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Espiritualidad Cristiana para Laicos

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1

EL CAMINO
DE PLENITUD

Espiritualidad cristiana para laicos


2

Agustín Roberts

¿Cómo vamos a conocer el camino?


Jesús le respondió:
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí.

Juan 14,5-6

Hay un llamado constante que viene


de la comunión plena de la Trinidad,
de la unión preciosa entre Cristo y su Iglesia,
de esa comunidad tan bella de la familia de Nazaret
y de la fraternidad sin manchas que existe entre los santos del cielo.
Contemplar la plenitud que todavía no alcanzamos
nos permite relativizar el recorrido histórico que estamos haciendo.
No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos
a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido.

Francisco, Amoris Laetitia 325


3

ÍNDICE

Nota del Autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

I. ENCONTRAR Y SER ENCONTRADO .................... 7


1. Despertar .................................. 7
¿Buda, Zoroastro, Mahoma o Cristo? ............. 12
Ejemplos varios ............................... 13
Cuatro rasgos distintivos ...................... 17
2. Primeros pasos .................................. 18
En la práctica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

II. EL HIJO ENCARNADO Y LEVANTADO .................. 22


3. Cristo el Maestro .................................. 22
Misterios de Cristo ........................... 24
Cinco consecuencias ........................... 26
4. Historia de la salvación ........................... 27
Tres fases ................................. 28
5. Sacramentos y Santos .......................... 30
Sacramentos de vida nueva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
Contexto histórico ............................ 32
Santidad y santos ............................ 34

Iglesia de los santos y de la primera Santa . . . . . . . . . . 36

III. EL CAMINO SE DESARROLLA ........................ 40


6. Ministros de la Palabra y fe de los creyentes .......... 40
Desilusión ................................ 41
Fe y hermosura de corazón ..................... 42
7. Etapas en el camino ............................... 47
Según la Sagrada Escritura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
4

Durante la Edad patrística ..................... 51


Edad Media y tiempos modernos . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Cinco etapas de crecimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

Palabra y Espíritu. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

IV. PALABRA PROCLAMADA Y ESCRITA ............... 62


8. Biblia, meditación y oración ......................... 62
Revelación bíblica ............................ 62
Meditación y oración ......................... 63
Modos de orar ............................... 66
Lectio divina ............................... 69
Principios generales .......................... 71
9. Tradición espiritual, leyes y consejos ............... 72
Leyes y conciencia moral ..................... 73
Consejos evangélicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76

Reflexiones conclusivas ..................... 80

V. ESPÍRITU E INTERIORIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
10. Libertad, disciplina y amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Libertades humanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
Disciplina personal y dones del Espíritu . . . . . . . . . . . 86
Amor cristiano ........................... 90
11. Interioridad, conciencia y espíritu ..................... 93
Formación de la conciencia moral .............. 95
Espíritu divino y espíritu humano ............... 97

VI. PUERTAS ABIERTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100


Repaso conclusivo ................................. 101
Apéndice: Misterios de Cristo .............................. 104
Índice de temas principales .............................. 106
5

NOTA DEL AUTOR

Todos buscamos, de una manera u otra, crecer y desarrollarnos. Con el tiempo, esta
búsqueda suele tomar un camino más interior: se busca ser algo más. La búsqueda más claramente
religiosa acostumbra llamarse: vida espiritual, no porque toda persona humana no tenga una
dimensión espiritual, sino porque hay un Espíritu divino, que el cristianismo cree es el Espíritu
Santo. La espiritualidad, o vida espiritual, connota normalmente el espíritu humano en busca de ser
guiado por el Espíritu Santo. Su explicación a la luz de la fe cristiana suele llamarse teología
espiritual.

Hay muchos libros excelentes que presentan una visión general y sistemática de la
espiritualidad. Seis de los mejores durante el último medio siglo son: de Louis Bouyer,
Introducción a la vida espiritual: Manual de teología ascética y mística (Barcelona: Herder 1964);
de Federico Ruiz Salvador, Caminos del espíritu: Compendio de teología espiritual (Madrid: Ed.
Espiritualidad 1974); de Servais Pinckaers, La vida espiritual según San Pablo y Santo Tomás
(Valencia: Ed. Edicep 1995); de Ronald Rolheiser, En busca de espiritualidad: Lineamientos para
una espiritualidad cristiana del siglo XXI (Buenos Aires: Lumen 2003); de Víctor Manuel
Fernández, Teología espiritual encarnada: Profundidad espiritual en acción (Buenos Aires: San
Pablo 2004); y de Bernardo Olivera, Espiritualidad y mística popular católica (Buenos Aires: Talita
Kum Ed. 2015).

Cada una de estas obras tiene, por supuesto, su propio propósito y enfoque con su aporte
original, sea bíblico y patrístico (Bouyer), carmelita actualizado (Ruiz Salvador), histórico y tomista
(Pinkaers), buscador actual (Rolheiser), cultural y activo (Fernández) o integrador de la piedad
popular (Olivera). Las dos últimas obras se originan en América Latina a partir del año 2004, lo que
indica que hay lugar todavía para otra forma de presentar la gran riqueza de la espiritualidad
cristiana en términos de la profunda vivencia espiritual de nuestros países, con su integración de la
fe cristiana y católica con la cultura propia, la acción, la devoción y la mística.

Contribuir a esta integración es la primera justificación del presente libro, pero no la


principal. Lo más importante es el deseo de responder a la necesidad de una presentación que sea a
la vez general, sistemática y asequible para casi todo tipo de lector adulto del pueblo, sea fiel y
creyente o potencialmente fiel, es decir para toda persona interesada. Por eso, el presente no
pretende ser un texto muy analítico para estudiosos, sino un tipo de teología espiritual simplificada,
un compendio no exhaustivo sino integrador de principios doctrinales y espirituales, algunos
6

enfoques históricos y ciertas sugerencias pastorales para hoy, un manual apto para laicos que quizá
no hayan asistido a colegios católicos y están cada vez más ansiosos de profundizar la vida cristiana
como adultos en su propio ambiente. Esta profundización es la condición previa, normal y
necesaria, para “tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús” 1.

En este sentido, la orientación de estas páginas trata de respetar, al mismo tiempo, lo mejor
de la piedad popular, la cultura de nivel más erudito y el deseo cada vez más fuerte de muchas
personas de orientarse en el crecimiento cristiano. Todos podemos enriquecernos en nuestra vida
con la sabiduría cristiana acumulada durante más de dos mil años y saborear así mejor la alegría del
Evangelio en sus dos dimensiones complementarias: la mística y la misión.

La posibilidad de crecer como adultos en la vida espiritual es apenas tocada en la catequesis


juvenil, que es donde muchos terminan su formación religiosa. De allí proviene no sólo el título del
presente libro, sino también su organización en torno a las dos grandes realidades de todo discípulo
de Cristo: la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios. El desarrollo del texto corresponde a la
progresiva respuesta personal a la Palabra y al Espíritu, que necesariamente involucra temas
doctrinales y de moral general, como la libertad, las virtudes cotidianas y la vida familiar o social,
que forman parte de la espiritualidad cristiana junto con sus dimensiones más netamente interiores.
Las referencias bíblicas, litúrgicas y a otros autores tienen la finalidad de permitir profundizar lo
dicho aquí mediante el estudio de las fuentes bíblicas o de las obras citadas y la celebración más
consciente de las fiestas litúrgicas.

Quiero agradecerle a Gustavo Salaverri, de Agape Libros, por haberme animado a comenzar
estas páginas, como también al Padre Bernardo Olivera de mi monasterio, a la Hermana Dina Pérez
de la Fraternidad de Nazaret, y a las Hermanas Cecilia Chemello y María Magdalena Ierino de las
Hermanas Trapenses de Hinojo, por sus sugerencias respecto al manuscrito.

Azul, 16 de julio de 2016


Fiesta de Nuestra Señora del Carmen

1
El Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (El gozo del Evangelio), sobre el anuncio del
Evangelio en el mundo actual (24 de noviembre de 2013), nº 127.
7

I. ENCONTRAR Y SER ENCONTRADO

Ustedes han resucitado con Cristo,


busquen los bienes del cielo
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Col 3,1

En algún momento de la vida, sucede algo especial dentro de nosotros mismos: parece como
si una puerta interior, hasta entonces desconocida, comenzara a abrirse. Puede ocurrir durante la
niñez o en la adolescencia, como joven adulto o aún más tarde. Podemos sentirlo como sed, que
quizá estaba siempre latente y aparece ahora en la superficie, sed de algo más allá de “todo esto”, de
algo misterioso que vale la pena, algo permanente y trascendente, tal como les sucedió a los
primeros cristianos, al escuchar las palabras de San Pablo: “Los bienes del cielo”. Jesús lo había
predicado ya como la felicidad del Reino de los cielos2.

No se trata de ninguna escapatoria de lo terrenal, sino de una percepción cada vez más clara
de que hay mucho más que “todo esto”: es como chispa escondida de una secreta respuesta eterna.
Jesús, resucitado de entre los muertos, explica lo que es esta percepción muchas veces inesperada.
Dice que es él mismo: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré
en su casa y cenaremos juntos”3.

1. Despertar

La experiencia de siglos demuestra que esta percepción sorpresiva de algo o de Alguien que
te llama interiormente es más que una intuición natural o la respuesta a tal o cual pregunta que se
pudiera tener. Es un despertar, un descubrimiento personal que va más allá de la búsqueda o
necesidad de conocer la verdad, el amor o la hermosura. ¡Hay una Persona que llama en la puerta
interior de la consciencia! Si se abre instantánea o gradualmente esta puerta interior a la
desconocida novedad, esta Persona entrará silenciosamente y dará comienzo a algo nuevo.
Pero, ¿quién puede entrar así en el corazón humano sin su intervención, si no es el que lo
creó? ¡Y pensar que él nos buscaba desde hacía tiempo! Se inicia así una aventura muy personal de

2
Ver Mt 5,3-11.
3
Apoc 3,20. Las citas bíblicas son de El libro del Pueblo de Dios, la Biblia (Madrid-Buenos Aires: San Pablo 1981-
2004), modificadas a veces de acuerdo a los textos litúrgicos.
8

crecimiento humano, o más bien esta nueva aventura entra en nosotros y hay una nueva
conversación: una cena amorosa de verdad y hermosura.

Frente a este despertar novedoso, puede preguntarse, tal como lo hizo la Virgen María:
“¿Cómo puede ser esto?”4 De parte de la persona involucrada, el despertar espiritual estriba en la
capacidad innata en cada ser humano de trascenderse y unirse a Dios en la verdad. Este sentido de
lo sagrado es la imagen de Dios, con la que la persona fue creada 5. Se expresa en el deseo
consciente o inconsciente de encontrar un amor genuino y eterno, como lo describe San Agustín:
“Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”6.
El hombre y la mujer, en efecto, tienen una dimensión religiosa indeleble que orienta su corazón
hacia la búsqueda del Absoluto, hacia Dios, de quien perciben la necesidad, aunque no siempre de
manera consciente. Esta búsqueda es común a todos los hombres de buena voluntad. Y muchos que
se profesan no creyentes confiesan este anhelo profundo del corazón, que habita y anima a cada
hombre y a cada mujer deseosos de felicidad y plenitud, apasionados y nunca saciados de gozo 7.

Sin embargo, esta capacidad innata de conocer y amar a Dios necesita activarse y ponerse en
marcha. Tal como sucede con un motor a nafta, diésel o gas, se necesitan dos cosas: el combustible
desde afuera y una chispa o bujía dentro del motor, para encender el combustible. Sin la
concurrencia de combustible exterior y chispa interior, el motor no arranca: no hay ni fuego ni
movimiento. De manera parecida, para que algún despertar interior tenga lugar, el corazón humano
hecho por Dios y para él, necesita dos dones adicionales: uno de afuera, el otro adentro.

El primer don llega en el estímulo o anuncio, sea escuchado con palabras, visto en el
ejemplo de otros, escrito en un libro, o mejor aún, los tres juntos: buena enseñanza, buen ejemplo y
lectura buena. Pero estos elementos exteriores son preliminares; no bastan para encender el fuego.
Se necesita también el don interior: la chispa en el corazón, que es la gracia de acoger la Palabra
escuchada o el ejemplo contemplado y de comenzar a encarnarlo en la propia vida. Es la chispa del
Espíritu Santo: es Jesús, que por su Espíritu inflama el corazón para que acoja al que llama a la
puerta, que es él mismo, la Palabra de Dios encarnada en Jesús, que busca ser acogida y creída, para
luego ir creciendo en toda la vida. Uno de los primeros en acoger la Palabra fue el gran patriarca
Abraham:

4
Lc 1,34.
5
Ver Gén 1,26: “Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”; y 5,1-2: “Cuando Dios
creó al hombre, lo hizo semejante a él. Y al crearlos, los hizo varón y mujer, los bendijo y los llamó Hombre”.
6
Confesiones I,1, en Obras de San Agustín II (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos 11, 1968), 73.
7
Papa Francisco, Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere del 29 de junio de 2016.
9

El Señor dijo a Abram: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo
haré de ti una gran nación… y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Abram partió,
como el Señor se lo había ordenado8.

Dejar patria y familia no es para todos, pero sí la acogida, el consentimiento y la puesta en


práctica de lo que se capta como voluntad de Dios. Esto es la fe, la fe de Abraham. Después de él,
los sucesivos patriarcas y profetas escucharon la Palabra y creyeron en ella. María recibió la
invitación de Dios de concebir por acción directa del Espíritu Santo y dar a luz un hijo que se
llamaría Jesús, el Hijo del Altísimo y Mesías eterno. La Virgen creyó, no sin desconcertarse un
poco, y acogió la invitación: “Yo soy la servidora del Señor: que se cumpla en mí según tu
palabra”9. Sin la fe Dios no puede vivir sobre la tierra, porque él no es un dios de magia, de libros o
de técnicas esotéricas, sino del diálogo respetuoso y amoroso.

Para cada uno, el momento más grande y noble, más profundo y auténticamente humano de
la vida es cuando se comienza a creer de veras en este amor de Dios, sea implícitamente como niño
que recibe el Bautismo y la fe de la Iglesia, sea explícitamente, como adulto en el misterioso
despertar del corazón cuando el alma humana se abre como la más hermosa rosa de primavera. En
aquel momento, con frecuencia sin darse cuenta de ello, se llega a tocar el hecho de ser hijo o hija
muy querido de Dios, porque “la fe es la realidad de los bienes que se esperan, la plena certeza de lo
que no se ve”10.

San Agustín, en la segunda mitad del siglo IV, había recibido una formación cristiana y
católica como niño y joven en el Magreb africano, pero le pasó a él lo que sucede a menudo en
nuestros días: al salir de su hogar para estudios más avanzados, dejó la fe cristiana, se juntó con una
secta de los antiguos persas y cayó en todo tipo de libertinaje sensual e intelectual. Sin embargo,
siempre buscaba “algo más” y por casualidad, como joven adulto en Italia, leyó algunas palabras de
una carta de San Pablo. Agustín describió su experiencia en sus famosas Confesiones: “Como si se
hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis
dudas”11.

Un ejemplo más moderno y colectivo de este despertar espiritual proviene de las últimas
décadas del siglo XX en el medio ambiente de la China comunista, donde bajo el control violento
de la religión por la policía federal, las palabras y gestos de Jesús tocaron el corazón de un grupo
numeroso de campesinos pobres y laboriosos. Todas las Biblias habían sido confiscadas y

8
Gén 12,1-4.
9
Lc 1,38.
10
Heb 11,1.
11
Confesiones, VIII, 29, p.340.
10

quemadas hacía ya más de veinte años, y los campesinos, en sus pequeñas aldeas desparramadas
sobre el vasto panorama de arrozales, se habían olvidado totalmente del trabajo de los misioneros
cristianos. Uno de ellos, casado con cuatro hijos jóvenes, se había enfermado de cáncer. Al hacerse
su condición cada vez más grave, su esposa analfabeta cayó en la cuenta de que los remedios eran
inalcanzables y el porvenir de ella misma y de su familia era desesperanzador.

Una noche la pobre mujer no lograba dormirse y lloraba en silencio sobre su estera de
bambú, cuando escuchó de repente una voz tierna y dulce: “Jesús te ama”. Se acordó en seguida de
la misma frase en boca de una misionera que había visitado la aldea hacía 25 años, antes de que ella
se casara12. Llorando más que nunca, se arrodilló al lado de su estera y oró a Jesús por la curación
de su esposo. A la mañana siguiente, comunicó a los chicos lo que le había pasado y todos
comenzaron a rezar a Jesús por la misma intención. Al cabo de una semana el esposo se curó por
completo, todas las aldeas vecinas se enteraron del hecho y el hijo mayor, que tenía 14 años, le hizo
la pregunta inevitable a su mamá: “¿Quién es Jesús?”

La madre le dijo que todo lo que sabía venía de las Biblias confiscadas y quemadas hacía
mucho. Cuando un vecino ya muy anciano escuchó todo esto, se acordó de la Biblia que había
escondido hacía tantos años en un pozo detrás de su casita. Cavó allí de noche, la descubrió y la dio
secretamente al muchacho, quien la recibió fascinado, porque había aprendido a leer los caracteres
fundamentales. Pero él y su familia tenían miedo de que la policía descubriera su nuevo tesoro
prohibido, de tal modo que el muchacho decidió memorizar todo, a partir del Evangelio de San
Mateo. Cuando los vecinos le preguntaron sobre lo que la Biblia decía de Jesús, sólo podía
recitarles los 28 capítulos de aquel Evangelio. Luego hizo lo mismo en las aldeas más cercanas.

Todos se quedaron profundamente conmovidos por este Salvador recientemente descubierto


y por sus parábolas y enseñanzas, que correspondían perfectamente a su vida aldeana y campesina.
En su sencillez de corazón, tenían “hambre y sed de justicia” 13, de modo que abrieron la puerta de
sus corazones y el Salvador entró con los dones y frutos de su Espíritu. Así comenzó la
multiplicación, en el centro mismo de la China comunista, de “casas-iglesias” tal como durante los
primeros siglos cristianos14.

Algo de este género podría ocurrir también entre los musulmanes, según lo que dice un
joven recientemente bautizado:

12
Puede ser que se trataba del primer verso del himno que los misioneros protestantes enseñaban a los chicos
analfabetos: “Jesús me ama, yo lo sé, pues la Biblia me da fe” (Ye-su ai wo wan bu tso / yin wei seng-su chao-shu wo).
13
Mt 5,6.
14
Ver B. Yun y P. Hathaway, El hombre celestial (Miami, Unilit 2005).
11

Me convertí al cristianismo por causa de Cristo: por el amor de Jesús por los hombres. Si Jesús
entrega su vida por mí, ¿cómo puedo responder yo? Para mí ésta es la pregunta fundamental. Me
parece lógico seguir a Cristo y recibir el bautismo. Hay musulmanes de una profunda religiosidad
que buscan a Dios y encuentran en el cristianismo un Dios que los ama y les ofrece acogida y paz.
Descubren una imagen de Dios que no pueden encontrar en otra parte.15

Cuando sucede un despertar a la hermosa verdad de la fe, el camino a seguir se ve de manera


global, pero los muchos detalles del porvenir quedan sin saberse. El despertar interior no borra la
vida humana ordinaria, sino todo lo contrario: mejora profundamente su calidad y abre nuevos
horizontes. No obstante, el camino adelante trae aparejados muchos elementos desconocidos y hay
caminos distintos que se ofrecen. Son casi siempre caminos relacionados con algún grupo religioso,
porque el hambre y sed de una verdad más profunda, de un amor duradero y de una hermosura
eterna conducen directamente al horizonte infinito de Dios. Por todo lo cual, se necesita ayuda y
buen consejo.

¿Buda, Zoroastro, Mahoma o Cristo?

A lo largo de los siglos, ha habido guías espirituales que conducían a sus discípulos por los
caminos que ellos mismos habían visto o tomado después de su propio despertar. Así pasó con
Moisés, Elías, Isaías, Lao-tsé, Zoroastro, Buda Gotama, Sócrates, los Padres del Desierto, Agustín,
Benito, Mahoma, Francisco, Domingo, Ignacio, Teresa de Ávila, Don Bosco, Mahatma Gandhi,
Chiara Lubich, Teresa de Calcuta, Kiko Argüello y tantos otros hasta el día de hoy.

¿A quién iremos? El pluralismo religioso de nuestros días difiere de lo que existía en el


imperio romano de los primeros siglos y nuestra cultura es más distinta aún. El cristianismo creció
en un mundo a la vez religioso y politeísta, donde regía el principio, Cuius regio illius religio: la
región y sus gobernantes determinan la religión. De allí el título dado al emperador romano: Rey de
los reyes y Señor de los señores. El problema con los cristianos era que insistían en reservar dicho
título sólo a un Dios que no puede compartirlo con ningún otro 16. El resultado para los cristianos
fue: o su rechazo por la gente como a charlatanes irrelevantes, como le pasó a Pablo en Atenas 17, o
su martirio, como le sucedió más tarde en Roma también a él y a muchos otros.

En nuestros días, ningún emperador presume de tal título divino, pero varios estados
totalitarios, e incluso neoliberales, se erigen como controladores de la religión con leyes que

15
Del diario virtual, Zenit: https://es.zenit.org/
16
Ver 1 Tim 6,15-16, capaz de interpretarse como proclamación subversiva: “El bienaventurado y único Soberano, el
Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible, a quien
ningún hombre vio ni puede ver. ¡A él sea el honor y el poder para siempre!”.
17
Según Hechos 17,18-33.
12

presuponen que las creencias religiosas son irrelevantes o supersticiosas, sus seguidores se reducen
a ciudadanos de segunda categoría y, a veces, son perseguidos hasta la cárcel. En medio de esta
situación, el cristiano puede encontrarse rodeado de otras posibilidades religiosas más desarrolladas
que las de hace veinte siglos. Ahora no existe sólo la tradición bíblica de los judíos, los hermanos
mayores en la fe, ni cultos secretos, esotéricos y politeístas, sino religiones de larga tradición
filosófica o mística, como el hinduismo con su disciplina yoga, el budismo en sus distintas ramas o
el islamismo, tan controvertido y hasta temido en la actualidad, para no hablar de la multiplicación
de sectas, sean cristianas o no, entre las que sobresalen los “Testigos de Jeováh”. Existe también
una mezcla de estas y otras tradiciones y sectas que suelen tomar el nombre de New Age, la Nueva
Era.

La actitud fundamental que conviene asumir hacia estas varias tradiciones espirituales fue
bosquejada por el Concilio Vaticano II en su doctrina sobre la Iglesia como Pueblo de Dios:
El designio de salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador,… que ha de juzgar a
los hombres en el último día. Este mismo Dios tampoco está lejos de otros que entre sombras e
imágenes buscan al Dios desconocido…. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre
ellos se da, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres 18.

Debido justamente a esta mayor apreciación de lo que hay en otras religiones, llama la
atención que la formación católica, y mucho más la protestante, suelen pasar por alto una catequesis
adecuada sobre la profunda tradición espiritual y mística del cristianismo. Sin tal formación, nos
podría encandilar el contacto con otras tradiciones, especialmente las más desarrolladas con sus
respectivas espiritualidades ascéticas, meditativas o místicas. En esta situación, relativamente
generalizada en nuestros días, la primera necesidad es conocer, entender y apreciar más plenamente
la tradición espiritual propia de la fe cristiana, sobre todo la católica. Es la finalidad principal del
presente libro.

Ejemplos varios

Para volver al primer despertar de la conciencia cristiana, hay que señalar los dos ejemplos
clásicos y más conocidos: la conversión del judío Saulo de Tarso, narrada nada menos que tres
veces en el libro de los Hechos19, y la de Agustín de Hipona, que vimos brevemente más arriba, de
la cual él mismo describió los detalles en sus famosas Confesiones. En nuestros días, los Papas
Benedicto XVI y Francisco proclamaron la necesidad de este tipo de despertar interior:
Aquellas palabras de Benedicto XVI nos llevan al centro del Evangelio: No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con
18
Lumen Gentium, 16.
19
Ver Hechos 9,1-21; 22,4-21; 26,1-19.
13

una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva . Sólo gracias
a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos
rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente
humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de
nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero20.

Cuando Francisco habla de esta experiencia como el “centro del Evangelio”, se refiere al
hecho de que los cuatro Evangelios se escribieron como testimonios de las experiencias
transformadoras de los discípulos inmediatos de Jesús, que los capacitaron para compartirlas con
todas las generaciones futuras a través de la tradición cristiana. En efecto, los Evangelios “han sido
escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en
su Nombre”21. Y así pasó: la vida de generaciones y generaciones se renovó en el amor salvador de
Jesucristo: “Me tocaste y me abrasé en tu paz”22.

El encuentro interior con el Señor no se dirige por leyes preestablecidas, sino que siempre es
único y original; es, sin embargo, de primera importancia en la aventura de crecer en la vida
espiritual y ocurre con más frecuencia de lo que se suele pensar. Vimos ya los ejemplos de los
campesinos chinos y de un joven musulmán; fue el caso también a mediados del siglo III con el
joven egipcio Antonio, que asistía a la misa dominical y oyó a Jesús en el Evangelio: “Ve, vende lo
que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” 23.
Finalizada la misa, Antonio lo cumplió tal cual: dio a su hermana menor lo que tenía y se entregó al
amor de Cristo y a la oración.

Es justamente para este tipo de despertar que se escribieron los Evangelios y el Papa
Francisco subrayó otra vez la importancia personal de tal experiencia:
No olviden nunca el llamado, el primer encuentro con Jesús, el gozo con el que recibieron ustedes el
primer anuncio, tal vez de sus padres, de sus abuelos, de sus catequistas o maestros”. 24
Y volvió a insistir:
Hay que redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar
una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás. Toda la vida de Jesús, su forma de
tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su
entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida25.

20
Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (24 de
noviembre de 2013), 7-8, citando a Benedicto XVI, Carta encíclica, Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 1.
21
Jn 20,31.
22
San Agustín, Confesiones, XXVII,38, p.424.
23
Mc 10,21.
24
Al IV Encuentro Nacional de Grupos Misioneros (12 de octubre de 2015).
25
Evangelii Gaudium, 264-265.
14

Para un católico de nuestros países occidentales, este tipo de despertar interior puede suceder
en el momento de la Primera Comunión o aún antes. Es más común, sin embargo, durante los años
de la adolescencia o como joven adulto. Hace blanco en el corazón la palabra de un amigo o quizá
del padre o la madre, o de un sacerdote. Puede ser también la frase de un libro o la mirada a un
cuadro o imagen. A veces viene de un recuerdo inesperado de lo visto o escuchado en el pasado. Se
encienden los dormidos sentidos espirituales y surge desde adentro una nueva sensibilidad al amor
divino y a la verdad eterna de una Persona, de modo que el corazón exclama con el apóstol Tomás:
“¡Señor mío y Dios mío!”26 Se cae en la cuenta de que la vida más verdadera “está desde ahora
oculta con Cristo en Dios”27.

Así se despertó un día una mujer protestante, madre de una familia numerosa. Entró por
equivocación en la residencia de una pequeña comunidad de hermanas religiosas y una de ellas,
pensando que la mujer era católica, le condujo a la capilla y cerró la puerta. La mujer se quedó
parada cerca de la puerta y miró hacia la estatua de la Virgen y luego al altar. Sin pensar en nada,
una atracción interior le hizo caminar hacia la Virgen, pidiéndole bendecir a su familia. Sintió muy
pronto la necesidad de arrodillarse ante el altar y, al mirar el Tabernáculo, captó que había una
Presencia allí, comenzó a rezar y entró casi en seguida en una oración de adoración. Se levantó
finalmente y volvió a la calle con su visión del mundo – y de la Iglesia católica – totalmente
transformada.

En una aldea selvática de Uganda, en el África central, la joven madre de una familia
católica caminaba fielmente ida y vuelta, cada primer viernes del mes por los senderos de la selva,
los quince km hasta la capilla de una de las aldeas vecinas, donde asistía a misa y comulgaba
acompañada con frecuencia por su hija mayor. Durante una de estas misas, al mirar la hija a la
estatua del Sagrado Corazón, se despertó espiritualmente: se dio cuenta que Jesús la quería para ser
su discípula más íntima. Volvió con su mamá a la choza familiar y poco después fue al pueblo más
cercano para hablar con un catequista.

Al otro lado del mundo, una joven universitaria japonesa, hija de una familia budista en la
ciudad de Tokio, gozaba de una relación secreta con un “amigo” interior, una voz del corazón que
le ayudaba en sus necesidades y a quien podía dirigirse para preguntar o comentar distintas cosas.
Un día su madre volvió del mercado con una Biblia cristiana distribuida en la calle por un grupo de
evangélicos. La joven la abrió y comenzó a ojearla. En cuanto apareció el nombre de Jesús, se dio
cuenta de que la voz que le hablaba desde el corazón era la de Él, pero no dijo nada a nadie.

26
Jn 20,28.
27
Col 3,3.
15

Cuando la joven se graduó de la facultad, sus padres quisieron darle algún regalo por la
ocasión y todos juntos hicieron una gira turística por una de las islas japonesas. Hacia el final del
viaje, el colectivo se paró en un centro comercial y al bajar, ella miró al otro lado de la calle, vio
una iglesia católica con su campanario y cruz, y escuchó en el acto a su Amigo interior: “Es allí
donde te quiero”. Al volver a Tokio, se puso en contacto con un sacerdote católico, recibió
instrucción en la fe y fue bautizada. Más tarde, todos los miembros de su familia abrazaron la fe y
fueron bautizados.

Para los que vienen de familias católicas, el primer encuentro personal con Jesús se
relaciona con frecuencia con la búsqueda vocacional. ¿Qué debo hacer? ¿Qué es lo que me satisfará
a largo plazo? ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Hacia dónde debo dirigirme en el futuro? Tales preguntas
se hacía un joven adulto francés a mediados del siglo XIX, mientras caminaba sobre un pequeño
puente en su pueblo normando. Vio acercarse sobre la vereda opuesta a una joven con quien tenía
muy poco trato, pero comprendió por dentro que debía casarse con ella y así lo hizo. No fue un
matrimonio totalmente fácil, pero tuvieron varias hijas. Siglo y medio más tarde, fue el primer
matrimonio en la historia de la Iglesia de ser canonizado como tal, con los esposos propuestos como
modelos de un matrimonio cristiano: Louis Martin y Marie Zélie Guérin, padres de Santa Teresita
de Lisieux.

En el siglo XX en el norte de Italia y hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, una joven
universitaria se encontraba reunida con un grupo de sus amigas sobre una colina fuera de la ciudad
de Trento, en ruinas por los bombardeos aéreos. Se preguntaban: “¿Qué podemos hacer para que
todo esto no suceda nunca más?” El Espíritu Santo tocó en aquél momento el corazón de la joven,
llamada Chiara Lubich, y así nació lo que es ahora el movimiento internacional de los focolares,
dedicados a promover la comunión entre todas las personas, Iglesias, religiones y naciones.

