Libro de Texto Filosofía y Fenomenología de La Religión
Libro de Texto Filosofía y Fenomenología de La Religión
FILOSOFÍA Y
FENOMENOLOGÍA
DE LA RELIGIÓN
PROF. D. MIGUEL A. MEDINA ESCUDERO
Con Licencia Eclesiástica del Arzobispado de Madrid con fecha 20 de junio de 2018
I.S.B.N.: 978-84-16639-88-5
DEPÓSITO LEGAL: M-36510-2018
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CONTENIDO
INTRODUCCIÓN GENERAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
BIBLIOGRAFÍA GENERAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
VOCABULARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
CONCLUSIÓN GENERAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
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INTRODUCCIÓN GENERAL
Sin llegar a posturas extremas, se hace inevitable una más estrecha colaboración entre cien-
cias de la religión y teología. Y en esta perspectiva, la filosofía de la religión, rectamente
entendida y apoyada en una sana fenomenología, constituye la mejor mediación para facili-
tar ese necesario diálogo entre las religiones, las ciencias y la teología.
Segundo modelo: supuesta la fenomenología del hecho religioso y una filosofía de la religión
según el primer modelo, la filosofía puede “aplicar su rigor crítico a las formas concretas que
ese fenómeno religioso ha revestido de facto” para valorar distintos aspectos, criticar las cate-
gorías que emplea o demostrar, en suma, la racionalidad de su aceptación por el sujeto
humano. Esta segunda forma deberá estar en una más estrecha relación con la fenomenolo-
gía de la religión e incluso supondrá el desarrollo de la fenomenología de los hechos religiosos
concretos sobre los que ha de trabajar.
Todos estos temas habrán de aparecer en nuestro estudio. Para ello, iremos desgranando
cada una de esas perspectivas en sucesivas unidades.
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BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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UNIDAD DIDÁCTICA 1
Ciencias de la religión:
Filosofía y Fenomenología
Contenido
INTRODUCCIÓN
Varias son las ciencias que intentan proyectar su carácter normativo sobre el fenómeno
religioso. Desde el momento en que se impuso la consideración de "lo religioso", como
hecho humano específico, la filosofía de la religión y otras ciencias intentan una determi-
nada descripción del fenómeno, investigan desde la razón el porqué de la religión, de su
validez y justificación. Ya Homero y Hesíodo intentaron la primera aplicación de la
razón al hecho religioso. Este sería el origen de las ciencias aplicadas al estudio de la
religión. No es nuestro objetivo realizar un largo estudio, vamos a reducir nuestra pers-
pectiva al enfoque realizado por dos ciencias: filosofía y fenomenología de la religión.
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Tema
Las ciencias de la religión
1
Abordamos el tema de las ciencias sobre la religión. Pero tenemos que asumir,
desde el principio, que las dificultades para su determinación se extienden desde su
concepto y posibilidad hasta su método y temática específica, pasando por su
misma historia. La dificultad aparece tanto por el contenido específico del hecho
religioso, como por el método de análisis a emplear. Se trata de captar la peculiari-
dad de este hecho humano específico. La pregunta que nos hemos de plantear es:
¿podemos estudiar científicamente la religión? Para responder a este interrogante
tendremos que deslizarnos por distintas ciencias de la religión. Los resultados pue-
den ser muy diversos. Sin embargo, el objeto fundamental será expresar la relación,
mutua distinción y respeto entre religión y ser humano como realidades diversas,
pero siempre con un núcleo común.
Si bien las ciencias de la religión tienen que echar mano de los hallazgos de otros
saberes, no pueden detenerse en esos descubrimientos. Los resultados teóricos van a
ser muy diversos, a veces incluso contrarios entre sí, pero la mayoría de ellos están
determinados por unos principios comunes que constituyen los presupuestos que
han regido la comprensión y realización de lo que llamamos “ciencias de la religión”.
Dentro de este principio, y formando parte de una corriente muy extendida, no fal-
taron quienes se fijaron más en el aspecto social de la religión, exagerando
notoriamente su función social. E. Durkheim, padre de la sociología científica, pen-
saba que el elemento único e independiente sería el grupo social. Por el grupo
social, la religión no será sino una “variable dependiente” o reflejo de esa sociedad.
El grupo concreta su religión como una fuerza que mantiene y agudiza el sentimien-
to de la común pertenencia y el espíritu colectivo del grupo.
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La religión era algo “razonable”, normal dentro del marco de una sociedad primiti-
va, ignorante e imperfecta, y al mismo tiempo se rechazaba cualquier elemento que
implicara alguna cabida de lo sobrenatural. La religión tenía, únicamente, un valor
de “utilidad” ante la debilidad y el miedo que el hombre primitivo padecía. Con el
progreso y la evolución de las ciencias se suprimiría esa utilidad de la religión.
Según una y otra forma, el hecho religioso será estudiado desde las manifestaciones
más elementales y rudimentarias hasta las más evolucionadas, o como degradación
desde las más perfectas a las más imperfectas. Este principio hegeliano, es aplicado al
campo religioso por H. Spencer, en 1862, ofreciendo una interpretación racional del
mundo religioso, basada en el proceso evolutivo de la historia de la cultura. Intentó
resumir toda la historia partiendo de los cuatro grandes principios del evolucionismo:
primero, el desarrollo social está sometido a una ley general perfectamente uniforme;
segundo, la evolución adopta constantemente las mismas formas y pasa por idénticos
estadios; tercero, la evolución procede paso a paso, y las mutaciones resultan práctica-
mente insignificantes; y cuarto, la evolución es siempre progresiva.
Fue un error enormemente extendido en casi todas las teorías formuladas desde las
ciencias de la religión. El método propiciaba el error: si el método se contentaba en
sumar las semejanzas externas de elementos aislados, procedentes de las más dife-
rentes áreas culturales, y luego establecer relaciones de parentesco o de dependencia
entre las religiones, a las que pertenecen esos rasgos aislados, el error era inmediato:
imposible comparar acertadamente el significado de rasgos pertenecientes a cultu-
ras, latitudes y tiempos muy diversos.
Sumadas las teorías y sus deficiencias, es indudable que la obra de todos los represen-
tantes de la ciencia de las religiones, en aquella primera etapa, supuso una aportación
muy valiosa para los científicos de la religión de nuestros días.
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La expresión “ciencia de las religiones” quiere indicar un tratamiento del hecho reli-
gioso en su conjunto, con un método y talante diferente al método
filosófico-teológico precedente.
Desde la antigüedad grecorromana hasta el siglo XIX, el enfoque del tema religioso
estará dominado por la teología y la filosofía, pero siempre restringido al tema de
Dios, con pocas excepciones. Durante el renacimiento, con sus descubrimientos
geográficos, comenzarán a acumularse gran cantidad de datos históricos sobre las
religiones. El empirismo y el naciente espíritu positivo se irá imponiendo en el espa-
cio del saber, en detrimento de la metafísica. Los fenómenos, hecho empíricos,
comienzan a adquirir importancia. Paralelamente, la historia reivindica su validez y
el de su campo-objeto de estudio.
Y así llegamos al auge del racionalismo, en los siglos XVII y XVIII. Todavía se pro-
ducen intentos de un tratamiento positivo de los datos religiosos, pero siempre
criticados por el prejuicio reductivista de los racionalistas. Al mismo tiempo,
comienza a desarrollarse una literatura descriptiva de la religión como fenómeno
histórico y como un dato de la experiencia humana.
La crisis del deísmo y de la religión natural dan paso a un tratamiento diferente del
hecho religioso. En el campo filosófico se abre paso la naciente filosofía de la reli-
gión. Mientras, en el campo empírico positivo aparece un interés y un tratamiento
de la religión que no será ni el teológico ni el filosófico, sino un modelo que podría-
mos llamar histórico-empírico-descriptivo. En esta dirección se ubicará la naciente
ciencia de las religiones que, pocos años más tarde, evolucionará hacia un ramillete
de ciencias, bien diferenciadas y establecidas, sobre la religión
Por el momento, nos contentaremos con una sencilla visión de algunas de las
ciencias:
CONCLUSIÓN
El término “ciencia”, aplicado al estudio del hecho religioso, expresará el
estudio del hecho religioso, según los métodos del saber científico positivo.
Al ser las ciencias, y su metodología, diferentes, también los resultados teó-
ricos van a ser diversos, incluso contrarios entre sí. Pero, necesitamos la
aportación diferenciada de estas “ciencias” para ir centrando el significado
humano y racional de la religión.
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Tema
Filosofía de la religión
2
Antes de fijar el objeto y cometido de esta ciencia, debemos dejar claro que la “filo-
sofía de la religión” se encuadra dentro del conjunto de las ciencias sobre la religión,
pero tiene sus propias notas distintivas:
Esta disparidad de concepciones entre los estudiosos nos sitúa ante el desafío, de
afrontar la filosofía de la religión, tomando en consideración tanto el objeto propio
(la religión) como su posibilidad epistemológica. Por otra parte, la complejidad del
hecho religioso (objeto de la ciencia) nos confronta con tres cuestiones que necesi-
tan ser clarificadas, a fin de obtener un concepto de lo que es y debe ser la filosofía
de la religión.
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Segunda característica: la religión es obra del hombre entero. Esto obliga a los
filósofos a afrontar racionalmente la actitud existencial (la religiosa) desde todas
sus perspectivas. En este empeño, los analistas se dividen entre los que siguen el
camino de la estricta razón (Kant y sus seguidores) y los que prefieren el del senti-
miento (Schleiermacher…)
‒ Principio de diálogo. Dentro del mutuo respeto y aceptación de sus propias especi-
ficidades, la religión y la filosofía acontecen en la vida humana. Por consiguiente,
deben tener algo que decirse mutuamente, en virtud del mismo sujeto humano en
el que acontece la experiencia y vivencia de una y otra, y del mundo compartido,
en el que ambas emergen y sobre cuyo significado y sentido pretenden aportar
alguna luz.
Con estos prenotandos, podría parecer sencillo ofrecer una definición correcta de
esta ciencia. No es así. Son tantas las dificultades, que muchos filósofos renuncian
a dar una definición aproximada, porque consideran que su objeto específico se
resiste a encasillamientos intelectuales. Otros, sin embargo, se atienen a los hechos
y advierten en ellos una singularidad, que puede y debe ser clarificada a nivel de la
razón. ¿Podemos, pues, intentar una definición aunque no sea totalmente precisa?
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Sería pretencioso por nuestra parte ofrecer una definición, y arriesgarnos a errar.
Por eso, nos serviremos de la definición que nos aporta B. Welte:
Para poder fijar este “qué” es necesario un enorme trabajo de análisis y de síntesis
sobre el objeto: la religión. Su normatividad no pretende establecer la racionalidad
de la existencia de Dios; tampoco excluye “a priori” ni la revelación ni la existencia
de Dios. No obstante, la normatividad de la filosofía de la religión se ve obligada,
por la fuerza de los hechos, a reconocer una dimensión de racionalidad a la religión.
Filosofía de la religión 21
¿Es posible un tratamiento racional del hecho religioso? Sin duda, pero no debemos
menospreciar las dificultades que plantea. Por tanto, habremos de considerar tam-
bién las dificultades y pautas de solución y viabilidad.
Dificultades
Proceden de dos grandes universos: las primeras son de orden teórico. Nacen en los
mismos conceptos de filosofía y de religión. Las segundas son más prácticas, y pro-
ceden de la condición misma del sujeto agente de la religión.
Los primeros podrían realizar un auténtico discurso racional sobre la religión. Pero,
desde su asepsia, carecen de algo necesario: sin vivencias religiosas se topan con la
dificultad de reflexionar sobre la esencia de algo que ignoran. Obviamente, estos
filósofos habrán de ser observadores imparciales que no tratan de justificar su pro-
pia vivencia, sino que interpretan unos hechos empíricos cargados de especial
significación. Si su cometido consiste en juzgar lo que hay y se preguntan por la
racionalidad de unas manifestaciones externas, ofrecidas a su consideración, prime-
ro habrán de saber de qué signo son esas manifestaciones. No es necesario que se
las apropien y hagan suyas, basta con que se atengan a los datos, sin impregnarlos
de sus sentimientos o prejuicios personales.
Por tanto, la filosofía debe limitarse a dar razón de un hecho humano específico.
Este hecho es realización del hombre en su tensión hacia lo sobrenatural-descono-
cido. Tras la comprensión racional del ser humano, se esforzará en discernir la
capacidad del hombre para acoger conscientemente esa relación, ofrecida por la
Trascendencia. En consecuencia, son dos las funciones que debe cumplir: por una
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parte, mostrar la apertura constitutiva del hombre a una Realidad de rango ontológi-
camente superior; y, por otra, determinar la posibilidad de la automanifestación de
dicha Realidad.
Éstas son también las razones del filosofar. Podemos decir que existe una cierta
similitud, a la vez que se aprecian profundas diferencias. La más importante es:
mientras el filósofo intenta llegar a la contemplación de la verdad filosófica, el hom-
bre religioso orienta su pensamiento hacia la comunión con esa verdad religiosa.
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Es la reacción contra la forma anterior. De ahí que las críticas, que van a aparecer
sobre esta modalidad, no estén muy lejos de los argumentos usados contra la postu-
ra previa. Ambas terminan por negar la distinción entre orden natural y
sobrenatural.
Previamente la norma última de toda realidad era “la religión”. Ahora es “la razón”.
Ella es la norma última de toda realidad, incluida la religión, y el único ámbito posi-
ble para una correcta comprensión de toda la realidad. Lo “sagrado” o “lo divino”
serían otra dimensión más de esa realidad, que la razón estaría autorizada para
desentrañar y clarificar. Pero, para lograrlo, será necesario desnudar lo sagrado de su
carácter de enigma o misterio.
Para Hume, las ideas son sólo impresiones o percepciones de los objetos. Por tanto,
las ideas son una imagen que nos sirve en la práctica para entendernos, pero que no
sabemos si tienen un valor real fuera del sujeto. Otro tanto ocurre con la “sustan-
cia”: Hume considera que no es más que una idea compleja; tiene el valor de una
idea, pero con el tiempo ha sido revestida de una ficción fantástica que no sabemos
si tiene algún valor.
Como los tres son conceptos vacíos e inconsistentes, los argumentos que se fundan
en ellos también lo son: la justificación racional de la religión es imposible. La teolo-
gía natural no es viable y, a lo más que podemos tender, es a hacer una Historia
natural de la religión, en la que Hume sitúa el origen de la religión.
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Abierta la senda por Comte, Hume y Kant, será sencillo transitar por la vía ideológi-
ca: la religión consiste únicamente en una tensión innata del hombre en busca de
una ilusión proyectada hacia fuera. Así quedaba proclamada la “confesión de la
nueva fe”: Dios es una imagen ficticia que el hombre se hace de sí mismo, a partir
de sus propios deseos de felicidad e inmortalidad.
La religión será, pues, proyección hacía el exterior de los deseos humanos. Por eso,
la religión será acusada de ser un “robo”, hecho al hombre, pues se le hace creer
que Dios es distinto de sí mismo, cuando, en realidad, sólo es una imagen ilusoria
que el mismo humano se fabrica, revistiéndola de las mejores cualidades de sí
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mismo. El ser humano regala esas cualidades a Dios y se las “roba” a sí mismo. Es
la crítica de los llamados “Maestros de la sospecha”. Para ellos, el objeto término de
la actitud religiosa humana es un Dios proyectado, que ha sido construido incons-
cientemente por el propio humano. Cuando éste amplía su conocimiento y toma
conciencia de que ese Dios no es otra cosa que un producto de su imaginación,
entonces Dios muere y nace el humano, plenamente consciente, libre y dueño de sí
mismo.
Es un ejercicio de gnosis práctica: se trata de saber que Dios no es distinto del ser
humano, sino un producto imaginario de la fuerza de sus deseos de bien, felicidad,
bienestar, vida, libertad, etc. En ese momento, este Dios pierde su identidad y su
consistencia, hasta quedar reducido a un mero epifenómeno de conciencia, es decir,
algo que no tiene consistencia ni realidad en sí mismo, sino que es un producto ilu-
sorio, amamantado por los propios deseos y anhelos del hombre.
La distinción entre ambas puede ser ampliada hasta llegar a contraponerlas. Esta
contraposición puede ser hecha tanto por razones filosóficas como teológicas.
Las razones filosóficas, pueden proceder de una mentalidad atea o de una mentalidad
científica.
‒ Más rígidos son los neopositivistas, que llegan a negar el sentido mismo de la pro-
blemática religiosa. Empiristas hasta la médula, su único criterio válido es el de la
verificación: una proposición empírica o abstracta tiene sentido si es verificable o
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Por su parte Barth asume la idea luterana de la sola fides y el rechazo de toda teolo-
gía natural, y por ende, de toda religión que no sea consecuente con la fe
sobrenatural (cristiana). Para él, la verdadera religión no puede nacer del esfuerzo
humano para llegar a Dios, sino únicamente de la iniciativa del plan divino salvífico.
De lo que puede deducirse que todo raciocinio sobre la religión tendrá la misma
diferencia que la que existe entre Dios y el hombre.
Además, todos admiten que no ha de existir oposición entre la verdad revelada, (que
deriva directamente de Dios a través de alguien que habla en su nombre), y las ver-
dades racionales que el hombre es capaz de conquistar mediante su inteligencia. La
revelación (y la fe con la que viene aceptada) conforma la inteligencia que, a su vez,
sería una gran ayuda como medio de penetración para mejor comprensión de los
contenidos de la revelación.
Es claro que esos filósofos, normalmente, son también teólogos. Reflexionan nece-
sariamente sobre las verdades que creen, aunque entre ellas haya no pocas obtenidas
por la razón. Sin embargo, lo verdaderamente fundante de esta postura es que están
convencidos de que la verdad es obra, conjuntamente, de la razón y de la revelación.
Intentan reconciliar las dos fuentes de conocimiento y, en caso de un posible con-
flicto, la verdad corresponderá a la fe, basada en la autoridad de Dios.
Esta suele ser la andadura de san Agustín, los averroístas, santo Tomás de Aquino,
san Buenaventura o Duns Scoto, con sus respectivas escuelas. Para todos ellos, la
razón y la fe son dos focos de luz que brotan de la misma fuente, Dios, como ver-
dad primera, de modo que la razón estaría subordinada a la revelación divina.
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Pero esta fe no es todavía sabiduría o “sapiencia”. Del mismo modo que existe un
movimiento del entendimiento hacia la fe, así también la misma fe genera un movi-
miento hacia la inteligencia o visión intelectual. Es la prefiguración de los
movimientos del pensamiento cristiano, que san Anselmo y la escolástica llamarán,
Intellectus quaerens fidem y Fides quaerens intellectum.
Santo Tomás acepta las dos funciones que la filosofía ejerce en relación a la fe. La
primera función es la de demostrar los fundamentos racionales de la fe. La otra es
posterior: la filosofía proporcionará los razonamientos para construir una teología o
intellectus fidei. Por tanto, santo Tomás reconoce un status propio a la filosofía, la
cual no parte de las verdades reveladas, como lo hace la teología, sino de la expe-
riencia humana, en su integridad, y de los principios supremos de la razón. Por lo
tanto, la filosofía es una sabiduría suprema dentro de lo natural, diferente a la sabi-
duría teológica que se mueve en el plano sobrenatural.
No intenta hacer una filosofía “separada”, sino que parte de la certeza de que no
puede existir oposición entre ambas sabidurías. Aún más, sugiere una cierta conti-
nuidad. El primer momento estaría ocupado por una fe, como participación en la
ciencia divina revelada. Pero este obsequio que el hombre da a Dios, mediante la fe,
no sería razonable si fuera contrario a las exigencias fundamentales de la razón: la fe
puede ser sobrenatural pero nunca podrá ser irracional, y si es racional ha de ser
objeto de la filosofía.
Quizás sea más conveniente establecer un primer grupo con las derivadas de la filo-
sofía aristotélico-tomista; las inspiradas en el pensamiento de Hegel; las que
proceden de la ontología de Heidegger o de la fenomenología de Husserl. Otro
grupo podría estar constituido por todas aquellas opciones que mantienen un diálo-
go abierto con las ciencias históricas, sociales, psicológicas y lingüísticas.
Filosofía de la religión 29
Filosofía de la religión 31
CONCLUSIÓN
La filosofía de la religión se encuadra dentro de las variadas ciencias de la
religión. Su definición podría ser: pensar racional y normativo, que versa
sobre la religión e intenta esclarecer su esencia auténtica, al tiempo que rei-
vindica la legitimidad y sentido de la religión en cualquier contexto cultural,
al tiempo que promueve una sana relación entre el universo de la filosofía y
el de la religión.
Dicho esto, no debemos perder de vista que esta, como el resto de las cien-
cias sobre la religión, tiene también su propio objeto y cometido. Y, es aquí
donde pueden hallarse los puntos de fricción entre filósofos, especialmente
cuando ha de fijarse el cometido específico y definición de esta ciencia, pre-
supuesto necesario para fijar las relaciones entre los dos polos: reflexión
racional y religión del ser humano. Esta bipolaridad sigue sin estar clara
para todos, como lo demuestran las distintas tendencias actuales de la
Filosofía de la religión.
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Tema
Fenomenología de la religión
3
Nace, pues, con una fuerte vocación unificadora, e intenta ocupar un lugar de
mediación entre las ciencias empíricas y las normativo-especulativas de la religión.
Su vocación es la de un estudio hermenéutico, cuyo primer cometido es dejar hablar
a los hechos.
I. “Fenomenología de la religión”
Descripción
Origen
La crisis del teísmo filosófico. Tras años de interés por el tema de Dios, los estudiosos
se concitan en torno al tema de la religión misma.
Impacto provocado por el descubrimiento de sabidurías y tradiciones exóticas con sus tex-
tos sagrados. Nuevos hallazgos arqueológicos permiten descifrar legados religiosos
de civilizaciones pasadas. Junto a la egiptología, en las culturas mesoorientales se
descubren nuevas religiones: parsismo y mazdeísmo en el antiguo Irán.
Todas estas líneas animan la búsqueda de un conocimiento riguroso del hecho reli-
gioso mismo. Así nace la fenomenología dentro del campo interdisciplinar de las
ciencias de la religión. Surge en el siglo XIX para unificar diversas áreas de conoci-
miento sobre lo religioso y, de ese modo, determinar su sentido y significación.
Descubrir la dimensión subjetiva de los mismos. No basta con observar los fenómenos
visibles. Debajo de los rasgos religiosos externos se encuentra la dimensión subjeti-
va. Ella es el principio agente y la fuerza animadora del fenómeno.
Fenomenología de la religión 35
Como cualquier fenómeno, el hecho religioso comporta una doble relación entre un
sujeto y un objeto que se encuentran. En el caso de la fenomenología de la religión,
el objeto se identifica con lo sagrado y el sujeto es el hombre creyente. La relación
entre ambos se transmuta mediante unos actos humanos que expresan un senti-
miento de dependencia respecto de un Ser superior y trascendente. La ciencia no
capta el objeto directamente, sino sólo mediante la actividad específica del sujeto,
cuyo sentido intenta descifrar.
El objeto de esta ciencia es “lo Sagrado”, mientras que el sujeto es “el hombre reli-
gioso”. La relación entre ambos se manifiesta mediante actos humanos específicos,
que expresan un sentimiento de dependencia de un Ser superior y trascendente. La
ciencia no capta ese Ser extraño y superior directamente, sino sólo a través de la acti-
vidad específica del sujeto religioso, cuyo sentido intenta descifrar.
Fenomenología de la religión 37
Una ciencia que busca la comprensión del fenómeno religioso a partir de sus
manifestaciones históricas, tanto individuales como colectivas. Trata de la per-
ceptibilidad inmediata de la esencia de la religión a través de sus
manifestaciones (objetos, actos, doctrinas, instituciones, comportamientos y
resultados). El binomio esencia-manifestación es el eje de articulación de este
saber específico.
Tomando como base las líneas fundamentales del método fenomenológico husser-
liano, y la definición aportada por Velasco, la fenomenología de la religión introduce
ciertas matizaciones que conviene tomar en consideración.
1º La objetividad del significado exige dejar que los hechos religiosos hablen por sí
mismos. Exige la suspensión de todo prejuicio frente al hecho religioso, a fin de
dejar que éste hable por sí mismo. No es competencia del fenomenólogo discutir
los fundamentos de las creencias religiosas, ni siquiera interrogarse si los juicios
religiosos tienen un valor objetivo. Es obvio, por tanto, que el fenomenólogo sólo
debe interesarse por la precisa naturaleza de estos hechos, sin necesidad de que
llegue a pronunciarse sobre el valor religioso o moral de los mismos.
Además, todo suceso religioso tiene una doble característica: es único y genérico.
Por tanto, su interpretación exige que ambos aspectos sean tenidos en cuenta. Si
perdemos de vista la especificidad de un hecho religioso, la generalización puede
llevarnos a perder todo su valor.
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Fenomenología de la religión 39
El uso de la comparación es, pues, legítimo: tanto para poner en relación como
para distinguir; para encontrar las diferencias y las semejanzas. Sería imposible
comprender el significado de un hecho religioso sin considerar distintas variantes
del mismo, porque la naturaleza simbólica del hecho religioso, y sus significados,
solo pueden ser plenamente descifradas cuando han sido examinados un cierto
número de ejemplos procedentes de distintas religiones: el estudio comparativo
no se propone nivelar todas las religiones a una esencia o experiencia de fondo.
Estadio precedente
La Tradición hermenéutica
W. Dilthey (cf. Introducción a las ciencias del Espíritu (1883)) extiende la tarea herme-
néutica a todas las manifestaciones culturales, en cuanto expresiones de la vivencia
de los hombres.
La tradición hierológica
Centra toda su consideración en lo sagrado. Dos serían los autores más representa-
tivos: N. Söderblom y R. Otto. La experiencia dicta a N. Söderblom (cf. Religiones de
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Fenomenología de la religión 41
Rudolf Otto ha tenido una decisiva influencia en este estudio. Como es bien cono-
cido, la obra que más celebridad le dio fue Das Hielige. Ya el mismo título nos
confronta con la categoría de “lo santo”. Ella es la clave interpretativa, que permite
penetrar en el núcleo más íntimo y esencial de las religiones. Las líneas fundamenta-
les de su pensamiento fenomenológico pueden ser resumidas en estos puntos
esenciales:
Estadio sistematizador
En este estadio se inscriben los autores que han dado carta de ciudadanía a esta
ciencia de las religiones.
Fenomenología de la religión 43
Respetó escrupulosamente los datos objetivos del hecho religioso y los describió en
su específica intencionalidad, pero, y debido a que no tenía excesivo interés por la
historia de las estructuras religiosas, ni siquiera intentó describir las estructuras de
las diversas formas específicas de la vida religiosa. Demostró con absoluta claridad
que los fenómenos religiosos no pueden ser reducidos a funciones sociales, psicoló-
gicas o racionales. Pero, en su obra constatamos un defecto: haber olvidado la
historia de las estructuras religiosas, para dejarse llevar por el evolucionismo.
Mircea Eliade (cf. Historia de las creencias y las ideas religiosas; Tratado de la historia
de las religiones; Lo sagrado y lo profano). Toda su excelente obra constituye un nuevo
método y una renovada incursión eidética en los fenómenos religiosos. Su obra dis-
curre sobre cuatro ejes:
Los escritos de Mircea Elíade han sido una rica contribución a lo que ha sido llama-
da “morfología religiosa” y “fenomenología genética”. Según Elíade, la tarea del
fenomenólogo consiste en comprender y explicar el valor religioso contenido en los
distintos modelos en los que el sacro se presenta.
Fenomenología de la religión 45
CONCLUSIÓN
La fenomenología es más un método que un saber. Desde la observación de
fenómenos, con idéntico denominador, pueden extraerse conclusiones en
las que todos esos fenómenos coinciden, si bien pueden darse rasgos dife-
renciadores debido a su pertenencia a culturas o espacios humanos diversos.
Esta ciencia se verifica mediante una observación detallada y una compara-
ción seria y objetiva. Esta ha sido la aportación que nos han legado algunos
renombrados “fenomenólogos”.
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CONCLUSIÓN
UNIDAD DIDÁCTICA I
ACTIVIDADES
1. Realiza un cuadro sintético: sitúa en tres columnas las relaciones entre filosofía y
religión, los autores y sus teorías al respecto.
5. Conoces la teoría de R. Otto, explica las actitudes psicológicas que dan lugar al
“hombre religioso”.
LECTURAS RECOMENDADAS
SAHAGÚN LUCAS, J., Fenomenología y filosofía de la religión (BAC, Madrid 2005) 15-86.
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UNIDAD DIDÁCTICA I1
Religión - Religiones
en la historia humana
Contenido
Tema 1: La religión
l Etimología y notas de la “religión”
l Interpretaciones modernas sobre la religión y su origen
INTRODUCCIÓN
La religión es un hecho tan antiguo como el mismo hombre. Es lo que parece concluirse
de las investigaciones históricas. Cuando hablamos de “religiones”, parece que damos a
entender que existe un concepto general, en torno al cual se pueden reunir todas las for-
mas particulares de religión. Sin embargo, hasta la actualidad, cualquier tentativa por
llegar a una definición satisfactoria y aceptable ha dado lugar a un resultado infructuo-
so. Sabemos vagamente lo que queremos decir cuando hablamos de religión, pero cuando
queremos ser más precisos, algo se nos escapa: nos movemos por un campo abstracto,
pues hemos separado la idea de “religión”, de la experiencia viva que la originó.
