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EN POS DE LA SANTIDAD Jerry Bridges - Resumen

El documento aborda la importancia de la santidad en la vida cristiana, enfatizando que es un llamado divino y no una opción. Se discuten los obstáculos que enfrentamos en la búsqueda de la santidad, la necesidad de la disciplina personal, y cómo la santidad se relaciona con la obediencia y la fe. Además, se destaca que la santidad implica un cambio de mentalidad y hábitos, y que es esencial para tener comunión con Dios.
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EN POS DE LA SANTIDAD Jerry Bridges - Resumen

El documento aborda la importancia de la santidad en la vida cristiana, enfatizando que es un llamado divino y no una opción. Se discuten los obstáculos que enfrentamos en la búsqueda de la santidad, la necesidad de la disciplina personal, y cómo la santidad se relaciona con la obediencia y la fe. Además, se destaca que la santidad implica un cambio de mentalidad y hábitos, y que es esencial para tener comunión con Dios.
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EN POS DE LA SANTIDAD – JERRY BRIDGES

(RESUMEN)

1. La Santidad es Para Ti

“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro 6.14)

A menudo luchamos por buscar la santidad, pero a menudo somos acosados por aquellos “pecados
persistentes” que nos impiden vivir una vida de santidad. La santidad es un concepto bíblico, ya que
es mencionado más de 600 veces en la Biblia y detallado en Levítico.

La idea de cómo llegar a ser santos ha variado debido a concepciones falsas, como la serie de
prohibiciones que se hacen cuando uno se vuelve a Dios (fumar, beber, bailar, etc.) o la forma de
cuidar la apariencia (vestimenta, cabellera, etc.) e incluso para otros resulta ser algo inalcanzable; sin
embargo, ser santos significa ser moralmente intachables, ya que el término santo significa
“separado, apartado” para Dios y la conducta que corresponde al que de este modo está apartado.

Existen 3 problemas que enfrentamos en la búsqueda de la santidad:

o Nuestra actitud hacia el pecado se centra en nosotros mismos más bien que en Dios.
o Entendemos mal la frase “vivir por fe” suponiendo que nosotros no tenemos que hacer ningún
esfuerzo.
o No tomamos en serio algunas clases de pecados, debido a que hemos clasificado a los
mismos en aceptable e inaceptables.

2. La Santidad de Dios

“Como aquel que os llamó es Santo; sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito
está: Sed santos, porque Yo soy Santo (I Pe 1.15-16)”

Uno de los atributos de Dios es la santidad, Dios es perfectamente santo y nos ha llamado a ser
santos como Él es santo y Él obra en conformidad con su propio carácter divino. La perfecta santidad
de Dios nos permite vivir con la seguridad de que Él siempre ha de obrar con justicia, por lo que no
podemos pensar que somos tentados por Dios cuando nos encontramos ante una situación difícil.

Una de las formas en que hemos de alabar a Dios es reconociendo su santidad, pues sus mismos
serafines exclaman “Santo, Santo, Santo”. Pero Dios nos pide más que un simple reconocimiento, nos
dice que seamos santos como Él es santo, ya que no podría ignorar, mucho menos aprobar ninguna
acción mala. Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador; de manera que, cada vez que pecamos
hacemos algo que Dios aborrece. Por tanto, tenemos que cultivar en nuestros corazones ese mismo
aborrecimiento hacia el pecado que tiene Dios.

3. La Santidad no es una Opción

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor! (He 12.14)”

La obra de Cristo a nuestro favor se muestra a través de 2 clases de obediencia: activa y pasiva. La
obediencia activa fue la vida sin pecado que vivió Cristo en la tierra, con obediencia y santidad
perfectas; la obediencia pasiva se refiere a su muerte en la cruz, en que pagó por nuestros pecados.
De modo que nuestra santidad delante de Dios depende de la obra de Cristo en la cruz, pero nuestra
parte es procurar buscar la santidad, ya que nuestra salvación es una salvación para ser santos.

La salvación genuina nos hace desear ser santos, pues el sentido de la salvación es que seamos
santos y sin mancha delante de Él. Por lo tanto, la santidad no es una condición necesaria para
salvación, sino que es parte de ella, y es indispensable para tener comunión con Dios. En síntesis, la
santidad es necesaria para: nuestro propio bienestar, el efectivo servicio para Dios y contar con la
seguridad de la salvación.

