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El Sacramento de La Penitencia y de La Reconciliación

El sacramento de la Penitencia y Reconciliación es una experiencia de perdón y misericordia que permite a los fieles reconciliarse con Dios y la Iglesia tras haber pecado. Este sacramento requiere confianza en Jesús y un verdadero arrepentimiento, promoviendo una vida renovada y la paz espiritual. A través de la confesión, los penitentes reciben la absolución del sacerdote, lo que les otorga la gracia de la reconciliación y la sanación interior.
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El Sacramento de La Penitencia y de La Reconciliación

El sacramento de la Penitencia y Reconciliación es una experiencia de perdón y misericordia que permite a los fieles reconciliarse con Dios y la Iglesia tras haber pecado. Este sacramento requiere confianza en Jesús y un verdadero arrepentimiento, promoviendo una vida renovada y la paz espiritual. A través de la confesión, los penitentes reciben la absolución del sacerdote, lo que les otorga la gracia de la reconciliación y la sanación interior.
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EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN

Catecismo de la Iglesia Católica


1. Introducción
"La confesión no es un tribunal de condena, sino una experiencia de perdón y
misericordia". Así dijo el papa Francisco a seiscientos participantes en el curso anual
en el Vaticano para la formación de buenos confesores. El Papa dice que la confesión
es una experiencia de perdón y de misericordia, no sólo un rito de absolución. El
cardenal Walter Kasper habla en la misma línea: "Sin duda, a nadie le resulta fácil
confesar humildemente sus pecados, que suelen ser una y otra vez los mismos; pero
todo aquel que los confiesa y al que luego se le dice Yo te absuelvo..., conoce la
liberación interior, la paz espiritual y la alegría que este sacramento confiere. Si Jesús
habla de la alegría que estalla en el cielo por la conversión de un pecador (cfr. Lc
15,7.10), a quien recibe este sacramento se le concede experimentar que tal alegría
no sólo reina en el cielo, sino que encuentra eco también en su corazón" (La
misericordia, p. 161). También el Cardenal habla de "experimentar".

Jesús reveló a santa Faustina: "Mi misericordia es más grande que tus miserias y que
las miserias del mundo entero. ¿Quién ha medido mi bondad? Por ti he bajado del
cielo a la tierra, por ti me he dejado colgar en la cruz, por ti he permitido que fuera
abierto con una lanza mi Sagrado Corazón, y he abierto para ti una fuente de
misericordia. Ven y toma de las gracias de esta fuente con el recipiente de la
confianza. No rechazaré jamás un corazón que se humilla. Tu miseria desaparecerá
en el océano de mi misericordia" (Diario, no. 1485).

Dios nos dio el sacramento de la Reconciliación para que experimentemos la libertad


interior en su perdón divino y el abrazo sanador de su infinita misericordia. La infinita
misericordia de Dios realmente toca el corazón contrito de todo fiel que se acerca a su
compasión. Esto es lo que el sacramento de la Reconciliación está destinado a hacer
en aquellos que son atormentados por los pecados o errores del pasado,
encadenados por las adicciones o desalentados por las consecuencias de los pecados
que parecen no tener solución. Para ellos el sacramento de la Reconciliación debiera
ser una experiencia de perdón sanador y de consejo amoroso.
Las únicas condiciones necesarias para experimentar la gracia de una "vida renovada"
en el sacramento de la Reconciliación son la confianza en Jesús y el arrepentimiento
como un verdadero deseo de cambiar.

Confianza significa que tú realmente crees que Jesús te está esperando para
abrazarte con el perdón, sanar tu corazón y espíritu, y darte una vida renovada.
Arrepentimiento significa que tú realmente deseas cambiar y comenzar una nueva
vida. Ambas disposiciones te abren la mente y el corazón para recibir el perdón y la
paz de Jesús, para disfrutar de la gracia que él te ofrece. Cuando tú vives
verdaderamente este sacramento, algo cambia dentro de ti.

1422. "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia


de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se
reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a
conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

2. El nombre de este sacramento


1423. Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente
la llamada de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del
que el hombre se había alejado por el pecado.
Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y
eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano
pecador.
1424. Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o
manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial
de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una
"confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia
para con el hombre pecador.
Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del
sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia,
46, 55).
Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de
Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor
misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a
reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24)

3. Por qué un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo

1425 "Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis sido justificados en
el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es
preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los
sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es
algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol
san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la
verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona
nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón
que Dios concederá a nuestros pecados.
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu
Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho
"santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es
"santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la
iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni
la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los
bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana
ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con
miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS
1545; LG 40).

