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27 Doctrinas

Doctrinas Adventistas

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Creencias Fundamentales

CREO EN...
Breve exposición de las 27 creencias fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día

1. LAS SAGRADAS ESCRITURAS

El Dios de la Biblia es un Dios que se nos revela. No nos deja solos en nuestra condición
de seres perdidos, apartados de El por el pecado. Viene a nosotros mostrándonos su carácter,
revelando su voluntad, ofreciéndonos la salvación que ha provisto. Es el Dios que habla: "Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y
por quien asimismo hizo el universo" (Heb.1:1,2).

Las Sagradas Escrituras, que comprenden el Antiguo y Nuevo Testamento, son el registro
vivo de la voz de Dios. Son más que la historia de encuentros divinos producidos en el pasado,
más que monumentos a la fe de generaciones anteriores; son la palabra de Dios. Fue Dios el
Espíritu Santo quien la trajo al inspirar las mentes de los escritores bíblicos (2 Ped.1:20,21). El
mismo Espíritu se mueve hoy en las Escrituras dirigiéndose a nosotros personalmente,
llamándonos a que volvamos a Dios, convenciéndonos de pecado, iluminando nuestras mentes y
atrayendo nuestros corazones: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones"
(Heb.3:7,8). Puesto que Dios es el autor de las Escrituras, éstas son inmutables y vivientes.

A semejanza de Jesús, el encarnado Hijo de Dios, las Escrituras son la Palabra hecha
carne (Juan1:14). Son una fusión única de divinidad y humanidad. Dios no dictó las Escrituras,
tampoco nos las dio en un lenguaje de otro mundo. Más bien movió a la gente; a personas con
variados antecedentes, a gente culta y a gente con escasa educación; a gente de sangre real y a
gente común. Inspiró sus mentes con el mensaje divino para la humanidad; luego ellos expresaron
las ideas divinas en sus propias palabras.

Así la Biblia es completamente humana, pero más que humana. A través de sus palabras
humanas, pensamientos, historia y normas, Dios habla. Aunque la Biblia tiene muchos escritores,
tiene, sin embargo, un Autor.

Las Escrituras son autoritativas. Nosotros debemos creer en ellas y practicar lo que
mandan. Toda opinión humana debe ser sometida a prueba por la Escritura. Ellas son, en todas
sus partes, la verdad infalible. Las Escrituras pueden hacernos sabios "para la salvación por la fe
que es en Cristo Jesús" (2 Tim.3:15). Son infalibles en la exposición del plan de Dios para la
redención de la humanidad perdida. Tanto en el Antiguo Testamento como en l Nuevo Testamento
el plan es el mismo, y se centra en Jesucristo. Toda la Escritura, trátese de la profecía en el Antiguo
Testamento o de su cumplimiento en el Nuevo, testifica de El (Juan 5:39; 1 Ped.1:10,11). El, la
Palabra de Dios que se hizo carne (Juan 1:1,2,14), es la persona central de la Palabra escrita de
Dios.

Norma Inmutable
Puesto que Dios no cambia, la revelación de su carácter en las Escrituras es inmutable.
Dado que su manera de salvar a los hombres y mujeres perdidos es una, la descripción bíblica de
esa manera nunca puede ser invalidada. Siendo que su voluntad es firme, la función didáctica de
las Escrituras es indispensable. Y, puesto que son la Palabra de Dios, nos llaman a todos a la
salvación y obediencia. En un mundo de fluctuación y cambio, de valores variables y de conflictivos
reclamos de verdad, ellas siguen siendo la única norma infalible. Son lámpara a nuestro camino
(Sal.119:105). Prueban nuestra experiencia, no sea que caigamos presa de nuestros propios
sentimientos. Nos dicen cómo vivir día tras día. Nos apartan de las arenas movedizas del error.
Nos guían a través de los peligros de los últimos tiempos. Nos recuerdan que somos hijos e hijas
del Dios vivo, formados por El, amados por El, aceptados por El en Jesucristo y destinados a vivir

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Creencias Fundamentales

con El eternamente (2 Tim.3:16,17). En ellas hallamos a Jesús, la palabra hecha carne, nuestro
Salvador y Señor. Cuando nos nutrimos de ellas, "renacemos" 81 Ped.1:23) y somos
transformados diariamente a su imagen (2 Cor.3:18).

Así, las Escrituras son nuestra luz, nuestro alimento, nuestro refugio. Tal como guiaron al
pueblo de Dios en todos los tiempos, ellas son aún "el gozo y la alegría" de nuestros corazones
(Jer.15:16), nuestro solaz en la aflicción, nuestro consejo en la prosperidad y nuestra esperanza de
vida eterna.

Cuando abordamos el estudio de las Escrituras debemos recordar su carácter particular.


Los medios comunes de investigación son inadecuados; necesitamos la guía del Espíritu Santo.
Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente (1 cor.2:11-14). Debemos ser susceptibles de
aceptar las Escrituras como la Palabra de Dios, estar listos para recibir la instrucción que Dios tiene
para nosotros. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Apoc.2:7,11,17,29;
4:6,13,22).

La invitación del Señor a todos los hombres y mujeres es: "Gustad, y ved que es bueno
Jehová" (Sal.34:8). A cada uno que abre la Biblia con corazón anhelante, El se revela a sí mismo
como su Autor. Las Sagradas Escrituras viven con su vida: El, el Dios que habla, aún habla hoy.

Lectura auxiliar: Prov.30:5,6; Isa.8:20; Juan 10:35; 17:17; 1 Tes.2:13; Heb.4:12.

2. LA TRINIDAD
Aunque otras religiones incluyen una "trinidad" en sus panteones, sólo es cristianismo se
destaca por una creencia general en un Dios triuno, un verdadero Dios viviente (Deut.6:4), que
existe en una unidad de tres Personas distintas, coeternas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las
Personas divinas en esta Deidad triuna son inmortales, omnipotentes y omnisapientes.

La Deidad es infinita y está más allá de toda comprensión humana. Sin embargo se la
puede conocer hasta donde ha decidido revelarse. Los miembros de la Divinidad se han revelado a
sí mismos por medio de las obras de sus manos manifestadas en la naturaleza, en circunstancias
providenciales, en la Palabra escrita: la Biblia, y en la Palabra viviente: Jesucristo.

Las Escrituras enseñan que el Dios único existe como tres personas distintas, la Trinidad:
1. Dios el Padre: "Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el padre, del cual proceden
todas las cosas" (1 Cor.8:6)."Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos,
y en todos" (Efe.4:6).
2. Dios el Hijo: "porque en él (Cristo) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad"
(Col.2:9). "Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro
gran Dios y salvador Jesucristo" (Tito 2:13).
3. Dios el Espíritu Santo: "Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para
que mintieses al Espíritu Santo?... No has mentido a los hombres, sino a Dios"
(Hech.5:3,4). "Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu... Porque ¿quién de los
hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así
tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor.2:10,11).

En la Biblia, las tres personas de la Divinidad se presentan interrelacionándose entre sí de


la misma manera que los hombres. Usan pronombres personales cuando hablan de uno y otro
(véase Mat.17:5; Juan 16:13,28; 17:1). Se aman y glorifican el uno al otro (véase Juan 3:35; 15:10;
16:14). El Padre envía al hijo (mat.10:40), el Hijo ora al Padre (Juan 17:18) y el Padre y el Hijo
envían al Espíritu Santo como su representante (Juan 14:26; 16:7). Las personas de la Deidad son
tan distintas que pueden hablar entre sí, amarse recíprocamente y actuar relacionadas una con

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Creencias Fundamentales

otra. Cada una de ellas tiene también una obra en particular que realizar aún cuando cooperan en
actividades conjuntas tales como la creación y redención.

La afirmación bíblica "Dios es amor" (1 Juan 4:8) se aplica perfectamente bien a cada
persona de la Deidad. El hecho que Dios sea amor desde la eternidad presupone que hay más de
una persona en la Divinidad. Si hubiera sido una persona en la eternidad su amor se habría
limitado a sí mismo.

Aunque ningún pasaje bíblico individual formula la doctrina de la Trinidad, los escritores
bíblicos la dan por sentada y la mencionan varias veces. Está implícita en Génesis 1, donde se
presenta a Dios y su Espíritu Actuando en la creación. El Nuevo Testamento aclara que Cristo
también participó en la creación específicamente como Creador (Juan 1:3; Col.1:16,17; Heb.1:2).
Mateo 28:19 ordena el bautismo "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". Aquí la
doctrina de la Trinidad parece presentarse de un modo tal que le da fuerte énfasis como un punto
de fe.

En el bautismo de Cristo la realidad de una Deidad triuna se hizo evidente en la aparición


de las tres Personas en un mismo momento. Mateo 3:16,17 describe a Dios el Hijo, Jesús, al ser
bautizado. El Espíritu de Dios se manifestó en forma de paloma que descendió sobre El. Al mismo
tiempo se oyó la voz de Dios el padre proclamando: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia".

Lucas 1:35 incluye a las tres personas de la Divinidad en el anuncio del ángel a María
acerca de que ésta había sido elegida para ser la madre del Mesías. El Espíritu Santo vendría
sobre ella. El poder del Altísimo la cubriría con su sombra. Y el Hijo de Dios nacería de ella.

Jesús reconoció la distinción que diferenciaba a las personas de la Divinidad cuando


afirmó: "Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del padre, él dará testimonio acerca de mí" (Juan 15:26).

La doxología o "bendición apostólica" de Pablo también refuerza esta enseñanza. En una


oración dirigida a Cristo pidiéndole gracia, al Padre amor, y al Espíritu Santo comunión, el apóstol
incluye las tres personas de la Deidad: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén" (2 Cor.13:14).

Pruebas tradicionales de Dios


Sólo por fe podemos aceptar la existencia de la Trinidad. Sin embargo, la razón provee
evidencias que corroboran nuestra creencia en Dios. A través de los siglos los teólogos han
elaborado lo que se conoce como pruebas tradicionales de Dios. Estas son:

1. La prueba moral: La búsqueda de cada persona del "bien más elevado" implica la
existencia de un Ser moral. La conciencia y la moral distinguen a los humanos de lo
animales. Debe haber una fuente de moral humana coherente e independiente: Dios.
2. La prueba mental: Las cualidades de la mente, la imaginación y la inteligencia humanas
pueden explicarse solamente postulando la existencia de un Ser omnisapiente.
3. La prueba cosmológica: Puesto que cada efecto debe tener una causa, una cadena
interminable debe retroceder hasta la gran "Causa Primera" o l "motor Original". Las cosas
no pueden surgir de la nada.
4. La prueba teleológica: Las intrincaciones de estructura y diseño halladas en la naturaleza
-que se extienden desde la mariposa hasta el cerebro humano- hacen necesaria la
existencia de un Diseñador inteligente. Debe ser difícil para alguien que alguna vez haya
construido una computadora creer que la fabulosa computadora conocida como cerebro
humano pueda desarrollarse por casualidad.
5. La prueba ontológica: Anselmo, el arzobispo de Canterbury del siglo XI, definió a Dios
como "un Ser del cual nada superior puede concebirse". El razonó que dado que la vida

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Creencias Fundamentales

tiene que ser parte de tal Ser perfecto y necesario, éste realmente debe existir. Si es
posible concebir que Alguien así exista, entonces debe existir en la realidad.
6. La prueba experiencial: Las experiencias religiosas tan difundidas indican que debe
haber algo o Alguien detrás de ellas. El hecho de que tanta gente por doquier haya tenido
un conocimiento vivencial de Dios, hace probable la existencia de un Ser que creó el
mundo y lo sostiene.

Estas "evidencias de Dios" han tenido sus defensores y detractores desde el primer
momento en que fueron enunciadas. En el último siglo se ha advertido la presencia de los últimos
más que de los primeros. Pero desde hace poco tiempo, muchos filósofos y teólogos que se
ocupan de estos temas analizan las antiguas evidencias con un nuevo enfoque, tomándolas más
en serio, adaptándolas y actualizándolas para que concuerden con las creencias del presente.

Sin embargo, más allá de estas pruebas racionales, Dios nos invita a que lo conozcamos
por experiencia. El Dios triuno promete: "Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de
todo vuestro corazón" (Jer.29:13).

Lectura auxiliar: Deut.29:29; Efe.4:4-6; 1 Ped.1:2; 1 Tim.1:17.

3. EL PADRE

Mucha gente, hastiada del culto al yo, hoy está buscando algo mejor. Y hay algo mejor,
algo más reconfortante: conocer a Dios. Afortunadamente, El quiere que lo conozcamos. De allí
que se haya revelado a sí mismo de tantas maneras: la primera de todas, en la Biblia.

La Escritura no hace ningún intento directo de probar la existencia de Dios, la da por


sentada. Sus primeras palabras: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gén.1:1), indican
mucho acerca de El. Antes que el mundo existiera, Dios existía. Es el Creador y la Fuente de la
materia y la vida.

No obstante, hay mucho acerca de su naturaleza intrínseca que nosotros no conocemos


porque no nos lo ha revelado. Entre estos ítems se encuentran el hecho de que pueda ser eterno,
infinito y omnipresente, y la naturaleza de su esencia. Pero esta última se comprende hasta cierto
punto gracias a la forma como nos trata y también por lo que nos dice acerca de sí mismo. La
revelación central de sí mismo es su promesa de "amor constante".

El Nuevo Testamento lo representa como nuestro amante Padre Celestial (Mat.5:45; 1


Juan 4:8). Por medio de la adopción por Cristo llegamos a ser sus hijos e hijas (Juan 1:12,13). Dios
nuestro Padre celestial no es simplemente una especie de fuerza impersonal.

La declaración de Jesús a la mujer en el pozo de Sicar acerca de que "Dios es Espíritu"


(Juan 4:24) no fue hecha con el propósito de señalar que Dios carece de forma, o de un centro
para sus actividades y ser. La aseveración de Cristo tiene que ver con poder y cualidad más bien
que con esencia de ser. La naturaleza del Dios infinito está mucho más allá de la comprensión de
los humanos finitos y no se la debe confundir con la nuestra. El es sobrenatural y excelso por
encima de nuestra capacidad de imaginación. Existe en un plano o dimensión que es
incomprensible para nosotros.

Empero, el concepto hebreo de espíritu es más concreto que abstracto. Dios ocupa
espacio a pesar de ser invisible para los humanos. Fuimos formados a su imagen (Gén.1:27), lo
que indica que El tiene una forma específica. A través de toda la Biblia se lo presenta como a una
persona. Aunque sin duda los términos usados en las Escrituras para describir a Dios fueron
seleccionados porque así serían más fácilmente comprendidos por los seres humanos, éstos lo
representan como a una persona. El habla, oye, ve y escribe. Lamenta, sufre, muestra enojo y

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Creencias Fundamentales

gozo. Tiene voluntad (2 Cor.1:1; Sal.40:8), juzga (Rom.2:16; Sal.7:11), perdona (Isa.55:7), y guarda
secretos (Deut.29:29). Sin embargo El es superior a todo; todo lo creó y todo lo sostiene. Es
omnipotente (Apoc.19:6), alto y sublime (Isa.57:15), omnisciente (1 Juan 3:20), tiene infinita
sabiduría (Efe.1:8), es eterno e inmortal (1 Tim.1:17) y omnipresente (Sal.139:7; Jer.23:24); en su
accionar está libre de toda limitación de espacio.

Además, en Dios se centra la autodeterminación y autodirección de lo que está pasando en


nuestro Universo. Concibe propósitos y actúa para lograr que sus objetivos sean finalmente
llevados a cabo y consumados.

Las cualidades y poderes exhibidos en Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo también nos
revelan cómo es el padre.

Lectura auxiliar: Apoc.4:11; 1 Cor.15:28; Juan 3:16; Exo.34:6,7; Juan 14:9.

4. EL HIJO

Nuestra esperanza de salvación se centra sólo en Cristo. El término por medio del cual se
lo conoce, Hijo de Dios, refleja su lugar en el plan de salvación, un papel establecido antes que el
mundo fuese creado. Nació en este planeta en forma humana (Heb.1:5,6). Antes de su
encarnación existió como Dios en el sentido más completo y elevado desde la eternidad. El es Dios
en naturaleza, poder y autoridad (Juan 1:1,2; 17:5,24; Fil.2:6).

Cristo es el Creador de todas las cosas (Juan 1:3; Col.1:16,17; Heb.1:2). Después que
Adán y Eva pecaron, Cristo tuvo contacto estrecho y continuo con el mundo. El era el miembro de
la Deidad que se despojaría a sí mismo, sería "hecho semejante a los hombres" y se haría
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil.2:7,8). Por medio de El, se revela el carácter de
Dios a la humanidad caída, se consuma su salvación y el mundo es juzgado (Juan 5:25.29). Dios
verdadero y eterno, Cristo se hizo real y completamente humano. Cientos de años antes de que
viniera al mundo, los profetas predijeron su nacimiento virginal y el lugar del mismo, Belén
(Isa.7:14; Miq.5:2). Concebido del Espíritu santo y nacido de la Virgen María, creció en Nazaret,
una aldea montañosa de Galilea.

Durante su vida en la tierra Jesús experimentó la tentación como ser humano pero nunca
pecó, ejemplificando así excelentemente la justicia y el amor de Dios y dándonos el modelo
perfecto para que lo imitemos (Heb.2:16-18; 1 Ped.2:21,22).

