[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
12 vistas2 páginas

La Angustia Del Colapso

El artículo aborda el debate sobre el cambio climático, destacando la tensión entre el 'discurso del poscremiento' y el 'discurso colapsista'. Se argumenta que la angustia existencial y la conciencia de la muerte son fundamentales para entender la inacción de la humanidad ante la crisis climática. Finalmente, se propone que aceptar esta angustia puede ser clave para una transformación social efectiva y una nueva forma de abordar el futuro.

Cargado por

nigella22
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
12 vistas2 páginas

La Angustia Del Colapso

El artículo aborda el debate sobre el cambio climático, destacando la tensión entre el 'discurso del poscremiento' y el 'discurso colapsista'. Se argumenta que la angustia existencial y la conciencia de la muerte son fundamentales para entender la inacción de la humanidad ante la crisis climática. Finalmente, se propone que aceptar esta angustia puede ser clave para una transformación social efectiva y una nueva forma de abordar el futuro.

Cargado por

nigella22
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 2

Hoy interesa Atención Primaria en Madrid - El negocio de la muerte - Álex Alcaide, delan

Público ÚNET E A

 INICIA SESIÓ N
PÚBLICO

O pinió n Viñetas

O T R A S MIR A DA S

La angustia del colapso

MARÍA CORRALES
Politóloga

   

31/10/2022

Embalse seco./Archivo

En las últimas semanas, el debate en torno a la lucha contra el cambio climático ha venido marcado por una

creciente oposición entre lo que el diputado de Más Madrid Héctor Tejero bautizó como una pugna entre el "discurso

del poscremiento" y el "discurso colapsista". Es decir, entre los que piensan que la capacidad que tenga el ecologismo

para convencer cada vez a más gente tiene que ver con la disputa por la promesa del progreso como constructo lineal

optimista, algo que seguiría operando de forma hegemónica, y los que no, que considerarían que dicho imaginario

se ha roto, o debe romperse, en aras de frenar a una humanidad quien, en su fantasía del camino recto, avanzaría

directamente hacia el precipicio.

En realidad, cualquier lector atento y asiduo a los debates de la izquierda en Twitter habrá notado que la discusión

que hoy protagonizan algunos de los referentes de la cuestión climática no es más que una derivación de las distintas

trifulcas que nos han acompañado estos meses. A saber: "nostálgicos" contra "progres", "defensores de la vieja URSS"

contra la "inexorable modernidad atlántica", "profetas del apocalipsis nuclear" contra "negacionistas del desastre" y

un largo etcétera de etiquetas fundamentadas en aquella cosa tan humana del constructo del tiempo.

Hay quién pueda decir que, con la que está cayendo, esta "batalla por el relato" suena ridícula. Yo pienso que no. No,

porque creo sinceramente que no hay un debate más importante hoy en día que el de cómo enfocar el creciente

estado de ansiedad y depresión social que está provocando el n del neoliberalismo como sistema capaz de

representar, en su particularidad, el avance colectivo de nuestras sociedades. No, porque frente al racionalismo

tecnocrático, siempre he defendido que el sentir colectivo es la condición sine qua non para la política. Y, sin

embargo, lo que sí parece absolutamente inútil es el maniqueísmo que impide problematizar una de las cuestiones

con más enjundia de nuestra época.


Volviendo al ecologismo político, hay una pregunta que, a mi parecer, recorre las dos posturas antes resumidas y

que sería la siguiente: ¿cómo puede ser que la humanidad no haga nada ante las pruebas fácticas que nos demuestran

que nos encaminamos hacia la autoaniquilación? ¿Cómo es posible que viviendo en carne propia los efectos del

cambio climático no exista una conciencia como especie que nos impida frenarlo? Cuestiones cuya respuesta no

encontraremos en los manuales de política, sino, probablemente, en los más profundo de nuestra existencia; y es

que es instintivo del ser humano mirar a otro lado cuando se trata de afrontar la muerte y su propia nitud.