Muchos, sin embargo, cuando leen o escuchan los Evangelios o miran una película de Cristo
o de los Santos, están impresionados o conmovidos, pero no pasa nada permanente en el interior,
como si hubiera un velo sobre su mente, que impidiera captar nada especial en todo esto 28. Una cosa
es una historia que edifica o ilumina, pero otra cosa es un despertar personal a una vida nueva: son
dos niveles distintos.

Hasta que se pase del nivel más superficial de “espectador” al otro nivel más misterioso de
“involucrado”, lo mejor es comenzar a caminar como si algo pasara y pedir auxilio en la oración, la
lectura o una conversación con un amigo o consejero de confianza. Esto sucedió en la vida de un

28
La imagen proviene de San Pablo en 2 Cor 3,10-16.
16

católico norteamericano, exitoso hombre de negocios, casado y con cuatro hijos: un varón seguido
de tres mujeres. Se había entregado mucho más al negocio que a la familia, hasta que su hijo en
quien había puesto todas sus esperanzas falleció en un accidente. Fue un sacudón: se quedó
devastado y habló con un sacerdote, que le animó a participar en un encuentro semanal de varones
en su parroquia, donde podía compartir su dolor. El resultado fue un cambio radical en su actitud
para con toda su familia. El Espíritu aprovechó su dolor, para despertarlo a un nuevo mundo de
cariño personal y familiar; y se convirtieron, él y su familia en católicos más practicantes.

Un ejemplo de la diferencia entre un despertar y un solo interés se encuentra en la reacción


general que la elección de un Papa argentino suscitó en el año 2013. Había muchísimo interés en el
mundo entero y especialmente en la Argentina. Para muchos, fue pasajero, diluido poco a poco por
otras muchas noticias. Pero para algunas personas, tal vez de modo especial entre los jóvenes, hubo
un verdadero despertar, con un nuevo horizonte para su innato sentido religioso: “¡Se disiparon
todas las tinieblas de mis dudas!”

Existe también una clara diferencia entre un despertar de este género y una orientación
vocacional más específica. Lo vemos en la historia de Edith Stein, hija de una familia judía en
Alemania durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, que había comenzado una carrera
exitosa como joven profesora de filosofía. En uno de sus viajes pasó la noche en la casa de una
amiga cristiana. Sin poder dormirse, buscaba algún libro que le ayudara a conciliar el sueño. Miró
los libros que había allí y vio el título: Libro de la vida; interesada, comenzó su lectura.

Se trataba de la autobiografía de Santa Teresa de Ávila y Edith no pudo dejarla hasta no


terminar por completo al amanecer, cuando exclamó: “¡Esta es la verdad!” Como la joven japonesa,
buscó a un sacerdote y fue bautizado poco después. Sin embargo, le llevó varios años para decidir
su vocación de monja carmelita descalza, muriendo años después como mártir en las cámaras de gas
de Auschwitz: es Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Cuatro rasgos distintivos

Podemos sacar cuatro conclusiones de estos distintos ejemplos de despertar espiritual. La


primera es que este tipo de experiencia espiritual representa un acontecimiento muy significativo en
la vida personal. No es sólo una visión nueva o renovada de la propia existencia, sino la revelación
de un nuevo nivel de ser, que toma la forma de un nuevo horizonte “más allá” y reclama un reajuste
de valores y opciones personales, sea gradual o rápido y radical.
17

Otra conclusión es que los caminos del Espíritu son imprevisibles, no porque Dios sea
caprichoso, sino porque no nos conocemos ni a nosotros mismos ni a nuestro futuro, como Él nos
conoce:
Todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces
plenamente. Me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí. Una ciencia tan
admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla29.

Si el amor humano a veces parece ciego, pasa algo parecido respecto del amor de Dios en su
búsqueda de nosotros: sus razones nos sobrepasan. “¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser
humano para que lo cuides?”30 Lo importante es creer en el amor divino y aceptar el despertar
inesperado con sus consecuencias inescrutables. Un aporte significativo del don interior a una
persona tocada por la gracia de un despertar espiritual es precisamente una nueva confianza en lo
que pudiera suceder en el futuro, confianza que hace de la experiencia una especie de abrazo
interior: “¡Encontré al amado de mi alma! Lo agarré, y no lo soltaré”31.

De allí que una tercera conclusión respecto al despertar espiritual es que cualquier búsqueda
de nuestra parte es el resultado de la búsqueda previa por parte de Dios a nosotros, porque el
despertar no puede ser más grande que su causa. San Bernardo lo decía en el siglo XII:
En modo alguno le buscarías, si primero no hubieses sido buscada tú, como tampoco lo amarías, si
primero no hubieses sido amada tú,… porque su amor es la causa por la que te ha buscado, y la
búsqueda es fruto del amor32.

Una conclusión final es que dicha experiencia es sólo el principio de un viaje más largo, una
aventura espléndida, cuyos rasgos principales se presentarán en las páginas siguientes.

2. Primeros pasos

En su predicación a los primeros cristianos, San Pedro describía el despertar espiritual como
una regeneración por la fe, una semilla interior necesitada de un crecimiento hacia la madurez. Los
pasos adelante en este camino de crecimiento se caracterizan por la bondad en las relaciones
personales, la comprensión más profunda de las verdades reveladas y un mayor dominio de sí:
Han sido engendrados de nuevo, no por un germen corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios
viva y eterna, que les ha sido anunciada, la Buena Noticia. Renuncien a toda maldad y a todo

29
Sal 139(138),2-5.
30
Sal 8,5-6.
31
Cant 3,4.
32
Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares, 84,5 en Obras completas de San Bernardo V
(Madrid: B.A.C. 491, 1987), 1039.
18

engaño, a la hipocresía, a la envidia y a toda clase de maledicencia. Como niños recién nacidos,
deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer para la salvación, ya que han gustado qué
bueno es el Señor.... Por eso, pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el
conocimiento; al conocimiento, la templanza; a la templanza, la perseverancia 33.

Jesús mismo, en su Sermón de la Montaña 34, pone el crecimiento espiritual en un contexto


más amplio, cuyos rasgos resumió en el Padrenuestro:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y
líbranos del mal35.

La frase clave usada aquí por Jesús es la que describe el propósito divino de todo lo demás,
tanto de las distintas peticiones del Padrenuestro como de toda nuestra vida en este mundo: “En la
tierra como en el cielo”. Fue por esta razón que Jesús vino a la tierra, enseñó, sufrió, murió, resucitó
y nos envió el Espíritu Santo: para que el Nombre de Dios fuera santificado, su Reino viniera y su
voluntad se hiciera aquí y ahora en la tierra como en la vida íntima y familiar entre el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo. La segunda parte del Padrenuestro, con sus cuatro peticiones, se refiere a ciertos
aspectos cotidianos de su reino y de su voluntad: comida necesaria, perdón y lucha contra todo mal.

Toda la enseñanza de Jesús en los Evangelios describe estos y otros elementos del reino de
Dios y de su voluntad, para que su Nombre sea glorificado en la vida de sus seguidores. Jesús
señala tajantemente que así se abre un nuevo horizonte para sus discípulos: el de una familia divina:

¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?. Y señalando con la mano a sus discípulos,
agregó: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que
está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.

En su Última Cena con los apóstoles, Jesús nos dio el broche de oro de toda su enseñanza y
la resumió en la norma fundamental de su nuevo camino:
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea
perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor
más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando….
Los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en
mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. 36
33
1 Pt 1,23-2,2; 2 Pt 1,5-6.
34
Mt 5-7.
35
Mt 6,9-13.
36
Jn 15,9-17.
19

Caminar en el amor de la manera descrita y proclamada aquí por Jesús, implica crecer en su
propio gozo, hasta que ese gozo sea pleno y perfecto, primero en esta vida terrena y después en su
consumación eterna. El Señor no dice nada aquí acerca de nuestras cegueras y resistencias a este
proceso, que sí se mencionan al final del Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas,… no nos dejes
caer en la tentación y líbranos del mal”.

Los males en general, las tentaciones y ofensas no son sólo exteriores y fuera de nosotros,
sobre los que no tenemos mucho control, sino también – y sobre todo – interiores: nuestros propios
males, tentaciones y ofensas. Crecer espiritualmente consiste en dejarse purificar, curar y abrir cada
vez más a todo lo que implica permanecer en el amor de Cristo, salir de la propia
autorreferencialidad y entregarse en una paz sincera a los demás, comenzando por aquellos con
quienes se convive. La espiritualidad cristiana es este proceso: despertar, ser discípulo, amigo y
luego misionero gozoso de Jesús, para dar fruto duradero.

En la práctica

¿Cuál es el primer paso que hay que tomar? Tal vez lo primero es agradecerle al Señor por
lo recibido, lo que en todo caso es probablemente la reacción más espontánea. Un segundo paso
sería la evaluación de la propia situación existencial, puesto que el camino de crecer en Cristo
depende también de quién eres y en qué situación te encuentras. La experiencia indica que hay tres
puntos importantes:
 Puntualizar los obstáculos y dificultades principales en la vida personal de fidelidad a
Cristo, para tratar con sinceridad de vencerlos.
 Hacer un programa u horario, que será algo como un plan personal de higiene espiritual.
Incluirá alguna forma de oración diaria, de participación en la Eucaristía por lo menos los
domingos y en lo posible durante la semana, junto con un momento de buena lectura que
favorezca la vida espiritual. El mejor momento para la oración y la lectura es, normalmente,
a la mañana temprano antes de las otras actividades del día. Un programa estable de esta
índole lleva aparejada la necesidad de disciplinarse en actividades secundarias: quizá
especialmente el uso personal de pantallas, sean televisivas, de Internet o de celulares. La
formación espiritual de la propia familia, en cuanto los miembros son receptivos a ella, tiene
siempre la prioridad.
 Hablar de vez en cuando con un sacerdote, religiosa o laico experimentado, con quien uno
tenga confianza y con quien se pueda dialogar acerca de las esperanzas personales,
compartiendo deseos, historia y dificultades personales.
20

Es verdad que nuestro guía principal en el camino espiritual es el mismo Cristo en su Vida,
Muerte y Resurrección, pero la experiencia de muchos demuestra la necesidad de maestros y guías
secundarios, para caminar mejor sobre los senderos frecuentemente rocosos del seguimiento del
Maestro. En el pasado, cuando la vida era más sencilla para todos, no era tan difícil encontrar un
director espiritual adecuado, pero el mundo del siglo XXI es complejo y todos parecen estar muy
atareados. Los mismos sacerdotes no pueden explicarlo todo y, de hecho, pocas personas saben qué
decir, quizá porque hay tanta palabrería por todas partes.

Se podría pensar que Jesús, su Evangelio y su Espíritu bastan para guiarnos y no debería
hacer falta nada ni nadie más. Pero el mismo San Pablo, en medio de su conversión tan dramática,
recibió del Señor el mandato de dejarse ayudar por otra persona: “Levántate y ve a Damasco donde
se te dirá lo que debes hacer”. Allí encontró a Ananías, discípulo del Señor, que le aconsejó y
confirmó en la fe,37 porque Dios quiere que aprendamos a vivir y crecer juntos, como miembros de
su propia familia. Además, nos hace falta hablar de vez en cuando con otra persona sobre nuestro
viaje personal de fe, esperanza y amor. No es que tal persona tenga que ser sacerdote, pero sí que
confiemos en su prudencia y experiencia. Si más tarde surgen dudas o alguna dificultad, se habla
con una tercera persona.

Lo que veremos más de cerca en los capítulos siguientes son los elementos principales que
están en juego al crecer en la vida cristiana. Constituyen un amplio temario sobre el cual dialogar
con una persona de confianza. Dios bendecirá este espíritu de apertura y fortalecerá de esta manera
el proceso de crecimiento interior del nuevo discípulo y amigo del Señor.

37
Ver Hechos 22,10-16.
21

II. EL HIJO ENCARNADO Y LEVANTADO

Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales


y no en las de la tierra,
porque ustedes están muertos,
y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios
Col 3,2-3

Los acontecimientos trascendentales de la existencia terrena de Jesucristo, Palabra eterna de


Dios, que “se hizo carne”,38 su nacimiento, enseñanza, Muerte y Resurrección en la gloria,
reordenaron totalmente la vida de la humanidad. Nuestra vida personal y el universo entero no sólo
recibieron una nueva dimensión, sino una transformación interior de su finalidad y sentido. Es lo
que Jesús mismo anticipó al decir: “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos
hacia mí”39.

3. Cristo el Maestro

El primer despertar interior es justamente la experiencia de sentirse misteriosamente atraído


hacia “algo”. Se descubre bastante pronto que este “más allá” es Jesús. En efecto, es Dios mismo
que dirige nuestra mirada hacia su Hijo muy querido, “levantado en alto sobre la tierra”. Uno se
hace así, explícita o implícitamente, discípulo en la escuela del Maestro que dice: “Aprendan de mí,
porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”40.

Vimos más arriba el ejemplo llamativo de los campesinos chinos que entraron en esta
escuela de Jesús después de haber escuchado el relato escrito por San Mateo y recitado de voz alta
por un joven aldeano. Algo del mismo género le sucedió a un universitario en Buenos Aires. Había
ido a un colegio católico, pero siempre era un poco reacio a algo muy religioso, hasta que, un día en
el colectivo rumbo a la facultad, abrió los ojos y vio atónito a Jesús vestido de blanco, que le miraba
con autoridad. El joven captó que tenía que ajustar el rumbo de su vida, bajó del colectivo, volvió a
casa y a partir de allí buscó cómo seguir mejor a su nuevo Señor.

Bastante parecido fue un momento en la vida de otro joven porteño cuando caminaba por la
Avenida Rivadavia y pasó por una Iglesia. Sintió la necesidad de entrar, sin saber exactamente ni
por qué ni para qué. Vio a un sacerdote en el confesionario y en el acto se sintió agarrado por algo o
alguien dentro de él, que le llevó a arrodillarse ante el cura. Se confesó y allí mismo, ya confesado y
38
Jn 1,14.
39
Jn 12,32.
40
Mt 11,29.
22

absuelto de sus pecados, captó que Dios le llamó al sacerdocio. Terminó siendo el primer papa
latinoamericano: Francisco.

Cualquier forma del despertar espiritual participa de la experiencia de los primeros


discípulos de Jesús. Cuando leemos los Evangelios, vemos que los discípulos, hombres y mujeres,
parecen haber estado especialmente fascinados por este hombre que les hablaba con sencillez
penetrante, con una fuerza apacible y con autoridad renovadora. Desde la profundidad de su propio
corazón, Jesús se dirige, ahora como en aquel entonces, a lo profundo del corazón humano. Los que
se le acercan hallan en él a la vez, la transparencia y claridad de enseñanza, la firmeza de dirección,
un tierno amor por sus discípulos y una especial atención hacia los más necesitados: todo con una
invulnerable paz interior.

Y hay algo más. Subyacente a su enseñanza, a su amor y a su paz, se encuentra la


inexplicable presencia interior que cautiva los corazones de quienes lo siguen. La energía interior de
Jesús estimula, purifica y enseña, a menudo sin necesidad de palabras. Existe en él una cualidad
trascendente, divina. Su enseñanza comunica un mensaje universal de verdad, pero al mismo tiempo
Jesús mantiene una relación personal y sencilla con sus discípulos. Si uno persevera fielmente en el
espíritu del primer despertar y aprende más sobre esta Persona descrita en los Evangelios, encuentra
que se va renovando y transformando en sus actitudes cotidianas. Aparece una mayor paz interior y
un nuevo orden en la propia vida. Se hace más adulto y a la vez más sencillo y verdadero, más
humilde y también más audaz. Los temores desaparecen y las heridas del pasado se van sanando.

No se trata de simple fascinación, sino de la escucha atenta al mejor de los maestros, que
siempre tiene razón y cuya visión de las cosas es la buena. Además, ahora se siente más
interiormente libre para servir a los demás y mucho más consciente de la realidad de Dios. El
discípulo no tarda mucho en caer en la cuenta de que este Maestro, que lo despertó y ahora le
enseña cómo vivir, es su Salvador y mejor Amigo: “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”; 41 “Señor mío
y Dios mío”42.

Caminar como seguidor de Jesús se realiza de múltiples maneras, cada cual según la propia
vocación, pero los principios fundamentales, las normas para este camino, son iguales para todos.
Todos caminamos según la fe en la Persona y las enseñanzas de Cristo, animados por la confianza
en sus promesas divinas, hacia la plenitud de su amor y de la comunión en él. Este es el sentido de
sus palabras: “Atraeré a todos hacia mí”.

41
Mt 16,16.
42
Jn 20,28.
23

Evidentemente, la primera norma para todos es Jesús mismo, el Imán divino, y devolverle
amor por su amor, o sea hacerse más parecido a él en los actos, gustos y disgustos, para luego
compartir con los demás este amor, hasta que se transforme el corazón, la vida, y la manera de
relacionarse con otros y con el mundo entero. En este proceso transformador, hay una tensión sana
y dinámica entre seguir a Jesús como su discípulo y compartir con los demás el gozo de esta
experiencia: entre ser discípulo y ser misionero. Puesto que nadie puede dar lo que no tiene, lo
primordial es asimilar bien los principios del camino, para poder ayudar a otros caminantes. De esto
se trata en estas páginas y acabamos de ver algunos de los primeros rasgos de esta experiencia.

Misterios de Cristo

Los discípulos de todos los tiempos descubren que la realidad de Cristo, la Palabra de Dios
hecha uno de nosotros, no es solamente su Persona como tal, el Hijo único y muy querido del Padre
celestial, ni tampoco sus muchas enseñanzas comunicadas a sus oyentes, sino también sus
experiencias humanas a lo largo de su vida, asumidas ahora como extensión humana de su vida
divina. Estas experiencias, descritas en el Evangelio, van desde su concepción en el seno de la
Virgen y su nacimiento en Belén, a través de su Bautismo en el río Jordán y su vida misionera en
Palestina, hasta su Muerte sobre la Cruz, su Resurrección, su Ascensión a la derecha del Padre y el
envío de su Espíritu sobre los doce apóstoles y toda la Iglesia desde aquel momento.

Las más significativas de las experiencias humanas de Jesús suelen llamarse ahora sus
“Misterios”, porque no son solamente humanos, sino también divinos, realizados o sufridos por el
Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por haber sido experimentados por él,
forman parte de su humanidad, que es la de todo hombre. San Pablo se refiere a esta realidad de
compartir en carne propia lo experimentado por Jesús, cuando dice: “Completo en mi carne lo que
falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia”43.

No es que falte nada a la Pasión misma de Cristo, porque su amor al Padre era total y
perfecto, sino que Cristo vivía y sufría para que los hombres y mujeres de todos los siglos vivieran
la vida de él en la de ellos. El resultado es que también la vida de todo cristiano bautizado comparte
y continúa en este siglo XXI la vida, los padecimientos y los gozos de Cristo. Este hecho de
continuar y completar en la propia vida los grandes acontecimientos de la vida de Cristo y ayudar
así a otras personas, es una de las grandes diferencias entre la vivencia cristiana y cualquier
espiritualidad no cristiana. La espiritualidad cristiana no es sólo personal e interpersonal, sino que
es una Persona: “este Misterio, que es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria”.44
43
Col 1,24.
44
Col 1,27.
24

El hecho de que los episodios de la vida de Jesús llenan la vida humana de las gracias de
estos misterios, no significa que todo sea raro o esotérico, sino que los distintos momentos de la
vida de Jesús narrados en los Evangelios son como los sacramentos. Son signos llenos de una luz
nueva y de nueva vida, y por eso se celebran a lo largo del año en las fiestas de la Anunciación,
Navidad, Epifanía, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Ascensión y Pentecostés. Por eso también son
objeto de meditación y oración en los veinte misterios del Rosario de la Santísima Virgen y
pedimos a ella que nos sensibilice más a esta gran riqueza de nuestra fe cristiana, para que nuestros
amores se armonicen con el amor redentor de Jesús45.

El rezo del santo Rosario tuvo y sigue teniendo una gran importancia en el crecimiento de la
fe en nuestros pueblos latinoamericanos: y no solamente en ellos. El Rosario es uno de los
elementos más significativos de la piedad popular y mística, porque el corazón del Evangelio está
en los Misterios de la Vida, Pasión y Resurrección de Jesús. Estos hechos de su vida, que
trascienden la historia, entran con su gracia sanadora y transformante en lo hondo del corazón
humano, en tanto y en cuanto cada persona los medite y trate de identificarse con ellos. Es
especialmente por la meditación de los veinte misterios del Santo Rosario que los obispos de
América Latina pueden decir:
El Evangelio se ha transformado… en el elemento clave de una síntesis dinámica que, con matices
diversos según las naciones, expresa… la identidad de los pueblos latinoamericanos 46.

Hay algo más en el gran Misterio de Cristo: lo que Jesús comparte con sus fieles no es sólo
su vivencia en la tierra, sino en primer lugar su ser, su condición eterna de Hijo muy amado del
Padre celestial. Esta es la gran realidad de la vida cristiana comunicada por la fe en Jesús y por el
sacramento del Bautismo, y explica la importancia para él y para nosotros de sus últimas palabras a
los apóstoles:
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo”47.

Este gran deseo del amor de Cristo corresponde a la gran dignidad de sus discípulos de ser
verdaderos hijos e hijas de Dios. No se trata de obligaciones o derechos, ni tampoco de sentimientos
como serían nuestras alegrías o dolores, sino de un estado permanente: hacernos miembros
conscientes de una familia divina y de actuar en consecuencia, lo que constituye justamente la
espiritualidad cristiana.

Cinco consecuencias
45
Ver el Apéndice al final de este libro.
46
Documento de Aparecida 520, citado en B. Olivera, Espiritualidad y mística popular, p.13.
47
Mt 28,19.
25

Podemos sacar cinco conclusiones o consecuencias de esta realidad de la presencia activa de


la vida de Jesús en la vida humana de sus discípulos: la primera es que el discípulo nunca está solo.
Si alguna vez se siente abandonado por sus amigos, es que Dios lo permite para que crezca en la fe
y la sensibilidad más fuerte a su Amigo eterno, que nunca abandona a los que creen y confían en él.
Jesús tuvo la misma experiencia y legó a todos los siglos su respuesta, que es ahora la del discípulo:
“¡Me dejarán solo! Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo”48.

La segunda conclusión es la importancia del medio principal que Dios utiliza para que Jesús
se mantenga vivo y activo entre nosotros y para que la tierra se pueble de sus discípulos. Este
instrumento de Dios para nuestro crecimiento en Cristo es la Iglesia fundada por él, con los
obispos, sucesores de los apóstoles, como pastores principales unidos al obispo de Roma, el Papa.
Efectivamente, “la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión
con Dios y de la unidad de todo el género humano” 49. Esta unión personal con el Señor y con todos
los hermanos se realiza en “la fe que obra por medio del amor” 50 y se nutre sobre todo por medio de
los siete sacramentos, que vamos a ver en detalle más abajo.

Otra consecuencia de la acción de Cristo en nuestra vida es la relatividad de toda técnica,


disciplina, postura o mantra humana. Tales procedimientos pueden ayudar provisoriamente a
relajarse o concentrar la atención mental, pero en cuanto se convierten en normas espirituales o que
distraigan la atención de la presencia activa de Dios en la propia vida, cesan de ser instrumentos de
crecimiento para hacerse escollos de auto-referencia y autosuficiencia en el camino hacia la
verdadera sabiduría y la paz. Al contrario, la bondad, la verdad, la sabiduría y la paz son dones de
Dios a los pobres de espíritu, no premios para ascetas disciplinados.

La relatividad de técnicas humanas hace ver otra consecuencia más general de la vida
humana de Jesús. Puesto que Jesús, una Persona divina, es la nueva Cabeza y refundador de la raza
humana, tiene lugar un reajuste profundo del sentido de la evolución humana y consecuentemente
de toda la creación. El enfoque tradicional, que se realizaba en todos los imperios políticos o
económicos y se formuló científicamente por el biólogo inglés Charles Darwin (1809-1882), era de
la selección y supervivencia de los más fuertes y adaptados biológicamente. Jesús, sin embargo,
enseña que el reino verdadero y eterno pertenece a “los últimos”, que serán los primeros, 51 y que
este reino eterno es de los que “se hacen como niños” 52: “el que es más grande, que se comporte
como el menor, y el que gobierna, como un servidor”53.
48
Jn 16,32.
49
Lumen Gentium,1
50
Gál 5,6.
51
Mc 10,32.
52
Mt 18,3.
53
Lc 22,26.
26

Se trata de una revolución existencial apreciada sólo por la fe cristiana y muy importante
tanto para la vida espiritual del discípulo como para compartir con otros la Buena Noticia del
Evangelio de los hijos e hijas de Dios. San Pablo se refería con frecuencia en sus cartas a los
primeros cristianos a este reajuste profundo del sentido del desarrollo humano y resume sus
consejos cuando les advierte:
Ahora, que conocen a Dios – o mejor dicho, que son conocidos por él – ¿cómo es posible que se
vuelvan otra vez a esos elementos sin fuerza ni valor, para someterse nuevamente a ellos?….
Cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios54.

La importancia dada por San Pablo a una actitud de glorificar a Dios aclara la quinta
consecuencia de la activa presencia de Jesús en la vida de sus discípulos, es decir la necesidad de
cultivar un espíritu de oración, de alabanza y de sensibilidad a la presencia continua del Señor. Esto
también lo veremos en otro capítulo en relación con el sentido de la Biblia, para captar cómo usar la
Sagrada Escritura para conocer mejor a Jesús, para meditar sobre su vida y sobre su modo de ser o
de actuar, y para aprender de él cómo orar mejor. Primero, sin embargo, echemos un vistazo al gran
contexto histórico de la vida de Cristo y de cómo se crece en él, o sea la historia de la salvación.

4. Historia de la salvación

El contexto del proyecto divino encarnado en Jesús y compartido en la vida de sus


discípulos es la acción de Dios en la historia humana, acción que salva del pecado y sus heridas a
todos los que lo aceptan. Jesús se refería a esta historia cuando los judíos le preguntaron sobre el
matrimonio:
Desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer… “Por eso, el hombre dejará a su
padre y a su madre; y los dos no serán sino una sola carne” 55. De manera que ya no son dos, sino una
sola carne. ¡Que el hombre no separe lo que Dios ha unido!56

Efectivamente, la historia de la salvación humana, del pecado y sus consecuencias, comenzó


con la creación, pasó por la desobediencia de Eva y de Adán, y fue bosquejada en las palabras de
Dios al seductor de la familia humana:
El Señor Dios dijo a la serpiente: “…Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo.
Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón”. 57

54
Gál 4,9; 1 Cor 10,31.
55
Gén 2,24.
56
Mt 19,4-6.
57
Gén 3,14-15.
27

Así se inicia el drama histórico que es la materia de la Biblia entera, desde la creación del mundo
hasta la garantía final de Cristo resucitado: “¡Sí, volveré pronto!” y la respuesta de la Iglesia fiel:
“¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”58

Esta historia, larga y compleja, abarca a todos los seres humanos y al universo entero,
porque es la salvación de toda la historia. San Pablo, hacia el final de su vida, la explicó como
proceso para hacernos miembros de la familia de Cristo:
Dios nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció
de antemano en Cristo, para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos: reunir todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra, bajo una sola cabeza, que es Cristo. En él hemos sido constituidos
herederos59.

Todo lo demás – la Iglesia con sus ministros y sacramentos, cualquier grupo, movimiento o
reunión de fieles – no es otra cosa que un instrumento en manos de Dios para promover en la tierra
este proceso salvador. Es así que el mundo se renueva desde adentro: primero en Jesús una vez para
siempre en su Muerte y Resurrección, luego en la vida de los que le aceptan por la fe confiada y
amorosa. Esta acogida permite que el Espíritu de Cristo resucitado sane las heridas interiores de los
discípulos, les fortalezca e inspire en sus decisiones, palabras, ministerios y actos evangelizadores.

Tres fases

El proceso de la historia salvífica consiste de tres etapas o fases: primero su preparación


narrada en el Antiguo Testamento; luego su realización en la vida humana de Cristo, que se
continúa en la Iglesia, su Cuerpo Místico; y finalmente su fruto o plenitud en la nueva vida de la
resurrección. Así tenemos: el Hombre Original, el Hombre Redimido, y el Hombre Resucitado. En
el medio de este proceso trifásico está el Hombre-Dios: el Hijo eterno del Padre Dios que vive,
sufre, muere y resucita entre y para nosotros. Él mismo envía a sus fieles el Espíritu Santo, para que
su propia vida eterna se comunique a todas las generaciones en preparación a la resurrección final.

Las tres fases60 funcionan de manera parecida a un reloj de arena. Los Misterios salvadores
de Cristo son la “puerta estrecha… que lleva a la vida”, 61 por la que toda la gracia del Antiguo
Testamento – el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, pero herido, debilitado y casi

58
Apoc 22,20.
59
Ef 1,9-11.
60
La enseñanza de las tres fases de salvación proviene de los discursos del mismo Jesús, desarrollados en la catequesis
de los Apóstoles y más tarde por los Padres de la Iglesia. En nuestros días fue formulada por el teólogo protestante
Oscar Cullmann en Cristo y el tiempo (Barcelona: Ed. Estela 1968) y asumida por San Juan Pablo II en su Teología
del cuerpo. T.I: La redención del cuerpo (Buenos Aires: Agape Libros 2014).
61
Mt 6,13-14.
28

cegado por el pecado – tiene que pasar, para ser purificado y “cristificado”. El resultado final al otro
lado de la “puerta estrecha” es la gracia de resurrección: la gloriosa resurrección corporal.

En el primer período de este plan salvífico, la raza humana tuvo que ser representada por un
grupo reducido y selecto, el pueblo elegido, para formarse por la palabra de Dios y una primera
Alianza con él. Luego este mismo pueblo judío tuvo que reducirse, por el exilio babilónico, a un
pequeño resto fiel, que volvió a la Tierra Prometida y al final se resumió en su único Salvador:
Jesucristo, la Palabra encarnada, y sus discípulos más inmediatos.

Con la gozosa encarnación de Cristo, da comienzo la segunda fase de la salvación de nuestra


historia. El pueblo fiel está presente en las cuatro personas al pie de la Cruz del Salvador: María su
Madre, la prima de su Madre también llamada María, junto con María Magdalena y “el discípulo a
quien Jesús amaba”, que “vio y creyó”62. De este pequeñísimo grupo fiel, se expande la fe vibrante
y dinámica en Cristo resucitado de entre los muertos.

Los apóstoles y primeros discípulos llegan a creer el mismo día de la resurrección y forman
así la fiel Iglesia de Cristo. Luego otros muchos judíos entran en el grupo de los creyentes, reciben
el bautismo y finalmente la Buena Noticia es anunciada a toda la familia humana. Estamos en esta
segunda fase de la historia de salvación, que durará hasta la venida gloriosa de Cristo al fin del
mundo.

