Educar para la Justicia.
Educar para el encuentro
                                                                                                  Lic. Evangelina Petrelli
El Papa Francisco nos dijo a los educadores: “Promover y vivir personalmente una cultura del encuentro
significa arriesgarse. Un educador que no sabe arriesgar, no sirve para educar. Un papá y una mamá que no saben
arriesgar, no educan bien a su hijo. Arriesgar de forma razonable. ¿Qué significa esto? Enseñar a caminar. Cuando
enseñas a un niño a andar, le enseñas que una pierna debe estar parada sobre el suelo que conoce; y con la otra,
tratar de avanzar. Así, si resbala puede defenderse. Esto es educar. Estás seguro en este punto, pero no es un punto
definitivo. Debés dar otro paso. Quizás resbalás, pero te levantás, y seguís adelante… El verdadero educador debe
ser un maestro de riesgo, pero, claro, de un riesgo razonable.
El mayor fracaso que puede experimentar un educador es educar “dentro de muros”. Educar entre muros: los muros
de una cultura selectiva, los muros de una cultura de la seguridad, los muros de un sector social bien situado y que
ya no va más adelante.”1
Desde esta perspectiva la educación y los educadores estamos permanentemente desafiados en múltiples áreas y
tareas: a la búsqueda vital de la justicia y el compromiso, al cuidado de todo lo que nos rodea (cada persona, cada
criatura, cada pueblo… y especialmente a los más vulnerables), a cambiar nuestras formas de ver, de percibir la
realidad y por lo tanto de actuar, tanto en lo personal como desde lo comunitario, lo colectivo, lo social. En Laudato
Si Francisco nos plantea estas situaciones y llega a la raíz de la misma, “no es simplemente que unos trabajen más, o
tengan más suerte, o tengan más méritos, como algunos creen que sucede para tranquilizar su conciencia. De lo que
se trata en realidad es de que «seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros,
como si hubieran nacido con mayores derechos» [90].”2
Estamos llamados, convocados y desafiados a construir una nueva cultura del encuentro, a aprender nuevas formas
de relacionarnos y sostener vínculos y posibilidades de aprendizaje conjunto. Vivir la justicia en lo cotidiano de la
escuela, del aula, del patio, de la puerta. Reconocer estas relaciones de justicia y encuentro en lo curricular, lo
pedagógico y lo didáctico. ¿Cómo podría ser posible construir una nueva sociedad si entre nosotros no se vive la
justicia como pilar fundante de las relaciones? ¿Cómo creer y proclamar una nueva educación posible si no se
configura posible la justicia en su definición y alcance más básico y cotidiano?
“El Papa nos habla de esperanza, pero no de procesos milagrosos, indica algunos medios para estar del lado de los
que, movidos por la esperanza y la dignidad humana que no se deja de abatir, caminan en la dirección de la
conversión. Y el medio principal es la educación. Una buena educación familiar y escolar que coloque «semillas que
pueden producir efectos a lo largo de toda una vida». Una educación que cultive hábitos de amor y de cuidado de la
vida, que aprenda a valorar a los demás, a pedir permiso, a agradecer… Una educación, en definitiva, que vaya
construyendo «una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea», que ayude a «prestar atención a
la belleza y amarla» [213], a «detenerse para percibir y valorar lo bello» [215].La encíclica cita este valor de manera
explícita: «la noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras»; y lo considera una cuestión de
justicia: «No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que
recibimos pertenece también a los que vendrán» [159]. Pensar en las próximas generaciones implica pensar más allá
del corto plazo, del «aquí y ahora», ya que implica introducir el futuro en nuestras vidas cuando tendemos a vivir
más el momento presente.”3
La noción de justicia y la mirada de cuidado y de ecología integral en la cotidianeidad escolar nos llama a repensar
realidades y relaciones básicas:
      La disciplina: sus formas, su contenido, su definición, su alcance
      Las opciones didáctico – metodológicas: contenidos, recursos, mediadores
      Los posicionamientos pedagógicos: sus explicitaciones discursivas, la vivencia real en el aula y fuera de ella
      El ser – el saber – el hacer… quién puede, qué puede, cómo puede, cuándo puede…
      El poder y la autoridad: cómo se construye, quién lo encarna, cómo circula, qué explicita y qué silencia
1