4. La Santidad de Cristo

“Al que no conoció pecado por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de
Dios en él (2 Co 5.21)”

Cuando Jesús estuvo en la tierra vivió una vida perfectamente santa: fue sin pecado, no hizo pecado y
no conoció pecado; fue un hombre justo que siempre buscaba hacer la voluntad de su Padre. La
santidad no es sólo realizar actos, sino con motivos santos, en la búsqueda de agradar a Dios con
“todo” lo que uno hace. Por esta razón, la santidad de Dios hace que nosotros veamos cuán
pecadores somos y es algo de lo que el diablo se aprovecha, pero lo importante es recordar que por la
justicia de Cristo podemos anhelar la santidad que a Él le agrada.

Pablo nos insta a ser imitadores de Dios; la vida de Jesús, santa y sin pecado, tiene como fin
servirnos de ejemplo, pues Él siempre hacía lo que le agradaba al Padre. La santidad consiste en
pensar como piensa Dios y en desear lo que desea Dios.

5. Cambio de Reinos

“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea
destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
(Ro 6.6-7)”

Muchas personas creen que ser santos es algo imposible de alcanzar; por lo general procuramos
buscar la santidad apoyándonos en nuestra propia voluntad o sólo en la fe; entonces, surge la
pregunta: En qué medida tengo que depender de Dios y en cuál soy responsable?.

La Biblia nos enseña que el pecado no debe reinar en nosotros, por lo que a nosotros nos toca
procurar esforzadamente que el pecado no nos domine. Nosotros hemos muerto al pecado, por lo que
no debemos vivir en él; el que hayamos muerto al pecado es resultado de nuestra unión con Cristo.
Satanás ha sido derrotado, por lo que el reino del pecado ha sido derrotado, sin embargo la naturaleza
pecadora del hombre recurre a una batalla interna a fin de arrastrarnos al pecado, es por eso que
Pablo nos exhorta a estar siempre en guardia para impedir que el pecado reine en nosotros. Por eso
cuando pecamos siendo creyentes, lo hacemos con libertad de elección; pecamos porque elegimos
hacerlo.

6. La Lucha por la Santidad

“Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí (Ro 7.21)”

Aunque hemos sido liberados del pecado con la muerte de Cristo, el pecado lucha por volver a
dominarnos; el creyente lucha con el pecado que Dios le permite descubrir en su vida. Para batallar
con éxito tenemos que tomar en cuenta los siguientes aspectos:

El asiento de nuestro pecado que mora en nosotros es el corazón; el corazón implica nuestra razón,
sentimientos y voluntad. Otra trampa es la de hacernos perder de vista las cosas realmente
importantes de nuestra vida; el pecado que mora en nosotros opera a través de los deseos y
tentaciones, por lo que debemos asegurarnos que los deseos se encaminen a dar gloria a Dios en
lugar de satisfacer la lujuria del cuerpo. Por último, el pecado que mora en nosotros tiende a engañar
nuestro entendimiento; es un engaño que se realiza de manera gradual.

Jamás debemos pensar que la lucha contra el pecado ha cesado, ya que es una batalla constante en
búsqueda de la santidad.
7. Auxilio para la Batalla Cotidiana

“Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro (Ro 6.11)”

Así como Dios permite que luchemos diariamente con el pecado que mora en nosotros al mismo
tiempo no nos abandona, sino que nos libera de este dominio y nos coloca bajo el dominio de Cristo.
La santidad consiste, no en una serie de cosas que debemos o no hacer, sino en la conformación con
el carácter de Dios y la obediencia a su voluntad; por tanto, estamos vivos para con Dios.

El estar vivo para con Dios nos permite ser fortalecidos con su poder y tener su Espíritu Santo para
que more en nosotros y poder vivir una vida santa. El Espíritu Santo primero nos fortalece para la
santidad, haciéndonos ver la necesidad de esa santidad. Andar o vivir en el Espíritu es vivir tanto en
obediencia al Espíritu Santo, como en dependencia de Él, por lo que existe un equilibrio entre nuestra
voluntad y nuestra fe. Nuestra dependencia al Espíritu Santo se expresa a través de la aceptación
humilde y consecuente de las Escrituras y a través de la oración pidiendo santidad.

8. Obedecer más bien que Triunfar

“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis
(Ro 8.13)”

Es nuestra responsabilidad hacer morir las obras de la carne, debemos despojarnos del pecado y
correr con paciencia la carrera hacia la santidad, debemos ser diligentes, es decir decidir algo que
vamos a hacer; si pecamos, es porque decidimos hacerlo, no porque nos falte la capacidad para
decirle “no” a la tentación. En lugar de hablar de “victorias y derrotas”, debemos hablar de “obediencia
y desobediencia”.

