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A Carlos de Soussens

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A Carlos de Soussens


Caballero de Friburgo, de un castillo de aventuras,
cuyas águilas audaces remontaron el Ideal,
soñadoras de los nidos de las líricas futuras,
la pupila al sol abierta, coronando las alturas
en el vuelo de armonías de una musa: la orquestal.

Visionario de un ensueño que inspiró un vino divino,
melancólicas vendimias de las uvas de tu Abril...
tú también tendrás un Murger, y verá el barrio Latino
perpetuarse tu bohemia; milagroso peregrino,
compañero de prisiones en la Torre de marfil...

Que se cumpla, por tu gloria, la promesa de Darío,
al decirte de una estatua sobre firme pedestal;
que relinchen tus corceles los clarines de su brío;
que la Virgen del sudario no desole con su frío
el jardín de poesía de un eterno Floreäl.

En las misas de tu credo, más cordiales, más inquietas,
que te canten y consagren fugitivo de Verlaine;
que te nombren compasivas las Mimis y las Musetas,
y relaten conmovidos sus pintores y poetas
cuando entrabas predicando por tu azul Jerusalén...

Que tus pálidas princesas de inefables corazones,
lleven lirios de tus rimas a un olímpico País...
con las hostias fraternales de tus suaves comuniones,
que el orfebre de los triunfos en tus líricos blasones,
grabe todos tus laureles con olivo y flor de lis.

Ya serás en el recuerdo, cuando seas un pasado,
como aquel de la leyenda que tus éxtasis meció,
ya serás, para in eternum, de algún bronce perpetuado,
como guardan tus memorias infantiles, por sagrado,
aquel beso con que Hugo tu niñez acarició!