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Brevísima Antología de La Poesía Romántica Inglesa

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Brevísima Antología de la Poesía Romántica Inglesa (1757-1850)

William Blake (1757-1827)


(Trad., L.M. Isava)

Cantos de la Experiencia
Introducción
¡Escuchad la voz del Bardo!
que el Presente, El Pasado y el Porvenir ve,
cuyos oídos han Escuchado
la Palabra Sagrada
que andaba entre los árboles antiguos.

Llamando al Alma expulsada


y llorando en el rocío de la tarde;
que podría controlar
el polo estrellado,
y renovar la caída luz caída.

“¡Oh Tierra, oh Tierra, retorna!


Surge de la hierba húmeda de rocío;
la noche se consumió,
y la mañana
se alza de la masa somnolienta.

“No abandones más,


¿por qué quieres abandonar?
El suelo estrellado,
la orilla de las aguas
se te han dado hasta el amanecer.”

El tigre
(Trad., L.M. Isava)
¡Tigre, tigre! que ardes brillante
en las selvas de la noche
¿qué mano u ojo inmortal
pudo componer a tu temible simetría?

¿En qué abismos o cielos lejanos


ardió el fuego de tus ojos?
¿Sobre qué alas se atrevió a aspirar?
¿Cuál mano que se atrevió a asir el fuego?

¿Y qué hombro y qué arte


pudo entornar las fibras de tu corazón?
Y cuando tu corazón empezó a latir,
¿qué espantosa mano y qué espantosos pies?

¿cuál martillo? ¿cuál cadena?


¿en qué horno estuvo tu cerebro?
¿cuál yunque, qué espantoso agarre
se atrevió a sujetar sus terrores pavorosos?

Cuando los astros lanzaron sus dardos


y regaron el cielo con sus lágrimas,
¿sonrió él al ver su obra?
¿el que hizo al cordero te hizo a ti?

¡Tigre, tigre! que ardes brillante


en las selvas de la noche
¿qué mano u ojo inmortal
se atrevió a componer tu temible simetría?

William Wordsworth (1770-1850)

Amonestación y respuesta
(Trad., Gabriel Insausti)

«¿Por qué sobre esa vieja piedra,


durante toda la jornada,
William, así solo te sientas
y entre sueños el tiempo pasas?

¿Dónde están tus libros? ¡La luz


a este ciego mundo legada!
¡Arriba! Aspira la salud
que en ellos los muertos exhalan.

Miras la tierra como un hijo


que a su madre pidiese cuentas
o como el primer hombre vivo
que conociese la existencia».

Así, del Esthwaite a la orilla,


la vida dulce y sin porqué,
el buen Matthew me habló un día
y así le quise responder:

«El ojo sólo mirar puede


y el oído nunca está en paz;
siquiera que va, el cuerpo siente
contra o con nuestra voluntad.

Así, creo que existen fuerzas


que al pensamiento dan traza,
que nutrimos nuestras ideas
con una pasividad sabia.

¿Crees, en el mundo infinito


de estos seres que hablan sin verbo,
que nada vendrá por sí mismo
y que siempre buscar debemos?

Pues no preguntes por qué a solas,


según me plazca conversando,
me siento en esta vieja roca
y entre sueños el tiempo paso».

La situación invertida
Una escena nocturna sobre el mismo tema
(Trad., L.M. Isava)

¡Arriba! Amigo mío, y renuncia a tus libros;


o sin duda te volverás doble:
¡Arriba! Amigo mío, y despeja tus miradas;
¿por qué tanto trajín y molestia?

El sol, sobre la cabeza de la montaña,


un refrescante, delicado lustre
a lo largo de los verdes campos ha esparcido,
el primer dulce amarillo de la tarde.

¡Libros! un moroso e infinito esfuerzo:


ven, escucha el pardillo del bosque,
¡qué dulce su música! Por mi vida,
Hay más de sabiduría en él.

¡Y atiende! ¡Qué alegre canta el zorzal!


tampoco él es mal predicador:
avanza hacia la luz de las cosas,
deja a la Naturaleza ser tu Maestro.

Ella tiene un mundo de riquezas dispuestas,


para bendecir nuestras mentes y corazones—
sabiduría espontánea respirada por salud,
verdad respirada por la jovialidad.
Un impulso desde el bosque primaveral
puede enseñarte más del hombre,
del mal y del bien moral,
de lo que pueden todos los sabios.

Dulce es el acervo que la Naturaleza trae;


nuestro intelecto interviniente
des-forma las hermosas formas de las cosas:—
asesinamos para diseccionar.

Basta de Ciencia y de Arte;


Cierra ya esas hojas estériles;
avanza, y trae contigo un corazón
que observa y recibe.

Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)


Kubla Khan
O una visión en un sueño. Un fragmento
(Trad., Màrie Montand)

En Xanadú, Kubla Khan


mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.

¡Oh sima de misterio, que se abría


bajo la verde loma, cruzando entre los cedros!
Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado
como el que frecuentara, bajo menguante luna,
una mujer, gimiendo de amor por un espíritu.
Y del abismo hirviente y con fragores
sin fin, cual si la tierra jadeara,
hízose que brotara un agua caudalosa,
entre cuyo manar veloz e intermitente
se enlazaban fragmentos enormes, a manera
de granizo o de mieses que el trillador separa:
y en medio de las rocas danzantes, para siempre,
lanzóse el sacro río.
Cinco millas de sierpe, como en un laberinto,
siguió el sagrado río por valles y collados,
hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre,
y hundióse con fragor en una mar sin vida:
y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas,
las voces de otros tiempos, augurio de la guerra.
La sombra de la cúpula deliciosa flotaba
encima de las ondas,
y allí se oía aquel rumor mezclado
del agua y las cavernas.
¡Oh, singular, maravillosa fábrica:
sobre heladas cavernas la cúpula de sol!

Un día, en mis ensueños,


una joven con un salterio aparecía
llegaba de Abisinia esa doncella
y pulsaba el salterio;
cantando las montañas de Aboré.
Si revivir lograra en mis entrañas
su música y su canto,
tal fuera mi delicia,
que con la melodía potente y sostenida
alzaría en el aire aquella cúpula,
la cúpula de sol y las cuevas de hielo.
Y cuantos me escucharan las verían
y todos clamarían: «¡Deteneos!
¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco!
Tres círculos trazad en torno suyo
y los ojos cerrad con miedo sacro,
pues se nutrió con néctar de las flores
y la leche probó del Paraíso».

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

A Wordsworth
(Trad., L.M. Isava)

Poeta de la Naturaleza, has llorado por saber


que hay cosas que parten para no volver;
infancia y juventud, amistad y el primer brillo del amor,
huyeron como dulces sueños, dejándote en lamento.
Yo siento estas comunes congojas. Una pérdida es mía,
que también tú sientes, pero que sólo yo deploro;
Tú eras como una estrella solitaria cuya luz brillaba
Sobre una frágil barca en el rugir de una noche de invierno;
como un refugio hecho en roca has resistido
sobre la ciega y combatiente multitud;
en celebrada pobreza tu voz tejía en efecto
canciones consagradas a la verdad y la libertad; —
Abandonándolas, me dejas para penar,
habiendo sido así, que hubieras de cesar de ser.

Himno a la belleza intelectual


(Trad., Gabriel Insausti)

1
La sombra de una Fuerza incognoscible
flota, aunque incognoscible, entre nosotros;
visita este amplio mundo con la misma
inconstancia que el viento entre las flores;
como un rayo de luna tras un pico
turba secreto, imprevisible,
el corazón y rostro humanos;
como el rumor pausado de la tarde,
como una nube en noche clara,
como el recuerdo de una música,
como aquello que se ama por hermoso
pero más todavía por ignoto.

2
Espíritu, Belleza que consagras
con tu lumbre el humano pensamiento
sobre el que resplandeces, ¿dónde has ido?
¿Por qué cesa tu brillo y abandonas
este valle de lágrimas desierto?
¿Por qué el sol no teje por siempre
un arco iris en tu arroyo?
¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
ensombrecen el mundo de este modo?
¿Por qué el hombre ambiciona tanto
odio y amor, desánimo, esperanza?

3
Ninguna voz de un ámbito sublime
ha respondido nunca a estas preguntas.
Los nombres de Demonio, Espectro y Cielo
testimonian este inútil empeño:
débiles palabras cuyo encanto no suprime
de cuanto aquí vemos y oímos
el azar, la duda, lo mudable.
Sólo tu luz, cual niebla entre montañas
o música que el viento vespertino
arranca de algún tácito instrumento
o cual claro de luna a medianoche,
sosiega el sueño inquieto de esta vida.

4
Amor, Honor, Confianza, como nubes
parten y vuelven, préstamo de un día.
Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
Tú -ignoto y sublime como eres-
dejarías tu séquito en su alma.
Tú, emisario de los afectos,
que creces en los ojos del amante;
¡Tú que nutres al puro pensamiento
cual penumbra a una llama que agoniza!
No partas cuando al fin llega tu sombra:
sin Ti, como la vida y el temor,
la tumba es una oscura realidad.

5
Cuando niño, buscaba yo fantasmas
en calladas estancias, cuevas, ruinas
y bosques estrellados; mis temerosos pasos
ansiaban conversar con los difuntos.
Invocaba esos nombres que la superstición
inculca. En vano fue esa búsqueda.
Mientras meditaba el sentido
de la vida, a la hora en que el viento corteja
cuanto vive y fecunda
nuevas aves y plantas,
de pronto sobre mí cayó tu sombra.
Mi garganta exhaló un grito de éxtasis.

