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La Filosofía de La Historia Voltaire

La obra 'La Filosofía de la Historia' de Voltaire, a través del Abate Bazin, explora las variaciones geográficas y las diferencias raciales entre los hombres, sugiriendo que el mundo ha cambiado significativamente a lo largo del tiempo. Se discuten las características distintivas de diversas razas humanas y se cuestiona la antigüedad de las naciones, argumentando que la civilización requiere un largo proceso de desarrollo. La obra también reflexiona sobre la salud y la longevidad de los hombres en diferentes condiciones de vida a lo largo de la historia.

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La Filosofía de La Historia Voltaire

La obra 'La Filosofía de la Historia' de Voltaire, a través del Abate Bazin, explora las variaciones geográficas y las diferencias raciales entre los hombres, sugiriendo que el mundo ha cambiado significativamente a lo largo del tiempo. Se discuten las características distintivas de diversas razas humanas y se cuestiona la antigüedad de las naciones, argumentando que la civilización requiere un largo proceso de desarrollo. La obra también reflexiona sobre la salud y la longevidad de los hombres en diferentes condiciones de vida a lo largo de la historia.

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FRANÇOIS-MARIE AROUET VOLTAIRE LA FILOSOFÍA DE LA


HISTORIA

La Philosophie de l’histoire, par feu l’abbé Bazin (1765)

Desde 1769 su autor la incluye como Discurso preliminar

en su más extenso y complejo

Essai sur les Mœurs et l’Esprit des nations

Según la traducción anónima de Madrid, Imprenta Nacional, 1838.

Se ha modernizado la ortografía e introducido ligeras correcciones.

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LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

POR EL DIFUNTO ABATE BAZIN

A la muy alta y muy augusta princesa Catalina II, emperatriz de todas


las Rusias, protectora de las artes y de las ciencias, que por su talento
merece juzgar a las naciones antiguas, del mismo modo que merece
gobernar la suya.

La ofrece humildemente el sobrino del autor.

1. Variaciones en el g lobo.

Deseabais que los filósofos hubiesen escrito la historia antigua, porque


queréis leerla como un filósofo: buscáis verdades útiles, y no habéis
hallado, según decís, sino inútiles errores. Tratemos de ilustrarnos a un
mismo tiempo, y probemos de desenterrar algunos monumentos
preciosos, sepultados bajo las ruinas de los siglos.

Empecemos por examinar si el globo que nosotros habitamos estaba en


otro tiempo según se conoce actualmente.

Es posible que nuestro mundo haya experimentado otros tantos


cambios, como los estados han sufrido revoluciones. Parece demostrado
que la mar ha cubierto antiguamente terrenos inmensos sobre los cuales
existen ahora grandes ciudades y ricas cosechas. No hay ninguna costa
que no se haya alejado o acercado de la mar.

Las arenas movedizas del África septentrional, y de las costas de la Siria


vecinas del Egipto, ¿pueden ser otra cosa que las arenas del mar que
han quedado amontonadas cuando las aguas se han ido retirando poco
a poco? Herodoto, que algunas veces dice la verdad, nos manifiesta, sin
duda, una cosa muy cierta cuando refiere que según la relación de los
sacerdotes de Egipto, el Delta no había sido siempre tierra. ¿No
podemos nosotros decir lo mismo de los terrenos arenosos que están
hacia el mar Báltico? Las Cícladas, ¿no demuestran, sin dejar la menor
duda, por los bajos que la circundan y por los vegetales que se
descubren bajo las aguas que las bañan, que han hecho parte del
continente?

El estrecho de Sicilia, el antiguo abismo de Escila y Caribdis, peligroso


aun hoy en día para las pequeñas embarcaciones, ¿no parece que nos
da a conocer que la Sicilia estaba reunida anteriormente al Apuleo,
como la antigüedad lo ha creído siempre? El monte Vesubio y el monte
Etna tienen los mismos cimientos sobre la mar que los separa: el

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Vesubio no empezó a ser un volcán peligroso sino cuando el Etna dejó
de serlo; uno de los dos respiraderos arroja aun llamas cuando el otro
está tranquilo: un sacudimiento violento hundió la parte de la montaña
que unía Nápoles a la Sicilia.

Toda la Europa sabe que el mar ha cubierto la mitad de la Frisia. Yo he


visto hace cuarenta años los campanarios de diez y ocho pueblos cerca
de Mordiek, que aun se elevaban sobre las inundaciones, y que después
han cedido al impulso de las olas. Me parece que se conoce
sensiblemente el que la mar abandona en poco tiempo sus antiguos
límites. Ved Aguas-Muertas, Frejus, Rávena, que han sido puertos de
mar y que ya no lo son. Ved Damieta, en donde nosotros arribamos en
tiempo de las cruzadas, que actualmente se halla a diez millas de la
costa: la mar se retira todos los días de Roseta. La naturaleza da
testimonio de su revolución por todas partes, y si se han perdido
algunas estrellas en la inmensidad de los espacios, si la séptima de las
Pléyades ha desaparecido hace mucho tiempo, y si otras se han perdido
de nuestra vista en la Vía láctea, ¿debemos nosotros sorprendernos de
que nuestro pequeño globo experimente continuas variaciones?

Yo no pretendo asegurar que la mar haya formado o costeado todas las


montañas de la tierra. Las conchas encontradas cerca de las montañas,
pueden haber sido el alojamiento de pequeños testáceos que habitaban
los lagos, y estos lagos, que después han desaparecido por causa de los
terremotos, se han reunido a otros lagos inferiores. Los cuernos de
Amnon, las piedras estrelladas, las lenticulares, las judaicas, las lenguas
de víbora, me han parecido sustancias térreas. Jamás me he atrevido a
imaginar que las lenguas de víbora puedan ser lenguas de perro
marino1 ; y soy del dictamen de aquel que ha dicho que él estaba tan
lejos de creer el que millares de perros marinos fuesen a depositar sus
lenguas en las playas, como el que millares de mujeres hayan ido a dejar
sus conchas veneris . Se ha tenido la osadía de decir que la mar en la
que no se nota el flujo y reflujo, y la que lo tiene de siete a ocho pies,
han formado las montañas de cuatro a cinco toesas2 de altura; que todo
el globo ha sido abrasado, y que quedó como una bola de vidrio. Estas
ideas imaginarias deshonran la física, y una charlatanería semejante es
indigna de la historia.

Guardémonos de mezclar lo dudoso con lo cierto, y lo quimérico con lo


verdadero: bastantes pruebas tenemos sobre las grandes revoluciones
del globo, sin ir a buscar otras nuevas.

La mayor de todas estas revoluciones sería la pérdida de la tierra


atlántica, si acaso era cierto que existía esta parte del mundo. Es
probable que esta tierra no haya sido otra cosa sino la isla de Madeira,
descubierta quizás por los fenicios, los más atrevidos navegantes de la
antigüedad, olvidada después, y en fin otra vez hallada al principio del
siglo quince de nuestra era vulgar.

En fin, parece evidente por los senos de todas las tierras que baña el
Océano, por los golfos formados por las irrupciones de la mar, y por los

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archipiélagos sembrados en medio de las aguas, que los dos hemisferios
han perdido más de dos mil leguas de terreno de una parte, y que las
han ganado de otra; pero la mar no ha podido estar durante algunos
siglos sobre los Alpes y sobre los Pirineos: esta es una idea contraria a
todas las leyes de la gravitación y de la hidrostática.

2. De las diferentes razas de los hombres.

Lo que es más interesante para nosotros es la notable diferencia entre


las especies de hombres que pueblan las cuatro partes conocidas de
nuestro mundo.

Sólo puede permitirse a un ciego el dudar que los blancos, los negros,
los albinos, los hotentotes, los lapones, los chinos, y los americanos,
sean razas enteramente diferentes.

No hay ningún viajero instruido que pasando por Leyden no haya visto
la parte del reticulum mucosum de un negro disecado por el célebre
Ruysch. Todo el resto de esta membrana fue transportado por Pedro el
grande al gabinete de historia natural de San Petesburgo. Esta
membrana es negra, y ella es la que comunica a los negros aquel color
inherente que ellos no pierden sino en las enfermedades que pueden
rasgar este tejido, y permitir a la grasa escapada de sus casillas el
hacer aparecer manchas blancas sobre la piel.

Sus ojos redondos, su nariz aplastada, sus labios siempre gruesos, sus
orejas diferentemente configuradas, la lana de su cabeza, y, hasta la
medida de su inteligencia, establecen diferencias prodigiosas entre ellos
y los demás hombres. Lo que demuestra que ellos no tienen esta
diferencia por causa del clima, es que los negros y las negras
trasportados a los países los más fríos siempre producen animales de su
especie, y que los mulatos sólo son una raza bastarda de un negro y una
blanca, o de un blanco y una negra.

Los albinos son ciertamente una nación muy particular y poco


numerosa: ellos habitan en el centro del África, y sus pocas fuerzas
apenas les permiten separarse de las cuevas en que viven; sin embargo
los negros cogen algunos, y nosotros se los compramos por curiosidad.
Yo he visto dos, y mil europeos los han visto: pretender que estos albinos
sean negros enanos a quienes una especie de lepra ha blanqueado la
piel, es como si se dijera que los negros son de origen blancos y que la
lepra los ha ennegrecido. Un albino se parece lo mismo a un negro de
Guinea como a un inglés o a un español: su blancura no es la nuestra;
les falta el encarnado, y no tienen ninguna mezcla de blanco y moreno:
su color es como el del lienzo o como el de la cera blanqueada; sus
cabellos y sus cejas son como la seda más hermosa y más fina; sus ojos
no se parecen en cosa alguna a los de los otros hombres, pero tienen
mucha semejanza a los ojos de perdiz: se parecen a los lapones en la
talla, y su cabeza es diferente de la de los individuos de las otras

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naciones, porque su pelo, sus ojos y sus orejas son distintos: no tienen
de hombre sino la estatura y la facultad de la palabra y del pensamiento
en un grado muy inferior al nuestro. Así son los que yo he visto y
examinado.3

El delantal que la naturaleza ha dado a los cafres, cuya piel floja y


suave cae desde el ombligo hasta los muslos; los pezones negros de las
mujeres samoyedas; las barbas de los hombres de nuestro continente, y
la falta de ellas en los americanos, son todas diferencias tan marcadas
que no es posible dejarse de imaginar que unos y otros son razas
diferentes.

Por lo demás, si se pregunta de dónde han salido los americanos, es


necesario preguntar también de dónde han venido los habitantes de las
tierras australes, y ya se ha respondido que la Providencia, que ha
puesto los hombres en la Noruega, los ha hecho nacer igualmente en
América, y bajo el círculo polar meridional, del mismo modo que plantó
los árboles y hace crecer la hierba.

Algunos sabios han sospechado que varias razas de hombres o de


animales que se le asemejan han perecido: los albinos son en tan poco
número, tan débiles,y se hallan tan mal tratados por los negros, que es
de temer que esta especie no subsista muy largo tiempo.

Los autores antiguos han hablado casi todos de los sátiros: yo no veo
que su existencia sea imposible: aun se da muerte en la Calabria a
algunos monstruos dados a luz por las mujeres: no está fuera de prueba
el que en los países cálidos los monos hayan subyugado algunas jóvenes.
Herodoto, en el libro II, dice que durante su viaje en Egipto, hubo una
mujer que comunicaba públicamente con un macho cabrío en la
provincia de Mandés, y pone a todo el Egipto por testigo. En el Levítico
está prohibido en el capítulo XVII, el unirse con los machos cabríos y
con las cabras: es necesario pues que estas reuniones hayan sido
frecuentes, y hasta que uno esté más instruido de este particular, es
presumible que de unos amores tan abominables hayan nacido especies
monstruosas; pero si ellas han existido, no han podido influir sobre el
género humano, pareciéndose a los mulos que no engendrando
absolutamente no han podido desnaturalizar las otras razas.

En cuanto a la duración de la vida de los hombres (exceptuando la línea


de los descendientes de Adán consagrada por los libros judíos y tan
largo tiempo desconocida) es verosímil que todas las razas humanas
han gozado de una vida poco más o menos corta que la nuestra; y como
los animales, los árboles y todas las producciones de la naturaleza han
tenido siempre una duración igual, es ridículo el que nosotros queramos
exceptuarnos.

Pero es necesario observar que no habiendo proporcionado siempre el


comercio al género humano las producciones y las enfermedades de los
otros climas, y habiendo sido los hombres más robustos y más
laboriosos en la simplicidad de una vida campestre para la cual han

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nacido, han debido gozar de una salud más igual y de una vida un poco
más larga que la que les hubiera procurado la holgazanería o los
trabajos malsanos de las grandes ciudades. Es decir, que si en
Constantinopla, París o Londres un hombre de cada cien mil llega a la
edad de cien años, es probable que sean veinte por cada cien mil los que
llegarían a dicha edad bajo otro género de vida. Esto es lo que se ha
observado en varios parajes de la América, en donde el género humano
se había conservado en el estado de la pura naturaleza.

La peste y las viruelas que las caravanas comunicaron con el tiempo a


los pueblos del Asia y de la Europa, fueron largo tiempo desconocidas.
Así el género humano en Asia y en los hermosos climas de la Europa se
multiplicaba más fácilmente que en otras partes. Las enfermedades
accidentales y las heridas no se curaban ciertamente como sucede en el
día, pero la ventaja de no estar expuesto a las viruelas y a la peste,
compensaba todos los peligros unidos a nuestra naturaleza; de manera
que después de todo lo dicho, es de creer que el género humano en los
climas favorables, gozaba antes de una vida más sana y más dichosa
que la que ha tenido después del establecimiento da los grandes
imperios. Esto no es decir que los hombres hayan vivido nunca
trescientos o cuatrocientos años; éste es un milagro muy respetable en
la Biblia , pero en todo otro lugar es un cuento absurdo.

3. De la antigüedad de las naciones.

Casi todos los pueblos, pero más particularmente los del Asia, cuentan
una serie de siglos que nos espantan. Esta conformidad entre ellos debe
al menos hacernos examinar si sus ideas sobre esta antigüedad están
separadas de toda verosimilitud.

Para que una nación se haya reunido formando un pueblo, para que sea
poderosa, aguerrida y sabía, es cierto que se necesita un tiempo
prodigioso. Véase la América, en la que no se contaban sino dos reinos
cuando fue descubierta, y en ellos aun no se había inventado el arte de
escribir: todo el resto de este vasto continente estaba dividido en
pequeñas sociedades que aun se conservan, y a quienes las artes están
desconocidas. Todas estas poblaciones vivían en cuevas, se vestían de
pieles de animales en los climas fríos, e iban casi desnudos en los
templados; unas se mantenían con la caza, otras con las raíces que
secaban; no buscaban otro género de vida, porque nunca se desea lo
que no se conoce, y su industria no ha podido ir más adelante que a
prevenir las necesidades más importantes y urgentes. Los samoyedos,
los lapones, y los habitantes del norte de la Siberia y los de Kamchatka
están aun más atrasados que los pueblos de la América. La mayor parte
de los negros y todos los cafres viven en la misma estupidez, y no
saldrán de este triste estado en largo tiempo.

Se necesita de un concurso de circunstancias favorables durante


algunos siglos, para que se forme una grande sociedad de hombres,

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reunidos bajo unas mismas leyes, y lo mismo es preciso para formar una
lengua: los hombres no articularían si no se les enseñase a pronunciar
palabras; sólo darían gritos confusos y se harían entender por señas. Un
niño no habla al cabo de algún tiempo sino por imitación, y no se haría
entender sino con una grande dificultad si se le dejase pasar sus
primeros años sin soltar su lengua.

Quizás se ha necesitado mas tiempo para que un hombre dotado de un


talento singular, haya formado y enseñado a los demás los primeros
rudimentos de un idioma imperfecto y bárbaro, que el que se ha
necesitado para conseguir el establecimiento de alguna sociedad. Hay
naciones enteras que jamás han podido conseguir el formar un idioma
regular, ni pronunciar distintamente: tales han sido los trogloditas,
según lo que refiere Plinio, y los que habitan hacia el cabo de Buena
Esperanza. ¡Qué distancia tan inmensa de este lenguaje bárbaro al arte
de pintar los pensamientos!

El estado salvaje en que se ha hallado largo tiempo el género humano,


debió impedir la multiplicación de la especie en todos los climas. Los
hombres apenas podían satisfacer sus necesidades, y no entendiéndose
no podían tampoco socorrerse. Las bestias carniceras, teniendo más
instinto que ellos, debían cubrir la tierra y devorar una parte de la
especie humana.

Los hombres no podían defenderse contra las fieras sino arrojando


piedras y armándose de gruesas ramas de árboles; y de esto es posible
que nazca aquella noción confusa de la antigüedad, de que los primeros
héroes combatían contra los leones y los jabalíes con grandes porras.

Los países más poblados fueron sin duda los climas cálidos, en los que
el hombre encontró un mantenimiento fácil y abundante en los cocos,
los dátiles, los ananás y el arroz que crece sin cultivo. Es presumible que
la India, la China, las orillas del Éufrates y del Tigris estuviesen
pobladas cuando las otras regiones estaban casi desiertas. En nuestros
climas septentrionales, al contrario, era mucho mas fácil el encontrar
una compañía de lobos que una sociedad de hombres.

4. Del conocimiento del alma.

¿Qué noción habrán tenido del alma todos los primeros pueblos? La
misma que tienen nuestras gentes del campo antes de conocer el
catecismo, y aun después de haberlo conocido. Ellos sólo adquieren una
idea confusa, sobre la cual ni aun reflexionan jamás. La naturaleza ha
sido demasiado piadosa con ellos no haciéndolos metafísicos: esta
naturaleza es siempre y por todas partes la misma. Ella hizo sentir a las
primeras sociedades que había algún ser superior al hombre, cuando
experimentaban algunos males extraordinarios. Ella les hizo sentir
también que el hombre tiene en sí alguna cosa que obra y que piensa.
Las sociedades no distinguían absolutamente entre esta facultad y la de

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la vida, y la palabra alma significó siempre la vida, en todas las
naciones, sea entre los sirios, los caldeos, los egipcios, los griegos, sea
en fin entre aquellos que vinieron a establecerse en una parte de la
Fenicia.

¿Por qué grados se habrá podido llegar a imaginar en nuestro ser físico
otro ser metafísico? Ciertamente los hombres ocupados únicamente de
sus necesidades, no sabían bastante para engañarse como filosóficos.

En la sucesión de los tiempos, las sociedades un poco ilustradas, en las


cuales sólo un pequeño número de hombres podía tener lugar de
reflexionar, pudo haber sucedido que un hombre sensiblemente
penetrado de la muerte de su padre, de su hermano, o de su mujer,
hubiese visto en sueños a la persona que causaba su dolor: dos o tres
sueños de esta naturaleza habrán inquietado a todo un pueblo. Hete un
muerto que se aparece a los vivos; y sin embargo este muerto comido de
gusanos se halla siempre en el mismo lugar: es pues alguna cosa que
hay en él, que anda por los aires; es pues su alma, su sombra, es una
ligera figura del mismo muerto. Tal es el modo de pensar natural de la
ignorancia que empieza a raciocinar. Esta opinión es la de todos los
primeros tiempos conocidos y debe ser por consiguiente la de los
tiempos ignorados. La idea de un ser puramente inmaterial no pudo
presentarse a los entendimientos que no conocen sino la materia. Han
sido necesarios herreros, carpinteros, albañiles y labradores, antes que
se hallase un hombre que tuviese tiempo para poder meditar. Todas las
obras de mano han precedido sin duda alguna muchos siglos a la
metafísica.

Notemos de paso que en la edad media de la Grecia, en tiempo de


Homero, el alma no era otra cosa sino una imagen aérea del cuerpo.
Ulises ve sombras en los infiernos: ¿pueden verse los espíritus puros?

Nosotros examinaremos en seguida como los griegos tomaron de los


egipcios la idea de los infiernos y de la apoteosis de los muertos, y como
creyeron del mismo modo que otros pueblos, una segunda vida sin
sospechar la espiritualidad del alma. Al contrario, ellos no podían
imaginar que un ser sin cuerpo pudiese experimentar el bien y el mal, y
yo no sé si Platón fue el primero que habló de un ser puramente
espiritual. Esto fue quizá uno de los mas grandes esfuerzos de la
inteligencia humana. Aun la espiritualidad de Platón está muy disputada
y la mayor parte de los padres de la Iglesia admitieron un alma corporal
sin embargo de ser platonianos; pero nosotros no estamos en estos
tiempos tan atrasados, y no consideramos el mundo sino como
hallándose aun en un estado informe y apenas desbastado.

5. De la religión de los primeros hombres.

Cuando pasados un gran número de siglos se establecieron algunas


sociedades, es creíble que tuvieron alguna religión y alguna especie

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culto grosero. Ocupados entonces los hombres solamente en cuidar de
su existencia, no podían ascender hasta el autor de su vida, no podían
conocer las relaciones de todas las partes del universo, sus medios y sus
innumerables fines, que anuncian a los sabios un arquitecto eterno.

El conocimiento de un Dios criador, remunerador y vengador, es el fruto


de una razón cultivada.

Todos los pueblos fueron pues durante algunas siglos, lo que son
actualmente los habitantes de varias costas meridionales del África, de
algunas islas y de la mitad de las Américas. Estos pueblos no tienen la
menor idea de un Dios único que todo lo ha criado, que está presente en
todas partes y existente por sí mismo en la eternidad; no obstante esto,
no pueden llamarse ateos en el sentido ordinario, porque ellos no niegan
de modo alguno la existencia del ser supremo; no la conocen y no tienen
ninguna idea del creador. Los cafres toman por protector un insecto, los
negros una serpiente; los americanos, unos adoran la luna, otros un
árbol, y muchos no tienen absolutamente ningún culto.

Los habitantes del Perú adoraban el sol. Es presumible que Manco


Capac les había hecho creer que él era el hijo de este astro, o que su
razón puesta ya en ejercicio les había anunciado que ellos debían algún
reconocimiento al astro que animaba a la naturaleza.

Para saber el modo como se establecieron todos estos cultos o todas


estas supersticiones, me parece que es necesario seguir la marcha del
espíritu humano abandonado a sí mismo. Una sociedad de hombres casi
salvajes, ve perecer los frutos que la alimentan; una inundación destruye
algunas chozas; el rayo quema otras. ¿Quién les ha hecho este mal? No
ha podido ser ninguno de sus compañeros, porque todos han sufrido
igualmente: es pues algún poder secreto; él los ha maltratado, es
necesario pues apaciguar su cólera ¿Cómo conseguirlo? Sirviéndole
como se sirve a aquellos a quienes se desea agradar haciéndole
pequeños presentes. En las cercanías hay una serpiente, quizás será
esta serpiente: se le ofrecerá leche cerca de la caverna adonde se
recoge; desde entonces se hace sagrada, y se le invoca cuando sucede
una guerra contra un pueblo vecino, que por su parte ha escogido otro
protector.

Otras pequeñas sociedades se encuentran en el mismo caso; pero no


teniendo ningún objeto que fije su temor o su adoración, llamarán en
general al ser que ellas suponen haberles causado el mal, el Amo, el
Señor, el Jefe, el Dominante.

Siendo esta idea más conforme que las otras a una razón que empieza a
desenvolverse, que crece y se fortifica con el tiempo, se fija en las
cabezas cuando la nación se ha hecho más numerosa. Así vemos que
muchas naciones no han tenido otro Dios que el Amo, el Señor. Este era
Adonai entre los fenicios, Baal, Melkom, Adam, Sadai entre los pueblos
de la Siria. Todos estos nombres sólo significan el Señor, el Poderoso.

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Cada estado tuvo pues con el tiempo su divinidad tutelar, sin saber de
modo alguno lo que era un Dios, y sin poder imaginar que el pueblo
vecino no tuviese igualmente un protector verdadero. Porque ¿cómo
pensar que cuando se tenía un Señor no le tuviesen también los otros?
Se trata solamente de saber cual de tantos Amós, Señores y dioses
vencería cuando las naciones pelearan las unas contra las otras.

Esto fue sin duda el origen de la opinión tan general y tan largo tiempo
extendida, de que cada pueblo estaba realmente protegido por la
divinidad que él había elegido. Esta idea se fijó de tal modo en los
hombres, que en tiempos muy posteriores veis que Homero hace
combatir a los dioses de los griegos, sin dejar sospechar, en ningún
paraje, el que esto sea una cosa extraordinaria y nueva. Veis también a
Jefté entre los judíos, que dice a los ammonitas: «¿No poseéis vosotros
de derecho lo que vuestro señor Chamos os ha dado? Sufrid pues que
nosotros poseamos la tierra que nuestro señor Adonai nos ha
prometido.»

Otro pasaje no menos fuerte es el de Jeremías, cap. 49, ver. 1, en donde


dice «¿Qué razón ha tenido el señor Melkom para apoderarse del país
de Gad?» Es evidente, por estas expresiones, que los judíos aunque
servidores de Adonai reconocían no obstante al señor Melkom y al
señor Chamos.

En el primer capítulo de los Jueces encontraréis que «el Dios de Judá se


apoderó de las montañas, pero que él no pudo vencer en los valles.» Y
en el tercer libro de los Reyes hallaréis que los sirios tenían establecida
la opinión de que el dios de los judíos no era sino el dios de las
montañas.

Aun hay más: nada fue más general que el adoptar los dioses
extranjeros. Los griegos reconocieron los de los egipcios: yo no digo el
buey Apis y el perro Anubis, y sí Amón y los doce grandes dioses. Los
romanos adoraron todos los dioses de los griegos. Jeremías, Amós y san
Esteban, nos aseguran que en el desierto, durante cuarenta años, los
judíos no reconocieron sino Moloc, Remphan o Kium4 ; que ellos no
hicieron ningún sacrificio ni presentaron ninguna ofrenda al dios Adonai
que adoraron después. Es cierto que el Pentateuco no habla sino del
becerro de oro, del que ningún profeta hace mención; pero no es aquí el
lugar de poner en claro esta grande dificultad; basta el reverenciar
igualmente a Moisés, Jeremías, Amós y san Esteban, que parecen
contradecirse, y que los teólogos concilian.

Lo que yo observo solamente, es que exceptuando los tiempos de guerra


y de fanatismo sanguinario, que apagan todo sentimiento de humanidad;
y que hacen de las costumbres, las leyes y la religión de un pueblo, el
objeto de horror de otro pueblo; todas las naciones hallaron muy
conveniente que sus vecinos tuviesen sus dioses particulares y que ellas
imitasen con frecuencia el culto y las ceremonias de los extranjeros.

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Aun los judíos, a pesar de su horror por el resto de los hombres, que
creció con el tiempo, imitaron la circuncisión de los árabes y de los
egipcios, establecieron como estos últimos la distinción de las carnes,
tomaron de ellos las oblaciones, las procesiones, las danzas sagradas, el
macho cabrio Hazazel, la vaca roja. Adoraron a menudo el Baal, el
Belphegor de otros vecinos: tanto la naturaleza y las costumbres son
casi siempre mas poderosas que las leyes, sobre todo cuando estas no
están generalmente conocidas por el pueblo. Así Jacob nieto de
Abraham, no tuvo ninguna dificultad en casarse con dos hermanas que
eran lo que nosotros llamamos idólatras, e hijas de un padre idólatra.
Moisés mismo, se casó con la hija de un sacerdote madianita idólatra.
Abraham era hijo de un idólatra de la tribu idólatra de Dan.

Estos mismos judíos que mucho tiempo después gritaron tanto contra
los extranjeros, llamaron en sus libros sagrados al idólatra
Nabucodonosor el ungido del Señor, al idólatra Ciro, también el ungido
del Señor. Uno de sus profetas fue enviado a la idólatra Nínive. Eliseo
permitió al idólatra Naamon de ir al templo de Remnon: pero no
anticipemos cosa alguna; nosotros sabemos muy bien que los hombres
se contradicen siempre en sus costumbres y en sus leyes. No salgamos
ahora del asunto que tratamos, y continuemos en ver como se
establecieron diversas religiones.

Los pueblos más civilizados del Asia de este lado del Éufrates adoraron
los astros. Los caldeos antes del primer Zoroastro rendían culto al sol
como hicieron después los peruanos en otro hemisferio: es necesario
pues que este error sea muy natural al hombre, cuando tiene tantos
secuaces en el Asia y en América. Una pequeña nación medio salvaje
sólo tiene un protector; ¿se hace más numerosa? Entonces aumenta el
número de sus dioses. Los egipcios empezaron por adorar a Isheth o
Isis, y acabaron por adorar a los patos. Los primeros homenajes de los
romanos rústicos fueron dedicados a Marte; los de los romanos señores
del mundo, fueron a la diosa del acto del matrimonio y al dios de las
letrinas5 . Sin embargo, Cicerón y todos los filósofos, y todos los
iniciados reconocían un Dios supremo y todo poderoso. Ellos habían
llegado por medio de su razón, al punto del cual los hombres salvajes
habían salido por instinto.

Las apoteosis no podían haber sido imaginadas sino mucho después de


los primeros cultos. No es natural principiar haciendo un dios de un
hombre que nosotros hemos visto nacer como nosotros, sufrir como
nosotros los trabajos, las miserias de la vida humana, las necesidades
humillantes, morir, y ser pasto de los gusanos. Pero esto fue lo que
sucedió en casi todas las naciones, después de las revoluciones de
algunos siglos.

Un hombre que había hecho grandes cosas, que había hecho servicios al
género humano, no podía ciertamente ser mirado como un dios por
aquellos que le habían visto temblar cuando tenía calentura, y que
estaba sujeto a las necesidades corporales; pero los entusiastas se
persuadieron que teniendo calidades eminentes él las tenía de un dios:

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por esto los dioses hicieron hijos por todas partes, porque sin contar los
sueños de tantos pueblos que precedieron a los griegos; Baco, Perseo,
Cástor, Pólux fueron hijos de dios; Rómulo fue hijo de dios; Alejandro fue
hijo de dios en Egipto: un cierto Odino en las naciones del Norte, hijo de
dios; Manco Capac hijo del sol en el Perú. El historiador de los mogoles
Abulgazi, refiere que una de las abuelas de Gengis, llamada Alanku,
siendo joven, quedó embarazada de un rayo celeste. El mismo Gengis
fue tenido por hijo de dios; y cuando el papa Inocencio IV, envió al
hermano Anselmo a Batukan, nieto de Gengis, no pudiendo este fraile
ser presentado sino a uno de los visires, les dijo que él venía de la parte
del vicario de Dios. El ministro respondió: «¿Ignora este vicario que él
debe homenajes y tributos al hijo de dios, al grande Balukan su señor?»

De un hijo de dios a un dios, no hay una grande distancia entre los


hombres, siempre amantes de lo maravilloso: no se necesitan sino dos o
tres generaciones para hacer disfrutar al hijo del dominio de su padre:
por esto se levantaron templos a todos aquellos que se supusieron ser
nacidos de un comercio sobrenatural de la divinidad, con nuestras
mujeres y con nuestras hijas.

Se podrían escribir volúmenes sobre este asunto, pero todos se reducen


a dos palabras: a saber, que la mayoría del género humano ha sido y
será largo tiempo insensata e incapaz, y que es posible que los más
majaderos hayan sido aquellos que han querido hallar un fundamento a
estas fábulas absurdas y usar de la razón en la locura.

6. De los usos y de los sentimientos comunes a casi todas las


naciones antiguas.

La naturaleza siendo por todas partes la misma, los hombres han debido
adoptar necesariamente las mismas verdades y los mismos errores, en
las cosas que convienen más con sus sentidos y que chocan más
fuertemente su imaginación. Todos han debido atribuir el ruido y los
efectos del rayo, al poder de un ser superior, habitante de los aires; los
pueblos vecinos del Océano viendo que las grandes mareas inundaban
sus playas en el plenilunio, han debido creer que la luna era causa de
todo lo que sucedía en el mundo, durante el tiempo de sus diferentes
cuartos.

En las ceremonias religiosas casi todos se volvieron hacia el oriente, no


pensando en que no hay allí ni oriente ni occidente, y tributando toda
especie de homenaje al sol que aparecía a su vista.

Entre los animales, la serpiente debió parecerles de una inteligencia


superior, porque viéndole mudar algunas veces su piel, ellos debieron
creer que se rejuvenecía: podía pues cambiando de piel mantenerse
siempre en su juventud; ella era por consiguiente inmortal. Así fue en
Egipto y en Grecia el símbolo de la inmortalidad. Las grandes serpientes

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que se hallaban cerca de las fuentes, impedían a los hombres tímidos de
acercarse a ellas: se pensó luego que estas serpientes guardaban
algunos tesoros. Por esto una serpiente guardaba las manzanas de oro
hespérides, otra estaba vigilante al rededor del toisón de oro; y en los
misterios de Baco se llevaba la imagen de la serpiente que parecía
guardar un racimo de oro.

La serpiente pasaba pues por el más hábil de todos los animales, y de


esto nació aquella antigua fábula indiana de que habiendo Dios criado
al hombre, le dio una droga que le aseguraba una vida sana y larga; que
el hombre cargó a su asno con este presente divino, pero que en el
camino, teniendo el asno sed, la serpiente le enseñó una fuente y tomó la
droga para sí, mientras el asno bebía; de suerte que el hombre perdió la
inmortalidad por su negligencia y la serpiente la adquirió por su
destreza. De aquí se siguieron en fin tantos cuentos de asnos y de
serpientes.

Estas serpientes cansaban daño, pero como tenían alguna cosa de


divino, sólo un dios hubiera podido enseñar a destruirlas. Por esto la
serpiente Pitón fue muerta por Apolo. Por esto la grande serpiente
Ofiona hizo la guerra a los dioses mucho tiempo antes que los griegos
hubiesen forjado su Apolo. Un fragmento de Ferecida prueba que esta
fábula de la grande serpiente enemiga de los dioses, era una de las
antiguas de la Fenicia. Y cien siglos antes de Ferecida , los primeros
bracmanes habían imaginado que Dios envió un día sobre la tierra una
grande culebra que engendró diez mil culebras, la cuales fueron otros
tantos pecados en los corazones de los hombres.

Nosotros ya hemos visto que los sueños debieron introducir la misma


superstición en toda la tierra. Ya estoy inquieto hallándome despierto
por causa de la falta de salud de mi mujer o de mi hijo, los veo
moribundos durante el sueño, mueren algunos días después, y ya no es
dudoso que los dioses me han enviado este sueño verdadero. ¿Mi sueño
no se ha cumplido? Es un sueño engañoso que los dioses me han
enviado. Así, en Homero, Júpiter envía un sueño engañoso a Agamenón,
jefe de los griegos, y en el tercer libro de los Reyes, cap. XXII, el Dios
que conduce a los judíos, envía un espíritu maligno para mentir en la
boca de los profetas y para engañar al rey Acab.

Todos los sueños, verdaderos o falsos, vienen del cielo. Del mismo modo
se establecen los oráculos por toda la tierra.

Una mujer viene a preguntar a los adivinos si su marido morirá durante


aquel año. Uno le responde que sí, y el otro le responde que no: es cierto
que uno de los dos tendrá razón. Si el marido vive, la mujer guarda
silencio; si muere grita por toda la ciudad que el adivino que ha
predicho su muerte es un profeta divino. Se encuentran luego hombres
en todos los países que predicen el porvenir y que descubren las cosas
más ocultas. Estos hombres se llaman en Egipto profetas como expresa
Manetón con relación a lo que dice Josefo en su discurso contra Apión.

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Había profetas en Caldea y en Siria: cada templo tuvo sus oráculos. Los
de Apolo obtuvieron tan grande crédito, que Rollin, en su historia
antigua, repite los oráculos dados por Apolo a Cresco. El dios adivina
que el rey hace cocer una tortuga en una cacerola de cobre, y le
asegura que su reino acabará cuando un macho esté sobre el trono de
los persas. Rollin no examina si estas predicciones dignas de
Nostradamus han sido hechas a golpe seguro; él no duda de la ciencia
de los sacerdotes de Apolo y cree que Dios permitía que Apolo dijese
verdad. Esto sería regularmente para confirmar a los paganos en su
religión.

Una cuestión más filosófica, en la cual todas las grandes naciones


civilizadas, desde la India hasta la Grecia, han estado acordes, es el
origen del bien y del mal.

Los primeros teólogos de todas las naciones debieron hacer la pregunta


que todos nosotros hacemos desde la edad de quince años: ¿Por qué hay
mal sobre la tierra?

Se enseñó en la India que Adimo, hijo de Brahma, produjo los hombres


justos por el lado derecho del ombligo y los injustos por el lado
izquierdo, y que es de este lado izquierdo que vino el mal moral y el mal
físico. Los egipcios tuvieron su Tifón que fue el enemigo de Osiris. Los
persas imaginaron que Orimán agujereó el huevo que había puesto
Oromasa, y que hizo entrar allí al pecado. Se conoce la Pandora de los
griegos; es la más hermosa de las alegorías que nos ha trasmitido la
antigüedad.

La alegoría de Job fue ciertamente escrita en árabe, porque las


traducciones hebrea y griega han conservado siempre palabras árabes.
Este libro que es de una remota antigüedad, representa al Satanás, que
es el Arimán de los persas y el Tifón de los egipcios, paseándose por
toda la tierra, y pidiendo permiso al Señor para afligir a Job. Satanás
parecía subordinado al Señor; pero resulta que. Satanás es un ser muy
poderoso, capaz de enviar enfermedades sobre la tierra, y de matar a
los animales.

Se halla en sustancia, que muchos pueblos sin saberlo estaban acordes


sobre la creencia de dos principios, y que el universo conocido entonces,
era en algún modo maniqueo. Todos los pueblos debieron admitir las
expiaciones, porque ¿en dónde se encontraba el hombre que no hubiese
cometido grandes faltas contra la sociedad? ¿Y en dónde estaba el
hombre a quien el instinto de la razón no le hiciese sentir los
remordimientos? El agua lavaba las manchas del cuerpo y de los
vestidos, el fuego purificaba los metales; era pues necesario que el agua
y el fuego purificasen las almas. Por esto no hubo ningún templo sin
aguas y sin fuego saludables.

Los hombres se zambulleron en el Ganges, en el Indo, en el Éufrates, en


las ocasiones de las lunas nuevas y en los eclipses. Esta inmersión
expiaba los pecados. Si no se purificaban en el Nilo era porque los

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cocodrilos hubieran devorado a los penitentes; pero los sacerdotes que
se purificaban por el pueblo, se metían en grandes cubas y bañaban allí
a los criminales que iban a pedir perdón a los dioses.

Los griegos tuvieron en todos sus templos los baños sagrados, del
mismo modo que los fuegos sagrados, símbolos universales entre todos
los hombres de la pureza de sus almas. En fin, las supersticiones
parecían establecidas en todas las naciones, exceptuando a los letrados
de la China

7. De los salvajes.

¿Entendéis vosotros por salvajes los rústicos que viven en chozas con
sus hembras y algunos animales, expuestos sin cesar a todas las
intemperies de las estaciones, no conociendo sino la tierra que los
sustenta y el mercado a que van algunas veces a vender sus frutos para
comprar algunos vestidos groseros; hablando una jerigonza que no se
entiende en las ciudades, teniendo pocas ideas y por consiguiente pocas
expresiones, sometidos sin saber porqué a un hombre de letras a quien
llevan todos los años la mitad de lo que han ganado con el sudor de su
rostro, juntándose en ciertos días en una especie de granja para
celebrar ceremonias de las que no comprenden cosa alguna;
escuchando a un hombre vestido de una manera diferente que ellos, y
que tampoco entienden lo que dice; dejando alguna vez sus chozas
cuando se bate la caja y enganchándose para ir a hacerse matar en una
tierra extranjera y a matar a sus semejantes por la cuarta parte de lo
que podían ganar en sus casas continuando sus trabajos? De esta
especie de salvajes los hay en toda la Europa: es necesario convenir
sobre todo, que todos los pueblos del Canadá y los cafres que hemos
querido llamar salvajes son infinitamente superiores a los nuestros. Los
hurones, los algonquinos, los iliones, los cafres y los hotentotes tienen el
arte de fabricar ellos mismos aquello de que tienen necesidad, y este
arte falta a nuestros rústicos. Las naciones de la América y del África
son libres y nuestros salvajes no tienen ni aun la idea de la libertad.

Los pretendidos salvajes de la América son soberanos que reciben


embajadores de nuestras colonias, trasplantadas cerca de sus
territorios por la avaricia y por la ligereza. Ellos conocen el honor, de
cuyo sentimiento no han oído hablar jamás nuestros salvajes de Europa.
Tienen una patria, la aman y la defienden: hacen tratados, se baten con
valor y hablan comúnmente con una energía heroica. ¿Hay una
respuesta más hermosa en los grandes hombres de Plutarco como la
que dio el jefe de los habitantes del Canadá, a quien una nación Europea
propuso que le cediera su patrimonio? «Nosotros, dijo, hemos nacido
sobre esta tierra, nuestros padres están sepultados en ella. ¿Diremos a
los huesos de nuestros padres: levantaos y venid con nosotros a una
tierra extranjera?»

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Estos canadienses eran espartanos, en comparación de nuestros
rústicos que vegetan en nuestros lugares y de los sibaritas que se
enervan en nuestras ciudades.

¿Entendéis vosotros por salvajes los animales de dos pies, andando


sobre sus manos cuando les es preciso, aislados y errantes en los
bosques, s alvatici , salvaggi ; acoplándose a la suerte, olvidando a las
mujeres con que se han unido, no reconociendo a sus hijos, ni a sus
padres; viviendo como brutos, y sin tener ni el instinto ni los recursos de
los brutos? Se ha escrito que este estado era el verdadero estado del
hombre y que nosotros no hemos hecho sino degenerar miserablemente
después que lo hemos dejado. Yo no creo que la vida solitaria atribuida a
nuestros padres exista en la naturaleza humana.

Nosotros nos hallamos, si no me engaño, en la primera línea (si es


permitido decirlo) de los animales que viven reunidos, como las abejas,
las hormigas, los castores, los gansos, las gallinas, los carneros, etc. ¿Si
se encuentra una abeja errante deberá decirse por esto que se halla en
el estado de la pura naturaleza, y que las que trabajan en sociedad en la
colmena han degenerado?

¿No tiene todo animal su instinto irresistible al cual obedece


necesariamente? ¿Qué es este instinto? El arreglo de los órganos cuyo
juego se despliega con el tiempo. Este instinto no puede desenvolverse
desde luego, porque los órganos no han adquirido su plenitud.6

¿No vemos nosotros en efecto que todos los animales del mismo modo
que los demás seres cumplen inviolablemente la ley que la naturaleza ha
dado a su especie? El pájaro hace su nido como los astros siguen su
marcha, por un principio que nunca cambia. ¿Cómo el hombre solo
habrá cambiado? Si hubiese sido destinado a vivir solitario como los
otros animales carniceros, ¿hubiera podido oponerse a la ley de la
naturaleza hasta el punto de vivir en sociedad? Y si estaba criado para
vivir en compañía como los animales de los corrales y otros varios,
¿hubiera podido al principio pervertir su destino y vivir durante siglos
como solitario? Él es capaz de perfeccionarse y de esto se ha concluido,
que se ha pervertido. ¿Por qué no se dice que se ha perfeccionado hasta
el punto en que la naturaleza ha señalado los limites de su perfección?

Todos los hombres viven en sociedad: ¿puede inferirse que ellos no han
vivido en este estado otras veces? ¿No es esto lo mismo que si se dijera
que si los toros tienen actualmente cuernos, es porque no los han tenido
siempre?

El hombre en general ha sido siempre lo que es ahora. Esto no quiere


decir que siempre ha tenido hermosas ciudades, cañones de a veinte y
cuatro, óperas cómicas y conventos de monjas; pero ha tenido siempre
el mismo instinto que le inclina a amarse a sí mismo, en la compañera
de sus placeres, en sus hijos, en sus nietos, y en las obras de sus manos.

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Ved lo que jamás cambia de un extremo a otro del universo. El
fundamento de la sociedad existe siempre, luego siempre ha habido
alguna sociedad y nosotros no hemos sido formados para vivir como los
osos.

Se han encontrado varias veces algunos niños perdidos en los bosques,


y viviendo como los brutos; pero también se han encontrado carneros, y
gansos, y esto no prueba que los carneros y los gansos no estén
destinados a vivir reunidos.

En la India hay faquires que viven solos y cargados de cadenas: es


cierto, pero ellos viven de este modo a fin de que las gentes que los ven y
los admiren les hagan limosna. Ellos hacen por un fanatismo lleno de
vanidad, lo que ejecutan nuestros mendigos en los caminos reales, que
se estropean para atraer la compasión. Estos excrementos de la
sociedad humana, son solamente pruebas del abuso que puede hacerse
de esta misma sociedad.

Es verosímil que el hombre ha sido agreste durante millares de siglos,


como lo son aun hoy día infinidad de paisanos; pero el hombre no ha
podido vivir como el tejón y las liebres.

¿Por qué ley, por qué secretos y por qué instinto habrá vivido el hombre
siempre en familia, sin el socorro de las artes y sin haber formado un
idioma? Es por su propia naturaleza, por el gusto que le lleva a unirse
con una mujer; es por el cariño que siente un morlaco, un islandés, un
lapón, un hotentote por su compañera, cuando creciendo su vientre le
da esperanza de ver nacer de su sangre un ser a su semejanza; es por la
necesidad que tienen uno del otro este hombre y esta mujer, por el amor
que la naturaleza les inspira por su niño, desde luego que nace, por la
autoridad que la naturaleza les da sobre él, por la costumbre de amarle,
por la que contrae este niño de obedecer a su padre y a su madre, por
los socorros que recibe desde que tiene cinco o seis años, por los nuevos
hijos que hacen este hombre y esta mujer; es en fin porque en una edad
avanzada ellos ven con placer a sus hijos y a sus hijas hacer reunidos
otros hijos que tienen el mismo instinto que sus padres y sus madres.

Todos estos son un conjunto de hombres bien groseros, yo lo confieso;


¿pero se creerá que los carboneros de los bosques de la Alemania, los
habitantes del norte, y cien pueblos del África, vivan actualmente de una
manera muy diferente?

¿Qué lengua hablarán estas familias salvajes y bárbaras? Ellas estarán,


sin duda, muy largo tiempo sin hablar ninguna lengua. Y se entenderán
muy bien por medio de gritos y de gestos. Todas las naciones han sido
igualmente salvajes, entendiendo esta palabra en el sentido que queda
explicado; es decir, que durante largo tiempo habrá habido familias
errantes en los bosques, disputando su mantenimiento a los otros
animales, armándose contra ellos con piedras y gruesas ramas de

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árboles, manteniéndose con legumbres salvajes, con frutos de toda
especie y en fin de los animales.

En los hombres hay un instinto o principio de mecánica al que nosotros


vemos producir todos los días muy grandes efectos en hombres muy
groseros. Se ven máquinas inventadas por los habitantes de las
montañas del Tirol y de los Vosgos, que admiran a los sabios. El paisano
ignorante hace remover en todas partes un grande fardo por medio de
una palanca sin dudar que la fuerza, causando el equilibrio, es al peso,
como la distancia del punto de apoyo a la distancia de este mismo punto
de apoyo a la fuerza. Si hubiera sido necesario que este conocimiento
hubiese precedido al uso de las palancas, ¿cuántos siglos habrían
pasado antes que se hubiera podido mover de su lugar una gruesa
piedra? Proponed a los jóvenes el saltar un foso; todos tomarán
maquinalmente la precaución de retirarse un poco hacia atrás, y
correrán después: seguramente ellos no saben que, en este caso, su
fuerza es el producto de su masa multiplicada por su velocidad.

Queda pues probado que la naturaleza sola nos inspira ideas útiles que
preceden a todas nuestras reflexiones, y lo mismo sucede en la moral.
Todos nosotros tenemos dos sentimientos que son el fundamento de la
sociedad: la conmiseración y la justicia; que un joven vea destrozar a su
semejante, él experimentará súbitas angustias, las demostrará por sus
gritos y por sus lágrimas, y si él puede, socorrerá al que padece.

Preguntad a un niño sin educación, que empiece a hablar y a raciocinar,


si el grano que un hombre ha sembrado en su campo le pertenece, y si el
ladrón que ha dado muerte al dueño tiene un derecho legítimo sobre
este grano; veréis que el niño responderá como todos los legisladores de
la tierra.

