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Leyenda Chaneques

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Claro, te contaré una historia larga sobre los chaneques, seres míticos de la mitología

mesoamericana, especialmente entre los nahuas y los totonacas.

La Leyenda del Chaneque del Bosque

En lo profundo de los bosques de Veracruz, donde los árboles gigantescas forman una cúpula
verde que apenas deja pasar la luz del sol, se cuenta la historia de un joven llamado Tomás.
Desde niño, Tomás solía acompañar a su abuelo, un experimentado leñador, en sus recorridos
por el bosque para recolectar leña y hierbas medicinales. El abuelo de Tomás siempre le
advertía sobre los chaneques, los guardianes de la selva, seres diminutos que vivían en los
recovecos más ocultos del bosque.

“Los chaneques cuidan de este lugar”, le explicaba su abuelo. “No quieren que se les falte al
respeto, y si un humano comete un error, ellos se lo harán saber”. Tomás escuchaba con
atención las historias de su abuelo, pero como todos los niños, no podía evitar sentir
curiosidad y un leve escepticismo. A pesar de las advertencias, una parte de él deseaba ver uno
de estos seres con sus propios ojos.

Un día, ya adolescente, Tomás decidió ir solo al bosque. Quería demostrar que podía ser tan
diestro como su abuelo. Caminó durante horas, adentrándose cada vez más en la espesura del
bosque, hasta llegar a un claro. Allí, descansó bajo la sombra de un enorme roble, sin darse
cuenta de que había cruzado una línea invisible: el territorio de los chaneques.

Mientras descansaba, Tomás sintió un repentino sopor y cerró los ojos. Al abrirlos, el paisaje
había cambiado. El bosque se sentía diferente, como si una neblina lo envolviera y los sonidos
habituales de los pájaros y los insectos se hubieran desvanecido. Fue entonces cuando los vio:
pequeños seres, del tamaño de un niño de tres años, con facciones redondeadas y piel del
color de la tierra. Sus ojos, grandes y expresivos, observaban a Tomás con curiosidad y un
toque de picardía.

Tomás, más sorprendido que asustado, les sonrió tímidamente. Los chaneques, al ver su
actitud amistosa, decidieron revelar sus intenciones. Uno de ellos, probablemente el líder, se
acercó y le habló con una voz que sonaba como el susurro del viento entre las hojas.

“Eres valiente por entrar en nuestro dominio, joven Tomás. Pero también debes ser
respetuoso. Nosotros cuidamos el equilibrio de la naturaleza, y aquellos que toman más de lo
que necesitan nos ofenden”.
Tomás recordó las palabras de su abuelo y asintió comprendiendo. “No he venido a hacer
daño”, aseguró. “Estoy aquí solo para aprender y mejorar mis habilidades”.

Los chaneques se agruparon, murmurando entre ellos, antes de que el líder hablara de nuevo.
“Te dejaremos ir, pero debes prometer que siempre respetarás el bosque como lo hace tu
abuelo. A cambio, te permitiremos llevar contigo un poco de nuestro conocimiento”.

Desde ese día, Tomás regresó al bosque con frecuencia, siempre respetando su entorno y
mostrando gratitud por lo que el bosque le proveía. Aprendió a identificar plantas medicinales
que antes no conocía, a encontrar caminos ocultos y a escuchar los secretos del viento.
Aunque los chaneques nunca se mostraron nuevamente, Tomás sentía su presencia en cada
visita, y su relación con el bosque se convirtió en un vínculo de respeto y aprendizaje mutuo.

Tomás creció y se convirtió en un gran protector de la naturaleza, enseñando a nuevas


generaciones a respetar y cuidar el bosque, tal como los chaneques le enseñaron a él. Así, la
leyenda de Tomás y los chaneques del bosque se convirtió en un cuento que los ancianos
contaban a los jóvenes del pueblo, recordándoles la importancia de vivir en armonía con el
mundo natural.

La historia del joven y los guardianes del bosque vivió por generaciones, y el bosque de
Veracruz siguió siendo un lugar de misterio y respeto, donde los chaneques observaban desde
las sombras, asegurándose de que su mundo siguiera siendo valorado y protegido.

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