SER USADO POR DIOS NO SIGNIFICA SER APROBADO POR DIOS-
JORGE HIMITIAN
abril 13, 2012
Es una idea generalizada que si Dios usa a alguien como
instrumento, es porque aprueba su vida. La Palabra demuestra
que en todos los casos no es así. Muchos de nosotros tenemos
incorporados, a nivel consciente o subconsciente, conceptos
erróneos o sentimientos equivocados. A veces son conceptos
tácitos que hemos desarrollado a causa de nuestra formación, y
que probablemente nunca hemos formulado explícitamente en
palabras o frases. Pero, sin embargo, forman parte de nuestro
modo de sentir y pensar.
Uno de estos conceptos erróneos que descubrí anidado en mi
interior fue el pensamiento que “ser usado por Dios significa ser
aprobado por Dios”; en otras palabras, la idea de que si Dios usa
a alguien como instrumento es porque aprueba su vida.
Noté que este concepto había sido alimentado en mí desde mi
juventud o adolescencia por los devocionalistas de lo últimos 200
años. Es justo que reconozca que la lectura de los libros y escritos
de esos hombres de Dios me han edificado mucho, pero
también a través de ellos recibí algo más o menos así: “Si tú
quieres que Dios te use debes tener una vida santa, una vida
consagrada; debes orar, ser humilde, estar quebrantado…”.
Entonces, cada vez que somos usados por Dios, naturalmente
sentimos que Dios nos aprueba.
Cuando Dios nos usa de un modo poderoso, ya sea para salvar
pecadores, sanar enfermos, echar fuera demonios, hacer
milagros, o como canal para traer una palabra
especial, es muy fácil sentir como que Dios nos palmea la espalda
y nos dice: “buen siervo
fiel”. Cuando bajamos del púlpito y vemos que Dios ha obrado
con gracia y poder, nos
surge muy fuerte la sensación de que si Dios nos ha usado como
canal para bendecir a otros
es porque estamos bien.
Recuerdo, hace unos tres o cuatro años, cuán fuertemente fui
sacudido en mi interior
por una palabra que me vino con una claridad muy especial, y
que contradecía
diametralmente el paradigma en el que yo creí por tantos años. Y
la frase era, precisamente,
la que aparece en el título de este artículo: “Ser usado por Dios
no significa ser aprobado
por Dios”.
Lógicamente, mi primera reacción fue preguntarme si esta
afirmación era verdadera
o falsa. ¿Sería un pensamiento inspirado por Dios o por el diablo?
¿O simplemente era una
ocurrencia mía?
1 Pastor de la Comunidad Cristiana de Capital Federal, Argentina,
y miembro del grupo apostólico en
Argentina.
2
Obviamente ante todo, para despejar estos interrogantes, decidí
revisar
profundamente el tema a la luz de la Sagradas Escrituras.
Posteriormente compartí esta
palabra con un grupo de pastores con los cuales me reúno
regularmente para que fuese
juzgada, tal como el apóstol Pablo nos instruye en 1 Corintios
14.29 y en 1 Tesalonicenses
5.20-21. Luego de su aprobación, la expuse en un retiro de
pastores, en octubre del año
pasado, tal como aparece en este escrito.
Consideraré primero algunos ejemplos bíblicos.
El ejemplo de Balaam (Números 22 al 25; 31.16)
El pueblo de Israel avanzaba por el desierto venciendo a sus
enemigos. Había
derrotado d Sehón, rey de los amorreos, y a Og, rey de Basán. Al
aproximarse a los campos
de Moab, Balac, el rey de Moab, temiendo correr la misma suerte
que los otros dos pueblos,
envió mensajeros con regalos al profeta Balaam para contratarlo
a fin de que maldijera al
pueblo de Israel.
El profeta Balaam consultó esa noche a Dios quien le dijo: “No
vayas con ellos, ni
maldigas al pueblo, porque bendito es”.
Volvió el rey Balac a mandar mensajeros más distinguidos y con
mayores presentes,
a insistir por lo mismo. Balaam volvió a consultar a Dios. Y
sorprendentemente esta vez
Dios le dijo: “Levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te
diga”.