Por esta razón, en la última parte de esta unidad vamos a detenernos en una “tipolo-
gía” de rasgos que se hacen visibles en muchas religiones, hasta propiciar una idea de
relación familiar entre las distintas religiones. Esta multitud de religiones tiene un
inconveniente y un provecho. Su numerosidad es tan grande que no podemos ni intentar
hacer un elenco de todas ellas. Pero nos puede servir también para hacernos una mejor
idea de la importancia de la religión en la vida del hombre.
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Tema
La religión
1
Todos, más o menos, sabemos qué es “la religión” o los rasgos que especifican esa
realidad. Sin embargo, hay otras dimensiones que también hemos de conocer: cuán-
do y cómo surge la religión; tipología y formas de religión… Para nuestro estudio
vamos a intentar fijar primero el concepto “religión”, con las connotaciones etimo-
lógicas e históricas que implica.
El tema ha preocupado a sabios y filósofos de todas las épocas. También los filóso-
fos modernos se han dedicado a enjuiciar y evaluar ese fenómeno que conocemos
como religión. Creyeron haber encontrado en la ciencia y el progreso evolutivo un
sustituto para la religión, reliquia fantasmal de un pasado que debía desaparecer tras
ser superada por la ciencia. Esos filósofos llegaron a pensar que había pasado el
tiempo en el que el hombre, tras pasar siglos persiguiendo una ilusión creada por él
mismo, debía dar el salto hacia el paraíso de la ciencia.
A medida que han ido progresando las ciencias positivas de la religión, su concepto
se ha clarificado notablemente, revistiendo unas expresiones teóricas con visos de
verdaderas explicaciones. Éstas surgen en el momento en que los filósofos se pre-
guntan por la verdadera religión y sustituyen el sentido etimológico por el sistema
doctrinal, o el de organización comunitaria y cultual exterior, en vez de las relacio-
nes internas del ser humano con la divinidad.
La religión 53
Detengámonos en cada uno de estos indicadores, para de ese modo ser capaces de
enfocar más correctamente nuestro tema:
2º La divinidad, en tanto que Realidad suprema, no puede ser reducida por el hom-
bre a un objeto de su propiedad, y mucho menos en instrumento al servicio de
sus necesidades y caprichos. Ante ella no debe situarse como lo haría frente al
resto de los seres y cosas. La Realidad suprema nos ayuda a descifrar el enigma
del hombre y de su entorno cósmico e histórico.
3º Relación mutua entre ambos. Esta relación posibilita dos direcciones insepara-
bles. La primera es ese “reconocimiento interior” de la Realidad suprema,
comprendida como clave de la vida humana, de su historia y de todo el cosmos.
Este aspecto es como el alma vivificadora de “lo religioso”, su elemento funda-
mental. Pero el hombre no es sólo espíritu, sino más bien una unidad
psicosomática. De ahí que no se realice ni pueda realizar solamente en la interio-
ridad de su espíritu. Es necesario que todo, lo que hay y ocurre en el espíritu
humano, tenga su correspondiente exteriorización, y que, por tanto, el hecho
religioso se manifieste incluso con unas características definitorias, que lo distin-
gan de otras posibles concepciones y formas de actividad humana.
Realidades secundarias
Tras especificar en qué consiste lo religioso primario, será más sencillo concretar en
qué consiste lo religioso secundario: se expresa en las manifestaciones externas y
objetivas, derivación y manifestación sensible de las realidades primarias que com-
ponen el núcleo del hecho religioso. Sin embargo, a la hora de estudiar las
manifestaciones y prácticas externas de lo religioso interior y fundamental, hay que
tener en cuenta que para un hombre maduro, con un espíritu reflexivo y experimen-
tado, lo religioso no es sólo una parcela de su espíritu y de su actividad. Lo religioso
lo es todo.
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La religión 55
Por ello caben muchas clases de estudios y ciencias de “lo religioso”: las que investi-
gan sus orígenes, fundamento, líneas esenciales y finalidad. Son las ciencias
racionales: Filosofía, Metafísica o Teodicea. Incluso la Ética. Y las que se ocupan de
su descripción, más o menos cronológica en la historia religiosa de la humanidad, de
sus concepciones y prácticas a lo largo de los tiempos y de los pueblos.
De acuerdo con esta definición, podemos fácilmente distinguir tres elementos fun-
damentales para diferenciar una religión verdadera de la que no lo es.
Resulta fácil comprender que la religión implica y compromete tanto el aspecto sub-
jetivo como el objetivo. De modo que, por una parte, exige del hombre una actitud
indigente y dependiente de la fuerza sobrenatural, con las consiguientes consecuen-
cias prácticas para la vida. Por otra, se manifiesta como la suma de creencias, ritos,
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No estudiaba las ideas abstractas sobre Dios y la religión, sino la experiencia religio-
sa del hombre, desde diversas mentalidades. Dejando de lado el aspecto
especulativo y racional de la religión, Otto pone el acento sobre el aspecto “irracio-
nal” de la experiencia religiosa. Se trataba de “lo Santo”, vivo, personal, intuido,
vivido, presentado o adivinado. Quería demostrar que los argumentos de razón del
materialismo ateo no podían refutar la validez objetiva de la religión, puesto que
ésta constituye un fenómeno de índole propia, experimentado y percibido como
valor autónomo por la disposición religiosa y por el sentimiento.
Desde mediados del siglo XX, los estudios sobre el tema de la religión han puesto
de relieve tres hechos incuestionables: la universalidad del hecho religioso, la impor-
tante función de lo sagrado en la sociedad y la influencia innegable del contexto
sociocultural en la vida religiosa. Significa esto que la religión es compañera del
hombre, hasta el punto de ser considerada como elemento esencial de su estructura
o derivación natural de ella. Así se ha pensado siempre. Sin embargo, a los filósofos
y fenomenólogos de la religión no les bastaba este aserto, y tan pronto como apare-
ció la Ilustración y su diosa razón, comenzaron a buscar y proponer nuevas visiones
de la religión.
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La religión 57
No existe una unanimidad. No pocas veces las teorías de los distintos autores son
diversas y, en ocasiones, contradictorias entre sí. No obstante, la mayoría de estos
filósofos asumen unos principios comunes que constituyen los presupuestos que
han regido la comprensión y realización de las ciencias de las religiones a lo largo
del siglo XIX y XX:
Primero, la religión no puede ser otra cosa que un producto cultural del hombre.
De acuerdo con este presupuesto, cualquier concepto de “sobrenaturalidad”, que las
distintas religiones puedan atribuirse, queda descalificado como incompatible con la
absoluta independencia de la razón humana. La razón será “la medida” para aceptar
o no cualquier realidad. Si una realidad no puede ser observada y experimentada,
sensible y racionalmente, esa realidad no es verdadera.
Segundo, casi todas las teorías surgen del esquema “positivista” de interpretación
de la historia, propuesta por Auguste Comte en su obra Filosofía positiva: la religión
pertenece al “estadio mítico” o teológico de la historia. Este estadio, posteriormen-
te, dejará espacio al metafísico que, a su vez, habría sido superado por el estadio
instaurado con el advenimiento de la ciencia.
Otro presupuesto común a todas las teorías, casi como una característica obsesiva
es la “búsqueda de la ‘primera religión’ o los orígenes del hecho religioso. La dialéc-
tica racional es patente: si el hecho religioso es un hecho cultural producido por el
hombre, entonces, habrá tenido origen tras un estadio no-religioso previo. Ese
momento original es lo que se debe descubrir. De ahí que todas las teorías sobre el
origen de la religión traten de desentrañar ese momento primero.
La primera trasposición del esquema evolutivo fue realizada por Herbert Spencer,
quien intentó un resumen de toda la historia desde los principios del evolucionismo.
Estos principios podríamos resumirlos a cuatro: primero, el desarrollo social está
sometido a una ley general uniforme; segundo, la evolución adopta constantemente
las mismas formas y procede por los mismos estadios; tercero, la evolución procede
paso a paso y las mutaciones resultan prácticamente insignificantes. Finalmente, la
evolución siempre es progresiva.
Finalmente, casi todas las teorías se caracterizan por el uso de un método común:
el método comparativista. Es un método que se contenta con la semejanza externa
de elementos aislados, procedentes de las más diferentes áreas culturales, para esta-
blecer relaciones de parentesco o de dependencia entre las religiones a las que
pertenecen esos rasgos aislados.
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Es indudable que, gracias a esta búsqueda febril, la obra de todos los representantes
de las ciencias de la religión ha supuesto una aportación muy valiosa de datos, de la
que siguen sirviéndose en buena medida, incluso, las más sobrias interpretaciones
de la religión en nuestros días.
En el fondo se vislumbra una crítica del orden institucional cristiano y, desde los
principios de la religión natural, se remarcan las diferencias entre la religión de la
razón y el cristianismo institucional. En lugar de analizar el cristianismo en su
dimensión religiosa, está siendo analizado desde las funciones administrativas que
ejerce y como poder político y económico extraordinario. Se pasa así de la crítica
filosófica de una forma concreta de religión -el cristianismo vinculado al poder civil-
a la crítica de la religión en general, considerándola como ideología que bloquea el
natural proceso de la razón y sostiene al poder establecido.
Conclusión de estos principios: toda religión es una falacia pues apoya sus ideas en
la ignorancia, la inquietud y la indigencia. Y no contenta, obstaculiza el normal desa-
rrollo de la razón humana, al tiempo, que fomenta el dominio de los sacerdotes
sobre los creyentes. En suma, la teoría de la religión defendida desde la Ilustración
tendría las siguientes perspectivas:
‒ Esta filosofía subrayó la capacidad de la razón para conseguir por sí misma la ver-
dad completa acerca de Dios, del hombre y del mundo.
‒ Los pensadores de la Ilustración reducen la religión revelada a una religión dentro
de los límites de la razón natural, manteniéndola bajo control.
‒ Para el movimiento ilustrado la religión histórica (concretamente el cristianismo
oficial), es una aberración de la religión natural porque desempeña una función
político-social en una situación concreta que debe ser superada.
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La religión 59
Paso a paso, mediante la luz de la razón, se sistematiza una crítica que lleva a afir-
mar la falsedad de toda religión, por sus carencias y porque esas mismas pobrezas
obstaculizan el desarrollo de la razón humana y fomentan la dependencia de la clase
sacerdotal.
Por tanto, las posiciones ante la religión dentro de la Ilustración son dos:
Con su teoría de los tres estadios, A. Comte (1798-1857) calificó la religión de sub-
producto de un estado pre-científico y pre-filosófico por el que pasó la humanidad.
Coincidiendo cronológicamente con Comte, L. Feuerbach (1804-1872) ampliaba la
apreciación del anterior con su teoría de la proyección, que tan buenos servicios
prestó al primer marxismo y al psicologismo freudiano. Según Feuerbach, la religión
no es otra cosa que la proyección de los deseos humanos de felicidad, en los que
Dios es el sueño que el hombre ansía para sí mismo.
En otra línea, pero sin desentonar con el naturalismo exacerbado de los anteriores,
S. Freud (1856-1939) y la escuela psicoanalista identifican la religiosidad con una
neurosis colectiva de la humanidad, producida por un falso sentimiento de culpa.
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Dos son las obras de Hume que contienen de forma directa una reflexión filosófica
sobre la religión: Diálogos sobre la religión natural (1751-1779) e Historia natural de la
religión (1757).
Las ideas universales. Hume afirma que no podemos conocer los objetos en sí.
Nuestro conocimiento proviene de las percepciones internas que tenemos de ellos.
Estas percepciones o impresiones, que penetran con fuerza y viveza, originan las
ideas. Éstas serían las representaciones internas débiles y menos vivaces que dejan
las impresiones en el pensamiento. Las impresiones son el material más sencillo, ele-
mental y primario de conocimiento. Por su parte, las ideas tienen menos viveza y
menos fuerza.
La raíz de la crítica de Hume es que, según él, desconocemos la causa externa que
produce las impresiones y, por consiguiente, las ideas. ¿Hay realmente objetos exter-
nos, fuera del sujeto, que produzcan esas impresiones y, posteriormente, las ideas?
No lo sabemos. Es el principio del empirismo más radical. Para Hume, las ideas son
una imagen que nos sirve en la práctica para entendernos, pero que no podemos
concretar que esa imagen, fuera del sujeto, tenga un valor real.
El “principio de causalidad”: todo efecto que no tiene el ser por sí mismo ha sido
causado o producido por una causa externa. Si la religión propicia una demostra-
ción de la existencia de Dios mediante la razón, no podrá hacerlo sin el principio de
causalidad.
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La religión 61
Su error es claro: prescinde del dato experimental y se limita a establecer unos mol-
des racionales que lo encauzan obligatoriamente, de forma que el fenómeno
religioso queda desfigurado vivencialmente, al tiempo que es convertido en pura
construcción mental, de tal modo que:
¿Qué queda del hombre religioso? Nada. En la “religión kantiana” no hay Dios,
sino un concepto. Por consiguiente, no puede haber tampoco hombre religioso,
sino una razón hipertrofiada. En el constructo kantiano no aparece el misterio divi-
no, sobrecogedor y atrayente, que impacta al hombre y suscita una conducta que se
hace vida: escrituras santas, libros inspirados, tradiciones vivas llenas de sabiduría,
encuentro del hombre con Aquel que le sobrepasa, símbolos, instituciones venera-
bles que han ayudado al hombre a vivir.
La religión 63
En esta óptica ‒en la que el marxismo se mueve a sus anchas‒, el pecado original
del que hablan las religiones no es más que el resultado de absolutizar al Ser (Dios)
por encima del hombre. Una derivación de la trascendencia divina que impide la
verdadera realización del espíritu humano. En consecuencia, Dios debe morir para
que viva el hombre.
La religión 65
conciencia de que Dios no es un ser extraño sino su misma esencia de hombre que,
por error, ha sustantivado y proyectado fuera de sí. En resumen: Dios es la falsa
esencia de la religión. La verdadera es el hombre. La "esencia del cristianismo" es la
divinidad del hombre.
Desde esta óptica, la religión aparece claramente como fuente de consuelo ficticio
para los oprimidos, ante su estado de miseria real y tentativa ilusoria de liberación.
Pero también es medio de opresión, ejercida por los opresores. Pero la religión no
es la causa, sino el efecto reflejo de un mundo mal organizado. La protesta de la
religión es ilusoria e ineficaz. Como simple consuelo no es más que el “opio del
pueblo”, que adormece pero no libera de la enfermedad real. Se debe suprimir la
alienación económica, condición que permite que el fenómeno religioso se genere.
En primer lugar, sus presupuestos del materialismo dialéctico sufren una miope
visión restrictiva por convertir la realidad en sola y pura materialidad. Las leyes de la
evolución dialéctica están destinadas a explicar la evolución de la materia, pero no
explican el comienzo del ser que evoluciona, ni su eternidad, unicidad o la carencia
de un momento inicial en el cual el ser empieza a ser.
Por otra parte, las proposiciones que expresan afirmación o negación de la existen-
cia de Dios, como entidad diversa de la materia, exceden el campo de proposiciones
construibles y verificables en el ámbito de la ciencia física. Argumentos fundamen-
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La religión 67
Por otra parte, Marx acusa a la religión de fomentar la pasividad, sobre todo frente a
la injusticia socio-económica en que viven muchos hombres. La religión hace que
éstos dirijan sus ojos al cielo, apartándoles de la injusticia de este mundo y adorme-
ciéndoles con la esperanza puesta en la mayor justicia del mundo venidero y futuro.
Todos los argumentos marxianos sobre la religión tienen justamente un límite: la
praxis.
Darwin, y en una concepción del impulso vital siempre creciente que produce indi-
viduos con ‘voluntad de poder’: los superhombres.
Nietzsche niega la existencia de Dios para sentirse más fiel a la tierra. Opone el
mundo al trasmundo, la vida frente a su debilitamiento. Y, la fórmula para procla-
mar su teoría es explosiva: Dios debe morir, porque impide el pleno desarrollo del
hombre. Es necesario asumir la muerte divina como presupuesto básico para la
construcción del hombre y de su experiencia de libertad en la nada: nihilismo radical.
Esa negación produce el vacío de la nada. Y, en esa nada, es donde puede surgir la
suprema libertad con su nuevo credo: “no hay absolutamente ninguna verdad”. Esta
aseveración es el presupuesto de la nueva creación: el superhombre. Éste es el que ha
de poder triunfar sobre la nada porque, primero, se ha liberado de Dios. La muerte
de Dios aporta una libertad suprema: si Dios, fundamento y norma del ser, ha
muerto, con Él desaparece todo poder limitante y, por consiguiente, la voluntad del
hombre puede discurrir con plena libertad. El superhombre nietzscheano parte de
la nada. Es el signo evidente de la apoteosis: él ocupa el lugar de Dios y se enfrenta
orgullosamente con su destino, para construirlo.
Son muchas las críticas que podemos hacer. La primera, porque parte de un “rostro
débil” del cristianismo. Achaca a esta religión que ha sido un obstáculo en el progre-
so del hombre: para Nietzsche la transcendencia se puede realizar en el “más acá” y
es producto de la voluntad del hombre, mientras que en el cristianismo la consuma-
ción de la perfección y la transcendencia del hombre sólo se dan “más allá”.
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La religión 69
Quinto, contra Dios o la debilidad. El rechazo del Dios cristiano se realiza en esta
clave: procede de la debilidad de los hombres y sostiene esa debilidad mediante la
compasión. Este es uno de sus errores fundamentales: califica la piedad como
enfermedad.
A pesar de las diversas corrientes que existen en psicología, S. Freud sigue ocupan-
do un puesto relevante. A diferencia de la interpretación integradora de Jung, la de
Freud es claramente reduccionista, pues intenta elaborar una antropología en la que
el hombre tiene el poder de afirmarse y ser creador de su propio sentido. Desde esta
percepción, Freud realiza un análisis profundo del ser humano para esbozar sus dos
teorías: la del inconsciente y la de la libido.
Para estudiar al hombre, Freud parte de una de las facetas humanas más importan-
tes de la vida: la religiosa. Pero, lo hace desde dos cuestiones que le preocupan
profundamente: el origen de la actitud religiosa y su naturaleza específica.
Vamos a intentar hacer un bosquejo de los puntos centrales del pensamiento freu-
diano y la crítica que se puede hacer ante un pensamiento en el que una perspectiva
particular se convierte en conclusión universal.
Freud no sólo identifica religión con neurosis, sino que analiza también el mecanismo
de la neurosis religiosa. Entre sus elementos enumera tres fundamentales: 1º obser-
vancia minuciosa del culto ritual; 2º sumisión incondicional a la ley; y 3º una culpa
que expiar.
La religión 71
de la tribu (los hijos del padre asesinado) se alimentan del tótem, animal que repre-
senta al ser protector. Sólo de esta forma se puede restablecer la concordia con el
padre muerto, quien revive en los hijos que se alimentan de la carne del tótem, a la
vez que les trasfiere sus virtudes y poderes.
CONCLUSIÓN
En la historia de la humanidad se puede constatar un rastro continuado de
creencias y prácticas religiosas, en estrecha relación con las culturas. Este ras-
tro tiene siempre los mismos componentes configuradores: un espacio
sagrado, un misterio que se hace perceptible, un sujeto humano que acepta
encontrarse con el misterio.
De ese modo, se establece una doble y mutua relación entre la Realidad tras-
cendente y el hombre: una Realidad “vislumbrada” y percibida, y un ser
humano, animado por un deseo interior de conocer y dominar a esa
Realidad.
La conjunción de estos tres indicadores, revestidos de un ropaje de visibili-
dad pública, nos sitúa ante una difícil situación: ¿cómo se puede conjugar el
aspecto subjetivo y el objetivo de la religión? Un ser humano que se recono-
ce implicado integralmente por la aparición de la Realidad trascendente.
Los estudiosos de la religión han de afrontar el desafío de entender, al
mismo tiempo, la actitud dependencia de la fuerza sobrenatural y la inten-
ción de expresar esa dependencia en creencias, ritos, mitos, oraciones,…
Quizás por esta complejidad, se han dado tantas interpretaciones sobre “la
religión”, desde las teorías de Compte, a la tesis freudiana de la religión
como fruto de patologías humanas, pasando por la teoría de la religión natu-
ral o la religión antropocéntrica…
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Tema
Teorías sobre el origen de la religión y
tipologías de religiones
2
Durante el siglo XIX, los estudios sobre la religión se caracterizaron por un in-
saciable deseo de encontrar y explicar la primera forma de religión. Un objetivo
absolutamente imposible, pero que posibilitó la aparición de complejas teorías acer-
ca de la base, estrato o modelo sobre el que se habría producido la primera forma
de religión. Hubo teorías de todo tipo: algunas bastante disparatadas; otras parecen
tener visos de verosimilitud, si bien todas ellas adolecen de deficiencias, que termi-
nan apareciendo nítidas cuando llegamos a sus conclusiones:
Max Müller (1832-1900) es, sin duda, el iniciador de la ciencia moderna de las reli-
giones. Su obra, Mitología comparada (1856), es considerada como el acta de
nacimiento de la ciencia de las religiones. Para él, la idea de lo divino se concibe en
términos de infinito, pero no es el producto de una revelación religiosa, sino del
contacto humano con la realidad.
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Según él, las religiones son las “lenguas” que los seres humanos han usado para diri-
girse al Absoluto, Ser Supremo o divinidad. Y, tanto la unidad de los mitos como la
unidad religiosa, se derivan del parentesco entre las lenguas, especialmente las indo-
europeas.
El lenguaje es el medio que va a permitir explicar la aparición de los mitos y los dio-
ses. Pero, para esa explicación, serán necesarios algunos términos abstractos. Para
construir el significado de estos conceptos, los hombres han necesitado sublimarlos,
alejándolos de una designación de cualidades sensibles únicamente.
En un principio, los conceptos designaban los objetos por una de sus cualidades: el
brillante, el fuerte, etc. Pero el hecho de que un objeto poseyera diferentes cualida-
des, o de que una cualidad fuese poseída por diferentes objetos, originó el
fenómeno de la polinimia (muchos significados) y la homonimia (significado huma-
no). En un primer momento, la diferencia entre los distintos objetos significados y
sus atributos es clara, pero pronto se oscurece esta claridad y los distintos nombres
dan lugar a distintas realidades, en las que se personifican lo que antes eran única-
mente algunos nombres diferentes. Por ejemplo: casi todos los pueblos eligieron el
cielo brillante para indicar el infinito, del que tenían una especie de presentimiento.
Posteriormente surgen los malentendidos, y primero se considera el cielo como
lugar donde mora el infinito; pero, más tarde, se convierte al propio cielo en divini-
dad. Así los nombres se convierten en dioses -nomina, numina-; y los mitos que nos
relatan las acciones de los mismos son, según Müller, sencillamente, unas “enferme-
dades del lenguaje”.
Tylor explica el proceso seguido por el hombre primitivo: desde el animismo a las
formas más perfectas de la vida religiosa. El hombre primitivo comenzó a asumir
esta creencia tras observar una serie de fenómenos, como el sueño o la muerte, en
los que podía constatar la existencia de un principio de acción, diferente del cuerpo.
Esto le lleva a la afirmación de la existencia del alma. El paso sucesivo sería la cre-
encia en la existencia de espíritus de muertos que, pronto, comienzan a ser
considerados como espíritus benéficos o peligrosos para su vida.
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Su principal ideólogo es James George Frazer. La rama dorada de Frazer nos propor-
ciona esta tesis. Es una obra monumental en la que se compendian toda una serie
de estudios, relativos a los más diferentes temas de etnología y de ciencia de las
religiones.
De acuerdo a la ley de los tres estadios de Comte, la humanidad habría pasado sucesi-
vamente de la magia a la religión y, finalmente, a la ciencia. Cuando los hombres caen
en la cuenta de que no pueden dominar a las fuerzas superiores, mediante la magia,
recurren a la religión. La magia es, pues, anterior a la religión por constituir un hecho
psicológicamente más simple que la idea de seres personales que utiliza la religión.
Tras constatar que no logra lo que pretendía, el hombre asume la existencia de seres
más fuertes, a quienes no se puede dominar mediante la magia, y a los que será
necesario propiciar o reconciliarse con ellos. Por ello, “la religión consiste en dos
elementos, uno teórico y otro práctico; es decir, una creencia en poderes superiores
al hombre, y un intento de hacerlas propicias o de agradarlas”.
Pero no es la única crítica que se hace a Frazer. Más radical ha sido la crítica sobre la
explicación otorgada al origen de la religión. En efecto, la asociación de ideas que
supone la magia no es anterior a la concepción de seres personales. Tampoco puede
probarse que las tribus australianas, a las que se refiere Frazer, no tengan religión.
Por otra parte, se reprocha con razón a Frazer que no haya caído en la cuenta de
que, junto a la magia, los primitivos realizan acciones regidas por una “mentalidad
científica”, con lo que se hace insostenible el esquema evolutivo que él propone. No
obstante, su obra es sumamente valiosa por la enorme colección de datos sobre la
religión primitiva.
Su teoría es también conocida como “teoría totémica”, y mediante ella trata de expli-
car el origen de la religión como un derivado social.
Las críticas a la obra de Durkheim han sido numerosas y pueden ser agrupadas en
dos grandes categorías. Algunas se refieren a la reducción del fenómeno religioso a
sus componentes sociales. Otras se basan en la refutación de las tesis del totemismo
y en la crítica del material etnológico en que se fundan: el fenómeno totémico, que
es el centro de la argumentación de Durkheim, no presenta en todas las culturas, los
rasgos que Durkheim le atribuye. Finalmente, existen culturas primitivas en las que,
o no se da el fenómeno totémico o éste no tiene el carácter religioso que la escuela
sociológica le atribuye.
Según Malinowski, el hombre tiene una serie de necesidades que son satisfechas por
instituciones sociales y culturales. A cada función le atribuye una institución y, todos
los elementos constitutivos de una sociedad ejercen una función.
También hay necesidades derivadas de que el hombre viva en sociedad que son satis-
fechas por instituciones como la religión. Según esta teoría, la religión nace como
proceso de sacralización y sublimación de un complejo de normas y valores que otor-
gan las respuestas y el significado decisivo a la existencia; o que permiten la
trascendencia de la situación de límite humano (histórico, biológico o cultural). La reli-
gión, por tanto, la respuesta para los contextos concretos en los que se experimentan
formas diversas de sufrimiento y que evidencian los límites de la vida de los hombres.
Wilhelm Schmidt (1868-1954) fue un sacerdote católico alemán, famoso como lin-
güista, antropólogo y etnólogo. Al intentar sistematizar las lenguas del sudeste
asiático descubrió algunas conexiones con algunas lenguas de Oceanía, lo que le
llevó a formular la teoría de la “círculos culturales” y de los cuatro estadios en el
desarrollo de las sociedades humanas.
De la vastísima obra de W Schmidt, nos fijaremos en los tres puntos que nos pare-
cen más importantes: la renovación del método, la acumulación de datos relativos a
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1º El método histórico, que Schmidt utiliza, viene a subsanar un error de base que
viciaba el estudio del hecho religioso: el método evolucionista.
AUTORES TEORÍAS
Segundo, no todas las teorías son aceptadas hoy en la fenomenología, pero sí exis-
ten algunos resultados positivos: superaron la excesiva racionalización de la religión
propia de la teología y la filosofía de la religión de los últimos siglos. La ciencia de
las religiones ha puesto de relieve que la religión es un hecho humano complejo,
cuya esencia no agotan los elementos racionales por importantes que sean. A partir
de esa ciencia se ha hecho imposible reducir el estudio de la religión a la teología o a
la teodicea.
Finalmente, nos han aportado una ingente cantidad de datos, acumulados por sus
representantes sobre las casi innumerables formas del hecho religioso en todas las
áreas y estratos culturales de la historia humana. Es verdad que no todos estos datos
han sido establecidos con suficiente rigor crítico, pero a lo largo de este período
puede observarse cómo ese rigor se ha ido despertando y afinando a medida que el
contacto con los datos se hacía más directo y se perfeccionaban.
Ya desde el inicio de la historia humana, la vida del hombre está llena de signos de
actividad religiosa. La moderna ciencia de las religiones nos ofrece una gran profu-
sión de detalles diferenciadores, según se trate de poblaciones recolectoras o
cazadoras, nómadas o sedentarias. Pero en todas ellas aparece un rasgo común: una
actividad, diferente de la actividad ordinaria, que usa elementos pertenecientes a
otra actitud: la religiosa.
En una primera época, la religiosidad telúrica resaltó sus senos maternales y la efica-
cia fecundante de la Telus (castellanización de la palabra "Tellus"=Tierra: divinidad
que recibe diversas designaciones: Cibeles, Isis, Atargatis, Semele, Deméter, Bona,
Dea, Ba-Belona (cuenca del Mediterráneo)... La etimología de estos nombres es
“diosa madre” y, también, “tierra madre”. El conocimiento de la madre tierra se
encuentra relacionado con el llamado ídolo femenino de la fecundidad: estatuilla de
mujer caracterizada por sus numerosos pechos o vientre abultado.
