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La Escala: Y Soñó: y He Aquí Una Escalera Que Estaba Apoyada en Tierra, y Su Extremo Tocaba en El Cielo.

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Joel Gómez
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LA ESCALA

"Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el
cielo..." GÉNESIS 28:12

La voz que nunca yerra dice: "Sabed que vuestro pecado os alcanzará." Por lo tanto, la
miseria sigue los pasos del trasgresor en cumplimiento de esta ley eterna. Cuando los pies se
apartan del sendero del Evangelio, sólo hallan surcos sembrados de dolor. La piedad es un
remanso de paz; pero el que se aparta de ella se encuentra en un mar de dificultades.
El caso de Jacob confirma, dolorosamente, esta verdad. Como un paria vagabundo
marcha por un camino hosco y solitario. El viaje que tiene ante él es largo y peligroso. Recuerda
con añoranza todo lo que ha dejado atrás. Le sobrecoge un temblor al prever los males del
mañana. Pero su angustia más profunda proviene de una conciencia turbada: si abandona su casa
es porque primero ha abandonado a Dios.
Alma, sopórtalo todo y sufre mucho, si es necesario, pero nunca te aventures, inducido
por tretas malignas, a andar delante de la columna de fuego y la nube. El pecado del hombre no
puede acelerar los propósitos predeterminados de Dios. Por el contrario, detiene la mano
dispuesta a bendecir y la arma con el azote disciplinario.
Posiblemente nunca se ha puesto el sol estando una persona tan sombría como lo estaba
Jacob cuando se detuvo en Luz. Su techo era el firmamento, su lecho la tierra desnuda, y una
piedra rugosa le bastó para apoyar cabeza.
Pero Jacob era, desde la eternidad, heredero de una herencia imperecedera, que no se
puede perder. Por eso tenía él un amigo que se dolía con él, y cuidaba sus pasos con solicitud.
Era el Señor, cuyo amor es sabiduría, y que guía a sus hijos a pasos difíciles para su bien, no
abandonándolos en la adversidad. Esto es lo que ocurrió con Jacob y lo que seguirá ocurriendo
mientras los santos tengan necesidad de ser humillados para que después se levanten con
seguridad.
Por fin el sueño vence sus ojos cansados. Pero en las velas de la noche el ojo de la fe
percibe, con gozo, maravillosas enseñanzas. "Y he aquí una escalera que estaba apoyada en
tierra, y su extremo tocaba en el cielo." Ésta era una señal muy clara de Aquel que nos reconforta
revelándose a Sí mismo. La simiente de la mujer, la bendición de la tierra y el pacto con Su
pueblo, quedan revelados en este significativo símbolo. El Redentor se presenta en su persona, su
obra y su gracia maravillosa. El patriarca descubrió que el estar lejos del hombre es estar cerca
de Dios. Levantándose exclamó: "Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabia."
Esta imagen, tan llena de verdad evangélica, no se desvaneció cuando llegó la aurora. Su
poder alcanza para enseñar por todas las edades, y para hacer de todo lugar solitario un nuevo
Bet-el para un corazón peregrino.
Considera bien esta escalera. Jamás ha habido una semejante en la tierra. Su extensión es tal que
llega a unir el mundo de la divinidad y el de los hombres. Nuestra morada envilecida por el
pecado queda conectada a la mansión del Eterno. Apoyándose en el mismo suelo que nuestros
pies manchan, se alza, atraviesa los cielos y llega al mismo trono de Dios.
Por lo tanto es un símbolo del Señor, que a la vez que es el Altísimo, es también el más
humilde; y que no estimó como cosa a que aferrarse el ser semejante a Jehová, antes tuvo por
sumo gozo contarse entre los miembros de la gran familia humana. Este símbolo muestra a Jesús
en el milagro de su persona: hombre sin cesar de ser Dios; Dios sin rehusar ser hombre.
¡Buenas nuevas son éstas! Debemos asirlas como ancla de nuestra esperanza y luz de
