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EL SOL DE
JUSTICIA
Osvaldo Rebolleda
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Señor, quién los ofrece con la generosidad que lo caracteriza
a todos aquellos que desean capacitarse más y lo consideran
de utilidad.
No se permite la transformación de este libro, en cualquier
forma o por cualquier medio, para ser publicado
comercialmente.
Se puede utilizar con toda libertad, para uso de la enseñanza,
sin necesidad de hacer referencia del mismo.
Se permite leer y compartir este libro con todos los que más
pueda y tomar todo concepto que le sea de bendición.
Revisión literaria: Autores Argentinos
Este libro fue escrito íntegramente en Estados Unidos
Ministerio: Kingdom Center
Diseño de portada: EGEAD
Todas las citas Bíblicas fueron tomadas de la Biblia versión
Reina Valera, salvo que se indique otra versión.
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CONTENIDO
Introducción………………………………………………5
Capítulo uno:
Dios es el Señor de la historia……………………………10
Capítulo dos:
El Reino de Dios en la tierra…………………………….27
Capítulo tres:
El Sol de Justicia siempre está…………………………..44
Capítulo cuatro:
Entre lo imperfecto y lo perfecto………………………..58
Capítulo cinco:
Las señales de los tiempos……………………………….72
Capítulo seis:
El Reloj de Dios………………………………………….85
3
Capítulo siete:
La apostasía y el anticristo…..…………………………102
Capítulo ocho:
Las buenas nuevas y el día del Señor…………………116
Reconocimientos………………………………………..130
Sobre el autor…………………………………………...132
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INTRODUCCIÓN
“El Señor es sol y escudo; Dios nos concede honor y
gloria, a los que se conducen sin tacha. Señor
Todopoderoso, ¡dichosos los que en ti confían!”
Salmo 84:11 y 12 NVI
En este libro propongo adentrarnos en el
importantísimo tema de las señales del fin y de los últimos
tiempos, es decir, los tiempos previos a la venida del Señor.
Deseo que podamos apreciar el misterio que encierra la
figura de Dios como nuestro “Sol de Justicia”. Por un lado,
debemos tener la inquebrantable conciencia de que nuestro
Señor no solo es más poderoso que el sol, sino que Él mismo
fue quien lo creó. Y no solo eso, sino que, hasta donde los
científicos han logrado descubrir, es el creador de al menos
unos doscientos mil millones de estrellas semejantes.
A pesar de nuestras limitaciones intelectuales, nos
resulta útil tomar ejemplos prácticos que nos ayuden a
dimensionar lo que deseamos aprender. Consideremos que
Dios mismo utiliza este principio, al compararse con algunos
objetos o seres que Él mismo creó.
Él conoce nuestra incapacidad para comprender Su
personalidad, Su poder y Su grandeza. Ya en tiempos
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bíblicos, el rey David reconoció que “su grandeza es
inescrutable” (Salmo 145:3). Incluso, tras ser confrontado
duramente por el Señor, el mismo Job exclamó: “¡Miren!
Estos son los bordes de sus caminos, ¡y qué susurro de un
asunto se ha oído acerca de él! Pero de su poderoso trueno,
¿quién puede mostrar entendimiento?” (Job 26:14).
Aunque es verdad que no podemos conocer a Dios tan
profundamente con simples ejemplos, la Biblia utiliza
diversas figuras retóricas para ayudarnos a captar hasta cierto
grado sus maravillosas cualidades. Por un lado, se nos
presenta a Dios como un Rey, como un Legislador, como un
Juez, como un Guerrero o simplemente como el Padre. Esto
implica que es alguien digno de respeto y temor, pero a la
vez, sabemos que Dios es mucho más que todas esas
limitadas expresiones.
Por otra parte, la Biblia nos enseña que Dios es el Buen
Pastor, el Consejero, el Maestro, el Sanador y el Salvador
(Salmo 23:1; 32:8; Isaías 9:6). Todas estas formas de
referirse a Dios evocan en nosotros tiernas imágenes que
destacan muchas de sus cualidades, pero al mismo tiempo,
sabemos que esas expresiones también son muy limitadas y
solo son capaces de describir pequeñas porciones de Su ser.
Incluso, la Biblia lo compara con cosas inanimadas,
como una Roca, un Castillo, un Escudo, una Fortaleza o una
Torre (Salmo 18:2). También encontramos la figura de
animales como el león, el búfalo, el águila, el oso o incluso
la gallina (Oseas 11:10; Deuteronomio 32:11; Lucas
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13:34). Es claro que Dios se manifiesta a través de Su
creación, pero lógicamente, esos destellos de Sus virtudes de
ninguna manera alcanzan para expresarlo en su totalidad.
El libro de los Salmos, en particular, está lleno de
metáforas y símiles que describen las diversas facetas de la
personalidad de Dios. En el Salmo 84:11, que cité al
principio, se habla de Dios como un “Sol” y un “Escudo”
porque proporciona luz, vida y energía, a la vez que puede
otorgarnos protección. Sin embargo, el concepto de “Sol de
Justicia” utilizado en Malaquías 4:2 nos abrirá un panorama
tremendo para la comprensión de Dios y de Sus obras
pasadas, presentes y futuras.
En contraste con el Salmo 121:5, que describe a Dios
como una sombra que suministra protección contra el sol
abrasador o como el que brinda protección a sus siervos bajo
la sombra de Su mano o de sus alas (Isaías 51:16; Salmo
17:8), Malaquías lo presenta como el mismo Sol que
ardientemente se prepara para impartir “Justicia”.
Conocemos al Sol como una estrella de más de cuatro
mil millones de años que se ubica en el centro del sistema
solar y alrededor del cual giran ocho planetas, entre los cuales
está la Tierra. Sin la energía que proviene del Sol, sin su calor
y sin la luz que nos brinda, la vida tal como la conocemos no
sería posible.
El sol es una estrella de tamaño promedio respecto de
las demás estrellas, aunque a nosotros nos impacta porque es
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cien veces más grande que el planeta Tierra. El diseño de
nuestro sistema solar y la ubicación estratégica de la Tierra
es verdaderamente gloriosa, ya que nos permite recibir del
Sol la temperatura justa para el desarrollo de la vida animal,
vegetal y humana. Las aguas de los mares pueden realizar sus
movimientos y la atmósfera puede sostener la gravedad y el
oxígeno necesario para la vida.
Su perfecta ubicación permite también que, a medida
que la Tierra gira sobre sí misma y alrededor del Sol, se
produzcan las noches, los días y las estaciones del año. Esto,
a su vez, produce diferentes microclimas que son ideales para
la vida, proporcionando cadenas alimenticias y una gran
fructificación.
Hoy en día, estamos experimentando una fuerza del
Sol que no es nada inofensiva, ya que está provocando daños
en la piel de las personas, en los animales y aún en los
cultivos. No me refiero al calentamiento global con el que
hoy en día el sistema político procura manipular a las masas,
sino a la expresión de la naturaleza que nos puede enseñar
mucho para vivir en el Reino de Dios.
Sin dudas, al igual que el Sol, Dios puede otorgarnos
vida, pero de manera mucho más abundante y verdadera.
Asimismo, puede ejercer justicia y juicio a través de Su fuego
consumidor. Tenemos mucho que aprender sobre este tema y
este libro, sin dudas, es una contribución a dicho aprendizaje.
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Las obras de Dios, históricas, presentes y futuras, son
dignas de admiración, a la vez que revelan Su gloriosa
soberanía. Las tinieblas hacen un gran trabajo impidiendo
que las personas puedan ver a Dios a través de Su creación,
pero no podrán impedir que, en la segunda venida de Cristo,
todos, absolutamente todos, puedan verlo (Apocalipsis 1:7).
Los hijos de Dios debemos estar preparados para los
eventos por venir, porque el Señor los ha anunciado
claramente en Su Palabra. Debemos prepararnos para no ser
engañados y para afrontar debidamente las tremendas
hostilidades que se producirán en el planeta. En este libro
trato de poner luz sobre las señales que revelan los tiempos
venideros, y considero la forma en la que debemos asimilar
dichos sucesos.
Espero que cada lector pueda encontrar en las páginas
de este libro las riquezas necesarias para fundamentar el
compromiso de vida demandado por el Señor para los
tiempos que se vienen. Dios es nuestro “Sol de Justicia”, y
desarrollar el conocimiento de ese aspecto divino nos
ayudará mucho para vivir una vida de Reino, sabia y
responsable.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder.
La gloria, la victoria y la majestad.
Tuyo es todo cuanto hay en el cielo y en la tierra.
Tuyo también es el Reino.
Y tú estás por encima de todo”.
1 Crónicas 29:11
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Capítulo uno
DIOS ES EL SEÑOR
DE LA HISTORIA
“El Señor ha puesto su trono en el cielo,
y su reino domina sobre todo”.
Salmo 103:19 NVI
Creo que la iglesia de este tiempo no está lo
suficientemente preparada para hacer frente a los rápidos
cambios que están aconteciendo en la sociedad. Uno de los
motivos fundamentales de esto, es que no hemos aprendido a
interpretar la historia a la luz de la perspectiva del Reino de
Dios. Ciertamente, la responsabilidad de esto no recae en los
hermanos, sino en el liderazgo espiritual, que hoy en día debe
asumir la responsabilidad de observar atentamente los
acontecimientos históricos y la gestión actual, basándose
fundamentalmente en los parámetros del Reino de Dios.
Si analizamos el panorama actual y la historia de la
humanidad desde una perspectiva natural, no llegaremos a
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comprender la intervención de Dios en la historia. Si no
logramos un claro entendimiento espiritual de los
acontecimientos pasados, tampoco llegaremos a comprender
de qué manera actúa Dios en el presente, ni interpretaremos
correctamente cómo obrará en el futuro.
Quienes se dicen ateos consideran que la historia es el
resultado de acciones que se van produciendo por elección
humana y por cuestiones naturales, pero lógicamente no ven
a Dios en ningún asunto. Por otro lado, los filósofos griegos,
quienes creyeron en muchas deidades, consideraron que la
historia es el resultado de ciclos que tienden a repetirse luego
de cientos o incluso miles de años, lo cual convierte la
historia en algo que no tiene un propósito, o una meta
determinada.
El concepto judeocristiano considera la historia como
el desarrollo del propósito de Dios, y como un vehículo que
se mueve hacia una meta establecida soberanamente.
Claramente, los escritores bíblicos no consideraron la
historia como el resultado de ciclos ni de casualidades, sino
como el cumplimiento de la voluntad de Dios, llevando a
cabo Su propósito para con el hombre y para con Su creación.
Sin dudas, Dios es el Señor de la historia, y cada día ha
desarrollado y sigue desarrollando Su plan en pos de Su
propósito eterno. El reino de las tinieblas se ha rebelado
contra Dios y contra Su Reino, por eso trata de frustrar Sus
planes. Algunos hombres, influenciados por las tinieblas, han
procurado hacer su parte, pero Dios siempre permanece en
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control de todo. De hecho, en la Biblia vemos claramente que
Dios ha intervenido cada vez que lo ha deseado, y también
ha inclinado el corazón de muchos hombres y mujeres para
que actúen conforme a Sus diseños.
Si bien es cierto que Dios se revela a sí mismo en la
Biblia, que es Su Palabra, no debemos olvidar que Él se
reveló primeramente a través de los mismos acontecimientos
históricos que luego fueron registrados en la Biblia. Por
ejemplo, primero se relacionó con Adán y su descendencia,
y luego, por causa de la maldad, se reveló como el Juez que
determinó el diluvio universal. Esos fueron hechos muy
complejos, y solo después de miles de años se registraron de
manera muy resumida por medio de Moisés, pero las
Escrituras solo fueron un breve registro de los hechos
humanos y el Reino de Dios.
Es decir, la Biblia es tanto la expresión de los hechos
como la interpretación inspirada que Dios ha querido revelar
de cada suceso. Hay cosas que Dios permitió y hay cosas que
Dios generó. Así también, hay silencios y palabras divinas
que nos permiten comprender no solo la historia, sino
también el presente y el futuro.
Dios se revela a sí mismo, tanto a través de los
acontecimientos como de Sus palabras, expresadas para
revelar Sus intenciones. Él se apareció a Abraham y le
entregó Sus promesas, interviniendo a partir de entonces en
los acontecimientos de su descendencia. Luego nosotros
llegamos al conocimiento de todo esto porque Él mismo lo
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registró soberanamente en las Escrituras, para que
pudiéramos comprender Sus movimientos.
Teniendo en cuenta que toda la historia siempre ha
estado bajo el control y la dirección de Dios, podemos llegar
a la conclusión de que toda la historia es una revelación de
Dios mismo. Esto implica que no se puede desasociar a Dios
de la historia, porque la historia es parte de Su expresión. Si
hoy en día no logramos comprender esto, no vamos a
reaccionar correctamente ante los hechos actuales, que, si
bien se están produciendo hoy, mañana serán parte de la
historia misma.
Entiendo perfectamente que suele ser muy difícil
interpretar el obrar divino o incluso los hechos proféticos
cuando somos incluidos en ellos. Suelo citar como ejemplo a
José, el marido de María, la madre de Jesús, porque él, como
varón judío, conocía muy bien las Escrituras. Sabía que el
Cristo nacería de una virgen, pero el conflicto lo golpeó
cuando fue su prometida quien le dijo que estaba
embarazada, y que ese hijo no era de ningún hombre, sino de
la obra soberana de Dios. Las palabras proféticas son
extraordinarias, pero cuando nos contienen en su
cumplimiento, no son fáciles de detectar.
Los fariseos, los maestros, los intérpretes de la Ley y
los llamados doctores de la Ley tenían un conocimiento
exquisito de las Escrituras. Conocían los registros históricos
de la humanidad, de su nación y del accionar de Dios en los
tiempos pasados. Tenían una gran cantidad de promesas y
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palabras proféticas que anunciaban la llegada del Cristo. Sin
embargo, cuando Jesús fue a la sinagoga, leyó las Escrituras
y dio a entender que ese era el día del cumplimiento
profético, lo apresaron con violencia y lo quisieron matar.
El gran riesgo de la Iglesia actual es contar con todos
los registros históricos y todos los anuncios proféticos
respecto del fin de los tiempos y la venida del Señor, y aun
así no asumir el riesgo de no darnos cuenta de lo que se está
cumpliendo ante nuestros ojos. Reitero, cuando la Palabra
nos contiene, es muy difícil de asumir, porque estamos
acostumbrados a estudiar el pasado y anunciar el futuro, pero
no nos damos cuenta de la trascendencia que tiene el presente
mismo.
Las Escrituras enseñan que Dios es el Señor de la
historia. Los escritores del Antiguo Testamento afirmaban
que el Reino de Dios siempre gobernaba, y que por siempre
gobernará todas las cosas (Salmo 103:19), incluyendo los
reinos naturales de todas las naciones (2 Crónicas 20:6), y
que Dios inclina el corazón de los reyes tal como Él lo desea
(Proverbios 21:1). Por su parte, los escritores del Nuevo
Testamento nos dicen que Dios lleva a cabo todas las cosas
según el designio de Su voluntad (Efesios 1:11), y que ha
determinado los tiempos establecidos para las naciones de la
tierra, y los lugares precisos en que deben acontecer
determinadas circunstancias (Hechos 17:26).
Que Dios se mantenga en control de la historia y de
todos los acontecimientos actuales y futuros no implica que
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sea el generador de todas las cosas. Él permite que muchas
situaciones acontezcan, pero dentro de esa voluntad
permisiva, están siempre presentes los límites de Su
soberanía. Si no fuera así, no sería Dios, o simplemente no
sería omnisciente, omnipresente y todopoderoso. Él no puede
permanecer ajeno ni siquiera al movimiento de una pequeña
partícula de Su creación.
Un destacado ejemplo de esto fue la historia de José,
el hijo de Jacob. Después de que sus hermanos lo vendieran
a unos mercaderes, José padeció la esclavitud, pero con el
tiempo, llegó a ser el principal gobernante de Egipto al ser
promocionado por el faraón. Esto le permitió ser un
verdadero instrumento de preservación, no solo para miles de
personas que llegarían a padecer el hambre, sino también
para su propia familia.
Sin embargo, lo destacable de todo esto fue la
revelación del mismo José, que comprendió el accionar de
Dios en sus días, de tal manera que al exponerle a sus
hermanos su verdadera identidad, les dijo: “Ahora, pues, no
os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque
para preservación de vida me envió Dios delante de
vosotros” (Génesis 45:5).
Esto es genial porque José podría haberse vengado de
la maldad de sus hermanos, o al menos, podría haberles
exhortado duramente por sus acciones. Sin embargo, no solo
no actuó con malicia, sino que comprendió que todo había
sido permitido por Dios. De hecho, cuando su padre murió,
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el temor se apoderó nuevamente de sus hermanos, pero José
volvió a decirles: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas
Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para
mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20).
Sin dudas, la gran virtud de José no solo fue la
resiliencia para enfrentar todas las adversidades, sino
también su capacidad para comprender la realidad presente
en sus días. En la actualidad, es muy común utilizar la vida
de José para alentar a los hermanos ante las situaciones de
adversidad, y está bien, no hay problema con eso. Pero lo que
también deberíamos preguntarnos es si realmente llegamos a
comprender que Dios permite que algunas cosas sucedan, y
en algunos casos, directamente las puede generar. Todo
depende de una cuestión clave: “Saber si estamos caminando
en Su propósito eterno, o no…”
El hecho de que Dios sea el Señor de la historia implica
que todo lo que ocurre sirve de una u otra manera a que Él
concrete Su propósito. La esclavitud de los hebreos y su
gloriosa liberación no fueron el resultado de la casualidad,
porque Dios ya se lo había anticipado al patriarca Abraham:
“Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena,
y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas
también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después
de esto saldrán con gran riqueza” (Génesis 15:13 y 14). Es
decir, antes de que Isaac naciera, que Jacob naciera y que José
naciera, el Señor ya tenía programada la historia para los
hijos de sus hijos.
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Esto que planteo parece algo absolutamente lógico, y
creo que nadie duda de esta realidad, pero me parece que nos
hace bien recordarlo, porque hay veces que vivimos como si
las situaciones nos pegaran de forma causal, o como si Dios
no tuviera control o participación de los hechos adversos. Es
fácil reconocerlo cuando las cosas nos van bien, pero ante la
adversidad, no sabemos muy bien cómo reaccionar.
El éxodo de los hebreos, los procesos del desierto y la
conquista de la tierra estaban programados por el Señor. Tal
vez las rebeliones humanas pretenden violentar la voluntad
de Dios, pero nunca pueden anularla. De hecho, Satanás lo
está intentando desde hace miles de años, pero no solo no ha
obtenido resultados, sino que nunca los obtendrá. Lo que el
Señor ha determinado, simplemente ocurrirá, y eso debería
ser muy alentador para nosotros.
Dado que Dios es el Señor de la historia, esta tiene
significado y dirección solo si la analizamos en Él. Quizá no
siempre podamos discernir el propósito de Dios en la historia,
pero que tal propósito existe debe ser uno de los aspectos
cardinales de nuestra fe.
“Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en
la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón
no os oirá; más yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré
mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de
Egipto, con grandes juicios”.
Éxodo 7:3 y 4
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Dios determinó la liberación de su pueblo, para lo cual
llamó a Moisés y lo envió ante el faraón para anunciar sus
plagas. Curiosamente, cada vez que el faraón se disponía a
liberar a los hebreos, Dios endurecía su corazón, para
terminar castigando a Egipto con nuevas plagas. La pregunta
sería: ¿por qué motivo Dios endurecía el corazón del faraón
cuando él determinaba la liberación de los hebreos? Bueno,
es importante recordar que el faraón no era un hombre bueno
o inocente. Él fue un brutal dictador a quien nunca le importó
el terrible abuso y la opresión sufrida por los israelitas
durante casi cuatrocientos años.
Veamos también que fue decisión del propio faraón
endurecer su corazón para impedir que los israelitas se fueran
de Egipto. “Pero viendo Faraón que le habían dado reposo,
endureció su corazón” (Éxodo 8:15). “Más Faraón
endureció aún esta vez su corazón” (Éxodo 8:32). A
medida que las plagas continuaban, Dios le dio al faraón
advertencias cada vez más severas sobre el juicio final que
vendría, pero el faraón eligió traer más juicio sobre sí mismo
y sobre su nación, endureciendo su propio corazón en contra
de los mandamientos de Dios.
Faraón y Egipto habían atraído estos juicios sobre ellos
mismos con los años de esclavitud y asesinatos en masa.
Puesto que el pago del pecado es muerte, y el faraón y Egipto
habían pecado terriblemente contra Dios, habría sido justo si
Dios hubiera aniquilado a todo Egipto. Por lo tanto, el que
Dios endureciera el corazón del faraón no era injusto.