Los que peregrinamos en este período intermedio, entre el Antiguo Testamento y la plena
vida de todos los resucitados en Cristo, recibimos elementos tanto del pasado – la naturaleza
humana creada a imagen de Dios pero herida por el pecado y por las malas concupiscencias – como
de la vida futura: las gracias espirituales de los siete sacramentos y otros muchos dones del Espíritu
Santo. La venida de Jesús, el Hijo divino encarnado como miembro de la raza humana, es una
invasión liberadora desde el más allá, y como tal hace presente ya, como un gran sacramento, la
vida futura y eterna. Esta irrupción de lo divino en medio de lo humano es personal, incluso
interpersonal y dialogal, porque Dios es Trino: tres Personas unidas en una comunión de Amor
divino que sobrepasa la comprensión humana. Este gran Misterio es el objeto central de la fe
cristiana y, a la vez, el manantial inspirador de todo lo creado, pero no es, por ahora, claramente
observable por los cinco sentidos humanos.

La historia salvífica se cumplió en un sentido verdadero y objetivo, mediante la


Resurrección y Ascensión de Jesús, la nueva Cabeza y refundador de la raza humana. Pero la Iglesia
y sus miembros fieles la cumplen progresivamente en su vida propia, en nombre de toda la
62
Jn 19,26 y 20,8.
29

humanidad ya redimida. Cada discípulo del Señor entra de lleno en esta historia por su fe en Cristo
y goza de la oportunidad de fortalecer en su propia vida este proceso salvador. Una manera
privilegiada de hacerlo es mediante la participación en lo que se llama el “Año litúrgico” 63. Se trata
de los tiempos sucesivos de Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa, Pascua de Resurrección,
Ascensión, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y el largo período desde Pentecostés hasta el
siguiente Adviento, cuando se celebra a los santos y se renueva cada domingo el gran triunfo de
Pascua.

Se crece así, cada cual según la calidad personal de su fe, esperanza y amor, en la plenitud
de Cristo mismo. Las gracias de Cristo han de florecer ahora en la vida de cada discípulo, al
madurar y fortalecer su fe con buena instrucción, con fidelidad en obras de bien, con la recepción
activa de los sacramentos de la Iglesia y con perseverancia en la oración: un proceso que vamos a
examinar en más detalle en las páginas siguientes.

5. Sacramentos y santos

Los siete sacramentos cristianos – el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Confesión


reconciliadora, la Unción de los Enfermos, el Matrimonio y las Órdenes Sagradas – son ejemplos
sobresalientes de la dinámica tripartita de la historia de la salvación, que acabamos de ver, donde el
pasado se hace actual y lo actual contiene ya la gracia anticipada del futuro. Miremos en más detalle
ahora estos sagrados signos con sus frutos: las gracias sacramentales y sus efectos en las vidas de
los santos.

Sacramentos de vida nueva

Los siete sacramentos dan, desde fuera de nosotros mismos, la energía para comenzar, correr
y llegar muy bien al término del viaje espiritual. Cada sacramento se constituye por un signo visible
y material – agua, oleo, o el acto de la persona que lo recibe – y la oración que explica el sentido
salvador del signo. De parte del receptor, importa saber recibirlos bien, con fe y confianza, y
aprovechar la gracia brindada por cada sacramento. En este sentido, conviene apreciar los dos
aspectos o dimensiones principales de cada sacramento: lo que es en sí mismo, como signo visible y
eficaz de salvación, y sus efectos en la vida cotidiana, que son las respectivas gracias sacramentales.

La importancia de los sacramentos estriba en el hecho de que la vida cristiana y nuestro


crecimiento en ella son mucho más obra de Dios en nosotros que obra nuestra. Jesús los instituyó

63
Ver en este sentido el Apéndice, Misterios de Cristo. al final del libro.
30

como instrumentos suyos y signos para nosotros de la “cristificación” en las distintas etapas de
nuestra vida humana. Se trata de los momentos más vitales: los de nacer, madurar, alimentarse
sanamente, reparar ofensas, curarse, casarse y servir a todos. Los sacramentos asumen estos
momentos claves de la vida humana y los elevan, insertándolos en la dinámica de la vida de Cristo.

Primero están los tres sacramentos de crecimiento personal en la vida espiritual: “el
Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la
Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en
él”64. Siguen los dos sacramentos de curación: la Reconciliación, más conocida como la Confesión,
que perdona los pecados y sana el corazón arrepentido; y la Unción, que alivia y fortalece a los
enfermos.

Vienen finalmente los dos sacramentos al servicio de la comunión y misión de los fieles: el
Matrimonio, que eleva la fidelidad en el amor y la fecundidad esponsal, incorporándolas a la Nueva
Alianza entre Cristo y su Iglesia; y el sacramento del Orden Sagrado, diaconado, sacerdocio
ministerial y episcopado, que confiere distintos grados del poder servicial de enseñar, santificar y
dirigir pastoralmente al pueblo de Dios.

En la práctica cotidiana, lo que más importa son los efectos de los sacramentos. La
Eucaristía es la fuente y el fin de todos ellos, a la vez alimento viviente y meta de toda la vida
espiritual, porque la Eucaristía es y nos da al Señor mismo: Jesús presente en alma, cuerpo, corazón
y divinidad. La meta se hace alimento, porque la misa hace presente y actual el sacrificio salvador
de Jesús sobre la Cruz y comunica esta fuerza dinámica al corazón de cada persona que comulga
sacramentalmente, para sanar las heridas escondidas y fortalecer toda la persona en su viaje a la
Tierra Prometida. La Eucaristía se hace así comida, para fortalecer a discípulos débiles, a fin de que
sean testigos de Cristo en la vida y la muerte de cada día. Por el amor que la Eucaristía transmite,
reconfigura el alma, el cuerpo y el espíritu de cada receptor a imagen del Hijo muy amado de Dios.

Cada uno de los siete sacramentos le brinda al discípulo su propia gracia particular, que
perdura y actúa en el corazón más allá del momento de la celebración del sacramento como tal; es
lo que acabamos de ver en el párrafo anterior sobre la Eucaristía. La gracia sacramental dirige y
fortalece al cristiano en su actuar cotidiano, para que sus actos y palabras correspondan a lo que
cada sacramento significa. Hace ver que los sacramentos se instituyeron no para que Jesús fuera
admirado o adorado por nosotros – lo que no necesita – sino para restaurar, sanar, fortalecer, guiar y
perfeccionar en la vida de cada día la fe confiada y enamorada del creyente.
64
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1275. Para profundizar más la naturaleza y el aporte de cada sacramento, ver
los nn. 1210-1666.
31

Esta finalidad transformadora de los sacramentos tiene un efecto muy significativo: la


sanación de recuerdos, heridas y bloqueos emotivos y afectivos, que a veces no son plenamente
conscientes. La dirección espiritual y la psicología pueden descubrir y aclarar tales problemas o
ponerles el nombre correcto, pero apenas pueden sanarlos, porque provienen del corazón herido,
que sólo el Creador puede restaurar: “El hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”. 65 Por
otro lado, la celebración ritual de los sacramentos puede ser válida, pero si se bloquea
deliberadamente la actuación de las gracias sacramentales, no resultan efectivos en la vida
cotidiana.

La gracia particular contenida en el Bautismo es la de un “sello” permanente de pertenecer


como nuevo miembro de la Familia divina y trinitaria y así nacer a la nueva vida del Cuerpo de
Cristo, la Iglesia. La gracia del sacramento de la Confirmación es un nuevo sello de mayor madurez
como adulto conducido por el Espíritu Santo; en el sacramento de la Reconciliación, la gracia
sacramental es todo el perdón sanador y transformador de Cristo sobre los pecados confesados; en
la Unción de los Enfermos, se recibe la fuerza y la confianza renovadas; en el Matrimonio, la
bendición y fortalecimiento del amor esponsal entre los casados, amor que se extiende también a los
hijos; y en el Orden Sagrado, más allá del permanente carácter sacerdotal, están las gracias
sacramentales tan necesarias para pastorear, enseñar y santificar al Pueblo santo de Dios, hasta la
consumación de todos los sacramentos y de toda la creación en la vida de la resurrección final.

Contexto histórico

En la historia de la espiritualidad cristiana, los sacramentos ofrecieron la primera


oportunidad para explicar el contexto mayor que vimos más arriba, o sea la historia de nuestra
salvación con sus tres fases sucesivas. El mismo Jesús explicó a sus oyentes como la Eucaristía
estaba prefigurada ya en el misterioso maná provisto por Dios para su Pueblo en el desierto durante
los cuarenta años de peregrinación hacia la Tierra Prometida. El discurso de Jesús sobre el Pan de
Vida, en el Evangelio de San Juan, se basa en esta tipología del “maná en el desierto” 66.
Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del
cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo,... porque mi carne es
la verdadera comida.… Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y
murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente67.

En la Última Cena, Jesús se refirió a otro anticipo de la Eucaristía, que era la expresión en la
tradición judeocristiana del deseo profundo existente en todo corazón humano de una comunión
65
1 Sam 16,7.
66
Jn 6,31.
67
Jn 6,32-33.55.58.
32

íntima con el Creador. Este anhelo divino fue respetado por Dios cuando se instituyó para los judíos
la Cena Pascual, justo antes del paso del pueblo de Israel por el Mar Rojo: 68 fue y es todavía la Cena
de Alianza entre Dios y su pueblo judío. Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, el Santísimo
Sacramento, en el curso de tal cena, proclamando que ahora se trata de “la Nueva Alianza sellada
con mi Sangre, que se derrama por ustedes”,69 es decir, por todos los que entran en ella por la fe en
él.

En la Iglesia primitiva, los apóstoles se referían a las tres etapas de nuestra salvación en sus
explicaciones del sacramento del Bautismo. Según San Pedro, el bautismo, que utiliza el agua como
instrumento simbólico, se prefiguró en el arca de Noé que con sus pasajeros humanos pasaron por
encima de las aguas del diluvio, para salir a la frescura de la creación renovada:
Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos – ocho en
total – se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son
salvados.70

San Pablo, en un pasaje que se lee cada año en la liturgia de la Vigilia Pascual, señala más
bien la relación entre el bautismo y la Resurrección de Cristo:
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la
gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva, porque si nos hemos identificado con
Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección…
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.71

Por otra parte, al comienzo de la Vigilia Pascual, se vincula el fuego nuevo no sólo con la
Resurrección, sino también con la primera creación del mundo:
Las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo:
“Que exista la luz”. Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. 72

Estas distintas referencias hechas por Jesús, los apóstoles y la liturgia de la Iglesia al
contexto histórico de las gracias sacramentales, pueden multiplicarse respecto de todos los
sacramentos, porque cada sacramento fue prefigurado en el Antiguo Testamento y prepara a los
fieles para vivir desde ya como resucitados. El desarrollo de estas gracias se ve en la vida de los
santos, tanto los canonizados como la multitud de santos ocultos: servidores y servidoras del Señor
en sus vidas muchas veces sin brillo.

68
Ver Ex 12.
69
Lc 22,20.
70
1 Ped 3,20-21; ver Gén 7-9.
71
Rom 5,4-8.
72
Gén 1,2-4.
33

Santidad y santos

La razón de ser de los siete sacramentos cristianos es llevar a cabo en la vida diaria de los
fieles la misión salvadora de Cristo. Con este propósito, conducen a la Iglesia en su conjunto y a
cada persona en particular, a la plenitud activa del amor misericordioso de Dios. Al hacer esto,
llevan a cada persona a su propia plenitud de hombre o de mujer. La santidad es esta plenitud, que
está presente en forma dinámica y creciente en cada discípulo creyente a lo largo del viaje hacia su
madurez. En otras palabras, la santidad no es estática, porque la vida y el amor no lo son. Es
vibrante, a menudo impredecible, siempre profundamente significativa y hermosa, como una
continua sinfonía compuesta por Dios, que participa de la belleza profetizada del mismo Cristo:
¡Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres; la gracia se derramó sobre tus labios, porque Dios
te ha bendecido para siempre!73

La santidad es flor y fruto de la imagen y semejanza de Dios, siempre presente en cada


persona como raíz de su propia dignidad humana 74. Esta imagen divina, la base de cualquier
despertar espiritual, es el núcleo luminoso del ser humano y consiste en su capacidad de conocer la
verdad y amar con libertad y generosidad, como Dios lo hace y como ningún otro ser en la tierra
puede hacer. El Concilio Vaticano II lo expresó en su enseñanza sobre la unión de todos los
discípulos de Cristo:
Cuando el Señor Jesús ruega al Padre ‘que todos sean uno, como nosotros también somos uno’, nos
abre horizontes desconocidos por la razón humana, porque revela una cierta semejanza entre la unión
de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza
demuestra que el hombre, al que Dios ha amado por sí mismo y no como al resto de la creación
terrena, no puede encontrar su propia plenitud fuera de la entrega sincera de sí mismo a los demás 75.

Por la fe y el bautismo, cada cristiano recibe su santidad inicial en cuanto la imagen de Dios
es renovada y reorientada a la luz de la verdad y del amor de Cristo. ¡La gracia del Resucitado es
ahora la tuya; su vida quiere expresarse en todos los ámbitos de la tuya, buscando tu bien en tu
sincera entrega a los demás! Esta entrega sincera y generosa de sí es la santidad cristiana en acción,
y aparecerá especialmente en algunos momentos claves de decisiones vitales, familiares o
profesionales: ¿A quién quiero beneficiar? ¿A ellos o a mí mismo?

Llegará también el momento clave de la vejez, que puede ser la cumbre de la vida humana.
Es aquí donde la fe cristiana, confiada y amorosa, ilumina radicalmente el sentido de la muerte a la

73
Sal 45(44),3.
74
Ver Gén 1,26-27; 5,1.
75
Gaudium et Spes, 24, citando Jn 17,21. El mismo documento conciliar se refiere a la imagen de Dios en los nn. 12,
17, 22, 34, y 68.
34

luz de la Muerte y Resurrección de Cristo. Mediante la sincera entrega de sí mismo en brazos del
Padre celestial, a imagen y semejanza de la entrega definitiva de Jesús, el discípulo puede decir:
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró. Cuando el centurión vio lo
que había pasado, alabó a Dios, exclamando: “¡Realmente este hombre era un justo!” 76

El pueblo cristiano, desde los primeros siglos, sintió la necesidad de recordar y pedir la
intercesión de las personas especialmente cercanas a Dios, que habían sido fieles a su fe, a la gracia
bautismal y a la lucha contra los propios pecados y debilidades. En nuestros días, la divina
providencia dispone con frecuencia que nos encontremos con la vida o el ejemplo de tal o cual
santo, cuyo testimonio nos impresiona de modo particular. Conviene cultivar esta relación con el
hermano o hermana mayor en la fe, que intercede ya por nosotros y nos ayuda con sus ejemplos y
su oración.

Al mismo tiempo, hay que evitar los dos extremos: la devoción excesiva a tales personas a
expensas de la devoción al mismo Señor, o al contrario el desdén autosuficiente, que piensa, “Sólo
yo y Cristo; no preciso otra ayuda”. En este último caso, hace falta abrirse al misterio de la
Comunión de los Santos, que es una dimensión importante de la realidad del Cuerpo de Cristo, que
es la Iglesia.

Iglesia de los santos y de la primera Santa

Este Cuerpo no es sólo ni principalmente una institución jerárquica de laicos y clérigos, sino
– como ya vimos – una familia de origen divino, donde se comparte entre todos los miembros la
vida de comunión que existe entre el Hijo eterno y el Padre. La dinámica interna, el alma, de esta
Comunión de los Santos es el mismo Espíritu divino enviado por Jesús. Por eso, los miembros más
importantes en la Iglesia no son los de la jerarquía, ni siquiera el Papa, sino los santos, canonizados
y no canonizados.

Los dos aspectos de la Iglesia, santa y jerárquica, se llaman a veces para graficarlos: Iglesia
mariana e Iglesia petrina77. Pero no son en ninguna manera dos Iglesias, sino dos dimensiones
complementarias de la misma Iglesia fundada por Cristo: una dimensión eterna y compartida entre
todos en base al amor de Cristo, y otra dimensión temporal, sacramental y jerárquica establecida por
Cristo mediante el sacramento del Orden, cada dimensión representada por su miembro más

76
Lc 23,46-47.
77
La distinción fue elaborada por el teólogo, Hans Urs von Balthasar, “El Misterio Pascual” en Mysterium Salutis,
III,II, (Madrid: Ed. Cristiandad 1971), 323-326. San Juan Pablo II la explicó aún más y la utilizó en su Carta
Apostólica Mulieris dignitatem sobre la dignidad y la vocación de la mujer (1988), nº 27.
35

sobresaliente. De hecho, todos tenemos estas dos dimensiones en nuestro ser: la institucional, más
estructurada, y la amorosa, más espiritual, flexible y carismática.

Una vida humana sana requiere una compenetración mutua de las dos dimensiones, lo que es
necesario también en la vida cristiana. Todo es espiritual, pero algunas personas son públicamente
más responsables de los demás. Todos tienen un carisma, una misión en el mundo y la gracia para
cumplirla, pero no son gracias idénticas, sino complementarias y coordinadas con el trabajo pastoral
de la jerarquía. Los santos pertenecen a la tendencia más espiritual, incluso si fueron o son
sacerdotes u obispos. Incluso los sacerdotes y obispos deben ser más sinceramente espirituales que
otros y tal como los laicos y religiosos deben tener una lealtad profunda a la Iglesia jerárquica.

El vehículo normal para ponerse en contacto con los santos es la Liturgia, especialmente la
celebración anual de los distintos santos y santas. Un buen Misal cotidiano para los fieles 78 suele
tener párrafos introductorios con los rasgos principales de la vida de los distintos Santos. Es
provechoso estudiar el ejemplo y la enseñanza de aquellos cuyo estado de vida fue parecido al
nuestro. En este sentido están los santos patronos y cada país o región tiene el suyo. Las patronas de
América son la Virgen de Guadalupe y Santa Rosa de Lima. Hay también patronos específicos,
entre los cuales:
 San Vicente de Paúl, patrono de las asociaciones de caridad, como Caritas.
 San Juan María Vianney, el Cura de Ars, patrono de los sacerdotes.
 Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos latinoamericanos.
 San Francisco Javier y Santa Teresita del Niño Jesús, patronos de los misioneros.
 San Juan Crisóstomo, patrono de los evangelizadores.
 San Juan Bautista de La Salle, patrono de los educadores cristianos.
 San Jerónimo Emiliani, patrono de los niños huérfanos.
 Santa Lucía, patrona de ciegos y protectora de la vista.
 San Cayetano, patrono de los que piden paz, pan y trabajo.
 San Francisco de Sales, patrono de los periodistas y escritores.
 Santo Tomás Moro, patrono de los abogados.
 Santos Cosme y Damián, patronos de los médicos y los farmacéuticos.
 Santa Cecilia, patrona de los músicos.
 Santa Catalina de Alejandría, patrona de los filósofos.

Cobran interés especial los santos y santas de nuestro tiempo y mundo, cuyas circunstancias
de vida corresponden más a las nuestras y cuyos ejemplos son más significativos. Son importantes

78
Por ejemplo, Misal Romano Cotidiano (Buenos Aires: Conferencia Episcopal Argentina, Oficina del Libro, 2011).
36

en este sentido el Cura Brochero, San José Gabriel Brochero, modelo de sacerdotes
evangelizadores; “Mama Antula”, Beata María Antonia de Paz y Figueroa, madre espiritual de la
generación de los próceres argentinos; y los Beatos Ceferino Namuncurá y Laura Vicuña, jóvenes
laicos de la Patagonia; los dos santos chilenos Alberto Hurtado y Teresa de Jesús de los Andes;
junto con las dos jóvenes italianas Santa María Goretti, mártir juvenil de la pureza y la Beata María
Gabriela Sagheddu, patrona de la Unidad de todos los cristianos.

De todos ellos conviene no sólo invocar su intercesión en las necesidades, sino aprender de
sus vidas cómo vencer mejor nuestras dificultades y debilidades, tal como lo señaló el Papa
Francisco:
En todos los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de
sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está
siempre, con un ropaje o con otro; los obstáculos al crecimiento vienen del límite humano más que
de las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es más difícil; es sólo distinto. Pero aprendamos
de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época 79.

Evidentemente, después del mismo Jesús, la más grande de los Santos de Dios es su Madre,
la Santísima Virgen María:
Es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que
naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza. Por eso, María es saludada
también como miembro preeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo
destacada sobre todos los demás en la fe,… la caridad y la perfecta unión con Cristo 80.

El amor a la Virgen encuentra su cauce normal en dos experiencias: admirándola en la


celebración de sus varias fiestas litúrgicas, como el Día de su Inmaculada Concepción, el 8 de
diciembre;81 y también pidiendo su intercesión, especialmente por el rezo del santo Rosario,
peregrinando a su santuario nacional o regional, o en una devoción particular a tal o cual aspecto de
su vida y acción. La popularidad de los santuarios marianos demuestra la gran realidad de su
maternidad espiritual, especialmente en la vida de los más necesitados que la invocan y para los que
más se esfuerzan en seguir su ejemplo de crecer continuamente en el seguimiento de su Hijo.

79
Evangelii Gaudium, 263.
80
Lumen Gentium, 53 y 63.
81
Es de notar que esta gran fiesta es de la concepción de la Virgen. La concepción de Jesús en el seno de María se
celebra el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, nueve meses antes de Navidad, tal como la Natividad de la
Virgen se celebra el 8 de septiembre.
37

De modo particular, María es modelo de fidelidad a la oración. El Evangelista San Lucas se


refiere a este hecho en tres ocasiones: en Belén, al nacer Jesús; 82 en Nazaret, al crecer Jesús en
sabiduría y en gracia;83 y en Jerusalén, cuando los apóstoles esperaban al Espíritu Santo:
Íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre
de Jesús, y de sus hermanos.84

Es lógico pensar que en esta última ocasión, durante las varias jornadas dedicadas a la
oración en común, los apóstoles habían pedido a la Madre de su querido Maestro, tal como lo
habían hecho a Jesús: “Enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos” 85. Y es probable
que la Virgen haya hablado en aquel momento de su propia experiencia: ella había meditado
continuamente los distintos dichos y hechos de su Hijo, especialmente los que llamamos ahora sus
Misterios: los hechos principales de su infancia, de su vida pública, luego su Pasión y Muerte, y los
Misterios gloriosos de su Resurrección y Ascensión al cielo. María había ya meditado en su corazón
y repensado así toda la vida de Jesús, sacando de cada hecho o dicho su significado, con las
consecuencias para su propia vida, las que probablemente comunicaba también a los apóstoles.

Esta fue una de las primeras manifestaciones de su maternidad espiritual sobre los mismos
apóstoles y de su misión, recibida de Jesús cuando él estaba sobre la Cruz, 86 de ser Madre de todos
sus discípulos, de toda la Iglesia. Fue también el origen de lo que los fieles en Jerusalén iban a
comenzar a hacer muy pronto: celebrar litúrgicamente y meditar personalmente los distintos
Misterios del Señor. También ahora, la Virgen acompaña a todos y cada uno en las eventualidades
del seguimiento de Jesús y del crecimiento de su vida divina en la vida humana de cada día.

82
Lc 2,19: “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”.
83
Lc 2,51: “Su madre conservaba estas cosas en su corazón”.
84
Hechos 1,14.
85
Lc 11,1.
86
Ver Jn 19,26-27: “Jesús le dijo: ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y
desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya”.
38

III. DESARROLLO DEL CAMINO

Hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal:


la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos
y también la avaricia, que es una forma de idolatría.
Col 3,5

6. Ministros de la Palabra y fe de los creyentes

El desarrollo más sano de las gracias sacramentales, sobre todo las del Bautismo y de la
Eucaristía, se encuentra en el ejemplo vital de los santos y sus enseñanzas. En la práctica, sin
embargo, la gracia de Cristo puede ir perdiendo su influencia en nuestras vidas debido a dos
factores relacionados entre sí:
1. Los sacramentos ya no atraen debido a algún elemento del entorno: la parroquia, la gente,
los distintos ministros laicos o el mismo sacerdote.
2. Con más frecuencia, la dificultad con los sacramentos es la actitud o disposición del
receptor, la debilidad de la fe, que hace que no se ve más que los elementos del entorno: la
gente, los ministros y los ritos.
Es importante mirar a estos dos factores decisivos para nuestro crecimiento, porque representan un
problema bastante común, pero con dos dimensiones distintas: una objetiva y contextual, la otra
más subjetiva y personal.

Desilusión

Un ejemplo del problema fue lo que le pasó a una mujer que cantaba bien y formaba parte
del coro de su parroquia. Frecuentaba los sacramentos e iba a misa todos los domingos, además de
trabajar durante la semana para la gente necesitada. Por razones de familia, tuvo que mudarse a un
pueblo campesino con una sola parroquia católica, junto con un par de pequeños templos
protestantes.

La única parroquia no tenía ningún coro para sus misas dominicales y el organista era
evidentemente poco experto. Puesto que el cura párroco tenía poca sensibilidad musical o artística,
la mujer sufría mucho e iba perdiendo el deseo de ir a misa. En esta situación, una de sus vecinas,
que captó lo que le pasaba, la invitó a la celebración dominical de su iglesia evangélica. A nuestra
mujer le encantó el canto de tantos himnos y la acogida cordial de la gente, de tal forma que terminó
como fiel asistente a la iglesia evangélica y se quedó sin la gracia de los sacramentos católicos,
especialmente de la Eucaristía.
39

Los dos factores mencionados más arriba se entremezclaron en la vida de esta mujer: el
entorno parroquial y la debilidad de su propia fe. En el fondo, el problema suele ser que a veces
cuesta aceptar y vivir en profundidad el hecho de que Dios se hizo “carne” 87. Se trata del principio
fundamental de la Encarnación: Dios asume y abraza en Cristo nuestra naturaleza humana como
parte permanente de su propia vida divina. La inmensa riqueza de su gracia divina nos llega ahora
por medio de “carne”: las debilidades humanas, que a veces son debilidades morales o, como con
esta mujer, simplemente debilidades artísticas. No se pueden negar estas debilidades: son reales.
Incluso se ha dicho que la prueba más grande de que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de
Dios es el milagro de que ¡todavía existe y florece!

Este gran Misterio de la Encarnación es el corazón de nuestra fe, la fuente de nuestra


esperanza y el objeto de nuestro amor. No es que se ame el pecado, ni siquiera las muchas
debilidades, sino que se ama esta misteriosa Iglesia: “el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular,
miembros de ese Cuerpo”88. El cristianismo no es sólo profesar, admirar y rendir culto al Dios que
se hizo hombre, sino también asumir y abrazar en la vida de cada día este principio de que lo
divino, encarnado ahora en un Hombre-Dios, está en lo humano. Por eso San Pablo, en seguida
después de enseñar que la Iglesia – tanto a escala universal como en la parroquia local y la
comunidad familiar y doméstica – es Cuerpo de Cristo, señala cómo hay que vivir este misterio:
Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como
una campana que resuena o un platillo que retiñe.… El amor es paciente, es servicial; el amor no es
envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se
irrita, no tiene en cuenta el mal recibido.89

Es decir, se vence el mal, que efectivamente existe en la Iglesia y sus ministros, con el amor,
no con la crítica negativa o la separación física, y por medio de este amor, Jesús continúa su
presencia activa en la historia no sólo interiormente por su Espíritu, sino también exteriormente a
través de todos los miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia con sus mediadores secundarios. Con
estos últimos, el Señor comparte su mediación divina entre Dios y los hombres, que es lo que Jesús
expresó a los apóstoles el día de su Resurrección: “Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”90. Cualquier verdadera reforma o renovación de la Iglesia tiene que venir desde
dentro de esta institución misteriosa que es la Iglesia, no desde afuera o apartándose de ella.

No hay nada en las palabras de Jesús sobre las cualidades intelectuales, físicas o artísticas de
sus apóstoles y discípulos. Lo que sí es necesario, es la fe en él: el Hijo de Dios hecho uno de
87
Jn 1,14.
88
1 Cor 12,27.
89
ídem 13,1-5.
90
Jn 20,21.
40

nosotros, “carne” con las debilidades que esta palabra connota. Si esta fe es sincera y bien formada,
el creyente captará, primero, que él mismo tiene la misión de expresarla y difundirla, y luego que
este tesoro divino se esconde en vasos de arcilla que a veces desilusionan nuestros gustos o
pareceres personales.

El santo cura del pueblito de Ars, cerca de Lyon, en Francia, Juan María Vianney, tenía muy
pocas dotes, ni intelectuales ni para las bellas artes, pero había recibido el don sacerdotal y una fe
muy entregada. El obispo lo apartó en una aldea campesina llena de vicios, quizá porque ningún
otro sacerdote quería ir allí, pero por su oración, fidelidad, gran austeridad de vida y perseverancia,
el santo cura convirtió a todos los aldeanos y a cientos de miles de otras personas de todos los
niveles sociales, porque encarnaba lo que Jesús expresó:
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido91.

El hecho de ser ministro de la Palabra de Dios es parte de este gran Misterio de lo que Dios
ha querido. La divinidad de Jesús estaba oculta dentro de su sagrada humanidad, pero en su Iglesia
es esta misma sagrada humanidad de Jesús que está presente y oculta dentro de las imperfecciones y
debilidades humanas de sus discípulos y ministros, desde los o las catequistas más sencillos hasta
los pastores supremos. Esta dignidad sublime de todo ministro del Señor, dignidad oculta y a veces
cubierta de tinieblas, merece nuestra veneración, porque forma parte del misterio de la Encarnación
de Dios entre los hombres. Merece en consecuencia nuestra fe.

Fe y hermosura del corazón

Conviene profundizar aún más toda la situación que acabamos de ver en el ejemplo de la
mujer con sensibilidades musicales. ¿Cómo manejar mejor la realidad de una Iglesia débil y muchas
veces muy limitada en sus ministros como también en sus fieles? ¿No desvirtúan estas debilidades
todo el sentido y la hermosura de la vida cristiana? ¿No oscurecen los signos principales de la vida
en Cristo: la comunión fraterna y los sacramentos? Una solución equivocada, que no resuelve casi
nada y causa otras dificultades a largo plazo, es la que tomó nuestra mujer sensible a la música:
abandonar la práctica sacramental y la participación en la vida de la Iglesia, para buscar satisfacción
en otra parte.

Un análisis más acertado de las debilidades en los ministros de la Palabra permite llegar a la
conclusión correcta: si se trata de un abuso serio, como la pedofilia o un robo importante de dinero,
corresponde poner en conocimiento al obispo, o al menos a un sacerdote; pero en la gran mayoría

91
Mt 11,25-26.
41

de los casos, el problema es más subjetivo y personal: aburrimiento por las homilías largas o
complicadas, mundanidad general, falta de sensibilidad pastoral en el confesionario, o de gusto
artístico en todo. En estos últimos casos, el remedio es preguntarse si la respuesta personal no deba
ser un fortalecimiento de la propia fe. En otras palabras, preguntarse si no se trata de una crisis
propia: un desafío más o menos grande para crecer y madurar en la fe personal.

