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La Moralidad (Resumen Propio)

La moralidad se define como la capacidad del hombre para actuar en función del bien, y se divide en moral descriptiva, que describe actos morales sin ofrecer normas, y moral normativa, que establece normas para guiar el comportamiento hacia el bien. La conciencia moral permite discernir entre lo bueno y lo malo, y su desarrollo puede ser influenciado por factores internos y externos. La responsabilidad moral surge de la conciencia del bien y la libertad de elección, lo que implica que el individuo debe actuar conforme a su conocimiento y convicciones sobre la moralidad.

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La Moralidad (Resumen Propio)

La moralidad se define como la capacidad del hombre para actuar en función del bien, y se divide en moral descriptiva, que describe actos morales sin ofrecer normas, y moral normativa, que establece normas para guiar el comportamiento hacia el bien. La conciencia moral permite discernir entre lo bueno y lo malo, y su desarrollo puede ser influenciado por factores internos y externos. La responsabilidad moral surge de la conciencia del bien y la libertad de elección, lo que implica que el individuo debe actuar conforme a su conocimiento y convicciones sobre la moralidad.

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La Moralidad

Lograr definir exactamente al hombre seria poder conocer de una vez por todas el sentido de su existencia saber lo que
le es verdaderamente prioritario, lo que realmente necesita y por ende, qué es aquello que pudiera hacerlo feliz, anhelo
de todo ser humano; en una palabra entender al hombre es entender su naturaleza moral.

La Moralidad es el carácter del hombre en tanto que es capaz de actuar en correspondencia con el bien y establecer
juicios en función de este valor moral.

La moralidad es un hecho, por lo tanto, puede ser descrito, explicado, y se habla de moral descriptiva y normativa.

- Moral Descriptiva: como su nombre lo indica, es una reseña del acto moral, puntualiza cada uno de sus
aspectos, pormenorizando el hecho. No ofrece normas mediante las cuales las acciones humanas puedan ser
consideradas buenas.

Aristóteles en la antigüedad y el positivismo de nuestro tiempo son claros ejemplos de la moral descriptiva; el
positivismo acepta del hecho moral sólo lo observable y lo que pueda ser experimentado por los sentidos, todo lo que
no se ciña a este patrón, será descartado por no ser sujeto de conocimiento, llamado por esto positivo.

- Moral Normativa: aquella que le da una significación moral al hecho, por lo cual le es imposible desligar el
hecho de la norma moral, que es la que lo orienta hacia su fin: el bien. Así, por ejemplo, una vida moralmente
buena lo es porque es vivida de una (x) manera: la que está de acuerdo con la norma moral.

La moral normativa propone normas para el actuar humano, estas normas puede ser:

 Categóricas: corresponden a un bien absoluto, a este absoluto puede llamársele verdad, verdad absoluta,
universal u objetiva.
 Condicionales: restringen por su mismo carácter el grado de obligatoriedad. Cuando la norma ostenta un
carácter condicional, el bien debe elegirse (debe, porque se está hablando de una norma), pero la
obligatoriedad se ve reducida ya sea a la voluntad del sujeto, o a las circunstancias o situaciones en que se lleve
a cabo la acción. Esta concepción de norma no absoluta permite todas las posibilidades, es una norma relativa,
subjetiva, que se funda en creencias.

Conciencia
La vida humana es sensibilidad, intelecto, memoria, voluntad, es un fin, una multiplicidad de facultades y al mismo
tiempo una unidad, ya los hebreos lo sabían, entendieron que el hombre además de poseer un cuerpo físico, posee
también un alma y que denota vida, deseo, pasión, emoción; y que en tercer lugar el hombre es espíritu. Esta
concepción del ser humano funciona armónicamente permitiéndole relacionarse con el mundo material, consigo mismo,
con los otros hombres, llegando incluso hasta el grado de concebir un ser absoluto.

Los Escolásticos atribuyeron al alma una capacidad especial para reconocer el bien y tender hacia él, lo mismo que para
reconocer el mal y huir de él, esta capacidad la llamaron Sindéresis (examen, entendimiento, juicio). Mediante ella es
posible reconocer los primeros principios de la moralidad, el primero de los cuales se enunciaría así: el bien debe
seguirse, el mal evitarse; sin embargo, este principio por su carácter de universal no especifica en que consiste lo bueno
o lo malo.