La religión informa la vida social y cultural de los pueblos. Ésta, a su vez, repercute
sobre lo religioso. La influencia recíproca, entre religión y sociedad en sus múltiples
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aspectos, resalta con vigor propio en las religiones que podemos denominar étnico-
políticas. A tenor del desarrollo de la condición étnico-nacional, el individuo es
considerado al mismo tiempo como ciudadano y creyente religioso.
Esta vinculación a un grupo nacional es tan fuerte que nacen, se desarrollan, alcan-
zan su “siglo de oro”, pasan por un periodo de decadencia y mueren al compás del
desenvolvimiento de las respectivas nacionalidades. Las religiones étnico-políticas
no desaparecen, de ordinario, ahogadas por religiones de categoría superior o más
dinámicas y eficaces, sino debido a una conquista de otro pueblo o al proceso de
descomposición originado en el seno de su comunidad tribal o nacional.
El fin de los actos cultuales es, por supuesto, dar culto a la divinidad, pero el cum-
plimiento de los deberes para con la divinidad revierte en beneficio del Estado y del
bien común nacional; beneficia a los particulares a condición de que posean el título
de ciudadanos.
La suprema jerarquía de la nación goza de carácter divino, al tiempo que el rey pasa
a ser el representante del dios supremo y, en general, de todos los dioses. El monar-
ca, faraón o como se llame, es representante e intermediario entre los hombres de
su grupo étnico y sus dioses nacionales; jefe político-militar único de su pueblo;
sacerdote supremo; y, en algunos casos, también hijo de la divinidad.
- Visión unitaria y panteísta del cosmos. La inmanencia no se limita al ser racional ini-
ciado, sino que se extiende a todo el universo (mundo mineral, vegetal y animal). El
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Por otra parte, en esta religiosidad, el individuo busca la unión con la divinidad; de
la que se siente muy cercano; trata de acercase a ella mediante diversos recursos
ascéticos, animado por la convicción de que su alma, tras la muerte, la poseerá
como don. Es una religiosidad afectada de personalismo.
- El secreto de los misterios y el arcano. El rito iniciático es la señal externa de esta reli-
giosidad. Ahí nacían los Misterios, que apartaban al iniciado del resto de los
mortales y lo inscribían en un círculo más reducido: los “unidos” con la divinidad.
Esta unión, que simbólicamente se realizaba ya en el momento mismo de la inicia-
ción, se iba incrementando mediante la celebración de fiestas y actos cultuales.
El rito iniciático y todos los actos cúlticos tenían categoría de símbolo, único modo
de sugerir y comprender mejor la recóndita realidad del más allá y de cuanto el ini-
ciado experimentaría tras la muerte. Sin embargo, como el símbolo de los ritos
mistéricos podía ser mal interpretado, si alguien no había sido iniciado y recibido el
significado de los ritos, casi todas las formas de religiosidad mistérica terminaron
por prohibir la divulgación del contenido y de las prácticas de los Misterios. Hablar
de ellos era profanarlos. La única fuente de conocimiento era la vivencia, su “cele-
bración” dentro del ambiente íntimo de la experiencia sacral. De este modo se
impuso la ley del arcano. Tan fuerte fue la vigencia del secreto que de hecho no se
conoce con certeza ningún caso de profanación de este tabú.
Los actos cultuales mistéricos están orientados a preparar y enseñar con vivencias
que la muerte es tránsito de una vida a otra; que es necesario llevar una vida pura y
portarse bien. El culto mistérico, originariamente naturista, se fue impregnando de
contenido ético y soteriológico.
e) Religiones Universales
Aparte del respeto a la lengua original, este conservadurismo fue favorecido, sin
duda, por el hálito de misterio que la lengua original proporcionaba a las celebracio-
nes litúrgicas y que de algún modo plasmaba la inefabilidad de lo divino, o sea, la
imposibilidad de comprender totalmente y de expresar de modo adecuado el miste-
rio divino y el encuentro del hombre con lo sobrenatural. Tal vez se explique así el
aferramiento a la memorización de los libros sagrados, caso del Corán, y de una
interpretación siempre vigilada por la jerarquía.
CONCLUSIÓN
El siglo XIX y principios del XX vieron nacer distintas interpretaciones sobre
la religión; y, casi inevitablemente unidas a esas interpretaciones, aparecieron
también tesis correlativas al origen del fenómeno religioso a lo largo de su
historia. Los estudiosos de la religión parecieron sufrir un irrefrenable deseo
de descubrir cómo fue la “primera” religión. Un objetivo loable, pero imposi-
ble, aunque posibilitó una enorme recopilación de material etno-religioso.
Gracias a las aportaciones de esos estudiosos, podemos indicar los rasgos
diferenciadores que las distintas prácticas religiosas han ido asumiendo a lo
largo de la historia de la humanidad. Todos esos rasgos, muchos de ellos
caracterizados por la tipología de la cultura en la que surgieron, nos descu-
bren una enorme riqueza de religiones, pero con algunos rasgos comunes que
podrían ayudarnos a conformar –sólo desde una óptica didáctica– una espe-
cie de “familias” de religiones con sus rasgos parecidos, pero también con
diferencias notables.
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CONCLUSIÓN
UNIDAD DIDÁCTICA II
El término “religión” es complejo, por lo que da lugar a una gran variedad de signi-
ficados y definiciones. Esta complicación, junto a visiones excesivamente racionales
ha provocado visiones y teorías de la religión en las que desaparece su dimensión
sobrenatural o queda reducida a lo puramente social o funcional. Pero no son úni-
camente estas visiones las que yerran su enfoque, la complejidad de la experiencia
de la religión aparece igualmente cuando se pretende configurar las teorías sobre la
“primera forma” de religión.
Uno de los datos, aportados por la fenomenología, es que cualquier religión engloba
realidades, muy distintas de contenidos y valor (sentimientos, fervor, sacrificios, ges-
tos, símbolos, lenguaje, etc.), que han ido apareciendo a lo largo de la historia y que
se han ido configurando de inmediato en una serie de rasgos que darán lugar a lo
que hemos llamado “familias” de religiones.
Todos estos rasgos nos aportan otra conclusión: la religión es un fenómeno dinámi-
co, íntimamente ligado a factores socio-culturales.
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ACTIVIDADES
4. Autores, obras y teorías sobre el origen de la religión. Realiza un cuadro con estas
tres perspectivas.
5. Tipología de las distintas “familias” de religiones. Resume en pocas líneas los rasgos
más característicos de cada una de ellas.
LECTURAS RECOMENDADAS
El “Hecho religioso”
Contenido
90 El “Hecho religioso”
INTRODUCCIÓN
Para aproximarnos mejor al “hecho religioso” y entender sus rasgos esenciales es necesa-
rio tomar en consideración los datos que aporta la historia de las distintas religiones; los
elementos materiales que conforman una religión y la peculiar intención que los determi-
na y convierte en un campo de significación específica. No obstante, y sumando todo lo
dicho, la intención religiosa sólo se puede captar mediante sus expresiones, y éstas se
expresan a través de la cultura.
Tema
El “Hecho religioso”
1
92 El “Hecho religioso”
Otro dato aportado por las ciencias anteriormente indicadas es que las religiones
corresponden a muy distintas áreas culturales, que a su vez son la respuesta humana
a situaciones geográfico-ambientales. La riqueza y amplitud de los datos obtenidos
nos lleva a afirmar que han existido una infinidad de religiones. Para comprender
esa multiplicidad de religiones no tenemos otra posibilidad que tomar en considera-
ción tres datos: la infinitud de la divinidad, la finitud del hombre en su capacidad
cognoscitiva y el ambiente en que esa humanidad ha de sobrevivir.
Pero, las creencias y prácticas religiosas pueden ser también deformadas por la
voluntad o la necesidad humanas. Así se explica la irreligiosidad práctica, la rebeldía
orgullosa frente a la divinidad y el antiteísmo militante, así como la divinización de
realidades humanas y de obras del hombre (idolatría) o el intento de manipular la
omnipotencia divina en orden a obtener cosas y beneficios terrenos (magia).
Naturalmente, existe un influjo mutuo entre la inteligencia y la voluntad. El error
intelectual facilita el extravío de la voluntad, y una voluntad torcida o desviada tien-
de a deformar el conocimiento de Dios, y su reconocimiento, tanto teórico como
práctico. Es la fuerza de la vida sobre la doctrina y viceversa. La voluntad influye
sobre el entendimiento: por su propio peso de adaptación o por la tendencia lógica
a la autojustificación. Pero el hombre es su inteligencia, su voluntad... y sus circuns-
tancias. No puede huir de los condicionamientos culturales, geográficos,
cronológicos…
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El “Hecho religioso” 93
Nos interesan, tanto los elementos que componen cada religión como las relaciones
que esos elementos guardan entre sí y que determinan la constitución de un hecho
humano específico: el hecho religioso. En resumen, nos proponemos una descrip-
ción comprensiva del fenómeno religioso, basada en el material que ofrecen sus
múltiples manifestaciones históricas
Espacio sagrado
MEDIACIONES Y HIEROFANÍAS
EL MISTERIO
PARA HACERSE PRESENTE
Debido a la realidad humana, lo primero que salta a la vista del observador del
hecho religioso son los dos espacios vitales en los que el sujeto religioso se mueve
de manera diferente: por una parte está el mundo de lo profano, de la vida ordina-
ria; por otra, el mundo sagrado, en el que se sitúan las personas, objetos y símbolos
de la vida religiosa. En el primero, el sujeto se mueve con espontaneidad; en el
segundo, con cierto estupor.
94 El “Hecho religioso”
Dentro de este universo o espacio se insertan los varios factores que componen el
hecho religioso:
El “Hecho religioso” 95
96 El “Hecho religioso”
Así es como aparecen las diferentes religiones. Las diferentes circunstancias cultura-
les, ambientales, sociales, económicas o políticas confieren a las religiones su
variedad. Pero, la relación del hombre con el Misterio, que late en todas ellas, las
confiere un aire común de familia, con una cierta semejanza estructural que nos
permite reconocerlas como manifestaciones de un mismo hecho religioso.
II. Lo Sagrado
Para que un objeto pueda ser considerado como sagrado son necesarias dos cosas:
que incorpore o revele algo distinto y superior de sí mismo, y que el sujeto advierta la
presencia de Algo, una fuerza que en nada se parece a las fuerzas naturales conocidas
y que suscita en el ser humano una actitud, una toma de postura totalmente nueva.
Físicamente sigue siendo el mismo y continúa teniendo igual apariencia externa, pero
sin dejar de ser lo que es, se ha transformado en vehículo de un poder desconocido.
El “Hecho religioso” 97
Estas etapas coinciden con las cuatro notas de lo Numinoso: tremendo, misterioso,
lleno de majestad y potencia activa.
Tercera nota, lo Numinoso es majestad, Lo numinoso es majestad por exceso de ser, supe-
rabundancia o plenitud que desborda todas las posibles concreciones. Siendo
totalmente distinto (misterio), lo numinoso es ontológicamente supremo, el ser más
alto y/o grande de todo lo que existe. Pero, la majestad suscita, al mismo tiempo, gozo.
A pesar de la atractivo de esta teoría, también hemos de prestar atención a los ries-
gos que supone: presenta lo divino como irracional e impersonal ; sobrevalora lo
tremendo, y acentúa el aspecto negativo. Junto a estos riesgos hay dos más que debe-
mos tomar muy en serio: el irracionalismo y violencia que puede encerrar.
98 El “Hecho religioso”
‒ Gerard van der Leeuw habla de una última “superioridad”, inaprensible y miste-
riosa. Es captada por el hombre en la respuesta a la llamada a trascenderse en una
vida completamente nueva, recibida de “otra parte”. Lo que puede decirse del obje-
to de la religión es que es lo Otro. Lo profano abarca el ámbito de las actividades
dominadas por el hombre; lo sagrado, en cambio, representa aquello ante lo cual el
hombre experimenta su pequeñez. Pero, también es la fuente del poder, del éxito y
la eficacia. Por eso suscita sentimientos ambivalentes.
El “Hecho religioso” 99
• Doble remitencia
• Referencia a un universo (espacio-tiempo) sagrado
• Posee unas características delimitadoras
• Hay un nivel de ruptura para entrar en ese “clima”
• Actitudes y ejercicios para adentrarse en lo Sagrado
3ª Posee unas características delimitadoras. El paso que pueden dar las perso-
nas, desde un comportamiento profano a un comportamiento religioso, ha sido
calificado por M. Eliade como una ruptura de nivel. Este salto permite al hombre
acceder, a través de un umbral que rompe la homogeneidad de la realidad, a un
orden de ser diferente y definitivo. Y esta ruptura de nivel es la que da lugar a que lo
sagrado aparezca como un mundo específico en relación con lo profano. Las media-
ciones y manifestaciones de lo sagrado le permitieron a Eliade concretar las
características esenciales de lo sagrado en dos clases: ruptura de nivel y la realidad
por excelencia.
Mircea Eliade describe la vivencia religiosa como el sentimiento que embarga al ser
humano, cuando se hace consciente de la donación gratuita que recibe de una reali-
dad superior, que lo fundamenta y lo hace vivir. R. Otto resumió esta experiencia de
lo “Numinoso” en los términos conocidos de mysterium tremendum et fascinans. Aun
cuando su obra no haya dejado de suscitar críticas importantes, generalmente se
admite que su fórmula expresa lo esencial de la experiencia religiosa en su dimen-
sión psicológica.
F. Heiler afirma que el respeto religioso constituye el sustrato de toda vivencia reli-
giosa. Este sentimiento, particularmente complejo, abarca una gama de matices que
se extiende desde el temor a la entrega de sí mismo, pasando por la admiración y el
anhelo. Estos matices aparecen en sus notas distintivas:
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‒ Es misterio. No puede ser naturalmente penetrado y, sin embargo, irradia una luz
desde su oscuridad. El misterio se revela al hombre, y éste lo percibe y siente
como experiencia viva en variedad de formas, que siempre apuntan a esa Realidad
que se revela y se esconde, pero que se encuentra siempre en el núcleo de toda
manifestación numinosa.
‒ Tremendo. En efecto, el sentimiento evocado por “lo tremendo” se refiere, sin duda,
a un estado de ánimo que debe ser situado en la línea del miedo, pero que se distin-
gue del simple temor no sólo por su intensidad, sino también cualitativamente.
El sentimiento de lo tremendo viene suscitado por una Realidad de tal naturaleza
que su aparición hace vacilar los fundamentos del ser, y hace que el hombre se
sienta radicalmente inseguro. Lo tremendo no amenaza las posesiones del hom-
bre, sino los fundamentos de su propio ser. Por eso, este sentimiento puede ser
considerado, con razón, como el eco subjetivo de la aparición del Misterio, es
decir, de la realidad “totalmente otra”, que hace vacilar los cimientos del ser e
induce a un sentimiento de inseguridad ante su majestad y energía, provocando, al
mismo tiempo, el asombro y la sorpresa. Todo ello debido a cuatro características
que provocan cuatros estados de ánimo en el sujeto humano.
La vida ordinaria es la vida del hombre como ser intramundano. De ella forman
parte las funciones biológicas, que le permiten subsistir como organismo; las activi-
dades, que le permiten transformar el mundo y su forma de vivir en él; los
esfuerzos por explicar su situación y perfeccionarla, tanto para sí como para los
demás hombres. Lo característico de la vida ordinaria es su carácter intramundana,
de vida realizada en la historia exclusivamente.
A. van Gennep propuso la primera definición, aunque en su caso era usado para
referirse a dos tipos de ritos: el primero de los tipos se refería a los ritos que acom-
pañaban el paso de un individuo de un status a otro, durante el curso de la vida.
Este es el sentido que, hoy, la mayoría de los estudiosos de la religión usan.
Por tanto, llamamos ritos de paso o ritos de iniciación a aquellos que hacen referencia
al nacimiento, paso a la edad adulta, matrimonio y muerte. En todos ellos, aunque
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El agente de estas ‘iniciaciones’ es una realidad divina o, en todo caso, unos seres
‘sobrenaturales’ que toman posesión de una persona humana. La iniciación no hace
otra cosa que repetir un modelo divino y permite al hombre entrar en “Su” dimen-
sión sobrenatural de ser. El sujeto muere a una forma de vida para comenzar a ser
de una forma nueva que le procura una realidad sobrenatural. Así entendidos, los
ritos de iniciación constituyen una experiencia constitutiva de la existencia. Por eso,
no es de extrañar que, aun cuando bajo formas culturales diferentes, perdure el
tema de la iniciación en las religiones del hombre de cultura avanzada e incluso en el
hombre moderno, aparentemente desacralizado.
Según Eliade, se pueden distinguir dos grandes formas de ritos de iniciación: los
ritos de pubertad, por los que los jóvenes obtienen el acceso a lo sagrado, al conoci-
miento y a la sexualidad, es decir, a la verdadera naturaleza humana; los ritos de
status, destinados a conferir una función especial en relación con lo sagrado. Hay un
cambio en la forma de ser y existir: el sujeto muere a una forma de vida para comen-
zar a ser de una forma nueva que le procura la realidad sobrenatural. En el fondo, los
ritos de iniciación expresan la convicción del sujeto religioso, quien para acceder al
ámbito de lo sagrado, necesita romper con su forma ordinaria de ser para transfor-
marse y comenzar a ser de una forma enteramente nueva, que le es proporcionada
por una realidad “sobrenatural”.
Estos acontecimientos se apoyan en la diferencia entre lo que soy y lo que estoy lla-
mado a ser. Consisten en el paso de una modalidad de existencia a otra, provocada
por la irrupción de una Realidad, distinta de cualquier otra perteneciente al mundo
de lo natural, en la vida del sujeto humano. Dependiendo del tipo de religión (profé-
tica o mística) se dan dos modelos paralelos: conversión o iluminación. Ambas
significan la substitución de una forma de ser por otra nueva: el paso de una vida
natural, mundana, a una vida determinada por la realidad supramundana. La conver-
sión y la iluminación son manifestaciones de la existencia religiosa y tienen una
función semejante a la de los ritos de iniciación.
existencia religiosa; el paso de un modo de ser a otro. Por tanto, significa la sustitu-
ción de una forma de ser por otra nueva: el paso de una vida natural y mundana a
otra forma de vida que está determinada por una realidad sobrenatural y diferente.
La conversión supone una crisis radical en la forma anterior de vivir de la persona
convertida, hasta producir una transformación completa de su existencia. En la con-
versión hay una ruptura con la antigua forma de vida, para dar origen a una nueva
manera de ver la realidad. Por último, la conversión es vivida como fruto de una
acción divina, por eso dice G. van der Leeuw que “no es el hombre quien se con-
vierte, sino Dios quien le convierte, quien le dota de una vida nueva...”. La
conversión es esencialmente un renacimiento. Suele consistir en tres pasos:
La mayoría de los estudiosos del fenómeno religioso suelen pensar que lo sagrado es
un orden específico en el que el término “potencia” es la realidad fundamental para
comprender lo sagrado. Esta “potencia” o fuerza viene significada con el vocablo
“mana”. Pero lo característico es que tal fuerza actúa automáticamente, para daño de
quien no está preparado a soportarla. Es dañina para quien no tiene la fuerza para
enfrentarse a ella, pero confiere superioridad y potencia a quien puede con ella.
Las acciones, objeto de tabú, pueden ser muy variadas. No todas pertenecen
expresamente al ámbito religioso, pero la inmensa mayoría de las mismas compor-
tan alguna relación con la situación ritual del individuo o se derivan de la falta de
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La principal función del “tabú” ‒y por ello es parte fundamental de los ritos iniciáti-
cos‒ es sobre todo la de constituirse como medio de regulación de la conducta
individual, en el marco de la vida social y religiosa. Acciones e intereses del indivi-
duo, que pueden suponer un conflicto con los intereses grupales, quedan inhibidos
o limitados mediante la creencia del “tabú”, evitando la tentación individualista o de
irreverencia frente a lo totalmente Otro.
La transgresión del tabú exige unos ritos purificatorios. Tales ritos consisten todos
ellos en formas de librarse del estado especial en el que ha entrado quien infringe el
“tabú”. En ese estado aparece relacionada la idea de “contagio”, que haría más bien
relación a “impureza” y la de haber entrado en contacto con alguna fuerza, cuyo
poder sería dañino o catastrófico para el trasgresor.
CONCLUSIÓN
El humano religioso ha ido configurando, mediante creencias y símbolos, la
diferencia existente entre los dos ámbitos en que se mueve: el ámbito de lo
profano y el de lo sagrado, y la caracterización del comportamiento que en
cada uno de ellos se exigie. Para que la experiencia religiosa fuera más precisa
y significativa, el ser religioso se dio a la tarea de configurar del modo más
preciso esa Realidad intangible, que se encuentra en el ámbito de lo Sagrado, y
que como innombrable recibe el título de “Misterio”.
Tema
El Misterio: hierofanías, espacios y
tiempos sagrados
2
Para que el sujeto humano pueda desarrollar una relación con lo Sagrado, es
necesario que Éste deje alguna “huella” en el espacio-tiempo. Esta “huella” es la
que el sujeto religioso percibe y aprecia como mediaciones objetivas del Misterio o
hierofanías. Por eso, en todas las religiones existen una serie de realidades que la
fenomenología denomina manifestaciones del Misterio. Por sus especiales caracte-
rísticas, ponen al hombre en la pista de lo sagrado. Son realidades mundanas a
través de las cuales el hombre se siente en presencia del misterio. Pero, esta relación
no puede reducirse a percepciones interiores, tiene que visibilizarse en tiempos y
espacios. Es la geografía y la historia de la relación del Misterio con el ser humano y
viceversa. Si lo sagrado es el clima, las manifestaciones aportan el espacio-tiempo
para la religiosidad.
La palabra elegida (Misterio) nos está indicando que la Realidad a la que apunta no
pertenece al orden de la experiencia. Por tanto: primero, no es posible una descrip-
ción que parta de unas cualidades perceptibles de la misma. Segundo, al ser esa
Realidad superior, en sentido absoluto, no admite comparación con ninguna reali-
dad conocida del ámbito fenoménico; es más, excluye todo punto de comparación.
De ahí que, para acercarnos someramente a esta Realidad, necesitamos hacerlo
desde cuatro perspectivas:
Pero, curiosamente, frente a esta constatación del Misterio, aparece una tendencia
frecuentísima en la religiosidad humana: el antropomorfismo o intento de reprodu-
cir el Misterio mediante una serie de dioses, hechos a imagen y semejanza de los
hombres (politeísmo). La multitud de imágenes divinas parece expresar esta con-
ciencia de incapacidad de expresar el “Unum”. La multiplicidad de divinidades
significa, más bien, la reacción ante una realidad cuya existencia o presencia se
impone al hombre sin que éste sea capaz de aplicarle ninguna de las categorías que
conoce. Se trata de una Realidad que se impone al hombre, quien sobrecogido e
incapaz de aprehenderla intenta expresarla con multitud de imágenes.
Todo queda trastocado: vacilan los valores, los esquemas se vuelven líquidos y el
hombre se halla confrontado con su propia caducidad y finitud. Ante este panora-
ma, frente a la superioridad ontológica del Misterio y plenitud absoluta de ser, la
finitud del hombre no puede reaccionar sino aceptando ese abismo de diferencia.
Pero, el ser religioso no cuenta con ningún concepto que pueda expresar esta pleni-
tud de existencia: el ser en sí y por sí. Consciente de ello, el sujeto religioso ha
acudido a la “simplicidad absoluta”, como el primero de los "atributos" de la divini-
dad. Con ella se intenta pensar de alguna manera esa perfección, esa plenitud
intensiva de ser. que excluye toda composición por no ser ésta compatible con la
perfecta plenitud.
El Bien Sumo aparece como la generosidad y fuente de todo valor. Pero, puede ser
participada por el hombre si acepta participar de esa misma condición de entrega y
apertura. El elemento fascinante de la experiencia religiosa de esta superioridad se
expresa en la llamada "oración de alabanza".
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Esta perspectiva nos enseña a sacar el pecado del campo de la pura ética, para intro-
ducirlo en el campo de la religión. No podemos confundir pecado=trasgresión de
una norma o desobediencia de una ley. Para que exista pecado es necesario que el
hombre esté situado frente al Misterio-Dios, es decir, que se sitúe en la esfera de lo
Santo. El pecado, antes que actos contrarios a una ley cúltica o moral, es una “situa-
ción” que afecta a todo el hombre cuando se sitúa ante el Misterio. Lo característico
de esta situación es la conciencia de indignidad, de falta de valor y sentido, de la
propia existencia en cuanto separada de la Realidad que se hace presente en la mani-
festación de lo sagrado. Esta falta de valor y de dignidad se expresan en la
experiencia de la propia situación no salvífica, como estado de perdición.
Los símbolos con los que las diferentes religiones expresan esta situación global son
muy distintos. Para unas religiones, el hombre es pecador porque está separado, des-
terrado o exiliado de la relación con lo sagrado. En otras, el pecado es sobre todo la
atadura a lo que no es el Misterio; el pecado es deseo, cuidado por lo perecedero.
En otras, puede ser la elección de lo distinto de Dios o de lo que le es contrario.
Finalmente, para otras el pecado es, en su raíz, tendencia a la autoafirmación, a
constituirse a sí mismo en centro exclusivo...
Resumiendo, el Misterio es algo que el ser humano no puede aprehender en sus redes
de comprensión. Una Realidad absolutamente diferente, puro ser subsistente, pleni-
tud de la perfección, el Sumo Bien, cuyo valor no se puede comparar con el resto de
los bienes que conocemos, pues vale por sí mismo y todo valor procede de él.
Como dice R. Otto, también y esencialmente es lo santo; lo que nos descubre nues-
tra indignidad y la falta de valor y de sentido de la vida humana cuando está
separada del Misterio. Por eso tenemos conciencia de su necesidad para la salvación.
Además, es una presencia interpelante, que se hace presente al humano, y al mundo
a través de él, afectándolos de manera incondicional. Por eso, se puede afirmar que
lo que convierte al sujeto en un ser religioso no es solamente la experiencia de su
revelación, sino la respuesta que dé ante esta situación.
En las distintas tradiciones religiosas, las representaciones del Misterio son muchas,
pero hay tres rasgos fundamentales, que son bastante comunes:
• Su más íntima inmanencia en el centro de los sujetos. El sujeto religioso toma con-
ciencia de la realidad del Misterio, presente en él mismo. Por eso, el Misterio es,
además de la Trascendencia absoluta, la más próxima cercanía, la más íntima
inmanencia. Pero, no es un depósito inerte, sino una Realidad, que afecta íntima y
definitivamente al sujeto. Esta presencia activa no puede tener otro origen que una
iniciativa totalmente gratuita de esa Realidad trascendente.
Por otro lado, el mismo autor nos indica que el Misterio es el elemento configura-
dor de lo sagrado. La variedad de configuraciones dadas a la palabra “Misterio”, a
lo largo de la historia de las religiones, permite apelar a una categoría interpretati-
va con la que referirse a todas ellas, y que designe la Realidad originante del
mundo de lo sagrado. Por ello, se puede decir que el Misterio es:
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Con estas pocas notas pretendemos expresar que el Misterio es una realidad, cuya
existencia y presencia se imponen al ser humano, sin que éste sea capaz de aplicarle
ninguna de las categorías, cualidades o atributos que conoce. Es infinitud, que apare-
ce y provoca en el ser humano una experiencia de finitud y contingencia. Es lo
absolutamente superior y trascendente, lo que da valor a todo lo que existe. Ante lo
cual, el sujeto humano toma conciencia de que ninguno de los conceptos o nom-
bres dados al Misterio agota su realidad. El Misterio es algo que el ser humano no
puede coger en sus redes de comprensión. Una realidad absolutamente diferente de
las otras realidades. Es el puro ser subsistente. Es la plenitud de la perfección, el
Sumo Bien, cuyo valor no se puede comparar con el resto de los bienes que conoce-
mos, pues vale por sí mismo y todo valor procede de él. Como dice R. Otto, es
también y esencialmente lo santo, lo que nos descubre nuestra indignidad y la falta
de valor y de sentido de la vida humana cuando está separada del Misterio. Por eso
tenemos conciencia de su necesidad para nuestra salvación.
Además, es una presencia interpelante que se hace presente al ser humano y al mundo,
a través de él, afectando a ambos de manera incondicional. Por eso, se puede afir-
mar que lo que convierte al sujeto en un ser religioso no es solamente la experiencia
de su revelación, sino la respuesta que dé ante esta situación.
En las distintas tradiciones religiosas, las representaciones del Misterio son muchas,
pero hay dos rasgos comunes fundamentales: su absoluta trascendencia en relación
con el hombre y su mundo. “Trascendencia” significa un movimiento de subida o
cambio de nivel. Aplicado a la realidad del Misterio, no remite primariamente a su
lejanía en relación con la persona, sino a que la persona sólo puede entrar en rela-
ción con esa Realidad si se trasciende a sí misma y va más allá de sus posibilidades.
Y, no menos importante es su más íntima inmanencia en el centro de los sujetos. El
sujeto religioso toma conciencia de la realidad del Misterio, presente en sí mismo.
Por eso, el Misterio es, además de la Trascendencia absoluta, la más próxima cerca-
nía, la más íntima inmanencia, “lo más íntimo de mi propia intimidad”.
Vamos ahora a describir las 10 características objetivas con que ese Misterio es per-
cibido por la conciencia religiosa.