Conocemos bien esta historia. Por un lado Dios le permitió ir, pero
por otro el relato
bíblico dice: “Y la ira de Dios se encendió porque él iba; y el ángel
de Jehová se puso en el
camino por adversario suyo”… “He aquí yo he salido para
resistirte, porque tu camino es
perverso delante de mí”.
Finalmente Dios le dijo que fuera, pero le mandó que se cuidara
de decir sólo la
palabra que Dios pusiera en su boca.
Balaam se encontró con el rey Balac. Subieron a la cumbre del
monte. Ofrecieron
los sacrificios. “Y vino Dios al encuentro de Balaam…”
Por cuatro veces Balac le insistió a Balaam que maldijera a Israel.
Pero las cuatro
veces Balaam profetizó bajo la unción de Dios y bendijo a Israel.
En los capítulos 23 y 24
de Números se encuentran estas cuatro profecías. ¡Qué profecías!
Son de las más ungidas y
hermosas acerca del pueblo de Israel. Es evidente que Balaam
fue usado por Dios pero
no fue un hombre aprobado por Dios. Su corazón estaba mal. En
carisma obtuvo 10
puntos, en integridad cero. El Nuevo Testamento nos revela la
maldad de Balaam: “Han
dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el camino
de Balaam hijo de Beor, el
cual amó el premio de la maldad”. (2 Pe. 2.15). “Y se lanzaron por
lucro en el error de
Balaam” (Judas 11).
¿En qué consistió la locura y la maldad de Balaam? Él le dijo
claramente al rey
Balac: “Yo no puedo maldecir lo que Dios bendice”; pero, por
amor al dinero que le
ofreció Balac, el profeta le dio al rey un consejo nefasto: la única
forma en que Dios
destruirá a Israel es si el pueblo de Dios se entrega al pecado.
“He aquí, por consejo de
Balaam ellas fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen
contra Jehová en lo
tocante a Baal-peor, por lo que hubo mortandad en la
congregación de Jehová”. (Nm.
31.16; ver cap. 25)
Balaam fue usado por Dios, profetizó bajo la unción auténtica,
pero a la vez fue un
hombre totalmente reprobado por Dios.
El ejemplo de Saúl.
¡Qué buen muchacho Saúl! Empezó bien, pero muy pronto se
torció. Fue elegido
como el primer rey sobre Israel. El profeta Samuel le dijo: “No te
ha ungido Jehová por
príncipe sobre su pueblo Israel?” … “Entonces el Espíritu de
Jehová vendrá sobre ti con
poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre”.
(1 Sam.10.1, 6). Y así
sucedió. Dice la Escritura: “Le mudó Dios su corazón”… “Y el
Espíritu de Dios vino sobre
él con poder, y profetizó entre ellos” (1 Sam. 10.9-10).
Samuel había instruido claramente a Saúl diciéndole que antes de
iniciar la guerra
con los filisteos lo esperara siete días, para que llegando el
profeta ofreciera los sacrificios y
le dijera lo que debía hacer. Pero Saúl desobedeció. Espero los
siete días y como el profeta
no llegaba, él mismo hizo el sacrificio. Cuando acababa de
ofrecerlo, llegó Samuel, y dijo a
Saúl: “Locamente has hecho esto; no guardaste el mandamiento
de Jehová tu Dios que él
te ha ordenado… tu reino no será duradero… por cuanto no has
guardado lo que Jehová
tu Dios te mandó” (1 Sam. 13.13-14). Saúl, por su desobediencia,
fue desechado por Dios.
Aún en una segunda ocasión se repitió un cuadro semejante.
