Ruben Dario
Poeta nicaragüense que fue el iniciador y el máximo
representante del Modernismo hispanoamericano. En
brillantez formal, estilística y musical, apenas hay autor en
lengua española que iguale al Darío de la primera etapa, la
etapa plenamente modernista de Azul (1888).
Prosas Profanas (1896). Cuando se aminora su esteticismo, y el ideal del arte
por el arte deja lugar a nuevas inquietudes, surge su obra maestra, Cantos de
vida y esperanza (1905), en la que el absoluto dominio de la forma ya no
tiene la mera belleza como único objetivo, sino que sirve a la expresión de
una intimidad angustiada o de preocupaciones sociohistóricas, como el
devenir de la América hispana.
Al valor poético intrínseco de esa segunda etapa, más perdurable que el de
la primera, hay que sumar el papel de Rubén Darío como núcleo originario
y aglutinador de todo un movimiento, el Modernismo, que marcó un hito en
la historia de la literatura: tras seguir sumisamente durante tres siglos los
rumbos de las letras europeas, nace en América una corriente literaria
propia cuya influencia pasará incluso a la metrópoli. Conseguida a
principios del XIX la independencia política, Latinoamérica lograba, a
finales del mismo siglo, la independencia literaria.
Ruben Dario Biografía
Casi por azar nació Rubén en una pequeña ciudad
nicaragüense llamada Metapa, pues al mes de su
alumbramiento pasó a residir a León, donde su madre, Rosa
Sarmiento, y su padre, Manuel García, habían fundado un
matrimonio teóricamente de conveniencias pero próspero
sólo en disgustos.
Para hacer más llevadera la mutua incomprensión, el incansable Manuel
García se entregaba inmoderadamente a las farras y ahogaba sus penas en
los lupanares, mientras la pobre Rosa Sarmiento huía de vez en cuando de
su cónyuge para refugiarse en casa de alguno de sus parientes. No tardaría
la madre en dar a luz una segunda hija (Cándida Rosa, que se malogró
enseguida) ni en enamorarse de un tal Juan Benito Soriano, con el que se
fue a vivir arrastrando a su primogénito a "una casa primitiva, pobre y sin
ladrillos, en pleno campo", situada en la localidad hondureña de San Marcos
de Colón.
No obstante, el pequeño Rubén volvió pronto a León y pasó a residir con los
tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel Félix Ramírez,
los cuales habían perdido recientemente una niña y lo acogieron como sus
verdaderos padres. Muy de tarde en tarde vio Rubén a su madre, a quien
desconocía, y poco más o menos a su padre, por quien siempre sintió
desapego, hasta el punto de que el incipiente poeta firmaba sus primeros
trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez.
El hogar del coronel Félix Ramírez era centro de célebres
Ruben Dario tertulias que congregaban a la intelectualidad del país; en
este ambiente culto creció el pequeño Darío. Precoz
versificador infantil, el mismo Rubén no recordaba cuándo
empezó a componer poemas, pero sí que ya sabía leer a los
tres, y que a los seis empezó a devorar los clásicos que halló
en la casa; a los trece ya era conocido como poeta, y a los
catorce concluyó su primera obra.
En su ambiente y en su tiempo, las elegías a los difuntos, los epitalamios a
los recién casados o las odas a los generales victoriosos formaban parte de
los usos y costumbres colectivos, y cumplían con inveterada oportunidad
una función social para la que jamás había dejado de existir demanda. Por
entonces se recitaban versos como se erigían monumentos al dramaturgo
ilustre, se brindaba a la salud del neonato o se ofrecían banquetes a los
diplomáticos extranjeros.
En su ambiente y en su tiempo, las elegías a los difuntos, los epitalamios a
los recién casados o las odas a los generales victoriosos formaban parte de
los usos y costumbres colectivos, y cumplían con inveterada oportunidad
una función social para la que jamás había dejado de existir demanda. Por
entonces se recitaban versos como se erigían monumentos al dramaturgo
ilustre, se brindaba a la salud del neonato o se ofrecían banquetes a los
diplomáticos extranjeros.
Durante su primeros años estudió con los jesuitas, a los que dedicó algún
poema cargado de invectivas, aludiendo a sus "sotanas carcomidas" y
motejándolos de "endriagos"; pero en esa etapa de juventud no sólo cultivó
la ironía: tan temprana como su poesía influida por Gustavo Adolfo Bécquer
y por Victor Hugo fue su vocación de eterno enamorado. Según propia
confesión en la Autobiografía, una maestra de las primeras letras le impuso
un severo castigo cuando lo sorprendió "en compañía de una precoz
chicuela, iniciando indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de
Góngora, las bellaquerías detrás de la puerta".
Adolfo Victor
Bècquer Hugo
Antes de cumplir quince años, cuando los designios de su corazón se
orientaron irresistiblemente hacia la esbelta muchacha de ojos verdes
llamada Rosario Emelina Murillo, en el catálogo de sus pasiones había
anotado a una "lejana prima, rubia, bastante bella", tal vez Isabel Swan, y a la
trapecista Hortensia Buislay. Ninguna de ellas, sin embargo, le procuraría
tantos quebraderos de cabeza como Rosario; y como manifestara enseguida
a la musa de su mediocre novela sentimental Emelina sus deseos de
contraer inmediato matrimonio, sus amigos y parientes conspiraron para
que abandonara la ciudad y terminara de crecer sin incurrir en irreflexivas
precipitaciones.