nuestra salvación. El Jesús en quien creemos es el Dios Todopoderoso. Todo lo que la Divinidad
posee de poder, sabiduría, amor y dominio ha sido suyo, y lo será por todas las edades. Nació en
la eternidad. Su hogar es el cielo. Su potencia es infinita. Su voluntad siempre se cumple. Se
corona de gloria, y el brillo de su diadema es la redención de las almas. Ni aun forzando el
pensamiento podemos llegar a comprender su inmensidad. Al final de esta escalera está Jesús
reinando como Dios viviente.
Hay que hacer observar, también, que un Salvador inferior a éste no podría haber salvado
un alma manchada de pecado. Porque ¿qué es el pecado? El pecado es un mal infinito, porque
ultraja todos los atributos infinitos de Dios. Por esta razón va siempre unido a un castigo infi nito.
Sus consecuencias son incalculables. Sube hasta el cielo y despierta la ira divina. Desciende al
infierno y enciende las llamas inextinguibles. Es de consecuencias eternas. Se hace en un
momento, pero no se puede deshacer por todas las edades ¿Y quién puede quitarlo? Si el hombre
lo roca se vuelve más pecaminoso. Los esfuerzos de los ángeles son inútiles. Pero viene Jesús, y
al derramar su sangre desaparece el pecado. La causa es ésta: Jesús es Dios. Si los cielos fueran
el púlpito. el trueno rugiente la voz, y todo el universo la audiencia, no habría frase más digna de
decirse que ésta: La sangre da Jesús limpia de pecado, porque la sangre de Jesús es la sangre de
Dios.
De aquí proviene el deleite que Jesús da al corazón redimido. Consciente de sus
iniquidades, halla en los méritos del Dios Salvador un sepulcro donde enterrarlo todo. Ahora
podemos comprender por qué hay muchos que tienen en poco esta gran salvación, y se contentan
con un pobre refugio que ellos mismos fabrican. Es porque no saben lo que es el pecado. Pero
cuando el Espíritu toca la conciencia, dejando el pecado al descubierto, ya no puede haber paz
sino en el refugio divino. Cristo, y Cristo sólo, es ese refugio.
Temo que para muchos todo esto sea una verdad oculta. Los hombres se atreven a jugar
con los elementos de la naturaleza, pero si pudieran ver esta verdad no se atreverían a pisotear al
Dios salvador.
Este símbolo también anuncia que Jesús se ha revestido con nuestra naturaleza. La escalera
apoyada en la tierra representa a Jesús siendo tan verdadero hombre como nuestro hermane para
redimirnos. El hombre debe morir. Jesús, como hombre, cuelga de la cruz para representarnos; y,
come Dios, está allí para sustituirnos. Su divinidad da poder al acto y su humanidad lo confirma.
La una representa su absoluta suficiencia, y la otra su perfecta idoneidad. De este modo Cristo
cancela la deuda y sufre todo el castigo. La maldición a desaparecido ya es verdadero Dios. Sí,
nuestro Creador se ha hecho cambio ha creado una maravillosa justicia. Su esposa, la Iglesia,
sube con esplendor inmaculado hasta el trono de Su gloria.
Los usos comunes de la escalen ~ nos pueden enseñar mucho en el divino arte de acudir a
Jesús vara obtener su ayuda. Con una escalera nos despeamos del suelo y nos elevamos a las
cosas que están arriba. Así también, por medio de Jesús, nuestras almas hallan el paso franco
para elevarse de su bajo estado a las hermosas alturas de Sión. El pecado, además de dejarnos
postrados y sin medios para remontarnos, abrió un abismo que el hombre, por sí solo, no podía
salvar. Pero cuando Jesús se interpone, la distancia desaparece.
Sé que el deseo de tu corazón es que tus oraciones y alabanzas lleguen hasta Dios. Pues
bien: confíalas a Jesús y nada podrá detener su ascenso. Ansias que tus lágrimas de penitencia y
tus suspiros de dolor se oigan en aquel lugar donde reina la misericordia. Entonces, gime unido a
Jesús y tocarás el corazón del Padre. Si te estás esforzando para que tus palabras y tus obras