18
El que Dios trajera plagas adicionales contra Egipto no
era injusto. Las plagas, tan terribles como fueron, en realidad
demostraban la misericordia de Dios al no destruir
completamente a todo Egipto, lo cual hubiera sido un castigo
perfectamente justo.
Romanos 9:17 y 18 declara: “Porque la Escritura
dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para
mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea
anunciado por toda la tierra. De manera que de quien
quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer,
endurece”. Desde la perspectiva humana, parece incorrecto
que Dios endurezca a una persona y luego castigue a la
misma persona que Él endureció. Sin embargo, hablando
bíblicamente, todos hemos pecado contra Dios (Romanos
3:23), y el castigo justo por el pecado es la muerte (Romanos
6:23). Por lo tanto, el que Dios endurezca y castigue a una
persona no es injusto, de hecho, es algo misericordioso
comparado con lo que la persona merece.
El peregrinar del pueblo por el desierto tampoco fue
un accidente ni un descuido de Dios para con Israel. Cuando
Moisés recordó el Éxodo mientras instruía a las nuevas
generaciones, él les dijo: “Y te acordarás de todo el camino
por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto
durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote,
a fin de saber lo que había en tu corazón…”
(Deuteronomio 8:2). Al final, el desierto fue el proceso que
produjo luz respecto de lo que había en el corazón de Israel
19
y cuál era su nivel de compromiso con Dios (Ezequiel 20:5
al 8).
En toda la historia de Israel, vemos claramente la mano
de Dios, pero nada de lo que ha ocurrido en el mundo, más
allá de Israel, ha estado exento de su intervención divina. Tal
vez la revelación de Dios ha sido más contundente con la
historia de Israel, pero eso fue inevitable, porque Israel fue el
pueblo que Él preparó para el nacimiento de Su Hijo. De
todas maneras, eso no ha significado la indiferencia de Dios
para con la historia de las demás naciones de la tierra.
Cuando el pueblo de Israel tomó posesión de la tierra,
se desvió una y otra vez de la perfecta voluntad de Dios. Se
inclinaron a los falsos dioses y permitieron que la cultura
extranjera los penetrara, haciéndoles actuar con infidelidad
hacia Dios. Eso generó que las mismas naciones vecinas los
atacaran una y otra vez, causándoles grandes males. Por su
parte, Dios permitió esos ataques como corrección para su
pueblo y, cuando se arrepentían de verdad, Él les levantaba
un juez para que pudieran recuperar la justicia.
Eso no solo ocurrió en la época de los jueces, sino
también cuando el reino había pasado por su consolidación y
su división, entre las tribus del norte y las tribus del sur. El
Señor siempre ha tratado de salvar a su pueblo, pero ellos lo
ignoraron muchas veces y pagaron las consecuencias por eso.
Sin embargo, a pesar de todo el mal que hacían, el Señor
juzgó y purificó a su pueblo, sin permitir que fueran
completamente destruidos.
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A lo largo de la historia bíblica, Israel estuvo rodeada
por cuatro grandes potencias: Egipto, Babilonia, Asiria y
Roma. Cada una de estas naciones trató de convertirse en la
nación más poderosa del mundo y, en diversos momentos, lo
lograron. Cuando el pueblo de Dios caminaba por fe, el Señor
los protegía de todas las presiones políticas ejercidas por
estas naciones. Pero cuando se apartaban de Dios, Él mismo
usaba estas naciones primero para advertirles y, finalmente,
para traer juicio sobre ellos.
Durante el año 16 del gobierno del rey Acab en Israel,
una serie de gobernantes poderosos ascendieron al trono de
Asiria, convirtiéndola en la potencia militar y económica más
importante del área. Finalmente, Israel fue hecho vasallo y
obligado a pagar tributo a Asiria por su existencia. Los
profetas Amós, Oseas e Isaías habían advertido que esto
pasaría si los gobernantes y el pueblo no se volvían a Dios de
corazón, pero Israel continuó pecando y sin oír a Dios.
El reino del norte no solamente fue culpable de los
pecados por los cuales Dios los acusaba, sino también del
rechazo al mensaje de los profetas. La nación pudo haber
sido salvada si hubiera escuchado, pero no lo hicieron. Las
advertencias de Dios y su paciencia habrían traído justicia a
la nación, pero finalmente, por su pecado y su rebelión, el
juicio cayó sobre ellos a manos de los asirios, quienes
lucharon por tres años contra Samaria, la capital del reino del
norte, y luego, en el año 722 a.C., Sargón II capturó la ciudad
y llevó a los habitantes del reino del norte en cautiverio.
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La caída del reino del norte constituyó una gran
advertencia para el reino del sur llamado Judá. Por una
variedad de razones, incluyendo la intervención de Dios,
Judá no cayó bajo Asiria en esa época; sin embargo, con el
tiempo, Asiria cayó bajo Babilonia, quien tomó toda su
tierra, y fueron estos últimos los encargados de someter al
reino de Judá.
El profeta Nahum ya lo había predicho. Nínive, la
capital de Asiria y el lugar donde Jonás había predicado, fue
destruida por Babilonia en el año 612 a.C. Después, Egipto
le arrebató a Babilonia el área oriental del caído imperio
asirio, incluyendo el territorio donde se ubicaba la pequeña
Judá. Pero Babilonia se impuso. Dios levantó fuertes voces
proféticas durante este tiempo, como Isaías, Jeremías,
Nahum, Habacuc y Sofonías, pero lamentablemente se
repitió una y otra vez la absurda indiferencia.
Ciertamente, hubo algunos brotes de arrepentimiento,
pero el reino en general, y sobre todo sus gobernantes, no se
arrepintieron completamente. Finalmente, el Señor usó a
Babilonia contra Judá, como había usado a los asirios contra
Israel. Las profecías de Isaías y Jeremías explicaron
claramente las razones del juicio de Dios.
La lucha de Judá contra Babilonia duró unos 20 años.
Después, el reino del sur fue llevado cautivo a Babilonia en
tres etapas: En el año 605 a.C., el rey Nabucodonosor tomó
cautivo al rey Joacim, a los príncipes y a algunos jóvenes
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como Daniel y sus compañeros (2 Crónicas 36:5). A
menudo a este evento se lo llama el primer cautiverio.
En el año 598 a.C., Nabucodonosor tomó cautivos al
rey Joaquín y a diez mil ciudadanos principales, llevándolos
a Babilonia (2 Reyes 24:14 al 16). En esa ocasión, el profeta
Ezequiel y la familia de Mardoqueo, de donde surgió la reina
Ester, también fueron tomados cautivos. Luego, en el año
586 a.C., Jerusalén y el templo fueron quemados y
destruidos. En esa ocasión, la mayoría del remanente fue
llevado a Babilonia (2 Reyes 25:7 al 11).
El reino del sur tuvo mejor suerte que el del norte. Fue
castigado con problemas y el exilio, pero más tarde volvió un
remanente y Jerusalén fue reedificada. Sin embargo, la
nación nunca volvería a tener la gloria y el poder que llegó a
tener durante los gobiernos de David y Salomón. Esto deberá
esperar hasta que Jesucristo vuelva a establecer Su Reino
glorioso y eterno. Entonces sí, la nación santa unificada, de
la cual también tomará parte la Iglesia, será un gobierno
global que no tendrá fin (Apocalipsis 11:15).
Dios es el Señor de la historia, y desde Adán hasta la
segunda venida de Cristo y la plena manifestación de Su
gobierno global, Él ha estado participando y llevando
adelante Su propósito. La dimensión de Su eternidad le
permite la paciencia ante el desarrollo de las acciones. Lo que
para nosotros es una historia larguísima, para Dios es una
simple pincelada de Su voluntad.
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De hecho, hay una historia de la creación universal de
la que nada sabemos. Hay millones y millones de galaxias
que desconocemos. Nosotros somos un pequeño punto en la
magnífica creación de Dios. La Biblia no nos dice todo, ni
tiene por qué hacerlo. Algún día comprenderemos mucho
más sobre la historia de Dios, porque hoy por hoy, demasiado
tenemos con tratar de comprender la historia de la
humanidad.
El sol de nuestro sistema no es eterno y los científicos
dicen que tiene alrededor de cuatro mil quinientos millones
de años, y que se encuentra casi a la mitad de su vida. Para
el planeta y para nosotros los seres humanos, su existencia
ha sido fundamental para la vida. Sin embargo, imaginemos
que la vida del sol es como nada para Dios, ya que Él es
Eterno.
A Dios, la Biblia le llama el Sol de Justicia, pero en
realidad, Él es una Estrella más grande que todas las estrellas
de la creación y no tiene principio ni final. Los científicos
dicen que no es posible hacer una estimación exacta de la
cantidad de estrellas que hay en el universo.
La Vía Láctea, que es nuestra galaxia, se calcula que
puede llegar a tener unos 400.000 millones de estrellas. La
galaxia de Andrómeda, que está ubicada a unos 2.5 millones
de años luz, se calcula que contiene alrededor de 1 billón de
estrellas que son como nuestro sol.
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En el universo observable, se estima que hay entre dos
y tres billones de galaxias como esas. No se puede realizar
una estimación exacta. Sin embargo, algunos que se
aventuran a calcular un límite, utilizan la cifra más pesimista
de estrellas del universo, estimada en unos
10.000.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas como el
sol, es decir, unos diez cuatrillones.
Del mismo modo, si se realiza la estimación más
optimista sobre los granos de arena en las playas de la Tierra,
se llega aproximadamente a la misma cifra. Aun así, se cree
que la cifra puede llegar a ser varias veces mayor. Pregunto:
¿acaso somos capaces de imaginar tal cosa? ¿No es
verdaderamente maravilloso nuestro Dios?
La creación solo es un reflejo de la gloria del Señor, y
lo que conocemos de ella es absolutamente ínfimo (Salmo
19:1). Tal vez por tanta ignorancia, cuestionamos o
juzgamos el accionar divino. En realidad, ahora mismo me
siento superado por la gracia del Señor, que no solo se ha
dignado a salvarnos por medio de la obra gloriosa de Cristo,
sino que además nos ha dado la potestad de ser llamados sus
hijos (Juan 1:12).
No sé el impacto que todo esto puede estar causando
en ustedes, pero la verdad es que yo, estoy conmovido e
impactado por esta realidad. No tengo más que inclinarme
ante la gloria del Señor, mi Padre, mi Amor, mi Sol de
Justicia, el único digno de toda alabanza.
25
“Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la
victoria y la majestad, en verdad, todo lo que hay en los
cielos y en la tierra; tuyo es el dominio, oh Señor, y tú te
exaltas como soberano sobre todo”.
1 Crónicas 29:11
26
Capítulo dos
EL REINO DE DIOS
EN LA TIERRA
“Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El
tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio”.
Marcos 1:14 y 15
En toda la historia de la humanidad, encontramos la
rebelión y los desvíos producidos por el pecado. Dios creó al
hombre en un estado de perfección, con un propósito
extraordinario, pero el pecado extendió sobre la tierra el
gobierno de las tinieblas. Desde entonces, “el Señor vio que
la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de
continuo solamente el mal” (Génesis 6:5).
Desde entonces, solo hemos visto el incremento de esa
maldad, la preservación de Israel y las promesas de un nuevo
27
gobierno universal. Al principio del Nuevo Testamento, tanto
Juan el Bautista como Jesús anuncian la llegada de ese nuevo
Reino de Dios a la tierra.
Juan el Bautista llegó al desierto de Judea predicando:
“Arrepentíos, porque el Reino de los cielos se ha acercado”
(Mateo 3:2). Juan exhortó a sus oyentes a prepararse para la
venida de ese glorioso Reino que sería inaugurado por el
Mesías. Juan describía al Mesías como “el que viene tras de
mí” y, aunque se posicionaba en autoridad para señalar a
quien ya estaba cercano, aclaraba: “Cuyo calzado yo no soy
digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y
limpiará su era; recogerá su trigo en el granero, y quemará
la paja en fuego que nunca se apagará” (Mateo 3:11 al 12).
Cuando llegó ese glorioso día, Juan señaló al Cordero
ante toda la multitud. Jesús se acercó lentamente y le pidió
que lo bautizara, como hacía con todos los demás, diciéndole
que era necesario guardar toda justicia (Mateo 3:15).
Después, Jesús se fue al desierto, llevado por el Espíritu, para
ser tentado por Satanás (Mateo 4:1).
Unos días más tarde, Jesús comenzó su ministerio
público, pero Juan fue encarcelado por Herodes. Esto llevó a
Juan a reflexionar sobre el hecho de que, si bien veía a Jesús
recogiendo el trigo, no lo veía quemando la paja. Esto lo llevó
a dudar, enviando a sus discípulos para que le preguntasen a
Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperamos a
otro?” (Mateo 11:3).
28
La respuesta de Jesús fue simple, pero hizo mención
de las profecías del Antiguo Testamento que se estaban
cumpliendo en su ministerio: los ciegos recibían la vista y los
cojos comenzaban a andar. Las palabras de Jesús daban a
entender que la fase judicial de quemar la paja llegaría en otro
tiempo.
El mensaje de Juan fue anunciar la llegada del Reino
en la persona de Jesús, y el mensaje de Jesús fue la llegada
del Reino, como el cumplimiento del tiempo anunciado
(Lucas 4:21). Esto marcó una diferencia clara entre ambos,
porque Jesús dijo lo que Juan el Bautista nunca había dicho:
“Ciertamente, ha llegado a vosotros el reino de Dios”
(Mateo 12:28).
Podemos decir, en consecuencia, que Jesús mismo
introdujo el Reino de Dios, cuya venida había sido predicha
por los profetas del Antiguo Testamento. Por lo tanto,
siempre debemos ver al Reino de Dios, como una realidad
relacionada de modo indisoluble con la persona de Jesucristo,
ya presente a partir de su primera aparición física.
Como vimos en el capítulo anterior, el Reino siempre
ha estado y estará detrás de todo lo que ocurre en la creación.
Sin embargo, ahora nos referimos al establecimiento del
Reino de Dios en la vida de los hombres, privilegio que había
sido perdido por Adán, pero que Cristo, en Su primera
venida, obró para recuperar (Romanos 5:16).
29
En las palabras y hechos de Jesús, en sus milagros y
parábolas, enseñanzas y predicaciones, vemos que el Reino
de Dios estaba dinámicamente activo y presente entre los
hombres. Jesús nunca postergó el Reino de Dios. Es
lamentable que algunos teólogos pretendan enseñar que el
Reino de Dios solo llegará después de la segunda venida del
Señor, porque tal cosa es como decir que seremos gobernados
recién cuando Él venga nuevamente.
Por otra parte, algunos enseñan que al Reino de Dios
solo entramos al morir, lo cual también sugiere que no
podemos ser gobernados por Dios en esta vida, sino solo
después de morir. Es triste que estas doctrinas teológicas
dejen como simple esperanza lo que debemos estar viviendo
hoy.
Obviamente, la plenitud del Reino para el mundo será
en la venida del Señor, y todo cristiano que parte a Su
presencia pasa a mejor vida. Es cierto también que el mundo
no está viviendo el Reino de Dios y que solo lo experimentará
en Su venida, incluso luego de toda confrontación con las
tinieblas. Sin embargo, no debemos ignorar que todos los
hijos de Dios ya vivimos en Cristo, por lo tanto, ya vivimos
el Reino, porque en Él vivimos, nos movemos y somos
(Hechos 17:28), y tal cosa no puede ser fuera de la perfecta
voluntad del Padre.
Es cierto que la plenitud prometida por el Reino
implica un cuerpo nuevo y una tierra nueva, pero hasta que
llegue lo perfecto, los hijos de Dios ya estamos bajo el
30
gobierno de Dios. Lógicamente, luchamos con lo imperfecto,
con un cuerpo de muerte y con un alma en proceso de
redención, así como contra un sistema minado por una
cultura diabólica. Pero eso no implica que el Reino no esté
presente en nuestras vidas. De hecho, si no fuera así, la
Iglesia sería totalmente inútil para su propósito.
La enseñanza y los milagros de Jesús muestran que el
Reino de Dios se estaba manifestando en ese momento. Jesús
declaró: “Mas si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los
demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el Reino de
Dios” (Mateo 12:28). Esto significa que el Reino de Dios se
estaba realizando a través de la obra y la autoridad de Jesús
sobre las fuerzas del mal.
Además, las parábolas de Jesús a menudo describen el
Reino de Dios como algo que crece y se desarrolla a partir de
pequeños comienzos. Por ejemplo, en la parábola del grano
de mostaza, Jesús dice que aunque la semilla es la más
pequeña de todas, cuando crece, se convierte en un árbol
grande (Mateo 13:31 y 32). Esto simboliza el crecimiento y
la expansión del Reino de Dios en el mundo.
Por lo tanto, aunque esperamos la consumación plena
del Reino en el futuro, también debemos reconocer y vivir
bajo su realidad presente. El Reino de Dios es una realidad
dinámica que transforma vidas aquí y ahora. Los creyentes
son llamados a vivir según los valores y principios del Reino,
siendo luz y sal en un mundo necesitado de la justicia, la paz
y el amor de Dios.
31
La presencia del Reino de Dios en la vida de los
creyentes se manifiesta a través del Espíritu Santo, que guía,
fortalece y capacita a los hijos de Dios para vivir de acuerdo
con Su voluntad. La Iglesia, como el cuerpo de Cristo, es la
expresión visible del Reino de Dios en el mundo, encargada
de continuar la obra de Jesús, predicando el evangelio,
haciendo discípulos y extendiendo el amor y la justicia de
Dios a todas las naciones.
En resumen, el Reino de Dios ya está presente en la
vida de los creyentes y se manifiesta a través de la obra del
Espíritu Santo. Aunque esperamos la plenitud del Reino en
la segunda venida de Cristo, estamos llamados a vivir bajo
Su gobierno ahora, siendo testigos fieles de Su amor y verdad
en el mundo.
“Hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber
dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles
que había escogido; a quienes también, después de haber
padecido, se presentó vivo con muchas pruebas
indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y
hablándoles acerca del reino de Dios”.
Hechos 1:2 y 3
Jesús enseñó sobre el Reino de Dios no solo durante
Su ministerio terrenal, sino también después de Su
resurrección (Hechos 1:3). Los apóstoles, después del
Pentecostés, también centraron su mensaje en el Reino de
Dios. Felipe es descrito como uno que “anunciaba el
evangelio del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo”
32
(Hechos 8:12). Y lo mismo ocurría con Pablo, quien en el
último versículo de Hechos se le describe como “predicando
el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo”
(Hechos 28:31).
Ni los profetas, ni Juan el Bautista, ni Jesús, ni los
apóstoles dieron una definición clara del Reino de Dios. La
expresión de Pablo en Romanos 14:17, “Porque el reino de
Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo”, no es una definición exhaustiva del Reino,
sino una enseñanza para quienes trataban de sostener algunas
liturgias respecto del Reino.
El modo más lógico de entender el Reino de Dios es
que su significado primario está basado en el dominio
ejercido por Dios más que en un territorio determinado. El
Reino es más grande que la Iglesia, más grande que el mundo
y más grande que la creación misma. No puede ser
desvinculado de Dios, porque en Su esencia, Él es Señor y
Rey. Esto implica que Su gobierno y Su soberanía no están
limitados territorialmente.
El Reino de los cielos, predicado por Juan, Jesús y los
apóstoles, es en primer lugar una verdad palpable para los
hijos de la luz, pero un proceso de carácter dinámico para el
planeta en general. La venida del Reino vivida por ellos y
continuada por nosotros es la expresión de diferentes etapas
que avanzan hacia el gran drama de la historia del fin. El
Reino de Dios debe ser entendido como el gobierno de Dios
desde siempre y por siempre; fue anunciado durante siglos y
33
revelado por Jesucristo. El Reino se muestra dinámicamente
activo en la historia de la Iglesia, aun en los períodos más
oscuros de su historia, porque siempre sobrevivió una
pequeña brasa, capaz de encender nuevamente el fuego de su
poder.
El propósito del Reino incluye la redención del pueblo
de Dios del pecado y de los poderes demoníacos, y el
establecimiento final de los nuevos cielos y de la nueva tierra.
El mensaje del Reino es considerado como las “buenas
nuevas” porque anuncia que el gran drama de la humanidad
ha sido cancelado y que una nueva era fue introducida a
través del Nuevo Hombre.
El Reino no debe entenderse meramente como la
salvación de ciertos individuos, aunque momentáneamente
solo un número limitado podemos acceder a su revelación. El
Reino está impregnado desde siempre y en toda la creación.
Lo que pareciera limitarlo es el trato y el entendimiento
humano, pero eso solo abarca nuestra realidad, no la verdad
eterna.
El mundo entero fue afectado por las influencias de las
tinieblas, pero eso no ha disminuido jamás las dimensiones
del Reino. De hecho, nada de lo que ha ocurrido en este
planeta ha sucedido sin el permiso divino. Las limitaciones
de nuestro entendimiento y de nuestra capacidad de
expresión respecto del Reino no afectan la verdad de sus
dimensiones. Pero lógicamente, desde nuestra limitada
34
posición, trabajamos para lo que nosotros podemos
considerar como su expansión.