Dios nos ha dado un principio de razón universal, como ha dado plumas


a los pájaros y pieles a los osos; y éste principio es tan constante que
subsiste a pesar de todas las pasiones que le combaten; a pesar de los
tiranos que quieren ahogarle en la sangre, a pesar de los impostores
que quieren aniquilarle con la superstición. Esto es lo que hace que el
pueblo más grosero juzgue muy bien con el tiempo de las leyes que le
gobiernan, porque él siente y conoce si estas leyes son conformes o
contrarias a los principios de conmiseración y de justicia que existen en
su corazón.

Pero antes de llegar a formar una sociedad numerosa, un pueblo, o una


nación, se necesita un idioma y esto es lo más difícil. Sin el don de la
imitación jamás se hubiera conseguido. Se habrá empezado por gritos
que habrán indicado las primeras necesidades; después, los hombres
más ingeniosos, nacidos con los órganos más flexibles, habrán formado
algunas articulaciones, que sus hijos habrán repetido: las madres
principalmente habrán soltado sus lenguas las primeras. Todo idioma en
sus principios se habrá compuesto de monosílabos, como los más fáciles
a formar y a retener.

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Nosotros vemos efectivamente que las naciones más antiguas, que han
conservado alguna cosa de su primer lenguaje, explican aun por
monosílabos las cosas más familiares y que son más comprensibles a
nuestros sentidos: casi todo el idioma chino está fundado hoy día en
monosílabos.

Consultad el antiguo tudesco y todas las lenguas del norte; apenas


hallaréis una cosa necesaria común explicada por más de una
articulación. Todo es monosílabo. Zon el sol; Moun la luna, Z é la mar,
Flus el río, Man el hombre, Kof la cabeza, Broum un árbol, Drink beber,
March andar, Shlaf dormir, etc.

Con esta brevedad se explicaban en los bosques de los galos, en la


Germania y en todo el septentrión. Los griegos y los romanos no
tuvieron palabras compuestas sino muy largo tiempo después de
haberse reunido en cuerpo de pueblo.

¿Pero por qué medio sagaz habremos podido señalar las diferencias de
los tiempos? ¿Cómo habremos podido explicar las diferencias de yo
quisiera, yo hubiera querido ; las cosas positivas y las cosas
condicionales?

No ha sido sino en las naciones ya más civilizadas que se ha conseguido,


con el tiempo, el hacer sensible por medio de palabras compuestas las
operaciones secretas del espíritu humano. Por esto se ve que entre los
bárbaros no hay sino dos o tres tiempos. Los hebreos no manifestaban
sino el presente y el futuro. La lengua franca tan extendida en las
escalas de Levante está aun reducida a esta indigencia. En fin, a pesar
de todos los esfuerzos de los hombres, no hay ningún idioma que se
acerque a la perfección.

8. De la América.

¿Es posible que aun se pregunte de dónde han venido los hombres que
han poblado la América? La misma pregunta debe hacerse sobre las
naciones de las tierras australes. Ellas están mucho más lejos del puerto
de donde salió Cristóbal Colón que lo están las islas Antillas. En todas
las tierras habitables se han hallado hombres y animales; ¿quién los ha
puesto? Ya se ha dicho; aquel que hace crecer la hierba de los campos, y
tanto debe admirar el encontrar hombres en América como el encontrar
moscas.

Es bastante gracioso que el jesuita Lafitau pretenda, en su prólogo de la


historia de los salvajes americanos, que sólo los ateos pueden decir que
Dios ha criado a los habitantes de la América.

Aun en el día se graban cartas del antiguo mundo en las cuales la


América aparece bajo el nombre de isla Atlántica. Las islas de Cabo

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Verde se hallan en ellas bajo el nombre de Gorgadas; las caribes bajo el
de Hespérides. Todo esto no está fundado no obstante, sino sobre la
antigua descubierta de las islas Canarias, y probablemente de la de
Madera adonde los fenicios y los cartagineses viajaban. Estas islas
tocan casi al África, y es posible que estuviesen menos alejadas en
tiempos antiguos que lo están actualmente.

Dejemos al padre Lafitau el hacer venir a los caribes del pueblo de


Caria, a causa de la conformidad del nombre, y principalmente porque
las mujeres caribes hacían la cocina a sus maridos, del mismo modo que
las mujeres carienes; dejémosle suponer que los caribes no nacen
colorados, y las negras no nacen negras, sino por causa de la costumbre
de sus primeros padres de pintarse de negro o de rojo.

Sucedió, dice, que las negras viendo a sus maridos teñidos de negro, su
imaginación se afectó tanto, que su raza se resintió de ello para
siempre. Lo mismo sucedió a las mujeres caribes, que también por su
fuerza de imaginación parieron los hijos colorados. Refiere el ejemplo
de las ovejas de Jacob que nacieron pintarrajadas, por el cuidado que
tuvo el patriarca de poner a su vista unas ramas que tenían quitada la
mitad de la corteza: estas ramas que parecían de dos colores los dieron
también a los corderos del patriarca. Pero el jesuita debía saber que
todo lo que sucedía en tiempo de Jacob no acontece actualmente.

Si se hubiese preguntado al yerno de Labán por qué las ovejas, viendo


siempre la hierba, no paren los corderos verdes, se hubiera hallado un
poco embarazado para responder.

En fin Lafitau hace venir a los americanos de los griegos: ved sus
razones. Los griegos tenían fábulas, algunos americanos las tienen
también. Los primeros griegos iban a la caza, los americanos también
van. Los primeros griegos tenían oráculos, los americanos tienen
hechiceros. Se bailaba en las fiestas de la Grecia, se baila en América.
Es preciso confesar que estas razones son convincentes.

Se puede hacer una reflexión sobre las naciones del nuevo mundo que el
padre Lafitau no ha hecho; es que los pueblos alejados de los trópicos
han sido siempre invencibles, y que los más inmediatos casi todos han
estado sometidos a soberanos. Lo mismo sucedió durante largo tiempo
en nuestro continente; pero no se ha visto que los pueblos del Canadá
hayan ido nunca a subyugar el Méjico, como los tártaros se extendieron
en el Asia y en la Europa. Parece que los habitantes del Canadá no
fueron jamás tan numerosos como era necesario para enviar colonias a
otras partes.

En general la América no ha podido nunca ser tan poblada como la


Europa y el Asia: está cubierta de lagunas inmensas que hacen el aire
malsano; el terreno produce un número prodigioso de venenos; las
flechas empapadas en los jugos de estas yerbas venenosas, causan
siempre llagas mortales. La naturaleza en fin había dado a los
americanos mucha menos disposición a ser industriosos que a los

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hombres del antiguo mundo; todas estas cansas reunidas han podido
perjudicar mucho a la población.

Entre todas las observaciones físicas que se pueden hacer sobre esta
parte de nuestro universo, tan largo tiempo desconocida, puede que sea
la más singular el que no se encuentre sino un solo pueblo que tenga
barbas; estos son los esquimales. Son los habitantes del norte hacia los
cincuenta y dos grados, en donde el frío es más fuerte que a los sesenta
y seis de nuestro continente, y sus vecinos no tienen barbas. Ved pues
dos razas de hombres absolutamente diferentes una al lado de la otra,
supuesto que efectivamente los esquimales sean barbudos. Pero los
viajeros modernos dicen que los esquimales no tienen barbas y que
nosotros hemos equivocado sus cabellos grasientos con sus barbas. ¿A
quién creeremos? 7

Hacia el istmo de Panamá se halla la raza de los darienes, semejantes a


los albinos, que huyen de la luz y vegetan en las cavernas: raza débil y
por consiguiente poco numerosa.

Los leones de la América son mezquinos y cobardes, y los animales


lanudos son muy grandes y tan vigorosos que sirven para llevar fardos.
Todos los ríos son diez veces más anchos a lo menos que los nuestros.
En fin las producciones naturales de la América no son las de nuestro
hemisferio. Por esto todo es diferente, y la misma providencia que ha
producido el elefante, el rinoceronte, y los negros, ha hecho nacer en el
otro mundo los dantas, y los animales de quienes se ha creído largo
tiempo que tenían el ombligo sobre el lomo, y hombres de un carácter
que no es el nuestro.

9. D e la Teocracia.

Parece que la mayor parte de las naciones antiguas han sido


gobernadas por una especie de teocracia. Empezad por la India, y veréis
a los brahmas largo tiempo soberanos; en Persia los magos tienen la
más alta autoridad. La historia de las orejas de Smerdis puede ser una
fábula, pero siempre resulta que era un mago que estaba sobre el trono
de Ciro. Varios sacerdotes de Egipto prescribían a los reyes hasta la
medida de lo que debían beber y comer, los educaban durante su
infancia, los juzgaban después de su muerte y frecuentemente se hacían
reyes ellos mismos.

Si descendemos a los griegos, su historia, tan fabulosa como es ¿no nos


dice que el profeta Calchas tenía suficiente poder en el ejército para
sacrificar a la hija del rey de los reyes?

Descended aun más abajo, a las naciones salvajes posteriores a los


griegos; los druidas gobernaban a la nación gala.

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No parece posible que en los primeros pueblos un poco numerosos8 ,
haya habido otro gobierno que el teocrático: porque desde luego que
una nación ha escogido un dios tutelar, este dios tiene sacerdotes. Estos
sacerdotes dominan sobre el espíritu de la nación, y como ellos no
pueden dominar sino en nombre de su dios, le hacen hablar, venden sus
oráculos Y es por orden expresa del dios que todo se ejecuta.

Éste es el origen de todos los sacrificios de sangre humana que han


manchado casi toda la tierra. ¿Qué padre, qué madre hubiera podido
nunca abjurar la naturaleza hasta el punto de presentar a su hijo o a su
hija a un sacerdote para que fuesen degollados sobre un altar, si no se
hubiese tenido certeza que el dios del país ordenaba este sacrificio?

No solamente la teocracia ha reinado largo tiempo, sino que ha llevado


la tiranía a los más horribles excesos a que la demencia humana podía
llegar, y cuanto más este gobierno era divino tanto más era abominable.

Casi todos los pueblos han sacrificado algunos hijos a sus dioses; por
consiguiente ellos creían recibir esta orden, contraria a la naturaleza,
de la boca de los dioses que adoraban.

Entre los pueblos llamados impropiamente civilizados, yo no veo apenas


sino los chinos que no hayan practicado estos horrorosos absurdos. La
China es el solo de los antiguos estados conocidos que no ha estado
sometido al sacerdocio; los japoneses estaban bajo las leyes de un
sacerdote seiscientos años antes de nuestra era. Casi por todas las
demás partes la teocracia está tan establecida y tan arraigada, que las
primeras historias son las de los mismos dioses que se han encarnado
para venir a gobernar a los hombres. Los dioses, decían los pueblos de
Tebas y de Menfis, han reinado doce mil años en Egipto. Brahma se
encarnó para reinar en la India, Sammonocodom en Siam; el dios Adad
gobernaba la Siria, la diosa Cibeles había sido soberana de la Frigia,
Júpiter de Creta, Saturno de Grecia y de Italia. El mismo espíritu preside
a todas estas fábulas, y por todas partes hay una confusa idea entre los
hombres, acerca de la venida de los dioses sobre ta tierra.

10. De lo s caldeos.

Los caldeos, los indios y los chinos me parecen las naciones más
antiguamente civilizadas. Nosotros tenernos una época cierta de la
ciencia de los caldeos; ésta se encuentra en los mil novecientos treinta
años de observaciones celestes enviadas desde Babilonia por Calístenes
al preceptor de Alejandro. Estas tablas astronómicas suben
precisamente al año 2234 antes de nuestra era vulgar. Es cierto que esta
época toca al tiempo en que la Vulgata coloca el diluvio; pero no nos
introduzcamos aquí en las profundidades de las diferentes cronologías
de la Vulgata , de los samaritanos, y de los Setenta, que nosotros
reverenciamos igualmente. El diluvio universal es un grande milagro

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que no tiene nada que ver con lo que nosotros buscamos. Aquí no
razonamos sino en consecuencia de las nociones naturales, sometiendo
siempre los tanteos de nuestro espíritu limitado a las luces de un orden
superior.

Los antiguos autores citados en Jorge de Cincella, dicen que en tiempo


de un rey caldeo llamado Xixutrus, hubo una terrible inundación. El
Tigris y el Éufrates salieron de madre, según parece, de una manera
extraordinaria: pero los caldeos no habrían podido saber, sino por la
revelación, que un castigo semejante hubiese podido sumergir toda la
tierra habitable. Repito que yo no examino aquí sino el curso ordinario
de la naturaleza.

Es claro que si los caldeos no habían existido sobre la tierra sino


después de mil novecientos años antes de nuestra era, este corto espacio
no pudo bastarles para hallar una parte del verdadero sistema de
nuestro universo; noción admirable a la cuál habían en fin llegado los
caldeos. Aristarco de Samos nos dice que los sabios de Caldea habían
conocido cuán imposible era que la Tierra ocupe el centro del mundo
planetario; que ellos habían señalado al sol este lugar que es el que le
pertenece, y que hacían girar la tierra y los otros planetas a su
alrededor, cada uno en su órbita diferente.9

Los progresos del espíritu son tan lentos, la ilusión de los ojos es tan
poderosa, y la sujeción a las ideas recibidas tan tiránica, que no es
posible que un pueblo que no cuente sino mil novecientos años de
antigüedad, hubiese podido llegar al alto grado de filosofía que
contradice a los ojos y que exige la teoría la más profunda. Así es que
los caldeos contaban cuatrocientos setenta mil años, cuando aun este
conocimiento del verdadero sistema del mundo, sólo lo tenían en Caldea
un pequeño número de filósofos. Esta es la suerte de todas las grandes
verdades, y los griegos que vinieron en seguida, no adoptaron sino el
sistema común, que es el sistema de los niños.

Cuatrocientos setenta mil años10 , es mucho para nosotros que nacimos


ayer, pero es muy poca cosa para el universo entero. Yo sé muy bien que
nosotros no podemos adoptar este cálculo, que Cicerón se ha reído de
él, que es exorbitante, y que sobre todo, nosotros debemos creer al
Pentateuco con preferencia a Sanchoniathon y a Beroso; pero, lo repito,
es imposible (humanamente hablando) que los hombres hayan llegado
en mil novecientos años a adivinar tan admirables verdades. El primer
arte es el de procurarse la subsistencia, lo que en otros tiempos era más
difícil a los hombres que a las bestias: el segundo el formar un idioma,
lo que exige ciertamente un espacio de tiempo muy considerable; el
tercero construir sus barracas, y el cuarto vestirse. Seguidamente, para
forjar el hierro, o para remplazar su falta, se necesitan tantas
casualidades dichosas, tanta industria, tantos siglos, que apenas puede
imaginarse cómo los hombres han podido conseguirlo. ¡Qué salto desde
este estado al de conocer la astronomía!

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Durante mucho tiempo, los caldeos grabaron sus observaciones y sus
leyes sobre ladrillos, en jeroglíficos que servían de caracteres parlantes,
uso que los egipcios conocieron después de algunos siglos. El arte de
transmitir sus pensamientos por medio de caracteres alfabéticos no
debió ser inventado sino muy tarde en aquella parte del Asia.

Es creíble que en el tiempo en que los caldeos edificaron ciudades,


empezaron a servirse del alfabeto. ¿Cómo se hacía antes, se nos dirá?
Como se hace en mi lugar y en cien mil lugares del mundo, en los que
nadie sabe leer ni escribir, y sin embargo se entienden muy bien, las
artes necesarias se cultivan, y aun algunas veces con ingenio.

Babilonia era probablemente una antigua y pequeña población antes


que llegase a ser una inmensa y soberbia ciudad. ¿Pero quién la edificó?
Yo no lo sé: ¿fue Semiramis?, ¿fue Belus?, fue Nabonasar? Puede ser
que nunca haya habido en el Asia, ni mujer llamada Semiramis, ni
hombre llamado Belus.11 Es como si nosotros diéramos a las ciudades
griegas los nombres de Armagnac y de Abbeville. Los griegos que
cambiaron todas las terminaciones bárbaras en palabras griegas,
desnaturalizaron todos los nombres asiáticos. Además la historia de
Semiramis es semejante en todo a los cuentos orientales.

Nabonasar, o más bien Nabon-asor, fue probablemente el que hermoseó


y fortificó a Babilonia y quien la hizo en fin una soberbia ciudad. Este es
un verdadero monarca, conocido en el Asia en la era que tomó su
nombre. Esta era incontestable; no empieza sino 747 años antes que la
nuestra: por esto es muy moderna con referencia al numero de siglos
necesarios para llegar basta el establecimiento de las grandes
dominaciones. Parece, por el nombre mismo de Babilonia, que ella
existía mucho tiempo antes de Nabonasar. Es la ciudad del padre Bel.
Bab significa padre en caldeo, como lo confiesa Herbolot. Bel es el
nombre del señor. Los orientales la conocieron siempre bajo el nombre
de Babel, la ciudad del señor, la ciudad de Dios, o según otros la puerta
de Dios.

Probablemente no ha existido Ninus, fundador de Ninvah, llamada por


nosotros Nínive, ni tampoco Belus fundador de Babilonia. Ningún
príncipe asiático tuvo su nombre acabado en us .

Podrá ser que la circunferencia de Babilonia haya sido de veinticuatro


de nuestras leguas medianas; pero que uno llamado Ninus haya
edificado sobre el Tigris muy cerca de Babilonia una ciudad llamada
Nínive, de una tan grande extensión, es una cosa que no parece creíble.
Se nos habla de tres poderosos imperios que existían a un mismo
tiempo: el de Babilonia, el de Asiria o de Nínive, y el de Siria o de
Damasco. La cosa es poco verosímil; es como si se dijera que había a la
vez en una parte de la Galia, tres poderosos imperios cuyas capitales,
que eran París, Soissons y Orleans, tenían cada una veinte y cuatro
leguas de circuito.

25/151
Yo confieso que nada entiendo sobre los dos imperios de Babilonia y de
Asiria. Algunos sabios que han querido aclarar este particular tan
tenebroso, han afirmado que la Asiria y la Caldea no eran sino un
mismo imperio, gobernado algunas veces por dos príncipes, uno
residente en Babilonia y el otro en Nínive: este parecer razonable puede
adoptarse hasta que se encuentre otro más razonable todavía.

Lo que contribuye a dar una grande verosimilitud sobre la antigüedad


de esta nación, es la famosa torre elevada para observar los astros.
Casi todos los comentadores no pudiendo desconvenir sobre este
monumento, se creen obligados a suponer que era un resto de la torre
de Babel, que los hombres quisieron elevar hasta el cielo. No se sabe
fácilmente lo que los comentadores entienden por cielo; ¿es la luna? ¿es
el planeta Venus? hay mucha distancia de aquí hasta allí. ¿Quisieron
solamente levantar una torre un poco más alta? No hay en esto ningún
mal ni ninguna dificultad, suponiendo que se tengan muchos hombres,
muchos instrumentos y víveres.

La torre de Babel, la dispersión de los pueblos, la confusión de lenguas,


son cosas, como ya se sabe, muy respetables, de las cuales nosotros no
tratamos absolutamente. Nosotros sólo hablamos del observatorio, que
no tiene nada que ver con las historias judías. Si Nabonasar elevó este
edificio, es necesario confesar a lo menos que los caldeos tuvieron, un
observatorio más de dos mil cuatrocientos años antes que nosotros.
Concebid en seguida cuantos siglos necesita la lentitud del espíritu
humano para llegar hasta el punto de erigir a las ciencias un
monumento semejante.

Fue en Caldea y no en Egipto en donde se inventó el zodiaco. Hay de


esto tres pruebas bastante fuertes, a mi parecer; la primera que los
caldeos fueron una nación ilustrada, antes que el Egipto, siempre
inundado por el Nilo, pudiese ser habitable; la segunda que los signos
del Zodiaco convienen al clima de la Mesopotamia y no al de Egipto. Los
egipcios no podían tener el signo de Tauro en el mes de abril, porque no
es en esta ocasión que ellos labran la tierra; ellos no podían, en el mes
que nosotros llamamos agosto, figurar el signo por una joven cargada
de espigas de trigo, porque no es en este tiempo en el que recogen la
cosecha. Tampoco podían figurar enero por un cántaro de agua, porque
llueve muy rara vez en Egipto, y jamás en el mes de enero.12 La tercera
razón es que los signos antiguos del zodiaco caldeo eran uno de los
artículos de su religión. Ellos estaban bajo el gobierno de doce dioses
secundarios y doce dioses mediadores: cada uno de ellos presidía a una
de las constelaciones, como nos lo dice Diodoro de Sicilia en el libro II.
Esta religión de los antiguos caldeos era el Sabeísmo, es decir la
adoración de un Dios supremo, y la veneración de los astros y de las
inteligencias celestes que presidían a los astros. Cuando ellos hacían
oración se volvían hacia la estrella del norte, tanto estaba su culto unido
a la astronomía. Vitruvio, en su libro noveno en donde trata de los
cuadrantes solares, de las alturas del sol, de la longitud de las sombras,
y de la luz que refleja la luna, cita todos los antiguos caldeos y no los
egipcios. Me parece esto una prueba bastante fuerte, de que se mirase

26/151
la Caldea y no el Egipto como la cuna de esta ciencia; de modo que nada
hay más cierto que este antiguo proverbio latino:

Tradidit Æ giptis Babylon, Æ giptus Achivis.

11. De los babilonios hechos persas.

Al oriente de la Babilonia estaban los persas. Estos llevaron sus armas y


su religión a Babilonia cuando Koresh, que nosotros llamamos Ciro,
tomó esta ciudad con el auxilio de los medos, establecidos en el norte de
la Persia. Tenemos dos fábulas principales sobre Ciro; la de Herodoto y
la de Jenofonte que se contradicen en todo y que mil escritores han
copiado indiferentemente.

Herodoto supone un rey medo, es decir un rey de los países de la


Hircania, que él le llama Astiago, de un nombre griego. Este hircano
Astiago manda ahogar a su nieto Ciro en la cuna, porque ha visto en
sueños a su hija Mandane madre de Ciro mear tan copiosamente que
inundó toda la Asia. El resto de la aventura es poco más o menos sobre
este gusto: es una historia de Garga n t ú a escrita con seriedad.

Jenofonte hace una novela moral de la vida de Ciro, casi semejante a


nuestro Telémaco, y empieza por suponer, con el fin de dar valor a la
educación varonil y vigorosa de su héroe, que los medos eran
voluptuosos y que se hallaban sumergidos en la cobardía. ¿Todos estos
pueblos vecinos de la Hircania que los tártaros, llamados entonces
escitas, habían desolado durante treinta años, eran sibaritas?

Todo lo que puede asegurarse de Ciro, es que fue un grande


conquistador, un azote de la tierra. El fondo de la historia es cierto; los
episodios son fabulosos: así sucede en todas las historias.

Roma existía en tiempo de Ciro: tenía un territorio de cuatro a cinco


leguas, y robaba cuanto podía a sus vecinos; pero yo no quisiera salir
garante del combate de los tres Horacios, de la aventura de Lucrecia,
de la rodela bajada del cielo, y de la piedra cortada con una navaja de
afeitar. Había algunos indios esclavos en Babilonia y en otras partes;
pero humanamente hablando, se podrá dudar que el ángel Rafael bajase
del cielo para conducir a pie al joven Tobías hacia la Hircania, para que
se le pagase algún dinero que le debían y para arrojar al diablo
Asmodeo con él humo del higado de un sollo.

Yo me guardaré muy bien de examinar aquí la novela de Herodoto, o la


de Jenofonte, concerniente a la vida y muerte de Ciro; pero notaré que
los parsis o persas pretendían haber tenido entre ellos, hacía seis mil
años, un antiguo Zerdust , un profeta, que les había enseñado a ser
justos y a reverenciar el sol, como los antiguos caldeos habían venerado
las estrellas observándolas.

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Yo me guardaré bien de afirmar que estos persas y estos caldeos fuesen
tan justos, y de fijar el tiempo en que vino su segundo Zerdust que
rectificó el culto del sol y de las estrellas. Él escribió o comentó, según
dicen, el libro de Zend , que los parsis dispersos hoy día en el Asia
veneran como la B iblia . Este libro es muy antiguo; pero lo es menos
que los de los chinos y los de los Brahmas; aun se cree más moderno
que los de Sanchoniaton y de los cinco Kings de los chinos: está escrito
en la antigua lengua sagrada de los caldeos, y M. Hyde que nos ha dado
una traduccion del Sadder nos hubiera procurado la de Zend si él
hubiera podido hacer los gastos de esta pesquisa. Yo me refiero al
menos al Sadder , al extracto del Zend, que es el catecismo de los
parsis. Veo que los parsis creían desde largo tiempo en un Dios, un
diablo, una resurrección, un paraíso y un infierno. Ellos son los
primeros sin contradicción que establecieron estas ideas: es el sistema
más antiguo y que no fue adoptado por las demás naciones sino después
de muchos siglos, pues que los fariseos entre los judíos no sostuvieron
altamente la inmortalidad del alma y el dogma de las penas y
recompensas después de la muerte, sino hacia el tiempo de los
Asmoneos.

Esto es, quizás, lo que hay de más importante en la antigua historia del
mundo: ved una religión útil, establecida sobre el dogma de la
inmortalidad del alma y sobre el conocimiento del ser criador. No
cesemos de observar por cuantos grados ha sido necesario que pasase
el espíritu humano para concebir un sistema semejante. Notemos
también que el bautismo (la inmersión en el agua para purificar el alma
lavándose el cuerpo) es uno de los preceptos del Zend . El origen de
todos los ritos ha venido quizás, de los persas y de los caldeos, hasta las
extremidades de la tierra.

Yo no examino aquí por qué los babilonios tuvieron dioses secundarios


reconociendo un Dios soberano. Este sistema o más bien este caos fue el
de todas las naciones. Exceptuando en los tribunales de la China, se
encuentra casi por todas partes la extrema locura, reunida a un poco de
sabiduría en las leyes, en los cultos y en los usos. El instinto, mas que la
razón, es el que conduce al género humano. En todas partes se adora la
divinidad, y en todas partes se la deshonra. Los persas reverenciaron
las estatuas desde que pudieron tener escultores: las ruinas de
Persépolis estaban llenas de estatuas y entre ellas se encontraban las
que representaban los símbolos de la inmortalidad; se ven cabezas con
alas que vuelan hacia el cielo, símbolo de la emigración de una vida
pasajera a la vida inmortal.

Pasemos a los usos puramente humanos. Yo me admiro que Herodoto


haya dicho delante toda la Grecia, en su libro primero, que todas las
mujeres de Babilonia estaban obligadas por la ley a prostituirse una vez
en su vida a los extranjeros, en el templo de Milita o Venus13 . Yo me
admiro aun más de que en todas las historias publicadas para la
instrucción de la juventud se renueve hoy día este cuento. Ciertamente
ésta debía ser una hermosa fiesta y una hermosa devoción, el ver llegar
los mercaderes de camellos, de caballos, de bueyes y de asnos, y verlos

28/151
apearse para acostarse delante del altar con las principales señoras de
la ciudad. En verdad ¿esta infamia puede tener lugar en el carácter de
un pueblo civilizado? ¿Es posible que los magistrados de una de las más
grandes ciudades del mando hayan establecido una policía semejante?
¿Que los maridos hayan consentido en prostituir sus mujeres? ¿Que
todos los padres hayan abandonado sus hijas a los palafreneros del
Asia? No es nunca cierto lo que es contra la naturaleza. Yo estaré más
dispuesto a creer a Dion Casio, que asegura que los graves senadores
de Roma propusieron un decreto por el cual César, de edad de cincuenta
y siete años, tendría el derecho de gozar de todas las mujeres que
gustase.

Aquellos que recopilando hoy día la historia antigua copian muchos


autores sin examinar ninguno, ¿no habrán podido reparar o que
Herodoto ha vendido fábulas ridículas, o más bien que su texto ha sido
corrompido, y que no ha querido hablar sino de cortesanas establecidas
en todas las grandes ciudades, que es posible que entonces esperasen a
los viajeros en los caminos?

Yo no daré mas crédito a Sixto Epírico que pretende que entre los
persas estaba ordenada la sodomía. ¡Qué piedad! ¡Cómo es posible
imaginar que los hombres hubiesen establecido una ley, que si hubiese
sido cumplida, hubiera destruido la raza humana!14 La sodomía al
contrario estaba expresamente prohibida en el libro del Zend , y esto se
ve en el compendio del Zend , el Sadder , en donde se dice: «Que no hay
más grande pecado.»15

Estrabón dice que los persas se casaban con sus madres, ¿pero quiénes
son sus garantes? Los dichos, las voces vagas. Esto puede nacer de un
epigrama de Cátulo:

Non ma gn us ex matre e t nato nasca t ur opor tet .

Todo mago debe nacer del incesto de una madre y de un hijo. Una tal ley
no es creíble, un epigrama no es una prueba. Si no se hubiesen
encontrado madres que quisiesen acostarse con sus hijos, no hubiera
pues habido sacerdotes en la Persia. La religión de los magos cuyo
grande objeto era la población debía más bien permitir a los padres el
unirse a sus hijas, que a las madres juntarse con sus hijos; pues un viejo
puede engendrar, y una vieja no tiene esta ventaja.

¿Cuántas tonterías hemos dicho sobre los turcos? Los romanos aun
decían muchas más sobre los persas.

En una palabra, siempre que leamos alguna historia, tengamos cuidado


con las fábulas.

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12. De la Siria.

Yo veo, por todos los monumentos que nos quedan, que el territorio que
se extiende desde Alejandreta o Scanderon, hasta cerca de Bagdad, fue
siempre llamado Siria; que el alfabeto de estos pueblos fue siempre
sirio; que fue allí en donde estuvieron las antiguas ciudades de Zabah,
Baalbek y Damasco, y después las de Antioquía, Seleuco y Palmira. Balk
era tan antigua, que los persas pretenden que su Bram o Abraham había
venido de Balk a su país. ¿En donde podría pues existir este poderoso
imperio de la Asiria del que tanto se nos ha hablado? Solamente en la
tierra de las fábulas.

Los galos tan pronto se extendían hasta el Rhin, tan pronto estuvieron
más reunidos. ¿Pero quién ha imaginado jamás el poner un vasto
imperio entre el Rhin y los galos? Que se hubiesen llamado asirios las
naciones vecinas del Éufrates, cuando se fueron extendiendo hacia
Damasco, y que se hubiesen llamado asirios los pueblos de la Siria,
cuando ellos se acercaron al Éufrates, es a lo que puede reducirse la
dificultad. Todas las naciones vecinas se han mezclado, todas han estado
en guerra y han cambiado de límites. Pero cuando se establecieron las
ciudades capitales, estas mismas marcaron y fijaron una diferencia
constante entre dos naciones. Así los babilonios, vencedores o vencidos,
fueron siempre diferentes de los pueblos de la Siria: los antiguos
caracteres de la lengua siria no fueron de modo alguno los de los
antiguos caldeos.

El culto, las supersticiones, las leyes buenas o malas y los usos extraños
no fueron los mismos. La diosa de Siria tan antigua no tenía ninguna
relación con el culto de los caldeos. Los magos caldeos, babilonios y
persas jamás se hicieron eunucos, como lo eran los sacerdotes de la
diosa de Siria. ¡Cosa estraña! Los sirios reverenciaban la figura de lo
que nosotros llamamos Príapo, y los sacerdotes se despojaban de su
virilidad!

Esta renuncia a la generación, ¿no prueba una grande antigüedad y una


población considerable? Es imposible que se hubiese querido atentar de
este modo contra la naturaleza, en un país en donde la especie humana
hubiese sido rara.

Los sacerdotes de la Cibeles en Frigia se hacían eunucos como los de


Siria. Lo repito ¿puede dudarse de que esto no fuese el efecto de la
antigua costumbre de sacrificar a los dioses lo que más se amaba, y de
no exponerse delante de los seres que se creían puros, a los accidentes
de lo que se creía impureza? ¿Puede uno admirarse, después de tales
sacrificios, del que se hacía de su prepucio en otros pueblos, y de la
amputación de un testículo en las naciones africanas? Las fábulas de
Atis y de Camlabo, no son sino fábulas, como la de Júpiter que hizo
eunuco a su padre Saturno. La superstición inventa usos ridículos, y el
espíritu fabuloso inventa razones absurdas.

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Lo que yo notaré aun sobre los antiguos sirios es que la ciudad que fue
después nombrada la ciudad santa, e Hiriápolis por los griegos, era
llamada por los sirios Magog. Esta palabra Ma g tiene una grande
relación con los antiguos magos, y parece común a todos aquellos que
en estos climas estaban consagrados al servicio de la divinidad. Cada
pueblo tuvo una ciudad santa. Nosotros sabemos que Tebas en Egipto
era la ciudad de Dios, Babilonia la ciudad de Dios, y que Apamea en
Frigia era también la ciudad de Dios.

Los hebreos, largo tiempo después, hablan de los pueblos de Gog y de


Magog; ellos podían entender por estos nombres los pueblos del
Éufrates y del Oronto: también podían entender los escitas que vinieron
a saquear el Asia antes que Ciro, y que desolaron la Fenicia: pero
importa muy poco el saber la idea que pasaba por la cabeza de un judío
cuando pronunciaba Magog o Gog.

En cuanto a lo demás yo no tengo duda en creer a los sirios mucho más


antiguos que a los egipcios, por la razón evidente de que los países más
fácilmente cultivables son necesariamente los primeros que se pueblan y
florecen.

13. De los fenicios y de Sanc h oniat h on.

Los fenicios se reunieron en cuerpo de pueblo tan antiguamente como


los otros habitantes de la Siria: pueden ser menos antiguos que los
caldeos, porque su país es menos fértil. Sidón, Tiro, Joppe, y Ascalón
son terrenos ingratos: el comercio marino ha sido siempre el último
recurso de los pueblos; se ha empezado por cultivar la tierra antes de
construir naves para ir a buscar nuevas tierras al otro lado de los
mares; pero los que están obligados a entregarse al comercio marítimo
consiguen luego esta industria, hija de la necesidad que no estimula a
las otras naciones. No se habla de ninguna empresa marítima de los
caldeos ni de los indios. Hasta los egipcios tenían horror a la mar: era
su Tifón, un ser malhechor y esto es lo que hace dudoso los
cuatrocientos navíos equipados por Sesostris para ir a conquistar la
India. Pero las empresas de los fenicios son positivas: Cartago y Cadiz
fundadas por ellos, la Inglaterra descubierta, su comercio en las Indias
por Eziongaber, sus manufacturas de telas preciosas y su arte de teñir
en púrpura, son testimonios de su habilidad, y esta habilidad hizo su
grandeza.

Los fenicios fueron en la antigüedad lo que los venecianos en el siglo


quince, y lo que han venido a ser después los holandeses, obligados a
enriquecerse por medio de su industria.

El comercio exigía necesariamente que se tuviesen registros que


ocupaban el lugar de los libros de cuentas, con señales fáciles y
durables para establecer estos registros. La opinión que hace a los

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fenicios los autores de la escritura alfabética, es pues muy verosímil. Yo
no aseguraré que ellos hayan inventado tales caracteres antes que los
caldeos; pero su alfabeto fue ciertamente el más completo y el más útil,
porque ellos pintaron las vocales que los caldeos no expresaban.

Yo no veo que los egipcios hayan nunca comunicado sus letras y su


lengua a ningún pueblo: al contrario, los fenicios transmitieron su
lengua y su alfabeto a los cartagineses que después los alteraron. De sus
letras se hicieron las de los griegos. ¡Qué perjuicio para la antigüedad
de los fenicios!

Sanchoniathon, fenicio, que escribió mucho tiempo antes de la guerra


de Troya la historia de las primeras edades, y de la cual Eusebio nos ha
conservado algunos fragmentos traducidos por Filón de Biblos;
Sanchoniathon, digo, nos hace saber que los fenicios tenían establecidos
de tiempo inmemorial los sacrificios a los elementos y a los vientos, lo
que conviene en efecto a un pueblo navegante. En su historia quiso
elevarse hasta el origen de las cosas, como todos los primeros
escritores, y tuyo la misma ambición que los autores del Zend y del
Veidam ; la misma tuvieron Manetón en Egipto y Hesíodo en Grecia.

No se podría dudar de la prodigiosa antigüedad del libro de


Sanchoniathon si fuera cierto, como Warburton lo pretende, que se han
leído sus primeros renglones en los misterios de Isis y de Ceres,
homenaje que los egipcios y los griegos no hubieran tributado a un
autor extranjero, si no hubiera sido considerado como uno de los
primeros manantiales de los conocimientos de los hombres.

Sanchoniathon no escribió cosa alguna de su idea: consultó todos los


archivos antiguos, y principalmente al sacerdote Jerombal. El nombre
de Sanchoniathon significa en el antiguo fenicio amante de la verdad.
Porfiro lo dice, Teodoreto y Bochart lo confiesan. La Fenicia se llamaba
el país de las letras, Kirjath Sepher. Guando los hebreos vinieron a
establecerse en este territorio, quemaron la ciudad de las letras, como
se ve en Josué y en los Jueces.

Jerombal, consultado por Sanchoniathon, era sacerdote del Dios


supremo que los fenicios llamaban Yod, Jehova, nombre tenido por
sagrado, y adoptado entre los egipcios y después entre los judíos. Se ve
por los fragmentos de este tan antiguo monumento, que Tiro existía
desde mucho tiempo aunque no hubiese aun llegado a ser una ciudad
opulenta.

Esta palabra El , que designaba a Dios entre los primeros fenicios, tiene
alguna relación con la palabra Alá de los árabes, y es probable que de
este monosílabo El , compusieron los griegos su Elios . Pero lo más
notable es que se encuentra entre los antiguos fenicios la palabra Eloa ,
Eloim , de la cual se sirvieron muy largo tiempo los hebreos cuando se
establecieron en Canaan.

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Los nombres de Eloa , Yoo , Adonai , que los judíos daban a Dios, los
tomaron precisamente de los fenicios, pues que los judíos hablaron
largo tiempo en Canaan la lengua fenicia.

Esta palabra Yoo , esta palabra inefable para los indios, y que ellos no
pronunciaban jamás, era tan común en el oriente, que Diodoro, en su
libro segundo, hablando de aquellos que fingían tener conversaciones
con los dioses, dice que Minos se alababa de haber comunicado con el
dios Zeus; Zamolxis con la diosa Vesta; y el judío Moisés con el dios Yoo,
etc.

Lo que sobre todo merece ser considerado, es que Sanckoniathon,


refiriendo la antigua cosmología de su país, habla primero de un caos,
de un aire tenebroso, Chautereb . La Erebe, la noche de Hesíodo esta
tomada de la palabra fenicia que se ha conservado entre los griegos.
Del caos, salió Mot , que siguifica la materia. ¿Luego quién arreglará la
materia? Este es Colpi Yoo , el espíritu de Dios, el viento de Dios. Fue a
la voz de Dios que nacieron los animales y los hombres.16

Es fácil de convencerse que esta cosmogonía es el origen de casi todas


las otras. Al pueblo más antiguo le imitan siempre los que siguen
después: estos aprenden su lengua, se apropian sus antigüedades y
siguen una parte de sus ritos. Yo sé cuan oscuros son todos los orígenes
caldeos, sirios, fenicios, egipcios y griegos. ¿Qué origen no es oscuro?
Nosotros no podemos tener conocimientos ciertos sobre la formación
del mundo, sino los que su supremo criador se ha dignado darnos él
mismo. Nosotros marchamos con seguridad hasta ciertos límites:
sabemos que Babilonia existía antes que Roma, que las ciudades de la
Siria eran poderosas antes que se hubiese conocido a Jerusalén, que
había reyes en Egipto antes que Jacob, antes que Abraham; sabemos
que las sociedades han sido las que se han establecido las últimas; pero
para saber precisamente cual fue el primer pueblo, es necesario una
revelación.

A lo menos es permitido el pesar las probabilidades y servimos de


nuestra razón en lo que no interese a los dogmas sagrados, superiores a
toda razón, y que sólo ceden a la moral.

Es muy positivo que los fenicios ocupaban su país mucho tiempo antes
que los hebreos se presentasen en él. ¿Pudieron los hebreos aprender la
lengua fenicia cuando se hallaban errantes, lejos de la Fenicia, en el
desierto, o en medio de algunas cuadrillas de árabes?

¿No es de la mayor verosimilitud, que un pueblo comerciante,


industrioso y sabio, establecido desde un tiempo inmemorial y que está
reputado por inventor de las letras, escribiese mucho antes que un
pueblo errante, nuevamente establecido en su vecindario, sin conocer
ninguna ciencia, sin ninguna industria, sin ningún comercio, y
subsistiendo únicamente de rapiñas?

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¿Puede seriamente negarse la antenticidad de los fragmentos de
Sanchoniathon conservados por Eusebio? ¿O puede imaginarse con el
sabio Huet, que Sanchoniathon lo saca todo de Moisés, cuando todos los
monumentos antiguos que conservamos nos manifiestan que
Sanchoniathon vivía antes que Moisés? Nosotros no decidimos cosa
alguna; es el lector ilustrado y juicioso el que debe decidir entre Huet y
Van-Dale, que lo ha refutado: nosotros buscamos la verdad y no la
disputa.

14. De los escitas y de los Gome rúas .

Dejemos a Gomer, casi a su salida del arca, ir a subyugar a las Galias y


poblarlas en pocos años. Dejemos ir a Túbal a España y a Magog al
norte de la Alemania mientras que los hijos de Cam hacían una
prodigiosa cantidad de hijos todos negros hacia la Guinea y el Congo.
Estas impertinencias insípidas se hallan en tantos libros que no merecen
la pena de hablar de ellas. Los niños empiezan por reírse de esto; pero,
¿por qué debilidad, o por qué malignidad secreta, o por qué afectación
de manifestar una elocuencia fuera de lugar, tantos historiadores han
hecho tan grandes elogios de los escitas que no conocen?

¿Por qué Quinto Curcio, hablando de los escitas que habitaban al norte
de la Sogdiana, al otro lado del Oxus (que equivoca con el Tanais que
está a quinientas leguas), por qué, digo, Quinto Curcio pone una arenga
filosófica en la boca de estos bárbaros? ¿Por qué supone que reprenden
a Alejandro la sed de conquistar? ¿Por qué les hace decir que Alejandro
es el más famoso ladrón de la tierra, cuando estos bárbaros habían
ejercitado el robo en toda el Asia mucho antes que él? ¿Por qué en fin
Quinto Curdo pinta estos escitas como los más justos de todos los
hombres? La razón es que, como él pone, como mal geógrafo, el Tanais
del lado del mar Caspio, habla del pretendido desinterés de los escitas
como un declamador.

Si Horacio, oponiendo las costumbres de los escitas a las de los


romanos, hace en versos armoniosos el panegírico de estos bárbaros; si
dice:

Campestres m e li u s s cyth æ ,

Quorum plaustr a vagas ri t e trahunt domos,

Viv u nt e t rigidi Ge t æ.

«Ved a los habitantes de la espantosa Escitia, viviendo sobre los carros:


ellos consumen su vida con más inocencia que el pueblo de Marte.»

34/151
Es porque Horacio habla como poeta un poco satírico, que tiene gusto
en alabar a los extranjeros a costa de su patria.

Es por la misma razón que Tácito no se causa de alabar a los bárbaros


germanos que saqueaban las Galias y que inmolaban los hombres a sus
abominables dioses. Tácito, Quinto Curcio y Horacio se parecen a los
pedagogos que para dar emulación a sus discípulos, prodigan elogios en
su presencia a los jóvenes extranjeros por groseros que sean.

Los escitas son los mismos bárbaros que después hemos llamado
tártaros: son los mismos que mucho tiempo antes de Alejandro habían
saqueado muchas veces el Asia, y que han sido los devastadores de una
gran parte del continente. Tan pronto bajo el nombre de mogoles como
de hunos, han sometido la China y la India, y tan pronto bajo el nombre
de turcos, han arrojado a los árabes que habían conquistado una parte
del Asia. Fue desde estos dilatados campos que partieron los hunos para
ir hasta Roma. He ahí los hombres desinteresados y justos de quienes
nuestros compiladores alaban aun hoy en día la equidad, cuando copian
a Quinto Curcio. De este modo nos cargan de historias antiguas, sin
elección y sin juicio; se leen poco más o menos con el mismo espíritu que
han sido hechas, y la cabeza se llena de errores.

Los rusos habitan actualmente la antigua Escitia enropea; ellos son los
que han procurado a la historia verdades asombrosas. Ha habido sobre
la tierra revoluciones que han pasmado la imaginación, y no ha habido
ninguna que satisfaga tanto al espíritu humano y que le haga tanto
honor. Se han visto conquistadores y devastaciones; pero un solo
hombre haber cambiado en el espacio de veinte años, las costumbres,
las leyes, y el espíritu del más vasto imperio de la tierra, haciendo que
todas las artes fuesen a la vez a hermosear los desiertos, esto es muy
admirable. Una mujer que no sabía ni leer ni escribir perfeccionó lo que
Pedro el Grande había empezado. Otra mujer (Isabel) aun extendió estos
nobles principios. Otra emperatriz aun ha ido más lejos que las dos de
que acaba de hablarse; su genio se ha comunicado a sus vasallos, y las
revoluciones de palacio no han retardado ni un momento los progresos
de la felicidad del imperio: se ha visto en medio siglo a la corte de
Escitia más ilustrada que lo fueron en ningún tiempo la Grecia y Roma.

Y lo que es más admirable, es que en 1770, en que escribimos, Catalina


persiguió en Europa y en Asia a los turcos fugitivos delante de sus
ejércitos, y les hizo temblar en Constantinopla. Sus soldados son tan
valientes como su corte civilizada, y sea cual fuese el resultado de esta
guerra, la posteridad debe admirar a la Tomiris del Norte. Ella merece
vengar la tierra de la tiranía turca.17

15. De la A rabia.

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Si se tiene curiosidad por los monumentos egipcios, no creo que deban
buscarse en la Arabia. La Meca dicen que fue edificada hacia el tiempo
de Abraham; pero está situada en un terreno tan arenoso y tan ingrato,
que no hay apariencia de que fuese fundada antes que las ciudades que
se elevaron cerca de los ríos en los países fértiles. Más de la mitad de la
Arabia es un vasto desierto, ya arenoso, ya pedregoso. Pero la Arabia
feliz ha merecido este nombre, porque estando rodeada de soledades y
de una mar tempestuosa, ha estado al abrigo de los ladrones llamados
conquistadores, hasta Mahoma, y aun entonces no fue sino la
compañera de sus victorias. Esta ventaja es bien superior a sus aromas,
a su incienso y a su canela, que es de una mediana calidad, y aun a su
café que actualmente hace su riqueza.

La Arabia desierta es un país miserable, habitado por algunos


amalecitas, moabitas y madianitas: país horrible que contiene hoy en día
nueve o diez mil árabes, ladrones errantes, que es todo lo que puede
mantener. En estos mismos desiertos es en donde se dice que dos
millones de hebreos estuvieron cuarenta años. Esta no es la verdadera
Arabia, y a este país le llaman frecuentamente desierto de la Siria.

La Arabia pétrea no saca este nombre sino del de Petra, pequeña


fortaleza a quien los árabes no dieron seguramente tal nombre, pero
que fue llamada así por los griegos hacia el tiempo de Alejandro. Esta
Arabia pétrea es muy pequeña y puede ser confundida, sin hacerle
ningún perjuicio, con la Arabia desierta. La una y la otra han sido
siempre habitadas por cuadrillas vagabundas, y fue cerca de esta
Arabia pétrea que se edificó la ciudad llamada por nosotros Jerusalén.

Por lo que corresponde a la dilatada parte llamada feliz, cerca de la


mitad de ella se compone también de desiertos, pero cuando uno se
interna algunas millas en las tierras, sea al oriente de Moka, sea al
oriente de La Meca, entonces se encuentra el país más agradable de la
Tierra. Es un verano continuo, el aire está perfumado por el olor de las
plantas aromáticas que la naturaleza hace crecer allí sin cultivo. Mil
riachuelos bajan de las montañas y entretienen una frescura perpetua
que atempera el calor del sol, bajo la sombra de los árboles siempre
verdes.

