Raza y poder
Fuente: Archivo General de la Nación. 1“Vendedor de pescado en la Ciudad de Buenos Aires”.
Raza y poder
El negro no existe, no más que el blanco. No existe nadie que tenga
blanco, remite a un vacío, ¿de dónde el vacío extrae su fuerza?
Frantz Fanon.
Desde mediados del siglo XX, hay acuerdo entre los científicos sobre que no existe ningún
fundamento para continuar utilizando en nuestro vocabulario el concepto de raza aplicado
a la población humana. Con el desarrollo de la genética molecular, las clasificaciones
raciales quedaron deslegitimadas y el racismo, que es su consecuencia inmediata, perdió
sustento científico como explicación para justificar las desigualdades sociales.
Este acuerdo es unánime dentro de la comunidad científica, pero eso no explica por qué
las acciones del día a día, en nuestra cotidianeidad y sentido común, siguen funcionando
de acuerdo con esta huella biológica que supuestamente fue eliminada por la ciencia. Este
interrogante es un tema que le corresponde a las ciencias sociales dilucidar. Las preguntas
que nos formulamos en este trabajo pueden sintetizarse del siguiente modo: ¿En qué
consiste la especificidad del racismo? ¿El racismo es simple aversión o desprecio a lo
extraño? ¿Asistimos a una renovación de los racismos? En definitiva, ¿de dónde extrae
su fuerza el racismo para sostenerse y a la vez transformarse a lo largo del tiempo?
Entendemos a menudo, de forma ingenua, que el racismo es un residuo del pasado, un
fenómeno que, con la sola aplicación de leyes antirracistas o mandatos escolares, como
“no hay que ser racista”, tenderá a desaparecer por sí mismo. Sin embargo, no solo sigue
vigente, sino que se presenta en nuevas formas. Nos preguntamos entonces, ¿qué habilita
los discursos racistas y permite su renovación constante?
2 Fuente: Archivo General de la Nación.
Como señala el investigador mexicano Federico Navarrete (2019) en su libro Alfabeto del
Racismo Mexicano, el racismo es algo más complejo que solo discriminación, es una
realidad lacerante que condena a poblaciones enteras a la explotación y denigración. Su
huella y su síntoma son evidentes en la marginación de los pueblos indígenas, en la ciega
adhesión al ideal de blancura, en la violencia institucional de las fuerzas policiales hacia
los jóvenes de barriadas pobres por “portación de rostro”, todas estas expresiones racistas
socavan las posibilidades democráticas de las grandes mayorías.
En Argentina, en cambio, se tiende a negar el racismo entendiéndolo como anécdota o
problema excepcional. Su invisibilidad se relaciona con la narrativa sobre la propia
constitución de la nación. Las elites definieron a la Argentina como un país blanco donde
la mayoría de sus habitantes eran descendientes de inmigrantes europeos. Los pueblos
originarios, como los afrodescendientes, se convirtieron en esta operación de invisibilidad
en singularidades del pasado que, como nota exótica, sobrevive en nuestro presente. Las
políticas estatales que se implementaron tenían como premisa, para ser reconocidos como
partes de la nación, el negar la marca étnica y de color, ya que su reconocimiento
amenazaba con disminuir a la población en su capacidad ciudadana. Se puso en marcha,
por lo tanto, un largo e intenso proceso de borramiento del color. (Adamosky, 2012).
Por todo esto “Raza” y “racismo” son términos que no tienen referentes fijos ni
definiciones únicas. Proponemos, en este trabajo, examinarlos en relación con los
contextos históricos donde se originaron, y analizar algunas de sus múltiples
trasformaciones a lo largo del tiempo. La categoría de raza ha sido utilizada por diversas
disciplinas científicas, como la biología y la antropología, pero también en el habla
cotidiana, siendo persistente su huella en el sentido común que se expresa en frases
habituales.
La raza no es un hecho natural o biológico, sino un modo de clasificar a los grupos
humanos, por lo tanto, de explicar las diferencias desde una matriz jerárquica y biológica.
El racismo es efecto de esta construcción, permite legitimar la desigualdad y explotación
de las poblaciones racializadas, sin embargo, no se manifiesta de manera única o
universal. Por esto, proponemos analizarlo en sus usos contextuales, tratar de entender
sus transformaciones y evitar generalizaciones que impidan comprender los procesos
sociales donde los racismos se manifiestan.
Una de las ideas centrales que sostiene el presente trabajo es que el término “raza” carece
de una esencia o un significado universal, y es, en cambio, un efecto de relaciones de
poder. A través de estas, se imponen nominaciones cromáticas a determinadas
poblaciones y, mediante esta operación, se legitima su explotación. Desde sus inicios
existió una íntima articulación entre racismo y poder1. “Raza” y “racismo” no remiten
1
Foucault desarrolla un análisis del poder que se aparta de una idea jurídica y centralizada, cristalizado en
instituciones. A estas posiciones las denomina “concepciones negativas del poder” y propone, en cambio,
una concepción positiva de la tecnología del poder, corriéndose de marcos conceptuales que lo definen
como regla y prohibición. Para él no existe un poder, sino múltiples poderes. «Poderes» quiere decir formas
de dominación, formas de sujeción que operan en varios niveles y son esencialmente heterogéneas. Por esto
es necesario localizarlos en sus especificidades históricas y geográficas. Según este autor, por «poder»
3
tanto a los colores que portan las pieles, sino a una separación política y social entre los
grupos. La historia moderna de los sistemas de clasificación racial surgió cuando, en el
siglo XV, los pueblos europeos intentaron explicar en sus mapas conceptuales a las
poblaciones que procuraban colonizar en el “nuevo mundo”2. De esta manera, la cuestión
colonial es de primordial importancia en cualquier estudio histórico sobre las ideas
raciales (Schaub, 2019).