El Reino de Dios significa que Dios es Rey, y eso va
mucho más allá de lo que podamos ver nosotros. Nada
condiciona esa verdad eterna. Solo que Dios, en Su paciencia,
ha trabajado históricamente para que la humanidad y toda su
creación sean absorbidas nuevamente por la luz y la vida de
ese Reino glorioso.
El Reino fue establecido por la gracia soberana de Dios
y sus bendiciones deben ser recibidas como dones de dicha
gracia. Nuestro deber, como hijos de Dios, no es establecer
el Reino en el mundo, sino vivir en él a través del Nuevo
Hombre que es Cristo, y simplemente manifestarlo.
El Reino no es la liberación de los pecadores para
lograr el ascenso hacia la perfección, sino la muerte de los
pecadores en la cruz para que la regeneración nos posicione
en Cristo. Entonces, a través de Él, podamos expresar Su
perfección, no la nuestra. Los hombres tenemos una
naturaleza pecaminosa e ingobernable; por eso la entrada al
Reino es por muerte, porque no hay una invitación de Dios
para pecadores, sino para santos renacidos.
El Reino de Dios, tal como lo entendemos a través de
las enseñanzas y la obra de Jesús, es una realidad espiritual
dinámica que se manifiesta en la vida de los creyentes
redimidos por la gracia. No se trata de la simple
manifestación de pecadores discipulados, sino de la
35
expresión de Cristo como el Nuevo Hombre. Aquellos que
permanecen en Adán, es decir, en su naturaleza pecaminosa,
no pueden acceder ni participar del Reino ni de sus promesas.
El Reino de Dios implica redención para los que han
sido alcanzados por la gracia divina y juicio para aquellos que
lo rechazan. Jesús ilustró esta verdad a través de sus
parábolas. En la parábola de las dos casas, el que oye y
practica las palabras de Jesús es comparado con un hombre
que edificó su casa sobre la roca, mientras que el que no las
practica es como el que edificó su casa sobre la arena,
sufriendo una gran ruina (Mateo 7:24 al 27).
En la parábola de la fiesta de bodas, aquellos que
aceptan la invitación se regocijan, mientras que los que la
rechazan enfrentan la muerte, y el hombre sin traje de bodas
es echado en las tinieblas (Mateo 22:1 al 14). De hecho,
debido a que la nación de Israel como totalidad rechazó el
Reino, Jesús dijo que el Reino de Dios les sería quitado y
dado a quienes producirían los frutos del mismo (Mateo
21:43).
Dado que todos los seres humanos estaban en
oscuridad y muertos en delitos y pecados (Romanos 3:11;
Efesios 2:5), fue necesario que Dios soberanamente
escogiera a algunos para revelarse a ellos y manifestarles el
Reino (1 Corintios 1:27). Esta elección divina es
fundamental para entender la entrada y participación en el
Reino de Dios.
36
Aunque Satanás fue vencido por Jesús (Hebreos
2:14), su influencia y dominio continúan presentes en el
mundo (Marcos 8:33). Sin embargo, el establecimiento del
Reino por Jesús trajo consigo la expulsión de demonios y la
derrota de las tinieblas, dejando claro que el dominio actual
pertenece a Dios. Aunque las tinieblas cubren la tierra, no
prevalecerán contra la Iglesia (Juan 1:5).
Los creyentes, como la luz del mundo (Mateo 5:14),
son inmunes al poder del enemigo, quien solo puede operar
donde hay oscuridad. Por lo tanto, su limitado poder, nada
tiene que hacer contra los hijos de Dios. La expansión del
Reino, es la expansión de la Luz, y ojalá la Iglesia
comprendiera eso con toda plenitud.
Los milagros realizados por Jesús y continuados en la
Iglesia son manifestaciones del poder del Reino. Jesús, al
responder a las dudas de Juan el Bautista, mencionó cómo los
ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los
sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se
les anuncia el evangelio (Mateo 11:4 y 5). Aunque no todos
los enfermos son sanados ni todos los muertos resucitados,
los milagros sirven como testimonio del Reino y fortalecen
la fe de los creyentes.
Desde la llegada del Reino con Jesús, los milagros no
han sido una constante universal, pero siempre deben estar
presentes en la Iglesia. Los milagros son señales
provisionales que indican la presencia del Reino sin implicar
su consumación final. La verdadera señal del Reino es la
37
gracia derramada a través de la predicación del evangelio,
que no solo comunica la verdad, sino que imparte vida a
través de las semillas de Dios.
La expansión del Reino es la expansión de la luz. La
Iglesia, al vivir y manifestar el Reino, debe comprender que
su propósito es más que simplemente discipular pecadores;
es vivir en la nueva creación que es Cristo y manifestar Su
Reino en la tierra. Las señales, los milagros y las liberaciones
son expresiones de este Reino, pero la mayor manifestación
es la gracia de Dios revelada en la predicación del evangelio,
transformando vidas y extendiendo el dominio de Dios en el
mundo.
En resumen, el Reino de Dios es una realidad presente
y activa en la vida de los creyentes, manifestada a través de
la redención, el juicio, los milagros, y, sobre todo, la
predicación del evangelio. Es una verdad eterna que
trasciende nuestra comprensión limitada y cuyo propósito es
absorber a toda la creación en la luz y vida de Dios.
Cuando Jesús le dijo a los setenta: “Pero no os
regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos
de que vuestros nombres están escritos en los cielos”
(Lucas 10:20), les estaba recordando la verdadera prioridad
en su ministerio. A menudo nos maravillamos por los
milagros y las señales que ocurren a través del poder del
Espíritu Santo, pero Jesús nos enseña que el mayor motivo
de gozo y celebración debe ser la salvación, y la regeneración
espiritual que ocurre en los corazones de las personas.
38
Es fácil enfocarse en lo visible y tangible, como los
milagros físicos, pero Jesús nos llama a mirar más allá, hacia
la obra invisible y eterna que transforma vidas desde adentro.
La predicación del evangelio no es simplemente la
transmisión de información, o la exposición de verdades
espirituales; es un acto sobrenatural donde el Espíritu Santo
obra poderosamente para traer convicción de pecado,
arrepentimiento y fe salvadora.
La regeneración espiritual es el milagro más glorioso
que podemos presenciar porque implica la restauración del
pecador perdido hacia la vida nueva en Cristo. Como Jesús
dijo en otra ocasión: “De cierto, de cierto te digo, que el que
no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan
3:3). Este nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo, quien
capacita a los creyentes para entender y recibir el evangelio
con corazones renovados.
Así que, aunque los milagros físicos son poderosos
testimonios del Reino de Dios, la obra de regeneración
espiritual es la manifestación suprema de Su poder y gracia.
Es el inicio de una transformación interior que perdura más
allá de cualquier señal temporal, preparando a los redimidos
para la vida eterna en comunión con Dios. Por lo tanto,
debemos regocijarnos no solo en los milagros visibles, sino
principalmente en la obra invisible y eterna que el Espíritu
Santo realiza en cada corazón que recibe a Jesucristo como
Señor y Salvador.
39
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras
que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará,
porque yo voy al Padre”.
Juan 14:12
En el Antiguo Testamento, el perdón de los pecados se
alcanzaba a través de los sacrificios prescritos por la ley de
Moisés, que simbolizaban la expiación y el perdón de las
transgresiones del pueblo ante Dios (Levítico 4:1 al 35).
Estos sacrificios eran un medio temporal de restauración de
la comunión con Dios, pero no podían ofrecer una solución
definitiva y completa para el pecado.
Los profetas del Antiguo Testamento, como Isaías y
Jeremías, anticiparon la venida de un Mesías que traería un
perdón de pecados más profundo y duradero (Isaías 33:24;
Jeremías 31:34). Cuando Jesús vino, Él no solo predicó
sobre el perdón de los pecados, sino que efectivamente lo
otorgó a aquellos que venían a Él con fe y arrepentimiento
genuino.
Este ministerio de perdón provocó controversia entre
los judíos religiosos de su tiempo, quienes cuestionaban su
autoridad para perdonar pecados en nombre de Dios (Lucas
7:49). Sin embargo, la capacidad de Jesús para perdonar
pecados estaba fundamentada en su identidad única como el
Hijo de Dios y la manifestación misma de la voluntad y el
poder de Dios en la tierra.
40
Es crucial entender que aunque Jesús perdonaba
pecados durante su ministerio terrenal, la justificación plena
y definitiva de los pecadores ante Dios solo se logró mediante
su obra consumada en la cruz del Calvario. En ese acto
supremo de amor y sacrificio, Jesús llevó sobre sí mismo el
castigo que merecíamos por nuestros pecados (Romanos
5:8), y así abrió el camino para que la justicia de Dios fuera
satisfecha y los pecadores fueran reconciliados con Él.
La muerte y resurrección de Jesús no solo aseguraron
el perdón de los pecados, sino que también proveyeron la
base para nuestra justificación delante de Dios. La
justificación es el acto judicial de Dios por el cual declara a
los creyentes justos, no a causa de nuestros propios méritos,
sino por la fe en Cristo y su obra redentora (Romanos 3:21
al 26).
Por lo tanto, el perdón de los pecados otorgado por
Jesús durante su ministerio anticipó y preparó el camino para
la justificación completa que se obtiene por fe en su muerte
y resurrección. Es en este contexto que entendemos que en
Cristo somos perdonados y justificados, y en él recibimos la
vida eterna y la reconciliación plena con Dios (Romanos
6:4).
Cuando Jesucristo murió, nosotros morimos en Él; por
lo tanto, todas nuestras faltas pasadas, presentes y futuras
fueron sepultadas, borradas y quitadas definitivamente de
nuestras vidas. La resurrección nos otorgó una vida nueva en
Cristo. Esto no lo tuvieron los creyentes del Antiguo
41
Testamento ni aquellos que recibieron milagros o aceptaron
el perdón de Jesús. El Nuevo Pacto comenzó después de la
crucifixión; fue entonces cuando toda la verdad contenida en
Jesús se convirtió en gracia otorgada para que pudiéramos
vivir una verdadera vida de Reino.
Asimismo, aquellos que han creído durante estos más
de dos mil años de historia están en estado de espera,
mientras que nosotros, quienes todavía estamos en esta tierra,
caminamos con un cuerpo en proceso de muerte, hasta que
podamos reunirnos con Él o recibamos lo perfecto en Su
segunda y definitiva venida.
“Porque es necesario que esto corruptible se vista de
incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y
cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y
esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte
en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde,
oh sepulcro, tu victoria?”
1 Corintios 15:53 al 55
El Señor no pasó por alto nuestros pecados, sino que
nos juzgó en Jesús. Hoy podemos regocijarnos por haber
recibido su justificación y podemos esperar con gozo la vida
contenida en la redención absoluta. Hoy tenemos las arras de
Su herencia (Efesios 1:14), pero llegará el día de recibir la
plenitud gloriosa, incorruptible, incontaminada e
inmarcesible, reservada para todos los que hemos sido
alcanzados por Su gracia (1 Pedro 1:4).
42
El Reino de Dios es un Reino de justicia. Lo vemos en
Su acción histórica, en la crucifixión de Jesús, en la historia
de la Iglesia y lo veremos claramente en la segunda venida
del Señor. El sol de justicia nunca se ha apagado; su fuego es
abrazador y, así como ilumina, purifica todo lo que toca.
Nosotros fuimos tocados por el dolor de Jesucristo, pero el
mundo será tocado por su propio dolor. Los tiempos que
vendrán serán terribles, pero lo más terrible de todo no
vendrá por la manifestación de las tinieblas, sino por el Sol
de Justicia que, en la venida del Señor, brillará con todo Su
esplendor para causar nuestro regocijo y llenar de espanto a
todos sus detractores.
“Dad alaridos, porque el día del Señor está cerca; llega
como un golpe del Todopoderoso. Entonces todo el mundo
dejará caer los brazos, todos perderán el valor y quedarán
aterrados. Les vendrá una angustia y un dolor tan grandes
que se retorcerán como mujer de parto. Unos a otros se
mirarán asombrados y les arderá la cara de vergüenza. Ya
llega el día del Señor, día terrible, de ira y furor ardiente,
que convertirá la tierra en desierto y acabará con los
pecadores que hay en ella”.
Isaías 13:6 al 9 DHH
43
Capítulo tres
EL SOL DE JUSTICIA
SIEMPRE ESTÁ
“No penséis que he venido para traer paz para la tierra;
no he venido para traer paz, sino espada”
Mateo 10:34
El establecimiento del Reino a través de la obra de
Jesucristo no significó el fin del conflicto entre el bien y el
mal. De hecho, desde los primeros días de la Iglesia, el
conflicto entre el Reino de Dios y el reino del mal ha
continuado siendo vigoroso. Los ataques de las tinieblas
contra la Iglesia han sido constantes y su influencia en el
mundo sigue aumentando.
Es evidente que la antítesis entre estos dos reinos se
intensifica con la anticipada segunda venida de Cristo. Sin
embargo, muchos teólogos consideran el Reino como algo
exclusivamente futuro debido a esta operación continua de
las tinieblas en el mundo y contra la Iglesia. Personalmente,
no comparto esta visión. Como hijos de Dios que
44
comprendemos lo que significa vivir en Cristo y obedecer al
gobierno del Padre, ya estamos experimentando el Reino.
Como mencioné en el capítulo anterior, estamos
esperando la manifestación completa y perfecta del Reino de
Dios en toda la tierra. Mientras esperamos esto, resistimos al
diablo y obedecemos a nuestro Señor.
“Pero si yo expulso a los demonios por el poder del
Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ya ha llegado a
vosotros”.
Mateo 12:28
Jesús enseñó claramente que el Reino ya estaba
presente en su ministerio. El verbo griego utilizado aquí es
“ephthasen”, que significa “ha llegado” o “ha venido”, no
que está por venir. El hecho de que Jesús echara fuera a los
demonios era una clara prueba de que el Reino de Dios había
llegado.
Otro pasaje que claramente enseña la presencia del
Reino desde los días de Jesús es Lucas 17:20 y 21, donde
encontramos a los fariseos preguntándole a Jesús cuándo
llegaría el Reino de Dios, y Él les respondió: “El Reino de
Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo
allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”.
Estas palabras no deben ser forzadas. Lo que Jesús les
estaba diciendo es que, en vez de andar buscando señales
externas y espectaculares de la presencia de un reino
45
principalmente político, como ellos pretendían, los fariseos
deberían darse cuenta de que el Reino de Dios ya estaba en
medio de ellos en Su persona, y que la fe en Él era lo que
necesitaban para comprender la verdadera expresión del
Reino.
Algunas de las parábolas de Jesús daban a entender
claramente que el Reino de Dios ya estaba presente en sus
días. Además, en el Sermón del Monte, las bienaventuranzas
describen a la clase de gente de los cuales se puede decir que
de los tales es el Reino de Dios (Mateo 5:3 al 12).
No hay dudas de que las enseñanzas de Jesús y las
señales mencionadas anteriormente, como la expulsión de los
demonios, la realización de milagros, la predicación del
evangelio mencionando el Reino, y el otorgamiento del
perdón de los pecados, fueron una clara evidencia de que el
Reino estaba presente en el ministerio de Jesús, y no
encontramos después ningún motivo para decir que eso fue
quitado de la Iglesia, dejando solo promesas para la venida
futura.
Es claro que ante todo esto vemos en el Reino una
expresión presente que no se ha cortado, y un sentido futuro
que promete su plena manifestación global, lo cual traerá no
solo un gran bienestar para nosotros, sino también un
tremendo juicio para el reino de las tinieblas y para todos
aquellos que han operado bajo su dominio sin volverse a Dios
o sin reconocer Su señorío. Jesús enseñó:
46
“Y os digo que vendrán muchos del oriente y del
occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en
el reino de los cielos; más los hijos del reino serán
echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el
crujir de dientes”
Mateo 8:11 y 12
La parábola de la fiesta de bodas indica un futuro de
bienaventuranzas para aquellos que aceptan la invitación,
pero también habla de un lugar de castigo en las tinieblas de
afuera, para aquellos que fallan en cumplir con todos los
requisitos:
“Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un
hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo,
¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Más él
enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle
de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí
será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son
llamados, y pocos escogidos”.
Mateo 22:11 al 14
La parábola de la cizaña también, con su explicación,
Jesús enseñó sobre el fin de este siglo, cuando los malos serán
echados en el horno de fuego y cuando los justos
resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. “De
manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el
fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del
Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los
que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los
47
echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de
dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga”
(Mateo 13:40 al 43).
En la parábola de la red, se describe de manera similar
el fin de este siglo, cuando los ángeles saldrán y apartarán a
los malos de entre los justos (Mateo 13:47 al 50). También
en la parábola de las diez vírgenes, leemos sobre el retraso
del esposo, un clamor a medianoche, y cómo algunas de ellas
entraron con el esposo a la fiesta de bodas mientras que a
otras se les cerró permanentemente la puerta. La parábola
concluye con una advertencia clara para los últimos tiempos:
“Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora” (Mateo
25:13).
En la parábola de los talentos, Jesús enseñó sobre un
hombre que entregó dinero a sus siervos y se fue de viaje,
anunciando que, a su regreso, pediría cuentas de esa entrega.
Este hombre estuvo ausente durante un largo tiempo, pero a
su regreso demandó rendición de cuentas, resultando en que
algunos fueran invitados a entrar en el gozo de su señor,
mientras que otros fueron echados a las tinieblas de afuera
(Mateo 25:14 al 30).
Parece que al principio de su ministerio, Jesús puso
mayor énfasis en la presencia del Reino como el
cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento,
mientras que en los últimos días de Su ministerio, podría
48
decirse que enfatizó más Su regreso y el establecimiento final
del Reino eterno.
Por todo esto, y por algunas enseñanzas más, es claro
que Jesús presentó el Reino de Dios como algo presente y
también como algo que alcanzará su plenitud en el futuro.
Intentar negar alguno de estos dos aspectos de esta doctrina
es abusar de la evidencia escritural. No deberíamos
considerar el Reino únicamente como una cuestión futura, ni
deberíamos enseñar hoy como si nosotros, como Iglesia,
tuviéramos el derecho y el deber de gobernar el sistema en
nombre del Señor.
El apóstol Pablo, como vocero del Nuevo Pacto,
también enseñó que el Reino de Dios es algo presente y al
mismo tiempo algo futuro. Algunas de sus afirmaciones
claramente describen al Reino de Dios como una realidad
presente. Por ejemplo, enseñó:
“Más algunos están envanecidos, como si yo nunca
hubiese de ir a vosotros. Pero iré pronto a vosotros, si el
Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el poder de
los que andan envanecidos. Porque el reino de Dios no
consiste en palabras, sino en poder”
1 Corintios 4:19 y 20
Es evidente, ante esta expresión, que Pablo no estaba
pensando en un Reino futuro, sino en un Reino presente en
sus días. De manera similar, Pablo les dice a los hermanos de
Roma: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida,
49
sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos
14:17). Asimismo, les escribe claramente a los hermanos de
Colosas que la Iglesia había sido trasladada al ámbito del
Reino: “Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos
trasladó al reino de su Hijo amado, en quien tenemos
redención, el perdón de los pecados” (Colosenses 1:13 Y
14).
Por supuesto, también hay pasajes en los que Pablo
presenta al Reino como algo que se manifestará plenamente
en el futuro: “El Señor me librará de toda obra mala y me
llevará a salvo a su Reino celestial” (2 Timoteo 4:18). Sin
duda, la expresión “me llevará a salvo” indica que Pablo
estaba considerando una plenitud futura más amplia y
perfecta de la que estaba viviendo en ese momento.
Es comprensible que un hombre mayor, con un cuerpo
gastado y maltrecho tras haber sufrido tantas agresiones y
penurias, tuviera en mente una esperanza mayor. Por eso dejó
en claro que prefería morir, pues para él, la muerte
significaba ganancia (Filipenses 1:21), ya que estaba seguro
de pasar a una vida mejor y recibir un cuerpo semejante al
cuerpo de resurrección que había visto en Jesús (Filipenses
3:10).
Por otra parte, cuando Pablo utiliza los conceptos de
herencia, indica no solo los beneficios que recibirán los hijos
de Dios, sino también las pérdidas de aquellos que serán
excluidos del Reino. Es evidente ante esto que se refiere al
Reino en un sentido futuro: “¿No sabéis que los injustos no
50
heredarán el reino de Dios?” (1 Corintios 6:9); “… ya os
lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:21).