Principalmente es en este país donde la palabra jardín, paraíso, significa


favor celeste.

Los jardines de Sanáa hacia Adén fueron más famosos para los árabes,
que no lo fueron después los de Alcinoo para los griegos, y este Adén o
Edén se llamaba el lugar de las delicias. Aun se habla de un antiguo
Skedad cuyos jardines no eran menos celebrados. La sombra era la
felicidad de estos países muy cálidos.

El vasto país de Yemen es tan hermoso, sus puertos están tan felixmente
situados sobre el océano Índico, que se dice que Alejandro quiso
conquistar el Yemen para poner allí la silla de su imperio y establecer el
almacén general del comercio del mundo. Hubiera conservado el

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antiguo canal de los reyes de Egipto que unía el Nilo al mar Rojo, y
todos los tesoros de la India hubieran pasado de Adén o Edén a la
ciudad de Alejandría. Una empresa semejante no se parece a las fábulas
insípidas y absurdas de que está llena toda la historia antigua. Hubiera
sido necesario subyugar toda la Arabia, y si alguno podía hacerlo era
Alejandro, pero parece que no le temían absolutamente, pues ni aun le
enviaron diputados cuando él tenía bajo su poder el Egipto y la Persia.

Los árabes protegidos por sus desiertos y por su valor, jamás han
sufrido el yugo extranjero. Trajano sólo conquistó un poco de la Arabia
pétrea: aun hoy día los árabes desprecian el poder de los turcos. Este
gran pueblo siempre ha sido tan libre como los escitas y más civilizado
que ellos.

Es necesario no confundir los antiguos árabes con las bandadas que se


creen descendientes de Ismael. Los ismaelitas o agarenos, o aquellos
que se llamaban hijos de Cethura eran tribus extranjeras que no
pusieron nunca el pie en la Arabia feliz. Sus cuadrillas se hallaban
errantes en la Arabia pétrea hacia el país de Madián: después se
mezclaron con los verdaderos árabes en el tiempo de Mahoma,y
entonces fue cuando estas bandadas abrazaron su religión.

Los pueblos de la Arabia propiamente llamada así, eran


verdaderamente indígenas; es decir que de tiempo inmemorial
habitaban este hermoso país, sin mezcla de ninguna otra nación, sin
haber sido jamás conquistados, ni haber sido conquistadores. Su
religión era la más natural y la más sencilla de todas. Era el culto de un
Dios, y la veneración por las estrellas, que bajo un cielo tan hermoso y
puro parecían anunciar la grandeza de un Dios con más magnificencia
que el resto de la naturaleza. Miraban a los planetas como mediadores
entre Dios y los hombres; esta religión la tuvieron hasta el tiempo de
Mahoma. Creo muy bien que tuvieron muchas supersticiones pues que
eran hombres; pero separados del resto del mundo por mares y por
desiertos, poseedores de un país delicioso, y hallándose superiores a
toda necesidad y a todo temor, debieron ser menos malos y menos
supersticiosos que las demás naciones.

Jamás se les ha visto invadir el bien de sus vecinos como bestias


carniceras hambrientas, ni desollar a los débiles pretextando las
órdenes de la divinidad, ni hacer la corte a los poderosos, adulándolos
por medio de falsos oráculos: sus supersticiones no fueron ni absurdas
ni bárbaras.

No se habla de ellos en nuestras historias universales, fabricadas en


nuestro occidente: lo creo muy bien, porque no tienen ninguna relación
con la pequeña nación judía que se ha hecho el objeto y el fundamento
de nuestras pretendidas historias universales, en las cuales un cierto
número de autores, copiándose los unos a los otros, olvidan las tres
cuartas partes de la tierra.

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16. De Bram, Abram, Abraham.

Parece que este nombre Bram, Brahma, Abram, Ibraim era uno de los
nombres más comunes a los antiguos pueblos del Asia. Los indios que
nosotros creemos ser una de las primeras naciones, hacen de su
Brahma un hijo de Dios que enseña a los Brahmas el modo de adorarlei
Este nombre fue venerado de unos a otros. Los árabes, los caldeos y los
persas se lo apropiaron, y los judíos lo miraron como uno de sus
patriarcas. Los árabes que traficaban con los indios fueron
probablemente los primeros que tuvieron algunas ideas confusas de
Brahma, que ellos llamaro Abrama, y de quien, seguidamente, se
vanagloriaron sus descendientes.

Los caldeos lo adoptaron como un legislador. Los persas llamaban a su


antigua religión Milia t Ibraim , o Abraham, era de la Bactriana, y había
vivido cerca de la ciudad de Balk; reverenciaban en él un profeta de la
antigua religión de Zoroastro. Seguramente no pertenece sino a los
hebreos, porque ellos le reconocen por su padre en sus libros, sagrados.

Algunos sabios han creído que este nombre era indio, porque los
sacerdotes, indios se llamaban brahmas o brachmanes, y porque, varias
de sus instituciones sagradas tienen una relación muy aproximada a
este nombre, en lugar de que entre los Asiáticos occidentales, no se ve
ningún establecimiento cuyo nombre derive de Abram o Abraham.
Ninguna sociedad se ha llamado Abrámica, ningún rito, ninguna
ceremonia ha tenido este nombre; pero puesto que los libros judíos
dicen que Abraham es la raíz o estirpe de los hebreos, es necesario
creer sin dificultad a estos judíos, que sin embargo de ser detestables
para nosotros, son no obstante mirados como nuestros precursores, y
nuestros señores.

El A lc or á n cita, tocante a Abraham, las antiguas historias árabes,


pero habla muy poco de esto: se pretende que este Abraham fue el
fundador de La Meca.

Los judíos le hacen venir de Caldea y no de la India, o de la Bractriana;


ellos eran vecinos de la Caldea, y les eran desconocidas la Lidia y la
Bactriana. Abraham era un extranjero para todos estos pueblos, y
siendo la Caldea un país muy famoso para las ciencias y artes desde
mucho tiempo, era un honor, hablando humanamente, para una nación
mezquina y bárbara, encerrada en la Palestina, el contar un antiguo
sabio, reputado caldeo, en el número de sus antepasados.

Si es permitido, el examinar la parte histórica de los libros judíos, por


las mismas reglas que nos dirigen en la critica de otras historias, es
necesario convenir con todos los comentadores que el Pentateuco
estaría sujeto a algunas dificultades si se hallase en otra historia.

El Génesis , después de haber referido la muerte de Tharé, dice que


Abraham, su hijo, salió de Aran de edad de setenta y cinco años, y es

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natural el creer que no dejó su país hasta después de la muerte de su
padre.

Pero el Génesis dice que habiéndolo engendrado Tharé a la edad de


setenta años, vivió hasta la de doscientos y cinco, y así Abraham
hubiera tenido ciento y treinta y cinco años cuando dejó la Caldea.
Parece extraño que a esta edad hubiese abandonado el fértil país de la
Mesopotamia, para ir a trescientas millas de, allí al territorio estéril y
pedregoso de Sichem, que no era un punto de comercio. De Sichem se le
hace ir a comprar trigo a Menfis, distante cerca de seiscientas millas, y
desde luego que llega, el rey se enamora de su mujer de setenta y cinco
años.

Yo no me introduzco en lo que esta historia tiene de divino, y sólo trato


siempre de averiguar la antigüedad. Se ha dicho que Abraham recibió
grandes presentes del rey de Egipto.18 Este país era desde entonces un
poderoso estado; la monarquía estaba establecida, las artes estaban
pues cultivadas: el río habla sido sujetado a sus límites y se habían
abierta canales por todas partes para recibir las inundaciones, sin lo
cual aquel país no hubiera sido habitable.

Ahora pues, pregunto a todo hombre sensato si ¿no hubieran sido


necesarios siglos para establecer un imperio semejante, en un país largo
tiempo inaccesible y devastado por las aguas mismas que lo
fertilizaban? Abraham, según el Génesis , llegó a Egipto dos mil años
antes de nuestra era vulgar. Es necesario pues perdonar a los Manetons,
a los Herodotos, a los Diodoros, a los Eratóstenes, y a muchos otros, la
prodigiosa antigüedad que todos ellos conceden al reino de Egipto, y
esta antigüedad debe ser muy moderna en comparación de la de los
caldeos y de los sirios.

Que sea permitido el observar un rasgo de la historia de Abraham. Está


representado a su salida de Egipto como un pastor errante entre el
monte Carmelo y el lago Asfáltide: este es el desierto más árido de la
Arabia pétrea; todo el territorio es betuminoso, el agua es muy escasa, y
la poca que se encuentra es menos potable que la de la mar. Conduce
allí sus tiendas con trescientos dieciocho criados, y su sobrino Lot está
establecido en la ciudad o lugar de Sodoma. Un rey de Babilonia, un rey
de Persia, un rey del Puente, y un rey de varias otras naciones se unen
para hacer la guerra a Sodoma y a los cuatro pueblos vecinos. Se hacen
dueños de todos, igualmente que de Sodoma; Lot queda prisionero suyo.
No es fácil comprender cómo se reunieron cuatro grandes reyes
poderosos para atacar una cuadrilla de árabes, en un rincón de la tierra
tan inculto y solitario, ni como Abraham deshizo tan poderosos
monarcas con trescientos criados, y los persiguió hasta mas allá de
Damasco. Algunos traductores han escrito Dan por Damasco, pero Dan
no existía en tiempo de Moisés, y aun menos en tiempo de Abraham.
Desde la extremidad del lago Asfáltide, en donde estaba Sodoma
situada, hasta Damasco, hay más de trescientas millas de camino. Todo
esto es superior a lo que nosotros podemos comprender: todo es
milagroso en la historia de los hebreos. Nosotros ya lo hemos dicho y

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aun lo repetimos, que creemos todos estos prodigios y todos los demás
sin ningún examen.

17. De la India

Si es permitido el formar conjeturas, los indios hacia el Ganges son


quizá los hombres más antiguamente reunidos en cuerpo de pueblo. Es
cierto que el terreno en el que los animales encuentran los pastos más
fácilmente está cubierto bien pronto de la especie que puede mantener;
pues bien, no hay ningún país en el mundo en el que la especie humana
tenga bajo su mano los alimentos más sanos, más agradables y en más
gran abundancia que hacia el Ganges. El arroz crece allí sin cultivo; el
coco, la palma y la higuera presentan por todas partes frutos deliciosos;
el naranjo y el limonero dan también bebidas refrigerantes y sirven de
mantenimiento; las cañas de azúcar están abundantísimas, y los
palmeros e higueras de grandes hojas procuran sombras espesas. En
aquel clima no hay necesidad de desollar los rebaños para resguardar a
los niños del rigor de la estación; aun hoy en día se crían desnudos
hasta la edad de la pubertad; jamás ha sido necesario exponer la vida
atacando a los animales a fin de mantenerse con sus miembros
destrozados, como ha sucedido en casi todos los demás países.

Los hombres se habrán reunido por sí mismos en sociedad bajo un clima


tan dichoso; no se habrá disputado un terreno árido para establecer
ganados flacos, y no se habrá hecho la guerra por un pozo, o por una
fuente como han hecho los bárbaros en la Arabia pétrea.

Los brahmas se lisonjean de poseer los monumentos más antiguos que


existen sobre la tierra. Las singularidades que el emperador de la China
Cam-hi tenía en su palacio eran de la India: hacía ver a los misioneros
matemáticos antiguas monedas indias acuñadas, muy anteriores a las
monedas de cobre de los emperadores chinos, y es muy probable que los
reyes de Persia aprendiesen de los indios el arte monetario.

Los griegos, antes de Pitágoras, viajaban en la India para instruirse. Los


signos de los siete planetas y de los siete metales son aun en casi toda la
tierra los que inventaron los indios: los árabes estuvieron obligados a
tomar sus números. El juego que hace más honor al entendimiento
humano nos viene, sin disputa, de la India; los elefantes, a los cuales
nosotros hemos substituido con las torres, sirven de prueba: era muy
natural que los indios hiciesen marchar a los elefantes, pero no lo es el
que anden las torres.

En fin, los pueblos más antiguamente conocidos, los persas, los fenicios,
los árabes y los egipcios, fueron desde tiempo inmemorial a traficar a
Indias para traer las especerías que la naturaleza no cría sino en
aquellos climas, y los indios jamás fueron a buscar cosa alguna de las
otras naciones.

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Se nos habla de un Baco, que vino según dicen de Egipto, o de un país
del Asia occidental, para conquistar la India. Este Baco sea quien fuere,
sabía que había a la extremidad de nuestro continente una nación que
valía más que la suya. La necesidad hizo los primeros ladrones: ellos no
invadieron la India sino porque era rica, y seguramente el pueblo rico
está civilizado e instruido mucho tiempo antes que un pueblo dispuesto
al pillaje.

Lo que más me admira de la India es aquella antigua opinión sobre la


transmigración de las almas, que con el tiempo se extendió hasta la
China y en la Europa. Esto no prueba que los indios supiesen lo que era
una alma; pero ellos imaginaron que este principio, sea aéreo, sea
ígneo, iba sucesivamente a animar otros cuerpos. Examinemos con
atención lo que este sistema filosófico influye en las costumbres. Sirve
de un grande freno para los malvados el temor de ser condenados por
Visna y por Brahma a ser convertido en uno de los más viles y
desgraciados animales: nosotros veremos luego que todos los grandes
pueblos tenían una idea de la otra vida, aun que con diferentes nociones.
Yo apenas veo entre los antiguos imperios sino los chinos, que no
hubiesen establecido la doctrina de la inmortalidad del alma. Sus
primeros legisladores no promulgaron sino leyes morales: ellos
creyeron que bastaba exhortar a los hombres a la práctica de las
virtudes, y obligarles a seguirlas por medio de una severa policía.

Los indios tuvieron un freno más, abrazando la doctrina de la


metempsícosis; el temor de matar a su padre o su madre matando a los
hombres y a los animales, les inspiró horror por toda muerte y por toda
violencia, y esto formó en ellos una segunda naturaleza. Así pues, todas
las familias que no se aliaron ni con los árabes, ni con los tártaros, son
aun hoy en día los más apacibles de todos los hombres. Su religión y su
clima hicieron a estos pueblos enteramente semejantes a los animales
pacíficos, que nosotros criamos en nuestras cabañas y palomares para
degollarlos a nuestro gusto. Todas las naciones feroces que vinieron del
Cáucaso, del Tauro y del Ymato, para subyugar a los habitantes de las
orillas del Indo, del Idaspo y del Ganges, los sujetaron con solo
presentarse.

Esto es lo que sucedería ahora a los cristianos primitivos llamados


cuáqueros, tan pacíficos como los indios, serían devorados por otras
naciones si no estuviesen protegidos por sus belicosos compatriotas. La
religión cristiana que sólo estos primitivos siguen a la letra, es tan
enemiga de la sangre como la pitagórica; pero los pueblos cristianos
jamás han observado su religión, y las antiguas castas indias siempre
han practicado la suya. He ahí porque el sistema pitagórico es la sola
religión del mundo que haya tenido como sentimiento de piedad filial y
amor religioso, el horror de dar la muerte.

La transmigración de las almas es un sistema tan sencillo, y aun tan


verosímil a los ojos de los pueblos ignorantes, es tan fácil de creer que
lo que anima a un hombre puede en seguida animar a otro, que todos
aquellos que adoptaron esta religión, creyeron ver las almas de sus

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parientes en todos los hombres que los rodeaban. Todos se creyeron
hermanos, padres, madres, hijos, los unos de los otros, y esta idea
inspiraba necesariamente una caridad universal; se temía dañar a un
ser que fuese individuo de la familia: en una palabra, la antigua religión
de la India y la de los letrados de la China, son las solas en las cuales los
hombres no han sido bárbaros. ¿Cómo habrá podido suceder que
después, estos mismos hombres que se hacían un crimen de degollar a
un animal, permitiesen que sus mujeres se quemasen sobre los cuerpos
de sus maridos, por la vana esperanza de renacer en cuerpos más
hermosos y más dichosos? Es porque el fanatismo y las contradicciones
son el patrimonio del género humano.

Sobre todo, es necesario considerar que la abstinencia de la carne de


los animales es una consecuencia de la 'naturaleza del clima. El calor
extremo y la humedad pudren muy pronto las carnes, que son allí de mal
mantenimiento: los licores fuertes también estáu privados por la
naturaleza, que exige en la India bebidas refrigerantes. La
metempsicosis pasó ciertamente a nuestras naciones septentrionales: los
Celtas creyeron que renacían en otros cuerpos; pero si los druidas
hubieran añadido a esta doctrina la privacion de las carnes, no hubieran
sido obedecidos.

No conocemos casi ninguno de los antiguos ritos de los brahmas


conservados hasta nuestros días: ellos veían muy poco los libros de Ha n
scr it , que aun conservan en la antigua lengua sagrada: su Veida m , su
Shasta , han sido tan largo tiempo desconocidos, como el Ze n d de los
persas, y los cinco K ings de los chinos. No hay apenas sino ciento y
veinte años que los Europeos tuvieron las primeras nociones de los
cinco K ings , y el Zend no ha sido visto sino por el célebre doctor Hyde,
que no tuvo con qué comprarlo ni pagar al intérprete, y por el mercader
Chardin, que no quiso pagar por él lo que le pedían. Nosotros no
tuvimos sino este extracto del Zend , o este Sadder , del que ya he
hablado.

Una casualidad más dichosa ha procurado a la biblioteca de París un


antiguo libro de los brahmas; el Ezur-Veidam escrito antes de la
expedición de Alejandro en la India, con un ritual de todas las antiguas
ceremonias de los bracmanes, intitulado el Cormo-Veidam ; este
manuscrito, traducido por un brahma, no es a la verdad el mismo
Veidam , pero es un resumen de las opiniones y de los ritos contenidos
en esta ley. Nosotros tenemos hace muy pocos años el Shasta , y lo
debemos a los cuidados y a la erudición de M. Holvell que estuvo mucho
tiempo entre los brahmas. El Shasta es quince años más moderno que el
Veidam según el cálculo de este sabio inglés.19 No podemos pues
lisonjearnos de poseer actualmente ningún otro conocimiento de los
antiguos escritos que se hallen en el mundo.

Es necesario perder la esperanza de tener jamás cosa alguna de los


egipcios; sus libros están perdidos; su religión está aniquilada, no
entienden ya su antigua lengua vulgar, y aun menos la sagrada. Así
pues, lo que estaba más cerca de nosotros, lo que era más fácil de

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conservar depositado en bibliotecas inmensas, ha perecido para
siempre, y nosotros hemos hallado al fin del mundo monumentos no
menos auténticos, y que no debíamos esperar el descubrirlos.

No se puede dudar de la verdad, sobre la autenticidad de este ritual de


los bracmanes de que acabo de hablar. El autor seguramente no lisonjea
su secta, no trata de disfrazar las supersticiones, ni de darles
verosimilitud por medio de explicaciones forzadas, ni de hacerlas
perdonables valiéndose de alegorías. Él da cuenta de las leyes las más
extravagantes con la sencillez de la mejor buena fe: se ve allí al espíritu
humano en la plenitud de su miseria. Si los brahmas observasen todas
las leyes de su Veidam , no habría allí ningún religioso que quisiese
sujetarse a este estado. Apenas ha nacido el hijo de un brahma cuando
ya es esclavo de las ceremonias. Se frota su lengua con pez empapada
en harina; se pronuncia la palabra oum ; se invocan veinte divinidades
subalternas antes de cortarle el ombligo; también se le dice vivid para
mandar a los hombres , y desde luego que puede hablar se le hace
conocer la dignidad de su rango. En efecto, los bracmanes fueron largo
tiempo soberanos en la India, y la teocracia se estableció en aquel vasto
territorio con más fuerza que en ningún otro país del mundo.

Muy pronto se pone al niño a la luna, se ruega al ser supremo que borre
los pecados que puede haber cometido, aunque no tenga mas de ocho
días de nacido, se cantan antífonas al fuego, y se da al niño, con cien
ceremonias, el nombre de Chormo., que es el título de honor de los
brahmas.

Así que el niño puede andar, pasa su vida en bañarse y en rezar


oraciones: hace el sacrificio de los muertos, y este sacrificio está
instituido para que Brama dé a las almas de los abuelos del niño una
morada agradable es otros cuerpos.

Se dirigen oraciones a los cinco vientos que pueden salir por las cinco
aberturas del cuerpo humano. Esto no es más extraño que las oraciones
dirigidas al dios Pedo por las viejas de Roma.

Ninguna función de la naturaleza, ninguna acción está sin oraciones


entre los brahmas. La primera vez que se afeita la cabeza del niño, el
padre dice a la navaja muy devotamente: Navaja, afeita a mi hijo come
has afeitado al sol y al dios Yndro. Habrá podido suceder, según esto,
que el dios Yndro haya sido afeitado alguna vez; pero por lo que toca al
sol, esto no es fácil de comprender, a menos que los brahmas no hayan
tenido entre ellos a nuestro Apolo que aun representamos sin barbas.

La relación de todas estas ceremonias seria tan enfadosa, como son


ridículas a nuestro parecer, y en su ceguedad ellos dicen otro tanto de
las nuestras; pero hay entre ellos un misterio que no puede pasarse en
silencio; es el Matricha Machom . Por este misterio se recibe un nuevo
ser, una uneva vida.

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El alma se supone que está en el pecho, y en efecto este es el parecer de
casi toda la antigüedad. Se pasa la mano del pecho a la cabeza,
apoyando sobre el nervio que va de uno de estos órganos al otro y se
conduce así el alma al cerebro. Cuando se está seguro que el alma ha
subido, entonces el joven exclama que su alma y su cuerpo están
reunidos al ser supremo, y dice: Soy, yo mismo, una parte de la
divinidad.

Esta opinión ha sido la de los más respetables filósofos de la Grecia, de


aquellos estoicos que han elevado la naturaleza humana a ungrado
superior a ella misma, y la de los divinos Antoninos, y es necesario
confesar que ninguna cosa es más capaz de inspirar grandes virtudes.
Creerse una parte de la divinidad, es imponerse la ley de no hacer cosa
alguna que no sea digna de Dios mismo.

Se encuentra en esta ley de los Bracmanes diez mandamientos, que son


diez pecados que deben evitarse: estos pecados están divididos en tres
especies, los pecados del cuerpo, los de la palabra y los de la voluntad.
Pegar, matar a su prójimo, robarle, violar las mujeres, son pecados del
cuerpo; disimular, mentir, injuriar, son los pecados de la palabra; y los
de la voluntad consisten en desear mal, en ver con envidia el bien de los
otros, y el no resentirse de las miserias de los demás. Estos diez
mandamientos hacen perdonar todos los ritos ridículos. Se ve
evidentemente que la moral es la misma en todas las naciones
civilizadas, mientras que los usos los más consagrados por un pueblo,
parecen a los demás o extravagantes u odiosos. Los ritos que se hallan
establecidos dividen hoy en día al género humano, y la moral lo reúne.

La superstición no impidió jamás a los bracmanes el que reconociesen


un Dios único. Estrabón, en su libro quince dice que adoran a un Dios
supremo, que guardan silencio muchos años, antes de atreverse a
hablar, que son sombríos, castos y temperantes, que viven como justos y
que mueren sin pesar. Este es el testimonio que les dan Santo Tomas de
Alejandría, Apuleo, Porfiro, Pallada y San Ambrosio. No olvidemos
sobre todo que tuvieron un paraíso, y que los hombres que abusaron de
los beneficios de Dios fueron arrojados de este paraíso.

La caída del hombre degenerado es el fundamento de la teología de tasi


todas las naciones. La inclinación natural del hombre en quejarse de lo
presente y en elogiar lo pasado, ha hecho imaginar en todas partes una
especie de edad de oro a la cual han sucedido los siglos de hierro. Lo
que es aun más singular, es que el Veidam de los antiguos bracmanes
enseña que el primer hombre fue Adimo, y la primera mujer Procretia.
En la India Adimo significaba Señor y Procretia quería decir la vida, así
como Eva entre los fenicios, y aun entre los hebreos sus imitadores,
significaba también la vida o la serpiente. Esta conformidad merece una
grande atención.

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18. De la China.

¿Nos atreveremos a hablar de los chinos sin referirnos a sus propios


anales? Están confirmados por el testimonio unánime de nuestros
viajeros de diferentes sectas, dominicos, jesuitas, luteranos, calvinistas,
anglicanos, todos interesados en contradecirse. Es evidente que el
imperio de la China estaba formado hace más de cuatro mil años. Este
pueblo antiguo jamás oyó hablar de ninguna de las revoluciones físicas,
de las inundaciones y de los incendios, que la débil memoria ha
conservado y alterado en las fábulas del diluvio de De u calion y de la
caída de Faetonte. El clima de la China se había preservado de estos
azotes como lo estuvo siempre de la verdadera peste, que tantas veces
ha desolado el África, el Asia, y la Europa.

Si hay algunos anales que tengan un carácter de certeza, son los de los
chinos, que han unido, como se ha dicho ya en otra parte, la historia del
cielo a la de la tierra. Es el solo pueblo que constantemente ha marcado
sus épocas por los eclipses y por las conjunciones de los planetas, y
nuestros astrónomos que han examinado sus cálculos han quedado
admirados de haberlos encontrado exactos casi todos. Las otras
naciones inventaron fábulas alegóricas, y los chinos escribieron su
historia con la pluma, y el astrolabio en la mano., y con una sencillez de
que no hay ejemplo en el resto del Asia.

Cada reinado de sus emperadores ha sido escrito por sus


contemporáneos; no se nota ningún modo diferente de contar entre
ellos, ningunas cronologías contradictorias. Nuestros viajeros
misioneros, refieren con candor que cuando ellos hablaron al sabio
emperador Cam-hi de las variaciones considerables de la cronología de
la Vulgata, de los setenta, y de los samaritanos, Cam-hi les respondió:
¿E s posible q ue los libros en que vosotros creéis se contradigan?

Los chinos escribían sobre tablillas ligeras que sacaban de sus gruesas
cañas, cuando las caldeos no escribían sino sobre ladrillos groseros:
aun conservan sus antiguas tablillas que han sabido resguardar de la
podredumbre por medio de sus barnices: quizás son estos los
monumentos más antiguos del mundo. No existe entre ellos ninguna
historia antes de la de sus emperadores, ni ninguna ficción, ningún
prodigio, ningún hombre inspirado que se diga semi-Dios, como entre
los egipcios y los griegos: así que este pueblo escribió lo hizo
razonablemente.

Difiere principalmente de las otras naciones en cuanto su historia no


hace mención ninguna de un colegio de sacerdotes que haya influido
nunca sobre las leyes. Los chinos no ascienden hasta los tiempos
salvajes en los que los hombres tuvieron necesidad de que se les
engañase para conducirlos. Otros pueblos empezaron su historia por el
origen del mundo: el Zend de los persas, el Chasta y el Veidam de los
indios, Sanchoniathon, Manethon, en fin hasta Hesíodo, todos suben al

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origen de las cosas y a la formación del universo. Los chinos no han
caído en esta locura; su historia es la del tiempo histórico.

Sobre esto debe principalmente apurarse nuestro grande principio de


que una nación cuyas primeras crónicas confirman la existencia de un
vasto imperio, poderoso y sabio, debe haber estado reunida en cuerpo
de pueblo durante siglos anteriores. Ved este pueblo que después de más
de cuatro mil años ha escrito diariamente sus anales. Lo repito ¿no es
una demencia el no ver que para ejercitar todas las artes que exigen la
sociedad de los hombres, y para llegar no tan solamente a escribir, sino
hasta el punto de escribir bien, ha sido necesario más tiempo que el que
ha durado el imperio chino, no contando sino desde el emperador Fo-ha
hasta nuestros días? No hay ningún letrado chino, que dude que los
cinco kings no haya sido escritos dos mil y trescientos años antes de
nuestra era vulgar. Este monumento precede pues en trescientos años a
las primeras observaciones de los babilonios enviadas a Grecia por
Calisteno. De buena fe, ¿es cosa propia de los letrados de París el
disputar la antigüedad de un libro chino, mirado como auténtico por
todos los tribunales de la China? 20

Los primeros rudimentos son generalmente más lentos entre los


hombres que los grandes progresos. Acordémonos siempre que casi
nadie sabía escribir, hace quinientos años, ni en el norte, ni en la
Alemania, ni entre nosotros mismos. Esas tarjas de que se sirven aun
hoy día los panaderos, eran nuestros jeroglíficos y nuestros libros de
cuentas. No había otra aritmética para recoger los impuestos, y la
palabra misma lo comprueba todavía en nuestros campos. Nuestras
costumbres caprichosas, que no se han empezado a recopilar por
escrito sino de cuatrocientos cincuenta años a esta parte, nos enseñan
cuán raro era entonces el arte de escribir. No hay ningún pueblo en
Europa que no haya hecho últimamente más progresos durante medio
siglo, que los que había hecho desde las invasiones de los bárbaros
hasta el siglo catorce.

Yo no examinaré aquí por qué los chinos instruidos en el conocimiento y


en la práctica de todo lo que es útil a la sociedad, no han adelantado en
las ciencias hasta el punto en que nosotros lo estamos hoy en día. Son
tan malos físicos como nosotros lo eramos doscientos años hace, y
como lo eran los griegos y los romanos; pero han perfeccionado la
moral que es la primera de las ciencias.

Su vasto y populoso imperio estaba ya gobernado como una familia de


la cual el monarca era el padre, y que miraba como hermanos mayores
cuarenta tribunales de legislación, cuando nosotros nos hallábamos
errantes en pequeño número en el bosque de las Ardenas.

Su religión era sencilla, sabia, augusta, libre de toda superstición y de


toda barbarie, cuando nosotros no teníamos aun ni los Teutales, a
quienes los druidas sacrificaban los hijos de nuestras antepasados en
grandes canastas de mimbres.

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Los emperadores de la China ofrecían ellos mismos dos veces al año al
Dios del universo, o Chang-ti, o Tien, o principio de todas las cosas, las
primicias de las cosechas ¿pero de qué cosechas? De lo que ellos hablan
sembrado con sus propias manos. Esta costumbre se ha sostenido,
durante cuarenta siglos, en medio de las revoluciones y de las más
horribles calamidades.

La religión de los emperadores y de los tribunales, jamás estuvo


deshonrada por los impostores; jamás estuvo turbada por las contiendas
del sacerdocio y del imperio; jamás se vio cargada de innovaciones
absurdas que se combaten las unas a las otras, y cuya demencia ha
puesto al fin el puñal en las manos de los fanáticos conducidos por los
facciosos. Sobre esto son superiores los chinos a todas las naciones del
universo.

Su Confulzé, a quien nosotros llamamos Confucio, no imaginó ni


opiniones nuevas, ni ritos nuevos: no hizo el papel de inspirado ni de
profeta: era un sabio magistrado que enseñaba las leyes. Nosotros
decimos alguna vez, y muy fuera de propósito, la religión de Confucio:
no había otra que la de los emperadores y de todos los tribunales,
ninguna otra que la de los primeros sabios. Él recomienda la virtud y no
predica ningún misterio. Dice en su primer libro que para aprender a
gobernar es necesario corregirse continuamente. En el segundo prueba
que Dios ha grabado por sí mismo la virtud en el corazón del hombre,
que el hombre no ha nacido malo, pero que viene a serlo por su culpa.
El tercero es un compendio de máximas puras en donde no hallaréis
nada bajo, ni ninguna alegoría ridicula. Tuvo cinco mil discípulos y pudo
ponerse a la cabeza de un partido poderoso; pero quiso más bien
instruir a los hombres que gobernarlos.

Se ha hablado con fuerza en el Ensayo sobre los costumbres etc., contra


la temeridad que hemos tenido en el extremo del occidente de querer
juzgar aquella corte oriental, y de atribuirle el ateísmo. ¿Por qué furor,
en efecto, algunos de entre nosotros han podido llamar ateo a un
imperio cuyas leyes están todas fundadas sobre el conocimiento de un
ser supremo, remunerador y vengador? Las inscripciones de sus
templos, cuyas copias auténticas tenemos, son21 : «Al primer principio,
sin principio ni fin. Él lo ha hecho todo, él lo gobierna todo. Él es
infinitamente bueno, infinitamente justo; él alumbra, sostiene y arregla
toda la naturaleza.»

Se ha tachado en Europa a los jesuitas de que no gustaban el lisonjear a


los ateos de la China. Un francés llamado Maigrot, nombrado por el
papa obispo in partibus de Conoa en la China, fue enviado allí por el
mismo papa para juzgar la causa. Este Maigrot no entendía ni una
palabra de la lengua china, y sin embargo, trató a Confucio de ateo por
estas palabras de este grande hombre: «El cielo me ha dado la virtud, el
hombre no puede dañarme.» El más grande de nuestros santos no ha
sentado una máxima más celeste. Si Confucio era ateo, Catón y el
canciller del Hospital lo eran igualmente.

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Repitamos aquí, para avergonzar a la calumnia, que los mismos
hombres que sostenían contra Bayle que una sociedad de ateos no podía
existir, establecían al mismo tiempo que el más antiguo gobierno de la
tierra era una sociedad de ateos. No podemos avergonzarnos
demasiado de nuestras contradicciones.

Repitamos también que los letrados chinos, adoradores de un solo Dios,


abandonaron al pueblo a las supersticiones de los bonzos. Recibieron la
fiesta de Laokium, la de Fo y varias otras. Los magistrados conocieron
que el pueblo podía tener religiones distintas de la del Estado, porque
tiene una naturaleza más grosera, y toleraron los bonzos y los
contuvieron. Casi en todas las demás partes, aquellos que hacían el
oficio de bonzos tenían la autoridad principal.

Es cierto que las leyes de la China no hablan absolutamente de penas y


de recompensas después de la muerte: ellos no han querido asegurar lo
que no sabían. Esta diferencia de los chinos a todos los grandes pueblos
civilizados es admirable. La doctrina del infierno era útil y el gobierno
chino jamás la ha admitido. Se contentaron con exhortar a los hombres
a que venerasen el cielo y fuesen justos: creyeron que una policía
exacta, siempre en ejercicio, haría mas efecto que las opiniones que
pueden ser combatidas, y que se temerá más una ley siempre presente,
que otra que está por venir. Hablaremos a su tiempo de otro pueblo no
tan considerable, que tuvo poco más o menos la misma idea, pero que
fue conducido por caminos desconocidos a los otros hombres.

Resumamos aquí solamente que el imperio chino subsistía con esplendor


cuando los caldeos empezaban el curso de sus mil novecientos años de
observaciones astronómicas, enviadas a Grecia por Calisteno. Entonces
reinaban los brahmas en una parte de la India; los persas tenían sus
leyes; los árabes en el mediodía, y los escitas en el septentrión vivían
debajo de tiendas; y el Egipto, del que vamos a hablar, era un reino
poderoso.

9. Del Egipto.

Me parece fácil de conocer la causa por la cual los egipcios, a pesar de


su antigüedad, no pudieron estar reunidos en cuerpos civilizados,
instruidos, industriosos y poderosos, sino muy largo tiempo después de
los pueblos de quienes acabo de hablar. La razón es clara: el Egipto
hasta el Delta, está cerrado por dos cordilleras de peñascos por entre
los cuales se precipita el Nilo bajando de la Etiopía, del mediodía al
septentrión. En sus desembocaderos en línea recta, no hay cataratas
hasta la distancia de ciento setenta leguas de tres mil pasos
geométricos, y su ancho está en las diez, a quince o veinte leguas hasta
el Delta, que es la parte baja del Egipto y que abraza una extensión de
cincuenta leguas de oriente a occidente. A la derecha del Nilo están los
desiertos de la Tebaida, a la izquierda los arenales inhabitables de la

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Libia, hasta el pequeño territorio en que fue construido el templo de
Amón.

Las inundaciones del Nilo debieron separar durante muchos siglos a


todos los colonos de una tierra inundada durante la tercera parte del
año; estas aguas corrompidas acumulándose continuamente debieron,
por largo tiempo, hacer un pantano de todo el Egipto. No sucede lo
mismo en las orillas del Éufrates, del Tigre, del Indo, del Ganges y de
otros ríos que salen de madre casi todos los años en los veranos, al
tiempo de derretirse las nieves. Sus avenidas no son tan grandes, y las
vastas llanuras que los rodean dan a los cultivadores toda la libertad de
aprovecharse de la fertilidad de la tierra.

Observemos sobre todo, que la peste, este azote del género humano,
reina a lo menos cada diez años en Egipto; sería sin duda mucho más
destructiva cuando las aguas del Nilo, corrompiéndose sobre la tierra,
añadían la infección a aquel contagio horrible; y así la población del
Egipto debió ser muy poco numerosa por espacio de muchos siglos.

El orden natural de las cosas parece que demuestra sin contradicción


que el Egipto fue una de las últimas tierras habitadas. Los trogloditas,
nacidos entre las rocas que guarnecen las orillas del Nilo, estuvieron
obligados a sufrir trabajos tan largos como penosos, para abrir canales
que recibiesen el río y levantar cabañas de veinte y cinco pies de alto.
Esto es sin embargo lo que fue necesario hacer antes de edificar a Tebas
con sus pretendidas cien puertas, antes de construir a Menfis, y de
pensar en las pirámides. Es bien extraño que ningún antiguo historiador
haya hecho una reflexión tan natural.

Ya hemos observado que en el tiempo en que se fijan los viajes de


Abraham, el Egipto era un reino poderoso. Sus reyes ya habían
levantado algunas de estas pirámides que aun espantan a los ojos de la
imaginación. Los árabes han escrito que la más grande fue construida
por Saurid, algunos siglos antes de Abraham. No se sabe en qué tiempo
se edificó la famosa Tebas con las cien puertas, o la ciudad de Dios,
Diospolis. Parece que en aquellos tiempos lejanos, las grandes ciudades
tenían el nombre de ciudades de Dios, como Babilonia. Pero ¿quien
podrá creer que por cada una de las cien puertas de aquella ciudad,
salían doscientos carros armados en guerra y diez mil combatientes?
Esto haría veinte mil carros y un millón de soldados, y contando un
soldado por cada cinco personas, supondría este número, cinco millones
de habitantes en una sola ciudad, en un país que no es tan grande como
la España o como la Francia, y que no tenía según Diodoro de Sicilia
sino tres millones de habitantes y setenta mil soldados para su defensa.
Diodoro en el libro primero dice que el Egipto se hallaba tan poblado,
que antes había tenido hasta siete millones de habitantes, y que en su
tiempo tenía aun tres millones.

Tanto creéis en las conquistas de Sesostris, como en el millón de


soldados que salían por las cien puertas de Tebas. ¿No os parece leer la
historia de Picrocolo, cuando aquellos que copian a Diodoro os dicen

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que el padre de Sesostris, fundando sus esperanzas en un sueño y un
oráculo, destinó a su hijo para ir a subyugar el mundo, y que hizo
educar en su corte en el ejercicio de las armas, a todos los jóvenes
nacidos en el mismo día que su hijo, y que no se les daba de comer sino
después de haber corrido el espacio de ocho de nuestras grandes
leguas22 ; en fin, que Sesostris salió con seiscientos mil hombres y
veinte y siete mil carros de guerra, para ir a conquistar toda la tierra
desde el Indo hasta las extremidades del Ponto Euxino, y que subyugó la
Mingrelia y la Georgia, llamadas entonces la Cólquida? 23 Herodoto no
duda que Sesostris haya dejado dos colonias en Cólquida, porque él ha
visto en Colcos hombres atezados y con cabellos crespos, semejantes a
los egipcios. Yo creería más bien que estas castas de escitas, cuando
asolaron por largo tiempo el Asia, antes del reinado de Ciro, vinieron
del mar Negro y del mar Caspio a saquear a los egipcios, llevándoselos
en esclavitud, y que Herodoto pudo o creyó ver sus descendientes en
Colcos. Si los habitantes de la Cólquida tuvieron en efecto la
superstición de hacerse circuncidar, habrían probablemente conservado
esta costumbre del Egipto, como sucedió casi siempre a los pueblos del
norte, que tomaban los ritos de las naciones civilizadas que habían
vencido.24

No se sabe que los egipcios hayan sido temibles en ningún tiempo, y


siempre han sido subyugados por los enemigos que entraron en su país.
Los escitas fueron los primeros: después Nabucodonosor conquistó el
Egipto sin resistencia: Ciro no tuvo otra cosa que hacer, sino enviar a
uno de sus tenientes: habiéndose revolucionado bajo Cambises, bastó
una campaña para someterlo, y este Cambises miró con tanto desprecio
a los egipcios, que en su presencia dio muerte a su dios Apis. Ochur
redujo el Egipto en una provincia de su reino. Alejandro, César, Augusto,
y el califa Omar conquistaron el Egipto con igual facilidad. Estos
mismos pueblos de Colcos, bajo el nombre de mamelucos, volvieron a
apoderarse del Egipto en el tiempo de, las cruzadas; en fin Selim I
conquistó el Egipto en una sola campaña, como todos los demás que
habían ido allí. Sólo nuestros cruzados han sido batidos por los egipcios,
el más cobarde de todos los pueblos, como puede inferirse de lo dicho;
pero fue porque entonces los egipcios estaban gobernados por la milicia
de los mamelucos de Colcos.

Es cierto que un pueblo humillado podrá haber sido conquistador:


testigos los griegos y los romanos. Pero nosotros estamos más ciertos
de la grandeza de los romanos y de los griegos que de la de Sesostris.

Yo no niego que aquel que se nombra Sesostris, haya podido tener una
guerra ventajosa contra algunos etíopes, algunos árabes, y algunos
pueblos de la Fenicia. Entonces, según el lenguaje de los exageradores,
se dirá que ha conquistado toda la tierra. No hay ninguna nación
subyugada que no pretenda haber subyugado a otras naciones. La
vanagloria de una antigua superioridad consuela de la humillación
presente.

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Herodoto contaba ingenuamente a los griegos lo que los egipcios le
habían dicho. ¿Pero cómo es que no hablándole sino de prodigios, no le
dijeron cosa alguna de las famosas plagas de Egipto, y del combate
mágico entre los magos de Faraón y el ministro del Dios de los judíos, y
de un ejército entero sepultado en el fondo del mar Rojo, bajo las aguas
elevadas como montañas a derecha y a izquierda, para dejar pasar a los
hebreos, las cuales volviendo a caer, sumergieron a los egipcios? Este
era seguramente el más grande acontecimiento en la historia del mundo.
¿Cómo pues ni Herodoto, ni Manetón ni Eratóstenes, ni ninguno de los
griegos, tan grandes apasionados de lo maravilloso, y siempre en
correspondencia con el Egipto, no han hablado de estos milagros que
deberían ocupar la memoria de todas las generaciones? Yo no hago
seguramente esta reflexión para menoscabar el testimonio de los libros
hebreos, que reverencio como debo: y me limito solamente a admirarme
del silencio de todos los egipcios y de todos los griegos. Seguramente,
Dios no quiso que una historia tan divina, nos fuese transmitida por una
mano profana.

20. De la lengua de los egipcios y de sus símbolos.

El idioma de los egipcios no tenía ninguna relación con el de las


naciones del Asia. No se halla en este pueblo ni la palabra Adoni o
Adonai, ni la de Bal o Baal, palabras que significan el Señor, ni la de
Mitra que era el sol entre los persas, ni Melch que quiere decir rey en
Siria, ni Shak que significa lo mismo entre los indios y los persas. Se ve
al contrario, que faraón era la palabra egipcia que corresponde a rey:
Oschiret (Osiris) correspondía al Mitra de los persas, y el nombre vulgar
o n significaba el sol. Los sacerdotes persas se llamaban mogh, los de
los egipcios schoen, con referencia al G é nesis , capítulo 46. Los
jeroglíficos y los caracteres alfabéticos que nos ha conservado el tiempo
y aun vemos grabados sobre los obeliscos, no tienen ninguna relación
con los de los otros pueblos.

Antes que los hombres hubiesen inventado los jeroglíficos, tenían


indubitablemente signos representativos; porque en efecto ¿qué han
podido hacer los primeros hombre, sino lo que nosotros hacemos
cuando nos hallamos en su situación? Que un muchacho se halle en un
país cuya lengua le sea desconocida, hablará por señas, y sino se le
entiende, por poca sagacidad que tenga, dibujará sobre una pared con
un carbón las cosas que necesite.

Se empieza por dibujar groseramente lo que se ha querido hacer


comprender, y el arte del dibujo precedió sin duda al arte de escribir. De
este modo escribían los mejicanos y los peruanos; ellos no habían
adelantado más. Este era el método de todos los primeros pueblos
civilizados. Con el tiempo se inventaron las figuras simbólicas: dos
manos entrelazadas significaban la paz, las flechas representaban la
guerra: un ojo demostraba la divinidad, un cetro representaba el

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reinado, y las líneas que unían estas figuras expresaban algunas frases
cortas.

Los chinos inventaron finalmente caracteres que cada uno de ellos


manifestaba una palabra de su lengua. ¿Pero cuál fue el pueblo que
inventó el alfabeto, que, poniendo a la vista los diferentes sonidos que
pueden articularse, da la facultad de combinar por escrito todas las
palabras posibles? ¿Quién pudo enseñar a los hombres por este medio,
el arte de grabar tan fácilmente sus pensamientos? Yo no repetiré aquí
todos los cuentos antiguos sobre este arte que eterniza todas las artes;
diré solamente que se han necesitado muchos siglos para poseerlo.

Los schoens, o sacerdotes de Egipto, continuaron largo tiempo


escribiendo con jeroglífícos, lo que está prohibido por el segundo
artículo de la ley de los hebreos, y cuando los pueblos del Egipto
tuvieron caracteres alfabéticos, los schoens tomaron otros diferentes
que llamaron sagrados, a fin de poner siempre una barrera entre ellos y
el pueblo. Los magos y los brahmas hicieron lo mismo, tanto el arte de
no ser entendido de los hombres ha parecido necesario para
gobernarlos. No tan solamente estos schoens tenían caracteres que les
eran peculiares, sino que habían conservado todavía la antigua lengua
del Egipto, cuando el tiempo había cambiado la del vulgo.

Manetón citado en el Eusebio, habla de dos columnas grabadas por


Thot, el primer Hermes, en caracteres de la lengua sagrada: pero
¿quién sabe en que tiempo vivía este antiguo Hermes? Es muy verosímil
que viviese más de ochocientos años antes del tiempo de Moisés; porque
Sanchoniathon manifiesta haber leído los escritos de Thot, hechos, dice,
había ochocientos años; pero Sanchoniathon escribió en Fenicia, país
vecino del pequeño territorio de Canaán, reducido a sangre y fuego por
Josué según los libros de los judíos. Si hubiese sido contemporáneo de
Moisés, o si hubiese venido después, hubiera hablado sin duda de un
hombre tan extraordinario y de sus espantosos prodigios; hubiera dado
testimonio de este famoso legislador judío, y Eusebio no hubiera dejado
de prevalecerse de lo que confesase Sanchoniathon.

Sea como fuese, los egipcios guardaron principalmente y con mucho


cuidado sus primeros símbolos. Es muy curioso el ver sobre sus
monumentos una serpiente mordiéndose la cola, figurando los doce
meses del año; y estos doce meses representados cada uno por animales
que no son de modo alguno los del zodiaco que nosotros conocemos.
Aun se ven los cinco días añadidos después a los doce meses, bajo la
forma de una pequeña serpiente sobre la cual están sentadas cinco
figuras: a saber, un gavilán, un, hombre, un perro, un león y un ibis: se
ven dibujados en kirker según los monumentos conservados en Roma.
Así pues, casi todo es simbólico y alegórico en la antigüedad.

21. De los m onumentos egipcios.

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Es cierto que después del tiempo en que los egipcios fertilizaron la tierra
sacando las aguas del río por medio de acequias, después de los tiempos
en que los lugares empezaron a transformarse en ciudades opulentas,
entonces las artes necesarias se hallaban perfeccionadas, y las artes de
ostentación comenzaron a ser distinguidas. Entonces hubo soberanos
que emplearon a sus vasallos y a algunos árabes vecinos del lago
Sirbon, en edificar sus palacios y levantar sus sepulcros en forma
piramidal, en cortar piedras enormes en las canteras del alto Egipto, en
embarcarlas sobre balsas hasta Menfis, y en levantar columnas macizas
de grandes piedras lisas, sin gusto y sin proporciones. Conocieron lo
grande, pero jamás lo hermoso: enseñaron a los primeros griegos, pero
en seguida los griegos fueron sus maestros en todo, cuando edificaron a
Alejandría.