I. La raza como forma de construcción de la otredad
En este primer apartado nos interesa proponer algunas especificidades analíticas y
conceptuales en torno a la raza y al racismo, para luego analizar los diferentes contextos
históricos que posibilitaron las condiciones de su emergencia.
El surgimiento de la categoría de raza estuvo asociada a la dominación imperial de
Europa, en la inauguración de la expansión colonial (Guber, 1995). La raza fue una de las
primeras categorías en emerger para explicar la diversidad humana en términos
jerárquicos a partir de las diferencias biológicas del género humano.
Occidente construyó diversas otredadades a lo largo de su historia. Como señaló Edward
Said (1990), la categoría de Occidente, así como la de orientales o la de salvajes, no
fueron datos objetivos de la realidad, sino el resultado de una compleja construcción
conceptual que redefinió a escala universal el mundo social.
La raza fue una de las primeras categorías para nombrar las diferencias, a partir de ella se
organizaron los grandes sistemas de clasificación de las poblaciones. La racialización ha
otorgado una matriz jerárquica de las relaciones sociales que ha calado profundamente en
las formas de ver y entender el mundo. Permitió nombrar a los otros, los que portaban el
color. La blanquitud representó un marcador para el “civilizado”, desprovisto, por lo
tanto, de racialidad. De esta forma, Occidente legitimó su superioridad al asumir el blanco
como un no-color y otorgarse un “manto de invisibilidad” respecto de un otro coloreado
(Castagna, Sefa Dei, 2010). Se igualó la blanquitud a lo normal, bueno, puro; en cambio,
lo negro o indígena se asoció a lo malo, anárquico, salvaje, inferior.
Esta categoría y los diferentes sistemas de clasificación que se propusieron a partir de ella
fueron construcciones sociales e históricas. No existió ni existe una categorización racial
independiente de la historia y de las relaciones de poder. Tanto lo blanco como lo negro
se refieren menos al color de la piel que a una separación política y social entre los grupos
(Schaub, 2019). El propio hecho de que percibamos el color de la piel de una persona más
entendemos la multiplicidad de relaciones de fuerza que se ejercen y son constitutivas de cualquier
organización social. (Foucault, 2014, 2016).
2
Utilizamos la idea de “nuevo mundo” de forma irónica y metafórica. Estas denominaciones, al igual que
otras, contienen un alto grado de eurocentrismo, lo mismo que la palabra “descubrimiento”.
4
que otro rasgo es el resultado de las huellas que el discurso racial ha depositado en
nuestras formas de ver el mundo y entenderlo (Stuart Hall, 2019).
Los procesos de clasificación racial inscriben a las personas o grupos en categorías fijas,
con implicancias morales. La raza fue la materia prima a partir de la cual se constituyeron
los racismos. Por medio de estos, las diferencias sociales son retrotraídas a una diferencia
biológica y, por lo tanto, natural. El racismo construyó fronteras entre las poblaciones que
legitimaron las desigualdades. Forma una estructura conceptual que jerarquiza y distingue
a los seres humanos según condiciones fijas y naturales, e involucra el menosprecio y el
odio hacia grupos considerados inferiores (Grimson, 2009). Los discursos de odio racial
funcionaron a través de oposiciones maniqueas: ellos-nosotros, blanco-negro, indio-
blanco. Según Stuart Hall (2019), la rigidez y simpleza del binarismo racial es la clave de
su permeabilidad en el sentido común de las mayorías, su capacidad de separar en
opuestos al complejo mundo social y elaborar un discurso simplificador es parte de la
explicación de su persistencia.
Por todo esto, el análisis del racismo requiere no abordarlo como un fenómeno único,
universal y sin historia. Tampoco refiere a una discusión biológica o genética, sino a un
fenómeno político que consiste en producir otredad en la sociedad para alimentar los
mecanismos de explotación y desigualdad (Schaub, 2019). Es interesante preguntarse
cómo se establecieron los procesos de racialización en los diferentes contextos históricos.
Ilustración racial de un libro del SXIX.
5
II. Del racismo colonial al racismo científico
Los sistemas de clasificación racial surgen cuando los pueblos de Europa necesitaron dar
sentido a la existencia de diferentes poblaciones con las que se encontraban en sus viajes
exploratorios y de expansión colonial. A partir de la idea de “raza”, se estructuraron las
relaciones coloniales que originaron, específicamente en América Latina, nuevas
identidades sociales: indios, negros y mestizos. Desde un comienzo sus usos legitimaron
los lugares que cada grupo ocupaba en la sociedad colonial (Candioti, 2021).
El término “raza”, en el mundo hispanoamericano de los siglos XVI y XVII, se refería no
a su acepción biológica, sino religiosa y genealógica. Poseer una raza significaba tener
un “defecto”, una “mancha” en el árbol genealógico (Candioti, 2021).