Cristo vivió humilde y generosamente. Como niño, adolescente y joven, ayudó en la


carpintería de Nazaret. Siempre fue amable y se interesó por los demás. Cuando tuvo alrededor de
treinta años de edad (Luz.3:23) fue bautizado por Juan el Bautista -por inmersión- en el río Jordán
(Mat.3:13-17). No fue bautizado con el fin de purificarse del pecado, puesto que El nunca había
pecado, sino para "cumplir toda justicia" (vers.15). Por el bautismo se identificó a sí mismo con los
pecadores, dando los pasos que nosotros debemos dar y haciendo lo que nosotros debemos
hacer.

Cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre El en forma visible, como
paloma, y la voz de Dios desde el cielo pronunció las palabras: "Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia" (vers.17). Después de este acontecimiento Jesús pasó alrededor de tres años
en un ministerio de amor y altruismo, procurando dar el mensaje evangélico al rico y al pobre, al
judío y al gentil.

Por medio de milagros, incluyendo los de saneamiento y aún de resurrección de muertos,


Jesús manifestó el poder y cuidado amoroso de Dios y dio testimonio de que era el Mesías
prometido.

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Creencias Fundamentales

Sus enseñanzas eran inigualables en su sencillez, atractivo y poder para cambiar los
corazones y las vidas. Aun los oficiales enviados para arrestarlo en un momento de su ministerio,
no pudieron hacerlo porque el poder y la sensatez de sus enseñanzas los impactó. Cuando se les
preguntó por qué no lo habían aprehendido sólo pudieron responder: "¡Jamás hombre alguno ha
hablado como este hombre!" (Juan 7:46).

Antes de la fundación del mundo la Deidad había preparado un plan para hacer frente a la
contingencia de que el pecado se levantara en la tierra (Efe.1:4). Por medio de la muerte de Cristo
todos los que lo aceptaran se convertirían en hijos de Dios y serían herederos de la vida eterna
(Juan 3:16; 1 Juan 5:11,12). Cuando Jesús estuvo preparado para comenzar su ministerio, Juan el
Bautista lo señaló como "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29).
Concluyó su ministerio abnegado con el máximo sacrificio: entregar su vida para proporcionar a los
seres humanos la posibilidad de escapar del pecado y sus consecuencias.

Jesús sufrió y murió voluntariamente en la cruz del Calvario por nuestros pecados y en
nuestro lugar. Pero ni la muerte ni la tumba pudieron retener al Creador. Fue levantado de los
muertos y ascendió al cielo después de aparecer varias veces a sus discípulos y comisionarlos
para que llevaran adelante la obra del Evangelio que El había comenzado durante su breve
ministerio.

Cuando ascendió, no abandonó ni olvidó a su pueblo que está en la tierra, sino que inició
un nuevo ministerio de intercesión y preparación de su pueblo para que ocupe un lugar en el reino
que piensa restaurar en este mundo.

Pronto Cristo vendrá nuevamente en las nubes de gloria con sus santos ángeles para la
liberación final de su pueblo y la restauración de todo lo que se había perdido a causa del pecado.

El corazón de la Biblia es Jesucristo. El es el centro de todos los puntos de fe de los


adventistas del séptimo día. "En él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hech.17:28). Es nuestro
amor a Cristo lo que nos mueve a obedecer sus mandamientos, seguir su ejemplo y rendirle
nuestras vidas de modo que pueda morar en nosotros por el Espíritu Santo.

Lectura auxiliar: Luc.1:35; Juan 1:1-3,14; 5:22; 10:30; 14:9; Rom.5:18; 6:23; 1 Cor.15:3,4; 2 Cor.5:17-21;
Heb.4:15; 7:25; 8:1,2; 9:28; Apoc.22:20.

5. EL ESPIRITU SANTO

La luz de las lámparas flameaba en el aposento alto mientras los discípulos conversaban
con su Maestro. Las preguntas que le formularon después de estar con El durante tres años
demostraron que no entendían aún claramente la razón de su misión en la tierra. Continuaban
esperando que El librara a su nación de la dominación romana. A medida que procuraba
prepararlos para los tremendos acontecimientos que ya estaban casi sobre ellos, Jesús percibía su
confusión. Para mitigar sus temores con respecto al futuro les habló de la dádiva que su Padre y El
le darían al mudo: el Espíritu Santo. "Nos os preocupéis por el futuro", les dijo. "tendréis mi
presencia con vosotros en la forma del Espíritu Santo. El os guiará y os sostendrá en toda
experiencia, por difícil o penosa que sea".

Como uno de los miembros de la Deidad, el Espíritu Santo es una persona, y es


completamente divina. Participó activamente con el Padre y el Hijo en la creación y ha estado
estrechamente comprometido desde entonces en el plan de redención.

Juan 14,15 y 16 registran la descripción que hizo Cristo de la obra del Espíritu Santo. Se lo
llama el Espíritu de verdad (14:17), que sería enviado en el nombre de Jesús (vers.26) para morar
con los discípulos (vers.17). "El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he

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Creencias Fundamentales

dicho" (vers.26). Fue enviado para dar testimonio de Jesús (15:26). Y dado que El no está limitado
por tiempo ni espacio, puede representar a Jesús ante el mundo en todo tiempo y lugar.

Además de trabajar con los discípulos de Cristo capacitándolos para que llevaran a cabo
su misión, el Espíritu Santo estaría presente entre los inconversos, convenciéndolos de pecado, de
justicia y de juicio (16:8).

Posiblemente se comprenda menos la persona y la obra del Espíritu Santo que la de los
otros dos miembros de la Divinidad. Ello se debe a que la naturaleza de su obra es presentar a
Cristo y al Padre antes que a sí mismo. Por medio de su ministerio, los santos hombres de Dios
escribieron las Escrituras que dan testimonio de Jesús (2 Ped.1:21). Llenó la vida de Cristo de
poder. Por medio de su ministerio las Escrituras cobran vida para nosotros hoy, haciendo real a
Cristo, sensibilizando nuestros corazones al Salvador y capacitándonos para que vivamos para El.

El Espíritu Santo está involucrado en cada experiencia de nuestra vida cristiana. Cuando
acudimos a Dios es porque el Espíritu ha estado trabajando en nuestros corazones para darnos el
deseo de aprender acerca del Señor y de vivir como El anhela que lo hagamos. Cuando queremos
conocer más acerca de Dios en la Biblia y pedimos entendimiento, el Espíritu Santo nos guía a los
pasajes que deberíamos estudiar, nos ayuda a obtener, por medio de nuestro estudio y de las
impresiones divinas, una clara comprensión del significado de dichos pasajes y nos enseña a
aplicar en nuestras vidas lo que hemos leído. Luego nos da fortaleza para vivir las verdades que
hemos asimilado. Cuando nos sentimos apenados por nuestros pecados y nos arrepentimos es
porque el Espíritu Santo ha estado obrando. Todo lo que entendemos de Dios y Jesús, lo
comprendemos más claramente porque el Espíritu Santo, humilde y calladamente, ha estado
realizando en cada persona el trabajo que le fue encomendado.

El también fortalece a la iglesia y a los individuos por medio de los dones espirituales,
algunos de los cuales son espectaculares en su naturaleza mientras que otros son menos
dramáticos pero igualmente esenciales. Varios de ellos se mencionan en Efesios 4:11: "Y el mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros"
(Véase también Rom.12:6-8; 1 Cor.12:4-11, 28:31; 13:1-4). Según se menciona en los primeros y
en los últimos versículos de la Biblia, el Espíritu Santo desempeñó un papel activo en la creación,
encarnación y redención. Como representante personal de Jesús, hace por la gente todo lo que El
haría si estuviera físicamente presente.

Lectura auxiliar: Luc.1:35; 4:18; Hech.10:38; Rom.1:1-4; 2 Cor.3:18; Efe.4:11,12.

6. LA CREACION

"Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo
que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía" (Heb.11:3). Puesto que es imposible demostrar
científicamente cómo y cuándo se originó la tierra, es "por la fe" que discernimos la mano de Dios
en la Creación.

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gén.1:1), y reveló en las Escrituras el
informe auténtico de su actividad creativa. La declaración bíblica de que "la tierra estaba
desordenada y vacía" /vers.2) cuando Dios la creó nos lleva a aceptar que El dio origen a todo ser
viviente que hay en la tierra y al ambiente que lo sustenta, durante seis días literales consecutivos
de la creación (Exo.20:11).

El registro bíblico establece que los eventos de la creación ocurrieron en algún momento
hace seis o siete mil años, y no decenas de miles de años atrás.

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Creencias Fundamentales

La Biblia no sólo señala a Dios como el Creador de todas las cosas sino que también
revela su continuo compromiso con su creación en este planeta, especialmente con los seres
humanos. El propósito de Dios de establecer y mantener un contacto personal con su creación se
expone claramente en el registro mismo de ésta, en la relación inicial del Señor con los seres
humanos, y en su trato paciente con ellos desde la caída.

La Biblia relaciona la creación directamente con el séptimo día, sábado, que fue instituido
por Dios mismo, como un monumento conmemorativo de la creación al final de esta semana literal
(Gén.2:1-3). La fiel observancia del sábado es una orden divina para recordar este hecho y a su
Autor.

Dios creó a Adán y Eva a su propia imagen con la capacidad de disfrutar del
compañerismo con El. Cuando la obediencia y la lealtad que le corresponden fue cedida a Satanás
en el Edén, la armoniosa relación entre Dios y los seres humanos se quebrantó. La entrada original
del pecado, con sus resultados degenerativos sobre la humanidad (Rom.5:12,17,19), tuvo
consecuencias desastrosas en toda la creación terrenal de Dios. Aunque el diseño, el orden y la
belleza en la naturaleza aún dan testimonio de una mano amante, el maligno se ha entrometido
para pervertir y degradar la creación que una vez fuera hermosa y perfecta. Desde entonces los
efectos del pecado lo oscurecieron todo. Por ello, sólo a través de una revelación especial pueden
los individuos que cuentan con la ayuda del Espíritu Santo interpretar correctamente el mensaje de
la naturaleza en relación con el origen de nuestro mundo y el carácter de su Hacedor.

A pesar de los intentos realizados para armonizar el registro de la creación del Génesis con
la creencia en largas eras durante las cuales ésta se desarrolló progresivamente, sólo la
aceptación de Génesis 1 como bosquejo de lo que realmente ocurrió durante los seis días de 24
horas cada uno puede concordar con todo el relato bíblico.

En la creación del mundo Dios no dependió de ninguna materia preexistente. Dios creó por
su palabra. "Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el
aliento de su boca" (Sal.33:6). "Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la
palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía" (Heb.11:3). La
aparición de la ciencia nuclear ha hecho posible comprender hasta cierto punto cómo el poder de
Dios pudo transformarse en materia para traer al mundo a la existencia.

La Tierra es una porción diminuta de la creación de Dios. "Porque en él fueron creadas


todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles" (Col.1:16).
El autor de Hebreos afirma que El "hizo el universo" (Heb.1:2). No se menciona específicamente en
las Escrituras si esos otros mundos están habitados, pero está implícito en la reunión de los "hijos
de Dios" de Job 1 y en el concepto bíblico acerca de la vindicación del gobierno y la justicia de Dios
ante el universo en el juicio (Daniel 7). Es difícil creer que el nuestro es el único planeta habitado
en el gran universo de Dios.

El primer hombre, Adán, y la primera mujer, Eva, fueron hechos a la imagen de Dios como
la obra cumbre de la creación (Gén.1:26). Se les dio dominio sobre el mundo y se les encargó la
responsabilidad de cuidarlo (vers.27-30). Cuando esta obra estuvo concluida, el Señor declaró que
era "muy buena" (vers.31).

El significado de la vida, el propósito de la existencia humana y el objetivo final de un


mundo restaurado a su belleza original, se pueden entender en la medida en que no son
comunicados por nuestro bondadoso Hacedor que colocó a nuestros primeros padres en un mundo
perfecto. Si no fuera por la creación, si este mundo fuera producto de la ciega casualidad, si no
hubiera Dios Creador, no podría haber ley, orden y armonía en el Universo.

Una de las evidencias más poderosas para aceptar que hay un Autor de todo son las leyes
que los científicos han descubierto, que rigen el Universo y la tremenda complejidad de la vida
misma. La lógica y la razón rechazan la posibilidad de que un organismo complejo como el cuerpo

8
Creencias Fundamentales

humano, con su extenso número de sistemas y funciones intrincadamente relacionados pudiera


surgir por la acción de la mera casualidad. A pesar del hecho de que la teoría de la evolución, que
sostiene que toda forma compleja de vida se ha desarrollado a partir de células vivas simples, es
aceptada casi universalmente en la actualidad, no ha sido ni puede ser demostrada o establecida
científicamente.

Pero aún más significativo es el principio de amor y benevolencia contenido en la historia


de la creación especial: el Dios de amor que no sólo creó sino que sostiene todo en cada momento
(Col.1:17; Heb.1:3). Cristo, el Creador, que hizo el mundo por su palabra (Juan 1:1-3, 14),
demostró su amor por este mundo no sólo en la creación original sino también al estar dispuesto a
morir por nosotros (Juan 3:16), de modo que este mundo pudiera ser recreado y restaurado a la
perfección que existía antes que el pecado dañara la obra de la creación (Apoc.21,22).

Lectura auxiliar: Job 38-41; Sal.19:1-6; 33:6-9; Isa.40:25,26; 45:12; Hech.17:23-28; 1 Cor.8:5,6; Efe.3:9.

7. LA NATURALEZA DEL HOMBRE

Cuando Dios decidió crear a los seres humanos a su imagen (Gén.1:26,27), tomó una
porción de la tierra que había creado y le dio la forma que deseaba. Pero esa forma carecía aún de
vida. Entonces Jehová sopló en su nariz aliento de vida" (cap.2:7).

De este modo Dios le dio a la raza humana la chispa de vida, el principio de vida. Esto es
lo que hace que los seres humanos sean individuos conscientes e inteligentes. El polvo de la tierra
unido al soplo de vida se transforma en un ser viviente. Sin esta combinación no hay vida ni
existencia, así como no la hubo en la forma que tuvo Adán hasta que Dios puso en él el aliento de
vida. Para que el "alma" pudiera existir, eran necesarios el cuerpo (polvo) y el espíritu (soplo de
vida).

¿Qué clase de ser viviente llegó a ser el hombre? Los animales comparten con los
humanos los ingredientes en al "receta de la vida: el polvo de la tierra y el soplo de vida
(cap.7:21,22). Pero los seres humanos están en una clase aparte pues sólo ellos fueron creados a
la imagen de Dios. Se les ha otorgado un tipo especial de inteligencia, un tipo que no poseen los
animales. Física, mental y espiritualmente el hombre refleja la imagen de Dios. Se caracteriza por
una individualidad que tiene la facultad de pensar, actuar y responder al amor de Dios.

El ser humano es una totalidad. Aunque fuimos creados como seres libres, cada uno de
nosotros es una unidad indivisible de cuerpo, mente y alma, dependiente de Dios para la vida, el
aliento y todo lo demás. Pero Dios concedió a los seres perfectos que había creado la mayor de las
dádivas: la facultad de elección. Sin oportunidades para elegir, los humanos nunca podrían
desarrollar un carácter moral o servir a Dios pro amor. Al darles ese don el Señor corrió el riesgo de
que pudieran emplear mal esta facultad.

Cuando nuestros primeros padres le desobedecieron, negaron su dependencia de El. Al


hacer esto perdieron la capacidad que se les había otorgado de vivir física, mental, social y
espiritualmente como Dios había querido que lo hicieran. Debido al pecado, las leyes de la
herencia, que originalmente fueron una gran bendición para la raza humana, se transformaron en
un mecanismo por el cual las tendencias pecaminosas también se heredan.

La imagen de Dios según la cual fuimos creados ha sido deteriorada por el pecado. Todos
nosotros compartimos una naturaleza caída y pecaminosa, y sus consecuencias degenerativas. Es
imposible para nosotros, confiando en nuestra propia fortaleza, rechazar las exigencias de nuestra
naturaleza. Heredamos la tendencia al pecado.

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Creencias Fundamentales

Nuestro corazón es "engañoso" "más que todas las cosas, y perverso" (Jer.17:9). Para
colmo, cada uno de nosotros ha pecado. "No hay justo, ni aun uno" (Rom.3:10). "Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (vers.23). Además, Satanás saca provecho de
nuestra debilidades heredadas y nuestras tendencias pecaminosas para atraparnos en el pecado.
No podemos evitarlo.

Pero Dios en Cristo reconcilió al mundo a sí mismo y por su Espíritu restaura en los
mortales penitentes la imagen de su Creador. Perdona nuestros pecados librándonos de la carga
de culpa y la vergüenza, y nos restablece a su compañerismo (Luc.4:18; 1 Juan 1:9; 3:1,2). Para
hacer frente al problema de nuestra naturaleza pecaminosa El la transforma (Rom.12:12): hace de
nosotros nuevas criaturas (2 Cor.5:17) y cambia nuestra manera de obrar. Este cambio es tan
radical que la Biblia lo denomina nuevo nacimiento (Juan 1:12,13; 3:3).

Una de las consecuencias del pecado para la humanidad fue, como Dios lo había advertido
(Gén.3:3), que la muerte entraría en el mundo; los seres humanos se hicieron mortales, sujetos a la
muerte. Rom.6:23 indica que "la paga del pecado es muerte".