Rubèn Rafael
Darìo Zaldìvar
(1892)
En agosto de 1882 se encontraba en El Salvador, y allí fue recibido por el
presidente Rafael Zaldívar, sobre el cual anota halagado en su
Autobiografía: "El presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos y me
ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué es lo que yo deseaba,
contesté con estas exactas e inolvidables palabras que hicieron sonreír al
varón de poder: "Quiero tener una buena posición social".
Ruben Dario En este elocuente episodio, Rubén expresa sin tapujos sus
ambiciones burguesas, que vería dolorosamente frustradas y
por cuya causa habría de sufrir todavía más insidiosamente
en su ulterior etapa chilena. En Chile conoció también al
presidente José Manuel Balmaceda y trabó amistad con su
hijo, Pedro Balmaceda Toro, así como con el aristocrático
círculo de sus allegados; sin embargo, para poder vestir
decentemente, se alimentaba en secreto de "arenques y
cerveza", y a sus opulentos contertulios no se les ocultaba su
mísera condición.
Manuel
Balmaceda
De la etapa chilena es Abrojos (1887), libro de poemas que dan cuenta de su
triste estado de poeta pobre e incomprendido; ni siquiera un fugaz amor
vivido con una tal Domitila consigue enjugar su dolor. Como su familia era
llamada "los Darío" (por el apellido de un abuelo), el joven poeta, en busca
de eufonía, había empezado a firmar como "Rubén Darío", pseudónimo que
adoptó definitivamente como nombre literario de batalla. Para un concurso
literario convocado por el millonario Federico Varela escribió Otoñales, que
obtuvo un modestísimo octavo lugar entre los cuarenta y siete originales
presentados, y Canto épico a las glorias de Chile, por el que se le otorgó el
primer premio, compartido con Pedro Nolasco Préndez y que le reportó la
módica suma de trescientos pesos.
Ruben Dario Pero fue en 1888 cuando la auténtica valía de Rubén Darío
se dio a conocer con la publicación de Azul, libro encomiado
desde España por el a la sazón prestigioso novelista Juan
Valera, cuya importancia como puente entre las culturas
española e hispanoamericana ha sido brillantemente
estudiada por María Beneyto.
Las cartas de Juan Valera sirvieron de prólogo a la nueva reedición ampliada
de 1890, pero para entonces ya se había convertido en obsesiva la voluntad
del poeta de escapar de aquellos estrechos ambientes intelectuales (donde
no hallaba ni el suficiente reconocimiento como artista ni la anhelada
prosperidad económica) para conocer por fin su legendario París.
El 21 de junio de 1890 Rubén Darío contrajo matrimonio con una mujer con
la que compartía aficiones literarias, Rafaela Contreras, pero sólo al año
siguiente, el 12 de enero, pudo completarse la ceremonia religiosa,
interrumpida por una asonada militar; fruto de esta unión fue su hijo
Rubén, nacido en Costa Rica el 11 de noviembre de 1891. Más tarde, con
motivo de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de
América, vio cumplidos sus deseos de conocer el Viejo Mundo al ser
enviado como embajador a España.
El poeta desembarcó en La Coruña el 1 de agosto de 1892, precedido de una
celebridad que le permitiría establecer inmediatas relaciones con las
principales figuras de la política y la literatura españolas, pero,
desdichadamente, su felicidad se vio ensombrecida por la súbita muerte de
su esposa, acaecida el 23 de enero de 1893, lo que no hizo sino avivar su
tendencia, ya de siempre un tanto desaforada, a trasegar formidables dosis
de alcohol.
Ruben Dario
Precisamente en estado de embriaguez fue poco después
obligado a casarse con aquella angélica muchacha que había
sido objeto de su adoración adolescente, Rosario Emelina
Murillo, quien le hizo víctima de uno de los más truculentos
episodios de su vida.
Al parecer, el hermano de Rosario, un hombre sin escrúpulos, pergeñó el
avieso plan, sabedor de que la muchacha estaba embarazada. En
complicidad con la joven, sorprendió a los amantes en honesto comercio
amoroso, esgrimió una pistola, amenazó con matar a Rubén si no contraía
inmediatamente matrimonio, saturó de whisky al cuitado, hizo llamar a un
cura y fiscalizó la ceremonia religiosa el mismo día 8 de marzo de 1893.
Francisca
Sánchez
Naturalmente, el embaucado hubo de resignarse ante los hechos, pero no
consintió en convivir con el engaño, y en adelante sería perseguido por su
pérfida y abandonada esposa buena parte de su vida. Rubén conoció en
Madrid a una mujer de baja condición, Francisca Sánchez, la criada
analfabeta de la casa del poeta Francisco Villaespesa, en la que encontró
refugio y dulzura. Con ella viajará a París al comenzar el siglo, tras haber
ejercido de cónsul de Colombia en Buenos Aires y haber residido allí desde
1893 a 1898, así como tras haber adoptado Madrid como su segunda
residencia desde que llegara, ese último año, a la capital española enviado
por el periódico La Nación.