La conciencia moral o conciencia del bien es la capacidad para realizar juicios en función de un discernimiento entre lo
bueno y lo malo. La conciencia tiene como base al conocimiento y está presente ante cualquier intento de la voluntad
para actuar.

La conciencia no solo está al tanto de la acción ejecutada en tiempo y espacio, sino que también detecta pensamiento y
actitudes, así como las razones que llevan al individuo a actuar de tal o cual manera.
La conciencia moral implica la existencia de un punto de referencia con base en el cual puede hablarse de una buena o
mala conciencia. El grado de culpabilidad frente a una acción que la conciencia juzga incorrecta es directamente
proporcional a aquello que la conciencia conoce como bueno. Es común que los individuos tomen a la conciencia como
su criterio de moralidad: es bueno aquello que la conciencia aprueba y malo lo que ésta sanciona. Pero este criterio es
subjetivo, pues alguien pudiera aceptar como correcto en nombre de la conciencia, aquello de que el fin justifica los
medios, dejándole a su conciencia la aprobación final.

Cuando el conocimiento que nutre a la conciencia no es suficiente para mover la sensibilidad a favor de la voz de la
conciencia, entonces ésta, se vuelve insensible, indiferente a esa voz de alerta que actúa como reguladora de la
conducta, de acuerdo con los principios mediante los cuales se gobierna el individuo.

El Bien
No todos opinan lo mismo respecto a la naturaleza del bien, y aunque la gran mayoría lo desea y lo procura, no
obstante, no se llega a una idea común acerca del cual sea el bien. El bien complementa y perfecciona al ser humano,
satisfaciendo su íntima necesidad.

El bien es concebido como un valor en sí, es universal, de valor para todos. Al bien se le reconoce como el valor moral
fundamental. Sea cual fuera la naturaleza del bien, es la conciencia moral la que lo reconoce y elabora juicios en torno a
él, con la certidumbre que el mismo bien le proporciona.

¿Cuál es el origen de la conciencia moral? Para Rousseau, la conciencia moral es innata. Según él, el hombre nace bueno,
libre, pero la sociedad todo lo desfigura. Hay un llamado a lo largo de su obra para que el hombre vuelva al estado de
natural bondad, según él, toda naturaleza es buena; la conciencia buena por lo tanto es algo que el hombre no puede
cambiar, le es dada naturalmente, el hombre es una parte de la naturaleza, no puede cambiar esto.

Frente a la explicación naturalista del origen de la conciencia moral, Stuart Mill rechaza tal teoría, tildándola de inmoral
e irracional. Él representa una idea contraria a Rousseau basándose en el empirismo, donde la experiencia le permite al
individuo ir adquiriendo una conciencia moral que, por supuesto es relativa al contexto histórico-social de dicha
experiencia, tal conciencia moral está condicionada tanto por factores internos (experiencia subjetiva) como por
factores externos (experiencia social o histórica).

Sensibilidad
La sensibilidad es algo que el individuo no puede ignorar, es parte integral de su ser, y tanto la sensibilidad como el
intelecto reflejan en gran medida lo que el hombre es; el perfeccionamiento de ambas capacidades o su degradación
producirían efectos decisivos sobre la voluntad, la cual no actúa sola en el acto moral.

La razón y la sensibilidad participan con la voluntad en la ejecución del acto moral. Por una parte, la razón formula
juicios de valor (sobre lo bueno y lo malo), y, por otro lado, la sensibilidad esta presenta a través de sentimientos,
emociones, deseos, afectos e instintos.

En el acto moral puede predominar la racionalidad por sobre la sensibilidad en su influencia sobre la voluntad, o, al
contrario. Para el Hedonismo (del griego hedoné = placer), la sensibilidad es la base de lo que se supone intrínsecamente
bueno: el placer. Mientras que el Estoicismo, por su parte, encuentra en el dominio de las pasiones y de las emociones el
camino hacia el mejor de los bienes: la virtud. La virtud (del griego arete: fuerza, impulso), es una disposición racional,
consciente, hacia la felicidad, que proyecta hacia el bien; al alcanzar dicha virtud, el hombre alcanza la felicidad.