En Efesios 5:5, Pablo utiliza un sustantivo derivado de
este verbo para hacer una afirmación similar: “Porque sabéis
esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es
idólatra, tiene herencia en el Reino de Cristo y de Dios”. Y
en 1 Corintios 15:50, el apóstol escribe lo siguiente: “Pero
esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden
heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la
incorrupción”. El hecho de que aquí esté hablando de la
resurrección del cuerpo deja claro que también concibe el
Reino de Dios como un estado de perfección futura, tanto
para los santos como para el mundo en general.
En definitiva, podemos decir que el Reino, tanto en las
enseñanzas de Jesús como en las de Pablo, es una realidad
presente y futura. Nuestra comprensión del Reino debe, por
lo tanto, hacer justicia plena a ambos aspectos. Hacerlo así
nos comprometerá con la manifestación actual del Reino en
nuestras vidas y con la prudente preparación para la
inminente llegada del Señor.
Hoy en día, los hijos de Dios debemos priorizar una
profunda comunión con el Señor para aumentar nuestra
capacidad de resolver las adversidades que enfrentemos por
causa del Reino. Debemos hacerlo considerando que nuestro
estado presente claramente es provisional e incompleto, y
que lo perfecto, así como nuestra recompensa, llegará con la
51
venida del Señor y la plena manifestación del Reino en toda
la tierra.
“Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que por medio de la resurrección de Jesucristo ha
cambiado totalmente nuestra vida. Por su gran amor, Dios
cambió nuestra vida, para que siempre estemos seguros de
nuestra salvación y de que nos dará todo lo que nos ha
prometido y que tiene guardado en el cielo. Lo que nos ha
prometido no puede destruirse, ni mancharse, ni
marchitarse, reservada en los cielos para vosotros, que
sois guardados por el poder de Dios mediante la fe”.
1 Pedro 1:3 al 5 BLS
El apóstol Pedro llama nuestra atención a las
características de la herencia que nos está reservada. Es
incorruptible, o como dice esta versión, no puede ser
destruida; por tanto, tampoco puede acabarse. Es
incontaminada, de modo que no puede echarse a perder.
También es inmarcesible, lo que significa que no puede
marchitarse, menguar ni debilitarse. Además, está reservada,
lo que da a entender que quien la dispuso la guardará
celosamente. No es una mera custodia, sino una garantía de
que será para nosotros.
Curiosamente, después de asegurarnos las
recompensas futuras, dejó muy claro que debemos confiar en
Dios y que el Señor, en los últimos tiempos, nos protegerá
con Su poder. Lo cual es fácil de comprender, pues no habría
52
necesidad de protección si no hubiera problemas que
enfrentar. Por eso, el apóstol continuó diciendo:
“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un
poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos
en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra
fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”
1 Pedro 1:6 y 7
Pedro nos asegura que tendremos que pasar por
algunas pruebas y dificultades, pero que debemos alegrarnos
o gozarnos en el Señor. La confianza que tenemos en Dios, o
la fe que tenemos en Él, debe ser como el oro; así como la
calidad del oro se pone a prueba con el fuego, nuestra fe debe
ser puesta a prueba por medio de los problemas, para que en
la llegada de Jesucristo podamos ser recompensados por Él.
Creo que la Iglesia debe vivir en búsqueda de un
constante desarrollo actual, pero con un claro sentido de
urgencia, reconociendo que el fin de los tiempos está más
cerca que nunca. El mundo ha cambiado en muchos aspectos
y de manera radical en muy pocos años; no debemos ignorar
esto, porque si no nos preparamos adecuadamente, no
seremos capaces de enfrentar las adversidades que nos
acecharán antes de la venida del Señor.
La Iglesia debe estar en permanente tensión entre la era
presente y los tiempos por venir. Es cierto que hemos
53
experimentado la victoria del Reino a través de la obra
consumada de Cristo, pero al mismo tiempo estamos bajo el
acecho permanente de las tinieblas que, comprendiendo su
cercano final, pretenden acelerar sus dominios como el
último gran intento por gobernar el mundo.
La Iglesia no debería subestimar su posición y su
propósito. Si me permiten opinar como comunicador de esta
generación, diría que estamos adormecidos, relajados o
fascinados por el sistema. El pensamiento de la cultura actual
nos mantiene enfocados en el consumo y el bienestar
personal o familiar. Al igual que los impíos, muchos
hermanos están totalmente absorbidos por sus planes y
conflictos, pero carecen de una perspectiva global para el
avance del Reino.
Aunque digo esto, también confío en que Cristo sigue
siendo la cabeza de la Iglesia y que, a pesar de todo, Él no ha
perdido Su gobierno y Su poder sobre ella. Por lo tanto, no
dudo que Él puede despertarla o encaminarla cuando lo
determine. Mi preocupación no radica en eso, sino en la
realidad que podría golpearnos y generar una reacción
efectiva.
Cuando observo la historia de Israel, veo que pasaron
por varios periodos de oscuridad y egoísmo, y que muchas
veces se alejaron de la perfecta voluntad de Dios en pos de
sus propios planes. Fueron disciplinados por ello y más de
una vez regresaron mansamente a una sincera comunión con
el Señor y al compromiso con Su voluntad, aunque siempre
54
a través del dolor. Esto es algo que me gustaría que
pudiéramos evitar en la Iglesia de hoy.
Estamos en el Reino porque vivimos en Cristo; sin
embargo, vemos todo de manera imperfecta, como reflejado
en un espejo (1 Corintios 13:12). Disfrutamos de la gracia
del Señor, pero anhelamos Su plena manifestación.
Recibimos muchas bendiciones y, aun así, esperamos la
victoria final. Damos gracias a Dios por habernos hecho
renacer para una esperanza viva, por habernos introducido en
Su Reino, pero también debemos asumir la responsabilidad
de seguir orando: “Venga tu Reino…”
La creación misma espera con impaciencia nuestra
manifestación como hijos de Dios. Porque la creación fue
sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa
del que la sujetó en esperanza; porque también la creación
misma será libertada de la esclavitud de la corrupción, a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:20 y 21).
Todo el planeta está confundido, y sabemos que este
mundo se queja y sufre dolor, como cuando una mujer
embarazada está a punto de dar a luz. Y no solo sufre el
mundo, sino también nosotros, los que tenemos el Espíritu
Santo, que es el anticipo de todo lo que Dios nos dará
después. Pero esperar lo que ya estamos viendo no sería
esperanza, pues ¿quién espera algo que ya tiene? Sin
embargo, si esperamos recibir algo que todavía no vemos,
entonces debemos esperarlo con paciencia (Romanos 8:24 y
25).
55
La ansiosa espera no es solo de la creación, sino de
todos nosotros, los hijos de Dios, los ciudadanos del Reino,
que esperamos con fe la llegada de la perfección completa.
Mientras tanto, no debemos quedarnos encerrados entre
cuatro paredes, sino estudiar, trabajar, producir y expresar la
vida de Cristo en todo momento y lugar.
Debemos observar la historia y el presente continuo
como el desarrollo del eterno propósito de Dios. Esta visión
del Reino nos permitirá comprender que el Reino siempre ha
estado detrás de todo proceso humano. Cristo lo estableció
firmemente a través de Su encarnación, y no lo retiró ni lo
ocultó con Su ascensión, sino que lo sostuvo vigente en Su
impartición.
Él se impartió a Su Iglesia, que es Su cuerpo. Por lo
tanto, hoy somos nosotros los responsables de Su expresión,
gestionando Su perfecta voluntad bajo Su autoridad y en el
poder de Su Espíritu Santo. Mientras tanto, el Sol de Justicia,
que nunca ha dejado de brillar, ha estado apareciendo y
ocultándose cada uno de los días de Dios, y lo seguirá
haciendo hasta que se manifieste poderosamente en el
llamado: “Gran día del Señor”. Entonces, Su fuego quemará
y Su justicia será manifestada, y es necesario que estemos
preparados para ese día.
“Sin embargo, queridos amigos, hay algo que no deben
olvidar: para el Señor, un día es como mil años y mil años
56
son como un día. En realidad, no es que el Señor sea lento
para cumplir su promesa, como algunos piensan.
Al contrario, es paciente por amor a ustedes. No quiere
que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan.
Pero el día del Señor llegará tan inesperadamente como
un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán con un
terrible estruendo, y los mismos elementos se consumirán
en el fuego, y la tierra con todo lo que hay en ella quedará
sometida a juicio”.
2 Pedro 3:8 al 10 NTV
57
Capítulo cuatro
ENTRE LO IMPERFECTO
Y LO PERFECTO
“Desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, alabado sea
el nombre del Señor”.
Salmos 113:3
Hemos visto que el Reino de Dios siempre ha existido
y ha dirigido los destinos de toda la creación. Lo que sucedió
en los días de Jesucristo fue que Él lo estableció entre los
hombres, permitiéndonos así acceder nuevamente a una vida
en plena comunión y obediencia con el Padre. Desde los días
de Adán, el pecado ha provocado la imposibilidad de esa
unidad con Dios.
La autoridad y el poder de Dios nunca han estado en
duda. Él es el gran Rey y siempre lo será; el problema ha
residido exclusivamente en la humanidad. Los únicos que
hemos perdido somos nosotros, los seres humanos, debido a
nuestra naturaleza pecaminosa, que implica la incapacidad de
ver y obedecer la perfecta voluntad de Dios.
58
Cuando el Señor expulsó a Adán del Edén, que era un
lugar de bendición, estaba dejando en claro a todos los seres
humanos que vendrían después que Él no aceptaría sostener
una comunión espiritual con aquellos en estado de rebelión.
Por eso pasaron miles de años hasta que Jesucristo, con Su
vida, restauró esa posibilidad.
Bajo el Nuevo Pacto, podemos vivir en comunión con
Dios y bajo el poder espiritual de Su Reino. Sin embargo,
aunque todo lo tenemos en Cristo, seguimos esperando el
cumplimiento profético de la plena manifestación del Reino
en toda la tierra.
Ya experimentamos la presencia del Espíritu Santo,
pero aún esperamos recibir un cuerpo de resurrección. La
vida eterna es tanto una realidad presente como una
esperanza futura. Podemos decir que vivimos en los últimos
tiempos, pero el día del Señor aún no ha llegado. Vivimos
bajo la bendición del Reino, pero enfrentamos la hostilidad
del reino de las tinieblas.
En realidad, el Reino de Dios solo puede ser
comprendido a la luz de esta tensión entre ser una realidad
presente y una esperanza futura. La vida en Cristo nos
permite acceder a dimensiones de gloria, incluso en nuestra
carne mortal (2 Corintios 4:10 y 11), aunque esta nueva vida
es provisional e imperfecta, de manera que se puede hablar
tanto de su carácter revelado como de su carácter oculto
(Colosenses 3:3).
59
Pablo en reiteradas ocasiones, escribió sobre la
presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, y Su operación
de transformación en nuestro ser (2 Corintios 3:18),
mientras que en otras ocasiones escribió acerca de los hijos
de Dios, como quienes gemimos interiormente, rogando y
anhelando lo anunciado por el Señor (Romanos 8:23).
“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar
los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin
relación con el pecado para salvar a los que le esperan”
Hebreos 9:28
Por su parte, vemos que el escritor de la carta a los
Hebreos, contrasta claramente la obra de Cristo en Su
primera venida, con la consumación que se producirá en Su
segunda venida. Aquí vemos claramente la trama que une el
Reino establecido por Jesucristo, la manifestación presente
de ese Reino, y el cumplimiento futuro de todo lo que hasta
hoy tenemos de manera absoluta en la sustancia de la fe.
“Nos hizo renacer para una esperanza viva, por la
resurrección de Jesucristo de los muertos, para una
herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible,
reservada en los cielos para vosotros”
1 Pedro 1:3 y 4
El apóstol Pedro afirma que el nuevo nacimiento es lo
que nos proporciona nuestra esperanza viva, enseñando que
la salvación es un regalo de Dios. Así como un niño no hace
nada para nacer, nosotros experimentamos el nuevo
60
nacimiento no por lo que somos ni por algo que hayamos
hecho. Nacemos de Dios a través de la resurrección de Jesús
de entre los muertos (Juan 1:13).
La salvación cambia quiénes somos y solo después de
recibirla cambia lo que hacemos (2 Corintios 5:17). Solo en
Cristo podemos morir al pecado y recibir la gracia de vivir
para la justicia (Efesios 2:5). Este nuevo nacimiento sirve
como la razón de nuestra esperanza, nuestra seguridad en la
salvación. A diferencia de la esperanza vacía y muerta de este
mundo, esta esperanza viva es vigorosa y activa en nuestro
corazón porque es Jesucristo mismo.
El apóstol está dirigiéndose a los cristianos que sufrían
persecución en Asia Menor. Sus palabras tenían el propósito
de animarlos en sus problemas. Su futuro estaba asegurado
gracias a la resurrección de Jesucristo. Su esperanza estaba
en Su victoria sobre la muerte y Su vida de resurrección. Lo
que los creyentes perseguidos enfrentarían en este mundo no
se podía comparar con las bendiciones de la resurrección
futura y la vida que vendría en la eternidad.
La esperanza viva está anclada en el pasado: Jesús
resucitó de entre los muertos (Mateo 28:6). Continúa en el
presente porque Jesús está vivo (Colosenses 3:1), y perdura
en el futuro porque Jesucristo conquistó para nosotros una
vida de resurrección (1 Corintios 15:23).
El objeto de nuestra esperanza viva es una herencia
incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los
61
cielos para nosotros. Tenemos una herencia que la muerte
nunca tocará, que no se manchará por el mal ni se
desvanecerá con el tiempo; es a prueba de muerte, a prueba
de pecado y a prueba de edad. Dios la guardará y la
preservará en el cielo para nosotros. Es totalmente segura.
Nada puede socavar la certeza de nuestra herencia futura, y
la prueba de lo que obtendremos en el futuro son las arras que
disfrutamos hoy (Efesios 1:14).
La esperanza viva también nos permite vivir sin
desesperación cuando enfrentamos sufrimientos y pruebas en
esta vida presente. Por eso Pablo escribió: “Porque esta leve
tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez
más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros
las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas
que se ven son temporales, pero las que no se ven son
eternas” (2 Corintios 4:17 y 18).
Pablo también escribió en Efesios 2:12 que los que no
tienen a Jesucristo carecen de esperanza. Los creyentes
somos bendecidos con una esperanza real y significativa por
medio de la resurrección de Jesucristo. Por el poder de la
Palabra de Dios y la comunión que podemos tener con el
Espíritu Santo, esta esperanza viva despierta nuestras mentes
y almas (Hebreos 4:12). Cambia nuestros pensamientos,
palabras y acciones.
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
62
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque
le veremos tal como él es”
1 Juan 3:2
Por su parte, Juan destaca el contraste entre lo que
somos ahora y lo que llegaremos a ser. No solamente
tendremos la naturaleza divina, sino que portaremos Su
naturaleza de manera interna y externa. Pablo dice que hoy
llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia
del poder sea de Dios, y no de nosotros (2 Corintios 4:7),
pero cuando nos llegue lo perfecto, seremos transformados
completamente a Su semejanza.
A lo largo de toda la historia, tenemos promesas de
cosas que ocurrirán, sucesos que ya han ocurrido, realidades
que podemos vivir, procesos que debemos atravesar, y una
esperanza viva de que seremos alcanzados por la
consumación absoluta del propósito eterno en Cristo.
En el avance de estos procesos, tenemos las que se
denominan señales de los tiempos. Estas señales son las que
ya están anunciadas proféticamente, y que se producirán en
el mundo antes del regreso de Cristo, incluyendo cosas tales
como la predicación global, la gran apostasía, el trato de Dios
con Israel, la gran tribulación y la revelación del anticristo.
Podemos notar que estas señales de los tiempos no se
cumplirán todas juntas exclusivamente en los tiempos del fin
antes del regreso de Cristo, sino que se las debe considerar
como señales que se van cumpliendo a través de procesos a
63
lo largo de toda la era de la Iglesia, entre la primera y la
segunda venida de Cristo. Por ejemplo, analicemos el tema
de la predicación del evangelio del Reino, del cual Jesús dijo:
“Y será predicado este evangelio del reino en todo el
mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces
vendrá el fin”
Mateo 24:14
La predicación del evangelio ha experimentado
diversas etapas y expresiones a lo largo de toda la historia de
la Iglesia. Los mismos procesos vividos por la Iglesia han
silenciado en ocasiones la voz del verdadero evangelio y, en
otros momentos, han avivado la proclamación del evangelio
con una visión del Reino. Debemos reconocer que las
desviaciones doctrinales, que han distorsionado la esencia
misma del evangelio del Reino, han sido una de las
principales causas que han obstaculizado esta valiosa señal.
Por otro lado, las dificultades geográficas, políticas,
sociales, culturales e incluso los retos lingüísticos han
generado grandes obstáculos para la expansión del verdadero
evangelio. El Señor no enviará a sus ángeles a hacer esta
tarea; es nuestro privilegio. Solo aquellos alcanzados por la
gracia soberana han tenido acceso a la verdad revelada, y por
ello no solo tenemos el honor de proclamarla, sino también
la sublime responsabilidad de hacerlo.
Hoy en día, gracias a los cambios culturales y
tecnológicos, tenemos acceso a medios como el internet, que
64
antes no estaban disponibles. La globalización ha hecho
posibles cosas que antes parecían inalcanzables, y cuando se
utiliza en función del Reino, sus virtudes han sido muy útiles
para la evangelización.
Es importante destacar que señales de los tiempos
como estas son el resultado de procesos prolongados y no de
eventos específicos. Del mismo modo, otras señales de los
tiempos también encuentran expresión a través de procesos
más breves. Comprender esto es crucial para una lectura
correcta de los tiempos proféticos que vivimos hoy.
Como maestro en la Iglesia actual, mi preocupación es
mantener un equilibrio entre nuestra humanidad imperfecta y
la perfección que recibimos de Cristo. La enseñanza del
Reino debe efectuarse bajo la tensión de esta realidad. No
debemos predicar fomentando una consciencia demasiado
elevada ni demasiado degradante, como se ha hecho desde
ciertas perspectivas religiosas.
Hace algunos años, surgió en las Iglesias la teología
del "auto desprecio", que enseñaba que no éramos más que
siervos. Sin embargo, ser siervo no es un título sino una
actitud que debemos mantener, independientemente de
nuestra autoridad en Cristo. Cuando Pablo se llamaba a sí
mismo “siervo de Jesucristo”, no estaba certificando un
título, sino demostrando la actitud que debía tener como
apóstol de Jesucristo.
65
Nos enseñaron que no debíamos amarnos a nosotros
mismos, porque cualquier expresión de amor propio era vista
como un acto de orgullo y vanidad. Esta teoría de negar el
interés personal hizo que no pudiéramos hablar bien de
nosotros mismos; incluso, si alguien recibía un elogio, lo
rechazaba inmediatamente diciendo: “Toda la gloria sea para
el Señor”.
Recuerdo cuando un hermano, después de un mensaje,
le dijo al pastor: “¡Qué hermosa predicación, pastor! Fue una
bendición para mi vida”. Y el pastor le respondió: “¡Apártate
de mí, Satanás!” Estas situaciones eran absurdas y dolorosas,
síntomas de una religiosidad estúpida, evidencia de una
inmadurez total y de un peligroso desequilibrio emocional.
Luego llegaron las enseñanzas del movimiento
apostólico, donde hubo una entendible reafirmación de
nuestro valor. Pero como suele ocurrir con los cambios
legítimos, muchos llevaron las cosas al extremo elevando la
estima de los hermanos hasta caer en el orgullo espiritual.
Debemos estar claros en que somos débiles en nosotros
mismos, pero fuertes en Cristo. Tenemos una naturaleza
pecaminosa que lucha por sobrevivir, pero somos santos
renacidos que contamos con el poder del Espíritu Santo para
vivir en santidad. No podemos hacer nada por nosotros
mismos, pero todo lo podemos en Cristo. Vivimos una vida
que está en proceso de muerte, pero tenemos esperanza en
una vida gloriosa y eterna.
66
No debemos enseñar a los miembros del cuerpo de
Cristo como si fueran totalmente depravados o incapaces de
hacer el bien. Debemos enseñarles que son nuevas criaturas
en Cristo y que todo lo pueden en Él. Nosotros, como líderes
espirituales, no debemos mostrarnos débiles ni incapaces, ni
pretender una modestia falsa, ni mostrarnos como los “súper
ungidos” que pueden hacer más que cualquier otro mortal.
Como cristianos, debemos tratarnos como pecadores
redimidos que aún estamos en proceso de perfeccionarnos.
Por esta razón, siempre debemos estar dispuestos a perdonar
a nuestros hermanos por sus fallas y debilidades. Incluso,
toda corrección que debamos hacer, debe surgir del Espíritu
de gracia que el Señor nos ha concedido. Pablo escribió al
respecto: “Si ven que alguien ha caído en algún pecado,
ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse.
Pero háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho
cuidado, no sea que él también sea puesto a prueba”
(Gálatas 6:1).