Es algo parecido a lo que puede pasar tarde o temprano en todo matrimonio después de la
luna de miel. En el caso de desencanto con la vida de los ministros en la Iglesia, es el momento de
preguntarnos: ¿Cómo vivo mi fe? ¿Por qué pertenezco a esta Iglesia o a esta parroquia y no a las
varias otras, que parecen ser más simpáticas, incluso más unidas, santas y evangélicas? ¿Por qué
sigo a Cristo? Aunque parezca paradójico, hace falta pasar por el crisol de estas preguntas, a fin de
crecer espiritualmente. La fe en sí misma no es débil o defectuosa, pero nuestra adhesión a ella y
nuestra propia interpretación de sus contenidos y consecuencias prácticas sí que pueden ser débiles.

San Bernardo expresó, ya en el siglo XII, la necesidad de un crisol que purificara la fe,
cuando señalaba que necesitamos no sólo amar a Jesús y seguirlo, sino también conocer bien su
camino, para no seguir otro camino falso:
Si ignoras lo que quiere aquél a quien ya has sometido la voluntad, ¿no se dirá también de ti que
tienes celo de Dios, pero mal entendido?…. No vaya a ocurrir que, queriendo el bien pero
ignorándolo, mientras corres te alejes a toda prisa y te extravíes por los bosques sin caminos 92.

Es San Juan de la Cruz en el siglo XVI, el que mejor y en más detalle explica lo que está
pasando en esta crisis purificadora de la fe, que forma parte de su enseñanza sobre la “noche
oscura”. La crisis exterior – que puede ser un escándalo público o simplemente algo que motiva un
disgusto más o menos profundo respecto del estilo, lenguaje o descuido de un sacerdote – provoca
un cuestionamiento sobre la razón de ser de todo el aparato eclesial.

El corazón humano busca una respuesta, y si la persona reza y trata de vivir su fe, que en
este momento está en crisis, Dios viene en su ayuda con el poder interior del Espíritu Santo y
realiza una operación especial de su gracia: la purificación sanadora de emociones y razonamientos
humanos. Juan de la Cruz tiene el consejo justo en cuanto al modo de proceder en tal situación:
Conviéneles que se consuelen perseverando en paciencia, no teniendo pena; confíen en Dios, que no
deja a los que con sencillo y recto corazón le buscan, ni les dejará de dar lo necesario para el camino,
hasta llevarlos a la clara y pura luz de amor93.

92
San Bernardo, Sermones Sobre el Cantar 85,2, p.1045.
93
San Juan de la Cruz, Noche oscura, I,10,3; en Obras completas (Madrid: B.A.C. 1511, 1982), 252.
42

Se trata del Espíritu de Dios, que actúa ordenando la afectividad y la inteligencia del
creyente, sacando las dudas, sometiendo los amores y juicios muy humanos a los amores, juicios y
planes salvadores de Dios. La gracia del Espíritu agudiza de modo especial el aprecio y la
comprensión de los misterios divinos, en este caso el Misterio de la Iglesia como continuación en
nuestra historia personal de la Encarnación del Hijo amado del Padre. Sin embargo, en medio de
esta purificación de juicios y afectos, uno no suele comprender lo que está sucediendo. Se siente
torcido interiormente: humillado, pero al mismo tiempo consciente de algo nuevo y significativo en
el corazón. En situaciones parecidas, es importante seguir el aviso de Juan de la Cruz, más arriba, y
la sentencia: “En tiempo de nubes, ¡no te mudes!”

El resultado del proceso, el oro acrisolado, será una fe fortalecida y más lúcida. El discípulo
del Señor vivirá a partir de ahora las realidades de la Iglesia, de sus sacramentos, ministros y otros
miembros, no a través de gustos personales, sino “en Espíritu y en Verdad” 94, o sea en la Verdad
revelada por el Espíritu Santo: la verdad de la Iglesia y sus sacramentos como obra e instrumentos
de Cristo resucitado, obra divina que trasciende totalmente los gustos y disgustos humanos.
Trasciende también a los ministros. No depende de la voluntad humana, sino de la voluntad divina y
salvadora que busca transformar la vida humana – tu vida humana – a imagen y semejanza de la
vida de Jesús. San Pablo canta con corazón acrisolado esta voluntad divina:
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la
persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?... En todo esto obtenemos una amplia
victoria, gracias a aquel que nos amó, porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los
ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo
profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo
Jesús95.

El amor victorioso de Cristo, del cual canta San Pablo, utiliza la virtud teologal de la fe para
purificar la inteligencia humana desde su raíz en la imagen y semejanza de Dios. La inteligencia
tiende naturalmente a juzgar a las personas y situaciones, pero estos juicios son humanos, subjetivos
y limitados. Como tales, la fe teologal tiene que purificarlos en un proceso que va a la par con la
parecida purificación de las otras facultades espirituales: de la voluntad humana y sus amores por el
amor divino, y de la memoria, la “bodega” central de recuerdos del pasado y proyectos hacia el
futuro, por la esperanza. Todo esto es la acción divina que hace que “ni lo alto ni lo profundo, ni
ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor”.

94
Jn 4,23.
95
Rom 8,35-39.
43

Estudiaremos más abajo este tipo de purificación interior en su relación específica con la
afectividad y la confianza en Dios. En la enseñanza de Juan de la Cruz la purificación rectificadora
de los potencias espirituales del hombre tiene la finalidad de preparar a cada persona para la unión
con Dios en un amor más estable y puro, un intercambio espiritual de bienes, a fin de que todo lo
del hombre sea de Dios y todo lo que es de Dios sea también del hombre96.

El Santo aclara que antes de que la parte espiritual del hombre se purifique, tiene que
suceder la purificación de las emociones, la que él llama la Noche de los sentidos: un período
importante en el crecimiento hacia la plena madurez en Cristo. Primero el creyente muestra su
buena voluntad, disciplinándose en sus actos y costumbres, para hacerlos conforme al Evangelio, en
primer lugar en cuanto a los mandamientos divinos y luego según las Bienaventuranzas del Sermón
de la Montaña.

Al mismo tiempo, el Espíritu Santo viene en ayuda de los esfuerzos humanos, y mediante el
crisol de sequedad, enfermedad y frustraciones de todo tipo, van reordenándose la curiosidad, el
placer artístico y la variedad de deseos hasta que todo se ponga bajo la dirección pacífica de la
caridad, ordenadora y conductora de la sinfonía interior de la persona. Esta purificación de los
juicios, pasiones y proyectos humanos la realiza el Espíritu mediante las virtudes teologales y el
poder misericordioso de Dios.

Para comprender mejor la necesidad de esta forma de purificación, es importante verla a la


luz de la enseñanza de San Pablo a los primeros cristianos de Corinto sobre el día del juicio, que se
refiere tanto a las purificaciones de esta vida, como también a las de purgatorio después de la
muerte. Dios prefiere mucho que esta purificación tan necesaria suceda ya en esta vida:
El fundamento es Jesucristo. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera,
pasto o paja: la obra de cada uno aparecerá tal como es por medio del fuego que vendrá ese día y la
pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida
sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida,
se perderá. Sin embargo, su autor se salvará…. El mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro:
todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios97.

El resultado de todas las purificaciones interiores es, primero, la paz interior en medio de las
pérdidas y frustraciones, según lo expresado por San Pablo: “¿Quién podrá entonces separarnos del
amor de Cristo?” Brota en seguida un segundo efecto: el sentido renovado de la catolicidad
cristiana. Si nada ni nadie puede separarnos del amor de Cristo y si todo es nuestro en él, entonces

96
Ver San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 79; en Obras completas, p. 854.
97
1 Cor 3,11-15. 22-23.
44

no hay barreras y ninguna persona, ni siquiera un ministro humano de la buena noticia del Señor
puede perjudicar permanentemente la acción divina, que se sirve de escándalos, exilios y desastres
de todo tipo para hacer crecer como hijos suyos a los que permanecen fieles.

En la historia de la Iglesia se comprueba continuamente que de este modo ella se hace más
“una, santa, católica y apostólica”98. No puede identificarse con ningún grupo, partido, nación,
pueblo o cultura, sino que abraza, purifica, y trasciende todo lo que cualquier grupo tiene de bueno
y así cumple su misión de ser madre de la gran unión diversificada de todos en la única fe cristiana
y católica.

La palabra católica significa lo que es universal: literalmente, de acuerdo (kata) con el todo
(holos). Suele ser entendida en referencia a la extensión geográfica, como lo señalaba Jesús mismo:
“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”99. Pero estas mismas palabras conviene
interpretarlas también en su sentido cultural, social e incluso psicológico: todos los niveles de la
sociedad y de la personalidad humana con su idiosincrasia psicológica. Todos estos niveles, rasgos
y elementos exteriores e interiores necesitan ser evangelizados, “bautizados” en el fuego divino del
Espíritu de Cristo mediante los procesos purificadores que acabamos de bosquejar, para que la
visión de los discípulos no sea limitada, autorreferencial y estrecha, sino realmente católica,
universal, y su obrar de cada día, generoso y misionero. Las aparentes pérdidas terminan así como
ganancias.

Dicho proceso, que puede durar algunos años o décadas según el plan de Dios para cada
persona, representa el corazón dinámico del crecimiento personal hacia la plena madurez cristiana.
¿Cuál es nuestra tarea a lo largo del proceso? La respuesta se encuentra en las palabras citadas más
arriba de Juan de la Cruz de tranquilizarse y confiar en Dios, 100 junto con las del papa Francisco:
No olviden nunca el llamado, el primer encuentro con Jesús, el gozo con el que recibieron ustedes el
primer anuncio:… redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda
a llevar una vida nueva.

Si uno tiene fe en Jesús, en Quién es el que te buscó, encontró e iluminó, se confía


espontáneamente en él: Jesús no abandona a sus discípulos, sino que está muy cerca de los
atribulados, “porque serán consolados”101. La tarea del discípulo es no abandonarlo a él en
momentos de tinieblas, frustraciones o decepciones. Los hombres pueden decepcionar y frustrar,

98
Credo Niceno-Constantinopolitano, usado hoy en muchos países durante la misa.
99
Mt 28,19.
100
Ver las referencias en las notas nº 88 y nº 24.
101
Mt 5,5.
45

pero: “Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?” 102, “porque aquel que
está en ustedes es más grande que el que está en el mundo”103.

En la práctica, este vivo recuerdo del amor original de Jesús, el primer encuentro propio e
interior con la realidad de su amor tierno y eterno, es un tesoro de inmenso valor, la chispa interior
de la propia historia, que invita a cada uno a devolverle al Señor la propia fe, confianza y amor por
su inmenso Amor. Este intercambio de amores es la sustancia del crecimiento hacia la plena
madurez en Cristo y nos lleva a mirar más a fondo sus distintas etapas.

7. Etapas en el camino

La fidelidad cotidiana expresada en el obrar bien y en la oración confiada, conduce


inevitablemente a ciertos cambios, crecimientos y simplificaciones en el obrar y en el orar. Estos
cambios de engranaje interior son necesarios y muy sanos, porque vivir significa crecer y
desarrollarse; implica crecer cualitativa, no cuantitativamente hacia el amor total: simplificar el
corazón, no complicarlo. Todo ser viviente cambia y pasa por etapas de crecimiento desde la
gestación a la existencia estable y luego crece, envejece y fallece: crecer como semilla o embrión,
nacer, madurar y morir.

Cuando se trata de madurar espiritualmente, las etapas podrían llamarse: despertarse,


orientarse, cumplirse y unirse. La vida se experimenta de forma diferente en las diversas etapas del
camino, cuya duración no está para nada fijada o preestablecida, porque se trata de algo espiritual.
Depende más de la acción de Dios que de la nuestra, lo que explica por qué Jesús presentaba sus
Bienaventuranzas en forma de situaciones humanas que disponen para recibir los dones de Dios, y
no en términos de causa y efecto, como si, por ejemplo, la pobreza del espíritu causara el Reino de
los Cielos. Crecer espiritualmente significa esperar con paciencia y rezar con perseverancia por la
Hora divina de salvación, que puede sobrevenir en cualquier etapa del viaje.

Los reajustes espirituales pueden ser desconcertantes, pero si son de Dios son para nuestro
bien: una mezcla de gracia divina y naturaleza humana. Repercuten en la calidad espiritual del obrar
y también en el modo personal de orar, puesto que la oración, por ser excelente escuela de la
humildad cristiana, es la dimensión catalizadora del amor a Dios y al prójimo. Sin una vida
arraigada en la oración, es imposible seguir las directivas del Señor: “Amen a sus enemigos,

102
Job 2,10.
103
1 Jn 4,4.
46

rueguen por sus perseguidores”104. La experiencia continua demuestra que la oración y las obras de
misericordia105 gozan de una íntima interrelación y se intensifican mutuamente, fortaleciéndose a lo
largo del viaje spiritual.

La perseverancia en la oración, con sus altibajos de recogimiento y sequedad, dio origen a


distintas imágenes para describir el crecimiento en la fe, la esperanza y el amor. En efecto, las
experiencias personales son diversas, como lo son los modos de expresarlas. Santa Teresa de Ávila,
en sus Moradas106 por ejemplo, hace el hincapié en la dimensión orante de las etapas de
crecimiento, mientras otros subrayan el crecimiento en el amor o en otros factores. Dado que tales
etapas se analizan en muchos libros sobre el tema, las veremos de manera general, lo que puede
servir también como introducción a algunos de los escritores más autorizados sobre la materia.

En la historia de la espiritualidad cristiana, hay varias imágenes usadas para describir las
distintas etapas de la acción del Espíritu de Dios en el espíritu humano. Estas imágenes o modelos
no son mutuamente excluyentes, sino complementarios y se enriquecen mutuamente. Sin embargo,
uno u otro de los seis enfoques usados en la Sagrada Escritura o por otros escritores, que se
presentan a continuación, puede sintonizar mejor o más particularmente con la situación personal:
 Profundizar la fidelidad.
 Crecer en la vida.
 Peregrinar a la Tierra Prometida.
 Pasar del temor al amor.
 Construir un edificio.
 Acompañar a Jesús.

Sagrada Escritura

En la relación del pueblo de Israel con su Dios, había un ritmo repetido, cuyas etapas pueden
resumirse en cinco elementos sucesivos: Alianza – Infidelidad del pueblo – Purificación enviada
por Dios – Arrepentimiento con una nueva conversión a Dios – Renovada fidelidad del pueblo.

Desde el tiempo de los Jueces de Israel, más de mil años antes de Cristo, se notaba esta
sucesión de etapas, que se verificó con todo rigor en la destrucción de Jerusalén cerca del año 598
104
Mt 5,44.
105
Las siete obras de misericordia corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al
desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los muertos. Las siete espirituales
son: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las
ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. El Papa
Francisco añadió una octava obra corporal: cuidar con gestos a la creación, la casa común; y también una octava
obra espiritual: contemplar con agradecimiento la obra de Dios en la creación.
106
Moradas del castillo interior, en Obras completas de Santa Teresa (Madrid: B.A.C. 212, 1967), 364-450.
47

a.C. y el exilio masivo en Babilonia. Después del retorno de un grupo de pobres exiliados, el autor
del libro del Deuteronomio interpretó así toda la historia:
Fueron a servir a otros dioses y a postrarse delante de ellos, a dioses que no conocían y que el Señor
no les había dado en suerte. Por eso el Señor se irritó contra este país y atrajo sobre él todas las
maldiciones…. Si te conviertes al Señor, tu Dios, y tus hijos le obedecen con todo su corazón y con
toda su alma, exactamente como hoy te lo ordeno, entonces el Señor, tu Dios, cambiará tu suerte y
tendrá misericordia de ti. Te hará entrar en la tierra que poseyeron tus padres 107.

Gracias a la purificación del exilio en Babilonia, iba creciendo entre los que habían vuelto a
la patria la convicción expresada antes por el profeta Miqueas:
¿Con qué me presentaré al Señor y me postraré ante el Dios de las alturas?... Se te ha indicado,
hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la
fidelidad y caminar humildemente con tu Dios108.

La visión de un pueblo justo, humilde y pacífico no era compartida por todos, ni siquiera
después de volver del exilio. Algunos, los más eruditos y estudiosos, tenían una visión más política
o legalista de lo que Dios quería y los sacerdotes buscaban el esplendor del culto litúrgico en el
nuevo Templo de Jerusalén. Sin embargo, las lecciones de confianza y humildad aprendidas en
Babilonia confirmaron la visión profética y sirvieron para preparar el camino al Salvador definitivo.

Gracias a la acción salvadora de Cristo, el Nuevo Testamento es más optimista respecto de


las etapas de desarrollo espiritual. Jesús describió el crecimiento del Reino de Dios mediante su
parábola de la semilla que crece en la tierra:
El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de
noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma
produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga109.

Reconocemos aquí lo que vimos más arriba sobre el despertar espiritual: la semilla de la
gracia se siembra en el corazón. Esta gracia va extendiendo su acción benéfica sobre las
capacidades de la persona, sobre sus pensamientos, deseos y actos hasta que haya “grano
abundante”: una fecundidad espiritual, fruto de la madurez interior según la misión que cada uno
recibe del Señor. No es nada parecido al éxito humano, sino que es el resultado de un amor maduro,
generoso y fiel.

107
Deut 29,24-27 – 30,2-5.
108
Miq 6,6-8.
109
Mc 4,26-28.
48

En las cartas de San Pedro y San Pablo, las tres o cuatro etapas descritas por Jesús se
reducen a dos: la niñez y la madurez, pero sus enfoques de la niñez son claramente diversos. Pedro
es tierno:
Renuncien a toda maldad y a todo engaño, a la hipocresía, a la envidia y a toda clase de
maledicencia. Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer
para la salvación, ya que han gustado qué bueno es el Señor110.
Pablo, al contrario, subraya las dificultades y tensiones de los inmaduros:
No pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a hombres carnales, como a quienes
todavía son niños en Cristo. Los alimenté con leche y no con alimento sólido, porque aún no podían
tolerarlo, como tampoco ahora, ya que siguen siendo carnales. Los celos y discordias que hay entre
ustedes, ¿no prueban acaso, que todavía son carnales y se comportan de una manera puramente
humana?111

Es Pablo, dirigiéndose hacia el final de su vida a los cristianos de Éfeso, quien da una visión
más completa del proceso de crecimiento espiritual:
¡Que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo! Así dejaremos de ser niños,
sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina… Por el contrario, viviendo
en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo112.

En esta última descripción hay implícito un período de crecimiento entre el estado de “niños
sacudidos por las olas” y “la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo”. Se trata de una
etapa intermedia de adolescencia espiritual y de aprendizaje, que mezcla turbulencias con una
creciente fidelidad. Por lo que dice San Pablo, hay cuatro elementos decisivos para el sano
crecimiento:
 mayor conocimiento y dependencia de la Persona de Cristo, Cabeza de la Iglesia;
 mayor resistencia a cualquier doctrina errónea;
 mayor sensibilidad a la unidad armónica, la comunión entre los hermanos “unidos a Cristo”;
 mayor generosidad en el amor, vínculo unificador y aglutinante de todos.

Edad Patrística

Durante los tres primeros siglos cristianos, la Iglesia de la época post-apostólica


experimentaba dos fenómenos principales y generalizados: la persecución de parte de las
autoridades romanas y la expansión geográfica a todo el mundo conocido en aquel entonces. Se

110
1 Ped 2,1-3.
111
1 Cor 3,1-3.
112
Ef 4,13-15.
49

escribía relativamente poco y lo que emergió de estos siglos de fe intensa y heroica fue expresado
hacia fines del siglo IV por los escritores y Padres de la Iglesia.

Nos referimos aquí a tres de estos escritores en sus respectivas enseñanzas sobre el
crecimiento espiritual: San Gregorio de Nisa (c.335-394), obispo en Asia Menor y representante
autorizado de la espiritualidad de las Iglesias orientales, Juan Casiano (c.365-435) como testigo de
las enseñanzas de los monjes de Egipto durante el siglo IV y San Agustín (354-430), obispo de
Hipona en la actual Argelia, la figura más importante de la tradición latina y occidental.

Gregorio de Nisa, en su Vida de Moisés113 escrita al final de su vida, utiliza los distintos
episodios de la vida del gran profeta 114 como anticipos ilustrativos de las etapas sucesivas de la vida
cristiana. Mucha de su enseñanza la toma prestado de Orígenes (c.185-254), maestro espiritual de la
Iglesia de Alejandría, en sus homilías sobre la travesía del Pueblo de Dios por el desierto 115.
Siguiendo el ejemplo de Moisés, Gregorio señala la importancia de nacer en la fe y de instruirse
adecuadamente en la misma, para defenderla contra las sectas heréticas, contra los no creyentes y
frente a los errores de los mismos cristianos. Luego hay que mantenerse firme frente a las “plagas
de Egipto”, o sea, los ataques y tentaciones que provienen del mundo, de la debilidad propia y del
demonio.

Lo más difícil del largo camino está simbolizado en el paso por el mar, que representa
defenderse de las propias pasiones desordenadas, sean concupiscibles o irascibles, representadas por
los soldados de Egipto que atacan con sus flechas, lanzas y carros de guerra. Lo importante es
hacerlos morir a todos, ahogados en el agua de la fe, esperanza y amor bautismales. Así los fieles
pasan purificados por el agua sin mojarse, es decir con corazón limpio, hasta el otro lado, donde
cantan la victoria realizada por el Señor. Después viajan, pasando por otras pruebas y tentaciones,
hasta el momento cumbre de la revelación en el Monte Sinaí, que corresponde a un nuevo
conocimiento de Dios, una mezcla misteriosa de iluminación interior y de tinieblas.

El hecho de que Moisés no entró en la Tierra Prometida nos enseña que el crecimiento
espiritual no tiene límite. Al final de su tratado, Gregorio responde a la pregunta: “¿Qué
aprendemos por todas estas palabras?” Y contesta:
Tener un solo fin durante la vida: ser llamados servidores de Dios por nuestras acciones. Así pues,
cuando hayas vencido a todos los enemigos,… a todo aquello que se opone a tu dignidad, entonces te

113
En castellano, Vida de Moisés (Madrid: Ed. Ciudad Nueva, Biblioteca de patrística, nº 23, 1993).
114
Descritos en los libros de Éxodo, Números y Deuteronomio, del Antiguo Testamento.
115
Ver Orígenes, Homilías sobre Números, 27; y sus Homilías sobre el Éxodo (Madrid: Ed. Ciudad Nueva, Biblioteca
de patrística, nº 17, 1990).
50

habrás aproximado al fin:… llegar a ser amigo de Dios. Esto es, en mi opinión, la perfección de la
vida116.

Casiano, por su parte, es importante por haber tendido un puente entre Oriente y Occidente,
gracias a la divulgación de sus Instituciones y Conferencias, que fueron la primera exposición en
latín de las enseñanzas de los Padres del Desierto sobre el crecimiento cristiano. En el Oriente, estas
enseñanzas, dadas primero en la lengua copta, formaron la base de los escritos del monje Evagrio
Póntico (345-399), quien fue el primero en formularlas en griego. Dicha doctrina iba a encontrar su
expresión más acabada en la famosa obra de San Juan Clímaco (c.590-650), La escala del Paraíso.

Casiano, que había nacido probablemente en la actual Albania, vivió varios años entre los
monjes de Palestina y Egipto, luego pasó por Constantinopla y Roma, para llegar finalmente al sur
de Francia, donde fundó uno de los primeros monasterios occidentales sobre la isla costera de
Lerins. Allí puso por escrito lo que había aprendido de Evagrio y de otros Padres del desierto.
Según Casiano, la subida al amor perfecto comienza con el temor de Dios, como lo dice el Salmo:
“El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría: son prudentes los que lo practican” 117.

Luego el discípulo pasa por un largo período de aprendizaje, o sea por la puesta en práctica
del temor religioso y reverencial, lo que la tradición del desierto llamaba humildad; porque el éxito
humano comienza con el obrar, mientras que el primer paso hacia Dios es la humildad 118. Consiste
de tres elementos o prácticas fundamentales:
 fidelidad a Dios y apertura dócil a un padre o acompañante espiritual;
 dominio de la lengua para hablar con sobriedad, sensatez y pocas palabras;119
 la gracia interior de saberse indigno de todo lo que no sea servir a los demás.

Hay dos frutos de esta etapa prolongada de aprendizaje espiritual: la libertad interior y el
amor generoso y desinteresado. Se va logrando la libertad espiritual, o sea la pureza de corazón, a
través del dominio de los siete vicios que más influyen en la vida humana: la gula, la fornicación o
lujuria, la avaricia especialmente de dinero y seguridad, la ira o impaciencia, la pereza o desgana, la
vanagloria o prepotencia, y finalmente el orgullo, principio nefasto de todos los vicios.

116
Vida de Moisés, nn. 315-321, pp. 236-240.
117
Sal 111(110),10. La idea se repite con frecuencia en la literatura sapiencial del Antiguo Testamento.
118
Ver Evagrio Póntico, El Tratado Práctico (Bs.As.: Ecuam y Agape, 2003).
119
Ver Sant 3,6-8: “La lengua es un fuego: es un mundo de maldad puesto en nuestros miembros, que contamina todo
el cuerpo, y encendida por el mismo infierno, hace arder todo el ciclo de la vida humana. Animales salvajes y
pájaros, reptiles y peces de toda clase, han sido y son dominados por el hombre. Por el contrario, nadie puede
dominar la lengua, que es un flagelo siempre activo y lleno de veneno mortal”.
51

Mediante la humildad y la mayor pureza de sus intenciones, el cristiano consigue el fruto de


una mayor libertad frente a todo tipo de egoísmo y se acerca al gran fruto, la plenitud del amor.
Casiano lo describe así:
Te conducirá… a la caridad exenta de temor, 120 gracias a la cual comenzarás a hacer sin trabajo y
como naturalmente lo que al principio no cumplías sino con miedo del castigo y actuarás no ya por
consideración de un temor cualquiera, sino por amor del mismo bien y el deleite de las virtudes 121.
Es así que se pasa desde el temor a castigos o fracasos hasta el amor espontáneo y desinteresado.

San Agustín, al contrario, no dependía en sus escritos ni de la tradición de Egipto ni de los


santos obispos de Asia Menor. Él tenía dos santos tutores del mundo latino: en su niñez y primera
juventud, a su propia madre Santa Mónica, luego, antes y después de su conversión a los 32 años, a
San Ambrosio, obispo de Milán (339-397). En sus Confesiones, Agustín narra de manera
extraordinaria su propia historia hasta poco después de su conversión. Al volver de Italia a su patria
en el Magreb africano, se preguntaba qué debía decir a la gente y comprendió que debía enseñarles
lo que Jesús había enseñado al comienzo de su propio ministerio público, es decir, la doctrina del
Sermón de la Montaña122 sintetizado en las siete Bienaventuranzas123.

Agustín captó que Jesús no sólo presenta allí siete situaciones que conducirán a sus oyentes
a la felicidad de su Reino, sino también describe un camino progresivo hacia la fidelidad completa a
Dios mediante los siete Dones del Espíritu Santo 124. Es así que Jesús quiere prepararnos a amar con
libertad interior, que es su “justicia superior a la de los escribas y fariseos”, 125 quienes basaban sus
vidas en los Diez Mandamientos, que tratan principalmente del comportamiento exterior. Si el
camino interior parece demasiado escarpado, es porque uno está todavía en sus comienzos y le
conviene pedir la ayuda del Señor y confiar en la fuerza de los dones de su Espíritu.

Este itinerario espiritual va desde la pobreza de corazón, que es el temor del Señor y el
comienzo de la sabiduría, hasta la paz divina incluso en las persecuciones, que es fruto del don de la
sabiduría cristiana. El camino pasa a través de la mansedumbre paciente frente a las contradicciones
y dolores que pueden sobrevenir al separarse de algunas cosas o personas queridas, separación
motivada por el hambre espiritual de conocer y cumplir la voluntad de Dios. Esta hambre y sed de

120
Referencia a 1 Jn 4,18: “En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor,
porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor”.
121
J.Casiano, Instituciones cenobíticas (Victoria, Bs.As.: Ecuam, 1995), IV,39, p.86, texto que aparece casi
literalmente en la Regla de San Benito: 7,67-69.
122
En Mt 5-7. Estos párrafos sobre San Agustín se inspiran de Servais Pinckaers, O.P., Las fuentes de la moral
cristiana (Madrid: Universidad de Navarra 20073), 186-209. Ver San Agustín, Sermón de la Montaña, en BAC 12:
Obras de San Agustín XII, 773-995.
123
Mt 5,3-10.
124
Ver Is 11,2-3.
125
Mt 5,20, citado por Agustín en su Sermón de la Montaña, I,1.
52

justicia verdadera se satisface por las obras de misericordia y por la inteligencia espiritual que
purifica el corazón de toda duplicidad o engaño, para poder experimentar – o sea “ver” con el
corazón – la paz de Dios126.

A la luz de su análisis, que puede haberse inspirado en lo que había aprendido de San
Ambrosio, Agustín describe la acción de los siete dones tradicionales del Espíritu Santo como
motores de las Bienaventuranzas. La humildad de espíritu expresa la acción del Temor religioso del
Señor, que conduce a la Piedad filial y a la paciente mansedumbre de Cristo. Luego la aflicción de
la purificación interior es el resultado de la Ciencia cristiana e intensifica el hambre y sed de
justicia, que requiere la Fortaleza. La justicia cristiana, a su vez, consiste en las obras de
misericordia, que son frutos del Consejo. Después, se purifica el corazón con el Entendimiento de
los misterios de la fe, lo que abre el corazón a la Sabiduría cristiana, para hacerlo instrumento de
paz hasta con los enemigos.

En la parte final de su comentario, Agustín muestra como las siete peticiones del
Padrenuestro son también sucesivas y corresponden a las Bienaventuranzas y a los Dones. Es así
que el único camino de crecimiento cristiano conduce desde la humilde santificación del Nombre
del Padre celestial hasta la liberación de mal, mediante la plenitud de un amor sabio y pacífico, para
que todos los discípulos de Cristo exclamen como hijos de Dios: “Abba, Padre nuestro.” De esta
manera, los pasos sucesivos del crecimiento espiritual se describen en las Bienaventuranzas, se
piden en el Padrenuestro y se realizan por los Dones del Espíritu Santo.

San Agustín confirma así, a su propia manera, la enseñanza de los Padres del desierto: el
viaje de peregrinos hacia la casa paterna no se fundamenta en una serie de prohibiciones y deberes,
sino en pasar a través de un territorio hostil desde el temor religioso a Dios al amor perfecto. Las
pasiones descontroladas, los prejuicios o ideologías equivocadas y toda suerte de deseos conducidos
por el orgullo, reina rebelde y caprichosa, tienen que ser sacados de encima y reemplazados por la
verdadera humildad, para que “el amor por Dios sea como la pasión (eros) del enamorado por su
amada”127. En esto consiste la purificación de los sentidos y del espíritu, como lo dirá más tarde San
Juan de la Cruz.