En los inicios de este proceso, los europeos se preguntaron si esos otros con los que se
encontraban eran realmente humanos. En 1550, los clérigos Bartolomé de las Casas y
Juan Ginés Sepúlveda mantuvieron en torno a este tema una ardua polémica, que se
enfocó en tratar de responder preguntas tales como “¿eran realmente humanas las
poblaciones que encontró la Corona española en América?”, “¿pertenecían a la misma
especie, o surgieron de otra creación?”, “¿podían ser esclavizados?” (Todorov, 2014). En
este debate se planteó por primera vez la cuestión de la diferencia racial en el discurso
occidental moderno. Bartolomé de las Casas realizo una profunda crítica a la violencia de
la conquista, sin embargo, nunca se posicionó en contra de la trata de esclavos.
A raíz de estos debates y de la
drástica disminución de las
poblaciones amerindias producto
de las matanzas coloniales, la
sobreexplotación del trabajo y las
enfermedades en el área hispana,
la Corona de Castilla decidió
tempranamente el cese de la
esclavitud de los indios. De esta
forma se los confinó a la
servidumbre, a diferencia de las
Mapa del comercio esclavista entre los siglos XVII y XIX.
poblaciones africanas, que fueron
esclavizadas. Las formas de explotación de los cuerpos eran similares, lo que cambiaba
era el estatuto con el cual se ejercía la explotación del trabajo. En América la esclavitud
y la servidumbre indígena fueron establecidas y organizadas como mercancía productora
de materias primas y valor para los mercados mundiales. Estas formas de explotación del
trabajo actuaban simultáneamente y contribuyó con la acumulación originaria3, que fue
un proceso vital en los inicios del capitalismo (Quijano, 2011).
3
El concepto de acumulación originaria es desarrollado en el capítulo XIV de El Capital de Karl Marx. Allí
analiza el papel de la trata de esclavos, el comercio esclavista y el sistema de plantación en los inicios del
capitalismo. Señala el papel predominante que desempeñó el sistema colonial. “La industria algodonera
servía de acicate para convertir la economía esclavista de EEUU en un sistema comercial de explotación.
6
El Otro racializado, como negro o
como indio, se convirtió en un
engranaje del sistema de explotación y
extracción de riqueza, que en los
inicios de la modernidad se instauró por
medio del sistema de plantación o el
trabajo en las minas. Este sistema de
explotación del trabajo esclavo en
América y África representó una
innovación de envergadura y aceleró la
integración del capitalismo mercantil,
la acumulación de capital y el
surgimiento de la revolución industrial
(Mbembe, 2016).
En América, entre los siglos XVI y XIX, Elementos de tortura de los barcos esclavistas
fueron introducidos 13.000.000 de
africanos como trabajadores esclavos. Del total de africanos esclavizados que llegaron
vivos a América, el 45 % se estima que fueron desembarcados en Brasil, en los puertos
de Río de Janeiro y Salvador de Bahía (Pineau, 2011).
Desde el siglo XVI el Atlántico se convirtió en una red activa de comercio que unió tres
continentes en el intercambio de gentes, bienes y riqueza. América produjo riquezas que
se enviaron a Europa e influyeron de forma decisiva en las economías de España, Francia,
Inglaterra, Países Bajos y Portugal. Los esclavos hicieron posible que Brasil se convirtiera
en el principal productor de azúcar, que los holandeses desarrollaran sus plantaciones
azucareras, que los franceses pudieran extraer riquezas cuantiosas en las plantaciones de
azúcar, café y algodón en Santo Domingo4, al igual que los ingleses en Barbados, Jamaica
y EEUU (Pineau, 2011).
Una transformación importante tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, donde
comenzó un desplazamiento de los significados de la raza y los discursos raciales. A esta
nueva etapa varios autores la denominaron como “racismo científico”. Esta corriente se
funda en los ideales de la Ilustración, cuya visión universal concebía las diferencias
humanas en un esquema único. Ya no se trataba, como en el siglo XV, de especies
La esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sin
reservas en el nuevo mundo”. (Marx, 1867, pp. x).
4
La abolición de la esclavitud (1794), luego la independencia de Saint-Domingue (1804) y la fundación de
Hayti (bajo el nombre taíno, es decir, del pueblo originario que había sido exterminado por los españoles)
tienen su origen en la insurrección de esclavos que dio lugar a una de las constituciones más radicales. Se
prohibieron los títulos nobiliarios, se instauró la libertad de culto y se decretó la ilegalidad de la esclavitud.
El célebre artículo 14 dispuso que todos los ciudadanos haitianos, cualquiera sea el color de su piel, fueran
denominados «negros» (un artículo posterior aclarará explícitamente que esa disposición es válida también
“para los alemanes y los polacos”). Se trata de un acontecimiento literalmente extraordinario en la historia
del continente americano, y posiblemente en la de la modernidad en su conjunto (Grüner, 2020).
7
diferentes y excluyentes, sino que lo que diferenciaba las distintas poblaciones eran
grados y niveles dentro de un único sistema. A partir de este periodo, se estructuró un
nuevo tipo de dispositivo racial. El discurso científico tuvo un rol cada vez más destacado
en la organización y legitimación de las diferencias humanas (Carnese, 2019; Stuart Hall,
2019). Según Eduardo Gruner (2008), el racismo, tal como lo conocemos hoy, es “un
invento” occidental y moderno5, y es inseparable del aval científico que recibió en el siglo
XIX.
Los debates en torno a la organización de las diferencias humanas no tuvieron como
escenario los monasterios, sino las universidades e instituciones científicas. La ciencia
sentó las bases del discurso moderno sobre la raza. El saber científico, como saber
legitimado socialmente, no puso en discusión la existencia de razas, sino que le brindó
una legitimación aún más sólida.