Es muy sensible que en la guerra de César, la mitad de la famosa


biblioteca de los Tolomeos haya sido abrasada, y que la otra mitad haya
calentado los baños de los musulmanes, cuando Omar subyugó el
Egipto. Se hubiera conocido a lo menos el origen de las supersticiones
que infectaron a este pueblo, el caos de su filosofía y algunas de sus
antigüedades y de sus ciencias.

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Es preciso absolutamente que ellos hayan disfrutado de los beneficios de
la paz durante algunos siglos, sin lo cual sus príncipes no hubieran
tenido tiempo ni ocasión de levantar los edificios preciosos que aun
subsisten la mayor parte.

Sus pirámides costaron muchos años y muchos gastos; fue necesario


que una gran parte de la nación y un número de esclavos extranjeros se
empleasen largo tiempo en estas obras inmensas, que fueron elevadas
por el despotismo, la vanidad, la servidumbre y la superstición. En
efecto, sólo un rey déspota podía forzar de este modo a la naturaleza.
La Inglaterra, por ejemplo, es hoy en día una nación más poderosa que
lo era entonces el Egipto: ¿pero un rey de Inglaterra, podrá emplear su
nación en construir semejantes monumentos?

La vanidad tenía mucha parte en esto sin duda alguna: entre los
antiguos reyes de Egipto era costumbre el erigir, con el fin de
distinguirse, una hermosa pirámide a su antecesor, o en defecto a sí
mismo, y los esclavos hacían el trabajo. En cuanto a la superstición, se
sabe que las pirámides eran sepulcros y que los chochomatin o schoens
de Egipto, es, decir los sacerdotes, habían persuadido a la nación que el
alma volvería a su cuerpo al cabo de mil años: se quería pues que el
cuerpo se mantuviese entero y resguardado de toda corrupción durante
dicho tiempo; por esto se embalsamaba con un cuidado escrupuloso, y
para ponerlo a cubierto de todo accidente se encerraba en una masa de
piedra sin salida. Los reyes y los grandes daban a sus sepulcros la
forma que ofrecía mas resistencia a las injurias del tiempo. Sus cuerpos
se han conservado mucho más de lo que podía prometerse la esperanza
humana. Tenemos en el día momias egipcias de más de cuatro mil años:
los cadáveres han durado tanto tiempo como las pirámides.

Esta opinión de una resurrección después de diez siglos pasó hasta los
griegos discípulos de los egipcios, y entre los romanos discípulos de los
griegos. Se halla en el sexto libro de la Eneida , que es la descripcion de
los misterios de Isis y de Ceres Eleusina.25

Has omnes, ubi mille rotam volvere per annos,

Le t h æ um ad fluvium Deus advocat agmine magno,

Scilicet ut memores supera et convexa revisant.

Después se introdujo entre los cristianos, que establecieron el reinado


de mil años; la secta de los milenarios la ha hecho revivir hasta nuestros
días, y de este mismo modo han dado la vuelta al mundo varias
opiniones. Esto basta para hacer conocer la idea de levantar estas
pirámides. No repetiremos lo que se ha dicho sobre su arquitectura y
sobre sus dimensiones, porque yo no examino sino la historia del
espíritu humano.

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22. De los ritos egipcios y de la circuncisión.

Primeramente: ¿reconocieron los egipcios un Dios supremo? Si se


hubiese hecho esta pregunta a las gentes del pueblo no hubieran sabido
que responder; si se hubiera hecho a los jóvenes estudiantes de la
teología egipcia, hubieran hablado largo tiempo sin entenderse; y si a
alguno de los sabios consultados por Pitágoras, por Platón y por
Plutarco, hubiera dicho sencillamente que él no adoraba sino a un Dios,
fundándose en la antigua inscripción de la estatua de Isis: «Yo soy quien
soy»; y sobre esta otra: «Yo soy todo lo que ha sido y lo que será; ningún
mortal podrá correr el velo que me cubre.» Hubiera hecho reparar en el
globo puesto sobre la puerta del templo de Menfis, que representaba la
unidad de la naturaleza divina bajo el nombre de Knef : el nombre más
sagrado entre los egipcios era el que los hebreos adoptaron, I ha ho : se
pronunciaba diversamente, pero Clemente de Alejandría asegura en sus
Str o mat o s , que los que entraban en el templo de Serapis estaban
obligados a llevar sobre ellos el nombre de I ha ho , o bien el de I ha
heu, que significa el Dios eterno. Los árabes no han conservado sino la
sílaba Ho u adoptada en fin por los turcos, que la pronuncian aun con
más respeto que la palabra Alá; porque ellos se sirven de Alá en la
conversación y no emplean el Hou sino en sus oraciones.

Digamos de paso que el embajador turco Said Effendi, viendo


representar en París el Ciudadano noble , y la ceremonia ridícula en la
cual se le hace turco, cuando oyó pronunciar el nombre sagrado Hou
con burla y posturas extravagantes, miró esta diversión como la
profanación más abominable.

Volvamos al asunto. ¿Los sacerdotes del Egipto mantenían un buey


sagrado, un perro sagrado, un cocodrilo sagrado? Sí. ¿Los romanos
tenían también gansos sagrados? Tenían dioses de todas especies, y los
devotos tenían entre sus penates, el dios de la silleta, d e u m stercuti
um , y el dios pedo, de um crepitum . Pero ¿dejaban por esto, de
reconocer al d e u m op timum maximum ? ¿Existe algún país que no
tenga una multitud de supersticiones y un pequeño número de sabios?

Lo que debe notarse del Egipto y de todas las naciones, es que jamás
han tenido opiniones constantes, del mismo modo que jamás han
conservado leyes uniformes, a pesar del apego que tienen los hombres a
sus antiguos usos. Sólo la geometría es invariable; todo lo demás
experimenta un cambio continuo.

Los sabios disputan y disputarán: uno asegura que los antiguos pueblos
han sido idólatras, y otro lo niega: uno dice que han adorado un dios sin
simulacro; otro que han adorado varios dioses en varios simulacros;
todos tienen razón; sólo debe distinguirse el tiempo y los hombres que
son los que han cambiado; nada ha estado en correspondencia. Cuando
los Tolomeos y los principales sacerdotes se burlaban del dios Apis, el
pueblo se ponía de rodillas delante de él.

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Juvenal ha dicho que los egipcios adoraban a las cebollas, pero ningún
historiador lo había dicho. Hay mucha diferencia entre una cebolla
sagrada y una cebolla dios; no se adora todo lo que se coloca ni todo lo
que se consagra sobre el altar. Leemos en Cicerón que los hombres que
han agotado todas las supersticiones, no han llegado aun a la de comer
sus dioses, y que es la sola absurdidad que les falta.

¿La circuncisión viene de los egipcios, de los árabes, o de los etíopes? Yo


no lo sé; que los que lo sepan lo digan. Todo lo que sé, es que los
sacerdotes de la antigüedad imprimían sobre su cuerpo señales de su
consagración, como se marcó después, con un hierro hecho ascua, la
mano de los soldados romanos. En una parte los sacrificadores se
acuchillaban el cuerpo, como hicieron después los sacerdotes de Belona;
en otra parte, se castraban como los sacerdotes de la Cibeles. De ningún
modo fue por motivos saludables que los etíopes, los árabes y los
egipcios se circuncidaban; se ha dicho que tenían el prepucio demasiado
largo; pero si se puede juzgar de una nación por un individuo, yo he
visto un joven etíope, que nacido fuera de su patria, no había sido
circuncidado, y puedo asegurar que su prepucio era como los nuestros.

Yo no sé que nación fue la primera que llevó en procesión el K eteis y el


Phallum , es decir, la representación de los signos distintos de los
animales machos y hembras; ceremonia indecente en la actualidad, pero
sagrada en otros tiempos. Los egipcios tuvieron esta costumbre: se
hacían ofrendas de las primicias a los dioses, se les inmolaba lo que se
tenía de más precioso; parece natural y justo que los sacerdotes
ofreciesen una ligera parte del órgano de la generación a aquellos por
quienes todo se engendraba. Los etíopes y los árabes circuncidaban
también a sus hijas cortándoles una ligera parte de sus ninfas, lo que
prueba bien que ni la salud ni el aseo podían ser la causa de esta
ceremonia, porque una joven que no esté circuncidada puede ser tan
limpia como una que lo está.

Cuando los sacerdotes de Egipto tuviesen consagrada esta operación,


sus iniciados la siguieron igualmente; pero con el tiempo se abandonó
únicamente a los sacerdotes esta marca distintiva. No se sabe que
ningún Tolomeo se haya hecho circuncidar, y nunca los autores romanos
ajaron al pueblo egipcio con el nombre de a pella , que daban a los
judíos. Estos habían tomado la circuncisión de los egipcios con una
parte de sus ceremonias, y la han conservado siempre como los árabes
y los etíopes. Los turcos se han sometido a la circuncisión, sin embargo
de que no está ordenada en el Alcorán. Este es un antiguo uso que
empezó por la superstición, y que la costumbre ha conservado.

23. De los misterios de los egipcios.

Disto mucho de saber cuál fue la primera nación que inventó los
misterios que estuvieron tan acreditados desde el Éufrates hasta el

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Tiber. Los egipcios no nombran al autor de los misterios de Isis. Se cree
que Zoroastro estableció algunos en Persia, Cadmo y Yanco en Grecia,
Orfeo en Tracia, y Minos en Creta. Es cierto que todos estos misterios
anunciaban una vida futura, porque Celso 26 dijo a los cristianos:
«Vosotros os alabáis de creer en las penas eternas. ¡Ah! ¿Todos los
ministros de los misterios no las han anunciado a los iniciados?»

Los griegos que tomaron tantas cosas de los egipcios, su tartharo k del
qué hicieron el Tártaro, el lago del que hicieron el Aqueronte; el
barquero Carón del que hicieron el piloto de los muertos, no tuvieron
sus misterios de Eleusis sino después de los de Isis; pero que los
misterios de Zoroastro no hayan precedido a los de los egipcios, nadie
puede afirmarlo. Los unos y los otros eran de la más remota antigüedad,
y todos los autores griegos y latinos que han hablado de ellos convienen
en que la unidad de Dios, la inmortalidad del alma, las recompensas
después de la muerte, estaban anunciadas en estas ceremonias
sagradas.

Es muy verosímil que habiendo los egipcios establecido estos misterios,


conservaron sus ritos, porque a pesar de su extrema ligereza, fueron
muy constantes en la superstición. La oración que hallamos en Apuleo,
cuando Lucio estaba iniciado en los misterios de Isis, debe ser la antigua
oración. «Las potestades celestes te sirven, los infiernos te están
sometidos, el universo gira bajo tu mano, tus pies pisan el Tártaro, los
astros responden a tus votos, las estaciones vuelven por tus órdenes, los
elementos te obedecen», etc.

¿Puede tenerse una prueba más fuerte de la unidad de Dios reconocida


por los egipcios, en medio de todas sus miserables supersticiones?

24. De los griegos, de sus antiguos diluvios, de sus alfabetos y


de su genio.

La Grecia es un pequeño país montañoso, cortado por la mar y de una


extensión poco más o menos igual a la de la Gran Bretaña. Todo
confirma en este territorio las revoluciones físicas que ha
experimentado. Las islas que le rodean manifiestan bastante, por los
escollos continuos que las circundan, por la poca profundidad de la mar,
por las yerbas y las raíces que crecen debajo del agua, que han sido
separadas del continente. Los golfos de Eubeo, de Calcis, de Argos, de
Corinto, de Accio, y de Mesenia, hacen ver que la mar se ha abierto
paso en aquellas tierras. Las conchas marinas de que están llenas las
montañas que encierran el famoso valle de Tempa, son testimonios
visibles de una antigua inundación, y los diluvios de Ogiges y de
Deucalion, que han originado tantas fábulas, son de una verdad
histórica. Esto mismo sería probablemente lo que hizo de los griegos un

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pueblo nuevo: estas grandes revoluciones los volvieron a su antigua
barbarie, en los tiempos en que el Asia y el Egipto estaban florecientes.

Dejo a otros más inteligentes que yo el cuidado de probar que los tres
hijos de Noé, que eran los solos habitantes del globo, lo compartieron
todo entero; que fueron cada uno de ellos a dos o tres mil leguas uno del
otro, a fundar por todas partes poderosos imperios; que Javan, su nieto,
pobló la Grecia pasando a Italia, y que de esto se siguió que los griegos
se llamasen jonios, porque Ion envió colonias sobre las costas de la
Asia, y que este Ion es verosímilmente Javan cambiando la i en ja, y on
en van. Se refieren cuentos a los niños y los niños no los creen.

Nec pueri credunt nisi qui nond um œ re lavantur.

El diluvio de Ogiges se halla ordinariamente colocado 1020 años antes


de la primera olimpiada: el primero que habla de él es Acusilaus, citado
por Julio Africano; véase Eusebio en su Preparación evangélica . La
Grecia, se dice, quedó casi desierta, doscientos años después de esta
irrupción del mar en el territorio. Sin embargo se pretende que en el
mismo tiempo había un gobierno establecido en Siciona y en Argos, y
aun se citan los nombres de los primeros magistrados de estas pequeñas
provincias, y se les da el nombre de b asileis , que corresponde al de
príncipes. No perdamos de ningún modo el tiempo en penetrar estas
inútiles obscuridades. Aun hubo otra inundación en el tiempo de
Deucalion, hijo de Prometeo. La fábula añade que no quedaron
habitantes en estos climas, y que Deucalion y Pirra volvieron a hacer los
hombres, echando piedras detrás de ellos, pasándolas por entre sus
piernas. De este modo el país volvió a poblarse Y aun más pronto que
una conejera.

Si se cree a los hombres muy juiciosos como el jesuita Petau, un solo


hijo de Noé produjo una raza que al cabo de doscientos ochenta y cinco
años, ascendía a seiscientos doce millones de hombres. El cálculo es
algo fuerte. En el día somos tan desgraciados, que de seis matrimonios,
no hay regularmente sino cuatro que queden con hijos que lleguen a ser
padres. Esto es lo que se ha calculado teniendo a la vista los registros
de nuestras ciudades más populosas. De mil niños nacidos en un año,
apenas quedan seiscientos al cabo de veinte años. Desconfiemos pues de
Petau y de los que se le parecen, que hacen los niños con una plumada
tan fácilmente como aquellos que han escrito que Deucalion y Pirra
poblaron la Grecia a pedradas.

La Grecia fue, según se sabe, el país de las fábulas, y casi cada fábula
fue el origen de un culto, de un templo, o de una fiesta pública. ¿Por qué
exceso de demencia y por qué absurda tenacidad, tantos compiladores
han querido probar en tantos libros enormes, que una fiesta pública
establecida en memoria de un acontecimiento, era una demostración de
la realidad de este acontecimiento? Es decir que porque en un templo se
celebraba al joven Baco saliendo del muslo de Júpiter, ¡este Júpiter había
tenido efectivamente a Baco en su muslo! ¡Cadmo y su mujer habían
sido realmente transformados en serpientes en la Beocia, porque los

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Beocios hacían conmemoración de esto en sus ceremonias! ¿El templo
de Cástor y Pólux en Roma, demuestra acaso que estos dioses hayan
venido a combatir en favor de los romanos?

Estad cierto más bien, al ver una antigua fiesta, o un templo antiguo, de
que son las obras del error; este error se acredita al cabo de dos o tres
siglos, se hace en fin sagrado y se edifican templos a las deidades
quiméricas.

En los tiempos históricos, al contrario, las más nobles verdades hallan


pocos secuaces, y los hombres más grandes mueren sin honor. Los
Temístocles, los Cimones, los Micíades, los Aristóteles, y los Fonciones
son perseguidos, mientras que tienen templos Perseo, Baco y otros
personajes fantásticos.

Se puede creer a un pueblo sobre lo que diga de sí mismo haciéndose


poco favor, cuando las relaciones estén acompañadas de verosimilitud, y
cuando no contradicen en nada al orden ordinario de la naturaleza.

Los atenienses que estaban esparcidos en un territorio muy estéril, nos


dicen ellos mismos, que un egipcio llamado Cecrops, arrojado de su
país, les dio sus primeras instituciones. Esto parece extraño porque los
egipcios no eran navegantes; pero es posible que los fenicios que
viajaban por todas partes, condujesen a Cecrops al Ática. Lo cierto es
que los griegos no tomaron las letras egipcias, a las que las suyas no se
parecen en nada. Los fenicios les llevaron su primer alfabeto, que
entonces solo consistía en diez y seis letras que son evidentemente las
mismas: los fenicios añadieron después otras ocho, que también
adoptaron los griegos.

Yo miro un alfabeto como un monumento incontestable del país del cual


una nación ha sacado sus primeros conocimientos. También parece
probable que los fenicios beneficiaron las minas de plata que había en el
Ática. Los comerciantes fueron los primeros preceptores de estos
mismos griegos que después influyeron tanto sobre las demás naciones.

Este pueblo, no obstante el estado de barbarie en que se hallaba en


tiempos de Ogiges, parecía haber nacido con órganos más favorables
para las bellas artes que los otros pueblos. Tenían en su naturaleza un
yo no sé qué de más fino y de más delicado: su idioma da un testimonio
de esto, porque aun antes que supiesen escribir se ve que tuvieron en su
lengua una mezcla armoniosa de consonantes dulces, y de vocales que
jamás habían conocido ningún pueblo del Asia.

Ciertamente, el nombre de Knath, que designa a los fenicios según


Sanchaniathon, no es tan armonioso como el de Hellen o Graios. Argos,
Atenas, Lacedemonia, Olimpia, suenan mejor al oído que la ciudad de
Reheboth. Sofia , la sabiduría, es mucho más dulce que shochemath en
sirio y en hebreo. Basileus , rey, suena mejor que Seik o Shak .
Comparad los nombres de Agamenón, Diomedo, Idomeneo, con los de
Mardokempad, Smordak, Sohasduch, Niricassolanssar. El mismo

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Josefo, en su libro Contra Apio , confiesa que los griegos no podían
pronunciar el nombre bárbaro de Jerusalén, y era porque los judíos
pronunciaban Hershalaim ; esta palabra desollaba la garganta de un
ateniense, y fueron los griegos los que cambiaron Hershalaim en
Jerusalén.

Los griegos transformaron todos los nombres rudos de los sirios, de los
persas y de los egipcios. De Coresh hicieron Ciro; de Ishet y Oshireth
hicieron Isis y Osiris; de Moph hicieron Menfis, y al fin acostumbraron a
los bárbaros a pronunciar como ellos; de modo que desde los tiempos de
Tolomeos, las ciudades y los bribones de Egipto tuvieron sus nombres
griegos.

Fueron los griegos los que dieron los nombres de Indo y de Ganges: el
Ganges se llamaba Sannoubi , en la lengua de los brahmas, y el Indo
Sombadip o . Estos son los antiguos nombres que se hallan en el Veida
m.

Los griegos, extendiéndose sobre las costas del Asia menor, llevaron allí
la armonía. Su Homero nació probablemente en Esmirna.

La bella arquitectura, la escultura perfeccionada, la pintura, la buena


música, la verdadera poesía, el modo de escribir la historia, y en fin,
también la filosofía, aunque informe y oscura, todo esto pasó a las otras
naciones por medio de los griegos. Los que vinieron últimamente
sobrepujaron en todo a sus maestros:

El Egipto no tuvo nunca hermosas estatuas, sino las que recibió


trabajadas por los griegos. La antigua Balbek en Siria, la antigua
Palmira en la Arabia, no tuvieron sus palacios y sus templos regulares y
magníficos, hasta que los soberanos de éstos países llamaron a los
artistas de la Grecia. Sólo se ven restos de barbarie, como ya se ha
dicho, en las ruinas de Persépolis edificado por los persas, y los
monumentos de Baalbek y de Palmira son aun hoy en día, aunque
cubiertos de escombros, obras maestras de arquitectura.

25. De los legisladores griegos, de Minos, de Orfeo, y de la


inmortalidad del alma.

¡Cuántos compiladores repiten las batallas de Maratón y de Salamina!


Estos son hechos grandes bastante conocidos. ¡Cuántos otros repiten
que un nieto de Noé llamado Setim, fue rey de Macedonia, porque en el
primer libro de los Macabeos se dice que Alejandro salió del país de
Kittim! Yo me ocuparé de otros asuntos.

Minos vivía poco más o menos en el tiempo en que nosotros colocamos


a Moisés, y esto es lo que ha dado lugar al sabio Huet, obispo de
Avranches, para sostener que Minos, nacido en Creta, y Moisés, nacido

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en los confines de Egipto, eran una misma persona: sistema que no ha
tenido ningún partidario a pesar de su absurdidad.

Esto no es una fábula griega; es indudable que Minos fue un rey


legislador. Los famosos mármoles de Paros, monumento el más precioso
de la antigüedad, y que nosotros debemos a los ingleses, fijan su
nacimiento a cerca de mil cuatrocientos ochenta años antes de nuestra
era vulgar.27 Homero le llama en su Odisea el sabio confidente de dios.
Flavio Josefo trata de justificar a Moisés por el ejemplo de Minos y de
los otros legisladores que se han creído, o que han sido llamados
inspirados de dios. Esto es un poco extraño en un judío, que parece no
deber admitir otro dios que el suyo, a menos que pensase como los
romanos sus maestros, y como cada uno de los primeros pueblos que
admitían la existencia de todos los dioses de las otras naciones. Es
cierto que Minos era un legislador muy severo, pues que se supuso que
después de su muerte juzgaba a las almas de los muertos en los
infiernos, y es evidente que entonces la creencia de la otra vida estaba
generalmente extendida en una grande parte del Asia y de la Europa.

Orfeo es un personaje tan real como Minos; pero es cierto que no hacen
mención de él los mármoles de Paros, y es posible que sea porque no
nació en la Grecia propiamente llamada así, y sí en la Tracia. Algunos
han dudado de la existencia del primer Orfeo, por un pasaje de Cicerón
en su excelente libro de la naturaleza de los dioses. Cotta, uno de los
interlocutores, pretende que Aristóteles no creía que Orfeo hubiese
existido entre los griegos; pero Aristóteles no habla de él en las obras
que escribió y que aun conservamos. La opinión de Cotta no es
seguramente la de Cicerón. Cien autores antiguos hablan de Orfeo; los
misterios que tienen su nombre lo atestiguan. Pausanias, el autor más
exacto que han tenido los griegos, dice que sus versos se cantaban en
las ceremonias religiosas, con preferencia a los de Homero que no vino
sino mucho después. Se sabe muy bien que no bajó a los infiernos; pero
esta misma locura prueba que los infiernos eran un punto de teología de
los tiempos más remotos.

La opinión vaga de la permanencia del alma después de la muerte, alma


aérea, sombra del cuerpo, sombra, soplo ligero, alma desconocida,
alma incomprensible, pero existente, y la creencia de las penas y de las
recompensas en la otra vida, estaban admitidas en toda la Grecia, en las
islas, en el Asia, y en el Egipto.

Solo los judíos parecían ignorar absolutamente este misterio; el libro de


sus leyes no habla una sola palabra de esto, y sólo se hallan penas y
recompensas temporales. Se dice en el Éxodo : «Honra a tu padre y a tu
madre, a fin de que Adonai prolongue tus días sobre la tierra»; y el libro
del Zend (p. 11) dice: «Honra a tu padre y a tu madre a fin de merecer el
cielo.»

Warburton, el comentador de Shakespeare, y además autor de la L


egación de Moisés , no ha dejado de demostrar en esta legación, que
Moisés jamás ha hecho mención de la inmortalidad del alma, y aun ha

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pretendido que este dogma no es preciso en un gobierno teocrático.
Todo el clero anglicano se ha manifestado contra la mayor parte de
estas opiniones, y sobre todo contra la absurda arrogancia con que las
vierte en su compilación demasiado pedantesca. Pero todos los teólogos
de esta sabia iglesia están convencidos de que el dogma de la
inmortalidad del alma no se halla en el Pentateuco . Esto es
efectivamente más claro que el día.

Arnaud, el grande Arnaud, espíritu superior en todo a Warburton, dijo


mucho tiempo antes que él, en su bella apolog í a de Port-Royal, estas
propias palabras: «Es el colmo de la ignorancia el poner en duda esta
verdad, que es de las más comunes, y que está atestiguada por todos los
padres; que las promesas del Antiguo Testamento no eran sino
temporales y terrestres, y que los judíos no adoraban a Dios sino por los
bienes carnales.»

Se ha manifestado contra esto que si los persas, los árabes, los sirios,
los indios, los egipcios y los griegos, creían la inmortalidad del alma, la
vida venidera y las penas y recompensas eternas, los hebreos podían
también creerlo; que si todos los legisladores de la antigüedad han
establecido leyes sabias sobre este fundamento, Moisés podía muy bien
haber hecho lo mismo; que si él ignoraba estos útiles dogmas, no era
digno de conducir una nación, y que si los sabía y los ocultaba, aun era
menos digno.

A estos argumentos se responde, que Dios, de quien Moisés era el


órgano, se dignó proporcionarse a la estupidez de los judíos. Yo no entro
de ningún modo en esta cuestión espinosa, y respetando siempre todo lo
que es divino, prosigo el examen de la historia de los hombres.

26. De las sectas de los griegos.

Parece que entre los egipcios, los persas, los caldeos y los indios, no
había sino una secta filosófica. Los sacerdotes de todas las naciones
eran todos de una raza particular, y lo que se llamaba sabiduría no
pertenecía sino a esta raza. Su lengua sagrada, desconocida al pueblo,
mantenía en sus manos el depósito de la ciencia; pero en la Grecia, más
libre y más dichosa, estaba permitido a todo el mundo el acercarse a la
razón: cada uno daba un libre curso a sus ideas, y esto hizo que los
griegos fuesen el pueblo más ingenioso de la tierra. Por esto mismo la
nación inglesa se ha hecho en nuestros días la más ilustrada, respecto
de que en Inglaterra se piensa impunemente.

Los estoicos admitieron un alma universal del mundo, a la cual volvían


las almas de todos los seres vivientes. Los epicúreos negaron que
hubiese una alma, y no conocieron sino los principios físicos.
Sostuvieron que los dioses no se mezclan en los asuntos de los hombres,

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y se dejó a los epicúreos en paz, del mismo modo que ellos dejaron en
paz a los dioses.

En las escuelas resonaron, desde Tales hasta en el tiempo de Platón y de


Aristóteles, las disputas filosóficas que descubren la sagacidad y la
locura del espíritu humano, su grandeza y su debilidad. Se argumentó
casi siempre sin entenderse, como nosotros lo hemos hecho desde el
siglo trece en el que empezamos a raciocinar.

La reputación que tuvo Platón no me admira; todos los filósofos eran


ininteligibles: él lo era otro tanto que los demás, y se explicaba con
elocuencia; pero ¿qué éxito tendría Platón, si compareciese en el día en
una sociedad de personas de buen sentido, y si les dijese estas hermosas
palabras que se hallan en su Timeo ? «De la substancia indivisible y de
la divisible, compuso Dios una tercera especie de substancia en medio
de las dos, teniendo la naturaleza de la misma y de la otra: después
tomando de estas tres naturalezas juntas, las mezcló todas en una sola
forma, y forzó a la naturaleza del alma a mezclarse con la naturaleza de
la misma: y habiéndolas mezclado con la substancia y habiendo hecho
de estas tres un miembro subalterno, lo dividió en las porciones
convenientes: cada una de estas porciones estaba mezclada de la misma
y de la otra; y de la substancia hizo su división.» 28

En seguida explica con la misma claridad el cuaternario de Pitágoras.


Es preciso convenir que los hombres razonables que hubiesen leído el
entendimiento humano de Locke, suplicarían a Platón que fuese a su
escuela.

Esta jerigonza de Platón, no impide el que se hallen de cuando en


cuando algunas bellas ideas en sus obras. Los griegos tenían tanto
entendimiento que algunas veces abusaban de él; pero lo que les hace
mucho honor es el que ninguno de sus gobiernos se mezcló en el modo
de pensar de los hombres. Sólo Sócrates perdió la vida por sus
opiniones, según se sabe; pero fue víctima menos de sus opiniones que
de un partido violento que se levantó contra él. Los atenienses le
hicieron ciertamente beber la cicuta; pero se sabe cuánto se
arrepintieron de haberlo hecho; se sabe también que castigaron a sus
acusadores, y que levantaron un templo a aquel a quien habían
condenado. Atenas dejó entera, libertad no solo a la filosofía, sino
también a todas las religiones»*29 Se recibían allí a todos los dioses
extranjeros, y aun había un altar dedicado a los dioses desconocidos.

Es incontestable el que los griegos reconocían un Dios supremo, del


mismo modo que todas las naciones de que hemos hablado. Su Zeus, su
Júpiter, era el señor de los dioses y de los hombres: esta opinión no
cambió jamás después de Orfeo; se encuentra cien veces en Homero, y
todos los otros dioses son inferiores. Se pueden comparar estos a los
Peris de los persas y a los genios de las otras naciones orientales. Todos
los filósofos, excepto los estratonicianos y los epicúreos, reconocieron al
arquitecto del mundo, el Demi u rgos .

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No temamos el detenernos mucho sobre esta verdad histórica, de que la
razón humana en sus principios, adoró algún poder, algún ser que se
creía superior al poder ordinario, sea el sol, sea la luna, o sean las
estrellas; que la razón humana cultivada adoró, a pesar de todos sus
errores, un Dios supremo, señor de los elementos y de los otros dioses; y
que todas las naciones cultas, desde el Indo hasta el fondo de la Europa,
creyeron en general una vida venidera, aunque varias sectas de filósofos
tuviesen una opinión contraria.

27. De Zale uc o y de algunos otros legisladores.

Me atrevo a desafiar a. todos los moralistas y a todos los legisladores, y


les pregunto a todos si han dicho cosa alguna más hermosa y más útil
que el exordio de las leyes de Zaleuco, que vivía antes de Pitágoras, y
que fue el primer magistrado de los locrienses.

«Todo ciudadano debe estar persuadido de la existencia de la divinidad:


basta el observar el orden y la armonía del universo para estar
convencido de que la casualidad no puede haberlo formado. Se debe ser
dueño de su alma, purificarla y separarla de. todo mal, persuadiéndose
que Dios no puede estar bien servido por los perversos, y que no se
parece en nada a los miserables mortales que se ablandan por medio de
ceremonias magníficas y por suntuosas ofrendas. La virtud sola y la
disposición constante a hacer el bien pueden agradarle. Que se trate
pues de ser justo en los principios y en las obras, este es el modo de ser
amado de la divinidad. Todos deben temer lo que conduce a la
ignominia, mucho más que lo que conduce a la pobreza. Es necesario
mirar como el mejor ciudadano el que abandona la fortuna por la
justicia; pero aquellos a quienes sus pasiones violentas arrastran hacia
el mal, hombres, mujeres, ciudadanos, simples habitantes, deben todos
acordarse de los dioses y pensar a menudo en los juicios severos que
ejercen contra los culpables. Que tengan presente la hora de la muerte,
la hora fatal que nos espera a todos, hora en la cual la memoria de las
faltas cometidas hace nacer los remordimientos y el vano
arrepentimiento de no haber sometido todas nuestras acciones a la
equidad.

»Todos deben portarse siempre como si cada momento fuese el último


de la vida; pero si un genio malhechor conduce a alguno al crimen, que
corra al pie de las aras, que suplique al cielo que aleje este genio
malhechor, que se entregue sobre todo en brazos de la gente honrada,
cuyos consejos le volverán a la virtud, representándole la bondad de
Dios y su venganza.»

No, no se halla cosa alguna en la antigüedad que pueda preferirse a este


pedazo sencillo y sublime, dictado por la razón y por la virtud, y
desnudo de entusiasmo y de las figuras agigantadas que desaprueba el
buen sentido.

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Carondas que siguió a Zalenco se explicó del mismo modo. Los Platones,
los Cicerones, los divinos Antoninos no tuvieron después otro lenguaje.
De este modo se explica en cien pasajes aquel Juliano, que tuvo la
desgracia de abandonar la religión cristiana, pero que honró tanto a la
natural: Juliano, el escándalo de la Iglesia y la gloria del imperio
romano.

«Es necesario, dice, instruir a los ignorantes y no castigarlos,


compadecerlos y no aborrecerlos. El deber de un emperador es el de
imitar a Dios: imitarlo, es el tener las menos necesidades posibles y
hacer todo el bien que se pueda.»

Que aquellos pues que insultan a la antigüedad, aprendan a conocerla;


que no confundan los sabios legisladores con los que nos refieren
cuentos, y que sepan distinguir las leyes de los más sabios magistrados
de los usos ridículos de los pueblos; que no se atrevan a decir: Se
inventaron ceremonias supersticiosas, se prodigaron falsos oráculos y
falsos prodigios; luego todos los magistrados de la Grecia y de Roma
que los toleraron, eran ciegos, engañados y embusteros. Es como si
dijeran: H a habido bonzos en la China que engañaron al populacho;
luego el sabio Confucio era un miserable i m postor.

En un siglo tan ilustrado como el nuestro, deben avergonzar las


declamaciones que frecuentemente ha publicado la ignorancia contra
los sabios, que es necesario imitar y no calumniar. ¿No se sabe que en
todas partes la plebe es necia, supersticiosa e insensata? ¿No ha habido
convulsionarios en la patria del canciller de l'Hopital, de Charon, de
Montaigne de la Mothe-le-Vayer, de Descartes, de Bayle, de Fontenelle y
de Montesquieu? ¿No ha habido metodistas, moravios, milenarios, y
fanáticos de todas especies, en el país que tuvo la dicha de ser la cuna
del canciller Bacon; en el de los genios inmortales de Newton y Locke; y
en el de una multitud de grandes hombres?

28. De Baco.

Exceptuando las fábulas visiblemente alegóricas, como las de las Musas,


de Venus, de las Gracias, del Amor, de Céfiro y Flora, y algunas otras de
este género, todas las restantes son un conjunto de cuentos que no
tienen otro mérito sino el de haber dado lugar a los hermosos versos de
Ovidio y de Quinault, y el haber ejercitado los pinceles de nuestros
mejores pintores. Pero hay una que parece merecer la atención de los
que aman el estudio de la antigüedad: esta es la fábula de Baco.

¿Este Baco, o Back, o Backos, o Dionisio, hijo de Dios, ha sido una


persona verdadera? Hay tantas naciones que hablan de él así como de
Hércules; se han celebrado tantos Hércules y tantos Bacos diferentes,
que puede suponerse al fin que en efecto ha habido un Baco, y también
un Hércules.

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Lo que no tiene duda es que en el Egipto, en el Asia, y en la Grecia, así
Baco como Hércules estaban reconocidos como semidioses, que se
celebraban sus fiestas, que se les atribuían milagros, y que había
misterios instituidos en nombre de Baco antes que fuesen conocidos los
libros judíos.

Se sabe que los judíos no comunicaron sus libros a los extranjeros hasta
el tiempo de Tolomeo Filadelfo, cerca de doscientos treinta años antes
de nuestra era. Pero antes de este tiempo, en el oriente y en el occidente
resonaban las bacanales. Los versos atribuidos al antiguo Orfeo
celebran las conquistas y los beneficios de este pretendido semidios. Su
historia es tan antigua, que los padres de la Iglesia han pretendido que
Baco era Noé, porque Baco y Noé pasan los dos por haber cultivado la
viña.

Herodoto, refiriendo las opiniones antiguas, dice que Baco fue educado
en Nisa, ciudad de Etiopía, que otros suponen hallarse en la Arabia feliz.
Los versos órficos le dan el nombre de Moses: de tas indagaciones del
sabio Huet sobre la historia de Baco, resulta que fue salvado, que estuvo
instruido de los secretos de los dioses, que tenía una vara que cambiaba
en serpiente cuando quería, que pasó el mar Rojo a pie enjuto, como
Hércules pasó después en su vaso el estrecho de Calpa y de Abila; que
cuando él y su ejercito fueron a las Indias gozaban de la claridad del sol
durante la noche, que tocó con su vara encantadora las aguas del río
Oronto y del Hidaspo, las que se corrieron para dejarle el paso libre:
también se dice que detuvo el curso del sol y de la luna. Escribió sus
leyes sobre dos tablas de piedras, y, estaba representado antiguamente
con cuernos o rayos que le salían de la cabeza.

No es de admirar, después de esto, que varios sabios, y principalmente


Bochart y Huet en nuestros últimos tiempos, hayan pretendido que Baco
es una copia de Moisés y de Josué; todo concurre a favorecer la
semejanza, porque Baco se llamaba por los egipcios Arsaph, y entre los
nombres que los padres han dado a Moisés se encuentra el de Osasirph.

Entre estas dos historias que parecen semejantes en tantos puntos, no es


dudoso que la de Moisés sea la verdadera, y que sea fabulosa la de
Baco; pero parece que esta fábula era conocida de las naciones mucho
tiempo antes que la historia de Moisés hubiese llegado a su noticia.
Ningún autor griego ha citado a Moisés hasta Longinos, que vivía bajo
el emperador Aurelio, y entonces todos habían celebrado ya a Baco.

Parece incontestable el que los griegos no pudieron tomar la idea de


Baco en el libro de las leyes judías, que ellos no entendían y del cual no
tenían la menor noticia; libro, además, tan raro entre los mismos judíos,
que bajo el reinado de Josías no se halló sino un ejemplar; libro casi
enteramente perdido durante la esclavitud de los judíos trasladados a la
Caldea y al resto del Asia; y libro restaurado después por Esdras, en los
tiempos florecientes de Atenas y de las otras repúblicas, y de la Grecia,
en cuyo tiempo los misterios de Baco ya estaban instituidos.

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Dios permitió pues, que el espíritu de la falsedad divulgase las
absurdidades de la vida de Baco entre cien naciones, antes que el
espíritu de verdad hiciese conocer la vida de Moisés a ningún pueblo,
excepto los judíos.

El sabio obispo de Avranches, penetrado de esta particular semejanza,


no dudó en decir que Moisés no solamente era Baco, sino el Thot y el
Osiris de los egipcios. Añade aun30 para ligar las contrariedades, que
Moisés era también su Tifón, es decir, que él era a la vez el bueno y el
mal principio, el protector y el enemigo, el dios y el diablo reconocidos
en Egipto.

Moisés, según este hombre sabio, es el mismo que Zoroastro. Es


Esculapio, Anfión, Apolo, Fauno, Jano, Perseo, Rómulo, Vertumno, y en
fin Adonis y Príapo. La prueba de que era Adonis es que Virgilio dice:

Et formosus oves ad f lumina pavit Adonis.

«Y el bello Adonis ha guardado los carneros.» Luego Moisés guardó los


carneros hacia el Arabia. La prueba de que él era Príapo vale más aun:
es la de que algunas veces se representa a Príapo con un asno, y que los
judíos se dice que adoraron a un asno. Huet añade por última
confirmación que la vara de Moisés podía muy bien compararse al cetro
de Príapo.31

Sceptrum Pr i apo tribuitur, virga Mosi.

Ved a lo que Huet llama su demostración: no es geométrica a la verdad,


y es de creer que se avergonzó de haberla dicho, en los últimos años de
su vida, y que se acordaba de su demostración cuando compuso su
tratado de la flaqueza del espíritu humano y de la incertidumbre de sus
conocimientos.

29. De las metamorfosis de los griegos recopiladas por Ovidio.

La opinión de la transmigración de las almas conduce naturalmente a


las metamorfosis, como ya lo hemos visto. Todas las ideas que chocan la
imaginación y que la entretienen, se extienden bien pronto por todo el
mundo. Desde luego que me habréis persuadido de que mi alma puede
entrar en el cuerpo de un caballo, no tendréis dificultad en hacerme
creer que mi cuerpo puede también cambiarse en el de un caballo.

Las metamorfosis recogidas por Ovidio, de que ya hemos hablado un


poco, no debían de ningún modo admirar a un pitagórico, a un brahma,
a un caldeo ni a un egipcio. Los dioses se habían cambiado en animales
en el antiguo Egipto: Derceto había sido transformado en pescado en la
Siria; Semiramis había sido cambiada en paloma en Babilonia. Los

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judíos en tiempos muy posteriores escriben que Nabucodonosor fue
transformado en un buey, sin contar la mujer de Lot transformada en
una estatua de sal. Todas las apariciones de los genios bajo la forma
humana ¿no son igualmente una metamorfosis real, aunque pasajera?

Un dios apenas puede comunicar con nosotros, sino transformándose en


hombre. Es cierto que Júpiter tomó la figura de un hermoso cisne para
gozar de Leda; pero estos casos son raros, y en todas las religiones la
divinidad toma siempre la figura humana cuando quiere dar órdenes.
Sería muy difícil el entender la voz de los dioses si se nos presentasen
bajo la forma de cocodrilos o de osos.

En fin, los dioses tuvieron sus metamorfosis casi por todas partes, y
desde que estuvimos instruidos de los secretos de la magia, también
tuvimos las nuestras. Varias personas dignas de fe se cambiaron en
lobos, y la palabra lobo hechicero atestigua aun entre nosotros esta
hermosa transformación.

Lo que ayuda mucho a creer todas estas transformaciones y todos los


prodigios de esta clase, es el que no puede probarse su imposibilidad en
debida forma. No hay ningún argumento que alegar a quien os diga:
«Ayer vino un dios en mi casa bajo la figura de un hermoso joven, y mi
hija parirá de aquí a nueve meses un precioso niño que el dios se ha
dignado hacerle. Mi hermano que se ha atrevido a dudarlo ha sido
convertirdo en lobo; corre y aulla actualmente en los bosques.» Si la
hija pare en efecto, si el hombre convertido en lobo os asegura que ha
sufrido esta transformación, no podéis demostrar que la cosa no es
cierta. No tendréis otro recurso que el de señalar delante los jueces al
joven que se supuso ser un dios y que hizo un hijo a la señorita, hacer
observar al tío, lobo hechizado, y presentar testigos de su impostura.
Pero la familia no se expondrá a este examen; os sostendrá, con los
sacerdotes del país, que sois un profano y un ignorante: os harán ver
que así como una oruga se cambia en mariposa, un hombre puede con
la misma facilidad ser cambiado en bestia; y si disputáis, seréis
denunciado a la inquisición como un impío que no cree ni en los lobos
hechizados, ni en los dioses que ponen encinta a las jóvenes.

30. De la idolatría.

Después de haber leído todo lo que se ha escrito sobre la idolatría, no se


encuentra cosa alguna que dé de ella una noción precisa. Parece que
Locke ha sido el primero que ha enseñado a los hombres a definir las
palabras que pronunciaban, y a no hablar a tientas. La palabra que
corresponde a la de idolatría no se halla en ninguna lengua antigua; es
una expresión de los griegos de las últimas edades, y de que jamás se
había hecho uso antes del siglo segundo de nuestra era. Significa
adoración de imágenes: es una palabra de zaherimiento, una palabra
injuriosa; ningún pueblo ha tenido la calidad de idólatra, ningún
gobierno ha ordenado que se adorase a una imagen como al Dios

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supremo de la naturaleza. Los antiguos caldeos, los antiguos árabes, los
antiguos persas, no tuvieron durante largo tiempo ni imágenes, ni
templos. ¿De qué manera aquellos que veneraban en el sol, en los astros
y en el fuego, los emblemas de la divinidad,, pueden ser llamados
idólatras? Reverenciaban lo que veían; pero ciertamente reverenciar el
sol y los astros, no es adorar una figura trabajada por un obrero; es
tener un, culto erróneo, pero en ningún modo es ser idólatra.

Supongo que los egipcios hayan adorado realmente al perro Anubis y al


buey Apis; que hayan sido bastante locos para no mirarlos como
animales consagrados a la divinidad, y si como un emblema del bien que
hacía a los hombres su Isheth, su Isis; y para creer también que un rayo.
celeste animaba a este buey y a este perro consagrados: es claro que
esto no era adorar una estatua; una bestia no es un ídolo.

Es indudable que los hombres tuvieron objetos de culto antes que


hubiese escultores, y es claro que estos hombres tan antiguos no podían
ser llamados idólatras. Falta saber si los que en fin hicieron colocar las
estatuas en los templos, y reverenciar estas estatuas, se llamaron
adoradores de estatuas, y esto no se encuentra en ningún monumento de
la antigüedad.

Mas no tomando de un modo absoluto el titulo de idólatras ¿lo eran en


efecto? ¿Estaba mandado el creer que la estatua de bronce que
representaba la figura fantástica de Bel en Babilonia, era el señor, el
Dios, el criador del inundo? ¿La figura de Júpiter, era Júpiter mismo?
¿No sería esto (si me es permitido comparar los usos de nuestra santa
religión con los usos antiguos) como si se dijese que nosotros adoramos
la figura del Padre Eterno con una barba larga, la figura de una mujer y
de un niño, la de una paloma? Estos son ornamentos emblemáticos en
nuestros templos. Estamos tan lejos de adorarlos, que cuando las
estatuas son de madera, sirven para calentarse luego que se carcomen,
y se hacen otras para reemplazarlas: son puramente signos que hablan
a nuestros ojos y a nuestra imaginación. Los turcos y los reformados
creen que los católicos son idólatras; pero los católicos no dejan de
protestar de esta injuria.

No es posible que se adore realmente a una estatua, ni que se crea que


esta estatua sea el Dios supremo. No había sino un Júpiter, pero había
mil estatuas suyas; porque este Júpiter que se creía que arrojaba los
rayos, se suponía que habitaba en las nubes, o en el monte Olimpo, o en
el planeta que tiene su nombre, y sus figuras no arrojaban rayos, ni
estaban en un planeta, ni en las nubes, ni en el monte Olimpo: todas las
oraciones eran dirigidas a los dioses inmortales, y seguramente las
estatuas no eran inmortales.

Algunos embusteros, es cierto, hicieron creer, y los supersticiosos lo


creyeron, que las estatuas habían hablado. ¿Cuántas veces nuestros
pueblos groseros han tenido la misma credulidad? Pero jamás en ningún
pueblo fueron estas absurdidades la religión del estado. Alguna vieja
necia no habrá hecho distinción entre la estatua y el dios; esto no es una

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razón para poder afirmar que el gobierno pensaba como la vieja. Los
magistrados querían que se reverenciasen las representaciones de los
dioses adorados, y que se fijase la imaginación del pueblo por medio de
estas figuras visibles. Esto es precisamente lo que se ha hecho en la
mitad de la Europa: se tienen figuras que representan a Dios padre, bajo
la forma de un anciano: se tienen imágenes de varios santos que se
veneran, y se sabe muy bien que estas figuras y estas imágenes no son el
Dios padre, ni los santos que representan.

Del mismo modo, si nos atrevemos a decirlo, los antiguos no se


equivocan entre los semidioses, los dioses, y el señor de los dioses; si
estos antiguos eran idólatras porque tenían estatuas en sus templos, la
mitad de la cristiandad será también idólatra, y si no lo es, tampoco lo
eran las naciones antiguas.

En una palabra, en toda la antigüedad no hay ni un solo poeta, ni un


filósofo, ni un hombre de estado que haya dicho que se adoraba una
piedra, un mármol, un bronce, un leño. Los testimonios en contra son
innumerables: las naciones idólatras son pues como los hechiceros; se
habla de ellos, pero jamás los ha habido.

Un comentador, Dacier, ha afirmado que se ha adorado realmente la


estatua de Príapo, porque Horacio haciendo hablar a este espantajo, le
hace decir: «Yo era antes un tronco; el obrero dudoso sobre si haría de
mí un dios o un banquillo, tomó el partido de hacer un dios, etc.» El
comentador cita al profeta Baruch, para probar que en tiempo de
Horacio se miraba la figura de Príapo como una divinidad real: no
conoce que Horacio se burla de su pretendido dios y de su estatua. Es
posible que alguna de sus criadas, al ver esta enorme figura, creyese
que tenía algo de divino; pero seguramente todos estos Príapos de que
están llenos los jardines para espantar a los pájaros, no eran mirados
como criadores del mundo.