Es fundamental entender que la lucha contra el pecado
continúa durante toda nuestra vida cristiana. El Reino nos
capacita para enfrentar los desafíos presentes, confiando en
la victoria total que tenemos en Cristo. Sabemos que Cristo
ha dado un golpe mortal al reino de Satanás y que la perdición
de Satanás es segura, mientras que nuestra redención total
está segura en las manos de Cristo, no en las nuestras.
Nosotros ya somos nuevas criaturas en Cristo, y en
nosotros mora el Espíritu Santo, quien nos fortalece para
67
poder vencer las obras de la carne (Romanos 8:13). Sin
embargo, debemos tener claro que no podemos alcanzar la
perfección sin cometer ningún pecado; nuestra imperfección
sigue activa. No obstante, esto no debe servir de excusa para
una vida irresponsable; al contrario, nuestra responsabilidad
radica en buscar la dependencia divina.
La revelación del poder que actúa en nosotros a través
del Espíritu Santo debe motivarnos a vivir una vida cristiana
victoriosa. Nuestra vida de fe no se fundamenta en nosotros
mismos, sino en la obra continua del Espíritu Santo (2
Corintios 3:18). Debemos ser impulsados por la convicción
de que nuestra santificación no es mérito propio, sino un don
de la gracia de Dios, ya que Cristo es nuestra santificación (1
Corintios 1:30).
Enseñanzas como estas deben dejarnos bien claro que
tenemos la responsabilidad de vivir para la gloria de Dios lo
mejor que podamos, incluso cuando no alcancemos la
perfección, y que no debemos intentarlo con nuestras propias
fuerzas, sino en el poder y el obrar del Espíritu Santo que nos
ha sido dado.
El hecho de que podamos reconocernos fuertes, y al
mismo tiempo débiles, no debe generar incredulidad ni
frustración, sino que debemos considerarnos a nosotros
mismos como nuevas personas imperfectas. Con todo esto en
mente, como líderes, debemos enseñar enfocándonos no
tanto en la imperfección que aún persiste, sino en lo nuevo
que hemos recibido en Cristo.
68
Poner el énfasis en la imperfección en vez de en lo
nuevo es desvirtuar el Nuevo Testamento. De hecho, no hay
forma de disfrutar los beneficios de la Biblia si no somos
capaces de llevarla a la cruz y aplicarla en la vida de
resurrección otorgada por el Nuevo Pacto.
Lo que debe cobrar un valor extraordinario en la
Iglesia del Señor es el crecimiento o la madurez espiritual.
Personalmente, creo que la clave para la plena manifestación
del Reino está en lograr la madurez espiritual de los santos
renacidos. La sabiduría espiritual, y la fructificación de
aquellos que alcanzan madurez espiritual serán vitales para
la expansión del Reino en los últimos días.
Por otra parte, la madurez es la que nos da la resiliencia
espiritual necesaria para lo que vendrá sobre esta tierra antes
de la venida del Señor. ¿Por qué sufren los cristianos? Es una
pregunta antigua que vamos a eliminar de nuestras vidas en
la medida en que desarrollemos nuestra madurez espiritual
en Cristo.
Debemos tener claro que el sufrimiento todavía ocurre
en la vida de los hijos de Dios porque los resultados del
pecado aún no han sido eliminados por completo y el sistema
está impregnado por el dominio de las tinieblas. La Palabra
enseña claramente que es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el Reino de Dios (Hechos 14:22).
Esto no significa que nos salvaremos después de sufrir
mucho, sino que no podemos esperar el gobierno de Dios
sobre nuestras vidas sin enfrentar hostilidades en el intento.
69
Pablo relaciona nuestro sufrimiento presente con
nuestra gloria futura (Romanos 8:17 y 18), y Pedro aconseja
a los hermanos que no se sorprendan por el fuego de la prueba
como algo extraordinario, más bien que intenten alegrarse al
padecer ciertos sufrimientos vinculados a la fe (1 Pedro 4:12
y 13).
Al final, debemos saber que Dios enjugará toda
lágrima de nuestros ojos, y tanto el dolor como la muerte ya
no existirán más (Apocalipsis 21:4). Mientras tanto,
sabemos que Dios tiene sus razones y propósitos al permitir
que el sufrimiento aceche la vida de sus santos. Tal vez
deberíamos reflexionar más sobre lo que Pablo nos enseñó
acerca de que el sufrimiento produce paciencia, la paciencia
produce prueba y la prueba produce esperanza (Romanos 5:3
y 4).
Por su parte, el escritor de la carta a los hebreos,
aunque admite que la disciplina y el sufrimiento no parecen
agradables en el momento en que los experimentamos, nos
dice que más tarde esa disciplina producirá un fruto apacible
de justicia para todos los que la acepten (Hebreos 12:11).
Personalmente, hago mucho hincapié en la resiliencia
espiritual porque estoy convencido de que las hostilidades
que se avecinan sobre la tierra serán abrumadoras.
Debemos tener claro que hasta la manifestación plena
del Sol de Justicia, la Iglesia sufrirá cada vez más
violentamente las hostilidades del sistema. La comprensión
de nuestras debilidades y el poder de Cristo que opera en
70
nosotros, nos permitirá avanzar en la madurez corporativa. A
su vez, esa madurez espiritual nos permitirá no solo
manifestar el Reino, sino también soportar las presiones y las
pruebas sin caer de rodillas ante el sistema.
Entre lo imperfecto de nuestras debilidades y lo
perfecto de la vida de Cristo que opera en nosotros está la fe.
Sin duda, es la fe la que nos capacita para vivir el Reino hasta
la llegada del Sol de Justicia. Entonces, no será la fe, sino la
realidad que experimentará el mundo, y el sistema caerá de
rodillas ante la llegada del gran Rey de reyes y Señor de
señores.
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra,
porque yo soy Dios, y no hay más. Por mí mismo hice
juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será
revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda
lengua”.
Isaías 45:22 y 23
71
Capítulo cinco
LAS SEÑALES DE
LOS TIEMPOS
“Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al
cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”
Hechos 1:11
Cristo vino para establecer Su Reino y volverá para
consumar completamente Su dominio sobre toda la tierra.
Como vimos anteriormente, y como claramente lo refleja la
vida de la Iglesia, hay un sentido en que el Reino de Dios ya
está presente, y hay otro sentido en que el Reino manifestará
su plenitud en el futuro. Nosotros estamos viviendo la
primera de estas etapas, pero estamos muy cerca de la
segunda.
Para la Iglesia de hoy, la expectativa y la enseñanza
correcta respecto de la segunda venida de Cristo son
absolutamente clave. El abuso y el desuso de la predicación
sobre la segunda venida de Cristo ha sido resultado del
72
desconocimiento. La mayoría de los predicadores que se
aventuran a hablar sobre la parusía del Señor repiten lo que
han aprendido sin profundizar en el conocimiento ni estudiar
personalmente las diferentes opciones doctrinales que se
manejan hoy en día.
No expongo esto para juzgar livianamente a mis
colegas, sino porque he consultado con muchos de ellos al
respecto, y todos reconocen que enseñan lo que han
aprendido en su institución o en el instituto donde se
formaron ministerialmente, pero no han estudiado las
diferentes opciones para cotejar las diferencias y encontrar la
correcta según la convicción del Espíritu.
No hay dudas de que el Señor vendrá, y claramente las
profecías del Antiguo Testamento, así como las enseñanzas
del Nuevo Testamento, nos exhortan a vivir de tal manera
que estemos siempre listos para el regreso del Señor. De
hecho, Su venida no es discutida por nadie, o por casi nadie.
Lo que deberíamos hacer es escudriñar detalles sobre cómo
y cuándo será, porque al final, estas cosas pueden convertirse
en grandes y peligrosas diferencias.
La Biblia nos enseña claramente que Cristo vendrá con
Sus ángeles en la gloria del Padre (Mateo 16:27). Jesús le
dijo al sumo sacerdote que vería al Hijo del Hombre sentado
a la diestra del poder de Dios y viniendo con las nubes del
cielo (Marcos 14:62). Incluso fueron dos ángeles los que, en
el momento de la ascensión de Jesús, les dijeron a los
apóstoles: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de
73
vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”
(Hechos 1:11).
La Biblia destaca en más de una ocasión que el día del
Señor vendrá súbita e inesperadamente. Las afirmaciones de
Cristo respaldan esto, ya que en su momento dijo a quienes
lo oían que esperaran Su regreso, pues Él vendría sin que
nadie pudiera saber el día y la hora con certeza (Lucas 12:40).
También les dijo: “Velad, porque no sabéis a qué hora ha
de venir vuestro Señor” (Mateo 24:42).
Por su parte, las palabras de Pablo hacen eco de las de
nuestro Señor, pues escribió: “El día del Señor vendrá así
como ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5:2), y el
apóstol Pedro también utilizó la misma comparación para
describir el regreso de Cristo: “El día del Señor vendrá como
ladrón en la noche” (2 Pedro 3:10). Nadie puede dudar de
que este evento ciertamente ocurrirá y será algo repentino e
inesperado para muchos.
Esta incertidumbre del tiempo de la venida del Señor,
no es el resultado de la ignorancia espiritual de los apóstoles,
ni obedece a ningún error de cálculos. Dios mismo consideró
conveniente no revelar el día ni la hora del retorno de Cristo
(Mateo 24:36), pero lo que sí hizo, fue instar a todos sus hijos
a que veláramos constantemente para que ese día, no nos
sorprendiera como ladrón. Yo sé que años atrás se hizo la
película llamada “Como ladrón en la noche”, y que muchos
asustan con este concepto, pero debemos tener muy en claro
74
que la orden de velar, nos librará de ser víctimas de la
sorpresa. El apóstol Pablo escribió:
“Más vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que
aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos
vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la
noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como
los demás, sino que velemos y seamos sobrios”.
1 Tesalonicenses 5:4 al 6
Los apóstoles sabían, por revelación y por instrucción
directa de Cristo, que Él vendría otra vez, que Su venida sería
precedida por tiempos tumultuosos, que sería súbita e
inesperada, y que tanto ellos como todos los convertidos
deberían velar continuamente. Por lo tanto, la limitación en
la revelación del día y la hora fue justamente para lograr el
efecto de la acción constante y la gestión efectiva de la fe.
Es evidente que el plan de Dios no incluía que Sus
profetas dispusieran de cierto conocimiento acerca de la
exactitud del momento del advenimiento de Cristo.
Precisamente antes de Su ascensión, nuestro Señor puso fin
a las preguntas de Sus discípulos sobre calcular el tiempo de
las acciones futuras de Dios al declarar: “No os toca a
vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso
en su sola potestad” (Hechos 1:7).
Jesús solo habló de algunas señales que precederían Su
venida y luego advirtió: “Cuando estas cosas comiencen a
suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra
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redención está cerca” (Lucas 21:28). Incluso, en las
bienaventuranzas habló de recompensas para aquellos
siervos a quienes, en Su venida, los encontrará viviendo y
sirviendo con fidelidad (Lucas 12:37 al 40).
Por su parte, Pablo exhortó a los hermanos de Corinto
a ser cautos en sus juicios, dado que el Señor volvería y Él
mismo juzgaría toda situación: “Así que, no juzguéis nada
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará
también lo oculto de las tinieblas” (1 Corintios 4:5).
En su carta a Tito, Pablo describe a los cristianos como
aquellos que están “aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). Al final, las
palabras de Pablo han servido durante siglos para velar y
actuar responsablemente, como si diariamente se renovara su
advertencia: “El Señor está cerca” (Filipenses 4:5).
El escritor de la carta a los Hebreos también dice
claramente que “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar
los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin
relación con el pecado, para salvar a los que esperan”
(Hebreos 9:28). Santiago, por su parte, hace resonar la
misma nota cuando dice: “Tened también vosotros
paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida
del Señor se acerca” (Santiago 5:8).
Por su parte, el apóstol Juan insta a sus lectores a
permanecer en Cristo para que, cuando Él aparezca, ellos
76
puedan tener confianza (1 Juan 2:28); además afirma que
cuando Cristo se manifieste nuevamente, nosotros seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es (1 Juan
3:2). En los escritos del libro de Apocalipsis resuenan los
detalles de Su glorioso regreso, ya que claramente dice: “He
aquí que viene con las nubes y todo ojo lo verá”
(Apocalipsis 1:7).
Esta misma viva expectativa del regreso de Cristo
debería caracterizar a la Iglesia de Jesucristo hoy en día. Si
esta expectativa ya no está presente, hay algo que está
radicalmente mal. Jesús mismo le dijo a la iglesia de
Filadelfia: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes
para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11). Y
en Apocalipsis 22:20, el penúltimo versículo del Nuevo
Testamento, como el gran cierre de la Biblia, leemos lo
siguiente: “El que da testimonio de estas cosas dice:
ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
Como maestro de este tiempo, creo que el grave
problema que padece la Iglesia es la desinformación y la
actitud que sostiene ante el anuncio de la segunda venida del
Señor. Es por ver esta situación que escribí algunos libros
como “Iglesia preciosa, despierta de una buena vez”, “Sesgo
de normalidad” o “La gran advertencia”. También escribí
sobre los tiempos previos en un libro que titulé “La gloria de
la persecución final” y de la venida misma en otro libro
titulado “El resplandor de Su venida”.
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Yo veo a mis hermanos tan atrapados por las
aflicciones personales, los afanes domésticos y los planes de
vida, que el interés en la segunda venida de Cristo ha sido
reducido a la nada. Es posible que muchos no estén creyendo
en el regreso literal del Señor y por eso no se preocupen por
tal asunto. Mientras que muchos otros sí creen en Su regreso,
pero consideran ese evento como algo absolutamente futuro
y distante, de manera que no sienten la expectación de tan
glorioso suceso.
Tal vez lo que está pasando es justamente lo que Jesús
advirtió en la parábola del siervo infiel. En esa parábola,
Jesús expone a un siervo como alguien despreocupado
respecto del regreso de su amo, ya que lo describe diciendo:
“Mi Señor tarda en venir…” (Lucas 12:45). Tal vez la
extensa historia de la Iglesia y los años de anuncios
incumplidos han generado la pérdida del sentido de
expectativa y de cuidado que debemos tener.
Pienso que más allá de toda diferencia escatológica
que podamos tener entre nosotros, el inminente regreso del
Señor es indiscutible. Todos, absolutamente todos, debemos
ser prudentes y sensatos como las vírgenes de la parábola
sobre la que también enseñó Jesús en Mateo 25:1 al 25.
Debemos vivir velando y esperando con ansias Su venida,
porque el Señor no se equivocó al decir que venía en breve,
ni los apóstoles mintieron al advertirnos con urgencia que
veláramos con temor, sino que todo eso obedece a una orden
directa de Dios, punto.
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Entiendo la ansiedad que despierta en muchos el
comprender el momento exacto de Su venida, pero eso no
debe ser lo que condicione nuestros actos. La verdad es que
deberíamos vivir el Reino con toda pasión, creyendo que
cada día puede ser el día del Señor. Eso es lo que Dios nos
dijo que debíamos hacer. No es necesario sacar conclusiones
apresuradas con tal de generar en los hermanos actitudes de
verdadero compromiso.
Tratar de encontrar señales sospechando de todo, en
lugar de obtener dirección verdadera por medio del Espíritu
Santo, tampoco es algo efectivo ni es algo que agrade a
nuestro Señor. Debemos estar claros de que si Él desea
revelarnos algo, simplemente lo hará. Nosotros solo debemos
mantener una profunda comunión espiritual con Él y
desarrollar nuestro discernimiento.
“Más él, respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís:
Buen tiempo, porque el cielo tiene arreboles. Y por la
mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el
cielo nublado. ¡Hipócritas!, que sabéis distinguir el
aspecto del cielo, ¡más las señales de los tiempos no
podéis!
Mateo 16:2 y 3
Generalmente, la expresión utilizada por Jesús como
“las señales de los tiempos” es empleada por teólogos y
eruditos para describir ciertos acontecimientos o situaciones
que preceden o señalan la segunda venida de Cristo. Sin
embargo, en este pasaje, que es el único en el que Jesús
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emplea esta frase, se refiere a lo que Él estaba haciendo en
ese momento de Su encarnación.
En el contexto de estos dichos, los fariseos y los
saduceos acababan de pedirle a Jesús que demostrara con
señales que realmente era quien decía ser. Entonces, Jesús les
reprendió por no ser capaces de discernir las señales que Él
estaba manifestando como el Mesías anunciado por los
profetas.
Las enseñanzas de Jesús y los milagros que lo
respaldaban deberían haber sido suficientes como señales
para discernir correctamente los tiempos en que estaban
viviendo. Sin embargo, los líderes judíos no lograron
interpretar quién era Él y, no solo eso, sino que lo
persiguieron con críticas despiadadas y con tanta malicia que
perversamente planificaron su muerte.
Ahora bien, así como hubo claras señales en los días
de Su primera venida, también habrá claras señales de los
tiempos previos a Su segunda venida. Los líderes que se
negaron a reconocer a Jesús como Mesías, y también sus
seguidores, fueron alcanzados por el juicio. Hoy en día,
debemos extremar nuestros cuidados para vivir
apasionadamente, dando correcta lectura a las señales de los
tiempos.
Hay algunos que no hacen más que observarlas, pero
reitero, las señales no deben ser nuestro fundamento de
acción ni la expresión de nuestro mensaje, porque cada vez
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que alguien procuró eso, terminó equivocándose y llevando
a muchos hermanos al error. Nuestro fundamento de
compromiso y pasión debe ser el mandato de nuestro Señor
de estar velando, punto. Sus órdenes deben ser más que
suficientes para nuestra gestión de fe.
Generalmente, quienes buscan continuamente
descubrir alguna señal de los tiempos del fin lo hacen en
términos de sucesos anormales, espectaculares o
catastróficos. Ellos solo ven a los signos anunciados como
interrupciones espectaculares del curso normal de la historia,
e incluso de ahí surge la expresión de fenómenos
apocalípticos, más vinculados a Hollywood que a los
movimientos divinos.
Pero la verdad es que si las señales del regreso de
Cristo son todos de ese tipo, no tendríamos necesidad de
velar, solo esperaríamos dichos eventos. Jesús mismo
advirtió en contra de este modo de entender las señales
cuando dijo a los fariseos: “El reino de Dios no vendrá con
advertencia, ni dirán: He aquí, o helo allí, porque he aquí
el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20 y 21).
Esto lo dijo para su tiempo presente, pero bien lo
podríamos aplicar para hoy, porque las palabras de Jesús no
estaban dirigidas en contra de observar las señales de los
tiempos, sino en contra de una expectativa del Reino
orientada hacia lo espectacular y lo insólito, en lugar de fijar
la atención hacia Él.
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Hoy en día, debemos enfocarnos en el Señor, en la
comunión que podemos tener con Él, en Su persona y no en
lo que sucede en el mundo. Reitero, debemos observar los
sucesos mundiales, debemos interpretar correctamente la
historia, pero ese no debe ser nuestro fundamento para
determinar nuestro compromiso espiritual.
También debo destacar que las señales de los tiempos
respecto del fin están, en muchos casos, asociadas con los
movimientos del reino de Satanás, y eso es peligroso porque
pueden llevarnos a serias equivocaciones. La Biblia nos
advierte que la venida del inicuo sucederá: “con gran poder
y señales y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9).
De hecho, la bestia que sale de la tierra descrita en
Apocalipsis “hace grandes señales, de tal manera que aún
hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los
hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las
señales que se le ha permitido hacer en presencia de la
bestia” (Apocalipsis 13:13 y 14). Por lo tanto, en vez de
andar buscando señales espectaculares, el pueblo de Dios
debe estar alerta para discernir los movimientos del Señor,
haciendo foco fundamentalmente en nuestra íntima
comunión con Él.
No estoy negando que ciertamente habrá señales
catastróficas que precederán a la venida del Señor. De hecho,
pretendo hacer clara mención de todo eso en mis libros y
enseñanzas, por eso considero muy importante dejar bien
claro que son importantes, pero no son nuestro fundamento
82
de fe. Nuestro único fundamento debe ser Jesucristo, la Roca
eterna y Su perfecta voluntad.
Los signos o señales de los tiempos no tienen la
capacidad de otorgarnos un dato preciso respecto del día y la
hora exacta del regreso de Cristo. De hecho, el Señor mismo
condenó todo intento de saber eso cuando dijo que nadie
conoce el día o la hora de su regreso, ni siquiera Él, sino que
el Padre lo sabe en su sola potestad (Marcos 13:32; Mateo
24:36). Si Jesús dijo no saber el día, ¿quiénes somos nosotros
para tratar de saber más que Él?
Solo debemos vivir en constante pasión y compromiso
con el Señor. Debemos prepararnos para enfrentar tiempos
de gran hostilidad antes de Su venida. No debemos basar
nuestra vida espiritual en la esperanza de escapar antes de que
los dolores comiencen, porque eso no sucederá. Conservar la
idea de irnos al cielo antes de la venida visible del Señor es
un error que puede sostenernos en peligrosa debilidad
espiritual.