A causa del pecado todos los que nacen en este mundo están sometidos a la primera
muerte, pero ésta no es la última "paga del pecado". La paga real de éste es la segunda muerte, la
que da por resultado el olvido eterno. Es lo opuesto a la vida eterna. Pero sólo los que elijan seguir
una vida pecaminosa deben sufrir la segunda muerte o muerte eterna. Dios ha provisto un plan, el
plan de salvación, por el cual los seres mortales pecadores pueden escapar a la "paga del
pecado". Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal, aceptamos la vida que fue
suya porque El tomó sobre sí la muerte que era nuestra. Por consiguiente, los que acepten a Cristo
pueden morir, pero después de ello vendrá la resurrección cuando se les dará la inmortalidad (1
Cor.15:51-57; Apoc.21:4).

La caída de Adán y Eva también afectó su libertad de elección y la de sus descendientes.


En Romanos 6:12 Pablo habla del pecado que reina en nuestros cuerpos mortales. Por naturaleza
somos sus siervos o esclavos (vers.17). Estamos bajo el dominio del pecado y de la muerte. No
tenemos opción ni poder para resistir. Pero cuando Cristo entra en nuestras vidas, nos libra del
imperio del pecado y la muerte y nuevamente nos da poder para que escojamos liberarnos de éste.
En lugar de la muerte tenemos la promesa de vida eterna (ver.7-23).

Lectura auxiliar: Gén.3; Sal.8:4-8; 51:5; Ecl.12:14; Eze.18; Rom.5:12-17; 7:1; 1 Cor.15:22; 2 Cor.5:19,20;
Efe.2:2-5.

8. LA GRAN CONTROVERSIA

Durante miles de años los filósofos y otros pensadores han intentado dar una explicación
satisfactoria a la confusa mezcla de bien y mal que prevalece en el mundo. ¿Por qué existen las
rosas junto a las espinas? ¿Por qué los animales se matan y se devoran entre sí? ¿Por qué la
gente en algunas partes del mundo tiene abundancia de alimentos y en otras se muere de
hambre? ¿Por qué muere una criatura inocente en un accidente de tránsito mientras el culpable, un
conductor ebrio, escapa ileso? ¿Por qué la gente cruel se enriquece mientras que los discretos
muy a menudo se hunden en la pobreza?

Los filósofos han ofrecido una variedad de respuestas. Los ateos, que sostienen que el
mundo y toda forma de vida comenzó por casualidad, sugieren que el bien y el mal están en una
especie de competencia por la "supervivencia del más apto"; finalmente sólo uno de ellos
sobrevivirá. Otros han sugerido que al menos dos dioses gobiernan el mundo: uno es bueno y el
otro malo. Tampoco faltan los que han afirmado que Dios es poderoso, pero no lo suficiente como
para erradicar el mal, de allí que el bien y el mal están en una especie de equilibrio.

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Creencias Fundamentales

No obstante, la verdadera explicación la hallamos en la Palabra de Dios.

Según las Sagradas Escrituras, muchos miles de años atrás, antes que este mundo fuese
creado, el mal se originó misteriosamente en el corazón de Lucifer, el ángel más exaltado del cielo.
La culpa no fue de Dios pues Lucifer fue creado perfecto (Eze.28:15). Pero aparentemente éste no
estaba satisfecho con su posición. Pensaba que se le debían rendir los mismos honores que al
Señor, particularmente el Hijo (Isa.14:12-14). Permitió que lo dominaran pensamientos de envidia y
celos.

El debería haber rechazado estos pensamientos. Debería haber reconocido que como ser
creado no tenía derecho alguno al homenaje otorgado a la Divinidad. Pero no lo reconoció. En
cambio, albergó pensamientos malignos y los confió a los ángeles, sus compañeros.
Evidentemente no dijo abiertamente: "Yo estoy celoso de Cristo". Probablemente formuló preguntas
destinadas a sembrar las semillas del descontento y del desafecto. "¿No les parece que el cielo
está estructurado demasiado rígidamente? ¿Por qué el gobierno de Dios necesita leyes? No veo
por qué los seres santos deban necesitarlas. No creo que Dios nos ame como dice; se siente
satisfecho dando órdenes. Es injusto y arbitrario".

Esta clase de sugerencias e insinuaciones continuaron hasta que la tercera parte de los
ángeles estuvo sólidamente comprometida con Lucifer. Engañados por su canto de sirena, los
ángeles rebeldes pensaron que podían establecer un gobierno superior al de Dios.

Con infinita paciencia el Señor intentó explicar sus acciones y persuadir a Lucifer y sus
simpatizantes a abandonar el rumbo calamitoso que estaban siguiendo. Procuró poner en claro
que las leyes del Cielo están basadas en el amor y son esenciales para la felicidad. Pero Lucifer y
sus rebeldes compañeros fueron intransigentes; se negaron a aceptar las explicaciones de Dios o
responder a sus súplicas.

Las Escrituras dicen que la crisis continuó hasta que "hubo una gran batalla en el cielo"
(Apoc.12:7-9). Lucifer y sus simpatizantes lucharon contra Cristo y los ángeles fieles tratando de
tomar el trono de Dios. Pero fueron vencidos y expulsados del cielo.

El Señor no destruyó inmediatamente a Lucifer y sus seguidores, sino que les dio tiempo y
oportunidad para demostrara si sus acusaciones en contra de su carácter y de la ley eran
justificadas. En la tierra el Señor había colocado a Adán y Eva, la primera pareja humana, en el
Jardín del Edén y había previsto una prueba de carácter de modo que ellos pudiesen demostrar su
lealtad a Dios. La prueba era sencilla: Apartó un árbol del Jardín y dijo a la pareja que no comiera
de él (Gén.2:16,17); la desobediencia causaría la muerte. Lucifer (ahora llamado Satanás) vio en
esto la oportunidad para tentar a la santa pareja a que comiera el fruto y así se le uniese en
rebelión.

Trágica e increíblemente Adán y Eva cedieron a la tentación de Satanás. Por misericordia


Dios les perdonó la vida para que pudiesen tener la oportunidad de arrepentirse, pero la pena por
haber quebrantado la ley de Dios debía cumplirse. De modo que Dios ofreció a su propio Hijo para
que viniera a la tierra y muriese como sustituto divino tomando el lugar de los pecadores. También
predijo un conflicto continuo entre el bien y el mal (Cap-3:15).

A medida que el tiempo transcurrió, las consecuencias del pecado resultaron cada vez más
evidentes, no sólo en la raza humana sino en toda la naturaleza. Y los principios defendidos por
Satanás, al comienzo apenas considerados peligrosos, produjeron una cosecha de perversidad.
Diecinueve siglos atrás, cuando Satanás impulsó a los seres humanos a matar a Jesús, todos los
habitantes de los otros mundos vieron claramente que Dios estaba en lo correcto y Satanás
equivocado. Todos comprendieron que Dios es amor y que su ley es justa y necesaria. Pero con el
fin de dar a los habitantes de nuestro planeta amplias oportunidades de entender los puntos en
juego en la gran controversia y elegir de qué lado deseaban estar, Dios permitió que el drama del
pecado continuara por muchos siglos más.

11
Creencias Fundamentales

Hoy el conflicto se aproxima a su fin. Con suma premura el Espíritu Santo y los ángeles
están procurando ayudar a la gente que optó ponerse del lado de Dios y es fiel al Señor, a la
justicia y a la verdad por encima de la vida misma. Las Escrituras dejan en claro que el resultado
final será la completa victoria en Dios, y la vindicación de su carácter y ley. Pero hasta ese día, en
que El destruya a Satanás y sus seguidores y purifique la tierra con fuego, el bien y el mal
coexistirán, testimonio poderoso de que esas fuerzas sobrenaturales están prosiguiendo su lucha
implacable iniciada siglos atrás en el cielo.

Lectura auxiliar: Gén.6-8; Rom.1:18-32; 5:12-21; 8:19-22; 1 Cor.4:9; Heb.1:4-14; 2 Ped.3:6.

9. VIDA, MUERTE Y RESURRECCION DE CRISTO

La entrada del pecado en el Universo no tomó Dios por sorpresa. Antes que éste surgiera
El lo había previsto y había tomado medidas para enfrentarlo. Cristo es el "Cordero de Dios que fue
inmolado desde el principio del mundo" (Apoc.13:8). Para combatir el misterio de la iniquidad Dios
proveería el misterio de la cruz. El mismo proporcionaba la respuesta al problema del pecado
enviando a su Hijo para que fuese Emmanuel, Dios con nosotros (Mat.1:23).

Aunque completamente humano, Jesús llevó una vida de perfecta obediencia a la voluntad
divina. "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón",
predijeron de El las Escrituras (Sal.40:8). Atacado por el tentador, sufrió hasta la muerte y fue
probado "en todo" como nosotros, pero obtuvo la victoria en toda tribulación (Heb.2:18; 4:15).

"¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?", desafió a sus acusadores (Juan 8:46).


Con su vida de sumisión a la voluntad divina, Cristo truncó los ataques de Satanás contra la ley. El
cumplió la Ley (Mat.5:17-19), demostrando por precepto y ejemplo la riqueza y la profundidad de
las normas divinas. Así, por medio de su vida como hombre entre nosotros Cristo mostró cómo es
la verdadera humanidad: una humanidad obediente a Dios.

Sin embargo, para solucionar el problema del pecado no era suficiente que Jesús viviera
una vida perfecta. Bajo las provisiones del pacto perpetuo El debía ser "el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). Puesto que "la paga del pecado es muerte" (Rom.6:23),
demandada por las exigencias de la ley quebrantada, el plan de Dios para salvarnos señalaba
inevitablemente hacia la cruz.

"Cristo murió por nuestros pecados" (1 Cor.15:3). "Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor.5:21). Tomó
sobre sí nuestro pecado, murió nuestra muerte, de modo que podamos recibir su justicia y vivir su
vida. "El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isa.53:5). A la luz de la cruz vemos la
enormidad del pecado y quedamos atónitos ante el inconmensurable amor de Dios por nosotros.
Exclamamos junto con Pablo: "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo" (Gál.6:14).

¡Y la tumba no pudo retenerlo! Crucificado el viernes en la mañana, muerto y sepultado a la


tarde, rompió las ligaduras de la tumba el domingo por la mañana. Se levantó como un
conquistador tanto sobre la muerte como sobre el pecado. Penetrando en el reino de la muerte
destruyó "al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo" (Heb.2:14), y pasó a ser "el
primogénito de los muertos" (Apoc.1:5), el que tiene "las llaves de la muerte y del Hades"
(Apoc.1:18). Su victoria sobre la muerte asegura la nuestra. "Porque yo vivo, vosotros también
viviréis" (Juan 14:19). Dicha victoria también garantiza el resultado final de la gran controversia
entre el bien y el mal. Aunque aún aguardamos la consumación de todas las cosas, Satanás es un
enemigo vencido. Su destrucción final es segura.

12
Creencias Fundamentales

De este modo, a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, Dios llevó a cabo
su plan de salvar a la humanidad perdida. Cuando Dios perdona, no quita el pecado
superficialmente; es por la cruz "que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús"
(Rom.3:21-26). Dios mostró en Cristo su odio hacia el pecado y sin embargo pone a disposición del
pecador una vía de escape. Al mismo tiempo exaltó su ley, quebrantada por el hombre y atacada
por Satanás, y trajo vida de la muerte.

La entrada del pecado en un universo perfecto causó dolor, pesar y muerte. No obstante, la
maravillosa sabiduría de Dios, su infinita capacidad manifestada en el plan de salvación demostró
ser muy superior a la terrible emergencia. "Más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;
para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida
eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro" (Rom.5:20,21). Por la vida, muerte y resurrección de
Jesús comprendemos el carácter de Dios mejor que nunca antes, y el universo entero no caído es
atraído hacia El más estrechamente, maravillado por su compasión hacia los pecadores.

¡Cristo es el Señor! Rey de la vida, Vencedor de la muerte, Triunfador sobre el pecado y


Satanás, "por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en
la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre" (Fil.2:19-11). Es por ello que los redimidos de todos los tiempos entonarán junto al trono de
Dios: "El Cordero que fue inmolado es digno" (Apoc.5:12).

Lectura auxiliar: Juan 3:16; Rom.1:4; 4:25; 8:3,4; 2 Cor.2:15; 1 Juan 2:2; 4:10.

10. LA EXPERIENCIA DE LA SALVACION

Aunque Dios ha hecho completa provisión para que nos salvemos, no nos impone la
salvación por la fuerza. Su naturaleza es amor y anhela de los seres humanos una respuesta de
amor a su plan de redención. El hizo su parte: "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados", pero nosotros debemos aceptar su
provisión. "Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios" (2 Cor.5:19,20).

Por fe aceptamos el don de salvación de Dios. "Es, pues, la fe de la certeza de lo que se


espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb.11:1). Fe es confiar en Dios, aceptarlo en su
palabra. Es pasar de nuestra autosuficiencia a su suficiencia en Jesucristo.

Sin embargo, la fe misma proviene de Dios. Nuestros deseos están corrompidos a causa
de la iniquidad, inclinados hacia el sendero de la maldad. Pero el Espíritu Santo nos convence de
pecado y da nueva orientación a nuestros pensamientos (Juan 16:8-11). Despierta en nosotros un
anhelo de Dios y su justicia y fortalece nuestra voluntad para que elijamos el bien. Toca en forma
especial nuestros corazones por medio de la Palabra de Dios (Rom.10:17). De modo que en vez
de rebelarnos contra el Señor o apartarnos de su lado nos volvemos a El para aceptar su don de
salvación. Esta, pues, pertenece, totalmente a Dios: "Por gracia sois salvos por medio de la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios" (Efe.2:8). La parte que nos corresponde hacer consiste
en colocar nuestra voluntad del lado de Dios, en estar dispuestos a que se nos haga dispuestos, en
permitirle al Espíritu Santo que nos guíe hacia Dios. Aunque nos ofrece su inestimable don, el
Señor respeta nuestra libertad de elección.

A medida que por fe abandonamos nuestra justicia propia y aceptamos la justicia de Dios
en Cristo, tenemos una nueva relación con El. Ahora hemos sido justificados, absueltos de la
sentencia de culpabilidad y muerte que merecemos por nuestra trasgresión de la Ley de Dios
(Rom.3:19-26). Esta nueva situación comúnmente recibe el nombre de "justificación por la fe".
Somos perdonados (1 Juan 1:9), reconciliados con Dios (2 Cor.5:17-21), redimidos de la esclavitud

13
Creencias Fundamentales

del pecado (1 Ped.1:18,19), adoptados como hijos e hijas del Dios vivo (Rom.8:14-17) y apartados
para que El nos use en medio de un mundo en rebelión (Fil.2:15).

Ya no vivimos bajo el señorío del pecado. "Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos
del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;
y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia" (Rom.6:17,18). El Espíritu Santo, el
que primero nos acercó a Cristo y el que (si estamos dispuestos) opera el nuevo nacimiento (Juan
3:3-8), nos capacita diariamente. El mora en nosotros y nos da poder para vencer la tentación, nos
instruye con respecto a las decisiones que enfrentamos y nos revela más y más del amor de Dios
en Cristo (Rom.5:5; Efe.1:13,14).

Así, del principio al fin, la experiencia de la salvación es "por gracia... por medio de la fe"
(Efe.2:8). La manera como vamos a Cristo es la manera como vivimos en Cristo: "Por tanto, de la
manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él" (Col.2:6). Diariamente debemos
darlo todo y apropiarnos de todo, entregándonos totalmente a Dios y recibiendo su nueva vida y
justicia. Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, y tome su cruz y
sígame" (Mat.16:24). Permanecemos en Cristo cuando estamos unidos a El en una relación que se
fortalece y profundiza cada día. "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede
llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en
mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos" (Juan 15:4,5).

Unidos con Cristo somos transformados a la semejanza divina (2 Cor.3:18). La imagen de


Dios, desfigurada y casi destruida por la caída, se está restaurando progresivamente (Col.3:10). Ya
no desafiamos su ley ni procuramos evadir sus exigencias; ahora está grabada en nuestros
corazones. Sabemos que en tanto escojamos permanecer en El, nos sostendrá con su mano y
nunca nos soltará: "Nadie las puede arrebatar (a nosotros, sus ovejas) de la mano de mi Padre"
(Juan 10:29).

La salvación de Dios por medio de Jesucristo nos da fortaleza para hoy y esperanza para
mañana. Nuestra vida ahora rebosa de sentido y significación: pertenecemos a Dios. Y
enfrentamos el futuro con confianza, conscientes de que mientras permanezcamos en El no
tenemos por qué temer mal alguno. Sabemos que en el juicio tenemos un Abogado, Uno que
intercede en nuestro favor, a saber, "Jesucristo el justo" (1 Juan 2:1). Aguardamos el día de su
regreso con impaciente anhelo.

¡Oh, las profundidades del amor y la sabiduría de Dios al proveernos para cada necesidad,
ahora y eternamente!

"¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?"
(Rom.8:31).

Lectura auxiliar: Sal.27:1; Isa.12:2; Jon.2:9; Mat.18:3; Juan 3:16; Rom.4:25; 5:6-10; 8:1-4; 1 Cor.2:5; 15:3,
4; Gál.1:4; 2:19,20; 3:13; 4:4-7; Efe.2:5-10; 3:16-19; 1 Ped.1:23; 2:21.

11. LA IGLESIA

Aunque debemos aceptar individualmente la salvación de Dios en Cristo, cuando llegamos


a ser cristianos ya no estamos solos ni actuamos solos. Como miembros de su cuerpo, la iglesia
(Efe.1:23), tenemos ahora tanto una identidad colectiva como una individual. Así como estuvimos
una vez "en Adán" condenados a muerte, ahora estamos "en Cristo", compartiendo su vida (1
Cor.15:22).

Dios siempre tuvo su pueblo, al cual llamó a apartarse de un mundo en rebelión.