La producción científica, sin ser algo homogéneo, brindó métodos, elaboró ideas y teorías
que racionalizaban la inferiorización y deshumanización de diferentes grupos. Por este
motivo, se denominó a esta etapa como racismo biológico o científico. (Foucault, 2014;
Bauman, 1998, Schaub, 2019).
El modelo biológico en el siglo XIX tenía la especial virtud de explicar las jerarquías
sociales y el dominio colonial en términos de superioridad o inferioridad. Durante este
periodo tomó impulso la idea de que las diferencias sociales podían ser pensadas y
justificadas en términos biológicos. Repasaremos brevemente algunas de las más
destacadas posiciones que constituyeron al discurso científico sobre las razas.
Hacia mediados del siglo XIX, ninguna verdad resultaba más evidente que la de que todos
los hombres habían sido creados desiguales (Harris, 1985). Para Palma (2009), hay dos
rasgos característicos de esta tendencia: El primero consiste en considerar que hay señales
en el cuerpo, marcas, rastros visibles de lo que los individuos son en términos sociales y
morales. La segunda considera que esas señales deben ser detectadas y medidas. Por este
motivo, en la segunda mitad del siglo XIX, se asistió a un verdadero empeño por la
medición y la cuantificación de esas marcas. Esto motivó a muchos científicos a prestar
atención a los parámetros físicos que indicaran características raciales fijas, de las que se
derivaban sus aptitudes sociales y morales. Surgieron una serie de teorías científicas que
sirvieron como sustento a los prejuicios raciales de la época.
En 1735, Carl von Linneo (1707-1778), autor de las taxonomías modernas de los seres
vivos, escribió Systema Naturae. En este texto propuso dividir al mundo natural en tres
reinos: Reino Animal, Reino Vegetal y Reino Mineral. Dentro del Reino Animal, ubicó
a los seres humanos junto con otros primates. Consideró que había cinco variedades
humanas: Homo sapiens monstruosus comprendía a las personas afectadas por
enfermedades congénitas. Basó la clasificación de Homo europeus, Homo americanus,
5
«Moderno»: En términos sociales e históricos, es el periodo que se inaugura con la transformación de la
sociedad preindustrial –rural y tradicional– a la sociedad industrial –la ciudad moderna que se produce con
la revolución industrial–.
8
Homo asiaticus y Homo afer en características como
el color de piel, la estructura y color del cabello, la
forma de los labios y la nariz. Combinaba de manera
confusa factores geográficos, culturales y físicos.
En 1776, el concepto de raza fue empleado por el
naturalista Johann Friedrich Blumenbach, quien
dividió a la humanidad en cinco razas según la
coloración de la piel: caucásica o blanca, mongólica
o amarilla, etíope o negra, americana o roja, y
malaya o parda. Tomó para su clasificación el
criterio de las regiones geográficas de origen de las
poblaciones. George Cuvier (1769-1832) redujo a
tres las variedades raciales reconociendo para cada
una la filiación bíblica: caucásico, mongólico,
etíope.
En 1840, el anatomista sueco Anders Retziu (1796-
1860) propuso medidas craneométricas para la
elaboración de su clasificación racial, entre ellas, el
índice cefálico (relacionando anchura y longitud del
cráneo). Sus mediciones se conviertieron en la
Ilustración racista en un libro del SXIX.
columna de la antropometría. Sus criterios
clasificatorios continuaron utilizándose hasta
mediados del siglo XX.
En 1885, Paul Topinard intentó superar las divergencias entre los distintos sistemas
raciales, y propuso combinar el criterio del color de la piel con el índice nasal. Como
resultado, estableció tres tipos raciales: blanco lepotorriono, amarrillo mesorrino, negro
platirrino.
A mediados del siglo XIX Joseph A. de Gobineau (1816-1882) publicó Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas, cuyas ideas tuvieron amplia influencia hasta mediados
del siglo XX. En este trabajo, la historia universal se interpretaba a partir de las
clasificaciones raciales. Propuso la idea de una “raza aria” (proveniente de la palabra
sanscrita aryan, que significa noble) cuya estirpe pura y superior, sobre todo su rama
nórdica, debía gobernar y no mezclarse con “razas inferiores” (Willams,2008). Planteaba
tres tipologías: la negroide, la amarilla y la blanca. Según Gobineau, la raza blanca, en su
vertiente ario-nórdica, representaba el mejor exponente de los valores humanos, como la
energía, el amor a la vida, la inteligencia y la capacidad creadora. Según él, la mezcla de
razas degradaba a la humanidad. Imbuido de una mentalidad romántica y colonialista,
sostenía que el progreso histórico es fruto de la dominación de las razas superiores. Sus
9
concepciones fueron muy difundidas y alimentaron el sentido común de varias
generaciones, aunque también encontraron resistencia y rechazo6.
Una de las primeras críticas a las clasificaciones raciales fue formulada tempranamente
por Darwin, quien llamó la atención sobre la dificultad de encontrar características
distintivas evidentes entre las razas. Había notado las discrepancias entre los diferentes
sistemas clasificatorios, no solo en cuanto al número, sino también en referencia a los
criterios que sustentaban las clasificaciones. A partir de esa observación, concluyó que
“esa diversidad de pareceres demuestra que [las razas] están en gradación continua,
siendo casi imposible distinguir entre ellas caracteres distintivos bien determinados”
(Darwin, 1871:32). Ya en el siglo XX, la genética de poblaciones pudo demostrar lo
acertado del enunciado de Darwin al corroborar que no era posible detectar rasgos
comunes entre las mal denominadas “razas humanas” (Carnese, 2019)7. Estos resultados
y la variedad de clasificaciones raciales que proliferaron en el siglo XIX indican que el
problema no fue de naturaleza técnico-metodológica, sino teórico-conceptual, porque lo
que se intentaba discriminar –las razas humanas– no tenían una existencia biológica real8.