9. Hacer Morir el Pecado

“Hacer morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y
avaricia, que es idolatría (Col 3.5)”

Hacer morir el pecado significa destruir su fuerza, vitalidad o funcionamiento, es dominarlo para evitar
que reine en nuestro cuerpo. Para ocuparnos de esta tarea tenemos que tener convicción y
compromiso; estar convencidos de la importancia de la santidad para Dios (sin la santidad nadie verá
al Señor) y estar dispuestos a rechazar cualquier manifestación del pecado.

Para remodelar nuestra mente y renovar nuestros valores debemos recurrir a la Palabra de Dios, de
tal manera que ejerza una influencia dominante, por lo que es muy útil el aprendizaje de memoria de
citas determinadas de la escritura que nos ayuden a vivir una vida de santidad. Cuando se presentan
circunstancias que no están específicamente explicadas en la Palabra de Dios, lo que debemos hacer
es formularnos 4 preguntas:

o ¿Es útil físicamente, espiritualmente y mentalmente? (I Co 6.12)


o ¿Me somete a su poder, me domina? (I Co 6.12)
o ¿Hiere a otros? (I Co 8.13)
o ¿Glorifica a Dios? (I Co 10.31)

No siempre la actividad misma es lo que determina si algo es o no pecaminoso, sino nuestra manera
de responder a ella. Existen actividades neutras, como el deporte, que en sí mismas no llevan pecado,
pero dependiendo cómo está nuestro corazón frente a esta práctica lo que la hace pecaminosa. Por
tanto, el autor estable 3 principios como guía: Primero, no debemos juzgar a quienes tienen
convicciones diferentes a las nuestras; segundo, nuestras convicciones tienen q estar formuladas para
obedecer a Dios; tercero, debemos mantenernos firmes a esas convicciones. Si aprendemos a
rechazar la tentación podemos hacer morir las obras de la carne; lo que implica un proceso lento y
difícil, en que vamos a experimentar fracasos.

10. El Lugar de la Disciplina Personal

“Desecha las fábulas profanas y de viejas, ejercítate para la piedad (I Tim 4.7)”

La forma de llegar a la santidad o la piedad es a través de la disciplina cristiana (I Co 9.24-27). La


disciplina es una preparación estructurada para moldear, corregir y perfeccionar las facultades
mentales y el carácter moral; esto es posible con la ayuda de la Palabra de Dios y la fortaleza del
Espíritu Santo. Necesitamos contar con un tiempo dedicado a la lectura y estudio de la Palabra,
método que generalmente presenta 4 categorías: oir (prédicas), leer, estudiar y aprender de memoria.

Para completar estas categorías es importante meditar en la Palabra de Dios; el objetivo de la


meditación es el de la aplicación, el cual nos lleva a cambiar nuestro estilo de vida. Podemos meditar
preguntándonos: qué nos enseña el pasaje acerca de la voluntad de Dios para una vida santa, cómo
se compara nuestra vida (en qué fallo) y qué acciones debo tomar a fin de obedecer a su Palabra.
Para esto es importante que seamos perseverantes, no desanimarnos en el proceso.

11. La Santidad del Cuerpo

“Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no siendo que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga
a ser eliminado (I Co 9.27)”

La verdadera santidad incluye el control sobre nuestro cuerpo físico y nuestros apetitos; somos templo
del Espíritu y hemos de glorificar a Dios con él. Cuando el cuerpo recibe atención excesiva y se le da
rienda suelta a los instintos y pasiones, tiende a dominar nuestros pensamientos y acciones; es por
eso que debemos ocuparnos de nuestro cuerpo y reducir las posibilidades de tentación para debilitar
nuestros malos deseos.

Es importante conocer cómo es que nuestros deseos pecaminosos se despiertan en nosotros, y así
poder considerar por anticipado evitarlos; Dios quiere que asumamos la responsabilidad de
controlarlos, pero no en nuestras fuerzas, sino proponernos lograrlo y someternos a la dependencia
del Espíritu Santo, para que él pueda obrar en nosotros.

12. La Santidad del Espíritu

“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de
espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Co 7.1)”

Nuestros pensamientos son tan importantes para Dios como nuestras acciones. Así como tenemos
que aprender a someter los apetitos corporales, de igual manera debemos hacerlo con nuestros
pensamientos; la Biblia dice que nuestros pensamientos determinan nuestro carácter. Por tanto, la
santidad comienza en la mente y se extiende a las acciones. Nuestros pensamientos pueden ser
influidos a través de la música que escuchamos, y los mensajes que nos da; también a través de lo
que ven nuestros ojos, por eso no solo debemos cuidarnos de lo que vemos sino también de cómo
vestimos, de manera de no ser tropiezo para otros.