Antiguamente los hijos de Israel constituían la comunidad a través de la cual su gracia se

14
Creencias Fundamentales

manifestaba (Hech.7:38). En los días del Nuevo Testamento la iglesia cumplió este propósito. Esta
es una comunidad, una familia, una confraternidad. Su cabeza es Cristo, y sus miembros son
hombres y mujeres que han aceptado a Jesús como su Salvador y Señor. "El Señor añadía cada
día a la iglesia los que habían de ser salvos" (cap.2:47). "así que ya no sois extranjeros ni
advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre
el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo"
(Efe.2:19,20).

Aunque el ser miembros de la iglesia es importante y no se puede desglosar de nuestra


confesión en Cristo como Salvador y Señor, en sí mismo no asegura que pertenezcamos a Dios. El
escudriña las intenciones del corazón y conoce a los que son verdaderamente suyos, los que no
profesan meramente su nombre. Los verdaderos creyentes son parte de "toda familia en los cielos
y en la tierra" (Efe.3:15): la iglesia universal que es tanto invisible como visible (Heb.12:18-24).

La iglesia de Dios tiene muchas funciones. En primer lugar, es una comunidad que rinde
adoración. Se inclina para confesar al Señor del cielo y de la tierra, nuestro Creador, nuestro
Salvador, nuestro Sustentador. Se congrega para nutrirse de la Palabra de Dios, compartiendo
entre sí, procurando edificarse unos a otros, para "estimularnos al amor y a las buenas obras"
(Heb.10:23-25). Se reúne para celebrar la Cena del Señor, el recordativo de la muerte de Cristo en
nuestro favor y la anticipación de su regreso. La iglesia existe para servir al mundo: para ir hasta lo
último de la tierra con las buenas nuevas de la salvación en Cristo, haciendo discípulos entre todas
las naciones (Mat.28:18-20); y para continuar el ministerio de amor, saneamiento y salvación que
comenzó nuestro Señor.

Siendo que Cristo es la cabeza de la iglesia, su cuerpo que es la iglesia recibe solemne
autoridad (cap.16:13-20; Juan 20:21,22). Esta habla en nombre de Cristo, presentando su voluntad
al mundo, desafiando a la humanidad y razonando con todos "acerca de la justicia, del dominio
propio y del juicio venidero" (Hech.24:25). Aunque la autoridad eclesiástica cometió injusticias en
los siglos pasados, actualmente es también un error negarle todo respeto. Detrás de la iglesia se
halla Cristo y la autoridad de las Escrituras que El nos ha entregado para edificarla. Dios nos dejó
el ejemplo de personas como Ananías y Safira para que no tratemos con liviandad lo que atañe a
su iglesia (cap.5:1-11).

Por lo tanto, ser miembro de la iglesia es tanto un elevado privilegio como una solemne
responsabilidad. La iglesia es el lugar donde estamos a gusto; allí entonamos nuestra alabanzas al
Señor, somos amonestados por su Palabra, renovamos nuestro sentido de identidad por el
compañerismo con su pueblo, nos reunimos en torno de su mesa, y salimos para compartir las
buenas nuevas de la salvación con un mundo agonizante. La iglesia ofrece un banquete; el mundo
está famélico.

Puesto que el ser miembro de la iglesia del Dios vivo es de gran valor, no debe ser
considerado con indiferencia. La iglesia no es un club donde nos reunimos meramente por razones
de camaradería; es el cuerpo de Cristo. Ser miembro implica participación y apoyo gozosos y
activos. Se nos advierte que no desdeñemos la salvación que una vez aceptamos gustosamente
(Heb.6:4-6; 10:26-31; 12:15-17).

El ser miembro de iglesia nos proporciona el placer del compañerismo y el servicio ahora, y
la esperanza de un glorioso provenir. "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a
sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha" (Efe.5:25-27). La iglesia es la esposa de Cristo, preciosa a su vista, su
fortaleza en un mundo rebelde, el objeto de su máxima atención. Pacientemente está
perfeccionando su obra en la iglesia de la tierra porque tiene un destino eterno para ella: sus
miembros habitarán con El por siempre.

15
Creencias Fundamentales

Lectura auxiliar: Gén.12:3; Mat.16:13-20; 21:43; Juan 20:21,22; Hech.1:8; Rom.8:15-17; 1 Cor.12:13-27;
Efe.1:15; 2:12,13; 3:8-11,15; 4:11-15.

12. EL REMANENTE Y SU MISION

A lo largo de toda la historia Dios ha tenido un pueblo que ha permanecido fiel a El. Por
intensa que haya sido la apostasía, los seguidores fieles han proclamado su nombre y han vivido
por la fe en su salvación. En ciertas épocas el número de los verdaderos creyentes se redujo a una
escasa minoría, un remanente, como el tiempo del Diluvio (Gén.7:7) o en los días del ministerio de
Elías (1 Rey.19:18).

En los tiempos actuales, que preceden a la segunda venida de Cristo, Dios llama
nuevamente a un pueblo remanente. La desobediencia a la ley de Dios se ha generalizado; la
mayoría se burla de su voluntad y desprecia su ofrecimiento de salvación; la maldad y los hombres
malos "irán de mal en peor" (2 Tim.3:13). Es en ese momento cuando el remanente de Dios es
llamado para ser "irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin macha en medio de una generación
maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo" (Fil.2:15). En
medio de un mundo rebelde ellos guardan los mandamientos de Dios; en una era de incredulidad
tienen la fe de Jesús (Apoc.14:12). A medida que los acontecimientos que ocurran en la tierra se
precipiten a su último gran desenlace, el contraste entre los creyentes y los escépticos se hará aún
más marcado.

El remanente ha sido alistado por el Señor para dar un mensaje final como también para
demostrarle fidelidad. Puesto que El siempre advirtió a la humanidad antes de la destrucción,
comisiona al remanente para que anuncie al mundo el inminente fin de todas las cosas. Esta
misión está representada por los tres ángeles de Apocalipsis 14:6-12. Se trata de una obra
mundial, incluyendo a "toda nación, tribu, lengua y pueblo". Su mensaje dirige la atención a la
llegada de la hora del juicio de Dios: El está interviniendo en el curso de la historia humana para
poner fin a la gran controversia entre el bien y el mal. Es un llamado a separarse de todo sistema
de error y a dar solamente al Señor la verdadera adoración.

En el corazón del mensaje del remanente, sin embargo, se encuentra "el Evangelio
eterno". Dios siempre tuvo una sola manera de salvar a los hombres y las mujeres: por la fe en su
dádiva otorgada a través de Jesús. Los escogidos levantarán muy alto la cruz de Cristo para que
todos puedan mirarla y vivir (Juan 3:14-18). Es el marco distintivo de dicho mensaje -la difundida
apostasía de la ley de Dios, la llegada del juicio y el fin inminente- lo que da a la proclamación del
Evangelio eterno su singular ímpetu y fuerza.

El pueblo remanente actúa como un movimiento profético de siega. Dios tiene fieles
creyentes diseminados en todo el mundo, miembros de muchas denominaciones y religiones. Bajo
la presión de los acontecimientos de los últimos días, sin embargo, en tanto los problemas
centrales del conflicto entre Cristo y Satanás emergen más claramente y la línea divisoria entre los
seguidores de cada uno se hace más marcada, el remanente se transforma en el núcleo alrededor
del cual se agrupa el genuino pueblo de Dios de todas las latitudes (Apoc.18_1-4). De modo que
en el momento de la venida, la humanidad se habrá dividido notoriamente en dos grupos.

En estos últimos tiempos cada creyente es llamado a formar parte del pueblo remanente
de Dios, llamado a los privilegios y las responsabilidades propios de la iglesia final de Dios en la
tierra. Primeramente, este pueblo debe exaltar a Cristo y su obra de salvación, demostrando por
una fe viviente que en verdad le pertenece. Debe presentar ante el mundo la validez y
obligatoriedad de la Ley de Dios, tan a menudo burladas en la sociedad moderna, testificar de
palabra y hecho acerca del inminente fin que se cierne sobre la historia humana, advertir a todos,
invitar a todos, suplicar a todos.

16
Creencias Fundamentales

Lectura auxiliar: Mat.24:14; 28:18-20; Mar.16:15; 2 Cor.5:10; Efe.5:22-27; Apoc.12:17; 21:1-14.

13. UNIDAD EN EL CUERPO DE CRISTO

El director alza su batuta, el público se acomoda expectante, luego se estremece ante la


discordancia de los sonidos que oye. Sobresaltado, molesto por la desafinación, éste comienza a
taparse los oídos y a desaparecer de la sala. No obstante, el director parece estar conforme con el
concierto; sonríe con placer ante los horribles sonidos. Por aquí y por allá un integrante del coro
trata de que los más próximos a él canten la misma canción en la misma tonalidad. Por un
momento lo logran pero la cooperación es, en el mejor de los casos, esporádica, y el resultado
general del concierto no cambia.

El problema es que el coro está siguiendo instrucciones del director equivocado. En tanto
él esté en ese cargo es imposible lograr armonía de acción.

No es necesario continuar esta parábola para darnos cuenta de que en todas partes del
mundo actual los frutos del liderazgo de este director son evidentes. El resultado es el caos entre
las naciones, las razas, los hermanos y hermanas, los padres e hijos, los esposos y esposas.
Algunos, preocupados, procuran soluciones humanas y por un tiempo parecen tener éxito, pero el
concierto nunca cambiará realmente hasta que Cristo, en vez de Satanás, sea escogido como
director.

El apóstol Pablo usa la metáfora del cuerpo para ilustrar la unidad. Cristo es la cabeza "de
quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose
en amor" (Efe.4:16). Lo acertado de esta figura literaria es evidente cuando consideramos nuestros
propios cuerpos.

Supongamos que un mecánico quiere tomar una llave para comenzar a reparar un auto. Si
el dedo índice de su mano derecha dijera de repente: "Yo no voy a colaborar. Pienso que puedes
usar un destornillador en lugar de una llave, por lo tanto no la voy a levantar", la capacidad de
trabajo de este hombre se vería restringida. Sin el dedo índice no puede alzar la llave a menos que
use ambas manos o lo sustituya por otro dedo. Sólo cuando aquel obedece los impulsos emitidos
por el cerebro (la cabeza), el mecánico puede continuar su trabajo eficientemente.

Del mismo modo ocurre en el cuerpo espiritual, según nos dice Pablo en 1 Cor.12. Si un
miembro decide no trabajar como lo indica Cristo, la Cabeza, la actividad se perjudica o interrumpe
hasta que ese miembro resuelva cooperar. Y si el autor del caos, Satanás, controla algunos
miembros del cuerpo en lugar de Cristo, no hay posibilidad alguna para que éste pueda funcionar
como una unidad cohesiva, a menos que lo sea para un mal fin.

Cuando se refieren a la unidad, los escritores de la Biblia indican que diferencias tales
como el sexo, la raza, las riquezas o la inteligencia no inhibirán la capacidad del cuerpo para
funcionar correctamente en tanto lo haga en Cristo. Por supuesto que esas distinciones siguen
existiendo, pero la persona que se viste de Cristo se transforma en una nueva criatura. El Señor
elimina las barreras que dividen a la humanidad (Efe.2:14). Así, "ya no hay judío ni griego; no hay
esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál.3:28).
En otras palabras, contrariamente a la metáfora antes mencionada, estas diferencias en vez de
producir disonancia contribuyen a enriquecer el concierto.

Justamente antes de su agonía en el Getsemaní, Jesús oró por la unidad de sus


discípulos, pidiéndole al Padre que hiciera de ellos (y de aquellos a quienes ellos convirtieran) uno,
como el y el Padre son uno (Juan 17:20-23). La unidad que nos acerca como discípulos suyos de
los tiempos modernos en respuesta a la misma oración, nos capacitará para cumplir su propósito,

17
Creencias Fundamentales

que es declarar al mundo que el Padre envió a Cristo a la tierra, y demostrar que su venida
modificó nuestra manera de actuar, vivir y tratarnos.

Como un cuerpo con muchos miembros, la Iglesia es convocada desde toda nación, tribu,
lengua y pueblo. No obstante, a través de la revelación de Jesucristo (por medio de quien somos
nuevas criaturas) en las Escrituras, compartimos la misma fe y esperanza y llegamos a ser testigos
para todos.

Lectura auxiliar: Sal.133:1; Juan 17:20-23: Hech.17:26,27; 2 Cor.5:16,17; Gál.3:27-29; Efe.2:13-22; 4:1-6;
Col.3:10-15; Sant.2:2-9; 1 Juan 5:1.

14. EL BAUTISMO

El bautismo como lo conocen los cristianos hoy, deriva de Juan el Bautista, que fue
enviado a preparar el camino para el Salvador.

"Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de


pecados. Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por
él en el río Jordán, confesando sus pecados" (Mar.1:4,5).

Aunque había antecedentes en el Antiguo Testamento acerca de los cuales Juan el Bautista habría
tenido conocimiento -lavamientos rituales y purificaciones, y la historia de Naamán- enseñó que el
rito les proporcionaría pureza espiritual más que meramente ritual o física. Pidió a la gente que
demostrara por medio de su bautismo que había reconocido su pecaminosidad y se había
arrepentido. El paso que él requería era dramático y los que se bautizaban, indudablemente no lo
hacían a la ligera. El llamado de Juan al bautismo indicaba que era necesario un cambio drástico
para preparar a la gente para la venida de Jesús.

Cuando Cristo descendió al río Jordán y pidió a Juan que lo bautizara (Mat.3:13-15), colocó
su sello de aprobación a la misión del Bautista y marcó el inicio de su propia misión para salvar a la
humanidad. Aunque no tenía necesidad de ser purificado como otros, Jesús demostró que
comprendía los sentimientos de impureza e insuficiencia común a los seres humanos. Por su
bautismo se identificó a sí mismo con el pecador en su necesidad de la justicia de Dios y dejó un
ejemplo para los que llegaran a ser cristianos. El pecador arrepentido se identifica con Jesús por
medio de este rito. Por su vida sin pecado y por su muerte a favor de ellos, Cristo puso a
disposición de todos su justicia, y pasando simbólicamente por la muerte al pecado, la sepultura en
las aguas bautismales y la resurrección a una nueva vida en Jesús, el creyente demuestra su
aceptación de esa justicia.

Para el cristiano de la actualidad, el bautismo es una confesión pública de fe en Dios y la


aceptación de Cristo como Salvador personal (Hech.16:30-33; Rom.10:9). Los candidatos al
bautismo deben recibir completa instrucción en la fe cristiana y poseer una comprensión de ésta
tanto teórica como práctica. Por esta razón no es apropiado bautizar a los niños. Los jóvenes
deben recibirlo sólo cuando estén lo suficientemente maduros como para entender la importancia
del paso que están dando.

La Biblia enseña el bautismo por inmersión, y uno de los motivos para hacerlo así es que
en los libros de Romanos y Colosenses Pablo compara este rito con la muerte, sepultura y
resurrección de Cristo (Rom.6:1-6; Col.2:12,13). Este simbolismo no habría tenido sentido si la
iglesia apostólica hubiera practicado otra forma de bautismo que no hubiese sido por inmersión.

Los incidentes que en el Nuevo Testamento sustentan el bautismo por inmersión, incluyen
el de Jesús y el del etíope, realizado por Felipe. En ambos casos se describe la entrada y la salida

18
Creencias Fundamentales

del agua (Mat.3:16; Hech.8:38,39). El mismo vocablo bautismo proviene del término griego
báptisma que significa hundir o sumergir.

El bautismo seguirá al haber sentido pesar por el pecado, haberlo confesado y habernos
apartado de él. Incluye creer que Cristo nos ha perdonado y que una nueva vida en El, por medio
del poder del Espíritu, es la mejor manera de vivir.

Este rito, además de colocar al cristiano en una relación más rica y estrecha con Dios, le
proporciona también una nueva relación con la iglesia de Cristo en la tierra, un grupo de creyentes
conocidos por su amor a Dios y al prójimo. Es la puerta a la confraternidad en la iglesia y también
al discipulado.

El bautismo no es un paso que deba darse ligeramente. Debe indicar un cambio radical en
la dirección y los propósitos de la vida de una persona. Así como el bautismo por inmersión en los
días de Juan el Bautista preparó a la gente para la venida de Jesús, el bautismo por el agua y por
el Espíritu hoy, ayuda a preparar a los amados del Señor para su segunda venida.

Lectura auxiliar: Hech.22:16; 2:38; Mat.28:19,20; Gál.3:27; 1 Cor.12:13; 1 Ped.3:21.

15. LA CENA DEL SEÑOR

Semejante a la forma como los servicios y sacrificios del santuario en los tiempos del
Antiguo Testamento señalaban al Mesías que vendría, su ministerio y su muerte, así la Cena del
Señor conmemora la muerte de Jesús y dirige la atención del creyente a la promesa de su segundo
advenimiento. Esta ordenanza hace más que simplemente simbolizar el perdón total de cuanto
pecado uno pueda haber cometido; es un acto que involucra confesar las faltas al Señor y los unos
a los otros, pedir la ayuda de Dios para cambiar, vencer y llegar a ser más semejantes a Cristo. Es
un servicio rico en simbolismos que a través de las edades ha sido un valioso medio de transmisión
de las verdades espirituales fundamentales.

Aunque algunas iglesias han interpretado literalmente las declaraciones de Jesús, "esto es
mi cuerpo" y "esto es mi sangre", los adventistas las interpretamos figuradamente, como lo
hacemos con otras afirmaciones del Maestro, tales como "Yo soy la puerta" (Juan 10:7). El pan sin
levadura y el vino sin fermentar son considerados símbolos del cuerpo quebrantado de Cristo y de
su sangre derramada. Participar de ellos es una expresión de fe en El como Salvador de nuestros
pecados, y de la unión de su vida con la nuestra.

