruptura del
discurso médico-capacitista, se convierte en potencia política, abriendo así la posibilidad de
crear nuevas formas de subjetivación.
Los crips, de esta manera, nombran los procesos por los cuales los cuerpos se creen desviados,
abyectos o anormales, pues lejos de ser innata, la desviación o anomalía es constituida a través
de repetidas exclusiones, mediante actos performativos. 4 En estas repeticiones, como expone
Abbott (2010), no sólo se reproduce la opresión sino que aparece la posibilidad de resistencia al
nombrar-desvelar las fuerzas de la normalización y al exponer experiencias que las disuelvan.
Por ello, los crips consideran sus propios cuerpos como portadores de formas de
transformación. A través de las experiencias encarnadas devalúan la norma, giran hacia el
cuerpo para designarlo como lugar de conocimiento y dejan de lado las categorías que tratan
de disciplinarlo (Abbott, 2010).
Las experiencias encarnadas crean puntos de ruptura con el discurso médico-capacitista. A la
vez, la propia experiencia se convierte en objeto de controversia política que afecta a lo
cotidiano de la corporalidad (Rodríguez, 2010). Por lo tanto, hacer de las experiencias
encarnadas prácticas políticas de subjetivación disidente (Preciado, 2013) permite deconstruir
lo normativo desde la corporalidad, reapropiarse de los cuerpos y producir subjetividad, lo que,
en consecuencia, implica una nueva manera de ser/estar en el mundo. Mejor dicho, de ser/estar
el cuerpo en el mundo (Pié, 2013).
Las sociedades construyen normas que regulan a los sujetos y estas normas necesitan ser constantemente
repetidas y reiteradas para que tal materialización se concrete. Pero los cuerpos no se conforman, nunca,
completamente, con esa norma impuesta. De ahí, la necesidad de ser permanentemente citadas para que
puedan ejercer sus efectos. Estas normas también dan espacio para la producción de cuerpos que a ellas
no se ajustan, precisamente porque fortalecen el limite o la frontera, por eso son indispensables para la
norma (Louro, 2001, atendiendo a la teoría de Butler sobre performatividad).
4
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imagonautas (2017) 10
Precisamente, la experiencia encarnada que genera una subjetivación disidente de la norma, es
aquella que poseen los cuerpos crip y que ha sido silenciada. El poder de resistencia que
implica esa experiencia otra de los cuerpos supone una contestación contra la norma orgánica y
funcional. Es de esta experiencia de la que se han apropiado los cuerpos crip para realizar
prácticas disidentes que deshagan el binomio deficiencia-discapacidad, desnaturalizando
dichas categorías y exponiendo la vulnerabilidad e interdependencia de todo ser humano.
La dependencia, dimensión que caracteriza a los seres humanos en su organización social, su
funcionamiento y desarrollo, fue asimilada como aspecto negativo de la autonomía (Pié, 2012).
En la categoría de la dependencia se ubicó a los “otros”, los no humanos, los imperfectos,
olvidando el carácter dependiente e interdependiente del ser humano. Así, el sujeto moderno
fue considerado autónomo (e incluso independiente –idea sin la que la economía y política
liberales no podrían funcionar-) negando su necesidad de los otros y del entorno para vivir.
Aunque otros discursos han llegado a esta misma conclusión, el sendero que ha seguido el
movimiento crip es original.
Al igual que se confirmó que la perfección del ser humano era únicamente un ideal, una norma
que no contenía al ser humano en su animalidad, finitud e imperfección, se hace evidente que
la noción de dependencia es propia del ser humano y requiere no evitarla sino inscribirla en la
misma definición de ser humano (Planella, 2013). El problema es, por tanto, la utilización y
aplicación restrictiva del concepto de dependencia a ciertos individuos en lugar de atender al
carácter interdependiente del ser humano en general. Asimismo, asumir la vulnerabilidad de
cada ser humano permite ponerlo en relación con los otros, evidenciando su carácter radical y
ontológicamente interdependiente (Abbott, 2010).
Por un constructivismo perspectivista
El movimiento crip, con su crítica, deshace la ecuación discapacidad-deficiencia-dependencia
de una manera parecida a como los queer y transfeministas deshicieron la ecuación génerosexo-sexualidad. En los dos casos mostrando el carácter construido y no natural, tanto de cada
eslabón en particular como de las dos cadenas o ecuaciones en general. Además, lidian de la
misma manera con los ideales que inspiraron ambas construcciones, la identidad en el caso
queer y la autonomía en el crip. En el primer caso, para descubrir-construir un espacio social
atravesado por borrosidades, hibridaciones y transversalidades, en el segundo para descubrirconstruir un espacio poblado por infinidad de interdependencias5. En este sentido, tener en
cuenta a Nancy (1992) es fundamental pues nos recuerda que el ser al que se encomienda la
filosofía es, en realidad, el cuerpo. Pero no un cuerpo aislado, sino expuesto al contacto, al
Es pues mediante estas manifestaciones por las que la norma y las dicotomías se diluyen y, como expresa
Young (2000; 249), se hace posible acabar con las prácticas culturales que discriminan, al “incitar a todos
los sujetos a un entendimiento de sí mismos como plurales, heterogéneos”.
5
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imagonautas (2017) 10
préstamo6 (nuestro filósofo tiene un corazón “cedido”). En definitiva, un cuerpo populador,
multitudinario. Así que en el escenario queer la identidad se esfuma y en el crip la autonomía se
desintegra. Pero más allá de los mundos queer y crip, sus gestos políticos e intelectuales nos
permiten atisbar que, tanto en el plano del alma (respecto a la identidad -a la que inicialmente
aluden el feminismo homosexual y el movimiento queer- o a la cultura -apelada desde el multi-,
inter- o trans- culturalismo), como en el plano corporal (no hay aquí términos equiparables al a
los de “identidad” y “cultura”), desaparecen las unidades a cualquier escala o dimensión y
aparecen los flujos, vectores y movimientos de fuga.
Hay otra importante complementariedad entre los movimientos crip y queer que tiene que ver
con un importante problema de la civilización occidental. Para lidiar con los problemas que
plantea la identidad, los queer descubren el cuerpo, pero aunque trabajan con él vuelven al
plano sutil o inmaterial en el que se hospedaba la identidad. Que sea para poblarlo de
hibridaciones y transversalidades no es para nosotros tan relevante. El gesto es interesante pero
imperfecto porque no permite salir de la encerrona en la que se introdujo Occidente cuando
decidió considerar el alma como superior al cuerpo para, al final, excluir el segundo ámbito
tanto de la reflexión como de la política. El gesto crip completa el gesto queer obligando a
entrar de lleno en el campo del cuerpo. El problema es que aquí, a falta de tradición de trato
reflexivo y político con él, todo está por hacer. Precisamente lo que intentaremos en esta
segunda parte del artículo es proponer salidas.
Nuestro giro corporal y el gesto chino
Es cierto que dentro de las ciencias (duras y blandas), así como en el ámbito de la filosofía hay
interesantes aportaciones con las que alimentar el giro corporal. Es el caso, por ejemplo, del
paradigma del embodiment utilizado por Brooks (2001) para construir sus robots, pues
aprenden y se desenvuelven sin utilizar un sistema de representaciones ni “razón” ninguna,
simplemente encarnándose en el medio y autoorganizándose a partir de las perturbaciones por
las que resultan afectados. En la misma dirección apuntaba, el segundo Wittgenstein (1988:
23-30) cuando propuso la expresión "juego de lenguaje" para referirse al hecho de que más
importante que la significación es el sentido o uso dado por los hablantes al lenguaje. Con
posterioridad, Austin (Levinson, 1989: 219 y ss.) profundizó en la vía abierta por el austríaco al
observar que el asunto de si ciertos enunciados son verdaderos o falsos es menos importante
que el hecho de que resulten útiles. Esta afirmación la realizó cuando comprobó que ciertas
oraciones declarativas no se hacen sólo con la intención de decir algo sino de hacer cosas.
Llamó “performativas” a esta clase de oraciones entre las que se incluyen el prometer,
amenazar, ordenar, etc.. Más tarde, decidió utilizar otra distinción: los actos "locutivos" son los
declarativos clásicos (tienen referencia), los actos "ilocutivos" tienen que ver con la fuerza
Para ese cuerpo “populador” haría falta una escritura inseparable del cuerpo pero también “populadora”,
tal como sugiere De Peretti (2005: 70-76).
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asociada al decir y los actos "perlocutivos" se refieren a los efectos de lo dicho 7. Finalmente, en
sus últimos trabajos, el malogrado Varela (1990) prestó atención a un modo de conocer, la
"enacción", que entronca con la tradición fenomenológica europea 8. En su opinión el conocer
sólo puede comprenderse en tanto que encarnado o corporeizado en el ser-ahí que está
viviendo, así que es sensible a sus condiciones existenciales, por lo que cada acto cognitivo es
único. Y es que en nuestra vida cotidiana encadenamos modos de conocimiento-acción o
"microidentidades" distintos según pasamos de un "micromundo" o situación a otros.
Aunque las vías anteriores y otras que nos dejamos en el tintero resulten útiles, también es
posible hacer un gesto más radical y decidido e inspirarse en culturas que siempre pusieron en
el centro la corporalidad. Este gesto es necesario porque, desde sus orígenes, el pensamiento
dominante en Occidente colocó por delante el alma y despreció el cuerpo. De ahí la idea de
que la cara es el espejo del alma, que la apariencia tiene que ver con el contenido, que un
cuerpo sano está relacionado con una mente sana, que lo fenoménico permite el acceso al
nóumeno, etc. Esas y otras observaciones similares parten de un conjunto de distinciones y
jerarquizaciones básicas (interior/exterior, profundo/superficial, esencial/accesorio, etc.) en las
que los primeros términos tienen un carácter espiritual o inmaterial y son considerados
superiores frente al carácter corporal y material de los segundos. Tales distinciones han traído
consigo apuestas artísticas, intelectuales, religiosas, etc. preocupadas también por lo
considerado profundo-interior-esencial en detrimento de lo evaluado como exterior-superficialaccesorio.
Lo curioso es que esto ha ocurrido incluso cuando el arte ha despojado el cuerpo de vestidos y
lo ha mostrado al desnudo, tanto en Grecia para representar la belleza como en la iconografía
cristiana para simbolizar lo bueno y verdadero (Jullien, 2004). El problema es que los cuerpos
así expuestos estaban absorbidos por las ideas (belleza, verdad, bondad) que representaban y
para facilitar ese vínculo debían estar deserotizados. Es como si en Occidente hubiera habido
cierto malestar con el exceso de alma, lo cual se quiso compensar reintroduciendo el cuerpo,
pero sólo en tanto que espejo de aquella y siendo, por lo tanto, menos “corporal”. En cambio,
en China, jamás han buscado la belleza, bondad y verdad en el desnudo. Cuando tal clase de
cuerpo ha aparecido, lo ha hecho no para mostrar la belleza sino la sexualidad. Y en cuanto a
Aunque en principio distintas, hay otras líneas de investigación que se apartan del espiritualismo que ha
dominado la reflexión sobre el lenguaje. Es el caso del rescate de la escritura y la traza que realiza Derrida
(1986) frente al fonocentrismo (en alianza con el logocentrismo) que ha dominado en la reflexión desde
los estoicos hasta Saussure. Es también, la recuperación del campo mostrativo que frente al simbólico
recuperó Bühler (1985) y más cerca de nosotros ha mantenido y enriquecido García Calvo (1991).
Tampoco deberíamos olvidar la denuncia de McLuhan (1985) de la hiperestesia visual que anda detrás de
nuestra experiencia del lenguaje y la escritura, que ha sacrificado la confluencia sinestésica de más
sentidos, como ocurre con la escritura jeroglífica.
7
Para ubicar los trabajos de Varela en el amplio abanico de autores influidos por las neurociencias y
dedicados al estudio de la conciencia, véase Chalmers (1995).
8
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su canon de belleza, ha preferido detenerse en los detalles, los pliegues y las sinuosidades de la
apariencia.
Estamos entonces ante corporalidades estéticas diferentes. Mientras la occidental parte del
mundo de las ideas y subordina a ellas la corporalidad, la china parte del cuerpo y hace bajar el
mundo sutil de las ideas a él. Esto no sólo sucede en el campo del arte, pues en la medicina
oriental se utilizan términos muy poéticos para lidiar con las corporalidades (Kuriyama, 2005).
Así, un pulso “resbaladizo” es asociado a una “sucesión de perlas rodantes”, un pulso “áspero”
tiene que ver con la “arena mojada” y Li Zhongzi, un clásico de la medicina china, decía del
pulso “flotante” que “es como una brisa que sopla por el pulmón de la espalda de un pájaro,
silencioso y susurrante como la caída de las hojas de los olmos, como la madera flotando en el
agua, como las capas de la cebolla enrolladas ligeramente entre los dedos” (Kuriyama, 2005:
105). También desde la propia anatomía el cuerpo ha sido visto e interpretado de un modo
poético. Cuando a los chinos les dio por abrirlo y diseccionarlo, una práctica que fue mucho
menos habitual que entre los griegos, no vieron los músculos y nervios que los mediterráneos
consideraban tan llamativos, sino el “florecimiento de las tonalidades” (Kuriyama, 2005: 197),
expresión que utilizaron para designar los flujos de humores que circulan según coordenadas
complejas pero precisas.
Humanos y no humanos
Sin embargo, no nos serviremos de la cultura china para mirarnos en ese espejo y buscar algo
de inspiración con la que desarrollar el deseo de cuerpo que los movimientos queer primero y
crip después, entre otros 9, han puesto ante los ojos de nuestra civilización para que lo atienda.
Por su originalidad, preferimos prestar atención a la potente y elaborada centralidad del cuerpo
que descubre Viveiros de Castro (2006, 2010, 2013) entre los amerindios, explicitada a partir
del contraste que realizan entre los humanos y los no humanos, muy distinto del que ha
instituido la civilización occidental. Pero para facilitar la comparación de ambos sistemas de
diferencias, conviene inscribirlos en el campo más amplio propuesto por Descola (2006:
169-176), pues en él no sólo cabe lo que ha descubierto la antropología entre los amerindios,
sino también lo que esa ciencia social ha visto entre los africanos, australianos y orientales.
No deberíamos olvidar, por ejemplo, las agresivas estéticas corporales que han pasado del tatuaje al
scratching (rasgados), los brandings (quemados), la introducción de prótesis (cuernos, escamas, etc.), la
amputación (de falanges), la perforación (de mejillas), las lenguas bífidas, etc. (véase Rojo, 2014). Tampoco
hay que olvidar el Fitness and Health, que comenzó en los años 70 pero tiene su origen en los años 40,
cuando el ejército decide mejorar la calidad de sus reclutas (Howell e Ingham, 2001: 335). Dice Sloterdijk
(2012: 24) en relación a esto que el “ejercicio” en el siglo XXI (sustituto de la “reflexidad” que dominó el
XX y la “producción” que campeó por el XIX) es un tipo de “antropotécnica” que los individuos de
distintas culturas han intentado optimizar para conjurar los riesgos de la vida y las certezas de la muerte.
Una consecuencia de ello es, según Sloterdijk, la aparición del “neoatletismo”, inaugurado por el
olimpismo de Pierre De Coubertín. Con él desaparece la “religión del hambre” y aparece la de “la
saciedad y el fitness” (Sloterdijk (2012: 117-118).
9
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Dice el antropólogo francés que todo humano se percibe como una unidad mixta de
interioridad y fisicalidad desde la que reconoce o niega al otro no humano características
derivadas de las suyas propias. En efecto, frente a un otro no humano puedo suponer que posee
elementos de fisicalidad e interioridad idénticos a los míos (como ocurre con el totemismo
australiano) o distintos (como pasa con el analogismo oriental). También puedo suponer que
tengamos interioridades similares y fisicalismos diferentes (así ocurre con el animismo
amerindio) o interioridades diferentes y fisicalismos análogos (tal como pasa con nuestro
naturalismo). Estas cuatro “ontologías” (según la expresión de Descola, 2006) dan lugar a
contratos naturales entre humanos y no humanos distintos.
Yendo al grano, podemos decir que mientras el naturalismo científico de nuestro mundo
entiende que los humanos, pero también los no humanos, somos físicamente muy parecidos y
que esa similitud puede ser retratada en términos objetivos por la ciencia (pues para ella, por
ejemplo, nuestro ADN y el de la mosca del vinagre son prácticamente idénticos, los corazones
de cerdos y animales son intercambiables, lo que facilita utilizarlos para hacer válvulas
destinadas a nuestros corazones, etc.), el animismo de los amerindios entiende que los humanos
entre nosotros y los no humanos somos físicamente muy diferentes y que de esas diferencias
brotan modos de conocer muy distintos e incluso inconmensurables. De esto se deduce que si
para el occidental medio hay una pluralidad de culturas humanas frente a una naturaleza que
tiene un carácter más bien uniforme, los amerindios proponen lo contrario: una cultura única
con múltiples naturalezas. Y si los occidentales han inventado el “relativismo cultural” y el
“multiculturalismo” para saber convivir con la diversidad humana, los amerindios han
elaborado con su “perspectivismo” un “multinaturalismo”. Una perspectiva (natural) es lo
contrario de una representación (cultural) porque las representaciones son atributos de los
espíritus mientras que las perspectivas expresan puntos de vista de los cuerpos. Es por esto que
los animales y los humanos ven mundos diferentes10.
Otra importante diferencia que señala Viveiros de Castro entre los occidentales y los amerindios
tiene que ver con el hecho de que nuestra ontología postula una continuidad física humanosanimales y también una discontinuidad entre ambos lados en lo que se refiere al alma, mientras
que los amerindios suponen que humanos y no humanos tenemos una relación de continuidad
por lo que respecta al alma (pues ambos compartimos una misma humanidad) pero nuestros
cuerpos están diferenciados. Por eso, en el plano esotérico, su chamanismo practica la
metamorfosis corporal (se mantiene el espíritu pero cambian las formas o cuerpos) mientras que
Por cierto, Maturana (1995), elaboró su punto de vista constructivista y la propia noción de autopoiesis,
central en cierta sociología, a partir de sus estudios sobre los diferentes sistemas de visión de los seres
vivos (las palomas son tretracromáticas, nosotros tricromáticos; hay especies que ven por debajo del rojo y
otras por encima del violeta; etc.). Concluyó que cada sistema está encarnado en cuerpos y estilos de vida
diferentes para los que tales modos de ver son funcionales. Este es un constructivismo perspectivista muy
distinto del que se propone desde el multiculturalismo, pues en este segundo caso se parte de diferencias
interiores (subjetividades y culturas distintas), mientras que en el otro interesan las características
corporales y el contexto en el que dichos cuerpos se desenvuelven.
10
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entre nosotros es más habitual la posesión espiritual (se mantiene la forma o cuerpo pero
cambian los espíritus). Esto es así porque para ellos el cuerpo es un medio para llegar al espíritu,
mientras que para nosotros es imposible pues los cuerpos están sellados y blindados.
Pero más allá del esoterismo, para Occidente el problema no son tanto las conexiones y
continuidades corporales sino cómo unir esas almas que consideramos como absolutamente
separadas unas de otras. Para resolverlo hemos construido edificios intelectuales gigantescos
que justifican lo colectivo a partir de cosas como el “contrato social”, el “complejo de Edipo”,
lo “simbólico”, etc. En cambio para los amerindios, como (según hemos visto) no hay distinción
de almas, el yo no está tan claro qué es e incluso está en constante peligro pues puedo ser
percibido de modos muy diferentes (por el jabalí, el jaguar, etc.). Así que hay un exceso de
comunicación, por lo que es necesario escuchar muy atentamente para entender y ubicarse e
igualmente es necesario establecer cortes, separar, generar disyunciones, práctica
absolutamente contraria a la de generar conjunciones que utilizamos en Occidente y que
explica la importancia que tienen entre nosotros aparatos con importantes funciones
homogeneizadoras como la educación, hiperespecializada en la conducción de las almas hacia
un lugar cultural común. Los amerindios, por el contrario, como su problema es la
comunicación de cuerpos, tienen una “educación” que intenta ponerlos en común. Por eso le
dicen al antropólogo: “es necesario que coma nuestra comida o duerma con nuestras mujeres
para que conozca nuestra lengua”. Así que mientras para nosotros la educación es espiritual,
para los amerindios implica una disciplina corporal11. La existencia del canibalismo tiene
muchísimo sentido desde este punto de vista.
En cuanto a sus preocupaciones intelectuales, poco tienen que ver con las nuestras. Un
ejemplo. En el siglo XVI los españoles que llegaron a América dudaban de que los indios
tuvieran alma y, en consecuencia, fueran humanos, del mismo modo que, por esa misma época,
a diferencia de lo que ocurre hoy, dudaban que las mujeres, los negros o los animales tuvieran
almas y fueran humanos. Para ello enviaron comisiones de teólogos. En esa misma época los
indios sumergían los cadáveres de los españoles para ver si su cuerpo se corrompía o no. Los
españoles dudaban si los indios eran humanos o animales, mientras que los indios dudaban si
los españoles eran humanos o espíritus. Unos se interrogaban por la presencia o no del alma,
mientras los otros lo hacían por la materialidad del cuerpo. Los dos querían saber de la
humanidad del otro pero de distinta manera.
Otra importante diferencia que se infiere del modelo de Viveiros De Castro hace referencia a la
moda o estética personal, más exactamente al componente de transgresión que incorpora, pues
el disfraz permite, tanto a ellos como a nosotros, ser otro. En general, ellos transgreden con sus
imitaciones de otros cuerpos (animales) la distinción de cuerpos en las que están afincados. En
efecto, las “modas” amerindias tienen como función producir cuerpos verdaderamente
En nuestro mundo la cultura popular siempre ha mantenido un trato con la materialidad del cuerpo que
está en las antípodas del cultivado por las élites, según mostró Bajtin (1990) y quienes le han continuado.
11
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humanos con pedazos de cuerpos de animales (plumas, dientes, pieles, etc.), así que se
diferencian jugando con el peligro de la confusión hombres-animales, tan peligrosa para ellos.
De ese peligro extraen su particular placer estético. Nosotros, en cambio, transgredimos con
nuestras identificaciones con otras gentes (humanas) la diferencia de (sub)culturas en la que
estamos afincados 12. En efecto, nosotros nos humanizamos estéticamente jugando con la
confusión de esencias, más exactamente intentando imitar las clases, edades, géneros, etnias,
etc. que no somos. De este peligro (la eliminación de las diferencias esenciales) extraemos
nuestro particular placer estético. En ambos casos el veneno, convenientemente dosificado,
enriquece el sistema en lugar de destruirlo. En definitiva, para ellos los otros cuerpos animales
son su solución, para nosotros las otras culturas humanas son nuestra solución. En el primer
caso para no caer en la indistinción esencial o profunda, en el segundo para no caer en la
indistinción material o superficial.
Para finalizar, utilicemos el punto de vista aplicado hasta aquí para entender desde otro ángulo
los líos en los que andan dos importantes instituciones de nuestro mundo: la ciencia y la
política. En Occidente, dentro de la ciencia, como el mundo de las ideas se ha vuelto
hegemónico, el punto de vista amerindio que ya no tenemos (aunque está presente en la vida
ordinaria y en ciertas tradiciones y actividades rurales, como la ganadería y la caza) sólo ha
podido sobrevivir mediante apropiaciones “corporales”. Tal es la conclusión que se puede
extraer de las reflexiones de Lizcano acerca de las metáforas materiales o corporales, ya
olvidadas, que originaron nuestras nociones matemáticas más comunes y cuyo rastro
(perspectivista) aún permanece en el lenguaje (Lizcano, 1993, 2006). Así, por ejemplo, la
operación denominada “raíz cuadrada” pone de manifiesto que en los imaginarios griego,
romano y medieval el número se percibía como si fuera una planta. Analizando los textos de un
matemático portugués del Renacimiento (Pero Nuns) y su continua referencia a distintos tipos
de raíces, Lizcano sugiere que se establece una semejanza entre un campo geométrico (en el
que hay objetos como lados y cuadrados) y otro biológico (en el que hay raíces y crianzas). Es
decir, que la relación de un lado con su cuadrado es la misma que hay entre una raíz y la
planta. Así que el lado engendra, alimenta y nutre el cuadrado hasta hacerse espacio del mismo
modo que la raíz lo hace con la planta.
A partir del reconocimiento de ciertos sustratos imaginarios que se inspiran en particulares
experiencias corporales o materiales y dan lugar a ciertos conceptos abstractos como los que
usan nuestras matemáticas, es posible suponer que otras influencias corporales puedan dar
lugar a otras matemáticas. En este sentido, hay que tener en cuenta que nuestras matemáticas
están activadas a partir de la preeminencia del sentido visual, que para otras culturas no es tan
importante. Así, para los ongee de las Islas Andamán en el Pacífico Sur la vida está regida por el
olfato y para señalarse a sí mismo se indican la nariz. Por su parte, los tzotil mexicanos cifran su
Distintas teorías de las modas subrayan la imitación que unos grupos o clases realizan de otros. Véase,
por ejemplo, Simmel (1923).
12
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existencia en el calor. Otras sociedades, como los desana de la Amazonia colombiana dan
importancia a la visión, pero no a esa visión griega que perfila contornos y delimita figuras, sino
a otra distinta que presta atención a los colores y a la sinestesia cromática13.
Estas observaciones de Lizcano muestran que bajo la aparente objetividad de la ciencia hay un
relativismo perspectivista. Dicho relativismo no depende de las interioridades (alma, cultura,
etc.), tal como subrayan otras sociologías y filosofías de la ciencia (Iranzo y Blanco, 1999), sino
de las exterioridades (cuerpos, contextos, etc.). El trabajo de Lizcano no es fácil de asimilar
porque desvela que las abstracciones de la ciencia, esa reflexividad tan respetada en nuestra
época, no son objetivas o independientes de los contextos, tal como ella misma confiesa, sino
que, al contrario, se construye borrando las metáforas corporales o situacionales sobre las que
se asienta. En las ciencias sociales suele ocurrir justo lo contrario, pues de lo que se trata es de
hacer patentes tales influencias corporales, situacionales, etc. y de construir teorías que las
manifiesten (cf. Bourdieu, 1997). En efecto, lo que hace el vector crítico de la ciencia social
(bastante influyente y en algunas épocas y espacios también dominante) frente al vector
positivista es precisamente esto14 .
Pues bien, proponemos denominar perspectivista a esta modalidad de ciencia, que unas veces
oculta (caso de ciertas ciencias duras) y otras hace manifiesta (caso de ciertas ciencias sociales)
esas influencias materiales que, desde un punto de vista perspectivista, siempre intervienen. Al
otro lado queda el punto de vista naturalista, que unas veces oculta (caso de ciertas ciencias
sociales) y otras hace manifiesta (caso de ciertas ciencias duras) la influencia del contexto,
cuerpo y situación. Dicho de otro modo, las ciencias duras tienden a ocultar una influencia
material que sólo es posible descubrir a través de la sospecha, recurso intelectual básico en el
otro bando, mientras que las ciencias sociales tienden a exponer una influencia interior
(cultural, personal, etc.) que sólo es posible aplacar con el establecimiento de protocolos,
métodos y teorías similares a los de las ciencias duras.
Si pasamos del campo de las ciencias, duras o blandas, al de las políticas, nos encontramos con
una situación parecida. Por un lado, ciertas políticas, igual de dominantes que las ciencias duras
(que exhiben el carácter objetivo de una abstracción idealista), ponen por delante arbitrarios
tales como la libertad, la igualdad o la fraternidad, siempre ideales aunque sean jerarquizados
de modos diferentes en cada campo ideológico. Por otro lado, políticas diferentes, con más
parentesco con las ciencias blandas o sociales, ponen por delante los cuerpos, situaciones y
Dentro de nuestro mundo Sacks (1997) descubre un paisaje de representaciones del mundo igual de
extraordinario y también corporalmente enraizado en su tratamiento de un amplio abanico de
enfermedades neurológicas que, sin embargo, no dificultan mucho la vida cotidiana de quienes las
padecen.
13
La denominada filosofía de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) sería una fuente permanente de
inspiración de infinidad de teorías y metodologías, desde la Escuela de Frankfurt a Bourdieu pasando por
Foucault y las muchas familias de psicoanalistas. Acerca de cómo estas teorías requieren metodologías de
investigación específica, véase Bergua (2011: 45-55).
14
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contextos. Un buen ámbito político en el que mostrar esta influencia perspectivista es
precisamente el formado por los diferentes feminismos y posicionamientos queer o crip, que no
se pueden entender si no es a partir de la encarnación o corporeización de cada discurso
(científico) o práctica (política) en su respectivo cuerpo, contexto y situación 15.
Conclusiones
Los movimientos queer y crip son posthumanistas porque deconstruyen por flancos distintos el
sujeto normalizado sobre el que reposa cierta idea de humanidad y abren la posibilidad de
construir sujetos distintos.
El movimiento queer nace en un contexto de discusión entre los homosexuales acerca de la
identidad en el que se desmonta la secuencia género-sexo-sexualidad confirmando el carácter
socialmente construido tanto de cada eslabón como de la propia lógica de la cadena que había
iniciado el feminismo desde Beauvoir y sugiriendo construir tanto nuevos eslabones como otras
lógicas. Una consecuencia de las deconstrucciones y construcciones realizadas es el desborde
del campo de la identidad que inicialmente se trabajó y el desembarco en el difuso y borroso
mundo de las hibridaciones. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, es más valiosa la
importancia que el movimiento queer ha terminado concediendo al cuerpo. El problema es que
no lo han considerado en toda su extensión y complejidad, pues el único que mencionan es el
sexual16.
El movimiento crip, aunque nace en un contexto de discusión sobre la autonomía de los
discapacitados, está muy influido por el descubrimiento del cuerpo que realizan los queer. Su
principal mérito es haber desmontado el esquema discapacidad-deficiencia-dependencia tras
descubrir su carácter socialmente construido, sugerir la construcción de otros eslabones y
desplegar más lógicas. Otra de sus aportaciones es el desborde que impulsa de la noción de
autonomía y la apuesta por la interdependencia. Sin embargo, lo más importante desde nuestro
Pero no todas las alteridades han elaborado un discurso y activado unas prácticas políticas propias. Es el
caso, por ejemplo, de los jóvenes, adolescentes o niños. Para que lo hubieran hecho habría sido necesario
que se concibieran como sujeto. No lo han hecho porque no podían pensar esa posibilidad o porque no
les interesó. Por ambos motivos muestran una alteridad diferente a la que exhiben colectivos tan
movilizados como los crip o queer. Al margen de esto, para ver la política que produce el animismo
amerindio y otros pueblos similares véase De La Cadena y Starn (2007).
15
Dice Foucault (1980) que Occidente padece un atávico y estructural bloqueo respecto a la sexualidad.
Mientras Oriente ha creado un ars erotica para desarrollar e intensificar su experiencia (caso del
Kamasutra) , nuestra civilización la ha bloqueo por el procedimiento (desde el dispositivo de la confesión
en el cristianismo al psicoanálisis con posterioridad) de hablarla o ponerla en discurso, creando así una
scientia sexualis. El movimiento queer parece haber superado esta resistencia. Aunque parezca
contradictorio, la atávica resistencia a aceptar la sexualidad anda también detrás del despertar compulsivo
que se produce desde los años 60 con las revoluciones sexuales (Reich, 1980), la consideración de que la
sexualidad mejora la existencia (e incluso tiene un carácter divino) y la explosión de disciplinas y prácticas
relacionadas con todo ello. Un buen ejemplo de estas palabras que se pronunciaron en el fragor de la
Revolución Sexual: "el hombre sólo puede desear el placer de la mujer, ese Dios que dormita en ella y que
jamás se produce en su cuerpo; sólo puede observarlo con asombro, pánico, terror..." (Bruckner y
Fikielkraut, 1989: 40).
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punto de vista, es su decidido desembarco en la corporalidad. El problema es que nuestra
civilización no tiene el habitus necesario para desplegarlo. Además, aunque las diferencias
funcionales amplíen la corporalidad más de lo que lo hace la sexualidad, aún deja sin atender
gran cantidad de dimensiones del cuerpo.
En relación a este problema, la potente y elaborada centralidad del cuerpo que descubre
Viveiros de Castro entre los amerindios, nos da una pista perspectivista a la que atender. A
diferencia de lo que entiende la civilización occidental, para los amerindios, los humanos y no
humanos compartimos una misma interioridad (humana) pero nuestros cuerpos están
diferenciados. Por ello, al contrario que en occidente, el problema principal es la comunicación
de los cuerpos y, en consecuencia, tratan de ponerlos en común. Con la mirada amerindia se
abre la posibilidad de deconstruir la centralidad de la especie humana que está en la base de
nuestra civilización y de considerar a partir de ese gesto otros puntos de vista acerca de sí
misma. Ambos movimientos forman parte de un mismo cambio postantropocéntrico.
Mientras que para el naturalismo científico occidental apenas hay diferencias físicas entre
humanos y no humanos (pues frente a la pluralidad de culturas humanas consideran que hay
una naturaleza uniforme), el perspectivismo de los amerindios habla de múltiples naturalezas
frente a una cultura única. De ambas matrices brotan modos de conocer diferentes. Por eso, si
en occidente se ha inventado el relativismo cultural y el multiculturalismo para convivir con las
múltiples culturas humanas, los amerindios han elaborado, con su perspectivismo, un
multinaturalismo que es lo contrario del multiculturalismo, pues las perspectivas expresan
puntos de vista de los cuerpos.
Dentro de la ciencia, en occidente, dicho perspectivismo sólo ha podido sobrevivir mediante
apropiaciones corporales. Atendiendo a las observaciones de Lizcano, acerca de cómo
experiencias corporales o materiales han dado lugar a conceptos abstractos como los que usan
nuestras matemáticas, se muestra que, bajo la aparente objetividad de la ciencia, hay un
relativismo perspectivista. Dicho relativismo no depende de las interioridades (alma, cultura,
etc.), sino de las exterioridades (cuerpos, contextos, etc.). Se desvela, por tanto, que las
abstracciones de la ciencia no son objetivas o independientes de los contextos, tal y como ella
misma confiesa, sino que, al contrario, y como muestran las ciencias sociales más críticas, se
construyen borrando u olvidando las metáforas corporales o situacionales sobre las que se
asienta. Proponemos, por tanto, a partir de lo anteriormente expuesto, denominar perspectivista
a esta modalidad de ciencia que hace manifiestas esas influencias materiales y que, desde dicho
punto de vista perspectivista, siempre e inevitablemente intervienen.
Si pasamos del campo de la ciencia al de la política nos encontramos con una situación
parecida. En general, las políticas conversas dan por obvias abstracciones tales como el
individuo, la nación, la libertad, la igualdad, etc. válidas para cualquier contexto o situación.
Sin embargo, ciertas políticas críticas utilizan nociones (por ejemplo, la “clase” de los marxistas
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y el “género” de las feministas) que ponen por delante las situaciones o contextos que las
producen. Un buen ámbito político en el que mostrar esta influencia perspectivista es
precisamente el formado por los posicionamientos queer o crip, que no se pueden entender si
no es a partir de las corporalidades que cada discurso (científico) o práctica (política) confiesa
encarnar.
Creemos que los cambios postantropocéntricos considerados, importantes en sí mismos,
también tienen el mérito de proporcionar cobertura y dar impulso al decidido encuentro con el
cuerpo que protagoniza el posthumanismo crip. Nuestra intención es trabajar este asunto en el
futuro.
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El ethos creativo. Paradojas del modo de vida creativo
The creative ethos. Paradoxes of creative lifestyle
Celso Sánchez Capdequi
Univ.Pública de Navarra
celso.sanchez@unavarra.es
Resumen
El trabajo pretende analizar el significado de la creatividad en nuestras sociedades. Se centra en el nuevo
imaginario de la creatividad y en el ethos creativo asociado con él. En sociología y en filosofía la
creatividad ha sido considerada más como una posibilidad que como un hecho social. Los trabajos de C.
Castoriadis, S. Eisenstadt y H. Joas son expresión de ello. Pero la reflexión de A. Reckwitz revela un
aspecto relevante de lo creativo en el presente: se ha convertido en realidad institucional y en fuente de
normalidad. Su valor de cambio y transformación social ha perdido importancia. Define la normalidad en
las biografías individuales y en las instituciones. Todas ellas deben ser originales como condición de su
supervivencia. La economía, la ciencia, el arte, la cultura, la identidad incluyen la creatividad como
símbolo transversal de la sociedad moderna. La conclusión de esta descripción sería que la creatividad ha
cambiado su significado social y que eso introduce nuevos desafíos en el debate social.
Palabras clave: creatividad; cambio; imaginario; símbolo; institución.
Abstract
The paper intends to analyze the meaning of the creativity in our societies. It centers on the new imaginary
of the creativity and on the creative ethos associated with it. In sociology and philosophy the creativity has
been considered more as a possibility than a social fact. The contributions of S.Eisenstadt, H. Joas and C.
Castoriadis are expression of it. But the reflection of A. Reckwitz reveals other relevant aspect of the
creativity in the present: it has become institutional reality and the source of normality. Its value of social
change and transformation has lost importance. It defines the normality in the individual biographies and
in the institutions. They must be original as condition of their survival. The economy, science, art, culture,
identity include the creativity as transversal symbol of modern society. The conclusion of this description
would be that the creativity has changed its social meaning and it introduces new challenges in the social
debate.
Key Words: creativity; change; imaginary; symbol; institution.
Recepción: 27.10.2017
Aceptación definitiva: 5.2.2018
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
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Presentación
Si hasta no hace mucho tiempo la creatividad era privilegio de una minoría social normalmente
ligada a la actividad específica del arte, en nuestra sociedad ha pasado a ser una de las notas
básicas que definen el modelo actual de convivencia. De algún modo, se ha convertido en el
destino de la época que obliga a todos y cada uno de los individuos, en todos y cada uno de sus
espacios sociales (profesión, vida afectiva, familia, ocio), a vivir creativamente su existencia. En
el origen burgués de la modernidad el arte, el artista y el valor de la originalidad se
correspondían con la actividad artística ya diferenciada de la experiencia religiosa y con un
sector (subsistema) social situado en la periferia y alejado de las zonas de dirección y gestión de
la sociedad y de producción de riqueza material.
En el escenario de la teoría de la modernización dominado por la lógica de la especialización y
la fragmentación funcional, el arte y el artista, en concreto, el artista dotado de un genio
connatural, cuasi-visionario y espontáneo, constituía el contrapunto necesario de un modelo
hegemónico de racionalidad teleológica garante de la estabilidad del orden social. La inmensa
mayoría de la sociedad vivía como exigencia ineludible la adopción de un modo de
comportamiento basado en la disciplina y el control metódico de la conducta. De igual modo,
este esquema de extrema regulación del comportamiento se da en el capitalismo fordista de
principios del siglo 20 muy centrado en la psicología del control, la planificación de la
actividad económica a gran escala y la producción masificada. En sendos momentos de la
modernidad sólo una minoría privilegiada por sus dotes creativas configuraba ese nicho social
de los artistas cuyas prácticas escapaban al modelo productivista que imperaba para el común
de los mortales.
En este orden de cosas, si Weber decía que "el puritano quiso ser hombre profesional, nosotros
debemos ser" (Weber, 1987: 258), en la tardomodernidad podemos afirmar algo semejante en el
sentido de que lo que hace dos siglos era un privilegio de una minoría, la vivencia artística, hoy
se ha convertido en el modelo rector para el conjunto de la sociedad. La sociedad de principios
del siglo 21 ha cambiado sus estructuras, instituciones y valores. De algún modo, todos tenemos
que ser creativos. Ya no es que podamos, es que debemos serlo (Reckwitz, 2012: 10). Ese tono
de excentricidad, cuando no de extrañeza, del artista de la modernidad burguesa, se ha
democratizado y define las características de la normalidad social. El arte ha dejado de ser nicho
para constituirse en centro denso de la sociedad. Todo individuo es creativo (McRobbie, 2002).
Estamos ante una transformación de calado cultural que da forma a los desafíos y retos a los que
debe responder inexorablemente el actor contemporáneo. Antes que cualquier otra cosa, éste
debe ser original, aportar novedad y despertar emociones en el entorno social con motivo de
sus actividades económicas, profesionales, familiares y afectivas. Ya no basta únicamente con
actuar en el mundo y con los otros desde el paradigma de la eficacia. La atmósfera social
contemporánea obliga a algo más: hay que despertar los afectos del público al calor del
potencial creativo que todo individuo lleva consigo.
