DOGMAS
COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL
LA INTERPRETACIÓN DE LOS
DOGMAS
(1989)
https://
www.vatican.va/roman_curia/congregations/cf
aith/cti_documents/rc_cti_1989_interpretazion
e-dogmi_sp.html
DOGMA
Dogma en sentido estricto (sentido que no se elaboró completamente hasta tiempos
recientes) es una doctrina, en la que la Iglesia proclama de tal modo una verdad revelada
de forma definitiva y obligatoria para la totalidad del pueblo cristiano, que su negación es
rechazada como herejía y estigmatizada con anatema. En el dogma en sentido estricto
concurren, por tanto, un elemento doctrinal y un elemento jurídico, incluso disciplinar.
Esta acentuación tanto doctrinal como jurídica de una sola proposición corresponde a la
índole concreta de la fe cristiana y a la decisión que implica; sin embargo, contiene
también el peligro tanto de un positivismo como de un minimalismo dogmático. Para
evitar ambos peligros, es necesaria una doble integración de los dogmas:
— Integración del conjunto de los dogmas en la totalidad de la doctrina eclesial y de la
vida eclesial. Pues «la Iglesia en su enseñanza, su vida, su culto, perpetúa y transmite a
todas las generaciones todo lo que ella es y todo lo que ella cree». Por eso los dogmas
tienen que ser interpretados en el contexto global de la vida y doctrina de la Iglesia.
— Integración de los dogmas concretos en la totalidad de todos los dogmas. Ellos son
inteligibles sólo a partir de su conexión (nexus mysteriorum) y en su estructura de
conjunto. Además hay que atender al orden o «jerarquía de las verdades» en la doctrina
católica, que se sigue de su diverso modo de conexión con el fundamento cristológico de
la fe cristiana. Aunque, sin duda, hay que mantener todas las verdades reveladas con la
misma fe divina, su importancia y su peso se diferencian según su relación al misterio de
Cristo.
Afirmaciones magisteriales sobre la
interpretación de los dogmas
El camino histórico de Nicea (325) a Constantinopla I (381), de Éfeso (431) a Calcedonia (351), a
Constantinopla II (553) y a los siguientes Concilios de la Iglesia antigua muestra que la historia de los
dogmas es un proceso de interpretación constante y viva de la tradición. El Concilio II de Nicea
sintetizó la doctrina unánime de los Padres, según la cual el Evangelio se transmite en la Parádosis de
la Iglesia católica, guiada por el Espíritu Santo.
El Concilio de Trento (1545-1563) defendió esta doctrina; advirtió del peligro de una explicación
privada de la Escritura y añadió que correspondía a la Iglesia juzgar sobre el verdadero sentido de la
Escritura y su interpretación. El Concilio Vaticano I (1869-1870) repitió la doctrina de Trento.
Reconoció además un desarrollo de los dogmas en la medida en que éste tiene lugar en el mismo
sentido y con el mismo significado («eodem sensu eademque sententia»). Así enseñó el Concilio que
en los dogmas hay que mantener permanentemente el sentido que la Iglesia haya expuesto una vez.
Por eso condenó el Concilio a todo el que se separa de ese sentido bajo la apariencia y en nombre de
un conocimiento más alto, de una interpretación supuestamente más profunda de la formulación
dogmática, o de un progreso en la ciencia. Esta irreversibilidad e irreformabilidad se pone en relación
con la infalibilidad otorgada por el Espíritu Santo a la Iglesia, especialmente al Papa en materia de fe
y costumbres. Ésta está fundada en que la Iglesia participa, en el Espíritu Santo, de la infalibilidad de
Dios («qui nec falli nec fallere potest»).
Frente a la comprensión de los dogmas, meramente simbólica y pragmática, de los modernistas, el
magisterio eclesiástico ha defendido esta doctrina[. El Papa Pío XII en la Encíclica Humani
generis (1950) advirtió, de nuevo, del peligro de un relativismo dogmático, que abandona el modo de
hablar tradicional de la Iglesia para expresar el contenido de la fe en una terminología históricamente
cambiante. De modo semejante, el Papa Pablo VI en la Encíclica Mysterium fidei (1965) exhortó a
permanecer en el modo de expresión exacto y determinado.
CONCILIO VATICANO II
El Concilio Vaticano II ha presentado la anterior doctrina de la Iglesia en un amplio contexto y en él ha
dado también relieve a la dimensión histórica del dogma. Ha enseñado que todo el pueblo de Dios
participa en el oficio profético de Cristo y que en la Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo, se da un
progreso en la inteligencia de la tradición apostólica. Dentro de la misión y responsabilidad común a
todos, el Concilio mantiene igualmente el magisterio auténtico que compete sólo a los Obispos, como
también la doctrina de la infalibilidad de la Iglesia. El Concilio, sin embargo, ve a los Obispos en
primera línea como predicadores del evangelio y ordena su ministerio como maestros al ministerio de la
predicación. Este relieve dado al carácter pastoral del magisterio condujo la atención a la distinción entre
el trasfondo inmutable de la fe, es decir, entre las verdades de la fe y su modo de expresión. Esto
significa que la doctrina de la Iglesia —sin duda, en el mismo sentido y con el mismo contenido— tiene
que ser transmitida a los hombres de un modo vivo y correspondiente a las necesidades de su tiempo.
La declaración Mysterium Ecclesiae (1973) ha vuelto sobre esta distinción, la ha delimitado contra el
equívoco de un relativismo dogmático y la ha profundizado ulteriormente. Los dogmas son ciertamente
históricos en cuanto que su sentido «en parte depende de la fuerza de expresión del lenguaje empleado
en un tiempo determinado y en circunstancias concretas». Las declaraciones posteriores mantienen y
confirman las anteriores, pero también las iluminan y —sobre todo, en diálogo con nuevas cuestiones o
errores— las hacen vivas y fructuosas en la Iglesia. Esto no significa que se pueda reducir la
infalibilidad a una permanencia fundamental en la verdad. Las fórmulas dogmáticas significan la verdad
no sólo aproximativamente, mucho menos la cambian o la deforman. Hay que mantener la verdad en
una forma determinada, para lo que es decisivo el sentido histórico de las formulaciones dogmáticas.
Recientemente el Papa Juan Pablo II en la Carta apostólica Ecclesia Dei (1988) ha confirmado, de
nuevo, este sentido de una tradición viva. Ciertamente la relación entre formulación y contenido del
dogma necesita todavía una ulterior aclaración.
Cualificaciones teológicas.
Según de la doctrina de la Iglesia hay que decir que sólo aquello, pero
también todo aquello «ha de ser creído con fe divina y católica, que
está contenido en la palabra de Dios de la Escritura o de la Tradición y
es propuesto por la Iglesia para ser creído, como divinamente
revelado, por una definición solemne o por el magisterio ordinario». A
ello pertenecen tanto verdades de fe (en sentido estricto) como
verdades morales atestiguadas en la revelación.
Verdades naturales y doctrinas morales naturales pueden pertenecer
indirectamente a la doctrina vinculante de la Iglesia, cuando están en
una conexión interna necesaria con verdades de fe. Sin embargo, el
Concilio Vaticano II distingue claramente entre doctrinas de fe y los
principios del orden moral natural, en cuanto que habla, a propósito de
las primeras, de «exponer» y «enseñar auténticamente», y, a propósito
de los últimos, de «declarar autoritativamente» y «confirmar