También debemos tomar en cuenta aspectos de nuestra vida interior como la envidia, el orgullo, la
amargura, el rencor y el espíritu crítico que corrompen nuestro espíritu y nos impiden ser santos
delante de Dios.

13. La Santidad y la Voluntad

“Porque Dios es el que produce en vosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Fil 2.13)”
Existe una interrelación entre la mente, las emociones y la voluntad, si bien la voluntad es la que
determina las elecciones, al mismo tiempo está influenciada por fuerzas externas a través de la mente
y las emociones. Por lo tanto, debemos cuidar lo que entra a la mente y lo que influye en nuestras
emociones, aspecto que se puede lograr con guardar la Palabra de Dios. Debemos motivarnos para
influir en nuestra voluntad y buscar la santidad de Dios, ya que si nosotros hacemos nuestra parte, el
Espíritu Santo podrá obrar en la parte que le corresponde.

14. Hábitos de Santidad

“Así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora
para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia (Ro 6.19)”

Nuestros hábitos influyen en nuestra voluntad. El pecado hace que nosotros nos sintamos más
inclinados a pecar, cuanto más pecamos estamos creando y reforzando el hábito de pecar. Por esta
razón debemos capacitarnos para la piedad, de los cuales el autor presenta estos principios prácticos:
La repetición frecuente (cuantas más veces le decimos no al pecado, estaremos menos inclinados a
hacerlo), no permitir jamás las excepciones (es reforzar hábitos viejos), ser diligentes es todos los
aspectos para asegurar el éxito de uno de ellos (ser débiles en unos aspectos nos hace débiles en los
otros), y, por último, no desanimarnos ante los fracasos. La lucha por la santidad tiene que ser librada
en dos frentes: el externo y el interno.

15. La Santidad y la Fe

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin
saber a dónde iba (He 11.8)”

La santidad implica obedecer a la voluntad de Dios en todo lo que él quiera, nadie puede pretender
buscar la santidad si no está dispuesto a obedecer a Dios. Esta obediencia a la voluntad de Dios es a
veces un paso de fe; en el libro de Hebreos se utiliza obediencia y fe de un modo intercambiable; por
tanto, la fe no sólo es necesaria para la salvación, sino para agradar a Dios.

Es importante estar convencidos de la necesidad de obedecer la voluntad revelada de Dios y tener la


confianza necesaria en las promesas divinas, a fin de perseverar en esta difícil búsqueda de santidad.
Por tanto, la fe y la santidad están vinculadas: sin fe es imposible agradar a Dios.

16. La Santidad en un Mundo Impío

“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal (Juan 17.15)”

Todos los creyentes estamos obligados a vivir en el mundo, por lo que debemos estar preparados
para luchar contra los asaltos que vendrán a nuestra mente y corazón para poder mantener nuestra
santidad personal. Debemos resolver vivir orientados por las convicciones que Dios nos ha dado en su
palabra, y no acomodarnos o moldearnos a este mundo y sus placeres; en este sentido, debemos
identificarnos con Cristo abiertamente dondequiera que nos encontremos.

Algo muy útil es aprender versículos clave de memoria y meditar en ellos cuando enfrentemos
circunstancias contrarias a la voluntad de Dios. Dios nos ha llamado a ser sal del mundo, lo que
implica que debemos constituir la fuerza, el poder preservador que impida la descomposición de este
mundo pecador; el creyente que testifica y se preocupa de su prójimo no puede ser corrompido por la
inmoralidad de esa persona. Entonces, no debemos fijarnos en su comportamiento, sino en la
necesidad que tiene la persona de ser salva.

17. El Gozo que Produce la Santidad

“Porque el reino de Dios no es comida ni bebida; sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro 14.17)”
Sólo las personas que andan en santidad pueden experimentar el gozo divino. El gozo es el resultado
de una vida de obediencia; la santidad produce gozo porque se produce la comunión con Dios y
porque da gozo obedecer a Dios. Uno de los talentos que Dios nos ha dado es la posibilidad de andar
en santidad; por tanto, el gozo es el resultado de un vida santa y es más hermoso que el placer
pasajero del pecado, el cual debemos abandonar, no sólo porque nos puede vencer sino porque
entristece a Dios.

Dios nos ha provisto todo lo que necesitamos para vivir una vida santa, por lo que la elección es
nuestra; si queremos tener santidad también debemos adoptar una actitud semejante. El privilegio de
ser santos es nuestro, así como también la responsabilidad de serlo; si tomamos la decisión de ser
santos, alcanzaremos el gozo prometido por Dios.

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