Siempre digo: “Preparar a la Iglesia para un viaje de
placer es muy diferente que prepararla para una gran batalla;
formatear una consciencia de disfrute es muy diferente que
prepararla para el trago amargo de una gran hostilidad”. Que
el Señor nos ayude a comprender la imperiosa necesidad de
prepararnos para lo peor, aunque nuestra esperanza esté en lo
mejor que ciertamente vendrá para nuestras vidas.
83
“Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de
levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de
nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche
está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las
obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz”.
Romanos 13:11 y 12
No conocemos el tiempo de Su venida, pero
conocemos que es el tiempo de levantarnos del sueño y
permanecer velando (Mateo 24:42; Marcos 13:37),
estudiemos, trabajemos, edifiquemos, pero velemos respecto
de los movimientos del Reino (Lucas 12:32 al 43).
Mantengámonos estudiando la Palabra, en plena dependencia
del Espíritu Santo. No llenemos nuestra cabeza con teología,
sino nuestro espíritu con alimento de verdad.
Pasemos tiempo de calidad en oración contemplativa
y procuremos recibir la ministración del Espíritu Santo.
Prediquemos a tiempo, y fuera de tiempo, para que Dios haga
lo que desea con Su Palabra. Sirvamos a Dios en todo lo que
podamos, porque no hay mayor privilegio que ese.
Administremos bien el tiempo, porque los días son malos, y
nuestra oportunidad es hoy.
“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y
constantes, creciendo en la obra del Señor siempre,
sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.
1 Corintios 15:58
84
Capítulo seis
EL RELOJ DE DIOS
“Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de
los cielos, sino sólo mi Padre. Más como en los días de
Noé, así será la venida del Hijo del Hombre.
Porque como en los días antes del diluvio estaban
comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron
hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será
también la venida del Hijo del Hombre”.
Mateo 24:36 al 39
Las señales de los tiempos revelan que Dios está
actuando en el mundo, cumpliendo sus promesas y llevando
a cabo la consumación final de toda redención. Nuestra
obligación espiritual es discernir las señales en el curso de la
historia pasada, presente y futura, sin dejar de aprovechar
bien el tiempo, porque la manifestación del Reino en la tierra,
a la espera del Señor, inevitablemente producirá días cada
vez más difíciles (Efesios 5:16).
85
Las señales de los tiempos no nos dicen la hora exacta
en que Cristo regresará y, como hemos visto, no deben ser
nuestro fundamento de acción. Sin embargo, debemos estar
atentos porque Jesús mismo, en más de una ocasión, utilizó
expresiones tales como “y entonces vendrá el fin”, después
de haber indicado cuáles serían algunas de las señales
(Mateo 24:14 al 30). Por su parte, Pablo también escribió:
“No vendrá el fin sin que antes venga la apostasía y se
manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2
Tesalonicenses 2:3).
Sin duda, las constantes hostilidades con las tinieblas
se incrementarán al final de los tiempos. En una de las
parábolas que contó Jesús, vemos que los hijos del Reino,
representados por el trigo, y los hijos de las tinieblas,
representados por la cizaña, crecerán juntos hasta el tiempo
de la cosecha final. Esto significa que podemos esperar que
la lucha entre las fuerzas de Dios y las fuerzas de Satanás
perdure y se intensifique a lo largo de la historia restante
(Mateo 13:24 al 30).
Otras señales, como el crecimiento de la apostasía y la
desobediencia, la falta de amor y los repetidos casos de
guerras y rumores de guerras, indicarán claramente la
presencia de los poderes del mal (Mateo 24:5 al 14).
Asimismo, la gracia del Señor y las buenas nuevas del
evangelio continuarán dando oportunidad a toda la
humanidad. Sin embargo, el continuo rechazo de su amor
transformará esa paciencia divina en la temible ira del Señor.
86
Esto implica que aquel a quien esperamos, sin duda, vendrá
como el Sol de Justicia.
Obviamente, los incrédulos no entienden las señales ni
ven los acontecimientos mundiales como indicaciones de
nada, pero los hijos de Dios debemos regocijarnos
espiritualmente de que ocurran, porque a pesar de ser
negativas, como la apostasía, los falsos profetas, las falsas
manifestaciones, la persecución y la tribulación misma, son
indicios de que el regreso de nuestro Señor está en camino.
Es absurdo que, en lugar de celebrar Su venida, nos llenemos
de preocupación y miedo.
Los signos de los tiempos anunciados proféticamente
son un problema para quienes enseñan sobre una inminente
venida del Señor a través del rapto secreto, ya que la mayoría
de las señales dejarían de ser tales si la iglesia es arrebatada
antes de que todas ellas ocurran. Los predicadores del rapto
secreto han utilizado el temor durante años para generar
compromiso y entrega en los hermanos. Sin embargo,
también le han robado al pueblo el gozo y la alegría de
esperar al Señor.
Quienes dividen la segunda venida de Cristo en dos
fases consideran que el arrebatamiento de los santos sacará a
la Iglesia de la tierra y la llevará al cielo, donde celebrará las
llamadas bodas del Cordero. Entonces, creen que durante los
siete años siguientes, todas las señales comúnmente
aceptadas como signos culminantes de los tiempos ocurrirán
en la tierra cuando la Iglesia ya no esté.
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Según este punto de vista, no es necesario que ninguno
de los sucesos proféticos ocurra antes de la venida de Cristo.
Además, aquellos que predican esto no están preparando a la
gente para enfrentar las tremendas aflicciones que
sobrevendrán sobre la tierra, sino que los exhortan a
prepararse para ser aceptados por el Señor bajo la amenaza
de ser abandonados si no viven en santidad.
El problema que veo en todo esto es que al generar ese
pensamiento en el pueblo, están pasando por alto el diseño
del Nuevo Pacto, en el cual, por la gracia divina, vivimos en
Cristo, nos movemos en Cristo y somos en Cristo (Hechos
17:28). Si el Padre nos ve en Cristo, no puede ver otra cosa
que Su santidad y Su justicia. De eso se trata haber recibido
Su sangre y Su justificación.
Por otra parte, ¿qué sentido tendría celebrar bodas en
el cielo mientras miles y miles de hermanos son dejados en
la tierra para ser perseguidos y decapitados con feroz
violencia? Además, deberíamos preguntarnos: ¿Dónde
quedaría el pueblo de Israel en todo esto? ¿Acaso la unión del
Señor será solo con algunos? Por último, ¿dónde dice la
Biblia que las bodas del Cordero serán en el cielo y durante
la tribulación?
Sabemos que en los últimos tiempos el amor de
muchos se enfriará, la apostasía penetrará la Iglesia de
manera salvaje, la hostilidad del sistema generará una clara
persecución, el sufrimiento será evidente en varios frentes y
las fuerzas del mal culminarán en la manifestación del
88
hombre de pecado. Personalmente, considero que enseñar
que ninguno de los sucesos proféticos tiene que ocurrir antes
del regreso de Cristo es un claro y costoso error que solo
evitará una buena preparación espiritual en los hijos de la
Luz.
Las señales de los tiempos revelan tanto la gracia de
Dios como el juicio que vendrá sobre la tierra. Cuando el
pecado abunde más y más y aun así Dios se manifieste a
través de Su Iglesia (Romanos 5:20). Cuando se predique el
evangelio del Reino, y no otro, en todo el mundo (Mateo
24:14). Cuando veamos que el Espíritu Santo comienza a ser
derramado sobre grandes multitudes (Joel 2:28). Cuando el
mensaje de salvación alcance los confines de la tierra (Isaías
52:10), y cuando veamos el avance de la obra del Señor con
Israel, estaremos presenciando el último gran llamado de la
gracia soberana.
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra,
porque yo soy Dios, y no hay más”.
Isaías 45:22
El evangelio del Reino debe transformarse en una
fuerza que no pueda ser ignorada por las naciones del mundo,
porque será el testimonio que invite a la fe como el último
gran llamado de Dios. Esta expresión debe ser muy poderosa,
ya que el evangelio mismo testificará en contra de aquellos
que rechacen el Reino de Dios. Esto no significa que cada
miembro de cada nación oirá el evangelio, sino más bien que
89
será una voz tan penetrante en la vida de cada nación que
podrá ser rechazada, pero no ignorada.
Este periodo que está viviendo la Iglesia, hasta la
venida del Señor, debe ser muy bien aprovechado para la
predicación del evangelio del Reino. Debemos entender este
tiempo, como un tiempo de gracia, en el cual Dios está
invitando a todos los hombres a ser salvos, dando muestras
de su amor a través de sus escogidos. Al menos ese es el
diseño que debemos expresar.
Una señal profética del reloj divino es el trato de Dios
con Israel, pues este es un claro signo de los tiempos finales.
Pablo nos enseña que debemos prestar especial atención al
problema de la salvación de Israel: “No quiero, hermanos,
que ignoréis este misterio, para que no os estiméis a
vosotros mismos sabios: que el endurecimiento parcial ha
acontecido a Israel, hasta que haya entrado la plenitud de
los gentiles; y luego todo Israel será salvo...” (Romanos
11:25 y 26).
El cómo y el cuándo de esta promesa son fuentes de
gran controversia para quienes analizan esto desde diversas
perspectivas teológicas, un conflicto en el cual no deseo
participar en este libro. Algunos relacionan estas palabras
con un programa específico para el futuro de Israel después
de que la iglesia gentil haya sido arrebatada de la tierra.
Otros esperan la futura conversión de Israel como
nación, sin considerar a todos los judíos en particular. Otros
90
intérpretes, por el contrario, esperan una futura conversión de
toda la nación de Israel, entendiendo que se refiere a la
salvación de todos los elegidos, tanto judíos como gentiles, a
lo largo de la historia.
Otros eruditos entienden este suceso como una
descripción de la salvación del número total de los elegidos
judíos, no solo en los últimos tiempos, sino a lo largo de toda
la historia. Yo solo deseo agregar que tenemos la orden de
orar por Israel y bendecirlos; Dios sabrá cuándo y cómo
obrará con ellos. Solo sugiero que tengamos mucho cuidado
de no confundir el avance del sionismo con la verdadera
restauración que debe ser producida por el Señor, porque Él,
solo se glorifica a través de sus obras.
El problema que Pablo consideró en varias ocasiones
fue la incredulidad de Israel respecto al evangelio del Reino.
Aunque Pablo se denominaba a sí mismo apóstol de los
gentiles, también era un israelita y esto le generaba un gran
pesar por su pueblo (Romanos 9:2). De hecho, Pablo se
sentía tan afectado por la condición de los judíos en general
que dijo: “Desearía yo mismo ser anatema, separado de
Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes
según la carne, que son israelitas” (Romanos 9:3 y 4).
A pesar del amor que sentía por su nación, Pablo
sostenía la idea de que los israelitas eran responsables por su
propio rechazo del evangelio. Por eso escribió: “Pues,
ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la
suya propia, no se han sometido a la justicia de Dios”
91
(Romanos 10:3). Pablo encontraba en sus hermanos
israelitas el orgullo producido por la Ley, que
indudablemente contrastaba con la esencia misma del
evangelio de la gracia que él sostenía al decir que procuraba
ser hallado en Cristo, no teniendo su propia justicia producida
por la Ley, sino la que es por la fe de Cristo (Filipenses 3:9).
La Iglesia no es Israel de Dios; somos simplemente Su
nación santa, de donde obtenemos nuestra ciudadanía
espiritual. La Iglesia no debe tomar partido en las acciones
políticas de Israel ni debe adoptar prácticas judaizantes como
si eso elevara nuestra espiritualidad, lo cual va
completamente en contra del evangelio del Reino enseñado
por Jesús.
Nosotros debemos regocijarnos en la gracia que nos
alcanzó y orar para que Dios cumpla Sus planes, lo cual
seguramente hará, pero también nos presenta la
responsabilidad de orar. Pablo dijo: “Pues no hay diferencia
entre judío y griego, porque el mismo Señor es Señor de
todos, rico para con todos los que le invocan” (Romanos
10:12). Pablo aquí descarta cualquier período futuro en el
cual solo los judíos puedan acceder a la salvación o en el cual
los judíos sean salvos de manera diferente a los gentiles.
Lo que Pablo intenta demostrar en su carta a los
hermanos en Roma es que el rechazo de Israel no es absoluto
ni total. Él deja claro que aunque Dios parece haber
abandonado o rechazado a su pueblo, siempre ha habido y
siempre habrá un remanente elegido por gracia para
92
salvación (Romanos 11:5). El evangelio, en otras palabras,
tiene un efecto dual sobre los israelitas: algunos han sido
salvos a través de Cristo, mientras que otros han sido
endurecidos hasta que llegue su segunda oportunidad
(Romanos 11:7).
La falta de fe de los israelitas para reconocer a Cristo
ha sido utilizada por Dios para llevar la salvación a los
gentiles. Sin embargo, la salvación de los gentiles, a su vez,
está siendo usada por Dios para provocar celos en los judíos
y para traerlos de vuelta a Él. Y así sucederá con muchos de
ellos.
“Si las primicias son santas, también lo es la masa
restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas.
Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú,
siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas,
y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia
del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe
que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las
ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese
injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas,
pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino
teme”.
Romanos 11:16 al 20
Debemos comprender que cualquier pensamiento
sobre un futuro separado, una clase de salvación distinta o un
organismo espiritual diferente, tanto para judíos como para
gentiles, queda excluido. El Nuevo Pacto encuentra su
93
expresión en el Nuevo Hombre y no hay nada fuera de Él. En
la segunda venida del Señor, todos seremos incluidos en Su
gloria.
Reitero: “La caída de Israel ha llevado a la salvación
de los gentiles, y la salvación de los gentiles está provocando
celos entre los judíos para que también sean salvos”. Esta
interdependencia entre la salvación de los gentiles y de los
judíos es el misterio al que Pablo se refiere en Romanos
11:25. La Iglesia debe posicionarse con humildad y, si
verdaderamente amamos a Israel como decimos, debemos
dar testimonio del privilegio que significa vivir en la plenitud
de Cristo.
No vamos a influir en la temperatura espiritual de
Israel ni de ninguna otra nación si no vivimos el evangelio
del Reino con toda pasión. No provocaremos celos a nadie, y
mucho menos a los judíos, con demostraciones religiosas, ya
que ellos son mucho más religiosos, dedicados a las liturgias
y al estudio de las Escrituras.
Lo que ellos no tienen y nosotros sí, es la vida de
Cristo, la Palabra viva, la expresión del Espíritu Santo y la
manifestación de Su poder. Eso es lo que la Iglesia debe
mostrar al mundo y al pueblo judío. No una posición religiosa
y fría.
“Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los
discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos,
¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida,
94
y del fin del siglo? Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad
que nadie os engañe…”
Mateo 24:3 y 4
Como mencioné anteriormente, una de las enseñanzas
más trascendentales sobre los signos de los tiempos finales
es la que Jesús desarrolló en el llamado discurso del monte
de los Olivos. Sin embargo, es una enseñanza muy difícil de
interpretar, por lo cual ha sido siempre tan controversial entre
los teólogos. Esto se debe a que la pregunta de los discípulos
no fue una sola, y la respuesta de Jesús tampoco lo fue.
En primer lugar, cuando los discípulos le señalaron a
Jesús los edificios del templo, Él respondió: “De cierto os
digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea
derribada” (Mateo 24:2). Más tarde, cuando Jesús se sentó
en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron y le
preguntaron: “¿Cuándo sucederán estas cosas, y qué señal
habrá de tu venida y del fin del siglo?”. Es importante notar
que estaban haciendo referencia a la destrucción del templo
que Jesús acababa de predecir, así como a su venida y al fin
del mundo.
Al estudiar la respuesta de Jesús, encontramos que hay
aspectos de estos dos temas que están entrelazados. Algunos
conceptos tienen que ver con la invasión de Jerusalén y la
destrucción del templo, mientras que otros están relacionados
con el fin del mundo. De hecho, algunos conceptos son
difíciles de clasificar en cuanto a si Jesús estaba hablando de
una cosa u otra en determinado momento.
95
“Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y
seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi
nombre. Muchos tropezarán entonces y se entregarán
unos a otros, y unos a otros se aborrecerán”.
Mateo 24:9 y 10
Este pasaje podríamos utilizarlo para los tiempos
previos a la segunda venida del Señor, pero si tenemos en
cuenta que el contexto inmediato de esta expresión, en el cual
Jesús predice que el evangelio del Reino será predicado por
todo el mundo y luego vendrá el fin (Mateo 24:14), es obvio,
al menos por una cuestión cronológica, que la tribulación a
la cual se estaba refiriendo en este caso no está limitada al
período inmediatamente anterior a Su segunda venida. No es
necesario forzar el texto para encontrar un pretexto que
justifique lo contrario, sobre todo porque Jesús mismo lo
aclara a continuación.
“Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha
habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la
habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería
salvo; más por causa de los escogidos, aquellos días serán
acortados".
Mateo 24:21 y 22
Aquí sí, Jesús habla de la tribulación final que le espera
a Su pueblo, una tribulación de la cual los sufrimientos que
acompañarían la destrucción de Jerusalén serían solamente
un anticipo. Aunque algunos eruditos consideren que el
marco de estas palabras tienen un característico sabor judío
96
al mencionarles Jesús el día de reposo (Mateo 23:20), el
concepto de que habrá una gran tribulación, la cual no ha
habido desde el principio del mundo, ni la habrá, indica que
Jesús estaba prediciendo un suceso que sobrepasará cualquier
tribulación similar que la haya precedido este hecho, y eso,
sin dudas, va más allá de Israel.
“Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo;
mas por causa de los escogidos, aquellos días serán
acortados. Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está
el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se
levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán
grandes señales y prodigios, de tal manera que
engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”.
Mateo 24:22 al 24
En otras palabras, Jesús está aquí, mirando más allá de
la tribulación que les espera a los judíos en el tiempo de la
destrucción de Jerusalén en el año 70, a manos del futuro
emperador Tito. Esto no ocurrió en medio de días acortados
ni estuvo relacionado con la salvación. Tampoco hubo
engaños respecto de Cristo, ni señales o prodigios
mentirosos, ni afectó a sus escogidos, haciendo clara
referencia a la regeneración que llegaría a través del Nuevo
Pacto (1 Corintios 1:27).
Esta tribulación a la que Jesús hace referencia está
relacionada sin dudas con los tiempos finales antes de su
segunda venida. De hecho, Jesús aclaró que inmediatamente
después de esa tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no
97
dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las
potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá
la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y todas las tribus de
la tierra lamentarán y verán al Hijo del Hombre viniendo
sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria (Mateo
24:29 y 30).
No hay duda de que debido a la continua oposición del
mundo, cuyo sistema es impulsado por las tinieblas, el Reino
de Dios siempre ha sufrido violencia constante, y esto
aumentará exponencialmente. Los cristianos debemos
esperar sufrir persecuciones, adversidades y tribulaciones
durante toda esta era del Nuevo Pacto, que está marcada entre
la primera y la segunda venida del Señor.
Sin embargo, tomando como punto de partida las
palabras de Jesús en Mateo 24:21 al 30, debemos asumir que
también habrá una tribulación final y culminante
inmediatamente antes del regreso de Cristo. Esta tribulación
no será básicamente diferente de las tribulaciones anteriores
que el pueblo de Dios ha tenido que sufrir, pero se producirá
de manera perversa y despiadada.
Tampoco hay ninguna indicación en las palabras de
Jesús que permita pensar que la gran tribulación que Él
predice se limitará a los judíos, y que los cristianos, a
diferencia de ellos, no tendrán que pasar por ella. Entiendo
que es más fácil asumir un mensaje semejante, pero no creo
que sea lo que debamos enseñar. La Iglesia del primer siglo
nunca predicó ni esperó un rapto secreto.
98
De hecho, el apóstol Pablo menciona la trompeta y el
arrebatamiento en la misma venida del Señor. Incluso
consideró la posibilidad de que esto pudiera ocurrir mientras
él estuviera presente: “Porque el Señor mismo, con voz de
mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán
primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las
nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos
siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los
otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:16 al 18).
El arrebatamiento del que habla Pablo no tiene nada
que ver con el supuesto rapto secreto que muchos enseñan.
De hecho, la teoría del rapto antes de la segunda venida del
Señor comenzó a enseñarse a partir del año 1830, difundida
de manera masiva a través de estudios contenidos en la Biblia
de estudio “Scofield”, pero no fue una doctrina predicada por
los apóstoles ni por la Iglesia de los primeros siglos.
Los hijos de Dios no estamos exentos de tiempos de
angustia, aflicción, opresión e intensa persecución. Sin
embargo, hay quienes pretenden eximir a los santos de los
últimos tiempos de pasar por la llamada tribulación final, y
el versículo que utilizan como referente absoluto es el
siguiente: “Por cuanto has guardado la palabra de mi
paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba
que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los
que moran sobre la tierra” (Apocalipsis 3:10).