glorifiquen su nombre, hazlo todo en la presencia de Jesús y nada será en vano. ¡Qué hermoso es
ver aparecer todas las esperanzas y acciones de la fe ante el trono de Dios! Sabes, también, que
pronto has de morir. Encomienda tu espíritu al cuidado de Jesús, y, cuando quede libre de esta
prisión de barro, se remontará, como con alas de águila, y no se detendrá hasta transponer las
puertas del día eterno.
Pero la misma escalera también sirve para descender. ¿Cómo podríamos recibir las
provisiones que necesitamos de arriba? Sólo Jesús ofrece un camino abierto. A través de Él el
Espíritu es derramado. La luz que disipa nuestras tinieblas, las visiones de su amor redentor, la
fortaleza para empezar y proseguir la carrera celestial, y el gozo que nos reaviva, descienden por
esta línea de unión. Cuando el creyente se sitúa en esta escalinata, puede oír voces que le
aseguran que su iniquidad ha sido perdonada, y su alma salvada. Éste es el camino por donde las
promesas llegan hasta su mano, y las contestaciones le demuestran que sus oraciones han sido
escuchadas. ¿Cómo podremos bendecir bastante a ese Jesús que une a un pueblo bendito con un
Dios bendecidor?
Lector, este tema es personal y práctico. Dime si has hallado, si aprecias debidamente y si
utilizas a diario esos escalones venidos del cielo. El solemne significado de esa pregunta es éste:
¿Estás unido, por fe, a Jesús? La fe es el ojo que ve esa escalera, la mano que la toca y los pies
que nos hacen subir. Para saber si el Espíritu te ha revelado lo que para Jacob fue nueva vida, hay
una prueba sencilla: ¿Eres capaz de pisotear el mundo con sus pasiones, sus costumbres, sus
máximas y principies? Los pies que están en la escalera ya no descansan en la tierra. El hombre
que está en Cristo se encuentra muy por encima del mundo. "...No son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo."
Aún hay otra prueba: ¿Vives una vida ascendente? El creyente va subiendo, paso a paso,
de bendición en bendición. No puede haber crecimiento en tanto que nuestros afectos nos aten al
fango. Hay que ser completamente de Cristo o no se puede ser en absoluto.
Ese ascenso requiere un esfuerzo. Los cristianos tienen Cada nervio en tensión. Corren,
inagotables, una larga carrera. Luchan en oración. Su celo fluye como la marea del océano. No se
cansan de buscar en la mina de la Verdad, y de esparcir las riquezas que encuentran. Es como si
invadiesen el cielo con santa violencia. Lector, si eres un haragán o un perezoso soñoliento, temo
por ti. Cristo trabajó en lo tierra, y Cristo trabaja en los cielos. Como es la cabeza así han de ser
los miembros. Tal como es el Señor así han de ser los siervos.
Ten cuidado, también, de las escaleras falsas. Satanás ha preparado muchas. Tienen una
forma agradable, parecen alcanzar el cielo. Pero, en realidad, su extremo apunta al infierno. Sus
escalones están podridos y se quiebran con facilidad. Sólo hay una escalera de salvación: Cristo
Jesús.
Creyente: has profesado estar en esa escalera. Está firme. Vigila y ora. Han habido
quienes parecían subir bien y cayeron estrepitosamente. El resbalón más peligroso es el que se da
cuando casi se ha llegado arriba. Si sabes que has caído, levántate y adora a Dios para que tu
vida prosiga. Levántate y suplica misericordia para volver a ascender.
Pecador: tú no sabes nada de este camino a Dios. En este momento te encuentras alejado.
¿Cómo podrás resistir el estar alejado para siempre? Escucha; y que el Espíritu bendiga esta
última palabra. Hay una Escalera para apartarse de cada pecado y de cada dolor terreno. Pero no
hay escalera para escapar de la paga del pecado. No había escalones para que el rico hombre se
acercara al seno de Abraham. No hay salida por donde judas pueda huir de su prisión.

***

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