La querella de los diagnósticos
Colette Soler
Actualidad de la ética del psicoanálisis
Colette se pregunta: ¿Podemos aventurarnos diciendo que el psicoanálisis no es una psicoterapia?
Es verdad, no es una psicoterapia, sin embargo, observamos que los psicoanalistas reciben las
mismas demandas que los psicoterapeutas, las demandas generadas por los síntomas y el
sufrimiento que produce nuestro malestar.
El psicoanálisis transforma estas demandas en otra cosa, pero son las mismas.
Por otra parte, muchos analistas no solamente analizan, sino que trabajan en instituciones, con todo
lo analistas que son, se piensa que no practican psicoanálisis en las instituciones, sino que se limitan
a responder al síntoma que encuentran y hay que decir que en ocasiones hacen lo mismo que los
psicoterapeutas.
Entonces aventurarse con el slogan el psicoanálisis no es una psicoterapia no solo será borrar a los
psicoterapeutas, sino que sobre todo seria un poco como un local de comestibles con un cartel que
al frente anunciará “aquí no se vende comida”.
La formula que dio Lacan y creo que sigue siendo la posición justa cuando dijo que “el psicoanálisis
no es una terapéutica como las demás”.
En efecto, aceptamos demandas terapéuticas y tratamos demandas terapéuticas.
Las tratamos efectivamente, más allá de la escucha terapéutica.
Podemos precisar aun mas diciendo que el psicoanálisis presenta dos aspectos indisociables.
Es una exploración del inconsciente, consiste en construir, construir con la palabra, consiste en
explorar los significantes, las palabras, los deseos que circulan en el inconsciente: en su vertiente
epistémica.
Y es un hecho que, al mismo tiempo, obtiene modificaciones en los síntomas: es lo que llamamos
terapéutica.
Resulta muy importante señalar que las dos vertientes son indisociables.
En el psicoanálisis se curan los síntomas por la exploración del inconsciente, es nuestra diferencia,
formulada de modo muy simple respecto a las simples psicoterapias de la escucha, del consejo y del
consuelo.
Es por eso que creo que no se puede disociar al psicoanálisis de su alcance terapéutico, el que
además da testimonio del inconsciente lenguaje.
Un siglo de diagnóstico psicoanalítico
En tanto seguimos la enseñanza de Lacan no podemos prescindir del diagnóstico.
Desde los inicios del psicoanálisis, Freud y sus colegas se plantearon la elaboración de una teoría
clínica propia del psicoanálisis, diferente de las teorías clínicas de la psiquiatría.
Se trataba de saber si había una clínica psicoanalítica propia del discurso analítico, que no fuera
simplemente la clínica psiquiátrica de ese tiempo.
Una clínica psicoanalítica propia, en sentido fuerte, suponía dos cosas: una nosografía propia, es
decir una identificación de los síntomas propia y también, en segundo lugar, teorías explicativas
propias.
De entrada, es posible constatar que Freud, Lacan, Melanie Klein construyeron su clínica derivándola
de la clínica psiquiátrica, es decir que, en líneas generales, retomaron las categorías diagnosticas de
la psiquiatría: psicosis, neurosis y perversión.
Tanto Freud como Lacan retomaron esa nosografía, al menos al principio.
Lacan pone en marcha el proyecto de repensar todos los fenómenos de la neurosis, de la psicosis y
de la perversión, a partir de la estructura del sujeto en tanto determinado por la estructura del
significante y del discurso.
Polémica sobre el uso del diagnostico
En primer lugar, la necesidad del diagnostico en psicoanálisis. Algunas personas piensan que el
diagnóstico es inútil en el discurso psicoanalítico, que no se debería utilizar el diagnostico.
Pero también, están quienes denuncian el uso del diagnostico como un abuso, lo que no es del todo
lo mismo.
Foucault estudiaba la clínica psiquiátrica, no la clínica psicoanalítica y caracterizo la actividad
diagnostica de una manera que considero justa: Diagnosticar es hacer entrar el caso singular en
una especie general.
El síntoma que puede tratarse esta constituido de un modo distinto.
Hay entonces una disyunción entre la presencia o la ausencia de los síntomas buscados por el
médico, y aquellos que permiten entrar en el psicoanálisis.