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Real Comprometedor
Gratuito Personal
Silencioso Inaccesible
Trascendente Activo
Valioso Inmanente
Este don misterioso es gratuito: vale por lo que es; no por lo que procura o prome-
te al hombre. No es manipulable por el hombre, ni para despejar sus incógnitas ni
para satisfacer sus deseos. Por eso lo llamamos gratuito. También es “personal”, si
bien muchas representaciones del Misterio o de lo divino han adoptado histórica-
mente formas inanimadas de elementos de la creación: astros, montañas, ríos,
árboles, animales, etc. Este hecho, sin embargo, no se opone al carácter personal
que atribuimos al Misterio. La razón está en que lo importante no es la atribución a
la divinidad de las propiedades espirituales, sino la calidad de relación que el
Misterio establece a través de la mediación de una imagen cualquiera. Esta relación
es auténticamente interpersonal desde el momento que el Misterio deja sentir su
presencia en el hombre religioso, actuando sobre él y su entorno, interpelando sus
actitudes, suscitando su respuesta, provocando su opción, funciones, todas, propias
de una relación intersubjetiva.
Las dos últimas características objetivas ya están prefiguradas en las notas anterior-
mente indicadas: es silencioso y, por otro lado, es inaccesible. La estructura personal
que ofrece el Misterio no obsta a la experiencia religiosa de su silencio. Incluso en el
cristianismo, la divinidad ha sido caracterizada como Palabra o Verbo.
Sin embargo, su “otreidad” y trascendencia dan lugar a dos rasgos que lo caracteri-
zan: una superioridad absoluta o completa trascendencia. Ambas hacen imposible una
descripción exacta de la realidad del Misterio. Pero, disponemos de un camino
para precisar la evocación del Misterio sin riesgo para su condición trascendente:
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El otro rasgo es ser una realidad que afecta íntima y definitivamente al sujeto. Por tra-
tarse de una Realidad absolutamente trascendente, su presencia no puede tener otro
origen que una iniciativa suya, totalmente gratuita, pero que le afecta de forma
incondicional en lo más íntimo de su ser.
• Reconocimiento
• Estupor
• Temor
• Fascinación
• Salvación
• Creación de símbolos expresivos
Temor. El estupor del sujeto religioso, atónito ante la presencia del Misterio, revier-
te inmediatamente sobre sí mismo en forma de temor. Dos atributos del Misterio
despiertan sendos tipos de temor religioso: primero, en el orden del ser, la divinidad
no debe su existencia a nada ni a nadie, por lo que se convierte en fuente y origen
de todos los demás seres. El hombre religioso percibe de inmediato la dependencia
absoluta que le ata al Misterio, y en consecuencia nota su condición de criatura, su
propia contingencia, su caducidad vital: es el “temor existencial”. Segundo, en el
orden del obrar: la divinidad se presenta dotada de una augusta santidad, ante la cual
el hombre descubre su debilidad moral y toma conciencia de su condición de peca-
dor. Y no es que el hombre se acuse de transgresiones concretas contra
determinadas leyes de un código moral, sino que se siente afectado globalmente por
su condición histórica, inclinada al mal, y aspira a romper con ella para participar en
la superior dignidad del Misterio.
El hecho de que el término de la actitud religiosa sea el Misterio, hace que ante esa
realidad, el hombre deba comportarse de una forma nueva en comparación con las
actitudes que adopta frente a las realidades del mundo. En la actitud religiosa el
hombre debe descentrarse en beneficio del Misterio. Su reconocimiento exige una
actitud de abandono y entrega confiada en manos del Misterio. Esto comporta tres
elementos: primero, una toma de conciencia de una situación de mal de la que la salva-
ción viene a liberar. Segundo, la concesión al hombre de una perfección plena y definitiva.
No se trata de la concesión de bienes materiales, que el hombre puede lograr por su
actividad. Es una transformación total de su ser. Salvación sería el paso de una
forma de ser a otra. Finalmente, esta salvación religiosa tiene como agente a un ser supe-
rior al hombre.
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Hasta ahora, la religión ha aparecido como una relación interior del hombre con
una Realidad invisible. Tal relación tendría lugar en lo más íntimo del sujeto y sólo
afectaría a su conciencia. Sin embargo, para que esta relación con el Misterio se haga
más precisa y profunda será necesario que el Misterio se haga presente en el espacio
temporal del humano. A esta necesidad vienen a responder las mediaciones objetivas
del Misterio. Por eso, en todas las religiones existen una serie de realidades que la
fenomenología denomina “hierofanías”: manifestaciones del Misterio.
Además de numerosas, esas realidades son muy variadas. En la historia de las reli-
giones, las hierofanías han sufrido transformaciones importantes. Uno de los rasgos
esenciales de las hierofanías es el no presentarse como entidades aisladas, sino como
constelaciones o conjuntos de realidades mutuamente relacionadas. Con ello mues-
tran una correspondencia estrecha con la situación cultural y social del hombre o
del pueblo que los viven.
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Naturaleza de la hierofanía
El objeto, sin dejar de ser lo que era antes, ha sido convertido en algo “extático” y,
contemporáneamente, dotado de una trascendencia que lo sitúa por encima de su
formalidad natural y caracteres observables. Realmente ha sido transfigurado: sigue
siendo el mismo objeto, pero ahora es vehículo y sede de una realidad invisible que
se hace presente al hombre por su medio. La transfiguración comporta cierta nega-
ción de su ser anterior y alumbra una novedad insospechada. En adelante no es lo
que venía siendo.
Pero hay algo más. No todos los objetos de una misma clase pueden convertirse en
hierofanías. Lo harán solamente aquellos que reúnen unas determinadas condicio-
nes (tamaño, forma, dimensiones, propiedades, etc.), en virtud de las cuales el
hombre puede percibir algo distinto de lo captado en el resto del universo de los
sentidos. De ahí la dialéctica de las hierofanías y su singularización, que capacita al
objeto para conducir a la divinidad.
Estructura de la hierofanía
Morfología: Los símbolos hierofánicos tienen muchas formas, pero todos revisten
tres cualidades fundamentales. La primera es su variedad: cualquier realidad que
tenga que ver con el hombre puede quedar transfigurada en símbolo hierofánico.
Segunda, es su variabilidad: las hierofanías brotan, se transforman, debilitan y pue-
den desaparecer. Finalmente, la tercera es su complejidad : las diversas
manifestaciones hierofánicas de una religión aparecen articuladas y organizadas en
un sistema.
• Los elementos naturales hierofánicos son muy diversos. Los astros, sobre todo el
sol y la luna, cuyo simbolismo está ligado a las fuerzas telúricas que rigen rítmica-
mente los procesos vitales de la naturaleza vegetal, animal y humana, marcando la
recurrencia de los días, los meses y los años.
• También lo es el agua, divinizada por las religiones de manera ambivalente: como
origen de la vida y de la muerte.
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• Hay otros muchos: el fuego, por sus propiedades de luz y de calor y sus efectos de
destrucción y purificación. Son muchas las consideraciones que este elemento ha
recibido en las distintas religiones como signo hierofánico: signo de la presencia
divina; don de Dios a los hombres o fruto del hurto de un personaje mítico
(Prometeo); expresión de la cólera divina; medio de consagración y objeto para el
culto; encarnación de los demonios o de los dioses lares, etc. Otro elemento hie-
rofánico es el aire: por su sutileza simboliza el carácter trascendente e inefable de
la divinidad, sin definición y sin cuerpo; en su impetuosidad huracanada se mani-
fiesta el poder de Dios, incontrolable por el hombre; en la respiración es signo del
principio vital o del espíritu que procede de Dios.
• También la tierra puede convertirse en “hierofanía”: representa simultáneamente
el seno matriz y nutricio para todos los seres vivos y, al mismo tiempo es el desti-
no o fosa para los muertos.
• Incluso, los animales . En las religiones de los pueblos cazadores o ganaderos
sobresale la sacralización de los animales. La afinidad de naturaleza entre animales
y hombres, la dependencia que el hombre padece de la fauna marítima o terrestre
para su propia subsistencia, la creencia en la transmigración de las almas humanas
a cuerpos de animales, etc., son otros tantos factores que han llevado al hombre a
considerar a determinados animales como lugares de la presencia de fuerzas
sobrenaturales y a darles culto bajo representaciones zoomorfas.
En general, todos los momentos, que marquen con un significado especial la evolu-
ción cíclica de la naturaleza y la marcha de la historia humana, sugieren
espontáneamente la intervención de fuerzas misteriosas. Por esta razón, en casi
todas las religiones quedan sacralizados momentos como: la noche, con sus poderes
ocultos; la alborada, con el despertar de la actividad; la primavera, con la renovación
de la naturaleza; el nacimiento y la muerte con sus aniversarios; el día de la indepen-
dencia nacional, etc.
Las fechas hierofánicas, relacionadas con la propia historia “sagrada”, dan lugar a
fechas importantes en todas las religiones. En ellas, el creyente afirma que la divini-
dad interviene en el presente, repitiendo su actuación primordial o anticipando su
actuación definitiva. Estas fechas son las fiestas.
‒ Finalmente, las terceras se refieren a las personas que ejercen determinadas fun-
ciones u ostentan una representación de especial significación para el pueblo. En el
cristianismo, por ejemplo, la hierofanía por antonomasia es un hombre, Jesús de
Nazaret, en quien se hace presente el Misterio mismo en persona.
La esfera de la vida personal, unas veces sublime y otras errática con todas las activi-
dades humanas, no podían dejar de presentarse ante la atónita conciencia religiosa
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Las hierofanías no son importantes por sí mismas, sino en cuanto que representan o
presencializan lo sagrado. “La piedra sagrada escribe Eliade, el árbol sagrado no
son adorados en cuanto tales; lo son precisamente por el hecho de ser hierofanías,
por el hecho de ‘mostrar’ algo que ya no es ni piedra ni árbol, sino lo sagrado”. Los
objetos siguen siendo lo que eran, sin perder ninguna de sus propiedades naturales,
pero se han convertido en sede y vehículo de un poder extraño, la divinidad, que los
cualifica. Nace así la distinción entre mundo sagrado y mundo profano. Advertida esta
nueva modalidad, el hombre religioso se comporta con ellos de modo diferente,
porque son portadores de una fuerza mayor, una realidad de un orden totalmente
diferente al de las realidades naturales.
La vida humana está construida por una arquitectura sostenida por lugares, perso-
nas y determinados momentos en el tiempo. No se trata de meros puntos de
referencia para ordenar sus experiencias. Los lugares, las personas, los momentos…
dan forma y originalidad a cada una y al conjunto de las experiencias del individuo,
al tiempo que le van descubriendo que él mismo está dentro de un todo, en el que
hay un orden. Este universo ordenado plantea al sujeto humano la necesidad de
sentirse parte integrante de él.
1. El espacio sagrado
Toda representación del Misterio, como todo lenguaje sobre “lo Sagrado”, quedan
siempre circunscritos en categorías espacio-temporales. A partir de ese momento,
esas categorías se transforman en “eje del mundo”, y todo el universo queda orde-
nado por ese “eje”- canal de comunicación entre cielo y tierra.
En las religiones aparecen dos grandes familias de hierofanias con especial referen-
cia al espacio: las celestes, donde la revelación de “lo Sagrado” procede de un lugar
del espacio. A partir de ese momento, el espacio queda sacralizado porque da senti-
do y ordena el mundo del hombre. Otra gran familia la componen las
cosmobiológicas: revelación de la experiencia de la vida, por la que el hombre se
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entiende solidario con la tierra y el orden que posibilita su vida. El espacio sagrado
queda ordenado por relación a ese “centro”. En ambas familias, estas referencias
son centrales para la vida.
El centro y eje por excelencia del espacio sagrado lo constituye “el santuario”: repre-
sentación perfecta del mundo ordenado. La erección o construcción de un santuario
consagra un territorio, cuyas diversas partes quedan ordenadas y orientadas por su
referencia al santuario, erigido en ese lugar porque allí se ha producido una hierofanía.
Esto explica por qué el hombre se aferra con obstinada persistencia a los lugares
donde percibió una manifestación sagrada. Ese lugar sólo es sagrado desde el
momento de la percepción; antes pudo ser un lugar cualquiera: un lugar no es sagra-
do porque exista un santuario. Al contrario, ha sido la percepción de la santidad del
lugar la que hace surgir el santuario.
En las religiones más primitivas, estos lugares suelen situarse en bosques o cuevas,
rocas o montañas. Comúnmente, el bosque cerrado o la selva asumen un carácter
numinoso, por el temor sentido en determinados lugares al percibir o creer que son
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la residencia de Potencias. Otro tanto ocurre ante una gruta profunda escavada en la
montaña, bajo rocas amenazadoras, obra de fuerzas naturales extrañas al hombre.
En suma, el santuario natural es el más antiguo de todos los que la humanidad
conoce, y entre sus distintas ubicaciones, la más primitiva fue ciertamente la gruta,
donde el hombre prehistórico tenía, a un mismo tiempo, alojamiento y lugar de
regeneración.
Estos espacios existen en todas las religiones. Suelen estar dedicados a la divinidad y
apartados de actividades profanas. Son suelos consagrados, donde el hombre reli-
gioso se comporta de modo diferente a como lo hace en lugares profanos. Su
importancia se apoya en que allí ha acontecido una teofanía o ha sucedido algo
importante para la historia de esa tradición, ya sea a su fundador, a algún otro per-
sonaje relevante posterior o a la misma comunidad.
Sión es objeto de una elección especial de Yahvé, proyectándose sobre ella antiguas
elecciones. Así se convertirá en “tierra santa”, hasta aunar tradiciones tan distintas y
distantes: la montaña de Jerusalén/Sión es el vértice de un monte. El más sagrado
de todos los montes: allí Dios comenzó la creación; allí estaba el Paraíso; lugar
donde fue enterrado Adán, monte que las aguas del diluvio no pudieron cubrir. La
montaña donde comienza la nueva creación, el Gólgota donde se plantó el nuevo
árbol de la sabiduría, nuevo eje que une el cielo y la tierra.
El destierro a Babilonia nos muestra el significado del espacio sagrado para los judí-
os: arrancados de la tierra de Israel, sienten haber pedido la tierra santa, la tierra en
la que Yahvé habita de forma especial. Han perdido el templo de Jerusalén, lugar
especial de la presencia de Yahvé y de su culto. Posteriormente, la destrucción ocu-
rrida el año 70, bajo las fuerzas romanas, despertó este sentimiento que actualmente
se sigue expresando ante el “Kotel”- (Muro de las Lamentaciones), uno de los esca-
sos restos del Templo reformado en tiempo de Herodes y que tal vez se pueda
considerar el lugar actual más sagrado del judaísmo.
Por otro lado, la mezquita no tiene el significado sagrado de las otras religiones: en
ella no se da una particular presencia de Dios. Sólo es un espacio comunitario para
la oración. Literalmente, mezquita significa “lugar de postración”. Todas las mezqui-
tas están orientadas hacia La Meca. En la pared enfocada hacia la Meca, se halla un
nicho (mihráb) con una función acústico-simbólica: hacer reverberar las palabras
dirigidas a Allah. El nicho contiene por unos instantes el eco sagrado de la Palabra
descendida.
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En los países budistas alejados de estos lugares, ese itinerario se sustituye por un
paisaje salpicado de estupas, monumentos circulares donde están depositadas reli-
quias de Buda. Inicialmente eran mojones funerarios, pero se han ido convirtiendo
en la representación de Buda, del dharma y del cosmos entero.
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En cuanto a los templos budistas vemos que su disposición varía según las corrien-
tes. En el budismo Theravada, las pagodas del sureste asiático son circulares, en
función de una estructura concéntrica. En cada círculo se hallan dispuestas unas
pequeñas celdas de meditación. El acceso al templo se hace por cuatro puertas
orientadas por los cuatro puntos cardinales. Las entradas están custodiadas por figu-
ras de dragones que, por un lado, sirven para intimidar a las fuerzas maléficas y, por
otro, para objetivarlas y hacerlas manifiestas, de modo que al ser representadas
emerjan y se liberen de los meditantes.
2. El tiempo sagrado
A tenor de las culturas, en las que se inscriben las religiones, hallamos distintas com-
prensiones del tiempo: el tiempo sagrado hierofánico o mítico, propio de las religiones
más primitivas; el tiempo sagrado lineal, propio de las religiones monoteístas y profé-
ticas; y, el tiempo sagrado circular de las religiones místico-orientales.
Tiempo hierofánico o mítico. Eliade distingue entre tiempo profano (o tiempo del
devenir), y tiempo sagrado, tiempo real, eternamente presente. Nuestro autor usa dos
tipos de conceptos temporales: tiempo hierofánico: duración temporal, pero transfigu-
rada por la irrupción en ella del Gran Tiempo o tiempo sagrado. Y, tiempo mítico o
tiempo sagrado, porque la narración mítica hace presente el tiempo de los dioses o
de los héroes arquetípicos.
Existe una creencia basilar: el tiempo mítico es un estado de perfección original. Por
esta razón, el rito busca restaurar el tiempo mítico para entrar en él: periodo en el
que han tenido lugar las acciones creadoras, que sirven de modelo a la vida humana.
Entrar en ese tiempo es lograr que mis acciones tengan consistencia ontológica. En
el fondo, el primitivo solo encuentra significado, en la medida en que las acciones
humanas repiten los gestos revelados por las divinidades, los héroes civilizadores o
los antepasados.
Todas estas acciones arquetípicas han sido reveladas “in illo tempore”, en un tiempo
no cronológico: el tiempo mítico. El hombre religioso pretende entrar en esa histo-
ria sagrada. Aún más, pretende revivir el tiempo de los orígenes, cuando los seres
sobrenaturales, dioses y antepasados deificados, crearon el universo y establecieron
el orden humano. Mediante la repetición de los actos sagrados realizados por los
seres divinos (y ahora expresados en los ritos) se pretende vivir y participar de aquel
tiempo original y primordial. Los seres divinos no sólo dieron existencia al mundo,
sino que sus actividades otorgaron modelos de imitación, sentido y propósito para
la vida humana.
Tiempos lineales y tiempos cíclicos. Las religiones monoteístas tienen una con-
cepción lineal del tiempo, con el sentido de progresión hacia la plenitud de los
tiempos. La sacralidad del tiempo lineal se conjuga en torno a las tres divisiones:
día, semana y año. Por su parte, para las religiones orientales, el tiempo es radical-
mente cíclico, aunque estos ciclos abarquen desmesurados períodos de tiempo.
En la perspectiva hindú, cada edad cósmica (kalpa) está pensada para coincidir con
el desarrollo vital del mundo desde su creación hasta su disolución. Este tiempo,
representa un solo día en la vida de Brahma. Cada "kalpa" registra 1000 "grandes
edades", cada una de las cuales a su vez está compuesta por "cuatro edades meno-
res" (yugas). En estos momentos vivimos la cuarta de estas edades menores, en la
que ¾ partes del dharma de la edad de oro se ha perdido, y por ello el mundo se
enfrenta en guerras, plagas y muertes prematuras.
‒ La “jornada diaria” está marcada por cinco oraciones. Dos son privadas: al des-
pertarse y al acostarse, Las tres restantes son comunitarias y se rezan por la mañana,
al mediodía, y al atardecer. De este modo, el día queda jalonado por una continua
referencia a Dios: la tentadora absorción de la actividad profana es interrumpida
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‒ La “semana” viene consagrada por la celebración del Shabbat. Es el día del des-
canso, para que el hombre profundice en cuatro dimensiones importantes: es
criatura que debe vivir sujeto al Creador; es administrador de la creación y debe cui-
darla, no destruirla; es miembro de un pueblo redimido y debe agradecerlo y vivir de
acuerdo con la voluntad de Dios aceptada en la Alianza del Sinaí; está llamado a par-
ticipar de la redención futura y debe vivir con gozo el sábado como anticipación.
‒ En cuanto al “ciclo anual”, el año judío está marcado por tres tipos de fiestas: las
tres fiestas mayores, o “de la peregrinación”, las fiestas austeras y las fiestas de tradi-
ción e institución rabínica.
La jornada hindú está marcada por la salida y el ocaso del sol, dos momentos parti-
cularmente propicios para practicar la meditación.
La piedad hindú no conoce el ritmo semanal, sino que está regido por las cuatro
fases lunares, especialmente en torno a la luna nueva y llena, momentos de máxima
oscuridad y luz durante la noche. Sus fiestas, pues, están muy ligadas a estas alter-
nancias lunares, así como al cambio de las estaciones.
Las más importantes son: la de Holi, en la primera luna llena de primavera. Del 21
de octubre al 18 de noviembre se celebra la fiesta de Diwali, que significa “hilera o
guirnalda de luces” con las que templos y casas particulares se adornan con múlti-
ples collares de lámparas de luz y se renuevan los enseres de las casas. En el solsticio
oscuro de invierno se celebra el Makara Sankranti, fiesta de las segundas cosechas y
de la renovación del sol. En torno al solsticio de verano se celebra el nacimiento de
Krishna. Recientemente se ha hecho cada vez más popular la conmemoración de
Ganesha, el dios con cuerpo de hombre y cara de elefante, que simboliza la inteli-
gencia y la bondad.
Estas fiestas, junto a las locales, son de gran importancia para el Hinduismo, ya que
compensan la escasa dimensión comunitaria hindú en su práctica individual o fami-
liar, a la vez que le hacen participar de la gran rueda cósmica que, de año en año,
gira sin cesar.
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En cuanto al ciclo anual, el día principal del año es el Visákhá Pújá, que tiene lugar
en el sexto mes budista, cuando se conmemora el nacimiento, la iluminación y la
muerte de Buda, acontecimientos que, según la tradición, tuvieron lugar el mismo
día. La segunda fiesta importante es el Mágha Pújá, cuando se conmemora la coinci-
dencia de otros dos acontecimientos importantes de la historia budista: la reunión
espontánea de 1.250 discípulos en torno a Buda, lo cual constituyó la primera
comunidad de monjes (shanga), y la entrega que hizo Buda de las reglas monásticas.
El duodécimo mes se celebra la ofrenda de hábitos a los monjes. Nótese cómo toda
la atmósfera gira en torno a la vida monástica.
CONCLUSIÓN
Para que el sujeto humano decida “religarse”, definitivamente, es necesario
que el Misterio se haga cercano y perceptible en el universo del sujeto huma-
no, sin perder sus dimensiones trascendentes de santidad, bondad y
existencia... Lo totalmente Otro, con todas sus dimensiones, se convierte en
presencia interpelante, afectando de manera incondicional a todo el hombre
(interioridad y exterioridad), por su doble característica de ser a un tiempo la
absoluta trascendencia y la más íntima inmanencia.
CONCLUSIÓN
Además, comienza a releer la historia con otra perspectiva: el tiempo puede ser tam-
bién un relato de las acciones del Misterio, que con su presencia sacraliza ese tiempo
y lo convierte en posibilidad de encuentro, a través de determinados actos rituales
con los que el sujeto religioso conmemora y revive momentos de convivencia con el
Misterio o la divinidad.
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ACTIVIDADES
2. Trata de resumir los enfoques dados por distintos fenomenólogos al tema de “lo
sagrado”.
LECTURAS RECOMENDADAS
DELUMEAU, J., (dir) El hecho religioso. Enciclopedia de las grandes religiones (Alianza,
Madrid 1995) 201-402, 427-500.
UNIDAD DIDÁCTICA IV
Contenido
INTRODUCCIÓN
Tema
Revelación y Textos sagrados
1
Revelación y religión
Cada religión se considera la depositaria de una -LA- revelación. De ahí que se sien-
ta con la responsabilidad de custodiar esa Palabra revelada. Pero, antes de
adentrarnos en el universo de la revelación-religión es necesario que tomemos en
consideración tres elementos que configuran todo el proceso:
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Revelación
Genera concepciones, ideas o imágenes de Dios
(Revelar = correr el velo)
Para comprender este concepto en las religiones védicas conviene tener en cuenta
que el concepto de revelación difiere radicalmente del concepto de las religiones
proféticas, ya que la esfera de lo divino no es sólo de carácter trascendente, sino
predominantemente inmanente al mundo y al ser humano. Por contener esta
dimensión inmanente, la revelación necesita dos momentos para su explicitación. El
primero para dejarse “oír”; el segundo para poder “comprender y vivir” lo revelado.
Por eso, se habla de una revelación "sruti" y otra, íntimamente conectada y conse-
cuente con la anterior, la revelación "smriti".
• Revelación sruti . Literalmente puede ser traducido como “aquello que ha sido
oído”. En otras palabras, la “manifestación de la Realidad última”. Los “oidores”
son los rishis, videntes inspirados; sabios que se han hecho plenamente receptivos
a la revelación. Esta revelación está contenida en los Vedas.
Estos rishis inspirados, de antigüedad inmemorial, habrían escuchado en su
interior y memorizado la palabra divina eterna, que viene a identificarse con
una sabiduría perenne. Después, la comunicaron por tradición oral. Esta
visión-audición se considera que recoge la emanación de Brahman.
Los textos no han sido compuestos por dioses, sino que existen eternamente,
tanto si alguien los conoce como si no. El hecho de no atribuirles ninguna autoría
significa que se les concede un valor atemporal y eterno. Expresan el “dharma”
(ley, principio ordenante o disposición última y fundamental de las cosas). En esos
textos se contiene la desvelación gradual de verdades acerca del ser divino y del
hombre. Sólo al cabo de los siglos esta sabiduría ha sido consignada en los
Escritos sagrados y producido los libros védicos.
En la “sruti” hay una palabra viva que cuando penetra vitalmente en mi ‒para lo
cual se requiere la fe‒, me fecunda y me lleva al plano de la auténtica realidad, des-
cubriéndome la existencia, en mí mismo, de aquella verdad trascendente que de
otra manera permanecería inaccesible e incomprensible.
La concepción hindú de la revelación podría definirse como una iluminación
interna, que nos hace descubrir la verdadera dimensión de las cosas y la auténtica
realidad divina de mi existencia. Los vedas no pretenden ser la revelación de un
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Dios que descorre el velo que recubría el último misterio de sí, sino la epifanía de
algunos caracteres de esta misma realidad en mi, a la vez que me iluminan el
modo o camino de llegar hasta ella, o mejor dicho, de realizarla.
• Revelación smriti. A lo largo del desarrollo de los textos sagrados del hinduismo se
percibe un proceso de interiorización de la experiencia religiosa. Esta interioriza-
ción da lugar a un conocimiento sagrado “que resuena”, dando lugar a la
revelación “smriti” o “sabiduría para vivir”. Esa sabiduría hecha de enseñanzas
verdaderas e infalibles, dice a los humanos lo que deben hacer. Las palabras que se
desvelan a la conciencia del vidente son válidas por la efectividad del sentido que
contienen en sí mismas.
La revelación no es estática: hay un cuerpo de textos inmutables (los Vedas), pero
hay también una fluidez y profundización a través de los siguientes textos: la
comunicación divina no es sólo algo ocurrido en el pasado sino una constante
posibilidad presente.
La “iluminación” en el Budismo
Por ello, en la medida en que aceptemos hablar de revelación dentro del budismo,
ésta ha de ser entendida fundamentalmente como un proceso endógeno de autorre-
velación, es decir, una serie de actos de autocomprensión del propio sujeto, que
sería el revelante, lo revelado y el término de la revelación.
La revelación en el Judaísmo
En las épocas talmúdica y medieval, el rabinismo desarrolló una teoría sobre la reve-
lación y la inspiración divina: Dios se revela directamente, inspirando a los profetas.
Se trata de una doctrina que llega a ser artículo de fe (Maimónides). Parten de la
premisa de que Dios ha creado al hombre con la capacidad de conocerle.
La revelación en el Islam
Urgidos por estas tajantes afirmaciones, los musulmanes se refieren a los versículos
del Corán con la expresión “dijo Dios”, y lo hacen de un modo más directo y literal
de como lo afirman judíos y cristianos. El Corán comunica: los designios de Dios,
su misteriosa voluntad, el anuncio del juicio, y la ley divina. La revelación ha sido
dada también a profetas anteriores, pero sólo Mahoma la habría recibido en su
forma definitiva. Es una revelación inalterable, y se diferencia de la judeo-cristiana
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Con frecuencia, los “Textos sagrados” tienen una importancia significativa en la his-
toria de una cultura, ya sea desde el punto de vista histórico o meramente literario.
Muchas religiones y movimientos espirituales creen que sus libros sagrados (o
Escrituras) son la Palabra de Dios. A veces creen que los textos son totalmente divi-
nos; o que su origen es debido a la inspiración de Dios. Por ello, escriben los
nombres de las Escrituras sagradas con mayúsculas como signo de respeto y para
preservar la Tradición.
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‒ Los Vedas son los primeros textos, y los más sagrados, del hinduismo. La palabra
“Veda” es un término sánscrito que podría significar “ver”: la base del saber. Son
colecciones-recopilación de himnos, oraciones, fórmulas, rituales, etc., exhalados por
Brahma, que los sabios videntes conocieron por audición-visión directa y que más
tarde fueron transmitidos de forma oral, para concluir siendo consignados por escri-
to. Las cuatro grandes colecciones de estos Vedas son:
• Rig-Veda (saber regio) o Veda de las alabanzas. Está escrito entre los siglos XVI y
X a.C en védico, lengua arcaica. Se compone de 10.417 versos, pertenecientes a
1028 himnos. Los himnos van dirigidos a varias divinidades.
