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ANTOLOGIA2

INSTITUTO JEAN PIAGET MITOS MÁS POPULARES DE MEXICO INDICE PRESENTANCION… 2 JUU SEWA NAKEO… 3 EL HACENDADO Y EL GRINGO… 4 LOS XOCOYOLES… 5 EL HUAY PEK… 6 DON RAFAEL Y LOS PADRES CONSPICUOS… 7 MOIRA, EL GATO NEGRO… 8 EL CABALLERO GALANTE… 10 EL RICACHON ASUSTADO… 11 POR CULPA DE UN ATOLE… 12 POSEIDON… 13 LOS DIOSES DEL MUNDO SUBTERRANEO… 15 LOS HIJOS DE EQUIDNA… 16 TIFON… 17 LOS ALOADES… 18 LOS TELQUINES… 19 LOS CENTAUROS… 20 MEDUSA… 21 HELIO Y SU HIJO FAETONTE… 22 EL REY MIDAS Y SUS OREJAS DE BURRO… 26 DÉDALO e ÍCARIO… 27 PRESENTACION EN ESTA ANTOLOGIA HABLARE ACERCA DE LOS MITOS MAS POPULARES DE MEXICO LES RECOMIENDO LEER ESTA ANTOLOGIA PARA QUE VEAS QUE TAN IMPORTANTE Y DIVERTIDA PUEDE SER LA LECTURA PUES YA QUE LA LECTURA PUEDE LLEVATE AL PASADO O AL FUTURO DEPENDIENDO DE QUE ESTES LEYENDO ES IMPORTANTE QUE APRENDAS LAS CARACTERISTICAS DE LOS MITOS O DEPENDIENDO DE EL TIPO DE ANTOLOGIA. JUU SEWA NAKEO Hace muchos años, existió un indio yaqui llamado Báa Bachi, Maíz de Agua. Destacaba entre los demás miembros de la comunidad porque era muy fuerte y valiente. Sus hazañas producían asombro y admiración. Báa Bachi tenía una novia muy bella de nombre Chiriki. Los jóvenes se amaban con pasión, pero peleaban porque la muchacha era proclive a coquetear con otros mozos del pueblo, para provocarle celos al enamorado. Como a Chikiri le gustaba poner a prueba el amor de Báa Bachi, un cierto día que caminaban por las orillas del Río Yaqui, la mujer lanzó al agua un brazalete de oro, y le pidió al joven que fuera a rescatarlo. El indio obedeció la petición, y como nadaba muy bien no sintió temor alguno de ahogarse. Pero pasó el tiempo que ya eran horas y Báa Bachi no salió del agua. Chiriki, espantada y arrepentida de su capricho amoroso, estaba muy triste, y en su desesperación decidió acudir a un brujo para pedirle consejo. Después de escucharlo atentamente y tal como se lo había aconsejado el chamán, la joven se tiró al agua en el mismo sitio donde lo había hecho el infeliz enamorado. Al siguiente día de haberse arrojado Chriki al agua, los habitantes del pueblo vieron, asombrados y maravillosos, que el lugar en donde los dos amantes desaparecieron, había surgido una bellísima y exótica flor a la que pusieron por nombre Juu Sewa Nakeo, es decir, Flor del Amor. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/sonora/juu-sewa-nakeo.html EL HACENDADO Y EL GRINGO En el estado de Coahuila existe el casco de una hacienda que se llamaba El Chiflón. Junto a él se puede ver una barranca con cascadas. En la barranca del Chiflón, en una poza profunda, se encuentra una carreta plena de oro. Cuenta la tradición oral que Pancho Villa, el Caudillo del Norte, arrojó la carreta al cañón, porque la soldadesca federal iba tras sus pasos, en aquellos tiempos aciagos de la Revolución Mexicana de 1910. En cierta ocasión un norteamericano llegó hasta la hacienda dispuesto a filmar una película en dicho lugar. Habló con el entonces dueño, le explicó su propósito, le platicó del tema de la película, y le presentó a los actores. El dueño no estaba muy convencido de que fuera buena la idea de filmar en su hacienda, no le creyó lo que le decía, por lo que le dijo al gringuito que le dijera lo que había venido a buscar con exactitud y cuáles eran sus intenciones. El americano insistía en que iba a filmar una película histórica acerca de Pancho Villa; pero al darse cuenta de que el dueño no le creía una palabra, acabó por decirle que conocía la leyenda y que sacaría la famosa carreta con ayuda de la tecnología y el equipo de hombres que llevaba para tal efecto. Al oírle, el hacendado le preguntó que si encontraba la carteta con el oro qué le iba a tocar a él. Entonces el gringo le dijo: - ¡Cuando consiga sacar la carreta del cañón, la mitad de lo que obtenga será para usted! Y si quiere le firmo un papel para que no haya duda. Al oír estas palabras el mexicano replicó: - Si en verdad el tesoro está ahí, pos lo saco yo, y no tengo porque compartirlo, me quedo con todo. O usted cree que los norteños somos dealtiro babosos. El gringo se fue con dos palmos de narices. El dueño de la hacienda no intentó sacar nada. El tesoro de Villa sigue intacto en las profundidades del cañón, para quien quiera ir a probar suerte. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/sonora/el-hacendado-y-el-gringo.html LOS XOCOYOLES En el estado de Puebla llaman xocoyoles a los niñitos que mueren al nacer o que no han recibido el bautizo y que viven en el Cielo. Estos pequeñines salen cuando llueve y producen los truenos y los relámpagos. Con sus bellas alas suelen volar hasta los cerros y sentarse en los peñascos. Algunos xocoyoles producen la lluvia volcando cántaros de agua sobre la tierra; otros se encargan de producir el granizo que avientan como si estuvieran alimentando polluelos; a más de los que producen los rayos empleando mecates que chicotean. Acerca de ellos nos cuenta una leyenda nahua que hace mucho tiempo existió un hombre que no creía en las tradiciones de su pueblo ni en los xocoyoles. Un cierto día se fue a cortar ocotes al cerro; de repente, vio a un niñito con alas que estaba atorado en la rama de un árbol de ocote. Al verlo, el xocoyol le dijo: - ¡Dame el mecate que está en el suelo, y yo te cortaré toda la leña que pueda dar este ocote! Entonces, el hombre tomó varios palos, los unió, amarró el mecate en la punta y se lo entregó al niño alado. Cuando éste lo recibió le dijo: -Ahora vete, y regresa mañana a recoger tu leña. El hombre obedeció. En seguida que el hombre se fue el xocoyol hizo rayos y relámpagos, el árbol del ocote se rompió y se formó mucha leña. El niñito salió volando y se fue al Cielo donde se encontraban sus compañeros. Al siguiente día el hombre acudió al lugar del encuentro y vio un gran montón de leña. Buscó al xocoyol, pero no le encontró, tomó la carga y se la llevó a su casa. Desde entonces el descreído hombre cree firmemente en todas las tradiciones de su pueblo, incluidos los xocoyoles. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/puebla/los-xocoyoles.html El Huay Pek En el poblado de Ticul, Yucatán, vivía, a finales del siglo XVII, un curandero que se llamaba Juan Moo. Este brujo tenía la capacidad de transformarse en Huay Pek, el Perro Brujo. Dicho curandero se destacaba por su poderosa personalidad y se le conocía como unos de los más acertados médicos populares, a quien llamaban de Campeche y de Quintana Roo, por su extendida fama. Juan Moo era muy respetado entre la población, aun cuando las autoridades eclesiásticos no le aceptaban y lo tildaban de pagano. Quién sabe porqué no le había arrestado la Santa Inquisición. Cuando llevaba a cabo sus trabajos de magia blanca, se convertía en un grandísimo perro negro. Como los españoles eran un poco incrédulos, un día el coronel Bixente Almazán Guardiola acompañado por otros militares, decidió vigilar a Juan Moo desde una casa situada en una calle cercana al cementerio. Pasadas tres noches, vieron a un perro grande, y el coronel sacó su arma para espantarlo, pues no creyó que fuese el Huay Pek; al darse cuenta el animal, le vio con sus ojazos rojos, dio un espeluznante aullido y se lanzó sobre el hombre, quien se fue para atrás y soltó su arma, temeroso de emplearla ante tal ser demoníaco. Los demás militares se asustaron y se escondieron bajo la ventana, se persignaron y rezaron. Al día siguiente, el coronel Almazán le platicó a todo el mundo la aventura que había tenido con el temido Huay Pek, al que había visto y se había convencido de su existencia. Huay Pek sigue viviendo hasta nuestros días. En el estado de Yucatán se tiene la creencia de que existen no sólo un brujo nahual, sino muchos de ellos que afectan a las personas y a los animales con sus malas acciones. Una noticia aparecida recientemente en RadioMayabTV cuenta que en el poblado de Tzucacab los Vecinos de varias colonias de este poblado sureño debido a los rumores que circulan en el sentido de que un extraño ser grande, de color negro, recorre las calles en las noches y a su paso aúllan los perros. Debido a lo anterior, después de las 10 de la noche la gente se refugia en sus viviendas y no sale para nada, pues se dice que se trata de un "huay pek"(brujo perro), temen ser agredidos por dicho ente y afirman que cuando éste camina por las calles, los canes domésticos ladran desesperados. Algunos vecinos aseguran haberlo visto desde la ventana de sus moradas y dicen que se trata de una especie de perro grande, que en ocasiones camina parado sobre sus patas traseras e incluso, un sujeto que se arriesgó a salir y seguirlo de lejos, asegura que lo vio airar como si fuera un humano. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/yucatan/el-huay-pek.html DON RAFAEL Y LOS PADRES CONSPICUOS En la antigua Villa de Pitic, en el estado de Sonora, durante los inicios del siglo XIX, vivían cuatro Padres Conspicuos; es decir, padres ilustres y sobresalientes, que pertenecían a la Orden Franciscana. Siempre llevaban una capucha que nunca se quitaban, e iban descalzos. Los habitantes de la villa se burlaban de ellos y les llamaban los “padres mocosos”, por sus ojos siempre llorosos y sus narices irritadas. Los Padres Conspicuos caminaban en parejas por las calles rezando todo el tiempo, hasta llegar al río cercano a la villa, donde se detenían, miraban hacia los puntos cardinales, lloraban, y luego se regresaban al convento donde vivían, siempre en completo silencio. Por esa época, llegó a la Villa de Pitic don Rafael de Ruiz de Avechucho, dispuesto a contraer matrimonio con alguna criolla, pues se consideraba que eran muy honestas. Buscar novia entre las criollas se había hecho costumbres, y muchos caballeros españoles acudían a la Villa con tal propósito, pues pensaban que las españolas se habían vuelto un tanto licenciosas. Don Rafael no era muy rico, pero sí acomodado. En cuanto llegó hizo buenas migas con el Padre Prior del convento franciscano. Frecuentemente entraba a la iglesia para depositar su limosna que serviría para prestar ayuda a los indios seris y pimas de la región, que siempre se acercaban, hambrientos y enfermos, a la Villa de Pitic a solicitar caridad. Al poco tiempo de haber contraído matrimonio a don Rafael se le enfermó la criollita de una horrible epidemia que asoló por esos tiempos a la Villa. En seguida, el español acudió al convento franciscano solicitando ayuda médica, pero la enfermedad había avanzado mucho, y doña Blanca, a pesar de su fortaleza y juventud, se encontraba a punto de morir. Don Rafael, desesperado, pidió al Padre Prior que le enviara a los padres Conspicuos, con la esperanza de que la sabiduría de los religiosos encontrara algún remedio para aliviar a la desgraciada esposa. Ante la petición el Prior contestó que no existían tales padres Conspicuos, que se trataba de una leyenda inventada por el pueblo. Pero don Rafael no le creyó y, muerto de angustia, se dirigió al río buscando desesperadamente a los padres Conspicuos. Llamó, gritó, imploró y hasta maldijo a los padres; pero todo fue inútil, los Padres Conspicuos nunca aparecieron y nunca nadie les volvió a ver. Doña Blanca murió y el desdichado de don Rafael se volvió completamente loco. Fuente: http://www. mitos-mexicanos.com/sonora/don-rafael-y-los-padres-conspicuos.html MOIRA, EL GATO NEGRO En un pueblo cerca de Ensenada, Baja California, estaba una bonita casa habitada por una joven llamada Tai. La muchacha que tenía muchos gatos a los que amaba y cuidaba cariñosamente. Todos en el pueblo conocían su desmedido amor por los felinos, razón por la cual la llamaban La Muchacha de los Gatos. Una noche de luna llena, Tai oyó que llamaban a su ventana con fuertes golpes; en seguida se levantó de la cama para averiguar qué sucedía. Abrió la puerta y se encontró con un gato negro que le miraba fijamente con sus hermosos ojos amarillos y brillantes. Al ver la puerta abierta, el gato se le acercó ronroneando y frotándose en sus piernas. Tai lo acarició con cariño, lo metió a su casa y se fue a acostar de nuevo. El gato negro demostró ser el más cariñoso de todos: acercaba su hociquito a la cara de Tai, la lamía, le hacía carantoñas, la seguía adonde iba, y dormía con ella en la cama. Tai estaba encantada con el gato negro al que había puesto el nombre de Moira, Destino; sin embargo, la chica observó que los demás gatos, más de veinte, se iban yendo poco a poco. A Tai este hecho la entristeció y la desconcertó mucho, no sabía a qué obedecía el abandono de sus gatitos. Tenía miedo de que una gata siamesa llamada Garci que era su preferida, se fuera y la abandonara, así que decidió dedicarle más tiempo y cariño. Un día que regresaba de su trabajo, se dio cuenta que ya nada más le quedaban dos gatos, el negro Moira y la siamesa Garci. Tai, tomó en sus brazos a Garci y le prodigó besos y palabras dulces; al voltear a ver a Moira, se dio cuenta que el gato estaba furioso, con los ojos rojos, arqueado del lomo y con los pelos parados de punta, a la vez que maullaba amenazadoramente. Por la noche, cuando la joven le dio un poco que crema a la gata, el gato negro en el colmo del enojo, se abalanzó sobre la gatita y se puso a pelear con ella. Tai no podía separarlos y salió de la casa a buscar a su vecino Armando para que la ayudara. Al regresar vio que la gata siamesa yacía en el suelo muerta y el gato negro se limpiaba, tranquilamente, las garras. Ante tal macabra escena, Tai se puso a llorar, tomó una escoba y echó al gato negro a la calle. Durante muchas noches el gato maulló en la ventana esperando que le abrieran la puerta para entrar. Un día, lo encontró dentro de la casa; el gato se veía enorme y amenazador. Tomó la escoba y trató de sacarlo, pero no pudo, pues el gato negro saltó sobre ella, la arañó y la mordió. Tai, gritaba y trataba de zafarse del gato; entonces, Moira enredó su cola alrededor del cuello de la muchacha y apretó con fuerza hasta que la mató; en seguida saltó por la ventana y se alejó. Al ver los gatos que el asesino había huido volvieron a la casa y maullaron durante dos días seguidos. Los vecinos, ante tanto maullido, acudieron a la casa de Tai y encontraron su cadáver putrefacto. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/baja-california/moira-el-gato-negro.html EL CABALLERO GALANTE En el barrio de San Román de la ciudad de Campeche, se cuenta una terrible leyenda que se ha transmitido a través de los tiempos. Cerca de la ciudad existe un lugar conocido como la Cueva del Toro, situado en pleno campo. En ella vive un horrendo animal que tiene la forma de un toro. Desde afuera de la cueva se pueden escuchar los terribles bramidos que suelta cuando se encuentra enojado y quiere conocer mujer. En cierta ocasión Margarita García, alias La Chula, fue a visitar a una amiga suya que vivía cerca de la ciudad de Campeche en un pequeño pueblo. La distancia entre la casa de su amiga Sebastiana y la de Margarita no era mucha, se recorría fácilmente en quince minutos, pero había que agarrar campo y pasar por la temible Cueva del Toro. Margarita llegó a la casa de Sebastiana a las cinco de la tarde. Las horas se les fueron volando a las muchachas contándose sabrosos chismes y riendo a cada momento de las ocurrencias de Margarita que era dada a los chistes y a las bromas. Tan divertidas estaban que no se dieron cuenta de que el reloj marcaba el cuarto para las doce de la noche. Apurada, Margarita se despidió de su amiga y tomó camino para su hogar. A la mitad del trayecto pasó frente a la Cueva del Toro y vio cerca de ella a un joven muy hermoso que se encontraba sentado sobre una piedra. Habían sonado las doce de la noche. Al verlo la joven no sintió miedo, pues el hombre parecía todo un galante caballero. Al llegar Margarita a la altura donde se encontraba el hombre, éste se levantó y le dijo: -¡Exquisita y bella dama, permítame acompañarla en este oscuro camino! Margarita le vio y muy imprudentemente aceptó la invitación. De pronto, el caballero la tomó en sus poderosos brazos y a la fuerza la metió en la cueva. En ese momento la chica recordó que de la Cueva del Toro salía dicho animal que poseía la capacidad de convertirse en un bello galán. Pero era demasiado tarde. El Toro-caballero se la había raptado y llevado hasta lo más profundo de la cueva, en donde la poseyó sin miramientos. Los padres de Margarita al ver que no llegaba a la casa acudieron a la de Sebastiana, pero antes de llegar a ella vieron en la entrada de la Cueva el listón de seda que acostumbraba ponerse en el pelo. Entonces comprendieron. Habían llegado demasiado tarde y el Toro se había llevado para siempre a la chica, pues era sabido que las jóvenes que desaparecían nunca volvían a encontrarse. Los habitantes del barrio de Campeche acudieron a auxiliar a los padres de la desdichada Margarita, trataron de entrar a la Cueva del Toro, pero nada consiguieron, por lo que el terrible monstruo sigue haciendo de las suyas cada vez que puede. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/campeche/el-caballero-galante.html EL RICACHON ASUSTADO En la ciudad de Santa Cruz de Rosales, en el Municipio de Rosales del estado de Chihuahua, cuya población no excede los seis mil habitantes, existe una casa embrujada a la que el pueblo ha puesto el nombre de La Casa del Ahorcado. Un mito que corre de boca en boca, nos cuenta que en esta casa vivía un hombre muy rico con su esposa y sus cuatro hijas. Este señor que contaba con propiedades al por mayor que comprendían alguna que otra mina, estaba muy asustado porque temía que los revolucionarios llegaran a apropiarse de sus riquezas y de sus hijas. Tanto era su miedo que terminó ahorcándose, cobardemente, y dejando a su familia a su suerte. Después de su muerte la casa quedó abandonada con todo y los muebles tenía; dicha mansión aun existe hasta nuestros días, pues curiosamente ha sido respetada por el tiempo y por las personas. Se dice de ella que es una casa maldita, y que el que se atreve a entrar será por siempre acompañado por el ahocado que le observara desde los espejos; es decir, siempre que el transgresor se mire en un espejo, verá atrás de él el cadáver colgante del ahorcado ricachón, que se balancea de un lado para otro terrorificamente. La única forma de librarse de esta maldición es entrar hasta el patio interior de la casa en donde se encuentra el árbol donde se colgara el infortunado, agarrar la soga con las dos manos y balancearla por cinco veces. Solamente entonces la maldición cesará. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/chihuahua/el-ricachon-asustado.html POR CULPA DE UN ATOLE Cuentan que unos de los indios nahuas del Estado de Guerrero, que una viejita tenía dos hijos. Uno de ellos era muy sano y cultivaba la milpa, mientras que el otro, que estaba loco, cuida a su madre enferma. Un día el loquito le preparó un caldo de pollo a su progenitora para que se aliviara, pero cuando vio el caldo y a la gallina muerta en la olla, se asustó y pensó que su hermano lo iba a regañar. Así que decidió ir a ver al sacerdote. Puso a su mamá atrás de la puerta mientras hacía su diligencia. Cuando llegó a la iglesia le pidió al cura que fuera a confesar a la viejita porque la veía muy mal. Al llegar, el cura abrió la puerta y la pobre viejita se cayó muerta. El loquito le dijo al cura que debía enterrarla y decirle una misa porque la había matado con la caída. El cura cumplió lo pedido. Los hermanos se quedaron solos. Un día el hermano sano se fue a trabajar y le acompañó el loco. Llegaron a un cerro, y por la noche pusieron una puerta entre las ramas de un árbol para dormir. Cuando se encontraban dormidos, llegaron unos ladrones que se pusieron a cocer carne para comer, a un lado de la fogata dejaron una bolsa de dinero. En eso estaban, cuando al loco le entraron ganas de orinar; como el hermano no le dejó bajar a hacer sus necesidades porque los ladrones los oirían, el loco se orinó. Los ladrones sintieron que les caía agua encima y pensaron que estaba lloviendo. En eso, el pobre loquito tiró la puerta que les pegó a los ladrones; asustados se echaron a correr. Ambos hermanos bajaron del árbol y el hermano sano cogió el dinero, mientras que el loquito se comía la carne asada. Los hermanos agarraron camino y llegaron a una casa donde vivía una viejita. Tocaron y le pidieron permiso para pernoctar. La vieja aceptó y les ofreció una jícara de atole. A la media noche, el loco se despertó con hambre, y fue al fogón a tomar atole el que quedaba. Cuando iba a beberse el atole pensó que su hermano también