99
Amados hermanos, que Dios nos guarde de la prueba
no implica que debamos ser sacados de la tierra. Noé fue
librado del diluvio, pero permaneció sobre las aguas. Los
hebreos fueron librados de las plagas de Egipto, pero
estuvieron encerrados en sus casas, en el poblado llamado
Gosén, dentro del mismo territorio egipcio. No hay
precedentes, y nada dice la Biblia respecto a que Dios llevará
a su Iglesia sobre las nubes hasta que pase la tribulación. Creo
que debemos prepararnos para las adversidades que se
avecinan. No tengo dudas de que Dios nos guardará, pero eso
no implica que no padeceremos duras aflicciones.
Jesús mismo fue guardado por el Padre, quien lo
preservó para una gloriosa eternidad, pero eso no evitó que
fuera enviado a la cruz. De hecho, debemos recordar que
Jesús le pidió al Padre que, si era posible, pasara de Él esa
copa de aflicción (Mateo 26:39); sin embargo, era necesario
que así aconteciera.
Por otra parte, algunos sugieren que los creyentes
estamos destinados a la tribulación (1 Tesalonicenses 3:3),
pero no estamos destinados a la ira (1 Tesalonicenses 5:9).
La “ira” se refiere al tiempo en que el Señor se mostrará como
el Sol de Justicia, derramando Su juicio sobre la tierra.
Personalmente, no tengo dudas de que seremos preservados
de ambas cosas, pero no enseño que lo haremos tocando el
arpa sobre una nube.
Esta es mi carga y mi pesar: que la Iglesia de esta
generación comprenda la necesidad de prepararse para
100
enfrentar todo lo que venga sobre el mundo. Dios nos
guardará, no hay dudas de eso, pero nosotros debemos
glorificarlo tanto con nuestra fe como con nuestra pasión.
Recordemos que el Señor guardó a la Iglesia de los primeros
siglos, pero no evitó que murieran muchos hermanos. De
hecho, esas muertes fueron y siguen siendo una clara
alabanza para Su bendita gloria.
Un pastor amigo me preguntó: “¿Y si estás equivocado
y realmente hay un rapto secreto?” Entonces sonreí feliz,
diciéndole que me gozaría mucho de saber que estaremos
sobre una nube. Porque si nos preparamos para lo peor y nos
viene lo mejor, no seremos dejados atrás. Pero si pensamos
en irnos y no nos preparamos para difíciles tiempos de
adversidad, ¿cómo los enfrentaríamos? Jesús mismo
preguntó:
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre.
¿Hallará fe en la tierra?”
Lucas 18:8
101
Capítulo siete
LA APOSTASÍA Y
EL ANTICRISTO
“Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos
tiempos, algunos se apartarán de la fe para seguir a
espíritus engañadores y enseñanzas que vienen de los
demonios”.
1 Timoteo 4:1 DHH
Otro signo de los tiempos finales es la apostasía de
muchos hermanos. La palabra apostasía viene del griego
antiguo “apo”, que significa “fuera de”, y “stasis”, que
significa “colocarse”, es decir, que implica la negación, la
renuncia o la salida de la fe que se profesa.
Bíblicamente, debemos notar que las advertencias
sobre posibles apostasías en la Iglesia fueron ejemplificadas
por experiencias vividas por la nación de Israel. Ya durante
el peregrinaje por el desierto, hubo una apostasía en tal escala
que toda una generación de israelitas murió sin que les fuera
permitido entrar en la tierra prometida. Durante el tiempo de
102
los Jueces, las apostasías fueron constantes y perturbadoras.
La paz de la nación fue interrumpida una y otra vez por los
extranjeros, quienes encontraban derecho legal en las
rebeliones de los judíos para atacarlos y producirles toda
clase de mal. El Señor llamaba al arrepentimiento una y otra
vez, y cuando lo hacían, les levantaba un juez para
restaurarles la paz, pero sinceramente es sorprendente la
rebeldía espiritual con la que actuaron esas generaciones.
Luego de los gobiernos de Saúl, David y Salomón,
tenemos los procesos vividos por el reino dividido entre las
diez tribus del Norte, llamadas Israel, y las dos tribus del sur,
mencionadas como Judá. Según encontramos en los libros
históricos y proféticos, las reiteradas rebeliones y las
permanentes apostasías terminaron llevando a la deportación
de ambos reinos, enfrentándose a tiempos de tremendo dolor.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento encontramos
predicciones que nos hablan de una apostasía continuada o
recurrente de la verdadera adoración a Dios durante la
historia de la iglesia. Por supuesto, también tenemos la
mención de una apostasía final que precederá a la segunda
venida de Cristo. En el discurso del monte de los Olivos,
Jesús dijo lo siguiente: “Muchos tropezarán entonces, y se
entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y
muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a
muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de
muchos se enfriará” (Mateo 24:10 al 12). Y luego añadió:
“Se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán
103
grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán,
si fuera posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:24).
Como hemos visto, Jesús habla en este discurso tanto
de la invasión a Jerusalén y la destrucción del templo como
de la etapa del fin de los tiempos, y podemos notar que así
como anunció una tribulación para Israel, también anunció
una tribulación para la Iglesia en el final de los tiempos, y así
como anunció una apostasía para Israel, también anunció un
crecimiento de la apostasía para la Iglesia de los últimos
tiempos.
Ahora bien, el crecimiento de la apostasía en los
tiempos finales no implica la ausencia de la misma durante la
historia de la Iglesia. Aun desde el primer siglo, vemos la
operación de las tinieblas (1 Juan 4:3). Los escritos
apostólicos nos aclaran que la apostasía no se limita al fin de
los tiempos. El escritor de la carta a los Hebreos habla de
gente que en esa época estaba cayendo en apostasía (Hebreos
6:6) o que, al menos, estaba menospreciando al Hijo de Dios
(Hebreos 10:29).
Por su parte, el apóstol Pedro describe a aquellos que,
después de haber escapado de las contaminaciones del
mundo por el conocimiento de Cristo, se enredaron otra vez
en ellas y fueron vencidos (2 Pedro 2:20), y advierte sobre
la apostasía de los últimos tiempos diciendo: “Pero el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos
algunos apostatarán de la fe...” (1 Timoteo 4:1).
104
Nuevamente, en la segunda carta a su discípulo
Timoteo le advierte sobre la misma situación: “También
debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos
peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos,
avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes
a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de
ella; a estos evita” (2 Timoteo 3:1 al 5).
Estas advertencias son una constante en los escritos del
Nuevo Testamento; de hecho, hay más de veinte expresiones
tales como “los días postreros”, y son utilizadas
comúnmente para describir diferentes etapas que abarcan el
desarrollo de la Iglesia. Sin embargo, también tenemos
advertencias, directamente dirigidas a los tiempos previos a
la venida del Señor.
“Pero con respecto a la venida de nuestro Señor
Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos,
hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro
modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por
palabra, ni por carta, como si fuera nuestra, en el sentido
de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en
ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la
apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de
perdición…”
2 Tesalonicenses 2:1al 3
105
Parece evidente que los tesalonicenses tenían la
opinión de que el día del Señor estaba a punto de llegar. En
consecuencia, muchos de ellos vivían desordenadamente y se
negaban a trabajar en cualquier cosa (2 Tesalonicenses
3:11). Pablo, por esta razón, los exhorta y corrige,
enseñándoles que ciertos eventos debían ocurrir antes del
regreso de Cristo, y que estos eventos eran peligrosos, como
la gran apostasía y la manifestación del hombre de pecado.
Esta apostasía a la que Pablo se refiere será una
intensificación de las rebeliones que surgen dentro de la
Iglesia. Es evidente que algunos cristianos, o aquellos que
pretenden practicar la fe en Cristo, apostatarán siguiendo
falsas enseñanzas. Debemos reconocer que esto siempre ha
ocurrido en algunas iglesias, pero creo que la globalización y
la apertura de los medios como internet, que permiten a todos
los cristianos acceder a cualquier enseñanza, ya sea de
verdaderos ministros o no, están causando grandes
confusiones.
Con esto, no estoy sugiriendo que debamos impedir
que los hermanos tengan acceso a diferentes enseñanzas. Eso
sería muy absurdo y peligroso; la falta de libertad no fomenta
la sabiduría espiritual. Lo que debemos hacer es asumir la
responsabilidad de enseñar lo correcto, procurando promover
una madurez sana en los hermanos para que puedan discernir
lo que proviene de Dios y lo que no.
Hoy veo a muchos hermanos que reconocen a Cristo y
dicen respetar las Escrituras, pero se niegan a congregarse
106
para no vivir bajo autoridad, lo cual forma parte de la
apostasía. Entiendo que algunos han experimentado
injusticias que los han llevado a dudar de sus líderes y están
desilusionados, pero eso no debería ser motivo para intentar
vivir el evangelio fuera de la comunión con el cuerpo de
Cristo.
Hoy en día también veo a muchos líderes que utilizan
la manipulación y la amenaza para controlar y sacar provecho
de su gente. Eso es hechicería espiritual y también es
apostasía, porque aparta del gobierno central de la Iglesia al
Espíritu Santo, quien debe dirigir todas las acciones y los
diseños de la Iglesia.
Algunos líderes dicen ser apóstoles pero no cumplen
con esas funciones de manera legítima. Son religiosos y
obedecen estructuras institucionales, a veces disfrazadas con
nuevos nombres, pero son más de lo mismo. En realidad,
crean estructuras ministeriales que alimentan para su propio
crecimiento, mientras que el trabajo y la inversión de las
personas están dirigidos a esos intereses y no a la verdadera
expansión del Reino.
Algunos maestros enseñan fuera de los lineamientos
fundamentales que claramente establece la Biblia. Utilizan
sus dones y talentos para brillar y provocar fascinación en su
gente, a tal punto que terminan siendo idolatrados y honrados
como si fueran estrellas de rock. Eso también es apostasía.
107
Algunos predicadores proclaman mitos en lugar de
hechos, se basan en tradiciones judías en vez de en las
Escrituras. Algunos prefieren la filosofía existencialista
sobre la teología cristiana, la psicología más que la verdadera
unción, el humanismo en lugar de la verdad del evangelio; y
todo esto también es apostasía.
Hay ministerios que usan el carisma de sus líderes para
promocionarse, emplean métodos de crecimiento piramidal y
no permiten que el Espíritu Santo opere en la evangelización.
Muchos centran su enfoque en los mega-templos que han
construido y se presentan como superiores a otras
congregaciones. Aunque afirmen ser humildes, se
enorgullecen de sus presuntos logros. Esto también está muy
mal y lleva a la gente a la apostasía.
Hay falsos ministros o hermanos en posiciones
ministeriales que Dios no estableció, obras que Dios nunca
inauguró, falsas unciones, falsos dones, falsos milagros,
falsas enseñanzas y líderes que abusan de sus hermanos de
diversas maneras. Muchos convierten el evangelio en un gran
negocio, y todo esto también es apostasía.
Sin embargo, ¿quién puede decir cómo y cuándo será
la apostasía final? Creo que el mal que vemos hoy se
expandirá gradualmente, y ahí radica su gran peligro. Los
cambios progresivos se van aceptando poco a poco, los
hermanos se acostumbran a ver y escuchar cosas diferentes,
y cuando menos lo esperen, muchos habrán asimilado
108
enseñanzas erróneas sin darse cuenta de lo malas que son o
lo alejadas de la verdad que están.
La gran apostasía final puede venir muy pronto o
quizás esté aún a muchos años de distancia, y podría irrumpir
en el escenario de la Iglesia como una avalancha de maldad;
simplemente no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que
debemos estar siempre preparados, orando por la gracia para
poder mantenernos firmes en la fe y operando con verdadero
celo y discernimiento espiritual.
Recordemos que la señal de la apostasía está vinculada
con la inminente aparición del hombre de pecado. Pablo
escribió: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no
vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el
hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Tesalonicenses
2:3). También podemos interpretar sin equivocarnos que la
apostasía ya está en marcha y que podría intensificarse
considerablemente con la aparición del hombre de pecado.
“En cuanto a ese malvado, vendrá con la ayuda de
Satanás; llegará con mucho poder, y con señales y
milagros falsos. Y usará toda clase de maldad para
engañar a los que van a la condenación…”
2 Tesalonicenses 9 y 10 VP
Justamente, la aparición del anticristo es otra de las
claras señales que deben acontecer antes de la segunda
venida del Señor. Al igual que con las señales mencionadas
109
anteriormente, este anticristo tiene sus antecedentes en el
Antiguo Testamento.
La mayor parte de estos antecedentes se encuentran en
el libro de Daniel. Por ejemplo, del pequeño cuerno que
aparece en el sueño de las cuatro bestias de Daniel se dice:
“Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del
Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y
la ley...” (Daniel 7:25).
Aunque hubo un cumplimiento de esta predicción en
los hechos de Antíoco Epífanes, el rey sirio que oprimió a los
judíos y abolió sus leyes en el año 168 a.C., muchos
intérpretes ven en estas palabras una descripción anticipada
del anticristo del que habla el Nuevo Testamento. Esta
dinámica de la Biblia no es extraña, ya que en el caso de
Satanás ocurre lo mismo cuando lo encontramos
personificado en la figura del rey de Tiro (Ezequiel 28:11 al
19).
Creo que la descripción que hace Pablo del hombre de
pecado en su carta a los Tesalonicenses es un retrato del
anticristo, tal como piensan la mayoría de los exegetas.
Coincido en que hay muchos puntos de semejanza entre este
hombre y la figura descrita en Daniel 7:25. Ambos
personajes hablan palabras en contra del Altísimo y ambos
tratan de perseguir y quebrantar a los santos del Altísimo.
110
“El rey hará lo que mejor le parezca. Se exaltará a sí
mismo, se creerá superior a todos los dioses, y dirá cosas
del Dios de dioses que nadie antes se atrevió a decir.
Su éxito durará mientras la ira de Dios no llegue a su
colmo, aunque lo que ha de suceder, sucederá”
Daniel 11:36, NVI
Una vez más, este rey mencionado aparentemente es
Antíoco Epífanes, pero todos coinciden en señalar que Daniel
proféticamente estaba hablando del anticristo. Incluso hay
dos pasajes más en el libro de Daniel que hablan de una
“abominación desoladora”, y uno de ellos también se
desarrolla en la descripción de Antíoco Epífanes: “Y se
levantarán de su parte tropas que profanarán el santuario
y la fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán
la abominación desoladora” (Daniel 11:31).
El otro pasaje en el que Daniel menciona la
abominación desoladora es el siguiente: “Y desde el tiempo
que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación
desoladora, habrá mil doscientos noventa días” (Daniel
12:11). Esta abominación, de la que se habla en estos pasajes,
es entendida por la mayoría de los intérpretes como una
referencia a la profanación ocurrida en el templo de
Jerusalén.
Antíoco Epífanes profanó el templo cuando lo
consagró al dios griego Zeus. En ese momento, quitó el
sacrificio continuo, sustituyendo los sacrificios judíos por los
sacrificios paganos, incluyendo en estos sacrificios la
111
matanza de cerdos, animales considerados inmundos por los
judíos, y que, bajo ningún punto de vista, se podían ofrecer
como sacrificios al Señor.
Ahora notemos que Jesús se refirió a estos pasajes de
Daniel en su enseñanza dada en el monte de los Olivos: “Por
tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación
desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee,
entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los
montes” (Mateo 24:15 y 16). Cuando Jesús dijo estas
palabras, la profanación del templo por Antíoco Epífanes ya
había sucedido, incluso antes de Su nacimiento.
Sin embargo, Jesús dijo: “Cuando vean esto, huyan a
las montañas”. Obviamente, Él estaba refiriéndose a un
segundo cumplimiento de la profecía respecto al sacrilegio
desolador, aparte del cumplimiento que ya se había
efectuado. Ahora bien, creemos que este segundo
cumplimiento, al que Jesús se refería, es el que tuvo lugar en
el tiempo de la invasión de Jerusalén en el año 70 d.C., a
manos del futuro emperador romano Tito.
Pero como analizamos en el capítulo anterior, Jesús, en
esta enseñanza dada a sus discípulos, se refiere a dos cosas:
a la inminente invasión de Jerusalén y a la destrucción del
templo, así como también al final de los tiempos o las señales
que acontecerían antes de Su segunda venida. De allí que
podemos esperar que habrá un tercer gran cumplimiento de
la predicción sobre la abominación desoladora que aparece
en la profecía de Daniel.
112
Esto es claramente respaldado por los escritos de
Pablo, que menciona el final de los tiempos e incluye la
aparición del anticristo, quien, “se levantará contra todo lo
que se llama dios o es objeto de culto, tanto que se sienta en
el templo de Dios, como Dios, haciéndose pasar por Dios”
(2 Tesalonicenses 2:4). Podemos concluir entonces que
habrá una abominación desoladora final, al igual que hubo en
los tiempos de Antíoco Epífanes y del emperador Tito, las
cuales fueron tipos del anticristo, quien nacerá en carne para
la manifestación de esta tercera.
En mi libro titulado “El espíritu del anticristo”, enseño
que el gran error de la Iglesia ha sido tratar de identificar a la
persona del anticristo, en lugar de comprender que la Biblia
primeramente menciona a un espíritu, que obviamente ha
tenido diferentes manifestaciones, incluso desde los primeros
tiempos de la Iglesia, y que llegado el día, se manifestará en
carne para engañar a muchos (1 Juan 2:18). Yo considero
que lo que debemos hacer, en primer lugar, es identificar al
espíritu, para que al momento de su manifestación física,
podamos señalarlo claramente.
“Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá
sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre
de pecado, el hijo de perdición”
2 Tesalonicenses 2:3
Cito nuevamente este pasaje porque deseo no dejar
ninguna duda respecto de que el anticristo encarnará, y que
ciertamente se manifestará en un hombre, llamado el hombre
113
de pecado. La Iglesia, en el transcurso de la historia, ha
mencionado a muchos personajes nefastos de la política o de
la religión, considerándolos como el anticristo. Sin embargo,
no debemos operar bajo un espíritu de sospecha, porque
dejamos de ser creíbles; debemos operar en el discernimiento
y la clara dirección del Espíritu Santo.
Jesús advirtió que habría muchos intentos de engañar
a los cristianos; que se manifestarían falsos cristos, falsos
ministros, falsos profetas, y que harán grandes señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun
a los escogidos (Mateo 24:23 y 24). Pablo mencionó que una
de las características del anticristo serían las señales de gran
poder y prodigios mentirosos (2 Tesalonicenses 2:9).
En la historia, han aparecido muchos personajes
diciendo que son los ungidos de Dios, personajes que han
evidenciado poder a través de ciertas señales o milagros. No
debemos apresurarnos a nada. Somos hijos de la luz; no
debemos caer en repetir opiniones ni juzgar livianamente a
nadie. Antes bien, debemos orar y pedir la guía de Dios.
De todas maneras, el hombre de pecado será
totalmente derrocado por Cristo en su Segunda Venida: “Y
entonces se manifestará aquel inicuo a quien el Señor
matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el
resplandor de su venida” (2 Tesalonicenses 2:8). En otras
palabras, aunque la aparición del hombre de pecado traerá
sufrimiento indescriptible para la Iglesia, no debemos tener
nada que temer, ya que Cristo lo aplastará. Por eso el ánimo
114
predominante en el pensamiento de la Iglesia respecto al
anticristo no debe ser de temor, sino de fe por la victoria que
celebraremos.
“Pues nosotros, por medio del Espíritu, esperamos por la
fe la esperanza de justicia”.
Gálatas 5:5
115
Capítulo ocho
LAS BUENAS NUEVAS Y
EL DÍA DEL SEÑOR
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no
os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca;
pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra
nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres y
terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio
de dolores”
Mateo 24:6 al 8
También encontramos estas señales de los tiempos
mencionadas en el discurso de Jesús, señales de guerra que
todos verán y que ciertamente causarán gran sufrimiento
sobre toda la humanidad. Debemos estar claros en esto,
porque se encuentran afirmaciones similares en los pasajes
paralelos de Marcos 13:7 y 8 y de Lucas 21:9 al 11.
Las guerras han sido una constante en toda la historia
de la humanidad; así que, incluso en la Biblia, encontramos
la historia de muchísimas batallas. Los seres humanos
116
tenemos toda la tierra, y el Señor nos invitó a ocuparla
totalmente; sin embargo, la lucha por territorios o por la
obtención de poder de unos contra otros ha generado
infinidad de guerras y millones de víctimas a través de la
historia.
Declaraciones como: “Se levantará nación contra
nación, y reino contra reino” (Isaías 19:2), no son algo
inherente solo a los tiempos del fin. Durante toda la historia
de la humanidad hemos tenido guerras en el mundo. De
hecho, hoy en día, permanecen abiertos en todo el planeta
más de treinta conflictos bélicos por año.