Desde las postrimerías de la década de 1840 los adventistas del séptimo día hemos
observado la Cena del Señor cuatro veces al año, al final de cada trimestre. Un servicio tipo se
realiza de la siguiente manera:

Luego de un breve sermón a cargo del pastor, los hombres y mujeres se separan y se
dirigen a diferentes salas de la iglesia para la ceremonia del lavamiento de los pies. Este rito
representa la limpieza del pecado (véase Juan 13:1-17). Aunque no hay ningún mérito particular en
el acto en sí, éste se hace significativo para los participantes que antes y durante este servicio
aclaran sus diferencias y confiesan sus faltas mutuamente. Simboliza la purificación de los pecados
cometidos durante nuestro transitar por el camino de la vida cristiana.

El lavamiento de los pies también es el símbolo de una renovada consagración al servicio


del Maestro. Uno debe poner a un lado el orgullo para inclinarse y lavar los pies de un hermano,
miembro de la iglesia, del mismo modo que él o ella debe hacerlo para servir a Jesús de todo
corazón. Debido a que esta ceremonia pone énfasis en el espíritu de confraternidad cristiana, es
una apropiada preparación para participar en la Cena del Señor.

19
Creencias Fundamentales

Luego del lavamiento de los pies, los miembros vuelven a reunirse en el templo. El pastor y
los ancianos se aproximan a la mesa de comunión donde retiran las servilletas que cubren el pan,
leen 1 Cor.11:23,24 (o algún otro pasaje adecuado) y ofrecen una oración de bendición. Después
que los ancianos rompen el pan sin levadura los diáconos los distribuyen entre la congregación.

El ministro, los ancianos y los diáconos siguen un procedimiento similar con el vino sin
fermentar, luego de dar lectura a 1 Cor.11:25,26. En cada caso la congregación espera hasta que
todos hayan sido servidos para participar juntos del emblema. Un himno -y a veces una oración y
una ofrenda para los pobres- completan el servicio.

Por un lado, la Cena del Señor es una ocasión solemne, un momento en el que los
creyentes recordamos que Jesús cargó nuestra culpa y murió por nuestros pecados (véase
Isa.53:5). No obstante, por otro lado, es una ocasión de regocijo. Anticipa el día cuando Dios hará
nuevas todas las cosas (véase Apoc.21:1-5); el día cuando recreará a los seres humanos que El
creó (véase 1 Cor.15:52) para que estén junto a Cristo, su redentor, en la cena de las bodas del
Cordero (véase Apoc.19:9).

Lectura auxiliar: Mat.26:17-30; Juan 6:48-63; 1 Cor.10:16,17; Apoc.3:20.

16. MINISTERIOS Y DONES ESPIRITUALES

A veces las circunstancias hacen necesario que las familias estén separadas durante
mucho tiempo. A menudo esta separación se produce porque es preciso que el esposo y padre
viaje por intereses profesionales y que permanezca en el exterior durante muchos meses. Si es
una persona responsable tomará las medidas pertinentes a fin de que su familia esté bien
protegida durante su ausencia. En los últimos momentos en el aeropuerto antes del despegue,
probablemente dirá: "Si necesitas más dinero de lo que hay en la cuenta corriente usa algo de los
ahorros". También puede ser que repase rápidamente algunas de las demás provisiones que ha
hecho para el bienestar de su familia: "Le puse neumáticos nuevos al auto". "Hice dos pagos de la
hipoteca". "Ordené que lleven a casa suficiente combustible para la calefacción para que dure
hasta que yo regrese".

Provisión divina
Diecinueve siglos atrás, después de establecer su iglesia en la tierra, Jesús volvió al cielo
(Luc.24:50; Hech.1:9). ¿Serían ellos capaces de representarlo correctamente? ¿Podrían llevar
adelante exitosamente la obra que El les había asignado? ¿Tendrían los talentos necesarios para
anunciar el Evangelio a todo el mundo?

Con la misma compasión y consideración que había caracterizado su vida entera, Cristo,
por supuesto, se había anticipado a sus necesidades y había hecho total provisión para ellos.
Precisamente antes de ascender, les dijo: "He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre
vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder
desde lo alto" (Luc.24:49). Por medio del Espíritu Santo Jesús proveería todo don y talento que
necesitarían tener para realizar su ministerio.

Y cumplió su promesa. Refiriéndose a esto el apóstol Pablo dijo: "Subiendo a lo alto... dio
dones a los hombres... Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efe.4:8-12).

¿También para nosotros?


En su carta a la iglesia de Corinto, Pablo trató más extensamente el tema. "Acerca de los
dones espirituales", dijo, "no quiero, hermanos, que ignoréis... hay diversidad de dones, pero el
Espíritu es el mismo... Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.

20
Creencias Fundamentales

Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el
mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.
A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos
géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el
mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1 Cor.12:1-11).

Vale la pena mencionar dos hechos: 1) El Espíritu decide qué don ha de otorgar. Asume
esa responsabilidad porque sólo el sabe cuáles necesita la iglesia; solamente El conoce qué dones
utilizará cada cristiano. 2) No todos reciben el mismo don, ni todos los dones están a disposición de
todos. Así, por ejemplo, nadie tiene derecho a insistir en que el Espíritu le dé el don de profecía, el
don de sanidad o el de lenguas. El verdadero cristiano se entregará completamente a Cristo,
pondrá sus talentos naturales en el altar y pedirá a Dios que le dé dones específicos del Espíritu
como mejor lo considere (Rom.12:4-8; 1 Ped.4:10,11).

¿Cuánto tiempo permanecerán los dones en la iglesia? El Nuevo Testamento enseña que
existirán hasta que Jesús regrese. Al escribir a la iglesia de Efeso, el apóstol dijo que los dones son
para "perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efe.4:12,13).

Con ánimo similar escribió a la iglesia de Corinto: "Gracias doy a mi Dios siempre por
vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis
enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha
sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Cor.1:4-7).

De modo que por medio de los dones espirituales el Señor hizo completa provisión para su
iglesia, -su familia en la tierra- para que se afirmara a sí misma y llevara a cabo con éxito su
ministerio físico, intelectual y espiritual, hasta el día en que la familia terrenal de Dios se una a su
familia celestial.

Lectura auxiliar: Mat.25:31-36; 1 Cor.12:27,28; 2 Cor.5:14-21; Hech.6:1-7; 1 Tim.2:1-3; Col.2:19.

17. EL DON DE PROFECIA

Al principio, antes que el pecado entrara en nuestro mundo, Dios hablaba cara a cara con
Adán y Eva (Gén.1:26-31), impartiéndoles sabiduría y comunicándoles su voluntad. Pero después
del pecado la comunicación directa no fue ya posible. La pareja habría sido destruida por la
presencia de Dios. Pero El prosiguió comunicándose en forma general con la familia humana.
Entre los medios empleados estaban la naturaleza, las relaciones interpersonales, las providencias
y su Espíritu.

Sin embargo, era menester una comunicación más directa y específica, especialmente
para ampliar la comprensión humana acerca del carácter de Dios y el plan de salvación. De allí que
el Señor escogió a personas consagradas, en cuyas mentes el Espíritu Santo pudo obrar de
manera especial para recibir la verdad y transmitirla a otros. Tanto en los tiempos del Antiguo como
del Nuevo Testamento el don de profecía fue otorgado a hombres y mujeres. Entre las mujeres
estuvieron Miriam, Débora, Hulda, Ana y las cuatro hijas de Felipe (Exo.15:20; Juec.4:4; 2
Rey.22:14; Luc.2:36; Hech.21:8,9).

Las Escrituras dicen: "Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el
Espíritu Santo" (2 Ped.1:21). A veces estos "santos hombres", o profetas como generalmente se los
llamaba, daban el mensaje de Dios oralmente. Otras veces éstos eran escritos, reforzando así su
efecto y favoreciendo una mayor difusión.

21
Creencias Fundamentales

Por la Providencia Divina estos oráculos fueron conservados como las Sagradas
Escrituras, y a través de los siglos han sido el instrumento de Dios para hablar a los corazones
humanos y guiarlos a seguir su voluntad. En la medida en que los hombres y mujeres han
estudiado la Palabra, han reconocido su credencial divina y han aceptado su testimonio. Y el
mismo Espíritu que inspiró a los profetas bíblicos cuando escribían, actúa en los corazones de los
lectores para convencerlos de pecado y transformar sus vidas.

Acerca del papel de las Escrituras el apóstol Pablo escribió a su joven amigo en la fe,
Timoteo: "Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio
para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil
para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia" (1 Tim.3:15,16). Está claro en
este pasaje que la Biblia contiene toda la sabiduría y el consejo que los seres humanos necesitan
para encontrar el camino de la salvación y transitar por él. Las Escrituras ofrecen una revelación
infalible de la voluntad de Dios.

Pero la necesidad de que Dios se comunicara con la familia humana no finalizó cuando se terminó
de escribir el canon. En sus epístolas a las iglesias de Corinto y Efeso, el apóstol Pablo menciona a
los "profetas" como uno de los dones importantes del Espíritu. Los coloca casi al principio de su
lista, sólo después de los "apóstoles" (1 Cor.12:28; Efe.4:11). La creencia generalizada entre
algunos cristianos de que la obra de los profetas terminó en la época del Nuevo Testamento, no
tiene fundamento bíblico. A medida que se aproxima el fin de la historia humana y la gran
controversia entre Cristo y Satanás se intensifica, los ataques de éste en contra del pueblo de Dios
se hacen más enconados (Apoc.12:17), y sus engaños nos dejan cada vez más perplejos
(Mat.24:24). De allí que los dones del Espíritu, incluyendo el de profecía, sean imprescindibles.

La Biblia da a entender claramente que este don estará presente en la verdadera iglesia de
Dios en los últimos días. Juan el revelador declara que los miembros de la iglesia remanente
"guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apoc.12:17). El
"testimonio de Jesucristo" se define en Apocalipsis 19:10 como "el espíritu de la profecía".

En los comienzos de la existencia del gran Movimiento del Segundo Advenimiento, a


mediados del siglo pasado, el Señor otorgó este don a Elena G. Harmon (posteriormente de
White), una joven consagrada que vivía en Portland, Maine, EE. UU. Su ministerio continuó durante
aproximadamente setenta años, hasta su muerte que ocurrió en 1915. Bajo inspiración escribió
alrededor de 4.600 artículos para revistas de la iglesia, y cerca de 50 libros, incluyendo su obra
maestra, la serie del Conflicto de los Siglos, de cinco volúmenes, que rastrea la gran controversia
entre el bien y el mal desde el origen del pecado en el corazón de Lucifer hasta el tiempo cuando la
tierra sea purificada con fuego, al final del milenio.

Los escritos de la Sra. De White no son un aditamento a la Biblia, ni han de ocupar su


lugar. "De acuerdo con la posición histórica protestante, los adventistas aceptan la Biblia y sólo la
Biblia como norma de fe y práctica para el cristiano y creen que es en su totalidad la Palabra de
Dios verdadera, confiable y autorizada, en lenguaje humano... Los adventistas reconocen que
existió el don profético -aparte del Canon Sagrado- antes, durante y desde la composición de la
Biblia, pero afirman que las Escrituras canónicas constituyen la norma por la cual todo mensaje
profético ha de ser probado. Creen que este don nunca ha sido retirado permanentemente, sino
que se ha manifestado de tanto en tanto a lo largo de la historia, y hoy pertenece a la iglesia. El
canon de la Escritura es el mensaje divino a todos los hombres en todos los tiempos; la revelación
extracanónica pertenece a quienes ha sido dirigida originalmente. Los adventistas del séptimo día
aceptan los escritos de Elena G. De White como el resultado de la obra del don profético, pero no
para tomar el lugar de la Biblia ni ser una añadidura de ésta" (Seventh-day Adventist Encyclopedia,
pág. 1413).

Elena G. De White misma asumió esta postura. A lo largo de su vida exaltó la Palabra de
Dios como la revelación infalible de la voluntad del Padre y la regla del carácter (El Gran Conflicto,
"Introducción", pág.9). Repetidamente exhortó a la gente a estudiar la Palabra. Ella escribió que "la

22
Creencias Fundamentales

Biblia y la Biblia sola" debe ser la "piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las
reformas... Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto debemos cerciorarnos de si los autoriza
un categórico 'Así dice Jehová' " (ibíd., pág.653).

Grabar lo ya revelado
Cuando uno de los creyentes sugirió que sus escritos eran un aditamento a la Biblia, ella
objetó diciendo "él presenta el asunto bajo una luz falsa. Dios ha considerado conveniente atraer
de esta forma la mente de su pueblo a su Palabra, para darle un entendimiento más claro de ella"
(Testimonies, t.4, pág.246). Ella afirmó que sus testimonios "no han de dar nueva luz sino grabar
vivamente en los corazones las verdades inspiradas ya reveladas" (ibíd., t.2, pág.605).

Hoy, como en el pasado, toda comunicación de Dios es preciosa: "No apaguéis al Espíritu.
No menospreciéis las profecías" (1 Tes.5:19,20). "Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis
seguros" (2 Crón.20:20).

Lectura auxiliar: Joel 2:28,29; Hech.2:14-21; Heb.1:1-3.

18. LA LEY DE DIOS

Vivimos en un universo caracterizado por la ley y el orden. El Creador no sólo puso en


funcionamiento las leyes que rigen los movimientos cronométricos de los cuerpos celestes, sino
que estableció leyes para regular la vida y la salud de los seres humanos que El colocó en este
planeta. Estas leyes están destinadas a acrecentar la vida y no a debilitarla. La vida "en
abundancia" que Jesús prometió en Juan 10:10 a los que lo sigan, es el resultado de nuestra
cooperación con las leyes divinas de vida y salud. Estas nos presentan un ideal y conllevan la
promesa de que por la gracia de Dios podemos elevarnos a la altura de ese ideal.

Jesús vino a este mundo no sólo a mostrarnos cómo vivir de acuerdo con las leyes de su
Padre sino también a proveer la gracia transformadora, única que puede capacitarnos para que
nuestra entrega a la voluntad de Dios sea total, según está expresada en sus leyes. Más que
requerimientos para entrar en el cielo, éstas son para el cristiano consagrado la medida o el patrón
de una experiencia creciente con El, y el desafío a continuar creciendo en la gracia.

En nuestro tiempo de crisis energética mundial es obvio que las leyes que limitan la
velocidad en las autopistas y regulan la circulación de vehículos, las transacciones comerciales y
aún las relaciones internacionales, son fundamentales para la preservación de la sociedad en
conjunto y las vidas individuales en particular. Del mismo modo son primordiales las guías y
regulaciones para las relaciones morales y sociales de persona a persona y de éstas hacia Dios.

Los grandes principios de la ley moral de Dios están contenidos en los Diez Mandamientos
y fueron ejemplificados en la vida de Cristo. Satanás ha procurado, desde el momento en que entró
el pecado, convencer al universo entero de que es imposible vivir de acuerdo con esta ley. Pero
Cristo vino para probar que Satanás estaba equivocado. De mostró por medio de su perfecto
ejemplo qué significaba cumplir la ley. Dijo: "No penséis que he venido para abrogar la ley o los
profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir" (Mat.5:17). Cumplir significa vivir los
mandamientos y colocarlos en su correcta perspectiva. Jesús descendió para darnos un nuevo
enfoque del propósito, el poder y la promesa de la Ley de Dios.