tendría hambre, por lo que fue y le preguntó si quería un poco. Pero al destaparle la cobija se dio cuenta que no era su hermano sino la viejita y del susto la bañó de atole. Al sentir la mujer el atole se echó una flatulencia y se convirtió en una espantosa bruja que se levantó dispuesta a comerse a los dos hermanos. Pero ellos fueron más rápidos y salieron corriendo por la puerta. La bruja no los pudo atrapar. Del susto que se llevaron al ver a la horrible mujer que los amenazaba, el hermano sano se volvió completamente loco, mientras que el loquito se curó. Fuente: http://www.mitos-mexicanos.com/guerrero/por-culpa-de-un-atole.html POSEIDON Se representa armado con el tridente, que es el arma por excelencia de los pescadores de atún, y montado en un carro arrastrado por animales monstruosos, mitad caballos mitad serpientes. Este carro se halla rodeado de peces, delfines, animales marinos de toda clase, de nereidas, y genios diversos. Poseidón (Neptuno, en latín) es uno de los Olímpicos, hijo de Crono y Rea. Según las tradiciones, a veces se le considera el hermano mayor de Zeus, pero en otras el menor. La leyenda más antigua, que cuenta que Zeus obliga a su padre Crono a devolver los hijos que se había tragado, supone que Zeus es el menor de la progenie, del mismo modo que Crono, que destronó a su padre siendo el menor de los hijos de éste; sin embargo, a medida que se fue desarrollando en Zeus el derecho de primogenitura y de soberanía, pasó a ser el mayor. Es por eso que en las leyendas de la época clásica Poseidón es considerado generalmente el más joven que su hermano. Poseidón fue criado por los Telquines y por Cefira, hija del Océano. Cuando llegó en la edad viril, se enamoró de Halia, hermana de los Telquinos, y le dio seis hijos varones y una hija llamada Rodó (esto ocurrió en la isla de Rodas, que tomó el nombre de la hija de Poseidón). Poseidón no sólo tiene el dominio del mar, sino que también puede desatar tempestades, desquiciar las rocas de las costas con un golpe de su tridente, y hacer brotar manantiales. Desde los tiempos de la Ilíada, Poseidón tiene asignado este dominio, como Hades reina en los Infiernos, y Zeus en el Cielo y la Tierra. Sus relaciones con Zeus no son siempre amistosas. Con Hera y Atenea, tomó parte en la conjura divina que tenía por objeto encadenar a Zeus. Poseidón participó durante un año, junto con Apolo y el mortal Éaco, en la construcción de la muralla de Troya. No obstante, creó un monstruo que salía del fondo del mar y asolaba los pueblos troyanos para vengarse de Laomedonte, que le había negado el salario convenido. Aquí empezó el rencor de Poseidón hacia Troya -por eso intervino en la guerra a favor de los aqueos-. Sin embargo, cuando éstos, en el principio de la Ilíada, deciden por consejo de Néstor fortificar su campamento rodeando los barcos con un muro, Poseidón, en la asamblea de los dioses, protesta contra esta decisión, que estima susceptible de disminuir la gloria que había obtenido al construir la muralla de Troya. Durante cierto tiempo quiere permanecer al margen de la contienda, pero pronto sale en ayuda de los aqueos, que llevan la peor parte, y adopta la figura de Calcante para animar a los dos Áyax hasta que abandona la lucha por orden de Zeus. Pero cuando Aquiles está a punto de matar a Eneas, Poseidón salva a éste (vela los ojos de Aquiles con una niebla, arranca del escudo de Eneas la lanza que se había clavado en él y transporta al héroe lejos de las filas amigas). El motivo que lo mueve a salvar a un troyano es que el Destino no quiere la muerte de Eneas, quizás porque Eneas no es descendiente directo de Laomedonte. Cuando los mortales se organizaron en ciudades, cada cual tenía por costumbre acoger una divinidad para ser objeto de especial veneración. Pero ocurrían diversos conflictos entre dioses cuando dos o tres de ellos elegían la misma ciudad, que sometieron al arbitraje de sus pares o incluso al de mortales. En estos juicios, Poseidón perdió casi siempre. Así, por ejemplo, en Corinto lo venció Helio; en Egina, Zeus; en Naxos, Dionisio; en Delfos, Apolo; en Trecén, Atenea. Pero las dos disputas más conocidas fueron motivadas por Atenas y Argo. Poseidón había puesto la mirada en Atenas y había sido el primero en tomar posesión de la ciudad haciendo brotar, con su tridente, un "mar" en la cima de la Acrópolis -se trataba de un pozo de agua salada, según Pausanias-. Pronto se presentó Atenea, que plantó un olivo y luego reivindicó la sobiranía del país. Ante la disputa, el tribunal falló a favor de Atenea porque había plantado la primera el olivo en la roca de la Acrópolis. Poseidón montó en cólera e inundó la llanura de Eleusis. En lo que concierne a la ciudad de Argo, se decidió a favor de la diosa Hera, y Poseidón, preso de cólera, descargó su maldición sobre Argólide y secó todas sus fuentes. Gracias a Amimone, una de las Danaides, de quien se enamoró Poseidón, la maldición quedó sin efecto, y la Argólida recuperó sus manantiales. Posidón pasaba por haber tenido numerosos amores, todos ellos fecundos, como Zeus; pero mientras los hijos de Zeus eran héroes bienhechores, los de Poseidón, como los de Ares, eran casi siempre gigantes maléficos y violentos: con Toosa engendró al cíclope Polifemo; con Medusa, al gigante Crisaor y al caballo alado Pegaso; con Amimone, a Náuplio; con Ifimedia, a los Alóadas. Cerción, el bandido Escirón, que fue muerto por Teseo y el cazador maldito Orión fueron hijos suyos. Los hijos que tuvo de Halia cometieron toda clase de excesos y su padre tuvo que sepultarlos bajo tierra para sustraerlos al castigo. De Poseidón se originan numerosas genealogías míticas, especialmente los amores de Poseidón y Deméter, de los cuales nacieron una hija cuyo nombre estaba prohibido pronunciar, y el caballo Arión, que montaba Adrasto cuando la expedición de los Siete contra Tebas. Por otro lado, Poseidón tiene una esposa "legítima", la diosa Anfitrite, una nereida, de la que no tuvo hijos. Fuente: http://www.elolimpo.com/personaje/poseidon LOS DIOSES DEL MUNDO SUBTERRANEO Hades desconoce lo que sucede en los Elíseos y sólo excepcionalmente asciende al mundo superior. La diosa Perséfone es una de las pocas fieles a Hades, aunque prefiere la compañía de la diosa de las Brujas, Hécate, a la de él mismo. Tisífone, Alecto y Megera, las Erinias viven en el Erebo y son más viejas que cualquier dios del Olimpo. Se restringen a escuchar las quejas de los mortales. Tienen serpientes en la cabellera, cabezas de perro, cuerpos negros, alas de murciélago y ojos con sangre. llevan en sus manos armas de bronce y atormentan a sus víctimas volviéndolas locas o matándolas. Es imprudente mencionarlas por su nombre, de ahí que se las llame las Euménides, de la misma manera que a Hades se lo llama Plutón. Según Homero y Virgilio, hay tres Parcas, vestidas de blanco, a las