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Asimismo, las instituciones sociales incorporan la experiencia creativa en sus modelos de
gestión y se habla en nuestros días de la economía creativa, las ciudades creativas, la empresa
creativa, etc. Las instituciones integran la creatividad y la innovación como mecanismos de
respuesta ante los desafíos de la globalización que imponen equilibrios precarios y transitorios.
Se podría hablar, por tanto, de una idea de creatividad que proyecta el perfil social del artista (y
de la experiencia estética) en el conjunto de los actores e instituciones en detrimento del
especialista de la modernidad burguesa. En este sentido, la creatividad constituye el concepto
sagrado (Bröckling: 2013) de nuestro tiempo ya que de puro circular y transitar por el conjunto
de la sociedad su presencia se ha rutinizado y convertido en un hecho social incuestionado.
La nueva situación definida por la normalización (y, por momentos, la rutinización) de
episodios de vida creativa en todos los sectores de la sociedad trae consigo transformaciones en
lo que respecta a los portadores de la creatividad. Si en la modernidad burguesa lo creativo
recaía en el reducido y marginal entorno social de los artistas románticos, en la actualidad le
corresponde a todo individuo. No sólo la clase creativa de la que habla Florida, no sólo el
campo artístico que fue glosado por Bourdieu, no sólo la figura del genio que elaboró
sociológicamente Elias, constituyen expresiones exhaustivas de la creatividad en nuestros días.
Cada individuo, todo individuo, en cualquier ámbito de la sociedad, vive como anhelo y como
exigencia el desafío de generar originalidad y novedad. Ya sea en las relaciones afectivas,
familiares, profesionales, solidarias, el plus emocional de la novedad creativa se vive por el
actor como propósito de obligado cumplimiento. En especial, en el plano de la identidad la
creatividad juega un papel destacado. En la cultura de la imagen ser es ser creativo, imaginarse
y reinventarse en el juego de impresiones de la teatrocracia social (Greppi, 2016) en la que
vivimos.
Este nuevo “ethos creativo” se encuentra operativo en las estructuras del mundo de la vida de la
sociedad global. Se trata de un hecho vertebrador de la experiencia cotidiana que,
paradójicamente, amplia el horizonte de expresión individual y, al mismo tiempo, aboca a crear
e innovar. La dimensión de la creatividad estética ha irrumpido en los últimos treinta años como
cauce configurador de hábitos, instituciones y expectativas sociales. Y no lo hace
autolimitándose a sectores de la sociedad especialmente dedicados a la expresividad afectiva.
Su proceso de expansión ha filtrado las rígidas paredes del edificio tecno-económico y ha
pasado a formar parte del sistema productivo y del conjunto de la sociedad. Se ha producido
algo inesperado a la luz de las teorizaciones sociológicas iniciales que anunciaban una
oposición irreconciliable entre la razón y la expresividad: éstas no se oponen, antes bien
coexisten, conviven y se complementan hasta el punto de que se puede hablar de una
homología entre sendas actitudes ante el mundo. Lo que se denomina en la literatura
sociológica “capitalismo estético” o “capitalismo creativo” constituye buena prueba de que la
llamada riqueza económica hoy es imposible sin la impronta de novedad original y sin las
competencias motivacionales de la creatividad estética. El elemento de innovación, directriz en
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el discurso económico de nuestras sociedades, refleja el nuevo imperativo de la creatividad que
no concibe la empresa económico-capitalista sin un constante replanteamiento de los métodos
de trabajo y modos de organización, pero que además añade un aspecto ineludible: la creación
constante de novedad bajo la formar de signos, emociones y experiencias afectivas.
Precedentes del problema
El tratamiento de la creatividad no ha sido común y habitual a lo largo de la historia del
pensamiento social. La sociología y las ciencias sociales en general –con excepciones como
Simmel, Benjamin y Marcuse- han descuidado su estudio debido a la hegemonía de la narrativa
de la secularización y la racionalización occidental (Reckwitz, 2012: 115). La modernidad
burguesa arrinconó a la creatividad desde el momento en que se trataba de una facultad
inoperante y prescindible en los grandes centros de decisión. Su actividad contravenía las
exigencias de cálculo y previsión de la mentalidad planificadora del ethos calvinista. Constituía
la visión antagónica al modelo de subjetividad burgués basado en la pulsión productivista
disciplinada y sistemática. La creatividad quedaba en manos de una minoría social
especialmente dotada para la creación de belleza y marginada en los entornos de la bohemia
urbana. Su carácter imprevisible y aleatorio expresaba el polo opuesto de un modelo de
sociedad que imaginaba la consolidación del orden social a partir de la metáfora del jardinero
de la que habla Bauman. Las capacidades ajenas y extrañas a la razón tales como la
inspiración, la intuición, la imaginación, etc, alejan a la experiencia creativa de un contexto de
interacción forjado a base de planes y cálculos y sin espacio para la sorpresa y la contingencia.
Desde los años 70 del siglo pasado el paradigma de la Teoría de la modernización clásica ha
perdido el impulso que convirtió la racionalidad funcional en esquema universal de diagnóstico
y cambio social. Fruto de una larga cadena de transformaciones culturales que han ido
sucediéndose en el tiempo reciente como las vanguardias artísticas de comienzo de siglo 20, las
revoluciones neoexpresivistas del yo emocional de mitad de siglo pasado y la reciente
emergencia del capitalismo estético dirigido a la producción de ideas, signos y emociones,
asistimos a la génesis de una atmósfera simbólica inédita. En ella, la creatividad deviene valor,
esquema directriz de los horizontes de acción, marco de representación y referente normativo
en la identidad, contextos familiares, profesionales y afectivos. De algún modo deja de ser
monopolio de espíritus geniales y pasa a normalizarse y a integrarse en las tramas ordinarias de
la existencia. Se trata de un cambio de índole axiológico que deja su impronta en órdenes tan
variados de la vida social como el empleo del perfil del actor creativo en la práctica de la
psicología, los modelos educativos centrados en la creatividad infantil, la organización
semiológica de la ciudad, los sistemas de producción postburocráticos basados en la
motivación personal, la estructura elástica y adaptativa de las organizaciones, etc. Estaríamos
ante lo que algunos teóricos denominan el dispositivo de la creatividad (Heubel: 2002).
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En sintonía con estos cambios profundos de las ya caducas estructuras sociales del mundo
postindustrial, postburgués y postfordista que culminan en la era de la conectividad virtual, en
los últimos veinte años han comenzado a surgir ciertos esfuerzos teóricos orientados al
esclarecimiento de la noción de creatividad. De gran interés son tres líneas de investigación que
se corresponden con otros tantos niveles de la realidad social.
Por un lado, los trabajos que desde los años 90 ha realizado el sociólogo alemán Joas a partir
del legado del pensamiento pragmatista personificado especialmente en Mead. Una de las obras
iniciales de Joas (1992) La creatividad de la acción, explora los supuestos epistemológicos de la
modernidad centrados en la noción de individuo cuya hipóstasis en la reflexión social y
sociológica ha supuesto la omisión de la noción de creatividad. Joas afirma que el pensamiento
moderno se explica sobre la base de un yo cognitivo distanciado del mundo, reducido a una res
pensante sin anclaje corporal, carente de conexión con las tramas intersubjetivas y vaciado del
componente motivacional. Básicamente resalta la imagen de un actor que sigue reglas de tipo
económico y moral y que no se pregunta por las condiciones de posibilidad de las mismas. Esta
no es una cuestión menor. No en vano, en el curso de la modernidad el actor social se juega la
conquista (o no) del ideal moderno de la autonomía. Este actor quiere darse a sí mismo las
normas de convivencia en las que representa y expresa sus valores. Por eso mismo, en ausencia
de esta pregunta se dificulta en grado sumo la percepción de ese fondo espontáneo a partir del
cual los actores diseñan proyectos e ilusiones tendentes a responder creativamente ante
situaciones de bloqueo. La creatividad consiste en la capacidad de respuesta de los actores
sociales ante contextos que erosionan los consensos morales y cognitivos necesarios por la
coordinación de la vida intersubjetiva. Irrumpe en la sociedad con una elevada carga de
contingencia y, por ello, en sus contenidos y en sus efectos, contiene elementos de aleatoriedad
ajenos a cualquier tipo de previsión científica. Joas se acerca a la creatividad atendiendo a su
carácter estructural en la acción intersubjetiva desde el cual se abren otras líneas de reflexión e
investigación en zonas tan centrales del pensamiento sociológico como el cambio social, el
surgimiento de los valores, el cuestionamiento de la secularización, etc.
Por otro lado, la investigación realizada por Eisenstadt inaugura otra vía de análisis más atenta a
los desarrollos actuales de la modernidad y cuyo punto de partida es la creatividad inherente a
los complejos civilizacionales de nuestro tiempo global. Sirviéndose de los trabajos de Jaspers
(1965) en torno a las civilizaciones axiales su mirada persigue el curso histórico de estas
revoluciones que culminaron en torno al s.V a.C. con el surgimiento de las religiones
universales (judaísmo, cristianismo, budismo, confucianismo, etc.), cuyo rasgo común no es
otro que la aparición de la autoconciencia humana acerca de su libertad de acción y decisión.
Eisenstadt (1986) traslada la idea de creatividad al debate civilizacional toda vez que subraya
que en todas las civilizaciones axiales reside la potencialidad social en sus actores de
replantearse la actualización de la tradición y la modernización de sus estructuras en sintonía
con los requerimientos técnicos, políticos, religiosos y culturales de cada tiempo. Su foco de
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interés radica en la explicitación de una creatividad omitida por la sociología de la
modernización occidental que constituye la fuerza dinamizadora de todas las tradiciones
axiales que llegan a nuestros días y que hacen imprevisible los desarrollos contemporáneos de
cada uno de ellos. Frente a las argumentaciones centradas en la autonomía de lo estructural
(economía, política, técnica), Eisenstadt pone el interés en un episodio histórico en el que los
actores sociales se autodescubren como cuerpos agentes dotados de la capacidad de intervenir
libremente en sus escenarios de acción. Las revoluciones axiales reclaman su atención porque
desde ese episodio histórico la indeterminación de la creatividad social se constituye en un
avance estructural de la especie humana que convierte a la autorreflexividad en un recurso
corrector y catalizador de inercias y rutinas sociales (Donald, 1991) De esta guisa, la
modernidad no sería producto típica y exclusivamente judeo-cristiano (secularizado), sino un
desafío ineludible que toda civilización axial, en cada tiempo histórico concreto, puede afrontar
ofreciendo respuestas múltiples y varias. En este sentido, Eisenstadt promueve lo que en el
análisis sociológico de los últimos años se ha dado en llamar el debate en torno a las
modernidades múltiples.
Por último, cabría destacar la obra de Castoriadis (1989) en torno al imaginario que desde los
años 70 ha ocupado un zona intermedia entre el psicoanálisis, la filosofía y la sociología. La
pregunta de partida es de carácter ontológico ya que se interroga por las condiciones de
posibilidad del orden social sin tomar como punto de partida las potencialidades de la
conciencia (cartesiana). Este enfoque se aproxima a la creatividad en el intento de responder a
la tradición de la filosofía occidental (Platón, Aristóteles, Hegel) que piensa el ser como una
realidad autorreferencial, abstracta e inteligible y aleja del núcleo de reflexión el apartado de los
accidentes que desbarata cualquier explicación ahistórica. Castoriadis redefine el ser como porser desde el momento en que convierte en el centro de su interés la inextinguible capacidad
creativa del fondo imaginario a partir del cual la acción social inventa desde la indeterminación y, posteriormente, piensa desde la determinación. Ante esta reflexión de alcance
filosófico la respuesta no es otra que la existencia de un fondo creativo anónimo e impersonal
que habita las insfraestructuras inconscientes de la sociedad en las que se cargan afectivamente
las imágenes y metáforas con un elevado potencial de identificación social. La inextinguible
actividad del imaginario explicaría la producción de mundos instituidos de significado que no
derivan de la capacidad lógica de la conciencia moral y técnica y que, por ello, cuestionan
desde su efervescencia magmática la tradición de la modernidad cartesiana porque la relación
del hombre con el mundo y con los otros hombres siempre es semántico-imaginaria antes que
estrictamente racional. De este modo, todo orden social, por muy clausurado en torno a la
conciencia racional que se presuma, es producto de un mito o sueño colectivo (Campbell), que
estabiliza simbólicamente a través del engranaje institucional los valores y las significaciones
socialmente compartidas.
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imagonautas (2017) 10
Más allá de las propuestas teóricas en torno a la creatividad, ha surgido en los últimos 30 años
otra aproximación de carácter cultural centrada en los valores que predominan en nuestro
tiempo y que animan al conjunto vario y diverso de nuestras creencias y prácticas sociales.
Además del enfoque social (Joas), civilizacional (Eisenstadt) y ontológico (Castoriadis), esta zona
de reflexión medita sobre las mutaciones axiológicas que se han abierto paso en nuestros
modelos sociales y que ven en la creatividad su elemento estructural. Un precedente teórico de
este enfoque lo aporta Taylor (2006) cuando propone la idea de que desde los movimientos
culturales de los años 60 se ha afianzado el ideal del individuo autoexpresivo como respuestas a
los excesos del individuo utilitarista. Precisamente por su calado cultural, la creatividad ofrece
un retrato social de la sensibilidad vigente basado en las correspondencias entre distintos
niveles de la experiencia social.
Primero, la experiencia creativa consistiría en la producción de novedad y originalidad como
respuestas a las rutinas estandarizadas que han ahogado simbólicamente a una cultura moderna
supeditada a una acción reglada y sumida en el dominio técnico de la experiencia. Esta
creatividad encontraría su raíz en el discurso de origen romántico centrado en la capacidad
auto-expresiva de los genios artísticos capacitados por sus competencias creativas para generar
alteridad y abrir las puertas a lo extraordinario en el dominio inmanente. Desde su origen, el
romanticismo del siglo 18 defiende el ideal del artista creador como símbolo de una existencia
plena e integral. Tras un proceso de secularización y desencantamiento en el que la figura del
artista pierde su carga aurática, el binomio creatividad-experiencia estética definiría el clima
cultural de un tiempo que hace de la creatividad recurso y destino de todos los individuos y
cuya derivada final es la intensidad afectiva en las experiencias cotidianas. La creatividad no
trata de un fenómeno “menor”, “adicional”, “superficial”. Encarna el modo de configurar la
experiencia del hombre contemporáneo traducido a un modelo de organización social, diseño
institucional, innovación tecnológica y producción económica. Ha venido para quedarse. Se
expande por todos los segmentos de la sociedad y arraiga en el tejido motivacional de nuestro
tiempo. Frente a la narrativa sociológica basada en el destino racionalizador y secularizador, la
creatividad estética deja su sello en el paradigma de la producción e innovación y añade su
aportación en términos de las nuevas mercancías inmateriales como son signos, símbolos,
emociones y experiencias. El capitalismo estético y el amplio y diversificado marco de las
industrias creativas en torno a sectores como el diseño, la moda, la publicidad, la arquitectura,
el ocio, la gastronomía, etc., se explican desde la lógica cultural que exige a los actores,
instituciones, organizaciones y formas de trabajo un elemento sustancial: ser originales y
generar novedad.
Por otra parte, en sintonía con este estado de cosas la creatividad tiene mucho que decir sobre
el desafío de la identidad tardomoderma. El sujeto vive como un reto irremplazable la
creatividad en el territorio de la profesión, pero también, y en especial, en el de su autoimagen.
Ser supone, básicamente, ser autocreativo. Ofrecerse como agente de novedad y estímulo
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imagonautas (2017) 10
constantes. La disciplina y la abnegación del burgués protestante se diluyen. El actor
tardomoderno, antes que otra cosa, es creativo consigo mismo. Y en ello se juega la identidad.
Se trata de ser autocreativo, primero, consigo mismo, sin dejar de serlo en el conjunto de sus
actividades. En relación con este cauce postromántico dejado por “la psicología del autodesarrollo” de autores como Maslow, Reich y Fromm y las nuevas “psicologías de la
creatividad” en los casos de Bohm, Goleman y Csikszentmihalyi, el individuo se concibe como
un ser expresivo, en constante desarrollo cuasi-artístico y experimental en todas sus facetas. El
propósito que define toda identidad y que, al mismo tiempo, actúa como fuente colateral de
desequilibrio (ansiedad, depresión, etc.), es la originalidad. Dibuja un modelo de subjetividad
distanciado unilateralmente de la acción medios-fines, con un estado permanente de apertura
de la conciencia y orientada por un constructivismo de lo cotidiano frente al puro realismo de
lo objetivo.
En tercer lugar, el cuestionamiento del a priori productivista de la modernidad obliga, al mismo
tiempo, a repensar la figura de la época moderna basada en el determinismo y la continuidad
histórica. El esquema determinista que explica el devenir histórico en clave de evolución de
fases y grados es sustituido por la noción de ruptura y transgresión como criterios supremos de
la sociedad contemporánea. Ya no se trata de incidir en automatismos que siguen una necesidad
histórica cuya desembocadura final es el presente histórico. Por ello no caben derivaciones
lógicas que explicarían el ethos creativo como resultado necesario de la secuencia histórica
formada por el capitalismo ascético-burgués, el capitalismo de las organizaciones, el
capitalismo des-regulado y el capitalismo estético. Más bien, habría que meditar seriamente
sobre el surgimiento de la sensibilidad estética de la creatividad teniendo en cuenta el déficit
afectivo alentado en los inicios de la modernidad por el sobrepeso adquirido por las formas de
la racionalidad teleológica. Se trataría con ello de explicar la modernidad creativa y su
expresión productiva sin el argumento de la secularización y la racionalización e incidiendo en
una forma de vida que ya no se reconoce en la línea recta de la vieja Ilustración y que
reivindica el derecho a la ruptura, la subversión y la experimentación como nuevo código de
comportamiento.
Por último, el surgimiento del ethos creativo no se explicaría, por tanto, en clave de un proceso
paulatino de emancipación humana ya consumada. No se trata del momento definitivo de la
liberación humana libre de contradicciones. No en vano, su institucionalización conlleva
nuevas tiranías y disonancias, nuevos desajustes y desequilibrios que le alejan cualquier ideal
de plenitud definitiva en la vida social. Una cosa es que el modelo del artista se haya asentado
con carácter universal y otra cosa que todos los individuos puedan acceder a tal condición. En
ese sentido, la modernidad estético-creativa debe analizar hasta qué punto es producto de la
creatividad de la modernidad radicada en ese fondo imaginario del que habla Castoriadis.
Hablamos de una creatividad normalizada en la tardomodernidad como un hecho social, como
algo objetivo que sazona el conjunto de las instituciones contemporáneas. Este hecho se estudia
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imagonautas (2017) 10
en menor grado como resultado de un hacer social constitutivo de toda vida social.
Precisamente esta omisión del hacer y esta saturación del hecho explicaría que, según en qué
casos, la modernidad estético-creativa pudiera ser considerada como culmen de un motor
histórico cuya inercia descansa con carácter definitivo en nuestro actual modelo de sociedad.
Una vez más, la línea y el final de la historia asoman en la reflexión social. Frente a ella, habría
que recordar que el imaginario de la creatividad nace en la creatividad del imaginario sin el
impulso del conocimiento teórico y desde la oscuridad del inconsciente.
Déficits de la modernidad
El actual estado de cosas centrado en la irrupción, consolidación y normalización de la
creatividad como categoría nuclear del presente modelo social obliga a meditar seriamente
sobre el alcance de las herramientas de análisis de la sociología. Esta ha construido su cuerpo
epistemológico y categorial a partir del esquema de la racionalización y secularización de cuño
weberiano. El efecto derivado de esta “mirada social” es la ceguera respecto a las cuestiones de
contenido simbólico de la vida humana y social. Sobre la base de esta categorización formal y
formalizadora puede explicarse la exclusión y la incompatibilidad existente entre “el ethos
creativo” y “el ethos puritano-burgués”. Se trataría de dos relaciones con el mundo antagónicas,
con un protagonismo desigual en la modernidad en favor del canon “instrumental”. Al mismo
tiempo, el sustrato secularizador imperante en el discurso sociológico incide en el curso de la
civilización moderna en la merma de expresividad afectiva presente en las culturas tradicionales
y en las populares-artesanales.
La narrativa sociológica predominante hasta tiempos recientes no explica ni puede explicar el
surgimiento del “ethos creativo” en cuanto hecho cultural de nueva hornada. La razón estriba
en que parte de la base de que las viejas herramientas de análisis han menospreciado la
dimensión estético-afectiva de la acción social arrinconándola hacia la periferia del sistema
productivo. La modernidad burguesa vio en ella la contraimagen de su modelo de acción que,
en el mejor de los casos, complementaba y legitimaba el predominio incuestionable de la
pulsión acaparadora. La figura del artista genial y del contexto social de la bohemia colisionaba
frontalmente con su cosmovisión productivista basada en la conciencia moral directriz y en un
modo de vida disciplinado.
Sin embargo, ese “nicho” social en los inicios de la modernidad burguesa, luego transformado
en “episodio contracultural” en las postrimerías del capitalismo organizacional y fordista, hoy se
ha convertido en plataforma normalizadora de las rutinas y convicciones contemporáneas.
Desde ese momento fundacional del romanticismo del s.18, el potencial creativo de la
modernidad se ha expandido dando pie a las vanguardias artísticas a principios del s.19 y a las
expresiones contraculturales de los años 60 del s.20 hasta institucionalizarse en nuestros días
como sello indiscutible del actual modus vivendi. Nace como “nicho” en la modernidad
burguesa en la que carece de influjo alguno en sus estructuras básicas; crece como
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imagonautas (2017) 10
“contracultura” en los años 60 del s.20 en cuyo episodio intenta deslegitimar la hegemonía del
esquema de organización y gestión de las grandes corporaciones y producción de masas
ofreciendo propuestas de autorrealización individual, diseños urbanísticos críticos con los
estrictamente funcionales y, en general, una gestión de lo social basada en la auto-dirección de
los sujetos. Y se acaba asentando como marco cultural que normaliza la creatividad como
patrón de orientación de la acción y organización de la convivencia.
La socialidad estética específica de la tardomodernidad se define por la coexistencia de cuatro
elementos. Primero, la subjetivización del artista como creador de lo nuevo, en especial, en la
forma del genio original. Segundo, el objeto estético cuyo origen se encuentra en la forma de
obra de arte que ofrece originalidad y ruptura con la tradición. Tercero, el público como una
agregación de receptores que muestra interés por la novedad estética. Cuarto, un complejo
institucional que regula la atención social del público por la vía de la crítica especializada del
arte y la consolidación del canon. Siguiendo este esquema, junto a la lógica de la
diferenciación funcional, se puede constatar "la desdiferenciación y la des-estetización del arte
que se contrapone a su diferenciación funcional" (Reckwitz, 2012: 59). Este hecho de expansión
del ethos creativo no respondería a algo parecido a una estrategia deliberada diseñada por el
Estado o por el mercado, más bien parte del arte mismo. De esta suerte, puede proponerse una
noción de la modernidad que se distancia de la imagen legada por la sociología clásica toda
vez que "la modernidad no es sólo una maquinaria de la des-estetización, también de la
estetización" (Reckwitz, 2012: 34).
Siguiendo este razonamiento, el ethos creativo no puede explicarse desde el esquema de la
racionalización unilateral que acababa con el desencantamiento del mundo; ni desde la visión
de inspiración funcional que ve en “lo económico” una mirada de la sociedad que predomina
sobre el resto de los sistemas sociales en aras de una estabilización del orden social; igualmente
tampoco desde las metamorfosis recientes de los propios modelos de producción capitalista
“desorganizados” que “utiliza” la dimensión creativa para relanzar y readaptar sus propósitos de
productividad.
Por todo lo dicho, el problema al que responde la aparición del ethos creativo tiene que ver con
el déficit de afectividad inherente al despliegue de la modernidad. Lo que no ha entendido la
tradición sociológica ha sido el carácter estructural y autónomo de los afectos en la experiencia
humana. Este territorio ha quedado silenciado sobre la base de una suerte de dominio
excluyente del paradigma productivista. La sociología y la filosofía han retratado los momentos
de la vida social a partir de la esquematización de las ciencias naturales deudoras de leyes
generales y taxonomías, todo ello a costa de soslayar el acontecimiento que supone la irrupción
contingente de los afectos. Este déficit de la afectividad late tras el surgimiento de una marcada
sensibilidad estética basada en una relación expresiva del actor con el entorno social y natural.
El legado romántico de la modernidad se rebela y ofrece un potencial simbólico para alentar (en
ocasiones, hasta el extremo) la expresividad social. Precisamente una concepción temporal no
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imagonautas (2017) 10
centrada en la secuencia determinista y secularizadora de los hechos permite constatar en
muchos de los eventos sociales modernos que ese componente motivacional no ha
desaparecido. En este sentido, "la reducción afectiva de la modernidad no ha sido completa.
Han existido desde el principio espacios y estrategias orientados a compensar la carencia de
afectos" (Reckwitz, 2012: 317).
Así, en la era secular de la que habla Taylor la religión ha perdido la centralidad de antaño pero
no por ello ha desaparecido. Muy al contrario, se han multiplicado sus formas de expresión en
el bazar multiforme de la globalización, pero todas ellas con un matiz compartido: la vivencia
plena de lo religioso como experiencia irrepetible, como acontecimiento inefable y
extraordinario antes vivido que pensado. Por otro lado, la política de la modernidad no se limita
a mera planificación racional de los asuntos públicos. Acoge un magma de emociones que
“cargan” las expresiones tales como “progreso”, “emancipación” y “justicia” transformándolos
en ideales universales de carácter inclusivo. Los afectos en la política impulsan una actividad
llamada a la consumación intramundana de las potencialidades de la especie humana.
Las cegueras de la creatividad
Los rasgos que definen y dan cuerpo a este modo de vida creativo pueden ofrecer una imagen
equivocada de la sociedad. La bandera de la creatividad lleva a pensar que en ella preside un
bienestar generalizado cristalizado en una suerte de margen de libertad de acción con el que
cuentan todos los individuos y en el que se condensan sus notas de originalidad. Cada uno de
los individuos vive en primera persona una expresividad que evoca la existencia de cotas de
libertad inexistentes y desconocidas hasta entonces en anteriores modelos de sociedad. Sin
embargo, con esta descripción de las cosas sólo se alcanza a ver una parte del conjunto. Una
creatividad hiperfragmentada y fragmentaria que busca la exaltación del individuo creador y del
yo por encima de otros niveles inferiores de originalidad, ¿a qué idea de creatividad se refiere?
¿hasta qué punto incluye momentos de ruptura y subversión? ¿de qué modo afecta al cambio
del orden social? ¿cómo interviene en el mundo en el que vive? ¿su grado de transformación
sólo alcanza el escenario biográfico y personalizado sin intervenir en el diseño de los principios
básicos de la sociedad? ¿no hay algo de sospechoso en una creatividad que se ha instalado
cómodamente en el orden social y como orden des-organizado pero orden al fin y a la postre?
Para intentar responder a estas cuestiones, paso a exponer varios argumentos que pretenden
mostrar el verdadero alcance de la creatividad hoy.
En primer lugar, la creatividad, conviene repetirlo una vez más, se ha democratizado. No es, por
tanto, una excepción, o una rara avis. Se trata de algo muy común. Creatividad y conceptos
semejantes como talento, habilidades, competencia, excelencia, recalcan ese elemento
característico de nuestro tiempo que incide en una capacidad universal distribuida
universalmente entre todos los individuos aunque no en igual grado. Aquí reside el aspecto
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imagonautas (2017) 10
diferenciador. Se trata del final del genio romántico cuyo rasgo preponderante era el gesto
heroico de comunicar con lo inefable como recurso creativo de máximo nivel. Este dato define
al genio. Sólo una minoría estaría en condiciones de acceder a altas cotas de la creatividad. En
palabras de Bröckling (2013: 161) "la genialidad era un atributo exclusivamente definido en
términos esto/lo otro, que se tenía o no. Por el contrario, la creatividad la disfrutan todos en
distinto grado: algunos son más creativos, otros menos". En este sentido, el genio desborda la
esfera de la norma y se aproxima peligrosamente al terreno de la demencia o la locura. La
creatividad, por el contrario, se ha normalizado y pertenece a lo que Links (1997) denomina “el
normalismo flexible”. El atributo “creativo” señala en la actualidad la actividad más banal y
ordinaria.
Así las cosas, la creatividad no demanda un cambio social o una redefinición de los principios
básicos de la sociedad. Su referencia básica es la de un orden instalado y afianzado sobre una
normalización de segundo grado que, no sólo abre las puertas de la originalidad sino que aboca
a ser original en la acción como aval de pertenencia al centro denso de lo más selecto. La
creatividad define los límites de la inclusión y la exclusión. El componente rupturista de la
creatividad se debilita desde el momento en que hace ser al orden, se instala como orden, por
muy desorganizado que se presente en sociedad.
Junto a este aspecto, se da otro que reclama su atención. Como ha sido común en las ciencias
sociales, la definición de creatividad aglutina todas aquellas facultades y actividades simbólicas
que quedan fuera de la razón. Constituyen el otro polo de la conciencia diurna que ha sido la
dimensión hegemónica de la acción humana. La versión ilustrada de la existencia humana
expulsaba de sus dominios todo aquello que se servía de experiencias prelógicas y
prerracionales para definir su umbral de normalidad. Lo creativo, por tanto, quedaba en manos
de una minoría que, en el rigor calvinista de la modernidad burguesa, se situaba en los
márgenes de la sociedad. Creatividad y racionalidad son polos opuestos e incomunicados.
Nada saben uno del otro. Y nada pueden saber porque siguen lógicas heterogéneas entre sí. Si
la primera se basa en la fusión de lo separado, la segunda incide en fisión de lo unido. Lo que
aquella une, ésta lo separa.
Esta relación de oposición se mantiene en el actual modelo de sociedad. En él se prioriza la
afectividad y la hiperexpresividad en detrimento de los usos de la reflexividad. De algún modo,
tiene lugar lo que Weber (1985: 228) denomina para otro tiempo de oscuro recuerdo el
sacrificio del intelecto. Este se contrae en la experiencia creativa y ésta condensa la presencia de
fuerzas y potencias dotadas de encantamiento y mitificación. Como ocurrió en los inicios de la
modernidad, el relato de la secularización juega un papel destacado en esta relación de
oposición entre creatividad y razón ya que en él se defiende que el nacimiento del logos supone
la ruptura con el mundo del mito y con las fuerzas simbólicas de lo imaginario. Estas fuerzas
quiebran cuando irrumpe el logos en la historia de la especie. Este nace sin impurezas míticas y
provisto exclusivamente de un potencial analítico que define desde entonces el modo de vida
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imagonautas (2017) 10
del hombre socrático. Ya Weber explica su nacimiento producto de la racionalización que
introducen en el curso de la cultura humana la religión judía y la filosofía griega.
Sobre estas bases, el debate que se abre paso remite al alcance de la creatividad sin
prolongación reflexiva y argumentativa. En un mundo global que exige, además de la
efervescencia creativa de lo nuevo, voluntad de entendimiento y acuerdos de carácter inclusivo
y universal para la resolución de problemas que afectan al conjunto de la sociedad (ya sean
guerras, crisis económicas, la inmigración, etc.), la creatividad y las instancias de encantamiento
necesitan imperiosamente de la lógica del discurso para articular esa novedad y consolidarla
como consenso universalmente convalidado. Sólo así puede insertarse en los desafíos de su
tiempo y no quedarse en un esteticismo autorreferencial a modo de huida de la realidad. No
basta con la irrupción de lo magmático de lo sorprendente ni con la originalidad de la
espontaneidad social. Siendo todo esto necesario, su fuerza transformadora ofrece capacidad de
respuesta a la sociedad porque abre las puertas de lo desconocido y lo inexplorado, porque
impulsa una actividad de reflexión y argumentación mantenida en el tiempo, atenta a distintas
opciones de articulación y cristalización institucional y sabedora de su capacidad de
autocorrección discursiva. La relación de la creatividad con los problemas de su tiempo exige
de ella una continuidad con las facultades de la razón por la cual la novedad incondicionada
anuncie entendimiento y convalidación de alcance global. Lejos de promover expresiones
espontáneas, locales y particularistas, la creatividad debe comprometerse con la realidad social
globalizada que exige diálogo y lucidez, nunca respuestas unilaterales.
En último lugar, conviene meditar seriamente el alcance de la creatividad en un contexto en el
que la trascendencia se ha debilitado. Se trataría de seguir sus efectos renovadores sin el
impulso de la trascendencia, sin el sueño de transformar el más-acá con arreglo al modelo del
más-alla. A este respecto, autores como Jaspers, Schwartz, Weber y, más recientemente,
Eisenstadt, Bellah, Joas, Arnason y otros han centrado gran parte de su interés científico en lo
que el propio Jaspers denominó el tiempo-eje o el tiempo axial. Con esta expresión este autor
analizó el período histórico de mitad del siglo I a.C. en el que se detecta el surgimiento de
civilizaciones y religiones (universales, en expresión de Weber) como Grecia, el Judaísmo, el
Cristianismo, el Confucianismo, el Budismo, el Zoroastrismo y, más tarde, El Islam, que
comparten en sus estructuras cognitivas el eje dualista trascendencia/inmanencia y la noción de
agencia creativa como destino natural de la criatura humana. Frente a las sociedades arcaicas
que se articulaban en torno a una visión monista centrada en el misterio del ciclo natural, la era
axial remite al episodio cultural en el que, junto a la trascendencia, irrumpe la teoría y la
reflexividad como recurso estructural de la evolución sociocultural. Estos debates aceptan la
ruptura histórica que introduce el período axial en la conciencia humana desde el momento en
que todos los programas culturales de estas civilizaciones anida la noción de reflexividad y
trascendencia. Esta última noción dinamiza la relación entre los actores y el orden social ya que
con ella "surgen las ideas sobre la necesidad fundamental de la reconstrucción del orden
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imagonautas (2017) 10
mundano" (Joas, 2014: 7). El elemento movilizador de los ideales universalistas de estas
religiones obliga a los actores a meditar el modo y la manera de actuar en el diseño de lo
intramundano. Al decir de Jaspers (1965: 20-21): "esto resulta de la reflexión. Un día la
conciencia se hace consciente de sí misma, el pensamiento se vuelve hacia el pensamiento y lo
hace su objeto. (….) En todos los sentidos, se pone el pie en lo universal". Más en concreto, la
aparición de la trascendencia coincide con los primeros pasos de una reflexividad que, lejos de
detenerse en la experiencia concreta, comienza a preguntarse por las condiciones de
posibilidad de las representaciones sociales. Surge el pensamiento de segundo grado (Elkana,
1986) que abre las puertas a la indagación filosófica y a los debates políticos relativos a la indeterminación de los fundamentos sociales y a la posibilidad de su reconstrucción creativa.
Trascendencia, pensamiento universal y cambio social van de la mano desde el surgimiento de
las civilizaciones axiales ya que la dimensión sagrada de realidad inspira líneas de acción
social, dibujos y narrativas en torno a la reconstrucción del orden social con arreglo a aquella.
Dado este contexto, "las visiones utópicas fueron otros elementos comunes que aparecieron en
estas civilizaciones. Eran visiones de un orden social y cultural alternativo situado más allá del
tiempo y del espacio. Estas visiones incluían muchos de los elementos milenaristas y de
renovación que se encontraban también en las religiones paganas, pero desbordándolos al
combinar estos elementos con un énfasis en la necesidad de construir el orden mundano de
acuerdo a los preceptos del orden supremo" (Eisenstadt, 1986: 11). La tensión irreconciliable
entre los dos planos de la realidad hace imposible el acceso directo de los actores al misterio
del mundo. Sólo caben aproximaciones simbólicas a pesar de que el estamento clerical
pretende apropiarse de la versión oficial. De ese modo, se multiplican las posibles
interpretaciones del simbolismo trascendente y tiene lugar el conflicto hermenéutico de ideas
catalizado por los (primeros) intelectuales (como escribas, profetas, filósofos, yoguis, literati,
etc.) a través de cuya actividad divulgadora e instructiva se hace "posible, por primera vez,
imaginar transformaciones dirigidas a un fin. A través de la eficacia de las ideas, que tienen su
origen en la era axial, aparece también una nueva dinámica social" (Joas, 2014: 7).
Conclusiones: los titubeos de la creatividad
El rasgo singular e inédito de nuestro tiempo que a largo de la historia humana ha sido un rasgo
de excelencia y distinción hoy forma parte de la biografía de todos los actores sociales. Si acaso
como exigencia social, la creatividad se inscribe en el centro de los usos sociales y moldea los
límites inclusivos de la sociedad. Sin duda alguna, condicionamientos sociales como la
extracción social, el capital cultural, la variable de género, etc., explica, en muchos casos, la
exclusión de la mayoría de individuos de ese nuevo Olimpo intramundano (que es la
creatividad). Como no podía ser menos, su vigencia como valor incluye contradicciones. Y, por
ello, además de en sus des-hechos, habría que pensar en sus procesos de institucionalización.
En la literatura filosófica y sociológica no es algo que preocupa. Existen posicionamientos
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imagonautas (2017) 10
favorables o des-favorables, adaptadas o distanciadas ante la creatividad. Pero no será un
propósito menor meditar sobre la creatividad instituyente. El peligro es dar por supuesto que la
historia termina aquí con un grado de evolución y desarrollo para el conjunto de los individuos
impensable tiempo atrás. Reducir la creatividad a lo instituido supone sin más reafirmar el
actual estado de cosas. Y, de ese modo, ocultar otros ecos de creatividad que lo hicieron
posible.
Referencias
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Elkana, Y. (1986). The Emergence of Second-Order Thinking in Classical Greece. En S.N.
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York: State University of New York Press.
Eisenstadt, S.N. (Ed.). (1986). The Origins and Diversity of axial Age Civilizations. Nueva York:
State University of New York.
Greppi, A. (2016). Teatocracia. Apología de la representación. Madrid: Trotta.
Heubel, F. (2002). Das Dispositiv der Kreativität. Darmstadt: Technische Universität Darmstadt.
Jaspers, K., (1965). Origen y meta de la historia. Madrid: Revista de Occidente.
Joas, H. (1992). Die Kreativität des Handelns. Frankfort del Meno: Suhrkamp.
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Taylor, Ch. (2006). Las fuentes del yo. Barcelona: Paidós Surco.
Weber, M. (1985). El político y el científico. Madrid: Alianza.
Weber, M. (1987). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Península.
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imagonautas (2017) 10: 65-86
Religiones universales y creatividad
Universal religions and creativity
Javier Gil-Gimeno
Universidad Pública de Navarra
fcojavier.gil@unavarra.es
Resumen
El objetivo de este artículo es analizar las religiones universales desde la perspectiva de la
creatividad. Más en concreto, lo que pretendemos estudiar es, en primer lugar, si se puede
establecer este vínculo y, si es así, -en segundo lugar- sobre qué dimensiones o elementos
podemos articular esa afirmación. Para llevar a cabo esta labor proponemos un recorrido en el
que, en un primer momento, nos detendremos brevemente a analizar la Era Axial, caldo de
cultivo en el que aparecen las religiones universales. Posteriormente, definiremos la noción de
religión universal de la mano de Max Weber. Una vez realizada esta tarea de contextualización
nos centraremos en el núcleo de la propuesta, que articularemos, principalmente, a través de
dos apartados. En el primero, la idea de leap en la obra de Karl Jaspers será el elemento
principal sobre el que asentemos el vínculo entre religión universal y creatividad. En el segundo,
analizaremos una serie de dimensiones -propuestas por diferentes autores que han investigado
en profundidad la Era Axial- con el objetivo de testar los términos en los que podemos
relacionar concretamente religión universal y creatividad.
Palabras clave: religiones universales; Era Axial; creatividad; trascendencia; salvación.
Abstract
The aim of this paper is to analyze universal religions from the point of view of creativity. Firstly,
we want to study, if we can find this bond, and, secondly, if it was be the case, over what
aspects we could articulate this statement. To carry out this task we purpose a tour in which we
will briefly analyze the Axial Age, breeding ground where universal religions was born.
Afterwards, we’ll define universal religion in hand of Max Weber´s work. After this task of
contextualization had been made, we’ll focus on the core of our proposal, articulated through
two sections. In the first one, the ‘leap’ notion in Karl Jaspers work will be the common thread
for studying if one link can connects universal religion and creativity. In the second one, we´ll
analyze aspects –proposed for several authors who have provided insight into the Axial Age- for
testing the terms in what we can link universal religion and creativity.
Key Words: universal religions; Axial Age; creativity; trascendence; salvation.
