[go: up one dir, main page]

Academia.eduAcademia.edu
La agonía unamuniana como dialéctica de los afectos Álvaro Ledesma de la Fuente Universidad de la Rioja Resumen Este artículo explora las nociones de afectividad y agonía en la obra de Miguel de Unamuno, una filosofía que se gesta a partir de lo afectivo y que concede gran relevancia al instinto y la imaginación. Unamuno sostiene que es en el sentimiento, no en el pensamiento, donde se encuentra el punto de origen de nuestra existencia; para transmitir esta idea recurre a las etimologías y conceptualiza la lucha como agonía: una contienda íntima y personal que establece un vínculo entre dos individuos. Además, abordaremos la agonía no solo como una lucha, sino también como sentimiento vital y recurso metodológico. Estas propuestas permiten interpretar la filosofía unamuniana desde el prisma de la polémica, donde las ideas se contraponen y, al mismo tiempo, se complementan. Palabras clave: Unamuno, agonía, afectos, hermenéutica, pathos. Abstract This article explores the notions of affectivity and agony in the work of Miguel de Unamuno. His philosophy originates from the realm of the affective, giving significant importance to instinct and imagination. Unamuno asserts that it is in feeling, not in thought, where the point of origin of our existence resides. To convey this idea, he turns to etymologies and conceptualizes struggle as an agony: an intimate and personal contest that establishes a bond between two individuals. Also, we will approach agony not only as a conflict but also as a vital sentiment and a methodological resource. These propositions enable the interpretation of Unamuno’s philosophy through the lens of controversy, where ideas oppose each other and, simultaneously, complement one another. Keywords: Unamuno, agony, affections, hermeneutics, pathos. 265 El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia, sea más el sentimiento que no la razón. Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Adentrarse en el análisis de la afectividad dentro de la obra de Miguel de Unamuno puede parecer una elección insólita, pues no es este el registro más cultivado por el rector de la Universidad de Salamanca. La imagen prevalente de Unamuno, inmortalizada en las ilustraciones de la época, siempre lo retratan con gesto adusto y riguroso atuendo oscuro, como si de un predicador seglar se tratara. Buena parte de su producción tampoco disipa esa impronta: Unamuno aborda las cuestiones con gravedad y cautela, y es poco proclive a lo liviano o a la risa fácil –aunque sí al juego de palabras, a la sutil paronomasia y al circunloquio amable‒. A través de su intrincado tejido literario consigue hacernos partícipes en su congoja vital, con una escritura de intensa carga emocional que desborda en el lector. No obstante, más allá de esta dramática máscara, hoy sabemos que este pathos austero no se ajustaba a su personalidad una vez dejaba la pluma: era un padre de familia cariñoso y atento, que jugaba largas horas con sus hijos; también mantenía un talante cordial y afectuoso con sus alumnos, a los que no se limitaba únicamente a trasmitir conocimientos sino, además, una actitud vital de curiosidad intelectual y entusiasmo; por último, era un apasionado epistolómano, dicho por él mismo, y cultivaba amistades sinceras tanto en su círculo de Salamanca como con el resto de España y en Hispanoamérica1. La filosofía de Unamuno emerge de lo afectivo, se constituye como una reflexión que nace de las emociones y que concede gran importancia al instinto y la imaginación. Se trata de una hermenéutica de los afectos, una lectura en la que la relación entre los seres humanos, así como sus sentimientos, cuentan con más preeminencia que en los sistemas filosóficos canónicos de la tradición occidental. Unamuno se sitúa entre aquellos que dan lustre al componente corporal, encarnizado y humano del ser, al hombre de carne y hueso que da sentido a cualquier filosofía, hablando con sus propios términos. Cuerpo e intelecto necesitan coligarse para comprender la existencia en su complejidad, pues ninguno basta por sí mismo para aprehender la riqueza 1. Prueba de ello es su abundantísimo epistolario, que actualmente se está editando por completo al cuidado de Colette y Jean-Claude Rabaté, así como el Epistolario americano, compilado por Laureano Robles y otras referencias. 