Antes de la guerra con
Amalec, Samuel le dijo a Saúl: “Ahora, pues, está atento a las
palabras de Jehová”…
“hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de
él; mata a los hombres,
mujeres, niños, y aún los de pecho, vacas, ovejas, camellos y
asnos”… “Y Saúl y el pueblo
perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado
mayor…” (1 Sam. 15.1, 3, 9)
Saúl fue duramente reprendido por Dios y desechado por su
desobediencia. El
profeta le dijo: “Porque como pecado de adivinación es la
rebelión; y como ídolos e
idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de
Jehová, él también te ha
desechado para que no seas rey”. (1 Sam. 15.23)
En el capítulo siguiente leemos: “El Espíritu de Jehová se apartó
de Saúl, y le
atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová”. (v.14)
Tuvieron que traer a David para que tocara el arpa delante de
Saúl, y cuando lo
hacía, Saúl se sentía aliviado. Sin embargo, en dos ocasiones
arrojó su lanza contra David
para matarlo, por lo celos que le tenía. Finalmente, David huyó de
Saúl para salvar su
pellejo; y se fue a Ramá a ver al profeta Samuel. Y lo que sigue,
es una historia increíble.
Saúl, un hombre rebelde, desechado por Dios, atormentado por
un espíritu malo,
asesino potencial, persiguió a David hasta Ramá para matarlo. Y
dice el relato bíblico que
cuando se aproximó a Naiot en Ramá “vino sobre él el Espíritu de
Dios, y siguió andando y
profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá”. (1 Sam. 19.23)
Aquí tenemos otro claro ejemplo bíblico de que ser usado por Dios
de ningún
modo significa ser aprobado por él. Saúl era un hombre
totalmente reprobado por Dios y
sin embargo vino sobre él el mismo Espíritu de Dios y profetizó.
Que Dios nos use no es ninguna garantía de que estemos
aprobados por Dios.
El ejemplote Jonás.
¿Qué evangelista del mundo en toda la historia fue usado como
Jonás? ¿Quién
alguna vez llegó a una de las capitales más grandes del mundo y
logró que en una campaña
de pocos días se convirtiera toda una ciudad? Si hoy sucediera
una cosa semejante,
concluiríamos que el hombre usado por Dios en una misión tan
extraordinaria debería ser,
sin duda alguna, un gran siervo de Dios, y obviamente un hombre
aprobado por Dios con
las más altas calificaciones.
Sin embargo, la historia de Jonás nos demuestra otra cosa. Jonás
fue desobediente a
la voz de Dios. El Señor le dijo: “Levántate y ve a Nínive, aquella
gran ciudad, y pregona
contra ella; porque ha subido su maldad delante de mi, y Jonás se
levantó para huir de la
presencia de Jehová a Tarsis” (Jonás 1.2-3). Conocemos bien la
historia de Jonás.
Finalmente fue a Nínive porque Dios le torció el brazo. Desde el
vientre del pez le prometió
ir. Predicó sin ganas. Ni siquiera llamó a la gente al
arrepentimiento. Se limitó a anunciar
que en 40 días sería destruida. Desde el rey hasta el último
habitante de la ciudad se
arrepintieron de su maldad, y Dios los perdonó y no destruyó la
ciudad. Jonás se enojó con
Dios, y se deprimió a tal punto que le pidió a Dios que le quitara
la vida. ¿Cómo se puede
entender que Dios usara a un hombre así? Jonás un desobediente,
que fue a Nínive casi
obligado, que no tuvo misericordia ni compasión, predicó pero sin
ningún deseo de que la
gente se convirtiera. Y cuando la ciudad entera se convirtió, en
vez de alegrarse, se
deprimió y pidió la muerte.
Aquí tenemos otro claro ejemplo, que Dios use a alguien como
instrumento no es
garantía de que tal persona sea aprobada por Dios.
Otros ejemplos.
Judas Iscariote es otro caso que ilustra lo que estamos señalando.
Fue escogido entre
los doce. Fue enviado con los doce a predicar, sanar y echar fuera
demonios. Volvió con
ellos contando con alegría su éxito ministerial. Los demonios se le
sujetaban y los enfermos
se sanaban… y sin embargo, no era un hombre aprobado por
Dios. Usado pero no
aprobado.
¿Acaso no conocemos en nuestros días pastores y predicadores
que han sido, y están
siendo usados por Dios, y sin embargo viven practicando el
pecado?
¿Quién puede decir que un hombre como Jimmy Swaggart no fue
usado por Dios?