Recepción: 27.10.17
Aceptación definitiva: 9.1.2018
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
imagonautas (2017) 10
La Era Axial como contexto en el que aparecen las religiones universales
En una selección de los trabajos más destacados o que más impacto han tenido en el campo de
las Ciencias Humanas y Sociales a lo largo del siglo pasado, no podría faltar Origen y meta de
la historia (de 1949) de Karl Jaspers (1994). Estaría incluido en este listado porque en él
introduce una noción que ha transformado nuestra forma tanto de comprender como de
acercarnos a la realidad social: la de Era Axial o tiempo-eje1, dependiendo de la traducción que
manejemos.
Previamente, algunos autores como, por ejemplo, en 1935 Alfred Weber (1985), ya habían
sugerido la existencia de algo así como una especie de common ground -que surge en un
espacio relativamente corto de tiempo y en diferentes lugares del globo a la vez- del que brotan
una parte importante de los vectores de nuestro dasein (Heidegger, 2003), esto es, de nuestro
modo de ser en el mundo. Pero es Jaspers quien decide abordar el fenómeno en toda su
complejidad, denominándolo y analizando las bases sobre las que se erige y las fronteras que lo
limitan.
Tras Jaspers muchos son los que han caminado por su senda, ampliando o matizando sus
propuestas. De ellos hablaremos a lo largo de este escrito, pero entendemos que lo que urge en
este momento introductorio es concretar a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de Era
Axial y qué implicaciones tiene para nuestro objeto de estudio, que no es otro que analizar las
religiones universales desde la perspectiva de la creatividad. En este sentido, lo primero que
debemos señalar es que existen una serie de afinidades electivas entre la Era Axial y el
surgimiento de las religiones universales en el sentido en el que hoy las comprendemos. Como
señala el propio Jaspers (1994:21): “En esa época se constituyen las categorías fundamentales
con las cuales todavía pensamos, y se inician las religiones mundiales de las cuales todavía
viven los hombres.”
Este eje de la historia universal parece estar situado hacia el año 500 antes de Jesucristo, en el
proceso espiritual acontecido entre los años 800 y 200. Allí está el corte más profundo de la
historia. Allí tiene su origen el hombre con el que vivimos hasta hoy. A esta época la llamaremos en
abreviatura el ‘tiempo-eje’. (Jaspers, 1994:20)
A la hora de delimitar un fenómeno es fundamental concretar el cuándo, tal y como hemos
hecho a través de la cita extraída de Origen y meta de la historia. Ahora bien, debemos señalar
que, en la propuesta de Jaspers, el espacio, esto es, el dónde, desempeña un papel realmente
crucial. Y es que el ‘proceso espiritual’ del que habla el filósofo alemán se produce de forma
simultánea –en términos de variable tiempo- en diferentes espacios del globo. Permite, tal y
como ya había sugerido A. Weber (1984:14), que podamos hablar de lo axial como un
fenómeno de alcance universal. Como el propio Jaspers (1994:20) señala: “se origina en estos
Nosotros vamos a utilizar la noción de Era Axial debido a que es la fórmula más ampliamente aceptada
en los estudios académicos.
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cuantos siglos casi al mismo tiempo en China, en la India, en el Occidente, sin que supieran
unos de otros”.
Es el momento de centrarnos en el quiénes, esto es, en las principales figuras2 implicadas en el
surgimiento de lo que conocemos como Era Axial, y en sus correspondientes y diversos,
aunque, a la vez, comunes modos de comprender y de actuar en el mundo. Entre el año 800 y
el 200 A.C., en China viven Confucio, Lao-Tsé, Mo-Ti, Chuang-Tse, Lie-Tse; en la India, Buda;
en Irán, Zoroastro; en Palestina, los profetas Elías, Isaías, Jeremías y el conocido como DeuteroIsaías3 ; y en Grecia, Homero, Parménides, Heráclito, Platón, Tucídides o Arquímedes. Como
analizaremos en profundidad un poco más adelante todos estos autores plantean respuestas a la
tensión existente entre lo trascendente y lo mundano (Eisenstadt, 1986) a través de lo que
Yehuda Elkana (1986) va a denominar ‘pensamiento de segundo orden’.
Pero más allá de los aspectos concretos en los que confluyen estos pensadores, no podemos
concluir esta delimitación de la Era Axial sin hacer referencia al qué, sin presentar brevemente
los aspectos concretos que le permiten a Jaspers hablar de la existencia de un common ground,
que va más allá de la heterogeneidad adscrita a cada espacio concreto.
La novedad de esta época estriba en que en los tres mundos el hombre se eleva a la conciencia de
la totalidad del Ser, de sí mismo y de sus límites. Siente la terribilidad del mundo y la propia
impotencia. Se formula preguntas radicales. Aspira desde el abismo a la liberación y salvación, y
mientras cobra conciencia de sus límites se propone a sí mismo las finalidades más altas. Y, en fin,
llega a experimentar lo incondicionado, tanto en la profundidad del propio ser como en la claridad
de la trascendencia. Esto resulta de la reflexión. Un día la conciencia se hace consciente de sí
misma, el pensamiento se vuelve hacia el pensamiento y lo hace su objeto. (Jaspers, 1994:20-21)
De las palabras anteriores rescatamos tres aspectos que se revelan claves para comprender la
Era Axial y para urbanizar ese sustrato común del que hablábamos un poco más arriba: las ideas
de espiritualización, de salvación y de reflexión. Aunque a través de representaciones
diferentes 4, estos tres aspectos aparecen en China, en la India y en Occidente. Para Jaspers
(1994:22) la “transformación de la existencia humana” a la que remite la Era Axial se podría
definir como un proceso de “espiritualización”, basado en la búsqueda de la salvación, idea
Con el objeto de ser más precisos a la hora de situar en el tiempo axial al lector, reproducimos a
continuación las fechas –algunas de ellas orientativas debido a la falta de datos o de acuerdo académicoen las que se considera que ejercieron su influencia las personas citadas en el texto: Confucio (551-479
A.C.); Lao-Tsé (604-531 A.C.); Mo-Ti (470-391 A.C.); Chuang-Tse (370-287 A.C.); Lie-Tse (alrededor del
350 A.C.); Buda (483-368 A.C.); Zoroastro (siglo VI A.C.); Elías (siglo IX A.C.); Isaías (siglo VIII A.C.);
Jeremías (650-585 A.C.); Deutero-Isaías (586-537 A.C.); Homero (siglo VIII A.C.); Parménides (siglos V o IV
A.C.); Heráclito (535-484 A.C.); Platón (427-347 A.C.); Tucídides (460-395 A.C.); Arquímedes (287-212
A.C.).
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Hace referencia al autor anónimo que escribe, durante el exilio del pueblo judío en Babilonia, los
capítulos que van del 40 al 55 del libro de Isaías. De hecho, la fecha en la que hemos datado su
‘existencia’ coincide con la época del exilio babilónico (586-537 A.C.), momento muy importante para el
pueblo judío y, sobre todo, para la institucionalización del judaísmo, ya que es durante este periodo de
tiempo cuando se realiza la compilación de los textos que posteriormente conformarán la Torah para los
judíos o el Pentateuco –base sobre la que se articula el Antiguo Testamento- para los cristianos.
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Para analizar en profundidad cada una de estas formas o representaciones a través de la que se articula la
axialidad en cada uno de los espacios ver: Eisenstadt (1986), Bellah (2011), Bellah y Joas (2012).
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esta que aparece en la escena social como consecuencia de la adquisición de conciencia –
reflexiva- de la ‘terribilidad del mundo’ y de su naturaleza limitada e ‘impotente’. En este
contexto, el ser humano se revela “incierto de sí mismo” (1994:22) y, ante esta situación decide
tomar las riendas, aportando reflexión a la realidad. Esto es lo que lleva a Jaspers (1994:22) a
señalar que “por primera vez hay filósofos”. Por vez primera, el ser humano se eleva por encima
de sí mismo.
En este escenario, el logos comienza a desplazar al mito como fuente a partir de la que se
adquiere conciencia sobre la realidad del mundo. A la hora de comprender esta transición entre
el mito y el logos consideramos adecuado traer a colación el trabajo de Merlin Donald (1991,
2012), sobre todo cuando comenta que la aparición de un nuevo estadio no supone la
eliminación del inmediatamente anterior, sino que lo que hace es provocar una reconfiguración
de las posibilidades de acción de los sujetos y colectivos. Es por este motivo por el que hemos
elegido el término desplazamiento para explicar el paso del mito al logos, ya que entendemos
que lo que se produce no es una superación, una eliminación del pensamiento mítico, sino una
pérdida de centralidad del mismo a la hora de servir como modo, como axis principal a través
del que ofrecer respuestas sociales a la realidad. Al mismo tiempo, esa centralidad la adquiere
el modo de pensar basado en el logos. Por lo tanto, no debemos confundir pérdida de
centralidad del pensamiento mítico con desaparición del mismo.
Del mismo modo, para Jaspers ese proceso de espiritualización que busca la salvación a través
de un pensamiento basado principalmente en el logos adquiere tintes de universalidad (Jaspers ,
1994:21). Detengámonos brevemente en esta cuestión. Cuando el filósofo alemán apela a lo
universal no está poniendo el acento en el sentido más superficial del mismo, esto es, en el
hecho de que aparezcan una serie de preocupaciones comunes en espacios diferentes y
relativamente alejados entre sí, sino en su sentido más profundo, el que tiene que ver con la
reflexión acerca de lo que significa ser humano, algo que todos compartimos de manera
universal, con independencia de nuestras adscripciones sociales, culturales, comunitarias o
espaciales. Es por ello que señala que, en la Era Axial, “se pone el pie en lo universal” (Jaspers,
1994:21), en todos los sentidos.
Hasta el momento hemos presentado la Era Axial, pero, nuestra propuesta no está centrada en
lo axial en sí mismo, sino en una de las formas en las que se materializa: las religiones
universales. A pesar de lo que acabamos de comentar, el análisis realizado hasta el momento
nos proporciona una serie de claves sin las que no podemos comprender las religiones
universales. En primer lugar, porque tal y como acabamos de señalar, existe un vínculo
significativo entre ellas. En segundo lugar, porque el ejercicio realizado nos ha proporcionado
cuatro elementos que son características básicas de las religiones universales: tienen un carácter
espiritual-religioso, están orientadas hacia la salvación –ya sea, intra- o extramundana- y hacia
lo universal, y en su desarrollo tiene una importancia crucial lo reflexivo, manifestado
claramente en la proliferación de lo que Donald (2012:55) denomina “memorias externas de
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almacenamiento masivo” o en la idea de Dhimmi, con la que los musulmanes denominan a las
‘gentes del libro’, esto es, a las personas creyentes de las religiones abrahámicas, articuladas a
partir de la existencia de esa memoria externa, que no es otra cosa que una forma técnica de
denominar a los escritos sagrados de estas religiones.
Una vez señalado lo anterior y con el objeto de seguir delimitando nuestra propuesta de
investigación, tenemos que decir que tampoco pretendemos analizar las religiones universales
en un sentido amplio o general, ya que un enfoque de este estilo desbordaría los márgenes de la
presente investigación, sino que nuestra intención es estudiarlas desde la perspectiva de la
creatividad. Para establecer conexiones entre las orillas de la creatividad y de las religiones
universales se revela clave una idea que Jaspers (1994) asocia al profundo proceso de
transformación que supone lo axial y que, por lo tanto, también está contenido en las formas
que este adquiere.
Entiende que la Era Axial provoca un leap (salto, brinco) (Jaspers, 1994:47) con respecto a los
modos pretéritos de comprender la realidad y, por lo tanto, la acción de los sujetos y colectivos
en sociedad. Así pues, entendemos que la noción de leap o de breakthrough (avance, logro) en
la terminología de Robert N. Bellah (2011), remite a una transformación de gran calado y, por lo
tanto, a la introducción de elementos novedosos y creativos en los niveles macro y micro
sociales. Por este motivo le dedicamos un apartado específico en el presente trabajo. Una vez
realizada esta labor de anclaje, de establecimiento de las bases del estudio de las religiones
universales desde la perspectiva de la creatividad, acudiremos a las reflexiones de diferentes
expertos en la materia, concretamente a las de Max Weber (1983), Shmuel N. Eisenstadt (1986),
Yehuda Elkana (1986) y Bellah (2011) para presentar una serie de dimensiones a través de las
que buscaremos testar el grado de creatividad que se esconde en los planteamientos axiales de
las religiones universales. Pero, antes de entrar en el núcleo de nuestra propuesta, consideramos
importante dedicar un breve apartado a definir el concepto de religión universal. Para ello
contamos con la inestimable colaboración de M. Weber (1983).
Las religiones universales
Para comprender en profundidad el trasfondo asociado al fenómeno de las religiones
universales -de la misma forma que hemos hecho en el apartado anterior con la Era Axial-, lo
primero que debemos hacer es delimitarlo. Para ello vamos a utilizar una doble estrategia: por
un lado, de diferenciación y, por otro, de definición.
En primer lugar, entendemos que es esencial diferenciar entre Era Axial y religión universal. A
pesar de que existen importantes espacios de confluencia entre ambas realidades y de que este
tipo de religiones se pueden considerar una consecuencia directamente vinculada con los
movimientos tectónicos que se produjeron a escala social durante los años 800 y 200 A.C. en
los tres ámbitos geográficos señalados por Jaspers (1994), la religión universal sería una
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manifestación concreta, uno de los modos concretos y más importantes en los que se
materializó lo axial, entendido en los términos en los que lo hemos definido en el apartado
anterior.
Así pues, la estrategia de la diferenciación no solo nos permite comprender que las religiones
universales son una de las formas que adquiere lo axial, sino que, al mismo tiempo, nos hace
conscientes de que, a pesar de que podemos afirmar que es una de las más destacadas, la
religiosa universal no es la única materialización de lo axial, sino que comparte espacio con
otras formas. Entre esos otros modos, el más destacado es el pensamiento filosófico.
Desde el comienzo de la segunda mitad de la época de las grandes olas migratorias –desde el siglo
IX al siglo VI a.c.- las tres grandes esferas culturales del mundo que se habían formado durante ese
tiempo llegan a los problemas universales, religiosos y filosóficos. […] Y estas tres culturas llegan a
un buscar, a un preguntarse y a un decidir sobre temas universales de índole religiosa y filosófica.
(Weber, A., 1985:14)
Si hemos citado en la nota anterior a A. Weber es porque deja constancia de esos dos modos
principales en los que se materializó lo axial, pero también existe un motivo que no tiene tanto
que ver con el contenido que estamos desarrollando, sino con el modo narrativo en el que lo
estamos haciendo. En este sentido, la cita de A. Weber va a servir de puente que nos va a
permitir transitar de la estrategia de la diferenciación a la de la definición. Y es que para definir
el concepto de religiones universales vamos a acudir a la obra del hermano de Alfred, que no es
otro que M. Weber. Para el sociólogo alemán, las religiones universales serían:
aquellos cinco sistemas religiosos, o religiosamente determinados, de reglamentación de la vida,
que han sabido agrupar en torno a sí multitudes de adeptos especialmente numerosos: la ética
religiosa confuciana, hindú, budista, cristiana, e islámica. Como sexta religión que vamos a
considerar, se añade a éstas el judaísmo, tanto porque contiene presupuestos históricos decisivos
para cualquier comprensión de las dos nombradas en último lugar, como por su importancia
histórica propia, en parte real, y en parte pretendida, pero muy estudiada en los tiempos más
recientes para el desarrollo de la ética económica moderna del Occidente. (Weber, M., 1983:193)
Lo primero que debemos señalar con respecto a su propuesta es que M. Weber en ningún
momento hace referencia a lo axial. Esto sucede, en primer lugar, porque esta idea aparece de
la mano de Jaspers más de treinta años después de la redacción de este escrito -fechado en
torno a 1915-1919-. En segundo lugar, y tal y como nos recuerda Bellah (2011:271), porque lo
más parecido a la idea de una Era Axial que presenta el sociólogo alemán sería la edad de la
profecía5 (Weber, M. 1979:364) a la que parece hacer referencia en el capítulo dedicado a la
sociología de la religión en Economía y sociedad (1979). Ahora bien, y una vez dicho lo
anterior, también es evidente que la propuesta jasperiana está claramente influenciada por las
reflexiones de M. Weber. Del mismo modo, toda la reflexión weberiana en torno a las religiones
universales y en torno a cómo los tipos ideales del profeta y del sacerdote son claves a la hora
Literalmente, M. Weber (1979:364) señala lo siguiente: “Pero la problemática religiosa de los profetas y
de los sacerdotes es la matriz de la que surgió la filosofía laica, allí donde se desarrolló, para enfrentarse
después, y con un componente muy importante del desenvolvimiento religioso, con esa problemática”.
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de comprender cómo se desarrolló la filosofía laica, apuntan a un horizonte de pensamiento
común, aunque enfocado y denominado de modos diferentes.
En lo que respecta a la definición en sí misma, observamos cómo M. Weber apunta a los
movimientos religiosos que se producen en los territorios que Jaspers identifica con lo axial:
confucianismo (China), budismo e hinduismo (India). A pesar de que incorpora el cristianismo y
el islam a la lista –lo cual trastocaría de alguna forma la datación de la Era Axial en torno al
800-200 A.C.-, el hecho de que introduzca posteriormente el judaísmo y que lo vincule
directamente con las otras dos grandes tradiciones monoteístas hace que se vean
salvaguardadas tanto la dimensión temporal como la espacial (en lo que respecta a lo que
denomina Occidente, de una forma poco precisa desde nuestro punto de vista)6.
Ahora bien, donde no coinciden las aproximaciones de M. Weber y de Jaspers es a la hora de
establecer el criterio que nos permite hablar de la universalidad asociada a estos ‘sistemas’
religiosos. Para el autor de La ética protestante y el espíritu del capitalismo lo universal hace
referencia a la capacidad para congregar multitudes alrededor de sus postulados y prácticas.
Haciendo esto, M. Weber se aleja del enfoque que pretende implantar posteriormente Jaspers
cuando interpreta lo universal en su sentido profundo -tal y como señalábamos anteriormente-,
esto es, el relativo a la aparición simultánea en diferentes espacios sociales de preocupaciones
concernientes al propio ser del sujeto 7. En este escenario, el sentido superficial haría referencia
a la convergencia en sí misma en torno a estas preocupaciones, mientras que el sentido
profundo tendría que ver con el contenido universal de esas preocupaciones.
Una vez definido el concepto de religiones universales, pasemos a analizarlas en términos de
creatividad, núcleo de la propuesta que estamos presentando.
Explorando el vínculo entre las religiones universales y la creatividad
La idea de leap en Karl Jaspers, las religiones universales y la creatividad
En una magnífica novela titulada El hombre del salto, el escritor norteamericano Don DeLillo
(2007) convierte los terribles atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 perpetrados en
Nueva York en el punto de inflexión a partir del que cambia la vida de su protagonista, Keith
Neudecker. La idea reflexiva de fondo que trata de transmitir el autor es que los atentados han
inaugurado un tiempo nuevo, que las reglas que han servido hasta el momento van a tener que
ser revisadas y adaptadas al nuevo escenario y que tras la tempestad –en este caso- no queda la
calma, sino un intrigante ‘después’ que el ser humano debe urbanizar. Para Jaspers (1994) la Era
Nos parece importante destacar que en este listado faltaría el zoroastrismo, aunque en este momento no
nos vamos a detener a analizar los motivos por los que no aparece.
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Entendemos que, sin duda, esta cuestión no es ni mucho menos baladí para el campo de la sociología
del hecho religioso. Y aunque reconozcamos que abordarla desbordaría los límites de nuestra propuesta,
consideramos que sería necesario reelaborar la definición de religión universal a partir de su vínculo
directo con lo axial tal y como se ha desarrollado en estudios posteriores.
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Axial provoca otro punto de inflexión, en este caso no en la vida concreta de un sujeto tal y
como nos muestra DeLillo, sino a escala macro-social. El filósofo alemán ilustra este nuevo
escenario -y, por lo tanto, diferente al anterior- con la idea de leap, salto, brinco. Como él
mismo señala: “El ser del hombre en su totalidad da un gran brinco” (Jaspers, 1994:23).
A pesar de que Jaspers habla de ‘gran brinco’, lo cierto es que no analiza concretamente y en
profundidad por qué lo considera de ese modo. Lo único que aporta a este debate es la
enumeración de una serie de etapas en las que el ser humano “parece haber partido […] de una
nueva base” (Jaspers, 1994:47). Estas etapas serían: la prehistoria, en la que el hombre se
convierte en hombre; la fundación de las grandes culturas más antiguas; la Era Axial, por la cual
se convirtió en hombre “verdaderamente espiritual” (Jaspers, 1994:47) y la época técnicocientífica.
Posteriormente, en su obra Order and History (1987), el politólogo Eric Voegelin señalará que
en la Era Axial se producen una serie de “saltos en el ser (leaps in being) múltiples y
paralelos” (1987:206-207), pero no será hasta el año 2011, momento en el que Bellah publica
su obra Religion in Human Evolution, cuando se analiza en profundidad a qué se refieren tanto
Jaspers como Voegelin cuando hablan de leap o de leaps in being:
Específicamente un leap in being describe un movimiento que va de una simbolización
cosmológica compacta, característica de lo que hemos llamado sociedades arcaicas, a un
simbolismo diferenciado del alma individual, de la sociedad y de la realidad trascendente en los
casos axiales. (Voegelin, 2011:271)
Como acabamos de comprobar de la mano de Bellah, el ‘brinco axial’ nos remite a un
escenario de profunda transformación de las estructuras del pensamiento humano y, por lo
tanto, a un cambio de enormes magnitudes en lo que respecta a los modos en los que los
sujetos y colectivos articulan el sentido de sus vidas.
Por lo tanto, la noción de leap nos permite vincular las religiones universales con la creatividad
porque tanto el propio salto como el trasfondo y orientación del mismo obligan a la creación de
nuevas fórmulas8 a través de las que las sociedades sigan realizando la triple tarea que Peter L.
Berger y Thomas Luckmann (1991) entienden como propia del sujeto social: la construcción (la
realidad se construye) de nomos (la tendencia es el orden) con sentido (que encaje de algún
Se podría pensar que resolver el problema de la vinculación entre lo axial y sus manifestaciones en
términos de dependencia de las segundas con respecto al primero es una forma bastante vaga o poco
concreta de hacerlo. Con esta decisión no pretendemos afirmar que lo axial exista independientemente de
sus manifestaciones concretas o que tanto la religión universal como el pensamiento filosófico sean formas
que surjan a posteriori, una vez que lo axial ya se ha establecido en las sociedades. Aproximarse de este
modo a la realidad es no entender cómo funciona esta. El proceso axial de ‘espritualización’ -en términos
de Jaspers- es inseparable de las formas que adquiere y se va desarrollando al mismo tiempo que lo hacen
dichas maneras en las que se concreta. Ahora bien, para explicar la realidad debemos categorizarla, esto
es, diferenciarla. Así, independientemente de que lo axial y sus manifestaciones se desarrollen al mismo
tiempo, lo que nos interesa en este artículo es analizar las dimensiones de creatividad asociadas a las
religiones universales, y este es el motivo por el que planteamos esa relación de dependencia de la religión
universal con lo que hemos denominado, de una forma más abstracta, lo axial.
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modo en la forma concreta que tenemos de comprender cuál es nuestro papel en el mundo, en
este caso novedosa como consecuencia del leap). Tanto las religiones universales como el
pensamiento filosófico aparecen en este contexto como fórmulas, como respuestas axiales que
se apoyan en los nuevos preceptos señalados por Bellah en la cita anterior.
Así pues, si las religiones universales son fórmulas axiales y lo axial remite a un horizonte de
‘gran brinco’ y de radical transformación con respecto a los modos pretéritos de comprender la
realidad social, sí o sí, estas van a introducir en el día a día de las personas una serie de
elementos, de dimensiones de creatividad. Independientemente de que, con el paso del tiempo,
las religiones universales se han ido institucionalizando y adquiriendo el rol del sacerdote y no
tanto el de profeta, por utilizar la terminología de M. Weber (1979), lo que es cierto es que en el
momento del leap, presentaron una propuesta profética ya que lo que se proponía no era
continuidad, sino ruptura, transgresión del orden social vigente. La fórmula creativa, ‘está
escrito, pero en verdad os digo’, funciona muy bien para comprender las religiones universales
–de hecho, estas palabras se asocian a Jesús de Nazaret, en su rol de profeta- desde la
perspectiva de la creatividad. Como señalan Bellah y Joas (2012:6): “La Era Axial fue un
momento de gran creatividad religiosa”.
Una vez que hemos llegado a la conclusión de que las religiones universales pueden ser
estudiadas desde la perspectiva de la creatividad, nuestra tarea se va a centrar en presentar un
conjunto de dimensiones que nos permitan valorar el grado de creatividad asociado a las
mismas. Para ello, vamos a acudir a los trabajos de una serie de autores que han estudiado en
profundidad o bien la Era Axial o, directamente, las religiones universales. Son los siguientes: M.
Weber (1979 y 1983), Eisenstadt (1986), Elkana (1986) y Bellah (2011).
Dimensiones asociadas a la comprensión de las religiones universales desde la
perspectiva de la creatividad
El sufrimiento, lo sagrado y el papel jugado por las élites intelectuales en el
pensamiento de Max Weber
En los Ensayos sobre sociología de la religión (vol. 1) se recoge un texto titulado “La ética
económica de las religiones universales” en el que -antes de entrar a analizar en particular cada
una de las religiones que define como universales- M. Weber presenta una serie de rasgos
compartidos por estos tipos de religiosidad. Nosotros nos vamos a centrar fundamentalmente en
tres: en la importancia otorgada a la pregunta por el sufrimiento y por el sentido del mismo, en
el análisis del vínculo existente entre trascendencia y religión universal, y en el papel jugado
por las élites intelectuales en el desarrollo de este tipo de religiones.
Para M. Weber, la racionalización religiosa lleva aparejada un necesario proceso de
pensamiento de segundo orden (Elkana, 1986) o de reflexividad (Jaspers, 1994). Para el
sociólogo alemán, las religiones universales son un eslabón fundamental sin el que es imposible
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comprender tanto el proceso general de racionalización que experimentan las sociedades como
el que se experimenta en el terreno de lo religioso. En este sentido, M. Weber entiende que el
profundo interés y la preocupación que muestran las religiones universales por el sufrimiento es
uno de los motores que impulsan o aceleran dicho proceso de racionalización. El hinduismo, el
budismo, el confucianismo, el zoroastrismo y el judaísmo llegan a la conclusión de que el ser
humano sufre y que dicho sufrimiento es algo que condiciona profundamente su existencia. Así
pues, todas ellas se preguntan por el sufrimiento, y todas ellas manifiestan el deseo y la voluntad
de superarlo a través de una acción reflexiva y orientada espiritual o religiosamente.
A pesar de que la forma que adquieren esas respuestas es diversa, pudiendo ir desde el rechazo
del sufrimiento a la glorificación del mismo -como ocurre en el budismo o entre los mártires
cristianos- lo cierto es que todas las vías articuladas por estos credos apuntan hacia el horizonte
de la salvación o de la redención como formas de explicar, de dar sentido al sufrimiento
humano. En el universo weberiano, estas fórmulas nos remiten hacia un futuro en el que se hará
realidad lo que hoy no es más que una promesa de compensación, ya sea a través de “las
esperanzas en una vida futura mejor, ya en este mundo para el individuo (migración de las
almas) o para sus sucesores (reino mesiánico) o en el más allá (paraíso)” (Weber, M. 1983:200).
Del mismo modo, a través de la promesa de salvación se otorga un sentido al sufrimiento,
entendiendo este como un paso intermedio hacia una situación caracterizada por la ausencia
del mismo.
Así pues, de acuerdo con las palabras de M. Weber las nociones de salvación-redención se
articulan como respuestas racionales-religiosas a las preguntas ¿por qué sufrimos? y ¿tiene algún
sentido el sufrimiento? Se apuesta por creer que si sufrimos es porque en algún momento
dejaremos de sufrir. Así pues, dicha respuesta es marcadamente religiosa porque, como bien
dice el propio autor, “conduce fuera de la vida cotidiana y de toda actuación racional
teleológica, y es por esto, precisamente, por lo que se la considera ‘sagrada’” (Weber, M.
1983:212). Ahora bien, a la vez es racional –al menos, “relativamente racional” (Weber, M.
1983:198) porque lleva implícito un cuestionamiento del propio ser del sujeto y una búsqueda
de respuestas a los interrogantes que aparecen en los procesos de interacción social.
Posteriormente, pone en cuestión el vínculo entre religión universal y trascendencia. Para él,
“los bienes de salvación […] no son en absoluto, ni siquiera preferentemente, algo que haya
que entender como ‘trascendente’” (1983:202). De hecho, señala un poco más adelante que,
con la excepción del cristianismo, “los bienes de salvación de todas las religiones, primitivas y
cultivadas, proféticas y no proféticas, fueron más bien sólidamente inmanentes” (1983:202). En
el pensamiento weberiano, la trascendencia no puede tener entidad por sí misma
independientemente de la inmanencia. Incluso en el caso de la religión cristiana, el que cree en
el dios extra-mundano, el que le conmemora o le alaba, es un sujeto henchido de inmanencia,
que busca determinados resultados a través de su acción religiosa. Es por este motivo por el que
señala que, para comprender la religión universal –o cualquier otro tipo de religión-, es
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importante poner también el foco en los sentimientos que los estados religiosos “susurraban
inmediatamente en el creyente” (Weber, M. 1983:203), esto es, en las interacciones de tipo
religioso, tal y como anuncia en Economía y sociedad (Weber, M. 1979:328).
Lo comentado en el párrafo anterior es relevante para la comprensión del fenómeno de las
religiones universales ya que, con su interpretación, M. Weber lo que hace es desplazar el foco
de análisis de la tensión entre trascendencia e inmanencia (que va a ser el elemento nuclear
sobre el que se articula la propuesta de Eisenstadt) hacia la tensión clásica y básica que ya había
identificado unos pocos años antes (en 1912) en Las formas elementales de la vida religiosa
Émile Durkheim (1982): la existente entre lo sagrado y lo profano. Para M. Weber, una de las
claves que nos permiten comprender la propuesta realizada por las religiones universales es que
presentan lo sagrado como el espacio, el estado, la única vía que conduce a la salvación y, por
ende, al abandono del estado de sufrimiento. Lo sagrado es capaz de hacerlo –a diferencia de lo
profano- por el “carácter extraordinario” (1983:203) que presenta.
Así pues, M. Weber entiende que dicho carácter extraordinario puede adoptar formas
trascendentes e inmanentes, y de hecho lo hace, pero en ningún momento señala
explícitamente que, bien la trascendencia9, bien la inmanencia10, o bien la confluencia de
ambas, sean algo exclusivo de las religiones universales o en lo que haya que poner el acento
analítico.
Finalmente, M. Weber concede un lugar privilegiado en su análisis al papel jugado por las élites
intelectuales en la aparición y desarrollo de las religiones universales. Durante el periodo axial
aparecen los literati en China; los brahmanes formados en los Vedas y los monjes mendicantes
del budismo, esto es, los shanga en la India; los recopiladores de la tradición del pueblo de
Yahvé durante la época del exilio babilónico, e incluso los profetas y sacerdotes judíos.
Su obra consistió principalmente en sublimar la posesión de la salvación religiosa como fe en la
“redención”. La idea de redención es en sí antiquísima, si por redención se entiende la liberación
de la desgracia, el hambre, la sequía, la enfermedad, y, por último, el sufrimiento y la muerte. Pero
no alcanzó un significado específico hasta que no se convirtió en expresión de una “imagen del
mundo” sistemáticamente racionalizada, y de la toma de posición hacia esta imagen. (Weber, M.
1983:204)
Estas capas intelectuales fueron las encargadas de llevar a cabo una sistematización racional de
la idea de salvación y de redención. Su empeño en poner sentido al sufrimiento, de ofrecer una
respuesta a la pregunta de por qué sufren las personas dio como resultado la articulación de un
corpus interpretativo, “un ‘cosmos’ dotado de un sentido” (Weber, M. 1983:205), de un
esquema que nos ha permitido imaginar la realidad, con el que hemos funcionado durante casi
tres mil años, y que todavía tiene presencia en la Secular Age que analiza Charles Taylor (2014,
2015).
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El propio M. Weber cita algunas de estas manifestaciones trascedentes. Ver Weber, M. (1983:202).
Del mismo modo, M. Weber cita algunas de las manifestaciones inmanentes de las religiones
universales. Ver M. Weber (1983:202).
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La tensión entre trascendencia e inmanencia como clave explicativa de la creatividad
asociada a las religiones universales. La propuesta de Shmuel N. Eisenstadt
En el año 1986, Eisenstadt editó un libro que no tardó mucho tiempo en convertirse en
referencia en los estudios sobre la Era Axial y sobre las religiones universales. En The Origins
and Diversity of the Axial Age Civilizations se presentan algunas de las mayores contribuciones
que se han realizado en este campo de análisis, destacando poderosamente las del propio
Eisenstadt y también la del autor que vamos a analizar en el apartado siguiente: Elkana.
Para Eisenstadt, la tensión que surge entre lo trascendente y lo inmanente es la clave que
permite explicar el breakthrough que provoca a todos los niveles la aparición de lo axial. En su
propuesta, comenta que el origen de dicha tensión está directamente vinculado con el
surgimiento de una clase intelectual, relativamente autónoma en el plano de la acción en
sociedad y centrada en el pensamiento de segundo orden, cuyas concepciones van adquiriendo
paulatinamente peso y presencia social, y se institucionalizan11 , convirtiéndose poco a poco en
las orientaciones predominantes de las élites dirigentes o, como señalaba M. Weber, en
‘imágenes del mundo’.
Independientemente de su posición geográfica, todos estos intelectuales convergen alrededor de
la idea de la existencia de una “moral trascendental más alta o de un orden
metafísico” (Eisenstadt, 1986:3), situada más allá de nuestros dominios. Ante lo rotundo de esta
afirmación debemos apuntar algunos matices –dos concretamente- que nos van a permitir situar
un poco mejor la propuesta de Eisenstadt y, co-extensivamente, la de M. Weber. En primer lugar,
según Eisenstadt la trascendencia no remite exclusivamente a un ámbito extra-mundano, sino
que también puede hacer referencia a lo que denomina ‘una moral más alta’. El problema de
fondo que se revela con esta afirmación nos devuelve al escenario weberiano que
planteábamos en el apartado anterior, y a su resistencia a entender lo propio de las religiones
universales como una suerte de tensión entre la trascendencia y lo mundano, sino entre lo
sagrado y lo profano.
En este contexto, puede ser reveladora la reflexión sobre la idea de trascendencia que lleva a
cabo el filósofo de la religión y teólogo Ingolf Dalferth (2012:146-188). En The idea of
trascendence defiende que la concepción teológica de trascendencia nos puede servir de ayuda
para comprender el uso judeo-cristiano de la misma, pero encaja mucho peor con el resto de
tradiciones axiales o de religiones universales. Tanto para Dalferth como para el propio M.
Weber, la noción de trascendencia puede ser problemática para comprender la naturaleza de lo
axial en general y de las religiones universales no abrahamánicas en particular. Como ambas
son voces autorizadas en el terreno que estamos estudiando, quizás deberíamos replantearnos
algunas cuestiones que damos por hecho cuando nos enfrentamos a este objeto de estudio.
Entrar a analizar en detalle esta cuestión nos alejaría de nuestro objetivo. Por ello, para comprender
mejor el proceso a través del que estas capas intelectuales consiguen influir en la toma de decisiones de la
clase gobernante ver: Eisenstadt (1986:1-29).
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¿Deberíamos abandonar la noción de trascendencia a la hora de abordar lo axial?, ¿lo que
realmente debemos hacer es desvincular la idea de trascendencia de su formulación judeocristiana y ampliar su margen de acción al resto de religiones universales?, ¿sería esto posible?,
es decir, ¿tiene recorrido la idea de trascendencia más allá de su formulación judeo-cristiana? Y,
si la respuesta a esta cuestión es negativa, ¿no deberíamos estar de acuerdo con M. Weber en
señalar que en el trasfondo del debate al que asistimos encontramos la tensión entre lo sagrado
y lo profano? A pesar de que entendemos que el edificio de lo axial es sólido y nos permite
articular respuestas concluyentes para comprender la evolución de las sociedades y la situación
actual de las mismas, todas las preguntas anteriores deben hacer que adquiramos conciencia de
que todavía hay trabajo por hacer en torno a este fenómeno, y animarnos a seguir haciéndolo.
Una vez dicho lo anterior, y para seguir avanzando en la evocadora propuesta de Eisenstadt,
debemos poner el acento en un segundo matiz. Para él, la idea de trascendencia no surge en la
Era Axial, sino que lo característico de este periodo sería que se produce una profunda
transformación de su sentido y significado. En las sociedades pre-axiales la idea de lo
trascendente estaba “simbólicamente estructurada” (Eisenstadt, 1986:2) de acuerdo a principios
similares a los existentes en el lower world. Por lo tanto, lo que se produce realmente durante el
periodo de tiempo que va del año 800 al 200 A.C. es un proceso de diferenciación de planos de
la realidad, de mundos, independientemente de que estos se materialicen en forma de ‘orden
metafísico’ o de ‘moral más alta’. Así pues, lo axial no tendría tanto que ver con la dependencia
de lo mundano con respecto de lo trascendente ya que, como diría Durkheim (1982), incluso
en las sociedades más primitivas –incluso en las mágicas- existía esta dependencia entre lo
sagrado y lo profano. Ejemplos de ello lo encontramos en el trabajo de autores como Wilhelm
Wundt (1990), Edward B. Tylor (1981), James Frazer (2005) o Claude Lévi-Strauss (1986), entre
otros. Si en las sociedades pre-axiales existe algo así como una idea de trascendencia
estructurada simbólicamente en lo inmanente, ¿qué diferencia existe, entonces, entre lo sagrado
y lo trascendente en este tipo de sociedades, sobre todo, si, como dice Eisenstadt, lo
trascendente no es una creación axial? Y, si ponemos el acento en lo axial, ¿qué diferencia
existiría entonces entre la trascendencia y lo sagrado en términos de ‘moral más alta’?
Para arrojar un poco de luz sobre este debate nos parece adecuado acudir al pensamiento de
Durkheim (1982). Podríamos pensar, y estaríamos acertados si así lo hiciéramos, que los
términos sagrado y profano también remiten a un proceso de diferenciación social. Entonces,
¿qué sería lo característico de la religión universal con respecto, por ejemplo, a las formas más
primitivas de la vida religiosa? Para el sociólogo francés, lo sagrado y lo profano remiten a dos
estados (1982:380-385) diferentes de la realidad, mientras que lo trascendente-inmanente lo
haría fundamentalmente a dos planos diferentes de la misma. Entendemos que lo que hemos
denominado diferenciación de planos exige un grado de complejidad social mayor que la
diferenciación de estados.
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Del mismo modo, si utilizamos el hilo conductor que enhebra toda la sociología religiosa de M.
Weber (1979) nos daremos cuenta de que el proceso de racionalización y el surgimiento de la
religiosidad ética –en este sentido es interesante detenernos en el trabajo de Rodney Stark
(2007)- también nos ayudan a explicar el mayor grado de complejidad asociado a la
diferenciación de planos con respecto a la existente en términos de diferenciación de estados.
La articulación creativa de un plano llamado moral más alta –lo que supone la existencia de
otra más baja- o de otro conocido como orden metafísico –con respecto a otra clase de orden
físico-, es impensable sin acción racional ética, esto es, sin reflexión de los individuos sobre su
papel en el mundo, sin la certeza de que a través de la acción se puede transformar la realidad y
sin una orientación racionalizadora de las mismas. Todo ello ha aportado complejidad tanto a la
forma en la que construimos la realidad como al modo en que nos relacionamos con ella.
Así pues, el universo en el que aparece el plano trascendencia es más complejo que el del
estado sagrado del que nos hablaba Durkheim, y lo es en términos de racionalización,
diferenciación y carácter ético. Ahora bien, dicho nivel de complejidad mayor no invalida la
duda que se plantea M. Weber, ya que lo trascendente remite directamente a lo sagrado. Por lo
tanto, es posible que el sociólogo alemán no esté muy desacertado cuando señala que la
categoría clave a la hora de comprender el giro axial y el surgimiento y desarrollo de las
religiones universales sea la de lo sagrado, que en su evolución adquiere formas trascendentes.
¿Por qué no estudiar, pues, la trascendencia desde el plano de la hierofanía?