Edad Media y tiempos modernos

126
El itinerario de las Bienaventuranzas es un tema recurrente del Papa Francisco, como en su Homilía del 6 de junio
de 2016: “Esta es la nueva ley, esta que nosotros llamamos las bienaventuranzas. Son la hoja de ruta, el itinerario,
son los navegadores de la vida cristiana. Precisamente aquí vemos, en este camino, según las indicaciones de este
navegador, que podemos ir adelante en nuestra vida cristiana”.
127
Juan Clímaco, Escala del Paraíso, 30,5.
53

La tradición espiritual del catolicismo ha descrito el crecimiento en la fe a través de los


escritos de varios santos autores que vivía en la Edad Media (500-1450). San Benito (490-548) con
sus siete expresiones del amor fervoroso128 y San Bernardo de Claraval (1090-1153) con sus siete
etapas de sanación espiritual129 parecen influenciados por su lectura de Agustín sobre las
Bienaventuranzas y los Dones del Espíritu. San Bernardo adopta también otros esquemas. En
algunos de sus muchos sermones, Bernardo se refiere a tres grados de amor, que es la división
clásica proveniente de la visión griega de las tres edades o etapas del hombre, las que Bernardo
llama de los servidores, mercenarios o empleados deseosos de su sueldo, de los hijos en espera de
su herencia, y de la esposa buscando sólo darse en amor y recibir la presencia, el beso y el abrazo
del Esposo.

En su tratado Sobre el Amor de Dios,130 San Bernardo analiza la naturaleza del amor como
resultado inmediato de la imagen y semejanza de Dios en cada persona humana. El hombre está
hecho por el amor y para amar, lo que realiza en cuatro experiencias o grados, que no son
necesariamente sucesivos en el tiempo, sino complementarios:
1. Amor natural a sí mismo para cuidar las necesitadas naturales: techo, comida, trabajo,
equilibrio psicológico y vida social de servicio justo y verdadero al prójimo.
2. Amor a Dios por provecho propio, es decir por temor del castigo o para conseguir
favores y evitar males.
3. Amor a Dios por él mismo: un amor filial que no busca el propio interés, sino agradar a
Dios en obras y en buenos pensamientos y deseos, hasta amar a los enemigos131.
4. Amor total y transformativo a Dios,132 que se realiza sólo provisoriamente en esta vida:
Se lanza sin reservas a Dios y, uniéndose a Dios se hace un espíritu con él, 133 y dice:
‘Aunque mi corazón y mi carne se consuman, Dios es mi herencia para siempre’ 134... Todos
los afectos humanos se funden de modo inefable y se confunden con la voluntad de Dios en
un deseo eterno que nunca se calma ni conoce limitación135.
128
Ver su Regla, RB 72,4-11: “Tolérense con suma paciencia sus debilidades tanto corporales como morales.
Obedézcanse unos a otros a porfía. Nadie busque lo que le parece útil para sí, sino más bien para otro. Practiquen la
caridad fraterna castamente. Teman a Dios con amor. Amen a su abad con una caridad sincera y humilde. Y nada
absolutamente antepongan a Cristo”.
129
Ver en sus Sermones sobre el Cantar de los Cantares 18,6: “Lo primero que debe llenarnos es la compunción, lo
segundo la devoción, lo tercero el trabajo de la conversión, lo cuarto las obras de piedad, lo quinto la dedicación a la
oración, lo sexto el ocio de la contemplación, y lo séptimo la plenitud del amor. Todas estas cosas las activa el
mismo y único Espíritu”. En la misma obra, en Sermón 85 escrito 14 años más tarde, Bernardo reinterpreta las
mismas siete realidades, con pequeños retoques de vocabulario y enfoque, como obra del Verbo de Dios, que
responde así a la búsqueda del alma por Él.
130
Sobre el amor a Dios (De Diligendo Deo) en Obras completas de San Bernardo (Madrid: B.A.C. 444, 1983), 300-
359.
131
Como en Mt 5,44-48 y Lc 10,36-37.
132
San Bernardo lo llama “amor a sí mismo por (propter) Dios”, que se modifica aquí por razones de inteligibilidad.
133
Ver 1 Cor, 6,11.
134
Sal 73(72),26.
135
Sobre el amor a Dios, X,27-28; X,31, pp.339 y 345.
54

Bernardo modifica así el esquema clásico y tripartito – de amor a sí mismo, amor al prójimo
y amor a Dios – para distinguir dos grados de amor a sí mismo. El primero está a un nivel natural y
trata de satisfacer las necesidades naturales y sociales, mientras que el segundo se dirige
explícitamente a Dios, sea para pedirle favores personales o más bien para pedir ser liberado de
fracasos o castigos personales.

Es de una actualidad llamativa la intuición de San Bernardo de establecer el cuidado de la


naturaleza humana y de su entorno inmediato como el primer grado del amor a Dios 136. Bernardo es
el único autor de la antigüedad137 – y hay pocos en la actualidad – que lo incluye como primer
elemento de la espiritualidad cristiana. Él explica con claridad que la razón es la fragilidad humana:
Como la naturaleza es tan frágil y enfermiza, la propia necesidad le impulsa a amarse, en primer
lugar a sí misma… Como dice la Escritura: “No existió primero lo espiritual sino lo puramente
natural; lo espiritual viene después”138.

San Bernardo enseña así que hay algo cualitativamente preliminar al despertar espiritual
propiamente dicho, lo que aclara dos aspectos importantes del esquema tradicional de crecimiento.
El primero es que las etapas no comienzan con el temor religioso en el sentido habitual de esa
palabra, sino por el amor, puesto que es Dios, Jesús, que busca en su amor al discípulo, para
suscitar en su corazón, creado ya por su amor, un amor nuevo y más directamente divino, de
acuerdo con las palabras de Jesús: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor”139. Al enterarse del amor de Jesús, uno cree en él, se despierta, busca
instintivamente devolverle amor por su amor y comienza el viaje espiritual.

El segundo elemento aclarado por Bernardo es que el sano amor humano forma parte del
crecimiento espiritual. Se trata de la sensibilidad afectiva a las propias necesidades fundamentales y
naturales, porque no se puede “amar al prójimo como a sí mismo”, como lo manda Jesús,140 sin
amarse primero a sí mismo. Pero este primer grado de amor puede no ser comprendido como tal
hasta después de despertarse espiritualmente al amor de Dios, que según Bernardo puede ser en
provecho propio, el segundo grado, o por un amor preferencial a Dios mismo, el tercer grado.

136
San Pablo lo explicó mucho antes como el fundamento humano del matrimonio y también de la naturaleza social de
la Iglesia, en Ef 5,29-32: “Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la
Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para
unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la
Iglesia”.
137
Santa Hildegarda de Bingen, contemporánea de San Bernardo, demuestra en su obra, Scivias, II,1, 2-3, la misma
solicitud por la naturaleza, pero no lo incluye en ningún esquema o jerarquía de afectos como Bernardo hace aquí.
138
Sobre el amor a Dios, VIII,23, citando 1 Cor 15,46. Esta razón subyace en la Carta encíclica Laudato si, del Papa
Francisco sobre el cuidado de la casa común (2015).
139
Jn 15,9.
140
Mc 12,31-33.
55

La incorporación de los afectos naturales como elemento positivo en el crecimiento


espiritual es muy significativo para América latina, porque nuestro pueblo tiene una riqueza
especial: el doble don de la afectividad y la amistad. Su purificación y orientación verdadera será
parte esencial del camino, tal como lo señala el Papa Francisco: “En la encarnación, Cristo Señor
asume el amor humano, lo purifica, lo lleva a plenitud”141.

Guillermo de San Thierry (1070-1148), amigo íntimo de San Bernardo, distingue en uno de
sus primeros escritos cuatro etapas en el crecimiento del amor: el despertar de la voluntad libre, su
desarrollo en el amor humano, su florecimiento en la caridad, y su transformación en sabiduría142.
Hacia el final de su vida, sin embargo, Guillermo volvió al esquema clásico y tripartito:
El estado de los principiantes se puede llamar “animal”; el de los que progresan, “racional”; el de los
perfectos, “espiritual”143.

El esquema tripartito fue seguido también por Santo Tomás de Aquino (1223-1274) 144 y por
la mayor parte de los autores modernos. Santo Tomás aclara que la caridad suele expresarse
diversamente según las tres etapas: los principiantes sacan los obstáculos, se desprenden de sus
vicios y malos deseos; los proficientes se preocupan de crecer en las buenas obras; y los ya más
avanzados desean unirse cada vez más a Cristo. Ya hemos visto más arriba el aporte importante que
San Juan de la Cruz (1542-1591) añade a esta división tripartita, con sus dos “noches”
purificadoras, al comienzo y al final de la etapa de proficientes145.

Por otro lado, el abad inglés San Elredo de Rieval (1110-1167) utilizó de modo original el
ejemplo de la vida humana de Jesús, para distinguir, como Bernardo y Guillermo, cuatro etapas de
crecimiento, según los cuatro lugares de la actividad de Jesús como niño, refugiado, joven y
adulto:146
 Belén, lugar del nacimiento cristiano: el despertar y la conversión con los primeros pasos.
 Egipto, período de pruebas y tentaciones, con las primeras adversidades, tinieblas o
“ausencias”, preparatorias para el futuro desarrollo espiritual.

141
Amoris Laetitiae, Exhortación Apostólica del Papa Francisco sobre el amor en la familia (2016), nº67.
142
De la naturaleza y dignidad del amor, nº 3 (Azul: Padres cistercienses 1, 1976) 89.
143
Carta de oro, nº 41 (Azul: Padres cistercienses 16, 2003) 34. Guillermo hizo lo mismo pocos años antes de escribir
la Carta de Oro, al distinguir tres formas de vivir en la fe: como “simples de espíritu”, como “buscadores” y como
“iluminados”. Ver su Espejo de la fe, nn. 40-42 (Azul: Padres cistercienses 8, 1981) 47-48.
144
En su Suma Teológica, II-II,24,9. Lo siguieron varios autores del siglo XX, entre quienes R. Garrigou-Lagrange,
Las tres edades de la vida interior (Madrid: Palabra 201511), disponible en
http://www.traditio-op.org/biblioteca/Garrigou/Las_Tres_Edades_de_la_Vida_Interior_I_y_II._Ed_Desclee.pdf
145
Ver sus dos obras principales: Subida del Monte Carmelo y Noche oscura.
146
En su tratado sobre Cuando Jesús tenía doce años, en Tratados espirituales (Azul: Padres cistercienses 4,
1977) .
56

 Nazaret, pueblo de crecimiento y juventud. Aquí se desarrolla la persona, se ennoblece


por las virtudes y se posibilita su futura misión.
 Jerusalén, que significa visión de paz, representa la unión con Dios, mayor comprensión
de los misterios de nuestra salvación y la etapa final del viaje de ascenso espiritual, con
sus alternancias entre los encuentros con Dios y las pruebas más profundas de la Pasión y
Muerte, que conducen a la Resurrección y a la efusión del Espíritu Santo.

Tres siglos más tarde, Santa Teresa de Ávila (1515-1582) volvió al esquema de siete etapas
en su Moradas del castillo interior, haciendo resaltar especialmente el crecimiento en la oración.
Después de ingresar al gran castillo por el portón de la conversión, se entra en las etapas de auto-
conocimiento, renuncia a sí mismo y obras de bien, para luego ir cultivando la interioridad con su
profundización en la caridad y la oración. A través de la perseverancia en las ausencias y presencias
del Esposo divino, se llega finalmente a la morada más interior, pacífica y fecunda, donde el Rey
del corazón está entronizado.

Cinco etapas de crecimiento

Al mirar en su conjunto todos estos enfoques del crecimiento espiritual, la conclusión


sintética sería que hay cinco etapas o necesidades espirituales que se cumplen durante el proceso de
maduración cristiana, cada etapa según las características propias de cada persona:
a) Inicio. El viaje espiritual comienza con un despertar interior, con la relativización de uno
mismo frente al nuevo horizonte descubierto. Un primer resultado es la renuncia a sí mismo
como punto principal de referencia, la lucha perseverante contra los vicios y la progresiva
sanación de heridas emotivas, adicciones actuales y otras deficiencias personales.
b) Servicio y formación. De allí, la mayor entrega a las obras de misericordia: la rectitud
personal y social, con la generosidad en el servicio a los demás. Al mismo tiempo, el
discípulo profundiza su propia auto-evangelización mediante distintas formas de estudio,
buena lectura y apostolado.
c) Interioridad. Brota poco a poco el sentido de interioridad, de oración y de pureza de
intención. Se va descubriendo el corazón no ya a nivel sentimental, sino como centro interior
del ser, del obrar y de la oración. La vida de trabajo, servicio y misión encuentran una
dimensión más profunda.
d) Perseverancia. La fidelidad constante en el buen obrar y a la oración purifica el corazón y
hace profundizar en la vida teologal de la fe confiada y enamorada, de tal modo que lo que
antes era difícil se hace cada vez más fácil, gustoso y hermoso. Al mismo tiempo aparecen
57

resistencias exteriores y tentaciones nuevas y más espirituales, pero la gracia del Señor trabaja
también, purificando la afectividad, los juicios y los deseos.
e) Unión. El fruto final de la perseverancia en la vida de fe, esperanza y amor es: “El que se une
al Señor se hace un solo espíritu con él” 147; o según Juan de la Cruz: “El amor nunca llega a
ser perfecto hasta que emparejan tan en uno los amantes, que se transfiguran el uno en el otro,
y entonces está el amor todo sano”148.

Conviene aclarar lo que puede considerarse como una segunda conclusión a partir de los
esquemas presentados más arriba. Es la advertencia de que los límites entre una y otra etapa de
cualquiera esquema no son nítidos o rígidos, sino que, como lo dice Santa Teresa, las paredes entre
las moradas son trasparentes, de vidrio, o sea que son etapas de calidad espiritual más que escalones
en una sucesión cronológica.

En este sentido, es posible que Dios otorgue a un principiante en el camino espiritual una
iluminación interior sobre alguna verdad de la fe, de tal forma que transforma todo el horizonte
interior y hace que la vida se reajusta de modo parecido a una etapa más avanzada de desarrollo
espiritual. No es raro que esto ocurra entre los carismáticos, en lo que llaman un “segundo
bautismo”. Sin embargo, como pasa con el primer Bautismo en agua, es válido como experiencia de
iniciación en la vida del Espíritu, pero sólo marca el comienzo de un proceso más amplio de
profundización y crecimiento, con sus pruebas, tentaciones, presencias y ausencias.

Palabra y Espíritu

Las tres Personas de la Santísima Trinidad están presentes y activas en todo este proceso de
crecimiento descrito por distintos autores a lo largo de los siglos. El Padre eterno envía al mundo su
Hijo muy querido, primero como Palabra o Verbo, que es su expresión perfecta: “La Palabra del
Señor hizo el cielo,… él dio una orden y todo subsiste” 149. Esta misma Palabra de Dios se hizo
legible en la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento, y “en la plenitud de los tiempos” 150, el
momento cumbre de la historia humana, “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y
nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad”151.

147
1 Cor 6,17.
148
En su Cántico espiritual, 11,11-12.
149
Sal 33(32), 6.9.
150
Ef 1,10. Ver Gál 4,4: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto
a la Ley”.
151
Jn 1,14.
58

Al mismo tiempo, desde la misma creación del mundo, el Padre envió también a su Espíritu
Santo que “se cernía sobre las aguas” y acompañaba a la Palabra cuando dijo: “‘Que exista la luz’, y
la luz existió”152. A partir de entonces, las Personas divinas de la Palabra y del Espíritu continúan
en la vida de los creyentes el proceso de creación, sanación y reunificación. Lo que la Palabra
realiza exteriormente, anunciada por los profetas, escrita en la Biblia, encarnada en Jesucristo y
proclamada por los apóstoles, el Espíritu lo interioriza en el corazón de las personas.

Jesús se refiere a esta dinámica interpersonal y complementaria en su diálogo con la mujer


samaritana: “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”, 153 palabras
que explicó más en la Última Cena: “Yo rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito (Inspirador),
para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad”.154 Jesús enseña como hombre y desde
afuera, mientras el Espíritu inspira adentro. Una vez en el corazón, el Espíritu no se separa ni del
Padre ni de la Palabra, sino que son los Tres que actúan interiormente por medio del mismo
Espíritu. Por eso, Jesús decía: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre,
les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”155.

San Pablo explica a los primeros cristianos esta acción conjunta de la Palabra y del Espíritu
en términos de la primera proclamación del Evangelio. El “sello”, del que habla el Apóstol es la fe
confiada y amorosa en el corazón de los creyentes156:
En Cristo, ustedes, los que escucharon la Palabra de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, y
creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. 157

El plan de Dios para el mundo, “el misterio que veneramos”, 158 es el Hijo de Dios, su
Palabra encarnada en Cristo Jesús, profetizada en el Antiguo Testamento y proclamada por los
apóstoles, que viene para realizar visible e históricamente la obra salvífica de Dios. Luego, acabada
la vida terrena de Cristo, el Padre junto con el Hijo envía a su Espíritu para llevar a cabo interior y
espiritualmente esta misma obra de salvación a través del amor de Dios que el Espíritu derrama en
cada corazón que lo acepta. La Palabra enseña a todos, les atrae, salva y unifica. Al mismo tiempo,
el Espíritu Santo, el divino Inspirador de la verdad, actúa en lo profundo del corazón de cada
persona individualmente, para que esta misma atracción, salvación y unificación se desee y se
realice “en la tierra como en el cielo”, como pedimos en el Padrenuestro.

152
Gén 1,1-2.
153
Jn 4,24.
154
Jn 13,16-17.
155
Jn 14,26.
156
Ver Rom 5,5: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha
sido dado”.
157
Ef 1,13-14.
158
1 Tim 3,16.
59

La interacción fecunda y continua de la Palabra de Dios recibida con fe, y de su Espíritu


recibido con amor, explica la belleza de la existencia cristiana, desde el nacimiento de esta nueva
vida en la fe y el Bautismo, a través de su crecimiento por el amor en cada discípulo y en el
conjunto de la Iglesia, hasta su plenitud en la vida resucitada. Por eso, la dinámica interpersonal de
la Palabra y el Espíritu en la vida exterior e interior de cada uno es el alma de la vida cristiana en
todas sus manifestaciones y en toda etapa de su crecimiento.
60

IV. LA PALABRA PROCLAMADA Y ESCRITA

Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida,


entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal:
la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos
y también la avaricia, que es una forma de idolatría.
Col 3,4-5 .

8. Biblia, meditación y oración

La Sagrada Escritura narra lo hecho y dicho en la larga historia de la creación y salvación de


la familia humana. Lo resume el comienzo de la carta a los Hebreos:
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, en muchas
ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a
quien constituyó heredero de todo y por quien hizo el mundo159.

Revelación bíblica

Si Dios nos habló por medio de su Hijo, significa que Jesucristo es la revelación de su
Verdad y nos conviene mucho tratar de conocerlo mejor. Por eso, Dios, en su gran deseo de ayudar
a todos a conocer en verdad a su Hijo y amarlo con generosidad, da a su pueblo la capacidad de
interpretar su Palabra, tanto la encarnada en Jesús como la proclamada por su Iglesia y la escrita en
la Biblia, y de enseñar esta gran realidad a lo largo de las generaciones como camino al verdadero
amor.

Dios da esta capacidad de enseñanza mediante la auténtica tradición espiritual de su pueblo


elegido, primero por medio de Moisés y otros profetas del Antiguo Testamento y definitivamente
por Cristo y sus representantes autorizados. El Concilio Vaticano II describió este largo proceso:
Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total de Dios, mandó a los Apóstoles que predicaran
a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido
antes por los Profetas, lo completó él y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la
verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente por los
Apóstoles, que… dejaron como sucesores suyos a los Obispos, entregándoles su propio cargo del
magisterio. Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos

159
Heb 1,1-2.
61

son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe,
hasta que le sea concedido verlo cara a cara, tal como es. 160

La Biblia y la auténtica tradición de la Iglesia – que hay que distinguir de tradiciones


paralelas y no autentificadas – son complementarias y brotan de la Palabra y el Espíritu de Dios. Su
condición de “espejo” en que llegamos a conocer a Dios quiere decir que la Sagrada Escritura y la
tradición constituyen juntas la mejor manera para conocer a Jesús, no sólo por la doctrina que
contienen, sino también y sobre todo, por la espiritualidad que favorecen. Sus orientaciones son
decisivas y se ofrecen a los discípulos de todas las generaciones, para meditar sobre su contenido.
Esta meditación bíblica es el alma misma de la buena tradición, como lo vemos en el ejemplo de la
Madre de Jesús después del nacimiento de su Hijo: “María conservaba estas cosas y las meditaba en
su corazón”161.

Meditación y oración

Aún las culturas más antiguas parecen haber tenido alguna forma de expresar su
reconocimiento a un ser divino y trascendente con poder sobre ellos. Las formas de culto –
oraciones, ceremonias, sacrificios, ritos – variaban muchísimo entre una cultura y otra, pero la
consciencia de que algún Dios existe y merece nuestro reconocimiento era y todavía es, universal.
Una escuela reconocida de psicología moderna lo llama un “arquetipo”, un ejemplar o modelo de un
elemento constitutivo de todo ser humano. Es el sentido innato de lo sagrado. Como lo decía un
sabio judío muchos siglos antes de Cristo: “El necio se dice a sí mismo: No hay Dios”162.

Sin embargo, en el mundo secularizado de la actualidad, sería más fácil aceptar


tranquilamente el ateísmo. Se ha dicho que las catedrales del mundo secularizado son los grandes
estadios deportivos, a donde sus fieles van cada domingo, sea física o virtualmente, para participar
en la liturgia en honor de sus ídolos del momento y según las prescripciones rigurosas de las
ceremonias futbolísticas o musicales. Es otra demostración de la necesidad profunda que tiene el
alma humana de rendir culto.

Les convendría, a los que no lo hacen según la fe cristiana, preguntarse a qué otro dios
rinden culto, explicitando así la fuente de sus propias decisiones. En la práctica, su dios podría ser
un club de futbol, su partido político, la última moda, la estrella de los espectáculos, o sencillamente
sus próximas vacaciones. Algo toma el lugar del Dios verdadero y de su culto.
160
Constitución dogmática, Dei Verbum sobre la revelación divina, 7.
161
Lc 2,19. La fuente más autorizada para toda esta sección sobre la oración cristiana, su tradición y su práctica, es la
Cuarta Parte del Catecismo de la Iglesia Católica (Libreria Editrice Vaticana 1992 y Conferencia Episcopal
Argentina 1993): “La oración cristiana”, nn. 2558-2865.
162
Sal 14,1.
62

No sólo los hombres, sino todo ser creado tiene esta orientación hacia el Dios verdadero,
porque el culto es el honor tributado a lo sagrado, sobre todo a Dios, por ser la fuente de todo, tal
como lo cantan los salmos:
El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos… Alaben al Señor
desde la tierra, los cetáceos y los abismos del mar; el rayo, el granizo, la nieve, la bruma, y el viento
huracanado que obedece a sus órdenes; las montañas y todas las colinas, los árboles frutales y todos
los cedros163.
Por eso, Jesús respondió a los fariseos que criticaban el culto que le rendían sus discípulos:
Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras164.

Los Evangelios no hablan ni siquiera de la posibilidad de lo que hoy llamamos el ateísmo. El


problema con que Jesús se enfrentaba no era eso, sino cómo y dónde orar y rendir culto a Dios,
como se ve en algunos diálogos con sus discípulos y con una mujer samaritana 165. En este sentido,
son especialmente significativos los ejemplos de oración de Jesús, sea en las sinagogas, de noche a
solas, espontáneamente con sus discípulos, o sobre la cruz. También están los ejemplos ofrecidos
por la Santísima Virgen en su canto de alabanza; 166 en los distintos episodios de la vida de su Hijo 167
y especialmente con los discípulos reunidos por varios días en espera del Espíritu Santo168.

La tradición judeocristiana desarrolló distintas maneras de orar, frutos de la larga


experiencia de generaciones de fieles orantes. Ya antes de Cristo, los Salmos expresaban las
diferentes formas de oración del pueblo de Dios: alabanzas, meditaciones históricas o
introspectivas, acción de gracias, adoración, lucha contra los enemigos espirituales, arrepentimiento
por pecados pasados, pedidos de ayuda divina y hasta quejas por el aparente abandono, pero sobre
todo, actos de amor y confianza en Dios frente a cualquier necesidad o tribulación. Jesús mismo,
como buen judío que era, rezaba con los Salmos y con otros textos bíblicos:
El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios 169…. Felices
los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino 170…. Te doy gracias, Padre171….
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 172…. Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu173.
163
Sal 18(19),2; 148,7-9.
164
Lc 19,40.
165
Ver Lc 11,1-13 y Jn 4,20: “Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se
debe adorar”.
166
Lc 1,46-55.
167
Ver Lc 2,19: “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”, y 2,51: “Su madre conservaba estas
cosas en su corazón”.
168
Hechos 1,14.
169
Mt 3,4 y Deut 8,3.
170
Mt 5,3 y Sal 37,11.
171
Mt 11,25 y Sal 138,1.
172
Mt 27,46 y Sal 22,19.
173
Lc 23,46 y Sal 31,6.
63

El hecho de que Jesús asuma los testimonios, espíritu y oraciones del pueblo judío, y que los
Evangelios lo transmitan a las generaciones cristianas, es un ejemplo de las etapas interactivas de la
historia de nuestra salvación, antes, durante y después de la vida humana de Cristo, tal como los
vimos en el capítulo anterior. En nuestra propia vida, nos orienta y anima saber que nuestra oración,
por pobre que sea, forma parte significativa de la salvación humana desde sus principios. La oración
del discípulo de Cristo encarna y aplica la oración de Jesús al mundo de hoy y a la situación
personal. Esto es precisamente lo que da un valor inmenso a la oración de todos los fieles de
cualquier nivel social que sean y de cualquier estado de vida, sobre todo cuando rezan en común.

Según los salmistas, la oración de los fieles pobres es especialmente poderosa ante Dios.
Ellos son los grandes orantes del Antiguo Testamento y prefiguran a Jesús y a su Madre, pobres de
espíritu y orantes primordiales del Nuevo Testamento. Poderosa también es la oración de los padres
por sus hijos o nietos, porque los padres representan a Dios Padre. Su responsabilidad para con los
hijos y nietos no es sólo biológica, psicológica o sociológica, sino también espiritual: formarlos y
acompañarlos en la fe, especialmente por la oración. La oración de Santa Mónica por su hijo, San
Agustín, es un ejemplo formidable de esto174.

Para todo fiel cristiano, orar con perseverancia en cualquier circunstancia de la vida tiene
una fuerza insospechada ante Dios, y por eso también en la vida cotidiana, porque participa de la
oración de Jesús, quien “con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” 175. Esto
explica las palabras incisivas de Tertuliano (160-220), uno de los primeros escritores cristianos:
La oración es lo único que tiene poder sobre Dios, pero toda la eficacia que él le ha dado tiene que
servir para el bien. Por eso, su finalidad es favorecer a las almas de los difuntos, robustecer a los
débiles, curar a los enfermos, liberar a los posesos, abrir las puertas de las cárceles, deshacer las
ataduras de los inocentes, perdonar los pecados, apartar las tentaciones, hacer que cesen las
persecuciones, consolar a los abatidos ¿Qué más podemos añadir? El mismo Señor en persona oró 176.

Modos de orar

Según lo que narran los cuatro Evangelios, el modo más común usado por Jesús para orar
parece haber sido el culto público que ofrecía a su Padre celestial en las distintas sinagogas y en el
Templo central de Jerusalén: lo que ahora llamamos oración litúrgica. Luego estaban los momentos
de silencio y adoración, cuando se apartaba de la multitud y de sus discípulos, para rezar a solas. Su

174
Ver San Agustín, Confesiones III,113,19. p.150: “Mi madre, fiel sierva tuya, llorábame ante ti mucho más que las
demás madres suelen llorar la muerte corporal de sus hijos, porque veía ella mi muerte con la fe y espíritu que había
recibido de ti. Y tú la escuchaste, Señor; tú la escuchaste y no despreciaste sus lágrimas, que, corriendo abundantes,
regaban el suelo debajo de sus ojos allí donde hacía oración; sí, tú la escuchaste, Señor”.
175
Gaudium et Spes, 22.
176
En su tratado Sobre la oración, 28-29, citado en Liturgia de las Horas, II, 226-227.
64

oración en el Huerto de los Olivos es el ejemplo más llamativo de esta costumbre. Una tercera
forma de orar era su frecuente uso de los Salmos, como hemos visto más arriba. Tal uso, junto con
las oraciones y bendiciones tradicionales, estaba muy incorporado en el pueblo judío, tanto en las
sinagogas como en las familias, cuando el padre de familia presidía la oración familiar antes y
después de las comidas o al amanecer y atardecer.

Además de estas tres maneras de rezar – en la Liturgia, a solas y con la familia – Jesús se
dirigía con total espontaneidad a su Padre, incluso en presencia de sus discípulos, con una oración
que brotaba de su corazón. Los Evangelios narran tres momentos de esta forma de rezar, momentos
que por ser espontáneos, fueron y son especialmente significativos:
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes y haberlas revelado a los pequeños…. Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para
que el Hijo te glorifique a ti…. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen 177.

Oración litúrgica y pública, oración a solas, oración bíblica y oración espontánea: cualquier
vida de oración tendrá en distintas proporciones estas cuatro formas de la oración de Jesús. Al
mismo tiempo, la experiencia de generaciones revela diferentes apreciaciones. Algunos
privilegiarán la oración litúrgica, mientras que otros pondrán hincapié en la oración solitaria o
mental, o en la oración bíblica, la lectio divina que veremos más abajo. Otros favorecerán la oración
espontánea, común entre los primeros cristianos y en el actual movimiento carismático.

Existe también una quinta manera de orar, que en un cierto sentido es la consecuencia y
finalidad de las otras: la oración constante y continua. Entre los monjes y monjas en los desiertos
egipcios de los siglos III y IV, surgió el anhelo de llevar a cabo el consejo de Jesús de “orar siempre
sin desanimarse”178. Este aspecto de la tradición espiritual cristiana se desarrolló de diferente
manera en Oriente y en Occidente.

Por un lado en la tradición espiritual del Oriente, se desarrolló el así llamado “hesiquiasmo”
o quietud interior, basada en la oración del corazón y la repetición de la Oración de Jesús: “Señor
Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”. Esta espiritualidad, testimoniada
más tarde por el conocido “Peregrino ruso” del siglo XVIII y explicada en detalle en la Filocalia,
libro clave del hesiquiasmo, tiene la finalidad de mantener la mente concentrada en el nombre de
Dios. Al mismo tiempo, como equilibrio comunitario y artístico, las distintas Iglesias orientales
desarrollaron su oración litúrgica con ceremonias, música y arte de un esplendor espiritual sin igual.

