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Santirso Liliana El Sol Es Un Techo Altisimo Compress

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amorina torres
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CUENTOS

LILIANA SANTIRSO
EL SOL ESUN TECHO ALTÍSIMO
Cuentos del

Liliana Santirso

EL SOL ES
UN TECHO ALTÍSIMO

Tlustraciones

Myriam Holgado

Página/12
Tenía algo de barco encallado en la mirada,
Algo gris, abandonado, solo.

Algo triste también,


algo esperando...
La paloma
Era muy pequeña cuando intenté vo-
lar, y en el intento se quebró una de
mis alas.
Los nifios me regresaron al nido; y
aquí estoy desde entonces. Por ahora,
sola.
Mis hermanas partieron hace mucho
y a mi madre la llamaron otros vuelos
y otros nidos.
Las semillas que me trae María des-
pués de dejar a Elia en la ventana, son
todo mi alimento.
A la niña, María la llama Elia, pero
ella no contesta.
Elia está en silencio siempre, y siem-
pre detrás de la ventana; como lo está
esta tarde, tan cerca y tan lejos de la
luvia...
¿Sabrá Elia qué cosa es la lluvia
cuando entre los vidrios abiertos le caen
las gotas y resbalan sobre sus brazos
inmóviles?
Elia no juega con los niños. Me mira
fijo, tan fijamente desde su ventana que
parece llamarme. Y yo le hablo también
aunque no le digo nada.
—No puedo ir Elia. Aunque a ti no te
temo como a los otros niños. A veces en
el fondo de sus ojos veo una luz extraña
que me espanta porque aún cuando in-
tentan tocarme con suavidad, no pare-
cen tener dominio de sus brazos.
—Elia, me gusta esta calle cerrada; es
casi como un parque con pocas casas;
me gustan las ventanas y el ruido de
las voces. Pero de todo esto, Elia, me
gustan más, mucho más, tus ojos fijos
que nada esconden. ,
—¿Sabes, Elia? A veces creo
bién tú tienes ojos de palo
Federico
No me gusta la lluvia. No me gusta
estar solo. Mucho menos me gusta estar
con Elia... Ahí quieta, inmóvil, en la
ventana, sin hablar, sin oír, sin darse
cuenta. Una hermana así no es uma her-
mana... No es... Que sé yo...
Y afuera llueve. Y no sé con quién
jugar.
Le tiré todo el arroz a Elia con mi
cerbatana, y ni llora ni se queja.
¡Ah! Ya sé. Voy a hacer un tren con
mi linterna abajo de la escalera... Nadie
me va a acusar.
No, mejor seré astronauta y me en-
contraré con una marciana.
¿No será marciana Elia?
¿Y silameto en una caja como si fuer :
una nave espacial? No, mejor no. ‘it s
La ultima vez que la encerré me cé
tigaron. Quién sabe por qué si nadie la
quiere; contratan gente para no aten-
derla... ¿Y la pelota...?
—Elia, ¿Dónde está mi pelota? Claro
a ti no te importa que mi pelota de trapo
se esté mojando.
Me voy afuera, no sé para qué le pre-
gunto a ésta...
—¡¡Me voy con mi triciclo a jugar a
los vaqueros!! ¡¡Tú no tienes triciclo, ni
pelota, ni nada, nada de nada...!!
Elia
Gato. Ronroneas.
Tibio como mi abrigo. Gato.
Si pudiera alcanzarte gato.
El cielo está oscuro; gato, ven.
Me llamo Elia.
Ven a mi ventana.
Quiero que me digas cosas con tu
boca de gato.
Y yo me quedo quieta y no hago nada.
Como la paloma.
Nada.
Federico no se queda quieto. Pero es
caliente como el gato.
Federico no ronronea. Grita.
Pero es calentito.
¿Por qué no me abrazas Federico?
Quédate así, Federico, mirando como
cae el agua.
Te mueves tanto Federico.
No me lances arroz a las piernas. Son
piquetes.
¿Por qué, Federico?
La paloma me mira y no tiene venta-
na.
Está arriba del árbol.
La paloma se queda quieta como yo,
Federico.
Tú eres como el gato.
Pero no ronroneas.
La paloma está siempre. La paloma
y la calle.
La paloma no habla. No me llama
Elia.
La paloma no me dice tonta.
Se va a hacer noche, paloma.
Ya viene María.
Laleche caliente. El aliento de Maria.
María me peina, me acomoda y me
pone en la ventana.
María me saca de la ventana, me
peina y me acuesta.
María, ¿por qué no me hablas?
María, ¿también tú eres una paloma?
Paloma, si pudiera hablar te contaría
un cuento. Un cuento que no dijera
nada. E
O quizá te diría: Paloma, soy Elia y
me han puesto un moño rosa en el pelo
y no me gusta.
Soy Elia y veo el agua y la pelota que
se moja ahí en el patio.
Gatito, ven más cerca.
Federico, está saliendo el sol.
¿Ya llegaste, María?
¿Por qué me sacas, María?
En la calle no quiero María. Vendrán
los niños porque salió el sol, María.
Un techo altísimo que me da miedo
porque en la casa del sol no hay venta-
nas y llegan los niños y me tocan y me
gritan tonta.
No te vayas, María.
No tengo ventana aquí, paloma.
Paloma... Tengo miedo.
La historia
Tarde de otoño, un poco
después de las cuatro.