• Yajur-Veda: Veda de las fórmulas sacrificiales. Está escrito entre los siglos VII-VI
a.C. Añade, al anterior, los ritos puramente vinculados a los sacrificios.
• Sama-Veda. Veda de los cantos litúrgicos. Escrito poco después, tratándose de una
reordenación del material del Rig-veda (sólo 78 versos son diferentes) contenien-
do las salmodias utilizadas por el sacerdote cantor para acompañar la ofrenda del
soma.
• Atharva-Veda. Veda de las fórmulas mágicas. Escrito hacia el siglo VI a.C, recoge
731 himnos de fórmulas y conjuros diversos: utilizados para ahuyentar los malos
espíritus, conseguir larga vida, éxito en el juego, en el amor y en la prosperidad.
También contiene prácticas medicinales de los atharvanes o magos sacerdotes.
Más tarde, durante la época de compilación de los últimos Vedas (s. VI a.C),
comienza a surgir una nueva exégesis del saber religioso, que dará lugar a una serie
de comentarios teológicos en prosa que terminarán de conformar el denominado
“Ciclo Védico”. Este “ciclo” se compone de los siguientes textos:
Fueron compuestos entre el 700 y el 500 a.C, los antiguos en prosa, los más
modernos en verso.
‒ Hay, además un segundo corpus hinduista. Tras los textos sagrados denominados
Upanishads, viene un conjunto de textos que conforman la smriti=tradición. En ella
se pueden distinguir media docena de caminos. Sin embargo, vamos a reducir todo
el contexto a los tres más significativos: un ámbito más reflexivo-filosófico
(Darsana); otro más mitológico (Purana) y otro más épico (Itihasa)
Aunque carece de la autoridad de los Vedas, como escritura canónica del hinduis-
mo, ha llegado a ser incluido entre dichas Escrituras y es conocido como el quinto
Veda. Es debido al sexto canto, donde se halla un famoso poema, conocido como
la Bhagavad-Gita (Cántico del Señor). El poema se compone de 18 capítulos. Los 6
primeros hablan sobre la esencia del hombre y su realización; 7-12 expresan los
caminos de la salvación (la triple disciplina de la acción, conocimiento y amor);
13-17 están dedicados a la salvación. El último es un resumen general.
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Entre los discípulos de Buda nació el deseo de poseer la doctrina del Maestro por
escrito, especialmente cuando comenzaron a surgir los cismas. La doctrina escrita
fue uno de los temas discutidos en el “Concilio de Pataliputra” en tiempos del rey
Asoka. Existen textos antiguos, según una tradición septentrional, escritos en sans-
crito, pero incompletos, pues faltaba la redacción definitiva.
Hacia el siglo I a.C, según la tradición meridional, se presentó una lista de libros
canónicos escritos en pali y redactados en Ceylan. La lengua pali era uno de los dia-
lectos del nordeste de India, importado luego a la isla del Sur. Este Canon
representa la más auténtica enseñanza del Budismo, y por ello es admitido casi por
todas las escuelas. Se trata en total de 30 libros, con una extensión cuatro veces
mayor que la Biblia.
El número de libros aumenta o disminuye según las escuelas búdicas. Muchas de las
secciones más antiguas comienzan con estas palabras: “Así he oído”. Frecuentemente,
usando el método de transposición histórica, la doctrina copiada se pone en labios de
Buda. Pronto, y debido a las diversas interpretaciones personales, el único criterio de
objetividad fue la correspondencia con la doctrina del canon escrito.
Este Canon ha sido dividido en tres grandes secciones o Pitaka (cestos: aludiendo
al material en el que se escribieron las primeras redacciones):
El orden de los libros de las tres secciones no es cronológico, sino que su ordena-
ción es temática. No obstante, sí se puede apreciar que existen varios períodos en la
formación del Canon, así como repeticiones y partes incompletas. Se suelen distin-
guir 4 estadios: el más primitivo reflejaría la enseñanza escueta y filosófica de Buda.
El segundo estadio correspondería a la formación de la vida monástica, por eso
abundan las secciones disciplinares Otro período, ya más alejado de los orígenes,
tiene un carácter moralizante de tendencia religiosa, por lo que se nota la presencia
de una gran masa de fieles. Por fin, la etapa de leyendas y escritos apócrifos, y a ella
corresponderían los últimos capítulos del Khuddaka. Los comentarios del tercer
cesto pertenecen a una etapa muy posterior.
Por otra parte, Buda no ha revelado más que una parte de su inmensa ciencia. El
mismo Buda puso una comparación al preguntar en Kosambi si había más hojas en
su mano o en los árboles, pues paralelamente su conocimiento no revelado supera
en número y valor a lo que ha revelado. No lo ha revelado todo, porque no es útil
para el camino santo.
Buda no exige una fe ciega. No se debe creer ciegamente, sino poner a prueba lo
que creemos. Él mismo les dice que no crean sin verificar sus enseñanzas; no se
puede creer sino después de haberlo vivido. En este proceso se plantea el problema
de la palabra transmitida.
1º El hombre busca la verdad, pero esa búsqueda debe realizarse de forma inteligen-
te: el contenido de la Escritura debe ser estudiado y reflexionado antes de
aceptarlo. Es por tanto una búsqueda vital.
2º Debe ser, además, tradicional: se trata de hacer "experiencia" de la verdad; no
basta oír al maestro, debemos tener presentes las pruebas de otros, la tradición.
3º Pensar que Buda es el primer refugio. Me salvo mediante la fe en Buda, fuente del
verdadero conocimiento.
‒ Torah escrita: Los judíos crearon un término para denominar el conjunto de sus
Textos sagrados: TANAK. Se sirvieron de la letra inicial de cada una de las tres par-
tes: Torah, Nebiim y Ketubim.
• Torah (enseñanza, ley) o Pentateuco; habría estado lista en las postrimerías del
siglo V o principios del IV a.C.
• Nebiim o profetas (Josué, Jueces, Samuel, Isaías, Jeremías, Ezequiel y los 12 profe-
tas menores). Seguramente datable a finales del s. III a.C.
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‒ La Torah oral. Para los fariseos, junto a la Ley escrita existe una Torah oral, no
escrita en los primeros tiempos pero sí transmitida de forma oral. Poco a poco se
convirtió en “interpretación” de la anterior. Es una explicación y complemento de
la Torah escrita, tarea de los rabinos y sus escuelas. Con el tiempo, la Torah oral ter-
minó por ser también escrita y conformaría dos grandes colecciones:
capitales las prescripciones sobre el sábado, la pureza y los alimentos, todo detalla-
do según la interpretación farisaica. Pero también encontramos la haggadah
(narración, predicación): relatos, parábolas, datos astronómicos, anatómicos o
medicinales... todo en la misma página. Parece un informe enciclopédico en el que
se registran muchas opiniones contrapuestas sobre la ley o sobre otros temas. Más
parece una biblioteca nacional del judaísmo babilónico.
El Corán es el libro sagrado de los musulmanes, al igual que la Biblia lo es para judí-
os y cristianos, pero con una diferencia: el Corán es el mensaje divino, que Dios
dictó en árabe al profeta Mahoma, de una tableta conservada en el cielo. Por lo cual
detenta el honor de ser al-kitab: la escritura por excelencia.
Es más reducido que el Nuevo Testamento, pues consta de 114 capítulos o suras
(asuras o azoras en español), que tienen una extensión desigual. El conjunto equiva-
le a 6.200 versículos o aleyas. Está escrito en lengua árabe, con un estilo excelente, y
constituye la primera obra maestra de la literatura árabe. La caligrafía es cuidadísi-
ma, siempre impecable ‒incluso en las nuevas ediciones‒ porque para los
musulmanes tolerar una falta material sería considerado como una falta de respeto
muy grave a su carácter sagrado.
Casi todos los eruditos, musulmanes o no, admiten la autenticidad sustancial del
Corán. Sin embargo, conviene notar una diferencia fundamental: para los eruditos
musulmanes, Mahoma es el mero transmisor de la palabra divina, y por eso, a las
citas del Corán, hacen preceder fórmulas que indican ese origen divino. Por contra,
los eruditos no musulmanes, aún afirmando que Mahoma es el autor del Corán, sin
embargo han encontrado en el texto numerosos pasajes idénticos o paralelos a
otros de documentos más antiguos. Por eso, se han dado a buscar las fuentes de
donde Mahoma pudo sacar las doctrinas por él predicadas.
La sura fâtihat o fâtiha abre el Libro. Es una sura breve, la única que tiene forma de
plegaria. Es la oración predilecta de los musulmanes, y se reza con frecuencia en el
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Los musulmanes distinguen las suras con uno o más nombres particulares, tomados
del asunto de la sura o de algunas de las palabras en ella contenidas. Estos nombres
son adventicios y faltan en algunos Coranes antiguos, pero datan de los primeros
tiempos. Ya san Juan Damasceno (749/132) habla de la sura de "la Vaca", y de "la
Mesa", nombres conservados hasta ahora, y aún de la "del Camello", nombre que
no se sabe a qué sura correspondía.
En el Corán ven los muslimes la cifra de cuanto conviene saber en esta vida para
llegar felizmente a la futura: es a la vez su libro de historia, su devocionario y la
fuente de sus reglas de vida práctica. Su estilo sentencioso invita a la meditación de
la omnipotencia de Allâh y de su gobierno del mundo. En él hallan los musulmanes
conceptos fácilmente asimilables, que responden a sus necesidades religiosas y
morales, y que, al darles la explicación del mecanismo de la vida presente y la espe-
ranza de la futura, les preparan para afrontar serenamente los vaivenes de la
existencia.
El Corán tiene su parte en la vida diaria de todo musulmán y solemniza los momen-
tos más importantes de su existencia, desde la cuna hasta el sepulcro. Naturalmente
se le ha dado gran importancia en la enseñanza, y hay fiestas familiares para celebrar
los adelantos de los niños que se lo van aprendiendo de memoria.
CONCLUSIÓN
La palabra “revelación” ha entrado a formar parte del estudio de la religión,
pues casi todas las religiones se consideran “depositarias” de “la” revela-
ción, que sustenta sus relatos fundantes. Dependiendo de cada religión esta
revelación puede pasar desde la concepción de “destellos”, iluminación,
palabra resonando en el interior o palabra dicha directa o indirectamente
por la divinidad. De esta revelación provendrían los “textos sagrados” o
bibliografía de base de todas las religiones, en la que está expresada la
voluntad de la divinidad.
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Tema
Imagen de la divinidad. La divinidad en
las religiones más importantes
2
Tras haber estudiado la palabra revelada, hemos podido fijar los textos fundantes de
los que podemos extraer la “teología” de las religiones, y saber cómo son las imáge-
nes de la “divinidad”, adoradas en las distintas religiones. El proceso no ha sido ni
fácil ni corto: de una forma primitiva o “amorfa” de divinidad, se fue evolucionan-
do hacia diversos “dioses”.
I. El Misterio y la divinidad
El sujeto humano realiza su acto religioso como respuesta a una previa experiencia
sentida, y en consecuencia, interpreta su relación con lo numinoso como “encuen-
tro” con la trascendencia misma, siempre siendo consciente de que ésta ha tomado la
iniciativa.
indistinto, personal o impersonal. La única posibilidad es aceptar que está más allá
de nuestras capacidades de percepción y configuración precisa. No sabemos qué es.
Puede ser comprendido como el Todo fundamentador; lo divino indeterminado de
los griegos o el Numen neutro de los latinos. No sabemos si es Algo o Alguien,
pero ya es fundamento de una experiencia religiosa.
No es posible realizar una tipología completa de las formas que han revestido esas
representaciones. Pero resulta imprescindible recorrer, esquemáticamente al menos,
sus formas más importantes.
Todos estos grandes modelos tienen, a su vez, acentos y caracterizaciones que los
diversifican en otras formas más o menos precisas. Por otra parte, es muy difícil
hallar alguna de esas formas en estado puro: estudiando la historia de las religiones
descubrimos que han coexistido las formas más puras y las más crasas desviaciones
de lo religioso.
Por supuesto, cada uno de estos tipos de vida se concreta en espacios geográficos,
climáticos, económicos… diferentes. Otra consecuencia, estos grupos suelen tener
un número no muy amplio de miembros, lo cual incide directamente en el tipo de
organización social… Es importante, tener en cuenta esos datos, ya que todos ellos
inciden directamente en la experiencia y en el hecho religioso subsiguiente.
1º La interpretación de ese Ser supremo varía según las distintas formas de religión:
hallamos, desde la creencia en un Ser supremo a la disolución de esa creencia en una
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vaga forma de deísmo. La creencia en esa Figura comporta una serie de rasgos que,
aunque en un primer momento se parezcan al monoteísmo, son difícilmente com-
patibles con lo que entendemos por esta modalidad. Especialmente cuando
aparecen figuras secundarias o intermedias a su lado. Normalmente, estas figuras o
potencias intermedias van lentamente sustituyendo al Ser Supremo, de forma que
poco a poco esa Figura deja de constituir el eje en torno al cual se estructuran todos
los demás elementos de la vida religiosa y, en casos extremos, puede llegar a estar
ausente del culto diario.
4º Una valoración adecuada debe tener en cuenta las múltiples potencias sobrena-
turales, que aparecen en el universo religioso de estos pueblos y que normalmente
responden a los diferentes contextos culturales en los que se desarrollan: ser celeste,
madre tierra, señor de los animales
las pequeñas cosas del ser humano. Para estas pequeñas cosas están las potencias
intermedias. Sólo cuando la situación es verdaderamente grave, el hombre sabe que
ha de recurrir a ese Ser supremo, el único capaz de otorgar la salvación que el grupo
humano necesita. Curiosamente, junto a esta consideración de la potencia excelsa
aparece otra convicción: su absoluta bondad, que hace innecesario cualquier tipo de
sacrificio.
¿En qué consiste? En muchas poblaciones primitivas, la figura del Ser Supremo va
acompañada de una multitud de figuras intermedias que representan otros tantos
poderes, capaces de influir sobre la vida del hombre y a los que éste se dirige en las
formas habituales de culto. Con el paso del tiempo, estas figuras intermedias, que
representan poderes de la fecundidad, fenómenos atmosféricos o símbolos más o
menos relacionados con las fuerzas vitales indebidamente deificados, terminan por
relegar a la figura del Ser Supremo a una pasividad y ociosidad religiosa casi comple-
ta. Este sería el primer paso hacia las diferentes formas de politeísmo...
Características:
• Ser distintos del hombre y de lo que éste controla: poseer una dimensión
sobrenatural.
• Gozar de significación existencial para el hombre.
• Deben referirse a una realidad eterna, lo que permite al hombre el contacto
con realidades sobrenaturales.
• En cada una de ellas destaca un atributo particular, de acuerdo a la función
atribuída a las divinidades representadas en ellas.
• La mayor parte de esas divinidades representan una forma concreta de poder,
eficacia, una forma particular de acrecentamiento de la vida y de enriqueci-
miento de sus posibilidades.
1ª Los dioses del politeísmo son realidades que pertenecen a la esfera de lo total-
mente Otro. Los dioses del politeísmo no son simplemente manifestaciones del
poder, ni símbolos deificados, ni genios protectores, ni siquiera simplemente "numi-
na". Son verdaderos dioses: realidades que pertenecen de alguna manera a la esfera
de lo totalmente otro y con las que el hombre puede entrar en comunicación.
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2ª Existen unas relaciones bien determinadas entre las diferentes figuras de la divini-
dad: cada una aparece con su nombre y un medio en el que ejerce su poder. El
politeísmo se distingue por delimitar precisamente los contornos de cada una de las
divinidades mediante: la atribución de un nombre, una figura concreta y una fun-
ción precisa, y, además, por establecer entre las múltiples figuras un orden y una
jerarquía que dan lugar al nacimiento del panteón.
Los panteones politeístas pueden estar compuestos por figuras divinas más o
menos numerosas, desde una pareja, una tríada o una ennéada de dioses hasta los
casos de plebs deorum, que constituyen una especie de ciudad celeste, réplica de la
sociedad de la que surgen. El establecimiento de una jerarquía entre los diferentes
poderes suele dar lugar a la subordinación más o menos clara de todos éstos con
relación a la figura de un dios supremo o padre de los dioses, representado de las
más variadas formas.
4ª Las figuras divinas del politeísmo se ven precisadas, además, por la oración que se
les dirige y el culto que se les rinde.
También es posible que sea fruto de la confederación de varias tribus, y con ellas, de
sus dioses. La tribu más importante aporta su divinidad, y las restantes harán lo
mismo, de acuerdo a su importancia militar o económica. Así surgen los panteones
divinos, donde existe un Dios más importante, rodeado de otros muchos dioses
dedicados a tareas relacionadas con la vida del grupo humano.
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En general, la realidad se divide en dos ámbitos diferentes: el del bien y el del mal.
El mundo bueno comprende tanto elementos visibles y materiales como invisibles;
mientras que el mundo malo comprende todo aquello que se opone a la creación
del Dios bueno. En otras formas de dualismo, el ámbito del mal equivale a material
o visible, y bueno es equivalente a espiritual.
1ª Dualismo no absoluto. Aparece una Realidad suprema. Junto a ella aparece una
segunda realidad, que pretende rivalizar y limitar el poder de Aquella sobre una
parte de la realidad. Ejemplo: la religión de Zaratustra, En ella aparece claramente
un Dios supremo, creador, bueno, santo y todopoderoso (Ahura-Mazda). Y junto
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a Él, una pareja de dioses gemelos (Spenta Mainyu y Ahra-Mainyu: espíritu bueno
y malo), que se disputan el dominio del mundo y de los hombres.
2ª Dualismo absoluto. Perfectamente simétrico, en el que los dos principios son situa-
dos en el mismo nivel y opuestos de manera absoluta. A este tipo de dualismo se
aproxima la tradición mazdeista posterior a Zaratustra: Ormuzd (Ahura-Mazda)
sería el espíritu benéfico que se opone a Ahriman (Ahra-Mainyu). Se trata de dos
principios eternos, increados, que también son designados como luz y tiniebla,
verdad y mentira.
3ª Según que el principio del mal sea o no objeto de culto. En algunos dualismos, el prin-
cipio malvado se reduce a su acción demiúrgica perturbadora; en otros constituye
una figura “fuerte, tiránica y exigente” a la que es preciso someterse con respeto y
horror.
La conciencia de esta identidad, formando parte del Absoluto, lleva al hombre reli-
gioso a representarse la relación religiosa como un camino que tiende a la plena
identificación con lo divino.
El monoteísmo
Formas de monoteísmo
No es posible realizar una “teología” extensa. Nos exigiría una extensión que iría
más allá de las pretensiones de esta materia. Pero, como es necesario y conveniente
tener una idea, aunque sea esquemática, de la imagen divina que impera en las reli-
giones con mayor influjo en la humanidad actual, vamos a intentar un bosquejo de
esta temática.
La divinidad en el Hinduismo
Antes de toda reflexión, los hindúes sienten la vida sobre el mundo como apariencia
(maya). Vivimos en estado de condena o caída, pues nos hallamos sujetos a la ley
del padecer, del hacernos y el morir, en fatalidad que debemos superar, descubrien-
do en nuestra vida una presencia superior y salvadora.
El concepto de Dios se refleja en los textos sagrados de las distintas etapas del
desarrollo del hinduismo. A lo largo de las distintas etapas, y de acuerdo a los textos
que se van configurando en ellas, podemos extraer las distintas visiones que apare-
cen en las diferentes etapas:
• Fase politeísta
• Fase monista
• Fase del Dios personal
‒ Un deseo que pervierte el vivir. Cada vez que un humano se deja llevar por las apeten-
cias de este mundo se introduce más y más en la cadena del seguir muriendo en una
sucesión indeterminada de reencarnaciones. Esa ley injerta al ser humano una y otra vez
(tras la muerte) en la rueda de fatalidad de la existencia, debiendo asumir una forma
de vida inferior o superior, conforme hayan sido previamente sus deseos y tendencias.
El ser humano puede librarse de esa condena de reencarnaciones sólo cuando, en su
vida más interna (Atmán), consiga romper esa cadena de reencarnaciones, desligándo-
se de la multiplicidad del mundo y unificándose en lo Absoluto (lo Brahmán).
‒ La vida humana está ligada al Brahman, lo único Real. Lo divino se concibe como
esencia primordial, origen y meta, donde el humano alcanza su verdad. El Dios del
hinduismo tiende a mostrarse impersonal o suprapersonal. Por un lado, está dentro de
nosotros (como plenitud inmanente); pero también nos desborda como signo de
sacralidad originaria: se encuentra dentro y fuera de nosotros, como el todo en que
vivimos, somos, nos hacemos (y también nos deshacemos). Y, sabiendo que se
encuentra dentro de nosotros, podemos proyectar en él diversos rasgos y figuras, de
forma que viene a presentarse en imágenes muy distintas:
• Lo divino puede recibir formas personales, como Shiva y Vishnú, que son para
muchos hindúes, especialmente devotos (línea bhakti), la expresión más alta y per-
fecta del misterio.
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• Otras veces se acentúa lo impersonal, destacando así los rasgos del gran Brahma: lo
divino se presenta como el Todo donde vivimos; totalidad, que nosotros mismos
somos y de la que formamos parte.
• Finalmente, se puede expandir y multiplicarse en múltiples figuras de dioses protecto-
res y demonios; de personas del pasado y personajes de leyendas, que se muestran
como avataras, transparencia humana del misterio sagrado.
Por otra parte, existe otra diferencia: el valor de la persona. El hinduismo tiene una
concepción muy negativa de la existencia actual del ser personal; más que construir
su realidad como persona en el proceso de su historia, el humano debe destruirla o
deshacerla, a fin de que se exprese su verdad: lo divino forma parte de su ser.
La divinidad en el Budismo
Por Budismo se entiende una religión que deriva del mensaje y vida del príncipe
Sidharta Gautama, llamado el Buddha=“Iluminado” (siglo VI a. C). El budismo
nace en el contexto religioso hindú y participa de sus mismos presupuestos: el
humano se halla atado a la cadena del nacer, perecer y renacer.
Dando lentos pasos fue transformándose en una religión devocional. Había comen-
zado negando a Dios y termina con un culto que extrañamente se asemeja a una
religión. En este pueden se distinguen estas etapas:
1ª Sin afirmación de la divinidad: “sin” quiere decir que Buda era un maestro ascético
de auto-liberación. En varias ocasiones, durante sus momentos de predicación, fue
interrogado por la existencia de los “deva” (seres sobrehumanos). Él siempre recha-
zó dar una respuesta, afirmando que el pensamiento o creencia en los devas no
tenía ninguna importancia, pues esa creencia no ayudaba en el proceso de alcanzar
la salvación; aún peor: la esperanza puesta en estas intervenciones terminaba siendo
un fracaso.
2ª Con la afirmación de Dios. Pero, la práctica ascética de los monjes budistas no res-
pondía a la necesidad que sentían los laicos budistas. Por esta razón, los budistas
más píos han buscado alguna creencia-práctica que pudiera servir para su sed de
amparo, y buscan Algo-Alguien donde asirse, y que responda al sentimiento natural
de confiar en esa Realidad para ser completado. Así, a los 200 años comienzan a
aparecer las “vidas legendarias” o “vidas adornadas” y a exigir unas prácticas cultua-
les. Se trenza todo un amplio tejido de prodigios.
La imagen del Dios de Israel va precisándose con el tiempo. Comienza siendo sim-
plemente “El”, ‘Elohah o ‘Elohim. Las tres formas tienen prácticamente la misma
significación: ser el primero, ser el iniciador…Es el Dios de la promesa, que se
muestra amistoso con Abraham y sus descendientes. Esta será la característica de las
relaciones de los patriarcas hebreos con Dios.
Con la figura de Moisés aparece el nuevo nombre de Yahveh. “El” se presenta con
un nuevo nombre, revelado por Él mismo: “Yo soy Yahvé”. En adelante, obrará
con “mano fuerte y brazo extendido” para mantener la alianza y sus tres proezas:
sacar a los hebreos de la esclavitud, constituir a aquellos esclavos en pueblo y entre-
garles la tierra prometida.
‒ Además, ese Dios liberador tiene una característica personal. A Yahvé se le atribu-
yen rasgos humanos, pero sin quedar reducido a estos rasgos: Israel tiene conciencia
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‒ Tras esas cinco, aparecen otras dos, fundamentales para la moralidad del judío. La
primera es el carácter ético de Yahvé. La acción de Yahvé se representa en términos de
voluntad activa, y la respuesta del ser humano debe consistir sobre todo en la obe-
diencia, entendida desde la noción de alianza del Antiguo Testamento y cuyo motivo
es el amor.
Para los judíos, Dios es centro de la religión y vida humana, en especial porque
Israel existe, gracias a la acción de ese Único Dios, que le sacó de Egipto. El Shemá,
la oración más importante del judaísmo pone el acento en los principales rasgos de
la divinidad judía: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno..”
La Torah empleará varios nombres para designar a Dios y referirse a su acción espe-
cífica en favor de Israel. La aparición y uso de los diversos nombres divinos no es
arbitrario ni casual, pues refleja una problemática de difícil conjugación: la trascen-
dencia y la inmanencia de Dios. Hay, pues, una doble exigencia: presentar a Dios de
forma trascendente, no manipulable, y, por otra parte, como Dios cercano.
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Tanto la Biblia, como la literatura rabínica y la liturgia, aplican a Dios una serie de
cualidades o atributos, “middot”, que tratan de definir su naturaleza y explicar su
actuación. Entre ellos son importantes las trece middot divinas derivadas de Ex
34,6-7, que constituyen el núcleo fundamental de la concepción de Dios, tanto en la
teología como en la vida litúrgica judía. Pero, los más importantes en la fe y piedad
judía son:
• Uno, (ehad):
El judaísmo se representa a Yahvé en sentido monoteísta estricto, porque esa es
también la razón de su misma realidad de pueblo:
1º Dios es el único, y no hay nadie semejante a él.
2ºEs el único real, el exclusivo, no hay ninguno junto a él.
3º Es solo, no hay otros dioses.
4º Es el primero y todo ser, toda vida, comienza con él.
5º Es eterno y en él no ha lugar pasado o futuro, antes y después.
6º Es el mismo, el Ser que es a la vez allí y aquí, conocido y desconocido.
7º Es totalidad e indivisibilidad en sentido metafísico. Él está todo aquí y todo allí,
está todo en todas partes..
Ese “Uno” es el responsable de su liberación de Egipto y de su existencia como
pueblo de la Alianza. Por eso tiene sentido el segundo mandamiento: “No tendrás
otros dioses junto a mí” (Éx 20,3).
• Todopoderoso (Geburá). Una convicción fundamental del judaísmo es que Dios
es omnipotente y trascendente (el Otro), pero que, al mismo tiempo, está aquí y
ahora junto a los hombres. Dios tiene un poder absoluto que no es, ni puede ser
limitado, por ningún otro ser. Para designarlo, se acuño el calificativo “Geburá”: el
Poder. Sólo el Dios de Israel tiene poder absoluto, no hay otro poder supremo
junto a Él ni en el cielo ni en la tierra.
Sumado al atributo de la “unicidad”, ambos excluyen toda concepción dualista
que implique un poder supremo junto a Dios e independiente de él. La “Geburá”
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• Siempre presente (Sekiná). Junto a los dos anteriores, que podrían inducir a
pensar en un Dios lejano, está la convicción de la cercanía divina. Esta idea se
suele presentar con la denominación “Sekiná”, (habitación), sustantivo activo cuyo
sentido es acto de habitar (junto a los hombres); presencia: Dios está presente en la
vida de su Pueblo y le acompaña en todas sus vicisitudes positivas o negativas.
Realmente, sin esta cercanía, no sería posible la Historia de la Salvación. Por ello el
concepto de Sekiná está enraizado en todos los textos bíblicos que hablan de
Dios como el que cuida de sus criaturas y las defiende. La Sekiná no contradice la
trascendencia de Dios. Cuando se dice que la Sekiná “habita o se encierra” en un
lugar, sólo se quiere significar una concentración especial de su presencia divina,
en la que ejerce de una manera especial su poder, pero sin negar que esté presente
en todas partes.
Se trata de la personificación del hecho de la omnipresencia de Dios, en sentido
dinámico, como presencia que se comunica al hombre: Dios es el que está en todo
lugar relacionándose con el hombre. Dios está en un lugar y en todas partes. Esta
certeza ha posibilitado que Israel haya podido sobrellevar todos los infortunios de
su compleja historia, siempre apoyado en la seguridad de que la presencia del
Señor los acompañaba siempre y en cualquier lugar.
La profesión de fe islámica es: “No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profe-
ta”. El Corán predica ante todo la grandeza de Dios, único, creador, señor del
universo, todopoderoso y bueno. Por tanto, la línea espiritual es la de un monoteís-
mo absoluto. Pero, Mahoma no quiso fundar una nueva religión, sino redescubrir y
purificar la originaria, revelada por Dios a los patriarcas y profetas anteriores. Ha
recibido un mensaje de Dios y lo transmite, de manera intensa, eficaz y emocionada.
En su “teología” hay tres rasgos sobresalientes al referirse a Allah:
‒ Es personal y transcendente. Tiene voluntad y entendimiento. Porque entiende, es
sabio, conoce desde siempre lo que pasa; y todo lo dispone conforme a su deseo.