que el Erebo engendró en la Noche; se llaman Cloto, Láquesis y Átropo. Zeus, quien pesa la vida de los hombres e informa a las Parcas de sus decisiones, puede, según se dice, cambiar de opinión e intervenir para salvar a quien desee cuando el hilo de la Vida, hilado en el huso de Cloto, y medido con la vara de Láquesis, está a punto de ser cortada con las tijeras de Átropo. Otros (Esquilo, Heródoto, Platón) sostienen que hasta el propio Zeus está sometido a las Parcas, porque no son hijas suyas, sino hijas partenogénitas de la Gran Diosa Necesidad, contra quien ni siquiera los Dioses contienden y a la que se llama “El Destino Fuerte”. LOS HIJOS DE EQUIDNA Equidna dio una terrible descendencia a Tifón, a saber: Cerbero, el Perro del Infierno con tres cabezas; la Hidra, serpiente acuática de muchas cabezas que vivía en Lerna; la Quimera, cabra que respiraba fuego con cabeza de león y cuerpo de serpiente; y Ortro, el perro de dos cabezas de Geriones, que se acostó con su propia madre y engendró con ella a la Esfinge y el León Ñemeo Cerbero (véase 31.a y 134.e), asociado por los dorios con el dios egipcio con cabeza de perro Anubis, quien conducía las almas al infierno, parece haber sido originalmente la diosa de la Muerte, Hécate, o Hécabe (véase 168.1); se la representaba como una perra porque los perros comen carne de cadáver y ladran a la luna. La Quimera era, al parecer, un símbolo del calendario del año tripartito (véase 75.2), los emblemas de cuyas estaciones eran el león, la cabra y la serpiente. Ortro (véase 132.d), que engendró a la Quimera, la Esfinge (véase 105.e), la Hidra (véase 60.h y 124.c) y el León Ñemeo (véase 123.b) con Equidna, era Sirio, la estrella-perro que iniciaba el Año Nuevo ateniense. Tenía dos cabezas, como Jano, porque el año reformado en Atenas tenía dos estaciones y no tres; el hijo de Ortro, el León, simbolizaba la primera mitad, y su hija, la Serpiente, la segunda. Cuando desapareció el emblema de la Cabra, la Quimera dio lugar a la Esfinge, con su cuerpo de león alado y su cola de serpiente. Como el Año Nuevo reformado comenzaba cuando el sol estaba en Leo y había empezado la canícula, Ortro miraba en dos direcciones: hacia adelante al Año Nuevo y hacia atrás al Viejo, como la diosa del Calendario Cardea, a la que los romanos llamaban Postvorta y Antevorta por eso. A Ortro se le llamaba «primitivo», probablemente porque iniciaba el Año Nuevo. TIFON Tifón o Tifeo era un monstruo terrorífico, resultante de una unión entre Gaya (madre tierra) y Tártaro, el más profundo e in­hóspito lugar del inframundo. Su fuerza era como la de un buey y tenía 100 cabezas de serpiente con lenguas negras y ojos de fuego que brotaban de sus hombros. Todas sus cabezas tenían sus propias voces, pro­duciendo indescriptibles sonidos. Una po­día hablar el lenguaje de los dioses, mien­tras otras podían mugir como un toro, rugir como un león, otras ladrar como una jauría de sabuesos o hacer extraños sonidos siseantes… Los ruidos eran aterradores y con ellos Tifón pretendía dominar el mundo. Cuando puso sus ojos sobre Tifón, Zeus, el dios de los dioses, hizo temblar los cimientos del Olimpo. Sus rayos y el fuego del monstruo causaron tal estrépito en la tierra, en los mares y en el cielo que incluso Hades y los titanes encerrados en el Tártaro se sentaron gritando y temblando de miedo. Zeus reunió todos sus rayos y truenos y descendió del Olimpo para golpear a Tifón y a todas y cada una de sus 100 cabezas. En llamas, el monstruo huyó y se derrumbó, causando fuegos y arrasan­do todo aquello que tocaba. Zeus expulsó a Tifón al Tártaro y allí encerró también de ahí en adelante a las fieras galernas, que podían poner en peligro a la humanidad. Ese es el origen del nombre de los tifones, en el sentido que le damos hoy día. En otra versión del mito, Zeus debió esforzarse más en eliminar a Tifón, pues en un momento de la batalla el monstruo le arrebató su hoz y le cortó los tendones, dejándolo cojo para siempre. Tifón se hizo después con los rayos y truenos de Zeus y pidió a otros monstruos que se los guardasen junto a los tendones. Después, Hermes engañó al monstruo y dotó de movilidad a Zeus de nuevo. El dios acudió al Olimpo a coger más rayos y truenos y condujo a Tifón al monte Nisa, donde fue víctima de la trampa hurdida por las Moiras (ver Moiras, Las), que le aconsejaron comer carne humana para hacerse incluso más fuerte. Pero esta comida lo debilitó seriamente. Una confrontación entre el rey de los dioses y el monstruo tuvo lugar en una montaña de Tracia, que culminó con Zeus persiguiendo a Tifón por la cos­ta sur de Italia y enterrando al monstruo bajo la isla de Sicilia, donde hasta el día de hoy el volcán en el monte Etna sigue emitiendo el aliento caliente y venenoso del monstruo. Según otra historia, tras la aparición de Tifón, los dioses huyeron despavoridos a Egipto y se ocultaron haciéndose pasar por animales. Apolo se convirtió en cuervo, Dioniso en ciervo, Artemisa en gato, Hera en vaca blanca, Afrodita en pez y Hermes en ibis. Incluso Zeus asumió una nueva forma, cambiándose a sí mismo en un carnero, motivo por el cual el dios Amón de los egipcios se identifica con Zeus y es representado con cuernos de carnero. Según el historiador Herodoto, Tifón murió en Egipto a manos de Apolo, que en Egipto se identifica con Horus, hijo del dios de la muerte y de la resurrección, Osiris. Antes de ser finalmente derrotado, Tifón fue padre de una horda de monstruos, nacidos de su unión con la serpiente Equidna. De ellos nacieron la Quimera, el dragón Ladón, la Esfinge, el berraco Cromión, el león de Nemea y el águila que comía el hígado de Prometeo. LOS ALOADES Efialtes y Oto eran hijos bastardos de Ifimedia, hija de Tríopas. Se había enamorado de Poseidón y solía agazaparse en la costa del mar para recoger las olas en sus manos y derramarlas luego en su seno; así consiguió tener un hijo. A Efialtes y Otro se los llamaba, no obstante, Alóadas porque Ifimedia se casó luego con Aloco, a quien había hecho rey de la Asopia beocia su padre Helio. Los Alóadas crecían un codo en anchura y una braza en altura cada año y cuando tenían nueve años de edad, con nueve codos de anchura y nueve brazas de altura, declararon la guerra al Olimpo. Efialtes juró por el río Estigia que ultrajaría a Hera, y Otro juró igualmente que violaría a Artemis. Después de decidir que Ares, el dios de la Guerra, debía ser su primer prisionero, fueron a Tracia, lo desarmaron, lo ataron y lo encerraron en una vasija de bronce que escondieron en la casa de su madrastra Eribea, pues Ifimedia había muerto. Luego comenzó su sitio del Olimpo; hicieron un baluarte para su ataque colocando el monte Pelión sobre el monte Ossa, y además amenazaron con arrojar montañas al mar hasta que se secase, aunque las tierras bajas quedaran inundadas por las aguas. Su confianza era