Los niños salieron a jugar después


de la lluvia. La calle despedía un vapor
suave y sólo el árbol parecía seguir llo-
viendo cuando se sacudían las gotas de
sus hojas.
Una paloma dormida era como la
única flor en la rama más baja del árbol.
De las casas salían los niños por las
puertas o saltaban por las ventanas
para correr a encontrarse en el centro
de la calle. Festejaban el sol.
En la pared de la última casa se apo-
yaba una niña pequeña vestida de blan-
co, que miraba fijamente hacia las ra-
mas del árbol. A su lado, un enorme
gato se lamía parsimoniosamente una
pata.
En el fondo del callejón un niño era
un vaquero montado sobre su triciclo.
De pronto el grupo de niños gritó:
—Miren quién está allí.
—¡¡Niña!!
—¡¡Niña!!
—Platícanos.
—Tontita, ¿cómollegaste hasta afuera?
—Esque el gatola echó de la ventana.
—Elia, ¿me regalas tu moño?
—¡Diez pesos al que se quede con el
moño de Elia!
—¡Eh! Ustedes. Dejen a mi hermana.
—¡Cállate, Federico!
Se abalanzaron sobre ella.
—¡Diez pesos al que le saque el moño!
—¡¡Les dije que no la toquen!!
—¡¡Eeehhh!! jjEeehhh!!
—¡¡No, que la van a tirar!!
—¡¡Eeehhh!! ¡¡Eeehhh!!
Cuando la niña cayó al suelo todos
corrieron.
—Yo no fui.
—Fuiste tú.
—No, yo le saqué el moño pero no la
tiré.
—i¡María!! ¡¡María!! —gritó Federico
entrando a su casa—. Los niños tiraron
a Elia, María. ¿Dónde estás?
La calle quedó vacía. Sólo la niña ten-
dida bajo el sol del otoño. Y el silencio.
Un momento despúés se escuchó un
- sonido suave. Crecía un aleteo sobre la
rama más baja del árbol.
Desde las ventanas de las casas, las
caras culpables espiaban.
El aleteo crecía, crecía.
Casi con una sola ala, una paloma
atravesó la calle con un vuelo pesado e
inexperto y fue a posarse, tambaleante,
junto a la mano de Elia.
Después todo sucedió tan rápido que
ni los niños lograron entenderlo.
Se vio llegar a la paloma junto a la
niña. Se vio a la niña levantar la cabeza.
Se vio a la paloma aletear suavemente,
y a las dos, mirarse.
En ese momento una sombra oscura
cayó sobre la paloma blanca.
Y un grito salió como desde dentro
mismo de la calle. Un grito que subió
hasta sacudir las últimas gotas de llu-
via sobre el árbol.
Un grito de dolor y miedo golpeó las
paredes de las casas.
—iNoooooooooo! —decía una voz
ronca—.
—iNoooooooooo!, —contestó el eco.
Entonces el gato soltó a la paloma y
se alejó espantado.
Y allá, en la última puerta de la calle,
María y Federico, paralizados de asom-
bro, sólo miraban a la niña que seguía
gritando con los ojos llenos de lágri-
mas:
—¡Nooo! ¡No, gato, no! —mirando
fijamente a su paloma.
PERACOS!
76 quness P6

® En esta historia hablan la palo-


ma, Federico y Elia.
Si alguno de ustedes hubiera estado en
esa calle, en esa historia ¿qué le habría
dicho a Elia? ¿Y a Federico? ¿Y a la pa-
loma? ¿Y a María? ¿Y al gato?
e Liliana Santirso escribe en Méjico.
Por eso en el cuento hay algunas dife-
rencias con nuestro lenguaje, con
nuestras palabras. ¿Pueden señalar
qué les llamó la atención?

Pueden escribir sobre estas cosas (y las que


quieran) a Liliana Santirso, Colección del Pajarito
Remendado, Ediciones Colihue, Díaz Vélez 5125,
(1405) Buenos Aires.
iMiren que los esperamos!

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