Otro pliegue importante en el desarrollo del discurso del racismo científico fue a finales
del siglo XIX: Francis Galton (1822-1911) propuso la eugenesia como disciplina. El
término, cuyas raíces griegas indican “buen engendramiento”, se dedicó al estudio de los
factores que influyen en la herencia genética y las posibles maneras de alterarla. Su
objetivo era modificar la fertilidad de determinadas poblaciones humanas, mediante
prácticas de esterilización y la eliminación de personas declaradas no aptas. En EEUU el
eugenista Harry Laughlin (1880-1943) promovió en distintos estados la esterilización
compulsiva de débiles mentales, insanos, alcohólicos, criminales e indigentes. Hasta 1941
se llegaron a esterilizar, bajo su supervisión, unas 70.000 personas en el estado de
California. Bajo el respaldo científico de las ideas de Laughlin, el parlamento alemán
sancionó en 1933 una ley que imponía la esterilización obligatoria. Esta ley condujo a
350.000 personas, por diferentes motivos, a esterilizaciones forzadas (Nagel, 2008). La
eugenesia se asoció al anhelo de una sociedad perfecta, a través de un esfuerzo planificado
racionalmente por la ciencia.
Los Estados nacionales tuvieron un papel activo en la articulación de la ciencia con el
racismo, que se reveló en el despliegue de técnicas y estrategias eugenésicas para producir
poblaciones “sanas y puras” y la resultante eliminación de las “degeneradas”. Estos
6
Un ejemplo de resistencia al racismo dominante y, específicamente, a las ideas de Gobineau fue la figura
de Joseph-Anténor Firmin. Nacido en Haití en 1850, era antropólogo, periodista y político. En su poco
conocido libro Sobre la igualdad de las Razas Humanas, sostuvo que “todos los hombres tienen las mismas
cualidades y faltas, sin distinción de color o formas anatómicas. Las razas son iguales”.
7
El conocimiento del genoma humano permitió demostrar que la especie humana comparte el 99,9% de
sus genomas. Por consiguiente, nuestras diferencias se encuentran solo en el orden del 0,1%.
8
Ver: Carnese, 2019; Kornblihtt, 2013.
10
nuevos dispositivos de gobernanza de los Estados sobre las poblaciones9 necesitaban del
racismo para legitimar la eliminación de las declaradas anormales o inferiores. El racismo
se amparó en el lenguaje de la ciencia para presentar sus afirmaciones como
incuestionables.
Los discursos racistas durante esta época adquieren su legitimidad al articular las
condiciones sociales e históricas que los propiciaban: un Estado cada vez más
centralizado y el apoyo de teorías científicas que les otorgaban un hálito de verdad. Para
Bauman (1998), “el racismo moderno reúne algunos factores corrientes de la modernidad:
un poder centralizado en el Estado que, gracias al desarrollo de la burocracia, puede
planificar una ingeniería social al servicio de las ideas, siempre presentes, del racismo y
la ciencia aportando técnicas y métodos que justifican y posibilitan el exterminio
sistemático y planificado” (pp. 123-139).
En la articulación del racismo con el saber científico, se desarrolló una maquinaria que
posibilitaba la eliminación de poblaciones consideradas sobrantes o enfermas. Para
Foucault (2014), el racismo moderno estuvo muy lejos de ser simple desprecio u odio a
los extraños; más bien, consistió en una técnica de poder ligada al funcionamiento del
Estado:
[…] estamos muy lejos de pensar el racismo como una ideología mediante la cual
los Estados o una clase tratan de eliminar a un adversario. Es algo mucho más
profundo que una vieja tradición o una nueva ideología. La especificidad del
racismo moderno no está ligada a mentalidades o ideologías, está ligado a técnicas
de poder, a la tecnología del poder. El racismo está ligado al funcionamiento del
Estado obligado a servirse de la raza, para la eliminación de parte de su población.
(p. 218).
En síntesis, no hay funcionamiento moderno del Estado que no pase en cierto momento
y bajo ciertas circunstancias por el racismo. Este fue la condición de poder dar muerte en
la sociedad moderna (Foucault, 2016).
De esta manera, el racismo científico en el
siglo XIX y hasta mediados del XX plasmó
una forma de gestionar y significar las
jerarquías sociales. Para Aimé Césaire
(2006), las consecuencias del genocidio
europeo en el siglo XX, cuya expresión
paradigmática fue el nazismo alemán,
hunden sus raíces en la experiencia de los
9
Ver el concepto de biopolítica de Foucault (2014, 2016). Según este autor, el poder sobre la vida se
desarrolló desde el siglo XVII en dos formas que no fueron antitéticas, por lo contrario, constituyeron dos
polos entrelazados. Uno de los polos son los “dispositivos disciplinarios” sobre los cuerpos individuales
(“anatomopolítica”). El segundo dispositivo, el “biopoder”, se centró sobre las poblaciones, no sobre los
individuos.