Se ha dicho que Moisés, no obstante de que la ley divina no permitía


hacer ninguna representación de hombres ni de animales, erigió una
serpiente de bronce, lo que era una imitación de la serpiente de plata
que llevaban en procesión los sacerdotes del Egipto; pero aunque esta
serpiente hubiese sido construida para curar las mordeduras de las
verdaderas serpientes, con todo esto no se le daba adoración. Salomón
puso dos querubines en el templo, pero no eran considerados como
dioses. En los templos de los judíos y en los nuestros, si se ha tributado
respeto a las estatuas sin ser idólatras, ¿para qué hacer tantas
reconvenciones a las otras naciones? O nosotros debemos absolverlas, o
ellas deben acusarnos.

31. De l os oráculos.

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Es evidente que no puede saberse lo porvenir, porque no se puede saber
lo que no existe; pero es claro también que se puede conjeturar un
acontecimiento.

Veis un ejército numeroso y disciplinado, conducido por un candillo que


avanza a una posición ventajosa, contra un capitán imprudente seguido
de pocas tropas mal armadas, mal colocadas, y de las cuales sabéis que
la mitad le hacen traición; desde luego pronosticaréis que este capitán
será batido.

Habéis notado que un joven y una joven se aman locamente; los habéis
visto salir juntos de la casa paterna: anunciaréis que antes de poco
tiempo la joven se hallará embarazada, y rara vez os engañaréis. Todas
las predicciones se reducen a calcular las probabilidades: no hay
ninguna nación en la que no se hayan hecho predicciones que se han
cumplido efectivamente. La más célebre, la más confirmada, es la que
hizo el traidor Flavio Josefo a Vespasiano y a Tito su hijo, vencedores de
los judíos. Veía a Vespasiano y a Tito adorados de los ejércitos romanos
en el Oriente, y a Nerón detestado de todo el imperio. Se atreve, para
ganar el favor de Vespasiano, a predecirle en nombre del Dios de los
judíos32 que él y su hijo serán emperadores, y lo fueron efectivamente;
pero es positivo que en esto Josefo no arriesgó cosa alguna: si
Vespasiano caía mientras pretendía el imperio, no se hallaba en estado
de poder castigar a Josefo; si era emperador, le recompensaba, y hasta
que llegase el caso de que reinase, tenía este esperanzas de conseguir la
recompensa. Vespasiano hizo decir a Josefo que si él era profeta debía
haber predicho la toma de Josafat que había defendido inútilmente
contra el ejército romano: Josefo respondió que ya la había anunciado,
lo que no era sorprendente. ¿Qué comandante sitiado en una pequeña
plaza por un grande ejército no predice que la plaza debe ser tomada?

No es difícil de conocer que cualquiera haciéndose profeta podía


atraerse el respeto y el dinero de la multitud, y que la credulidad del
pueblo debía ser la renta de cualquiera que supiese engañarlo. Por todas
partes ha habido adivinos, pero no era bastante el profetizar en nombre
propio; se necesitaba hablar en nombre de la divinidad, y desde el
tiempo de los adivinos del Egipto, que se llamaban los profetas, hasta
Ulpio, profeta del joven querido del emperador Adriano, tenido por dios,
hubo un número prodigioso de charlatanes sagrados, que hicieron
hablar a los dioses para burlarse de los hombres. Se conoce bastante
cómo lo conseguían: tan pronto con una respuesta ambigua que
explicaban después como mejor les parecía, tan pronto ganando a los
criados e informándose de ellos secretamente de las aventuras de los
devotos que venían a consultarles. Un idiota quedaba asombrado, al ver
que un embustero le decía de parte de Dios lo que había hecho de más
oculto.

Se creía que los profetas sabían lo pasado, lo presente, y lo porvenir;


este es el elogio que hace Homero de Calchas. No añadiré aquí cosa
alguna a lo que dicen el sabio Van-Dale y el juicioso Fontenelle su
redactor, sobre los oráculos. Ellos han descubierto con sagacidad los

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siglos de falacia, y el jesuita Ballus manifestó muy poco sentido o mucha
malignidad cuando sostuvo contra ellos la realidad de los oráculos
paganos. Esto era hacer realmente una injuria a Dios, pretendiendo que
este Dios de verdad hubiese dado libertad a los diablos del infierno,
para venir a hacer sobre la tierra lo que él mismo no ha hecho; esto es,
para, establecer los oráculos.

O estos diablos decían la verdad, y en este caso era imposible el dejarlos


de creer, y Dios apoyando las falsas religiones por medio de continuos
milagros, ponía él mismo el universo entre las manos de sus enemigos, o
ellos mentían, y en este caso Dios desencadenaba a los diablos para
engañar a todos los hombres. Quizás no ha habido jamás una opinión
más absurda.

El oráculo más famoso fue el de Delfos: se elegían dos muchachas


inocentes, como más adecuadas que las otras a ser inspiradas, es decir,
a proferir de buena fe la jerigonza que los sacerdotes les dictaban. La
joven adivina subía sobre un banquillo de tres pies, puesto en la
abertura de un agujero del que salía una exhalación profética, y el
espíritu divino entraba por debajo de la ropa de la adivina por un paraje
muy humano. Pero desde que una hermosa adivina fue robada por un
devoto, se emplearon a las viejas en este oficio, y creo que esta fue la
causa por la cual el oráculo de Delfos empezó a perder mucho de su
crédito.

Los agoreros y los adivinos eran una especie de oráculos, y sale su


origen, según creo, de una muy remota antigüedad, porque se
necesitaban muchas ceremonias y mucho tiempo para acreditar a un
oráculo divino, que no podía existir sin templos y sin sacerdotes, y nada
era más fácil que el decir la buenaventura en las encrucijadas. Este arte
se subdividió de mil maneras: se predijo por el vuelo de los pájaros, por
el hígado de los carneros, por las arrugas de la palma de la mano, por
los círculos hechos sobre la tierra, por el agua, por el fuego, por las
pequeñas piedras, por las varas, y por todo lo que se imaginó; y a
menudo por un puro entusiasmo que se servía de todas las reglas. ¿Pero
quién fue el que inventó este arte? El primer pícaro que encontró a un
tonto.

La mayor parte de las predicciones eran como las del almanaque de


Lieja. Morirá un personaje; habrá naufragios . ¿Moría un magistrado de
un pueblo durante el año? Era para este pueblo el personaje cuya
muerte estaba anunciada. ¿Sumergíase alguna barca de pescadores?
Eran los grandes naufragios anunciados. El autor del almanaque de
Lieja es un adivino, cúmplanse o no sus predicciones, porque si algún
acontecimiento las favorece, su magia queda demostrada, y si al
contrario, entonces aplica la predicción a cualquiera otra cosa, y la
alegoría le saca del paso.

Dice el almanaque de Lieja que vendrá un pueblo del norte que todo lo
destruirá; este pueblo no viene, pero un viento del norte hiela algunas
viñas, y esto es lo que ha pronosticado Mateo Lansberg. ¿Hay alguno

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que dude de su ciencia? Al punto los mandaderos lo denuncian como
mal ciudadano, y los astrónomos le tratan de incapaz y de falto de
razón.

Los sunnitas mahometanos han tenido muy en uso este método en la


explicación del Alcorán de Mahoma. La estrella Aldebarán había estado
en grande veneración entre los árabes; significa el ojo del toro; esto
quería decir que el ojo de Mahoma ilustraba los árabes y que, como un
toro, hería a sus enemigos con los cuernos.

El árbol acacia era venerado en la Arabia y se hacían grandes alamedas


de acacias que preservaban las casas del ardor del sol. Mahoma es la
acacia que debe cubrir la tierra con su sombra saludable. Los turcos
sensatos se ríen de estas sutiles necedades, las mujeres jóvenes no
piensan en ellas, las viejas devotas las creen, y cualquiera que dijese
públicamente a un derviche que no enseña sino boberías se expondría a
ser empalado. Ha habido sabios que han hallado la historia de sus
tiempos en la Ilíada y la Odisea , pero estos sabios no han hecho la
misma fortuna que los comentadores del Alcorán .

El más brillante ejercicio de los oráculos fue el de asegurar la victoria


en los tiempos de guerra. Cada ejército, cada nación tenía sus oráculos
que le prometían triunfos, y uno de los dos partidos había recibido
infaliblemente un oráculo verdadero. El vencido que había sido
engañado, atribuía su derrota a alguna falta cometida respectivamente
a sus dioses después de haber tenido el oráculo, y esperaba que en otro
tiempo se cumpliría: de este modo casi toda la tierra se ha mantenido en
la ilusión... Apenas hay un pueblo que no conserve en sus archivos, o
que no haya tenido por la tradición de padres a hijos, alguna predicción
que le aseguraba la conquista del mundo, es decir de las naciones
vecinas; y no ha habido ningún conquistador que no haya sido
anunciado con toda formalidad, inmediatamente después de sus
conquistas. Hasta los judíos, encerrados en un rincón de la tierra casi
desconocido, entre el anti-Líbano, la Arabia desierta y la pétrea,
esperaron como los otros pueblos el ser los señores del mundo,
fundándolo sobre mil oráculos que nosotros explicamos en un sentido
místico y ellos entienden en un sentido literal.

32. De las s ibilas de los griegos y de su influencia sobre las


otras n a c iones.

Cuando toda la tierra se hallaba llena de oráculos, hubo mujeres viejas


y solteras que sin hallarse destinadas a ningún templo, se ocuparon en
profetizar por su cuenta. Se las llamó sibilas , palabra griega del
dialecto de Laconia, que significa consejo de Dios. La antigüedad hace
mención de diez principales en diversos países. Bastante sabido es el
cuento de la buena mujer que trajo a Roma al antiguo Tarquino los
nueve libros de la antigua sibila de Cumas. Como Tarquino regateaba

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demasiado el precio, la vieja echó al fuego los seis primeros y exigió por
los tres restantes igual valor que el que había pedido por los nueve.
Tarquino lo pagó y se dice que estuvieron conservados en Roma hasta el
tiempo de Sila y que después fueron consumidos de resultas de un
incendio del capitolio.

¿Pero cómo hacerlo sin las profecías de las sibilas? Se enviaron tres
senadores a Eritro, ciudad de la Grecia, en donde se guardaban con el
mayor cuidado un millar de malos versos griegos que se decía haberlos
compuesto la sibila Eritrea. Todos querían tener copias de ellos: la sibila
Eritrea todo lo había pronosticado, y sus profecías eran como las de
Nostradamus entre nosotros. En todos los acontecimientos se forjaban
algunos versos griegos que se atribuían a la sibila.

Augusto que temía con razón que no se hallase en esta rapsodia algunos
versos que antorizasen las conspiraciones, prohibió bajo pena de muerte
que ningún romano tuviese en su casa versos de las sibilas. Prohibición
digna de un tirano sospechoso, que conservaba con destreza un poder
usurpado por el crimen.

Los versos sibilinos fueron respetados más que nunca cuando estuvo
prohibido el leerlos. Sin duda alguna contenían la verdad, pues que los
ocultaban a los ciudadanos.

Virgilio, en su égloga sobre el nacimiento de Pollion, Marcelo o Druso


no dejó de citar la autoridad de la sibila de Cumas, que había predicho
limpiamente que este niño, que murió enseguida, haría renacer el siglo
de oro. La sibila Eritrea también lo había profetizado entonces en
Cumas según se decía; el niño recién nacido de Augusto o de su favorito,
no podía menos de ser pronosticado por la sibila: las predicciones son
siempre para los grandes; la gente de las otras clases no interesa.

Los oráculos de las sibilas eran muy acreditados, y los primeros


cristianos muy exaltados por un falso celo, creyeron que podían forjar
semejantes oráculos para batir a los gentiles con sus propias armas.
Hermas y San Justino pasaron por ser los primeros que tuvieron la
desgracia de sostener esta impostura. San Justino cita los oráculos de la
sibila de Cumas, vendidos por un cristiano que había tomado el nombre
de Istapo, y pretendía que la sibila había vivido desde el tiempo del
diluvio. San Clemente de Alejandría (en sus Stromatos , libro VI)
asegura que el apóstol San Pablo recomienda en sus epístolas la lectura
de las biblias que manifiestamente han predicho el nacimiento del hijo
de Dios.

Es preciso que esta epístola de San Pablo se haya perdido, porque no se


hallan semejantes palabras, ni cosa alguna que se les parezca, en
ninguna de sus epístolas. En aquel tiempo tenían los cristianos una
infinidad de libros que ya no tenemos, como las profecías de Jaldabast,
las de Seth, de Enoch y de Cam, la Penitencia de Ad án , la Historia de
Zacarías, padre de San Juan, el Evangelio de los egipcios , el Evangelio
de San Pedro, de Andrés y de Santiago, el Evangelio de Eva, el

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Apocalipsis de Adán, las Cartas de Jesucristo, y cien otros escritos de
que apenas quedan algunos fragmentos en los libros que se leen raras
veces.

La Iglesia cristiana estaba entonces dividida en sociedad judaica y en


sociedad no judaica: estas sociedades tenían otras divisiones. El que
tenía algún talento escribía a favor de su partido. Hubo más de
cincuenta evangelios hasta el concilio de Nicea, y hoy no nos quedan
sino el de la Virgen, el de Santiago, el de la niñez, y el de Nicodemus.
Sobre todo se forjaron versos atribuidos a las antiguas sibilas. Tal era el
respeto del pueblo por estos oráculos sibilinos, que se creyó tener
necesidad de este apoyo extraño para fortificar el cristianismo naciente.
No solamente se hicieron versos griegos sibilinos que anunciaban la
venida de Jesucristo, sino que se hicieron en acrósticos, de modo que las
letras de la palabra Jeso u s chreistos ios soter , eran la una después de
la otra el principio de cada verso. Es en estas poesías que se halla esta
predicción.

Con cinco panes y dos peces

Mantendrá cinco mil hombres en el desierto,

Y re u niendo los pedazos qué quedarán

Se llenarán doce canastos.

No se quedó en esto; se imaginó que se podía explicar en favor del


cristianismo el sentido de los versos de la cuarta égloga de Virgilio:

Ultima cum æ i venit jam carnis æ tas:

Jam nova progenies c œ lo de m i tt itur alto.

Los tiempos de la sibila son en fin llegados,

Un nuevo vástago desciende de lo alto de los cielos.

Esta opinión tuvo tan grande aceptación en los primeros siglos de la


Iglesia, que el emperador Constantino la sostuvo altamente: cuando un
emperador hablaba, tenía seguramente razón. Virgilio pasó largo
tiempo por un profeta, y por fin se estaba tan persuadido de los
oráculos de las sibilas, que nosotros tenemos en uno de nuestros
himnos, que no es muy antiguo, estos dos versos notables:

Solvet s æ culum in fa vill a ,

Teste Da v id cum Sibyll a .

Él reducirá el universo a cenizas,

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Testigo David con la S ibila.

Entre las predicciones atribuidas a las sibilas, se admitía sobretodo el


reinado de mil años, que adoptaron los padres de la iglesia hasta el
tiempo de Teodosio II.

Este reinado de Jesucristo durante mil años sobre la tierra, se fundaba


primeramente sobre la profecía de San Lucas, cap. XXI, profecía mal
entendida, que «Jesucristo vendría en las nubes con grande poder y
majestad antes que la generación presente hubiese pasado.» La
generación presente había pasado; pero San Pablo había dicho también
en su primera epístola a los tesalonicenses, c. IV.

«Nosotros os declaramos, cómo habiéndolo sabido del Señor, que


nosotros que vivimos, y estamos reservados para su advenimiento,
nosotros no instruiremos absolutamente a aquellos que están ya
dormidos. Porque al punto que la señal será dada por la voz del
arcángel, y por el sonido de la trompeta de Dios, el Señor mismo bajará
del cielo, y aquellos que habrán muerto en Jesucristo resucitarán los
primeros. Después nosotros que estamos vivos y que hemos quedado
hasta entonces, seremos llevados con ellos a las nubes, para ir a recibir
al Señor en medio de los aires, y así viviremos para siempre con el
Señor.»

Es bien extraño que Pablo diga que es el Señor mismo quien le había
hablado, porque Pablo lejos de haber sido uno de los discípulos de
Cristo había sido largo tiempo uno de sus perseguidores. Fuese como
fuese, el A pocalipsis había dicho también en el cap. XX que los justos
«reinarían sobre la tierra durante mil años con Jesucristo.»

A cada momento se esperaba que Jesucristo bajase del cielo para


establecer su reino y reedificar a Jerusalén, en donde los cristianos
debían regocijarse con los patriarcas.

Esta nueva Jerusalén estaba anunciada en el A pocalipsis : «Yo Juan, vi


la nueva Jerusalén que bajaba del cielo adornada como una novia...
tenía una grande y alta muralla, doce puertas... y un ángel a cada
puerta... doce cimientos en donde están los nombres de los apóstoles del
cordero... El que me hablaba tenía una vara de oro para medir la
ciudad, las puertas y la muralla. La ciudad está construida en cuadro y
tiene doce mil estadios; su largo, su ancho, y su altura son iguales... Él
midió también la muralla que es de ciento y cuarenta y cuatro codos...
Esta muralla era de jaspe y la ciudad era de oro, » etc.

Bien podían contentarse con esta predicción; pero queríase aun tener
por garante una sibila, a quien se hizo decir lo mismo poco más o
menos. Esta persuasión se imprimió tan fuertemente en los espíritus,
que San Justino en su D iálogo contra Trif ó n dice «que él está
convencido, y que Jesucristo debe venir a esta Jerusalén a comer y a
beber con sus discípulos.»

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San Ireneo se entregó tan plenamente a esta opinión, que atribuye a san
Juan evangelista estas palabras: «En la nueva Jerusalén, cada cepa de
viña producirá diez mil ramas y cada rama diez mil botones, y cada
botón diez mil racimos; cada racimo diez mil granos, cada grano
veinticinco ánforas de vino, y cuando uno de los santos vendimiadores
coja un racimo, el racimo inmediato le dirá: cógeme a mi, yo soy mejor
que él.»33

No era bastante que la sibila hubiese predicho estas maravillas; se había


sido testigo de su cumplimiento. Se vio, según refiere Tertuliano, la
nueva Jerusalén bajar del cielo, durante cuarenta noches consecutivas.

Tertuliano34 se explica así: « Nosotros confesamos que nos está


prometido el reinado por mil años en la tierra, después de la
resurrección en la ciudad de Jerusalén traída del cielo acá bajo.»

De este modo el amor por lo maravilloso, y el deseo de oír y de decir


cosas extraordinarias, han pervertido en todos tiempos el sentido
común. De este modo se ha empleado el fraude cuando no se ha tenido
la fuerza. La religión cristiana estuvo no obstante sostenida por razones
tan sólidas que todo este conjunto de errores no pudo alterarla. Se sacó
el oro puro de toda esta liga, y la Iglesia llegó por grados al estado en
que la vemos actualmente.

33. De los m ilagros.

Volvamos siempre a la naturaleza del hombre: él no ama sino lo


extraordinario, y esto es tan cierto, que al punto que lo hermoso y lo
sublime son comunes, ya no parecen ni hermoso ni sublime. Se quiere lo
extraordinario en todo género, y se va hasta lo imposible. La historia
antigua se parece a la de aquella col más grande que una casa, y a
aquella olla más grande que una iglesia, construida para cocer la col.

¿Cuál es la idea que nosotros hemos unido a la palabra milagro, que al


principio significaba cosa admirable? Hemos dicho: es lo que la
naturaleza no puede hacer, lo que es contrario a todas sus leyes. Así el
inglés que prometió al público en Londres de meterse todo entero en
una botella de dos azumbres, anunciaba un milagro. En otro tiempo no
hubieran faltado leyendas que hubieran asegurado el cumplimiento de
este prodigio, si hubiera producido alguna ventaja al convento.

Nosotros creemos sin dificultad los verdaderos milagros sucedidos en


nuestra santa religión, y en la de los judíos, cuya religión preparó la
nuestra. No hablamos aquí sino de las otras naciones y no razonamos
sino siguiendo las reglas del buen sentido, siempre sometidas a la
revelación.

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Aquel que no esté iluminado por la fe, no puede mirar un milagro sino
como una contravención a las leyes eternas de la naturaleza: no le
parece posible que Dios descomponga su propia obra, y sabe que todo
está ligado en el universo por medio de cadenas que no pueden
romperse. Sabe que Dios siendo siempre el mismo, sus leyes son
constantemente las mismas, y que no puede pararse una rueda de la
grande máquina sin que la naturaleza entera se desarregle.

Si Júpiter acostándose con Alcmena hace una noche de veinticuatro


horas, debiendo ser de doce, es preciso que la tierra detenga su curso y
quede inmóvil durante doce horas enteras; pero como los mismos
fenómenos del cielo vuelvan a aparecer la noche siguiente, es necesario
también que la luna y los otros planetas se hayan detenido. Ved una
grande revolución en todos los orbes celestes en obsequio de una mujer
de Tebas en la Beocia.

Resucita un muerto al cabo de algunos días: es necesario que todas las


partes imperceptibles de su cuerpo, que se habían exhalado en el aire y
que los vientos habían alejado, vuelvan cada una de ellas a ponerse en el
lugar que antes ocupaban; que los gusanos y los pájaros, o los otros
animales mantenidos con la substancia de este cadáver, vuelvan cada
uno lo que han tomado de él. Los gusanos cebados con las entrañas de
este hombre habrán sido comidos por las golondrinas, estas golondrinas
por las pegas silvestres, estas pegas silvestres por los halcones y los
halcones por los buitres. Es necesario que cada uno restituya
precisamente lo que pertenezca al muerto, sin lo cual no sería ya la
misma persona. Todo esto aun no es nada si el alma no vuelve a su
cuerpo.

Si el ser eterno que todo lo ha previsto, que todo lo gobierna por leyes
invariables, se contraría a sí mismo destruyendo todas sus leyes, esto no
puede ser sino por el bien de toda la naturaleza; pero parece
contradictorio el suponer un caso en el que el criador y el señor de
todas las cosas, pueda cambiar el orden del mundo por el bien del
mundo. Porque, o él ha previsto la pretendida necesidad que tenía de
hacerlo, o no la ha previsto. Si él la ha previsto, ha establecido el orden
desde el principio, y si no la ha previsto ya no es Dios.

Se dice que para complacer a una nación, a una ciudad, a una familia,
el ser eterno resucita a Pelops, a Hipólito, a Heros o a algunos otros
famosos personajes; pero no parece verosímil que el señor común del
universo descuide este universo por Hipolito ni Pelops.

Cuanto más increíbles son los milagros según los débiles conocimientos
de nuestro espíritu, tanto más creídos son. Cada pueblo tuvo tantos
prodigios que de ellos se hicieron cosas muy extraordinarias. Por esto
no se ponía cuidado en negar los de sus vecinos. Los griegos decían a
los egipcios y a las naciones asiáticas: los dioses os han hablado algunas
veces, y a nosotros nos hablan todos los días: veinte veces han
combatido por vosotros, cuarenta veces se han puesto a la cabeza de
nuestros ejércitos. Si vosotros tenéis metamorfosis, nosotros tenemos

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cien veces más: si vuestros animales hablan, los nuestros han hecho muy
buenos discursos. No hay, ni aun hasta los romanos, ningún pueblo en el
que no hayan hablado las bestias para pronosticar el porvenir. Tito Livio
refiere que un buey exclamó en medio del mercado: «Roma, ten cuidado
de ti.» Plinio, en su libro octavo, dice que un perro habló cuando
Tarquino fue arrojado del trono. Una corneja, si se cree a Suetonio,
exclamó en el capitolio, cuando se iba a asesinar a Domiciano: « Es t ai
panta Kalos » : está muy bien hecho. Del mismo modo uno de los
caballos de Aquiles, llamado Xanto, predijo a su amo que moriría
delante de Troya: antes que el caballo de Aquiles, había hablado el
carnero de Freixus, del mismo modo que las vacas del Olimpo: y así en
lugar de refutar las fábulas, se las exageraba. Se hacía como hizo un
procurador a quien se presentó un vale falso; no se entretuvo en
pleitear, sino que manifestó desde luego un recibo falso.

Es cierto que entre los romanos apenas vemos muertos resucitados; se


contentaron con creer en las curas milagrosas. Los griegos, más
decididos por la metempsicosis, tuvieron muchas resurrecciones: tenían
este secreto de los orientales, de quienes habían venido las ciencias y
todas las supersticiones.

De todas las curas milagrosas, las más confirmadas y las más


auténticas son las del ciego a quien el emperador Vespasiano volvió la
vista, y la del paralítico a quien volvió el uso de sus miembros. Fue en
Alejandría en donde se verificó este doble milagro, delante de un pueblo
inmenso, delante de los romanos, de los griegos y de los egipcios; fue
sobre su tribunal que Vespasiano obró estos prodigios. No era él el que
procuraba adquirir méritos por medio de prestigios, que no son
necesarios a un monarca que está seguro en su trono; son los mismos
enfermos que postrados a sus pies le impetran su curación. Él se
avergüenza de sus súplicas, se burla de ellas, y dice que una curación
semejante no es posible a ningún mortal; los dos desgraciados insisten;
Serapis se les ha aparecido, Serapis les ha dicho que serían curados por
Vespasiano. En fin él cede, y los toca sin esperanza de buen éxito. La
divinidad favoreciendo su modestia y su virtud le comunica su poder; al
instante el ciego ve y el estropeado anda. Alejandría, el Egipto y todo el
imperio aplauden a Vespasiano como a un favorito del cielo; el milagro
se consigna en los archivos del imperio, y sin embargo, con el tiempo,
este milagro no es creído de nadie, porque no hay quien tenga interés en
sostenerlo.

Si se cree yo no sé que escritor de nuestros siglos bárbaros llamado


Helgaut, el rey Roberto hijo de Hugo Capeto también curó a un ciego.
Este don de los milagros en el rey Roberto, fue quizás la recompensa de
la caridad que tuvo en hacer quemar al confesor de su mujer y a los
canónigos de Orleans, acusados de no creer la infalibilidad del poder
absoluto del papa, y por consecuencia de ser maniqueos; y si no fue el
premio de estas buenas acciones, lo fue de la excomunión que sufrió por
haberse acostado con la reina su mujer.

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Los filósofos han hecho milagros como los emperadores y los reyes. Se
conocen los de Apolonio de Tiana: éste era un filósofo pitagórico,
temperante, casto y justo, a quien la historia no reprende ninguna
acción equívoca, ni ninguna de las debilidades de que Sócrates fue
acusado. Viajó a los países de los magos y de los bracmanes, y fue en
todas partes tan estimado cuan modesto era, dando siempre buenos
consejos y disputando muy rara vez. La oración que tenía costumbre de
dirigir a los dioses es admirable: «¡Dioses inmortales! Concedednos lo
que juzguéis que nos conviene, si nosotros no somos indignos de
obtenerlo.» No tenía ningún entusiasmo; pero lo tuvieron sus discípulos,
suponiéndole milagros que fueron recogidos por Filóstrato. Los
tianenses le pusieron en el rango de los semidioses, y los emperadores
romanos aprobaron su apoteosis; pero con el tiempo la apoteosis de
Apolonio tuvo la misma suerte que la de los emperadores romanos, y la
capilla de Apolonio quedó tan desierta como el Socrateion construido a
Sócrates por los atenienses.

Los reyes de Inglaterra, desde San Eduardo hasta el rey Guillermo III,
hicieron diariamente un gran milagro, que fue el de curar los
lamparones que los médicos no podían curar; pero Guillermo III no
quiso de modo alguno hacer milagros, y sus sucesores le han imitado. Si
la Inglaterra experimenta alguna revolución que vuelva a sumergirla en
la ignorancia, entonces tendrá milagros todos los días.

34. De los t emplos.

No se crea que hubo templos desde luego que se reconoció un Dios. Los
árabes, los caldeos y los persas que veneraban los astros, no podían
tener en sus principios edificios consagrados; no tenían que hacer más
que mirar al cielo y allí estaba su templo. El de Bel en Babilonia pasaba
por el más antiguo de todos; pero los de Brahma en la India deben ser
de una antigüedad más remota, a lo menos los brahmanes lo pretenden.

Se dice en los anales de la China que los primeros emperadores


sacrificaban en el templo. El de Hércules en Tiro no parece ser de los
más antiguos: Hércules no fue en ningún pueblo sino una divinidad
secundaria; sin embargo el templo de Tiro es muy anterior al de Judea.
Hiram tenía uno magnífico, cuando Salomón, ayudado por Hiram,
edificó el suyo. Herodoto, que viajó entre los tirios, dice que en su
tiempo los archivos de Tiro no daban a este templo sino dos mil y
trescientos años de antigüedad: hacía ya mucho tiempo que el Egipto
estaba lleno de templos. Herodoto añade que él supo que el templo de
Vulcano, en Menfis, había sido construido por Menes hacia el tiempo
que corresponde a tres mil años antes de nuestra era; pero no es creíble
que los egipcios hubiesen edificado un templo a Vulcano en Menfis,
antes de haberlo elevado a Isis su principal divinidad.

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Yo no puedo conciliar con las costumbres ordinarias de todos los
hombres lo que dice Herodoto en el libro segundo: pretende que
exceptuando los egipcios y los griegos, todos los otros pueblos tenían la
costumbre de acostarse con sus mujeres en medio de sus templos;
sospecho que el texto griego ha sido corrompido. Los hombres más
salvajes se abstienen de esta acción delante de testigos: jamás se ha
intentado el acariciar a la mujer en presencia de las personas por quien
se guarda la menor consideración.

Es muy poco posible que entre las naciones religiosas hasta el punto de
ser escrupulosas, hubieran sido sus templos lugares de prostitución.
Creo que Herodoto habrá querido decir que los sacerdotes que
habitaban en el recinto que rodeaba el templo, podían acostarse con sus
mujeres en este recinto, que tenía el nombre de templo, como lo hacían
los sacerdotes judíos y otros; pero que los sacerdotes egipcios, no
habitando en el recinto, se abastenían de llegar a sus mujeres cuando
estaban de guardia en los pórticos que rodeaban el templo.

Los pueblos pequeños estuvieron largo tiempo sin tener templos:


llevaban sus dioses en cofres o en tabernáculos. Ya hemos visto que
cuando los judíos habitaron los desiertos al oriente del lago Asfáltide,
llevaban el tabernáculo del dios Remfan, del dios Molok,y del dios Krum,
como lo dice Amós y como lo repite San Esteban.

Esto mismo hacían todas las otras pequeñas naciones del desierto. Este
uso debe ser el más antiguo, por la razón de que es mucho más fácil
tener un cofre que construir un grande edificio.

Es probable que sea de estos dioses portátiles de donde se originaron


las procesiones que hicieron todos los pueblos; porque parece que no se
hubiera intentado quitar a un dios de su puesto en un templo, para
pasearlo por la ciudad, y esta violencia hubiera parecido un sacrilegio,
si el antiguo uso de llevar a su dios sobre un carro o sobre unas andas,
no se hubiera hallado establecido desde muy largo tiempo.

La mayor parte de los templos eran al principio ciudadelas en las cuales


se ponían en seguridad todas las cosas sagradas. Por esto el Pal a dium
era la fortaleza de Troya, y los broqueles bajados del cielo se guardaban
en el capitolio.

Sabemos que los templos de los judíos eran casas fuertes capaces de
sostener un asalto. Se dice en el tercer libro de los Reyes que el edificio
tenía cincuenta codos de largo y veinte de ancho, ésto es, cerca de
noventa pies de largo sobre treinta de frente: apenas hay edificios
públicos más pequeños, pero esta casa siendo de piedra y construida
sobre una montaña, podía a lo menos defenderse de una sorpresa: las
ventanas que eran mucho más estrechas en lo exterior que en lo interior
parecían troneras.

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Se dice que los sacerdotes se servían de blindajes de madera apoyados
en la muralla para alojarse.

Es difícil comprender las dimensiones de esta arquitectura: el mismo


libro de los Reyes nos dice que sobre las murallas de este templo, había
tres altos de madera; que el primero tenía cinco codos de ancho, el
segundo seis, y el tercero siete. Estas proporciones no son las nuestras:
estos pisos de madera hubieran sorprendido a Miguel Ángel, y a
Bramante; sea como fuese es preciso considerar que este templo, estaba
construido sobre la pendiente de la montaña Moria y que por
consiguiente no podía tener mucha profundidad. Era necesario subir
algunos escalones para llegar a la pequeña explanada en la que se
construyó el santuario de veinte codos de largo, y un templo en el cual
se ha de subir y bajar, es un edificio bárbaro. Era recomendable por la
santidad, pero no por su arquitectura, y no era necesario para los
designios de Dios que la ciudad de Jerusalén fuese la más magnífica de
las ciudades, ni su pueblo el más poderoso de los pueblos, ni tampoco
que su templo sobresaliese entre los de las otras naciones: el más
hermoso de los templos es aquel en el que se ofrecen a Dios los más
puros homenajes.

La mayor parte de los comentadores se han tomado el trabajo de


dibujar este edificio, cada uno de su modo, y es creíble que ninguno de
estos dibujantes nunca habrá construido una casa. Se concibe no
obstante que las murallas que sostenían los tres altos eran de piedra, y
que se podía muy bien defender uno o dos días este pequeño retiro.

Esta especie de fortaleza de un pueblo privado de artes, no se sostuvo


contra Nabusardán, uno de los capitanes del rey de Babilonia, que
nosotros llamamos Nabucodonosor.

El segundo templo construido por» Nehemías fue menos grande y


suntuoso. El libro de Esdrás nos hace saber que los muros de este nuevo
templo no tenían sino tres filas de piedra tosca y que el resto era de
madera. Era más bien una granja que un templo, pero el que Herodes
hizo construir después fue una verdadera fortaleza. Se vio precisado,
según nos refiere Josefo, a demoler el templo de Nehemías que él llama
el templo de Aggeo. Herodes cegó una parte del precipicio en el bajo de
la montaña Moria, a fin de hacer una plataforma apoyada por un
grueso muro sobre el cual se construyó el templo. Cerca de este edificio
se hallaba la torre Antonia que también fortificó, de suerte que este
templo era una verdadera ciudadela.

En efecto, los judíos se atrevieroa a defenderse en ella contra el ejército


de Tito, hasta que un soldado romano, habiendo arrojado una viga
ardiente en el interior del fuerte, todo se incendió en un momento, lo que
prueba que las obras del recinto, del templo eran de madera en el
tiempo de Herodes, lo mismo que en el de Nehemías y en el de Salomón.

Estos edificios de pino contradicen un poco la gran magnificencia de


que habla el exagerador Josefo. Dice que Tito habiendo entrado en el

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santuario, lo admiró y confesó que su riqueza era superior a la fama
que tenía. No es muy verosímil que un emperador romano, en medio de
un combate sangriento, pisando montones de cadáveres, se entretuviese
en considerar con admiración un edificio de veinte codos de largo (tal
era este santuario), y que un hombre que había visto el capitolio
quedase maravillado de la hermosura de un templo judío. Este templo
era muy santo, sin duda, pero un santuario de veinte codos de largo no
había sido construido por un Vitruvio. Los templos hermosos eran los de
Éfeso, Alejandría, Atenas, Olimpo y Roma.

Josefo, en su declamación contra Apio, dice que no era necesario «sino


un templo a los judíos porque no hay sino un Dios.» Este razonamiento
no parece concluyente, porque si los judíos hubieran tenido siete o
ochocientas leguas de territorio, como muchos otros pueblos, hubiera
sido necesario que pasasen su vida viajando para ir todos las años a
sacrificar en esta templo. De no haber sino un solo Dios se sigue que
todos los templos del mundo deben serle dedicados, pero no el que la
Tierra no deba tener sino un solo templo. La superstición siempre tiene
una mala lógica.

Además, ¿cómo puede decir Josefo que los judíos no necesitaban sino un
templo, cuando tenían desde el tiempo de Tolomeo-Filometor el templo
bastante conocida de la Onion, en Bubasto en Egipto?

35. De la magia.

¿Qué es la magia? El secreto de hacer lo que no puede hacer la


naturaleza; es una cosa imposible, y en todos los tiempos se ha creído
también en la magia. La palabra deriva de los mag , m a gdim o magos
de Caldea. Estos sabían más que los otros, buscaban las causas de las
lluvias y del buen tiempo, y muy pronto se les creyó capaces de hacer el
buen tiempo y la lluvia: eran astrónomos, y los más ignorantes y
atrevidos eran astrólogos. ¿Sucedía un acontecimiento en el tiempo de
la conjunción de dos planetas? Luego estos dos planetas lo habían
causado, y los astrólogos eran los dueños de los planetas. ¿Las
imaginaciones exaltadas habían visto en sueños a sus amigos
moribundos o muertos? Los mágicos hacían aparecer a los muertos.

Habiendo conocido el curso de la luna, era muy sencillo que la hiciesen


bajar sobre la tierra. Ellos disponían de la vida de los hombres, sea
haciendo figuras de cera, sea pronunciando el nombre de Dios o el del
diablo. Clemente de Alejandría, en sus Stromatos , libro primero, dice
que según un autor antiguo, Moisés pronunció la palabra Ihaho o
Jehova , de un modo tan eficaz al oído del rey de Egipto Fara-Nekefre,
que este rey cayó sin conocimiento.

En fin, desde Jannés y Mambres, que los dos eran hechiceros con
nombramiento de faraón, hasta la mariscala de Ancre que fue quemada

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en París por haber muerto un gallo blanco en el plenilunio, no hubo
ningún tiempo sin sortilegios.

La adivina de Endor, que invocó la sombra de Samuel, es muy conocida:


es cierto que sería muy extraño que la palabra Python , que es griega,
hubiese sido conocida de los judíos en el tiempo de Saúl, pero sólo la
Vulgata habla de Python; y el texto hebreo se sirve de la palabra ob ,
que los Setenta han traducido por Engastrimu t hon .35

Volvamos a la magia. Los judíos la tomaron por oficio desde que se


esparcieron por el mundo. El sábado de los hechiceros es una prueba
manifiesta de ello, y el macho cabrío con el cual se suponía que las
hechiceras tenían comunicación, viene del antiguo comercio que
tuvieron los judíos con los macho cabríos en el desierto, lo que les está
reprendido en el Levítico, capítulo XVIII.

Hay pocas causas criminales formadas a los hechiceros sin que se halle
implicado en ellas algún judío.

Los romanos, a pesar de los conocimientos que tenían en el tiempo de


Augusto, se infatuaron con los sortilegios del mismo modo que nosotros.
Véase la égloga de Virgilio intitulada Farmace ut ria :

Carmina vel c œ lo possunt deducere lunam.

La voz del encantador hace descender la luna.

His ego s æ p e lupum fi eri e t se condere sil vis

M œ ri m , s æ pe animas imi s exire sepuic r is.

Mœris convertido en lobo se escondía en los bosques:

De lo hondo de su sepulcro yo he visto salir las almas.

No debe extrañarse que Virgilio pase hoy en día por un hechicero en


Nápoles; no es necesario buscar la razón de ello sino en este égloga.

Horacio reprende a Sagana, y a Caridio sus horribles sortilegios. Las


principales cabezas de la república estuvieron infectadas de estas
imaginaciones funestas. Sexto, el hijo del grande Pompeyo inmoló a un
niño en uno de sus encantamientos,

Los filtros para hacerse amar, tenían una magia más dulce, y los judíos
estaban en posesión de venderlos a las damas romanas. Los que no
podían hacerse ricos corredores, se ocupaban en hacer profecías y
filtros.

Todas estas extravagancias ridículas o afrentosas se perpetuaron entre


nosotros, y sólo hace un siglo que están desacreditadas. Los misioneros

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se han admirado de hallar estas extravagancias hasta el cabo del
mundo, y han tenido lástima a los pueblos a quienes inspiraba el
demonio. ¡Ah, amigos míos! ¿Por qué no os habéis quedado en vuestra
patria? Vosotros no hubierais hallado diablos en ella, pero hubierais
encontrado otras tantas necedades.

Hubierais visto millares de miserables bastante insensatos para creerse


hechiceros, y jueces bastante ignorantes y bárbaros para condenarlos a
las llamas. Hubierais visto una jurisprudencia establecida en Europa
sobre la magia, como se tienen leyes sobre el robo y el homicidio;
jurisprudencia fundada sobre las decisiones de los concilios. Lo que
había de peor es que los pueblos viendo que la magistratura y la Iglesia
creían en la magia, estaban más fuertemente persuadidos de su
existencia, y cuanto más se perseguía a los hechiceros más crecía su
número. ¿De dónde provenía un error tan funesto y tan general? De la
ignorancia, y esto prueba que aquellos que desengañan a los hombres
son sus verdaderos bienhechores.

Se ha dicho que el consentimiento de todos los hombres era una prueba


de la verdad. ¡Qué prueba! Todos los pueblos han creído en la magia, en
la astrología, en los oráculos y en la influencia de la luna: era necesario
haber dicho a lo menos, que el consentimiento de todos los sabios era,
no una prueba, pero si una especie de probabilidad. ¡Y aun, qué
probabilidad! ¿Antes de Copérnico no creían todos los sabios que la
tierra estaba inmóvil en el centro del universo?

Ningún pueblo tiene el derecho de burlarse de otro. Si Rabelais llama a


Picatrix mi reverendo padre en diablo , porque se enseñaba la magia en
Toledo, en Salamanca y en Sevilla, los españoles pueden echar en cara a
los franceses un número prodigioso de sus hechiceros.

La Francia es quizás entre todos los países el que más ha juntado la


crueldad al ridículo: no hay ningún tribunal en Francia que no haya
hecho quemar muchos mágicos. En la antigua Roma había locos que
pensaban ser hechiceros, pero no se encuentran bárbaros que los
quemasen.

36. De las ví ctimas humanas.

Los hombres hubieran sido muy dichosos si tan solo hubieran sido
engañados, pero el tiempo, que tan pronto corrompe los usos y tan
pronto los rectifica, habiendo hecho correr la sangre de los animales en
las aras, los sacerdotes acostumbrados a la sangre pasaron de los
animales a los hombres y la superstición; hija desnaturalizada de la
religión, se separó de la pureza de su madre, hasta el punto de forzar a
los hombres a inmolar a sus propios hijos, bajo el pretexto de que era
necesario dar a Dios lo que se poseía de más querido.

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El primer sacrificio de esta naturaleza cuya memoria se ha conservado
fue el de Jehud entre los fenicios, que, si se cree el fragmento de
Sanchoniathon, fue inmolado por su padre Hillu, dos mil años antes de
nuestra era. En este tiempo se hallaban ya establecidos los grandes
estados; la Siria, la Caldea y el Egipto, estaban florecientes, |y en
Egipto, según Diodoro, se inmolaban ya a Osiris los hombres bermejos;
Plutarco pretende que se les quemaba vivos, y otros añaden que se
ahogaba a una joven en el Nilo, para obtener de este río una completa
avenida que no fuese ni muy grande ni muy pequeña.

Estos abominables holocaustos se establecieron en toda la tierra.


Pausanias pretende que Licaón fue el primero que inmoló víctimas
humanas en la Grecia: era necesario que este uso estuviese admitido
desde el tiempo de la guerra de Troya, pues que Homero hace inmolar
por Aquiles doce troyanos a la sombra de Patroclo. ¿Homero se hubiera
atrevido a decir una cosa tan horrible? ¿No hubiera temido enojar a
todos sus lectores, si tales holocaustos no hubieran estado en uso? Todo
poeta pinta las costumbres de su país.

Yo no hablo del sacrificio de Ifigenia, ni el de Idamanto hijo de


Idomeneo; verdaderos o falsos, ellos prueban la opinión reinante, y casi
no puede dudarse que los escitas de la Táurida inmolasen a los
extranjeros. Si bajamos a los tiempos más modernos, los tirios y los
cartagineses en los grandes peligros sacrificaban un hombre a Saturno:
se hizo otro tanto en Italia, y los romanos mismos que condenaron estos
horrores, inmolaron dos galos y dos griegos para espiar el crimen de
una vestal. Plutarco confirma esta espantosa verdad en sus cuestiones
sobre los romanos.

Los galos y los germanos tuvieron esta horrible costumbre, y los druidas
quemaban las víctimas humanas metidas en grandes figuras de
mimbres. Las hechiceras entre los germanos degollaban a los hombres
condenados a muerte, y juzgaban del porvenir por la más o menos
rapidez de la sangre que corría de la herida.

Creo muy bien que estos sacrificios eran raros, porque si hubieran sido
frecuentes, si se hubieran hecho fiestas anuales de semejantes
costumbres, si cada familia hubiera tenido continuamente el temor de
que los sacerdotes viniesen a escoger a la hija más hermosa o al
primogénito de la casa, para arrancarle santamente el corazón sobre
una piedra consagrada, bien pronto hubieran acabado por inmolar a los
mismos sacerdotes. Es muy probable que estos santos parricidios no se
cometían sino en las necesidades muy urgentes y en los grandes
peligros, en cuyo caso los hombres están subyugados por el temor, y una
falsa idea del interés público fuerza al interés particular a quedar
silencioso.

Entre los brahmas, no se quemaban siempre todas las viudas sobre los
cuerpos de sus maridos: las más devotas y las más locas hicieron desde
tiempo inmemorial este espantoso sacrificio, que continúa hoy en día.
Los escitas inmolaron algunas reces a las sombras de sus kanes los

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oficiales más queridos de estos príncipes. Herodoto describe
detalladamente la manera como se preparaban sus cadáveres, para
formar el cortejo al rededor del cadáver real; pero no se ve por la
historia que este uso haya durado largo tiempo.

Si leyéramos la historia de los judíos escrita por un autor de otra


nación, tendríamos dificultad en creer que hubo en efecto un pueblo
fugitivo del Egipto, que fue por orden expresa de Dios a inmolar siete u
ocho pequeñas naciones que ellos no conocían, a degollar sin
misericordia todas las mujeres, los ancianos y los niños de pecho, y no
reservar sino a las niñas, y que Dios castigó a este pueblo santo, cuando
fue bastante criminal para perdonar a un solo hombre de los que
estaban destinados a la muerte por el anatema. Nosotros no creeríamos
que un pueblo tan abominable haya podido existir sobre la tierra; pero
como una nación nos refiere ella misma todos estos hechos en sus libros
santos, es preciso creerlo.

Yo no entro aquí en la cuestión de si estos libros han sido inspirados:


nuestra santa Iglesia que mira con horror a los judíos, nos enseña que
los libros judíos han sido dictados por el Dios criador y padre de todos
los hombres. Yo no puedo formar ninguna duda, ni aun permitirme el
menor razonamiento.

Es cierto que nuestro débil entendimiento no puede concebir en Dios


otra sabiduría, otra justicia, ni otra bondad que aquella cuya idea
hemos formado; pero en fin él ha hecho lo que ha querido, y a nosotros
no nos corresponde el juzgarlo; yo me atengo siempre al sentido
sensible de la historia.

Los judíos tienen una ley por la cual se les manda expresamente no
poder ocultar ninguna cosa, ni perdonar ningún hombre comprendido
en el anatema del Señor: No se podrá rescatar, es necesario que muera,
dice la ley levítica en el capítulo XXVII. En virtud de esta ley se ve a Jefté
inmolar a su propia hija, y al sacerdote Samuel despedazar al rey Agag.
36 El Pentateuco nos dice que en el pequeño país de Madián, que es de
nueve leguas cuadradas poco más o menos, los israelitas hallaron
seiscientas setenta y cinco mil ovejas, setenta y dos mil bueyes, setenta y
un mil asnos y treinta y dos mil mujeres vírgenes. Moisés mandó que se
degollasen a todos los hombres, a todas las mujeres y a todos los niños,
pero que se guardase a las jóvenes de las cuales sólo fueron inmoladas
treinta y dos. Lo que hay de particular en este suceso es el que Moisés
era yerno de Jethro, gran sacerdote de los madianitas, quien le había
dispensado los mayores servicios y le había colmado de beneficios.

