CARTA A
DIOGNETO
Cap 1, 5 y 6 de la Carta y
Comentarios
Comentario a la Carta a Diogneto en un mundo
laico
Pedro José Gómez Serrano
Profesor del Instituto Superior de Pastoral (Madrid)
INFORMACIÓN
GENERAL
• Anónimo, 158 d.C.
Esta carta se trata de un breve tratado
apologético dirigido a un tal Diogneto
que, al parecer, había preguntado
acerca de algunas cosas que le llamaban
la atención sobre las creencias y modo
de vida de los cristianos. El desconocido
autor de este tratado, compuesto
seguramente a finales del siglo II, va
respondiendo a estas cuestiones en un
tono más de exhortación espiritual y de
instrucción que de polémica o
argumentación.
CAPÍTULO I
■ Como veo, excelentísimo Diogneto, que tienes gran interés en
comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas
respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso,
sobre el Dios en quien confían, y cómo le adoran, y que no tienen
en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el
menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni
observan la superstición de los judíos, y en cuanto a la naturaleza
del afecto que se tienen los unos por los otros, y de éste nuevo
desarrollo o interés, que ha entrado en las vidas de los hombres
ahora, y no antes; te doy el parabién por este celo y pido a Dios,
que nos proporciona tanto el hablar como el oír que a mi me
conceda hablar de manera que mi discurso redunde en provecho
tuyo, y a ti el oír de modo que no tenga por qué entristecerse el
que te dirigió su palabra.
CAPÍTULO V
Porque los cristianos no se distinguen del resto de la
humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las
costumbres. Porque no residen en alguna parte en
ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni
practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni
tampoco poseen ninguna invención descubierta por la
inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son
maestros de algún dogma humano como son algunos.
Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros,
según ha dispuesto la suene de cada uno, y siguen las
costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y otros
arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su
propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es
maravillosa (paradójica), y evidentemente desmiente lo
que podría esperarse. …
CAPÍTULO V (Continuación)
… Residen en sus propios países, pero sólo como
transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas
las cosas como ciudadanos, y soportan todas las
opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les
es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como
todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se
desembarazan de su descendencia (abortos). Celebran
las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa.
Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la
carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía
es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y
sobrepasan las leyes en sus propias vidas. …
CAPÍTULO V (Continuación)
… Aman a todos los hombres, y son perseguidos por
todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les
condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de
vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se
les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su
deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son
reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son
insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son
castigados como malhechores; siendo castigados se
regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos
hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los
persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no
pueden dar la razón de su hostilidad.
CAPÍTULO VI
En una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son
los cristianos en el mundo. El alma se desparrama por
todos los miembros del cuerpo, y los cristianos por las
diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada
en el cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Así que los
cristianos tienen su morada en el mundo, y aun así no son
del mundo. El alma que es invisible es guardada en el
cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos
como parte del mundo, y, pese a ello, su religión
permanece invisible. La carne aborrece al alma y está en
guerra con ella, aunque no recibe ningún daño, porque le
es prohibido permitirse placeres; así el mundo aborrece a
los cristianos, aunque no recibe ningún daño de ellos,
porque están en contra de sus placeres. …
CAPÍTULO VI (Continuación)
El alma ama la carne, que le aborrece y (ama también) a
sus miembros; así los cristianos aman a los que les
aborrecen. El alma está aprisionada en el cuerpo, y, con
todo, es la que mantiene unido al cuerpo; así los
cristianos son guardados en el mundo como en una casa
de prisión, y, pese a todo, ellos mismos preservan el
mundo. El alma, aunque en sí inmortal, reside en un
tabernáculo mortal; así los cristianos residen en medio de
cosas perecederas, en tanto que esperan lo imperecedero
que está en los cielos. El alma, cuando es tratada
duramente en la cuestión de carnes y bebidas, es
mejorada; y lo mismo los cristianos cuando son castigados
aumentan en número cada día. Tan grande es el cargo al
que Dios los ha nombrado, y que miles es legítimo
declinar.
COMENTARIO
Resulta llamativo y plenamente actual
que el autor de A Diogneto argumente sobre el
valor del cristianismo no sólo sobre la base de
sublimes especulaciones teológicas o filosóficas
(aunque el texto tenga calidad y hondura en
este terreno) sino, sobre todo, a partir de la
vivencia real de los propios cristianos
presentada –algo idealizadamente, como era de
prever en un escrito de esta naturaleza- como
encarnación de un estilo de vida diferente y
apasionante.
COMENTARIO
Nada nuevo bajo el sol por otra parte: cuando
los discípulos de Juan fueron a preguntar a Jesús:
“¿Eres tú el que había devenir, o tenemos que
esperar a otro?”, éste no les responde con una
disquisición teórica, sino con una referencia a la
realidad transformada: “Id, y hacer saber a Juan
las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos son limpiados,
los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a
los pobres es anunciado el evangelio” (Mt 11,2-
6).
COMENTARIO
Algo parecido señalaba Tertuliano[1], otro
famoso apologeta de la segunda mitad del siglo
II, para defender al cristianismo:
“Mirad como se aman”. Lo que nos lleva a una
pregunta pastoral de primer orden: ¿dónde
puede verse hoy ese género de vida
inspirada en Jesús que sea, al mismo
tiempo, actual y alternativa, servicial y
feliz? Porque sin esas referencias reales –aunque
sean humildes y sencillas-el anuncio del
Evangelio se convierte, para nuestros
contemporáneos, en “música celestial”.
[1] TERTULIANO: Apologético 39