Negar los sentimientos/emociones es una tentación frente a la autoridad que parece ejercer la razón, tal actitud tiende a
exagerar la racionalización como motor de la voluntad en el acto moral. La historia nos muestra épocas en que la
racionalización excesiva ha conducido a tiempos donde la sinrazón y la desesperación se traducen en un pesimismo
moral. El pesimismo conduce a una vida sin significado.
Los medios del acto moral
El hombre al conocer el bien lo elige como fin por un acto de la voluntad, y por un acto de la voluntad también se eligen
los medios para llegar al fin y hacerlo suyo. Pero ya se trate de actos buenos o actos malos, ambos se realizan a través de
medios elegidos por la voluntad. Los medios no siempre coinciden con los parámetros de bondad generalmente
aceptados, y a menudo tampoco con el fin de los moralmente buenos.

Los medios del acto moral representan el cómo hacer lo que se debe hacer. La relación entre el que hace y el cómo
hacerlo depende de la convicción que se tenga del bien; puede tenerse una idea del bien como algo meramente
conveniente o correcto, y los medios para llegar a tal bien se traducen lo mismo que el fin (en algo también conveniente
o correcto).

El adquirir un conocimiento filosófico del hombre como ser moral y el entender las acciones humanas desde el punto de
vista de la psicología no implica estar en posesión de verdades morales; “haz esto o no lo hagas”; saber que el bien y la
conciencia, la voluntad y la libertad humanas hace posible el acto moral, no significa que el fin de todo acto sea el bien,
ni que los medios sean idóneos al bien final.

El motivo del acto moral es la justificación (no la aprobación) tanto del fin como de los medios. El ser tiende hacia su
objeto, esta acción de ir hacia, es la intención (Husserl). Los medios dependen de un acto de deliberación, mediante el
cual se dará para su ejecución la aprobación o desaprobación; esta deliberación hace surgir un conflicto que debe
resolverse, conflicto entre los medios y el fin, entre los medios y la intención, y entre los medios y los motivos.

El sentido y la finalidad de la existencia generan los motivos del acto moral, construyendo el ideal del bien final del
individuo. Los medios y las intenciones se han de determinar en virtud del fin, siendo a su vez las intenciones las que
determinen a los medios.

Libertad
Frente al problema moral el hombre se pregunta ¿Qué hacer?, ¿Cómo actuar?, ¿Cuáles serán los resultados y las
consecuencias del acto moral? Se tiene que elegir entre distintas formas de solución, elección que por sí sola no significa
libertad; libertad es un término que se esfuma, según el determinismo, en la idea del hombre como ser social (enseñado
a conducirse, presionado por el grupo para actuar de tal o cual manera, etc.). Desde este punto de vista, la libertad
parecería una ilusión, donde la naturaleza social del hombre, lo obligaría a actuar de cierta manera. Para oponerse a esta
posición determinista, el individuo tendría que renunciar a su mundo social que lo coacciona y limita.

Las adecuaciones morales son una negación de la libertad y la naturaleza del individuo manipulándolo al desconocer las
leyes sociales, llegando incluso a construir un mundo propio bajo su exclusiva definición de hombre, recuérdese el lema
de paz y amor de los hippies. Las adecuaciones morales son, en una palabra, el polo opuesto del exaltado excesivo de la
libertad.

La libertad no se puede dar desconociendo dos factores que funcionan solo en el ámbito social: obligación y
responsabilidad. La libertad con que se obra no es ajena a la conciencia moral ni a la sensibilidad. La voluntad es la que
puede actuar libremente; la acción de la voluntad se manifiesta, dándose a conocer en el hecho concreto como libre o
no libre.

La libertad autónoma se contrapone al determinismo y a toda otra limitación, la búsqueda de una libertad irrestricta es
utópica, es el resultado de la negación de toda ley objetiva, y sin ley la consecuencia obvia es el caos, por lo que no
podría hablarse de moralidad o esta se reduciría a describir fenómenos. Libertad no es una facultad, es una posibilidad
de la voluntad al actuar dentro de su esfera de restricciones oponiéndose a estas si tales restricciones son contrarias a
los valores, a la conciencia, o a los fines propuestos por el individuo. La falta de decisión para ejercer una voluntad libre y
responsable limita el desarrollo de la personalidad.