A los terremotos también se los menciona en la Biblia,
generalmente como consecuencia de la intervención de Dios
en la historia o derramando algunos de sus juicios. Pasajes en
los que se expresan estas situaciones, como Jueces 5:4 y 5;
Salmos 18:7 y 68:8; Isaías 24:19; 29:6; o 64:1, son claros
ejemplos de esto. Sin embargo, nadie puede negar que en los
últimos años estos fenómenos se han multiplicado
exponencialmente.
La Tierra es un lugar activo, y los terremotos siempre
están sucediendo en alguna parte, pero el Centro Nacional de
Información de Terremotos informó haber localizado, en los
últimos tiempos, un promedio anual de entre doce mil y
catorce mil terremotos. El aumento de los fenómenos
climáticos hoy en día verdaderamente asusta, y sabemos que
esto se pondrá peor.
117
El hambre es otro de los flagelos que increíblemente
ha perseguido a la humanidad durante toda la historia. No
porque la tierra no sea capaz de proveer recursos, sino que la
mala administración humana y las mismas tinieblas que
operan en el mundo están impidiendo que podamos acceder
a la abundancia.
Bíblicamente, encontramos historias de hambrunas
tremendas tanto en la época de los patriarcas como en las
diferentes etapas de la historia de Israel. De hecho, cuando
Samaria fue sitiada, hubo tanta hambre que una cabeza de
asno llegó a costar ochenta monedas de plata, y un cuarto de
litro de estiércol de paloma, cinco monedas de plata (2 Reyes
6:25).
Incluso, dos mujeres interceptaron al rey para contarle
que se habían comido al hijo de una de ellas y que, después
de eso, la otra se estaba negando a entregar a su hijo para que
también pudieran comerlo. Al oír eso, el rey rasgó sus
vestidos, y el pueblo pudo ver el cilicio que traía
interiormente sobre su cuerpo (2 Reyes 6:29 y 30).
Hoy en día, según un informe elaborado por la Red de
Información sobre Seguridad Alimentaria, el número de
personas que necesitan ayuda urgente en materia de
alimentos, nutrición y medios de subsistencia viene
aumentando cada año. Se estima que casi ochocientos
millones de personas en el mundo están padeciendo hambre
y que de estos, casi trescientos millones padecen hambre
118
aguda. De hecho, dicen que hay habitantes de siete países que
están al borde de la inanición.
Se espera que estas señales mencionadas por Jesús se
multipliquen dolorosamente. Esto no significa que la gente a
quien le toque sufrir o morir como resultado de estos
desastres, como las guerras, los terremotos o el hambre, haya
sido singularizada como objeto especial de la ira de Dios.
Sin embargo, no debemos ignorar el crecimiento de
estos males, porque son una señal anunciada para los tiempos
previos a la venida del Señor. Es verdad que estamos en un
tiempo de gracia, pero el aumento del pecado en el mundo es
una abominación para Dios, y es inevitable que Su ira
constantemente esté siendo revelada desde los cielos contra
toda impiedad e injusticia de los hombres (Romanos 1:18).
Cuando ocurren guerras, terremotos y hambre, no
debemos suponer que el regreso de Cristo será inmediato,
porque estas cosas vienen ocurriendo desde siempre, pero sí
debe alarmarnos el crecimiento que están teniendo. Debemos
velar y orar para que el propósito de Dios pueda ser
consumado.
Aunque el plan de Dios para la humanidad
eventualmente traerá la paz y la prosperidad para todos los
que lo adoren y obedezcan, se requerirá de una intervención
sobrenatural y dolorosa para convencer a los humanos de que
se arrepientan de sus pecados. Estos actos de Dios son
llamados en la Biblia: “El día del Señor”.
119
Antes de que llegue el día del Señor, Dios permitirá
que el mundo entero pase por una gran prueba, al dejar que,
por un corto período de tiempo, Satanás provoque gran
rebelión y destrucción en la tierra. En este tiempo habrá
mucha tribulación (Marcos 13:19; Apocalipsis 3:9 al 11;
12:12). Satanás causará parte de estos problemas, dando
poder y autoridad a líderes políticos y religiosos para que
establezcan un gobierno dominante, al cual usará como
herramienta para perseguir al pueblo de Dios durante tres
años y medio (Apocalipsis 13). Este período de tiempo es
conocido como la Gran Tribulación y llevará al mundo entero
al borde de la autodestrucción (Mateo 24:21 y 22).
Luego de la Gran Tribulación y varias señales que Dios
usará para llamar la atención de la humanidad (Mateo 24:29;
Joel 2:30 y 31; Apocalipsis 6:12 al 16), “el día del Señor”
comenzará. Entonces, Dios enviará al mundo una serie de
castigos con el fin de llevar a las personas rebeldes al
arrepentimiento.
El día del Señor también es llamado “el gran día de su
ira” (Apocalipsis 6:17), pues en este período de tiempo Dios
mostrará a la humanidad su justa indignación por la
corrupción y destrucción que la rebelión en contra de su
benéfico camino de vida habrá causado (Isaías 13:6 al 13).
El día del Señor comenzará oficialmente cuando el
séptimo sello sea abierto (Apocalipsis 8:1) y es descrito en
casi todo el resto del libro de Apocalipsis, pues incluye las
plagas de las siete trompetas y las siete últimas plagas
120
(Apocalipsis 16). Solamente quienes sean considerados
como fieles serán protegidos de estos castigos (Apocalipsis
7:2 y 3; 9:4; 14:9 y 10).
La ira de Dios durará poco tiempo, pero será
terriblemente dolorosa. El Sol de Justicia brillará con gran
intensidad, pero su fuego no calentará para preservación, sino
que quemará para purificación. Muchos mirarán con espanto,
y muchos otros simplemente querrán morir y no podrán. Los
hijos de Dios seremos testigos de todo esto y debemos estar
preparados.
El propósito de Dios no es destruir a la humanidad; lo
que Él quiere es que las personas se arrepientan de sus
pecados y de sus actitudes egoístas, que tanta desdicha han
causado desde el principio de la creación (Joel 2:12 y 13;
Apocalipsis 3:19). Desafortunadamente, aun cuando estén
sufriendo los castigos del día del Señor, la mayoría de las
personas no se arrepentirán (Apocalipsis 9:20 y 21; 16:8 y
9).
Es por eso que Cristo regresará a la tierra con un
ejército poderoso para acabar con el reinado de Satanás y con
la rebelión que ha provocado en los seres humanos
(Apocalipsis 19:11 al 16; 20:2). Los ejércitos humanos se
reunirán en Armagedón e intentarán oponerse al regreso de
Cristo a Jerusalén, pero serán vencidos por completo. Y,
finalmente, los pobladores de un mundo humillado se
arrepentirán y querrán conocer el camino de Dios, o al menos
121
sabrán a ciencia cierta que hay un solo Rey de gloria (Isaías
2:2 al 4).
Quienes hemos sido alcanzados por la gracia del Señor
debemos ser agradecidos y cuidar mucho nuestra comunión
con Él. Quienes, por esa gracia, nos hemos dedicado a seguir
y servir a Dios como verdaderos discípulos debemos
prepararnos para los tremendos sucesos que vendrán sobre el
mundo entero, y además, deben advertir acerca de todo esto,
no solo a nuestros hermanos, sino a todos aquellos que
quieran escucharnos.
Sin embargo, no debemos hacer esto infundiendo
miedo, sino esperanza en los hijos de Dios y entregando la
buena noticia a todos los inconversos, porque de eso se trata
el evangelio. No es que lo que se viene sea bueno, sino que
la obra consumada de Cristo es la centralidad de nuestro
mensaje, y esa, sin dudas, es una buena noticia.
“Las buenas nuevas del Reino serán proclamadas en todo
el mundo, para que todas las naciones las oigan. Y sólo
entonces vendrá el fin”.
Mateo 24:14 NBV
Les deseo relatar una breve historia bastante conocida.
En realidad, no sé quién es el autor de ella, pero en la
simpleza de su relato nos da una gran enseñanza respecto de
la predicación de las buenas nuevas del Reino. “Hubo un
hombre a quien Dios le ordenó empujar una enorme roca. Él
se dispuso a obedecer, pero no lograba siquiera moverla un
122
milímetro. Aunque al principio lo hizo con gran empeño,
muy pronto, y al pasar de los días, si bien lo seguía
intentando, comenzó a dudar de sus posibilidades.
En su interior, comenzó a escuchar la voz del enemigo,
cuestionando la sensatez de la instrucción que Dios le había
dado. ¡Esa piedra es muy grande y pesada para que la
muevas...! ¡Qué tonto gastaría su tiempo y sus energías en
tratar de hacer lo que es imposible! ¡Habrá un tonto más
grande! ¡No puedes, no sigas, desanímate porque has
probado que no eres suficientemente bueno, ni fuerte, ni
tienes tanta fe...!
Finalmente, el hombre se entristeció y comenzó a
inquirirle al Señor: En serio, Dios, ¿por qué me pides algo
que es imposible? He pasado meses empujando la gran piedra
y no se mueve ni siquiera un poquito. Estoy cansado,
entristecido y sin esperanza de que algo vaya a cambiar.
Oyendo las quejas del hombre, el Señor le volvió a
hablar: “Hijo mío, ¿por qué te preocupas por aquello que no
te corresponde? ¿Por qué te abates escuchando otras voces
que no son la mía? Yo te pedí que empujaras la piedra, ahora
mírate tus brazos, ¿no son más fuertes que antes? Ahora
puedes cargar y aguantar más peso que cuando comenzaste
esta tarea. Así mismo, tus piernas tienen más vigor, y ahora
estás preparado para estar más tiempo de pie y caminar más
aprisa. Cuando te dije que empujaras la piedra, te estaba
enseñando a confiar en mí y a trabajar para tu fortaleza.
123
Nunca te exigí que movieras una roca tan grande, solo que la
empujaras, la roca la muevo yo…”
¿Qué es lo que considero fundamental comprender a
través de esta historia? Que la salvación viene del Señor
(Salmo 3:8). Nosotros somos pregoneros, predicadores,
comunicadores, voceros, pero no podemos salvar. Esa no es
nuestra responsabilidad, porque al evangelio se accede por
regeneración de vida.
Lo que debemos hacer es dejarnos guiar por el Espíritu
Santo (Romanos 8:14), y vivir bajo Su poder (Hechos 1:8).
Entonces Él nos llevará a orar por los escogidos del Padre,
nos llevará a hablar a todos bajo la unción y demostrará Su
poder cada vez que lo considere necesario. Nosotros solo
debemos presentarnos a Dios cada día como instrumentos
útiles en Sus manos, y al concluir cualquier tarea también
debemos expresar: “Siervo inútiles somos” (Lucas 17:10).
Él nos ha dado dones, talentos y capacidades que
debemos poner a Su servicio. Lo demás no es nuestra
asignación; solo Él puede producir convicción de pecado en
las personas (Juan 16:8). Solo Él puede llegar a los
corazones y vivificar a quien Él determine en su soberana
potestad.
En estos tiempos tan difíciles que vivimos,
necesitamos, más que nunca, caminar en la unción del
Espíritu Santo. Debemos guardar una profunda comunión
con el Señor y pedir dirección en todo lo que hagamos.
124
Entonces sí, seremos provistos de todo lo necesario para la
consumación de todo propósito (Mateo 6:33).
El Sol de Justicia nos permite a nosotros ser
alumbrados para entender Su voluntad, y nos conduce como
hizo con los hebreos mediante el fuego por la noche en el
desierto (Éxodo 13:22). El Sol de Justicia nos purifica y nos
permite vivir en la plenitud de Cristo, quien es nuestra
sabiduría, santificación, justificación y redención (1
Corintios 1:30). El Sol de Justicia, para nosotros, es vida,
seguridad, calor, luz y bienestar.
Sin embargo, el Sol de Justicia para el mundo será
como fuego consumidor. En dos ocasiones, Jesús utilizó la
idea del “fuego eterno” en relatos relacionados con el juicio
a los incrédulos (Mateo 18:8; Mateo 25:41). El Señor
también hizo llover fuego del cielo para juzgar a Sodoma y
Gomorra (Génesis 19:24), y así será sobre el mundo. El
fuego también cayó como un juicio sobre los egipcios
(Éxodo 9:23 y 24), y caerá sobre el mundo por causa de tanta
maldad (2 Pedro 3:10).
El Sol de Justicia saldrá para todo el mundo. Algunos,
tal como ocurre hoy en día en lo natural, preferirán la noche
porque se sienten mejor. Utilizan la oscuridad para
esconderse, pero nadie podrá hacerlo en el día del Señor,
porque el Sol de Justicia brillará con tal poder que no quedará
sombra donde refugiarse.
125
Ese día no comenzará con el resplandor del amanecer
ni pasará rápidamente, permitiendo que la oscuridad avance
nuevamente. El Sol de Justicia brillará con tal poder y
plenitud que muchos gritarán desesperadamente para que
vuelva una pequeña sombra que los cubra. La vergüenza y el
dolor harán que muchos supliquen ante su fuego. Otros
taparán sus bocas con espanto porque sabrán que ya se les
hizo tarde para arrepentirse.
Al final, todos se darán cuenta de la fragilidad de las
tinieblas ante el Sol abrazador del Reino. No hay oscuridad
que pueda resistirse o permanecer cuando los rayos del sol
avanzan. Imaginemos entonces qué harán los espíritus
inmundos cuando vean con espanto al anticristo, al falso
profeta y al mismo Satanás.
Imaginemos a los hombres que, sumidos en la
ignorancia, han sucumbido a las promesas de un éxito que
jamás tendrán. ¿Qué harán aquellos que descubran el error de
haber pactado con el mal? ¿Qué harán los que se burlaron de
Dios y de Su Palabra? ¿Los que han insultado con sus
actitudes a la persona de Jesucristo? ¿Qué harán los
soberbios, los egoístas, los orgullosos, los ambiciosos, los
codiciosos de poder y de riquezas?
¿Qué harán los cobardes e incrédulos, los abominables
y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y
embusteros, los políticos corruptos y mentirosos, los
perversos, los homosexuales, los afeminados, los ladrones,
los que creen que es un capricho evangélico el llamarlos al
126
arrepentimiento? ¿Qué harán cuando descubran que era
verdad lo que les decíamos, que no estábamos procurando
discriminar ni despreciar a nadie, que solo estábamos
predicando la verdad?
Y podríamos preguntarnos algo más: ¿Qué harán ante
el Sol de Justicia aquellos hermanos que, habiendo recibido
la gracia de la regeneración, no determinaron vivir en
obediencia? Como comunicador de esta generación, hace ya
varios años que vengo pregonando la necesidad de despertar
de toda somnolencia. La Iglesia está como dormida, como
anestesiada ante todo lo que está aconteciendo en el mundo.
Siento que Dios habla claramente, pero no hay
reacción. Siento que todos escuchan y dicen amén, pero
luego no gestionan la fe y el compromiso. Personalmente,
todos saben que no estoy de acuerdo con las estructuras de
legalismo y religiosidad que vivió la Iglesia hace algunos
años. Quienes me conocen, saben que he tratado de ser, o he
sido, un generador de cambios para que la Iglesia avance al
propósito con libertad, pero insisto que libertad no es
libertinaje.
Es duro para mí, después de haber luchado tanto contra
las estructuras religiosas, ahora encontrarme luchando con la
falta de temor, de compromiso y de entrega. Siento como si
estuviéramos viviendo en la época de Moisés. Es decir, los
hebreos se quejaron contra la opresión de faraón, pero cuando
fueron liberados por el Señor, en lugar de adorarlo
sirviéndole con pasión, murmuraron también en Su contra.
127
Los hebreos se quejaron como esclavos, pero cuando
fueron libres, no supieron gestionar la libertad. Hoy
hablamos de las estructuras que la Iglesia ha tenido y de cómo
fuimos liberados, pero veo que muchos, diciendo no ser
religiosos, parecen burlarse del serio compromiso que
implica el Reino. Yo no creo en el legalismo, pero creo en la
legalidad del Reino, y si estamos esperando al Rey como Sol
de Justicia, más vale que tomemos en serio la voluntad de Su
Espíritu Santo.
Hoy veo a muchos hermanos viviendo como desean
ellos, pero no como quiere Dios. Veo a muchos ministros
ocupando lugares que Dios no determinó, tomando
decisiones que Dios nunca mandó, torciendo el evangelio
para lograr provecho personal. Veo falta de temor, veo
irreverencia al crear ministerios y estructuras que Dios nunca
diseñó. Veo falta de responsabilidad, falta de compromiso y,
tristemente, también veo la falta de unción.
Yo sé que Dios sigue estando en control de todo, y que
nada ha ocurrido ni ocurrirá sin que Dios lo permita, pero me
pregunto: ¿Qué harán los que han persistido en actuar con
liviandad en la Iglesia? ¿Qué harán cuando vean resplandecer
al Sol de Justicia? ¿Quién podrá esconderse de Su Luz?
¿Quién podrá escapar de su fuego purificador?
Llevamos más de dos mil años siendo visitados por la
Gracia de Dios. Su obra, Su llamado y Su amor no tienen
comparación con nada. Y estoy seguro de que Cristo todavía
no ha regresado porque la paciencia del Padre y Su deseo de
128
salvación para los hombres han retrasado Su regreso, a la
espera de que sean alcanzados todos los escogidos y que
puedan entrar en compromiso todos y cada uno de sus hijos.
El Sol de Justicia está por brillar, y cuando muchos
crean que la oscuridad del mundo es impenetrable, será
disuelta por Su resplandor. Muchos correrán, pero no podrán
huir; muchos gritarán con espanto porque tendrán que asumir
su pena. Pero nosotros, los hijos del Dios Altísimo, los
renacidos en Cristo, la simiente santa, estaremos esperando
gozosos, alegres y llenos de expectativa, porque Su llegada
será la consumación de nuestra fe.
“Miren, ya viene el día, ardiente como un horno. Todos
los soberbios y todos los malvados serán como paja, y
aquel día les prenderá fuego hasta dejarlos sin raíz ni
rama dice el Señor Todopoderoso. Pero para ustedes que
temen mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo
en sus rayos salud. Y ustedes saldrán saltando como
becerros recién alimentados. El día que yo actúe ustedes
pisotearán a los malvados, y bajo sus pies quedarán
hechos polvo dice el Señor Todopoderoso”.
Malaquías 4:1 al 3 NVI
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RECONOCIMIENTOS
“Quisiera agradecer por este libro a mi Padre celestial,
porque me amó de tal manera que envió a su Hijo Jesucristo
mi redentor.
Quisiera agradecer a Cristo por hacerse hombre, por morir
en mi lugar y por dejarme sus huellas bien marcadas para
que no pueda perderme.
Quisiera agradecer al glorioso Espíritu Santo mi fiel amigo,
que en su infinita gracia y paciencia,
me fue revelando todo esto…”
“Quisiera como en cada libro agradecer a mi compañera de
vida, a mi amada esposa Claudia por su amor y paciencia
ante mis largas horas de trabajo, sé que es difícil vivir con
alguien tan enfocado en su propósito y sería imposible sin
su comprensión”
130
Como en cada uno de mis libros, he tomado muchos
versículos de la biblia en diferentes versiones. Así como
también he tomado algunos conceptos, comentarios o
párrafos de otros libros o manuales de referencia. Lo hago
con libertad y no detallo cada una de las citas, porque tengo
la total convicción de que todo, absolutamente todo, en el
Reino, es del Señor.
Los libros de literatura, obedecen al talento y la
capacidad humana, pero los libros cristianos, solo son el
resultado de la gracia divina. Ya que nada, podríamos
entender sin Su soberana intervención.
Por tal motivo, tampoco reclamo la autoría o el
derecho de nada. Todos mis libros, se pueden bajar
gratuitamente en mí página personal
www.osvaldorebolleda.com y lo pueden utilizar con toda
libertad. Los libros no tienen copyright, para que puedan
utilizar toda parte que les pueda servir.
El Señor desate toda su bendición sobre cada lector y
sobre cada hermano que, a través de su trabajo, también haya
contribuido, con un concepto, con una idea o simplemente
con una frase. Dios recompense a cada uno y podamos todos
arribar a la consumación del magno propósito eterno en
Cristo.
131
Pastor y maestro
Osvaldo Rebolleda
El Pastor y maestro Osvaldo Rebolleda hoy cuenta con
miles de títulos en mensajes de enseñanza para el
perfeccionamiento de los santos y diversos Libros de
estudios con temas variados y vitales para una vida
cristiana victoriosa.
El maestro Osvaldo Rebolleda es el creador de la Escuela de
Gobierno espiritual (EGE)
Y ministra de manera itinerante en Argentina
Y hasta lo último de la tierra.
rebolleda@hotmail.com
www.osvaldorebolleda.com
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