Más allá del debate que hemos dejado propuesto en los párrafos anteriores, lo que defiende
fundamentalmente Eisenstadt, y, por lo tanto, lo que realmente nos interesa a la hora de realizar
la labor que nos hemos propuesto, es que el desarrollo de esta forma concreta de comprender la
realidad creó un abismo entre uno y otro plano, y un problema a la hora de articular el orden
social a partir de los principios que rigen en la realidad trascendente. Sin duda, es este el motivo
que le lleva a afirmar que lo característico de la Era Axial es la “tensión” (1986:2) existente entre
“el orden trascendente y el mundano” (1986:2). Para resolver esta tensión, esa anfaegtelse en los
términos en los que lo señala Søren Kierkegaard (1995), era necesario establecer puentes entre
una y otra orilla de la realidad. Dicha necesidad hace que aparezca el “problema de la
salvación” (1986:3) como una respuesta creativa ofrecida por la clase intelectual (creativa)
surgida a la vez en diferentes lugares del mundo durante el periodo axial.
Las raíces de la búsqueda de la salvación vienen dadas por la consciencia de la muerte y por la
arbitrariedad de las acciones humanas y de los acuerdos sociales. La búsqueda de alguna clase de
inmortalidad y de una vía para vencer dicha arbitrariedad es un universal de todas las sociedades
humanas. En las sociedades en las que los mundos mundanos y transmundanos están definidos en
términos relativamente homólogos esta búsqueda de la inmortalidad se concibe en términos de
continuidad física. […] Esto no sigue siendo cierto en las sociedades en las que se pone énfasis en
el abismo entre los órdenes trascendental y mundano, y con una concepción de una moral más alta
o de un orden metafísico. (Eisenstadt, 1986:3)
Si la continuidad física entre ambos planos de la realidad ya no es posible debido al abismo que
los separa y, si se considera que la respuesta ya no viene dada desde afuera, sino que estoy
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obligado a buscarla: ¿Cómo acceder a lo sagrado?, ¿cómo nos salvamos? A través de nuestra
acción en el mundo, una acción que debe estar orientada en términos de “reconstrucción del
comportamiento humano y de la personalidad” (1986:3) con el objetivo de llevar a cabo un
ejercicio de reflexión y de perfeccionamiento que me conduzca hacia la perfección, esto es, al
plano trascendente. Es el ser humano el encargado de ser pontífice 12, constructor de puentes
que conecten las dos orillas de la realidad. Para Eisenstadt, tanto la búsqueda de la salvación
como el modo de lograrla a través del perfeccionamiento, está en la base de lo que se entiende
por historia intelectual de la humanidad. Es importante remarcar el papel fundamental jugado
por las élites intelectuales de las religiones universales en este desarrollo de la historia
intelectual de la humanidad.
Además de lo que acabamos de comentar, Eisenstadt nos dice que debemos ser conscientes de
que las religiones universales no ofrecen una respuesta homogénea a la tensión entre los planos
trascendente y mundano, sino que estas se articulan de diferentes modos. Para él, existen dos
variables que influyen sobremanera en la articulación de esos modos. En primer lugar, hay que
diferenciar entre las religiones monoteístas en las que existe un concepto de Dios como un ser
que guía desde afuera el funcionamiento del universo, y aquellos otros sistemas religiosos como
el hinduismo o el budismo, en los que el sistema trascendental y cósmico es concebido en
términos impersonales, casi metafísicos y en un estado de tensión existencial continua con el
sistema mundano, esto es, entre orden metafísico y moral más alta. En segundo lugar, habría
que realizar una diferenciación todavía más profunda que está relacionada con el hecho de
dónde se pone el foco en la resolución de las tensiones existentes en términos de trascendencia.
En este sentido, el foco podría estar puesto puramente en este mundo, puramente en el otro
mundo o en una mezcla intermedia entre una y otra solución.
Las religiones universales son una de las formas que adquiere lo axial. Esto significa que,
además de fórmulas religiosas existen otras con un cariz no necesariamente religioso que nos
permiten dar respuesta al problema de la salvación. A. Weber señalaba que la más importante
de estas vías ‘seculares’ es la filosófica. Elkana la ha estudiado en profundidad, pero en el
diálogo que vamos a establecer con él en el siguiente epígrafe lo que realmente nos interesa es
rescatar del mismo algunos de los aspectos compartidos por el pensamiento filosófico y las
religiones universales.
Yehuda Elkana y el pensamiento de segundo orden como dimensión creativa
En “The Emergence of Second-Order Thinking in Classical Greece“ Elkana (1986) no hace
referencia explícita a las religiones universales, pero tanto la importancia de su texto como el
horizonte de axialidad en el que desarrolla su propuesta, hacen que sea no solo recomendable,
sino obligatorio detenernos en él.
En este sentido, no es ni mucho menos casual que el Papa de la Iglesia Católica sea considerado el sumo
pontífice, esto es, el gran constructor de puentes entre lo mundano y lo trascendente.
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A la hora de analizar la contribución de Elkana, lo primero que debemos destacar es que
comparte, casi al cien por cien, el diagnóstico realizado por Eisenstadt (1986), motivo por el
que la extensión de este epígrafe será menor que otros, ya que no es nuestra intención
detenernos en debates planteados previamente. Para ambos, lo axial remitiría a un horizonte en
el que existe una tensión entre el reino de lo trascendente y el reino de lo mundano. Esto
implica (recordemos el apartado anterior) que la distinción y, por lo tanto, la existencia de
ambos reinos13 es una realidad previa a la aparición de lo axial, lo que elimina la posibilidad de
asociar directamente lo axial con el surgimiento de la trascendencia.
Entonces, ¿por qué es axial lo axial? Porque partiendo de la existencia de esta tensión y como
consecuencia de la misma se introduce una respuesta novedosa que va a condicionar el
desarrollo de las sociedades durante los siglos siguientes. En el planteamiento de Elkana, lo
novedoso de la respuesta se articula a través de dos elementos: el que tiene que ver con el
grupo social que lo lleva a cabo y el relativo a la base a partir de la que se articula su propuesta
de redención o de salvación. Estos dos elementos son: élite intelectual y pensamiento de
segundo orden.
Para Elkana, la élite intelectual es el verdadero motor de la reforma axial y, como tal, se revela
como el auténtico “agente de cambio” (Elkana, 1986:43), ya que es la encargada de
proporcionar al conjunto de la sociedad el corpus que va a permitir deshacer el nudo de la
tensión existente entre lo trascendente y lo mundano.
Ahora bien, antes de continuar es importante detenernos en la naturaleza de esta clase
intelectual. Si la analizamos, nos daremos cuenta de que existen aspectos que nos permiten
hablar de ella como una unidad, pero también encontraremos otros que harán hincapié en sus
particularidades. En lo que respecta a esta última cuestión nos parece pertinente traer a colación
la diferenciación que establece Jean-Pierre Vernant (2011) en su obra Los orígenes del
pensamiento griego. En ella señala que la mayoría de respuestas intelectuales dadas a la tensión
entre lo trascendente y lo mundano pueden ser reunidas en torno a dos categorías: aquellas que
comprenden lo trascendente como orden y aquellas que lo entienden como fuerza. Elkana
utiliza esta categorización para explicar que la respuesta griega –objeto de su estudio- estaría
más vinculada con la idea de orden trascendente, ya que interpreta este tanto como motor de la
acción social, como el elemento trascendente por excelencia. El resto de aspectos de la realidad
–incluido todo lo que tiene que ver con las fuerzas suprasensibles, también con los diosesserían dependientes del principio del orden. El confucianismo sería otra manifestación –en este
caso a la vez religiosa-filosófica- que encajaría con este tipo de respuesta. En cambio, en el caso
Elkana utiliza varias veces el término realm, reino, para hacer referencia a lo trascendente. A pesar de
que su discurso camina por otra senda, lo cierto es que vuelve a abrir el debate y la tensión que
establecíamos anteriormente con M. Weber y Eisenstadt entre lo sagrado y lo trascendente, ya que, como
decía Dalferth, la idea de reino nos lleva al imaginario judeo-cristiano de la trascendencia, pero no tanto
al de los otros planteamientos axiales, ya sean religiosos o laicos (como es el caso del pensamiento
filosófico que él estudia en detalle).
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del judaísmo, del cristianismo o del propio hinduismo, el orden es la consecuencia directa de la
existencia de unas fuerzas suprasensibles que son el principio y fin de todas las cosas.
Ahora bien, independientemente de que es preceptivo reconocer que existen elementos que
generan diferentes modelos de élite intelectual axial, también lo es analizar a partir de qué
elementos comunes podemos construir la idea unitaria de élite intelectual. Dichos elementos
comunes son dos y están profundamente vinculados: la aparición del pensamiento de segundo
orden y la creación de una “cosmología trascendental” (Elkana, 1986:47). Su labor -repetimos,
independientemente del espacio en el que la desarrollaron y de las particularidades propias de
cada movimiento axial- fue un “intento consciente de aplicar sistemáticamente un corpus de
pensamiento sobre el pensamiento a un cuerpo de conocimiento” (1986:41). De este modo, lo
que Elkana denomina trascendental breakthrough (logro, avance trascendental) sería tanto la
articulación de un sistema, de un edificio de sentido social, que sirve para dar respuesta a la
tensión existente entre lo trascendente y lo mundano, como a lo propiamente novedoso de esa
respuesta. Y esa tarea fue realizada por la élite intelectual surgida en el proceso axial.
Así pues, lo que consigue la élite intelectual es ‘salvar a través de la idea de salvación’ a los
agentes sociales del vacío de sentido al que se veían abocados como consecuencia de la
progresiva ruptura de la narrativa del orden pretérito, con un simbolismo fundamentalmente
intra-mundano, en el que convivían las “fuerzas no cotidianas” (Weber, M. 1979:428) o
“poderes suprasensibles” (Weber, M. 1979:430) y los seres sensibles, y la consolidación de la
nueva narrativa axial en la que se produce la tensión entre lo trascendente y lo mundano.
Pero no es en la idea de salvación donde Elkana pone el acento a la hora de presentar su
reflexión sobre lo axial. Señala que, para que la propia respuesta en términos soteriológicos
pueda ser articulada, se requiere un elemento previo sin el que este paso es inconcebible, y que
sería el verdadero elemento novedoso sobre el que se erige esta nueva época: el pensamiento
de segundo orden. Como él mismo comenta, “no puede haber búsqueda de la trascendencia sin
pensamiento de segundo orden” (Elkana, 1986:44).
Para Elkana el problema de la salvación (Eisenstadt, 1986), el de la aparición de la redención
como respuesta al problema del sufrimiento humano (Weber, M. 1983), o el relacionado con si
es más acertado hablar del breakthrough en términos de lo sagrado o de lo trascendente,
requieren una disposición previa hacia el pensamiento que se piensa a sí mismo, que piensa el
propio pensamiento.
Decíamos al comienzo de este breve apartado que los dos elementos principales que íbamos a
rescatar del planteamiento de Elkana eran el papel jugado por las élites intelectuales en el
desarrollo de la Era Axial y, por lo tanto, también, en las religiones universales; y, por otro,
íbamos a analizar la base sobre la que se asentaban las propuestas de estas élites. Dicha base es
el pensamiento de segundo orden. En él encajan tanto las propuestas de los filósofos griegos, de
los literati chinos, como las religiosas-universales de los profetas judíos o de los shanga budistas.
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En primer lugar, todas ellas buscan soluciones a los problemas que se les plantean y, en
segundo, las soluciones a los mismos se articulan a través de un proceso reflexivo que busca,
sobre todo, comprender cómo funcionan las cosas.
La élite intelectual axial puede ser considerada, sin lugar a duda, como una élite creativa no
solo por sistematizar un corpus de pensamiento, ni tampoco por aportar una respuesta
novedosa, diferente a las que se habían ofrecido anteriormente, sino porque introdujo un
elemento básico que transformó el modo de enfrentarse a la realidad. Por primera vez en la
historia, la realidad se piensa a sí misma, no se da por supuesta. Lo absolutamente novedoso, lo
radicalmente novedoso, es que desde ese momento no ha habido un instante en la historia de
las sociedades en que –con mayor o menor intensidad; con un número mayor o menor de
actores dedicados a ello- no haya existido pensamiento de segundo orden.
La crisis de legitimación y el surgimiento de la teoría como elementos clave para
comprender el surgimiento de lo axial según Robert N. Bellah
Bellah (2011) coincide con Jürgen Habermas (1979:130-177) al señalar que detrás del
surgimiento de lo axial, y, por lo tanto, de las religiones universales, se esconde una crisis de
legitimación de los modelos de sociedad existentes en el primer milenio A.C. Crisis que, como
ya sabemos, se produce en diferentes espacios prácticamente al mismo tiempo. Pues bien, la
misma provoca una reacción crítico-reflexiva que parte de esas nuevas élites intelectuales en las
que ponían el acento M. Weber (1983), Eisenstadt (1986) y Elkana (1986).
El aspecto que Bellah destaca en lo que respecta a esta reacción frente al estado de cosas del
momento, es que se orienta hacia proyecciones de tipo utópico basadas en ideas de buena
sociedad, esto es, en ideas éticas. Recordemos cómo apuntábamos al vínculo entre religiosidad
ética y religión universal en el apartado de Eisenstadt. A pesar de que es el propio Eisenstadt
(1986) el primero que afirma que es la Era Axial el momento de la historia en el que aparecen
las utopías, esto es, como el momento en el que el ser humano comienza a proyectarse, a
imaginarse en el futuro, entendiendo este como una oportunidad para el cambio, para la
mejora, para acabar con las injusticias –recordemos la idea de sufrimiento en M. Weber (1983)-,
ya sean estas inmanentes o trascendentes, Bellah recoge este guante y lo adapta a su propuesta.
Señala (Bellah, 2011:577) que, independientemente de las formas concretas que esta crítica
utópico-ética adquiere en los diferentes espacios en los que se manifiesta -ya sea en forma de
criticismo social o religioso-, la simbolización de todos los movimientos axiales se materializa
en ese contexto de protesta y de respuesta contra el orden social vigente.
En este sentido, los profetas “advierten” (Bellah, 2011:576) tanto a gobernantes como al pueblo
de la necesidad de cambiar sus formas de actuar en el mundo y orientarlas hacia lo divino,
única vía ética y, por lo tanto, correcta. Del mismo modo, la esperanza confuciana en la llegada
de un gobernante que se guíe por el Li, por la ley natural y, por lo tanto, ética, debe ser
comprendida en este contexto de crisis. Por otro lado, Platón critica los modelos de sociedad
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vigentes en la Grecia que vive y propone modelos de ‘buena sociedad’ como modos de
‘salvación’. Asimismo, el Ramayana revela una crítica profunda a la sociedad india de la época
al mismo tiempo que propone un nuevo modelo de gobierno ideal. Lo mismo ocurre con el
budismo temprano. El príncipe Siddharta propone alejarse de los placeres de este mundo como
uno de los medios principales que le permiten acceder al estado ético y espiritual de nirvana.
A pesar de que en un primer momento podría parecer que Bellah se aleja de la propuesta de
Elkana (1986) al poner el acento en la crisis de legitimación y no tanto en el surgimiento del
pensamiento de segundo orden como lo característico de lo axial, sus caminos se encuentran
definitivamente cuando el primero afirma que, además del contexto de crisis en el que surge lo
axial, este se caracteriza porque es el momento en el que aparece la teoría. En este sentido, la
respuesta que se ofrece a la crisis de legitimación es una respuesta de tipo ética que, como nos
diría indirectamente M. Weber (1979) y directamente Elkana (1986), como tal requiere de
pensamiento que piensa el propio pensamiento. Para M. Weber, no existe religiosidad ética sin
que, previamente, se haya producido un avance, un breakthrough en términos de
racionalización de ese pensamiento que en un primer momento era mágico y que, por lo tanto,
no requería de la acción reflexiva humana para transformar el estado de cosas. Nos recuerda
Frazer (2005), que la magia da por supuesto la existencia de una serie de fuerzas que actúan
sobre el mundo y que son independientes de la acción que desarrollan los sujetos y colectivos
en él. Para Frazer es característico del pensamiento religioso tratar de condicionar a esas fuerzas
a través de la acción –reflexiva en el caso que planteamos-.
Para Bellah, la teoría –íntimamente vinculada al pensamiento de segundo orden que propone
Elkana- es la propuesta que elabora la élite intelectual de las sociedades axiales para
transformar el estado de cosas en el que viven. Una teoría que el autor diferencia con respecto
de la theoria, ya que entiende esta última desde el plano de la contemplación de la realidad.
Para Bellah, en las sociedades pre-axiales podía existir la theoria, pero no la teoría. La teoría
implica un “sentido activo” (Bellah, 2011:592) que no posee la primera. Requiere, sobre todo,
un ser humano convencido de que sus actos, sus interacciones, cuentan, que tiene un papel que
desempeñar en su existencia y que, dependiendo de cómo lo haga, los resultados variarán.
En resumen, la theoria convertida en un instrumento de cambio ético (hacia la buena sociedad)
y el contexto de crisis de legitimación de los modelos sociales existentes son, para Bellah, el
caldo de cultivo en el que se produce la transformación axial y en los que se materializa la
respuesta dada por cada una de las religiones universales.
Conclusión
Comenzábamos el presente artículo preguntándonos si las religiones universales podían ser
estudiadas desde la perspectiva de la creatividad. Para responder a esta cuestión necesitábamos,
en primer lugar, contextualizar este tipo de religiosidad en el escenario de la Era Axial, ya que
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imagonautas (2017) 10
las religiones universales son –cada una de ellas- formas en las que se materializaron las
profundas transformaciones que Jaspers (1994) sitúa entre el año 800 y 200 A.C., y a las que les
otorga el calificativo de leap con respecto a las formas pretéritas de ser en sociedad.
Una vez realizada esa labor de contextualización, debíamos ofrecer una respuesta a la cuestión
sobre la que pivotaba, incluso la posibilidad de que tuviera sentido la realización de este
ejercicio. Aunque la intuición sociológica nos hacía pensar que las religiones universales
pueden ser analizadas desde la perspectiva de la creatividad, necesitábamos hacer explícito el
eje, los cimientos sobre los que haríamos descansar la estructura del edificio que queríamos
construir. Ese eje nos lo ha proporcionado la propia noción de leap, de salto, entendida desde
un doble punto de vista: por un lado, como profunda transformación con respecto a las formas
previas de comprender la vida en sociedad, tal y como acabamos de señalar en el párrafo
anterior y, en segundo, porque dicha transformación profunda obligó a crear nuevos
instrumentos y formas que permitieran hacer operativas las nuevas estructuras de sentido
vinculadas a lo axial.
El siguiente paso buscaba seguir urbanizando el vínculo entre creatividad y religiones
universales. Para ello, buceamos en la obra de diferentes autores –M. Weber, (1979, 1983),
Eisenstadt (1986), Elkana (1986), Bellah (2011)- que se han preocupado tanto por lo axial como
por el fenómeno que nos ocupa, para extraer y mostrar una serie de dimensiones creativas a
partir de las cuales pudiéramos testar la creatividad asociada a los movimientos religiosos
universales.
Aunque somos conscientes de que este no era el objeto de estudio principal que nos ocupaba,
en el desarrollo de este proceso emergió un debate de fondo que no nos pareció oportuno
obviar porque consideramos que afecta al núcleo de la propuesta axial, tal y como la
entendemos en la actualidad. Entendemos que el debate que plantea M. Weber (1983) en torno
a la relación entre lo sagrado y lo trascendente -debate que luego reaviva indirectamente el
trabajo de Eisenstadt (1986)- no es ni mucho menos una cuestión insignificante, sino todo lo
contrario, por lo que explorarlo puede arrojar claves que nos ayuden a comprender mejor lo
que ocurrió durante el periodo de transformación profunda que denominamos Era Axial.
Una vez dicho lo anterior, volvamos al relato de las dimensiones de creatividad vinculadas con
las religiones universales. Para M. Weber (1983), son dos las claves que nos permiten testar
dicho grado de creatividad: por primera vez, el ser humano se pregunta por el sufrimiento y,
también, por vez primera busca darle una respuesta, un sentido. Esa respuesta es la idea de
redención, y es ofrecida por una nueva élite intelectual surgida durante el tiempo-eje. Para
Eisenstadt (1986), lo novedoso y característico de la Era Axial es, fundamentalmente, la
aparición de una nueva tensión social, la existente entre lo trascendente y lo mundano. La
propia aparición de esta tensión obliga a que aparezcan respuestas diferentes y, por tanto, a que
la sociedad articule elementos de creatividad para intentar solucionarla. Elkana (1986) vuelve a
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poner el acento en esa élite intelectual –de la que hablaba M. Weber y a la que también hacía
referencia Eisenstadt-, en este caso para analizarla como el grupo social que introduce lo que
entiende como una fórmula revolucionaria a la hora de enfrentarnos a la realidad social: el
pensamiento de segundo orden. Finalmente, para Bellah (2011) el surgimiento de las religiones
universales no puede entenderse sin hacer referencia a la crisis de legitimación de los modelos
de sociedad que se produce a gran escala durante el primer milenio A.C. en la mayoría de las
civilizaciones conocidas. Pero la gran dimensión que analiza, muy de la mano de la propuesta
de Elkana, es el nacimiento de la teoría, entendida esta como instrumento reflexivo que permite
transformar el estado de cosas y que, consecuentemente, requiere la intervención de los sujetos
sobre la realidad.
En definitiva, pocos momentos de la historia nos ofrecen un espacio tan inmenso para la
creatividad como el que inauguró la Era Axial. Por lo tanto, pocas formas sociales nos van a
ofrecer elementos tan significativos de creatividad como los que nos proporcionan las religiones
universales –fenómeno que hemos abordado en este artículo- o el pensamiento filosófico
griego.
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imagonautas (2017) 10: 87-107
La dimensión identitaria y creativa de lo experiencial
The identity and creative dimensions of experience
Iñaki Martínez de Albéniz Ezpeleta
Universidad de País Vasco
i.albeniz@ehu.eus
Resumen
El artículo se centra en la dimensión experiencial de la vida social como posible ámbito de innovación y
creatividad. Para ello analiza algunos fenómenos sociales en los que la dimensión experiencial ha
adquirido una importancia inusitada: 1) la experimentación en torno a la identidad en el caso del turismo
experiencial, que se desarrolla de manera extensa, además de otros tres ámbitos de desarrollo de lo
experimental que sólo se llegan a bosquejar a la espera de desarrollos futuros: 2) la experimentación con
el arte en el ámbito de la estética relacional, 3) lo que el 15M tuvo de experimentación con otras formas
de lo político y, finalmente, 4) la experiencia de “lo social haciéndose” que subyace en esos neo-rituales
sociales que se han dado en llamar flashmobs. El texto sostiene que para que la dimensión experiencial
sea operativa es necesario que la dramaturgia abandone el ámbito institucional del teatro en el que estaba
confinada para convertirse en una competencia socialmente distribuida.
Palabras clave: economía de la experiencia; identidad; dramaturgia; turismo experiencial; sector cultural y
creativo (SCC).
Abstract
The article focuses on the experiential dimension of social life as a possible field of innovation and
creativity. In order to achieve this goal, it analyzes some social phenomena in which the experiential
dimension has acquired an unprecedented importance: 1) the experimentation around the identity in the
case of experiential tourism, that is developed in an extensive way, in addition to three other fields of
experimental development that are only sketched for future developments: 2) experimentation with art in
the field of relational aesthetics, 3) the 15M movement as the experience of another way of making
politics, and, finally, 4) the experience of “society being made” that underlies in those social neo-rituals
that have been called flashmobs. The text points out that for the experiential dimension to be operative it is
necessary that the dramaturgy leaves the institutional scope of the theater in which it was confined to
become a socially distributed competence.
Key Words: economy of the experience; identity; dramaturgy; experiential tourism; Cultural and Creative
Sector (CCS).
Recepción: 17.10.2017
Aceptación definitiva: 25.1.2018
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
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Introducción
Este artículo está escrito desde una vocación en cierta manera detectivesca, toda vez que quiere
hacer acopio de algunos indicios, que aspiran a convertirse en argumentos, de la emergencia de
un fenómeno que ya en su denominación puede resultar controvertid o: la industria de la
experiencia. Comenzaremos a analizar este fenómeno en un contexto como el del País Vasco
que está viviendo un cambio acelerado en uno de los ámbitos que más ha determinado su
dinámica reciente y del que la industria de la experiencia es una suerte de conjuro: la cuestión
identitaria.
Las preguntas a las que trataremos de dar respuesta son las siguientes: ¿Cómo es posible, en un
contexto de cultura material de “máquina herramienta” como el País Vasco, no especialmente
proclive al giro postmoderno, que se pueda hablar de la experiencia como una industria? ¿Es la
experiencia algo susceptible de convertirse en actividad económica o supone tal cosa una
blasfemia? ¿Cómo contribuye esta dimensión a la capacidad de innovación y a la creatividad?
Imagen 1. Recreación de la Batalla de Nalón. Autoría: Eloy Alonso (foto cortesía del autor).
Empezaremos nuestro recorrido echando mano de dos imágenes, cuando menos curiosas, por
lo que tienen de inusuales, de políticos que se encuentran en situación de flagrante de fuera de
juego en relación a lo que estaban haciendo en el momento en que fueron tomadas. En la
primera de ellas, se puede ver al portavoz del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en el Congreso
de los Diputados, Aitor Esteban, ataviado de gudari1, atravesar con pundonor el campo de
batalla, mientras esgrime una pistola de pega en su mano derecha y una ikurriña en la
izquierda.
En la segunda imagen, vemos al Diputado General de Bizkaia, Unai Rementeria, en el National
Mall de Washington, a escasa distancia del Capitolio, jugando a pelota vasca en un frontón
Gudariak eran llamados los soldados nacionalistas en la Guerra Civil. El genérico Gudari significa
soldado en euskera.
1
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portátil de madera, instalado ad hoc, ante la atenta mirada de los pelotaris que se van a
encargar de impartir el correspondiente workshop.
Imagen 2. Unai Rementería en el National Mall de Washington.
Fuente: Diputación Foral de Bizkaia (2016).
¿Dan cuenta estas imágenes de algún tipo de extraña mutación que han sufrido los políticos
vascos en los tiempos de la telepolítica? En absoluto. Las circunstancias en que se tomaron —
eso que la microsociología da en llamar el marco— darán cuenta del cambio del que son
sintomáticas estas imágenes. Adelanto que en ellas son la identidad y la experiencia los
conceptos que emergen como marco de sentido y cierre categorial, pese a que en cada una de
las imágenes estos conceptos se declinan de manera diferente.
El Portavoz está participando en una recreación (re-enactment es el término en inglés) de una
batalla de la Guerra Civil, la Batalla del Río Nalón, que tuvo lugar en Asturias. Como Aitor
Esteban, mucha gente tiene por hobby desplazarse los fines de semana a lugares conocidos por
haber albergado batallas históricas para vivir, en algunas de estas recreaciones, la experiencia
de luchar en una guerra.
El Diputado General, por su parte, está actuando en el rol de representante de una institución
política, en este caso la Diputación Foral de Bizkaia, en un evento cultural, el Smithsonian
Folklife Festival, celebrado en Washington en julio de 2016, para promocionar la cultura y el
modo de vida del País Vasco.
Podríamos decir que el primero está allí, ejercitando un rol que no es el habitual en él,
pongamos, por razones étnico-políticas o identitarias (que no deja de ser un destilado de lo
anterior), mientras que el segundo, que, por más que hace algo infrecuente en un político, está
en pleno ejercicio de su función, lo hace por razones eminentemente promocionales o
económicas.
Podríamos preguntarnos asimismo quién de los dos está más metido en su papel o, a la inversa,
quién es más capaz de mantener una distancia reflexiva respecto de lo que hace, eso que Ervin
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Goffman (1987) llamaba la “distancia de rol”. Sería cabal suponer que es quien está por razones
económicas o promocionales el que mantiene más fácilmente esta distancia porque lo que hace
tiene un carácter utilitario, mientras que el gudari-portavoz, en cambio, muestra, y así lo
expresa su crispado rostro, un compromiso y una pasión tales por la acción que despliega —
cosa que, al menos durante el fin de semana, no está reñido con la pulsión tecnocrática de los
días laborables—, que le impiden tomar distancia y contemplarse a sí mismo haciéndolo. El
primero, sentenciaría Goffman, abraza un rol. No así el segundo, que es abrazado por el rol.
Como si de un juego de semejanzas y diferencias se tratara, tendemos a pensar que en estas dos
imágenes está operando una distinción fundamental entre dos fuerzas de tracción: por un lado,
la identidad (que opera en la primera imagen) y, por otro, la economía (que opera en la
segunda). En esta distinción estaría resonando otra más enjundiosa, que ha tenido mucho
predicamento en el ámbito de la filosofía política, entre las cuestiones de reconocimiento y las
cuestiones de distribución (Fraser, 2006).
Pues bien, para comenzar a atisbar la mera posibilidad de una industria de la experiencia,
tenemos que declarar improcedente esta distinción. Parece que la corrección política o cierta
concepción irenista de lo político nos ha llevado a separar claramente los asuntos de gestión,
que se tienen por materiales, de los identitarios, que pertenecen al rubro de lo espiritual o lo
emocional. Hasta el punto de que, al menos en el País Vasco, de esta distinción se siguen dos
paradigmas contenciosos o cuando menos excluyentes de hacer política: de una parte, la
gestión política y, de otra, la política identitaria; eso que, no sin cierto desdén, Hannah Arendt
llamaba la “administración de las cosas” frente a la democracia sentimental (Arias, 2016). La
tozuda realidad va, me temo, por otros derroteros.
La hipótesis que sostengo es que el elemento que desbarata el binomio gestión/identidad y su
correlato teórico distribución/reconocimiento es la experiencia. Lo que de común tienen las dos
imágenes de las que hemos echado mano es que en ellas ambos políticos experimentan cosas,
más allá de que tales experiencias sean medios (para promocionar la identidad que las auspicia)
o fines en sí mismos (por más que se limiten al cronotopo del fin de semana).
Hace años escuché en boca del Lehendakari Juan José Ibarretxe una frase que, aunque sea en
formato de lapsus linguae, vendría a refutar esta distinción entre las cosas de la economía y las
de la identidad: “es hora —advertía Ibarretxe— de que gestionemos la identidad vasca”. Pero,
¿gestionarla, con qué objeto? ¿Se refería con “gestión” a que, como se piensa habitualmente,
había que dar salida a las tensiones, algunas de ellas lacerantes, provocadas por la llamada
“cuestión identitaria”, o sucedía, más bien, que en un trance visionario comenzaba Ibarretxe a
atisbar que el País Vasco había emprendido ya el giro que le llevaría a convertirse en la enésima
sucursal de la multinacional Etnicidad S.A. (Comaroff y Comaroff, 2011)? No podemos ser
ajenos al hecho de que no es lo menos relevante de este giro, más bien este vórtice en el que
estamos ya incursos, que la principal innovación que subyace en todos estos desplazamientos
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de sentido radica, al menos en el caso vasco, en que se empieza a hacer negocio precisamente
con aquello, la identidad, que antes era innegociable.
Si queremos imaginar siquiera la posibilidad de una industria de la experiencia, debemos
especular con que la identidad, antes que un elemento contencioso, puede constituir un recurso
más con el que operar en el mercado y del cual obtener una rentabilidad. Identidad y
experiencia se entrelazan así en una relación simbiótica: la experiencia convierte a la identidad
en algo customizable y la identidad dota a la experiencia de un relato o un soporte narrativo de
enjundia. El resultado es una perífrasis verbal extraña o al menos contra-intuitiva: hoy día, más
que encarnarlas, experimentamos las identidades.
Durante la rueda de prensa2 de presentación en Bilbao del Smithsonian Folklife Festival, el
festival que vio jugar a pelota al Diputado General de Bizkaia, el Gobierno Vasco presentó el
lema que enmarcaría toda esta magna operación promocional: Basque. Innovation by Culture.
Este eslogan sirvió de paraguas a otro aún más jugoso, a saber, el empleado para promocionar la
sidra en aquel evento: Basque untapeed, literalmente, lo vasco sin explotar. Huelga decir que
no es esta la acepción de explotar que primaba no mucho tiempo atrás en el País Vasco.
La cuestión a dilucidar es, en suma, si, a resultas de estos desplazamientos de sentido, no
estamos asistiendo a la emergencia de una industria de la experiencia a través de la activación
de la identidad como un recurso económico más. Sin ir más lejos, en aquella rueda de prensa,
Arantza Tapia, a la sazón Consejera de Desarrollo Económico y Competitividad del Gobierno
Vasco, justificaba la participación de Euskadi en el Smithsonian Folklife Festival desgranando
una serie de argumentos que hablan bien a las claras de un desplazamiento de lo identitario del
campo de la política contenciosa al de la economía. El objetivo de las autoridades políticas
vascas en el escaparate internacional del Smithsonian era, literalmente, “mostrar lo que somos:
diferentes”. Esa diferencia se cifraba en la cultura, el idioma, pero también en “cómo hacemos
las cosas, cómo nuestras empresas siempre cumplen la palabra que dan”. Es en este preciso
instante cuando irrumpe un uso novedoso de lo identitario, toda vez que pasamos de lo que se
es a lo que se hace, de lo adscriptivo a lo adquisitivo, o de las esencias a lo performativo.
“Cuando hablamos de turismo, —continuaba la Consejera— hablamos de que tenemos que
enseñarlo todo y, como hacemos en otros casos, aprovecharemos para mostrar el país”. Sin
hacer distingo alguno entre las cuestiones de gestión y las identitarias, se hacía hincapié en que
“es preciso aprovechar un festival como el Smithsonian, que es un festival cultural, de
patrimonio, de identidad, para darnos a conocer también desde el punto de vista de tecnología,
de empresa, de cómo hacemos las cosas, de cómo nuestras empresas saben exportar, saben
estar en primera posición”. Y concluía: “no podemos dejar pasar esa oportunidad, no sólo para
enseñar lo que hacemos, lo que somos, nuestra gastronomía, los herri-kirolak (deporte rural)
etc.”.
2
Las citas que se recogen han sido transcritas del documento audiovisual Irekia (2016).
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Balance parcial: el País Vasco se caracteriza por una serie de formas de hacer, que no son meros
“rasgos”, sino competencias adquiridas a lo largo de su historia, que conforman su identidad y
que es necesario mostrar “performativamente” en los escaparates de promoción turística
internacional. La promoción de la identidad pasa por mostrarla, por “actuarla”: jugando a
pelota, bebiendo sidra o esgrimiendo una ikurriña ataviado de gudari, tanto da.
Lo que hacemos y lo que somos aparecen aquí en una relación de calculada ambigüedad:
¿hacemos lo que somos o somos lo que hacemos? Esta distinción pierde toda vigencia en una
economía de la experiencia.
No se le escapará al lector que el corolario de esta operación de etno-marketing es que si la
identidad se formula en términos performativos, esto es, como hacer, y no en términos
esenciales, como ser, potencialmente todo aquel que hace o actúa será. Y esto reviste una
importancia crucial de cara a que la identidad se pueda articular como un hacer susceptible de
ser experimentado. Así hay que entender, por ejemplo, lo que de interpelación tiene el siguiente
eslogan promocional de la Diputación de Bizkaia: “Be Basque”. Ya que no una operación
universal de naturalización o un improbable bautismo étnico, que daría curso legal, dicho sea
de paso, al motto “uno de Bilbao nace donde quiere”, el eslogan constituye una sutil invitación,
no tanto a ser vasco, sino a experimentar ser vasco.
Imagen 3. Campaña promocional de la Diputación Foral de Bizkaia.
Fuente: Diputación Foral de Bizkaia (s.f.).
El desplazamiento tiene, pues, consecuencias ontológicas: no sucede tanto que haciendo las
cosas que hacen los vascos uno pueda optar a serlo, obteniendo el correspondiente
reconocimiento por parte de una comunidad que sigue en gran parte declinando la identidad en
términos esencialistas (¿somos o no somos?). La variante más interesante, y la que, dicho sea de
paso, más desconcierto genera entre las filas autóctonas, es la de quienes optan por
“experimentar ser vasco”.
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Para que esto suceda, es preciso transitar desde una sociedad que dramatiza el hecho identitario
en el sentido de convertirlo en un drama agónico, a otra que lo “dramatiza” en el sentido de
vivirlo, reflexivamente o no, como una performance, como un simulacro que es más real que la
propia realidad: ser vasco sería así, aunque suene intrincado, estar en disposición de
experimentar una identidad como la vasca.
Mediante este giro performativo podemos ya pensar en una industria de la experiencia que hace
identidad, que la produce, en tanto que la hace experimentable. Estamos ante un tipo de
identidad no sólo electiva, sino también circunstancial (site specific, como se dice en el ámbito
del arte) o provisional: una identidad de quita y pon, susceptible de ser customizada y
guionizada. En una palabra, convertida en un repertorio de experiencias al alcance de quien
pueda permitírsela.
Bases para una economía de la experiencia
Hoy día vivimos en economías inmateriales, más digitales que analógicas, más cognitivas y
(tecno)emocionales que estrictamente industriales o manufactureras, donde (casi) todo
constituye ya una experiencia: experimentamos la ciudad, la gastronomía, el sexo;
experimentamos el consumo, el trabajo, experimentamos el riesgo, experimentamos, llevando a
extremo el giro reflexivo, la propia experiencia.
¿Podemos también experimentar la identidad o es esto una simple quimera? Todo dependerá de
si somos realmente capaces de “traducir” esa identidad a las experiencias que la constituyen,
ofertándola, como reza la definición de innovación de la OCDE (2006), en forma de producto,
proceso o servicio a quienes, no disponiendo de una identidad tan conspicua, sienten el deseo
de encarnarla durante un lapso limitado de tiempo. La industria de la experiencia es, así, el
conjunto de actividades organizadas en torno a la llamada economía de la experiencia (Pine y
Gilmore, 2011).
Desde una perspectiva crítica, que bebe del post-estructuralismo, la economía de la
experiencia, en tanto que dispositivo ideado por el nuevo espíritu de un capitalismo cognitivo
(Hardt, 1999; Virno, 2003) y emocional (Illouz, 2007), trata de intervenir, rentabilizándolos, en
los procesos biopolíticos contemporáneos. La producción de sujetos es así el efecto colateral de
la producción de bienes y servicios en forma de experiencias.
En un sentido más integrado(r), la economía de la experiencia tiene por objeto producir
experiencias, con base en el diseño de situaciones o eventos, cuyo fin es activar el potencial
cognitivo, imaginario y emocional de quienes participan en ellas. En una economía de la
experiencia ésta no se basa principalmente en la adquisición y consumo de determinados
bienes, por más que no es incompatible con ello, habida cuenta de que la experiencia precisa
de una determinada infraestructura material. No es lo mismo, por ejemplo, diseñar una
experiencia identitaria en forma de producto manufacturado o como proceso/servicio. La
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industria de la experiencia, en su condición de software, habría de ser encuadrada en esta
segunda variante. Las experiencias serían demasiado simples y redundantes si todo se redujese a
lo manufacturado, es decir, a experimentar el consumo de, pongamos, gadgets identitarios o
meros souvenirs, por sofisticados que estos fueran. Los bienes de consumo no son, pues, más
que elementos vicarios en esta suerte de producción de experiencias transformadoras de la
subjetividad.
La especificidad de esta novedosa declinación de la economía capitalista es, pues, que la
experiencia, un proceso (de subjetivación) que adopta la forma de servicio, constituye su
principal producto. La experiencia de la compra (y no lo que se compra), la experiencia
gastronómica (y no lo que se come), etc. constituirían su objeto de deseo.
En la actualidad, como afirman Pine y Gilmore (2011), empresas de muy diversa índole deben,
si quieren alcanzar éxito, y no solamente de cara a vender cosas, diseñar eventos o
acontecimientos memorables. Estamos, en suma, ante una industria que emplea la técnica para
producir emociones y la emoción para vincularse con lo técnico. Esto se corresponde con lo
que los estudiosos de un campo como el turismo, en el que lo experiencial está cada vez más
presente, han denominado la sociedad de los sueños (dream society) (Jensen, 1999), una
sociedad en la que el individuo busca, no tanto la autenticidad u originalidad del producto,
cuanto una experiencia con un alto valor emocional y sensorial que contribuya a su
autorrealización personal. En una palabra, busca una autenticidad más existencial (Wang, 1999)
que objetual: sentirse liberado de su vida diaria, no porque los objetos que contempla sean
auténticos, sino porque a través de ellos desarrollan actividades memorables.