Una decisión libre es racional, consciente, nunca ajena a la sensibilidad. Todas las facultades del individuo concursan al
momento de la libre elección.
Ley y Legalismo
La ley moral le roba al hombre la libertad cuando su dictado idealista sobrepasa y desconoce a la realidad humana.
También se anula su libertad cuando la ley se convierte en un legalismo, es decir, la ley se vuelve un fin en sí misma,
supeditando al hombre a su cumplimiento ultradisciplinado y minucioso; el legalismo rebaja a la ley a un mero
formalismo, ignorando que el espíritu de la ley moral ha de ir de la mano con el conocimiento de la naturaleza moral del
ser humano. Por lo cual la ley (al ser cumplida esta última intención) produce en el individuo un encuentro con la
conciencia moral, con la razón, con la voluntad y la sensibilidad; en decir, pone al hombre frente a la integridad moral
que le es exigida para crecer y fortalecerse moralmente.

La intención de la ley es preservar la dignidad del hombre, mediante su libre cumplimento. La ley preserva de la
corrupción y la degradación moral, la ley promueve el bien del hombre, y la protección en la comunidad. La verdadera
conciencia moral, apura a la voluntad para que la ley se cumpla. Frente al conocimiento de la ley esta una actitud que
puede ser responsable o no para el cumplimiento del mandato.

Cuando a la ley se le reconoce su autoridad moral, no se le reemplaza por emociones o sentimientos; la vigencia de la
ley moral con fundamento real persiste aun en contextos históricos diferente. No existe una sola ley moral, existen
muchas y muy varias; para la verdadera ley moral, el común denominador es el bien del hombre, y de su cumplimiento
libre resulta el hombre del bien, íntegro y cabal, el cual reconoce su propio valor y libertad se minimizan.

La también llamado ética contextual o situacional, es una reacción contra el legalismo, contra los rigores legales y los
valores absolutos, también es un pronunciamiento contra todo vacío de ley, es una postura relativista.

Esta postura ética hace recordar aquella frase de San Agustín: “ama a dios y haz lo que quieras”. En nombre del amor
parecería poder conseguirse la libertad, nada se impondría a la decisión, ni Dios, ni ley, ni lo bueno o lo malo; solo el
amor interpretado según las circunstancias seria pauta para la decisión moral.

Para la ética contextual, lo bueno o lo malo dependen de cada situación, no hay ley absoluta ninguna, la norma moral
emerge de la ocasión, su origen es empírico. Ningún ideal es bueno en sí, el bien es el amor y es la ley. El hombre es
quien da significado al amor, el amor lo crea el individuo, cada situación es una ocasión para crear amor, el amor es
libre, no es una cosa que se pueda tener, es algo indefinido y vacío que puede avalar como bueno incluso lo ilegal o lo
tradicionalmente considerado malo, por ejemplo, por la religión.

Responsabilidad y Deber
Se habla de responsabilidad moral cuando se tiene conciencia del bien y se es capaz de ir libremente en pos de él; hasta
entonces se entiende también el sentido de la obligatoriedad, que impone al hombre a cumplir con el deber.

El conocimiento moral produce responsabilidad, al igual que lo hace la ley moral, y ambas conducen al hombre al
conocimiento de su propia naturaleza; la responsabilidad moral tiene en primera instancia que ver con la condición del
hombre como un ser libre. La responsabilidad moral le hace al individuo elegir lo que debe elegir para salvaguardar su
dignidad y su valor. La responsabilidad moral no se restringe solamente al plano de lo individual.

El individuo constantemente se enfrenta a disyuntivas de índole moral: elegir lo que sabe o siente que es el bien, o no
elegirlo; él se plantea a diario preguntas en torno a las decisiones que debe tomar, y en cómo hacer la elección correcta;
la respuesta tales interrogantes tiene que ver con factores internos como, por ejemplo, su conocimiento de la ley moral,
su convicción acerca de deber, etc., así como también tiene que ver con factores externos como la influencia del medio
ambiente, las condiciones sociales, el ejemplo, etc.