¡Qué paradoja! Dios lo usaba mientras él estaba en pecado. No es
que estaba bien y que
luego cayó en pecado. Vivía en una lascivia de la cual nunca se
liberó, la que practicaba
mientras su ministerio estaba en pleno apogeo.
La solemne advertencia de Jesús.
Podríamos dejar todos estos ejemplos de lado, o interpretarlos de
una manera u
otra. Pero jamás podremos eludir las claras palabras del Señor
Jesús, en Mateo 7.21-23
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera
demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os
conocí; apartaos de mí,
hacedores de maldad”.
Estos se presentan ante el Señor con sus credenciales: el haber
hecho milagros en el
nombre de Jesús y haber sido usado en los carismas. Su falsa
seguridad se fundamenta en el
hecho de haber sido usados para profetizar o para hacer milagros.
Sin embargo, son
personas reprobadas por el Señor.
El mismo apóstol Pablo conocía este principio, por eso en una de
sus epístolas dice:
“Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que
habiendo sido heraldo para
otros, yo mismo venga a ser eliminado”. (1 Corintios 9.27). Pablo
admitía la posibilidad de
ser un instrumento, un heraldo para otros, alguien usado para
anunciar el “kerigma”, y sin
embargo acabar siendo eliminado.
Entonces, ¿cómo puede uno saber si es aprobado por Dios?
¿Será por la conciencia?
La conciencia cumple en nosotros una función importante, pero
no es un tribunal de
valor absoluto. Esencialmente, debemos aclarar que la conciencia
no es la voz de Dios. La
conciencia, en condiciones normales, hace una gran contribución.
Ella funciona en base a
normas conocidas y aceptadas, pero su función no es de carácter
infalible. En 1 Juan 3.20,
el apóstol dice: “Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que
nuestro corazón es
Dios, y él sabe todas las cosas”. Y Pablo en 1 Corintios 4.3-4,
afirma: “Yo en muy poco
tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún
yo me juzgo a mí
mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por
eso soy justificado; pero el
que me juzga es el Señor”.
Si alguien tiene mala conciencia, lo más probable es que esté mal
delante del Señor.
Esto resulta así en la gran mayoría de los casos. Por eso es muy
importante que sirvamos a
Dios con buena conciencia (ver 1 Timoteo 1.5, 19; 3.9). Pero si
alguien no tiene mala
conciencia, eso no es garantía que esté bien delante de Dios. Por
eso Pablo dice: “Aunque
de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado”. ¿Por
qué? Porque es posible
desechar la buena conciencia, como lo hicieron Himeneo y
Alejandro (1 Timoteo 1.19-
20). Otros pueden tener la conciencia cauterizada (1 Timoteo
4.2), es decir, el haber
perdido toda sensibilidad (pecan y pecan, y no sienten nada).
También Pablo habla de
aquellos que tienen la mente y la conciencia corrompidas (Tito
1.15)
¡Qué importante es mantener una conciencia sensible delante de
Dios! Si pecamos,
es importante que confesemos nuestros pecados atendiendo a la
voz de nuestra conciencia.
En caso contrario, nos iremos insensibilizando y nuestra
conciencia se adormecerá.
Pecaremos una y otra vez sin sentir gran molestia, hasta que
finalmente nos
acostumbremos a pecar y seguir adelante como si todo estuviera
bien.
Entonces, si el ser usado por Dios no es ninguna garantía de ser
aprobado por el
Señor, y si el hecho de que la conciencia no nos acuse tampoco
nos da la seguridad de estar
bien ante Dios, ¿existe algún recurso, algún modo de saber con
certeza si nuestra vida
es aprobada por Dios?
Sí, existe. Ese recurso es la Palabra de Dios.
Jesucristo dijo: “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le
juzgo; porque
no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que
me rechaza, y no recibe mis
palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le
juzgará en el día
postrero” (Juan 12.47-48)
También el Señor declaró: “Cualquiera, pues, que me oye estas
palabras, y las
hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa
sobre la roca”… “Pero
cualquiera que me oye estas palabras y nos las hace… edificó su
casa sobre la arena”
(Mateo 7.24-26)
La única seguridad para poder saber si somos aprobados por Dios
es vivir en
obediencia a su Palabra.