177
Mt 11,25; Jn 17,1; Lc 23,34.
178
Lc 18,1.
65

Paralelamente a la espiritualidad del Oriente, la tradición del Occidente desarrolló cuatro


formas principales de oración, que corresponden con precisión a lo que Jesús hacía:
 oración litúrgica en comunidades o grupos, sea en la celebración eucarística de la misa,
sea también en el Oficio Divino o Liturgia de las Horas;
 oración constante sostenida en cualquier lugar o circunstancia por oraciones jaculatorias
al estilo de la Oración de Jesús, pero sin los consejos y prácticas tan detallados del
Oriente;
 oración compartida espontáneamente en un grupo;
 lectio divina, o sea la oración como parte de la lectura sagrada, que conduce a lo que se
llamó a partir del siglo XVI, oración mental.

Veamos más en detalle estas distintas formas de oración, porque la gran riqueza que existe
en nuestra tradición espiritual cristiana no es suficientemente conocida ni apreciada. Cada persona
tendrá que encontrar su propio equilibrio vital entre estas diferentes maneras de rezar. La fe
confiada y amorosa favorece la flexibilidad y la espontaneidad, rasgos muy típicos de la sana
espiritualidad cristiana, porque el amor es por naturaleza espontáneo y la oración es obra del amor.
Por eso, conviene que cada uno elija el modo de orar que más le ayude a mantenerse en presencia
de Dios, pero sin descuidar totalmente las otras formas, porque su conjunto constituye la respuesta a
la recomendación de Jesús, “Estén prevenidos y oren incesantemente”179.

De entre los modos descritos más arriba, la oración litúrgica representa el más fuerte en su
relación entre la vida histórica de Jesús y la situación concreta en que cada persona se encuentra
ahora. Ya estudiamos en un capítulo anterior esta realidad que trasciende la historia humana. Es lo
que Jesús proclamó, al decir: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en
medio de ellos”180. El mandato de la Iglesia de que sus fieles asistan por lo menos los domingos a la
celebración eucarística es una medida maternal y pedagógica para subrayar esta necesidad espiritual
de ponernos en contacto vital con el Salvador y otorgarle como es debido, nuestro común
agradecimiento.

La liturgia se constituye por la celebración eucarística, los otros sacramentos, las gracias
sacramentales y la Liturgia de las Horas u Oficio Divino, que es “la oración pública de la Iglesia,…
de todo el Pueblo de Dios”181. La mayor parte de la gente tiende a identificar la liturgia con sus ritos
externos, pero más allá de sus ceremonias, es esencialmente la celebración por parte de la Iglesia de
la obra redentora de Cristo. El factor que domina todo es el amor salvador de Cristo, por el cual él
179
Lc 21,36.
180
Mt 18,20.
181
Catecismo de la Iglesia Católica, nn.1174-1175.
66

se ofreció totalmente al Padre, a quien le dio desde la tierra una gloria perfecta y reconcilió así el
mundo con Dios. La liturgia es la continuación a lo largo de los siglos de esta redención salvadora
del mundo. A través de ella, Jesús santifica continuamente a los hombres mediante su Espíritu
Santo y en ella nos insertamos por nuestra fe en esta obra de vida eterna, para recibir todos sus
frutos.

La celebración comunitaria del gran Misterio Pascual alcanza su cumbre en la Eucaristía,


que es la acción central y más importante de la Iglesia. Este culmen se alcanza tanto en las grandes
catedrales como en las pequeñas capillas rurales y de allí deriva la gracia de los demás sacramentos,
de toda obra de los fieles y de toda evangelización. La adoración comunitaria del Santísimo
Sacramento, el rezo de la Liturgia de las Horas, las celebraciones en común de la Palabra, con la
meditación de lecturas bíblicas o de los Padres de la Iglesia, incluso el rezo en común del Rosario
son todas formas de entrar en esta celebración comunitaria de los misterios de nuestra salvación y
continuar así, mediante nuestra oración, la oración y la acción de Cristo.

Otra forma de orar, y que es quizá la más evangélica de todas, pero no la más fácil, es “orar
siempre sin desanimarse”,182 o sea, la oración continua mediante el uso de palabras o breves frases
bíblicas, como el Nombre de Jesús u otras oraciones jaculatorias. No se elaboró y sistematizó tanto
en Occidente como en el Oriente cristiano, pero es la manera común de prolongar la oración en
medio de cualquier actividad o trabajo que se tenga que realizar, como lo enseñaba San Pablo:

Los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y
agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo.
Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir
cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto183.

Este tipo de culto silencioso y espiritual es la mejor manera de mantenerse consciente de la


presencia sabia y pacífica de Dios y de discernir su voluntad en el agitado mundo de hoy. Se
aprende por la práctica perseverante, encontrando frases o palabras que expresan tu propio anhelo
interior, tu fe confiada y tu amor al Señor. Se “bautiza” así cualquier situación de la vida cotidiana:
antes y después de la comida, al comienzo del trabajo o antes de acostarse. Es especialmente
necesario recurrir así al Señor en los momentos difíciles de la vida familiar, antes de una entrevista
importante en el trabajo, o frente a cualquier problema, crisis o incertidumbre.

La oración continua se relaciona con una forma de oración común en la vida de Jesús, que
fue practicada durante los primeros siglos cristianos, pero después cayó en desuso, para resurgir
182
Lc 18,1.
183
Rom 12,1-2.
67

sólo en la segunda mitad del siglo pasado: la oración compartida espontáneamente en grupos. Aquí
también se verifican las palabras de Jesús: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy
presente en medio de ellos”. Por varias razones, este tipo de oración espontánea y compartida fue
mal entendida, y durante la época moderna se descuidó en la vida de los fieles. Fue necesario el
“Nuevo Pentecostés”184 del Concilio Vaticano II y el consecuente surgir del movimiento carismático
católico, para restaurar la vigencia de tal oración e integrarla en la espiritualidad cristiana. Los
frutos son buenos, profundos y duraderos.

Lectio divina

La tradición espiritual de la Iglesia fue desarrollando, durante la Edad Media europea, un


ritmo de oración que integraba distintas formas de rezar: la lectio divina, lectura meditada, rezada y
contemplada de la Sagrada Escritura. Aparece ya en la Regla de San Benito del siglo VI con el
sencillo nombre de “lectio”185. Un monje cartujano llamado Guigo escribió en la segunda mitad del
siglo XII un análisis detallado de la lectio divina, llamado Escala de los monjes o Escala de cuatro
peldaños,186 donde explicita, por primera vez, los cuatro pasos constitutivos de esta forma de rezar:
lectura, meditación, oración y contemplación. Los escritores anteriores se habían referido a estas
cuatro actividades contemplativas, pero sin estudiar su interacción dinámica, como lo hace Guigo 187.

El primer paso o peldaño de la lectio es la lectura sencilla y tranquila del texto inspirado. Va
más allá de la información puramente humana o científica que nos proporcionan los comentarios de
los estudiosos, aunque se sirve de ellos cuando un conocimiento mayor puede ayudar a comprender
la Palabra de Dios. Conviene, en este sentido, aprender de la experiencia de San Agustín, cuando
descubrió que la clave para la comprensión de la Palabra de Dios no es la amplitud de los propios
conocimientos, sino la pureza de corazón.

La lectura se asimila mediante la reflexión activa de la razón, la imaginación y de las otras


facultades humanas. A veces ayuda repetir para sí una frase leída de la Biblia, para grabarla en la
memoria y en los afectos. Tal tipo de meditación va más allá de un mero imaginarse a sí mismo
como protagonista u observador de la escena bíblica leída y luego sacar algunos propósitos buenos,
184
Frase usada por San Juan XXIII en su discurso inaugural del Concilio.
185
RB 4,55-56; 48,4-22
186
Ver Guigo II, “Carta sobre la vida contemplativa: La escala de los monjes” en Cuadernos Monásticos 42 (1977)
367-378.
187
La lectio divina se ha difundido profunda y extensamente en la Iglesia de nuestro tiempo, como demuestra las
repetidas recomendaciones a ella por el Papa Benedicto XVI, como en su Exhortación Verbum Domini, 46:
“Practicar la lectio divina de la Biblia; dejarse sorprender por la novedad de la Palabra de Dios, que nunca envejece
ni se agota; superar nuestra sordera ante las palabras que no concuerdan con nuestras opiniones o prejuicios;
escuchar y estudiar en la comunión de los creyentes de todos los tiempos; todo esto es un camino que se ha de
recorrer… como respuesta a la escucha de la Palabra”. Ver también B. Olivera, Lectio Divina. El beso de Dios a su
pueblo creyente (Buenos Aires: Talita Kum Ediciones, 2014).
68

porque la finalidad no es el deber, sino un crecimiento en el amor. Algunos autores, sin embargo,
incluyen en esta forma de orar una meditación más bien práctica: las buenas obras como respuesta
activa a la Palabra recibida, pero lo principal de la meditación de lo leído es su interiorización
afectiva, para amar más profundamente al Maestro. La aplicación práctica seguirá con
espontaneidad.

El paso más importante de la lectio divina viene como consecuencia de la reflexión y


meditación sobre la Palabra de Dios; consiste en trascender la propia meditación, sea reflexiva o
práctica, para comenzar un diálogo orante, una conversación directa y personal con Dios Padre, con
Jesús, el Espíritu Santo, la Virgen o los Santos. Esta oración tiene que ser espontánea y expresiva de
los propios sentimientos, deseos, amor, fe y esperanza. Se abre el corazón al Señor en
agradecimiento, arrepentimiento, petición o adoración. Es un momento clave en todo el proceso de
reordenar nuestros afectos en torno al Salvador. En la espiritualidad carmelita, que se ha difundido
mucho y tanto bien ha hecho durante los últimos siglos, se llama oración mental. Santa Teresa de
Ávila la describe en detalle en su Libro de la vida188 con la imagen de cinco maneras de regar un
huerto.

La contemplación según este ritmo no es la oración habitual, ni mucho menos la


consideración reflexiva, discursiva o imaginativa del texto, sino una experiencia de gracia que
puede tener formas diversas. Puede ser una cierta quietud o adoración más o menos prolongada, que
quita las ganas de seguir leyendo en ese momento, o puede ser un sentido interior breve y pasajero
de la íntima presencia de Dios que toma los pensamientos, deseos y afectos, unificándolos en un
centro del corazón donde su Espíritu reside como en un Tabernáculo, centro que continúa
desconocido pero experimentado. Cualquier forma de contemplación puede estar seguida por un
momento de distracción o vagabundeo interior, debido a lo cual conviene retomar el ritmo de lectio
divina desde un paso anterior: la lectura, la meditación o la oración conceptual.

El momento de contemplación, por breve que sea, representa un tipo de respuesta divina a la
oración humana; es la experiencia de la dimensión mística presente en toda persona humana,
dimensión que en nuestra cultura tecnológica está profundamente descuidada y desorientada,
mientras que a la luz de la oración bíblica cobra nuevo sentido y se vive con confianza y
perseverancia a la luz de la Cruz y Resurrección del Señor.

188
En Obras completas de Santa Teresa, (Madrid: B.A.C.212, 1967), 28-189; esp. los Capítulos 11-21: “Ha de hacer
cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa que lleva muy malas hiervas, para
que se deleite el Señor. Su Majestad arranca las malas hiervas y ha de plantar las buenas… Con ayuda de Dios
hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se
pierdan, sino que vengan a echar flores” (11,6; p.59).
69

Los cuatro elementos o pasos – leer, meditar, rezar y estar en silencio ante Dios – son el
alma de toda forma de oración cristiana, especialmente de la oración litúrgica con sus lecturas,
responsorios meditativos, oraciones y momentos de adoración silenciosa. Muchas otras prácticas
útiles, como el Rosario, la “oración centrante”, la “meditación cristiana” o breves fórmulas de
oración, si las usamos bien, son otras tantas aplicaciones concretas del ritmo básico de la lectio
divina. Sus cuatro elementos sucesivos parecen corresponder al funcionamiento natural de nuestras
facultades espirituales, cuya actividad comienza con la percepción de la realidad, pasa a su
consideración más analítica, llega a un juicio personal sobre lo percibido y conduce finalmente al
compromiso en favor o en contra.

Principios generales

En cualquier forma de oración cristiana, el elemento más importante es la sinceridad del


corazón, “porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón” 189. Lo que vale es lo que
realmente deseamos, muchísimo más de lo que decimos o cómo lo decimos. Por la misma razón,
toda forma de leer, meditar u orar no se cultiva para sentirse bien, ni a causa de la popularidad de tal
o cual método, sino en cuanto conduce a una de las formas sencillas de adoración, como la descrita
más arriba o la que se llama a veces “oración de recogimiento”, “oración de quietud” u “oración de
simple mirada”.

Un ejemplo de ésta última es el campesino que entraba cada día en la pequeña iglesia del
Cura de Ars, quedándose sentado en uno de los bancos mientras el Cura confesaba. Puesto que el
hombre nunca se acercaba al confesionario, San Juan María se levantó un día de su silla en el
confesonario, se puso al lado del hombre. “¿Qué hace usted acá?”, le preguntó. El campesino,
señalando el Tabernáculo, le contestó: “Yo le miro a él y él me mira a mí”.

Lo que importa es salir de sí mismo, liberar el corazón y la imaginación de preocupaciones,


palabras, ideas o proyectos egocéntricos, para vivir en la sencillez de la paz interior en presencia del
mejor Amigo, porque “encontré al amado de mi alma” 190. Con la fidelidad a la disciplina personal y
a un período de oración cada día, esta libertad interior se extiende a todo el resto de la jornada.

Efectivamente, la experiencia comprueba la conveniencia de incorporar en cualquier ritmo


diario uno o dos períodos de lectura sagrada y oración, con un tiempo de entre 10 a 30 minutos
preferentemente a la madrugada y otro tanto al atardecer, aunque el horario de trabajo puede reducir
un período u otro. Si se viaja al trabajo por tren o metro (subte), será posible leer, meditar o rezar en

189
1 Sam 16,7.
190
Cant 3,4.
70

el viaje. El uso del Rosario es de gran utilidad en este sentido, puesto que unifica tres aspectos: la
mirada meditativa a los sucesivos misterios de la vida de Cristo y de su Madre, una forma tranquila
de oración vocal y el sencillo acto filial de confianza en la maternidad espiritual de “Santa María,
Madre de Dios”. Cada persona tiene que descubrir por sí misma, muchas veces por el método de
ensayos y tanteos, el modo más satisfactorio de rezar el Rosario.

9. Tradición espiritual, leyes y consejos

Jesús mismo, por sus palabras y los grandes hechos de su vida, sus misterios, constituye la
parte principal de la gran tradición de la Iglesia. Esta tradición se transmitió a los sucesores de los
Apóstoles, los distintos obispos, quienes “comulgaban entre sí y con el Obispo de Roma por el
vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz” 191. La meditación y comunicación de la tradición
hace que esta última vaya creciendo en la vida de la Iglesia, en cuanto que se manifiesta cada vez
más claramente lo que estaba al principio implícito en ella y no adecuadamente comprendido 192.

Las dos dimensiones de esta gran tradición son su aspecto doctrinal, que se suele llamar el
“magisterio” de la Iglesia, y el aspecto espiritual. Lo espiritual es lo que estudiamos aquí y ya
vimos sus elementos más significativos: la historia de la salvación, lo vivido por Jesús como Hijo y
Palabra de Dios encarnada, los siete sacramentos instituidos por él, el resplandor de la gracia de
Cristo en la vida de los Santos, la necesidad de la fe de parte de los miembros de la Iglesia y las
etapas sucesivas de purificación y crecimiento. Acabamos de ver también como la Palabra de Dios
queda escrita en la Biblia, y fundamenta la meditación y oración de los creyentes.

Antes de ver en más detalle el papel del Espíritu Santo en este proceso espiritual, nos
conviene dar una ojeada a los modos o formas con que Cristo hace conocer su voluntad salvadora a
sus fieles.

Leyes y conciencia moral

¿Quién quiere una ley, o ser mandado según una ley? Algo en nosotros, sea bueno o malo, o
quizá una mezcla de ambas cosas, rechaza esta idea. Puede ser que sería mejor llamarla: “norma” o
“directiva”, que no suena tan legalista y represiva como una “ley”. Sin embargo, existe la realidad
191
Lumen Gentium, 26.
192
Ver Concilio Vaticano II, Dei Verbum, sobre la Revelación divina, 8: “Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles,
progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y
de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y,
ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la
sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos,
tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios”.
71

de factores constantes y determinantes de todo ser viviente, tanto a nivel civil como eclesiástico e
incluso en la vida espiritual. La naturaleza de cada persona y de cada ser creado tiene un conjunto
de cualidades propias que determinan sus ritmos, funciones y obras dentro de un contexto más
amplio.

Se aceptan factores constantes – leyes físicas, científicas o matemáticas – pero somos más
reticentes cuando se habla de una ley natural que rige también a los hombres. Sin embargo, San
Pablo enseñaba ya a los primeros cristianos que todos los hombres están sujetos a una ley:
Aunque no tengan la Ley (de los Diez Mandamientos), ellos son ley para sí mismos, y demuestran
que lo que ordena la Ley está inscrito en sus corazones. Así lo prueba el testimonio de su propia
conciencia, que unas veces los acusa y otras los disculpa, hasta el Día en que Dios juzgará las
intenciones ocultas de los hombres193.

El Concilio Vaticano II explica en detalle lo que dice San Pablo sobre una ley inscrita en el
corazón de cada persona, señalando su gran nobleza e importancia en la vida espiritual y social:
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a
sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su
corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita
aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste
la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más
íntimo de la conciencia. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo
cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo…. Cuanto mayor es el predominio de la
recta conciencia, tanta mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego
capricho y para someterse a las normas objetivas194.

La conciencia moral tiene un lugar primordial en la espiritualidad cristiana por ser “la ley
escrita por Dios en su corazón”. Vamos a ver en el próximo capítulo los elementos principales para
su formación adecuada, pero conviene captar desde ya su importancia como “el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios” y “en cuya obediencia consiste la
dignidad humana y por la cual el hombre será juzgado personalmente”. Esta enseñanza de la Iglesia
refleja fielmente lo mejor de la tradición cristiana y nos muestra que la ley fundamental – no sólo de
la Iglesia, sino de la vida humana en sí misma – está en la propia conciencia personal, que es “el
primero de todos los vicarios de Cristo”, como lo decía el Beato John Henry Newman195.

193
Rom 2,14-16.
194
Gaudium et Spes, 16.
195
Carta al duque de Norfolk, 5, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1778.
72

Por eso, uno de los primeros pasos de la verdadera disciplina espiritual consiste en el
esfuerzo de estar atento a esta misteriosa voz divina que resuena en el corazón, indicando, a manera
del “rumor de una brisa suave”,196 cómo practicar el bien y evitar el mal. El problema consiste en
que no es raro que “el hombre se despreocupe de buscar la verdad y el bien, de tal modo que la
conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecar”, 197 y así la vida espiritual
se oscurece y la voz de la propia conciencia moral se hace cada vez más tenue.

De allí la importancia de la advertencia que Jesús hace a todos: “Vigilen y estén despiertos,
para no caer en la tentación”. Esta sensibilidad vigilante al bien y al mal es la disciplina esencial de
toda la vida humana. Muestra la necesidad de orar continuamente al Señor, de purificar los afectos
del corazón y de aprender de las propias experiencias pasadas. Lo dice con otras palabras el autor de
la carta a los Hebreos:
Despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y
corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y
consumador de nuestra fe, en Jesús198.

¿Para qué sirven, entonces, las muchas leyes de los gobiernos o de la misma Iglesia? ¿No
basta que cada persona mire a su propio sentido del bien y del mal y se fije en el ejemplo de Jesús?
La enseñanza de la Iglesia sobre la necesidad de normas objetivas de la conciencia humana, de
leyes o mandamientos exteriores, sean de la Biblia, de la Iglesia y las leyes justas del gobierno civil,
se basa en la necesidad humana de preceptos normativos dictados por alguien que tenga autoridad
legítima.

Debido a esta necesidad de normas objetivas de conducta, hubo un largo período en la


historia del cristianismo occidental, del siglo XIV hasta los primeros años del siglo XX tanto en el
protestantismo como en la Iglesia católica, durante el cual predominaba una mentalidad rigorosa y
puritana. Esta ideología moralizante no subrayaba el Nuevo Mandamiento de amor fraterno,
personal y servicial, sino el temor de un Dios despótico, a cuyos mandamientos y prohibiciones
había que obedecer sin demora, para preservarse del castigo divino. En el protestantismo, esta fue la
tendencia de los puritanos o cuáqueros, y del calvinismo, nombrado por su promotor, el reformador
suizo Juan Calvino (1509-1564).

La tendencia paralela en la espiritualidad católica fue el jansenismo, promovido por el


teólogo holandés Cornelio Jansenio (1585-1638) y sus varios discípulos. Frente a esta tendencia
unilateral de rigor moralizante, Dios suscitó en su Iglesia a varios santos, entre ellos a San Francisco
196
1 Reyes 19,12.
197
Gaudium et Spes, loc.cit.
198
Heb 12,1-2.
73

de Sales (1567-1622) con sus dos principales obras literarias: Introducción a la vida devota y
Tratado del amor de Dios199; Santa Margarita María Alacoque (1647-1690) y la promoción de la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús; y Santa Teresita de Lisieux (1873-1897) con la enseñanza
en su Historia de un alma200 sobre la confianza absoluta en la misericordia de Dios.

Antes del Concilio Vaticano II (1962-1965), algunos colegios católicos seguían enseñando
una moralidad de tendencia jansenista con su exagerado hincapié en el buen comportamiento
exterior. Ahora, sin embargo, es claro que tales normas obligatorias deben ser, sobre todo,
pedagógicas, es decir que enseñen lo que es bueno o malo, y esto lo que hacen de dos formas. Por
un lado, para las personas que ya son conscientes de lo que es bueno o malo, una ley exterior es
como un semáforo de circulación, que enseña cómo convivir en vista del bien común; las
Constituciones de los distintos países son así, estableciendo el tipo de gobierno que le conviene a
cada nación.

Por otro lado, a las muchas personas que no son tan sensibles al aspecto moral de sus actos,
las leyes les enseñan dos componentes importantes de la vida humana: primero, la necesidad
general de normas obligatorias como paso previo a escuchar la voz aún más obligatoria de la propia
conciencia; y en segundo lugar, muestran las necesidades que la persona desconoce o descuida, sea
a nivel personal, como son las leyes que obligan a una revisión médica; o a nivel social, como leyes
contra la corrupción o el narcotráfico. Y a todos, dado que somos con frecuencia infantiles y
caprichosos, las buenas leyes nos recuerdan desde afuera cuáles acciones son buenas y cuáles
malas.

Las leyes en la Biblia y de la Iglesia tienen también esos mismos propósitos: revelan con
frecuencia las necesidades espirituales que la persona desconoce o descuida y enseñan que ciertas
acciones son buenas y otras malas. Incluso los Diez Mandamientos de la Ley Antigua y el Nuevo
Mandamiento del amor, la nueva “ley del Espíritu, que da la vida”, 201 deben entenderse y aplicarse
en este mismo sentido, como preceptos de una madre espiritual que manda a veces y enseña
siempre lo que conviene hacer, respetando por esta misma razón el juicio de nuestra propia
conciencia moral. Tales leyes enseñan, sobre todo, que el valor más grande, tanto en la Biblia como
en la Iglesia y en nuestra existencia personal, es la vida eterna. Como lo dice el principio rector
proclamado al final del conjunto de las leyes canónicas de la Iglesia: “La ley suprema es la
salvación de las almas”202.

199
Las dos obras pueden ser bajadas desde https://www.ebookscatolicos.com/libros-de-san-francisco-de-sales/.
200
Puede ser bajada desde http://www.adorasi.com/biblioteca/historia-de-un-alma.php.
201
Rom 8,2.
202
Código de Derecho Canónico, 1752.
74

Consejos evangélicos

¿Cómo vivir en la vida de cada día esta nueva “ley del Espíritu”, el amor de Dios revelado
en Cristo y comunicado por la Iglesia en sus sacramentos y enseñanzas? Jesús mismo respondió a
esta inquietud en su Sermón de la Montaña, no por ningún mandamiento – lo que reservó para el
final, cuando sus oyentes estaban mejor preparados para comprenderlo – sino ofreciendo distintas
pistas o indicaciones que señalan cómo llegar a lo que buscamos. Comenzó con las
Bienaventuranzas:
Felices los que tienen alma de pobres,… los pacientes,… los afligidos,… los que tienen hambre y
sed de justicia,… los misericordiosos,… los que tienen el corazón puro,… los que trabajan por la
paz,… los que son perseguidos por practicar la justicia203.

Luego hace más concreta su enseñanza mediante tres consejos claves: dar limosna
secretamente, ayunar con gozo, y orar al Padre con sinceridad de corazón 204. Se trata de las tres
relaciones fundamentales de la existencia humana: generosidad con los demás, control de sí mismo
y sincera fidelidad a Dios. Así comienzan los múltiples consejos dados por Jesús a sus discípulos,
que expresarán en sus vidas a lo largo de los siglos. Los muchos consejos dados por Jesús giran
alrededor del gran mandamiento nuevo de amar como él amaba. Buscan reproducir en nuestras
vidas el mismo amor que reinaba en todo lo que Jesús hacía y decía. Son como planetas, que giran
alrededor del sol del amor divino comunicado por Cristo a sus amigos, los hombres, en su nueva
Alianza de amistad.

Muchas veces no es sencillo coordinar entre sí los distintos consejos: la oración con las
obras de misericordia, lo interior con lo exterior. Estas dos dimensiones de la vida espiritual son
imprescindibles y mutuamente enriquecedoras, pero es parte importante del arte espiritual saber
combinar bien el orar y el obrar. Como Jesús dice: “Hay que practicar esto, sin descuidar
aquello”205; hay que vivir desde la pureza del corazón, pero sin descuidar las obras de misericordia y
las responsabilidades vocacionales que uno tiene.

El modo general de lograr esta integración de lo exterior con lo interior es establecer un


programa general de vida, un horario diario o semanal de actividades, que coordina el trabajo con la
oración y lectio divina. Si surge algo improvisto, es la caridad de Cristo que rige tanto la una como
la otra. A veces hay que dejar la oración para responder a un pedido de ayuda, pero el principio
general es integrar las dos dimensiones vitales de la existencia humana. En la complejidad del
mundo actual, esta integración personal es más exigente y a la vez más necesaria, tanto para laicos
203
Mt 5, 3-10.
204
Ver Mt 6,1-18.
205
Mt 23,23.
75

como para personas consagradas, y los consejos del Señor en el Evangelio se dieron para iluminar a
todos en este sentido.

Cada persona creyente recibe los consejos de Jesús bajo la forma de invitaciones inspiradas
interiormente en la propia conciencia moral. Son a veces invitaciones vocacionales y permanentes:
casarse o mantenerse soltero, ser sacerdote o religioso, ser laico asistente social, medico, albañil o
misionero en el extranjero. Con más frecuencia los consejos son sugerencias y deseos de vivir con
sencillez, ayudar con generosidad a la gente, cumplir bien los compromisos asumidos, ser
respetuoso y puro de corazón, servir a los demás y escucharlos, orar a Dios con confianza, tener
buenos compañeros y amigos. Se trata de consejos, inspiraciones prácticas del Espíritu de Jesús:
“Así te conviene vivir”.

Conviene mucho ser sensible a estas advertencias espirituales y verlas como parte
significativa de toda la espiritualidad judeocristiana. En la historia de esta espiritualidad, que es
nuestra, la vivencia sincera del Evangelio actúa continuamente como un filtro que “bautiza” y
purifica las aguas de otras corrientes espirituales, sean cristianas o no cristianas. En el pueblo judío
antes de Cristo, había una corriente sacerdotal, centrada en el culto del Templo de Jerusalén según
las prescripciones de Moisés; otra corriente era la real con su afán de combatir en nombre de Dios y
triunfar sobre todos los enemigos. Tuvo su inspiración en el rey David y fue la espiritualidad de los
líderes militares, políticos o económicos. La tercera corriente era profética, con sus raíces en las
promesas hechas al patriarca Abrahán; prolongaba el mensaje de los profetas respecto de un pueblo
pobre, sencillo, fiel, servidor y confiado sólo en Dios.

Esta última corriente se fortaleció en los siglos anteriores a la venida Cristo 206 y es lo que
vivía la gente de Galilea en tiempos de Jesús: familias de pescadores, pastores de ovejas, obreros y
artesanos, como la Sagrada Familia de Nazaret, que desconfiaban de los líderes políticos o
económicos, pero no rechazaban el culto. Iban a la Sinagoga local y cada año al Templo de
Jerusalén, observaban los mandamientos, rezaban juntos, eran pobres, sobrios en su modo de vida,
comunitarios, fieles a su pueblo, laboriosos y confiados en el Padre celestial.

El Hijo de Dios se encarnó en este tipo de familia y consagró así su espiritualidad,


purificándola de todo exceso de ritualismo y exclusivismo, abriéndola a todos los hombres. Su
mensaje tiene una relevancia muy especial a la luz del pueblo fiel de nuestros países
latinoamericanos:

206
Este proceso de fortalecimiento se aclaró a partir del descubrimiento en 1947 de los documentos del antiguo
monasterio judío de Qumrán, cerca del Mar Muerto, fundado antes de Cristo lejos del Templo de Jerusalén y en
protesta contra ciertas interpretaciones arbitrarias a la ley de Moisés.
76

Estos sencillos y humildes nos enseñan a no aislarnos de la comunión eclesial, sino a cultivar en las
circunstancias ordinarias de la vida una intensa relación con Dios, una gran apertura al Espíritu y a la
alabanza, solícitos siempre de las necesidades de los hermanos, como María lo fue de las necesidades
de Isabel y de los novios de Caná. Nos enseñan a hacer todo “sin murmuraciones ni discusiones,
irreprochables y puros,… como haces de luz en el mundo y mostrándole la Palabra de Vida” 207.
Aquellos “piadosos” no criticaban a nadie, no se daban aires de salvadores. Eran demasiado
conscientes de su pequeñez. No se miden con los demás, sino con Dios… Se trata de todo un mundo
espiritual que aun moviéndose en el espacio normal de la historia, permanece distinto de él y oculto,
un mundo totalmente natural y creíble que no es ficticio, sino el reflejo de una realidad acontecida y
concreta de la historia de la salvación. Vemos que ocurre lo mismo en la historia de la Iglesia: obras
grandiosas de Dios que se desarrollan, sin que el mundo se dé cuenta. La Iglesia, en cada situación
en la que se encuentra, está llamada a reproducir algo de esta actitud originaria de los fieles sencillos
del Señor, que observamos en los Evangelios, y a encontrar allí luz y fuerza208.