inextinguible, porque les habían profetizado que ningún otro hombre ni ningún dios podría matarlos. Por consejo de Apolo, Ártemis envió a los Alóadas un mensaje: si levantaban el sitio se encontraría con ellos en la isla de Naxos y allí se sometería a los abrazos de Otro. Éste rebosaba de júbilo, pero Efialtes, que no había recibido un mensaje análogo de Hera, se puso celoso e irritado. Una pendencia cruel estalló en Naxos, adonde fueron juntos; Efialtes insistía que debían rechazarse las condiciones a menos que él, por ser el mayor de los dos, fuese el primero en gozar de Ártemis. La discusión llegaba a su culminación cuando apareció Artemis en la forma de una gama blanca, y cada Alóada tomó su jabalina dispuesto a demostrar que era el mejor tirador haciendo blanco en ella. Ártemis se lanzó entre ellos rápida como el viento, y cuando dispararon sus jabalinas se atravesaron mutuamente. Ambos perecieron y así se cumplió la profecía de que no los podrían matar ni otros hombres ni los dioses. Sus cadáveres fueron llevados de regreso para enterrarlos en Antedón, en Beocia, pero los naxos siguen rindiéndoles los honores debidos a los héroes. Se los recuerda también como fundadores de Ascra, en Beoda, y como los primeros mortales que adoraron a las Musas del Helicón. Una vez levantado el sitio del Olimpo, Hermes fue en busca de Ares y obligó a Eribea a ponerlo en libertad, y sacarlo de la vasija de bronce, medio muerto. Pero las almas de los Alóadas descendieron al Tártaro, donde fueron fuertemente atados a una columna con nudosas cuerdas de víboras vivas. Allí se hallan, espalda contra espalda, y la ninfa Estigia está posada torvamente en lo alto de la columna para recordar sus juramentos incumplidos. LOS TELQUINES Los Telquines fueron unas divinidades marinas, hijos de Ponto, antiguo dios del mar preolímpico, y de Thalassa, la diosa del mar Mediterráneo. Nacieron en Rodas y en su origen fueron nueve, todos con cuerpo de anfibio, mitad marinos, mitad terrestres, con torso de hombre sy parte inferior de pez, foca o serpiente. Sus manos eran aletas y sus pies palmeados. De sus padres habían heredado el poder sobre el mar, atraían las tormentas y tenían la facultad de hacer llover a su antojo. Se les tachaba de hechiceros y puede que fueran los primeros alquimistas de la historia, eran orfebres y trabajaban los metales. Ellos son los creadores de la hoz de Cronos y del tridente de Poseidón. Según el poeta romano Ovidio, los Telquines tenían poderes mágicos. Según él, hechizaban con su mirada, provocaban las lluvias y hacían granizar. Entre las muchas acusaciones que posteriormente recibieron se los acusó de regar la tierra con las aguas del río Éstige, el río que servía de entrada al mundo de los muertos, y de provocar con este acto las epidemias y las enfermedades. Cansado de tanto despropósito, Zeus decidió destruirlos con un diluvio, los envolvió bajo las olas y los transformó en rocas. Pero ésta es sólo una de las teorías, hay quien dice que los telquines no murieron, sino que fueron advertidos por la diosa Artemisa y se refugiaron en Beocia, Licia y Sición, donde todavía es posible encontrar a algunos de sus descendientes. LOS CENTAUROS Los centauros vivían en los bosques que rodeaban el monte Pelión en Tesalea y se les consideraba bestias sin civilizar. Siempre estuvieron en conflicto con la localidad vecina de Lapithae, ya que durante la boda de su rey Pirithous (Pirito) habían acudido para raptar a la novia y a otras mujeres. La batalla que se desencadenó acabó con la vida de muchos centauros. Los héroes Teseo y Néstor lucharon en este conflicto y este último, que vivió durante muchos años, contó diversas historias épicas sobre el evento. Quirón fue un centauro fuera de lo normal debido a su personalidad cultivada que le permitía educar a muchos dioses y héroes (ver Quirón). Heracles tuvo varios enfrentamientos muy violentos con los centauros. En cierta ocasión, cuando había sido invitado por el centauro Pholus (Folo) y se encontraba ca­zando al jabalí Erimanthische (Erimantisque), se quejó de que no le habían servido vino pese a que había una jarra llena al lado. Folo le dijo que Dioniso quería que el vino fuese servido antes a todos los centauros, que una vez destapada la jarra acudieron al olor de su aroma. Así empezó una pelea en la que Heracles mató a varios cen­tauros con sus flechas venenosas. También murió su anfitrión Folo e incluso una flecha se clavó accidentalmente en el cuerpo de Quirón, que sufrió dolores tan agudos que tuvo finalmente que renunciar a su inmortalidad. El centauro Neso fue el que llevó a cabo la venganza sobre Heracles. Después de un primer intento de violar a Dejaneira, su mujer, y recibir un flechazo mortal, el vengador diseñó un plan muy astuto. Acudió a Deianeira para susurrarle un método eficaz en caso de que Heracles perdiese interés por ella, indicándole que tomase parte de la sangre que manaba de su herida para que en el momento en el que tuviese dudas de él vertiese un poco sobre sus ropas. De esta manera nunca le podría ser infiel. Así guardó una jarra con la sangre de Neso sin que lo supiese su marido. Años después, cuando la incertidumbre y los celos se apoderaron de ella, Deianeira siguió el consejo de Neso con desastrosas consecuencias. Al ir a ponerse sus ropas cubiertas de sangre, Heracles sufrió quemaduras que le causaron una muerte extremadamente dolorosa (ver Heracles). MEDUSA Mito de la medusa dentro de la cultura Griega, Medusa era un mujer como cualquier otra, la única diferencia es que ella era más bella que cualquier otra, su ojos, su pelo hasta su forma de caminar atraían a los hombres. Un día cuando medusa caminaba cerca del mar Poseidón el rey del mar, no pudo apartar la vista de tan hermosa mujer, de inmediato quedo enamorado de tanta belleza, fue tan grande el sentimiento que a contra de la voluntad de medusa Poseidón la llevo al templo de Atenas donde la tomo a la fuerza. Atenas al ver esto, se enfureció y como no podía castigar a Poseidón decidió desquitarse con medusa. Convirtió su largo y bello cabello en serpientes y hizo que sus ojos convirtieran en piedra a todos aquellos que la miraran fijamente. Algunos han mencionado que esto es solo un mito para dar a entender a los hombres que una mujer hermosa los puede llevar a su destrucción. HELIO Y SU HIJO FAETONTE Sustentado sobre majestuosas columnas elevábase el real palacio del dios del Sol. refulgente de oro y de centelleantes rubíes: brillaba el marfil en sus cornisas, y las puertas de doble batiente eran ascuas de plata, en las que aparecían maravillosamente cinceladas las más bellas leyendas. A este palacio acudió Faetonte. el hijo de Helios, y solicitó hablar con su padre. Se detuvo, empero, a cierta distancia, pues de cerca era insoportable la luz que éste desprendía. Helios, envuelto en ropajes de púrpura, ocupaba su silla