Además, y debido a esto, creo, se plantea en la entrada la cuestión de la demanda.
Sabemos de sobra que la demanda que permite entrar en un analisis no es cualquier demanda.
Esta cuestión es muy importante precisamente porque no cualquier estado del síntoma se presta a
la elaboración analizante.
Podría decirlo de otra manera: solo es un síntoma tratable aquel que se presenta como un
significante de la transferencia, es decir que suponga un sujeto.
Esto no se ve, no atañe a la clínica de lo visible. Que un malestar cualquiera, lo que no marcha para
el sujeto, presuponga al sujeto, no es visible.
Por eso el mismo síntoma definido en la clínica psiquiátrica, en la clínica de la observación, puede o
no convertirse en un síntoma analítico.
El hecho de fabricar la forma analítica del síntoma es una transformación.
La palabra, los dichos del sujeto, son constituyentes del síntoma que puede tratarse con el
psicoanálisis.
Solo el sujeto puede decir lo que no marcha para él, aunque ignore la causa, por supuesto que tal
vez tratara de descubrirla.
La ética de los diagnósticos
Trato de explicarme la tesis de la inutilidad del diagnóstico para ser complaciente.
Pero hay otra cara de la tesis que denuncia el abuso del diagnostico
Existe un problema de ética de los diagnósticos.
Para resumir la tesis de quienes lo denuncian, el diagnostico seria una especie de abuso del saber en
provecho de otra cosa, dicho de otro modo, es la idea de que el ejercicio clínico, que es un ejercicio
de saber, solo es la justificación del goce del clínico.
Esta tesis es tomada por Foucault, me parece bastante representativa de una tesis que circula en un
cierto numero de autores, tesis del abuso inherente al diagnóstico del saber una justificación del
goce.
Allí no se trata tanto ya del goce de la mirada, sino del goce del poder.
Quiero subrayar lo siguiente: en todo diagnostico hay algo que excede al mero juicio de saber.
Vale mas seguramente que el diagnostico sea ajustado, pero ajustado o no, implica siempre un juicio
ético y un juicio ético no es un juicio de saber.
Hay fenómenos discretos que muestran esta dimensión de juicio ético en el diagnostico, y en
principio una cosa muy simple: ser diagnosticado es siempre muy desagradable. Se habla del que
hace el diagnostico, pero también esta el que resulta diagnosticado.
Y luego esta la practica del diagnostico salvaje, que es frecuente: nos tratan de totalmente loco,
histérico, paranoico, esquizo.
En los ámbitos informados psicoanalíticos y psiquiátricos, es decir que hay también diagnósticos de
pasillo, murmullos que dicen “usted sabe, Fulano es un…”
Estas pequeñas huellas discretas de lo cotidiano deben ubicarse en una estructura mucho mas
general y que Lacan formulo: “todo significante a un sujeto ejerce violencia sobre ese sujeto”.
Lo que quiere decir que el carácter injurioso no se sostiene tanto del sentido del significante como
a la predicación misma, la predicación viene del Otro, otro que formula “tu eres esto o aquello”, ya
sea positivo o negativo.
Ese “este o aquello”, el significante predicado, injuria al sujeto.
Esto quiere decir que reprime y que aliena su ser propio.
En este sentido el diagnostico es lo opuesto al nombre propio, como un nombre que identifica los
rasgos de uno mismo como singulares, único, impredecibles, justamente y que no se promueve sino
por la vida de los actos y las obras.
Es lo que permite decir que el nombre propio ex siste al Otro, no es un significante del Otro.
Reconozcamos la violencia del diagnóstico.
Por eso, creo, que es siempre útil, en cada juicio de diagnostico que ustedes profieren o que
escuchen proferir, interrogar no soplo su pertenencia nosografía, sino el punto de perspectiva desde
donde el síntoma resulta evaluado.
La evaluación ética del diagnóstico psicoanalítica a lo que apunta el psicoanálisis, a saber,
encontrarse en el inconsciente.
Podemos interrogarnos en efecto en cuanto al diagnóstico, acerca de la forma en la que un sujeto
singular responde al destino que la arma su inconsciente, como se sitúa respecto de su verdad, y
como ubica respecto del goce real que el tiene tendencia a desconocer más o menos.