La experiencia, tal y como queremos declinarla aquí, no es ni un ser ni un hacer. Es, a un
tiempo, un ser inacabado/ble y un hacer incompleto, que nunca se fija en una esencia. François
Dubet (2010) ha escrito páginas muy lúcidas sobre la identidad desde una sociología que se
autoproclama de la experiencia. Para este sociólogo francés, la identidad puede desenvolverse
en el orden esencial de la comunidad o en el más utilitario del mercado. Dependiendo de en
cuál de los dos ámbitos, la comunidad o el mercado, opere, la identidad se experimenta, como
un factor de integración o como un recurso estratégico, respectivamente como un ser (del orden
de los adscriptivo) o como un hacer (del orden de lo adquisitivo). Así, “el mismo stock de
identidad se interpreta como un fin o como un medio de la acción que busca ciertas
ventajas” (Dubet y Zapata, 1989:526).
Volvamos a la casuística. En enero de 2016, en la inauguración del stand de Euskadi-Basque
Country en FITUR, la Feria Internacional de Turismo que se celebra anualmente en Madrid, la ya
aludida Arantza Tapia venía a abundar en un uso marcadamente estratégico de la identidad:
"Buscamos destacar las cualidades de nuestro pequeño-gran país: pequeño en extensión
territorial y con una identidad inmensa y singular".
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Imagen 4. Imagen promocional de Euskadi-Basque Country en FITUR 2014.
Fuente: Basquetour (2014).
Tirando de mitología o, mejor, haciendo de la mitología una forma de marketing por otros
medios, Euskadi se presentaba ese año en FITUR como un país habitado por seres mágicos. El
año anterior, el eje que vertebró el discurso promocional del Departamento de Turismo del
Gobierno Vasco fue el caserío, un caserío, todo sea dicho, puesto al día, como se puede
apreciar en la imagen (Ilustración 4) que sirvió de soporte a la campaña publicitaria.
Más allá del impagable story telling, que es propio de todo discurso publicitario, lo que me
interesa es analizar qué hay detrás de esa identidad que se enuncia como inmensa y singular. Y
lo que hay detrás es lo que, en una suerte de oxímoron, Gayatri Spivak (1994) denomina
“esencialismo estratégico”: la necesidad de mostrar una identidad esencial (única e inmensa,
como reza el eslogan) para que resulte eficaz en términos pragmáticos, sea para la movilización
política, que es el universo de sentido en el que se mueve Spivak, sea para la promoción y el
marketing, que es el ámbito que más nos interesa aquí. En otras palabras: la virtualidad de
destilar esencias para vender(se) mejor.
A resultas de ello, la identidad ha pasado de ser únicamente un problema encastillado en el
ámbito comunitario-político (aunque, para ser justos, habría que reconocer que aún lo sigue
siendo en amplios sectores de la población), a adoptar la condición potencial de recurso a
movilizar en el mercado para la obtención de un rendimiento económico.
Experimentar la identidad: ¿hacia una industria de la identidad?
Para vender identidad hay que saber algo sobre ella: saber lo que uno es y cómo se llega a ser.
En otras palabras, hay que movilizar las políticas de la identidad (no las identidades políticas),
esto es, el conocimiento social disponible en torno a la identidad.
Pero, ¿qué sabemos en las sociedades del conocimiento sobre la identidad que no sabíamos
antes? Sabemos lo que antes no sabíamos que sabíamos: sabemos, en primer lugar, que la
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identidad se construye, que no viene naturalmente dada. Sabemos, en segundo lugar, que se
construye socialmente y, en tercer lugar sabemos cómo se construye socialmente.
El conocimiento en torno a la identidad puede ser de dos tipos: sociológico o social. Por una
lado tenemos un conocimiento experto, sociológico, sobre los procesos de construcción
identitaria: por más que en las encuestas la pregunta por la adscripción identitaria se siga
formulando en términos sospechosamente simples 3, con su correspondiente efecto
naturalizador, en ciencias sociales ya es una evidencia o un taken for granted que la identidad
no es natural ni necesaria, sino histórica y contingente, y como tal susceptible de ser
modificada, cuando no diseñada o customizada.
Si un primer tipo de conocimiento en torno a la identidad es sociológico, el segundo (que
depende indirectamente del grado de desarrollo y de la penetración social que alcance el
primero) tiene un carácter social o, mejor, etnosocológico (Garfinkel, 2006; Lamo de Espinosa,
1990). Por etnosociológico entendemos el tipo de conocimiento que adquiere una sociedad
sobre los procesos que la constituyen, siendo la identidad (los procesos de subjetivación a través
de los cuales se despliega) uno de estos procesos. Es éste, el social, a diferencia del sociológico,
un conocimiento tácito, no explícito, más pragmático que discursivo, dotado de una
reflexividad práctica (Giddens, 1984), que hace (identidad) más que dice (cómo la identidad es
y se hace).
Cuando Dubet se refiere a que la identidad puede tener el valor estratégico de un recurso, se
está refiriendo a este tipo de sentido práctico (Bourdieu, 2007) en torno a lo que apropiándonos
del concepto bourdieano podríamos denominar capital identitario. Cuando en el transcurso de
una etnografía, un concejal de eventos de un ayuntamiento dice “la identidad es difícil de imitar
y por ello es fácil de vender”, o un cocinero te espeta “debemos de tener una identidad fuerte
porque son capaces de parodiarnos con dos trazos”, o un asesor en marca-país sentencia “si no
sabes lo que vendes nadie sabrá comprarlo”, asistimos a momentos cargados de una
extraordinaria reflexividad social que no emana precisamente de los libros de sociología, sino
de sistemas socio-técnicos (turismo, gastronomía, marketing, etc.) funcionando a pleno
rendimiento.
La industria de la experiencia apela, así, a determinados intangibles, desde la construcción de
identidades a experiencias de un profundo calado emocional. Es difícil imaginar la organización
y la estructura material de esta industria porque en gran medida se despliegan en una dimensión
Cuando, como hace el Euskobarómetro –la encuesta de mayor repercusión mediática en el País Vasco– se
pregunta, “¿Con cuál de las siguientes frases se identifica Ud. en mayor medida?”, siendo las opciones:
“Me siento únicamente español/Me siento más español que vasco/Me siento tan vasco como español/Me
siento más vasco que español/Me siento únicamente vasco/N.S/N.C”, la encuesta opera no sólo de forma
descriptiva, sino también prescriptiva. No sólo in-forma, también per-forma. Da forma a esa identidad y la
perpetúa: una identidad simple, excluyente y contenciosa. Es a fuerza de repetir estas preguntas como las
ciencias sociales activan procesos de naturalización de la identidad. Como han sabido ver los Estudios
Sociales de Ciencia y Tecnología (ESCT), en este caso, como en muchos otros, la ciencia es la política por
otros medios.
3
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inmaterial, cultural, sensorial, etc., en eso que se ha dado en llamar las industrias creativas,
hecho este que, sin embargo, no es incompatible con un alto grado de tecnificación. Podría
afirmarse que esta industria tiene un elevado componente de innovación, precisamente a
resultas de una capacidad sin precedentes de integrar en experiencias contantes y sonantes lo
técnico, lo social y lo emocional, tres dimensiones que en el capitalismo llamado industrial
sufrían una radical escisión. No así en el nuevo espíritu del capitalismo (Boltanski y Chiapello,
2002).
Es cuando hablamos en términos de experiencia cuando podemos observar cómo se customiza
y se consume la identidad (consciente o inconscientemente; como diseño de producto o
encarnada en un habitus). La identidad encuentra en este contexto dos maneras de desplegarse
socialmente. Una de ellas está en franca decadencia, aunque emergió, no hace mucho tiempo,
con inusitada fuerza. Me refiero a la retórica de la marca-país. La otra, en la que se centra este
trabajo, es emergente, más creativa e innovadora: la industria de la experiencia.
La diferencia fundamental entre ambas es sencilla es su formulación, pero compleja en sus
implicaciones: la marca-país traduce lo que un país hace, su (mejor) performance, en su
identidad: un país es lo que hace (bien). Convierte, así, su desempeño en un signo de identidad,
en un producto a consignar en el balance económico de un país. Un drive de Rafael Nadal, un
mate de Pau Gasol… son marca-país, ergo son país y hacen país.
La industria de la experiencia, en cambio, hace lo que un país es: diseña paisajes provisionales
a través de los cuales los visitantes pueden emular, actuándolas, las formas de hacer de los
nativos, parasitando provisionalmente, una vez han sido guionizadas o traducidas a repertorios
de acción, sus identidades. Este nuevo país, que es ya paisaje experiencial, es también la
resultante de ese hacer performativo (Butler, 1998), siempre abierto a la contingencia, pues toda
repetición de una identidad, desde la más fiel a la más paródica, implica diferencia.
El interés de esta segunda declinación radica en el hecho de que para mostrar qué hay que
hacer para ser algo o, mejor, para experimentar la identidad de un lugar —las más de las veces
con fecha de caducidad por el carácter situado, circunstancial, acotado en tiempo y espacio, de
estas prácticas— hay previamente que diseñar esa identidad. Y esto, además del hecho no
desdeñable de desplazar, allí donde sigue doliendo, la identidad a un terreno incruento,
constituye un caldo de cultivo propicio para la innovación y la creatividad.
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Imagen 5. Experiencias top. Pastor por un día en Urkiola. Fuente: Gobierno Vasco (s.f.).
La industria de la experiencia, en su variante experimentar la identidad, emerge cuando estas
artes de hacer (De Certeau, 2002) son estratégicamente apropiadas por los ingenieros de la
identidad, y pasan, por ejemplo, a engrosar los guiones de lo que agencias como Basquetour, la
Agencia Vasca de Turismo, han definido como las experiencias top de su oferta.
Pondré un ejemplo: dentro del pack de experiencias top, encontramos una, especialmente
llamativa y que ha tenido una acogida del todo inesperada, que recibe por título “Pastor por un
día”, experiencia do it yourself (DIY) en la que, iniciado por el pastor de turno, el turista
pastorea el rebaño, ordeña la oveja, conoce el proceso de elaboración del queso y termina
catándolo. En una actualización del famoso slogan del poeta Gabriel Aresti Nire aitaren etxea
defendatuko dut (Defenderé la casa de mi padre) el turismo experiencial, y a su través la
industria de la identidad, proclama a los cuatro vientos: “rentabilizaré el agroturismo de mi
padre”.
Pues bien, con esta y otras experiencias top se confecciona un mapa emocional, una suerte de
psicogeografía. Euskadi/Basque Country pasaría así de ser una marca-país a configurar un
paisaje experiencial; un socio-topo (a proteger) de expertos en branding y clientes que
prosumen una identidad previa customización de determinadas formas de ser y hacer.
De hecho, el turismo experiencial hace una apuesta cada vez más convencida por lo identitario.
De la invitación, ya lejana en el tiempo, a visitar Euskadi y contarlo (Euskadi. Ven y cuéntalo),
eslogan que, pese a tener éxito, daba lugar a equívocos nefastos al coincidir con los años de
plomo del terrorismo de ETA, el Departamento de Turismo del Gobierno Vasco pasó a conminar
al turista a, literalmente, comerse Euskadi (Basque country. Savour it) y, más recientemente,
como recordábamos más arriba, desde la Diputación Foral de Vizcaya, a ser vasco, mejor dicho
a experimentar la identidad vasca (Be Basque): hacerse el vasco durante un tiempo limitado, el
tiempo que dure el pack de experiencias contratado por el turista con la agencia de viajes
correspondiente. Entretanto, los vascos que participan en estos guiones se muestran frente a los
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turistas, con el fin de no frustrar sus expectativas, como perfectos nativos, desplegando una
suerte de “autenticidad escenificada” (MacCannell, 2007). En otras palabras, el turismo
experiencial, que es quizás la versión más avanzada de la industria de la experiencia, exige
unas altas competencias dramatúrgicas, toda vez que de actuar una identidad se trata. Y no sólo
a los visitantes. Así, en su nueva condición de proveedor de servicios identitarios, el (neo)nativo
ostentaría el rol meta-identitario de extra en el espectáculo de la vasquidad.
Todo ello hace necesaria, obviamente, la socialización de los medios de producción
dramatúrgica. Más arriba oponíamos el conocimiento sociológico experto al conocimiento
social o etnosociológico. Si el teatro es el depósito del conocimiento dramatúrgico experto, a
ello podríamos oponer, en el ámbito de las industrias de la experiencia, y siguiendo la estela de
Goffman, la posibilidad real de una dramaturgia concebida como competencia social
ampliamente distribuida.
Del teatro a la dramaturgia
Por más que se encuentra protegido y estimulado de forma determinante, en una palabra,
subvencionado, por las instituciones públicas, el teatro, como en un eterno retorno, ha asumido
una vez más su crisis endémica, viéndose impelido a encontrar un nuevo protagonismo en la
sociedad, un nuevo modelo de actividad que necesariamente deberá incorporar como
componentes estratégicos una nueva relación con los públicos y unas nuevas competencias más
colaborativas y eficientes, de producir y exhibir. Aquí queremos especular con que el futuro del
teatro dependerá de la manera en que sepa sacar partido de una encrucijada a la vez semántica
y pragmática en la que el sector se encuentra (felizmente) entrampado.
Me refiero al concepto de representación, a su doble acepción dramatúrgica y política. ¿Sufre el
teatro, como la política, una crisis de representación? ¿Debe el teatro sentirse interpelado de
algún modo por aquél “no nos representan” que coreaba el movimiento 15M? ¿Se refiere este
eslogan a la representación política o alude también a los modos de poner en escena lo real?
¿Es la toma de la plaza también una toma del escenario?
La hipótesis de la que partiré plantea que el teatro ha estado enrocado entre dos modelos que le
han impedido desarrollar todo su potencial dramatúrgico y político en las actuales sociedades
reflexivas.
Por un lado, tenemos un modelo teatral burgués, pensado desde y para la exhibición, en el que
política y cultura son dos realidades escindidas. Así, la política es un hecho natural, no cultural,
toda vez que no se precisa de una determinada cultura política que la legitime. De ello se sigue
que al ciudadano no le es dado ver el poder representado, el “poder en escenas” (Balandier,
1994). O, lo que es lo mismo, no alcanza a comprender los resortes, muchos de ellos
dramatúrgicos, que sostienen la representación política.
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La política es literalmente ob-scena: carece de escenografía. Tiene una condición inmanente.
Pero es paradójicamente gracias a esta suerte de política libre de cultura que subsisten la cultura
y sus distintas manifestaciones, entre ellas el teatro, bien gracias a un mercado autorregulado en
el que interviene la mano invisible del éxito, o bien a base de subvenciones, bajo el paraguas de
la democratización de la cultura. El orden burgués-capitalista subsume al teatro en un espacio
acotado, seguro e inocuo en el que poder desplegar una actividad representacional que nada
tiene que ver con el orden de la política, adoptando para ello la forma socialmente sancionada
de una de las bellas artes.
En el modelo burgués se escinden, pues, los dos tipos de representación a los que aludíamos
más arriba: por un lado la política (representativa) y por otro la dramaturgia en forma de
(sociedad del) espectáculo. La representación política se encastilla en los parlamentos y la
dramatúrgica en los teatros. En consecuencia, el ciudadano está doblemente alienado en su
condición de votante y espectador. Como efecto colateral, política y teatro se constituyen en
sendas cajas negras: sabemos qué es lo que entra y qué es lo que sale de ellas, pero lo
ignoramos todo sobre los procesos de transformación que tienen lugar en su interior. La
representación resulta así doblemente enajenada.
En el extremo opuesto al modelo burgués, nos encontramos con un modelo revolucionario,
pensado desde y para la movilización y la toma de conciencia, que politiza el teatro hasta el
punto de hacer de la comunidad teatral una comunidad política tout court.
Según Jacques Ranciere (2010), las dos grandes reformas modernas del teatro burgués, la de
Brecht y la de Artaud han pretendido transformarlo a partir de un diagnóstico que conduce a su
supresión. Para estos dos revolucionarios del teatro del siglo XX, el teatro tiene que desaparecer
como mediación a fin de que se pueda exprimir todo su potencial de transformación política. Si
bien por vías distintas, incrementando la distancia del espectador, en el caso de Brecht, y
haciéndola desaparecer en el de Artaud, el teatro se politiza, mostrando al espectador qué tiene
que hacer para dejar de serlo y convertirse en agentes de una práctica colectiva que es
encarnada por una nueva comunidad politizada, la comunidad coreográfica:
No es sorprendente que [Brecht y Artaud] hayan retomado no solamente las consideraciones de la
crítica platónica sino también la fórmula positiva que él oponía al mal teatral. Platón quería
sustituir la comunidad democrática e ignorante del teatro por otra comunidad, resumida en otra
performance de los cuerpos. Le oponía la comunidad coreográfica en la que nadie puede
permanecer como espectador inmóvil, en la que todos deben moverse de acuerdo con el ritmo
comunitario fijado por la proporción matemática, aunque para ello tuviera que embriagar a los
viejos reacios a entrar en la danza colectiva. Los reformadores del teatro han reformulado la
oposición platónica entre corea y teatro como posición entre la verdad del teatro y el simulacro del
espectáculo. (Ranciere, 2010:12)
Nos encontramos ante dos paradigmas antagónicos. Para el burgués, el teatro, en tanto que
espectáculo, es impolítico. Para el revolucionario, es la política misma. Ahora bien, como
acertadamente advierte Ranciere, una cosa es llevar a cabo nuevas aventuras intelectuales,
abriendo la caja negra del teatro, suprimiendo la diferencia misma entre intérprete y espectador,
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o desplazando la performance a otros lugares (la calle, la ciudad, la vida), y otra es elevar la
comunidad política al lugar propio del teatro. Tan monopolista es enclaustrar la potencia
dramatúrgica en una de las bellas artes, como hacerla una con la política. Cabe por tanto
preguntarse si tal como el Estado, en palabras de Max Weber, monopoliza el uso legítimo de la
fuerza física, no estará el Teatro, sea como institución del arte y la cultura, sea como cuerpo
social revolucionario, monopolizando el legítimo derecho a la dramaturgia. Además, ¿no
depende la supervivencia del teatro, en pleno proceso de cuestionamiento de los monopolios,
de abandonar estas posiciones absolutistas?
El teatro en el campo expandido: la dramaturgia como fundamento de una
experiencia reflexiva
Hoy día asistimos a una situación muy distinta toda vez que, como consecuencia del giro
performativo, que ha provocado una suerte de teatralización de la vida social, el teatro pasa a
revestir la forma de dramaturgia social: más que una actividad artística encerrada en un
escenario, el teatro constituye en sí mismo una mediación social. En otras palabras, una forma
de hacer o de operar en sociedad. El teatro está en la calle, en las formas de hacer cotidianas4.
Merece la pena, pues, especular con las múltiples teatralizaciones o dramaturgias que están
horadando la cuarta pared del teatro.
Ya nos hemos referido a las teatralizaciones relacionadas con la experimentación de la
identidad a través del turismo, a lo que podríamos añadir la proliferación de lo temático, y la
museificación generalizada de la cultura y la vida social (con los llamados “museos de
sociedad” a la cabeza).
A continuación, queremos, de cara a futuros desarrollos, esbozar los contornos de tres ámbitos
de las sociedades reflexivas (Beck, Giddens y Lash, 1994) que tienen como fundamento de su
experimentación lo dramatúrgico. Si en el caso del turismo experiencial subyacía la cuestión en
torno a lo que la identidad es, las preguntas que subyacen en estas otras modalidades
(respectivamente, ¿Qué es arte?; ¿Qué es política?; ¿Qué es sociedad?) no son menos incisivas.
La estética relacional como forma de experimentar el arte
Otra de las derivas de lo experiencial es la teatralización que se ha impuesto en el ámbito del
arte en general, a través de formatos dramatúrgicos como la performance, el body-art, la
instalación y, especialmente, la llamada estética relacional (Bourriaud,2006).
Se cuenta que en una exposición que Andy Warhol hizo en Philadelphia, los cuadros no
llegaron a tiempo a la galería. La inauguración se celebró en ausencia de la obra del artista. En
Al tiempo, y en lo que respecta a su relación con la política, esta suerte de socialización del teatro
empodera a los ciudadanos a la hora de entender la política como un espectáculo en el que cada vez es
más visible la tramoya, como han puesto en evidencia las múltiples corruptelas que se están destapando
de un tiempo a esta parte.
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ese instante, mientras observaba la masa de gente allí congregada, Warhol tuvo la revelación de
que aquellas criaturas que llenaban la sala eran su verdadera obra de arte. La estética relacional
lleva esta intuición a programa. En una época en la que el arte como producción de objetos ha
sido una idea llevada a un insoportable punto de saturación a causa de las sucesivas acometidas
de las vanguardias a lo largo del siglo XX, la estética relacional constituye el penúltimo intento
de desmaterialización, consistente en desplazar la pura relacionalidad social, eso que la
sociología francesa postmoderna (Maffesoli, 2000), coetánea y compatriota de esta corriente
estética, llama la sociabilidad, a la galería de arte o el museo. A la pregunta de ¿qué es el arte
desde una estética relacional?, habría que responder: la pura inmanencia de lo social
representada o actuada en un ámbito en el que arte se ha convertido una máquina tautológica
(o una máquina célibe que diría Marcel Duchamp): el marco habilitante de algo como arte.
Experimentar la política: el 15M como innovación política radical
Otra posible deriva experiencial es la teatralización del espacio público-político: hablamos de
la profunda renovación que han sufrido en sus repertorios de acción los movimientos sociales.
El 15M constituye quizás el ejemplo más puro de lo que decimos, toda vez que se trata de un
fenómeno político extraño, casi coreográfico (al menos en el sentido que en la cita que
recogíamos más arriba atribuía Rancière a Platón; un fenómeno centrado, no tanto en la
representación, cuanto en el cuerpo y en lo presentacional, posición de fuerza desde la que se
corea aquello de “no nos representan”. El 15M expresa que la solución de la política pasa
necesariamente por su disolución. Dicho con otras palabras, por experimentar lo político de
otro modo.
Imagen 6. La Plaza del Sol de Madrid durante el 15M.
Fotograma de Libre te quiero, de Basilio Martín Patiño (2012).
Siguiendo el precepto de Emma Goldman “If I can´t Dance I don´t want to be part of your
revolution” (Si no puedo bailar no quiero ser parte de tu revolución), durante el 15M hubo que
prestar tanta atención a lo que se habló (logos) como a lo que se cantó/gritó (phone), a aquellas
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inflexiones del acontecimiento no únicamente codificables desde la ciencia de la política. El
15M convirtió la plaza en una pista de baile, en una calle, en un laboratorio, en una asamblea,
en un comedero, en una sala de estar, etc., donde la movilización política más al uso era
permanentemente desafiada por la frivolidad táctica.
¿Qué iba a mostrar, pues, una mirada perspicaz y lúcida sino gente experimentando la política
por otros medios? La suspensión de la incredulidad y la captura de la potencia de un instante
que no se cuestiona sus futuribles; como si el “no nos representan” provocara una toma de
conciencia por la cual en lo sucesivo quisieran representar(se) más en el sentido dramatúrgico
que en el político del término, de suerte que buscaban mediante su mise en scene que la
sociedad se viese representada en ellos y no tanto por ellos.
Éstos sí que nos representan, habrá de juzgar el público. ¿Acaso no hablan, visten y se peinan
como cualquiera? Nos imitan en todo con tanta maestría que parece que estuviésemos nosotros
mismos en la escena, no como ocurría con los actores de la vieja política, aquel auto sacramental
inverosímil y casposo. (Valdecantos, 2016:13)
Son muchas las voces que sostienen que el 15M fue un destello que se perdió en su propia luz.
Pero, ¿desde qué inteligibilidad política se ha leído este acontecimiento? ¿En qué muta el Ágora
cuando es producto del ensamblaje (Latour, 2005) de escobas, megáfonos, ideologías,
asambleas, emparedados, policías, perros, instrumentos de música, canutos, ordenadores,
consignas, besos, jaimas, etc.? Si somos sensibles a aquellos aspectos que desde cierta
concepción apolínea de la política se consideran marginales, despreciables incluso, el 15M se
despliega ante nuestros ojos como prototipo (Corsin y Estalella, s.f.): un laboratorio donde testar
el sustrato experiencial de la política. Su carácter no representacional, sino presentacional o
performativo.
Experimentar lo social: la flashmob como innovación social
Hubo quien tasó el 15M como una gran flashmob, como el destilado de una así llamada
democracia sentimental:
Incluso las reivindicaciones más extravertidas, del 15M a Beppo Grillo, parecen inclinarse hacia un
sutil irracionalismo (…) Y el resultado es un paisaje en llamas, una amalgama de pasiones e
hipérboles que se parece bien poco a la esfera pública sosegada que soñaron los ilustrados como
fundamento para nuestras democracias representativas. (Arias, 2014:28)
Esto sólo se puede sostener desde la ignorancia de la potencia, mayor incluso que la derivada
de la movilización política, de las teatralizaciones de la vida cotidiana, muchas de ellas
provocadas por las nuevas tecnologías, desde el selfie5 como forma sobreactuada y
deliberadamente obscena de presentación de la persona, a nuevos rituales sociales como los
flashmobs, esas auténticas actualizaciones 3.0 de los happenings que las vanguardias artísticas
popularizaron en la segunda mitad del siglo pasado; formas netamente sociales que radicalizan
No es casual que selfie y postureo sean dos de las palabras que se disputaron el título de palabra del año
2014.
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la estática relacional, sacándola de museos y galerías, y haciendo de la ciudad una plaza
extensa, cuando no un plató. Las flashmobs son la actualización de la danza colectiva, de esa
comunidad coreográfica de la que habla Platón. La flashmob es, en definitiva, la experiencia de
lo social haciéndose, una experiencia social con una potencialidad reflexiva, lo que es decir
etnosociológica. El espectáculo de ver y saber(se) la sociedad haciéndose.
Conclusión
Se podría afirmar, sin miedo a exagerar y en un sentido propositivo de la unánimemente
denostada expresión, que las actuales sociedades son sociedades del espectáculo en el sentido
de que hay tanta o más dramaturgia fuera del teatro como dentro. Si para los reformistas del
teatro burgués abrir la caja negra del teatro era un gesto revolucionario, que era ejecutado con
el dramatismo (más bien el tremendismo) propio de las operaciones revolucionarias, en la
actualidad se ha convertido en una evidencia social sotto voce y en un recurso cada vez más
disponible.
Hemos pasado, como efecto de época, de una cultura del teatro como forma de las bellas artes,
a una cultura de la dramaturgia social como forma de subjetivación centrada en la gestión
reflexiva de la performatividad. En este nuevo panorama, por ejemplo, es pueril lamentarse,
como haría un frankfurtiano de nuevo cuño, por la proliferación de selfies, aduciendo que son
perniciosos, toda vez que constituyen una escenificación de la realidad y no un registro de la
misma. Habría más bien que perfeccionar la tecnología del selfie extremando, así, la
autoconciencia sobre nuestra imagen, sin por ello caer en esa suerte de personal branding al
que nos empujan las estructuras del mercado.
Teatro expandido es el concepto que puede dar cuenta de toda esta multiplicación de
teatralidades. En 1979, la crítica de arte Rosalind Krauss escribió un polémico y a la postre
seminal artículo titulado “La escultura en el campo expandido” (Krauss, 1996), que venía a dar
cuenta del giro hermenéutico que exigía por parte del espectador la proliferación de obras de
arte —pasillos llenos de monitores, rayas gigantescas trazadas sobre la arena del desierto,
montones de carbón en almacenes abandonados— que se enunciaban como escultóricas, por
más que se alejaban de los patrones establecidos. Es en este sentido que hablamos de teatro
expandido. Como ocurre con la escultura expandida, el adjetivo expandido hace del teatro un
concepto infinitamente maleable.
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Imagen 7. Modelo de círculos concéntricos del Sector Cultural y Creativo (SCC).
Fuente: Danielruizacero (2016).
Esto exige lógicamente una reubicación del teatro en el campo de la cultura, incluso una
reconsideración de ese mismo campo en el marco de una sociedad en la que la cultura ha
penetrado la economía, y viceversa. Sector Cultural y Creativo (SCC) en el nuevo rubro que
delimita este campo de actuación sin precedentes en el que, siguiendo la teoría de los círculos
concéntricos de la cultura (Throsby, 2001), más allá de las bellas artes, a las que se les sigue
otorgando la condición de núcleo de la cultura, probablemente por reminiscencias de la
concepción aurática del arte, e incluso más allá de las industrias culturales, ámbito surgido de
la democratización de la cultura y de lo que Walter Benjamin (1989) denominó su
“reproductibilidad técnica”, se está configurando un espacio híbrido, las industrias creativas,
donde las manifestaciones artísticas de antaño se convierten en servicios, competencias sociales
o artes de hacer. En arte aplicado. La industria de la experiencia, a la que hemos dedicado este
trabajo, no es más que un posible desarrollo de esta potencia inscrita en lo social.
Dicho con otras palabras, las artes de la representación se transmutan en medios o recursos.
Como dice Scott Lash, en el actual orden cultural global, del significado como lógica del
sentido se pasa a la operacionalidad. Lo relevante no es ya qué signifiquen los flujos culturales,
sino cómo operan. Pasamos de la representación a la presentación; de la audiencia a los
usuarios, de los textos a los objetos neotecnológicos (Lash, 2005).
En este nuevo marco interpretativo y valorativo, el teatro es dramaturgia social: pura mediación;
forma, más que contenido; recurso, más que significado; tecnología, más que ideología. Como
señalé más arriba, la mediación (teatral) es lo que los reformistas del teatro querían hacer
desaparecer. En la industria de la experiencia es precisamente aquello que subsiste.
Cuando el teatro desborda la cuarta pared y abandona la escena transmutado en dramaturgia
social, cuando pasa de la performance a la performatividad, se vuelve herramienta, toda vez
que contribuye, entre otras cosas, a la toma de conciencia de que la realidad social se construye
(también) dramatúrgicamente. Más allá del dicho, la vida es literalmente puro teatro. El teatro
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expandido es en definitiva una ob-scenidad: carece de escena porque se despliega en la vida
misma en forma de experiencia subjetiva. Esta es la nueva declinación política del teatro en el
campo expandido: no nos representan, nos representamos porque nos representamos.
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imagonautas 10 (2017): 108-123
Hermeneútica analógica y neopragmatismo. Abdución, phronēsis e
imaginarios entre Beuchot y Rorty
Analogic hermeneutics and neopragmatism. Abduction, phronēsis
and imaginary between Beuchot and Rorty
Aldo Juan Enrici
Universidad Nacional de la Patagonia Austral
enrici_20@hotmail.com
Resumen
El presente trabajo despliega elementos contenidos de la hermenéutica analógica, cuyo filósofo principal
es Mauricio Beuchot, motivado en gran medida por Charles S. Peirce. Estos elementos se manifiestan en el
pragmatismo hermenéutico de Richard Rorty, en su desarrollo sobre la contingencia y la filosofía
edificante, el progreso moral expuesto en el incremento de la solidaridad ante el sufrimiento. La
solidaridad planteada por Rorty se expande a partir del uso de nuevas metáforas o nuevas formas de hablar
tendiendo en cuenta la contingencia del lenguaje, lo que remite a la phronēsis. Desde Aristóteles a
Gadamer la phronēsis ha sido considerada una sabiduría práctica directamente ligada a la capacidad de
comprensión. El pasaje entre imaginarios sociales, de uno a otro, es analógico. Se revisa el estudio que
hace Mauricio Beuchot sobre la comparación filosófica entre una filosofía pragmática y una hermenéutica
analógica para tener en cuenta elementos en común. Ellas han de ser las únicas que abran la puerta para
desatascar el diálogo filosófico. El encuentro filosófico entre Beuchot y Rorty ocurre a través de la metáfora
como analogía o modo de conocimiento donde la argumentación predomina sobre la semántica y la
sintaxis. La hermenéutica analógica hace referencia a la posibilidad de desarrollar la comprensión de
diferencias culturales mediante el uso del razonamiento abductivo y metafórico. En el caso de Rorty, este
tiene inquietud por la generación de nuevas metáforas que permitan la ampliación de la solidaridad y la
reducción de la crueldad del mismo modo que Beuchot, quien entiende que la analogía supone un modo
barroco de cultura del mestizaje.
Palabras clave: hermenéutica analógica; neopragmatismo; imaginarios sociales; Beuchot; Rorty.
Abstract
Analog hermeneutics develops the understanding of cultural differences using abductive and metaphorical
reasoning. Two main authors worked in this line: first, R. Rorty who generated new metaphors for solidarity
and the reduction of cruelty; second, M. Beuchot who understood analogy as a baroque mode of cultural
mixture in his comparison between pragmatic philosophy and analogical hermeneutics. The philosophical
encounter between Beuchot and Rorty occurs through metaphor; both authors used analogy as a mode of
knowledge where argumentation prevails over semantics and syntax; they both then in consequence
unlock the possibility of a philosophical dialogue. This article centers on the disclosure of elements
contained in analogical hermeneutics within the woks by Mauricio Beuchot inspirited mainly in Charles S.
Peirce woks. The article shows how Rorty’s hermeneutic pragmatism defends a contingency philosophy
supporting moral progress due to increase of solidarity. Rorty`s solidarity expands using metaphors
considering the contingency of language (linking with the concept of phronēsis or practical wisdom linked
to understanding skills since Aristotle and Gadamer). The article also shows how analogical hermeneutics
explains the analogical use of social imaginaries in current societies.
Key Words: analogic hermeneutics; baroque; neopragmatism; social imaginaries; Beuchot; Rorty.
Recepción: 1.3.2016
Aceptación final: 28.12.2017
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
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Introducción
Nos encontraremos con dos filosofías que convocan dos filósofos. Por un lado Mauricio
Beuchot, de formación teológica, para quien, efectivamente, El tomismo se conforma como su
sistema filosófico de referencia. Desde él he entablado diálogo con las corrientes
contemporáneas, una de ellas ha sido la hermenéutica. Realiza su diálogo desde el tomismo
con la filosofía analítica, cuando estuve en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, de la
UNAM. Pero después, pasa al Instituto de Investigaciones Filológicas, de la misma universidad,
“mi diálogo cambió, y, desde el tomismo, se dirigió a la filosofía posmoderna. En ella el
principal instrumento conceptual es la hermenéutica, y por eso dirigí mi diálogo principalmente
hacia ella” (Beuchot y Hernández, 2012).
Por otro lado Richard Rorty es un pensador neopragmatista, fallecido en 2007, de fuerte
formación Analítica, compilador de un conjunto de posiciones al que denomina “giro
lingüístico”, que posteriormente se desvía hacia una hermenéutica pragmatista. Para Rorty –
siguiendo las pautas de Wittgenstein– las prácticas sociales son generadas por el lenguaje en su
multiplicidad de juegos. Ideas como estas son las que hicieron de Rorty un pragmatista
dedicado a inhibir a los filósofos la curiosidad de preguntarse por asuntos inefables. En lugar de
enredarse en eso, Rorty pensaba que el fin de toda investigación debiera ser "hacernos más
felices permitiéndonos afrontar con más éxito el entorno físico y la convivencia" (Rorty, 1993:
49). Trabajó la filosofía política desde su posición contingente, ironista y edificante,
combinando las escuelas anglófona, de tipo analista, con la filosofía continental posmoderna,
revitalizando el pensamiento pragmático, William James y John Dewey (Rorty y Postel, 2007).
Hacia la abducción
Mauricio Beuchtot, creador de la hermenéutica analógica, menciona que su filosofía le debe
mucho al pragmatismo de Charles S. Peirce, a quien reconoce como referencia de su propia
hermenéutica analógica (Beuchot, 2011). Su semiótica es considerada como una teoría de la
interpretación, sobre todo a través de la noción de interpretante, que es la más difícil. Entre el
signo y el objeto significado surge en el intérprete un signo de segundo orden que es el
interpretante. Es decir, es signo de un signo, precisamente del signo que se trata de interpretar. El
“interpretante”, para Peirce, puede entenderse como un concepto, una acción, o un hábito.
Un concepto de extraordinaria riqueza semiótica en Beuchot es la distinción entre símbolo con
función de ícono y símbolo con función de ídolo (Volkow, 2011). En el caso de símbolo como
icono, el mismo se desempeña como mediador cognitivo, pero no es el objetivo de una
búsqueda. En cambio, cuando su función es ídolo en su funcionamiento, pierde su
transparencia de mediador, se vuelve objetivo cognitivo, axiológico y se encapsula en un
narcisismo alienante, se vuelve poseedor de poder, dejando de ser símbolo y haciendo de
finalidad de una búsqueda. El mundo de las ideas de Platón evita reemplazar a los símbolos
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sensibles de la Justicia, como un Juez prestigioso, o un palacio arquitectónico vistoso, por ideas
reales y tutoras.
Platón hizo uso de la analogía comparando la idea de bien con el sol: el bien es el sol de las
ideas (Platón, 2005). Establece por tanto una analogía ontológica entre el Sol y el Bien, como
fuentes generativas de semejanzas. Como el sol engendra, así también el bien es fuente de
generación. De la misma manera que hay semejanza entre lo engendrado y lo que engendra, el
mundo sensible se asemeja a la fuente del logos del que participa. El bien proporciona a las
ideas su inteligibilidad.
Dos universos que entre sí tienen la diferencia ontológica de que por un lado está la Verdad y
por otro la Opinión. Para Platón hay dos mundos incompatibles, uno corresponde a la verdad
permanente y el otro a lo cambiante, sin embargo la analogía, a través de la alegoría es
utilizable pedagógicamente para vincularlos.
El razonamiento alegórico establece una semejanza entre un relato icónico, que nos permite la
comprensión sensible y un modelo filosófico complejo y universal exclusivo. Este último es el
razonamiento dialéctico o logos. Se trata de un paralelismo entre dos tipos de argumentos
concurrentes, acerca de la definición de un concepto o idea, como la amistad o el amor.
En un tiempo el relato mitológico no parecía racional, se decía que había “un tránsito del mito
al logos”. Los mitos no ocurren en el plano racional, sino imaginario, ejemplar, pero son
acontecimientos concretos. Los mitos hacen historia y la historia se construye junto a la
presencia de mitos que relatan acontecimientos que dan respuesta a aquello que la razón
pareciera no encontrar pero, a su vez, entendemos que aportan verdades que han otorgado y
dado sentido a la vida. Los mitos ofrecen una perspectiva para explicar situaciones históricas,
nos dan cuenta de los orígenes, de las fuerzas de la naturaleza en la vida del hombre, de las
relaciones de alteridad y de las fronteras que permean las relaciones entre grupos, entre lo
divino y lo terrenal (Crespo, 2015). Los mitos entienden sobre orígenes, sobre los primeros
sucesos, donde la fuerza aun doblega a la cultura, parece decirnos Crespo. Por eso son
ejemplares, como las alegorías o las fábulas que ocurren en un principio distante, en el relego,
la lejanía de esa fuerza ante toda razón cultural que quisiera diseminar alteridades definidas.
Sócrates para ejemplificar didácticamente a sus interlocutores utiliza alegorías. El uso de la
argumentación mediante el relato de una alegoría, para alcanzar un razonamiento dialéctico,
implica la analogía entre ambos razonamientos. El razonamiento alegórico es un relato
analógico, que nos permite encontrar acuerdos o aproximaciones razonables como la que
existe entre una alegoría acerca de la luz y la sombra y un razonamiento filosófico acerca del
Bien. El razonamiento alegórico no equivale a una deducción, sino a una propuesta no pensada
en la que confiamos, puesto que la conclusión no está contenida en las premisas, sino que se
constituye en una metáfora. Podemos acercar la analogía clásica a la metáfora neopragmática
utilizada por Rorty, para quien la creación de nuevos léxicos y metáforas: “no puede llegar a
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través de un proceso de inferencia. La analogía adecuada es la de la invención de nuevas
herramientas destinadas a ocupar el lugar de las viejas” (Rorty, 1991: 32).
Santo Tomás de Aquino argumenta desde la analogía para la demostración de la existencia de
Dios. En la Suma Teológica, (primera parte, capítulos 2 y 3), encontramos formuladas las “cinco
vías” tomistas de la demostración de la existencia de Dios, procedentes de la filosofía de
Aristóteles y Platón, las que adapta a la filosofía cristiana (Aquino, 2001). Los diálogos
cotidianos no incluyen la posibilidad de la deducción como descubrimiento, pues no es posible
dialogar únicamente con deducciones, sino que es necesario hacerlo con lo no excluido en el
razonamiento deductivo. No parece arriesgado, desde la lógica rigurosa, inferir de manera
analógica, o no deductiva, en un razonamiento cotidiano, sobretodo porque se trabaja de modo
sensible y probable, tratando de convencer sin pruebas, de acuerdo a la posibilidad que otorga
el uso de metáforas. El argumento cotidiano tiene componentes estéticos y retóricos. Hablar
sobre Dios desde la fe no es problemático como el establecimiento de una conversación entre
alguien con fe y alguien sin fe. Los religiosos hablan para los religiosos sin necesidad de discutir
si Dios existe, pero demostrar la necesidad de la existencia de Dios vale para conversar y
enriquecer transculturalmente a quienes no tienen las mismas convicciones por motivos lógicos
o por tradiciones familiares y comunitarias. Esta demostración enriquece la solidaridad entre los
que creen en su existencia y los que aún no. Santo Tomas no necesita hacer la demostración,
pues Dios existe para un cristiano, independientemente de la demostración. Pero el Doctor
Angélico desea hacernos entender la necesidad lógica de la realidad de Dios. Dios no es un
mito, es necesaria su realidad para comprender la facticidad del mundo.