Cuando se han discernido todos estos elementos, el sentido de responsabilidad impulsa al individuo a actuar en la
manera en que considere estar haciendo lo que es bueno; el punto de referencia es la ley moral, cuyo cumplimiento
responsable se traduce en obediencia moral y en buena conciencia, la cual constituye la satisfacción ante la observancia
responsable del deber.
La responsabilidad es real en tanto la libertad también lo sea. Cada ser humano imputa responsabilidad a sus
semejantes a pesar de que se vive en un mundo en muchas formas determinadas. ¿Qué le proporciona realidad y
fundamento a la libertad para hablar de su realidad? Las respuestas se difunden a partir de dos ideas:

- Primera: el universo es un sistema abierto con valores absolutos.


- Segunda: un sistema cerrado ordenado casualmente en el que el hombre es un ser en búsqueda de significado a
partir de su propia existencia.

Nietzsche da por rebasados y anticuados los conceptos de voluntad libre y conciencia, los cuales son productos de meras
imaginaciones. El valor absoluto para Nietzsche no existe, Dios no existe, el hombre está solo y tiene que deducir
libertad, bondad, todos los valores a partir de la creación de un superhombre. Estas ideas cobraron nueva vida en Sartre
cuyo concepto de la libertad desecha todo valor absoluto, salvo la libertad misma, que le otorga al hombre una única
posibilidad: ser libre, sin más ley y sin más autoridad que su propia decisión.

Responsabilidad moral y obligación moral van de la mano, la voluntad libre se liga a la ley moral.

Si se concibe al hombre como una máquina, la elección libre cede a su paso a un funcionar determinado por el azar o la
necesidad, susceptible de ser manipulado y tan predecible como cualquier otro mecanismo; las decisiones libres en este
contexto son una mera ilusión, y las ideas de libertad, ley y responsabilidad quedan fuera. Desde esto punto de vista
viene entonces la pregunta obligada: ¿Dónde encontrar valores? Y la respuesta inminente seria: en cualquier parte. Esta
es una arbitrariedad, no es una libertad; la de decir cualquier parte, la anarquía, y no una libertad total, sería el resultado
final de la búsqueda. El anarquista no encuentra valores en ninguna parte conocida, pero busca en donde quiera la
posibilidad de su existencia.

Hay quienes hallan los valores tras la realidad social, lo que es bueno, lo que es útil para la sociedad, lo que es adecuado
y que se amolda convenientemente según el tiempo y circunstancias. El valor de la ética social se funda en las relaciones
y necesidades de los demás; lo bueno y lo justo tienen que ver más con un consenso mayoritario que con valores y leyes
absolutas. En la ética social priva un equilibrio donde el hombre individual cede paso al hombre-social, cuyas leyes no
son universalmente válidas y cuya libertad se aleja cada vez más del hombre como individuo.

En la ética social, el individuo ve comprometida su libertad personal frente a la perspectiva del grupo social, la moral es
una moral social y los valores son también valores sociales. El individuo al elegir cumplir con la responsabilidad social
cumple como ciudadano obligado por las necesidades del grupo. La norma moral ha de reflejar el verdadero bien del
hombre y no un ideal social ajeno al ser humano, utópico, que abrume al individuo hasta sofocarlo en el anonimato
sacrificando su libertad personal.

El bien común no es ajeno al bien individual; en la medida en que la ley moral refleje esto, el cumplimiento de tal ley
producirá libertad. En la medida en que el individuo trate a sus semejantes como seres humanos, la igualdad social será
posible y la comunidad como organismo tendrá sentido. No se trata de una normatividad que asegure la equitativa
repartición de solo bienes materiales, sino de normas que garanticen en lo posible una igualdad en las relaciones
salvaguardando la personalidad individual dentro del marco de su realidad social.

La realidad social, con todas sus necesidades y precarios medios para remediarlas, es el campo donde se ha de ejercer la
voluntad libre; sin embargo, si se niega o distorsiona esa realidad, el individuo no puede llegar a conocerse, ni a sí
mismo. Es necesario, por tanto, considerar al hombre en su verdadera vocación: ser libre, y conocer el sentido de la
comunidad: perfeccionar al hombre en el ejercicio de la libertad.