Es este espíritu comunitario de humildad, religiosidad sobria y generosa, que Jesús vivía
primero en la Sagrada Familia y luego con sus discípulos; lo predicaba constantemente en nombre
de su Padre celestial. Reaparece en seguida entre los primeros cristianos después de Pentecostés:
Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida
común, en la fracción del pan y en las oraciones… Se mantenían unidos y ponían lo suyo en común:
vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de
cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían
juntos con alegría y sencillez de corazón. Ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo; y
cada día, el Señor acrecentaba la comunidad209.

Los distintos consejos y enseñanzas de Jesús, comenzando con las Bienaventuranzas y las
parábolas, van en este sentido y subrayan la necesidad de la oración, de llevar la cruz de cada día y
de expresar la caridad en las obras de misericordia. Con el paso de los siglos, la experiencia de los
fieles les hizo comprender que algunos de los consejos de Jesús eran más importantes que otros.
Así, basándose en la vida de la Iglesia como intérprete de las palabras de Cristo, se llegó a hablar, a
partir del siglo XII, de los “tres consejos evangélicos”: la castidad, la obediencia y la pobreza.

En nuestros días, se ve cada vez más claramente que estos tres consejos no se dirigen
únicamente a personas especialmente consagradas, sino que, junto con los otros muchos consejos
del Evangelio, iluminan la vida de todo seguidor de Jesús, a cada uno según su vocación personal y
las gracias recibidas, tal como en la Iglesia primitiva. El Catecismo de la Iglesia Católica lo aclara:

207
Flp 2,14-15.
208
Raniero Cantalamessa, El misterio de Navidad (Valencia: Edicep 2001) 85-89.
209
Hechos 2,42-47.
77

Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan
su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste
esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más
directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno 210.

Por estas razones, algunos de los consejos se han hecho objeto de un voto o consagración
especial, para hacerlo a la vez más cargado de sentido y más obligatorio en la vida personal, como
fuente de gracia para tal o cual persona. Pero no son sólo para los especialmente consagrados de
esta manera, sino para todos los creyentes. Además y sin que sean evangélicos en el sentido estricto
de la palabra, los consejos abarcan toda la enseñanza moral del Nuevo Testamento, lo que el
Catecismo llama “la catequesis moral de las enseñanzas apostólicas”:
Esta doctrina transmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente
exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que animan la caridad, el principal don
del Espíritu Santo: “Amen con sinceridad… Ámense cordialmente con amor fraterno,… alegrándose
en la esperanza. Sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Consideren como
propias las necesidades de los fieles y practiquen generosamente la hospitalidad” 211.

Ayuda también, en el contexto del mundo actual, la descripción hecha por el Vaticano II de
la vocación laical:
Los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación
admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del
Espíritu. Pues todas sus obras, oraciones y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el
trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias
de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en “sacrificios espirituales, agradables a Dios por
Jesucristo”,212 que ofrecen con amor al Padre en la celebración de la Eucaristía, junto con la oblación
del cuerpo del Señor. Así los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando con espíritu de
santidad, consagran a Dios el mundo…. Se muestran como hijos de la promesa cuando fuertes en la
fe y la esperanza aprovechan el tiempo presente y esperan con paciencia la gloria futura 213. Pero no
escondan esta esperanza en el interior de su alma, sino manifiéstenla incluso a través de las
estructuras de la vida secular, renovando constantemente el mundo en la “lucha… contra los espíritus
del mal”214.

Reflexiones conclusivas

210
Catecismo, nº 1973.
211
nº 1971. La cita sobre las obras de la caridad es de Rom 12,9-13.
212
1 Pe 2,5.
213
cf. Ef 5,16; Col 4,5; Rom 8,25.
214
Ef 6,12. El texto del Concilio es de Lumen Gentium, 34-35.
78

Hay varias conclusiones que podemos sacar de esta visión de conjunto de los consejos de
Jesús a sus discípulos. La primera y más general es que son para todo cristiano. Se proponen a cada
persona creyente según su propio estado de vida, sea laico casado o soltero, sacerdote, religioso o
consagrado. Expresan la espiritualidad cristiana vivida cotidianamente en cualquier lugar o
circunstancia, según lo que reclaman la fe, la caridad y la sabiduría del Señor en la vida de cada
uno.

La segunda conclusión es más personal y es que el meollo interior de la espiritualidad de


cada creyente es su respuesta personal al amor de Cristo. Su identidad eterna se fundamenta en el
seguimiento, día tras día, de Jesús, su mejor Amigo, según la gracia y la vocación recibida por el
Espíritu Santo, sea como soltero o soltera en el mundo, como casado con familia o como
consagrado a algún servicio en el Pueblo de Dios. Es así como se lleva a cabo, en la vida de cada
persona y en el mundo entero, el sentido de los consejos y lo que pedimos con tanta frecuencia en el
Padrenuestro:
Santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día…. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal 215.

Un tercer elemento implícito en los consejos es su relación con la confianza en Jesús, en el


Padre del cielo, en su ayuda constante y en la consiguiente firmeza de sus promesas:
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones
perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre…. Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre:… pidan y recibirán, y
tendrán una alegría que será perfecta216.

Los muchos consejos evangélicos reclaman esta confianza en Dios, que es la virtud teologal
de la esperanza. Implican fortalecer este rasgo tan importante de la fe y del amor. Al crecer en el
seguimiento de Cristo, se llega necesariamente a la purificación de las muchas confianzas y
esperanzas humanas, buenas o falsas, por la virtud teologal de la esperanza, de modo muy parecido
a como la fe en Cristo purifica nuestros juicios, que son tantas veces muy humanos y torcidos. La
purificación realizada por la virtud teologal de la esperanza abarca la sanación de los recuerdos del
pasado junto con los mismos recuerdos proyectados hacia el futuro en deseos y planes, todos a
realinearse ahora a los deseos, proyectos y planes de Dios.

Este es el proceso espiritual y sanador especialmente necesario en la sociedad del siglo XXI
con sus constantes avisos, anuncios, imágenes, juegos y propaganda que tratan de motivar deseos de

215
Mt 6,9-13.
216
Mt 6,19-20; Jn 16,23-24.
79

bienestar, placer, éxito o poder. El proceso de sanación fue descrito por San Juan de la Cruz en
términos de un período de oscuridad o frustración de las esperanzas humanas, una cierta “noche
oscura”. La divina providencia saca apoyos externos, como amigos, trabajos o poder económico, e
internos como consuelos o ideas brillantes, para dejarnos “pobres”. La situación social o económica
de muchos puede ser una escuela en este mismo sentido, mientras que la vejez y la muerte lo serán
para todos, con el fin de poner por necesidad toda la confianza en Dios y no en ninguna criatura.

Otros frutos de haber seguido los consejos de Jesús se ponen de manifiesto más pronto aún.
Serán sobre todo los del Espíritu descrito por San Pablo:217 una paz nueva, la alegría más profunda y
duradera, más paciencia, humildad y dominio de sí mismo frente a los obstáculos, con bondad
cariñosa y confiada hacia todos, porque todos son parte del nuevo camino abierto para nosotros por
Jesús en su propia vida, en sus promesas y mediante los consejos a sus amigos.

Como reflexión sintética y conclusiva del presente capítulo, podemos ver que el crecimiento
espiritual conduce a la simplificación interior del corazón en medio de las tensiones del mundo
actual; integra gradualmente, en un conjunto personal y armonioso, la conciencia moral, las leyes de
todo tipo y los consejos de Jesús. La complejidad de estas normas y pautas para seguir mejor a Dios
se simplifica por la vivencia generosa de la ley nueva y suprema: el amor de Dios derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado, 218 con su consecuencia inmediata:
ámense los unos a los otros; así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los
otros219. La espiritualidad cristiana consiste en esta dinámica de progresiva comunión interpersonal
y amorosa.

217
En Gál 5,22.
218
Rom 5,5.
219
Jn 13,34.
80

V. ESPÍRITU E INTERIORIDAD

Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras


y se revistieron del hombre nuevo,
aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto,
renovándose constantemente a la imagen de su Creador.
Col 3,9-10

Jesús proclamó su Nuevo Mandamiento de amar como él mismo amó, o sea totalmente y a
todos, para que esta gran realidad fuera la medida y el modelo inspirador de nuestras relaciones
humanas. En este mismo sentido, el Maestro elaboró muy pronto una diversidad sinfónica de
variaciones sobre el tema de su amor divino compartido con los discípulos. Como acabamos de ver,
sus consejos son avisos divinos en función de lo más importante en la vida humana, y como tales
forman una parte secundaria de la nueva ley de amor, la Nueva Alianza entre Dios y los hombres:
Deben lavarse los pies unos a otros… ¡No se inquieten ni teman!… Permanezcan en mí, como yo
permanezco en ustedes.… Pidan lo que quieran y lo obtendrán…. Den fruto abundante, y así sean
mis discípulos… Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor… Tengan
valor: yo he vencido al mundo... Sean perfectamente uno para que el mundo conozca220.

10. Libertad, disciplina y amor

Este tejido multicolor de fidelidad personal a Cristo, servicio total a los demás, testimonio
fecundo de Jesús y de sus enseñanzas, de paz en la adversidad y unidad entre todos los discípulos
está en el corazón de la espiritualidad cristiana y significa que la libertad humana debe expresarse
en el dominio de sí mismo, para servir a los demás, porque “el hombre… no puede encontrar su
propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”221.

De esta manera el que ama al Señor se hace servidor, y el servidor se hace amante. Ser
discípulo significa ser disciplinado, lo cual conduce a ser más libre para amar como Jesús amó. Vale
la pena mirar más de cerca este conjunto de realidades importantes, para apreciar mejor, en primer
lugar, la libertad humana en sí misma, junto con la nueva libertad evangélica.

Libertades humanas

220
Jn 13,14; 14,27; 15,4.7.10.26; 16,33; 17,23.
221
Gaudium et Spes, 24.
81

Nuestra cultura americana es agudamente sensible a la libertad, que el diccionario define


como la facultad de obrar de una manera o de otra, o de no obrar. Desde la Estatua de la Libertad en
el puerto de Nueva York, EE.UU., pasando por el Monumento a la Libertad en Santo Domingo y la
ciudad de Libertad en Uruguay hasta las estrofas del himno nacional de la Argentina, la libertad
representa un deseo profundo del alma, cuya búsqueda se expresa en muchísimas ocasiones y de
muy diversas maneras. Expresa el anhelo y la identidad de casi todos nuestros pueblos.

La libertad, sin embargo, puede entenderse de dos maneras diversas 222. Por un lado, puede
tener el sentido que da el diccionario: la capacidad personal de elegir el bien o el mal, o de no
elegir, sin los impedimentos o límites exteriores que tienen los esclavos. Es la libertad de
restricciones, coacciones o condiciones impuestas por otras personas o por el contexto inmediato y
exterior; por ejemplo, la libertad de un encarcelado que sale de la cárcel o de un obrero en sus días
libres.

Pero la libertad puede tener un sentido más positivo que la mera ausencia de restricciones.
Es un nivel más avanzado de la libertad, un nivel que corresponde al fin personal y cómo
alcanzarlo. En este caso, no se trata de una libertad exterior para elegir el bien o el mal, sino de la
libertad interior para realizar con buena calidad los deseos profundos, muchas veces vocacionales,
de la persona individual. Es la libertad de egocentrismos, debilidades y pecados de la
autorreferencialidad, libertad que no se consigue por factores exteriores, sino por una íntima
voluntad de bien: no por revoluciones sangrientas o largos viajes, sino con una disciplina propia, a
fin de quitar los obstáculos personales que impiden cumplir el bien posible y llegar así al destino de
una sana coherencia interna y vital.

Mientras que la libertad de restricciones consiste sólo en poder hacer lo que uno quisiera
hacer, la libertad de egocentrismo es la capacidad de hacer aquello para lo cual uno se reconoce
creado. La primera tiende a separar a las personas, incluso a ocasionar conflictos, mientras que esta
última conduce a decisiones productivas de paz y del bien común.

Al decir Jesús: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis
discípulos; conocerán la verdad y la verdad los hará libres”, 223 piensa en una libertad de
egocentrismo y de autorreferencialidad, no sólo de restricciones exteriores: conocer la verdad va
mucho más allá de las restricciones exteriores y es el camino al bien realmente excelente, a la
cumbre de la felicidad personal y universal. Lo mismo puede decirse de la libertad madura descrita
222
Los dos párrafos siguientes sintetizan las análisis distintas de San Bernardo de Claraval, La gracia y el libre
albedrío (escrita en 1128, disponible en Obras completas de San Bernardo Madrid, B.A.C. 444, 1983 pp.428-495) y
de Servais Pinckaers, Fuentes de la moral cristiana, pp.387-465.
223
Jn 8,31-32.
82

por San Pablo, al hablar a los primeros cristianos sobre el caminar espiritual de ellos y de él mismo,
cuando dejaron atrás las minuciosas normas judías o paganas para abrazar la Ley de Cristo:
El heredero, mientras es menor de edad, aunque sea propietario de todos sus bienes, en nada se
diferencia de un esclavo…. Así también nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos
sometidos a los elementos del mundo. Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su
Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y
hacernos hijos adoptivos224.

Luego, sin embargo, Pablo cayó en la cuenta de que la libertad auténtica exigía algo más que
dejar atrás las normas de una cultura legalista; se necesita una disciplina que conduzca al control de
sí mismo y a una forma de libertad más generosa y servicial, más orientada a la plenitud del amor:
¡Ustedes andaban tan bien! ¿Quién les impidió mantenerse fieles a la verdad?.... Han sido llamados
para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos
carnales; háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor 225.

Es claro, entonces, que la nueva libertad interior reclama la purificación de deseos egoístas,
para que el corazón se abra espontáneamente al amor servicial a los demás, que caracteriza a los
hijos de Dios. Esta libertad se arraiga en el Señor mismo, que da su sentido a la existencia humana.
En la vida cotidiana de un discípulo de Cristo, la libertad espiritual significa vivir desde la fe que
obra por medio del amor. Tiene lugar una liberación que brota de la fe confiada y amorosa, que
vence el temor. Se abren horizontes nuevos, hacia los cuales se corre con un nuevo entusiasmo: “Se
dilata el corazón y se corre con inefable dulzura de amor en el camino de los mandamientos de
Dios”226.

Ejemplos actuales de esta libertad de calidad se encuentran entre los cristianos perseguidos
por su fe. Uno de los varios líderes de los fieles campesinos en la China comunista, a quienes vimos
al comienzo del presente libro, pudo escapar de la cárcel donde las autoridades comunistas le habían
sometido a torturas y todo tipo de mal trato. Llegado finalmente a Alemania, habló con un grupo de
simpatizantes, quienes le aseguraron que hacía mucho que todos rezaban por un cambio de actitud
de parte del gobierno chino, para que los cristianos pudieran vivir su fe con plena libertad. Él
contestó:
¡Esa no es la manera en que nosotros oramos! Nunca oramos en contra de nuestro gobierno, ni
pedimos que caigan maldiciones sobre él. Por el contrario, hemos aprendido que Dios es el que tiene
el control de nuestras vidas y del gobierno bajo el que vivimos…. En vez de enfocar nuestras
oraciones en contra de nuestro sistema político, oramos pidiendo que, suceda lo que suceda, Dios nos

224
Gál 4,1-7.
225
Gál 5,7-8. 13.
226
Regla de San Benito, Prólogo 49.
83

dé la gracia de agradarle en todo. ¡No oren pidiendo que cese la persecución! No debiéramos orar
pidiendo una carga más ligera, sino unas espaldas más fuertes para sobrellevarla. Entonces el mundo
verá que Dios está con nosotros, fortaleciéndonos para vivir en una forma que refleje su amor y su
poder. ¡Esa es la verdadera libertad!227

Uno de los valores de este testimonio conmovedor de fidelidad interior al Evangelio consiste
en equilibrar la urgencia social y política de la fe228 con la primacía del mensaje central de Jesús:
¡Conviértanse; transformen su corazón! Toda la obra de salvación es para que las personas en su
propia dignidad humana se asemejen a él: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí,
porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”. 229 Nuestro libre albedrío no es
mayor que el suyo, y por eso nuestra libertad para seguir a Cristo exige una vida de disciplina
personal para ir aprendiendo a vivir, pensar, amar y misionar como él.

Disciplina personal y dones del Espíritu

Jesús enseña la necesidad de liberarse de sí mismo, de la autorreferencialidad, para


conseguir la libertad verdadera: “El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la
conservará”230. San Pablo explica esta liberación en más detalle, al contrastar las acciones inspiradas
por los deseos egoístas con las obras que el Espíritu Santo realiza en el corazón y que sobrepasan
cualquier ley exterior:
La carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso,
ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están
sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y
libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas…. Los que hacen estas cosas no poseerán el
Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás,
porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos
deseos231.

En otras palabras, la disciplina de crecer hacia la plena madurez en Cristo Jesús abarca las
tres dimensiones generales de la vida humana, que se expresan también en los consejos evangélicos
de castidad, pobreza y obediencia:
- Disciplinar el instinto de placer y sus distintas expresiones: el consejo de castidad.
227
Hno. Yun y P. Hathaway, El hombre celestial (Miami, Unilit 2005), 288.
228
Ver en este sentido, Pontificio Consejo “Justica y Paz”, Compendio de la doctrina social de la Iglesia (Buenos
Aires: Conferencia Episcopal Argentina, 2005), 13: “(La doctrina social de la Iglesia) se propone ante todo para
sostener y animar la acción de los cristianos en campo social, especialmente de los fieles laicos, de los cuales este
ámbito es propio”.
229
Mt 11,29.
230
Lc 17,33.
231
Gál 5,16-24.
84

- Disciplinar el instinto de seguridad con su temor a daños externos: el consejo de


pobreza.
- Disciplinar el instinto de poder, que busca pleno éxito social: el consejo de obediencia.

La primera carta de San Juan se refiere a los mismos instintos egoístas, al describir “lo que
hay en el mundo” que lucha contra la voluntad de Dios: 232
 Concupiscencia de la carne: anhelar la intimidad sexual, la comida deliciosa y el confort.
 Concupiscencia de los ojos: acumular noticias, posesiones y cualquier medio de
seguridad.
 Ostentación arrogante: prepotencia, desdén, orgullo, murmuración y detracción.

Otros autores describen la necesaria disciplina personal en términos de los siete vicios o
pecados capitales que originan los bloqueos al crecimiento espiritual: soberbia, avaricia, lujuria, ira,
gula, envidia y pereza. En la práctica, cada persona suele tener una de estas tendencias mortíferas
más fuerte que las otras, que tiende a amenazar con su sombra oscura los otros aspectos de su
personalidad. El predominio de esta o aquella tendencia se debe con mucha frecuencia al propio
temperamento, carácter o experiencias pasadas.

Por eso, puede ser muy útil, como uno de los primeros pasos en el viaje espiritual,
identificar y poner nombre a la debilidad principal del propio carácter, lo que debería ser seguido de
un segundo paso: disciplinarse para controlar dicha tendencia mediante la reorientación de su
energía hacia la generosidad en las obras de misericordia, la fidelidad a la oración y el humilde
servicio a los demás233. Puesto que muchos tenemos una dosis abundante de impaciencia y orgullo,
Jesús pone el hincapié en imitar su propia humildad: “Aprendan de mí, que soy paciente y humilde
de corazón”234.

Ya cerca del año 400, San Agustín indicó que Jesús mismo, al comienzo de su ministerio
público, había señalado las disciplinas fundamentales de la vida cristiana cuando describió las
fuentes de la verdadera felicidad: 235
Felices los que tienen alma de pobres: ser humilde de corazón.
Felices los afligidos, porque serán consolados: lamentar las propias infidelidades.

232
Ver 1 Jn 2,16.
233
Ver en este sentido las palabras del Papa Francisco respecto del amor en las familias, en su Exhortación Amoris
Laetitia, nn.146-147: “La madurez llega a una familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una
sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores sino que sigue a su libertad, brota de ella,
la enriquece, la embellece y la hace más armoniosa para bien de todos. Esto requiere un camino pedagógico, un
proceso que incluye renuncias”.
234
Mt 11,29.
235
Mt 5,3-9. Ver lo dicho más arriba, pp.52-53, sobre este comentario de San Agustín.
85

Felices los pacientes: colaborar con docilidad con los demás.


Felices los que tienen hambre y sed de justicia: trabajar por la salvación de todos.
Felices los misericordiosos: practicar las obras de misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro: hacerlo todo con un amor sincero.
Felices los que trabajan por la paz: inculcar la paz aún en las dificultades.

De acuerdo con esta enseñanza del Señor, la mejor técnica para vencer los vicios y pecados
es ejercitarse en estas disciplinas fundamentales de la vida cristiana: humildad, compunción de
corazón, docilidad, justicia, compasión, sinceridad, paz personal y social. Más que ninguna otra
lista de virtudes o prácticas, estas actitudes permanentes del alma y del cuerpo vienen de la boca del
Maestro, de su corazón al de cada discípulo, para que se exprese en la vida de cada día la fe, la
esperanza y el amor sincero. La experiencia demuestra que el esfuerzo de practicar un amor
creyente y confiado es un remedio eficaz y sanador contra los vicios: dispone a la persona tanto
para la oración como para su propia misión en el mundo de hoy.

Ya vimos en otro capítulo que San Agustín mostró cómo el Espíritu de Jesús viene en ayuda
del cristiano con sus siete Dones, para que ponga en práctica lo enseñado en las Bienaventuranzas y
reciba los frutos prometidos por el Señor. Los Dones son como las neuronas de la vida cristiana:
Temor reverencial, Piedad filial y fraterna, Conocimiento espiritual de lo creado, Fortaleza en las
adversidades, Consejo en las dudas, Entendimiento de las verdades de la fe y la Sabiduría de amor
en todo. Tal como las neuronas transmiten a los músculos las decisiones nacidas en el cerebro y el
corazón, para que efectivamente se realicen, así los siete Dones del Espíritu Santo proveen, como
descargas o chispas espirituales, las gracias necesarias para que las actitudes, actos y promesas de
las Bienaventuranzas se realicen concretamente en la vida de los fieles a través de las distintas
virtudes.

Los Dones del Espíritu obran de dos modos, ordinario o extraordinario según las
circunstancias de la vida. No intervienen sólo para los aprietos o las crisis, sino también para
agudizar la fe, la confianza y el amor en los momentos ordinarios y cotidianos, a fin de que todo
acto del creyente tenga la calidad libre, espontánea y gozosa de los hijos de Dios.

En este sentido, la experiencia espiritual de muchos fieles a lo largo de los siglos condujo a
precisar tres disciplinas particulares – del cuerpo, de la mente y del corazón – que van en la misma
línea de las Bienaventuranzas y preparan para aceptar mejor la acción del Espíritu de Cristo en la
vida cotidiana. Son: someterse con docilidad a los demás en servicio y colaboración amistosa, lo
que es tan necesario en la vida familiar y en cualquier trabajo en equipo; controlar la lengua, a fin
86

de hablar poco y bien, evitando la prepotencia, la ostentación vanidosa, la murmuración o la


detracción de terceros; y reconocer con sinceridad la propia fragilidad frente a los demás y la
dignidad interior de los otros, con un resultado parecido al de San Pablo: “Me esfuerzo por
complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor
número”236.

Hay también una disciplina general y más significativa aún para el crecimiento espiritual: el
discernimiento de los espíritus. Jesús tiene en la mente este tipo de discernimiento cuando dice:
“Cada árbol se reconoce por su fruto” 237. La primera carta de San Juan subraya su importancia
práctica:
Queridos míos, no crean a cualquiera que se considere inspirado: pongan a prueba su inspiración,
para ver si procede de Dios, porque han aparecido en el mundo muchos falsos profetas 238.

Discernir entre el bien y el mal es absolutamente necesario para vivir la fe con madurez y
libertad. Mientras Jesús nos enseña a realizarlo a base de los resultados y Juan nos dice que el
criterio principal es la fe en la divinidad de Cristo, San Pablo entra en más detalle y señala que los
buenos frutos buscados son los del Espíritu Santo: “Amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad,
bondad y confianza, mansedumbre y control de sí” 239. Los frutos malos, al contrario, provienen de
nuestros instintos más bajos: “impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas,
rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias” 240.

El discernimiento de los espíritus recibió mucha atención durante los primeros siglos
cristianos, tanto en Oriente como en Occidente, porque se relaciona íntimamente con la conciencia
moral. Se puso de relieve en los tiempos modernos gracias a los Ejercicios espirituales de San
Ignacio de Loyola. San Ignacio utiliza la enseñanza de San Pablo sobre el fruto del Espíritu, a fin de
demostrar el papel de la paz y consolación interior como criterio para discernir los pensamientos y
deseos del espíritu humano:
Llamo consuelo a todo incremento de la fe, esperanza y amor y a toda la alegría interior que invita y
atrae lo que es divino y a la salvación de nuestra alma al llenarla de paz y tranquilidad en el Creador y
en el Señor241.

La importancia que da San Ignacio a la consolación interior evidencia, entre otras cosas, la
relación estrecha entre el crecimiento espiritual y el aprecio a la propia interioridad. Esta dimensión
236
1 Cor 10,33. Las tres disciplinas se describen en Casiano, Instituciones, IV,39-43; y en la Regla de San
Benito,5-7.
237
Lc 6,44.
238
1 Jn 4,1.
239
Gál 5,22-23.
240
Idem, vv. 19-21.
241
San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 316.
87

interior de la vida humana es el rasgo más típico y fundamental de toda persona espiritualmente
madura. Vamos a estudiarla en mayor detalle, porque es una característica clave del corazón
humano, pero nos conviene ver primero y más directamente la naturaleza del amor cristiano. En
efecto, la relación entre el discernimiento de los espíritus y la interioridad humana revela que el
discernimiento es el paso previo e imprescindible para que “Cristo habite en sus corazones por la fe,
y sean arraigados y edificados en el amor”242.

Amor cristiano243

Todas las culturas del mundo, las distintas escuelas de espiritualidad y las novelas de
muchísimos escritores tratan del amor. ¿Es para frenarlo, para cultivarlo, o conviene sencillamente
darlo por entendido y prestar atención a otras realidades más significativas? La historia de la
espiritualidad cristiana evidencia todas estas tendencias y hoy especialmente, urge aclarar el tema
debido a la explosión del hedonismo a partir de las últimas décadas del siglo XX.

Tal aclaración urge también porque la fe no sólo dice que “Dios es amor”, 244 sino también
que “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna”245. Puesto que Jesús nos manda amarnos mutuamente tal como él nos
amó, ¿no quiere decir que debemos amar al mundo y que todo amor humano es divino? Algunos, en
efecto, pensaron y siguen pensando así. Ya en la antigüedad, había filósofos que consideraban que
el amor era una fuerza divina; incluso hablaron de Eros como de uno de sus dioses.

Un poco de reflexión nos hace ver que hay distintos tipos de amor humano 246. En la tradición
inspirada del Antiguo Testamento, existían dos formas fundamentales de amor humano: el que
busca con afán y el que descubre complacido. A estos, se añadió el amor divino y misericordioso
(hesed), que no sólo busca a los hombres, sino que sella con ellos una alianza de amistad. Los
griegos veían tres amores humanos: el apasionado (eros); el amistoso y afectuoso (filia); y el amor
benévolo y desinteresado (agape). Los autores del Nuevo Testamento optaron por usar esta última
palabra para designar el amor divino revelado en Cristo, aunque a veces usaban filia para significar
lo mismo.

242
Ef 3,17.
243
Para todo esta gran realidad, que sólo se bosqueja aquí, conviene estudiar la primera carta encíclica de Benedicto
XVI: Deus caritas est, sobre el amor cristiano (2005).
244
1 Jn 4,16.
245
Jn 3,16.
246
Ver por ejemplo C.S.Lewis, Los Cuatro Amores (Santiago de Chile: Ed. Universitaria 1990) y (Madrid: Rialp
1991).
88

En las lenguas occidentales, amor tiene un significado muy general, y por consiguiente
ambiguo: puede designar cualquiera de estos tipos de pasión, afecto o benevolencia. Por esta razón,
es preciso especificar el término y podemos hacerlo distinguiendo cinco formas de “amar”:
- amor sexual, donde predomina el impulso sexual y la pasión con su gratificación;
- amor aficionado, por tal o cual deporte, club, autor, comida, animal o pasatiempo;
- amor afectuoso, la sincera entrega de sí mismo, interpersonal, desinteresado y amistoso;
- amor familiar, que no sólo es afectuoso, sino también fiel y leal, extensivo a la patria.
- amor divino, derramado en el corazón humano por el Espíritu Santo y objeto del
mandamiento nuevo de Jesús, que se extiende a toda persona, hasta a los enemigos. En sus
distintas expresiones humanas, como en la familia o en el ejercicio del amor en las
organizaciones caritativas, este amor asume muchas de las buenas cualidades de la
amistad, de la lealtad familiar y a veces de una cierta afición por una expresión particular,
como la ayuda a los pobres. El amor divino purifica estos amores humanos de toda
autorreferencialidad, para que el discípulo de Cristo se entregue sinceramente “hasta la
muerte”, como lo hizo Jesús247.

Hay que respetar el valor positivo de cada una de estas diferentes expresiones de amor, todas
creadas por Dios y capaces de integrarse por la gracia del Espíritu Santo en un estilo de vida
armonioso y fecundo. Con esta finalidad, resulta fundamental discernir qué tipo de vida se va a
llevar, o sea la propia vocación para la cual se es llamado por Dios y hacia la cual su gracia
conduce.

Tomando en cuenta la orientación vocacional, los distintos niveles del amor humano deben
ordenarse por la disciplina personal y la gracia, tanto para evitar la represión artificial de alguno de
ellos, como para reorientar su energía afectiva hacia el destino de toda vida humana, que es la
realidad del amor divino, el agape revelado y hecho presente en Cristo. La virtud que realiza tal
reordenamiento afectivo en función del amor divino es la castidad cristiana como instrumento de la
virtud teologal del amor a Dios. La castidad tiene la ayuda de todos los demás dones y virtudes,
tanto en la vida de los casados como en la de los solteros, solteras y célibes.

En el matrimonio hay muchas situaciones en donde la castidad se hace significativa, porque


la castidad no es la abstinencia sexual, sino el uso de la sexualidad de acuerdo con el fin de la
propia vocación, casada o célibe. Efectúa el ordenamiento de los amores según el amor a Dios y a
247
Ver Jn 15,13-14: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que
yo les mando”; y Flp 2,4-9: “Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.
Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El,… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte
de cruz. Por eso, Dios lo exaltó”. Para el proceso de la transformación del amor humano por el amor de Dios, ver lo
expuesto más arriba, pp. 47-61 sobre Etapas en el camino, especialmente pp. 55-58.
89

los demás, que implica en primer lugar el gran respeto por la dignidad, los deseos y la vocación
ajena.