266 XVII Boletín de estudios de filosofía y cultura Manuel Mindán de lo real. Su sustento es mutuo y recíproco, y su ligazón nos guarda de caer en el dogmatismo o el cientificismo, posibilitándonos hallar una verdad propia, momentánea, frágil, y en permanente pugna agónica. Es por eso por lo que Unamuno no resuelve la disputa clásica entre razón y fe; al contrario, se sumerge en el conflicto haciendo de esta polémica una referencia habitual en sus obras. Requiere de todos los fragmentos posibles para construir el mundo, y no se permite prescindir de ninguno: Dios y ciencia; cabeza y corazón; filosofía y religión; sentimiento y pensamiento. Estas dualidades, siempre en tensión y nunca superadas, conforman una existencia agónica que cristaliza tanto en el desconsuelo y el pesimismo como en la voluntad de creer en una vida que no termine nunca. La contradicción de afirmar con la cabeza lo que niega con el corazón y viceversa es el manantial del cual brota su sistema. En un pasaje de Del sentimiento trágico de la vida indica cómo es este método paradójico y cuál es la condición para poder acompañarlo en esta interpretación: El que busque razones, lo que estrictamente llamamos tales, argumentos científicos, consideraciones técnicamente lógicas, puede renunciar a seguirme. […] Vamos a entrar, si es que queréis acompañarme, en un campo de contradicciones entre el sentimiento y el raciocinio, y teniendo que servirnos del uno y del otro. Lo que va a salir no me ha salido de la razón, sino de la vida, aunque para transmitíroslo tengo en cierto modo que racionalizarlo (unamuno, 2017: 263). Todo pensamiento que pretenda ser tomado en cuenta debería asentarse sobre el fundamento de una vida concreta, pues es esta la única manera de dotarle de sentido a la pregunta de por qué y para qué debemos vivir. Unamuno quiere dar voz a todas las facetas de la persona, no solo a las del Yo racional. Considera al ser humano como un ente enmarcado en una radical e insalvable contradicción para consigo mismo y para con los demás, una lucha que nunca llega a resolverse por completo. Así, el sentimiento, y no el pensamiento, es el hito fundacional de nuestro existir, y como tal lo refleja tanto en Del sentimiento trágico de la vida como en las nivolas. En el ensayo que daba inicio a la tradición filosófica moderna, Descartes presentaba su célebre cogito, según el cual el pensamiento es la piedra de toque de todo existir. Unamuno, que gustaba de entablar cálido diálogo con los filósofos ilustres, lo replica en Niebla, cuando su protagonista Augusto Pérez proclama, en un arrebato existencial, “amo ergo sum!” (unamuno, 2009: 141). Entre las fórmulas que Unamuno nos propone como antídoto para mitigar el peso de la existencia, destaca el amor como un remedio particularmente eficaz; la relevancia de la dimensión afectiva es tal que importa más 267 padecerlo que ser objeto del mismo; es decir, es preferible poseer la capacidad activa de amar que ser objeto del amor. El acto de amar per se confiere un significado profundo a la existencia, incluso cuando las circunstancias no devuelven ese amor de manera directa. Así se corrobora en Abel Sánchez, magistral cartografía de la envidia, como el modo más puro e intenso de pasión: “no es lo peor no ser querido, no poder ser querido, lo peor es no poder querer” (unamuno, 1995: 105). La vivencia plena se halla intrínsecamente vinculada al acto de compadecer, entendiendo que solo aquel capaz de atravesar el sufrimiento puede aspirar genuinamente al goce. Según sus palabras en Del sentimiento trágico de la vida: “amar es compadecer, y si a los cuerpos les une el goce, úneles a las almas la pena” (unamuno, 2017: 276). De esta premisa se desprende la noción de que el amor más profundo surge en el acto de compartir el dolor, enraizándose en el padecimiento común. Ambos, amor y dolor, establecen una tensa dialéctica agónica: «El amor y el dolor se engendran mutuamente, y el amor es caridad y compasión, y amor que no es caritativo y compadeciente no es tal amor. Es el amor, en fin, la desesperación resignada» (unamuno, 2017: 366-367). La profundidad del amor, según Unamuno, alcanza su máxima expresión cuando se descubre que el sufrimiento propio es también experimentado por el otro. Es a partir de esta experiencia que el amor emerge como una carga que ambos comparten. En el amor se entrelazan sufrimiento común y gozo, como reflejos de una misma realidad com-padecida y desesperada, en la que ambos protagonistas del acto (o, en puridad, antagonistas) se funden en un solo cuerpo al calor de un abrazo. Pero además de estas valoraciones, que enfatizan la matriz subjetiva e interpersonal del afecto hacia el otro, Unamuno no ignora que para amar a los demás primero hay