Los Diez Mandamientos expresan el amor, el deseo y los objetivos de Dios con respecto a
la conducta humana, y son tan obligatorios y significativos para la gente hoy como lo fueron en el
momento cuando se los dio por primera vez. Aunque casi todos están enunciados en forma
negativa, no son tanto restricciones como expresiones verbales que indican la clase de carácter
que los hijos de Dios reflejarán cuando escojan vivir como El quiere que vivan. Después de la

23
Creencias Fundamentales

transcripción de cada mandamiento tal como aparece en la Biblia, indicamos la manera en que
pueden expresarse en forma positiva:

4. "No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Exo.20:3). LEALTAD: Dios debe estar en primer
lugar. Si somos de Cristo, nuestros pensamientos serán los de El. Buscaremos lo
espiritual, no lo material. Anhelaremos llevar su imagen, alentar su espíritu, hacer su
voluntad y agradarle en todas las cosas.
5. "No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu dios, fuerte, celoso, que visito la
maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis
mandamientos" (vers.4-6). ADORACION: Adoramos lo invisible, no lo visible. Las cosas
que antes aborrecimos ahora las amamos, y las que una vez amamos ahora las
despreciamos. El alma es purificada de la vanidad y el orgullo y tenemos momentos
regulares de profunda e intensa devoción.
6. "No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al
que tomare su nombre en vano" (vers.7). REVERENCIA: Este mandato prohíbe no sólo la
blasfemia y la secularización de lo sagrado sino también una falsa profesión. Las vanas
costumbres y modas del mundo se dejan de lado. Nuestra conversación, afectos y
simpatías están en el cielo. Nuestros corazones se mantienen tiernos y dominados por el
Espíritu de Cristo.
7. "Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;
más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu
hijo, no tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus
puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que
en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo
santificó" (vers.8-11). SANTIFICACION: A Cristo se lo reconoce como Creador y
Recreador, no sólo por la observancia sagrada de la séptima parte del tiempo sino por
nuestra completa aceptación del resto de la redención. La santidad de El se evidencia en
nuestras vidas, y las obras piadosas que anteriormente nos parecían insulsas, aburridas y
tediosas, ahora son nuestro deleite.
8. "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu
Dios te da" (vers.12). RESPETO POR LA AUTORIDAD: Comienza en el hogar entre
padres e hijos pero se extiende a todas las relaciones tanto con Dios como con el hombre.
La desobediencia y la rebelión son reemplazados por la obediencia y cooperación.
9. "No matarás" (vers.13). AMOR: Tanto el odio como el enojo violan este mandamiento, pero
en las personas verdaderamente convertidas el amor, la humildad y la paz toman el lugar
del enojo, la envidia y la contienda. Nuestras almas están imbuidas de amor y fascinadas
con los misterios celestiales. El fruto del Espíritu, el amor, se manifiesta en la vida.
10. "No cometerás adulterio" (vers.14). PUREZA: Hay una transformación completa. La pasión,
los apetitos y la voluntad se colocan en perfecta sumisión a Dios. La vida anterior nos
resulta repugnante y pecaminosa. Los pensamientos pecaminosos son puestos de lado y
las malas acciones, abandonadas. La piedad se hace notoria en nuestro hogar y fuera de
él.
11. "No hurtarás" (vers.15). HONESTIDAD: Esto involucra no sólo nuestra relación con
nuestros compañeros sino también con Dios. En lugar de robarle a Dios cosas tales como
nuestra salud, tiempo, diezmo y ofrendas, le dedicamos gustosamente todo lo que
tenemos. El deber se transforma en un deleite y el sacrificio en un placer.
12. "No hablarás contra tu prójimo falso testimonio" (vers.16). VERACIDAD: Seremos
justificados o condenados por nuestras palabras. Cuando el corazón sea recto, nuestras
palabras y hechos serán correctos y seremos hombres y mujeres de estricta integridad. El
yo es dominado y la maledicencia es vencida.
13. "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo" (vers.17).
CONTENTAMIENTO: Ya no nos sentiremos celosos o insatisfechos, porque nuestras vidas

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Creencias Fundamentales

no girarán en torno de lo material. La práctica de la santidad es agradable cuando hay una


entrega perfecta a Dios. El gozo ocupa el lugar de la tristeza y el semblante refleja la paz y
la felicidad del cielo.

Aunque no se debe confundir la Ley de Dios con sus pactos, los Diez Mandamientos son las
bases tanto para el antiguo pacto (Exo.24:3-8) como para el nuevo pacto (Heb.8:10).

Como patrón de la conducta y las relaciones humanas, la Ley de Dios también es la norma del
juicio (Ecl.12:13,14; Sant.2:8-12).

Por medio de la acción del Espíritu Santo los mandamientos señalan el pecado (1Juan 3:4)
y despiertan nuestro sentido de necesidad de un Salvador. Cuando nos volvemos a Cristo, el
Espíritu Santo continúa obrando su poder transformador en nuestras vidas. La salvación es por
gracia, por medio de la fe y no por las obras, pero el fruto de la obra del Espíritu Santo en nuestras
vidas es obediencia a los mandamientos.

Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y da por resultado un sentido de justicia y


bien hacer. Es la evidencia de nuestro amor al Señor y nuestro interés en nuestros semejantes.
Como la obediencia por fe es evidente en nosotros, los que nos rodean reconocen el poder de Dios
para transformar las vidas y desean experimentar el mismo poder. De esa manera la observancia
de los mandamientos divinos fortalece nuestro testimonio cristiano. El Señor hace referencia a los
que guardan sus mandamientos en los últimos días como una vindicación especial de su carácter y
de la justicia de sus preceptos.

Lectura auxiliar: Exo.20:1-17; Mat.5:17; Deut.28:1-14; Sal.19:7-13; 119; Mat.22:36-40; Juan 14:15;
Rom.8:14; Efe.2:8; 1 Juan 5:3.

19. EL SABADO

El sábado, séptimo día de cada semana, es el día de reposo bíblico. Es el recordativo de la


actividad creadora de Dios, cuando el amante Hacedor formó el mundo en seis días y descansó el
séptimo (Gén.2:1-3). También es la señal de nuestra redención en Cristo Jesús (Heb.4:9), y nos
recuerda que Aquel que hizo primeramente todas las cosas y las declaró muy buenas (Gén.1:31)
nos ha sacado del reino del pecado para que estemos en su propio reino (Col.1:13), y que un día
hará nuevas todas las cosas (Apoc.21:5).

El cuarto mandamiento del Decálogo nos ordena: "Recuerda el día de sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el séptimo día es día de descanso
para Yahvéh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni
tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad" (Exo.20:8-10, versión Biblia de Jerusalén). Esta
ley divina es inmutable en sus requerimientos. El sábado fue instituido antes de la entrada del
pecado y continuará en la tierra nueva (Isa.66:23).

Cuando seguimos a Cristo y procuramos de todo corazón obedecer su voluntad, el


precepto acerca del reposo no es gravoso. Cristo, el Señor del sábado (Mar.2:27,28), mora en
nosotros por su Santo Espíritu, grabando los requerimientos de la ley eterna en las tablas de carne
del corazón (Eze.36:26; Heb.8:10,11). Antes que un día de tristezas y restricciones, el sábado es
"delicia, santo, glorioso de Jehová" (Isa.58:13). Es un símbolo de nuestra libertad en Cristo. Como
nos ha librado del dominio del yo y de la iniquidad, gustosamente entramos en su día de descanso.

El sábado es un día santo. La bendición de Dios descansa sobre él de tal manera que lo
aparta de los otros seis. Es un día en el que no atendemos nuestro trabajo, preocupaciones y
ocupaciones comunes, para dedicarnos a la fiesta espiritual que Dios ha desplegado ante nosotros.
Descansamos en El congregándonos para el culto (Heb.10:25), edificándonos unos a otros en

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Creencias Fundamentales

compañerismo (vers.24), ministrando a los necesitados según el ejemplo de Jesús (Juan 5:1-17), y
cumpliendo mediante la acción misionera el mandato de Cristo (Mat.28:18-20). Así, cada sábado
Dios nos da un sabor anticipado de lo que será nuestra eterna morada con El. Captamos el espíritu
de los redimidos de todas las edades, cuando nos reuniremos alrededor del trono celestial y
entonaremos sus alabanzas por la salvación que nos dio en Jesucristo (Heb.12:18-24).

Bendiciones para todos


Aunque el sábado como día de descanso fue reiterado a Israel en los Diez Mandamientos
dados en el Sinaí, era la intención de Dios que fuese una bendición para todas las naciones. Aun
"los hijos de los extranjeros" debían observarlo y experimentar su gozo (Isa.56:4-7). También en el
último mensaje de advertencia de Dios a la humanidad, simbolizado por los tres ángeles de
Apocalipsis 14:6-12, los hombres y las mujeres nuevamente son llamados a reconocer a Dios
como Creador de todo y a guardar sus mandamientos. Por lo tanto, en el tiempo del fin el sábado
emerge con mayor significación a medida que se transforma en una prueba específica de lealtad a
Dios (véase Apoc.13:8 - 14:15).

En tanto que el recorrido del sol a través de los cielos demarca los días de la semana y
designa cada séptimo, sábado, el día de reposo y adoración establecido por Dios, la puesta del sol
señala los límites del mismo: "De tarde a tarde guardaréis vuestro reposo" (Lev.23:32; véase
también Mar.1:32).

En la creación Dios apartó el sábado y lo bendijo (Gén.2:1-3). Ahora El nos aparta como su
pueblo y nos bendice (1 Ped.2:9,10). Semana tras semana, a medida que observamos el sábado,
estamos seguros de que este día santo es señal entre El y nosotros, para que podamos saber que
"yo soy Jehová que os santifico" (Exo.31:13).

Lectura auxiliar: Deut.5:12-15; Eze.20:20; Luc.4:15; Hech.17:2.

20. MAYORDOMIA

Había una vez un hombre que no tenía nada, y Dios le dio diez manzanas: las primeras
tres para comer, las tres siguientes para comerciarlas a cambio de un refugio contra el sol y la
lluvia, las otras tres para adquirir ropa para su uso personal y la última para que tuviera algo que
pudiera devolver a Dios, a fin de demostrar su agradecimiento por las otras nueve.

El hombre comió las primeras tres, vendió las tres siguientes para conseguir refugio contra
el sol y la lluvia, y las otras tres para adquirir ropa. Luego miró la décima manzana. Parecía más
grande y más jugosa que las anteriores. Sabía que Dios se la había dado para que pudiera
entregársela al Señor en muestra de gratitud por las otras nueve. Pero pensó que Dios no la
necesitaba puesto que era el dueño de todas las otras manzanas del mundo. Por consiguiente,
comió la décima manzana y le dio al Señor las semillas.

Esta simple parábola ilustra los principios involucrados en la mayordomía. El Señor es el


Creador de este mundo y por ende el dueño de todo lo que hay en él. Todo lo que poseemos lo
recibimos de su mano (Gén.1:26-28).

Detrás del pan se halla la nívea de harina,


Y detrás de la harina, el molino,
Y detrás del molino, el trigo y la lluvia,
Y el sol y la voluntad del padre.

Nosotros somos mayordomos, guardianes de la propiedad del Señor, y debemos a su


poder sustentados incluso nuestra vida (Gén.2:15; Hech.17:24-28).

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Creencias Fundamentales

A cambio de sus abundantes dones el Creador requiere que cuidemos este mundo
maravilloso que El formó para que fuese nuestro hogar. Sus recursos deben usarse sabia y
desinteresadamente. Puesto que estamos en deuda con nuestro Señor por el don de la vida, tiene
derecho a esperar que le dediquemos a El y a otros nuestro tiempo, talento y energía.

Dios pide que -en reconocimiento de que somos su posesión y dependemos de El- le
devolvamos un décimo, el diezmo de nuestra "ganancia" y lo entreguemos a la iglesia para el
mantenimiento del ministerio (Sal.24:1; Deut.14:22; Núm.18:21; 1 Cor.9:9-14). El reclama este
dinero como suyo, por lo tanto al devolvérselo no estamos en realidad dando nada sino
simplemente pagando una deuda. Retener esa décima parte significa ser culpable de robo a Dios
(Mal.3:8,9). Las ofrendas donadas, además del diezmo, muestran nuestro amor y revelan el grado
de nuestra generosidad (Deut.16:17; 2 Cor.9:7). Como el sábado (un día de cada siete de nuestro
tiempo), el diezmo (una de cada diez unidades de nuestra riqueza) es una manera de reconocer a
Dios como Propietario y Creador.

Al antiguo Israel se le pedía un segundo diezmo; en verdad, sus contribuciones para


propósitos religiosos y caritativos sumaban por lo menos la cuarta parte de sus ingresos. Algunos
de los más concienzudos daban la tercera parte. ¿Exige menos de nosotros la obra de hacer llegar
el Evangelio al mundo entero en esta generación? ¿Serán los cristianos menos dadivosos con su
Redentor de lo que eran los judíos?

La espantosa realidad es que aquéllos, en conjunto, han sido mucho menos generosos que
éstos. Para probar esto, imaginemos que cada miembro de iglesia en un país occidental
repentinamente perdiera todos sus ingresos y propiedades y dependiera del seguro social. Si de
esa exigua ración de supervivencia cada uno devolviera el diezmo, el ingreso de las iglesias de ese
país sería alrededor de un tercio mayor de lo que es ahora. El diezmo ha sido lamentablemente
descuidado por los cristianos. En su lugar, las iglesias se han mantenido con rifas, fiestas de
caridad, cenas, alquiler de los bancos de la iglesia y loterías; cualquier cosa con tal de evitar el plan
de donaciones sistemáticas que presenta la Biblia. ¡No es de extrañar que la obra del Evangelio
esté tan atrasada!

Matar el egoísmo
El sistema de diezmos y ofrendas nos lo ha dado un Creador omnisapiente con el propósito
de que erradiquemos nuestro egoísmo innato. Jesús dijo: "Donde está vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón" (Luc.12:34). La benevolencia metódica nos permite quitar nuestra vista
de los tesoros terrenales transitorios y atesorar riquezas en el cielo.

Todas las exigencias de Dios están acompañadas de bendiciones prometidas a los


obedientes. "Traed todos los diezmos al alfolí... y probadme ahora en esto, dice Jehová de los
ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que
sobreabunde" (Mal.3:10).

No es difícil encontrar evidencias de que Dios cumple sus promesas. En la fértil provincia
de Mendoza, Argentina, se pronosticó una fuerte helada durante un verano normalmente caluroso.
Los hermanos Soriano, miembros de la iglesia adventista local, fieles en devolver sus diezmos,
estaban alarmados por sus 80 hectáreas de tomates casi listos para la cosecha. Conscientes de
que la helada podía destruir toda la cosecha, tuvieron una reunión de oración especial en la iglesia
aquella noche. Imaginen cuál no sería su gozo a la mañana siguiente cuando descubrieron que
aunque todas las cosechas de las granjas vecinas estaban arruinadas, ni un solo tomate se había
dañado en su propiedad.

Poco después que una familia en Missouri (Estados Unidos) comenzara a devolver sus
diezmos, recibió un regalo de cien dólares. Aunque necesitaban mucho todo el dinero para otras
cosas, apartaron diez dólares para el diezmo, y enseguida recibieron un regalo adicional de diez
dólares. Cuando éste fue diezmado les llegó una carta de un amigo que contenía un dólar.
Devolvieron el diezmo de éste, y casi inmediatamente hallaron diez centavos. No cabía duda en la

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Creencias Fundamentales

mente de esta familia que Dios estaba tratando de grabar en ellos el hecho de que nunca
perdemos nada cuando devolvemos al Señor lo que es suyo.

Se dice que el que comienza a diezmar sus ingresos recibe seis sorpresas: la cantidad de
dinero que tiene para la obra del Señor, la intensificación de su vida espiritual, la facilidad con que
puede satisfacer sus propias necesidades con el noventa por ciento restante, la facilidad de
aumentar sus donaciones de un diez por ciento a cifras mayores, la preparación que esto le
confiere para ser un mayordomo sabio y fiel del noventa por ciento que queda y su propia sorpresa
de no haber adoptado antes este plan.

Dios nos ha dado suficientes manzanas para proveer a nuestras necesidades, más una
con la cual demostraremos nuestro agradecimiento al Señor. Si verdaderamente lo amamos, le
devolveremos con entusiasmo la más grande y jugosa de nuestras manzanas.

La mayordomía es un privilegio que Dios nos ha otorgado para aumentar nuestro amor por
El. Los mayordomos fieles se complacen en las bendiciones que otros reciben como consecuencia
de la fidelidad de ellos.

Lectura auxiliar: Gén.28:20-22; Lev.27:30; Núm.18:21; Deut.8:18; Prov.3:9; Mat.23:23.

21. CONDUCTA CRISTIANA

Aunque fue escrito en los días del circo romano, el consejo del amado discípulo Juan es
tan significativo en el siglo XX como lo fue entonces. A todos los que han oído el llamado de Dios a
una vida mejor, él les escribe: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno
ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de
la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1
Juan 2:15-17). La verdadera religión es mucho más que una experiencia que se repite una vez a la
semana. Comprende todas nuestras actividades, incluyendo la recreación, la música, la lectura, el
vestido y la alimentación (Efe.5:1-3, 19; 2 Cor.10:5; Lev.11).

En el campo de la recreación o el entretenimiento, un cristiano sincero preguntará: ¿puedo


orara a Dios pidiéndole que bendiga el uso que estoy haciendo de mi tiempo?, ¿me fortalece esto
física, mental, social y espiritualmente?, ¿es esto puro, noble y edificante; o excita la pasión, honra
el vicio y debilita los principios nobles?, ¿me lleva esta actividad a olvidarme de Dios o a descuidar
su Palabra, la oración y los intereses eternos?, ¿nutre mi naturaleza espiritual o favorece mis
tendencias pecaminosas, disminuyendo mi resistencia a la tentación?, ¿entro a un mundo de
ensueño que me incapacita para las realidades de la vida?, ¿puedo enfrentar sosegadamente la
muerte o a Cristo en su segunda venida mientras estoy comprometido en esta actividad?

Estas preguntas, respondidas honestamente, darán como resultado la abstinencia a la


mayoría de las producciones teatrales (sea en el escenario, el cine o el televisor), el baile, las
novelas, los naipes, las apuestas y la música del tipo rock-jazz. Estas influencias negativas serán
reemplazadas por "todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo
amable, todo lo que es de buen nombre" (Fil.4:8). La salud física y espiritual, como así también la
paz y el gozo constantes, serán estimulados por una recreación sana al aire libre, las actividades
centradas en la naturaleza, la lectura y los programas educativos e inspiradores, además de lo
mejor en música elevadora. Aceptando el desafío del Cielo: "No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento", uno puede reclamar el
cumplimiento de su promesa, "para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable
y perfecta" (Rom.12:2).

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Creencias Fundamentales

La voluntad del Señor para con nosotros no sólo incluye los pasatiempos sino también
nuestro aspecto personal. Su intención es que seamos hermosos y, en consecuencia, nos advierte
en contra de lo artificial, que enmascara la verdadera belleza. Las mujeres, que "se atavíen de ropa
decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos"
(1 Tim.2:9). La aplicación de estos principios conducirá a los hombres tanto como a las mujeres a
evitar la ropa que es diseñada con el fin de atraer la atención, o despertar admiración, la que va
más allá de nuestras necesidades y cuesta más de lo que se debe invertir en mantenerse al día
con la moda. Los cristianos hallarán mayor satisfacción en el uso de vestimentas que sienten bien,
que sean durables, de buena confección y apropiadas.