De la abducción hacia el barroco
El pragmatismo enlaza el significado y la argumentación con la experiencia a construir, más que
con las causas pasadas, abriendo la posibilidad del descubrimiento de hipótesis. Su método de
conjetura informada o intuitiva, se conecta con la experiencia futura. La abducción es el
razonamiento que conduce hacia la hipótesis, esto es, desde las observaciones hacia la
hipótesis que les señala su causa o los explica. Tratamos de realizar –o de construir– prácticas
que justifiquen nuestras hipótesis. Esta forma de tomar los razonamientos de modo pragmático y
hermenéutico proviene, según Beuchot, de Peirce. El razonamiento analógico, abductivo, es
una forma de razonar esperanzada y alejada de la ontología. Sostiene Beuchot:
El estudio de Peirce me hizo percatar de la línea pragmatista de la filosofía analítica embonaba con
la hermenéutica, como se ve en Davidson y Rorty. Y también, el estudio que hace Peirce de la
iconicidad, que es la analogía de los escolásticos, me hizo ver la necesidad de una pragmática y
una hermenéutica analógicas. (Beuchot, 2011: 11)
Estructura del razonamiento abductivo:
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Abdución
Supongamos una ciudad donde llueve todos los días.
Siempre que lleuve mis padres van al cine.
Mis padres fueron al cine hoy.
Luego:
Es probable –espero– que hoy haya llovido. [Hipótesis]
Hipótesis refutada:
Hoy no llovió
La hipótesis nace como un razonamiento de manera sólo problemática o conjetural, (Peirce,
1931-58: vol. 5. §188, 1903). En el texto Acerca de la clasificación natural de los argumentos
(Peirce, 1931-58: vol. 2. §461, 516), expone los tres métodos de razonar, que en la terminología
aristotélica son: epagogé, apodeixis, apagogé. Aristóteles (1931) había tratado la epagogé o
inducción, en el capítulo 23 del libro II de los Primeros Analíticos, y se esboza como un proceso
contrapuesto a la apodeixis, que lo entiende como el razonamiento necesario, o deductivo o
apodíctico. En la hipótesis se logra mediante abducción el pase del efecto a la causa. La
abducción es el único razonamiento que introduce nuevas ideas. Peirce distingue el
razonar hacia una hipótesis del razonar desde una hipótesis. La abducción es razonamiento
hacia la hipótesis, desde los hechos hacia la hipótesis causal o explicativa (Beuchot, 1998).
La deducción consigue la conclusión contenida en las premisas. La inducción permite
conseguir la premisa mayor. La hipótesis permite la premisa que oficia como condicionante.
Maneja semejanzas o analogías, aun cuando la inducción también lo hace. La abducción tiene
en cuenta la posibilidad de encontrar familiaridades no previstas que engendra una
construcción imaginaria en el pasaje de la conclusión a una premisa, que trata de asumir, cosa
que se necesita hacer para generar hipótesis. Cuando adoptamos cierta hipótesis, no es
únicamente porque explique los hechos observados, sino también porque la hipótesis contraria
llevaría probablemente a resultados contrarios a los observados (Peirce, 1970), es decir a su
refutación. La producción de hipótesis es abductiva aunque su descarte es deductivo. Peirce se
anticipa históricamente al proceso de falsación que propondrá Karl Popper, quien desde la
lógica de la investigación científica, de modo deductivo, muestra cómo las hipótesis tienen la
virtud epistemológica de ser falsables, pueden ponerse a prueba para ser contrastadas por la
observación de lo contrario (-p) a lo proclamado como hipótesis (p). En el ejemplo visto: “Hoy
llovió” sería la afirmación contraria, pero observada y pragmáticamente destructora de la
conclusión abductiva, la cual deberá modificarse en una nueva hipótesis. Peirce (1970) expresa
que la hipótesis afirma que los citados hechos, cuando ocurran, serán de tal naturaleza que
confirmen sin validar totalmente, y no refuten. Tenemos así, en la imposibilidad de inferir
inductivamente, conclusiones hipotéticas, otra razón para distinguir los dos tipos de inferencia.
La diferencia entre Popper y Peirce, es que el primero no se detiene a estudiar el procedimiento
del conocimiento ordinario, o bien, lo que podríamos denominar contexto de descubrimiento
del conocimiento. Popper (1977: 16-23) observa que Peirce presta atención al tema de la
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génesis de nuestro conocimiento lo cual es excluido de la lógica falsacionista. Es posible que
haya una analogía entre el proceso de descubrimiento y el proceso de falsación.
El pensamiento analógico opera como moderador de la exclusión. Puede servir para reconocer
de modo razonable el fracaso multiculturalista en América que desestimara la dignidad del
indio en el proceso transcultural de mestizaje. El razonamiento analógico permitió ver al indio
como un semejante, “a pesar de que todo indicaba una exclusión homicida y que era imposible
oponerse a tan monstruosa situación ya de hecho irreversible” (Beuchot, 2006: 46). Es posible
una mezcla o incorporación social analógica, lo cual puede encontrarse en el movimiento
Barroco. Una época en que las etnias no se dedican a enfrentarse, sino a intercambiar como
hace referencia Beuchot, cuando refiere la nueva “raza cósmica” que postula José Vasconcelos y
al Barroco como situación o momento de amplitud metafórica nos viene a dar una nueva cara
del sufrimiento al que fueran expuestos los indígenas, porque en su encuentro “ni los indios son
indios ni los españoles son tales”, se crea una nueva raza, una raza mestiza con nuevas
exigencias. Al tomar distancia de la perspectiva univocista se dice que dicho filosofo esta
logrando un intento analógico de no exclusión, sino de incorporación.
La pregunta moderna europea a partir del siglo XVII por el yo, o por lo que denominaríamos la
cuestión filosófica de la identidad personal, parece ser una constante de la autorreferencia
Barroca, tanto en los planteamientos filosóficos como literarios. Es una pregunta que se
responde de modo imaginario, a través del uso constante de metáforas. La episteme barroca ha
dado lugar a obras literarias que se re-presentan en su interior, en donde el autor se referencia
en el acto mismo de pintar Las Meninas. La música parece querer perdurar infinitamente
repitiendo las frases musicales hasta el cansancio (Gil, 2007).
El borde de la duda metódica cartesiana que inaugura la filosofía del siglo XVII es de carácter
Barroco, o sea que es inauténtica desde una tradicional lógica rigurosa, puesto que parte de un
planteo de escepticismo. El barroco tiene en sus fuentes un escepticismo que plantea idas y
vueltas, cruces de diferentes posturas, carencia de idealismo. Descartes parte de la carencia de
esencias duda metódica, como método escéptico que después justifica su existencia evidente,
pero sin sustancialidad. René Descartes está anclado al Barroco. Si la duda cartesiana fuera
desde una lógica severamente escéptica, sería imposible tener seguridad de la duda. En su
estructura barroca resulta aceptable, en cambio, el mestizaje entre teología y filosofía,
utilizando a Dios como garantía de una nueva filosofía. Del mismo modo resulta aceptable
cómo Diego Velázquez reúne tanta diversidad en su pintura Barroca, como es el caso del pintor
autorreferenciado y los reyes solo en una especular aparición, mientras la Infanta se fusiona en
un mismo plano con sus meninas. En el caso de Don Quijote, como obra literaria se encuentra
citada dentro de las páginas del mismo Don Quijote. Jorge Luis Borges en Magias parciales del
Quijote (1960), desde un contexto sudamericano, advierte cómo Cervantes se complace en
fusionar el mundo imaginario del lector y el mundo del libro. En el sexto capítulo de la primera
parte, el cura y el barbero revisan la biblioteca de don Quijote, que es un personaje ficticio
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dentro de la misma ficción, aunque el libro sí existe. El lenguaje sobrepasa en realismo a lo
designado. El barroco se autoduplica, se refleja, se enuncia a sí mismo para poder engañar a la
muerte, para perdurar. En el contexto americano para Ramón Gutiérrez (2001) lo Barroco no
ingresa en una dialéctica de enfrentamiento sino en un proceso de integración cultural. Los
elementos de una praxis ritual o las premisas de una acción sacralizadora van desde el territorio
hasta los aspectos de la vida cotidiana. No existe clara división del mundo sacro y del mundo
secular como se concebía hasta entonces.
Hacia lo transcultural. La phronēsis como uso imaginario
Recientemente, los principales líderes políticos de Europa, coincidieron en afirmar que el
multiculturalismo como proyecto político ha fracasado. Bajo la propuesta del multiculturalismo
estatal se fomentó que las diferentes culturas vivan vidas separadas, alejadas entre sí y respecto
a la cultura dominante. Se ha fracasado en ofrecer una visión de la sociedad a la que sientan
que pueden pertenecer. Ángela Merkel, actual canciller alemana, líder política a nivel europeo,
admitió decididamente el fracaso:
A principios de los 60 nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a
trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros
mismos. Dijimos: "No se van a quedar, en algún momento se irán". Pero esto no es así. (BBC
Mundo, 2010)
El multiculturalismo, al que podríamos llamar multiculturalismo sin analogía, estaba destinado a
transformar a los inmigrantes de países pobres o a los refugiados en estado de guerra civil, en
nuevos europeos, del mismo modo que el establecimiento de asentamientos y colonias
europeos perseguía el objetivo de borrar tradiciones e identidades tribales e indígenas, para
transformarlos en aculturados que vivieran de manera desprendida del intercambio con la
sociedad europea. El fracaso era una referencia a la aculturación extranjera.
El antropólogo cubano Fernando Ortiz propuso que el término aculturación es limitado y no
refleja la totalidad del fenómeno. De acuerdo a Ortiz el proceso no consiste solamente en
adquirir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz anglo-americana aculturation,
sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura
precedente, una parcial desculturación, y la consiguiente creación de nuevos fenómenos
culturales que pudieran denominarse de neoculturación (Ortiz, 1978).
Ortiz rebate así la visón unidireccional del fenómeno de transmisión cultural presentada en
abrumadora mayoría en los trabajos de inmigración, teniendo en cuenta que la cultura invadida,
al ser inferior o menos poderosa, no podría transmitir ninguna de sus costumbres. En todo
encuentro entre culturas sucede lo que en la cópula genética de los individuos: el resultante
siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es diferente de cada uno de
los dos, de una cultura a otra (Ortiz, 1978). Bronislav Malinowski, el primer antropólogo
científico que realiza observación participante, padre de la antropología moderna, reconoce a
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Ortiz como un apto funcionalista, y la idea de intercambio transcultural, reconociendo la
producción de Ortiz como una obra maestra de investigación histórica y sociológica, tan
magistralmente condensada y documentada como libre de toda erudición pedante y estéril
(Malinowski, 1978). Del mismo modo Melville Herskovits genera su apoyo explícito a la
transculturación frente la aculturación. Herskovits, discípulo de Franz Boas, centra sus estudios
en el ámbito de la aculturación, elaborando el concepto de interculturalismo, al referirse al
contacto continuado y directo (2009,149). Herskovits aceptó positivamente la llegada de la idea
de transculturación, puesto que era un relativista no convencido de la influencia total de una
cultura sobre otra. El respaldo a la idea apareció en Man and His Works Herskovits (1949)
reconoció del valor de la propuesta de Ortiz:
The word transculturation [...] is unambiguous with respect to the fact that every situation of
cultural contact and the subsequent innovations that result from it implies cultural borrowing.
[...]. Were not the term acculturation so firmly fixed in the literature of anthropology [...]
“transculturation” might equally well be used to express the same concept.1 (Herskovits, 1949:
529)
La transculturación puede tratarse de un proceso cuyas partes resultan modificadas y del que
emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; un fenómeno nuevo, original e
independiente. Las relaciones culturales son cada vez más transnacionales, lo que ha
recompuesto el uso del término transcultural, que ha sido en general bien comprendido y
aceptado. Sin embargo tenemos que reconocer que las relaciones de poder asimétricas
caracterizan las zonas de contacto entre culturas. La transculturación apunta a la necesidad de
la autoorganización de los grupos alternos según sus identidades e intereses y también su
intercambio profundo y significativo. La combinatoria de prácticas diversas no se lleva a cabo
libremente, porque no todos tienen la misma libertad, ni amplitud, ni poder para imponer
costumbres o creencias, al momento de combinar o interpretar elementos culturales, ni todos
los encuentros culturales son idénticos ni en igualdad de condiciones. La aculturación
presupone que un encuentro desnivelado de poder entre grupos implica la eliminación de
costumbres profundas de la cultura más débil, como también forma de imposición y
dominación. No obstante en estos encuentros resulta imposible suponer que no haya un
intercambio transcultural. Aun a pesar de genocidios y tormentos, la cultura europea fue
cruzando pensamientos con el indigenismo, hasta llegar a aceptar y compartir costumbres,
como el reconocimiento de prácticas de alimentación, creencias y organización netamente
americanas. Inclusive, el mestizaje fue inmediato.
"La palabra transculturación [...] es inequívoca con respecto al hecho de que todas las situaciones
de contacto cultural y las innovaciones posteriores que resultan de ello implican préstamo cultural
1
[...] no fuera el término aculturación tan firmemente fijada en la literatura de la antropología [...]
'transculturación' podría igualmente ser utilizado para expresar el mismo concepto" –traducción
propia.
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Aristóteles abordó el tema de la moderación como mestizaje de aspectos que conforman la vida
buena. El discurso, la acción política, deben generar en su interior elementos en común,
parentescos que permiten el uso y el movimiento de un tema al otro, ampliando la imaginación
de un modo phronético. Lo propio de este rasgo virtuoso es el poder deliberar acertadamente
sobre las cosas buenas y provechosas, no de modo parcial, como sucede con la salud, el vigor
corporal, para la vida buena en general (Aristóteles, 1994: 1140a). La phronēsis ya no sería una
ciencia (episteme) de lo necesario e invariable, sino la virtud dianoética propiamente humana
según el reconocido estudioso de Aristóteles, Pièrre Aubenque (1963, 7-8), cuyo cometido es lo
contingente, lo que puede ser de otra manera, permitiendo dirigirse hacia el bien realizable en
el mundo. El cambio de rumbo vendría marcado por la intención metafísica de centrarse en el
ser en lugar de proyectar el deber ser en lo que puede cambiar a través de la acción política.
Desde la hermenéutica lo conveniente es traducir phrónesis por conciencia orientada por la
acción hacia la elección auténtica para sí mismo como actitud comprensiva. Así como la idea
de Bien resulta una generalidad mientras que el bien del hombre vive los principios en los
acontecimientos singulares es preciso corregir la noción ideal de lógos, que no es la razón sino
la actuación de acuerdo a las normas. Lo relevante es que la acción se implique como
contribución a la paz comunitaria puesto que la sabiduría no está en la razón, sino en el actuar
conforme a ella. No es simple conocimiento, sino discernimiento que decide la conducta
moral. Este discernimiento no es una capacidad teórica, sino una determinación del ser ético,
de las prácticas culturales y su forma de orientarlas a la mejora de la buena vida. La idea de
phronēsis como un uso de la razón en sentido práctico ha sido reconocida desde la
hermenéutica por Hans Georg Gadamer a partir de la lectura de Aristóteles, como un saber
práctico que aspira a la razón práctica que “es también comprenderse a sí mismo y a nuestra
propia relatividad en un auto-reconocimiento perseverante" (Gadamer, 1984: 309). La
conciencia estética en Gadamer consiste adquirir sensibilidad comunitaria, volverse hacia lo
que es formación del individuo en contenidos que trascienden la conciencia sujetiva, incluso la
capacidad profesional intelectual y científica. Se trata de un distanciamiento respecto a la
particularidad de las aceptaciones o rechazos inmediatos, el dejar valer aquello que no
responde ni a las propias expectativas ni a las propias preferencias. Volverse comunitario
implica elevarse por encima de la posibilidad de determinación pues la conciencia de la
formación tiene su base en la relatividad histórica, una disposición fundamental la actitud de
phronēsis de no rechazar inmediatamente como mal gusto cualquier gusto que difiera del
propio que uno entiende como "bueno".
La phronēsis ha de concebirse como mesura comunitaria, como intermedio entre los extremos
del placer desinteresado y del sufrimiento compadecido. Un intermedio que no es promedio
sino que es ejercicio de comprensión de lo equilibrado, una posibilidad de que los extremos se
acerquen entre sí, se reconozcan y dialoguen en su limitación. La posibilidad de acceder al
modelo de interpretación debe ser fronético. Los extremos prácticos no son incompatibles lo
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que hace posible la práctica transcultural de fusión de horizontes, como encuentro mesurado
por lo histórico del caso, que permite dimensionar el papel distanciado del rigor metodológico
que la razón ha de desempeñar en la acción práctica.
Hacia lo imaginario analógico
El pragmatismo filosófico tiene una estrecha vinculación con la semiótica analógica, la cual es
una formidable sección de la hermenéutica analógica. Beuchot comparte el razonamiento
analógico con Peirce en un nivel intenso. La pragmática, al ser en extremo interpretativa, se
vuelve una rama de la semiótica que resulta menos exacta, más arriesgada, y por ello suele
quedar en una especie de región que se vuelve teoría del conocimiento, pensamiento débil o
teoría poética
influyó para que yo buscara a los pragmáticos del lenguaje seguidores de Wittgenstein y de
Austin, tales como Ryle, Strawson, Searle y Grice. Igualmente a los filósofos analíticos
pragmatistas norteamericanos, como Quine, Davidson y Putnam, e incluso a Rorty. (Beuchot,
2011: 11)
En el fragmento anterior Beuchot, expresa una forma ingente de admisión, desde el adverbial de
apelación, “incluso a Rorty”. El autor reconoce el extremo de llegar a leer a un pensador
pragmático exagerado, tildado en ocasiones de equivocista. Rorty se encuentra ligado, mal o
bien, correcta o incorrectamente, al relativismo, el posmodernismo liberal, a la declinación
ontológica de la teoría filosófica de la democracia. Rorty promueve un pensamiento barroco
posmoderno, que no es escéptico, como lo es en Descartes, sino contingente. Se atreve a
intentar descubrir esa contingencia en la misma filosofía y lo expresa como “final de la filosofía”
(Rorty, 2010). Al respecto Jürgen Habermas (1985: 24) defiende la labor de la filosofía como
“guardiana e intérprete", polemizando con la posición meta-filosófica defendida por Rorty en La
filosofía y el espejo de la naturaleza. Advierte ante los intentos de “abolición literaria de la
filosofía” en las claves “terapéutica, heroica y salvífica” (Rorty, 1989: 332) y, en especial, ante la
amalgama de esas claves en el nuevo pragmatismo con el que Rorty quiere abrir las puertas de
la postfilosofía (Habermas, 1985: 209). Rorty genera la idea de que la epistemología no puede
erigirse con una jerarquía, un metadiscurso rector –vigilante–, por encima de las demás
disciplinas, cuya tarea consiste en establecer la objetividad de la justificación de conocimiento
formulada en diversas disciplinas científicas (Rorty, 1989). En la diversidad de mundos y de
modos de pensar y expresarse, no tiene sentido tratar de promulgar leyes acerca de cómo
debería funcionar la mente, puesto que proceder de esa manera sería proponer sólo otra manera
de interpretar el mundo y hablar acerca de él, pero no del modo de poner fin a todas las
maneras de expresarse. El desvío hacia la imaginación de Rorty hacia la filosofía contingente,
comete un abandono tranquilizante de la filosofía analítica, naufragando en la tormentosa en la
teoría del conocimiento (Enrici, 2000). Por lo tanto, no deberíamos tratar de crear un modelo
mejor de la mente, sino arribar a la comprensión de cómo surgieron los diversos problemas del
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conocimiento que acabaron por hacerlo un modelo analítico y tan unívoco hasta que perdiera
bastante utilidad social. La univocidad conduce generalmente a juegos de lenguaje cerrados,
para pocos, como si no hubiera acceso para interesados en esos juegos, salvo por el
conocimiento difícil de transmitir y que pocos saben.
Rorty se acerca a Gadamer en su intento de rechazar el idealismo y el metodologismo de la
teoría del conocimiento, impidiendo que la educación se transforme en una instrucción
metodológica. La imagen clásica del hombre como un ser que conoce y analiza es la
concepción que hay que abandonar (Rorty, 1989: 328), la que lleva a una actitud unívoca y
excluyente. De acuerdo al planteo de Rorty, a partir de la concepción gadameriana de
la construcción hermenéutica edificante derivada de su interpretación de Bildung , no hay modo
de argumentar a favor de lo que se desprende de la imagen clásica del hombre (Páramo, 2013)
y de su culminación con la epistemología moderna. Debido a la inexistencia de un terreno
común, no puede calificarse como racional a la ciencia y como no racional a la Bildung o
pensamiento edificante. No hay discursos que proporcionen espacios comunes de
entendimiento pero sí posibilidades metafóricas de diálogo. Rorty lo ha tratado de exponer a lo
largo de su deconstrucción de la historia del conocimiento moderno en un prolegómeno a una
historia de la cultura occidental en la que la epistemología constituye un capítulo más, no una
cultura universal sino un momento de la cultura universal (Páramo, 2013: 93). La filosofía, una
vez desacreditada como del imaginario social, pasa a saber sin presupuestos y como
salvaguarda de los fundamentos de cualquier otro saber, pasa a formar parte de la
«conversación de la Humanidad» desde el punto de vista de semejanzas humanas que nos
permiten reconocer sufrimientos y evitar crueldades dentro de la contingencia general del yo, el
lenguaje y la sociedad.
Resolver los problemas entre hermenéutica y epistemología no implica elaborar cada vez un
nuevo discurso de la representación del mundo, sino de la comprensión del diálogo de filósofos
que plantearon problemas por esta vía de razonamiento. Siguiendo a Rorty (1989:132-135)
deberíamos abandonar la epistemología en cuanto proyecto de aprender más acerca de lo que
podríamos saber y cómo podríamos saberlo mejor mediante el estudio de cómo funciona
nuestra mente. La hermenéutica se erige en un tránsito barroco y edificante entre una
epistemología que ha caído en el exceso y otra, aunque nueva epistemología, aun no construida
aunque esperada desde una phronēsis. Por esta razón el pensamiento edificante no es extremo,
sino una variación, una contingente espera.
Que ésta sea una explicación satisfactoria o no del conocimiento es una cuestión
epistemológica y, parte de la respuesta que se le dé exige un examen de su afirmación que
debiéramos considerar como fenómeno social. La hermenéutica comienza a volverse distante
de la univocidad epistemológica a la que había llegado la ciencia en sus visión orientada al
modelo físico-químico dominante en la primera mitad del siglo XX , apelando según Rorty
(1991: 26) a lo que los románticos expresaban al afirmar que la construccion y redescripción de
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imagonautas 10 (2017)
imaginarios es la facultad humana fundamental, el descubrimiento de que el principal
instrumento de encuentro cultural fuera del rigor epistemológico es la capacidad de hablar de
forma diferente, manteniendo el diálogo, más que el talento de argumentar mejor.
Phronēsis como sendero entre la Solidaridad y la Analogía
Desde Aristóteles a Gadamer la phronēsis ha sido considerada una sabiduría práctica
directamente ligada a la capacidad de comprensión. La contribución de Rorty ha de cuantificar
la valía de la argumentación que realiza al referirse a la hermenéutica como un modo de
comprender el conocimiento solamente guiado por la esperanza de llegar a un convencimiento
mutuo entendido como diálogo sin representaciones sociales, no estrictamente
epistemologizado, sin que sea necesaria una correspondencia unívoca y ni una representación
exacta de la realidad. El pasaje de uno a otro es analógico, a través de la práctica comprensiva
de solución de supuestas inconsistencias a través del diálogo edificante, de la construccion libre
de imaginarios momentáneos. Rorty no menciona la phronēsis, aunque desvía la verdad y la
objetividad epistemológicas hacia la filosofía praxis y la política. Cabe interpretarlo entonces
como un nihilista equivocista, sin embargo el interés desviante en cuanto a la ontología y al
pensamiento filosófico como discurso superior al resto de los discursos lleva a pensar en una
posibilidad de entendimiento práctico tendiente a resolver dificultades intersubjetivas a pesar de
las diferencias filosóficas.
Rorty continúa con el desarrollo de una actitud práctica originada en la sensibilidad. La
comprensión del Sufrimiento inadvertido y la acción solidaria correspondiente muestran cómo
la debilidad ontológica permite ejercer fortaleza social. El ser humano políticamente es aquel
que considera que la crueldad es lo peor que puede haber (Rorty, 1991,17). Se llama actitud
liberal a la confianza en que la exposición de los detalles particulares de pena y humillación
desconocidos incremente nuestra sensibilidad hacia una la disminución de lo injusto, de modo
que el extraño termine siendo para nosotros analógicamente un compañero de sufrimiento, y
por lo tanto uno de los nuestros a quien debemos ofrecer nuestra lealtad como actitud de
phronēsis, dentro de un intercambio transcultural. Así, el cultivo del sentimiento de solidaridad
lleva consigo la expansión del nosotros evitando crueldades que reconocemos mediante
analogías con nuestra formación, nuestra lectura antropológica, científica y literaria. La
disminución de lo injusto implica un indicador de progreso moral. Las contribuciones del
intelectual moderno al progreso moral debieran ser las descripciones detalladas de variedades
de dolor y humillación. Lo que compartimos con los demás seres humanos es la facultad de
experimentar dolor. La diferencia entre el dolor humano y el animal está en la mediación del
lenguaje: a los humanos se los puede humillar, o destruir la relación con el lenguaje que tenían.
Se podría describir como la postura por una racionalidad subjetiva, no en el sentido relativista,
sino en cuanto que la razón tiene que apostar por hablar del ser humano no como objeto sino
como un tipo de ser que mezcla interioridad creadora y crueldad descendiente (Rorty, 1991:
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imagonautas 10 (2017)
195-196). Lo que suscita la solidaridad acercando a los seres humanos a ese limite no admisible
de la crueldad, tratando de mantener el sentido en parte identico y en parte distinto,
predominando la diversidad (Beuchot, 2005, 33). Como lo diverso no es una esencia ni un
lenguaje común sino solo el rechazo a padecer la humillación Juan José Ramírez (2012)
entiende que en términos de Rorty cabe una pregunta: quienes no acuerdan ¿no se han exiliado
a sí mismos por elegir jugar otros juegos?. Esperamos que el desarrollo del impulso a la
solidaridad complemente aquel principio de que en sociedades pluralistas y diversas, el
empeño político debe estar puesto en la solidaridad, no en la búsqueda de la verdad, no se trata
de que todos los ciudadanos coincidan en sus puntos de vista, sino en que no haya más
víctimas: más que la tolerancia en el disenso y en los conflictos, lo que hace falta es compartir
solidariamente el destino para configurar una sociedad menos cruel (Michelini, 2011).
Considerar la diversidad al admitir una comparación histórica con otros intentos de
organización social no es más que una metáfora invertida acerca de la civilización. La verdad es
tan solo la utilizabilidad de aquellas metáforas que resultan más útiles y efectivas para alcanzar
los fines de que se trate. El sentido de una afirmación no se distingue del uso para el
pragmatismo en su definición de verdad, basada en una noción de analogía cuando permite
resolver un problema. El hombre civilizado se distingue en su capacidad de reconocer la
contingencia –la temporalidad analógica– de sus propias convicciones y defenderlas
resueltamente “porque no habrá forma de elevarse por encima del lenguaje, de la cultura, de las
instituciones, y de las prácticas que uno ha adoptado” (Rorty, 1991: 69).
Rorty (1998) escribió un ensayo filosófico y autobiografico, Trotsky y las orquídeas silvestres, en
el que expresa su pasión por las orquídeas silvestres que coleccionaba en los bosques de New
Jersey y que clasificó. Una orquídea silvestre es una flor delicada, cuyo hallazgo obliga al
amparo, aunque no creemos que sea la última especie. Dar con una orquídea salvaje es
disponerse al cuidado de algo extraño a través de la compasión por la extrañeza del ejemplar.
Un sentimiento solidario y de responsabilidad pues es ella quien en cierta forma elige al que la
encontrará. Las llamativas e híbridas orquídeas constituyen el modelo de la búsqueda de Rorty,
como si tratara de explicar su vida filosófica como aproximación o búsqueda de formas de vida
no reconocidas aún, como sucede con la búsqueda de nuevas especies de orquídeas.
No hay una verdad externa que debamos encontrar, en todo caso no importa si la hay. Se trata
de un proyecto atenuado frente a una concepción metafísica del hombre, aunque otorga la
fortaleza de cambiar sin sentir frustraciones. Lo común puede ser el vecindario, la profesión, la
práctica de algún hábito. De esta manera los alcances de la solidaridad se limitan a una
metáfora del nosotros expansiva, por oposición a una metáfora de ellos que retráctil. Rorty
proclama en el capitulo primero de Contingencia, Ironía y Solidaridad, la historicidad del
lenguaje. El lenguaje y la cultura no son más que un resultado de pequeñas mutaciones del
lenguaje (Rorty, 1991: 36), cambios poéticos dados por el disfrute de hablar de forma diferente,
incorporando metáforas, más que por el talento de argumentar mejor. El modo de hacerlo
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imagonautas 10 (2017)
consiste en la descripción de nuevas «formas de vida», hasta lograr pautas lingüísticas que la
sociedad se sienta tentada a adoptar, haciéndoles así buscar estas nuevas formas de conducta
no lingüística.
Conclusiones
Hemos intentado acercar dos propuestas filosóficos. Beuchot y su hermenéutica analógica
iniciada en la filosofía clásica tomista y su cruce pragmatista en Peirce a partir la posibilidad de
encontrar familiaridades no previstas que engendran una construcción imaginaria en el pasaje
de la conclusión a una premisa metafórica. Rorty y su filosofía pragmática contingente,
originada en la convergencia de la hermenéutica Gadameriana luego de una purificación
analítica de la figura del espejo en epistemología. El encuentro entre Beuchot y Rorty ocurre a
través de la metáfora como analogía o modo de conocimiento inclusivo, donde las nuevas
argumentaciones o formas de decir predominan sobre la semántica y la sintaxis. Ambos
filósofos provienen y utilizan saberes de filosofía analítica al servicio de la hermenéutica. La
hermenéutica analógica hace referencia a la posibilidad de desarrollar la comprensión de
diferencias culturales mediante el pensamiento abductivo, la posibilidad barroca de reconocer
nuevos mestizajes. Rorty sostiene la inquietud por la generación de nuevas metáforas que
permitan la ampliación de la solidaridad y la reducción de la crueldad del mismo. La
hermenéutica analógica de Beuchot acierta en mostrar un rostro metafórico en la filosofía,
como algo que nos permite lograr conversaciones con quienes no tienen las mismas
convicciones, como inducciones para acercar posiciones. Este acierto no es más que un retorno
a la phronēsis aristotélica, como la acción de comprenderse para comprender. Una aspiración a
la moderada fusión de horizontes, de orden cultural y político, pero también retórico. Es un
conjunto de conversaciones, sin espacios epistemologizados pero con disposición phronetica,
lo que nos permite sensibilizarnos con algún sufrimiento, que nuestros radares no pueden
detectar.
Beuchtot como Rorty reconocen que desde el momento en que se advierten que los seres
humanos eran, y debían ser, tan diversos, no tiene sentido pretender que todos ellos abriguen en
su seno una única y honda verdad (Rorty, 2010: 170). Es una coincidencia valiosa que tanto
Beuchot como Rorty apelen a la literatura para buscar encuentros, como Nabokov y la crueldad
o Vasconcelos y el mestizaje. Tenemos un contacto analógico con nuestros semejantes no
pertenecientes a nuestra identidad cultural. En el caso de Rorty se trata de semejantes que
sufren, cuyo dolor percibimos a través de metáforas no percibidas, a través de lecturas literarias
novedosas. En el caso de Beuchot se trata de comprender las afecciones de exclusión social,
mediante el encuentro metafórico en los bordes, en los vacíos donde no nos llegamos a
entender epistemológicamente, –en palabras de Rorty–, en el horizonte donde es preciso un
modo de phronēsis, donde el nosotros y el otro se analogan, donde la deducción y la inducción
abren paso a lo abductivo. Entonces, lo que nos enseña la metaforización en Beuchot y Rorty es
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imagonautas 10 (2017)
que en los espacios de comprensión no universal sino local, como una novela, un relato
periodístico, un mural, una iglesia barroca americana, nuestra sensibilidad está atenta a nuevas
formas de de cercanías con el otro, sufrimiento que se pueden captar no de modo deductivo,
sino de modo sensible.
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imagonautas 10 (2017): 124-144
En los confines de la génesis artística exílica y diaspórica
hispanocaribeña. La rumba neoyorkina de Central Park: Su origen
migratorio y el proceso de desterritorialización pancaribeña y
territorialización estadounidense
On the edge of Hispanic-Caribbean artistic creation in exile and
diaspora. New York-Rumba in Central Park: its origins due to
migrations and the process of Pancaribbean deterritorialization and
American territorialization
Endika Basáñez Barrio
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
endika.basanez@ehu.eus
Resumen
La rumba del Central Park neoyorkino se presenta como un evento multiartístico en el que confluyen
música, danza, ritos o literatura popular, entre otras disciplinas similares, y cuenta ya con una vida
histórica que excede el medio siglo. Si bien es cierto que la mayor parte de sus estudios se han limitado a
la comunidad anglófona -y de ahí a su escasez en el mundo hispanohablante (y, fundamentalmente, en
España)- sus orígenes se hallan, principalmente, en las tres islas que conforman el Caribe hispano insular
(compuesto este por Puerto Rico, Cuba y República Dominicana). En efecto, la migración de dichos
pueblos en su conjunto hacia la ciudad de Nueva York a lo largo de la segunda mitad del siglo XX como
líneas de fuga, en términos deleuzianos, encarnadas en procesos migratorios frente a diversos contextos
dictatoriales y de escasez económica, dan lugar a la aparición de dicho festejo como reunión intracultural
de los desplazados hispanocaribeños que territorializan de forma temporal el parque neoyorkino en una
confusión de diversas artes que hacen las veces de proyección sociológica caribeña en pleno corazón de
los Estados Unidos. El propósito del presente artículo no es otro que analizar la aparición de la rumba de
Central Park en sus diferentes aristas desde un punto de vista interdisciplinar (filológico, histórico,
sociológico e incluso filosófico) y ayudar, así, a difundir su existencia en la comunidad latinoamericanista
de este lado del océano Atlántico.
Palabras clave: rumba; Caribe hispano; arte; música; imaginarios sociales; identidad.
Abstract
Central Park Rumba has become a new approach to the artistic creations that Hispanic American
migrations in the United States of America has produced in the same country according to the huge
achievement of studies that have been published in the last decade, although these studies have just been
published in English language, which has turned out to be a handicap for it to be spread in Spanishspeaking countries (and especially, in Spain). This main aim this paper tries to reach is to analyze Central
Park Rumba from different points of view so that it can be properly depicted in all its peculiarities because
of its birth and development throughout the years and, also, be spread in Spain because of the lack of
information concerning the event itself.
Key Words: rumba; Caribbean hispanic; art; music; social imaginaries; identity.
Recepción: 28.6.2017
Aceptación definitiva: 9.11.2017
imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre Imaginarios Sociales. ISSN 0719-0166
imagonautas 10 (2017)
Vamos rumbero, que la rumba ya va empezar.
Vamos timbero, que la rumba ya va empezar.
Tito Puente, Para los rumberos.
Introducción
Son muchas las ocasiones en las que las creaciones artísticas contemporáneas y actuales
superan las barreras de las formas materiales consensuadas (ergo, aceptadas) por la comunidad
investigadora conformada por especialistas pertenecientes a disciplinas vinculadas con el arte
en la máxima expresión del lema; en ocasiones por no ser consideradas, quizá, dignas de un
análisis concienzudo y una posterior difusión, aspecto este especialmente enfatizado cuando
escasean las autoridades que hayan tratado el tema con anterioridad y las referencias
bibliográficas que citar ya que suelen ser empleadas estas, tal y como es bien sabido, como
argumentos válidos en el ámbito científico; en otras, quizá también, porque no se adecúan a las
formas stricto sensu por las cuales las diversas disciplinas académico-artísticas tienden a
subdividir su estudio: El objeto de estudio, ¿se trata de música? ¿De literatura? ¿De arte pictórico
o muralismo? ¿De danza? Cada cual responde, así, a la cuestión de manera individual y piensa
con su respuesta si es conveniente (o no) adentrarse en dicha materia y las herramientas con las
que puede contar si el objeto a examinar no ha sido aún lo suficientemente difundido (lo que
debería suponer un aliciente y no un handicap, quizá). Lo cierto es que el estudio de un evento
en el que se dé la mezcla de todas ellas (es decir: música, danza, tradición y literatura oral,
entre otras formas artísticas) puede resultar bastante problemático para el investigador en
cuestión, incluso, precisamente, en una época en la que las metodologías académicas tienden a
la interdisciplinaridad – al menos de forma teórica- frente a la rígida subdivisión disciplinaria de
épocas pretéritas. No obstante, el estudio de estas formas artísticas, en la heterogeneidad de sus
aristas, puede dar lugar a una aproximación detallada en cuanto a las particularidades de los
fenómenos contemporáneos y vigentes que, aunque de escasa difusión mediática en este lado
del mundo, cuentan con una potente base sociológica detrás, lo que alimenta el interés del
examinador (y, con suerte, también del lector) en la que confluyen la historia, la política, la
religión y, por supuesto, el arte -entendido en el término más amplio de sus acepciones-. Tal es
el caso de la -así conocida- rumba de Central Park, una combinación de música, folklore
pancaribeño (que no únicamente insular, si bien la mayor parte de sus integrantes sí proceden
de dicha región), tradición gastronómica latinoamericana, literatura oral y popular y
reivindicación identitaria frente a la cultura de poder del medio anglo que está teniendo lugar
en dicho parque neoyorkino por parte de artistas procedentes de diversos orígenes artísticos
(músicos, cantantes, cuentistas, poetas, bailarines y un largo etcétera) cuyo nexo de unión es,
fundamentalmente, su misma procedencia étnica (el Caribe hispano y, particularmente, el
insular, compuesto por las tres islas correspondientes a Cuba, República Dominicana y Puerto
Rico) y el empleo del arte como punto de encuentro dentro dentro las condiciones exílicas y
diaspóricas de los diversos participantes, entre los que se establecen relaciones de completa
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imagonautas 10 (2017)
horizontalidad a pesar de sus diversas diferencias socio-económicas y étnico-raciales. Si bien es
cierto que últimamente la comunidad latinoamericanista ha comenzado a recoger tal evento
como materia de estudio y a difundirlo a posteriori, en el ámbito homónimo dichos estudios se
han circunscrito casi con absoluta rigidez al mundo académico anglófono (en gran medida, por
su lugar de celebración y el auge de los estudios hispanoamericanos y chicanos en los Estados
Unidos), lo que no ha permitido un conocimiento relevante en el mundo de habla hispana y,
particularmente, fuera de las fronteras latinoamericanas, como es el caso de España.