6
Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo
dedicaría el ser. ¿No ha sido así?
Aún hoy, con inquieto pulso, llamo
a los turbios espectros que en sus tumbas
acompañan mis horas. En fingidos lugares
donde aplico mi espíritu al amor o al estudio,
han contemplado conmigo la noche.
Saben que la alegría no ilumina mi rostro
si no es con la esperanza de que absuelvas
al mundo de su oscura esclavitud;
de que tú, Terrible Hermosura,
concedas cuanto el verso no logra proclamar.

7
El día es más sereno y más solemne
cuando llega la tarde. Y hay un orden
en Otoño y un lustre en su horizonte
que el estío prohíbe alojo humano
hasta hacernos creer que es imposible.
Así pues, deja que tu fuerza
-talla naturaleza, cuando joven-
provea a mi existencia venidera
de sosiego, a mí que te venero
con cuantas formas te contienen,
a mí, hermoso Espíritu, a quien diste
el temor de sí mismo y amor al ser humano.

John Keats (1795-1821)

Soneto
(Trad., Alejandro Valero)

Si con obtusas rimas ha de estar nuestro inglés


maniatado, y el dulce soneto, como Andrómeda,
a pesar de su triste belleza, encadenado,
busquemos, ya que vamos a quedar constreñidos,
sandalias más completas y más entretejidas
para que la Poesía calce su pie desnudo.
Comprobemos la lira y la tensión de todas
sus cuerdas y veamos qué se puede ganar
con oído aplicado y atención provechosa.
Avaros de sonidos y sílabas, cual Midas
de sus monedas, seamos recelosos de aquellas
hojas de la corona de laurel ya marchitas.
Así, si no podemos liberar a la Musa,
ella estará ceñida con sus propias guirnaldas.

Oda a una urna griega


(Traducción de Martín Triana)

Tú, ¡novia aún intacta de la tranquilidad!


¡Tú, hija adoptiva del silencio y del tardo tiempo,
historiadora selvática, que puedes expresar
un cuento adornado con mayor dulzura que nuestra rima!
¿Qué leyenda con guirnaldas de hojas ronda tu forma
de deidades o mortales, o de ambos,
en Tempe o en las cañadas de Arcadia?
¿Qué hombres o dioses son ésos? ¿Qué doncellas reacias?
¿Qué loco propósito? ¿Qué lucha por escapar?
¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué loco éxtasis?

Las melodías conocidas dulces son, pero las desconocidas


aún son más dulces; así vosotros, suaves caramillos, tocad:
no para el oído sensible, sino, más queridos,
tocad para el espíritu cantinelas sin tono.
Hermosa juventud, debajo de los árboles no puedes dejar
tu canción, ni nunca esos árboles quedarse dormidos;
atrevido amante, nunca, nunca podrás besar,
aunque triunfante estés a un paso de la meta, pero no te lamentes,
ella no se desvanecerá, aunque tú no tengas tu deleite,
¡pues por siempre amarás y hermosa ella será!

¡Oh, alegres ramas que no podéis arrojar


vuestras hojas, ni despediros de la primavera;
y feliz músico, infatigable,
siempre tocando canciones por siempre nuevas!
¡Amor más feliz! ¡Más feliz, feliz amor!
Siempre cálido y aún por gozar,
siempre anhelante y por siempre joven:
respirando muy por encima de la pasión humana,
que deja el corazón muy triste y hastiado,
frente enfebrecida y lengua agostada.

¿Quiénes se acercan al sacrificio?


¿A qué verde altar, oh misterioso sacerdote,
llevas esa vaquilla que muge al cielo,
con sus sedosos flancos con guirnaldas adornados?
¿Qué pueblecillo junto al río o la costa marina,
o construido en la montaña, con pacífica ciudadela,
se ha quedado vacío de su gente, esta piadosa mañana?
Y, pueblecillo, tus calles para siempre
estarán en silencio y ni alma que diga
por qué estás desierto, podrá regresar nunca.

¡Oh forma ática! ¡Bella actitud! Con guirnaldas


de marmóreos hombres y doncellas muy bien tallados,
con ramas de bosques y la hierba hollada;
tú, forma callada, nos tientas al pensamiento
de igual forma que la eternidad: ¡fría égloga!
Cuando la vejez desgaste esta generación,
tú seguirás en medio de otro dolor,
que no el nuestro, amiga del hombre, a quien dices:
“la belleza es la verdad, la verdad belleza”; esto es todo
lo que sabes de la tierra, y todo lo que saber necesitas.

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