Aunque reconocemos las diferencias culturales, siempre nuestra vestimenta debe ser
sencilla, prolija, limpia y de buen gusto. La belleza, la calidad, el orden y la sencillez son principios
del reino de Dios. "Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o
de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios" (1 Ped.3:3,4).

La salud ayuda al aspecto personal


Una de las principales ayudas para lucir una buena apariencia es gozar de buena salud. La
voluntad divina para nosotros es también "que tengas salud, así como prospera tu alma" (3 Juan
2). Entre los cristianos, los adventistas del séptimo día se destacan por su énfasis en la salud. Un
amplio estudio demostró que ellos sufren a lo sumo sólo un 20 por ciento de cáncer de pulmón
relacionado con el cigarrillo, 13 por ciento de muertes de cirrosis de hígado, la cual tiene que ver
con la bebida y 48,6 por ciento de muerte de todas las causas dominantes entre la gente en
general. Como resultado, se comprobó que las mujeres adventistas viven tres años más y los
hombres adventistas seis años más que los no adventistas. Su total abstinencia de alcohol, tabaco
y drogas nocivas, su énfasis en las dietas saludables (vegetarianas si es posible), el hecho de
evitar el café y el té, el fomento del ejercicio, el descanso adecuado y la confianza en Dios
indudablemente explican lo que se conoce como "la ventaja de los adventistas".

Este beneficio está a disposición de todo el que acepte la invitación divina: "Si, pues,
coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Cor.10:31). Por
ejemplo, los monjes trapenses, que no comen carne, tienen alrededor de la quinta parte de
enfermedades del corazón en comparación con los benedictinos que siguen una dieta corriente.
Las investigaciones indicaron que una alimentación vegetariana puede prevenir los ataques
cardíacos a las coronarias en un 97 por ciento. La Organización Mundial de la Salud calcula que
hasta un 85 por ciento de todo cáncer es consecuencia de hábitos alimentarios deficientes.

La falta de ejercicio está probablemente reduciendo en cinco años la esperanza de vida de


los hombres americanos. El inspector general de Salud Pública de los Estados Unidos concluye
que una dieta que contenga menos carne, grasas saturadas, azúcar y sal, y más frutas, verduras,
cereales y demás granos, es la alimentación que favorece una salud óptima. Esta es
fundamentalmente la dieta que han seguido los adventistas durante cien años.

La mejor motivación
La mayor parte de la gente sabe que debería vivir mejor, pero le falta fortaleza para hacer
los cambios necesarios. ¡Qué mejor motivación podrían tener que la comprensión de que su
"cuerpo es el templo del Espíritu Santo... que no sois vuestros. Porque habéis sido comprados por
precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo" (cap.6:19,20).

Jesús declaró: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia"
(Juan 10:10). La reforma sin Cristo es legalismo. Pero Cristo sin reforma es mero sentimentalismo.
La sabiduría divina afirma: "Porque por mí se aumentarán tus días, y años de vida se te añadirán"
(Prov.9:11). El es la promesa y el poder para gozar una vida más feliz y más saludable.

Lectura auxiliar: 2 Cor.7:1; Col.3:1-3; 1 Tes.5:22; Tito 2:11-14; 2 Ped.3:11; 1 Juan 2:6.

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Creencias Fundamentales

22. EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

A pesar de que la mayoría de las parejas en su día de bodas piensa tener un matrimonio
duradero, los divorcios aumentan y algunos matrimonio fracasan antes de pagar la fiesta de bodas
o poco tiempo después. A pesar de las esperanzas y sueños, compartidos por los padres cuando
traen del hospital sus precioso envoltorios al hogar, el 70 por ciento indica que no tendrían hijos si
lo tuvieran que hacer nuevamente (basado en las respuestas de 10.000 padres que contestaron
una pregunta formulada por la columnista Ann Landers).

Aunque siempre nos sacude la desintegración de un hogar, las evidencias de abusos o


descuidos de los padres hacia los hijos, la falta de respeto de los hijos hacia los padres, la falta de
comunicación entre los miembros de la familia, apenas nos sorprenden ya. Somos conscientes del
hecho de que la familia como institución está en serios problemas.

Los consejeros matrimoniales, ministros, educadores, psicólogos y otros procuran ofrecer


una solución positiva a los problemas familiares, pero sus mejores consejos están basado en
principios concernientes al matrimonio y a la familia establecidos por Dios en su santa Palabra.
Después de todo, cada principio de las relaciones humanas mencionado en la Biblia (por ej. La
regla de oro), sea que esté o no dirigida específicamente a la familia, puede aplicarse en esos
casos.

El primer matrimonio celebrado en el Edén por Dios debía ser el modelo para los
matrimonios de las generaciones siguientes. Debido a que Adán necesitaba compañía, Dios creó a
Eva (Gén.2:18). Cuando Adán la vio, se dio cuenta que ella satisfaría sus necesidades y sintió una
profunda responsabilidad por satisfacer las de ella. "Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de
mi carne", dijo. "Por lo tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y
serán una sola carne" (vers.23,24).

Esta idea de unidad la reitera el apóstol Pablo en Efesios, donde hace hincapié en que el
amor, la preocupación y el interés entre el esposo y la esposa deberían compararse al de Cristo
por su iglesia (cap.5:21-33).

En 2 Corintios 6 Pablo menciona un importante principio relativo al matrimonio. Los


creyentes no deberían unirse en yugo desigual con los incrédulos (vers.14); en otras palabras, los
cónyuges deberían compartir la misma fe. La experiencia ha demostrado que este principio es
válido, puesto que los matrimonios realizados entre creyentes y no creyentes siempre han dado
como resultado un estrés adicional, infelicidad para ambos consortes, transigencias en cuanto a las
normas, e hijos desorientados.

Según el plan de Dios el hogar debe ser uno de los elementos más estables y
permanentes de la sociedad. Con el fin de recalcar esto, Jesús varias veces durante su ministerio
afirmó que la única razón válida para el divorcio es la infidelidad, que una persona que se divorcia
por otros motivos y luego se vuelve a casar se hace culpable de adulterio (Luc.16:18; Mar.10:11,12;
Mat.5:31,32; 19:1-9).

Entonces, ¿qué ha de hacer la gente que no tiene argumentos bíblicos para divorciarse y
sin embargo se divorcia? Pablo aconseja: "Que la mujer no se separe del marido; y si se separa,
quédese sin casar o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer" (1
Cor.7:10,11).

Invitando a Cristo a ser el tercer miembro de la sociedad matrimonial, los esposos y las
esposas serán capaces de hacer más agradable y gratificante su convivencia. Una oración de
bodas que escribió un marido ilustra este punto: "Para que yo pueda estar cerca de ella, acércame
más a ti que a ella; para que pueda conocerla, haz que yo te conozca más a ti que a ella; para que
pueda amarla con el amor perfecto de un corazón cabalmente íntegro, haz que yo te ame a ti más
que a ella y más que a nada en el mundo. Amén. Para que nada se interponga entre ella y yo,

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Creencias Fundamentales

permanece tú entre nosotros en todo momento. Para que podamos estar constantemente juntos,
llévanos contigo a la aislada soledad. Y cuando nos encontremos lado a lado, mi Dios, que sea
sobre tu pecho. Amén".

La Biblia pone énfasis en la responsabilidad de los padres de enseñar a sus hijos a


conocer al Señor y a comprender sus mandamientos (Deut.6:5-9). Se les ordena: "criadlos en
disciplina y amonestación del Señor" (Efe.6:4). Al confiar y amar a sus padres como tutelares
compasivos y afectuosos, los niños pueden aprender a amar y a confiar en Dios como su Padre
que está en los cielos.

Se amonesta a los hijos a obedecer a sus padres, quienes obedecen al Señor (vers.1), y a
honrarlos (Exo.20:12; Efe.6:2,3).

A medida que padres e hijos abran sus corazones a las influencias del Espíritu Santo, la armonía y
el amor prevalecerán en el hogar. El creciente acercamiento del uno al otro y a Dios testificará del
poder del último mensaje evangélico para crear la clase de unidad por la que Cristo oró (Mal.4:5,6;
Juan 17:23).

Lectura auxiliar: Juan 2:1-11; Efe.5:21-23; Prov.22:6.

23. EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL SANTUARIO CELESTIAL

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el santuario se representa como el


lugar donde mora Dios. A veces se menciona el santuario terrenal, otras veces el celestial. El
salmista escribió: "Porque miró (el Señor) desde lo alto de su santuario; Jehová miró desde los
cielos a la tierra" (Sal.102:19). Habacuc agregó: "Mas Jehová está en su santo templo; calle
delante de él toda la tierra" (2:20).

En el Nuevo Testamento se hace referencia repetidamente al templo que está en el cielo.


El libro de Hebreos se refiere a éste como "el verdadero tabernáculo" (8:2) y como "el más amplio y
más perfecto tabernáculo" (9:11). A Jesús se lo representa sirviendo en él como Sumo Sacerdote
(8:1,2). En visión, Juan, el discípulo amado, vio el arca, el altar dorado y el incensario en el templo
celestial (Apoc.11:19; 8:3-5). También vio seres que servían a Dios en el templo (7:15), ángeles
que salían del templo, y el humo que llenaba el lugar (14:15; 15:5-8). En una escena posterior
escuchó "una gran voz del templo" (16:1,17).

Para comprender mejor lo relacionado con el Santuario celestial y la obra que Jesús lleva a
cabo en él como Sumo Sacerdote, es conveniente que consideremos el santuario terrenal, que
construyó Moisés de acuerdo con el modelo que el Señor le mostró (Exo.25:8,9,40). El Santuario
celestial es, por supuesto, superior en todo sentido al terrenal: es "el más amplio y más perfecto
tabernáculo" (Heb.9:8-11). Del mismo modo, el ministerio de Cristo es superior en todo respecto al
de los sacerdotes terrenales. El libro de Hebreos recalca esto reiteradamente. Pero parece claro
que el diseño general de los dos santuarios es similar, y que los servicios del santuario terrenal
debían revelar verdades fundamentales acerca del celestial.

Antiguamente, los sacerdotes realizaban diariamente su obra intercesora en el Lugar Santo


a lo largo del año, pero al final de éste, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote entraba en el
Lugar Santísimo para cumplir con la etapa final de los servicios anuales (Lev.16). En forma
semejante, Cristo inició su ministerio intercesor como nuestro gran Sumo Sacerdote al tiempo de
su ascensión. Por un estudio cuidadoso de Daniel 8 y 9 parece claro que en 1844 Cristo inició la
última fase de su ministerio en el templo celestial; la etapa que corresponde al Día terrenal de la
Expiación. En visión, un ser celestial dijo a Daniel: "Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas;
luego el santuario será purificado" (Daniel 8:14). Suponiendo que el período de 2.300 días
comenzó simultáneamente con la profecía de las 70 semanas del capítulo 9 (y la palabra

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Creencias Fundamentales

determinadas en el versículo 24 sugiere que las 70 semanas debían ser separadas del período
más extenso), el punto de partida sería "la orden para restaurar y edificar a Jerusalén" (vers.25). La
fecha de este decreto, que fue promulgado por el rey Artajerjes, la ubicamos en el año 457 AC.
Usando el principio de día por año para la interpretación profética, los 2.300 días-años se
extenderían hasta 1844 DC.

Las Escrituras no ofrecen una explicación detallada de la obra que comenzaría en el cielo
en 1844, pero al estudiar la purificación del santuario terrenal sabemos que el propósito de ésta era
restaurar el santuario a su estado de limpieza original (compara con Dan.8:14); en otras palabras,
quitar de éste el registro de los pecados que se habían acumulado a lo largo del año a medida que
los sacerdotes salpicaban la sangre sobre el velo. E su estado original, el santuario era puro y libre
de pecado. De allí que en el Día de la Expiación era purificado quitando el registro de los pecados.
Usando el simbolismo del Día de la Expiación, el autor de Hebreos declara que mientras fue
necesario "que las figuras de las cosas celestiales", o sea, el santuario terrenal, fuese purificado
con la sangre de los animales sacrificados, "las cosas celestiales mismas" son purificadas con
"mejores sacrificios que éstos" (9:23), una referencia evidente a la muerte de Jesús en la cruz.

El antiguo Día de la Expiación, día en que el santuario era purificado, era el más solemne
del año puesto que para los judíos era un día de juicio. En él el pueblo debía abstenerse de trabajo,
y afligir sus almas. Aquellos que no lo hacían eran separados de la congregación de Israel
(Lev.23:27-32).

En vista de que los sacerdotes terrenales realizaban su trabajo como una "figura y sombra
de las cosas celestiales" (Heb.8:5), es razonable suponer que antes que Jesús, el verdadero Sumo
Sacerdote, complete su obra en el cielo a favor de los pecadores arrepentidos y venga por
segunda vez para llevar a su pueblo al cielo, "purifica" el Santuario celestial, quitando de los libros
del cielo el registro de sus pecados. Esta obra, que implica separar a sus verdaderos seguidores
de los que simplemente hacen profesión de cristianismo, es a veces denominada el juicio
investigador. La expresión "juicio investigador" no se halla en la Biblia, pero se mencionan todos los
elementos de un juicio: los nombres de los acusados, los libros de registro, el juez, los ángeles
ayudantes, una sentencia, etc. (Véase Dan.7:9,10; Exo.32:32,33; Apoc.3:5; 20:12,15; 22:19,11,12;
Fil.4:3). Esta obra de juicio debe ser completada antes que Jesús regrese a la tierra, puesto que
cuando lo haga será para distribuir sus recompensas (Apoc.22:12; compárese con Rom.2:5-11).

Por cuanto "la purificación" del Santuario celestial implica un juicio y según Daniel 8:14 ésta
debía comenzar al final de los 2.300 años, el mensaje proclamado por el primer ángel de
Apocalipsis 14 tiene especial significación e importancia hoy: "Temed a Dios, y dadle gloria, porque
la hora de su juicio ha llegado" (vers.7). La solemnidad de este tiempo de juicio no puede
exagerarse, puesto que cuando el tribunal celestial finalice su obra Jesús vendrá y llevará con El al
cielo a los que "guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (vers.12).

Cuando se la comprende correctamente, la doctrina del Santuario celestial es una piedra


fundamental de la fe cristiana. Exalta al Cristo viviente como nuestro gran Sumo Sacerdote y
Abogado. Deja en claro que la ley de los Diez Mandamientos es la norma por la cual se juzgará el
carácter. Revela que el período actual de la historia es singular y solemne. Demuestra que Dios es
justo y misericordioso en la forma como trata a los seres creados y resuelve el problema del
pecado. Debido a esta obra llevada a cabo en el Santuario celestial, toda pregunta, duda y reserva
acerca del Señor y su trato con Satanás será disipada y los redimidos se unirán en el cántico de la
gloriosa antífona: "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y
verdaderos son tus caminos, Rey de los santos" (cap.15:3).

Lectura auxiliar: Heb.1:3; 4:14-16; 9:11-28; Dan.7:9-27; 8:13,14; 9:24-27; Núm.14:34; Eze.4:6; Mal.3:1.

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Creencias Fundamentales

24. LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO


Desde los albores de nuestra existencia como pueblo, nosotros, los adventistas del
séptimo día hemos entonado canciones acerca de la "esperanza bienaventurada" de la segunda
venida de Cristo (Tito 2:13). Como lo indica la mitad de nuestro nombre denominacional,
esperamos una segunda venida literal. No sólo Jesús regresará sino que lo hará pronto, aunque no
ha revelado un momento específico para este acontecimiento. Puesto que creemos que un día
veremos a Jesús volver en triunfo, rodeado por sus santos ángeles, somos un pueblo feliz, y
nuestros cánticos reflejan este gozo.

La razón de su regreso es que El ama a sus hermanos y hermanas humanos y desea que
estén a su lado. "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros", dijo a sus primeros discípulos. "Y si
me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy,
vosotros también estéis" (Juan 14:2,3). Jesús llevará al cielo con El a sus amados: los que estén
vivos en el momento de su regreso y los que habiendo muerto sean resucitados cuando El venga.
(Véase 1 Tes.4:16,17).

Aunque nadie sino Dios sabe el momento exacto del segundo advenimiento, es posible
saber, estudiando las profecías y las señales, que está cerca, "a las puertas" (Mat.24:33). La
segunda venida pondrá fin a los poderes terrenales de la era actual y establecerá el reino de Dios,
el último de los reinos predichos en Daniel 2. Dado que la historia registra que las otras porciones
de la profecía de Daniel 2 se han cumplido, no hay duda de que el reino del Señor se establecerá
según fue predicho.

Cuando Jesús habló con sus discípulos en el Monte de los Olivos no mucho tiempo antes
de su crucifixión, enumeró una serie de señales por las cuales sus seguidores podrían reconocer
cuándo su venida estaría próxima (véase Mat.24, Mar.13 y Luc.21). Habría señales en el cielo y en
la tierra, y el Evangelio sería predicado en todo el mundo. El apóstol Pablo predice el surgimiento
del anticristo, "el hombre de pecado", antes de este evento (2 Tes.2:1-9) y Santiago describe
disturbios sociales e injusticias en el plano económico (cap.5:1-7). Pedro anticipa el escepticismo
hacia "la promesa de su advenimiento" (2 Ped.3:1-6) y explica por qué ésta se ha retrasado.

Además de observar cuidadosamente las señales del regreso de Jesús, debemos aprender
todo lo posible acerca de cómo vendrá, puesto que falsos "cristos" aparecerán en los últimos días y
engañarán a muchos (Mat.24:4,5).