que amarse a sí mismo, poner en práctica el amor propio entendido en el sentido más personal del término. En el tercer capítulo de Del sentimiento trágico de la vida Unamuno dedicaba estas palabras elogiosas al sentimiento etimológicamente egoísta de la querencia propia: “Eso que llamáis egoísmo es el principio de la gravedad psíquica, el postulado necesario. «¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!», se nos dijo, presuponiendo que cada cual se ame a sí mismo; y no se nos dijo: «¡Ámate!». Y, sin embargo, no sabemos amarnos” (unamuno, 2017: 154). Esta comprensión del amor propio dará paso, décadas más tarde, a una lectura que se aleja de la dulce asimilación. Es el caso del concepto de agonía, uno de los más sugerentes de la filosofía unamuniana. 268 XVII Boletín de estudios de filosofía y cultura Manuel Mindán Agonizo ergo sum En lengua española, aquella con la que filosofaba Miguel de Unamuno y en la que soñaba el Dios de Unamuno, el vocablo “agonía” sugiere un matiz derrotista y resignado, un final penoso ante el cual no cabe sino resignarse ante la inevitable extinción. Pero, como catedrático de griego que gustaba de enseñar a través de las etimologías, Unamuno recobra el sentido original de la palabra: esta proviene del latín medieval agōnia y este del griego ἀγωνία, que significa, entre otros términos, contienda, lucha, combate, angustia, ejercicio gimnástico o congoja (Cfr. corominas y pascual, 1984: 74). De esta misma raíz deriva tanto protagonista como antagonista (que va a cobrar especial relevancia en obras que plantean el conflicto de la alteridad como El Otro o Abel Sánchez). Este sentido helénico de agonía como lucha es al que se refiere Unamuno en La agonía del cristianismo: “Agonía, αγωνíα, quiere decir lucha. Agoniza el que vive luchando, luchando contra la vida misma. Y contra la muerte” (unamuno, 2008: 77). Recordemos que no hay que interpretar la noción de lucha como agresividad, ya que Unamuno siempre condenó con rotundidad la violencia física irracional y brutal; en cambio, concibe la contienda filosófica como agonía, entendida como una lucha privada e íntima que establece un vínculo singular entre dos sujetos. En cualquier caso, el significado de agonía no se extingue en la lucha, y se congratula de haber recuperado el brillo originario de la palabra, y poder otorgarle su antiguo lustre y dignidad: “Gracias a ello no se confundirá a un agonizante con un muriente o moribundo. Se puede morir sin agonía y se puede vivir, y muchos años, en ella y de ella” (unamuno, 2008: 73). Esta idea, aunque es central en la etapa del Unamuno maduro y en especial en La agonía del cristianismo, publicada en francés en 1925, tiene presencia a lo largo de su obra. Frente a la concordia abúlica que conduce a la desidia, Unamuno presta atención a la lucha, pues es este el único modo de generar las condiciones proclives para el pensamiento. Esto solo es posible mediante un continuo estado de tensión, un desafío originario y atávico que ya está presente incluso en la relación fraterna; en el cainismo originario de aquellos cuya semejanza resulta demasiado aterradora y que por ello requieren de enfrentamiento permanente. El ideal de agonía como talante polemista y eje vertebrador de la filosofía unamuniana ya se encontraba en En torno al casticismo, recopilación de artículos de principios de siglo. Al inicio del primer ensayo de la obra, «La tradición eterna», Unamuno reivindica la afirmación simultánea y combativa de los contrarios como auténtica voluntad común del ser de las cosas. Aunque aquí no aparece de forma explícita el término “agonía”, sí se aprecia la 269 constante pugna entre elementos contradictorios, específicamente en relación a la tensión entre europeístas y castizos en la crisis finisecular, manteniéndose Unamuno en una postura de tensión entre ambas posiciones. Ya en este texto encomiaba el valor de la lucha como ideal filosófico: Me conviene también prevenir a todo lector respecto a las afirmaciones cortantes y secas que aquí leerá y a las contradicciones que le parecerá hallar. Suele buscarse la verdad completa en el justo medio por el método de remoción, via remotionis, por exclusión de los extremos, que con su juego y acción mutua engendran el ritmo de la vida, y así sólo se llega a una sombra de verdad, fría y nebulosa. Es preferible, creo, seguir otro método, el de afirmación alternativa de los contradictorios; es preferible hacer resaltar la fuerza de los extremos en el alma del lector para que el medio tome en ella vida, que es resultante de lucha (unamuno, 2005: 129). Más de dos décadas después, en La agonía del cristianismo, Unamuno da cuenta de las contradicciones internas, radicales e insalvables del cristianismo, señalando cómo en los Evangelios, núcleo de la doctrina cristiana, también se encuentran los cimientos agónicos de la religión. Un ejemplo notable es la dicotomía entre la verdad y la vida, evidente en la expresión evangélica: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6); la paz y la guerra, “«¿Y la paz?», se nos dirá. Porque se puede producir otros tantos pasajes y aún más y más explícitos, en que se nos habla de paz en el Evangelio. Pero es que esa paz se da en la guerra y la guerra en la paz. Y esto es la agonía” (unamuno, 2008: 81-82). También explora las tensiones entre el cristianismo y la cristiandad, cuestionando la posibilidad de una sociedad cristiana, así como la dualidad entre el amor y el misticismo. Analiza además la contraposición entre el carácter engendrador del cristianismo y el celibato de los sacerdotes o la tensión entre la ciudad de Dios y los valores seculares. Ciriaco Morón lo suscribe en Hacia el sistema de Unamuno, donde muestra cómo la agonía unamuniana supone una exégesis de la religión que se materializa como dialéctica de los contrarios, que se oponen al mismo tiempo que se complementan (cfr. morón, 2003: 30-35). La dialéctica agónica de Unamuno emerge a partir de estos pares contradictorios: se fundamenta en ellos y es consciente de la disputa que se origina entre la lógica y la cardíaca. No trata de aportar soluciones a esta dualidad, sino que el núcleo de su reflexión se sumerge en la lucha entre ambas. Pero la agonística unamuniana no solo es un recurso temático y patético en su sentido etimológico, sino también una estrategia metodológica. Es lo que defiende Gastón Beraldi, que lee la agonía unamuniana, además de como pugna, como un modo de acción, una ética con la que leer el mundo y 270 XVII Boletín de estudios de filosofía y cultura Manuel Mindán tratar de entender su tensa contradicción orgánica. En el caso de Unamuno, este prurito se manifiesta específicamente en la lengua: la agonía como hermenéutica nos permite pensar el mundo desde las entrañas del lenguaje, en un acercamiento combativo, contrarracional y alterutral2, así como cuestionar la racionalidad científico-técnica propia de la modernidad. Sobre esta metodología agonal de la lengua señala Beraldi: Este pathos de la lengua agonista se conforma como el horizonte de sentido para la reflexión sobre el mundo y la vida y, en consecuencia, en el nombre de una filosofía: la filosofía agonista, que es reflexión sobre el sentimiento trágico de la vida, sobre el sentimiento agónico del ser concreto, sobre el sentimiento agonista de la vida y del mundo (beraldi, 2018: 492). Frente a aquellos que exhortan una conformidad disolvente, Unamuno es partidario de permanecer en un estado de contienda cordial que sea reflejo fiel de su identidad polemista. Esta idea también la apreciamos en el artículo breve «Guerra, vida y pensamiento; paz, muerte e idea», publicado por primera vez en la revista Nuevo mundo en el año 1920, donde Unamuno cifra en clave religiosa este sentido volitivo del agonismo como postura vital, una actitud en la que sitúa a la duda como genuino motor moral y resorte de la acción: El Evangelio es un divino tejido de contradicciones, como todo lo eternamente vivo, como todo lo vivo de verdad, como toda la verdad de la vida. Lo que no es contradictorio dentro de sí, es muerto. […] ―Y la palabra de Dios, ¿no es la idea? ―Más bien el pensamiento, el pensamiento histórico, contradictorio, fluido, vivo; es la corriente que va del manantial de la cumbre al mar, y no el témpano, ni menos el diamante. La idea es muerte (unamuno, 1920). La agonía es, además, un espacio de duda irresoluble, un singular combate cuerpo a cuerpo en el que no solo se miden entre sí los cuerpos sino también las almas. Se entiende esta disputa como un combate entre voluntades, una lucha en la que cada contendiente polemiza para no perder su identidad. A su vez, el sentimiento de agonía va acompañado de una avidez ontológica intensa, que no se conforma con sobrevivir en sentido vegetativo, sino que polemiza filosóficamente contra la certeza biológica de la mortali2. La alterutralidad es una actitud que define bien la postura de Unamuno: nunca fue neutral, si entendemos esto como no identificarse ni con uno ni con otro. Fue más bien alterutral, es decir, defendía simultáneamente lo uno y lo otro (Cfr. cereZo, 2016: 189). 