El deber moral obliga al individuo a cumplir la norma. El deber del hombre para consigo mismo se perfecciona en el
cumplimiento de los deberes hacia los demás; el individuo como ser social está igualmente obligado a elegir el bien
propio tanto como el bien común.
Responsabilidad y Trabajo
La presencia de individuos responsables en cada ámbito de su actividad, permite a la sociedad avanzar en sentido de su
propia protección; la comunidad no puede sobrevivir sin la relación social responsable, desde la familia, los amigos,
hasta el Estado. La conducta del individuo adquiere un carácter unitario y único que le diferencia del resto del grupo, y al
mismo tiempo, le identifica con ciertos parámetros morales y con una determinada autoridad moral.

¿Cómo podría entonces conocerse una ley moral capaz de normar el ejercicio de una determinada profesión? Por eso,
una ética profesional invoca un acuerdo entre la vocación del profesionista y su propio proyecto de vida, entre su
vocación y su sentido del deber, así como su responsabilidad frente a la ley moral.

Cada hombre actúa de acuerdo con su escala de valores, el profesionista no es la excepción, lo que él piensa que es
bueno, eso hace, sus actitudes frente a los problemas asumen las más diversas tonalidades, desde la indiferencia
(irresponsabilidad total), hasta el sacrificio (compromiso responsable); en función de tales actitudes, el resultado del
ejercicio profesional puede ennoblecer o degradar al individuo y a la sociedad.

El éxito es la medida de los logros materiales, pero el éxito por si, no es criterio moral para el ejercicio de las
profesiones; el fraude, el hurto, la falta de honradez, pueden asegurar las ganancias materiales, pero el trabajo es una
responsabilidad cuyo cumplimiento es de naturaleza moral y por ende no se agota en el ámbito de lo material.

El trabajo pierde su fuerza de realización personal fuera del contexto de la libertad y del respeto a la individualidad, las
cuales confieren excelencia al trabajo; la excelencia no depende solo de la eficiencia, la exactitud y la productividad, sino
antes bien, del respeto al hombre con todas sus debilidades y fortalezas.

El trabajo que se realiza en el marco de la libertad es creativo, el hombre libre expresa lo que él es mediante el trabajo
manifestando lo que desea, no reduciéndose tan solo a ser una pieza más del engranaje laboral.

La responsabilidad moral del profesionista se vuelve un compromiso; este compromiso tiene dos lados, por un lado la
verdad, la bondad, la justicia, y la libertad, y por otro lado el vasto campo de acción donde se habrán de aplicar los
conocimientos. Para el profesionista que toma decisiones y se relaciona continuamente con la comunidad, la honradez y
la verdad deben ser el pivote en torno al cual giren sus acciones y elecciones.

No hay una moral para el médico y otra para el abogado o ingeniero, aunque, en el ejercicio de sus profesiones se
presenten casos y situaciones obviamente distintas; el conocimiento de la ética no podrá mover al profesionista a hacer
siempre o buscar siempre lo mejor, lo bueno, lo correcto.

¿Cómo puede el profesionista decidir lo que es bueno y lo que es malo? Tiene delante de si la posibilidad de decidir a
partir de los datos de la experiencia histórica con todo y sus cambios sociales, económicos y morales; o también puede
elegir lo que debe o no debe hacer, con base en valores absolutos, donde lo bueno y lo verdadero son en sí mismos
valiosos y no depende de circunstancias ni de ningún otro factor ajeno a ellos mismo.

El ejercicio profesional se traduce en una obligación para consigo mismo, para la comunidad y para la ciencia. El espíritu
de la ciencia es el entendimiento de su objeto de conocimiento, el cual es el hombre y el mundo. La ciencia convierte a
su objeto en palabras, teorías, formulas y leyes. La traducción honrada y veraz, es la que puede convertirse en una
ciencia al servicio el hombre; el conocimiento se hace uno con su objeto, por lo que la obligación del profesionista se
funda en un pacto tácito con una ciencia, comprometida con la verdad y con la honradez.

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