4. La conversión de los bautizados

1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del
Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en
la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige
primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo
es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena
Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es
decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de


los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la
Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo
tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la
renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el
movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia
(cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado
primero (cf 1 Jn 4,10).

1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su


Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del
arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su
amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una
dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia:
"¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).

San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua
y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra
collectionem 1 [41], 12).

5. Síntesis
1485. En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus Apóstoles y les dijo:
"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).

1486. El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un
sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la
penitencia o de la reconciliación.

1487. Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre
llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano
debe ser una piedra viva.

1488. A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores
consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.

1489. Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es
un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la
salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los
demás.

1490. El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica


un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no
volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la
esperanza en la misericordia divina.

1491. El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos


realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente
son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el
propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.

1492. El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en


motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de
caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si está fundado en otros motivos se le llama
"imperfecto".

1493. El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al
sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda
tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión
de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.

1494. El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de


"satisfacción" o de "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y
restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.

1495. Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de
absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.
1496. Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:

— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;


— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

1497 La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la absolución


es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también
para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de
los pecados.

6. Pasos para hacer una buena confesión

1. Examen de conciencia: El examen de conciencia tiene un valor pedagógico


importante: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la
verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no sólo humanos, sino también
tomados de la Revelación divina. La confrontación con los Mandamientos, con las
Bienaventuranzas y, sobre todo, con el Mandamiento del amor, constituye la primera
gran «escuela penitencial».
En nuestro tiempo, caracterizado por el ruido, por la distracción y por la soledad, el
coloquio del penitente con el confesor puede representar una de las pocas ocasiones,
por no decir la única, para ser escuchados de verdad y en profundidad. (Benedicto
XVI)
2. Dolor de los pecados: El dolor de los pecados significa que estamos
verdaderamente arrepentidos de los pecados que hemos cometido y los rechazamos.
No queremos volver a hacerlo. Por eso el dolor de los pecados está muy ligado al
propósito de la enmienda: proponerse no volver a hacerlo más.

Oración «Yo Confieso»: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes,


hermanos: que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso, ruego a Santa María siempre Virgen, a
los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios
nuestro Señor.

3. Propósito de la enmienda: Acto de contrición Cuando la contrición de los


pecados es verdadera, el deseo de no volver a repetir los pecados. ¿Cómo hacer un
acto de contrición? Es sencillo, te proponemos una oración muy usada en la Iglesia
para hacer el propósito firme de no volver a pecar.

Oración Oh Jesús mío, me arrepiento de haberte ofendido porque eres infinitamente


bueno, padeciste y moriste por mí, clavado en la cruz. Te amo con todo mi corazón y
propongo, con tu gracia, no volver a pecar. Amén

4. Decir los pecados al confesor En la tarde del domingo de Resurrección Jesucristo


instituyó el sacramento de la Penitencia, al decir a sus discípulos: «Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los
retengáis, les son retenidos» (Juan 20,22-23). Instituyó este sacramento a manera de
juicio, pero juicio de misericordia, para que los Apóstoles y legítimos sucesores
pudiesen perdonar los pecados.
El sacerdote no puede revelar ninguno de los contenidos que los penitentes han
confesado. La pena para un sacerdote que incumpliera el secreto de confesión es la
excomunión automática, es decir, queda expulsado de la Iglesia Católica.

¿Cómo decir los pecados al confesor?


«Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando
te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera
de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por
ella. Así podrás renacer, una y otra vez», Papa Francisco, Christus Vivit, 123.

5. Cumplir la penitencia Después de decir los pecados al sacerdote puede que te


quedes aliviado, pero todavía falta algo: la penitencia. Es una pequeña oración o tarea
que te dirá el sacerdote para reparar por tus pecados. Pueden ser algunas oraciones o
acciones relacionadas con los demás. Es una pequeña manera de reparar el daño que
hemos causado. Si no nos damos cuenta de cuál es la penitencia que nos ha indicado
el sacerdote podemos preguntarle al final de la confesión sin ningún problema y nos lo
volverá a decir. Si nos dice que recemos una oración y no la conocemos podemos
decírselo y quizá la rece con nosotros o nos diga otra oración en lugar de la primera.

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