real, adornada con rutilantes esmeraldas ; a su derecha y a su izquierda estaba su séquito, de pie: el Día, el Mes, el Año, los Siglos y las Horas, la Primavera juvenil con su diadema de flores, el Verano coronado de guirnaldas de espigas, el Otoño, con el cuerno de la abundancia repleto de uvas, el gélido Invierno, de nivea cabellera. Helios, sentado en el centro, no tardó en advertir la presencia del joven, que se había quedado atónito ante tanta maravilla. —¿Cuál es el motivo de tu peregrinaje? —inquirió—. ¿Qué te trae al palacio de tu divino padre, hijo mío? Contesta Faetonte: —Padre excelso: en la Tierra se burlan de mí e insultan a mi madre Clímene. Pretenden que me ufano de ser de descendencia divina, cuando no soy sino hijo de un padre desconocido. Por eso vengo a ti, para pedirte una prenda que muestre ante el mundo entero que soy verdaderamente vastago tuyo. Así dijo. Y Helios, apartando los rayos que aureolaban su cabeza, mandóle que se acercara. Abrazóle entonces y dijo: —Tu madre Clímene ha manifestado la verdad, hijo mío, y nunca te negaré yo ante el mundo. Pero a fin de que se desvanezcan tus dudas, pídeme un don y te juro por la Estigia, la laguna del Hades, por la que juran todos los dioses, que satisfaré tu demanda, cualquiera que ella sea. Faetonte apenas dejó a su padre el tiempo de terminar: —Haz que se realice mi deseo más ardiente: ¡confíame, no sea más que un solo día, la dirección de tu alado carro solar! Pintáronse el sobresalto y el pesar en el rostro del dios. Sacudiendo tres, cuatro veces la nimbada cabeza, exclamó al fin: — ¡Oh hijo! ¡Tus palabras han vuelto temerarias las mías! ¡Ah, si pudiese retractarme de mi promesa! Me pides un don que es superior a tus fuerzas. Eres demasiado joven; eres mortal y lo que exiges es obra de inmortales. Has pedido incluso más de lo que es dado alcanzar a los demás dioses, pues, excepto yo, ninguno de ellos puede subirse al carro de llamas. La primera parte del camino a recorrer es muy empinado y no sin gran esfuerzo lo remontan, al rayar el alba, mis caballos, pese a estar frescos aún y reposados. El punto medio de la carrera está muy alto en el Cielo. Créeme, en tales alturas, a menudo yo mismo siento espanto y poco me falta para sucumbir al vértigo si miro abajo, al fondo del abismo donde se ve el mar y la tierra. En el último trecho, la pendiente es terrible y requiere una mano muy segura. La propia Tetis, la diosa del mar que me acoge en sus olas, siempre teme que me precipite en los abismos. Piensa además que el Cielo gira en constante revolución y arrastra todos los astros en dirección contraria a la mía; sólo yo no le obedezco y prosigo un rumbo distinto. ¿Cómo podrías hacerlo tú, aun suponiendo que te diese mi carro? Así, hijo mío querido, no pidas un don tan fatal y formula un deseo mejor mientras estás a tiempo. ¡Mira el temor que se pinta en mi rostro! ¡Oh, si a través de mis ojos pudieses penetrar en mi angustiado corazón de padre! Reclama el que quieras de todos los demás bienes del Cielo y la Tierra. ¡Te juro por la Estigia que será tuyo! ¿Por qué me abrazas con esta fogosidad? Pero el mozo no cejó en su petición, y el padre había pronunciado el sagrado juramento. Por consiguiente, tomando al hijo de la mano, condújole al carro del Sol, magnífica obra de Hefesto. El eje, la lanza y las llantas de las ruedas eran de oro, de plata los radios; refulgía el yugo de gemas y crisólitos. Mientras Faetonte se extasiaba ante el maravilloso trabajo, abríase en el rosado oriente la purpúrea puerta de la aurora y su vestíbulo, cuajado de rosas. Las estrellas se extinguen paulatinamente; Lucifer es el último en abandonar su puesto del Cielo, mientras se desvanecen los cuernos de la luna. Dio entonces Helios a las aladas Horas la orden de enganchar los caballos; van ellas a buscar los fogosos animales, nutridos de ambrosía, a su fastuoso establo y les ponen los soberbios arneses. Entretanto, el padre untaba el rostro de su hijo de un milagroso ungüento que le permitiría resistir la ardiente llama. Púsole en torno a la cabeza su propia aureola, aunque suspirando, y en tono de advertencia le dijo: —Hijo, no abuses del acicate, y maneja la brida con firmeza; pues los corceles bastante corren ya de por sí, y el trabajo está en detenerlos en pleno galope. La senda es oblicua y describe un vasto arco; debes evitar así el polo Sur como el Norte. Sigue siempre las huellas de mis ruedas. ¡No desciendas demasiado, podrías incendiar la Tierra; no te eleves demasiado, no fuera que prendieses fuego al Cielo! Anda, las tinieblas se alejan, empuña la brida; o… aún estás a tiempo. Recapacita, hijo mío; déjame a mí el carro; ¡deja que sea yo quien dé la luz al mundo y limítate tú a recibirla! No pareció el doncel oír las palabras de su padre. Montó de un brinco en el carro, gozoso de sujetar las riendas con sus manos, y dio las gracias a su angustiado progenitor con un gesto breve y afectuoso. Mientras, los cuatro alados corceles llenaban el aire con sus ardientes relinchos, y sus cascos inquietos golpeaban las barreras. Tetis, la abuela de Faetonte, que ignoraba el destino de su nieto, abriólas, y el mundo infinito se desplegó ante los ojos del muchacho; los caballos emprendieron la carrera cuesta arriba dispersando la niebla matinal que se acumulaba ante ellos. Pero los animales se daban perfecta cuenta de que no arrastraban la carga habitual y de que el yugo era más liviano que de costumbre; y de modo semejante a los barcos que se tambalean en el mar cuando no llevan el lastre debido, así también el carro daba tumbos en el espacio, recibía impulsos hacia arriba y rodaba locamente, cual si estuviese vacío. Al observar eso el tronco de bridones, emprendió el galope apartándose de los espacios trillados y perdiendo el humbo habitual. Faetonte empezó a tembrar; no sabía cómo dirigir las bridas, desconocía la ruta e ignoraba el modo de domeñar las bestias embravecidas. Cuando el desventurado, desde las alturas del Cielo, dirigió la mirada hacia abajo y divisó en las honduras la extensión de las tierras, palideció y las rodillas empezaron a temblarle de súbito terror. Miró hacia atrás; había ya mucho cielo a sus espaldas, pero aún más lo había por delante. En su mente midió la extensión de uno y otro. No sabiendo qué hacer, clavados los ojos en el infinito, ni soltaba las riendas, ni tampoco las mantenía tirantes. Quiso llamar a los corceles, pero ignoraba sus nombres. Contemplaba horrorizado las diversísimas constelaciones que, en caprichosas figuras, vagaban por los cielos. Entonces, presa de gélido espanto, abandonó las riendas, y los caballos, al sentirlas tocar laxas sus lomos, dejando de obedecerlas, lanzáronse de través por regiones desconocidas del espacio, tan pronto elevándose como hundiéndose en el abismo; ora chocando con las estrellas fijas, ora precipitándose, por escarpados