No se ha desvelado en el proceso de vida de un pueblo o un ser humano, sino a
través de un Libro que recoge las inspiraciones de Mahoma. El Dios musulmán
ha perdido la tensión del mesianismo: el tiempo de la historia se ha cumplido, en
el futuro sólo queda el juicio.
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Dios confió a Mahoma una misión universal que durará hasta el fin del mundo. El
Islam tiene pretensiones de universalidad, ya que es una actitud religiosa inscrita por
Dios en la naturaleza humana. Para el Islam, sólo ha habido una religión verdadera
en la historia de la humanidad, por lo que el Islam debe reemplazar a todas las for-
mas más antiguas de la única religión inscrita en la naturaleza humana. La tradición
considera también que en el Corán se encuentra lo esencial y lo mejor de la Tora
judía y del Evangelio cristiano.
De entre todos los atributos que el Corán indica, hay tres muy importantes (además
de los 96 “bellos nombres” de Allah) para la piedad del muslim:
‒ Rahma. Es la palabra base en la que está consignada la identidad divina. Este tér-
mino contiene un sentido muy físico. Desde el punto de vista del lenguaje
coránico, alude a la bondad visceral, a la bondad total, no razonada ni calculada.
No se trata, pues, de la celebración de la clemencia o de la misericordia, sino de Su
íntima naturaleza, visceralmente buena. Pertenece al sentido de la fe musulmana la
idea de un Dios desmesuradamente grande, omnipotente y bueno. Pero, no apare-
ce la idea de paternidad o maternidad de Dios ‒términos desconocidos en el
Corán‒, quizás por motivos de carácter cultural-religiosos, tales como el rechazo
de una fenomenología fisiológica de Dios o la suposición de una descendencia
divina.
‒ Tawhid, término consagrado para afirmar la unicidad y la unidad de Dios, median-
te un doble proceso purgativo de la concepción de Dios: primero, con una
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Todos estos atributos aparecen porque “Dios se dice”, los ha revelado en el Corán:
“Palabra de Dios”, pero dicha sin tener en cuenta la pregunta del hombre. Es creí-
ble por cuanto ha descendido directamente del cielo, mediante la recitación angélica.
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Pero, aún nos queda la tercera configuración, sumamente importante para la espiri-
tualidad musulmana. En ella, el muslim expresa su fe y espera obtener su salvación.
La piedad musulmana se expresará mediante:
CONCLUSIÓN
La palabra revelada expresa, en sí misma, la imagen de la divinidad que el
sujeto religioso ha percibido y convertido en idea. De esa idea procederán
después las modalidades de creencia, culto y comportamiento, que adopte
cada religión. Estudiando la historia religiosa humana se pueden percibir
cinco grandes grupos de imágenes, con las que el creyente ha intentado
representarse la divinidad misteriosa. De estas imágenes son buena muestra,
después, la representación de la divinidad en las grandes religiones.
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CONCLUSIÓN
UNIDAD DIDÁCTICA IV
Esa revelación da lugar a los textos fundantes o Libros sagrados, en los que el
grupo humano creyente asientan, normalmente, sus creencias y prácticas religiosas.
Esa Literatura alcanza la mayor autoridad, llegando incluso a ser convertida en obje-
to de respeto reverencial. Normalmente los Textos sagrados se conservan en la
lengua original, que por la misma razón, pasa a ser una lengua sagrada.
ACTIVIDADES
2. Los textos sagrados: ¿podrías hacer un cuadro con los nombres de los textos sagra-
dos de cada religión, su historia, su significado, importancia y actualidad de los
mismos?
LECTURAS RECOMENDADAS
COWARD, H. (ED), Los escritos sagrados en las religiones del mundo (DDB, Bilbao 2006).
DELUMEAU, J., (Dir), El hecho religioso. Enciclopedia de las grandes religiones (Alianza,
Madrid 1995) 253-500.
RODRÍGUEZ CARMONA, A., La religión judía (BAC, Madrid 2001) 335-353; 407-440.
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UNIDAD DIDÁCTICA V
Contenido
INTRODUCCIÓN
Tema
La expresión de la fe: lenguaje,
símbolos, mitos...
1
I. El lenguaje religioso
Junto al lenguaje humano, para comunicarse con otros seres humanos, existe el len-
guaje religioso: para hablar con Dios y hablar de Dios. En el lenguaje religioso
intervienen todos los términos del lenguaje humano, pero con una referencia signi-
ficativa a la trascendencia. Por eso, lo decisivo en el lenguaje religioso no son los
términos que usa el sujeto, sino la actitud de trascendimiento de la que surgen. Lo
importante para la constitución del lenguaje religioso es que el sujeto haya estableci-
do una relación significativa con el Misterio.
Y es que las palabras tienen la capacidad de crear campos de conciencia muy diver-
sos. La elección de los textos que han de introducirse en la liturgia es fundamental, ya
que, al ser proclamados en ceremonias y festividades que se celebran de año en año,
van configurando la sensibilidad y la imaginación religiosa de sus fieles. Al ser poco a
poco moldeada por ellas, la experiencia religiosa va quedando vinculada a tales pala-
bras. Los ritos y los textos sagrados canalizan y van dando forma a la propia
experiencia religiosa. Y así, a lo largo de una vida y de las diversas generaciones, las
palabras (con su sonido y su significado precisos) se van cargando de connotaciones.
Las dos grandes características que confieren su especificidad al lenguaje religioso son:
La relación religiosa tiene como término una Realidad, que no puede ser nunca
objeto directo del pensamiento ni de ninguna otra facultad humana. Por eso, ningún
acto humano puede captarla y no cabe un lenguaje que la describa ni que haga afir-
maciones precisas sobre ella. El hombre no podrá, por tanto, expresar Su presencia
y rasgos sino es recurriendo a mediaciones o realidades naturales. Esas realidades,
envueltas en un significado más amplio, pueden descubrir y expresar la presencia de
la realidad trascendente. De esa manera, las realidades mundanas son transfiguradas
y convertidas en símbolos.
• Deja hablar a Dios. El primer momento consiste más en dejar hablar a la presen-
cia inundante que ha irrumpido en el universo humano. Ahí aparecen,
confusamente mezcladas, la “evidencia” de una superioridad absoluta, la convic-
ción de la íntima dependencia, la conciencia de la propia limitación y la seguridad
de encontrar en ella la ansiada salvación. En este primer momento del lenguaje, la
compleja situación “invadida” del sujeto humano se expresa de múltiples formas.
Confusamente, pero con viva riqueza, resuena la voz de la alabanza, la adoración,
esperanza o confianza…
• Hablar a Dios. Inmediatamente aparece una segunda categoría de expresiones. El
sujeto toma conciencia de la situación en que se ha visto sumergido. Debe res-
ponder y recuperarse de la sorpresa. El hombre, que comenzó por dejar hablar a
Dios en él, habla ahora a Dios con la única palabra que corresponde a la situa-
ción en que se encuentra: la de invocación, súplica, petición de auxilio... Tras haber
dejado que hablara Dios, el hombre se atreve, con temor, a hablar a su Dios.
• Hablar del mundo y de la historia desde Dios. El tercer nivel del lenguaje religioso
surge de la necesidad de reinterpretar la propia vida y el mundo desde la expe-
riencia transformante de ese encuentro. El sujeto religioso habla del mundo y de
la historia, pero habla desde Dios. Desde ese instante, el adepto transfigura el
mundo y la historia convirtiéndolos en teofánicos.
• Hablar de Dios desde la relación con Dios. Por último, el sujeto religioso intentará
hacerse cargo de lo ocurrido en esa experiencia religiosa cargada de luz, al mismo
tiempo que cegadora. De ahí surgirán las formulaciones más propiamente aserti-
vas del lenguaje religioso teológico, cuya función es nueva dentro del conjunto de
la actitud religiosa. Es el lenguaje de la transmisión y de la comparación con otras
experiencias semejantes.
El símbolo es la clave del lenguaje religioso, tanto para comunicar, transmitir y cele-
brar como para expresar la relación con el Misterio. El ser humano necesita
constantemente construir nuevos símbolos para afrontar las dimensiones trascen-
dentes a las que se enfrenta. Para ello ha de inventar y producir nuevos símbolos
que le permitan expresar las sensaciones que esa experiencia implica: el símbolo es
la clave del lenguaje religioso, tanto para comunicar como para expresar la relación
con el Misterio.
Las cosas materiales son simplemente lo que su materia expresa. Tienen su propio y
primer sentido, pero el ser humano puede ver –a través de su propia experiencia- un
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Cuando decimos que el símbolo remite o envía a otra realidad, significa lo que ver-
daderamente importa en el caso concreto de la experiencia religiosa: que está
remitiendo a la Trascendencia. Esa realidad, imposible de objetivar ni definir, nece-
sita de palabras y cosas de la experiencia ordinaria para poder expresarlas de algún
modo.
El símbolo remite a algo desconocido en sí, pero que se hace presente en algo visi-
ble. La realidad a la que nos remite el símbolo es, en definitiva, el Misterio. La
trascendencia del Misterio no permite que podamos aprehenderlo nunca, ni directa-
mente ni como objeto, pero mediante la función simbólica de las cosas se nos
permite percibir en lo sensible algo del impacto y presencia del Misterio.
Sin embargo, es preciso diferenciar el símbolo del gesto simbólico. El símbolo no llega a
su plenitud ni a su plena función si el ser humano no realiza el “gesto simbólico”, es
decir, si no pasa de una actitud estática o contemplativa a una actitud dinámica,
mediante la cual incorpora la realidad simbólica a él mismo. Gracias a este proceso,
los símbolos pueden convertirse en signos sacramentales. Para comprender su com-
plejidad significativa es necesario tener en cuenta dos grandes marcos:
Segundo, un marco temporal. Por otro lado, si en las sociedades estáticas (las prein-
dustriales), los símbolos tendían a ser perennes, en las sociedades dinámicas
(industriales y postindustriales) los hace rápidamente consumibles y cambiantes. Ello
provoca el paso de mitologías estáticas a ideologías dinámicas. Esta transitoriedad
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El lenguaje simbólico
Símbolo: Es una cosa dividida (sym-bólica) en dos fragmentos, que juntados estipulan
una alianza. Uno de los fragmentos está siempre disponible: es la parte “simbolizan-
te”. El otro está ausente y oculto. Representa la otra mitad, sin la cual la anterior
carece de sentido. La parte de que se dispone constituye el fundamento y soporte
físico del símbolo, que transfigurado, adquiere el carácter de símbolo.
Es el primer paso del proceso simbolizante sobre el que se asienta otro segundo que
lo delimita y acota. De esta manera es posible el encuentro o relación entre una pre-
sencia que sale de la ocultación y un testigo que la reconoce. En virtud de esa relación
presencial, la presencia adquiere forma o figura como teofanía... E. Trías ofrece el
siguiente cuadro de categorías simbólicas, tanto por parte del elemento simbolizante
como del simbolizado:
• Categorías simbolizantes
1. Materia.
2. Cosmos (ordenación determinación).
3. Relación presencial (presencia testigo).
4. Comunicación (revelación manifestación-transmisión).
• Categorías de lo simbolizado
5. Claves interpretativas del sentido (exegético-hermeneúticas)
6. Sustrato sagrado (santo místico).
• Categorías unificadoras
7. Conjunción de las dos partes del símbolo.
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Varios y precisos son los requisitos que ambas partes, simbolizante y simbolizada,
deben cumplir.
• Un sustrato material.
• Situado en el mundo o cosmos.
• Posibilidad de encuentro entre presencia (sagrada) y sujeto que la testifica.
• Consumación del encuentro por la comunicación (revelación).
Funciones
El símbolo guarda una relación estructural con el mito. Es su expresión adecuada,
puesto que el mito es el modo como el hombre, de cultura precientífica y prefilosó-
fica, entiende y expresa la realidad. Sin ser históricos, los hechos descritos por el
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mito, no por eso dejan de ser reales, ya que son el testimonio de la exploración rea-
lizada por el hombre dentro de lo finito y lo infinito, es decir, de los aspectos del
mundo que asocia con lo totalmente otro. De ahí su valor de verdad sagrada. El
símbolo ejerce una función capital en todas las religiones: las realidades del mundo
divino son regularmente conocidas por mediación de realidades sensibles. El símbo-
lo es signo de reconocimiento, pero, además, ejerce otras funciones necesarias para
que ese símbolo pueda realizar la tarea que de él se espera:
Leyes internas
La condición material del signo también puede ser variada: de figuración zoológica
(animales): la sensibilidad inconsciente de los pueblos advierte en ellos algo fuera de
lo normal, a la vez temible o grandioso. También algunas partes del cuerpo humano se
han adoptado como signos simbólicos (corazón, manos, falo…) o figuras humanas
(padre, madre, ancestros..), vegetales, sobre todo los básicos para alimentación de la
tribu, o materiales nobles y preciosos.
Procedencia religioso-cultural
‒ Simbología de la Madre. Tal vez la más compleja, naturista y profunda. Hay infini-
dad de símbolos que expresan este arquetipo. A su vez, la Madre es el símbolo de
la raíz y de los condicionamientos biológicos del hombre. Lo común a todos
estos símbolos es “la vida” en sentido biológico, desarrollada en ciclos y cambios
periódicos.
Todo símbolo “tiende más allá de sí mismo”; tienden a “otra cosa” de naturaleza
trascendente. El hombre lo ha comprobado y aprendido, gracias a que lo Sagrado le
ha “hablado” y se ha “revelado” mediante los símbolos. El simbolismo religioso es
multivalente, y debido a ese carácter, el simbolismo religioso puede reunir las diver-
sas significaciones en un todo integrado en un sistema. Vamos a proponer los
caracteres generales del simbolismo religioso, siguiendo las pautas de Mircea Elíade:
• Tienen una lógica. Los símbolos no son en absoluto creaciones fortuitas y arbitra-
rias de la psique, sino que actúan según su propia lógica. Existen distintas
relaciones (ejem. luna-serpiente), que nos revelan que los símbolos pueden com-
binarse entre sí e integrarse en sistemas coherentes.
• Conservan una estructura. Gracias a esta lógica, los símbolos conservan su estruc-
tura propia y tienden a la continuidad y a la universalidad.
• Son multi o polivalentes. Los símbolos son capaces de revelar una modalidad de lo
real o una estructura del mundo que no es evidente en el plano de la experiencia
inmediata. Esta “revelación” es posible, gracias a la característica principal del
simbolismo: la polivalencia o capacidad de expresar simultáneamente varias signi-
ficaciones, cuya solidaridad no es evidente en el plano de la experiencia inmediata.
• Poseen una función unificadora. Esta capacidad del simbolismo religioso, para des-
velar una multitud de significaciones estructuralmente solidarias, tiene una
consecuencia importante: el símbolo puede revelar una perspectiva en la que rea-
lidades heterogéneas se dejen articular en un conjunto, hasta llegar a integrarse en
un `sistema´.
• Ponen de manifiesto realidades escondidas. Los símbolos nos permiten el acceso a
niveles de experiencia que, sin ellos, nos quedarían cerrados para siempre, pues
no tendríamos conciencia de ellos. La principal función de los símbolos es apun-
tar más allá de sí mismos.
• Tienen un gran valor para la existencia del hombre. El simbolismo religioso apunta
siempre a una realidad o a una situación que compromete a la existencia humana.
El símbolo religioso no sólo desvela una estructura de lo real o una dimensión de
la existencia, sino que también aporta a la existencia humana una significación.
• Apuntan a una realidad distinta del plano profano. El símbolo es percibido como
una “clave de dirección”, que apunta más allá de sí y desvela ciertas estructuras
del mundo o aspectos de la realidad hasta entonces ignorados. Durante este doble
proceso de transformación simbólica aparecen situaciones profanas, personales,
que se transforman en experiencias espirituales.
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Los antropólogos suelen distinguir entre mitos, leyendas y fábulas. El mito es la afir-
mación de una verdad importante. Se afirma una realidad primordial, que sigue
siendo considerada como modelo y fundamento de la vida. Siendo principio o pre-
supuesto de todas las definiciones, el mito resulta indefinible, pero podemos
describirlo del modo siguiente:
El mito se ejecuta-hace y por eso se vincula con el rito. No hay prioridad del decir (rela-
to) o del hacer (rito): se dice lo que se hace, se hace lo que se dice.
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Mito y religión
El primer hogar del mito es la religión poética, transmitida por los textos simbólicos de
la antigüedad. Esta religión es producto de la razón simbólica o fantasía creadora,
que estructura y define el sentido de la realidad a través de relatos sobre dioses.
Aunque también puede pertenecer a la religión política, tanto en sus formas antiguas
como modernas. El mito ha sido y sigue siendo el principio más hondo de vincula-
ción de un grupo humano, en clave religiosa.
Conforme a una tesis, popularizada por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, el
mito sería una historia de dioses que surgen, se propagan, combaten entre sí y fundan
el mundo con su misma vida y guerra (teogonía, teomaquia). Los mitos son politeís-
tas, en la línea de la Teogonía de Hesíodo (mundo griego) o de los grandes relatos
primeros (indoeuropeos, bantúes, semitas o amerindios) que expresan el sentido
básico de la realidad sagrada expresada en la figura y obra de unos dioses; la historia
primera donde se sustentan y reciben su sentido.
1ª El mito, en cuanto historia sagrada, las palabras y el mismo acto de narrar van
cargados de poder y fuerza. Las circunstancias especiales en las que el mito viene
narrado o enseñado (siempre en un contexto ritual), manifiestan la esencial dife-
rencia de estas narraciones en las que los pueblos comunican sólo a los iniciados
este conocimiento de los mitos. Aunque el contenido pertenece al mundo coti-
diano, se piensa que los mitos influyen directamente sobre las personas, alterando
la condición humana en cuanto tal, mientras que las leyendas y las fábulas no tie-
nen tal función.
2ª Los mitos forman la tradición sagrada de una sociedad. Esas narraciones, con
contenido cultural aportan cuatro dimensiones: determinan su credo; definen sus
ritos; actúan como hitos de su orden social y son modelos para su comporta-
miento moral. Más concretamente, la dimensión religiosa de los mitos brilla más
cuando se consideran factores que recrean o transforman a quienes son comuni-
cados: cambian la capacidad de aquél que lo recibe para aceptar las obligaciones
que la nueva situación propone.
3ª Los mitos nos dicen cómo algo vino realizado y cómo comenzó a ser. Por tanto,
implican una ontología y hablan sólo de realidades, es decir de lo que realmente
ha sucedido. Se trata de una historia sagrada. Por tanto, narrarla significa revelar
un misterio.
4ª Los mitos narran sucesos, que acaecieron al inicio de los tiempos o en el tiempo
primordial. Estos hechos y acciones dieron origen a la existencia del mundo, tal
como ahora se encuentra: revelan la actividad creadora de los seres divinos y el
carácter sagrado de sus obras.
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5ª Consecuentemente, si los mitos narran los “dicta et gesta” de los seres sobrenatu-
rales y manifiestan su poder, los mitos se convierten en modelos ejemplares de
imitación y modelos para ser reproducidos por el hombre en sus ritos.
Plenamente responsable, el hombre imita los gestos paradigmáticos de los dioses.
6ª También pueden narrar cómo una situación se convirtió en otra; cómo un
mundo despoblado llegó a poblarse; cómo el caos llegó a ser cosmos... No se
limitan a narrarnos los orígenes del mundo, animales, hombre... sino que extien-
den su campo a acontecimientos primordiales que pudieron ser la causa de la
situación presente.
En el contexto religioso, los mitos y los ritos son algo más que una simple expre-
sión de otras cosas: son el “poder de la salvación”; la fuerza que hace vivir esta
realidad a la persona religiosa en su misma existencia cotidiana.
Dado el carácter arquetípico del contenido mítico, podemos distinguir tantos mitos
como objetos míticos. Éstos pueden catalogarse en 6 agrupaciones:
1ª Mitos sobre la creación del universo. Normalmente se trata de la creación del mundo
a través del pensamiento, de la palabra, etc., de un dios creador.
2ª Mitos cosmogónicos. Son mitos acerca de la creación del universo a partir de un
substrato preexistente y con la colaboración de un agente sobrehumano. Suelen
versar sobre tres ideas distintas:
• La primera categoría se refiere a la inmersión del dios creador, de un animal
enviado por la divinidad o de una persona mítica, al fondo de las aguas primor-
diales para rescatar un poco de barro para modelar la tierra.
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Pero también están sujetos a la ley de la degradación: cuando los adeptos dejan de
tener fe en un mito, éste deja de cumplir su misión, se desacraliza y pasa a convertir-
se en tema de literatura, leyenda o fabula. Desaparece como tal.
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Entre las formas de lenguaje religioso merecen un puesto privilegiado las “fórmulas
significativas” y las expresiones emblemáticas de una formación religiosa particular.
También en este campo se puede entrever el fruto de una cierta tendencia común
en los hombres religiosos. Son bien conocidas las fórmulas Anikka-Dukka-Anatta
del budismo, los cinco pilares de la fe islámica, los 10 mandamientos del A.
Testamento o la tríada fe-esperanza-caridad del N. Testamento.
Toda tradición está constituida por un polo estático y otro polo dinámico. El polo
estático es el que mantiene la primacía de los orígenes. Lo que sucede a gran escala
en cada religión, sucede también en escala menor en el interior de cada individuo,
de modo que las diferentes escuelas, corrientes o agrupaciones tienen su texto iden-
titario preferido. Con frecuencia, lo que el fundador consideró un texto abierto y
dinámico, la generación posterior lo fija por temor a diluir las referencias fundantes.
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Desde otro punto de vista, todas las religiones conocen dos tipos de tradiciones: la
exterior, que se transmite por canales institucionales, y la interior (esotérica o místi-
ca), que se transmite en pequeños círculos y de maestro a discípulos. A su vez, la
tradición mística presenta dos corrientes en casi todas las religiones: la afectivo-
devocional y la cognitivo especulativa. Sirva esto a modo de indicación, pues no
podemos ni debemos desarrollar todo el proceso de las distintas tradiciones religio-
sas, ya que nos llevaría hacia grandes espacios que no podemos desarrollar en este
momento.
CONCLUSIÓN
Todas las religiones presumen de poseer un relativo conocimiento del
Misterio. De inmediato, ese conocimiento se hace lenguaje, con el que se
hace partícipes a otros de la experiencia de trascendimiento tenida. Para
lograr este intento, el lenguaje humano necesita revestirse con las propieda-
des y funciones del símbolo, de modo que las categorías lingüísticas
humanas propicien la comunicación de y con la realidad trascendente.
Apuntando hacia un “más allá de lo profano”, las palabras pueden conver-
tirse en relatos (mitos) que expresen las creencias y permitan al sujeto
participar personalmente en ellos.
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Tema
La expresión cultual de la fe
2
Los ritos han jugado un papel esencial en la expresión artística de todas las culturas.
La decadencia, o pérdida de sentido del ritual, son indicio de la falta de vitalidad de
una religión. Esta situación se manifiesta también en el resto de expresiones huma-
nas, pues es evidente que los ritos son expresiones simbólicas creadoras de
sentimientos y de ideas.
En la historia de las religiones hay dos tipos de ritos que destacan sobre los demás.
Uno es el rito sacrificial. Es un rito complejo, al parecer resultado sincrético de una
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Dentro de esta categoría se hallan las pruebas iniciáticas y noviciados de las asocia-
ciones socio-religiosas. En esas pruebas aparecen temas como el puente, la puerta
estrecha, la muerte simbólica, un nuevo nombre para un nuevo sujeto….
La religión en acto se manifiesta principalmente por medio del rito. La creencia reli-
giosa sirve para explicar e interpreta el significado del rito, dirigiendo la vitalidad de
la representación ritual. No se trata de prioridad en el tiempo. En el comportamien-
to religioso, los ritos y los mitos van siempre unidos.
En casi todas las sociedades, la vida del individuo está jalonada por una serie de
ceremonias que marcan su acceso a los grupos de edad específicos (y que suelen
conllevar modificaciones en el estatus personal). Se denominan ritos de paso. Suelen
variar su importancia de unas sociedades a otras, pero todavía se encuentran en
muchas sociedades estatales (en las que la diferenciación social se rige por criterios
complejos, como la pertenencia a una casta, un grupo profesional…etc.).
Ritos de nacimiento
El niño entra en este mundo “desde el más allá”. Por este mismo hecho se convierte en
algo sagrado; objeto de veneración ritual para todos aquellos que de algún modo entran
en relación con él, especialmente las personas que están más directamente relaciona-
das (padre, madre...). En estos ritos, todo nos recuerda el carácter trascendente del
nuevo ser humano: desde su presentación a los dioses, totems o antepasados, hasta la
imposición misma del nombre que él guardará toda la vida como un secreto entre sí y la
divinidad o el antepasado de quien procede.
Ritos iniciáticos
Los ritos iniciáticos cumplen la función de regular el acceso al grupo de adultos, con
plenos derechos y obligaciones (el estatus pleno). Existen en la mayoría de las socie-
dades humanas (incluso en las contemporáneas), aunque su importancia social es
muy diversa (solamente en las sociedades con diferenciación precisa de clases por
edad, el cumplimiento del rito iniciático es inexcusable para acceder al pleno estatus).
El momento del rito es variable y no parece necesario que coincida con la pubertad.
Normalmente es diferente para mujeres y hombres. En ambos casos, la prueba
principal suele consistir en la demostración de la capacidad para asumir las obliga-
ciones que el grupo social estima que corresponden a los adultos. Es una
celebración por la que el niño/a se convierte en hombre/mujer. En las sociedades
de cazadores esta prueba consiste en cobrar una pieza significativamente relevante.
Para ello, la iniciación suele consistir en el aprendizaje de las técnicas de acecho y
todo el componente imaginario, simbólico y mitológico que éstas conllevan
El tema del renacer marca la entrada en un nuevo modo de existir, es decir, en el sacro.
Las pruebas de fortaleza ofrecen un importante significado religioso. La supera-
ción de esas pruebas demuestra que los jóvenes están preparados y aptos para
entrar en la comunidad, humana y sagrada, y enfrentarse al Misterio. Este re-nacer
significa un proceso de asumir un nuevo rol dentro de la comunidad religiosa y un
cambio existencial fundamental en la vida del individuo. Se trata de morir a la
condición de niño para renacer para la sociedad, para la vida de adulto.
Frecuentemente estos ritos son acompañados de la investidura de emblemas, vestidu-
ras u otros objetos simbólicos.
La transmisión del saber con los relatos míticos, los ritos, las costumbres o el imagi-
nario grupales, durante la iniciación, cobran un nuevo sentido al insertarse en una
explicación global y secreta de la que se ofrece la clave, experimentada e interioriza-
da, a veces en trances (autoinducidos o provocados por substancias psicodélicas),
que potencian la autoidentificación del joven con el grupo, y en particular con el
subgrupo de los hombres. Las iniciaciones de mujeres hacen hincapié, por su parte,
en la adquisición de los secretos de la cosmovisión femenina.
Los ritos iniciáticos suelen poseer una fase de separación y otra de agregación. Los
iniciandos son marginados por medio de la expulsión del grupo de niños y se les
puede exigir cumplir una temporada, a veces larga, sin contacto con su grupo
social (viviendo en los límites del territorio) sometidos a las enseñanzas de hom-
bres seleccionados.
La ruptura con el universo de la infancia puede llegar a ser tan ritualmente drástica
que puede llegar a producir una completa desidentificación que a veces toma la forma
de una muerte simbólica, incluso con la adopción de un nuevo nombre, la incapacidad
(fingida o real) de reconocer a las mujeres, incluida la propia madre o el aprendizaje de
un nuevo lenguaje secreto que utilizará solamente con los adultos de su sexo.
Hay otra serie de ritos de iniciación que se refieren a la entrada en una fraternidad o
en una sociedad secreta. La existencia de sociedades secretas de mujeres, o de len-
guajes iniciáticos femeninos, permite sostener que en muchas sociedades las
iniciaciones femeninas debieron tener una complejidad comparable a las masculinas,
generando mitologías, imaginarios y cosmovisiones específicas de los grupos de
mujeres cuya riqueza solamente podemos conjeturar.
Ritos de matrimonio
El rito matrimonial cumple, además, otras diversas funciones: por ejemplo, las de
socialización y canalización de la sexualidad, de acuerdo a las normas y de un modo
útil y no conflictivo para el grupo. El rito matrimonial se estructura en las dos fases
habituales (separación y agregación) que en este caso cobran un significado espe-
cialmente relevante.
Los ritos de separación, que marcan la desvinculación del grupo original, pueden
ser muy diversos: una simple despedida, una expulsión solemne o un rapto simula-
do. Entre las curiosidades que se encuentran en estos ritos está el que en algunos
casos la novia (o el novio) son tratados en su grupo de origen como si ya no perte-
necieran al mundo de los vivos.
Ritos funerarios
El último de los grandes ritos de paso es el funerario. Tiene como objetivo des-
agregar al difunto del grupo de adultos, para agregarlo al de los espíritus o
antepasados. Se trata de un proceso, a veces muy largo, que tiene sus límites en la
muerte biológica y en la muerte social (sanción grupal que pone fin al rito).