11
racismos coloniales y sus consecuentes matanzas masivas. En un artículo escrito en 1948
para el centenario de la abolición de la esclavitud en Francia, sugirió que la Alemania
nazi no hizo más que hacer lo que las potencias occidentales aplicaron durante siglos a
los grupos que habían tenido la audacia o la torpeza de cruzarse en su camino; es decir,
procedimientos colonialistas que solo incumbían hasta el momento a los árabes de
Argelia, a los culíes de la India y a los negros de África.
Varias de las características que concentran los fascismos y, específicamente, el nazismo
estaba presentes en otras experiencias históricas de violencia masiva asociadas al racismo.
La deportación forzada, el universo de los campos de concentración, el trabajo forzoso o
esclavo, la marcación de las víctimas, la racionalidad administrativa y la tecnología
criminal no fueron peculiaridades nazis; puesto que habían sido experimentadas durante
siglos en otros continentes, fuera de Europa, desde las tratas negreras o el trabajo forzado
de las comunidades indígenas (Traverso, 2012).
El racismo, por lo tanto, constituye no un tema biológico, sino político. El racismo
científico y sus diversas teorizaciones muestran las conexiones complejas entre ciencia y
poder. Su experiencia nos alerta estar atentos a apelaciones que, basándose en una
pretendida “neutralidad técnica”, emplean la ciencia en sus estrategias de dominación y
legitimación de las desigualdades.
12
III. Un racismo sin razas en el siglo XXI
Una vez finalizada la II Guerra Mundial y la Shoá10, las ideas racialistas fueron
desacreditadas por el impacto social que tuvo el holocausto. Además, los avances de la
genética mostraron lo inadecuado de las clasificaciones raciales.
Según el genetista Alberto Kornblihtt (2009), la biología molecular, desde la segunda
mitad del siglo XX, ha demostrado que la categoría de raza no es adecuada como criterio
clasificatorio para los grupos humanos. Dos individuos de piel negra pueden ser
genéticamente muy diferentes entre sí, más que un individuo de piel negra y uno de piel
blanca. Esto se debe a que los seres humanos tenemos aproximadamente 25000 genes, y
de aquellos que determinan el color de la piel, los ojos o el cabello, apenas una docena.
Por lo tanto, puede haber muchas diferencias genéticas solo en esa docena de genes que
determinan el color de la piel, pero que, en el resto del material genético, las diferencias
sean mucho menores. Un individuo de piel
oscura puede ser donante de una persona
blanca, porque tiene genes muy parecidos
que permiten la histocompatibilidad. Para
Kornblihtt, el racismo es un instrumento
de dominación social, política y
económica que se ha servido de la biología
como pretexto, pero el intento de
Migrantes en la frontera europea en Melilla,
dominación tiene otros motivos, no
España, SXXI.
biológicos.
Sin embargo, a medida que se desacreditaba por falta de sustento científico la idea de raza
como criterio clasificatorio, comenzaron a surgir otras formas de clasificación cuyos usos
eran similares al de las clasificaciones raciales, pero esta vez sin utilizar tal concepto, una
especie de racismo sin raza. En consecuencia, asistimos al surgimiento de nuevas formas
de clasificación que también tenían
implícita una jerarquía entre las
poblaciones humanas.
La imagen de un mundo dividido en
razas se sustituyó, para algunos autores,
por la de un mundo dividido en culturas11.
La cultura pasó a desempeñar la función
clasificatoria que la raza ya no podía
cumplir por su descredito como categoría Migrantes cruzando el Mar Mediterráneo, SXXI.
10
Holocausto judío. «Shoá» significa «catástrofe» en hebreo. La diferente denominación se refiere a que el
término «holocausto» hace referencia a un sacrificio voluntario, a diferencia de «shoá».
11
La noción de cultura, que fue uno de los aportes centrales de la antropología, ofrecía un abordaje
privilegiado para entender tanto la unidad como la diversidad del género humano. El concepto de cultura
contenía, desde sus orígenes, un potencial democratizador y crítico de las clasificaciones raciales.
13
clasificatoria; de esta forma se dejó de lado el potencial democratizador y se acentuó su
función segregadora. Algunos autores denominan a estas nuevas formas de segregación
y jerarquización “racismo cultural” o “racismo sin razas” (Balibar, 1998; Wright, 2010;
Mbembe, 2016; Stolcke, 2003).
Este tipo de racismo, a comienzos del siglo XXI, tomó el lenguaje de intereses políticos,
religiosos o culturales con el fin de conservar la pureza de un territorio nacional, y evitar
la contaminación con culturas extrañas. La violencia en Europa contra los inmigrantes de
África, Asia y América Latina es síntoma de las nuevas dinámicas del racismo. Los
gobiernos y partidos conservadores alimentan retóricas de exclusión y seguridad. La
matriz de estas narrativas es el ensalzamiento de la identidad europea como un todo
homogéneo que la llegada de extranjeros amenazaría con desestabilizar (Stolcke, 2003).
De esta manera, nuevas formas de racismo sin razas se están desarrollando con
persistencia.12.
12
Susan Wright (2010) estudió la emergencia de los movimientos de derecha en Europa entre 1980 y 2000,
mostrando cómo reformularon los significados de los conceptos de raza. Ya no utilizan en sus discursos
dicho concepto y si en cambio, el de cultura, con el objetivo de implementar políticas conservadoras de
control social sobre los migrantes. Esta operación discursiva desplazó el concepto de raza hacia el de cultura
para legitimar desigualdades y evitar que los inmigrantes obtengan derechos sociales, justificándolo a partir
del objetivo de “conservar” la cultura europea.