He aquí la cuestión fundamental a la que debemos responder:
¿Existen en mi vida
conductas que la Palabra de Dios reprueba? ¿Estoy viviendo
según la voluntad de Dios
revelada en su Palabra?
Esto me lleva a la necesidad de conducirme con temor reverente
todo el tiempo de
mi peregrinación (1 Pedro 1.17). De ocuparme de mi salvación
con temor y temblor
(Filipenses 2.12). De seguir la santidad sin la cual nadie verá al
Señor (Hebreos 12.14)
Si en mi vida hay conductas y prácticas que la Palabra del Señor
condena, puedo
estar seguro de que estoy reprobado por Dios, aún cuando sea
grandemente usado como
instrumento para bendecir a otros.
Así que debo exponer mi vida a ser revisada, cotejada y juzgada
permanentemente
por la Palabra del Señor; debo humillarme, corregirme, confesar
mis pecados, y apartarme
de todo aquello que no es la voluntad de Dios. “No sea que
habiendo sido heraldo para
otros, yo mismo sea eliminado” (1 Corintios 9.27)
¿Por qué usa Dios a quienes no aprueba?
Tomar conciencia de este principio produjo en mí este gran
interrogante. Aunque
aprendí que a Dios no debemos preguntarle “porqué” sino “para
qué”, esta vez me tomé la
licencia de inquirir sobre esta cuestión: ¿Por qué usa Dios a
quienes no aprueba? No era mi
intención cuestionar a Dios sino conocerlo más y aprender algo
más acerca de su modo de
obrar. Después de varias semanas de oración y estudio sobre el
tema, encontré algunas
respuestas que me hicieron mucho bien.
1. Porque Dios es soberano.
Él hace como quiere, y usa a quien quiere, y nadie le puede
objetar o pedirle
cunetas. Él es Dios, y punto (Romanos 9.20-21). Con esta
respuesta ya no necesitamos nada
más.
2. Porque los dones son por gracia y no por mérito.
Ninguno es usado por Dios por alguna virtud o mérito personal.
No es por
obras, por esfuerzo personal, por haber pagado algún precio, o
por ser mejor que otros. Los
dones son justamente eso: dones, carismas, dados por gracia
(Efesios 4.7)
3. Para que nadie se gloríe al ser usado por Dios.
Si fuera por méritos personales, cada vez que Dios nos usa
correspondería
tomar algo de la gloria. Pero si es por gracia, toda la gloria es
únicamente para el Señor (1
Corintios 4.7).
4. Para que temblemos hasta el fin.
No basta empezar bien. Necesitamos seguir bien y terminar bien.
¿Podría
haber un joven que empezara mejor que Salomón? Comenzó en
forma excelente, y siguió
muy bien, pero ¡qué mal terminó! ¿Puede un hombre usado por
Dios para escribir un libro
tan valioso como Proverbios terminar tan mal como Salomón?
¡Qué triste es el capítulo11
de 1 Reyes! Salomón se casó con mujeres paganas que desviaron
su corazón hacia la
idolatría. He aquí un hombre que empezó bien pero terminó mal.
Ser hoy aprobado por
Dios no es garantía de serlo mañana. ¡Temblemos ante Dios
hasta el fin!
5. Para que no sigamos a los hombres sino a Dios.
Esta es otra de las respuestas que Dios me dio. Cuando el Señor
usa a
alguien para bendecidnos, ¡qué fácil es volvernos seguidores de
ese hombre! No debemos
seguir al instrumento sino a Dios. El instrumento puede fallar,
puede desviarse, puede caer
en herejía, puede caer en pecado. Y aún cuando ninguna cosa
negativa le sucediera, nuestro
Señor es Jesucristo y sólo a él debemos seguir (1 Corintios 3.5-7)
Recomendación final de Pablo a Timoteo.