El mismo libro nos dice que Josué, hijo de Nun, habiendo pasado con su
gente sel río Jordán a pie enjuto, y habiendo hecho caer al toque de las
trompetas las murallas de Jericó, comprendida en el anatema, hizo
perecer a todos los habitantes en las llamas, y que conservó solamente a
Rahab, la prostituida, y a su familia, que habían ocultado a los espías
del santo pueblo; que el mismo Josué destinó a la muerte a doce mil
habitantes de la ciudad de Haï; que inmoló al Señor treinta y un reyes

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del país, todos sometidos al anatema, los que fueron ahorcados. Nada
tenemos comparable a estos asesinatos religiosos en nuestros últimos
tiempos, sino es la matanza de San Batolomé y las crueldades de
Irlanda.

Lo más sensible es que varias personas dudan de que los judíos hayan
hallado en un pueblo del desierto y en medio de rocas, seiscientas
setenta y cinco mil ovejas y treinta y dos mil jóvenes doncellas, y nadie
duda de la de San Batolomé. Mas no dejemos de repetir cuan débiles
son las luces de nuestra razón para conocer los extraños
acontecimientos de la antigüedad, y para alcanzar las razones que tuvo
Dios, señor de la vida y de la muerte, para escoger al pueblo judío para
que exterminase al pueblo cananeo.

37. De lo s misterios de Ceres Ele u sina.

En el caos de las supersticiones populares, que hubieran hecho de casi


todo el globo una vasta guarida de fieras, hubo una institución saludable
que impidió a una parte del género humano el caer en un entero
embrutecimiento; esta fue la de los misterios y expiaciones. Era
imposible que no se hallasen espíritus pacíficos y sabios entre tantos
locos crueles, y que no hubiese filósofos que tratasen de conducir a los
hombres a la razón y a la moral.

Estos sabios se sirvieron de la superstición para corregir los abusos


enormes, del mismo modo que se emplea el corazón de la víbora para
curar sus mordeduras; se mezclaron muchas fábulas con las verdades
útiles, y se sostuvieron las verdades por medio de las fábulas.

No se conocen ya los misterios de Zoroastro; se sabe muy poco de los de


Isis; pero no podemos dudar que anunciaban el grande sistema de una
vida futura, porque Celso dice a Orígenes, libro VIII: «Os alabáis de
creer en las penas eternas, y todos los ministros de los misterios las
anuncian a los iniciados.»

La unidad de Dios era el grande dogma de todos los misterios: aun


tenemos la oración de las sacerdotisas de Isis, conservada en el Apuleyo
y que ya he citado hablando de los misterios egipcios.

Las ceremonias misteriosas de Ceres fueron una imitación de las de Isis;


aquellos que habían cometido crímenes los confesaban y los espiaban;
había ayunos y purificaciones, y se daba limosna. Todas las ceremonias
eran secretas, bajo un juramento religioso, para hacerlas más
veneradas: los misterios se celebraban de noche para que inspirasen un
santo horror, y se representaban una especie de tragedias cuyo
espectáculo presentaba a la vista la dicha de los justos y las penas de los
malos. Los hombres más grandes de la antigüedad, los Platones, los

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Cicerones, han hecho el elogio de estos misterios que aun no habían
degenerado de su pureza primitiva.

Algunos hombres muy sabios han pretendido que el sexto libro de la


Eneida es la pintura de lo que se practicaba en estos espectáculos tan
secretos y tan famosos. Virgilio no habla ciertamente del Demiurgo, que
representaba al criador, pero hace ver en el vestíbulo y en el telón a los
hijos que sus padres habían dejado perecer, y esta era una
amonestación a los padres y a las madres.

Continu o audit æ voces, vagi t us et ingens, etc.

En seguida comparecía Minos que juzgaba a los muertos: los malos eran
arrastrados al Tártaro, y los justos conducidos a los campos Elíseos.
Estos jardines eran todo lo mejor que se había intentado para los
hombres ordinarios, y sólo a los héroes semidioses se concedía el honor
de subir al cielo. Toda religión adoptó un jardín para morada de los
justos; y aun cuando los esenios, entre el pueblo judío, recibieron el
dogma de la otra vida, creyeron que los buenos irían después de la
muerte a unos jardines a la orilla del mar; en cuanto a los fariseos,
adoptaron la metempsícosis y no la resurrección. Si es permitido el citar
la historia sagrada de Jesucristo entre tantas cosas profanas,
observaremos que dijo al ladron arrepentido: « Mañana estarás
conmigo en el jardín.»37 Se conformó en esto al lenguaje de todos los
hombres.

Los misterios de Eleusis se hicieron los más celebres: es una cosa muy
particular el que se leyese en ellos la teogonía de Sanchoniathon el
fenicio, y esto es una prueba de que Sanchoniathon había anunciado un
Dios supremo, criador y gobernador del mundo. Esta es la doctrina que
se enseñaba a los iniciados imbuidos en la creencia del politeísmo.
Supongamos que existiese entre nosotros un pueblo supersticioso,
acostumbrado desde su tierna infancia a dar a la Virgen, a San José y a
otros santos, el mismo culto que a Dios; sería quizá peligroso el quererlo
desengañar de repente, y sería sabio el revelar al principio a los más
moderados y a los más razonables, la distancia infinita que hay entre
Dios y las criaturas: esto es lo que hicieron precisamente los
mistagogos. Los participantes de los misterios se reunían en el templo
de Ceres; el pontífice les enseñaba que en lugar de adorar a Ceres
conduciendo a Triptolemo sobre un carro tirado por dragones, era
necesario adorar a Dios que sustenta a los hombres y que ha permitido
que Ceres y Triptolemo hiciesen honrosa la agricultura.

Esto es tan cierto, como que el pontífice empezaba por citar los versos
del antiguo Orfeo: «Marchad por el, camino de la justicia, adorad al
único señor del universo; él es uno, y es el solo por sí mismo; todos los
seres le deben su existencia, él obra en ellos y por ellos, él lo ve todo y
jamás ha sido visto por los ojos mortales.»

Confieso que no entiendo como Pausanias pudo decir que estos versos
no valen los que compuso Homero: es necesario convenir que a lo

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menos por lo que hace al sentido, valen mucho más que la Il í ada y la
Odisea enteras.

Es preciso confesar que el obispo Warburthon, aunque muy injusto en


varias de sus audaces decisiones, da mucha fuerza a todo lo que acabo
de decir de la necesidad de ocultar el dogma de la unidad de Dios a un
pueblo preocupado del politeísmo. Nota él, refiriéndose a Plutarco, que
el joven Alcibíades habiendo asistido a los misterios, no tuvo ninguna
dificultad en insultar a las estatuas de Mercurio en una gran comida con
sus amigos, y que el pueblo, enfurecido pidió la condenación de
Alcibíades.

Se necesitaba entonces de la mayor discreción para no chocar con las


preocupaciones de la multitud. El mismo Alejandro (si esta anécdota no
es apócrifa) habiendo en Egipto obtenido el permiso del pontífice para
enviar a su madre al lugar secreto de los iniciados, la conjuró al mismo
tiempo a que quemase su carta después de haberla leído, para no irritar
a los griegos.

Aquellos que engañados por un falso celo, han pretendido después que
estos misterios no eran sino desórdenes infames, deben desengañarse de
esta idea por la palabra misma que corresponde a iniciados, que quiere
decir que se empezaba una nueva vida.

Sirve también de una prueba sin réplica, de que estos misterios no se


celebraban sino con el fin de inspirar la virtud a los hombres, la fórmula
con la cual se despedía a la asamblea. Se pronunciaban entre los
griegos las dos palabras fenicias K of tomphet : «velad y sed puros.»
(Warburton, L eg. de Moisés , 1.1.) En fin, sirva de última prueba el que
el emperador Nerón, culpable de la muerte de su madre, no pudo ser
admitido a estos misterios cuando viajó por la Grecia: el crimen era
enorme, y a pesar de ser Nerón emperador, los iniciados no hubieran
querido admitirlo. Zósimo dice también que Constantino no pudo
encontrar sacerdotes paganos que quisiesen purificarle y absolverle de
sus parricidios.

Había pues efectivamente en los pueblos que se llaman paganos,


gentiles e idólatras, una religión muy pura, al paso que ellos y sus
sacerdotes también tenían usos vergonzosos, ceremonias pueriles,
doctrinas ridículas, y derramaban algunas veces la sangre humana en
honor de algunos dioses imaginarios, despreciados y detestados de los
sabios.

Esta religión consistía en la confesión de la existencia de un Dios


supremo, de su providencia y de su justicia. Lo que desfiguraba estos
misterios era, si se da crédito a Tertuliano, la ceremonia de la
regeneración: se necesitaba que el iniciado pareciese resucitar; éste era
el símbolo de la nueva vida que debía abrazar. Se le presentaba una
corona, la pisoteaba; el pontífice levantaba sobre él la cuchilla sagrada;
el iniciado a quien se fingía herir, aparentaba caer muerto, después de

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lo cual parecía resucitar. Entre los francmasones aun existen restos de
esta antigua ceremonia.

Pausanias, en sus Arc á dicas , nos dice que en varios templos de la


Eleusina se azotaba a los penitentes y a los iniciados; costumbre odiosa,
introducida mucho tiempo después en las iglesias cristianas.38

Yo no dudo que en todos estos misterios, cuyo fondo era tan sabio y útil,
dejasen de introducirse muchas supersticiones vituperables. Las
supersticiones conducen al desorden, que origina el desprecio. No queda
ya de todos estos antiguos misterios sino las compañías de miserables
que nosotros hemos conocido bajo el nombre de egipcios y de gitanos,
que corren la Europa con castañuelas, bailan las danzas de los
sacerdotes de Isis, venden bálsamo, curan la sarna hallándose cubiertos
de ella, dicen la, buena ventura y roban gallinas. Este ha sitio el fin de lo
que hemos tenido de más sagrado en la mitad de la tierra conocida.

38. De los judíos en el tiempo en que empezaron a ser


conocidos.

Tocaremos todo lo menos que podamos a la parte divina de la historia


de los judíos, y si nos vemos obligados a hablar de ella, no será sino en
cuanto los milagros tengan una referencia esencial con la sucesión de
los acontecimientos. Tenemos todo el respeto que es debido a los
prodigios continuos que señalaron todos los pasos de esta nación, y los
creemos con la fe razonable que exige la Iglesia sustituta de la sinagoga:
no los examinamos, pero nos atenemos siempre a la .historia.
Hablaremos de los judíos como si hablásemos de los escitas y de los
griegos, pesando las probabilidades y discutiendo los hecho. Nadie ha
escrito su historia sino ellos mismos, antes que los romanos destruyesen
su pequeño estado; es necesario pues no consultar sino sus anales.

Esta nación es de las más modernas, con respecto a otros pueblos,


hasta que llegó el tiempo en que se estableció y poseyó una capital. Los
judíos no parecen haber merecido alguna consideración de sus vecinos,
sino desde el tiempo de Salomón, que era poco más o menos el de
Hesíodo y Homero y el de los primeros magistrados de Atenas.

El nombre de Salomón o Soleiman es muy conocido de los orientales;


pero el de David no lo es absolutamente, y aun menos el de Saúl. Los
judíos antes de Saúl no parecen ser sino una bandada de árabes del
desierto, y tan poco poderosos que los fenicios los trataban casi del
mismo modo que los lacedemonios miraban a los ilotas. Estos eran
esclavos a quienes no se permitía el tener armas: no tenían derecho de
forjar el hierro, y hasta les estaba privado el aguzar las puntas de sus
arados, y el afilar sus hachas: era necesario que acudiesen a sus dueños
para las menores obras de esta especie. Los judíos lo declaran en el
libro de Samuel y añaden que no tenían ni espadas ni dardos en la

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batalla que dieron Saúl y Jonathas en Betaven contra los filisteos, en
cuyo combate se dice que Saúl hizo juramento de inmolar al Señor a
cualquiera que hubiese comido mientras duró la batalla.

Nótese que antes de hablar de esta batalla ganada sin armas, se ha


dicho en el capítulo precedente39 , que Saúl con un ejército de
trescientos treinta mil hombres, derrotó enteramente a los Ammonitas,
lo que no está de acuerdo con la confesión de no tener dardos ni
espadas. Además, los reyes más grandes han tenido muy rara vez tres
cientos treinta mil combatientes efectivos. ¿Cómo los judíos, que
parecen errantes y oprimidos en este pequeño país, que no tienen una
ciudad fortificada, sin armas, sin espadas, han puesto en campaña tres
cientos treinta mil soldados? Con esta fuerza había lo suficiente para
conquistar el Asia y la Europa. Dejemos a los autores sabios y
respetables el cuidado de conciliar estas contradicciones aparentes, que
las luces superiores hacen desaparecer; respetemos lo que debemos
respetar, y volvamos a la historia de los judíos siguiendo sus propios
escritos.

39. De los judíos en Egipto.

Los anales de los judíos dicen que esta nación habitaba en los confines
del Egipto desde tiempos ignorados; que moraban en el pequeño país de
Gossen o Gessen, hacia el monte Casio y el lago Sirbon. Allí es donde
están todavía los árabes que vienen en el invierno a hacer pacer sus
ganados en el bajo Egipto. Esta nación no se componía sino de una sola
familia, que en doscientos cincuenta años produjo un pueblo de cerca de
tres millones de personas; pues para tener seis cientos mil combatientes
que cuenta el Génesis al salir de Egipto, deben tenerse también mujeres,
niños y viejos. Esta multiplicación contra el orden de la naturaleza, es
uno de los milagros que Dios se dignó hacer en favor de los judíos.

Es en vano que una multitud de sabios se admiren de que el rey de


Egipto hubiese mandado a dos matronas que hiciesen perecer a todos
los niños varones de los hebreos, y de que la hija del rey, que estaba en
Menfis, hubiese venido a bañarse lejos de Menfis en un brazo del Nilo en
donde jamás se bañaba persona alguna por causa de los cocodrilos. Es
en vano que hagan objeciones sobre la edad de ochenta años, a que ya
había llegado Moisés antes de ocuparse en libertar de la esclavitud a un
pueblo entero.

También disputan sobre las diez plagas de Egipto. Dicen que los magos
de aquel reino no podían hacer los mismos milagros que el enviado de
Dios, y que si Dios les hubiera dado tal poder, parecería que obraba
contra sí mismo. Pretenden que Moisés, habiendo cambiado todas las
aguas en sangre, no quedaba ya ninguna para que los magos pudiesen
hacer la misma metamorfosis.

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Preguntan cómo pudo el faraón perseguir a los judíos con una
caballería numerosa, después que habían muerto todos los caballos en
la quinta, sexta, séptima y décima plagas. Preguntan también por qué
huyeron seiscientos mil combatientes teniendo a Dios a su cabeza, y
pudiendo pelear con ventaja contra los egipcios cuyos primogénitos
habían sido muertos. Preguntan igualmente por qué no dio Dios la tierra
fértil de Egipto a su pueblo querido, en lugar de hacerle ir errante por
espacio de cuarenta años por espantosos desiertos.

Sólo hay una respuesta a todas estas objeciones sin número, y esta
respuesta es que Dios lo ha querido, que la Iglesia lo cree y que por lo
tanto nosotros debemos creerlo. En esto se diferencia esta historia de
las otras. Cada pueblo tiene sus prodigios, pero en el pueblo judío todo
es prodigioso, y puede decirse que esto debía ser así porque Dios mismo
lo conducía. Es claro que la historia de Dios no puede parecerse a la de
los hombres, y por esta razón no referiremos ningunos de estos hechos
sobrenaturales, cuya narración sólo puede corresponder al Espíritu
Santo, y no nos atreveremos ni aun a explicarlos. Examinaremos
solamente los pocos acontecimientos que pueden estar sometidos a la
crítica.

40. De Moisés considerado sencillamente como jefe de una


nación.

El señor de la naturaleza es el que da la fuerza al brazo que él se digna


elegir. Todo es sobrenatural en Moisés. Algunos sabios lo han mirado
como un político muy hábil; otros lo miran como una caña débil de la
cual se ha dignado servir la mano divina para arreglar el destino de los
imperios. ¿De qué sirve en efecto un viejo de ochenta años, para
emprender el conducir por sí mismo a todo un pueblo sobre el cual no
tenía ningún derecho? Su brazo no puede combatir y su lengua no puede
articular: se le pinta decrépito y tartamudo, y no conduce a los que le
siguen sino por soledades espantosas durante cuarenta años; quiere
darles un establecimiento y no les da ninguno: siguiéndole en su marcha
en los desiertos del sur, de Sin, de Oreb, de Sinaí de Farán y de Caldes-
Barué, y viéndole retroceder hacia el lugar del que había salido, sería
difícil mirarlo como un gran capitán. Se halla a la cabeza de seiscientos
mil combatientes, y no cuida ni del vestuario ni del mantenimiento de
estas tropas: Dios lo hace todo, Dios lo remedia todo; él mantiene y viste
al pueblo por medio de milagros. Moisés pues no es nada por sí mismo,
y su impotencia demuestra que le guía el brazo del Todopoderoso; así no
consideremos en él sino el hombre, y no el ministro de Dios. Su persona
considerada bajo esta última calidad sería objeto de una investigación
más sublime.

Quiere ir al país de los cananeos, al occidente del Jordán, en el territorio


de Jericó, que es una hermosa tierra con referencia a ciertas cosas, y en
lugar de tomar este camino vuelve al oriente entre Esiongaber y el mar

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Muerto; país inculto, estéril y escabroso en el cual no crece ni un
arbusto, y en donde no se encuentra ninguna fuente ni otra agua que el
agua salada que puede sacarse de algunos pequeños pozos. Los
cananeos o fenicios, sabedores de esta irrupción de un pueblo
extranjero, vienen a batirle en sus desiertos hacia Caldes-Barué. ¿Cómo
se deja pues batir Moisés al frente de seiscientos mil soldados, en un
país que no tiene hoy en día dos o tres mil habitantes? Al cabo de treinta
y nueve años obtiene dos victorias, pero no llena ningún objeto de los de
su legislacion; él y su pueblo mueren antes de haber puesto el pie en el
país que quería subyugar.

Un legislador, según nuestras nociones naturales, debe hacerse amar y


temer, pero no debe llevar la severidad hasta la barbarie; no debe, en
lugar de imponer algunos suplicios por medio de los ministros de la ley
a los que fueren culpables, hacer degollar sin distinción una gran parte
de su nación por la otra.

¿Será posible que a la edad de ciento veinte años, Moisés, no siendo


dirigido sino por sí mismo, haya sido tan inhumano y tan cruelmente
carnicero, que haya mandado a los levitas el asesinar sin distinción a
sus hermanos hasta el número de veintitrés mil por la prevaricación de
su propio hermano, que debía más bien morir antes que fabricar un
becerro para que lo adorasen? ¡Y después de esta indigna acción este
hermano es gran pontífice, y veintitrés mil hombres sufren la pena de
muerte!

Moisés se había casado con una madianita, hija de Jethro, gran


sacerdote de Madián en la Arabia pétrea; Jethro le había colmado de
beneficios y le había dado a su hijo para que le sirviese de guía en los
desiertos. ¿Por qué crueldad opuesta a su política (si debemos guiarnos
por nuestras débiles nociones) habrá podido Moisés inmolar a veinte y
cuatro mil hombres de aquella nación, bajo el pretexto de que se ha
hallado a un judío acostado con una madianita? ¿Y como podrá decirse,
después de estas espantosas carnicerías, que Moisés era el mas pacífico
de todos los hombres? Confesemos que, humanamente hablando, estos
horrores repugnan a la razón y a la naturaleza. Pero si consideramos en
Moisés al ministro de los designios y de las venganzas de Dios, entonces
todo cambia a nuestros ojos: no es un hombre que obra como hombre;
es el instrumento de la divinidad, a la cual nosotros no tenemos que
pedir cuenta de cosa alguna: no debemos hacer otra cosa sino callar y
adorarla.

Si Moisés hubiese establecido su religión por sí mismo, como lo hicieron


Zoroastro, Thot, los primeros brahmas, Numa, Mahoma, y otros varios,
nosotros le preguntaríamos por qué no se sirvió en su religión, del
medio más eficaz y más útil para poner un treno a la concupiscencia y al
crimen; porque no anunció expresamente la inmortalidad del alma, las
penas y las recompensas después de la muerte, dogmas recibidos desde
tiempos muy remotos en Egipto, en Fenicia, en Mesopotamia, en Persia
y en la India. «Habéis sido instruido, le diríamos, por la sabiduría de los
egipcios; sois legislador, y descuidáis absolutamente el dogma principal

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de los egipcios, el dogma el más necesario a los hombres; creencia tan
saludable y tan santa que vuestros mismos judíos, tan rudos como son,
la han abrazado largo tiempo después que vosotros; a lo menos fue
adoptada por los esenios y por los fariseos, al cabo de mil años.»

Esta objeción humillante contra un legislador ordinario, cae y pierde


toda su fuerza, como se ve, cuando se obra por una ley dada por Dios
mismo, que habiéndose dignado ser rey del pueblo judío, lo castigaba y
lo recompensaba temporalmente, y que no quería ni revelar el
conocimiento de la inmortalidad del alma, ni el de los suplicios eternos
del infierno, hasta el tiempo señalado por sus decretos. Casi todos los
acontecimientos puramente humanos en el pueblo judío, son el colmo
del horror: todo lo que es divino, es superior a nuestras débiles ideas, y
lo uno y lo otro nos conducen siempre al silencio.

Se han encontrado hombres de una ciencia profunda que han llevado el


pirronismo en la historia hasta dudar que hubo un Moisés: su vida que
es toda prodigiosa, desde la cuna hasta el sepulcro, les ha parecido una
de las antiguas fábulas árabes, y particularmente la del antiguo Baco.40
No saben en qué tiempo colocar a Moisés; hasta el nombre del faraón o
rey de Egipto, bajo cuyo reinado se le hace vivir, les es desconocido: no
nos quedan ningún monumento, ningunas huellas del país por el cual se
le ha hecho viajar, y les parece imposible que Moisés haya gobernado
dos o tres millones de hombres, durante cuarenta años, en desiertos
inhabitables, en donde apenas se encuentran en el día dos o tres
bandadas vagamundas que no ascienden sino a tres o cuatro mil
hombres. Nosotros nos hallamos muy lejos de adoptar este parecer
temerario, que destruye todos los cimientos de la historia antigua del
pueblo judío.

Tampoco adherimos a la opinión de Aben-Esra, Maimónides, Núñez, ni a


la del autor de las ceremonias judaicas, aunque el docto Clerc, Midleton
y los sabios conocidos bajo el nombre de teólogos de Holanda, y aun el
grande Newton, se hayan declarado a favor de esta opinión. Estos
ilustres sabios pretenden que Moisés y Josué no pudieron escribir los
libros que se les han atribuido: dicen que sus historias y sus leyes
hubieran sido grabadas sobre piedra si en efecto ellos hubieran existido;
que este arte de escribir exige grandes cuidados, y que no era posible
cultivarlo en los desiertos. Se fundan, como se puede ver en otra parte,
en las anticipaciones y las contradiciones aparentes. Nosotros
abrazamos contra el dictamen de estos grandes hombres, la opinión
común, que es la de la Sinagoga y la de la Iglesia cuya infalibilidad
reconocemos.

No por esto nos atrevemos a acusar a los Clercs, a los Midletones y a


los Newtones de impíos: ¡no lo quiera Dios! Estamos convencidos de que
si los libros de Moisés, de Josué, y el resto del Pentateuco , no les
parecen ser de la mano de estos héroes israelitas, no por esto han
dejado de estar persuadidos de que dichos libros son inspirados.
Reconocen el dedo de Dios en cada línea del G é nesis , en Josu é , en Sa
n s ó n y en Ruth . El escritor judío no ha sido, por decirlo así, sino el

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secretario de Dios, y es Dios quien todo lo ha dictado. Newton no ha
podido pensar de otra manera, esto se conoce muy bien. ¡Dios nos libre
de parecernos a los hipócritas perversos que se valen de todos los
pretextos para acusar a todos los grandes hombres de irreligión, como
otras veces se les acusaba de mágicos! Creeríamos obrar no solamente
contra la probidad, sino también insultar cruelmente a la religión
cristiana, si nos abandonásemos a querer persuadir al público de que
los hombres más sabios y los más grandes genios de la tierra no son
verdaderos cristianos. Cuanto más respetamos a la Iglesia, a la que
estamos sometidos, más creemos que esta Iglesia tolera las opiniones de
estos sabios virtuosos con la caridad que forma su carácter.

41. D e los judíos después de Moisés hasta Saúl.

Yo no indago de ningún modo por qué Josuah o Josué caudillo de los


judíos, haciendo pasar su gente del oriento del Jordán al occidente hacia
Jericó, tiene necesidad de que Dios suspenda la corriente de dicho río,
que no tiene en este paraje cuarenta pies de ancho, sobre el cual era
muy fácil establecer un puente de tablas, y que aun era más fácil
vadear: este río tenía varios vados, testigo aquel en donde los israelitas
degollaron a los cuarenta y dos mil israelitas que no podían pronunciar
Shiboleth.

No se pregunta porque cae Jericó al ruido de las trompetas; estos son


nuevos prodigios que Dios se digna hacer en favor de un pueblo del cual
se había declarado rey; no compete a la historia mezclarse en ello. No
examino tampoco de ningún modo con qué derecho venía Josué a
destruir a los pueblos que jamás habían oído hablar de él. Los judíos
decían: «Nosotros descendemos de Ahraham; Abraham viajó en vuestro
país hace cuatro cientos cuarenta años; luego vuestro país nos
pertenece y nosotros debemos degollar a vuestras madres, a vuestras
mujeres y a vuestros hijos.»

Fabricio y Holstenio se han hecho la objeción siguiente: ¿Qué se diría si


un noruego viniese a Alemania con algunos centenares de sus
compatriotas, y dijese a los alemanes: «Hace cuatrocientos años que un
hombre de nuestro país, hijo de un alfarero, viajó por las cercanías de
Viena, y así el Austria nos pertenece y os venimos a asesinar a todos en
nombre del Señor?» Los mismos autores consideran que el tiempo de
Josué no es el nuestro, y que no nos corresponde a nosotros poner una
vista profana sobre las cosas divinas, y sobre todo, que Dios tenía el
derecho de castigar los pecados de los cananeos por manos de los
judíos.

Se ha dicho que apenas Jericó quedó sin defensa, cuando los judíos
inmolaron a su Dios a todos los habitantes, ancianos, mujeres,
muchachos y niños de pecho, y a todos los animales, exceptuando
solamente una mujer prostituida que había guardado en su casa a los
espías de los judíos, espías inútiles supuesto que los muros debían caer

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al sonido de las trompetas. ¿Para qué matar también a todos los
animales que podían servir?

En cuanto a esta mujer, que la V ulgata llama meretriz, verosímilmente


llevó después una vida más arreglada, supuesto que fue una de las
abuelas de David, y aun del Salvador de los cristianos que han sucedido
a los judíos. Todos estos acontecimientos son figurados, y son profecías
que anuncian de lejos la ley de gracia. Estos son, lo repito, misterios a
los cuales nosotros no alcanzamos.

El libro de Josué refiere que este caudillo se había hecho dueño de una
parte del país de Canaán y que hizo ahorcar a sus reyes que eran en
número de treinta y uno, es decir treinta y un jefes de bandadas que se
habían atrevido a defender sus hogares, sus mujeres y sus hijos. Sobre
esto es preciso acatar la providencia, que castigaba los pecados de
estos reyes con la cuchilla de Josué.

No es de admirar que los pueblos vecinos se reuniesen contra los judíos,


que en el espíritu de los pueblos ignorantes no podían ser mirados sino
como ladrones execrables, y no como instrumentos sagrados de la
venganza divina y de la futura salvación del género humano. Ellos
fueron reducidos a la esclavitud por Cusan, rey de Mesopotamia. Hay
mucha distancia ciertamente de la Mesopotamia a Jericó: era necesario
pues que Cusan hubiese conquistado la Siria y una parte de la Palestina.
Sea como fuese, permanecen ocho años esclavos y quedan
seguidamente sesenta y dos años sin moverse. Estos sesenta y dos años
son una especie de advertencia, pues que les estaba mandado por la ley
de hacerse dueños de todo el país, desde el Mediterráneo hasta el
Éufrates; todo este vasto país41 les estaba prometido y seguramente
ellos lo hubieran tomado si hubieran podido. Son esclavos dieciocho
años bajo Eglon rey de los moabitas, asesinado por Aod; después son
esclavos durante veinte años de un pueblo cananeo que ellos no
nombran, hasta el tiempo en que la profetisa guerrera Débora los
liberta; y son esclavos aun durante siete años hasta el tiempo de
Gedeón.

Son esclavos dieciocho años de lo fenicios, que ellos llaman filisteos,


hasta Jefté, y aun son esclavos de los mismos fenicios cuarenta años
más hasta Saúl. Lo que puede confundir nuestro juicio es que eran
esclavos en el tiempo de Sansón, mientras que a este le bastaba una
quijada de asno para matar a mil filisteos, y que Dios obraba por medio
del mismo Sansón los más admirables prodigios.

Detengámonos un momento para observar el número de judíos que


fueron exterminados por sus propios hermanos, o por orden de Dios
mismo, desde que estuvieron errantes en los desiertos hasta que
tuvieron un rey elegido por suerte.

Los levitas, después de la adoración del becerro de oro fundido por el


hermano de Moisés, degollaron 23.000 judíos.

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Consumidos por el fuego y por la revolución de Coré: 250 judíos.

Degollados por la misma revolución, 14.700 judíos.

Degollados por haber tenido comercio con las madianitas, 24.000


judíos.

Degollados en el vado del Jordán por no haber podido pronunciar


Shiboleth , 42.000 judíos.

Muertos por los benjaminitas en un ataque, 40.000 judíos.

Benjamitnias muertos por las otras tribus, 45.000 judíos.

Cuando el arca fue tomada por los filisteos y que Dios los castigó con
las almorranas, que ellos condujeron el arca a Bethsamés y que
ofrecieron al Señor cinco asnos de oro y cinco ratones de oro, los
betsamitas fueron muertos repentinamente por haber mirado el arca, en
número de 50.020 judíos.

Judíos muertos, suma total: 239.020.

Tenemos doscientos treinta y nueve mil y veinte judíos exterminados por


orden misma del Señor, o por sus guerras civiles, sin contar los que
perecieron en el desierto y los que murieron en las batallas contra los
cananeos, etc., lo que puede llegar a un millón de hombres.

Si se juzgase de los judíos como de las otras naciones, no podría


concebirse cómo los hijos de Jacob habrían podido producir una raza
tan numerosa para poder soportar una pérdida semejante. Pero Dios
que los conducía, Dios que los experimentaba y los castigaba, hizo a
esta nación tan diferente de las otras, que es necesario mirarla con
distintos ojos que los que nos sirven para examinar el resto de la tierra,
y no puede juzgarse de sus acontecimientos como se juzga de los
acontecimientos ordinarios.

42. De los judíos después de Saúl.

Los judíos no parece que gozasen de una suerte más dichosa bajo sus
reyes, que la que tenían bajo sus jueces.

Su primer rey Saúl se ve obligado a darse la muerte, y sus hijos Isboseth


y Mifiboseth mueren asesinados.

David entrega siete nietos de Saúl a los gaboanitas para que fuesen
crucificados, y manda a su hijo Salomón que haga morir a Adonías, otro
de los hijos del mismo Saúl, y a su general Joab. El rey Asa hace dar
muerte a una parte del pueblo en Jerusalén: Bausa asesina a Nabad, hijo

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de Jeroboam y a todos sus parientes. Jehu asesina a Joram y a Ocasias, a
setenta hijos de Acab, cuarenta y dos hermanos de Ocasías y a todos sus
amigos. Atalia asesina a todos sus nietos excepto Joas, y queda
asesinada por el gran sacerdote Joyadad. A Joas le asesinan sus criados,
y Amasias perece. Zacarías es asesinado por Sellun que muere a manos
de Manaem, quien hace abrir el vientre en Tapsa a todas las mujeres
embarazadas. Facceia, hijo de Manaem es asesinado por Faccio hijo de
Romeli, y este lo es por Ozio hijo de Ela. Manases hace matar un gran
número de judíos, y los judíos asesinan a Ammon hijo de Manases, etc.

En medio de todos estos asesinatos, diez tribus que se hallaban en poder


de Solmanasar rey de Babilonia, quedan esclavas y dispersas para
siempre, excepto algunos trabajadores que se conservaron para cultivar
la tierra.

Quedan aun dos tribus que pronto fueron esclavas a su vez, durante
setenta años: pasado este tiempo, obtienen de sus vencedores y señores
el permiso de volver a Jerusalén. Estas dos tribus y los pocos judíos que
pudieron quedar en Samaria con los nuevos habitantes extranjeros,
permanecen siempre bajo el dominio de los reyes de Persia.

Cuando Alejandro se apodera de la Persia, la Judea queda comprendida


en sus conquistas. Después de Alejandro, los judíos quedan sometidos,
tan pronto a los seleúcidas sus sucesores en Siria, y tan pronto a los
Tolomeos sus sucesores en Egipto, siempre avasallados, y no
sosteniéndose sino por su ocupación de corredores que ejercían en el
Asia. Obtienen algunos favores del rey de Egipto Tolomeo-Epifaneo, y un
judío llamado Josefo se hace administrador general de las
contribuciones en la baja Siria y en la Judea, que pertenecían a Tolomeo.
Éste es el estado más dichoso de los judíos, porque fue entonces cuando
edificaron la tercera parte de su ciudad, llamada después el recinto de
los Macabeos, porque los Macabeos la acabaron.

Del yugo del rey Tolomeo pasaron al del rey de Siria Antíoco el dios:
como se habían enriquecido en las administraciones, se hicieron
audaces y se sublevaron contra su señor Antíoco. Este es el tiempo de
los Macabeos cuyo valor y grandes acciones han sido celebrados; pero
los Macabeos no pudieron impedir que el general de Antíoco-Eupator,
hijo de Antíoco-Epifaneo, hiciese arrasar las murallas del templo,
dejando solamente el santuario, y cortar la cabeza al gran sacerdote
Onías mirado como el autor de la rebelión.

Jamás estuvieron los judíos más estrechamente unidos a su ley que


mientras estuvieron bajo el dominio de los reyes de Siria, y no adoraron
a ninguna divinidad extranjera. Entonces fue cuando su religión se fijó
irrevocablemente, y sin embargo fueron más desgraciados que en
ningún otro tiempo, contando siempre sobre su libertad, sobre las
promesas de sus profetas, y sobre las de su Dios, pero abandonados por
la providencia cuyos decretos son desconocidos a los hombres.

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Respiraron algún tiempo con motivo de las guerras civiles de los reyes
de Siria; pero bien pronto los mismos judíos se armaron unos contra
otros: como no tenían reyes, y la dignidad de gran sacrificador era la
primera, se levantaban grandes partidos para obtenerla. No se
conseguía el ser gran sacerdote sino con las armas en la mano, y no se
llegaba al santuario sino pisando las cadáveres de sus rivales.

Hircano, de la familia de los Macabeos, hecho gran sacerdote, pero


siempre vasallo de los sirios, hizo abrir el sepulcro de David, en el cual
el exagerador Josefo pretende que se encontraron tres mil talentos.
Cuando se reedificaba el templo bajo Nehemías, era cuando debiera
haberse buscado este pretendido tesoro. Hircano obtuvo de Antíoco-
Sidetos el derecho de acuñar moneda; pero como nohubo jamás moneda
judía, es de presumir que el tesoro y del sepulcro de David no fue
considerable.

Es de notar que este gran sacerdote Hircano era saduceo, y que no


creía ni en la inmortalidad del alma, ni en los ángeles, objeto nuevo de
disputa que empezaba a dividir los saduceos y los fariseos. Estos
conspiraron contra Hircano y quisieron condenarle a la prisión y a los
azotes; pero se vengó de los fariseos y gobernó despóticamente.

Su hijo Aristóbulo se atrevió a hacerse rey durante las turbulencias de


la Siria y del Egipto: fue un tirano más cruel que todos los que habían
oprimido al pueblo judío. Aristóbulo, puntual, a la verdad, en hacer
oración en el templo y en no comer cerdo, hizo morir de hambre a su
madre y degollar a su hermano Antígono: tuvo por sucesor a uno
llamado Juan o Juanno tan malo como él.

Este Juanno, manchado de crímenes, dejó dos hijos que se hicieron la


guerra: estos dos hijos eran Aristóbulo e Hircano: Aristóbulo se separó
de su hermano y se hizo rey. Los romanos subyugaron entonces el Asia,
y Pompeyo vino a poner en paz a los judíos: tomó el templo, hizo
ahorcar a los sediciosos a sus puertas, y cargó de hierros al pretendido
rey Aristóbulo.

Este Aristóbulo tuvo un hijo que se atrevió a llamarse Alejandro: movió


y levantó algunas tropas, y concluyó por ser ahorcado por orden de
Pompeyo.

En fin Marco Antonio dio por rey a los judíos a un árabe idumeo, del
país de los amalecitas, tan maldecidos por los judíos. Fue este mismo
Herodes de quien dice san Mateo que hizo degollar a todos los niños de
los alrededores de Belén, de resultas de haber sabido que había nacido
en esta ciudad un rey de los judíos, y que tres magos guiados por una
estrella habían venido a ofrecerle presentes.

De este modo los judíos fueron casi siempre subyugados o esclavos. Se


sabe cómo se rebelaron contra los romanos, y como Tito y después

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Adriano los hicieron vender en el mercado, al precio de los animales
cuya carne no querían comer.

Aun tuvieron una suerte más funesta en tiempo de los emperadores


Trajano y Adriano, pero la merecieron. En el tiempo de Trajano se
experimentó un terremoto que sepultó a las más hermosas ciudades de
Siria: los judíos creyeron que esta era la señal de la cólera de Dios
contra los romanos, se reunieron y se armaron en África y en Chipre:
estaban animados de un furor tan extraordinario que devoraban los
miembros de los romanos que habían degollado; pero bien pronto
murieron todos los culpables en medio de los suplicios. Los que
quedaron fueron poseídos de igual rabia bajo Adriano, cuando
Barcoquebas, titulándose su mesías, se puso a su cabeza; pero este
fanatismo se apagó con torrentes de sangre.

Es de admirar el que queden judíos todavía: el famoso Benjamín de


Tudela, rabino muy sabio que viajó por la Europa y el Asia en el siglo
doce, contaba cerca de trescientos ochenta mil, tanto judíos como
samaritanos, pues no debe hacerse mención del pretendido reino de
Thema, hacia el Tíbet, donde este Benjamín, engañado o engañador
sobre este particular, pretende que había tres cientos mil judíos de diez
antiguas tribus, reunidas bajo un soberano. Jamás tuvieron los judíos
ningún país que les perteneciese después de Vespasiano, excepto
algunas pequeñas poblaciones en los desiertos de la Arabia feliz hacia el
mar Rojo. Mahoma al principio tuvo que contemplarlos, pero al fin
destruyó la pequeña dominación que habían establecido al norte de la
Meca: fue realmente después de Mahoma que cesaron de componer un
cuerpo de pueblo.

Siguiendo sencillamente el hilo de la historia de la pequeña nación judía,


se ve que no podía tener otro fin. Ella misma se alaba de haber salido de
Egipto como una cuadrilla de ladrones, llevándose todo lo que les
habían prestado los egipcios: se vanagloria de no haber respetado
jamás la vejez, el sexo, ni la infancia, en las ciudades y lugares de que
ha podido apoderarse. Se atreve a hacer alarde de un odio
irreconciliable contra todas las demás naciones42 , se subleva contra
todos sus señores; siempre supersticiosa, siempre codiciosa del bien
ajeno, siempre bárbara, fue baja en la desgracia e insolente en la
prosperidad. Esto es lo que fueron los judíos a los ojos de los griegos y
de los romanos que pudieron leer sus libros; pero a los ojos de los
cristianos ilustrados por la fe, ellos han sido nuestros precursores, nos
han preparado el camino, y han sido los reyes de armas de la
providencia.

Las otras naciones que andan errantes como la judía en el oriente, y que
como ella no se reúnen a ningún otro pueblo, son los banianos y los
guebros: estos banianos dados al comercio como los judíos, son los
descendientes de los primeros habitantes pacíficos de la India; jamás
han mezclado su sangre con la sangre extranjera, del mismo modo que
los bracmanes. Los parsis son aquellos mismos persas, dueños del
oriente en otros tiempos, y soberanos de los judíos: están dispersos

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desde Omar y cultivan en paz una parte de la tierra en la que reinaron,
fieles a la antigua religión de magos, adorando a un solo Dios, y
conservando el fuego sagrado que miran como la obra y el emblema de
la divinidad.

Yo no cuento los restos de los egipcios adoradores secretos de Isis, que


no subsisten hoy en día sino en algunas bandadas vagamundas que muy
pronto quedarán aniquiladas para siempre.

43. De los p rofetas judíos.

Nos guardaremos muy bien de confundir a los Nabim, a los Roheim de


los hebreos, con los impostores de las otras naciones. Se sabe que Dios
no se comunicaba sino a los judíos, excepto en los casos particulares,
como por ejemplo cuando inspiró a Balaam profeta de la Mesopotamia,
y le hizo decir lo contrario de lo que se quería que dijese: este Balaam
era el profeta de otro dios, y sin embargo no se dice que fuese un falso
profeta. Ya hemos notado que los sacerdotes de Egipto eran profetas y
adivinos. ¿Qué sentido se da a esta palabra? El de inspirado: tan pronto
el inspirado adivinaba lo pasado, tan pronto el por venir, y a menudo se
contentaba con usar un estilo figurado, y por esto sé ha dado el mismo
nombre a los poetas y a los profetas.

¿El título y la calidad de profeta estaba unida a la dignidad de


sacerdotisa en Delfos? No: eran solamente profetas los que se sentían
inspirados o tenían visiones. De esto se seguía con frecuencia que
aparecían falsos profetas sin misión, que creían tener el espíritu de
Dios, y que muchas veces causaban grandes desgracias, como los
profetas de los Cevenes al principio de este siglo.

Era muy difícil el distinguir un profeta falso de uno verdadero. Por esto
Manasés, rey de Judá, hizo perecer a Isaías por el suplicio de la sierra.
El rey Sedecías no pudiendo decidir entre cosas contrarias que
predecían Jeremías y Ananías, hizo poner preso a Jeremías. Ezequiel fue
muerto por los judíos compañeros de su esclavitud. Miqueas, habiendo
profetizado desgracias a los reyes Acab y Josafat, Tsedekía, otro
profeta, hijo de Canaá 43 le dio un bofetón, diciéndole: «El espíritu del
eterno ha pasado por mi mano para ir sobre tu mejilla». Oseas, en el
cap. IX, declara que los profetas son unos locos: «Stultum prophetam,
insanum virum spiritualem.» Los profetas se trataban los unos a los
otros de visionarios y de asesinos, y no había pues otro medio de
distinguir el verdadero del falso, sino el esperar el cumplimiento de las
predicciones.

Habiendo ido Eliseo a Damasco en Siria, el rey, que se hallaba enfermo,


le envió cuarenta camellos cargados de presentes para saber si curaría;
Eliseo respondió que el rey podría curar, pero que moriría. El rey murió
en efecto. Si Eliseo no hubiera sido un profeta del Dios verdadero, se

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hubiera podido sospechar que procuraba quedar bien fuese cual fuese el
suceso, pues quedaba predicha la curación diciendo que el rey podía
curar, y no había señalado el tiempo de su muerte. Pero habiéndose
confirmado su misión por milagros muy notables, no podía dudarse de
su veracidad.

No buscaremos aquí, con los comentadores, lo que era este doble


espíritu que Eliseo recibió de Elías, ni que significaba la capa que le dio
Elías, cuando subió al cielo en un carro de fuego tirado por cuatro
caballos llenos de llamas, como figuran los griegos poéticamente el
carro de Apolo. No averiguaremos cuál es el origen, cuál es el sentido
místico de los cuarenta y dos niños que viendo a Eliseo le dijeron
riéndose, sube, calvo, sube, y de la venganza que tomó el profeta,
haciendo venir inmediatamente dos osos que devoraron a estas
inocentes criaturas. Los hechos son conocidos y el sentido puede ser
oculto.'

Es necesario observar aquí una costumbre del oriente que los judíos la
llevaron a un punto que nos admira. Este uso era no sólo el de hablar
alegóricamente, sino el expresar con acciones singulares las cosas que
querían significarse. Nada era entonces más natural que este uso,
porque los hombres habiendo escrito sus pensamientos desde mucho
tiempo en jeroglíficos, debían tomar la costumbre de hablar según
escribían.

Así los escitas (si se cree a Herodoto) enviaron a Darah, que nosotros
llamamos Darío, un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas; esto
quería decir que si Darío no huía tan velozmente como un pájaro, o si no
se escondía como un raton o como una rana, perecería por sus flechas.

El cuento puede no ser verdadero, pero es siempre un testimonio del uso


que se hacía de los emblemas en los tiempos antiguos.

Los reyes se escribían en enigmas: hay ejemplos de esto en Hiran, en


Salomón y en la reina de Saba. Tarquino el soberbio, consultado en su
jardín por su hijo sobre el modo como era necesario conducirse con los
gabienses, no responde sino derribando las adormideras que se
elevaban sobre las otras flores: daba bien a entender que era necesario
exterminar a los grandes y contemplar al pueblo.

A estos jeroglíficos debemos las fábulas que fueron los primeros escritos
de los hombres. Las fábulas son más antiguas que la historia.

Es necesario estar algo familiarizado con la antigüedad, para no


maravillarse de las acotaciones y de los discursos enigmáticos de los
profetas judíos.

Isaías quiere hacer comprender al rey Achas que se verá libre dentro de
algunos años del rey de Siria y de Melk, reyecillo de Samaria, unidos
contra él, y le dice: «Antes que un niño llegue a la edad de discernir el
bien del mal, estaréis libre de estos dos reyes. El señor tomará una

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navaja alquilada para afeitar la cabeza, el pelo del pubis (que está
figurado por los pies) y la barba, etc.» Entonces toma el profeta dos
testigos, Zacarías y Urías, se acuesta con la profetisa y da un hijo al
mundo. El señor le da el nombre de Maber-Salal-has-bas: Dividid luego
los despojos : y este nombre significa que se dividirán los despojos de los
enemigos.

Yo no entro en el sentido alegórico e infinitamente respetable que se da


a esta profecía; sólo me ciño al examen de estos usos que nos admiran
hoy día.

El mismo Isaías anda desnudo en Jerusalén, para manifestar que los


egipcios serán enteramente despojados por el rey de Babilonia.

¡Qué! se dirá. ¿Es posible que un hombre ande enteramente desnudo en


Jerusalén sin ser preso por la justicia? Si, sin duda: Diógenes no fue el
solo que tuvo este atrevimiento en la antigüedad. Estrabón en su libro
quince, dice que había en la India una secta de bracmanes que les
hubiera sido vergonzoso el llevar vestidos. Aun hoy en día se ven en la
India penitentes, cargados de cadenas, con un anillo de hierro puesto en
el miembro, para expiar los pecados del pueblo: en África y en Turquía
los hay también. Estas costumbres no son las nuestras, y yo no creo que
en el tiempo de Isaías hubiese ninguna costumbre que se pareciese a las
nuestras.

Jeremías sólo tenía cuarenta años cuando recibió el Espíritu. Dios


extendió su mano y le tocó la boca, porque tenía alguna dificultad en
hablar. Ve primeramente una caldera de agua hirviendo que da vueltas
alrededor: esta caldera representa a los pueblos que vendrán del
septentrión, y el agua hirviendo figura las desgracias de Jerusalén.

Compra una faja de lino, se ciñe con ella, y después va a esconderla por
orden de Dios en un agujero cerca del Éufrates: vuelve en seguida a
buscarla y la encuentra podrida. Él mismo nos explica esta parábola,
diciendo que el orgullo de Jerusalén se pudriría.

Se pone dos cuerdas al cuello, se carga de cadenas y se pone un yugo


sobre las espaldas: envía las cuerdas, las cadenas y el yugo a los reyes
vecinos para advertirles que se sometan al rey de Babilonia
Nabucodonosor, a cuyo favor profetiza.