Decía Platón que la losofía consiste en aprender a morir, pero en realidad, el autor que mejor de ne nuestra

relación con la muerte fue Martin Heidegger, quien, con perdón de los lósofos que me puedan corregir, creo que

tiene algunas cosas que enseñarnos al respecto de nuestra relación con el llamado "colapso" o " n del mundo". Por

resumirlo mal, lo que nos dice el lósofo alemán es que no somos nada más que un ser "arrojado al mundo" cuyo

sentido de la existencia sólo podremos descubrir a posteriori a través de la experiencia. Y entre esas experiencias,

nos dice Hedeigger, solamente hay una que es la verdaderamente de nitoria y hacia la cual nos dirigimos

inexorablemente: la muerte, una muerte que es lo más propio del ser humano porque, como dice el autor, "nadie

puede morir por nosotros".

En este sentido, quién fuese el amante de Hannah Arendt, nos propone que la existencia auténtica tiene que ver

precisamente con hacerse cargo de la nitud y de nuestra propia muerte. Esta a rmación tiene su enjundia, pues, a

no ser que seas John Snow, toda relación con la experiencia de la muerte se da siempre, necesariamente, a través de

la muerte de otros. Sin embargo, Heidegger concluye que casi todo el mundo pasa alguna vez por ese estado de la

conciencia que se mani esta siempre a través de una profunda y duradera angustia existencial. Es en ese momento

en el que el ser-ahí se enfrenta a la dicotomía más importante de su vida: seguir ignorando la muerte o asumirla

como propia.

Recogiendo esta re exión, pienso que algunas de las cuestiones que han protagonizado el debate público en los

últimos dos años como el trastorno de ansiedad generalizada entre las generaciones más jóvenes o, incluso, la mal

llamada "eco ansiedad", podrían encajar en una de nición más cercana a esa angustia existencial que no a una

situación meramente coyuntural. Bajo esta mirada, la humanidad estaría manifestando cierta sintomatología

relacionada con un momento de consciencia ante el abismo del progreso y con el descubrimiento de la nitud de un

mundo que avanza de catástrofe en catástrofe ante el que, por su naturaleza o privilegio, habrá quién pueda vivir

atenderlo.

Dicho enfoque tiene sus consecuencias. Signi ca, básicamente, que si partimos de que toda conciencia se

fundamenta en la experiencia, hay que asumir también que el discurso de la esperanza por sí solo es absolutamente

voluntarista y está desligado de un reto mayúsculo que, en primer lugar, tendría que centrarse en la capacidad de

hacernos cargo de la angustia. No sirven tampoco las profecías autocumplidas respecto del colapso, y es que, por

mucho que nos lo cuenten, asumir la nitud es básicamente un proceso que hay que vivir también en carne propia;

algo que, por otro lado, dado el avance del cambio climático, ya está sucediendo.

¿Qué quiero decir con todo esto? En primer lugar, desmiti car la idea de que solamente la esperanza o las emociones

"positivas" son útiles para la transformación social y que la "toma de conciencia" puede discurrir por derroteros muy

diferentes. Asimismo, creo que es innegable por sus síntomas políticos y sociales que el imaginario del progreso

lineal no pasa por su mejor momento desde hace ya más de una década y que, sin negarlo completamente, valdría la

pena, por lo menos, problematizarlo. En tercer lugar, creo que es importante empezar a pensar el discurso político

partiendo de la madurez de una sociedad que no necesariamente debe mirar siempre para otro lado cuando se trata

de asumir las consecuencias de un mundo que, a todas luces, no avanza por el mejor de los caminos posibles hasta el

punto de estar atravesando consecuencias irreversibles.

En este sentido, más que proclamar el n de los tiempos en un tiempo futuro, es necesario asumir que ya

convivimos con algunas de las peores consecuencias del cambio climático porque en la aceptación de su

consecuente angustia existencial está la clave para separar el grano de la paja, lo coyuntural de lo importante, y, de

ese modo, quizás entender, como lo hace quien acepta su propia muerte, que la única receta posible se encuentra en

También podría gustarte