En 2 Timoteo 2.15-22, Pablo exhorta a Timoteo: “Procura con
diligencia
presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien
la palabra de verdad. Más evita profanas y vanas palabrerías,
porque conducirán más y
más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de
los cuales son Himeneo y
Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección
ya se efectuó, y
trastornaron la fe de algunos. Pero el fundamento de Dios está
firme, teniendo este sello:
Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad
todo aquel que invoca el
nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay
utensilios de oro y plata,
sino también de madera y de barro; y unos son para usos
honrosos y otros para usos
viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será
instrumento para honra, santificado,
útil para el Señor, y dispuesto para toda buena obra. Huye
también de las pasiones
juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de
corazón limpio invocan
al Señor”.
Estas son las recomendaciones finales que el apóstol Pablo
escribe a su discípulo
Timoteo desde su último encarcelamiento:
“Procura con diligencia”… La diligencia es lo contrario a la
negligencia. El
deterioro de la vida espiritual no se produce de un día para otro,
generalmente es un
proceso. Cuando nos descuidamos, nos dejamos estar, dejamos
de velar, nos volvemos
negligentes, inevitablemente viene el deterioro. Perdemos la
comunión con Dios, la vida de
oración, la conciencia limpia; y mientras tanto seguimos con
nuestras actividades
ministeriales, y aparentemente todo sigue igual.
“Presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse”…
El asunto no es presentarse bien ante los hombres sino ante Dios.
Él lo ve todo, lo sabe
todo. ¿Está nuestra vida en orden con Él? ¿Hay cosas ocultas en
nuestra vida que si fueran
sabidas por los hermanos nos avergonzarían? En el área sexual,
en las finanzas o en el
comportamiento familiar, ¿tenemos conductas indignas de un hijo
de Dios?
“Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad
todo aquel que
invoca el nombre de Cristo”. Pablo indica que el fundamento de
Dios está firme, y que
tiene este sello; es un sello doble. Por un lado, el Señor conoce a
los que son suyos, este es
el lado objetivo del sello que sólo Dios conoce. Pero el lado
subjetivo, el que nosotros
podemos conocer y manejar es este: “Apártese de iniquidad todo
aquel que invoca el
nombre de Cristo”. La iniquidad está muy cerca de todos
nosotros, pero éste es nuestro
deber, nuestra responsabilidad: Cada vez que el pecado se nos
acecha, apartarnos de él,
rechazarlo enérgica y decididamente. Ese es el sello interior de
todo aquel que de corazón
limpio invoca al Señor. El hijo de Dios no practica el pecado, no
vive según la carne sino
según el Espíritu. Aborrece el pecado, no se deleita en él. Lucha,
resiste y vence. Si cae, no
continúa practicando el pecado, lo confiesa y se aparta. Se limpia
y se renueva en la gracia
del Señor.
Pero aquel que invoca el nombre de Cristo y no se aparta del
pecado, aunque sea
usado como instrumento para bendecir a otros está reprobado
por Dios.
Son tremendos los versículos 20 y 21 de este pasaje: “Pero en
una casa grande, no
solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de
madera y de barro; y unos son
para usos honrosos y otros para usos viles. Así que, si alguno se
limpia de estas cosas, será
instrumento de honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para
toda buena obra.
Según este pasaje, existe la posibilidad de ser usado por Dios
para usos honrosos y
para usos viles. El simple hecho de ser instrumentos de Dios no
nos asegura su aprobación.
Hoy hay mucho apetito por ser usado por Dios, y poco apetito por
ser santo.
Cuántas oraciones se elevan al cielo diciendo: “Señor, usa mi
vida”. Yo pregunto:
“¿Porqué tenemos tantas ganas en que Dios nos use? ¿Será para
la gloria de Dios o para
nuestra gloria?”. Porqué más bien no oramos: “Señor,
santifícame, y usa a quién tu
quieras. Y si quisieras usarme, deseo ser un instrumento de honra
y no de deshonra en tu
casa”.
Lo importante es que agradezcamos a Dios, que hagamos su
voluntad, que seamos
santos y que con nuestra vida honremos su nombre.