Ezequiel puede aun sorprender más; predice a los judíos que los padres
comerán a sus hijos, y que los hijos comerán a sus padres. Pero antes de
llegar a esta predicción, ve cuatro animales resplandecientes y cuatro
ruedas cubiertas de ojos; come un rollo de pergamino; se ata con
cadenas, traza un plano de Jerusalén sobre un ladrillo, pone en tierra
una sartén de hierro, y se acuesta durante trescientos y noventa días
sobre el lado derecho. Debe comer pan de trigo, de cebada, de habas, de
lentejas y de mijo, y cubrirlo con excremento humano. «Es de este modo,
dice, que los hijos de Israel comerán su pan entre las naciones que los
harán salir de su país.» Pero habiendo Ezequiel manifestado su horror

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por este pan de dolor, Dios le permite que sólo lo cubra con excremento
de buey.

Se corta los cabellos, y los divide en tres partes, arroja la una al fuego,
corta la segunda con una espada al rededor de la ciudad y echa la
tercera por los aires.

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El mismo Ezequiel tiene alegorías aun más sorprendentes: introduce al
señor que habla de este modo, cap. XVI: «Cuando tú naciste, no te
habían cortado el ombligo; no estabas ni lavada ni salada... Tú has
crecido, tus pechos se han formado, tu vello ha aparecido... Yo he
pasado y he conocido que era el tiempo de los amantes. Yo te he
cubierto y me he extendido sobre tu ignominia... Yo te he dado el calzado
y los vestidos de algodón, brazaletes, un collar y unos pendientes... Pero
llena de confianza en tu hermosura, tú te has entregado a la
fornicación... Tú has construido un lupanar escandaloso, y te has
prostituido en las encrucijadas; tú has abierto tus piernas a los que
pasaban... Tú has escogido a los más robustos... Se da dinero a las
cortesanas y tú lo has dado a tus amantes, etc.» 44

«Oolla ha fornicado encima de mí, y ha amado con furor a sus amantes,


príncipes, magistrados y caballeros... Su hermana Ooliba se ha
prostituido con más furor: su locura ha buscado a aquellos que tenían
el... de un asno, o que... como los caballos.» 45

Las expresiones nos parecen muy indecentes y groseras, pero no lo eran


entre los judíos: significaban las apostasías de Jerusalén y de Samaria.
Estas apostasías estaban representadas muy frecuentemente como una
fornicación y un adulterio. No se puede juzgar, lo repito, de las
costumbres, de los usos, y del modo de hablar de los pueblos antiguos,
por los nuestros; se parecen tanto como la lengua francesa se asemeja
al caldeo o al árabe.

El señor manda primeramente al profeta Osías, cap. I, que tome por


mujer a una prostituida y él obedece. Esta prostituida le da un hijo y
Dios llama a este hijo Jezrael: es una rama de la casa de Jehu, que
perecerá, porque Jehu había dado muerte a Joram en Jezrae.
Seguidamente el Señor, manda a Osías, cap. III, que se case con una
mujer adúltera que sea amada de otro, como el Señor ama a los hijos de
Israel, que miran a los dioses extranjeros y que aman el orujo de la uva.

El Señor en la profecía de Amós, cap. IV, amenaza a las vacas de


Samaria con meterlas en la caldera: en fin todo está opuesto a nuestras
costumbres y a nuestro espíritu, y si se examinan los usos de todas las
naciones orientales, los hallaremos igualmente opuestos a nuestras
costumbres, no solamente en los tiempos remotos, pero aun hoy día en
que nosotros los conocemos mejor.

44. De las o raciones de los judíos.

Nos quedan muy pocas oraciones de los antiguos pueblos: no tenemos


sino dos o tres fórmulas de los misterios, y la antigua oración a Isis
expresada en Apuleyo. Los judíos han conservado las suyas.

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Si se puede conjeturar el carácter de una nación por las oraciones que
dirige a Dios, se conocerá fácilmente que los judíos eran un pueblo
carnal y sanguinario. Parece, según sus salmos, que desean la muerte
del pecador más bien que su conversión, y piden al señor en estilo
oriental todos los bienes terrestres.

«Tú regarás las montañas, y la tierra estará colmada de frutos.» 46

« Tú produces el heno para las bestias, y la hierba para los hombres. Tú


haces salir el pan de la tierra y el vino que alegra el corazón; tú das el
aceite que procura el gozo sobre el rostro.» 47

«Judá es una marmita llena de carne; la montaña del señor es una


montaña coagulada, una montaña coagulada es una montaña crasa.
¿Por qué miráis las montañas coaguladas?»48

Pero es necesario confesar que los judíos maldicen a sus enemigos en un


estilo menos figurado.

«Pídeme y yo te daré en herencia a todas las naciones: tú las regirás con


una vara de hierro.»49

«Dios mío, tratad a mis enemigos según sus obras, según sus malos
designios: castigadlos según ellos merecen.» 50

«Que mis impíos enemigos se avergüencen: que sean conducidos al


sepulcro.»51

«Señor, tomad vuestras armas y vuestro escudo, tirad la espada, y


cerrad el paso: que mis enemigos queden cubiertos de confusión; que
sean como el polvo que se lleva el viento; que ellos caigan en el lazo.» 52

«Que la muerte los sorprenda; que sean enterrados vivos.» 53

«Dios romperá sus dientes en sus bocas, y convertirá en polvo las


mandíbulas de los leones.»54

«Ellos sufrirán el hambre como los perros, se dispersarán para buscar


qué comer y jamás se verán satisfechos.» 55

«Yo me encaminaré hacia el Idumeo y lo pondré bajo mis pies.» 56

«Reprimid las bestias salvajes; son una asamblea de pueblos semejantes


a los toros y a las vacas... Vuestros pies estarán bañados en la sangre de
vuestros enemigos, y las lenguas de vuestros perros la beberán.» 57

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«Haced caer sobre ellos todos los tiros de vuestra cólera; que queden
expuestos a vuestro furor, que sus habitaciones y sus tiendas queden
desiertas.»58

«Extended abundantemente vuestra cólera sobre los pueblos que no os


conocen.»59

«Dios mío, tratadlos como a los madianitas, ponedlos como a una rueda
que siempre da vueltas, como la paja que se lleva el viento, como un
bosque quemado por el fuego.»60

«Esclavizad al pecador; que el maligno esté siempre a su derecha.» 61

«Que salga siempre condenado cuando pleitee.»

«Que sus oraciones sean miradas como un pecado; que sus hijos sean
huérfanos, y su mujer viuda; que sus hijos sean mendigos y vagamundos,
y que los usureros les lleven todos sus bienes.»

«El Señor justo cortará sus cabezas, y que todos los enemigos de Sion
sean como la hierba seca de los tejados.» 62

«Dichoso aquel que abrirá el vientre a los niños de pecho y que los
aplastará contra las piedras, etc.»63

Se ve que si Dios hubiera oído favorablemente todas las oraciones de su


pueblo, no hubieran quedado sobre la tierra sino los judíos, porque ellos
detestaban a todas las naciones y eran detestados de ellas; y como
pedían sin cesar que Dios exterminase a todos los que ellos odiaban,
parece que pedían la ruina de toda la tierra. Pero es necesario
acordarse que no solamente los judíos eran el pueblo querido de Dios,
sino que eran el instrumento de sus venganzas. Por medio de este pueblo
castigaba los pecados de las otras naciones, como castigaba a su pueblo
por medio de ellas. Hoy en día ya no es permitido el abrir el vientre a las
madres, ni estrellar a los niños de pecho contra las piedras. Siendo Dios
reconocido por padre común de todos los hombres, ningún pueblo hace
estas imprecaciones contra sus vecinos; algunas veces nosotros hemos
sido tan crueles como los judíos, pero cantando los salmos, no dirigimos
su sentido contra los pueblos que nos hacen la guerra: esta es una de las
ventajas que tiene la ley de gracia sobre la ley de rigor, ¡y ojalá que bajo
una ley santa, y con oraciones divmas, no hubiéramos derramado la
sangre de nuestros hermanos y desolado la tierra en nombre del Dios de
las misericordias!

45 . D e Jose fo, h istoriador de los judíos.

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No debe causar admiracion el que la historia de Flavio Josefo hallase
contradictores cuando apareció en Roma. Es cierto que había muy
pocos ejemplares, y un copista hábil necesitaba tres meses para
copiarla. Los libros eran muy escasos y muy caros: pocos romanos se
dignaban leer los anales de una miserable nación de esclavos, que
grandes y pequeños despreciaban igualmente. Sin embargo, por la
respuesta de Josefo a Apio, parece que encontró un pequeño número de
lectores, y se ve también que estos lo trataron de embustero y
visionario.

Es necesario ponerse en el lugar de los romanos del tiempo de Tito para


concebir el desprecio, mezclado de horror, con que los vencedores de la
tierra y los legisladores de las naciones mirarían la historia del pueblo
judío. Los romanos no podían apenas saber de dónde Josefo había
sacado la mayor parte de los hechos de los libros sagrados, dictados
por el Espíritu Santo. Ellos no podían estar informados de que Josefo
había añadido muchas cosas a la Biblia, y había callado otras muchas.
Ignoraban que él había tomado el fondo de algunos cuentos del tercer
libro de Esdrás y que este libro de Esdrás es uno de aquellos que se
tienen por apócrifos.

¿Qué debía pensar un senador romano leyendo estos cuentos orientales?


Josefo refiere, libro X, cap. XII, que Darío, hijo de Astiago, había hecho
al profeta Daniel gobernador de trescientas sesenta ciudades, cuando él
privó bajo pena de la vida el rogar a ningún dios durante un mes:
ciertamente la escritura no dice cosa alguna sobre que Daniel
gobernase trescientas y sesenta ciudades. Josefo parece suponer en
seguida que toda la Persia se hizo judía. El mismo Josefo da al segundo
templo de los judíos restablecido por Zorobabel, un origen singular.
Zorobabel, dice, era el íntimo amigo del rey Darío. ¡Un esclavo judío
íntimo amigo del rey de los reyes! Es como si uno de nuestros
historiadores nos dijese que un fanático de los Cevenes, libre de las
galeras, era el íntimo amigo de Luis XIV.

Sea como fuese, según Flavio Josefo, Darío que era un príncipe
ilustrado, propuso a toda su corte una cuestión digna del Mercurio Gal
á n , ¿qué tenía más fuerza, el vino, los reyes, o las mujeres? El que
respondiese mejor debía ser premiado pon una tiara de lino, un vestido
de púrpura, un collar de oro, beber en una copa de oro, acostarse en
una cama de oro, pasearse en un carro de oro tirado por caballos
enjaezados de oro, y recibir el título de primo del rey.

Darío se sentó en su trono de oro para escuchar las respuestas de su


academia de hombres ilustrados. Uno habló en favor del vino, otro en
favor de los reyes, y Zorobabel tomó el partido de las mujeres. «No hay,
dijo, cosa alguna más poderosa, porque yo he visto a Apumea, la
querida del rey mi señor, dar algunos bofetoncillos a su majestad
sagrada, quitarle el turbante, y ponérselo para adornarse la cabeza.»

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Darío halló la respuesta de Zorobabel tan graciosa, que inmediatamente
mandó reedificar el templo de Jerusalén.

Este cuento tiene mucha semejanza con el que hizo uno de nuestros
ingeniosos académicos sobre Solimán y cierta nariz arremangada, que
ha servido de asunto a una graciosa ópera bufa; pero hemos de
confesar que el autor de la nariz arremangada, no ha tenido la cama de
oro, ni el coche de oro, y que el rey de Francia no le ha llamado primo
suyo: ya no estamos en los tiempos de Darío.

Estas pataratas, con las cuales Josefo recargaba los libros santos,
causaron mucho perjuicio entre los paganos a las verdades contenidas
en la Biblia. Los romanos no podían distinguir lo que había salido de un
origen impuro, de lo que había sacado Josefo de un origen sagrado. Esta
Biblia, sagrada para nosotros, era desconocida de los romanos o tan
despreciada como el mismo Josefo: todo fue igual objeto de la burla y
del profundo desprecio que hicieron los lectores de la historia judía. Las
apariciones de los ángeles a los patriarcas, el paso del mar Rojo, las
diez plagas de Egipto, la inconcebible multiplicación del pueblo judío en
tan poco tiempo y en tan corto terreno, el sol y la luna detenidos en
medio del día, a fin de dar tiempo a este malvado pueblo para asesinar a
algunos paisanos ya exterminados por una lluvia de piedras, todos los
prodigios que señalaron a esta nación ignorada, fueron mirados con el
desprecio que naturalmente tiene un pueblo vencedor de tantas
naciones, un pueblo dominante, pero de quien Dios se había ocultado,
hacia otro pequeño pueblo bárbaro y reducido a la esclavitud.

Josefo conocía muy bien que todo lo que escribía repugnaba a los
autores profanos; dijo en varias partes: «El lector juzgará de esto según
le parezca.» Teme el causar asombro, y disminuye tanto como puede la
fe que se debe a los milagros. Se ve a cada paso que se avergüenza de
ser judío, aun cuando se esfuerza en hacer recomendable su nación a
los vencedores. Es necesario perdonar a los romanos el que no tuviesen
sino el sentido común, y que aun no tuviesen la fe de ver que el
historiador Josefo no era un miserable tránsfuga, que les contaba
fábulas ridículas para sacar algún dinero de sus señores. Nosotros que
tenemos la dicha de ser más ilustrados que los Titos, los Trajanos y los
Antoninos, y que todo el senado y los caballeros romanos, demos
gracias a Dios; porque alumbrados con luces superiores podemos
distinguir las fábulas absurdas de Josefo, de las sublimes verdades que
la Escritura santa nos anuncia.

46. De una mentira de Flavio Josefo concerniente a Alejandro y


a los j udío s .

Cuando Alejandro, elegido por todos los griegos por su padre y señor,
como lo fue en otra ocasión Agamenón, consiguió la victoria de Issos y
se apoderó de la Siria, una de las provincias pertenecientes a Darah o

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Darío, quiso asegurarse del Egipto antes de pasar el Éufrates y el Tigris,
y quitar a Darío todos los puertos que pudiesen proporcionarle fuerzas
marítimas. Para llevar a cabo esta empresa, que era digna de un gran
capitán, era necesario sitiar a Tiro. Esta ciudad se hallaba bajo la
protección de los reyes de Persia y era la soberana del mar. Alejandro la
tomó después de un sitio tenaz que duró siete meses, y empleó en su
conquista tanto arte como valor: el dique que se atrevió a construir
sobre el mar, aun hoy día se mira como un modelo que deben seguir
todos los generales en semejantes empresas. Imitando a Alejandro fue
como el duque de Parma tomó a Amberes, y el cardenal de Richelieu La
Rochela (si es permitido comparar las cosas pequeñas con las grandes).
Rollin, a la verdad, dice que Alejandro no tomó a Tiro sino porque esta
ciudad se había burlado de los judíos, y que Dios quiso vengar el honor
de su pueblo. Alejandro podía tener aun otras razones, y era necesario
después de haber sometido a Tiro, no perder un momento en apoderarse
del puerto de Pelusa; así Alejandro habiendo hecho una marcha forzada
para sorprender a Gaza, fue de Gaza a Pelusa en siete días. De este
modo es como lo refieren fielmente, según el diario de Alejandro,
Arriano, Quinto Curcio, Diodoro y aun Pablo Orosio.

¿Qué hizo Josefo para ensalzar a su nación sujeta a los persas, que
había pasado al dominio de Alejandro con toda la Siria, y que se hallaba
honrada con algunos privilegios concedidos por este gran hombre?
Pretende que Alejandro había visto en sueños en Macedonia, al gran
sacerdote de los judíos, Jaddus (suponiendo que hubiese habido en
efecto un sacerdote judío cuyo nombre finalizase en us), que este
sacerdote le había animado a emprender su expedición contra los
persas, y que por esta razón Alejandro había invadido el Asia. No faltó
después del sitio de Tiro en ir a ver el templo de Jerusalén, dando un
rodeo de cinco o seis jornadas. Como el gran sacerdote Jaddus se había
aparecido en sueños a Alejandro recibió también en sueños una orden
de Dios para ir a saludar a este rey; obedeció, y revestido de sus ropas
pontificales, seguido de sus levitas en sobrepellices, fue en procesión a
recibir a Alejandro. Así que este monarca vio a Jaddus, reconoció al
mismo hombre que había visto en sueños siete u ocho años antes de
venir a conquistar la Persia, y se lo dijo a Parmenión. Jaddus tenía en la
cabeza su bonete guarnecido de una plancha de oro sobre la cual se
hallaba grabada una palabra hebrea. Alejandro que sin duda entendía el
hebreo perfectamente, reconoció al punto la palabra Jehovah, y se
arrodilló humildemente sabiendo que sólo Dios podía tener este nombre.
Jaddus le manifestó al punto las profecías que decían claramente que
Alejandro se apoderaría del imperio de los persas; profecía que no
habían sido hechas después de la batalla de Issos. Le dijo con lisonja,
que Dios le había elegido para quitar a su pueblo querido toda
esperanza de reinar sobre la tierra prometida, del mismo modo que en
otras ocasiones había escogido a Nabucodonosor y a Ciro que habían
poseído la tierra prometida el uno después del otro. Este cuento absurdo
del novelero Josefo no debía, me parece, haberlo copiado Rollin, como si
estuviese testimoniado por un autor sagrado.

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Este es el modo como se ha escrito la historia antigua, y muchas veces
la moderna.

47 . De las preocupaciones populares a las cuales los escritores


sagrados se han conformado por condescendencia.

Los libros santos son para enseñar la moral y no la física.

La culebra pasaba en la antigüedad por el más hábil de todos los


animales: el autor del Pentateuco manifiesta que la culebra fue bastante
sutil para seducir a Eva. Algunas veces se atribuye la palabra a las
bestias: el escritor sagrado hace hablar a la serpiente y a la burra de
Balaam. Algunos judíos y algunos cristianos han mirado esta historia
como una alegoría; pero sea emblema o sea realidad, ella es igualmente
respetable. Las estrellas eran miradas como puntos en las nubes: el
autor divino se acomodó a esta idea vulgar y dijo que la luna fue criada
para presidir a las estrellas.

La opinión común era que los cielos eran sólidos; se les llamaba en
hebreo s akiak , palabra que corresponde a una plancha de metal, a un
cuerpo extenso y firme, y que nosotros traducimos por firmamento.
Contenía aguas que salían por las aberturas. La escritura se conforma
con esta física, y en fin se ha llamado firmamento, es decir plancha, la
profundidad inmensa del espacio en la cual apenas se distinguen las
estrellas con el auxilio de los telescopios.

Los indios, los caldeos y los persas imaginaron que Dios había formado
el mundo en seis tiempos. El autor del G é nesis , para acomodarse a la
debilidad de los judíos representa a Dios formando el mundo en seis
días, aun que una sola palabra y un solo instante bastaban a su
omnipotencia. Un jardín y los parajes sombríos eran una cosa muy
deliciosa en los países áridos, abrasados por el sol; el divino autor pone
al primer hombre en un jardín.

No se tenía idea de un ser puramente inmaterial: Dios está siempre


representado como un hombre; se pasea a mediodía en el jardín, habla,
y se le habla.

La palabra alma, ruah , significa el soplo, la vida: el alma se nombra


siempre en lugar de la vida en el Pentateuco .

Se creía que había naciones de gigantes: el Génesis expresa que eran los
hijos de los ángeles y de las hijas de los hombres.

Se concedía a los brutos una especie de razón: Dios se digna hacer


alianza, después del diluvio, con los brutos lo mismo que con los
hombres.

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Nadie sabía lo que era el arco iris; se miraba como una cosa
sobrenatural, y Homero habla siempre en este sentido: las escrituras le
llaman el arco de Dios, el arco de alianza.

Entre muchos errores a que se hallaba entregado el género humano,


había el de creer que podía hacerse nacer a los animales del color que
se quisiera, poniendo el color a la vista de las madres antes que
concibiesen: el autor del Génesis dice que Jacob tuvo ovejas
pintarrajadas, valiéndose de este artificio.

Toda la antigüedad se valía de los hechizos contra la mordedura de las


culebras, y cuando la llaga no era mortal, o que dichosamente la
chupaban los charlatanes llamados p silles , o que en fin se aplicaba en
ella con buen éxito los tópicos convenientes, no se dudaba que los
hechizos habían obrado: Moisés levantó una culebra de cobre a cuya
vista curaba a los que habían sido mordidos por las culebras. Dios
cambiaba un error popular en una verdad nueva.

Uno de los mas antiguos errores era la opinión de que se podían hacer
nacer abejas de un cadáver podrido. Esta idea se fundaba en la
experiencia diaria de ver los cuerpos muertos de los animales, cubiertos
de moscas y de gusanos. De esta experiencia que engañaba la vista,
toda la antigüedad había concluido que la corrupción era el principio de
la generación, y pues que se creía que un cuerpo muerto producía
moscas, se infería que el medio seguro de conseguir abejas, era el de
preparar las pieles sangrientas los animales del modo necesario para
obrar esta metamorfosis. No se reflexionaba que las abejas tienen
muchísima aversión a toda carne corrompida, y que toda infección les
es muy contraria. El método de hacer nacer las, abejas no podía dar el
resultado deseado, pero se creía que era por no saberlo practicar como
correspondía. Virgilio, en su canto XIV de las Geórgicas , dice que esta
operación la hizo dichosamente Aristeo; pero también añade que fue un
milagro: Mirabile monstrum.

Reproduciendo esta antigualla es como se refiere que Sansón halló un


enjambre de abejas, en el tragadero de un león que había despedazado
con sus manos.

También es opinión vulgar que el áspid se tapa los oídos para no ser
sorprendido por la voz del encantador. El salmista se presta a este error
diciendo, salmo LVIII. «Como el áspid sordo que se tapa los oídos y no
oye los encantos.»

La antigua opinión de que las mujeres hacen volverse el vino y el aceite,


que impiden que la manteca se cuaje, y que hacen morir los pichones en
los palomares, cuando tienen sus reglas, subsiste aun entre el pueblo
bajo, del mismo modo que las influencias de la luna. Se creía que las
menstruaciones de las mujeres eran las evacuaciones de una sangre
corrompida, y que si un hombre se acercaba a su mujer en este tiempo
crítico, hacía necesariamente hijos leprosos y estropeados: esta idea
estaba tan acreditada entre los judíos, que el Levítico , cap. XX, condena

113/151
a muerte al hombre y a la mujer que se hubiesen prestado al deber
conyugal, durante este tiempo crítico.

En fin el Espíritu Santo quiere conformarse de tal modo a las


preocupaciones populares, que el Salvador mismo dice, que no se ponga
jamás vino nuevo en toneles viejos, y que es necesario que el trigo se
pudra para madurar.

San Pablo dice a los corintios queriéndoles probar la resurrección:


«Insensatos, ¿no sabéis que es necesario que el grano muera para
vivificarse?» Se sabe muy bien hoy en día que el grano no se pudre ni
muere en la tierra para brotar; si se pudriese no se levantaría; pero
entonces se estaba en este error y el Espíritu Santo se dignaba sacar de
él comparaciones útiles. Esto es lo que llama san Jerónimo hablar con
economía.

Todas las enfermedades convulsivas pasaron por posesiones del diablo,


así que fue admitida la doctrina de los diablos. La epilepsia, entre los
romanos y entre los griegos fue llamada el mal sagrado La melancolía
acompañada de una especie de rabia, fue también un mal cuya causa se
ignoraba: aquellos que la padecían andaban durante la noche dando
alaridos al rededor de las sepulturas, y fueron llamados endemoniados,
y licántropos entre los griegos. La escritura sagrada admite los
endemoniados que van errantes al rededor de las sepulturas.

Los criminales, según los antiguos griegos estaban atormentados por


las furias, las que habían reducido a Orestes a un grado de
desesperación tal, que se había comido un dedo en un acceso de furor;
también habían perseguido a Alcmeón, Eteocles y Polinicio. Los judíos
helenistas que estuvieron instruidos de todas las opiniones griegas,
admitieron por último unas especies de furias, de espíritus inmundos, y
de diablos que atormentaban a los hombres. Es cierto que los saduceos
no conocían a los diablos, pero los fariseos los reconocieron poco antes
del reinado de Herodes. Entonces había exorcistas que echaban los
diablos: se servían de una raíz que ponían debajo de las narices de los
poseídos, y empleaban una fórmula sacada de un pretendido libro de
Salomón. En fin, ellos estaban en tal posesión de arrojar los diablos, que
nuestro Salvador mismo, acusado según san Mateo de arrojarlos por
medio de los hechizos de Belzebú, concede que los judíos tienen el
mismo poder y les pregunta si es por medio de Belzebú que triunfan de
los espíritus malignos.

Ciertamente, si los mismos judíos que hicieron morir a Jesús tenían el


poder de hacer tales milagros, si los fariseos arrojaban en efecto los
diablos, ellos obraban pues el mismo prodigio que el Salvador: tenían el
don que Jesús comunicaba a sus discípulos, y si no lo tenían, Jesús se
conformaba a la preocupación popular, dignándose suponer que sus
enemigos implacables, a quienes llamaba raza de víboras, tenían el don
de los milagros y dominaban sobre los demonios. Es cierto que ni los
judíos ni los cristianos gozan hoy en día de esta prerrogativa tan común
durante largo tiempo. Siempre hay exorcistas, pero ya no se ven diablos

114/151
ni poseídos: ¡tanto cambian las cosas con el tiempo! Entonces estaba en
el orden de que hubiese poseídos, y es muy bueno que ya no los haya
hoy en día. Los prodigios necesarios para levantar un edificio divino son
inútiles cuando ha llegado al remate. Todo ha cambiado sobre la tierra;
sólo la virtud no cambia jamás: se parece a la luz del sol que no tiene
casi nada de la materia conocida, y que es siempre pura y siempre la
misma, cuando todos los elementos se confunden sin cesar. Con sólo
abrir los ojos, basta para bendecir a su autor.

48 . De los ángeles, de los genios y de los diablos, entre las


naciones antiguas y entre los judíos.

Todo tiene su origen en la naturaleza del espíritu humano. Todos los


hombres poderosos, los magistrados y los príncipes tenían sus
mensajeros; era natural que los dioses los tuviesen también. Los caldeos
y los persas parecen ser los primeros, conocidos por nosotros, que
hablaron de los ángeles como de alguaciles celestes y como destinados a
llevar órdenes; pero antes de ellos, los indios, de quienes nos ha venido
toda especie de teología, habían inventado los ángeles y los habían
representado en su antiguo libro del S h asta , como criaturas
inmortales, participantes de la divinidad, y de los cuales un gran número
se rebeló contra el criador. (Véase el capítulo de la India.)

Los parsis idólatras, que aun subsisten, han comunicado al autor de L a


religión de los antiguos persas 64 los nombres de los ángeles que los
primeros persas reconocían: se hallan ciento diecinueve, y entre ellos no
están ni Rafael ni Gabriel, que los persas no adoptaron sino mucho
tiempo después. Estos nombres son caldeos, y no fueron conocidos de
los judíos sino durante su cautiverio, porque antes de la historia de
Tobías no se habla del nombre de ningún ángel, ni en el Pentateuco , ni
en ninguno de los libros de los hebreos.

Los persas en su antiguo catálogo que se halla al principio del Sadder ,


no contaban sino doce diablos, y Arimán era el primero. Era una cosa
que consolaba el reconocer mayor número de genios bienhechores que
de demonios enemigos del género humano.

No se nota que esta doctrina haya sido seguida por los egipcios. Los
griegos, en lugar de genios tutelares tuvieron divinidades secundarias,
héroes y semidioses. En lugar de diablos, tuvieron a Até, Erinnis y las
Euménidas. Me parece que fue Platón el primero que habló de un buen
genio y de otro malo, que presidían las acciones de todo mortal.
Después de él los griegos y los romanos se picaron sobre tener cada
nación dos genios, y el malo tuvo siempre más ocupación y mejor suceso
que su antagonista.

Cuando los judíos dieron finalmente nombres a su milicia celeste, los


distinguieron en diez clases: los santos, los rápidos, los fuertes, las

115/151
llamas, las chispas, los diputados, los príncipes, las imágenes y los
animados; pero esta jerarquía no se encuentra sino en el Talmud y en el
Targum , y no en los libros del canon hebreo.

Estos ángeles tuvieron siempre la forma humana, y de este modo es


como los pintamos hoy en día dándoles alas. Rafael condujo a Tobías;
los ángeles que se aparecieron a Abraham y a Lot, bebieron y comieron
con estos patriarcas, y el brutal furor de los habitantes de Sodoma,
prueba más de lo que es necesario que los ángeles de Lot tenían un
cuerpo. Sería muy difícil de comprender cómo los ángeles hubieran
hablado a los hombres, y como se les hubiera respondido, si no se
hubiesen presentado bajo figura humana.

Los judíos no tuvieron tampoco otra idea de Dios. Él habla el lenguaje


humano con Adán y Eva; habla también a la culebra; se pasea en el
jardín de Edén a la hora del mediodía; se digna hablar con Abraham,
con los patriarcas, y con Moisés. Mas de un comentador ha llegado a
creer que estas palabras del Génesis : «Hagamos el hombre a nuestra
semejanza», podían ser entendidas a la letra; que el más perfecto de los
seres de la tierra era una débil semejanza de la forma de su creador, y
que esta idea debía empeñar al hombre a no degenerar jamás.

Aunque la caída de los ángeles transformados en diablos o en demonios,


sea el fundamento de la religión judía y de la cristiana, no se habla de
esto en el Génesis , ni en la ley, ni en ningún libro canónico. El Génesis
dice expresamente que una culebra habló a Eva y que la sedujo: se tiene
cuidado de manifestar que la culebra era el más hábil y el más astuto de
todos los animales, y nosotros hemos observado que todas las naciones
tenían esta misma opinión de la culebra. El Génesis señala también
positivamente que el odio de los hombres por las culebras, proviene del
daño que causó este animal al género humano; que después de este
tiempo busca la ocasión de mordernos, y nosotros la de matarla; y
finalmente que está condenada por su mala acción a arrastrarse sobre
el vientre y a comer el polvo de la tierra. Es cierto que la culebra no se
sustenta con tierra, pero toda la antigüedad lo creía.

Consultando nuestra curiosidad natural, nos parece que ahora llegaba


la ocasión de dar a conocer a los hombres que esta culebra era uno de
los ángeles rebeldes convertidos en demonios, que venían a satisfacer su
venganza sobre la obra de Dios y a corromperla. Sin embargo, no hay
ningún pasaje en el Pentateuco de cuya interpretación podamos
inferirlo, no juzgándolo sino con nuestras débiles luces.

Satanás parece, en Job, el señor de la tierra subordinado a Dios. ¿Pero


qué hombre versado algún tanto en la antigüedad, ignora que la
palabras Satanás es caldea; que este Satanás era el Arimán de los
persas, adoptado por los caldeos, y el principio malo que dominaba
sobre los hombres? A Job se le representa como un pastor árabe,
viviendo en los confines de la Persia. Ya hemos dicho que las palabras
árabes conservadas en la traducción histórica de esta antigua alegoría,
manifiestan que el libro fue primeramente escrito por los árabes. Flavio

116/151
Josefo, que no lo cuenta absolutamente entre los libros del canon
hebreo, no deja ninguna duda sobre este particular.

Los demonios y los diablos arrojados del cielo, precipitados en el centro


de nuestro globo, y escapándose de su prisión para tentar a los
hombres, son mirados, hace ya muchos siglos, como los autores de
nuestra condenación. Pero, lo repito, esta es una opinión cuyo origen no
se halla en el Viejo Testamento . Es una verdad de tradición, sacada de
un libro tan antiguo y tan largo tiempo desconocido, escrito por los
primeros bracmanes, y que finalmente lo debemos a las pesquisas de
algunos sabios ingleses que han residido mucho tiempo en Bengala.

Algunos comentadores han escrito que este pasaje de Isaías: «¿Cómo


has caído del cielo, oh Lucifer, que te parecías a la estrella de la
mañana?», designa la caída de los ángeles, y que fue Lucifer el que
encubierto bajo la figura de una culebra hizo comer la manzana a Eva y
a su esposo.

Pero en verdad, una alegoría tan extraña se parece a los enigmas que se
proponían en otros tiempos a los estudiantes jóvenes en los colegios. Se
exponía, por ejemplo, un cuadro representando un viejo y una joven: el
uno decía que era el invierno y la primavera; es la nieve y el fuego, decía
otro; es la rosa y la espina, o bien la fuerza y la debilidad, y aquel que
hallaba el sentido más alejado del asunto, el que hacía la aplicación más
extraordinaria, ganaba el premio.

Lo mismo es precisamente la aplicación singular de la estrella de la


mañana al diablo. Isaías, en el capítulo catorce, insultando a un rey de
Babilonia en la ocasión de su muerte, le dice: «En tu muerte se ha
cantado a no poder más; los pinos y los cedros se han regocijado, y
después no ha venido ningún exactor a apremiarnos. ¿Cómo es que tu
altivez ha descendido al sepulcro a pesar del sonido de tus gaitas?
¿Cómo te has acostado con los gusanos y las sabandijas? ¿Cómo has
caído del cielo, estrella de la mañana? ¡Helel, tú que agobiabas a las
naciones, estás abatido en tierra!»

Se ha traducido Helel en latín por Lucifer, y después se ha dado este


nombre al diablo, aunque hay seguramente muy poca relación entre el
diablo y la estrella de la mañana. Se ha imaginado que este habiendo
caído del cielo, era un ángel que había hecho la guerra a Dios: él no
podía hacerla solo, y por esto tenía compañeros. La fábula de los
gigantes armados contra los dioses, extendida entre todas las naciones,
es, según varios comentadores, una imitación profana que nos enseña
que los ángeles se rebelaron contra el Señor.

Esta idea recibió una nueva fuerza por la epístola de san Judas, en
donde se dice: «Dios ha guardado en las tinieblas, encadenados hasta el
gran día del juicio, a los ángeles que han degenerado de su origen y que
han abandonado su propia morada... Desgraciados aquellos que han
seguido las huellas de Caín... De los cuales Enoc, séptimo hombre

117/151
después de Adán, ha profetizado, diciendo: Ved aquí el Señor; ha venido
con sus millones de santos, etc.»

Se imaginó que Enoc había dejado escrita la historia de la caída de los


ángeles; pero hay dos cosas importantes que observar sobre esto. Tanto
escribió Enoc como Seth a quien los judíos atribuyeron los libros; y el
falso Enoc que cita San Judas se sabe que fue forjado por un judío.65 En
segundo lugar, este falso Enoc no habla una palabra de la rebelión y de
la caída de los ángeles antes de la formación del hombre. Ved palabra
por palabra lo que dice de sus e gregoris .

«El número de los hombres habiéndose aumentado prodigiosamente,


tuvieron hijas muy hermosas; los ángeles, los vigilantes e gregoris , se
enamoraron de ellas y fueron arrastrados a muchos errores. Ellos se
animaron entre sí y dijeron: Escojamos mujeres entre las hijas de los
hombres de la tierra. Semiaxas, su príncipe, dijo: Yo temo que vosotros
no os atreváis a realizar un designio semejante, y que yo quede solo
responsable del crimen. Todos contestaron: Juremos ejecutar nuestro
designio y entreguémonos al anatema si faltamos a él. Se unieron por
medio de un juramento e hicieron imprecaciones; eran en número de
doscientos. Partieron juntos, en el tiempo de Jared, y fueron sobre la
montaña llamada Hermonim a causa de su juramento. Estos son los
nombres de los principales: Semiaxas, Atarculph, Araciel, Chobabiel-
Hosampsich, Zaciel-Parmar, Thausael, Samiel, Tirel y Sumiel.

«Estos y los demás tomaron mujeres, en el año mil ciento diez de la


creación del mundo: de este comercio nacieron tres géneros de
hombres; los gigantes Naphilim, etc.»,

El autor de este fragmento, escrito con un estilo que pertenece a los


primeros tiempos, manifiesta la mayor sencillez: no falta en nombrar las
personas, no olvida las fechas, no hace ninguna reflexión, no establece
máximas; es el antiguo estilo oriental.

Se ve que esta historia está fundada sobre el sexto capítulo del Génesis.
«Luego en este tiempo había gigantes sobre la tierra; porque los hijos de
Dios habiendo tenido comunicación con las hijas de los hombres., ellas
dieron a luz a los poderosos del siglo.»

El libro de Enoc y el Génesis están enteramente de acuerdo sobre la


unión de los ángeles con las hijas de los hombres, y sobre la raza de
gigantes que nacieron de este comercio; pero ni este Enoc, ni ningún
libro del Antig u o Testamento , habla de la guerra de los ángeles contra
Dios, ni de su castigo, ni de su caída en el infierno, ni de su odio contra
el género humano.

No se trata de los espíritus malignos y del diablo sino en la alegoría de


Job, de que ya hemos hablado, la cual no es un libro judío, y en la
aventura de Tobías. El diablo Asmodeo o Shamadey, que ahogó a los
siete primeros maridos de Sara, y que Rafael hizo huir con el humo del
hígado de un pescado, no era un diablo judío, pero sí persa. Rafael fue a

118/151
encadenarlo en el alto Egipto; pero es constante que no teniendo
infierno los judíos, tampoco tenían diablos. Ellos no empezaron sino
muy tarde en creer la inmortalidad del alma y un infierno, y esto fue
cuando la secta de los fariseos prevaleció: estaban pues bien lejos de
pensar que la culebra que tentó a Eva, fuese un diablo o un ángel
precipitado en el infierno. Esta piedra que sirve de cimiento a todo el
edificio fue puesta la última. Nosotros, reverenciamos igualmente la
historia de los ángeles convertidos en diablos, pero no sabemos donde
hallar su origen.

Se llamaron diablos a Belzebú, Belfegor, Astaroth; pero estos eran los


antiguos dioses de la Siria. Belfegor era el dios del matrimonio, Belzebú
o Bel-se-puth significaba el Señor que preserva de los insectos. El rey
Ocasias lo había consultado como a un dios, para saber si curaría de su
enfermedad, y Elías indignado de este paso había dicho: «¿No hay dios
en Israel, para que sea preciso ir a consultar al dios del Accaronte?»

Astaroth era la luna, y no esperaba la luna venir a parar en diablo.

El apóstol Judas dice también «que el diablo, disputaba con el ángel


Miguel sobre el cuerpo de Moisés»; pero no se halla nada de esto en el
canon de los judíos. Esta disputa de Miguel con el diablo no se halla sino
en un libro apócrifo, intitulado A nalipsis de Moisés , citado por
Orígenes en el libro tercero de sus principios.

Es pues indudable que los judíos no reconocieron a los diablos sino


hacia el tiempo de su cautiverio en Babilonia. Tomaron esta doctrina de
los persas que la tenían de Zoroastro.

Solo la ignorancia, el fanatismo y la mala fe pueden negar estos hechos,


y es necesario añadir que la religión no debe asustarse de las
consecuencias. Dios ha permitido ciertamente que la creencia en los
buenos y en los malos genios, en la inmortalidad del alma, y en las
recompensas y penas eternas se haya establecido en veinte naciones de
la antigüedad, antes de que llegase a noticia del pueblo judío. Nuestra
santa religión ha consagrado esta doctrina; ha establecido lo que las
otras habían entrevisto, y lo que no era entre los antiguos sino una
opinión se ha hecho una verdad divina por medio de la revelación.

49 . Si los judíos han enseñado a las otras naciones, o si han


sido enseñados por ellas.

Los libros sagrados jamás han decidido si los judíos han sido los
maestros o los discípulos de los otros pueblos, y así es permitido el
examinar esta cuestión.

Filón, en la relación de su misión cerca de Calígula, empieza por decir


que Israel es una voz caldea, y que es el nombre que dieron los caldeos

119/151
a los justos consagrados a Dios y que Israel significaba viendo a Dios .
Parece pues probado por esto solo, que los judíos no llamaron Jacob a
Israel, y que no se tomaron el nombre de israelitas, sino cuando
tuvieron algún conocimiento del caldeo; y ellos no pudieron tener
conocimiento de la lengua caldea, sino cuando fueron esclavos en aquel
país. ¿Es verosímil que en los desiertos de la Arabia pétrea hubiesen
aprendido ya el caldeo?

Flavio Josefo, en su respuesta a Apio, a Lisimaco y a Molon, libro II,


cap. V, confiesa con estas propias palabras: «que fueron los egipcios los
que enseñaron a las otras naciones a circuncidarse, como Herodoto lo
atestigua.» En efecto ¿sería probable que la nación antigua y poderosa
de los egipcios hubiese tomado esta costumbre de un pequeño pueblo
que ella aborrecía, y que, según confiesa, no fue circundado hasta el
tiempo de Josué?

Los libros sagrados nos dicen ellos mismos que Moisés se había
ilustrado en las ciencias de los egipcios, y no dicen en ninguna parte que
los egipcios hayan aprendido cosa alguna de los judíos. Cuando
Salomón quiso edificar su templo y su palacio, ¿no pidió los obreros al
rey de Tiro? También se dice que dio veinte ciudades al rey Hiram para
conseguir los obreros y los cedros: esto era sin duda pagar muy caro el
favor, y el contrato era extraño: pero dígase: ¿pidieron los tirios artistas
a los judíos?

El mismo Josefo de quien ya hemos hablado, confiesa que su nación, que


él se esfuerza en engrandecer, «no tuvo durante mucho tiempo ningún
comercio con las otras naciones, y que ella fue además desconocida de
los griegos que conocían a los escitas y a los tártaros.» «¿Hay que
admirarse, añade en el libro I, cap. V, de que nuestra nación, alejada de
la mar y no teniendo vanidad en escribir, haya sido tan poco conocida?»

Cuando cuenta el mismo Josefo con sus exageraciones ordinarias, el


modo tan honroso como increíble, que tuvo Tolomeo Filadelfo para
comprar una traducción griega de los libros judíos, hecha por los
hebreos en la ciudad de Alejandría, Josefo, digo, añade que Demetrio de
Falera, que hizo hacer esta traducción para la biblioteca de su rey,
preguntó a uno de los traductores cómo podía suceder que ningún
historiador ni ningún poeta extranjero no hubiese hablado nunca de las
leyes judías. El traductor respondió: «Como estas leyes son divinas,
nadie se atreve a hablar de ellas, y aquellos que han querido hacerlo
han sido castigados de Dios. Teopompo queriendo hablar de ellas en su
historia perdió el entendimiento durante treinta días, pero habiendo
conocido en un sueño que se había vuelto loco por haber querido
penetrar las cosas divinas y darlas a conocer a los profanos66 ,
apaciguó la cólera divina por medio de sus oraciones y recobró el
juicio.»

«Teodecto, poeta griego, habiendo puesto en una tragedia algunos


pasajes que había sacado de nuestros libros santos, quedó ciego al

120/151
momento, y no recobró la vista sino después de haber reconocido su
falta.»

Estos dos cuentos de Josefo, indignos de la historia y de un hombre que


tiene sentido común, contradicen a la verdad los elogios que él da a esta
traducción griega de los libros judíos, porque si era un crimen el verter
alguna cosa de ellos en otra lengua, sería sin duda un crimen mayor el
poner a todos los griegos al alcance de conocerlos. Pero a lo menos
Josefo refiriendo estas dos novelas, conviene en que los griegos jamás
habían tenido conocimiento de los libros de su nación.

Al contrario, luego que los hebreos quedaron establecidos en Alejandría,


se aplicaron a la literatura griega, y se llamaron los judíos helenistas.
Es pues indudable que los judíos después de Alejandro, tomaron muchas
cosas de los griegos, cuya lengua era la del Asia menor y de una parte
del Egipto, y que los griegos no tomaron cosa alguna de los hebreos.

50. De los romanos. Principio de su imperio y de su religión: su


tolerancia.

Los romanos no pueden ser contados entre las naciones primeras: ellos
son muy modernos, Roma no existió sino setecientos cincuenta años
antes de nuestra era vulgar. Cuando tuvo ritos y leyes las tomó de los
toscanos y de los griegos. Los toscanos le comunicaron la superstición
de los adivinos, superstición que estaba fundada sobre las
observaciones físicas y el tránsito de las aves, que servían para predecir
las variaciones de la atmósfera. Parece que toda superstición tiene por
principio una cosa natural, y que muchos errores han nacido de una
verdad de la cual se ha abusado.

Los griegos dieron a los romanos la ley de las doce tablas: un pueblo
que va a buscar leyes y dioses de otra nación, debe ser un pequeño
pueblo bárbaro; tales eran los primeros romanos. Su territorio en el
tiempo de los reyes y de los primeros cónsules no tenía más extensión
que el de Ragusa. No deben tener el nombre de reyes los monarcas tales
como Ciro y sus sucesores. El jefe de un pequeño pueblo de ladrones
nunca puede ser despótico: los despojos se dividen en común y cada uno
defiende su libertad como su bien particular. Los primeros reyes de
Roma eran caudillos de piratas.

Si se da crédito a los historiadores romanos, este pequeño pueblo


empezó por robar las hijas y los bienes de sus vecinos. Debía ser
exterminado, pero la ferocidad y la necesidad que le conducían a la
rapiña, hicieron dichosas sus injusticias: se sostuvo estando siempre en
guerra, y en fin al cabo de cinco siglos, siendo más aguerrido que todos
los otros pueblos, los sometió a todos, los unos después de los otros,
desde el fondo del golfo Adriático hasta el Éufrates.

121/151
En medio del latrocinio, el amor de la patria dominó siempre hasta el
tiempo de Sila.

Este amor de la patria consistió durante mas de cuatrocientos años, en


unir a la masa común lo que se había quitado a las otras naciones. Esta
es la virtud de los ladrones. Amar la patria, era matar y despojar a los
demás hombres; pero en el seno de la república, hubo grandes virtudes.
Los romanos civilizados con el tiempo, civilizaron a todos los bárbaros
que habían vencido, y se hicieron en fin los legisladores del Occidente.

Los griegos en los primeros tiempos de sus repúblicas, parecen una


nación superior en todo a los romanos. Estos no salían de las cuevas de
sus siete montañas, con unos puñados de heno que les servían de
banderas, sino para saquear las ciudades vecinas: aquellos al contrario,
no se ocupaban sino en defender su libertad. Los romanos robaban a
cuatro o cinco millas alrededor, a los equestos, los volgas y los antiatos:
los griegos rechazaban los ejércitos innumerables del gran rey de Persia
y triunfaban de él por tierra y por mar. Estos griegos vencedores,
cultivaban y perfeccionaban todas las bellas artes, y los romanos las
ignoraron todas hasta el tiempo de Escipión el Africano.

Manifestaré aquí dos cosas importantes sobre su religión, y son que


ellos adoptaron y permitieron los cultos de todos los otros pueblos, a
ejemplo de los griegos: y que en el fondo, el senado y los emperadores
reconocieron siempre un Dios supremo, del mismo modo que la mayor
parte de los filósofos y de los poetas de la Grecia.67

La tolerancia de todas las religiones era una ley natural grabada en los
corazones de los hombres. Porque dígase con qué derecho un ser criado
libre podrá forzar a otro ser a pensar como él. Mas cuando un pueblo
está reunido, cuando la religión se ha hecho una ley del estado, es
necesario someterse a esta ley; los romanos por sus leyes adoptaron a
todos los dioses de los griegos, y tenían altares para los dioses
desconocidos, como ya lo hemos dicho. Los mandamientos de las doce
tablas dicen: «Separatim nemo habessit deos, neve novos; sed ne
advenas, nisi publice adscitos, privatim colunto.» «Que nadie tenga
dioses extranjeros y nuevos sin la sanción pública.» Se dio esta sanción
a varios cultos, y todos los demás fueron tolerados. Esta asociación de
todas las divinidades del mundo, esta especie de hospitalidad divina, fue
el derecho de gentes de toda la antigüedad, exceptuando quizás uno o
dos pequeños pueblos.

Como no hubo dogmas, no hubo ninguna guerra de religión. Era muy


bastante el que la ambición y la rapiña derramasen la sangre humana,
sin que la religión acabase de exterminar el mundo.

Es también muy notable el que los romanos no persiguiesen jamás a


nadie por su modo de pensar. No hay un solo ejemplo de ello desde
Rómulo hasta Domiciano, y entre los griegos no se cuenta sino a
Sócrates que sufriese persecución.

122/151
Es también incontestable que así los romanos como los griegos,
adoraban un Dios supremo. Su Júpiter era el solo que se miraba como el
señor del rayo, como el único que se llamaba el Dios muy grande y muy
bueno. De u s op t imus m a ximus. Así desde la Italia hasta en la India y
la China, se halla el culto de Dios supremo, y la tolerancia en todas las
naciones conocidas.