  Congreso Mundial para la Educación Católica – Noviembre 2015 - Roma
2
  Cuadernos CJ “Hacia una ecología integral”; Joan Carrera – Llorenc Puig (2017)
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  Cuadernos CJ “Hacia una ecología integral”; Joan Carrera – Llorenc Puig (2017)
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      Las configuraciones de relaciones con otros y otras: estudiantes, padres/ familia, educadores/as
      Las relaciones con el entorno y el contexto: lo que hay, lo ausente, lo silenciado, lo excluido
Hablar de justicia y de ecología integral en la educación nos enfrenta a nuestras percepciones y construcciones más
profundas, a nuestras miradas sobre los/as otros/as y nosotros mismos; nuestros prejuicios, nuestros imaginarios,
nuestras construcciones culturales y sociales… Enfrentar en definitiva las crisis que nos atraviesan y condicionan,
afrontar nuestras coherencias e incoherencias, nuestros discursos progresistas que en la acción se paralizan frente a
las definiciones y a la toma de posiciones valientes, audaces y comprometidas que hagan palpable la justicia del
Evangelio, esa que nos enseñó Jesús y que nos habla de dar a cada uno lo que necesita para vivir… porque “Él vino
para que tengamos Vida, y Vida abundante”.
«No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. Las líneas
para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los
excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza».4
La crisis socioambiental nos atraviesa y nos desafía a pensar y actuar integralmente, dando respuestas que se hagan
tangibles en lo más simple y sencillo pero que puedan ser replicadas desde su esencia a lo más amplio y global. Estas
acciones que posibilitan el cambio y que exigen miradas integrales e integradoras nos enfrentan a mirar la pobreza y
la vulnerabilidad, a superar la exclusión desde el cuidado, a revalorizar las culturas y aprender de los ciclos de la
naturaleza, a reconocer la ecología en su multiplicidad de abordajes, a resignificar el aprendizaje y su apropiación
individual y colectiva, a trabajar por el bien común reconociendo en primera instancia al prójimo, al próximo.
Educar para la justicia, educar para el encuentro, educar para la esperanza… educar en definitiva para un mundo y
para una sociedad, para una escuela y para un aula, con lugar y posibilidades para todos. Para todos y todas. Para
cada uno/a con sus necesidades y posibilidades, para todos desde la certeza que el aprendizaje y la construcción
social es siempre colectiva, que los individualismos no son válidos y que sólo con los otros/as podemos ser más
plenamente, más profundamente, nosotros mismos. La justicia nos enfrenta en definitiva a nuestra capacidad de
aceptar y respetar al otro/a, al diferente, que ambos tengamos posibilidades… similares, nunca idénticas… que
ambos podamos construir historia… que todos podamos ser, acceder, poder, tener, hacer… la justicia nos enfrenta a
la más recalcitrante meritocracia que silenciosamente nos habita y que nos hace mirar con recelo las posibilidades y
logros de otros/as… de poner “peros”… de cuestionar el “por qué”… como en la parábola del señor que va llamando
durante el día a diferentes obreros y que al finalizar la jornada les paga a todos por igual… “Pero” “Por qué”… ¿no es
justo?
La encíclica termina con unas palabras de esperanza que vuelven a movilizarnos… “Sin embargo, no todo está
perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver
a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan.
Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos
hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza,
ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona
de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle”. 5
      “Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […].
         Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida;
     por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz
                                          y por la alegre celebración de la vida”6
        “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y
                      compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales
                            que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza.”7
4
  Laudato Si 139
5
  Cfr. Laudato Si 205, 206, 207
6
  La Carta de la Tierra (junio 2012)
7
   Fratelli Tutti 55
                                                                                                                    2