senderos, hasta los espacios vecinos de la Tierra. Tocaban ya la primera capa de nubes, que no tardó, abrasada, en despedir vapores. Cada vez se hundía más el carro, y de improviso se encontró ante una alta cordillera. Sufría el suelo de aquel calor tórrido y se agrietaba; y al secarse bruscamente todos los jugos, comenzó a arder. La hierba de los prados se puso amarillenta y se marchitó. Más abajo inflamóse el follaje de los árboles de la selva; pronto el ardor llegó a los llanos. Quemáronse los sembrados, las llamas devoraron ciudades enteras; los países sucumbían abrasados con todos sus habitantes. Todo alrededor ardían las colinas, los bosques y las montañas. Debió de ser entonces que los moros se volvieron negros. Agotáronse los ríos o retrocedieron espantados a sus fuentes; el propio mar se encogió, y lo que poco tiempo atrás fuera océano se trocó en áridos arenales. Por todos lados veía Faetonte la Tierra encendida, y muy pronto él mismo sintió un calor intolerable; como desde el fondo de una fragua, respiraba aire ardiente y bajo sus plantas sentía la quemazón del carro. No podía ya soportar el vapor ni las cenizas que proyectaba el suelo incendiado; rodeábanle la humareda e impenetrables tinieblas. El tronco, alocado, no podía ya dominarse. Finalmente, el fuego prendió en su cabellera, él se precipitó del carro y, ardiendo, rodó arremolinado por el aire, como a veces vemos una estrella cruzar el Cielo sereno. Lejos de su patria -acogióle la amplia corriente del Erídano, en la que se sumergió su rostro humeante. Helios, el padre, que hubo de contemplar todas aquellas escenas, cubrióse la cabeza, sumido en meditativa aflicción. Entonces, dícese, transcurrió un día terrestre sin la luz del sol. Sólo resplandecía el monstruoso incendio. EL REY MIDAS Y SUS OREJAS DE BURRO Midas, rey de Frigia, era el más rico de todos los hombres del mundo, y como los que tienen mucho, su corazón quería más y más. Una vez tuvo la oportunidad de hacer un servicio a un dios, cuando en un jardín se encontró al anciano Sileno, que se había perdido de la comitiva de su patrón dioniso; se había parado aquí para dormir la borrachera. Midas amablemente rodeó al borracho errante con rosas y le obsequió con comida y bebida. Luego le envió con el dios del vino. Dioniso estaba tan agradecido que le ofreció al rey elegir cualquier recompensa que quisiera. Midas pidió al dios que le diese el don de que todo lo que tocase lo convirtiese en oro. El dios se lo concedió. Impaciente por probar su nuevo poder, Midas fue al bosque, y al tocar una ramita con el pie, ésta se convirtió en oro. Todo lo que tocaba se convertía en oro. Quiso regresar a su casa con su caballo, pero éste se convirtió en oro, incluso cuando llegó a su palacio los pilares, las puertas, se convirtieron en oro. Fatigado por su viaje, Midas pidió comida, pero justo cuando ésta tocaba sus labios se convertía en oro y por tanto no se lo podía comer. Lo mismo ocurría con la bebida. Atormentado por el hambre y la sed, se levantó de este burlón banquete, envidiando al chico más pobre de su palacio. No le reconfortaba visitar su gran tesoro, y el hecho de ver todo de oro le empezó a enfermar. Si él abrazaba a sus hijos, si golpeaba a sus esclavos, al instante sus cuerpos se convertían en estatuas de oro. Todo alrededor lucía un odioso amarillo ante sus ojos. Ante tal desesperación recurrió a Dioniso a quien suplicó que le retirase ese regalo. El dios le dijo que buscase la fuente de Pactolo y se bañase en sus puras aguas, para así deshacerse del hechizo. Cuando Midas llegó y se tiró al agua, éste se convirtió en oro. Sólo desapareció el hechizo cuando metió su cabeza bajo el agua. Este rey no fue siempre tan afortunado en su trato con los dioses. Curado de su codicia por el oro, no tenía más deseos en su mente; un día estaba vagando por los bosques verdes y se encontró a Pan luchando con Apolo. Pan presumía de su flauta contra el laúd de Apolo. Para decidir cuál de los dos instrumentos emitía la más dulce música, eligieron como árbitro a Midas, y éste, un poco duro de oído, eligió como vencedor a Pan. Entonces Apolo se enfadó con él y le castigó adornando su cabeza con orejas de burro. Desde ese día el rey se escondía de todos por tener esas orejas, y cubrió su cabeza con un turbante. La única persona que sabía lo de sus orejas era su barbero. Pero éste temiendo su ira bajó a la solitaria orilla del río y excavó un agujero y susurró en él: "Midas tiene orejas de burro", esperando que ningún hombre pudiera oírle. Pero donde hizo el agujero creció una mata de cañas, que, tan pronto como el viento las movía, murmuraban: "Midas tiene orejas de burro". DÉDALO e ÍCARIO Dédalo era el arquitecto, artesano e inventor muy hábil que vivía en Atenas. Aprendió su arte de la misma diosa Atenea. Era famoso por construir el laberinto de Creta e inventar naves que navegaban bajo el mar. Se casó con una mujer de Creta, Ariadna y tuvo dos hijos llamados Ícaro y Yápige. Su sobrino Talos era su discípulo, gozaba del don de la creación, era la clase de hijo con que Dédalo soñaba. Pero pronto resultó mas inteligente que el mismo Dédalo, porque con solo doce años de edad invento la sierra, inspirándose en la espina de los peces; sintió mucha envidia de él tras compararlo con su hijo. Una noche subieron el tejado y desde allí; divisando Atenas, veían las aves e imaginaban distintos mecanismos para volar. Ícaro se marchó cansado, y después de engañar Dédalo a Talos, lo mató empujándole desde lo alto del tejado de la Acrópolis. Al darse cuenta del gran error que había cometido, para evitar ser castigado por los atenienses ,huyeron a la isla de Creta, donde el rey Minos los recibió muy amistosamente y les encargaron muchos trabajos. El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como venganza que la reina Pasifae, su esposa, se enamorara de un toro. Fruto de este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro. Durante la estancia de Dédalo e Ícaro en Creta, el rey Minos les reveló que tenía que encerrar al Minotauro. Para encerrarlo, Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de una forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Pero Minos, para que nadie supiera como salir de él, encerró también a Dédalo y a su hijo Ícaro. Estuvieron allí encerrados durante mucho tiempo. Desesperados por salirse le ocurrió a Dédalo la idea de fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando del laberinto de Creta. Antes de salir, Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían, y se harían demasiado pesadas para poder volar. Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó. Dédalo recogió a su hijo y lo enterró en una pequeña isla que más tarde recibió el nombre de Icaria. Después de la muerte de Ícaro, Dédalo llegó a la isla de Sicilia, donde vivió hasta su muerte en la corte del rey Cócalo. 25