La base de los creadores de la rumba: una revisión de las migraciones
hispanocaribeñas insulares hacia los Estados Unidos y las líneas de fuga deleuzianas
como respuesta a sus contextos dictatoriales y económicos
Tal y como su nombre indica, la rumba del Central Park neoyorkino toma su nombre de forma
esporádica, aparentemente poco elaborada: El primer lema hace referencia al tipo de evento
compartido por los diversos participantes del mismo (del cual, en términos filológicos, se da
lugar a un proceso de verbalización denominal como “rumbear”, sinónimo de “festejar”, a la
vez que se enfatiza una de las formas musicales caribeñas –fundamentalmente, cubana- que
mayor protagonismo adquiere en el evento). No obstante, el DRAE (2014) no parece haber
recogido aún dicha acepción ya que el lema “rumbear” aparece como “orientarse, tomar el
rumbo” en su primera acepción, “encaminarse, dirigirse hacia un lugar” en la segunda y “hacer
rumbos” en la tercera –todas ellas referidas como dialectalismos hispanoamericanos-. Para la
profesora y artista audiovisual Berta Jottar-Palenzuela (2012), una de las mayores expertas en la
vida histórica y las peculiaridades de La rumba (no en vano ha dedicado la mayor parte de su
producción científica al estudio de dicho fenómeno), el término procede de la idiosincrasia
típicamente cubana (ergo, caribeña) basada en una estructura musical polirítmica:
Rumba is a Cuban expressive culture based on signing, dancing,and a polyrhytmic music structure
executed with tumbadoras (cylindrical membranophone drums) or cajones (wooden boxes of
different dimensiones). Rumba is one of the earliest, if not the first, native popular music genres in
Cuba. (Jottar-Palenzuela, 2012:458)
En cuanto al segundo sintagma, el étimo es evidente: “de Central Park”, dado que es este el
parque neoyorkino, situado en pleno centro de Manhattan, donde tiene lugar cada domingo,
particularmente en época estival y desde hace ya más de 50 años, dicho evento que abandona
así el espacio individual y privado de las casas de los migrados para originar un encuentro
público de congregación intracultural, lo que ha acarreado, por otro lado, una constante
vigilancia policial que ha llevado a los rumberos a cambiar el lugar de reunión en varias
ocasiones -aunque siempre dentro del mismo parque-:
In the 1960s, the informal and after-hours Rumbas moved outdoors. Aspiring rumberos, mostly
Puerto Rican and African American, began to congregate every Sunday afternoon by Bethesda
Funtain in Central Park, a highly visible and public location. […] by the 1970s the rumberos had
gravitated to the nearby lakeshore, because it was more secluded and less likely to draw unwanted
police scrutiny […]. (Maya, 2008:143)
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imagonautas 10 (2017)
En cuanto al estudio de la rumba como lugar de reunión pública en la que se ha ido
convirtiendo a través de los años, abandonando así el entorno privado de sus orígenes, JottarPalenzuela matiza, en el mismo sentido, pero con mayor énfasis que Maya Knauer, que la
rumba de Central Park se ha convertido, en un repaso de su vida diacrónica, en nada menos
que el epicentro público de la comunidad panlatinoamericana de la ciudad de Nueva York, en
la que también se han recuperado la participación de la comunidad afrolatina, tan olvidada en
otros exámenes sociológicos:
The Rumba community has contributed to this idyllic landscape since the early 1970s, when a
group of mostly Puerto Rican aficionados began gathering by the lake to perform Rumba music
with a bomba and a salsa tinge. Since then, Central Park Rumba has been the public and cultural
epicenter of New York City’s pan-Lantina/o and Afro-Latina/o communities. (Maya, 2012:457)
Tan y como apuntan los estudios existentes hasta la fecha la rumba de Central Park cuenta ya
con un extenso recorrido, con más de medio siglo a sus espaldas que, debido, principalmente, a
las olas migratorias de los individuos hispanocaribeños hacia los Estados Unidos de América teniendo a la ciudad de Nueva York como uno de los destinos más atractivos para los exiliados
insulares- por razones políticas (cubanos, en su mayoría) y/o económicas (puertorriqueños,
nuyoricans –boricuas nacidos o criados en tierra anglo-estadounidense- y dominicanos). En
efecto, el segundo decalustro del siglo XX es testigo de las grandes migraciones de individuos
provenientes del Caribe hispano insular, así como de otras regiones de Latinoamérica -aunque
estos serán relegados a un segundo puesto con el fin de profundizar con mayor detalle en los
participantes mayoritarios de la rumba-. Los éxodos masivos que tienen lugar en dicho
momento sincrónico conducen a cambios socio-demográficos y culturales en la tierra que los
acoge, dando lugar a formas artísticas surgidas del contacto intercultural entre los nuevos
llegados y su nuevo medio y el propio contacto intracultural entre los y las mismas, como es el
caso aquí analizado.
Dada la particular relación que mantiene la isla de Puerto Rico con los Estados Unidos de
América tras la pérdida de las últimas colonias de ultramar de la corona española, mantenida
hasta nuestros días a través de la invención del Estado Libre Asociado (abreviado como ELA)
firmado en 1952, los individuos boricuas han gozado de las ventajas, al menos en términos
teóricos, que les supone dicho tratado como la ciudadanía estadounidense, lo que les ha
permitido viajar de forma legal a tierra norteamericana. De esta forma, no es raro que hayan
sido estos los primeros en desplazarse de forma ciertamente significativa al país vecino y, de
forma más precisa, cuando el gobierno de Washington impulsó hacia la década de 1940 un
proceso de industrialización en la isla, fundamentalmente agrícola hasta la fecha, bajo el
nombre de Bootstrap (o Manos a la Obra en castellano) que, lejos de conseguir la ansiada
modernización de la infraestructura laboral en el país caribeño, acabó con unos elevados
índices de desempleo que empujó a los boricuas a buscar mejores oportunidades laborales en
la capital isleña y de allí, a los Estados Unidos continentales. En efecto, el deseado desarrollo
industrial en Puerto Rico no tardó mucho en dar señales de cansancio cuando los salarios
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imagonautas 10 (2017)
dejaron de ser competitivos y tuvieron que luchar, además, contra la capacidad comercial
internacional, promocionando con mayor fuerza la emigración como salida a tal situación de
desesperanza y pesimismo laboral. Asimismo, la enorme reducción acaecida en el sector
agricultor como efecto de la operación político-económica en favor del impulso industrial
condujo a altos niveles de desempleo para los trabajadores del sector primario en la isla, por lo
que los resultados de la Operación Manos a la Obra acarrearon irremediablemente el
mantenimiento de una corriente migratoria incesante de gran parte del pueblo boricua al otro
lado del Mar Caribe, dando lugar a un auténtico éxodo migratorio:
A pesar de que la producción industrial se triplicó entre 1950 y 1980, este aumento no fue
suficiente para compensar la enorme merma en la agricultura durante este período. En 1940, la
agricultura empleaba el 44.7 por ciento de la fuerza de trabajo y la industria el 10.9 por cierto; para
1980, la agricultura había bajado al 5.2 por ciento, mientras la industria casi había duplicado su
participación […]. Los servicios y, en particular, la administración pública, absorbieron parte del
excedente laboral, pero muchos trabajadores se vieron forzados a emigrar a los Estados Unidos.
(Safa, 1998:20)
Es de vital importancia, además, resaltar la aparición de una conexión aérea directa entre San
Juan y Nueva York (Badillo, 2006:73), facilitando así el desplazamiento de una ciudad a otra,
tanto en términos económicos como temporales. Así pues, la sincronía de los tres factores
(adquisición de la ciudadanía estadounidense, aumento del desempleo en la isla tras el intento
fallido de la Operación Bootstrap y, por último, la aparición de vuelos directos San Juan-Nueva
York) dio lugar un éxodo sin precedentes en la historia de Puerto Rico –hasta tal punto que
dicho momento sincrónico es conocido como la Gran Migración Puertorriqueña- que
acarrearía, consecuentemente, un aumento de la presencia puertorriqueña (ergo,
hispanoamericana) en tierra estadounidense:
Después de la Segunda Guerra Mundial, las oportunidades de empleo en la economía expansiva de
los Estados Unidos y los bajos costos de transportación aérea sirvieron como alicientes para que
centenares de miles de puertorriqueños acudieras a los Estados Unidos en busca de trabajo. […] Un
gran número de trabajadores optaron por emigrar a centros urbanos, donde se conseguían empleos
en la industria liviana o en el sector de servicios. Los antiguos sectores puertorriqueños de
Manhattan crecieron rápidamente con la afluencia de nuevos migrantes. Estos desarrollaron barrios
puertorriqueños importantes en el Bronx y Brooklyn y en las comunidades vecinas de Nueva Jersey.
En Chicago y Filadelfia las comunidades boricuas también se expandieron rápidamente entre 1950
y 1960 y se desarrollaron otras en Cleveland, Connecticut, Buffalo e Indiana. (Picó, 1988:263-64)
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1940
Nueva York
Nueva Jersey
Illinois
1%
0%
1950
Nueva York
Nueva Jersey
Illinois
1%
1%
1960
Nueva York
Nueva Jersey
Illinois
1970
Nueva York
Nueva Jersey
Illinois
1980
Nueva York
Nueva Jersey
Illinois
88%
87%
72%
6%
4%
64%
10%
6%
7%
12%
49%
Gráfica 1. Presencia puertorriqueña por principales estados de residencia 1940-1980.
(Bergad y Klein, 2010:39).
A diferencia de los puertorriqueños, los cubanos, segundo pueblo hispanocaribeño insular en
emigrar en masa hacia los Estados Unidos de América, no lo hacen primordialmente por
cuestiones económicas, sino políticas y, de manera más precisa, tras el triunfo de la Revolución
castrista. En efecto, 1959 se convierte en el año en que Fidel Castro, el comandante, consigue
derrocar a Fulgencio Batista y hacerse así con la dirección de la vida política y artísticointelectual del país, lo que va a empujar a muchos artistas al exilio y, particularmente, a tierra
estadounidense, dada la proximidad del país, la aceptación del mismo a los desertores del
nuevo régimen comunista y las posibilidades económicas que representa el gigante americano
frente a otros destinos. En este sentido, la dirección intelectual y literaria cubana que había
instaurado Fidel Castro desde su triunfo para los sucesivo a través de su explícito discurso
“Palabras a los intelectuales”, donde pronunció la ya famosa cita “Dentro de la revolución,
todo; contra la revolución, nada” se materializó, entre otras decisiones vinculadas a la censura
ideológica en el terreno artístico, con en el cierre del suplemento cultural Lunes de Revolución,
dirigido por el autor Guillermo Cabrera Infante:
Con la clausura de Lunes, se formó la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC,
que reunió y supervisó a los escritores y sus nuevos medios de expresión. Esta organización,
esencialmente, se aprovechó de la función creada y establecida por Lunes de promover la literatura
y las artes, formalizándola bajo sus propios conceptos. El cierre de Lunes provocó un vacío, en lo
literario y lo cultural, que necesitaba ser llenado, y es así como surgen dos publicaciones de la
UNEAC: Unión y La Gaceta de Cuba, al mismo tiempo que se abrió una casa editorial de la
UNEAC y ésta patrocinó su propio programa televisivo. […] El último número de Lunes resultó en
una abierta protesta contra lo acontecido en las reuniones de la Biblioteca Nacional, aunque no se
incluyeran los feroces ataques y las acusaciones hechas al suplemento. […] Desde su cierre, la
mayoría de los que escribieron en sus páginas se encuentra en el exilio. (Luis, 2003:53-4)
Si bien la migración a los Estados Unidos comienza ya con la victoria del régimen
revolucionario, el año 1980 ve incrementar el exilio cubano de forma significativa a través del
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imagonautas 10 (2017)
éxodo del Puerto de Mariel, acontecimiento de repercusiones internacionales que dio lugar a un
gran desplazamiento de ciudadanos cubanos a los Estados Unidos con el beneplácito de Castro.
De manera más precisa, el éxodo de 1980 se originó a partir del encierro que un pequeño
grupo de cubanos llevó a cabo en la embajada peruana del distrito de Miramar de La Habana
en búsqueda de asilo político frente a la estrategia dictatorial imperante en la Cuba
revolucionaria. La repercusión del incidente condujo con posterioridad a un momento histórico
en la vida del régimen socialista en que Fidel permitió, excepcionalmente, el abandono de la
tierra cubana de todo aquel que el régimen considerara como antisocial y escoria. Reinaldo
Arenas relata en su autobiografía póstuma, Antes que anochezca el pasaje de la siguiente forma:
Se abrió entonces el puerto del Mariel, y Castro, después de declarar que toda aquella gente era
antisocial, dijo que, precisamente, lo que él quería era que toda aquella escoria se fuera de Cuba.
Inmediatamente, comenzaron los cartones que decían: que se vayan, que se vayan, que se vaya la
plebe. El Partido y la Seguridad del Estado organizaron una marcha voluntaria, entre comillas, en
contra de los refugiados que estaban en la embajada. (Arenas, 1992:299)
Esta idea fue, además, especialmente potenciada por el gobierno, que pretendía ofrecer una
imagen deteriorada de aquellos que deseaban abandonar el país con el fin de minimizar los
efectos negativos acarreados al perfil internacional del socialismo cubano y eludir así toda
sospecha de persecución política de los buscadores de asilo, en última instancia, al otro lado
del Estrecho de la Florida. Richard Gott alude en su Cuba. Una nueva historia que
Un editorial de Granma proclamó que los buscadores de asilo eran, en su mayor parte, “criminales,
lumpen y elementos antisociales, holgazanes y parásitos”. Ninguno de ellos estaba sometido “a
persecución política, ni precisaba usar el sagrado derecho de asilo diplomático”. Una declaración
del gobierno los llamaba “escoria”, individuos que habían renunciado a los ideales de la patria por
la seducción del comunismo. El Partido Comunista organizó “mítines de repudio”, manifestaciones
de hostilidad en el exterior de las casas de los que habían entrado de la embajada y se organizó
una gran manifestación de protesta para marchar hacia ésta. (Gott, 2007:405)
Si bien los primeros encerrados en la embajada antes mencionada, unos 10.000, encontraron
refugio en Costa Rica con la anuencia del comandante cubano, el resto de buscadores de una
nueva patria fuera de las fronteras cubanas contó con la ayuda de los cubanos ya emigrados en
La Florida (fundamentalmente, la ciudad de Miami) para llevar a cabo un éxodo de ciudadanos
isleños hacia tierra estadounidense:
La crisis cobró un aspecto más dramático dos días después, cuando Castro interrumpió el puente
aéreo a Costa Rica y anunció que a cualquiera que deseara hacerlo se le permitiría abandonar la
isla. Miles de cubanos aprovecharon inmediatamente la oportunidad, de hecho bastantes más de
los que Castro había negociado con el presidente Carter, quien igualmente temerario declaró que
Estados Unidos los recibiría con los brazos abiertos […].
Inmediatamente se puso en marcha un éxodo improvisado, organizado por los cubanos de Miami
con la conformidad de Castro. Cientos de pequeños barcos llegaron de Florida al puerto de Mariel:
94 el 24 de abril, 349 el 25 y 958 el 26. Cuando se vio que eran miles los cubanos que deseaban
abandonar la isla se abrieron oficinas especiales para organizar su partida. (Gott, 2007:405)
La crisis del Puerto del Mariel se convirtió así en un éxodo de rápido crecimiento de ciudadanos
cubanos que abandonaron el país en busca de refugio internacional, fundamentalmente, en
Estados Unidos de América, lugar al que se desplazaron alrededor de 125.000 individuos entre
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imagonautas 10 (2017)
abril y octubre del mismo año (Bergad y Klein, 2010:40). Los exiliados en Norteamérica fueron
bautizados con el sobrenombre de marielitos, entre los que se hallaba un variopinto conjunto
de artistas e intelectuales, y su exilio fue posible por dos factores políticos sincrónicos: en
primer lugar, la aprobación sine qua non de Castro y, en segundo, las condiciones favorables del
gobierno estadounidense al respecto de la acogida de represaliados políticos. Por otro lado,
bien cierto es que la llegada de Fidel Castro al poder atrajo a Cuba de nuevo a un pequeño
número de exiliados de la política de Batista, pero no cabe duda que la figura del comandante
dio pie a un número mucho mayor de exilios que, en el caso de aquellos que encontraron
refugio en Estados Unidos, se centraron fundamentalmente en la ciudad de Miami y, al igual
que ya lo habían comenzado a hacer sus vecinos boricuas, también en la ciudad de Nueva York.
1940
1950
1960
1970
1980
Florida
Nueva Jersey
Nueva York
California
Florida
Nueva Jersey
Nueva York
California
Florida
Nueva Jersey
Nueva York
California
Florida
Nueva Jersey
Nueva York
California
Florida
Nueva Jersey
Nueva York
California
44%
4%
35%
5%
28%
5%
50%
9%
40%
9%
40%
4%
15%
19%
45%
11%
12%
12%
58%
9%
Gráfica 2. Presencia cubana en Estados Unidos por principales estados de residencia 1940-1980.
(Bergad y Klein, 2010:41).
El último pueblo hispanocaribeño insular desplazado en masa a tierra estadounidense es el
dominicano, una vez se termina la época dictatorial de Leónidas Trujillo, conocido como el
trujillato, tras su asesinato el 30 de mayo de 1961 de forma que el país comenzó a abrirse al
mundo, a pesar de sufrir grandes y continuadas convulsiones políticas, que incluso acarrearían
la invasión de la isla por los Estados Unidos en varias ocasiones con el fin de evitar, en última
instancia, la aparición de una segunda Cuba a su alrededor. Tal y como afirma William Luis
(1997:34), la ola migratoria dominicana que tuvo lugar en la década de 1970
(fundamentalmente, hacia Nueva York) se debió a dos factores principales: por un lado, el fin de
la dictadura de Leónidas Trujillo, que finalizaría con el asesinato de El Jefe, así como la segunda
ocupación norteamericana de la isla quisqueyana, que se dio por terminada en septiembre de
1966 con la retirada de la isla de los últimos miembros del cuerpo militar norteamericano.
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imagonautas 10 (2017)
1970
1980
Nueva York
Nueva Jersey
Florida
Nueva York
Nueva Jersey
Florida
82%
8%
2%
77%
8%
5%
Gráfica 3. Presencia dominicana en estados Unidos por estado 1970-1980.
(Bergad y Klein, 2010:42).
En resumidas cuentas, la segunda mitad del siglo XX se convierte así en una época de
migraciones continuadas y ciertamente significativas –muchas de ellas sin antecedentes del
mismo calado- de individuos provenientes de las tres islas que conforman el Caribe español
insular hacia el país estadounidense, lo que comienza a generar, a su vez, cambios culturales en
su nuevo medio y, particularmente, en la ciudad en la que todos ellos coinciden en su exilio y
desplazamiento diaspórico: Nueva York. La demografía estadounidense va a verse ciertamente
alterada en números, lo que va a reflejarse también en cambios lingüísticos ya que, frente a la
predominancia del inglés como lengua vehicular o de facto, el español y las culturas hispánicas
van a ser ciertamente reforzadas en barrios neoyorkinos como East Harlem (conocido como
Spanish Harlem o El Barrio, dada dicha influencia) o Washington Heights (conocida
actualmente como Quisqueya Heights, por el alto número de quisqueyanos residentes en él). En
efecto, el aumento de la población de orígenes latinoamericanos va a acarrear la aparición de
un mercado enfocado a la población hispanoparlante dentro de los confines de la Gran
manzana (desde restaurantes con menús basados en la gastronomía oriunda del Caribe y otras
regiones “latinas”, hasta periódicos escritos en español en cuyas páginas se patrocinan dichos
comercios, estableciendo una relación de feeback entre las empresas enfocadas a los migrantes
y su estirpe). De esta forma, La ciudad que nunca duerme va a convertirse así, como fruto de
dicha reunión exílica y diaspórica, en un hervidero de producciones artísticas de gran
heterogeneidad (literatura, música, arte pictórico, arte sacro, muralismo o baile) que, incluso, va
a superar las barreras disciplinarias del arte tal y como lo conocemos, como el ejemplo de la
rumba neoyorkina de Central Park, que va a combinar todas ellas de forma sincrónica y sin
guión ni pago de entrada. A diferencia de otras artes nacidas en el país estadounidense fruto de
dichas migraciones que sí se adecuan a los estándares que marcan los investigadores, como el
caso de la literatura hispanocaribeña escrita en Estados Unidos (con nombres tan relevantes
como el marielito exiliado en Nueva York, Reinaldo Arenas, el premio Pulitzer Óscar Hijuelos,
de orígenes cubanos, o la dominicana-americana Julia Álvarez), la rumba va a quedar fuera de
la cuestión artística, con escasas excepciones, dadas precisamente sus particularidades
multiartísticas, que van a hacer de ella un objeto de estudio muy difícil de clasificar y, por lo
tanto, investigar y difundir, incluso a pesar de contar con más de un decalustro de existencia.
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imagonautas 10 (2017)
Imagen 1. Portada de El Especialito. Fotografía tomada el 26 de mayo de 2017 en el barrio de Washington
Heights donde puede apreciarse un contenedor del periódico semanal El Especialito, escrito íntegramente
en español y dirigido a la población hispana residente en Nueva York. [Fotografía propia].
Desde el punto de vista socio-filosófico, las migraciones que tienen lugar en el segundo
decalustro van a dar lugar a un movimiento de líneas grupales y, de manera más exacta, las
tildadas de fuga (de un abanico de tres tipos diversos de líneas: de segmentaridad,
segmentaridad molecular y, las ya mencionadas –y de mayor interés para el presente análisis- de
fuga o de desterritorialización), conceptos todos ellos barajado por Gilles Deleuze y Claire
Parnet (2007). En efecto, el filósofo comienza sus postulados teóricos advirtiendo que, con
independencia de hallarse en grupos o de forma individual, todos estamos hechos –o nos vemos
en la necesidad de dar respuesta a nuestros contextos- a través de una serie de líneas, pudiendo
ser estas de diversa tipología: “Whether we are individuals or groups, we are made up of lines
and these lines are very varied in nature” (p. 124). Hecha la introducción teórica de sus
reflexiones, prosigue Deleuze con la clasificación de su concepto de líneas en tres grandes
grupos, siendo las primeras aquellas que nos hacen –y advierten- de los diversos segmentos que
trazan la vida humana en sus diferentes etapas, desde la escuela hasta la jubilación:
The first kind of line which forms us is segmentary – of rigid sementarity (or rather there are already
many lines of this sort): family –profession; job-holiday; family –and then school – and then the
army – and then the factory – and then retirement. And each time, from one segment to the nect,
they speak to us, saying: Now you’re not a baby any more”; and at school, “You’re not at home
now”; and in the army, “You’re not at school now”… In short, all kinds of clearly defined segments,
in all kinds of directions, which cut us in all sense, packets of segmentarized lines. (Deleuze y
Parnet, 2007:124)
En un segundo lugar, Deleuze pasa a posteriori a describir el segundo tipo de su concepto de
líneas, de interpretación más confusa o abierta, quizá, que las primeras:
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imagonautas 10 (2017)
[…] we have lines of segmentarity which are more intimate or personal –they run through societies
and groups as much as individuals. They trace out little modifications, they make detours, they
sketch out rises and falls: but they are no less precise for all this, they even direct irreversible
processes. But rather than molar lines with segments, they are molecular fluxes with thresholds or
quanta.[…] Many things happen on this second kind of line –becomings, micro-becomings, which
don’t even have the same rhythm as our “history”. This is family histories, registrations,
commemorations, are so unpleasant, whilst our true changes take place elsewhere –another
politics, anothe time, another individuation. A profession is a rigid segment, but also what happens
beneath it, the connections, the attractions and repulsions, which do not coincide with the
segments, the forms of madness which are secret but which nevertheless relate to the public
authorities: for example, being a teacher, or a judge, a barrister, an accountant, a cleaning lady?
(Deleuze y Parnet, 2007:124-25).
Por último, el filósofo parisino llega al tercer tipo de líneas, que son aquellas de mayor
relevancia para entender las migraciones hispanocaribeñas hacia los Estados Unidos como
líneas de fuga que se encarnan en el desplazamiento humano como respuesta subjetivada frente
a los contextos de exilio y escasez económica dados en los tres países que conforman el Caribe
español:
there is a third kind of line, which is even more strange: as if something carried us away, across our
segments, but also across our thresholds, towards a destination which is unknown, not foreseeable,
not pre-existent. This line is simple, abstract, and yet it is the most complex of all, the most tortuous:
it is the line of gravity or velocity, the line of flight and the greatest gradient […] (Deleuze y Parnet,
2007:125).
Pues bien, partiendo de esta idea y clasificación deleuziana a través del concepto de líneas,
María Teresa Herner (2009) se centra en describir esta última línea como el tipo de línea
caracterizada por “pura intencionalidad, donde hay desterritorialización absoluta. En una
sociedad todo huye y la sociedad se define por estas líneas de fuga” (p. 163). Así, pues, las
migraciones hispano-caribeñas dirigidas hacia los Estados Unidos, con las consecuencias que
acarrean para el lugar que abandonan y al que llegan, se convierten pues en líneas de
desterritorialización grupales deleuzianas que a posteriori darán lugar a nuevo proceso de
territorialización en tanto que, ante la pregunta de qué es un territorio –en términos filosóficos-,
la misma prosigue con su reflexión crítica en la que apunta que “un territorio es un acto, una
acción, una relación, un movimiento concomitante de territorialización y desterritorialización,
un ritmo, un movimiento que se repite y sobre el cual se ejerce un control” (Herner, 2009:167).
Así pues, el territorio que, en estos mismos términos, pasa a ser desterritorializado (Caribe
hispano insular) conduce irremediablemente a la territorialización de un, valga la redundancia,
territorio (Nueva York, en este caso) en el que confluyen los migrantes que actúan como actantes
que emplean las líneas de fuga dados sus diversos contextos y sobre el que manifiestan su
propia idiosincrasia en un claro ejercicio de inhibición de la transculturación absoluta hacia la
construcción cultural anglo-americana a la que los empuja la eterna hegemonía del WASP
(White Anglo Saxon Protestant). De esta forma, pues, el proceso de desterritorialización y
territorialización es lo que da lugar a la aparición del territorio, en este caso concreto el
neoyorkino, como lugar en el que confluyen explícitamente los procesos apuntados por
Deleuze y Parnet (2007:124-125) en cuanto a las respuestas del comportamiento humano
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imagonautas 10 (2017)
grupal (líneas de fuga) y las matizaciones de María T. Herner (2009) en referencia a la
consideración del propio territorio como “movimiento concomitante de territorialización y
desterritorialización” (con consecuencias para ambos lugares: el abandonado y al que se llega),
que en el fondo de su exposición se halla intrínseco el significado de la siguiente forma:
…Territorialización > desterritorialización > territorialización > desterritorialización…
Génesis del territorio
(Caribe hispano > Ciudad de Nueva York)
La Rumba de Central Park como fenómeno cultural de migrantes hispanocaribeños en
pleno Nueva York
Tal y como se ha apuntado con anterioridad, la rumba neoyorkina resulta un proceso
ciertamente interesante para su análisis desde diferentes perspectivas académicas dadas las
particularidades del evento (como la sociológica, la antropológica, filosófica o la filológica,
entre otras), así como su nacimiento a partir de migraciones humanas y relaciones intra e
interculturales. Así, pues, desde una aproximación multidisciplinar, dicho festejo se caracteriza
por ser resultado de la eclosión de las culturas y tradiciones hispanocaribeñas de los migrantes
que, si bien la mayoría de participantes procede de regiones con características similares, sus
backgrounds identitarios y artísticos resultan heterogéneos: desde escritores cubanos exiliados,
músicos puertorriqueños en busca de una mayor difusión de su obra, bailarines dominicanos en
la diáspora y un largo etcétera. Es por ello que definir la rumba stricto sensu resulta, cuanto
menos, problemático. Bien es cierto que el evento surge como reunión de migrantes llegados
del Caribe español (así como otros individuos hispanoamericanos, aunque en menor medida,
como el caso de colombianos o mexicanos –principal grupo étnico de orígenes hispánicos en
Estados Unidos-) residentes en los distintos barrios de Nueva York en el día de descanso laboral
en “el país del dólar” (los domingos) en plena tarde, incluso los días que apuntan a lluvia, y
hasta la hora de cierre del parque donde tiene lugar: alrededor de las diez de la noche. A pesar
de ser un evento surgido de forma ciertamente improvisada, resultado de la transferencia de
escena desde el ámbito doméstico al público y sin ningún tipo de subvención gubernamental
dado su carácter didáctico de las culturas caribeñas, su relevancia no ha dejado indiferente a la
prensa en Estados Unidos e, incluso, el paso del tiempo le ha acarreado cierto carácter turístico
para los visitantes, lo que, en ningún caso, le ha supuesto de cierto grado de
institucionalización, dejándolo así bajo la espontaneidad y la reunión tácita en la comunidad
participante:
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imagonautas 10 (2017)
The Rumba caught the attention of cultural reporters, who wrote favorable articles in the New
Yorker magazine and other publications […]. The Central Park Rumba was even written up in
Spanish-language newspapers in Florida Guidebooks directed tourists to visit the Rumba on their
trips to Central Park […]. However, even as its popularity grew, the Rumba remained resistant to
institutonalization. No one “ran” the Rumba. There were acknowledge informal leaders, respected
musicianship. But no one wanted to take responsability for logistical detail and supervising people’s
behaviour. (Maya, 2008:143)
De cualquier modo, el instrumento musical es, sin lugar a dudas, el medio prioritario a partir
del cual confluyen todas las artes que se dan cita en dicho evento ya que son las voces
espontáneas de los cantantes y el ritmo de los tambores y timbales al compás los que guían el
baile de la multitud que acude como participante y todos aquellos turistas y visitantes del
parque que se unen al festejo e, inmediatamente, pasan a formar parte de él en un juego de
interacción improvisada. A pesar de hallarse en pleno corazón de los Estados Unidos de
América, la mayor parte de los cantos se realizan en castellano, en su expresión dialectológica
hispanocaribeña, ya que los mismos provienen de las diversas regiones del Caribe que habla
castellano, por lo que es común observar una voz que interpreta al unísono una canción a la
que se van sumando el resto de los integrantes que interactúan con el cantante principal
estableciendo así una interpretación esporádica al ritmo de los instrumentos que los músicos se
dedican a tocar en una confusión perfecta de sonidos, voces, ritmos y bailes. Anecdóticamente,
hombres y mujeres no tienen una misma participación en el festejo, como herencia de los roles
culturales aprendidos en sus orígenes en tierras caribeñas, en tanto que “Drumming and singing
are predominatly male practices; women mostly participate by dancing and singing” (JottarPalenzuela, 2012:458). De cualquier manera, la música es así el instrumento principal de
conexión entre todos los invitados, si bien el término “música” ha de contextualizarse a las
peculiaridades del evento: no se trata de canciones al estilo más convencional, sino que la
misma surge de la mezcla de los viejos cantos que los migrantes portan consigo como parte de
su cultura de origen, así como de ritos religiosos en lenguas precolombinas colonizadas y
africanas herencia del pasado esclavo. La influencia africana es, de hecho, un elemento
ciertamente central en la rumba en tanto que el propio festejo es definido, desde sus inicios en
tierras caribeñas, como “an example of transculturation, the cultural and racial intermingling of
various ethnic groups from West Africa and Spain in Cuba, now replyng itself in New York as a
multinational, interethnic space based in the interaction and negotiation of people from several
post- and neo-colonial locations” (Jottar-Palenzuela, 2012:469). El acerbo compartido por los
integrantes rumberos recrea, así, un proceso de relaciones intraculturales entre los miembros
con independencia de la cuestión étnica y racial de estos, siendo la lengua española el mayor
elemento de unión dentro de su gran heterogeneidad integrante. Lo cierto es que dichos ritos
han sido adquiridos por los participantes a través de la cultura o literatura popular
(particularmente, transmitida a través de la oralidad) de sus países de origen y resultan así
herencia de su background cultural y religioso o bien ha sido aprendido a través del entorno
familiar en el caso de las segundas generaciones, así como en el caso particular de los
nuyoricans, es decir, los ciudadanos de origen puertorriqueño nacidos y/o criados en la
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imagonautas 10 (2017)
idiosincrasia anglo-estadounidense, fundamentalmente en Nueva York – de ahí al origen del
término entre “nuyo” y “rican”, si bien a veces también son denominados neorricans-. No en
vano, recordemos que la rumba de Central Park tiene sus orígenes ya en las islas antillanas y en
el ámbito doméstico, así el parque tan solo pasa a convertirse en un lugar territorializado, en
términos deleuzianos, por los migrantes durante, al menos, un tiempo determinado, lo que lo
conforma, en efecto, el parque de Central Park en un territorio de confluencia pública y artística
simultáneamente. Lo cierto es que la transferencia al ámbito público, aspecto este mantenido
hasta la actualidad una vez se diera el paso a este desde el doméstico, parece, además, sujetarse
a través de otro importante elemento: la gratuidad y la interacción público-artistas. En efecto, la
presencia hispanoamericana en las proximidades del parque neoyorkino ha dado lugar a la
apertura de negocios de ocio como bares y clubs dirigidos específicamente al mercado latino,
muchos de los cuales se han visto obligados a cerrar por la preferencia de los rumberos a la
libertad espacial del parque y, de igual modo, la ausencia del pago de entrada y la asequibilidad
de las comidas y bebidas ingeridas en este frente al consumo en locales privados, así como, no
menos importante, la fácil interacción de los integrantes con los músicos:
The musicians negotiate between the performative codes of a folkloric spectacle (presenting a
polished show that demonstrates their professionalism and mastery of the genre) and those of a
street rumba (no clear lines between audience and performer, open-ended improvisation) that some
in the audience prefer. […] Some never went to La Esquina Habanera because it cost money, the
show did noy contain enough variety and its too top-down (Knauer, 2009:144).
Asimismo, la religión intrínseca en los rezos convertidos en canto pasa así, a su vez, a
convertirse en parte de unión de los participantes a través de las invocaciones al son de los
tambores y los bailes que los acompañan. En efecto, gran parte de los cubanos migrados que
toman parte en dicho evento son procedentes de la hermandad religiosa Abakuá (JottarPalenzuela, 2012:471), lo que convierte a las prácticas religiosas oriundas del Caribe (ergo, de
la fusión de las creencias africanas, europeo-judeocristianas y precolombinas) en base de gran
parte de la rumba, si bien se ve enfatizada la celebración festiva del evento frente al rezo
netamente religioso que ha pasado a perder su carácter devoto en pro de una manifestación
identitaria, si bien diversa entre sí (son muchas, además, las fuentes religiosas de las que
proceden los cantos, sin que se produzca ninguna deserción en los cantos dado, precisamente,
a haber perdido el carácter exclusivamente religioso de estas a favor de la construcción de su
identidad en condiciones diaspóricas): “For Cuban inmigrants in New York, the Afro-Cuban
cultural world of rumba […] is a way to connect with their “roots” and construct a Cuban
indentity in the diaspora […]” (Knauer, 2009:145).
No en vano, la rumba responde a la manifestación del folklore propio de diversos países que
bajo el sintagma “caribeños” parece borrar las diferencias culturales existentes entre los mismos,
especialmente para los ojos del visitante. Así, si bien el español es la lengua de comunicación
entre los mismos por excelencia, las diferencias identitarias entre los participantes se dejan ver
en aspectos tan inadvertidos como la elección de su comida, el canto en el que más se
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imagonautas 10 (2017)
involucran o su respaldo a los ritmos religiosos. Diana Taylor (2003) escenifica de forma
parlante per se dichas diferencias: “Cuban women sold Cuban pasteles on one side; Puerto
Rican women sold arroz con gandules on the other” (p. 267). Asimismo, la propia génesis de la
rumba conllevó ciertas diferencias entre los propios migrados ya que los cubanos exiliados a
través del Puerto del Mariel, los marielitos, se negaron hasta 1994 a tocar con el resto de
caribeños debido a su rechazo a ser asociados con la criminalidad a la que se asociada el
evento, lo que los retrotraía a la atmósfera de pseudoclandestinidad en la que vieron obligados
a moverse en su país de origen dada la dictadura castrista (Taylor, 2003:267). De ahí a que, en
conjunto, sea pues más apropiado hablar de una base intracultural estructurada sobre las
diversas raíces hispanocaribeñas transferidas a un nuevo medio en lugar de apuntar a un único
emblema cultural como factor sine qua non. Y es que la rumba sobre la que se está realizando
el presente análisis no es tan solo expresión artística cubana ni dominicana ni puertorriqueña (o
nuyorican) ni de ninguna otra región caribeña o “latina” sino que surge de la fusión de todas
ellas, precisamente, a través de la intraculturalidad nacida a partir del contacto entre las mismas
(lo que no está en disputa con la predilección de los participantes por uno u otro elemento
constituyente del evento ya que el heterogéneo abanico de posibilidades se crea a través de
dicho contacto de las diversas culturas). Es de enfatizar que, dadas las circunstancias paraartísticas del festejo se podría tender a dar respuesta al origen de la rumba como proceso de
transculturación de los diversos migrados en su nuevo medio receptor. No obstante, no
comparto dicha afirmación sino que me inclino a pensar en un proceso de transculturación de
las diferentes culturas caribeñas sobre las que nace la propia rumba neoyorkina (de ahí a la
intraculturalidad fruto del contacto entre las mismas en el medio hegemónico anglo) y no como
una transculturación de estos hacia el medio socio-lingüístico de mayor poder en los Estados
Unidos: el anglo. Bien es cierto que la Rumba surge como manifestación artística de los
migrados hispanoamericanos y, por lo tanto, es esperable que se dé tal fenómeno sociolingüístico en los nuevos americans en su introducción a la cultura de dominio y con
connotaciones positivas en el consabido binomio dual intercultural. En palabras de Rosa
Abenoza (2004:51):
la condición de inmigrante siempre debe ser transitoria, ya que la vocación natural de la
inmigración es la integración en la sociedad de acogida. Tardará una, dos o incluso tres
generaciones, pero dicha integración terminará por producirse puesto que, tras un tiempo de
adaptación y arraigo, la sociedad de acogida se convierte en el espacio de pertenencia original.
Sin embargo, en la rumba no se aprecia dicha transculturación de los inmigrantes
hispanocaribeños hacia el medio anglo ya que absolutamente todas las particularidades del
festejo nacen de las culturas hispánicas (desde la lengua vehicular que usan los integrantes en
su comunicación, sus cantos, sus bailes, sus danzas, sus ritos, sus proclamas y hasta su
gastronomía). El evento, además, lleva perpetuándose en el tiempo desde hace más de una
década y la introducción de elementos pertenecientes a la cultura anglo-estadounidense o la
lengua de facto en los Estados Unidos no ha penetrado aún con estabilidad en él. Existe pues
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una inhibición del proceso de transculturación en la manifestación poliartística llevada a cabo
por los individuos hispanocaribeños que llevan a cabo la génesis festiva que, lejos de resultar de
la intraculturalidad de sendos grupos etnolingüísticos (anglo e hispano), actúa como emblema
de una identidad inmigrante que, en efecto, no cesa de verse arropada por un flujo humano
procedente del Caribe que habla español y cuyos números demográficos no dejan de crecer
(tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo). Y esta es, sin lugar a dudas, la mayor
razón por la cual la rumba sigue existiéndose a través de las décadas y siempre en español a
pesar de sus orígenes marginales, la persecución policial que ha sufrido en diversas etapas de la
vida política de Nueva York o la fuerte influencia del inglés en el mundo como tótem del poder
estadounidense. No en vano, el análisis del último informe publicado por el Instituto Cervantes,
bajo el epígrafe El español: una lengua viva. Informe 2015, pone de manifiesto la gran
relevancia de la que goza la lengua española en el tiempo actual al constatar que casi 470
millones de personas a lo largo del mundo tienen dicho idioma como lengua materna y la cifra
aumenta hasta los casi 559 millones si hablamos de los usuarios potenciales, que se obtienen al
sumar los hablantes nativos, los hablantes de competencia limitada y los estudiantes de español
como lengua extranjera (Fernández Vítores 2015:5). El español se convierte así, siempre según
dicho informe, en la segunda lengua materna más extendida, tras el chino mandarín, y se estima
que, si bien en la actualidad el 6,7% de los habitantes del mundo son hispanohablantes, este
número aumente por cuestiones demográficas hasta el 7,5% en 2030 y al 10% en tres o cuatro
generaciones (Fernández Vítores 2015:52015:5). De forma nada anecdótica, entre los tres países
con mayor número de hispanohablantes no se halla el país del que la lengua es originaria y, de
hecho, hay que esperar hasta el cuarto puesto en dicho ranquin para encontrar al país ibérico.
De esta forma, México (121.005.815), seguido por los Estados Unidos de América (alrededor de
53 millones y único país de estos tres donde el español no es lengua oficial) cuentan con las
cifras de población más elevadas de hablantes de español, seguidas por Colombia (48.014.693)
y España (46.771.341). El español en su variante dialectal caribeña, de raíces andaluzas y
canarias e influida por las lenguas amerindias colonizadas, se ve fuertemente ligado a la rumba
como emblema que une a las diversas procedencias de los pueblos hispanoamericanos
migrados que la nutren y mantienen en el tiempo como expresión artística de identidad “latina”.
Si ha de existir un proceso de mezcla de culturas y adquisición de aspectos homónimos por
parte de individuos procedentes de otras, este es, sin lugar a dudas, el que tiene lugar entre los
propios integrantes caribeños oriundos de distintos lugares y no el de estos con el medio anglo,
por lo que la rumba bien puede ser entendida como una proyección del Caribe que se
territorializa en la ciudad de Nueva York.