Su regreso será personal y literal. Según lo predijeron los ángeles, "este mismo Jesús"
regresará a la tierra del mismo modo en que ascendió (Hech.1:11). Su segundo advenimiento no
debe confundirse con la presencia espiritual de Cristo en la vida de los creyentes desde su
ascensión, ni con la venida del Espíritu Santo como representante de Cristo, ni con la muerte.

Su regreso no sólo será literal, sino también visible (Apoc.1:7; Mat.24:26,27). Multitudes
verán a Jesús y a sus ángeles venir a la tierra, creyentes e incrédulos por igual. No habrá nada
secreto en lo concerniente al arribo de Jesús. Lo veremos y lo oiremos. En 1 Tesalonicenses 4:16
Pablo describe este acontecimiento acompañado "con voz de mando, con voz de arcángel", y el
sonido de la trompeta.

El regreso de Jesús será glorioso; se lo compara con el esplendor de un gran rayo que
ilumina el cielo entero (Mat.24:27,30). Y será acompañado por la resurrección de los justos
muertos (1 Tes.4:16).

Mientras aguardamos su regreso sentimos que debemos hacer lo posible para forjar un
mundo mejor, teniendo siempre en la mente que nuestra meta final es prepararnos nosotros
mismos para el mundo que vendrá.

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Creencias Fundamentales

Una canción favorita de muchos, característica del programa radiofónico mundial de la


Iglesia Adventista, La Voz de la Esperanza, describe apropiadamente nuestra anticipada
expectativa de la segunda venida:

Siervos de Dios, la trompeta tocad:


¡Cristo muy pronto vendrá!
A todo el mundo las nuevas llevad:
¡Cristo muy pronto vendrá!
¡Pronto vendrá! ¡Pronto vendrá!
¡Cristo muy pronto vendrá!

Lectura auxiliar: 1 Cor.15:51-54; Joel 3:9-16; Heb.9:28.

25. MUERTE Y RESURRECCION


La enseñanza bíblica concerniente a la resurrección y a la condición de los seres humanos
en la muerte está llena de consuelo y ánimo. En momentos de dolor no necesitamos abandonarnos
a un pesar incontrolado, "como los otros que no tienen esperanza" (1 Tes.4:13). La razón de
nuestra esperanza es Cristo, quien dijo: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Juan 14:19).

Según nuestro entendimiento acerca de lo que le ocurre a una persona al morir, durante el
estado intermedio y en la resurrección, los adventistas diferimos de la mayoría de los cristianos.
Hablamos de la resurrección de una persona. Creemos en la unidad de la persona y en la
imposibilidad de una existencia consciente separada del cuerpo. NO hay fundamento bíblico
alguno que apoye el concepto de que en la resurrección hay una reunión del cuerpo y un alma de
la cual, en la muerte, habría sido separada. Los vocablos hebreos y griegos traducidos como
"alma", en la Biblia representan básicamente la persona misma, no una parte de ella consciente y
viviente eternamente, capaz de existir sin el cuerpo.

Al morir, la persona deja de ser consciente (Sal.146:4). El cuerpo se desintegra y pasa a


ser como el polvo de la tierra (Ecl.3:20). Los muertos no existen conscientemente en el cielo o en el
infierno. Metafóricamente hablando, ellos duermen (Juan 11:11; 1 Tes.4:14). Serán llamados a la
resurrección desde sus tumbas, donde, sin haber tenido noción de tiempo, su espera les parecerá
como si hubiera sido sólo un momento.

Esta es otra demostración del amor y la misericordia de Dios, puesto que si las "almas"
fueran llevadas al cielo en el momento de su muerte, ¿cómo podrían disfrutar plenamente la dicha
del cielo al ver la aflicción y el dolor que sus amados están sufriendo en la tierra?

Aunque la Biblia no enseña nada acerca del alma consciente o de la supervivencia del
espíritu luego de la muerte del cuerpo, tiene mucho que decir con respecto a la vida después de la
muerte. Deja en claro que ésta viene a todos, a los justos y a los impíos, pero describe un futuro
totalmente diferente para cada uno (Juan 5:28,29). Después de descansar en el polvo hasta la
resurrección, los muertos vivirán nuevamente para recibir las consecuencias de las elecciones que
hayan hecho en sus vidas: los que hayan aceptado el ofrecimiento de Cristo de vida eterna
(cap.3:16) recibirán la inmortalidad; los que hayan rechazado el ofrecimiento no le dejan a Dios otra
opción que abandonarlos a la separación eterna. Ellos no pueden recibir vida de ninguna otra
fuente, y tampoco pueden continuar recibiéndola del Señor, quien debido a su amor por sus hijos
redimidos no puede permitir que el egoísmo y el pecado coexistan en su universo perfecto.

En el segundo advenimiento los santos de todos los tiempos recibirán su herencia


simultáneamente (1 Tes.4:16,17). En ese día de resurrección, cada persona será una nueva
creación. Les será dado un cuerpo nuevo y, sin embargo, cada uno reconocerá a sus amigos y
será reconocido por ellos. Los que transiten por las calles del cielo serán las mismas personas que

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Creencias Fundamentales

vivieron en la tierra y pasaron por la experiencia que los hizo diferentes. Es reconfortante saber que
Dios conservará el carácter y la personalidad de sus hijos y que en ese día de resurrección los
restaurará a sus propias características personales, especiales.

Como otros, los adventistas consideramos que la muerte es un enemigo, pero no estamos
aterrorizados por ella. Podemos hacerle frente confiadamente, encomendándonos al amante Padre
y a Jesús, nuestro Hermano Mayor, cuya victoria sobre la tumba puede ser nuestra también, por
medio de la fe.

Un adventista que descubrió recientemente que es víctima de una enfermedad incurable


ilustró esta clase de confianza cuando le escribió a un amigo íntimo de la familia:

"El martes por la tarde... el diagnóstico original... fue confirmado. Como te puedes imaginar,
fue difícil de aceptar, pero todo va a salir bien, lo sé. Dios puede aún hacer milagros. Aquella noche
mi esposa y yo mantuvimos una larga conversación y enfrentamos realmente todo este asunto por
primera vez juntos. A veces pienso que el Señor pone a prueba el fervor de nuestras oraciones y
retrasa la respuesta para que nuestra fe sea examinada. No importa qué ocurra, el tiempo es muy
corto en lo que respecta a esta tierra. Se nos ocurrió pensar que podría ser como si un padre le
dijera a su hijito que es hora de ir a la cama. El niñito puede objetar y decir que desea permanecer
levantado un ratito más, pero el padre probablemente diría: 'Hijo, mañana será un día mejor, un día
en el que podrás hacer todas las cosas que tanto deseas hacer'.

"Si eso es lo que Dios me está diciendo, ¿por qué habría yo de cuestionar su sabiduría?"

Lectura auxiliar: 1 Tim.6:15; Rom.6:23; 1 Cor.15:51-54; Ecl.9:5,6; Rom.8:35-39; Apoc.20:1-10; Juan 5:24.

26. EL MILENIO Y EL FIN DEL PECAD0


El libro de Apocalipsis describe un período de mil años conocido por los estudiosos de la
Biblia como "el milenio". El término milenio no aparece en la Biblia pero deriva de dos vocablos
latinos: mille, que significa mil y annum, que significa año. En los estudios acerca de las profecías,
estos investigadores de la Biblia usan el término para referirse exclusivamente al período de mil
años presentado en Apocalipsis 20.

De todos los tiempos proféticos que encontramos en las Sagradas Escrituras, tal vez los
puntos de inicio y finalización del milenio son los más fáciles de establecer, puesto que éste
comenzará con una resurrección y concluirá con otra resurrección.

La resurrección con la cual se iniciará se denomina "primera resurrección" y afectará


solamente a los justos muertos, ya que las Escrituras dicen: ""Bienaventurado y santo el que tiene
parte en la primera resurrección" (apoc.20:6). La resurrección que ocurrirá al concluir este período
es conocida como la "segunda resurrección" y está relacionada sólo con los impíos (los que no
fueron levantados en la resurrección de los justos), los que "no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil años" (vers.5).

Estas son las resurrecciones a las cuales se refirió Jesús cuando dijo: "Porque vendrá hora
cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a
resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Juan 5:28,29).

Dado que la Biblia afirma claramente que la resurrección de los justos ocurrirá en ocasión
del segundo advenimiento de Cristo, sabemos cuándo empezará el milenio. El apóstol Pablo
declara: "El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos,

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Creencias Fundamentales

los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire" (1 Tes.4:15-17).

Es indudable, entonces, que el milenio comenzará con la segunda venida de Cristo, puesto
que en ese momento es cuando los justos muertos serán resucitados. Luego ellos, con los justos
vivos, serán llevados al cielo con Cristo, como El lo prometió (véase Juan 14:1-3). Juan, el
discípulo amado, dice: "Vivieron y reinaron con Cristo mil años" (Apoc.20:4).. Durante ese período
estarán ocupados en la obra del juicio, que implica la investigación de los casos de los perdidos y
es parte del plan divino para demostrar al universo entero que Dios es justo y misericordioso. Los
salvos, habiendo escogido el camino de Dios y recibido el derecho y la idoneidad para el cielo por
la aceptación de la justicia de Cristo, serán absueltos y llevados al cielo cuando Jesús venga.

¿Dónde estarán los impíos mientras sus casos son examinados? Aquí en la tierra, muertos.
Sólo los justos serán levantados cuando el Señor venga. De allí que está claro que los millones de
personas no salvas que murieron a lo largo de los siglos pasados permanecerán en sus tumbas
hasta la resurrección al fin del milenio. Y los impíos que estén vivos cuando Jesús regrese serán
destruidos (2 Tes.1:7-10; Jer.25:33; Apoc.19:11-21). De modo que durante el milenio los
incontables millones de perdido estarán muertos.

Esto ayuda a entender por qué las Escrituras afirman que Satanás estará "atado" durante
los mil años. Desde que tentó a Adán y Eva en el Jardín del Edén, siempre ha estado ocupado en
engañar a la gente y guiarla al pecado. Pero al estar los justos en el cielo y los impíos en sus
sepulcros, no tendrá nada que hacer. La Biblia lo representa como si estuviera atado con una
cadena (Apoc.20:1,2). La cadena, evidentemente, es simbólica y no literal, así como nosotros a
veces decimos que nos gustaría ir a algún lado o hacer algo pero no podemos porque "tenemos las
manos atadas". La traslación de los justos y la muerte de los pecadores son eslabones de la
cadena que confinará a Satanás.

La Biblia dice que el lugar en el cual Satanás estará "atado" es el "abismo" (vers.1,3). Este
"abismo" es nuestra tierra. Cuando Cristo venga a la tierra quedará reducida al caos a causa de
terremotos, tormentas y violencia humana (ver Apoc.16:18-20; Isa.6:11; 24:1; Jer.4:23-27). Tan
devastadora será la destrucción que prevalecerán las condiciones de la semana previa a la
creación. En la traducción griega del Antiguo Testamento, conocida como Septuaginta, la misma
palabra que se usa en Génesis 1:2 para significar "desordenada y vacía", se traduce como
"abismo" en Apocalipsis 20:1. Así, durante mil años Satanás estará atado por las circunstancias en
este mundo destruido, sólo ocupado en contemplar la ruina que obró en las vidas humanas y en la
naturaleza.

Sin embargo, al final del milenio será "soltado" o estará activo una vez más, cuando las
huestes de impíos sean levantadas para oír la sentencia y recibir su castigo. Las Escrituras
declaran: "Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelo de su prisión, y saldrá a engañar a
las naciones... a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar"
(Apoc.20:7,8).

¿Por qué reunirá Satanás a la gente para la batalla? Porque intenta hacer un último
esfuerzo para lograr la victoria en su rebelión contra Dios. Satanás se prepara para atacar la
Ciudad Santa, el hogar de los redimidos que ha descendido a la tierra (véase Jud.14, 15). El
profeta Juan resume la escena con estas palabras: "Yo Juan vi la santa ciudad, la Nueva
Jerusalén, descender del cielo, de Dios" (Apoc.21:2). Los ejércitos de los impíos "subieron sobre la
anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada" (20:9).

Pero el ataque fracasará. Fuego de Dios consumirá a Satanás y su hueste (vers.9). Toda la
tierra se transformará en un lago de fuego, un fuego que destruirá todo vestigio de pecado y
purificará la tierra. El apóstol Pedro lo describe en estas palabras: "Los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas" (2 Ped.3:10).

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Creencias Fundamentales

De modo que al fin del milenio Satanás y todos los que lo hayan seguido en la rebelión
serán destruidos. El universo estará libre de pecado. Luego Dios recreará esta tierra para que sea
el hogar eterno de los salvos. Pedro escribió: "Nosotros esperamos, y según sus promesas, cielos
nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia" (vers.13; véase también Apoc.21:5).

"El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está
purificado. La misma pulsación de armonía y gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo
creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo
más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas, declaran en
su belleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor" (El Gran Conflicto, pág.737).

Lectura auxiliar: Zac.14:1-4; Mal.4:1; 2 Tes.1:7-9; Apoc.19:17,18,21.

27. LA TIERRA NUEVA


Cuando el pecado y los pecadores sean finalmente destruidos al concluir el milenio, el
fuego que los consuma también borrará de esta tierra las huellas del pecado. Entonces Dios hará
nuevas todas las cosas y las hará como El se propuso que fueran al principio, cuando creó este
mundo (2 Ped.3:10-13; Apoc.21:5).

En la tierra nueva habrá muchos motivos de deleite para los hijos de Dios, delicias que
están más allá de nuestra comprensión actual, de las que "nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni
ojo ha visto"... las que El (Dios) ha preparado para "el que en él espera" (Isa.64:4).

Aunque no podemos imaginar ni aún mínimamente las glorias reservadas para los redimidos, la
Biblia nos ofrece una sorprendente cantidad de información al respecto.

Tendremos moradas preparadas para nosotros por Jesús en la casa de su Padre (Juan
14:1-3). También construiremos hogares y los habitaremos (Isa.65:17,21). Cultivaremos la tierra y
comeremos del fruto de nuestra labor (vers.21,22). Con mentes ya no más entorpecidas por el
pecado o limitadas por el tiempo, estaremos en condiciones de investigar la sabiduría de un
universo sin mancha.

El dolor y la tristeza que han acosado nuestras vidas ya no existirán más. Juan el revelador
nos da la promesa en vibrantes palabras: "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no
habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron"
(Apoc.21:4). Pensemos: nunca más tendremos que temer que el tiempo en compañía de un amigo
o un ser amado sea abreviado por la muerte. Dispondremos de toda la eternidad para cultivar
nuevas amistades y para mantenerlas activas y crecientes. Como alguien dijo: "Podremos tener
cerca para siempre a todos los que amamos".

Los cambios en la naturaleza, provocados por el pecado, desaparecerán. Los cuerpos


humanos se mantendrán fuertes y jóvenes eternamente. Las hojas de los árboles ya no caerán
más y los animales serán pacíficos otra vez. "El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el
león comerá paja como el buey... No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová"
(Isa.65:25).

La nueva Jerusalén, que habrá descendido a la tierra desde el cielo al final del milenio,
será la capital del universo de Dios. Allí, en medio de la ciudad, fluirá "un río limpio de agua de
vida" (Apoc.22:1). A ambos lados del río se yergue el árbol de la vida, "que produce doce frutos,
dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones" (vers.2). No
habrá noche en la ciudad; no necesitará la luz del sol o de la luna porque la gloria de Dios la
iluminará (cap.21:23). Como pueblo del Señor no experimentará más el cansancio, no necesitará
del descanso nocturno.

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Creencias Fundamentales

Pero mucho más allá que cualquier gratificación material que recibamos como herederos
de este reino, estará la recompensa de una comunicación plena e ilimitada con Dios y con Cristo.
Aunque "ahora vemos por espejo, oscuramente", entonces lo veremos "cara a cara" y "entonces
conoceré como fui conocido" (1 Cor.13:12).

"Y a medida que los años de la eternidad transcurran, traerán consigo revelaciones más
ricas y aún más gloriosas respecto de Dios y de Cristo. Así como el conocimiento es progresivo, así
también el amor, la reverencia y la dicha irán en aumento. Cuanto más sepan los hombres acerca
de Dios, tanto más admirarán su carácter. A medida que Jesús les descubra las riquezas de la
redención y los hechos asombrosos del gran conflicto con Satanás, los corazones de los redimidos
se estremecerán con gratitud siempre más ferviente, y con arrebatadora alegría tocarán sus arpas
de oro; y miríadas de miríadas y millares de millares de voces se unirán para engrosar el potente
coro de alabanza" (El Conflicto de los Siglos, págs.736,737).

"La obra de la redención estará completa. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia
de Dios. La tierra misma, el campo que Satanás reclama como suyo, ha de quedar no sólo
redimida sino exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del pecado la única
mancha oscura de su gloriosa creación, será honrada por encima de todos los demás mundos en
el universo de Dios. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma humana; donde el Rey de gloria
vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará el tabernáculo de Dios con los
hombres, morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos. Y a
través de las edades sin fin, mientras los redimidos andes en la luz del Señor, le alabarán por su
don inefable: Emmanuel: 'Dios con nosotros' " (El Deseado de Todas las Gentes, pág.18).

Lectura auxiliar: 2 Ped.3:13; Gén.17:1-8; Mat.5:5; Apoc.11:15.

Compilado por Daniel Vera Monardes (sello@uol.cl)

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