14
IV. Género y raza:
Estuvimos hasta aquí analizando la construcción histórica y social de los racismos, y el
surgimiento y desarrollo de la categoría de raza. Las categorías raciales se articulan con
otras categorías que también hacen referencia a distinciones entre los grupos, la de
género13 es una de las más importantes. La antropología, desde un punto de vista
comparativo, mostró que el significado de ser mujer, hombre o cualquier denominación
relativa al género varía cultural e históricamente. Demostró también con su trabajo
etnográficos y teórico que no es posible hablar de “la mujer” sino que es necesario hablar
de “las mujeres” para evitar generalizaciones etnocétricas que ocultan las diferencias,
abarcando múltiples identidades como lesbianas, travestis, trans y personas no binarias.
Todo esto colaboró en deconstruir la hegemonía occidental sobre el género y,
específicamente, sobre la definición de mujer como categoría universal y única. Raza y
género son modos de clasificar a los grupos humanos, por lo tanto, de explicar sus
diferencias.
Cuando utilizamos “genero” nos referimos a una categoría que nos permite ver las
diferencias sociales que fueron construidas culturalmente entre las personas en base a la
sexualidad. Estas diferencias al ser culturales, varían dependiendo la época y las
sociedades. Las diferencias biológicas son transformadas en desigualdades sociales
mediante la intervención cultural en la asignación de roles, actividades, valores y
estereotipo según los sexos que se les asignan. El sexismo (Ondelj, Bonaparte, 2001) y el
racismo recurren a la naturaleza con el objetivo de legitimar y reproducir relaciones de
poder basadas en diferencias fenotípicas. En ambos casos se naturalizan las diferencias.
La impronta biologicista de las nociones de género y raza se visibiliza en el mecanismo
de nombrar remitiendo a características naturales y, en consecuencia, convirtiéndolas en
categorías inmutables y fijas. Es un artilugio que al naturalizarlas, las retira de la historia
y de lo social y, de esta manera, las transforma en universales y estables como si fueran
13
Entendemos el género como una categoría y herramienta analítica, sin embargo nos alejamos de
perspectivas que lo asumen como realidad esencialista u ontológica. Es una categoría que nos ayuda a
entender las ideas que cada sociedad tiene sobre la sexualidad humana (Suarez Tomé, 2022). La categoría
de género, para Butler (2011, 2016), no debe considerarse una identidad estable, sino que su construcción
social se realiza a través de una reiterada estilización, con performatividad de actos a través del tiempo. Al
ser una categoría inestable, necesita constantemente ser reafirmada y confirmada en acciones y prácticas.
15
datos objetivos de la realidad y no construcciones sociales. Son conceptos que posibilitan
lecturas del cuerpo y, a través de ellos, se han construido asimetrías y desigualdades.
Para Henrietta Moore (2009), ninguna diferencia prima necesariamente sobre otras. No
se puede experimentar la diferencia de género independientemente de las demás formas
de diferenciación. Ser mujer y ser racialmente marcada, por ejemplo, actúan a la vez: no
es primero el género y luego la marca racial o viceversa. Esta simultaneidad no depende
de la experiencia personal de cada persona, pues ya se encuentra sedimentada en la
sociedad. Según Judith Butler (2011), no se debe tratar al género y la raza como simples
analogías. Ante la pregunta de si el género se construye de la misma forma que la raza,
sostiene que “estas categorías siempre actúan como fondo una de la otra y se articulan de
forma más enérgica recurriendo la una a la otra” (p. 19). Por ello es importante explicar
la interacción de ambos conceptos en cada contexto histórico y social, y no darlo por
descontado.
El feminismo negro y latinoamericano
a partir de la década del 70 ha centrado
su atención en la interacción entre las
diferencias de género y de raza en
contextos específicos. Puso en
evidencia la experiencia de las mujeres
racializadas y que el racismo y el
sexismo son opresiones que operan de
manera simultánea. Así se propusieron diversos conceptos para mostrar la imbricación de
género y raza: La afrofeminista norteamericana Patricia Hill Collins (2008) utilizó el
concepto de “matriz de opresión” para hacer referencia a la organización total de poder
en una sociedad. A partir de este, entiende que el sexismo interactúa con el racismo, la
homofobia y el colonialismo, lo que genera un sistema jerárquico con múltiples niveles
de opresión. Por su parte, Kimberlé Crenshaw Williams (1993) propuso el concepto de
“interseccionalidad” como el entrecruzamiento de categorías de diferencias que se
derivan del género y la raza. Otro aporte en el mismo sentido lo realizo la filósofa
argentina María Lugones (2005) con el concepto de “fusión”, que permite explicar la
relación de interdependencia entre las vidas de las mujeres afectadas por la experiencia
de la racialización y la asunción de diferencias de género.
16
Por lo tanto, raza y género no son simples ejes de diferencias, sino diferenciaciones
producidas por los efectos de lógicas de poder gestadas en la modernidad, junto a las
jerarquías sociales, económicas y culturales.
17
V. A modo de conclusión
El interrogante del epígrafe inicial del luchador anticolonialista F. Fanon (2016) “¿de
dónde extrae su fuerza el racismo para sostenerse a lo largo del tiempo?” alude a la raza
como vacío. ¿Por qué la raza no tiene un significado estable y único, como tampoco el
racismo tiene una manifestación única?