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Imagen 2. Rumba en Central Park (i). Fotografía de la rumba tomada el domingo 28 de mayo de 2017 en
Central Park. En ella pueden apreciarse los participantes pertenecientes a diversas etnias y razas reunidos
en torno a los tambores, mientras otros comen y beben sentados en los bancos, y los turistas toman
fotografías. [Fotografía propia].
De cualquier modo, la comida y la bebida son también una parte esencial del festejo donde
cada participante trae de su propia casa el plato que va a ingerir y/o compartir con el resto en
plena rumba o bien la adquiere a través de los improvisados puestos de comida, que también se
convierten en foco de atracción turística. La fusión de los platos, en su mayoría salidos de
recetas típicas del Caribe, y las bebidas, cervezas e incluso otros alcoholes cubanos,
dominicanos y boricuas elaborados por los propios invitados en sus casas y servidos en vasos de
plástico rojo debido a la prohibición de beber alcohol en la calle mostrando la bebida
(conocido como open alcohol, que es un delito penado con multa y/o arresto en tierra
estadounidense) es parte ciertamente relevante del festejo dada su larga duración. De esta
forma, la celebración artística tampoco olvida la gastronomía típica de sus países de origen
construyendo así un imaginario momentáneo en el tiempo donde todos se olvidan de que se
hallan en pleno corazón de Manhattan y parecen hallarse de nuevo en sus países de origen, a
pesar de que una simple mirada a la estética de su alrededor y la constante visita de turistas que
se van sumando al evento o simplemente se paran a tomar un par de fotografías les recuerde
que se hallan al otro lado del Estrecho de la Florida. Aunque pudiera parecer anecdótico, el
empleo de su propia comida, que comparten y/o venden entre los integrantes en el festejo,
aumenta los lazos de unión tanto entre estos como entre estos con sus países de origen
estableciendo su propia red de contacto con su cultura a pesar de hallarse en un contexto
diaspórico, algo ciertamente esperable en los procesos migratorios:
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Las redes sociales creadas humanizan y hacen más soportable la experiencia migratoria. Estas redes
de apoyo ayudan a otros inmigrantes con diferentes características a incorporarse a uno u otro país,
comunidad, ciudad o barrio. Lógicamente en estas comunidades –por lo general de una
comunidad, etnia u origen determinados- se mantiene la lengua de origen, la gastronomía, las
costumbres, los ritos […]. (Abenoza, 2004:49)
Imagen 3. Rumba en Central Park (ii). Fotografía de la rumba tomada el día domingo 28 de mayo de 2017
en la que puede apreciarse cómo un hombre canta al son de los timbales mientras otros y otras
participantes corean su canto y bailan al compás. Otros, como puede observarse, charlan a su alrededor o
se hallan sentados en los bancos disfrutando del evento multirítmico. Anecdóticamente, en la imagen
puede apreciarse a la doctora Berta Jottar-Palenzuela, al frente y con pelo rizado, una de las mayores
expertas en dicho festejo y gracias a quien pude conocer la existencia de la rumba dada la escasez de su
difusión en España. [Fotografía propia].
No obstante, el imaginario espacial y temporal que recrean en pleno Manhattan resulta
esporádico ya que, una vez que finaliza el espectáculo, los participantes retornan a su realidad
cotidiana, volviendo así en términos deleuzianos a responder a través de líneas de
desterritorialización del lugar frente a las posibles multas o arrestos a los que pueden verse
abocados. En muchos casos, se trata de individuos que residen en los barrios latinos de
Manhattan ya mencionados como East Harlem o Washington Heights, donde el español es
lengua vehicular y la música, la gastronomía y el resto de elementos identitarios se relacionan
directamente con los países del Caribe hispano y escasea la influencia del medio de poder que
los acoge. No en vano, Yolanda Martínez San Miguel (2004) da un paso más en esta misma
dirección y llega a afirmar que Nueva York puede pasar, dada la gran influencia caribeña que ha
recibido durante décadas a través de las migraciones hipanocaribeñas con las que se abría este
artículo (entendidas como líneas de fuga frente a contextos dictatoriales y de crisis económicas),
a convertirse en otra de esas islas:
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Durante los últimos cinco años he estado estudiando la forma en que la migración impacta a
aquellos que viven en las islas del Caribe, con el interés de identificar esos otros pulsos de la
globalización que no dependen necesariamente de la perspectiva del sujeto que se desplaza fuera
de su entorno cultural inmediato. Por ello he dedicado gran parte de mi estudio al análisis de las
producciones simbólicas que aluden a los desplazamientos masivos de puertorriqueños, cubanos y
dominicanos dentro del Caribe. Sin embargo, a medida que iba estudiando las producciones
artísticas de estos tres países, se fue haciendo evidente que Nueva York tenía que funcionar como
otra isla más en ese imaginario caribeño que estoy manejando (Martínez San Miguel,
2004:469-470).
A lo que continúa su conclusión al respecto, en lo que bien puede insertarse la génesis de la
rumba de Central Park como movimiento pancaribeño proyectado en tierra angloestadounidense que rompe –como afirma la propia autora- con los límites nacionales
construidos por el individuo en tanto que “la experiencia pancaribeña que se ha estado
gestando en esta zona nos obliga a repensar la manera en la que se definen los confines de los
imaginarios nacionales y contemporáneos […]” (Martínez San Miguel, 2004:470).
Conclusiones
A pesar de que la rumba de Central Park haya adquirido una notable relevancia en la
comunidad latinoamericanista como forma multiartística en la que confluyen diversas
disciplinas homónimas en los últimos años, son pocos los estudios (y, particularmente, en
castellano) que han ayudado a su difusión y conocimiento en este lado del océano Atlántico,
motivo fundamental del nacimiento de este artículo. Tal y como se ha analizado a lo largo del
mismo, si bien el festejo aparece ya en las tres islas que conforman el Caribe hispano insular
(fundamentalmente, en Cuba) y en un ambiente doméstico e íntimo, el mismo adquiere carácter
público y de manifestación idiosincrática cultural en la ciudad de Nueva York -de forma más
concreta, en pleno corazón del parque de Central Park en Manhattan- a partir de los años 60
debido a los desplazamientos humanos sin precedentes en la historia migratoria del Caribe
español (tanto insular –prioritario- como continental) acaecidos por diversos contextos
dictatoriales y económicos imperantes en los estados latinoamericanos –y entendidos como
líneas de fuga deleuzianas frente a dichos contextos-. De ahí, en efecto, a su nombre: rumba de
Central Park, acuñado de forma esporádica y sin un cuerpo organizador ni institucionalizador,
tal y como surge y se desarrolla el propio festejo en el mayor de los parques de la ciudad de
Nueva York todos los domingos de época estival. El análisis de dicho evento pone de manifiesto
que sus peculiaridades resultan aristas difíciles de clasificar en tanto que, tal y como la
heterogeneidad étnica y racial que caracteriza a los tres países del Caribe hispano insular
migrado a La Gran Manzana, la rumba resulta de una fusión de músicas, danzas, tradiciones,
literatura popular, folklore -en la extensión más amplia del lema- y hasta religión –si bien sin el
carácter devoto que le es típicamente atribuido-. En última instancia, la existencia de la rumba
neoyorkina da luz a la aparición de formas artísticas que exceden aquellas que son
consensuadas por la comunidad científica y surgen como fruto de migraciones humanas y
relaciones intraculturales entre los distintos pueblos que integran dicho festejo desde hace más
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de un decalustro, lo que da origen a manifestaciones idiosincráticas como formas de reunión y
confluencia identitaria (que inhibe la transculturación hacia lo anglo) de los desplazados en un
medio en el que su cultura, hispanoamericana, pretende conquistar o territorializar su propio
lugar en los estándares de la tradición hegemónica anglo-estadounidense. De esta forma, la
influencia hispanocaribeña (o pancaribeña, por extensión) lleva a replantearse la gran influencia
cultural e histórica que dicho pueblo ha ejercido (y ejerce) sobre el medio que lo recibe, la
ciudad de Nueva York, pasando esta a ser considerada por todo ello como una proyección de la
cultura isleña en pleno corazón estadounidense. De esta forma, pues, se puede apreciar cómo
se borran los límites culturales y lingüísticos teórico-nacionales en pro de una diversidad
etnolingüística fruto de los movimientos humanos contemporáneos y actuales a escala mundial.
Agradecimientos
Agradezco al Gobierno vasco/Eusko Jaurlatitza su contribución económica en forma de beca
predoctoral, lo que ha posibilitado la realización de la presente investigación como parte de mi
tesis doctoral. De igual forma, agradezco a la profesora Berta Jottar-Palenzuela su ayuda y guía
en la rumba neoyorkina en la que tuve lugar de participar gracias a mi desplazamiento a dicha
ciudad a través de mi ponencia en un congreso literario de la Universidad de City College of
New York (Manhattan, Nueva York, Estados Unidos). Por último, agradezco a todos los rumberos
la cálida bienvenida que me brindaron y todos los testimonios que de forma desinteresada
compartieron conmigo a sabiendas de mi papel de investigador.
Referencias
Abenoza Guardiola, R. (2004). Identidad e inmigración: orientaciones psicopedagógicas.
Madrid: Catarata.
Arenas, R. (1992). Antes que anochezca. Barcelona: Tusquets Editores.
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Economic History, 1980-2005. Nueva York: Cambridge University Press.
Deleuze, G. y Parnet, C. (2007). Dialogues II. Nueva York: Columbia University Press, 1997.
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http://www.rae.es/recursos/diccionarios/drae
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Cervantes. https://cvc.cervantes.es/lengua/espanol_lengua_viva/pdf/
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Gott, R. (2007). Cuba. Una nueva historia. Madrid: Ediciones AKAL.
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desde la perspectiva de Deleuze y Guattari. Huellas, 13, 158-171.
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imagonautas 10 (2017)
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Indiana University Press.
Martínez San Miguel, Y. (2004). La ‘otra isla’ de Nueva York y la caribeñidad a la interperie. En
S. Torres-Saillant et al. (comp.) Desde la Orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos.
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Maya Knauer, L. (2008). Racialiced culture and translocal counter-publics: Rumba and social
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Luis, W. (2003). Lunes de Revolución. Literatura y cultura en los primeros años de la Revolución
cubana. Madrid: Editorial Verbum.
Picó, F. (1988). Historia General de Puerto Rico. San Juan: Ediciones Huracán.
Safa, H.I. (1998). De mantenidas a proveedoras. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto
Rico.
Taylor, D. (2003). The Archive and the Repertoire: Performing Cultural Memory in the Americas.
Durnham: Duke University Press.
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imagonautas (2017) 10
Recensión
Creatividad. Números e imaginarios, de José Ángel Bergua (dir.),
Enrique Carretero, Juan Miguel Báez y David Pac. Madrid: Centro de
Investigaciones Sociológicas, 2016.
Javier Diz Casal
jdizca@hotmail.es
Mediante este trabajo uno puede acercarse a las indagaciones de los autores sobre la
creatividad principalmente. En Creatividad. Números e imaginarios, dirigido por Bergua y en
colaboración con Carretero, Báez y Pac, se realiza un enorme esfuerzo conjugando el análisis
cuantitativo con el cualitativo. Así pues, desde una perspectiva socio-estadística primero a lo
largo de datos sobre comunidades y regiones, un hacer cualitativo segundo por medio del
análisis y trabajo sobre historias de vida (no con una utilización al uso, sino más cercano a lo
cotidiano que a lo exótico o infrecuente), un análisis etnográfico en tercer lugar desde la
observación participante y un espacio para la discusión y la reflexión después, esta obra se
vertebra así para acercarse a una comprensión holista de la creatividad que, sin duda, la acerca
a lo sacro y evidencia las carencias de la época presente.
Esto lo hace escapando de lo exótico o del atractivo de la peculiaridad o la excelencia, como he
indicado, en aras de interesarse por la creatividad desde lo cotidiano y lo imaginario.
Desvinculándose también de una concepción de esto como ilusorio en tanto que una
comprensión formal de la creatividad y lo imaginario.
Como he indicado de forma somera, primeramente el recorrido parte de un acercamiento
cualitativo al contexto español por comunidades y provincias en el que se van desgranando,
con gran habilidad, elementos como la tecnología, el talento y la tolerancia presentados como
ejes vertebradores e impulsores de la creatividad. Todo ello en relación a los trabajos de Florida,
pero desde una perspectiva crítica. En esta primera parte se trata de desgranar lo que se propone
como creatividad relacionada con la economía y el mundo laboral. Se pretende poner de
manifiesto la importancia y repercusión de la creatividad en el desarrollo económico por medio
de una serie de índices y factores relacionados entre sí, pero no exentos de cierto
encorsetamiento (p. 67) evidenciado en el término clase creativa, que al mismo tiempo
diferencia su propuesta de la habitual que es la de tomar a las personas como un mero recurso
natural y no como un flujo. Sea como fuere, Florida, Mellander y Stolarick utilizan ambas
variables en otros trabajos. Con todo, el sesgo acá es enorme, al subrayar la influencia de la
creatividad en unas profesiones y no en otras. En este sentido, Florida parece conceder un
impulso creativo superior a determinadas profesiones que además relaciona con bohemios y
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creadores clásicos, es decir, a pesar de las taxonomías propuestas en EE. UU. en relación a la
industria cultural hacen más que evidente la importancia de la creatividad, pero parece
injustificado negar que en todas las profesiones existe un componente creativo irreductible.
Ergo, así presentada, puede entenderse más como lo instituido que como lo instituyente
(pp. 14-15).
Seguidamente, la obra discurre hacia el tratamiento cualitativo por medio del análisis de
historias de vida, como he dicho, desde la cotidianidad. El objetivo no sería otro que poner de
manifiesto las limitaciones del modelo ampliamente explicado con anterioridad para llegar a
una información biográfica más profunda, genuina, y personal, tratando la creatividad desde la
educación (cosa que eluden hacer otros autores), las amistades, el trabajo y el tiempo libre. Este
posicionamiento investigativo tan cualitativo y biográfico podría explicarse desde la frase: “el
adulto creador hace uso repetido del capital de su infancia” (p. 84).
Continúa el trabajo ahondando en un análisis desde una visión etnográfica que deja ver la
profunda importancia de lo social en la creatividad a diferencia de miradas puramente
psicofisiológicas sobre el tema desde el imaginario. La coherencia de este tratamiento se
deposita en la “enorme carga semántica de los símbolos” que es “la que facilita y estimula la
creatividad. Tiene que ver con los significados” (p. 128). Aquí la perspectiva dota de un carácter
radical a lo imaginario en la creatividad, tan presente por medio de ese “desdoblamiento” que
Maffesoli expone. Lo imaginario como un recurso psicoantropológico que imprime creatividad
a la cotidianidad y quizá como requerimiento de lo utópico. Los contextos trabajados en base a
las redes explícitas e implícitas igualmente instituyentes resultan muy interesantes. Sin duda, la
introducción de lo imaginario resulta un muy acertado aporte que se conecta con lo utópico
como “heredero de la modernidad occidental. Su origen está íntimamente ligado al
desmantelamiento del universo simbólico-religioso que había servido de soporte
mental” (p. 155) una utopía impulsada desde lo cotidiano, intersticial, que trata de
“reimaginizarlo” (p. 156). Por otra parte, se realiza un acercamiento al trabajo creativo por
medio de los discursos de las personas colaboradoras que aportan elementos interesantes sobre
los ritos de la creatividad y la búsqueda de una visión, “este ver es como un vuelo chamánico
por el imaginario colectivo” (p. 209). Juegos e inspiración, imaginación y trascendencia, mágico
y social se imbrican aquí para perfilar la “creatividad” o el “riesgo.” Las reflexión de los
informantes ayudan a llegar a unas concusiones que patentizan ciertos matices del carácter de
la persona creativa y algunos procesos como la bisociación y, ciertamente, la importancia de lo
imaginario, como he referido, a pesar de esa iconoclasia tan idiosincrática de estas
coordenadas.
Este trabajo difícilmente dejará indiferente a la persona lectora tras su complejidad y su muy
deseada y destacable humildad al poner sobre la mesa las limitaciones de todo hacer científico.
En todo caso, el trabajo es un hacer muy orientado que se concede, por mérito propio, la
capacidad de moverse desde un logos por un ethos.
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Recensión
Las palabras llegaron con la cerámica, de M. Eugenia Alonso Santos
(Ed.). Madrid: Ayuntamiento de Madrid, 2014.
Endika Basáñez Barrio
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
endika.basanez@ehu.eus
Probablemente sea la filología una las disciplinas científicas que mayor interés ha mostrado en
analizar la aparición y el desarrollo de la lengua como vehículo comunicativo entre los seres
humanos. Así las dos grandes ramas en las que se suele subdividir dicha disciplina, la lingüística
y la literaria, han caminado juntas y de la mano para estudiar textos históricos que han podido
comprobar, por ejemplo, cómo el conjunto de lenguas habladas en la Romania (desde el
castellano, el italiano, el gallego-portugués o el rumano) provienen, en efecto, del latín. La
evolución de la gramática histórica del latín ha demostrado a través del método científico que
todas las lenguas románicas provienen así de una misma lengua y, que si el estudio se retrotrae
con un espacio de tiempo aún mayor, el latín pertenece, a su vez, al tronco de lenguas
indoeuropeas. De esta forma, los textos sagrados, las órdenes reales, las herencias monárquicas
y, por supuesto, los textos literarios han sido estudiados como herramientas de la aparición y
evolución de las diversas lenguas clásicas (como el griego o el latín) hasta las modernas (francés
o catalán) siendo así los corpus textuales de diversa naturaleza un instrumento sin el cual la
filología no hubiera podido situar las evoluciones morfo-sintácticas de las lenguas que se han
empleado y emplean como puente de comunicación humana.
No obstante, ¿qué ocurre si nos retrotraemos hasta los inicios de las primeras civilizaciones
conocidas por la comunidad científica? ¿Qué ocurre si no contamos con textos que atestigüen
la existencia de una lengua de comunicación compartida por los distintos miembros de dichas
civilizaciones pretéritas? Partiendo de esta pregunta, dos organismos culturales dependientes del
Ayuntamiento de Madrid (España) como son la Imprenta Municipal-Artes del Libro y la Escuela
de Cerámica de Moncloa han unido sus conocimientos así como sus posibilidades de difusión
para dar lugar a la obra de reciente publicación (julio de 2017), Las palabras llegaron con la
cerámica, cuyo título y portada (en la que se aprecia una gran piedra antigua llena de las letras
del alfabeto latino) ponen al lector en la pista de su contenido. En efecto, la introducción al
volumen a cargo de la Directora General de Educación y Juventud del Ayuntamiento de Madrid,
Paloma Catalina Zamora, hace ya alusión a la idea compartida por el acervo común acerca de
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la vinculación entre materiales dúctiles y el nacimiento de la escritura, razón que da pie a la
publicación del mismo:
Partiendo del hecho de que la escritura se manifiesta en sus orígenes históricos impresa en
placas de arcilla, la Imprenta Municipal es el lugar idóneo para mostrar los trabajos que se
realizan en la Escuela de Cerámica de Moncloa. Pero además las obras escultóricas que se
presentan están relacionadas con la escritura, las letras, los libros, las palabras… como una
evocación de esos orígenes históricos en una libre interpretación actual e individual que
aportan los autores. (p. 11)
La línea argumental que expone Zamora en representación de la Imprenta Municipal-Artes del
Libro es, de igual modo, compartida por María Belén Llera Cermeño, directora de la segunda
institución que colabora en el nacimiento del presente número:
[…] el valor de la palabra y lo escrito, como instrumento de preservación de la cultura para
la posteridad. Esta exposición quiere constituir un homenaje al medio más antiguo para
difundir la palabra, como es la cerámica, en una feliz colaboración entre dos instituciones
con un marcado perfil artesanal. (p. 13)
De esta forma, pues, sendas directoras presentan de forma explícita el libro desde su
concepción hasta la relación establecida entre los dos organismos madrileños para la edición y
distribución del mismo. Las palabras introductorias de Zamora y Llera ponen así de manifiesto
la vinculación entre el sustento material pretérito y la aparición de las primeras palabras (al
menos en su constancia atestiguada), lo que pone en evidencia que si bien los textos jurídicos o
literarios han supuesto una herramienta valiosa para el estudio de las gramáticas históricas para
la filología (y, con ello, la explicación a la aparición de las diversas lenguas modernas), los
materiales han sido quizá relegados a un segundo plano a favor de otras disciplinas cuando, en
efecto, han construido la base de las primeras manifestaciones lingüísticas escritas (de ahí al
título del libro que aquí se reseña).
La relación entre la arcilla como eterno testigo de la aparición de las primeras palabras no es en
absoluto casual ya que, tal y como expone Alonso en el capítulo que da nombre al texto, “Las
palabras llegaron con la cerámica”, existe una vinculación directa entre las particularidades del
material y su uso de comunicación escrita por el ser humano primitivo:
El dominio de las cualidades de este material convertido en cerámica tras su cocción dio
lugar a un importante cambio evolutivo, sin precedentes en la Historia de la humanidad y
acaecido durante el período del Neolítico.
Su abundancia favoreció la difusión así como una ingente producción de recipientes,
especialmente en la antigua Mesopotamia durante el IV milenio a.C. Estos recipientes,
denominados “cuencos de ración”, sirvieron para el cómputo de raciones de comida […] Es
por ello, que se puede afirmar, que en el mismo origen de la escritura se encuentra presente
este material noble y humilde al tiempo. (p. 15)
A lo que Alonso concluye sobre el uso habitual de la cerámica y la escritura en la actualidad:
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imagonautas (2017) 10
[…] ha continuado siendo soporte de escritura a lo largo del tiempo, si bien no con tanta
intensidad como en sus orígenes debido a la aparición de otros soportes más livianos como
el papel. Pero sus vestigios han permanecido en un afán de perdurabilidad. (p. 15)
La continuación de la obra se recrea como un homenaje a la vinculación intrínseca entre la
arcilla en sus diferentes estados físicos y la escritura a partir de las creaciones de autores de
reconocido prestigio como el caso del ceramista Joan Llàcer, así como un nutrido número de
artistas noveles pertenecientes a la Escuela de Cerámica de Moncloa. En este segundo apartado
la obra no gana peso por sus reflexiones histórico-antropológicas, como sí lo hace en sus
primeras páginas, sino por la originalidad y la innovación que exudan las recreaciones de los
jóvenes artistas. Así cada una de las obras, plasmada en una fotografía con una calidad suprema
y bajo un sugerente título, homenaje de forma particular e individual la conexión histórica entre
cerámica y palabra escrita. Entre ellas: “Más allá del lenguaje y la escritura. Vuelta al
ideograma” de Alberto de la Peña Garoz (p. 26-27), en un claro recuerdo a las manifestaciones
estéticas que representaban ideas, o “Geometría=Caligrafía, Palabras ocultas” de Luis Rojo, una
obra multicolor que alude a las formas desiguales como vehículo comunicativo (p. 42).
Cabe destacar, por último, que las distintas fotografías se ven acompañadas de citas que aluden
a la capacidad humana del lenguaje y su desarrollo en la forma práctica, la lengua, de autores
tan ilustres y pertenecientes a épocas tan diversas como Cervantes, Saramago o Voltaire, lo que
incide en la reflexión sobre la unión material-palabra escrita a la que la estética de las obras
invitan al lector. En resumidas cuentas, Las palabras llegaron con la cerámica” supone una rara
avis entre las publicaciones culturales actuales en tanto que su mayor parte toma como
contenido el homenaje de los artistas desconocidos por su juventud (que no por su escasez de
cualidades artísticas, a juzgar por su obra) y permite recordar la importancia de materiales tan
ordinarios como la arcilla en la aparición y el desarrollo de la lengua escrita entre los seres
humanos en tiempos pretéritos anteriores al papel. Son muchas las veces en las que la calidad
de un libro no se mide por la elaboración de sus textos en clave retórica ni por su vasto número
de páginas y, sin lugar a dudas, este es uno de esos casos.
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Recensión
Chueca, de J. Nicolás Fernando y Rocío Córdoba Pérez. Madrid:
Temporae, 2014.
Endika Basáñez Barrio
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
endika.basanez@ehu.eus
Hará ya un mes que, mientras me dirigía a mi visita semanal a la Biblioteca Nacional, situada
en el centro de Madrid, en busca de bibliografía para mi tesis pude observar cómo el barrio de
Chueca así como gran parte del centro de la ciudad se vestía de diversos colores. Las travesías
del Paseo de la Castellana, la Plaza de Callao o la Gran Vía mostraban mensajes de respeto
hacia todas las formas de amar (y ser amado) y las banderolas que cuelgan de las farolas
advertían de la celebración de un gran evento en fechas próximas: el World Pride Madrid 2017
(Orgullo Mundial de Madrid, en castellano) –típicamente conocido como “el Orgullo”, solo
que, en esta ocasión, a nivel mundial-. Los autobuses portaban la bandera multicolor convertida
ya en emblema de la diversidad sexual en la cara delantera de sus grandes retrovisores; bares,
restaurantes, kioscos de prensa y tiendas de todo tipo dejaban ondear al escaso viento
capitalino la banderines del Orgullo en sus diferentes tamaños, creando así un ambiente
ciertamente festivo sobre el asfalto madrileño a medio camino entre la reivindicación sexual, la
celebración de un evento con difusión mundial que se hacía palpable entre las gentes de la
ciudad y, cómo no, el comercio más agresivo (no en vano, cada año la celebración del Orgullo
actúa como reclamo de miles de turistas atraídos por las particularidades del mismo). En efecto,
Madrid se preparaba para acoger un gran evento y los preparativos de este habían modificado la
estética de sus calles y plazas, originando un imaginario de libertad encarnado en una ciudad
abierta, moderna y cosmopolita –incluso en muchas de sus tascas más cañís, bien por
conciencia ideológica o bien por apuntarse a sacar tajada del festejo-. Fue entonces cuando me
intrigué por el proceso de conversión del céntrico barrio de Chueca en tótem de la diversidad
sexual a nivel mundial y decidí así recurrir a documentarme por mero ocio y adquisición de
conocimientos por lo que me aventuré a buscar bibliografía contemporánea sobre el barrio en
esos lugares sacros para el filólogo, como es mi caso, llamados bibliotecas. Y, tal y como si mi
destino estuviera ya escrito aquel día en aquel edificio de saber, entre las novedades de verano
expuestas en las baldas que captan la atención del ojo cual monedita de oro hallé rápidamente
un libro que despertó mi interés bajo el corto, pero explícito nombre de Chueca, escrito por una
escritora toledana licenciada en la carrera de Bellas Artes, ilustradora y, además, guía turística
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de la capital española, Rocío Córdoba, y el escritor argentino, autor de Retiro y sus barrios publicado por la misma editorial del libro aquí reseñado-, J. Nicolás Ferrando. De esta forma,
me topé con Chueca y comencé a sumergirme en el heterogéneo contenido de la publicación
que abarca casi las 200 páginas.
Cartel que promociona el World Pride Madrid 2017 en la céntrica Plaza de Callao junto con un eslogan en
favor del respeto a la diversidad sexual-afectiva. Foto del autor.
El libro, lejos de centrar su foco de atención en la cuestión del Orgullo con exclusividad como
pudiera interpretarse a priori por ser uno de los barrios gais de referencia en Europa, divide su
contenido en dos grandes cuestiones bien diferenciadas: en un primer lugar, el origen
etimológico e histórico de las calles que componen el barrio, una auténtica revisión
pertinentemente documentada desde la baja Edad Media hasta la época actual y que ocupa la
mayor parte de la obra, y ya, en el segundo, se aborda la conversión del lugar en icono del
movimiento de los derechos de las minorías sexuales –de igual modo, a través de una visión
diacrónica-. A ambos bloques temáticos les acompaña un amplio abanico de fotografías que
hacen las veces de testimonio de la reconversión de las huertas que componían el territorio
hasta la designación de los diversos nombres con los que se ha conocido el lugar hasta nuestros
días: desde el anonimato del barrio como parte de la corte, hasta uno de sus primeros
apelativos, el Barquillo, que “debe su nombre a que la Marquesa de Nieves tenía un pequeño
barco para pasear por un prolongado estanque donde se levantó posteriormente el convento de
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las Salesas Reales” (25) hasta el actual Federico Chueca, en honor al autor de zarzuelas
madrileño. De igual modo, el reportaje fotográfico que cubre las páginas del segundo bloque
temático del título repasa los años de lucha en favor de los derechos y el reconocimiento de la
diversidad sexual y género-identitaria desde la marginalidad y escasa difusión mediáticopolítica de los primeros años hasta convertirse en todo un emblema de la heterogeneidad de las
formas de todas y cada una de las formas de amar, la diversidad familiar y el logro de la
adquisición de los derechos de casarse y adoptar hijos, logrando así los mismos derechos al fin
que la población heterosexual acarrea sin necesidad de reivindicación desde su nacimiento. Los
paratextos que acompañan a la publicación merecen mención especial tanto por la polifonía de
voces que se ven incorporadas, como por la calidad de las mismas. Así, el escritor y periodista
andaluz Eduardo Mendicutti abre Chueca con unas breves líneas bajo el epígrafe “Chueca en el
corazón” en las que da cuenta del carácter de apertura y sensibilidad latente en las calles que
conforman el barrio hacia las diversas formas de ser, amar y sentir, lo que ha creado de él un
lugar de atracción cual paraíso –en sus propias palabras- para la –así conocida- comunidad
LGBTI:
Chueca, ese barrio imprescindible del centro de Madrid, tiene algo de infancia
feliz, de paraíso original, para las lesbianas, los gays, los transexuales y los
bisexuales no sólo madrileños, sino de toda España, de toda Europa, de los cinco
continentes me atrevo a decir. Porque basta con echar la vista atrás y recuperar los
días inaugurales en los que el viejo barrio, deteriorado y opaco, empezó a
transformarse en un espacio desafiante, efervescente, colorista y acogedor para el
colectivo LGTBI […] p. (11).
Las breves reflexiones de Mendicutti abren paso así al prólogo de la publicación escrito por el
político socialista hispano-venezolano y activista en favor de los derechos de las minorías
sexuales Pedro Zerolo, fallecido en 2015 y cuya lucha incesante ha sido distinguida con el
cambio de una de la designación de una de las principales plazas del barrio (Vázquez de Mella)
con el nombre del político de ascendencia canaria, aunque nacido en Caracas. Sus palabras, al
igual que las de Mendicutti, se centran en la conversión de Chueca como espacio de libertad
que ha transgredido el entorno privado desde una cierta clandestinidad para abrirse y conseguir
su propio lugar público guidado por el respeto hacia la diversidad sexual-afectiva (incluida la
heterosexual –en sus palabras-), a la vez que repasa su biografía en la que él mismo ha ido
cambiando junto con el propio barrio:
Chueca se construyó por el deseo de visibilidad de muchas personas lesbianas,
gays, transexuales, bisexuales, intersexuales y heterosexuales solidarios que
decidimos salir del armario con dignidad y hacer de Chueca nuestro hogar. En los
80 Chueca era un lugar deteriorado que no gozaba del apoyo del Ayuntamiento.
Fue l colectivo LGTBI y muchos vecinos los que, de espaldas a un Consistorio que
no nos reconocía y ni siquiera nos quería, le dieron un auge definitivo que no
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estuvo exento de dificultades y polémicas […] Madrid es parte de mi destino, una
ciudad abierta, que siento mía sin renunciar a mi condición canaria y latina. Pero
sobre todo porque en Madrid y en Chueca me construí en libertad e igualdad y
desarrollé mi vida personal y profesional […] (p. 13).
Las reflexiones de Zerolo dan así pie al primer bloque temático de la publicación, dividido en 5
subcapítulos de explícito nombre: “Calles y Plazas”; “Iglesias”; “Edificios”; “Ilustres”; y
“Mercados y Negocios”. Lo cierto es que este primer bloque aporta una gran cantidad de datos
y anécdotas, acompañadas de fotografías de diversas épocas que dan muestra de la evolución
de la estética de las calles al igual que otras formas de arte como las esculturas que se hallan
entre estas y los personajes ilustres que las han habitado haciendo de la obra un auténtico
tesoro histórico de este mediático barrio madrileño. El hecho que una de las autoras del libro,
Rocío Córdoba, sea licenciada en Historia del Arte y guía turística de la capital española es toda
una fuente de conocimiento de los entresijos históricos, peculiaridades poco conocidas para el
turista (e incluso vecinos) y leyendas surgidas en las travesías de Chueca, lo que dota al libro de
una gran riqueza cultural y artística y aumenta considerablemente el interés del lector. En
primer apartado, “Calles y Plazas” da buen detalle de la procedencia del étimo de los nombres
de, en efecto, las calles y plazas del barrio, entre las que destacan –por su relevancia entre las
demás-: las calles Gran Vía,
Barquillo, Fuencarral, Hortaleza, Gravina, Valverde, Infantas,
Clavel o Víctor Hugo y las plazas de Chueca, del Rey o Vázquez Mella (hoy, como se ha
apuntado con anterioridad, Pedro Zerolo). La descripción que los autores realizan sobre los
lugares del barrio no se centra exclusivamente en la cuestión etimológica e histórica, si bien es
uno de los mayores atractivos para el lector profesional, sino que también dedica pequeños
apartados a la ubicación de bares, restaurantes, asociaciones, librerías, mercados y otros lugares
de interés para el visitante, lo que dota a la obra de un componente próximo a las guías
turísticas (idea aún más sólida por la inclusión de pequeños callejeros y sus respectivas leyendas
en el título), solo que en una versión ampliada en cuanto a la representación de las travesías
acompañada de una cuidada edición en la que destaca notablemente la calidad y elección de
las fotografías incorporadas (desde épocas pretéritas hasta la actualidad). El resto de
subcapítulos de este primer bloque sigue la misma línea trazada ya por el primero, de forma
que los autores pasan a dar buen detalle de los templos religiosos y el arte sacro presente en el
barrio (“Iglesias”); edificios destacados por su valor cultural y/o histórico (museos –del
Romanticismo, Municipal-, antiguas fábricas reconvertidas en nuevas empresas, instituciones
docentes de difusión mundial –Instituto Cervantes- o ministerios –de Cultura-, entre otros)
recogidos en “Edificios”; personajes de diversa relevancia nacidos y/o visitantes por largos
períodos de tiempo del barrio (los pintores Julio Romero de Torres, Giacomo Amigoni y Eduardo
Rosales, el arquitecto Luis Bellido González, el cronista Mesonero Romanos o el escritor francés
Víctor Hugo) agrupados en “Ilustres”; y, por último, los mercados y negocios más destacados del
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barrio (sin limitarse exclusivamente a aquellos principalmente enfocados al público más openmind) en el capítulo homónimo.
El segundo bloque temático pasa ahora a describir con detalle el recorrido histórico que ha
vivido el barrio madrileño desde sus inicios hasta la fecha actual en cuanto a su vertiente más
reivindicativa. Las anotaciones al respecto resultan ciertamente pertinentes para la comprensión
del lugar como emblema del movimiento en pro de los derechos de las minorías sexuales tanto
en España como en el resto de Europa (y, tras la celebración del World Pride Madrid 2017,
queda claro que también del mundo). A lo largo de este segundo bloque encontramos los
orígenes de la Chueca que conocemos hoy día, abierta, sensible ante la heterogeneidad sexual
y mediática, a través de un duro proceso diacrónico (en ocasiones, incluso sórdido) ya que este
pequeño rincón limítrofe del distrito centro de Madrid ha ofrecido sus recovecos más oscuros
para dar lugar a actos que requerían de dicha oscuridad, lejos de ojos indiscretos, y ha aportado
ese ambiente de marginalidad que dio pie a encuentros furtivos y esporádicos, en ocasiones a
cambio de una recompensa, de sus inicios como el barrio gay de la capital española:
Podíamos buscar el origen casi romántico del barrio de Chueca incluso en la
época de la II República y los posteriores años oscuros de la dictadura. En aquella
“prehistoria de Chueca” eran muy concurridas las tertulias del café Gijón, del
Espejo y otros locales situados en el eje de Recoletos. A la salida de las tertulias, y
por las calles perpendiculares de Almirante y Prim, “paseaban” chicos “en
búsqueda de protección” que acompañaban a tertulianos y clientes de aquellos
cafés hacia lugares más escondidos y cercanos a lo que hoy conocemos como el
“barrio de Chueca”… […] esta realidad se daba en nuestra ciudad y que esa zona
de Madrid tenía algo que recordaba a aquellos barrios portuarios de otras grandes
capitales del mundo, mezcla de culturas, razas, profesiones, mercado y mercadillo
de todo lo imaginable y donde podía ocurrir casi cualquier cosa (buena y mala) al
amparo de la oscuridad y clandestinidad (p. 118).
Con la llegada de la transición política al estado tras la dictadura franquista, que lo mantuvo al
margen de todo contacto con el exterior y anclada a una sociedad dominada por preceptos
heteropatriarcales y dogmas judeo-cristianos en su expresión católica-romana, llegó la
explosión cultural que supuso la “movida” madrileña (aunque, para ser justos, esta parece
haberse convertido en paradigma sincrónico en detrimento de otras “movidas” como las de
Barcelona, Bilbao o Vigo –que darían lugar a hornadas de artistas como herencia cultural de la
eclosión-). De cualquier forma, es sabido que la “movida” capitalina conllevó también una
cierta libertad sexual, bien debida a la lucha contra la moral religiosa pretérita y sincrónica o
bien por un ejercicio de provocación tras años de represión homónima, lo que dio un empuje al
barrio como foco de espacio para la unión espontánea y pública de aquellos y aquellas que
tuvieron que buscar su lugar en el mundo, aunque fuera en una de las zonas más peligrosas y
ciertamente marginales del centro de Madrid:
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Pasaron muchos años y por fin llegó la libertad y enseguida, casi sin darnos cuenta,
estábamos en la década de los 80, en la “movida madrileña”…
Durante esta década de los 80, la comunidad LGTBI se fue estableciendo en el
barrio de Chueca, barrio que ya conocían muchos de ellos, pero ahora como una
explosión de libertad, color y diversidad. Todo era posible.
A través de los años, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales hicieron de este
barrio “que era una de las zonas más deprimidas de la ciudad”, no solo su lugar de
ocio, placer y
trabajo, sino que convirtieron también Chueca en su hogar,
conviviendo con otros vecinos “de toda la vida” y visitantes (pp. 119-120).
El epílogo a manos de Jesús Encinar, empresario fundador de la exitosa página web idealista y
vecino –aunque no oriundo- del barrio, cierra el libro con los recuerdos de la juventud del
mismo que vienen a hacer las veces de testimonio vital que aúna biografía e intrahistoria
unamuniana de la Chueca más reivindicativa, mutante y mediática, desde los últimos años de la
década de 1980 hasta el año de la publicación del título.
Chueca supone en su conjunto un compendio de historia de uno de los barrios con mayor
proyección mundial del centro de Madrid, desde las huertas de la baja Edad Media hasta su
conversión en emblema del movimiento en pro de la diversidad sexual actual, a la vez que
repasa dicha lucha con testimonios que despiertan gran interés por las carreras y experiencias
que se hallan tras los nombres de Pedro Zerolo, Eduardo Mendicutti o, entre sus últimas
páginas, la diputada socialista y actriz de origen canario Carla Antonelli. La lectura del libro es
especialmente recomendada tanto para los interesados en la geografía e historia de la Villa (en
este sentido, la editorial del libro, Temporae, presenta toda una colección de publicaciones por
cada distrito o barrio destacado de la ciudad: Canillas, Tetuán, Chamberí y sus barrios o
Moratalaz, de dehesa a distrito) como para aquellos atraídos por la paulatina aparición a lo
largo de los años de uno de los barrios gais europeos por excelencia. La estructura de la obra
presenta un orden claro e independiente de testimonios, estudios estéticos y etimológicos que
permite su lectura al antojo del navegante, sin ningún principio y fin, y la retórica, si bien
diversa por su gran abanico de voces integradas en el contenido del libro, es sencilla, pero
desprende un exhaustivo trabajo de recuerdo, testimonio con una apuesta ideológica intrínseca
y poesía narrativa entre sus párrafos. La inclusión de una amplia colección de fotografías del
barrio, así como las referencia a la estética del mismo, pueden, asimismo, despertar el interés de
los amantes de la Historia del Arte por su gran valor, no en vano las mismas vienen a testimoniar
per se los textos de Córdoba y Ferrando. Chueca es, sin lugar a dudas, una de esas rara avis en
su especie que, aunque de escasa difusión, su búsqueda y hallazgo bien merecen todo esfuerzo
por la cantidad de información y perspectivas que ofrece a lo largo de sus páginas.
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