A este conocimiento de un Dios, y a esta indulgencia universal, que son


por todas partes el fruto de la razón cultivada, se juntaron una multitud
de supersticiones que eran el antiguo fruto de una razón empezada y
llena de errores.

Se sabe muy bien que los pollos sagrados, la diosa Pertunda y la diosa
Cloacina son cosas ridículas. ¿Por qué los vencedores y los legisladores
de tantas naciones no abolieron estas tonterías? Es porque siendo
antiguas eran apreciadas del pueblo, y no dañaban de modo alguno al
gobierno. Los Escipiones, los Pablos Emilios, los Cicerones, los Catones
y los Césares tenían otras cosas en que ocuparse, que en combatir con
preferencia a las supersticiones del populacho. Cuando un antiguo error
está establecido, la política se sirve de él como de un freno que el vulgo
se ha puesto a sí mismo en la boca, hasta que otra superstición viene a
destruirlo, y que la política se aprovecha de este segundo error, como se
aprovechó del primero.

51. Preguntas sobre las conquistas de los romanos y sobre su


decadencia.

¿Por qué los romanos, que bajo Rómulo no eran sino tres mil habitantes
y no tenían sino un lugar de mil pasos de circuito, fueron con el tiempo
los más grandes conquistadores de la tierra? ¿Y en qué consiste que los
judíos que pretenden haber tenido seiscientos treinta mil soldados al
salir de Egipto, que no marchaban sino en medio de milagros, que
combatían bajo las órdenes del rey de los ejércitos, no pudieron jamás
conseguir el conquistar solamente a Tiro y Sidón en su vecindario, ni
aun a verse jamás en estado de atacarlas? ¿Por qué estos judíos fueron
casi siempre esclavos? Ellos tenían todo el entusiasmo y toda la
ferocidad que forma los conquistadores; el Dios de los ejércitos estaba
siempre a su cabeza; y sin embargo son los romanos, distantes de ellos
mil ochocientas millas, los que vienen al fin a subyugarlos y a venderlos
en el mercado.

¿No es claro (humanamente hablando y no considerando sino las causas


segundas) que si los judíos que esperaban la conquista del mundo, han
estado casi siempre en esclavitud, ha sido por su culpa? Y, si los
romanos dominaron ¿no lo merecieron por su valor y por su prudencia?
Yo pido humildemente perdón a los romanos de compararlos un solo
instante con los judíos.

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¿Por qué los romanos durante más de cuatro cientos años, no pudieron
conquistar sino una extensión de veinte y cinco leguas? ¿No era porque
ellos eran en muy corto número y tenían que combatir sucesivamente
con pequeños pueblos como ellos? Pero en fin, habiendo incorporado en
su nación a sus vecinos vencidos, tuvieron bastante fuerza para resistir
a Pirro. Entonces todas las pequeñas naciones que los rodeaban se
hicieron romanos, y se formó un pueblo todo guerrero, y bastante
formidable para destruir a Cartago.

¿Por qué los romanos emplearon setecientos años en formar un imperio


tan vasto a corta diferencia como el que Alejandro conquistó en siete u
ocho años? Es porque tuvieron siempre que combatir con naciones
belicosas, y Alejandro tuvo que subyugar a pueblos más débiles.

¿Por qué fue este imperio destruido por los bárbaros? ¿Estos bárbaros
no eran más robustos más guerreros que los romanos debilitados ya en
el tiempo de Honorio y sus sucesores? Cuando los cimbrios vinieron a
amenazar la Italia en el tiempo de Mario, los romanos debieron prever
que los cimbrios, es decir, que los pueblos del norte destrozarían el
Imperio, cuando no existiese Mario,

La debilidad de los emperadores, las facciones de sus ministros y de sus


eunucos, el odio que la antigua religión del imperio tenía a la nueva, las
desavenencias que se elevaron en el cristianismo, las disputas teológicas
sustituidas al manejo de las armas, como la cobardía al valor, y una
multitud de frailes reemplazando a los agricultores y a los soldados,
todo atraía a estos mismos bárbaros que no habían podido vencer a la
república guerrera, y que oprimieron a Roma ya desfallecida bajo los
emperadores crueles, afeminados y devotos.

Cuando los godos, los hérulos, los vándalos y los hunos, inundaron a la
Europa romana, ¿qué medida tomaron los dos emperadores para
desviar aquella tempestad? La diferencia entre Homoio u sios y Homoo
u ios ponía en revolución al oriente y al occidente; las persecuciones
teológicas acabaron de perderlo todo. Nestorio, patriarca de
Constantinopla, que tuvo al principio mucho valimiento con Teodosio II,
consiguió de este emperador que se persiguiese a aquellos que pensaban
que debían volverse a bautizar los cristianos apóstatas; a los que creían
que se debía celebrar la Pascua el 14 de la luna de marzo; a aquellos
que no hacían zambullir por tres veces a los bautizados; y en fin él
atormentó de tal manera a los cristianos que estos le atormentaron a su
vez. Él llama a la santa Virgen A n thropotokos ; sus enemigos que
querían que se la llamase Th e otocos , y que sin duda tenían razón,
porque el concilio de Éfeso decidió a su favor, le suscitaron una
persecución violenta. Estas contiendas ocuparon todos los espíritus, y
mientras que se estaban disputando, los bárbaros se dividían la Europa
y el África.

¿Pero por qué Alarico, que al principio del siglo quinto marchó desde las
orillas del Danubio hacia Roma, no empezó por atacar a
Constantinopla, cuando se hallaba dueño de la Tracia? ¿Era natural que

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quisiese él pasar los Alpes y el Apenino cuando Constantinopla
amedrentada se ofrecía a su conquista? Los historiadores de aquellos
tiempos, tan poco instruidos como mal gobernados estaban los pueblos,
no nos explican este misterio; pero es muy fácil el adivinarlo.

Alarico había sido general de ejército bajo Teodosio I, príncipe violento,


devoto e imprudente, que perdió el Imperio confiando su defensa a los
godos. Él venció con ellos a su competidor Eugenio; pero los godos
aprendieron por este medio que ellos podían vencer por sí mismos.
Teodosio pagaba sueldo a Alarico y a sus godos, y esta paga se hizo un
tributo cuando Arcadio, hijo de Teodosio, subió al trono del oriente.
Alarico dejó tranquilo a su tributario para caer sobre Honorio y sobre
Roma.

Honorio tenía por general al célebre Estilicón, el único que podía


defender la Italia y que ya había detenido los esfuerzos de los bárbaros.
Honorio, por meras sospechas y sin más formalidad, le hizo cortar la
cabeza. Era más fácil asesinar a Estilicón que batir a Alarico. Este
indigno emperador, retirado en Rávena, dejó al bárbaro, que le era
superior en todo, que pusiese sitio a Roma. La antigua señora del
mundo rescató su pillaje por el precio de cinco mil libras de oro, treinta
mil de plata, cuatro mil vestidos de seda, tres mil de púrpura y tres mil
libras de especiería. Las producciones de la India sirvieron para el
rescate de Roma.

Honorio no quiso cumplir el tratado, y envió algunas tropas que Alarico


exterminó: éste entró en Roma en 409, y el godo creó allí un emperador
que fue su primer vasallo. Al año siguiente, engañado por Honorio, le
castigó saqueando Roma. Entonces todo el imperio de occidente fue
destrozado; los pueblos del norte entraron por todas partes, y los
emperadores del oriente no se mantuvieron sino haciéndose tributarios.

Así es como Teodasio II lo fue de Aila. La Italia, las Galias, la España y


el África estuvieron al arbitrio de quien quiso entrar. Este fue el fruto de
la política forzada de Constantino que había transferido el imperio
romano en Tracia.

¿No hay visiblemente un destino que causa el engrandecimiento y la


ruina de los estados? Quién hubiese predicho a Augusto que su capital
se vería un día ocupada por un sacerdote de una religión judía, le habría
dejado admirado. ¿Por qué este sacerdote se ha apoderado al fin de la
ciudad de los Escipiones y de los Césares? Es porque la halló en la
anarquía. Él se hizo señor de esta ciudad, casi sin esfuerzo, del mismo
modo que los obispos de Alemania hacia el siglo decimotercio, se
hicieron soberanos de los pueblos de los cuales eran pastores.

Todo acontecimiento conduce a otro que no se esperaba. Rómulo no


creía fundar a Roma, ni para los príncipes godos, ni para los obispos.
Alejandro no imaginó que Alejandría pertenecería a los turcos; y
Constantino no edificó a Constantinopla para Mahometo II.

125/151
52. De l os primeros pueblos que escribieron la historia, y de las
fábulas de los primeros historiadores.

Es incontestable que los más antiguos anales del mundo son los de la
China. Estos anales se siguen sin interrupción. Casi todos
circunstanciados, luminosos, sin ninguna mezcla de maravilloso, todos
apoyados sobre las observaciones astronómicas desde cuatro mil ciento
cincuenta y dos años, ascienden aun a muchos siglos mas allá, sin
fechas precisas a la verdad, pero con una verosimilitud que parece
tocar a la certeza. Es muy probable que las naciones poderosas, como
los indios, los egipcios, los caldeos y los sirios que tenían grandes
ciudades, tendrían también anales.

Los pueblos errantes deben ser los últimos que hayan escrito, porque
tienen menos medios que los otros para tener archivos y para
conservarlos; porque tienen pocas necesidades, pocas leyes, y pocos
acontecimientos; y porque ocupándose solamente en una subsistencia
precaria, les basta una tradición oral. Un lugar jamás ha tenido una
historia, un pueblo errante menos, y una pequeña ciudad muy rara vez.

La historia de una nación no puede escribirse sino muy tarde: se


empieza por algunos registros muy en resumen que se conservan cuanto
es posible, en un templo o en una ciudadela. Una guerra desgraciada
destruye a menudo estos anales y es necesario empezarlos veinte veces,
como lo hacen las hormigas cuya habitación ha sido pisoteada. No es
sino al cabo de algunos siglos que una historia un poco detallada puede
suceder a estos registros informes, y esta primera historia está siempre
mezclada de una falsedad maravillosa con la cual se quiere reemplazar
la verdad que falta. Así los griegos no tuvieron a su Herodoto sino en la
octogésima olimpiada, más de mil años después de la primera época
expresada en los mármoles de Paros. Fabio Pictor, el historiador más
antiguo de los romanos, no escribió hasta el tiempo de la segunda
guerra contra Cartago, cerca de quinientos cuarenta años después de la
fundación de Roma.

Luego, si estas dos naciones, las más ilustradas de la tierra, los griegos
y los romanos nuestros señores, han empezado tan tarde su historia; si
nuestras naciones septentrionales no han tenido ningún historiador
antes de Gregorio de Tours; ¿se creerá de buena fe que los tártaros
vagamundos, que duermen sobre la nieve, o los trogloditas que se
ocultan en las cavernas, o los árabes errantes y ladrones que recorren
las arenas del desierto, hayan tenido sus Tucídides y sus Jenofontes?
¿Pueden saber alguna cosa de sus antepasados? ¿Pueden adquirir algún
conocimiento antes de haber tenido ciudades, antes de haberlas
habitado, y antes de haber atraído a sí todas las artes que no tenían?

Si los samoyedos, los Nnzamonos o los esquimales nos diesen anales de


fechas anticipadas de algunos siglos, llenos de los más admirables
hechos de armas y de una serie continua de prodigios que admirasen a
la naturaleza ¿no nos reiríamos de estos pobres salvajes? Y si algunas

126/151
personas amantes de lo maravilloso o interesadas en hacerlo creer, se
fatigasen en buscar los medios de dar alguna verosimilitud a estas
tonterías ¿no nos burlaríamos de sus esfuerzos? ¿Y si uniesen a su
absurdidad la insolencia de afectar el desprecio de los sabios, y la
crueldad de perseguir a aquellos que dudasen ¿no serían los más
execrables de los hombres? Si un siamés viene a contarme la
metamorfosis de Sammonocodon, y me amenaza con quemarme si yo le
hago objeciones, ¿cómo debo yo comportarme con este siamés?

Los historiadores romanos nos cuentan a la verdad que el dios Marte


hizo dos niños a una vestal, en un siglo en el que la Italia no tenía
vestales; que una loba crió estos dos niños en lugar de devorarlos, como
ya lo hemos visto; que Cástor y Pólux combatieron por los romanos; que
Curcio se arrojó en un abismo, y que el abismo se cerró: pero el senado
de Roma no condenó jamás a la pena de muerte a aquellos que dudaron
de estos prodigios, y fue permitido el reirse de ellos en el capitolio.

En la historia romana hay acontecimientos muy posibles y que son muy


verosímiles. Varios sabios han dado por falsa la aventura de los gansos
que salvaron a Roma, y la de Camilo que destruyó enteramente el
ejército de los galos. La victoria de Camilo brilla mucho a la verdad en
Tito Livio, pero Polibio, más antiguo que Tito Livio y hombre más
político, dice precisamente lo contrario: asegura que los galos, temiendo
ser atacados por los vénetos, salieron de Roma cargados de botín
después de haber hecho la paz con los romanos. ¿A quién creeremos, a
Tito Livto o a Polibio? A lo menos dudaremos.

¿No dudaremos también del suplicio de Régulo, a quien se le hace


encerrar en un cofre guarnecido por dentro con puntas de hierro? Este
género de muerte es seguramente único. ¿Cómo este mismo Polibio casi
contemporáneo, Polibio que se hallaba en el país mismo, que ha escrito
tan superiormente la guerra de Roma y de Cartago, hubiera guardado
silencio sobre un hecho tan importante y tan extraordinario, y que
hubiera justificado tan exactamente la mala fe de los romanos hacia los
cartagineses? ¿Cómo se hubiera atrevido este pueblo a violar de una
manera tan bárbara el derecho de gentes con Régulo, en el tiempo que
los romanos tenían entre sus manos varios ciudadanos principales de
Cartago, con los cuales se hubieran podido vengar?

En fin, Diodoro de Sicilia refiere en uno de sus fragmentos, que los hijos
de Régulo habiendo maltratado fuertemente a los prisioneros
cartagineses, el senado romano los reprendió e hizo valer el derecho de
gentes. ¿No se les hubiera permitido una justa venganza a los hijos de
Régulo, si su padre hubiera sido asesinado en Cartago? La historia del
suplicio de Régulo se estableció con el tiempo, y el odio contra Cartago
le dio curso: Horacio la cantó y ya no se dudó después.

Si paramos la vista en los tiempos primeros de la historia de Francia, es


posible que en ella todo sea igualmente falso, oscuro y fastidioso; a lo
menos cuesta mucho el dar crédito a la aventura de Childerico y de

127/151
cierta Bazina mujer de un Bazino, y de un capitán romano elegido rey de
los francos que aun no tenía a reyes.

Gregorio de Tours es nuestro Herodoto, con la diferencia que el idioma


de aquel país es menos divertido y menos elegante que el griego. ¿Los
frailes que escribieron después de Gregorio fueron más ilustrados y más
veraces? ¿No prodigaron alabanzas algo exageradas a algunos asesinos
que les dieron tierras? ¿No cargaron nunca de oprobios a los príncipes
sabios que no les habían dado cosa alguna?

Sé muy bien que los francos que invadieron la Galia, fueron más crueles
que los lombardos que se apoderaron de la Italia, y que los visigodos
que reinaron en España. Se ven las mismas muertes, los mismos
asesinatos en los anales de los Clodoveos, de los Teodoricos, de los
Childebertos y de los Clotarios que en los de los reyes de Judá y de
Israel.

Nada hay más salvaje que aquellos tiempos bárbaros; sin embargo ¿no
es permitido dudar del suplicio de la reina Brunehota? Tenía la edad de
cerca de ochenta años cuando murió en 613 o 614. Fredegerio que
escribió a fines del octavo siglo, ciento y cincuenta años después de la
muerte de Brunehota, (y no en el séptimo siglo como se dice en el
compendio cronológico por un yerro de imprenta) Fredegerio, digo, nos
asegura que el rey Clotario, príncipe muy piadoso, muy timorato,
humano, paciente y devoto, hizo pasear a la reina Brunehota sobre un
camello al rededor de su campo; que después la hizo atar por los
cabellos, por un brazo y por una pierna a la cola de una yegua que no
estaba domada, que la arrastró viva sobre los caminos, le rompió la ca
beza contra las piedras, y la hizo pedazos; después de lo cual fue
quemado su cadáver y reducida a cenizas. Este camello, la yegua, y una
reina de ochenta años atada por los cabellos y por un pie a la cola de la
yegua, no son cosas muy comunes.

Puede ser difícil que los pocos cabellos de una mujer de aquella edad
puedan atarse a una cola, y que se ate a uno a la cola por los cabellos y
por un pie a un tiempo. ¿Y cómo es que se tuvo la piadosa atención de
enterrar a Brunehota en un sepulcro en Autun, después de haberla
quemado en un campo?Los frailes Fredegario y Aimonino lo dicen, pero
son éstos como Thou y como Humes?

Hay otro sepulcro erigido a esta reina en el siglo quince en la abadía de


San Martín de Autun que ella había fundado. Se ha encontrado en este
sepulcro un resto de una espuela: era, dicen, la espuela que se puso en
los hijares de la yegua indómita. Es lástima que no se hubiera
encontrado también un casco del pie del camello sobre el cual se hizo
montar a la reina. ¿No será posible que esta espuela se hubiese puesto
allí por inadvertencia, o más bien por honor? En una palabra, ¿no es
razonable el suspender el juicio sobre esta extraña aventura tan mal
fundada? Es cierto que Pasquier dice que «la muerte de Brunehota
había sido predicha por la sibila.»

128/151
Todos estos siglos de barbarie, son siglos de horrores y de milagros.
Pero ¿será necesario creer todo lo que los frailes han escrito? Ellos eran
casi los únicos que sabían leer y escribir, cuando Carlomagno no sabía
firmar: ellos nos han informado de la fecha de algunos grandes
acontecimientos. Nosotros creemos con ellos que Carlos Martel batió a
los sarracenos: pero que él hubiese muerto a trescientos sesenta mil
enemigos en la batalla, en verdad esto es demasiado.

Dicen que Clodoveo, segundo de este nombre, se volvió loco; la cosa no


es imposible; pero que Dios le hubiese dado este castigo por haber
tomado un brazo de San Dionisio en la iglesia de estos religiosos, para
colocarlo en su oratorio, esto no es verosímil.

Si sólo hubiera que quitar estos cuentos de la historia de Francia, o más


bien de la historia de los reyes francos y de sus señores, se podría hacer
un esfuerzo para leerla. ¿Pero cómo es posible aguantar las mentiras
groseras de que está llena? Muy a menudo, se sitian ciudades y
fortalezas que no existían: al otro lado del Rhin no había sino lugares sin
muros defendidos por fosos y estacadas: se sabe que hasta el año 920,
bajo Enrique el Pajarero, la Germania no tuvo ciudades muradas ni
fortificadas. En fin, todos los detalles de aquellos tiempos, son otras
tantas fábulas y lo peor es que son fastidiosas.

53. De los legisladores que han hablado en nombre de los


dioses.

Todo legislador profano que se ha atrevido a fingir que la divinidad le


había dictado sus leyes, era visiblemente un blasfemo, porque
calumniaba a los dioses, y un traidor, porque sometía su patria a sus
propias opiniones. Hay dos géneros de leyes, unas naturales, comunes a
todos y a todos útiles. «Tú no robarás, ni matarás a tu prójimo; tú
tendrás un cuidado respetuoso de los que te han dado el ser y te han
educado en tu infancia:; tú no quitarás la mujer a tu hermano; tú no
mentirás para dañarle; tú le ayudarás en sus necesidades, para merecer
el ser socorrido en las tuyas.» Estas son las leyes que ha promulgado la
naturaleza, desde el fondo de las islas del Japón, basta los confines de
nuestro occidente. ¡Ni Orfeo, ni Hermes.i ni Minos, ni Licurgo, ni Numa
no tenían necesidad de que Júpiter viniese acompañado del estruendo de
los rayos a anunciar las verdades grabadas en todos los corazones.

Si yo me hubiese hallado delante de alguno de estos grandes


charlatanes, en la plaza pública, le hubiera gritado: Calla, no
comprometas de este modo a la divinidad; tú quieres engañarme, si la
haces bajar para enseñar lo que todos sabemos; tú quieres, sin duda,
hacerla servir para algún otro objeto; tu quieres prevalecerte de mi
consentimiento para tu usurpación: yo te denuncio al pueblo, como un
tirano que blasfema.

129/151
Las otras leyes son las leyes políticas; estas son puramente civiles,
eternamente arbitrarias, que tan pronto establecen magistrados como
cónsules, tan pronto comisarios por centurias, como por tribus; ya un
areopago, ya un senado; la aristocracia, la democracia o la monarquía.
Sería conocer muy mal el corazón humano, el imaginar que sea posible
que un legislador profano haya establecido jamás una sola ley política
en nombre de los dioses, sino con la idea de su interés particular. No se
engaña así a los hombres sino por la utilidad propia.

¿Pero todos los legisladores profanos han sido bribones dignos del
último suplicio? No; del mismo modo que hoy en día, en las asambleas
de los magistrados, se encuentran siempre almas rectas y elevadas que
proponen cosas útiles a la sociedad, sin vanagloriarse de que les han
sido reveladas; del mismo modo también entre los legisladores, se
encuentran varios que han instituido leyes admirables, sin atribuirlas a
Júpiter o a Minerva. Tal fue el senado romano que dio leyes a la Europa,
al Asia menor y al África, sin engañar a los pueblos; y tal ha sido en
nuestros días Pedro el Grande, que hubiera podido imponerlas a sus
vasallos mas fácilmente que Hermes a los egipcios, Minos a los
Cretenses y Zamilxis a los antiguos escitas.

Falta el resto. El editor no posee nada más del manuscrito del abate
Bazin. Si se encuentra la continuación, se comunicará a los amantes de
la historia.

FIN

130/151
CLÁSICOS DE HISTORIA

http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/

124 Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno

123 Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de las cosas de España. Versión


de Hinojosa

122 Jerónimo Borao, Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854

121 Fénelon, Carta a Luis XIV y otros textos políticos

120 Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral


de las mujeres

119 Jerónimo de Pasamonte, Vida y trabajos

118 Jerónimo Borao, La imprenta en Zaragoza

117 Hesíodo, Teogonía-Los trabajos y los días

116 Ambrosio de Morales, Crónica General de España (3 tomos)

115 Antonio Cánovas del Castillo, Discursos del Ateneo

114 Crónica de San Juan de la Peña

113 Cayo Julio César, La guerra de las Galias

112 Montesquieu, El espíritu de las leyes

111 Catalina de Erauso, Historia de la monja alférez

110 Charles Darwin, El origen del hombre

109 Nicolás Maquiavelo, El príncipe

108 Bartolomé José Gallardo, Diccionario crítico-burlesco del...


Diccionario razonado manual

131/151
107 Justo Pérez Pastor, Diccionario razonado manual para inteligencia
de ciertos escritores

106 Hildegarda de Bingen, Causas y remedios. Libro de medicina


compleja.

105 Charles Darwin, El origen de las especies

104 Luitprando de Cremona, Informe de su embajada a Constantinopla

103 Paulo Álvaro, Vida y pasión del glorioso mártir Eulogio

102 Isidoro de Antillón, Disertación sobre el origen de la esclavitud de


los negros

101 Antonio Alcalá Galiano, Memorias

100 Sagrada Biblia (3 tomos)

99 James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión

98 Martín de Braga, Sobre la corrección de las supersticiones rústicas

97 Ahmad Ibn-Fath Ibn-Abirrabía, De la descripción del modo de visitar


el templo de Meca

96 Iósif Stalin y otros, Historia del Partido Comunista (bolchevique) de


la U.R.S.S.

95 Adolf Hitler, Mi lucha

94 Cayo Salustio Crispo, La conjuración de Catilina

93 Jean-Jacques Rousseau, El contrato social

92 Cayo Cornelio Tácito, La Germania

91 John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz

90 Ernest Renan, ¿Qué es una nación?

89 Hernán Cortés, Cartas de relación sobre el descubrimiento y


conquista de la Nueva España

88 Las sagas de los Groenlandeses y de Eirik el Rojo

87 Cayo Cornelio Tácito, Historias

86 Pierre-Joseph Proudhon, El principio federativo

132/151
85 Juan de Mariana, Tratado y discurso sobre la moneda de vellón

84 Andrés Giménez Soler, La Edad Media en la Corona de Aragón

83 Marx y Engels, Manifiesto del parti d o comunista

82 Pomponio Mela, Corografía

81 Crónica de Turpín (Codex Calixtinus, libro IV)

80 Adolphe Thiers, Historia de la Revolución Francesa (3 tomos)

79 Procopio de Cesárea, Historia secreta

78 Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias

77 Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad

76 Enrich Prat de la Riba, La nacionalidad catalana

75 John de Mandeville, Libro de las maravillas del mundo

74 Egeria, Itinerario

73 Francisco Pi y Margall, La reacción y la revolución. Estudios


políticos y sociales

72 Sebastián Fernández de Medrano, Breve descripción del Mundo

71 Roque Barcia, La Federación Española

70 Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma

69 Ibn Idari Al Marrakusi, Historias de Al-Ándalus (de Al-Bayan al-


Mughrib )

68 Octavio César Augusto, Hechos del divino Augusto

67 José de Acosta, Peregrinación de Bartolomé Lorenzo

66 Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más


ilustres

65 Julián Juderías, La leyenda negra y la verdad histórica

64 Rafael Altamira, Historia de España y de la civilización española (2


tomos)

133/151
63 Sebastián Miñano, Diccionario biográfico de la Revolución Francesa
y su época

62 Conde de Romanones, Notas de una vida (1868-1912)

61 Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios d e Zaragoza

60 Flavio Josefo, Las guerras de los judíos.

59 Lupercio Leonardo de Argensola, Información de los sucesos de


Aragón en 1590 y 1591

58 Cayo Cornelio Tácito, Anales

57 Diego Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada

56 Valera, Borrego y Pirala, Continuación de la Historia de España de


Lafuente (3 tomos)

55 Geoffrey de Monmouth, Historia de los reyes de Britania

54 Juan de Mariana, Del rey y de la institución de la dignidad real

53 Francisco Manuel de Melo, Historia de los movimientos y separación


de Cataluña

52 Paulo Orosio, Historias contra los paganos

51 Historia Silense, también llamada legionense

50 Francisco Javier Simonet, Historia de los mozárabes de España

49 Anton Makarenko, Poema pedagógico

48 Anales Toledanos

47 Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario

46 George Borrow, La Biblia en España

45 Alonso de Contreras, Discurso de mi vida

44 Charles Fourier, El falansterio

43 José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias

42 Ahmad Ibn Muhammad Al-Razi, Crónica del moro Rasis

41 José Godoy Alcántara, Historia crítica de los falsos cronicones

134/151
40 Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles
(3 tomos)

39 Alexis de Tocqueville, Sobre la democracia en Amér ica

38 Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (3 tomos)

37 John Reed, Diez días que estremecieron al mundo

36 Guía del Peregrino (Codex Calixtinus)

35 Jenofonte de Atenas, Anábasis, la expedición de los diez mil

34 Ignacio del Asso, Historia de la Economía Política de Aragón

33 Carlos V, Memorias

32 Jusepe Martínez, Discursos practicables del nobilí simo arte de la


pintura

31 Polibio, Historia Universal bajo la República Romana

30 Jordanes, Origen y gestas de los godos

29 Plutarco, Vidas paralelas

28 Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo como la forma actual de


gobierno en España

27 Francisco de Moncada, Expedición de los catalanes y aragoneses


contra turcos y griegos

26 Rufus Festus Avienus, Ora Marítima

25 Andrés Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos don Fernando y


doña Isabel

24 Pedro Antonio de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África

23 Motolinia, Historia de los indios de la Nueva España

22 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso

21 Crónica Cesaraugustana

20 Isidoro de Sevilla, Crónica Universal

19 Estrabón, Iberia (Geografía, libro III)

135/151
18 Juan de Biclaro, Crónica

17 Crónica de Sampiro

16 Crónica de Alfonso III

15 Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las


Indias

14 Crónicas mozárabes del siglo VIII

13 Crónica Albeldense

12 Genealogías pirenaicas del Códice de Roda

11 Heródoto de Halicarnaso, Los nueve libros de Historia

10 Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del almirante

9 Howard Carter, La tumba de Tutankhamon

8 Sánchez-Albornoz, Una ciudad de la España cristiana hace mil años

7 Eginardo, Vida del emperador Carlomagno

6 Idacio, Cronicón

5 Modesto Lafuente, Historia General de España (9 tomos)

4 Ajbar Machmuâ

3 Liber Regum

2 Suetonio, Vidas de los doce Césares

1 Juan de Mariana, Historia General de España (3 tomos)

136/151
1)

Véase, en las Obras filosóficas , la titulada Curiosidades de la


Naturaleza , las Notas de los Editores, y la Disertación sobre las
variaciones acaecidas en el globo . ↵

2)

La toesa era una antigua medida de longitud francesa, que equivale a


194,9 cm. (Nota del editor digital) ↵

3)

Véase, en la Historia natural de Bufon (Suplemento , t. IV, p. 559, edición


del Louvre), la descripción de una negra blanca, traída a Francia, y
nacida en nuestras islas de padre y madre negros. Por los demás este
hecho no está probado sino por certificados, cuya autoridad, muy
respetable en los tribunales, tiene muy peca fuerza en la física. ↵

4)

En el Repham, o Chevan, o Kium, o Cholon, etc. Amós, cap. V, 26; Ac.


VII, 43.

«Si no se supiera a no poderlo dudar, que los hebreos han adorado los
ídolos en el desierto, no una sola vez sino habitualmente y de una
manera perseverante, se tendría por una dificultad en persuadírselo...
Sin embargo esto es incontestable, según el testimonio expreso de Amós,
que reprende a, los israelitas el haber llevado, en su viaje del desierto, la
tienda de Malok, la imagen de sus ídolos, y la estrella de su dios
Remphan.» Biblia de Vence, Disertación sobre la Idolatría, a la cabeza
de las profecías de Amós. ↵

5)

Dea Pertunda, deus Stercutius. ↵

6)

Su poder es constante, su principio es divino; es necesario que el niño


crezca antes de ejercitarlo; no lo conoce cuando se halla bajo las manos
de quien le mece. El gorrión, desde el instante que ha visto la luz, sin
plumas en su nido, ¿puede sentir el amor? ¿La zorra recién nacida, va a
buscar su presa? ¿Los insectos que nos hilan la seda, los enjambres
bulliciosos de las hijas del cielo que petrifican la cera y componen la
miel, al punto que aparecen se ocupan de estos trabajos? Todo crece
con el tiempo, todo madura con la edad, cada ser tiene su objeto, y en el
instante señalado, marcha y llega al fin que el cielo le ha indicado.
(Poema de la Ley natural , II p.) ↵

137/151
7)

Parece que existe realmente en América un pequeño pueblo de hombres


barbudos; pero los irlandeses habían navegado en América mucho
tiempo antes que Cristóbal Colón, y es posible que este pueblo barbudo
fuese un resto de los navegantes Europeos. Carver, que ha viajado en el
norte de la América, en los años 1766, 1767 y 1768, pretende en su
obra, impresa en 1778, que los salvajes de la América no tienen barbas,
porque se arrancan el vello. (Ved a Carver's travel , p. 224) Este autor
habla como testigo ocular. ↵

8)

Se entiende por primeros pueblos, hombres reunidos en número de


algunos millares, después de las varias revoluciones del globo. ↵

9)

Ved el artículo Sistema , en el Diccionario filosófico . ↵

10)

Nuestra santa religión, tan superior en todo a nuestras luces, nos


enseña que el mundo no fue hecho sino hace seis mil años según la
Vulgata , o cerca de siete mil siguiendo a los Setenta . Los intérpretes de
esta religión inefable nos dicen que Adán tuvo la ciencia infusa, y que se
perpetuaron todas las artes, desde Adán a Noé. Si es este en efecto el
parecer de la Iglesia, nosotros lo adoptamos con una fe firme y
constante, y además sujetamos todo lo que escribimos al juicio de esta
santa Iglesia, que es infalible. Es en vano que el emperador Juliano, por
otra parte tan respetable por su virtud, su valor y su ciencia, haya dicho
en su discurso, censurado por el grande y moderado san Cirilo, que sea
que Adán tuviese la ciencia infusa o no, Dios no podía ordenarle de no
tocar al árbol de la ciencia del bien y del mal; que Dios debía al
contrario mandarle comer los frutos de este árbol, a fin de
perfeccionarse en la ciencia infusa, si él la tenía, y de adquirirla si él no
la tenía. Se sabe con qué sabiduría ha refutado san Cirilo este
argumento. En una palabra nosotros prevenimos siempre al lector que
no nos mezclamos de modo alguno con las cosas sagradas, y
protestamos contra todas las inducciones malignas que se quieran
inferir de nuestras palabras. ↵

11)

Bel es el nombre de dios. ↵

12)

Los puntos equinociales corresponden sucesivamente a todas las figuras


del zodiaco, y su revolución es de cerca de 26.000 años. Es claro que

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estos puntos se encontraban en libra, o en géminis en la época en que se
dieron nombres a los signos; en efecto, ellos solos son los que presentan
un emblema de igualdad de las noches y los días. Pero suponiendo los
puntos equinociales puestos en una de estas constelaciones, quedan
cuatro combinaciones igualmente posibles, pues que puede suponerse
igualmente, sea el equinocio de la primavera, sea el equinocio del otoño,
en el signo de libra o en el de géminis. Supongamos 1º, que el
equinoccio esté en libra; el solsticio del estío estará en el de capricornio,
el de invierno en cáncer, y el equinocio del otoño en aries. Supongamos
2º, que el equinocio del otoño esté en libra; el solsticio del estío estará
en cáncer, el del invierno en capricornio, y el equinocio de la primavera
en aries. Supongamos 3º, que el equinocio de la primavera esté en
géminis; el solsticio de verano estará en virgo, el de invierno en piscis, y
el equinocio del otoño en sagitario. Supongamos en fin que el equinocio
del otoño esté en géminis, el solsticio del estío estará en piscis, el
solsticio del invierno en virgo, y el equinocio de la primavera en
sagitario.

Si examinamos en seguida estas cuatro hipótesis, encontraremos


primeramente un grado de probabilidad en favor de las dos primeras:
en efecto en estas dos hipótesis, los solsticios tienen por signos al
capricornio y al cáncer, un animal que trepa, y otro que marcha hacia
atrás, símbolos naturales del movimiento aparente del sol; y las dos
últimas hipótesis no tienen esta ventaja. Comparando seguidamente las
dos primeras, observaremos que el signo de libra parece que es el que
debe representar más naturalmente el signo de la primavera: 1º porque
el signo de este equinocio, mirado por todas partes como el primero del
año, debe haber tenido con preferencia el emblema de igualdad; 2º
porque el capricornio, animal que busca los lugares elevados, parece el
signo natural del mes en que el sol está más alto; y el cáncer, aunque
puede ser mirado como un símbolo del uno o del otro solsticio, parece
mucho más propio para designar el solsticio del invierno. Luego si
nosotros preferimos la primera hipótesis, el capricornio corresponde a
julio; los meses de agosto y de septiembre, tiempo de las inundaciones
del Nilo, corresponden a acuario y a piscis, signos acuáticos; el Nilo se
retira en octubre, luego el aries es su signo, porque entonces los
rebaños empiezan a salir; se cultiva en noviembre bajo el signo de tauro,
y se recoge en marzo, bajo el emblema de la segadora. Basta pues para
poder acordar con el clima del Egipto los nombres de los doce signos
del zodiaco, que estos nombres les hayan sido dados cuando el
equinocio de la primavera se encontraba en el signo de libra; es decir
que es necesario atrasar cerca de treinta mil años la invención de la
astronomía. Este sistema, el más natural de todos aquellos que han sido
imaginados hasta aquí, el solo que está en armonía con los monumentos
y que explica las fábulas del modo menos precario, se debe a M. D. P. ↵

13)

Muy profundos eruditos han pretendido que el tratado se hacia


ciertamente en el templo, pero se cumplía fuera. Estrabón dice en
efecto, que después de haberse entregado al extranjero fuera del

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templo, la mujer volvía a su casa. ¿En donde se cumplía esta ceremonia
religiosa? No sucedía ni en la casa de la mujer, ni en la del extranjero, ni
en un lugar profano, en donde el marido o un amante de la mujer que
hubiesen tenido la desgracia de ser filósofos, o de tener dudas sobre la
religión de Babilonia, hubiesen podido turbar este acto de piedad. Este
sería en algún lugar vecino del templo destinado a este uso, y
consagrado a la diosa. Si no era en la iglesia era en la sacristía. ↵

14)

Ved la Defensa de mi tío . Ved también otra nota sobre el artículo Amor
socrático , en el Diccionario filosófico . ↵

15)

Ved las respuestas a aquel que ha pretendido que la prostitución era una
ley en el imperio de los babilonios y que la sodomía estaba establecida
en Persia en el mismo país. No puede llevarse más lejos el oprobio de la
literatura, ni calumniarse más frecuentemente la naturaleza humana. ↵

16)

Este modo de entender a Sanchoniaton es muy natural, y está apoyado


en la autoridad de Bochart. Aquellos que lo han criticado saben
seguramente muy bien la lengua griega, pero han probado que esto no
basta .siempre para entender los libros griegos. ↵

17)

Naturalmente, este párrafo no aparece en la edición original. (Nota del


editor digital) ↵

18)

El Génesis habla de un gran número de esclavos y de bestias de carga


dadas a Abraham, cuando Faraón le creyó solamente hermano de Sara;
y cuando salió de Egipto, Faraón añadió mucho oro y plata. ↵

19)

Véase el Diccionario filosófico . ↵

20)

Ved las cartas del sabio jesuita Pareunin. ↵

21)

Ved solamente las estampas grabadas en la colección del jesuita de


Halde. ↵

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22)

Cuando se redujesen estas ocho leguas a seis, no se quitaría sino la


cuarta parte del ridículo. ↵

23)

Nosotros hemos oído explicar esta historia de Sesostris de una manera


muy ingeniosa y mirándola como una alegoría. Sesostris es el sol que
parte a la cabeza del ejército celeste para conquistar a la tierra; los mil
y setecientos niños, nacidos en el mismo día que él, son las estrellas. Los
egipcios conocerían este número poco más o menos; pero que esta
fábula sea una alegoría astronómica, o un cuento que nada signifique,
siempre es igualmente ridícula. ↵

24)

Puede haber habido una colonia egipcia en las orillos del Ponto Euxino,
sin que Sesostris haya salido de Egipto con 600.000 combatientes para
conquistar el mundo. Herodoto pudo ser igualmente un historiador
fabuloso y un mal lógico. ↵

25)

Véase Diccionario filosófico , artículo Iniciación . ↵

26)

Orígenes, libro VIII. ↵

27)

En esta parte los mármoles de Arundel tienen borrada la fecha, pero


hablan de Minos como de un personaje real, y el paraje en que se se
halla roto el mármol, no priva de que quede indicada la época de su
nacimiento o de su reinado. ↵

28)

Véase en el Diccionario filosófico , una nota de los editores sobre


Platón. ↵

29)

Los sacerdotes excitaron más de una vez al pueblo de Atenas contra los
filósofos, y este furor sólo fue fatal a Sócrates; pero el arrepentimiento
siguió bien pronto al crimen, y los acusadores fueron castigados. Se
puede pues decir con razón, que los griegos han sido tolerantes, sobre
todo si se les compara con nosotros, que hemos inmolado millares de
víctimas a la superstición, por medio de los suplicios escogidos y en

141/151
virtud de leyes permanentes; a nosotros cuyo furor sombrío se ha
perpetuado durante más de catorce siglos sin interrupción; a nosotros
en fin a quien las luces, más bien han detenido el fanatismo que lo han
destruido, pues aun se inmolan víctimas, y cuyos partidarios pagan
todavía apologistas para justificar sus antiguos furores. ↵

30)

Proposición IV, pag. 79 y 87. ↵

31)

Huet, pág. 110. ↵

32)

Josefo, libro III, cap. XXVIII. ↵

33)

Ireneo, cap. XXXV, lib. V. ↵

34)

Tert. contra Marción, lib, III. ↵

35)

El autor era muy modesto para explicar por qué paraje hablaba esta
adivina; era por el mismo que la de Delfos recibía el espíritu divino; y
ved porque la Vulgata ha traducido la palabra ob por Python: no ha
querido ofender la modestia, pues una traducción literal hubiera podido
desagradar. ↵

36)

Los críticos han pretendido que no era seguro que Samuel fuese
sacerdote: pero no siendo sacerdote ¿cómo se hubiera arrogado el
derecho de consagrar a Saúl y a David? Si no inmoló a Agag en calidad
de sacerdote, habrá sido como un asesino o un verdugo; si Samuel no
era sacerdote ¿de qué sirve la autoridad de su ejemplo, empleada tantas
veces por los teólogos para probar que los sacerdotes, no sólo tienen el
derecho de consagrar a los reyes, sino también el de consagrar a otros,
cuando aquellos que están ungidos no les convienen, y aun a tratar a los
reyes indóciles como el benigno Samuel trató al impio Agag? ↵

37)

Lucas, cap. XXIII. ↵

142/151
38)

Pausanias no dice positivamente que los golpes de mimbres fuesen sólo


para los iniciados; pero sería cosa graciosa el que los sacerdotes de
Atenas hubiesen tenido el derecho de pegar con los mimbres a todos
aquellos que encontrasen. Sea en hora buena entre los iniciados y las
devotas. ↵

39)

I Reyes, cap. II. ↵

40)

Véase el artículo Baco . ↵

41)

Génesis , cap. XV, v. 18; Deut ., cap. I. ↵

42)

He aquí lo que se encuentra en una respuesta al obispo Warburton, que


para justificar el odio de los judíos contra las otras naciones, escribió
con mucho rencor e injurias contra varios autores franceses.

«Examinemos ahora el odio inveterado que tenían los israelitas contra


todas las otras naciones. Decidme si se degüellan a los padres, a las
madres, a los hijos e hijas, a los niños de pecho y hasta a los animales
sin aborrecimiento. Si un hombre que tuviese empapadas sus manos en
sangre, goteándole hiel y tinta, se atreverá a decir que él ha asesinado
sin cólera y sin odio. Volved a leer todos los pasajes en que se manda a
los judíos de no dejar persona con vida, decid después que no les era
permitido el aborrecer. Esto es engañarse muy groseramente sobre el
odio; esto es como un usurero que no entiende de cuentas.

»¡Qué! ¿Mandar que no se coma en un plato que haya servido a un


extranjero, y ni tocar sus vestidos, no es maridar el odio a los
extranjeros? Los judíos, decís, no odiaban sino la idolatría y no a los
idólatras: graciosa distinción.

»Un día un tigre saciado de carne encontró a unas ovejas que huyeron
luego. Corrió tras ellas y les dijo: Hijas mías, vosotras os imagináis que
yo no os amo; os engañáis, es vuestro balido el que odio, pero ya os
tengo afición y os amo hasta tal punto que no quiero hacer sino una
comida de vosotras: me uno a vosotras por la carne y por la sangre;
como la una y bebo la otra para incorporaros conmigo: juzgad si puede
amarse tan íntimamente.» ↵

43)

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Paralipómenos , cap. XVIII. ↵

44)

Ezeq., cap. XXIII. ↵

45)

Se ha profundizado mucho esta materia en varios libros modernos,


sobre todo en el Diccionario filosófico , y en el Examen importante de
milord Bolingbrocke. El Examen importante se halla en las obras de
Filosofía general . ↵

46)

Salmo LXXXVIII. ↵

47)

Salmo CIII. ↵

48)

Salmo CVII. ↵

49)

Salmo II. ↵

50)

Salmo XXVII. ↵

51)

Salmo XXX. ↵

52)

Salmo XXXIV. ↵

53)

Salmo LIV. ↵

54)

Salmo LVII. ↵

144/151
55)

Salmo LXVIII. ↵

56)

Salmo LIX. ↵

57)

Salmo LXVII. ↵

58)

Salmo LXVIII. ↵

59)

Salmo LXXVIII. ↵

60)

Salmo LXXXII. ↵

61)

Salmo CVIII. ↵

62)

Salmo CXXVIII. ↵

63)

Salmo CXXXVI. ↵

64)

Hide, De Religione veterum Persarum. ↵

65)

No obstante esto, es preciso que este libro de Enoc tenga alguna


antigüedad, porque se encuentra citado varias veces en el Testamento
de los doce patriarcas , otro libro judío retocado por un cristiano del
primer siglo; y este Testamento de los doce patriarcas está también
citado por san Pablo en su primera epístola a los Tesalonicenses , si es
citar un pasaje el repetirlo palabra por palabra; el Testamento del
patriarca Rubén dice en el capítulo VI: La cólera del Señor cayó en fin
sobre ellos; y san Pablo dice precisamente las mismas palabras. En

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cuanto a lo demás estos doce Testamentos no están conformes, con el
Génesis en todos los hechos. El incesto de Judá, por ejemplo, no está
referido del mismo modo. Judá dice que él abusó de su nuera estando
embriagado. El Testamento de Rubén tiene de particular que admite
siete órganos de los sentidos en el hombre en lugar de cinco, y cuenta la
vida y el acto de la generación por dos sentidos. En cuanto a lo demás,
todos estos patriarcas se arrepienten en este Testamento de haber
vendido a su hermano José. ↵

66)

Josefo, Hist. de los judíos , lib. XXII, cap. II. ↵

67)

Véase el artículo Dios , en el Diccionario filosófico. ↵

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Index

1. Variaciones en el globo.

2. De las diferentes razas de los hombres.

3. De la antigüedad de las naciones.

4. Del conocimiento del alma.

5. De la religión de los primeros hombres.

6. De los usos y de los sentimientos comunes a casi todas las naciones


antiguas.

7. De los salvajes.

8. De la América.

9. De la Teocracia.

10. De los caldeos.

11. De los babilonios hechos persas.

12. De la Siria.

13. De los fenicios y de Sanchoniathon.

14. De los escitas y de los Gomerúas.

15. De la Arabia.

16. De Bram, Abram, Abraham.

17. De la India

18. De la China.

9. Del Egipto.

20. De la lengua de los egipcios y de sus símbolos.

21. De los monumentos egipcios.

22. De los ritos egipcios y de la circuncisión.

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23. De los misterios de los egipcios.

24. De los griegos, de sus antiguos diluvios, de sus alfabetos y de su


genio.

25. De los legisladores griegos, de Minos, de Orfeo, y de la inmortalidad


del alma.

26. De las sectas de los griegos.

27. De Zaleuco y de algunos otros legisladores.

28. De Baco.

29. De las metamorfosis de los griegos recopiladas por Ovidio.

30. De la idolatría.

31. De los oráculos.

32. De las sibilas de los griegos y de su influencia sobre las otras


naciones.

33. De los milagros.

34. De los templos.

35. De la magia.

36. De las víctimas humanas.

37. De los misterios de Ceres Eleusina.

38. De los judíos en el tiempo en que empezaron a ser conocidos.

39. De los judíos en Egipto.

40. De Moisés considerado sencillamente como jefe de una nación.

41. De los judíos después de Moisés hasta Saúl.

42. De los judíos después de Saúl.

43. De los profetas judíos.

44. De las oraciones de los judíos.

45. De Josefo, historiador de los judíos.

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46. De una mentira de Flavio Josefo concerniente a Alejandro y a los
judíos.

47. De las preocupaciones populares a las cuales los escritores


sagrados se han conformado por condescendencia.

48. De los ángeles, de los genios y de los diablos, entre las naciones
antiguas y entre los judíos.

49. Si los judíos han enseñado a las otras naciones, o si han sido
enseñados por ellas.

50. De los romanos. Principio de su imperio y de su religión: su


tolerancia.

51. Preguntas sobre las conquistas de los romanos y sobre su


decadencia.

52. De los primeros pueblos que escribieron la historia, y de las fábulas


de los primeros historiadores.

53. De los legisladores que han hablado en nombre de los dioses.

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