La raza y el racismo no son referentes estáticos ni tienen una esencia universal. Los
procesos de racialización de los grupos y la condición a la que son sometidos no fueron
los mismos en Argentina, Brasil o EEUU. No hay una categorización racial independiente
de la historia, estas se constituyen dentro de relaciones de poder que transforman algunas
diferencias fenotípicas en cruciales, y su análisis es inescindible de la politicidad y los
juegos de fuerza del poder en cada sociedad y en cada momento histórico.
El racismo constituye, en cada momento, técnicas para producir y clasificar poblaciones
catalogadas como sobrantes o perjudiciales. Impone nominaciones cromáticas y,
mediante esta operación, las condena a la explotación, a la expoliación o al escarnio
permanente. Por ello fue un elemento indispensable del capitalismo.
La raza es un vacío porque carece de esencia fija, de una definición única, pero es
justamente ese vacío lo que la transforma en un fundamento móvil de relaciones de poder.
El vacío, por lo tanto, hace referencia a lo contextual del fenómeno, a la posibilidad de
transformación que posee, a su maleabilidad en relación a disputas en el seno de cada
sociedad.
18
BIBLIOGRAFÍA
Adamosky, E. (2012). “El Color de la Nación Argentina. Conflictos y negociaciones por
la definición de un Ethos nacional”. Jahrbuch fur geschichte (49).Weimar.
Adamosky, E. (2019). El gaucho indómito. Siglo XXI.
Balibar, E. (1998). “¿Existe un neoracismo?” En: Wallerstein Balibar (1998), Raza
Nación y Clase. Lepala.
Balibar E. y Wallerstein I. (1991) Raza Nación y Clase. Iepala
Bauman, Z. (1998). Modernidad y Holocausto. Sequitur.
Butler, J. (2011). El género en disputa. Paidós
Butler, J. (2016). Cuerpos que importan. Paidós.
Candioti M. (2021) Una historia de la emancipación negra. Esclavitud y abolición en
Argentina. Siglo XXI.
Carnese R. (2019) El mestizaje en la Argentina. Indígenas europeos y africanos. Una
mirada desde la Antropología Biológica. Filo. UBA.
Castagna, X. & Sefa Dei, X. (2010). “Un panorama histórico de la aplicación del
concepto de raza en la práctica social”. La manzana Vol.5 N° 2, 113-128.
Césaire A. (2006) Discurso sobre el colonialismo. Akal.
Crenshaw K. (1993) Demarginalizing the intersection of race and sex. In D. Kelley
Weisberg Ed.
Fanon, F. (2015). Piel negra, máscaras blancas. Akal.
Foucault, M. (2016). Historia de la sexualidad. Tomo I. Siglo XXI.
Foucault, M. (2014). Defender la sociedad. FCE.
Grimson, A. (2011). Los límites de la cultura. Siglo XXI.
Grüner, E. (2020). “Haití, un lugar en la historia”. En Gérard Pierre-Charles (2020),
Haití: pese a toda la utopía. Clacso.
Gould, S. J. (2003). La falsa medida del hombre. Crítica.
Hall S. (2019) El triángulo funesto: Raza Etnia y Nación. Traficantes de Sueños. Mapas
19
Hill Collins P. (1998) La política del pensamiento feminista negro. Navarro y Stimpson
(comp) ¿Que son los estudios de mujeres? México FCE
Kornblihtt, A. (2013). La humanidad del genoma. Siglo XXI.
Lugones M. (2008) Colonialidad y género. Hacia un feminismo descolonial. En Genero
y descolonialidad. Mignolo W (Comp) Del Signo
Mbembe, A. (2016). Critica de la razón negra. Futuroanterior Editores.
Moore H. (2009) Antropología y Feminismo. Cátedra
Nagel, R. (2008). “Genética, razas y eugenesia”. Revista Ciencia Hoy. Vol 18 n° 105.
Ondelj M. Bonaparte P (2001) “El sentido común y el conocimiento antropológico” En
Garreta,M y C Bellelli. La trama Cultural. Caligraf
Ortner S. (1996) Entonces ¿Es la mujer al hombre lo que la naturaleza a la cultura? AIBR.
Revista de Antropología Iberoamericana / www.aibr.org
Palma H. (2008) Filosofía de las ciencias. UNSAM
Pineau, M. (2011). La ruta del esclavo en el Río de la Plata. UNTREF.
Quijano, A. (2011). “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En
Lanader Edgardo (2011), La colonialidad del saber: Eurocentrismo y ciencias
sociales. Ciccus.
Schaub, J. F. (2019). Para una historia política de la raza. FCE.
Said, E. (1990). Orientalismo. Cholonautas Edu.
Stolcke, V. (2003). “La nueva retórica de la exclusión en Europa”. Anthropology 36.
Chicago University Press.
Traverso, E. (2002). La historia como campo de batalla: Interpretar las violencias del
siglo XX. FCE.
Todorov, T. (2014). La conquista de América: El problema del otro. Siglo XXI.
Wade, P. (2000). Identidad racial y nacionalismo: Una visión teórica de Latinoamérica.
Ethnic and Racial Studies.
Willams R. (2008) Palabras Claves. Vocabulario de la cultura y la sociedad. Nueva
Visión.
20
Wright, S. (2010). “La politización de la cultura”. En: Boivin, Rosato y Arribas,
Constructores de otredad. Antropofagia.
21