271 dad y la finitud. De nuevo en Del sentimiento trágico de la vida: “Porque de este amor carnal y primitivo de que vengo hablando, de este amor de todo el cuerpo con sus sentidos, que es el origen animal de la sociedad humana, de este enamoramiento surge el amor espiritual y doloroso” (unamuno, 2017: 275-276). La agonía consiste en una dialéctica polemista y combativa, potencia rupturista y punta de lanza de la filosofía de la diferencia; una crítica al pensamiento dogmático y cristalizado, guardián de las verdades universales. Atendiendo a la doctrina agónica unamuniana, el conflicto es el ser mismo de las cosas, ya que la vida es, ante todo, tensa contradicción. Es el requerimiento necesario para experimentar la carne, carne doliente y receptiva tanto a la caricia como a la herida, naturaleza cutánea capaz de sentir y en especial sufrir. El padecimiento es la fórmula para descubrir la corporalidad, qué es aquello que se siente, pues como nos sugiere en Niebla: “¿Cómo sabe uno que tiene un miembro si no le duele?” (unamuno, 2009: 274). La referencia a lo corporal es insustituible aquí: según su apuesta intrahistórica es necesario entender la filosofía y la vida desde la subjetividad de cada organismo –que a su vez forma parte de un pueblo–, y no desde la sequedad de la árida teoría y los sistemas totalizantes del pensamiento. Así pues, la agonía se enraíza en la carne viva que siente y padece, un padecimiento inseparable de la condición humana, en la que el dolor y la aflicción forman parte inherente de la vida. Se pone de manifiesto, de este modo, el carácter com-pasivo de la existencia, que se fundamenta en la compartición del dolor y la congoja común. Este dolor es propio del Unamuno trágico, que sabe que es mortal pero que se resiste a ello y se piensa a sí mismo como infinito; un dolor que trasciende el malestar físico, y que se presenta como un dolor espiritual u ontológico. El hombre de carne y hueso, que se niega a asumir la pedestre limitación biológica de su carne, en su corazón clama por la vida eterna, pero la razón le recuerda que le está vedada. En última instancia esta es la agonía definitiva, el combate último contra uno mismo que experimenta el ser humano, consciente de su orfandad frente a los dioses y sabedor de su condena de ser el único animal que carga con la asunción insobornable de su propia decadencia física y postrera disolución en la nada. Pedro Cerezo, gran conocedor de la obra unamuniana, rubrica el sentimiento de agonía en clave de pasión combativa, que no se resigna a la disolución final y que polemiza con la vida desde la paradoja y el oxímoron, en una conclusión trágica que nos recuerda la pasión por ser y por existir que embriagaba al ilustre rector de Salamanca: “Agonía es, como se sabe, la pasión de una vida que está a la muerte, que está literalmente muriendo, pero aún se retiene en vida; en suma, de una vida que se esfuerza en 272 XVII Boletín de estudios de filosofía y cultura Manuel Mindán resistir el embate de la muerte” (cereZo, 2016: 61). Así, la agonía se erige no solo como un combate inevitable, sino como una pasión que impulsa al individuo a resistir tenazmente ante el inexorable avance de la mortalidad. Bibliografía beraldi, G. (2018), «Agonía: el pathos de la lengua española. Fundamento unamuniano de una ontología agonista: perspectivas ético políticas», en Patologías de la existencia: enfoques filosófico-antropológicos, Zaragoza, PUZ, pp. 487-495. cereZo, P. (2016), Miguel de Unamuno. Ecce homo: la existencia y la palabra, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca. corominas, J. y pascual, J. A. (1984), Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Tomo 1, Madrid, Gredos. ledesma, A. (2023), «Entre la verdad y la paz: la utopía alética en el pensamiento de Miguel de Unamuno», Utopías y distopías en el pensamiento iberoamericano, Madrid, Dykinson, pp. 227-231. morón, C. (2003), Hacia el sistema en Unamuno. Estudios sobre su pensamiento y creación literaria, Palencia, Cálamo. unamuno, M. (1920), «Guerra, vida y pensamiento; paz, muerte e idea», Nuevo mundo, 2 de julio. Repositorio Institucional de la Universidad de Salamanca. http://hdl.handle.net/10366/81140 (consultado el 01-122023). unamuno, M. (1995), Abel Sánchez, Madrid, Cátedra. unamuno, M. (2005), En torno al casticismo, Madrid, Cátedra. unamuno, M. (2008), La agonía del cristianismo, Madrid, Espasa Calpe. unamuno, M. (2009), Niebla, Madrid, Cátedra. unamuno, M. (2017), Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos y Tratado del amor de Dios, Madrid, Tecnos. 273