Nos encontramos de nuevo con las purificaciones llevadas a cabo con el cadáver, así
como con una serie de ceremonias a las que deberán entregarse los familiares más
cercanos. El alma y el cuerpo necesitan fuerzas especiales para afrontar la situación
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El funeral se dilata entre esos dos extremos en una diversidad asombrosa de cere-
monias, que van desde un rápido abandono del cadáver a los animales carroñeros,
hasta lavados del cuerpo y sepulturas temporales mientras se supone que el alma
viaja al más allá. Esta es la otra cara de estos ritos: la idea de una nueva vida, lumi-
nosa y triunfante, queda claramente expresada en ritos tales como las lustraciones,
fumigaciones, vestir los cuerpos con vestiduras nuevas o recién lavadas, pasarlo por
el fuego, desecarlo al sol, enterramiento en cuclillas… son todas ellas señales del
anhelo de impartir la vida al cuerpo.
La vida del universo, tanto del individuo como de la unidad social, no puede avan-
zar si no viene nutrida y estimulada por unos ritos que la conecten con las potencias
cósmicas y divinas. Expresión clásica y tradicional de la vida religiosa son el sacrificio
y la oblación que pueden ir desde la inmolación cruenta, a la ofrenda de las primicias
del campo, o la oblación simbólica (por ejemplo flores, perfumes, dinero) y espiri-
tual de sí mismo.
El sacrificio es uno de los ritos más complejos en todas las religiones, porque con él
la persona religiosa no sólo hace un ofrecimiento de sí mismo a la divinidad, por
medio de un don u ofrenda consagrada, sino que pretende establecer una más estre-
cha comunión y comunicación con la divinidad.
Los elementos del sacrificio son tres: “la ofrenda o la víctima”, “la divinidad” y “el
oferente o sacrificante”, aquel que presenta u ofrece el sacrificio y recibe el don
divino que se espera de la divinidad. Otro personaje importante es el “sacrificador”
o mediador, que ejerce la acción ritual mediante la cual la ofrenda o la víctima pasa
de su condición profana a ser sagrada.
Sin entrar en las múltiples formas, más o menos complejas, que puede revestir el
sacrificio expiatorio, en todas aparece el sentido de la distancia cualitativa en rela-
ción con el Misterio, que se traduce en una conciencia de pecado y en la
necesidad de purificación que la acompaña.
Pero hay otro camino por el que el pecado se ha unido al sacrificio: los misterios.
A través de una reflexión sobre la condición humana, abocada a la muerte, han
llegado las religiones del área mediterránea a la idea de un pecado, causa de los
males del hombre, y han convertido el rito mistérico en un rito liberador del
pecado. El cambio sufrido surge de en una concepción más individualista de la
salvación.
Primer tipo: la comunidad come con la divinidad. La comunidad humana participa con
la divinidad en un banquete común. Esta forma de sacrificio se basa en la comunión
que crea el hecho de participar de una misma mesa. La divinidad toma parte en el
banquete. A ella se reserva, por ejemplo, una parte del animal sacrificado (general-
mente las sedes de la vida: sangre, riñones, espina dorsal…) y de esta forma
participa del vínculo que une a los invitados del banquete.
religiosa de una comunidad o de una persona basta con atender a las formas de
oración que les son familiares.
6ª Además, aunque la oración suele ser una expresión individual, también puede
ser un acto colectivo, familiar o tribal, consecuencia de la proyección social de la
tendencia religiosa. Por tanto el hombre religioso (y el grupo) puede rezar con
todo su ser, cuerpo y alma, con gestos, ritmos y danzas. Puede usar fórmulas
fijas o estereotipadas, invocaciones improvisadas o celebraciones periódicas. Y,
acompañar todo ello con postraciones, ritmos, coronas, ruedas, máscaras, soni-
dos, abluciones, etc. Pero, estas notas generales se expresan y acentúan de
modos diferentes a tenor de la espiritualidad de las distintas religiones.
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En sentido estricto, los ritos de las religiones preliterarias son formas de reconcilia-
ción con la naturaleza. La distancia frente al mundo pertenece a la oración y a la
misma vida humana. Por eso, el ser humano puede empezar sintiéndose perdido,
desamparado en medio del mundo. Pero en un segundo momento, a través de la
oración, quiere retornar al corazón de la realidad, confesándose solidario con todo
lo que existe.
En general, las religiones dicen que orar es levantar el corazón a Dios, transcendiendo
así nuestra propia vida intelectual y afectiva. Sin embargo, con las religiones de la
interioridad podemos afirmar que orar es levantar (o a bajar) el corazón o pensamiento
hacia la propia hondura sacral de nuestra vida. Dios no se halla fuera, no está arriba.
No debemos salir para encontrarle, pues lo divino se halla dentro de nosotros: orar
es descubrirle, en diálogo transparente de escucha e iluminación.
Por eso, la oración es una experiencia de ruptura creadora. Allí, donde me encuentro
y descubro mi verdad, encuentro al que es más grande que mí mismo, en actitud de
sorpresa agradecida. Orar es dialogar en intimidad, en gesto de meditación transcen-
dental que supera las representaciones del mundo, las figuras y personas de la
historia. Por un lado, la oración hace que surja en mí el vacío; por otro lado, ese
vacío se vuelve lugar donde aparece (se revela) el misterio superior, el ser divino.
El humano religioso rompe los vínculos sociales, para descubrir su realidad (verdad)
en lo sagrado, más allá del mundo, en línea de liberación espiritual. Por eso, el oran-
te debe superar la conciencia expresa de las cosas, la vinculación a los saberes y
deseos de este mundo. Puede surgir de esa manera cierta comunión interhumana,
pero es una comunión interior, que no se expresa en formas de enriquecimiento
mutuo, o de amor compartido externamente.
Grupo de místicos aislados. Los orantes hindúes pueden reunirse en un ashram y los
miembros de la sangha o comunidad budista comparten de algún modo la oración,
formando así una comunión de liberados. Pero, en realidad, cada uno se halla a
solas, debiendo asumir y realizar su camino por sí. La comunicación en el amor
mutuo y en el diálogo no pertenece a la esencia de su plegaria.
En estas mismas religiones no es raro encontrar casos en los que el orante, a pesar
de la doctrina del sistema religioso, se dirija al Otro como a un Tú personal, lo que
viene a demostrar que la relación personal es congénita al hombre en su dina-
mismo religioso. En el Budismo, la oración aparece comúnmente en la forma de
in-vocación. Más rica y variopinta aparece en el Hinduismo teístico y popular.
- Lo que antes era meditación sin objeto (inmersión en el misterio sin tiempo ni figura)
se vuelve encuentro personal. Ciertamente, el orante afincado en la historia procura
entrar en sí, pero el centro de su vida no es ya su esfuerzo humano, sino el don de
Dios que se revela, que llama, transfigura.
- La oración está vinculada a la acción. El orante ya no se introduce en el silencio sin
palabra, en el vacío sin figuras, sino que acoge la voz del Dios que le llama, ofre-
ciéndole una tarea. Por eso, el mismo diálogo religioso se vuelve compromiso
histórico.
- La oración se vuelve así fuente de futuro. Siendo palabra de Dios y respuesta activa
del humano, la oración es lugar y fuente de realización histórica. Dios no se
encuentra en el puro mundo, ni en la interioridad extra mundana, sino en la
misma tarea de la comunidad creyente y orante que traza su camino de futuro
desde la misma Palabra divina. Estas religiones han desarrollado una experiencia
de comunicación personal dialogal. En el lugar donde antes se hallaba el Absoluto
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transcendente, ahora emerge una Persona activa, el verdadero Dios, que actúa y se
manifiesta dirigiendo a los humanos.
- Es una comunidad de orantes reunidos. La experiencia del encuentro personal con
Dios se expresa a través de la oración comunitaria. El diálogo con Dios y la rela-
ción comunitaria se vinculan, formando una comunidad de orantes que recuerdan
y celebran juntos la presencia de Dios, tanto en la palabra compartida como en la
celebración del misterio.
El grito de la oración, junto con los gestos simbólicos de ascensión (ojos levantados
al cielo, manos elevadas a lo alto), es la espontánea expresión de la conciencia de la
distancia y de la diferencia que separa al hombre de la divinidad. Así se expresa la
actitud de descentramiento y contemporáneamente de entera confianza.
Las oraciones de petición tienen, casi todas ellas, el mismo esquema básico: petición
de perdón; petición de ayuda; ofrecimiento de la propia vida; invocación escatológi-
ca. Y, entre sus tipos más básicos, se encuentran las oraciones de paz, oraciones de
petición de perdón o de auxilio.
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Se afirma que esta oración realiza plenamente la esencia de la actitud religiosa, por
las características que la definen y en las que se expresa el encuentro, entrega, con-
fianza y acción de gracias. Esquema de la oración de alabanza:
La oración místico-contemplativa
Prácticas ascéticas. Hallamos prácticas ascéticas en casi todas las formaciones reli-
giosas. Estas prácticas significan la determinación de alcanzar al Trascendente,
librándose de la prisión de las cosas de la tierra, para lo cual se apoya en prácticas abs-
tencionistas o específicamente ascéticas que pueden llegar a alcanzar tensiones dolorosas.
La ética
Además de las anteriores expresiones, con las que la actitud religiosa se expresa ante
el Misterio, encontramos manifestaciones religiosas en el comportamiento con el
mundo, consigo mismo y con los demás. A este tipo de comportamientos lo deno-
minamos “ética”.
directo de dicho servicio sea la propia persona, la sociedad o la naturaleza. Dos ele-
mentos pueden explicar esta relación entre sacralidad y eticidad:
Aunque los rasgos comunes de las diversas formas religiosas inducen a muchas
coincidencias en las respectivas doctrinas éticas y sus códigos morales, sin embargo,
por esa relación directa entre código ético y experiencia religiosa nuclear, cada tradi-
ción religiosa ostenta un “estilo” o “talante moral” específico
La Institución religiosa
Las estructuras sociales en las que se desarrolla un grupo religioso determinado tie-
nen también una gran incidencia en la evolución institucional de la religiosidad.
Vamos a analizar esta incidencia en dos tipos de sociedad.
Otro tipo son los grupos particulares, conviviendo dentro de formaciones más
amplias, que están encuadrados dentro de una religión amplia, casi siempre bien
integrados, pero a veces en desacuerdo con la organización central o con aspectos
importantes de su doctrina o práctica. En este contexto nacieron varias religiones: el
budismo respecto al brahmanismo, el protestantismo respecto a la Iglesia católica.
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Por otra parte está la institución “iglesia”, que representa la organización en la que
el grado de institucionalización llega al máximo, al mismo tiempo que alcanza una
abertura máxima al universalismo. Permite, en general, muchas articulaciones en su
interior, que, sin embargo, están atentamente controladas e integradas en el sistema
normativo general. Característica suya es la presencia de un cuadro dirigente que
administra la vida del grupo de forma autoritaria.
CONCLUSIÓN
La religión, fundamentada en contenidos y experiencia, se expresa pública-
mente mediante ritos individuales y colectivos. Los ritos constituyen un
elemento de intercomunicación y de cohesión social, necesarios para mante-
ner la experiencia religiosa. Representan lo sucedido en los tiempos míticos
a los personajes sagrados. Podemos encontrar ritos en todas las religiones y
para todas las crisis vitales. A esos ritos hemos de sumar las distintas formas
de sacrificios y las oraciones, las prácticas ascéticas y el comportamiento
ético. Con todo ello, el hombre religioso expresa sus creencias y busca la
salvación.
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CONCLUSIÓN
UNIDAD DIDÁCTICA V
Las experiencias religiosas de diálogo y relación con el Misterio siempre tienen una
consecuencia práctica y visible: el sujeto religioso intenta responder a ese acerca-
miento de la Realidad trascendente mediante gestos, expresiones cultuales y
morales. Todo este conjunto, lo denominamos “la respuesta religiosa del hombre”.
De ese modo, comenzaron a aparecer ritos para las distintas situaciones vitales. De
igual manera, aparecieron los distintos tipos de sacrificios y formas de oración, en-
vueltos en un comportamiento ético-moral y bajo la supervisión de las Instituciones
religiosas, nacidas de acuerdo al contexto socio-cultural, adecuadas para que esas
respuestas del hombre religioso fueran correctas y conformes a la experiencia vivida
en esa religión.
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ACTIVIDADES
2. Niveles del lenguaje religioso y consecuencias para los distintos tipos de oración en
las religiones.
5. Qué es un mito? Características generales de los mitos: enuncia y explica cada una.
Tipos de mitos que podemos hallar en las religiones .
LECTURAS RECOMENDADAS
CENCILLO, L., Los mitos. Sus mundos y su verdad (BAC, Madrid 1998).
MARTINI, E., (ed.) La oración. Lo que dicen las religiones (Mensajero, Bilbao 2004).
UNIDAD DIDÁCTICA VI
Contenido
INTRODUCCIÓN
El humano es un ser que “va haciéndose”. Su misma realidad le confronta con los
desafíos que ha de afrontar en cada momento para sobrevivir. Esta realidad deter-
mina en él un continuo surgir de preguntas sobre el mundo, los demás y sobre sí mismo,
a las que debe dar respuesta. Podría definirse como “el ser problemático” en sentido
activo y pasivo: sujeto y objeto de búsqueda constante. El hombre puede escoger, pero no
es totalmente libre: en su mano no está el poder elegir y-y, sino el o-o. Está siempre
ligado a una elección, que por lo mismo significa una amenaza.
Tema
La experiencia religiosa
1
No existe pregunta que el hombre se plantee, sin que él mismo no esté implicado en
ella: quien interroga entra siempre, de modo implícito, en cada pregunta que se hace.
En nuestro caso enfocamos esta búsqueda en la dirección que verdaderamente nos
toca como humanos: el sentido existencial. Tal es la condición típica del hombre:
estar abierto ontológica e intencionalmente hacia nuevas experiencias. El centro de su
especulación es la comprensión de su existencia humana, en todas sus dimensiones.
El sujeto humano siempre está a la búsqueda de algo no poseído. Esta misma acti-
tud conformará el “instinto” de apertura del ser humano finito hacia lo infinito y
trascendente; es como un “impulso” sobre la psiché humana, que ninguna realidad
parcial puede llegar a colmar. Desde esta perspectiva, hemos de entender que la reli-
gión tiene sentido siempre que se inserte en esa tensión del sujeto humano hacia su
horizonte último.
Y religada, con la aspiración hacia el Último, aparece la tensión unificadora que
caracteriza a la disposición religiosa. A la experiencia de fragmentación y de desidia
que conforma la existencia, el hombre responde con una exigencia profunda de inte-
gración y unificación. Ahí entra la tensión religiosa siemopre en busca de una
respuesta para esta situación.
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Cinco son los objetivos finales de este proceder: vivir, entender, producir, gozar y tras-
cender . El primero es siempre el impulso básico de toda experiencia: necesita
experimentar para sobrevivir como especie. Su lema podría ser “experimentar o
morir”. Para el humano, vivir es ante todo un camino de experimentación tanteante,
mediante la cual va suscitando nuevas formas de sobrevivir. El siguiente objetivo
aparece de inmediato: si el ser humano nace sin saber, indefenso y perdido en un
mundo peligroso, ha de aprender para poder subsistir. Y, una vez iniciado ese cami-
no, ya no puede detenerse: su deseo es su vida. A continuación, y frente a un medio
hostil, necesita procurarse medios que afirmen su subsistencia. Es la doble paradoja:
por ser imperfecto necesita producir; pero, por ser capaz de producir pasa a ser cre-
ador de sí y su futuro, y ya no puede detenerse en su afán de producción de formas
de convivencia, lenguaje, mundos culturales… Por todo lo anterior, el hombre toma
gusto por la vida.
Pero este proceso no es sencillo ni simple. Exige que el sujeto humano comience
por una “apertura”. Sólo, y enfrentado a su propia realidad y conciencia, ha de salir
de su soledad y encontrar la capacitación para descubrir que lo que le rodea ha de
ser modelado, aprendido, escuchado y transformado. Sin embargo, esta capacitación
le exige tantear y mirar más allá de la apariencia de las cosas, pues busca algo más de
lo que parecen poder proporcionarle. Para lograrlo, el ser humano habrá de zambu-
llirse en un doble universo de experiencias, que le obligan a una doble apertura:
Pero también le exige una apertura hacia su mundo interior. Al abrirse a ese universo, el
hombre se ve obligado a encontrarse consigo mismo: él es el sujeto que hace expe-
riencia. Contempla los fenómenos externos y a la vez sabe que son sus ojos los que
miran. Reflexionando, descubre sus posibilidades, y empieza a desarrollar una cultu-
ra, un sistema de comportamiento, unas formas de acción, y una interpretación.
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Pero este proceso de apertura no termina ahí: todo el conjunto pasará a ser objeto
de aprendizaje y transmisión. Y, aquí aparece el nuevo reto: necesita de diferentes
esquemas de comprensión que, tras haber sido validados durante un tiempo, han de
dar paso a nuevas perspectivas de equilibrio.
Por eso, su experiencia es un constante hacer y saber para ser de un modo diferente.
Es un proceso con tres pasos, que también habrá de recorrer al realizar la experien-
cia religiosa.
Tras todo lo dicho, quizás podemos intentar un resumen del significado y caracterís-
ticas que asume el proceso realizador de la experiencia:
Por ello es necesario tomar en consideración una pasividad material y una pasividad
espiritual. La primera tiene efecto cuando el sujeto no puede reaccionar, ya que la
experiencia se produc de improviso sin permitirnos reaccionar ni positiva ni negati-
vamente. La segunda pasividad, que también puede ser definida como una pasividad
activa, se produce cuando hay un movimiento previo de preparación. En esa situa-
ción, el espíritu humano ha efectuado una previa preparación para que pueda
producirse dicha experiencia.
Las tres dimensiones son esenciales a la hora de evaluar los componentes y dimen-
siones de la experiencia religiosa. La experiencia de “encuentro” con el Misterio
aporta y exige una triple respuesta. La primera respuesta demuestra la presencia de
una apertura frente a la trascendencia: rotas las ligaduras de lo puramente fenoménico
y sensitivo, el humano se percibe abierto hacia una realidad de infinitos significados
y posibilidades. Esta infinitud le capacita para abrirse a nuevas facetas e interpreta-
ciones de las cosas. Lentamente, el humano se siente connatural de lo infinito. De
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Tres serán las notas que configuran esa “relación con la divinidad”: la entrega de sí y
el sometimiento incondicional; el acto de descentramiento de sí; y, el encuentro sal-
vífico que se percibe. Las tres sólo podrán ser encarnadas por un sujeto que toma
conciencia de sí y de la Realidad término del encuentro. Tras lo cual, formula esa
conciencia en palabras y actos que permiten vivir, expresar y comunicar esa actitud.
En resumen, deja vibrar la dimensión afectiva y experimenta los sentimientos
correspondientes; después, “traduce” el contacto con esa Realidad, mediante un sis-
tema de razones, valores, palabras, símbolos, sentimientos o formas de vida, que
expresen la novedad que ha aportado esa experiencia.
Pero, ¿hay razones que nos permitan afirmar la existencia de lo que hemos llamado
“experiencia religiosa”? Su existencia es indudable. De ella existen testimonios unáni-
mes en todas las tradiciones religiosas: en sus Escrituras y en la tradición viva que
han ido conformando, existen personas que en un momento u otro de su vida dicen
‒utilizando variadísimas imágenes para expresarse‒ haberse encontrado con el
Misterio, visitados por Él y, finalmente, haber tenido la conciencia indudable o el
sentimiento vivísimo de haber entrado en contacto con Él.
Experiencia religiosa es también aquel tipo de experiencia que pone en contacto con lo
que es auténticamente Real. Este contacto hace que todo lo demás resulte inconsisten-
te o, en todo caso, que reciba de esa Realidad Real su consistencia. Lo que propician
las religiones es la “religación” con lo auténticamente Real. Esta religación no es de
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orden conceptual, sino experiencial, casi físico. Así, la religación (religión) atañe a lo
más fundamental de la persona y transforma a la persona en sagrada, porque la
pone en contacto con lo Sagrado. Toda experiencia auténticamente religiosa re-liga
con una Dimensión que trasciende a la persona que la experimenta.
Una vez resaltados los aspectos de la experiencia, relacionados con la dimensión del
Misterio, pasemos a profundizar cómo esa dimensión trascendente se relaciona con
las facultades del hombre que hace esa experiencia:
‒ Son bipolares. Se realizan entre polos contrarios: muerte y vida; lucha y paz; movi-
miento y reposo; entusiasmo y orden; gracia y pecado… Emergen en la
experiencia religiosa y forman parte de la misma, dando como resultado distintos
acentos y modalidades de experiencia religiosa.
‒ Pueden ser fruto de experiencias accidentales. Éstas pueden abarcar un amplísimo
espectro: desde el conocimiento intuitivo de una Realidad Sobrenatural, percibida
como inherente al mundo o al hombre y, al mismo tiempo, como Misterio tras-
cendente. Este tipo de experiencia suelen definirse como “experiencia de lo
divino”. Dentro de este tipo de experiencias pueden encontrarse distintas experien-
cias subjetivas de la persona : por ejemplo una súbita conversión, en base a un
contacto desconcertante con Dios. Un segundo tipo ocurre gracias a determina-
dos acontecimientos que impresionan repentinamente y, casi como consecuencia,
aparece un nuevo sentido de la vida y una finalidad hasta entonces apenas percibi-
das. En una tercera posibilidad, tendríamos las experiencias que hacen referencia
al conocimiento religioso que brota de un constante contacto con la religión, o por una
determinada experiencia mística, que recoge en sí los elementos de las tres modali-
dades precedentes. O las visiones y revelaciones privadas.
‒ Todas tienen sus raíces en la vida, ya que cualquier experiencia religiosa comparte
tres elementos fundamentales. Primero, es una tensión continua y jamás satisfecha del
hombre; un deseo insaciable que no encuentra una respuesta satisfactoria. La ver-
dadera experiencia religiosa conlleva, como componente posibilitador, la
convicción de que el hombre está en un estado de continua tensión. Sin embargo,
esa tensión o deseo no es suficiente: la respuesta a la pregunta cotidiana del hombre
es una Presencia. La experiencia religiosa, en ese momento, advierte un valor abso-
luto presente, todavía no poseído pero sí experimentado, como razón y
fundamento de tensiones y, por tanto, presente en la profundidad de cada movi-
miento personal.
Esto es lo típico de una experiencia religiosa auténtica. Esta tensión confiere a la
vida religiosa una exquisita sensibilidad. En un tercer paso, esa Presencia debe ser
aprehendida y experimentada como un tú personal. Si lo Absoluto no se nos pre-
sentase como un Otro personal, entonces todo un sector de nuestra vida
permanecería impermeable a la exigencia de totalidad y sería ajeno a la tensión
que, por el contrario, reviste toda la vida humana. Una auténtica experiencia reli-
giosa supone el encuentro personal con el Otro.
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Las notas
Es la experiencia del Sacro o del Absoluto, considerado como Dios o como el Otro,
que al mismo tiempo es “un Misterio que no descubriremos jamás”. Ese Misterio es
comprendido como trascendente e inmanente, presencia del trascendente dentro del
ser humano. Ante esta experiencia, el movimiento fundamental y necesario será
tomar conciencia de esa invitación a abandonarse a esa presencia.
Integrante.
Todos los aspectos más
importantes de la expe-
riencia religiosa se hallan
No existiría adhesión
jerárquicamente integrados Es la experiencia del
a un Absoluto
en el hombre sacro, de lo Absoluto,
sin una previa experien-
cia de insatisfacción y de considerado como Dios
inquietud radical en el o como el Otro, “un
corazón del hombre misterio que no descu-
briremos jamás”
NOTAS ESENCIALES DE LA
EXPERIENCIA RELIGIOSA
CONCLUSIÓN
El sujeto humano siempre está a la búsqueda de su perfección, y esto sólo
puede ocurrir si se abre hacia lo infinito y absoluto. Bajo esta luz se podría
definir la experiencia religiosa como la tensión del sujeto humano hacia su
horizonte último. Y conectada con esa aspiración está la tensión unificadora
propia de la disposición religiosa. A la experiencia de fragmentación y de
desidia que conforma la existencia, el hombre responde con una exigencia
profunda de crecimiento en calidad de la experiencia fundamental.
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Tema
Actitud y madurez religiosa
2
El término más preciso para expresar este plus de significado es, “lo Absoluto”.
Aparece como centro de referencia de toda realidad natural y humana. Esta centrali-
dad aporta al ser humano la experiencia de limitación y finitud, pero también
posibilita que ese “Absoluto” se convierta en una realidad referencial y, por tanto,
objeto de deseo para el hombre. Este descubrimiento de “lo Absoluto” sitúa al
hombre ante unas perspectivas nuevas e importantes: primera, provoca, fundamenta
y posibilita la capacidad simbólica del hombre, en cuanto le permite ver un significado
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oculto a la mera observación externa; ve lo que existe detrás y dentro de las cosas.
Segunda, también posibilita poder trascenderse a sí mismo y verse “desde fuera”.
Tercera, ese descubrimiento favorece una comprensión pluridimensional de la realidad
natural y humana. Finalmente, desde este horizonte de lo Absoluto, el hombre descu-
bre y experimenta la sacralidad de su condición humana.
Y, desde esa misma centralidad, lo Absoluto adquiere unas características que inci-
den directamente en mi proceso dinámico y existencial.
El carácter especial de esta actitud hace posible que, bien entendida la relación, las
demás intenciones de Absoluto no pierdan su autonomía. Pero ninguna de esas
zonas, en las que aparece lo Absoluto, se identifica con lo que constituye “la condi-
ción humana total”, núcleo y centro firme que integra, armoniza y puede realizar
existencialmente el resto de dimensiones que constituyen el ser personal. Pero la
condición humana total las excede.
Por tanto, en la actitud religiosa, dado que el Misterio no está al alcance del sujeto
humano sino en una situación inalcanzable e indisponible de su “en sí”, no queda
otra solución que adoptar una actitud de “descentramiento” del sujeto humano: un
éxodo de sí mismo, para posibilitar el “encuentro” con la realidad del Misterio sin
que éste sea “objetivado”. En este tipo de “relación” debiéramos hablar de un “res-
peto religioso”, “reconocimiento” o aceptación de la presencia de Algo que
desborda la propia categoría ontológica.
Para ello, el hombre debe comenzar aceptando que debe “descentrarse”, salir de sí,
inaugurar una actitud de reconocimiento de la superior dignidad, de la absoluta
supremacía del Misterio. En esta relación, el sujeto religioso debe trascender no sólo
el conjunto de las realidades del mundo, sino muy especialmente a sí mismo, para
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Pero, para que se produzca la actitud religiosa es necesario que el hombre salga de
sí, transcendiendo todas sus expectativas y proyecciones. En ese descentramiento,
el hombre religioso reconoce esa Realidad, como su centro, al tiempo que renuncia
a hacer de ella su posesión. Por el contrario, establece una relación bajo las premi-
sas de que el centro de esa relación no es otro que esa Realidad. Para ello, el
hombre debe literalmente descentrarse, salir de sí, reconocer el Misterio y buscar
en Él la propia salvación.
1º Reconocimiento y descentramiento
2º Búsqueda de salvación
3º Respectividad y relación interpersonal
4º Elaboración de símbolos
al sujeto humano a admitir que esa Realidad es de una categoría ontológica superior
y que no puede dominarla.
“Reconocer el Misterio”. Esta actitud subjetiva supone cuatro pasos. Primero, cons-
tatar su presencia evidente: el Misterio “está ahí” realmente, anterior y superior a
todas las demás criaturas. Segundo, aceptar su alteridad trascendente: el Misterio es
distinto al hombre y su mundo. Tercero, acoger su irrupción absolutamente libre: el
Misterio está presente con independencia de mi consideración y revela su acción
por propia iniciativa, al margen de mi voluntad. Finalmente, renunciar a todo inten-
to de dominio: el hombre carece tanto de medios intelectuales para explicar la
naturaleza del Misterio como de medios mecánicos para controlar su acción en
nuestro mundo.
La actitud religiosa debe comenzar aceptando que debe “descentrarse”, salir de sí,
inaugurar una actitud de reconocimiento de la superior dignidad, de la absoluta
supremacía del Misterio. Cualquiera que sea la actitud religiosa del hombre y su
grado de evolución religiosa, desde el primer momento sabe que se adentra en un
universo de ser y valor, fundamentalmente, distinto del resto del mundo de su
experiencia.
Tras fijar este primer aspecto, se sigue una consecuencia que determinará, en gran
parte, la recta comprensión de su segundo aspecto: a esta actitud religiosa no le
queda sino una “relación religiosa”, sabiendo que el Objeto de su actitud es de una
categoría ontológica superior al sujeto humano. Por tanto, este sujeto no puede, en
ningún caso, “aprehender” el Objeto o término de la relación.
Tres formas, concretas, expresan esa relación: o bien la huída de las cosas mundanas
tenidas como pasajeras y vacías y, por tanto, la renuncia a las mismas para identifi-
carse con el Absoluto. En una perspectiva totalmente diferente está la comunión
festiva con la vida, por la que la experiencia religiosa fomenta la vivencia espontánea
de la naturaleza y de sus funciones vitales. Finalmente, la transformación encarnada,
(entre las dos anteriores) por la que se mantiene la comunión con el mundo, pero de
forma crítica y con el propósito de desarrollar todas las posibilidades ocultas que
ese mundo puede aportar.
