Monseñor romero
Comentario
Nombre: Rodny Sebastian Aguirre Morales
El padre Romero según la película era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. No
aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de ello fue la cómoda
cama que un grupo de señoras le regaló en una ocasión, la cual regaló y continuó ocupando
la sencilla cama que tenía.
Dada su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El
Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central.
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral elevándolo al
ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que tenía al ilustre Mons. Luis
Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas. Con
ellos compartiría su desafío pastoral y en el día de su ordenación episcopal dejaba claro el
lema de toda su vida: "Sentir con la Iglesia".
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No se adaptaba a
algunas líneas pastorales que se impulsaban en la Arquidiócesis y además lo aturdía el
difícil ambiente que se respiraba en la capital. También fue nombrado director del
semanario Orientación, y le dio al periódico un giro notablemente clerical. Este "giro" le
fue muy criticado por algunos sectores dentro de la misma Iglesia, considerándolo un
"periódico sin opinión".
En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la Iglesia se edificaba en contra
de esa situación de dolor, por tal motivo la persecución a la Iglesia en todos sus sentidos
comenzó a cobrar vida.
Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la Diócesis de Santiago
de María fue su nuevo camino. El 15 de octubre de 1974 fue nombrado obispo de esa
Diócesis y el 14 de diciembre tomó posesión de la misma. Monseñor Romero se hizo cargo
de la Diócesis más joven de El Salvador en ese tiempo.
En junio de 1975 se produjo el suceso de "Las Tres Calles", donde un grupo de campesinos
que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión alguna, incluso a criaturas
inocentes.
El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados; las "armas" no
eran más que las biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos. En ese momento,
los sacerdotes de la Diócesis, sobre todos los jóvenes, pidieron a Monseñor Romero que
hiciera una denuncia pública sobre el hecho y que acusara a las autoridades militares del
siniestro, Mons. Romero no había comprendido que detrás de las autoridades civiles y
militares, detrás del mismo Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su
amigo personal, había una estructura de terror, que eliminaba de su paso a todo lo que
pareciera atentar los intereses de "la patria" que no eran más que los intereses de los
sectores pudientes de la nación. Mons. Romero creía ilusamente en el Gobierno, éste era su
grave error. Poco a poco comenzó a enfrentarse a la dura realidad de la injusticia social.
Los amigos ricos que tenía eran los mismos que negaban un salario justo a los campesinos;
esto le empezó a incomodar, la situación de miseria estaba llegando muy lejos como para
quedarse esperando a una solución de los demás. La situación se agudizó y las relaciones
entre el pueblo y el gobierno se fueron agrietando.
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado
Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes,
en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos
una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de
dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: "la lógica de Dios desconcierta
a los hombres".
El 12 de marzo de 1977, se dio la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un
sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La
muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte
le dolió mucho: "un mártir dio vida a otro mártir".
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en torno al Arzobispo,
los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la "fe" de
los hombres se volvió en el arma que desafiaría las cobardes armas del terror. La situación
se complicó cada vez más. Un nuevo fraude electoral impuso al general Carlos Humberto
Romero para la Presidencia. Una protesta generalizada se dejó escuchar en todo el
ambiente.
En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable
protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo
llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar
cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el
púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de
esperanza para cambiar esa estructura de terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones
que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a
ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia
en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes organizaciones
político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en
varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia
una revolución
.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña
extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su
personalidad misma, cotidianamente eran publicados en los periódicos más importantes,
editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba, calumniaba, y más
seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero. La "Iglesia Perseguida en
El Salvador" se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la misma, luego del asesinato
del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros asesinatos más. Fueron asesinados los
sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito Luisito Torres, luego fue asesinado el padre
Ernesto Barrera, posteriormente fue asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio
Ortiz y cuatro jóvenes más. Por último fueron asesinados los padres Rafael Palacios y
Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia
que se había desatado en el país.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan
tímido como Mons. Romero se convirtiera en un "implacable" defensor de la dignidad
humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: "voz de los
sin voz". Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron
de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons.
Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona
en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que
acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor
humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba
interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons.
Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús,
en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos
fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue
considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: "en
nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios,
CESE LA REPRESION".
Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez fue asesinado de un certero
disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital
La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de
Jesús. Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de compañía,
sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias
adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral para darle el último adiós,
prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a
alguien, pero él era su padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última vez.
Tres años de fructífera labor arzobispal habían terminado, pero una eternidad de fe, fortaleza y
confianza en un hombre bueno como lo fue Mons. Romero habían comenzado, el símbolo de la
unidad de los pobres y la defensa de la vida en medio de una situación de dolor había nacido.