Este tipo de religiones expresan una voluntad y un sistema de integración del indivi-
duo en el “todo”. En otras palabras, es una actitud activa y voluntaria de armonía y
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Credo y prácticas religiosas son sólo algunos modos mediante los cuales el hombre
intenta expresar y actuar esta armonía de sí mismo con el todo. Las religiones primi-
tivas, generalmente entran en este modelo cosmológico en lo que se refiere al fin de la
religión.
- Otras tienen un acento más “humano”. Proponen la salvación del hombre, tanto
en el orden de una liberación del mal y sus consecuencias, como en el sentido de
lograr alcanzar un estado perfecto de felicidad, que trasciende el tiempo, el cambio y
la muerte. La mayor parte de las consideradas grandes religiones entran dentro de
este modelo salvífico,
Las religiones estructuradas según estos modelos salvíficos son llamadas religiones de
salvación. Implican una soteriología que contempla al hombre como un ser que se
encuentra en una situación espiritual de peligro o de perdición de la que necesita ser
salvado.
Pero, ¿qué significa “salvación”? Todas las religiones presentan la salvación como
unión con “lo Santo”. Desde esta perspectiva, la salvación concentra una serie de
rasgos identificativos:
- Carácter personal del Misterio. Como hemos indicado, el Misterio se hace presente
en el encuentro y relación personal. Es más, su presencia es promesa de que tales
relaciones tienen futuro y podrán alcanzar su consumación. En su manifestación, el
Misterio no elimina su trascendencia. Al contrario, es Él quien en su libertad la
manifiesta y ofrece al hombre para que, en un acto de descentramiento personal, la
reconozca. Esto es tan determinante, que el hombre religioso siente que no le queda
otra alternativa que reconocer su presencia en la suma alteridad si quiere verse reali-
zado en su ser más íntimo y personal. Solo su reconocimiento y acogida permite
identificarlo como un “tú” con el que se establece una relación personal bajo las
formas de respectividad, reciprocidad, intimidad y subjetividad.
- El ser personal del hombre religioso. Afectado en su centro más profundo, la rela-
ción que establece el sujeto religioso es un acto supremo, en el que despliega todas
las facultades que le hacen “ser persona”. Ciertamente, el hombre es un ser finito
que siente la llamada a una plenitud que se le escapa. Pues bien, sólo en la relación
con el Misterio, el hombre a la vez que toma conciencia de su precariedad, entra en
contacto con Aquel que le presta ayuda y le promete alcanzar su plenitud. En el
encuentro, el sujeto religioso afronta su contradicción y adquiere la esperanza de
alcanzar su máxima realización.
La presencia del Misterio es fruto de Su libre iniciativa, pero también es verdad que
únicamente el consentimiento libre del hombre hace posible la relación. La relación
religiosa no aliena al hombre en su ser personal, sino que le hace ver que sólo en la
relación con la Persona Suma puede desplegar todo su ser personal y recibir garantí-
as de su realización propia.
Los cinco momentos indicados van conformando lentamente una actitud cada vez
más densa y profunda. No son momentos sucesivos sino interrelacionados, de
modo que en su progreso van dando origen a una madurez religiosa constituida
dentro de la actitud y la experiencia religiosa.
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I. Reconocimiento
‒ Constatar su Presencia
‒ Aceptar su Alteridad II. Búsqueda y actitud de salvación
‒ Acoger su irrupción libre ‒ Toma de conciencia de una situación
‒ Renunciar a intentar dominarla de mal
Descentramiento ‒ Concesión de una perfección plena y
‒ Impresión estupor-temor definitiva
Temor existencial ‒ Perfección religiosa
Temor ético Trascendente
‒ Incapacidad y fascinación Total, última y definitiva
Abandono y entrega confiada Embargante y gratuita
Conversión o mutación moral
‒ Posibilidad de aceptación
PROCESO DINÁMICO DE LA
ACTITUD RELIGIOSA
2ª Aparece como un esfuerzo para dar significado a la propia existencia, ante los
interrogantes que se le presentan en las diversas etapas de la vida. Esta conducta,
sigue los ritmos evolutivos del hombre. La búsqueda de significado está presente,
de modo diverso, en las distintas etapas de la vida: en el niño, en el adolescente,
en el joven o en el adulto. No obstante, el momento en que esa con-ducta alcanza
la madurez no es fácilmente delimitable. Al hablar de “madurez religiosa” debe-
mos entender el punto de llegada ideal hacia el que tiende la evolución religiosa
del hombre. Y esta tendencia se da aún cuando un sujeto no asuma esta búsqueda
de orientación como un quehacer a realizar de forma consciente.
3ª La búsqueda de sentido y el logro de la madurez son tareas personales, pero
dependen en gran parte de las condiciones sociales y culturales en que se desa-
rrolla la experiencia humana. ¿Cuál es el elemento psicológico que posibilita una
religiosidad madura?
G.W Allport apunta que el único elemento a tener en cuenta son los sentimientos.
Define el sentimiento religioso maduro como “una disposición formada a través de
la experiencia, para responder favorablemente... a los principios conceptuales que el
individuo considera de importancia suprema en su vida personal y en la naturaleza
de las cosas”.
Definición y características
Podemos establecer tres demarcaciones para realizar nuestra definición:
En definitiva, como había hecho observar W. James, una religiosidad madura produ-
ce en la experiencia del individuo un sentido lleno de alegría, entusiasmo, libertad
interior, amistad universal que provienen de la convicción profunda de la presencia
transformante del radicalmente otro.
CONCLUSIÓN
Las experiencias y prácticas religiosas producen una transformación en el
sujeto religioso, tanto en su actitud como en su maduración religiosa. Con
el crecimiento de esa actitud, el sujeto se abre más y más a la relación con el
Absoluto. En él se desencadena, no la proyección de los deseos humanos,
sino la confesión de una presencia real y totalmente otra, que toma la inicia-
tiva, sale al encuentro del hombre y provoca en él la certeza de hallarse ante
el Bien Supremo. En ese instante se configura una maduración: se hacen
realidad la coherencia de todas las capacidades humanas en pos de su obje-
tivo: la relación perfecta con la divinidad.
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LA MADUREZ RELIGIOSA
Notas definitorias Características Expresión en el hombre maduro
Ideal de referencia dinámico: la Global y holística: abarca Realismo: muestra proporcionali-
madurez no viene marcada por un todos los aspectos de la perso- dad en el actuar, con sosiego ante los
hito cronológico sino más bien por nalidad del ser humano. vaivenes de la vida, comprende las
una actitud claramente identifica- limitaciones y las asume como parte
ble, es decir, cuando existe una de la realidad. Es tolerante con las
verdadera armonía en el interior limitaciones propias y ajenas.
que domina libre y responsable-
mente los instintos e impulsos en
aras a una proyección de la existen-
cia hacia lo sublime y trascendente.
Esfuerzo para dar significado a Integradora: el hombre elige y Fir meza interior: domina los
la propia existencia: es una bús- selecciona compartimientos e impulsos internos y no se deja per-
queda continua en el tiempo y intereses y descarta otros, pero turbar. Se debe fundamentalmente a
enmascarada de distintas formas, siempre teniendo en cuenta y la fuerte conexión e intercomunica-
que puede darse de forma incons- aceptando todos los procesos ción con Dios. No hay fanatismo
ciente o de forma consciente. Se de su evolución en la madurez sino comedimiento.
identifica la madurez como punto religiosa.
de llegada ideal de la evolución
religiosa del hombre, que al final
deberá ser consciente.
Personal e impregnada de senti- Totalizante: la actitud religiosa Intercomunión: la persona madura
mientos: Allport señala que el impregna todas las acciones del quiere compartir su experiencia inte-
sentimiento religioso maduro es hombre que ha madurado. rior con el Absoluto con otros, a
aquella disposición formada a tra- través de ritos, ceremonias, etc.
vés de la experiencia para
responder favorablemente a los
principios conceptuales que el
individuo considera de importan-
cia suprema en su vida personal y
en la naturaleza de las cosas.
La actitud religiosa madura es Autónoma y motivacional: La Vida interior: la persona interioriza
singular: se diferencia de las cre- actitud religiosa no es solo res- lo trascendente y lo Absoluto, adqui-
encias y opiniones religiosas, en puesta a los interrogantes del riendo la sensación de unidad entre
que nacen desde dentro con voca- hombre sino también una fuente la vida interior y exterior.
ción de transformar al sujeto y al de motivación del comporta-
ambiente que le rodea. miento, que se mantiene al
margen de cualquier condiciona-
miento psicológico o social.
Operativa, dinámica y evolu- Marcada escala de valores: marca-
tiva: en tanto que se reconoce la da por la tranquilidad y la calma. Se
libertad del hombre y exige establecen una serie de valores que
acciones responsables, así como permiten al ser maduro afrontar las
también concibe el camino de la contingencias del exterior sin pertur-
búsqueda como un camino sin baciones.
fin, la religiosidad madura siem-
pre está buscando y no dispone
una estructura limitada y cerra-
da, sino abierta de ahí la fuerza
de lo Absoluto. Es evolutiva
porque los avances siempre van
muy despacio y detrás de cada
crisis, de cada planteamiento,
que permite a la persona com-
prender mejor la vida.
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CONCLUSIÓN
UNIDAD DIDÁCTICA VI
Cuando el hombre sale de sí, recorre la realidad y retorna a sí, experimenta un cre-
cimiento de las dimensiones de su identidad y de la situación que ocupa en el
conjunto de la realidad. Ha hecho experiencia.
ACTIVIDADES
6. Estudia el cuadro sintético sobre la madurez religiosa. Intenta recordar con la mayor
precisión las notas definidoras de la madurez, las características en las que se encar-
na y las consecuencias que se expresan en el hombre maduro.
LECTURAS RECOMENDADAS
Vocabulario 249
VOCABULARIO
250 Vocabulario
Buda. Siddharta Gautama, más conocido como Buda Gautama, Sakiamuni, o sim-
plemente el Buda, fue una asceta (sramana o sanniasin) y sabio1 en cuyas
enseñanzas se fundó el budismo. Nació en la ya desaparecida república Sakia en
las estribaciones del Himalaya. Enseñó principalmente en el noroeste de la India
Fatihat o fatiha. Es una sura breve, la única que tiene forma de plegaria. Es la ora-
ción predilecta de los musulmanes, y ocurre con frecuencia en el ritual. Su
traducción es: En nombre de Allah, Clemente, Misericordioso. Loor a Allah,
Señor del Universo, el Clemente, el Misericordioso, el Soberano del día del Juicio.
A ti adoramos, de ti imploramos ayuda. Guíanos por el camino recto, el camino
de los que favoreces, no el de los que incurren en tu enojo ni el de los que se
extravían.
Haggadah. Narración, predicación; en una misma página: relatos, parábolas, datos
astronómicos, anatómicos o medicinales.
Hajj. El hach o hajj es la peregrinación que realizan los fieles musulmanes a La
Meca en Arabia Saudita. En lengua árabe esta palabra no es exactamente igual a
la que designa a la peregrinación misma, pero en transcripción suele dar el
mismo resultado. El Corán establece que Dios (Allāh) prescribió la peregrinación
en las aleya 97 de la Suna 3.
Halaká. Camino a seguir. La ley religiosa con las normativas legales que obligan en
lo religioso y en lo civil.
Hanukká. Purificación del templo realizada por Judas Macabeo, tras la profanación
de Antíoco Epifanes.
Henoteísmo. El henoteísmo o mono latría (del griego: heis , henos “un” y theos
"dios") es la creencia religiosa según la cual se reconoce la existencia de varios
dioses, pero sólo uno de ellos es suficientemente digno de adoración por parte
del fiel. Históricamente, el henoteísmo ha aparecido en pueblos politeístas que,
por ciertas circunstancias de carácter espiritual, han alcanzado el monoteísmo.
De esta manera el heno teísta no es un politeísta ni un monoteísta en sentido
estricto. El henoteísmo comparte con el politeísmo la creencia en varios dioses,
aunque no los considera tan dignos de veneración como el dios propio del heno-
teísta. Y comparte con el monoteísmo la creencia de que sólo un único dios es
merecedor de adoración, aunque no niega frontalmente la existencia de otros
dioses.
Islam. El islam es una religión monoteísta abrahámica cuyo dogma de fe se basa en
el libro del Corán, el cual establece como premisa fundamental para sus creyen-
tes que «No hay más Dios que Alá y que Mahoma es el último mensajero de
Alá». Los eruditos islámicos definen al islam como: «La sumisión a Dios el
Altísimo a través del monoteísmo, la obediencia y el abandono de la idolatría».
Los seguidores del islam se denominan musulmanes.
islam. Abandonarse, rendirse.
Ísvara (Dios personal). Se utiliza en un sentido monoteísta (refiriéndose al único
dios), o como un mero ishta-deva (‘deidad adorable’, la adoración a una estatua
como representación de un dios inmanente y abstracto) en un sentido monista
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Vocabulario 251
(que afirma que Dios y las almas son lo mismo). Ísvara también se usa para
designar a un ‘señor’ en sentido mundano (a cualquier propietario poderoso, o
rey). Ese uso también se encuentra en idioma inglés.
Itihasa. En el marco de las escrituras sagradas hinduistas, los Itijasa son los escritos
épicos que no forman parte de los cuatro Vedas, los textos Bráhmanas y las
Upanishad, o sea el Majabhárata, el Ramaiana y los Puranas.
Kaaba. La kaaba es una construcción con forma de cubo que se halla dentro de la
mezquita Masjid al-Haram en La Meca (Arabia Saudita), y representa el lugar
sagrado y de peregrinación religiosa más importante del islam. El Corán dice que
fue construida por Abraham (Ibrahim) y su hijo Ismael (Ismael), y en una de sus
esquinas contiene una reliquia, un meteorito de origen indeterminado, o una pie-
dra negra. La edificación está conformada por capas de piedra azulada y grisácea
sacada de las montañas que rodean la ciudad..
Karma. Según varias religiones dhármicas, el karma es una energía trascendente
(invisible e inmensurable) que se genera a partir de los actos de las personas.
Ketubim. Los Ketubim, «Escritos» es la tercera de las tres partes en que se divide el
Tanaj (la Biblia hebrea, lo que los cristianos conocen como el Antiguo
Testamento.
Kippur. Día del Gran Perdón en la religión judía.
“Kotel” o muro de las lamentaciones. El Muro de las Lamentaciones o Muro de los
Lamentos es el lugar más sagrado del judaísmo, vestigio del Templo de Jerusalén.
Su nombre en hebreo significa simplemente “muro occidental”. Data de finales
del período del Segundo Templo y hasta hace poco se creía que fue construido
cerca del 19 a. C. por Herodes el Grande. Según hallazgos en excavaciones
recientes se cree que fue construido décadas más tarde por su bisnieto, Agripa II.
Es uno de los cuatro muros de contención alrededor del Monte Moriá, erigidos
para ampliar la explanada sobre la cual fueron edificados el Primer y el Segundo
Templo de Jerusalén, formando lo que hoy se conoce como la Explanada de las
Mezquitas.
Krisnaismo. El Krisnaismo es una religión originada en Nepal y el norte de India,
ba-sada en las enseñanzas de el Bhu Dhai Krishna, doctrinas étnicas del krishna
sobre el mandamiento natural, en la dinastia Gnom Jukilchui y Zajchongk
Dhangkongh entre 456 y 477 d. C. También Participan Guart-hayum Rhupish y
Nagtacks Salomjun, dinasterios del Budismo Gautama y la familia Jalkhi..
La Mezquita de la Roca. La Cúpula de la Roca o el Domo de la Roca es un monu-
mento islámico situado en Jerusalén, en el centro del Monte del Templo. Los
musulmanes creen que la roca que se encuentra en el centro de la Cúpula es el
punto desde el cual Mahoma ascendió a los cielos para reunirse con Dios, acom-
pañado por el ángel Gabriel. En honor a dicho episodio de la vida de Mahoma,
el noveno califa, Abd al-Malik, construyó el edificio entre los años 687 y 691.
Mágha Pújá. Māgha Pūjā es un importante festival budista celebrado en el día de la
luna llena de Māgha en Camboya, Laos, Nepal, Tailandia y en la totalidad de los
días de Māgha Pūjā, Día de la luna de Tabodwe en Myanmar. Los objetivos
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252 Vocabulario
espirituales del día son no cometer ningún tipo de pecados; Hacer sólo el bien;
Purificar la mente. Māgha Pūjā es un día festivo en Camboya, Laos, Nepal,
Myanmar y Tailandia y es una ocasión en la que los budistas tienden a ir al tem-
plo para realizar actividades de mérito. En Sri Lanka este día de luna llena se
llama Navam Poya. Aunque es un día festivo en Sri Lanka, se celebra como
cualquier día de luna llena y no hay festivales especiales, a diferencia del sudeste
asiático.
Maya. En el hinduismo, maia o maya es la ilusión, una imagen ilusoria o irreal. Más
concretamente en el hinduismo se suele considerar que la realidad o todo el uni-
verso de cosas fenoménicas y que aparecen como existentes son ilusorias, es
decir, hacen el tejido de la maya y que, por ejemplo, los seres humanos solemos
tener karma al quedar, muchas veces gozosamente, atrapados en la maya.
Mihrab. Es como se designa un nicho u hornacina. Consta de un pequeño espacio
interno precedido por un arco (normalmente de herradura) o a veces, como en la
Mezquita de Córdoba, una pequeña habitación, que en las mezquitas indica el
lugar hacia donde hay que mirar cuando se reza. El mihrab está ubicado en el
muro de la quibla el cual está orientado normalmente hacia la ciudad de La
Meca. Se le considera el Sancta sanctorum de la mezquita..
Mimansa. Mīmāṃsā es una palabra sánscrita que significa literalmente ‘investiga-
ción’ o ‘examen’ [de los textos védicos] y da nombre a una de las doctrinas
ortodoxas del hinduismo (darshanas).
Mishna. La Mishná (estudio, repetición’) es un cuerpo exegético de leyes judías
compiladas, que recoge y consolida la tradición oral judía desarrollada durante
siglos desde los tiempos de la Torá o ley escrita, y hasta su codificación a manos
del rabino Yehudah Hanasí, hacia finales del siglo II.
Monte Arafat. El Monte Arafat es una colina de granito situada al este de La Meca.
Es también conocida como la Montaña de la Misericordia (Yabal ar-Rahmah). La
colina fue el lugar donde Mahoma emitió el sermón de despedida a los musul-
manes que lo habían acompañado por la Hajj hacia el final de su vida. Tiene 70
metros de altura. Los alrededores de la colina se llaman llanura de Arafat. Es un
lugar importante en el islam, porque durante el Hajj, los peregrinos pasan la
tarde en el noveno día de Du l-hiyya. El hecho de no estar presente en la llanura
de Arafat en el día requerido invalida la peregrinación. Muchos peregrinos deben
permanecer aquí toda la noche en vigilia.
Muslimun. Son los musulmanes; aquellos que se someten a Dios, de quien esperan
toda ayuda.
Nebiim. Los Nebiim «Profetas» es la segunda de las tres partes en que se divide el
Tanaj (la Biblia hebrea, paralela al Antiguo Testamento de los cristianos); luego
de la Torá o Pentateuco, y antes de los Ketubim.
Nyaya. El nyāya (pronunciación aproximada “niaaia”) es uno de los seis darshana o
doctrinas ortodoxas (astika) hinduistas.
Pesah. Originalmente la pascua (pésaj) en el antiguo Israel era una fiesta agrícola (o
pastoril) que ya existía en época cananea, celebrada el día 14 del primer mes del
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Vocabulario 253
año (‘Abib antes del destierro babilónico y Nisán después del destierro) y que
pone fin al tiempo del desierto al comer los frutos de la tierra y ya no el maná
bajado del cielo. Posteriormente, se vincula esta fiesta con la cena del cordero y
con la comida de los panes ázimos, estableciéndose -estas dos fiestas juntas-
como conmemoración del acontecimiento salvífico del paso por el mar rojo.
Protohinduismo (época pre-védica). Se sabe muy poco de esta época, pero si se
puede afirmar que fue una época iconolátrica, en la que sobresale una figura
masculina de tres rostros, con cuernos y en postura yóguica, al que se le tributa-
ba un culto fálico, pero sin templos.
Purana. Narraciones mitológicas. Se trata de historias antiguas (ss. III-II a.C) o tex-
tos auxiliares del canon hinduista, atribuidos a Vyasa, compilador de himnos
védicos, que recogen el saber antiguo sobre la creación y destrucción del univer-
so, el tiempo, la genealogía y dinastías de dioses y héroes.
Rabinismo. En el judaísmo, rabino equivalente a maestro o “su excelencia”. La pala-
bra rabino significa, en hebreo bíblico, “abundante” o, en arameo, “distinguido”.
Era una figura netamente farisaica en sus orígenes, hacia el siglo III a. C., perse-
guía desplazar a los falsos sumos sacerdotes del partido a través del culto
sinagogal, pero es desde el año 70 d. C., tras la desaparición del segundo templo
a manos del ejército del “imperio impío” (imperio romano), que logró instaurar-
se como la nueva autoridad y escuela espiritual de los judíos.
Rishis. En el marco del hinduismo, rishi se refiere a alguno de los grandes sabios de
la antigüedad védica, como Kasiapa, Vishuámitra o Vásista.
Ros ha-Saná (1 de Tisrí). Comienza el nuevo año civil judío.
Sangha. Sangha es una palabra que puede ser traducida como “asociación”, “asam-
blea” o “comunidad”. Se usa comúnmente para referirse a grupos budistas o
jainas. Tradicionalmente en el budismo el término puede hacer referencia a la
sangha monástica formada por personas que han sido ordenadas como monjes
o monjas, también puede usarse en un sentido más amplio para nombrar al con-
junto de todos los seres (monjes o laicos) poseedores, o en búsqueda, de algún
grado de realización, esta última definición es conocida también como arya-
sangha o sangha noble.
Savout. Es la segunda de las tres fiestas de peregrinaje del Judaísmo. La festividad
acaece el 6 de Siván del calendario hebreo, exactamente 7 semanas después del
segundo día de Pésaj (16 de Abib o Nisán). La festividad conmemora la entrega
de la Torá por parte de Dios a Moisés, en el Sinaí.
La festividad también tiene un significado agrícola: corresponde a la época del
año en la que —en Israel en particular y en el hemisferio norte en general— se
recogen los primeros frutos. Es por esto que la festividad también es llamada la
Fiesta de las Primicias.
Shabbat. El sabbat es el séptimo día de la semana, siendo a su vez el día sagrado de
la semana judía. El sabbat se observa desde el atardecer del viernes hasta la apa-
rición de tres estrellas la noche del sábado.
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254 Vocabulario
Shekiná. Esta era la presencia divina que residía en el Templo de Jerusalén, que fue
perdida con la caída del Edén.
Shivismo. El shivaísmo es una rama del hinduismo que venera a Shivá como el Dios
supremo.
Sinagoga. La sinagoga es el lugar donde se reúnen los judíos, así como el lugar de
culto y estudios de “la más antigua de las religiones monoteístas”. Como se trata
de un sitio no solo de oración y estudio, sino también uno de reunión, diálogo e
interpretación, la sinagoga es conocida en hebreo como (Beit ha-Kneset), expre-
sión que significa 'Casa de Asamblea'. Como institución y arquitectónicamente,
la sinagoga es de antigua data en el marco del judaísmo, entendido como marco
de pertenencia en términos tanto de religión como de cultura singular.
Sruti (revelación). Los Śruti (sánscrito: ‘lo oído’) o Shruti se refiere al conjunto de
textos revelados de la religión hinduista. Estos textos se contraponen a los textos
creados a partir de la tradición o Smrti (‘lo recordado’).
Stupa. Un stupa es un tipo de arquitectura budista y yaina hecha para contener reli-
quias, que deriva probablemente de los antiguos túmulos funerarios. Se
encuentra extendida por todo el sudeste asiático. En algunos países asiáticos
surorientales se conoce como chedi y en otros países (como Sri Lanka) dagoba.
Suras. Sura o azora es el nombre que recibe cada uno de los 114 capítulos en los
que se divide el Corán, libro sagrado del Islam.
Sutta Pitaka. Sutta Pitaka: Canasta de los Discursos, la colección de los discursos o
sermones, es la segunda gran división del Canon Pali que contiene más de 10.000
discursos o sutras que Buda Gautama y a veces algunos de sus discípulos más
cercanos habían pronunciado durante su ministerio de 45 años de duración. Esta
Canasta contiene el corazón de las enseñanzas budistas. Siendo la parte más
extensa, los sutras están divididos en cinco Nikayas o colecciones.
Talmud. Es la obra de las escuelas rabínicas de Babilonia (terminado hacia el siglo
VII) y Palestina (ultimado hacia el siglo V). Se realiza mediante la Guemará: aña-
didura, redactada frecuentemente en dialectos arameos.
Tawhid. Termino consagrado por su naturaleza abstracta, útil para tematizar la uni-
cidad y la unidad de Dios, mediante un proceso purgativo de la concepción de
Dios y un proceso de absolutización de Él; Él, es el solo Señor.
Theravada. Theravāda es una de las 19 escuelas nikaya que formaron el budismo
original. Se desarrollaron en la India durante los siglos subsecuentes a la muerte
de Buda (420-368 a. C.). El nombre theravāda significa ‘la palabra [doctrina] de
los antiguos’. Es la escuela más antigua del budismo, es relativamente conserva-
dora y la más cercana al budismo temprano, por lo cual se podría considerar
dentro de la ortodoxia. Basan su tradición en el llamado Canon Pali, compendio
donde se transcribieron los discursos que el Buda dio a lo largo de su vida des-
pués de la iluminación.
Torá. La Torá es el texto que contiene la ley y el patrimonio identitario del pueblo
israelita; constituye la base y el fundamento del judaísmo. El término proviene de
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Vocabulario 255
CONCLUSIÓN GENERAL
Tras recorrer las seis unidades de este manual, supongo que seguirán apareciendo
interrogantes, pues, por mucho que nos empeñemos en ser maestros desde la razón,
en el área de la religión no somos más que ciegos que buscan a tientas, movidos por
un cierto saber, que confiesa una gran ignorancia.
La religión ‒en cuanto a su dimensión humana‒ nace y se despliega en una zona
límite: entre las más altas posibilidades y las más oscuras dimensiones del ser huma-
na. No entenderá qué es la religión quien piense que en algún lugar habrá de existir
‒empíricamente‒ la religión en su naturaleza absolutamente pura. La imposibilidad
de llegar a esa “religión pura” ha llevado a algunos de esps analistas a vislumbrar la
fragilidad de las religiones, para caer del lado de las patologías y desnaturalizaciones
de un “misterio oscuro”, que empuja a los seres humanos a volver la espalda a la
seriedad del misterio eterno.
La ubicación existencial de la religión obliga al sujeto humano a buscar respuestas a
los problemas más hondos y desgarradores de la entera humanidad. Esa misma pro-
visoriedad, que anida en la profundidad de la vida misma, pero enganchada a las
fronteras u horizonte profundo del ser y del vivir humanos, es como una fuerza que
empuja hacia una apertura a todas las dimensiones que puedan aportar algo de luz y
esperanza a esa realidad humana.
La religión, tantas veces dada por moribunda, clasificada como una reliquia arqueológi-
ca, destinada a llevar una vida mortecina en la interioridad de los sujetos o como
reliquia del pasado, sigue estando tan presente como siempre en esos mismos abismos
y horizontes, que el hombre no puede trascender sin la ayuda de una Realidad superior.
El nuevo interés religioso emergente anuncia que la existencia está abocada a una
zona “indemne” donde habita lo sacro, tenaz e invencible, el lugar de donación del
fundamento y del sentido, del origen y el destino. El desafío para la religión, hoy,
cuando buena parte de la humanidad está llegando a esa zona fronteriza con el
vacío y la nada, es lanzar el reto de la fe en el Dios vivo, incluyendo un esfuerzo
hacia una convergencia ecuménica de las religiones, unidas en una lucha pacífica
frente a la degradación, el empobrecimiento de la sacralidad y la anemia del imagi-
nario simbólico que esa degradación lleva consigo.
Lo sagrado anida en la esencia o núcleo más íntimo de la existencia. Por esta razón,
puede sostenerse que cuando se realiza a fondo y en autenticidad, la existencia del
hombre tiende a forjarse como inevitablemente religiosa. El espíritu humano sigue
vivo, y está abierto a la trascendencia, al absoluto divino. Dada esta interpenetración
entre vida y espíritu humano abierto al absoluto, a lo sagrado que anida en lo más
hondo y auténtico, la existencia humana auténtica va haciendo explícita su apertura
a lo sagrado, en diálogo y ofrenda personal a Dios, de forma que todo el ser y
actuar del hombre van siendo penetrados de esa relación con lo sagrado.
El hombre es un “animal religioso”. En la hondura de su ser está esa chispa de lo divi-
no. Y cuando, desciende a ese hondón para asumir su existencia y realizarla en
autenticidad, sus raíces religiosas florecen en una “existencia religiosa”, con una actitud
que deja ver sus sentimientos y necesidades, sus respuestas y sus retraimientos, su ora-
ción que implora, alaba o expresa su unión. De ese modo, su existencia se va haciendo
más religiosa, y va madurando, tanto en su dimensión humana como religiosa.
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