El deseo sexual es con mucha frecuencia un deseo de intimidad personal, más que de
relaciones estrictamente sexuales. La intimidad contiene dos componentes favorecidos
especialmente por la complementariedad del otro sexo: primero viene el sano aprecio y amor hacia
la otra persona, de su dignidad y valor como “otro” distinto de uno mismo; viene en seguida el
segundo componente, el mismo aprecio para sí mismo, para la propia dignidad y valor, que es tan
necesario para un amor sincero y generoso a los demás.

Es un error pensar que la unión física y genital conduzca sin más a la experiencia de
intimidad personal, porque esta última es fundamentalmente espiritual. Tampoco la produce con
autenticidad la comunicación meramente virtual o electrónica, ni siquiera por Skype, porque la
intimidad sana consiste en la comunicación espontánea, transparente, pacífica y relativamente
prolongada con otra persona físicamente presente. Este género de diálogo directo en un contexto de
amistad sincera ayuda mucho a toda forma de castidad. Es importantísimo que las personas casadas
lo cultivan entre sí y en la familia.

En cualquier estado de vida la castidad, que es el control ordenado de la afectividad sexual,


implica luchar contra los bajos impulsos para lograr mayor dominio de sí mismo y fortalecer así el
carácter y la libertad interior. De allí que la castidad favorece mucho la intimidad interpersonal y el
amor verdadero, sea en el celibato o en el matrimonio. En este último, la castidad cobra una
importancia especial cuando el esposo o la esposa debe estar afuera mucho tiempo, como sucede
con camioneros, empresarios o en caso de una grave enfermedad.

¿Cómo se logra reorientar los afectos? La experiencia muestra que hay muchas prácticas
favorables para esta obra clave del camino espiritual, que de por sí es interior. Un primer ejemplo
son los trabajos productivos y útiles, como sería participar en la obra caritativa de la Caritas
parroquial o diocesana. Vemos algo parecido en la Iglesia primitiva, en el ejemplo de la mujer
llamada Tabitá, en el pueblo de Lida, que “pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes
limosnas”248.

También los deportes orientan sanamente los afectos, especialmente los que se realizan en
equipo, porque canalizan la energía hacia afuera y no hacia uno mismo. Por otro lado, hay que
evitar situaciones que suscitan el erotismo, la violencia o posturas excesivamente relajadas. Ayuda
participar en grupos católicos de reflexión, estudio, canto o actividad misionera. Lo que importa es
248
Hechos 9,36.
90

orientar la afectividad hacia el amor a Cristo o a la Virgen, como el rezo familiar, grupal o personal
del Rosario, o las peregrinaciones a un santuario, especialmente cuando se realizan con un grupo.

Otras prácticas son también importantes: relaciones interpersonales sanas, servicios


desinteresados hacia los demás, participación activa en obras o grupos de enseñanza de catequesis,
visitas a enfermos y evangelización en sus muy diversas formas. En nuestros días, hay diferentes
movimientos especialmente para laicos, que ofrecen a sus participantes una formación en
profundidad junto con la posibilidad de entablar amistad con otros miembros 249. Todas estas obras
no sólo reorientan los amores, sino también forman y maduran todas las potencias humanas. Se
aprende a mirar a los demás no como objetos para manipular para ventaja propia, o tan sólo como
compañeros en algún proyecto, sino como personas cuya dignidad personal y belleza interior son
muy grandes.

El broche de oro en la obra de sanar, liberar y reorientar la afectividad humana lo tiene que
poner Dios mismo, porque va más allá del esfuerzo humano. Lo hace mediante las virtudes
teologales de fe, esperanza y amor vigorizadas por los distintos Dones del Espíritu Santo. Se trata
de la purificación de los amores, juicios y esperanzas humanas en la así llamada “noche oscura”, o
túnel tenebroso, por donde habrán de atravesar los sentimientos y el espíritu de los seguidores de
Cristo.

Como la fe purifica los juicios humanos y la esperanza divina rectifica nuestras esperanzas
ilusorias, así también el amor de Dios infundido en el corazón humano tiene que reorientar nuestros
múltiples amores, nuestra afectividad, desapegándola de otros amores, no sólo los nocivos, sino
también los secundarios. Sólo así la persona queda totalmente libre para amar como “otro Cristo” al
Padre celestial y a los hombres250. Esta transformación del corazón, de la violencia vengativa y la
rivalidad en el afán de éxito, a la paz aún en medio de cualquier persecución, es la corona de toda
evangelización y, a la vez, el impulso interior de las mejores obras evangelizadoras.

11. Interioridad, conciencia y espíritu

El gran motivo de la alegría del Evangelio no es sólo que Jesús ha vencido la muerte por su
propia muerte y Resurrección, sino también, porque “el amor de Dios ha sido derramado en

249
Para mayor información en este sentido, conviene hablar con un sacerdote sobre lo que existe cerca de donde uno
vive.
250
Hay pocos textos tan inspirados y tan inspiradores como lo son los tres himnos de San Pablo al amor de Dios, en
Rom 8,33-39; 1 Cor 13,1-13; y Ef 1,3-12.
91

nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” 251, con el resultado de que “el
mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios”. 252
Además de conocer a Jesús y, por él, a todo la historia de salvación, con la Iglesia y los sacramentos
establecidos para continuar su obra, nos conviene profundizar en la obra íntima del Espíritu de Dios
en el espíritu humano, porque de ella depende todo el crecimiento espiritual. Primero, sin embargo
conviene aclarar el sentido de varias palabras usadas en este ámbito de las facultades del alma.

Una dificultad se presenta por el hecho de que la espiritualidad cristiana se ha encarnado en


diferentes culturas, cada una con su propio vocabulario. La mentalidad semítica, que es la de la
Biblia, ve al hombre y a Dios mismo en su actuar, con una visión sencilla, concreta y dinámica, que
se centra en el corazón de cada persona y lo ve como centro vital de donde fluyen sus palabras, sus
decisiones y sus obras:
Si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta
oscuridad habrá!... ¿Cómo pueden ustedes decir cosas buenas, siendo malos? Porque la boca habla
de la abundancia del corazón. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro de bondad; y el
hombre malo saca cosas malas de su tesoro de maldad253.

En esta mentalidad, la persona humana es un todo inseparable: un alma-cuerpo que vive


desde adentro para expresarse exteriormente; una dimensión no existe sin la otra. De la misma
manera, el espíritu del hombre es a la vez interior, su corazón, y exterior, su “genio y figura”. La
cultura hebrea utiliza lo concreto para comunicar poéticamente las verdades espirituales, mientras
que San Pablo, en su misión como Apóstol de las naciones, tenía que comunicar su fe y sus
experiencias personales a otra mentalidad y otra cultura: fue el comienzo del largo proceso de
expresar las realidades de la fe cristiana en el nuevo ambiente de Grecia y de Roma.

Estos dos hechos – las imágenes, metáforas y parábolas de la lengua hebrea, y el traspaso de
sus enseñanzas tan profundas a otras mentalidades y culturas – demuestran la necesidad constante
de una interpretación autorizada de las verdades reveladas en la Sagrada Escritura. Esta
interpretación, a la vez pastoral, doctrinal y espiritual, se realiza por la tradición de la Iglesia, como
vimos más arriba en otro capítulo254.

El enfoque grecorromano, que es básicamente el del mundo occidental actual, es más


estático y analítico que el de la cultura semita. El hombre es alma y cuerpo, pero las dos partes de su
ser son muy diferentes entre sí, como lo es un encarcelado y la cárcel que lo encierra, según Platón

251
Rom 5,5.
252
Rom 8,16.
253
Mt 12,34-35.
254
En la Parte III, Capítulo 8, en la sección sobre la Revelación divina, pp.62-63.
92

(c.428-c.347 a.C); o como elemento material que posibilita la existencia del elemento superior e
intelectual, según Aristóteles (384-322 a.C.). La visión “idealista” o “ilustrada” del hombre, que
comenzó con los griegos, llegó a su culmen con el principio del filósofo francés Descartes (1595-
1650): “Pienso, luego existo (Cogito, ergo sum)”255, que pone en evidencia la separación y el
contraste entre el alma espiritual y el cuerpo animal.

En nuestra cultura actual, una consecuencia del contraste de Descartes entre alma y cuerpo
es que el corazón humano tiene una gran importancia afectiva, pero muy poco que ver con las
facultades espirituales del hombre. El corazón no sería tan espiritual, como en el enfoque bíblico,
sino sólo la sede de las pasiones, emociones y sentimientos, casi opuesto a la inteligencia. Además,
la dimensión trascendente no entraría en la constitución humana, como tal. Sería algo añadido
gratuitamente. Al contrario y a partir de los Padres de la Iglesia latina, la mayor parte de los autores
espirituales occidentales siguen el enfoque grecorromano, especialmente después de que Santo
Tomás de Aquino adoptó en el siglo XIII casi toda la antropología aristotélica, desarrollando sin
embargo, en su tratado de las pasiones humanas, el aporte positivo de la afectividad256.

En el siglo XVII, se comenzó a usar la palabra “interioridad”, un término general y más


“ilustrado” que “corazón”, para indicar, sobre todo, las facultades espirituales: la inteligencia junto
con la conciencia moral, la voluntad y la memoria entendida como el mundo subterráneo de deseos,
ideas, recuerdos y proyectos. La interioridad llegó a ser el factor predominante en la presentación de
la espiritualidad y la mística cristiana. Durante el siglo XX, sin embargo, creció el uso del enfoque
bíblico, que es la de la revelación divina y se armoniza más con el pensamiento actual, que es
científico, descriptivo y más existencial. Jesús, en efecto, no hablaba de “interioridad”, que es un
término abstracto, sino de lo que hay dentro del hombre, que él identificó con el corazón:
Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las
fornicaciones, los robos, los homicidios…. (Jesús) sabía lo que hay en el hombre 257.

Formación de la conciencia moral

Entre las realidades que existen en la interioridad humana, no cabe duda de que la más
importante es: “la ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad
humana y por la cual la persona será juzgada personalmente” 258. Esta conciencia moral es una
realidad significativa tanto en el mundo bíblico como en el griego: es la primera de las leyes dadas
por Dios a los hombres, cumbre y fuente de la ley natural. Muchas veces se usa sólo la primera
255
En sus Ensayos filosóficos (1637).
256
En su Suma de Teología, I-II, 22-48 (Madrid: BAC, 1989), 249-399.
257
Mc 7,21; Jn 2,25.
258
Gaudium et Spes, 16.
93

palabra, “conciencia”, no en su sentido de atención psicológica, sino como capacidad de valoración


moral. El libre albedrío, es decir la libertad en acción, es un rasgo que deriva de esta conciencia
moral.

Otra dimensión de la interioridad es la afectividad: los amores, sentimientos y deseos. A


pesar de que cada persona será juzgada personalmente por la ley de su propia conciencia moral, la
dimensión afectiva es más conocida y más apreciada, por estar más a flor de piel, más
inmediatamente palpable y gratificante. La dimensión moral, al contrario, está muy a menudo poco
desarrollada y hasta torcida por la indiferencia o por un cierto prejuicio contra el moralismo en
general.

Se podría añadir también una tercera dimensión de interioridad: la inteligencia especulativa,


que abstrae conceptos generales del conjunto de experiencias concretas y los compara entre sí.
Cuando la persona actúa exteriormente para realizar algo concreto, se trata de la inteligencia
práctica, que la formación escolar y universitaria de hoy subraya mucho más que la especulativa o
la moral. Es verdad que el intelecto es una de las facultades espirituales del hombre y forma parte
de su espíritu, pero sólo recibe su información desde fuera de sí mismo a través de los cinco
sentidos o desde el corazón con sus deseos y valoraciones morales. El corazón, al contrario, no
recibe sus impulsos desde afuera, sino desde la propia interioridad de vida afectiva y de la ley
escrita en él por Dios. De allí la importancia de sensibilizarse más a todo esta dimensión interior y
espiritual del hombre.

En realidad, la conciencia moral es el elemento más insigne de la imagen de Dios en el


hombre, imagen no borrada por ningún pecado, sino sólo oscurecida, pero cuyo oscurecimiento
desorienta la afectividad junto con la conciencia moral, y a través de ellas, despista toda la actividad
de la inteligencia. Por eso existe tanta necesidad de aprender a no fundamentar nuestros juicios en
las publicidades externas o sobre el “lo que dirán”, sino a escuchar con atención la voz interior,
“que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del
prójimo”.

El aprendizaje moral comienza normalmente en la familia, con el buen ejemplo y la buena


formación ética; luego pasa por los esfuerzos personales de fidelidad y conduce a prestar cada vez
más atención a lo que intuye el propio corazón a la luz de la fe: la voz secreta de la conciencia. Lo
que hemos visto sobre el acompañamiento espiritual, los mandamientos de Dios, los consejos de
Jesús, la libertad y la disciplina espiritual desemboca en esta escucha dócil y obediente a la propia
conciencia moral iluminada por la fe cristiana.
94

Este proceso de aprendizaje fue expresado poéticamente por el maestro moderno de


fidelidad a la conciencia, el Beato John Henry Newman en su conocido poema: Lead, Kindly Light.
Guíame, luz entrañable, entre las tinieblas que me cercan. ¡Guíame!
¡La noche está oscura y yo lejos de mi hogar: Guíame!
Guarda tú mis pasos, porque solo no puedo ver
aquel paisaje tan lejos; me basta un paso hacer: ¡Guíame!

No siempre estuve así, ni pedía que me iluminaras: ¡Guíame!


Me encantaba ver mi propio camino, mas ahora ¡Guíame!
Amaba el derroche, pero ahora no mi ceguera sino
tu poder es lo que asegura mi camino: ¡Me guiarás!259

Si hubiera que señalar un solo factor clave en este proceso de formación moral, sería la
importancia de un programa de fidelidad a la oración. Sólo en la disciplina interior de la oración y
lectio divina, se aprende a distinguir con madurez y claridad la voz delicada de la conciencia moral,
para separarla de las voces clamorosas de la afectividad o de los razonamientos interesantes. La voz
sencilla, sutil y generalmente intuitiva de la conciencia moral, cuando suspira “haz esto” o “no
hagas aquello”, no se aprende ni con las emociones pasajeras ni por el estudio o las ideas brillantes,
sino por la perseverancia en el bien y a través de los altibajos de la oración.

Espíritu divino y espíritu humano

Cuando San Pablo dice que “el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que
somos hijos de Dios”,260 se refiere a una de las tres dimensiones del hombre. Sintetiza así el enfoque
griego de alma y cuerpo con la importante visión bíblica del espíritu del hombre abierto a lo
trascendente. Hace lo mismo en otras ocasiones: “Que ustedes se conserven irreprochables en todo
su ser – espíritu, alma y cuerpo – hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo…. ¿Quién puede
conocer lo más íntimo del hombre, sino el espíritu del mismo hombre?”261

Sin embargo, estamos tan acostumbrados a pensar al hombre en términos de alma y cuerpo
que nos parece fuera de lugar introducir el espíritu como tercer elemento. Sabemos que pensar es
259
Selección de su poema más largo: “Lead, Kindly Light, amidst th’encircling gloom,/ Lead Thou me on!/ The night
is dark, and I am far from home,/ Lead Thou me on!/ Keep Thou my feet; I do not ask to see / The distant scene; one
step enough for me./ I was not ever thus, nor prayed that Thou / Shouldst lead me on;/ I loved to choose and see my
path; but now / Lead Thou me on!/ I loved the garish day, and, spite of fears,/ Pride ruled my will. Remember not
past years!/ So long Thy power hath blest me, sure it still / Will lead me on./ O'er moor and fen, o'er crag and
torrent, till / The night is gone,/ And with the morn those angel faces smile,/ Which I have loved long since, and lost
awhile!/ Meantime, along the narrow rugged path,/ Thyself hast trod,/ Lead, Saviour, lead me home in childlike
faith,/ Home to my God./ To rest forever after earthly strife / In the calm light of everlasting life.”
260
Rom 8,16.
261
1 Tes 5,23; 1 Cor 2,11.
95

usar la cabeza y amar pertenece al corazón, son dos poderes del alma: ¿por qué añadir su “espíritu”,
que no parece tanto un poder o facultad, sino un rasgo, su genio? ¿No son los espíritus sólo
fantasmas más o menos irreales? Sin embargo, la mayor parte de las culturas antiguas y modernas
tienen alguna referencia a una tercera dimensión, la trascendente: una dinámica interior del hombre,
que le lleva más allá de sí mismo.

La psicología moderna habla de un “arquetipo” que forma parte del inconsciente colectivo,
un modelo eterno de hermosura trascendente. No se trata de una nueva facultad, sino de una pujanza
del corazón, una apertura de todo el ser, que San Agustín expresó con toda claridad: “Nos has hecho
para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” 262. El hombre es, en realidad, más
que hombre, porque su elemento más personal e íntimo es lo que San Pedro describe:
Que su elegancia no sea el adorno exterior, consistente en peinados rebuscados, alhajas de oro y
vestidos lujosos, sino la actitud (lit. “el hombre”) interior del corazón, el adorno incorruptible de un
espíritu dulce y sereno. Esto sí que vale a los ojos de Dios263.

La principal dificultad para comprender esta “elegancia” interior, el espíritu de la persona


“paciente y humilde de corazón”,264 suele ser el prejuicio recibido de la cultura científica de los
tiempos modernos. Según esta mentalidad, que ha producido nuestra sociedad tecnológica y
globalizada, todo debe ser medido y comprendido científicamente:
Este cambio de época hace al hombre capaz de lograr una interpretación de la naturaleza conforme a
sus leyes…. Con esto no es que se niegue la fe; pero queda desplazada a otro nivel – el de las
realidades exclusivamente privadas y ultramundanas – al mismo tiempo que resulta en cierto modo
irrelevante para el mundo. Esta visión programática ha determinado el proceso de los tiempos
modernos e influye también en la crisis actual de la fe265.

Aquí tenemos, entonces, un elemento de nuestra visión personal necesitado de ser


profundamente purificado y reordenado en la “noche del espíritu”, para que nuestra visión del
espíritu humano corresponda a la visión bíblica, la de Jesús, que San Pablo trataba de enseñar a los
corintios: “¿Quién puede conocer lo más íntimo del hombre, sino el espíritu del mismo hombre?”266

El espíritu del hombre, su apertura a la trascendencia, a lo sagrado, a Dios, es el elemento


más hermoso y más céntrico del corazón y las entrañas267. Por esta misma razón, la interioridad es

262
Confesiones I,1.
263
1 Ped 3,3-4.
264
Mt 11,29.
265
Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, sobre la esperanza cristiana (2007), nn.16-17.
266
Mt 12,34; 15,18-19.
267
Ver 1 Sam 16,7: “Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el
corazón”; y Jer 17,10: “Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su
conducta”.
96

como el campo de batalla donde tiene lugar el drama espiritual entre el bien y el mal. El gran
mensaje cristiano es que esta batalla ha sido ganada y lo que hace falta ahora es creerlo de veras,
como Jesús dice con mucha frecuencia: “Tu fe te ha salvado” 268, porque él “no necesitaba que lo
informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el hombre”269.

Efectivamente, la dinámica de la interioridad humana ha sido invadida y liberada, en las


personas que lo aceptan, por el Espíritu Santo que derrama allí el amor divino. Los malos espíritus
no pueden tocar directamente este núcleo relacional del ser humano, que es su espíritu, su corazón
hecho por y para Dios, sino sólo pueden tentarlo y seducirlo desde afuera, engañando los afectos u
oscureciendo el intelecto, a fin de que no presten atención al espíritu. De allí la necesidad de
purificar espiritualmente la afectividad, la voluntad y la inteligencia.

Justamente para realizar esta purificación interior, Jesús, el Hijo de Dios encarnado, vino al
mundo, fue tentado, padeció, murió, resucitó y volvió al Padre, para enviarnos el Espíritu Santo del
Padre y del Hijo. Es él, el Espíritu Santo actuando en nombre de Jesús, quien da la capacidad de
crecer a su imagen y semejanza. Desde el espíritu humano así renovado, el Espíritu de Dios purifica
y reorienta cada potencia y cada acto del alma y del cuerpo mediante la fe, la esperanza y el amor.

Este proceso de reordenamiento en función de la vocación divina de cada persona – desde el


primer despertar, pasando por los ritmos del amor de Cristo y llegando a la obra del Espíritu – es el
camino a la plenitud humana y divina que las páginas del presente libro han tratado de bosquejar.
Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le
sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos270.

268
Como en Lc 7,50; 8,48; 17,19; 18,42.
269
Jn 2,25.
270
1 Cor 15,28.
97

V. PUERTAS ABIERTAS

Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida,


entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Por lo tanto,… como elegidos de Dios, sus santos y amados,
revístanse de sentimientos de profunda compasión.
Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.
Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.
¡Que la paz de Cristo reine en sus corazones!
Col 3,3. 12-15

El crecimiento hacia la plena madurez de un discípulo de Cristo continúa toda la vida. Es


verdad que cuando un discípulo “se une al Señor se hace un solo espíritu con él”, 271 pero este
resultado no es estático sino todo lo contrario: más dinámico que cualquier otra cosa experimentada
previamente. El fortalecimiento en la fe cada vez más lúcida, en la esperanza más confiada y en el
amor más sincero y generoso rejuvenece el espíritu humano, pero no dispensa del uso de los medios
descritos en las páginas más arriba – la oración, el discernimiento, el acompañamiento espiritual,
los sacramentos, las obras de misericordia, las leyes justas – todos son instrumentos entregados por
Dios mismo, para que sus hijos sigan creciendo. La vida espiritual da al uso de estos instrumentos
una nueva lucidez y facilidad, con las puertas del corazón más abiertas a las gracias que comunican.

La experiencia muestra una y otra vez que hay que dar tiempo a Dios, para que él actúe con
su Espíritu y con su Providencia; dar tiempo también al propio caminar de discípulo y misionero, de
acuerdo al particular estado de vida y según la medida de la gracia, que hay que seguir, y no
anticipar. En Cristo está todo, pero el discípulo necesita tiempo para aprender a apropiarse sin
bloqueos interiores de las distintas dimensiones del Misterio que es el Señor, para ser testigo de su
verdad y de su amor en el mundo actual.

Este es el camino de transformación y configuración, un camino que discurre desde la pila


bautismal hasta la muerte, pasando por el despertar espiritual inicial y la experiencia de la distintas
etapas del camino, para terminarlo en la casa del Padre. Repasemos entonces, de manera muy
sintética, las distintas fases o momentos del camino.

Repaso conclusivo.

271
1 Cor 6,17.
98

1. Se comienza con el deseo de caminar para llegar al fin, lo que presupone un mínimo de los
bienes necesarios para la propia vida. El deseo proviene de haberse despertado a algo
trascendental, un primer encuentro con el Señor de la vida, a quien se percibe instintivamente
como divino y merecedor de toda búsqueda. Con mucha frecuencia hay alguna persona, cosa o
circunstancia exterior que provoca desde afuera este despertar, pero el encuentro mismo es
interior, un toque agraciado y espiritual de parte de Otro, que eleva todo a un nuevo nivel de
existencia.

2. Entre los primeros pasos a dar, está el de identificar y contrarrestar los impedimentos al
seguimiento. Más positivamente, hay que apoyar el mensaje contenido en el primer despertar:
obrar el bien, apreciar los sacramentos de la Iglesia, profundizar la fe por la lectura del Evangelio
y tal vez la vida de los santos, integrar en la jornada momentos de meditación y oración. Un
apoyo normal en este proceso es hablar de vez en cuando con una persona de experiencia y
confianza. Sentirse acompañado de esta forma o por un grupo de personas puede ser una ayuda
apreciada.

3. Este primer despertar es, en efecto, un encuentro del propio corazón con la Persona de
Jesucristo. La fe enseña que es él por su Espíritu quien ha tomado la iniciativa; es el que buscó
su discípulo, lo encontró en el momento más oportuno: y lo despertó. Jesús lo llamó desde
adentro y más tarde, le enviará para alguna misión, pero la primera tarea es conocer mejor a
Jesús, su ser de Hijo de Dios y su vida humana en sus misterios, que sanan y dan un valor
insuperable a la vida humana, especialmente en los acontecimientos más importantes y en los
momentos de prueba y dolor.

4. El crecimiento en la vida de Cristo y su crecimiento en la vida de los discípulos sigue y


“reencarna” de manera personal las etapas y los ritmos de la historia de salvación. Esta historia
sagrada compartida tiene tres etapas: preparación, hasta la venida del Salvador; realización en el
Hijo de Dios hecho hombre, cuya vida se continúa en sus fieles; y plenitud, cuando toda la
familia de Dios compartirá la vida resucitada de su Salvador y Cabeza. Ciertos rasgos de las tres
etapas se sobreponen y están presentes en el corazón de cada discípulo y en los sacramentos de la
Iglesia: la creación a imagen y semejanza de Dios, y la caída del pecado original se juntan ahora
con la vida eterna, que comienza en el Bautismo con los dones de Cristo resucitado.

5. Por eso, es importante vivir con consciencia el misterio de la Iglesia como parte del Misterio
salvador de la Encarnación. La fe penetra las dos dimensiones de la Iglesia, la institución y la
santidad, para valorar su estructura institucional y jerárquica, captando en ella un signo
99

imperfecto pero necesario y sacramental de la humanidad de Cristo; y para valorar, sobre todo, la
acción del Espíritu Santo en el corazón de los que creen, esperan y aman a Cristo. De allí la
importancia de la tradición doctrinal y espiritual de la Iglesia, con sus sacramentos y la vida, los
escritos y la oración de sus muchos santos. La fe trae aparejada la capacidad de aceptar como
aspectos secundarios de la Iglesia las debilidades humanas de sus miembros, incluso de sus
ministros. De allí la necesidad de purificar los juicios y afectos humanos por la verdad revelada y
el amor divino.

6. La vivencia continua del peregrinar cristiano hizo que la tradición describiera el crecimiento
espiritual en términos de etapas en el caminar, que pueden sintetizarse en cinco vivencias:
- Inicio: despertarse, renacer interiormente, comienzo de la disciplina espiritual.
- Servicio y formación: crecimiento interior mediante obras buenas y servicios generosos.
- Perseverancia en lo recibido mediante la humildad paciente en el obrar y en la oración.
- Profundización en la fe confiada y amorosa a través de la purificación de afectos y juicios.
- Unión por la configuración más completa a Cristo, tanto en su oración como en su obrar.

7. En el camino del discipulado y la misión en la vida, se realiza la constante integración de la


Palabra eterna de Dios con su Espíritu Santo. Esta armonía existe no sólo en las actividades
pastorales de la Iglesia y las gracias de los siete sacramentos, sino también en la Sagrada
Escritura, mediante su lectura meditada, orada y contemplada. Jesús mismo y su Madre Virgen
nos ofrecen los mejores ejemplos de dicha oración y meditación, que se han desarrollado en
diversas maneras. Es conveniente aprovechar todos estos instrumentos de la gracia divina, pero
cada uno ha de descubrir por su propia experiencia los que más le ayudan a crecer y unirse con el
Señor en la fe.

8. Entre los canales por los que fluye el agua viva del Espíritu, están las leyes divinas – la propia
conciencia moral, los Diez Mandamientos, y la Nueva Ley de amor – las normas de la Iglesia y
las leyes civiles justas. Los múltiples consejos de Jesús a sus discípulos son instrumentos del
Amor divino para orientar el amor humano; constituyen una parte secundaria de la nueva Ley de
Cristo, su Amor derramado en el corazón. El Espíritu Santo sigue aconsejando a cada persona
según la vocación recibida y la propia situación, a fin de poner en práctica el nuevo
mandamiento de Jesús. Los distintos tipos de leyes, comenzando con la conciencia moral del
corazón, tienen la finalidad de orientar los actos y afectos hacia el bien, hacia las obras generosas
del amor. Cuando las leyes humanas son buenas y justas, tienen un valor pedagógico y
obligatorio para el bien común.
100

9. Puesto que el amor de Cristo, su agape, se derrama en el corazón del discípulo, la interioridad de
cada persona cobra una gran importancia. Uno de sus componentes es la libertad personal, que
no es arbitraria, sino que le permite al hombre orientar todo su actuar hacia su verdadero destino
trascendente y relacional. Tal libertad no dispensa de la disciplina personal, sino que la reclama y
presupone, porque la disciplina prudente reordena los afectos, juicios y actos en función del
amor. La purificación realizada por este reordenamiento es especialmente relevante y necesaria
en una sociedad “light”, pragmática, superficial, cortoplacista y hedonista.

10. La libertad bien ordenada promueve constantemente la calidad personal y abre de esta manera
la sensibilidad a un mundo más interior, tanto en uno mismo como hacia el corazón de los
demás. Esta interioridad humana consiste en los afectos, sentimientos y deseos del corazón, sus
decisiones morales y sus juicios intelectuales en general. Así el hombre aprende a trascenderse,
para caminar, crecer y correr hacia el conocimiento de la verdad plena y la perfecta comunión
interpersonal en el amor. La persona que se une a Cristo de esta manera “se hace un solo espíritu
con él”272.

Si hubiera que subrayar algo central, sería aquello que nos dice el Maestro: “Aprendan de
mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio, porque mi yugo es suave y
mi carga liviana”273. En esta invitación de Jesús subyace lo que anunció con toda claridad al final de
su vida: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”274.

El camino hacia la plenitud personal y espiritual es Jesús mismo: la Persona que es, como
Hijo de Dios; lo que vivió como hombre, o sea sus misterios; y el modo o espíritu con que lo vivía,
es decir las actitudes de su corazón. Jesús compartió todo esto con sus queridos discípulos durante
su existencia terrena y lo sigue compartiendo ahora en la gracia de su Espíritu. Esta es la
espiritualidad cristiana. El Maestro no niega ni por un instante los dolores y altibajos del camino,
que son partes intrínsecas de su gran Misterio, sino que relativiza cualquier sufrimiento, poniéndolo
en un contexto mayor, el seguimiento pascual del Señor por la Verdad de su Cruz y de su Vida
resucitada: ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo?275

Nuestro modelo y guía especial en este camino del Señor es la Madre de Jesús, la Santísima
Virgen, la mejor de las maestras. Es ella la que conoce mejor que nadie el camino de su propio Hijo
y asegura a cada discípulo, como se lo aseguró a Juan Diego en 1531, cerca Tepeyac, México:

272
1 Cor 6,17.
273
Mt 11,28-30.
274
Jn 14,6.
275
Rom 8,35.
101

Oye, hijo mío, lo que te digo ahora: no te aflija cosa alguna: ni temas enfermedad, ni otro accidente
penoso, ni dolor. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás debajo de mi sombra y amparo?
¿No soy yo vida y salud? ¿No estás en mi regazo y corres por mi cuenta? ¿Tienes necesidad de otra
cosa?276

276
Del relato original de la Virgen de Guadalupe: Nican Mopohua.
102

MISTERIOS DE CRISTO
en el Rosario de la Virgen, el Año litúrgico y la vida cotidiana

MISTERIOS GOZOSOS: para revivir los primeros años de Jesús y sanar nuestras heridas.
EN EL AÑO LITÚRGICO EN LA VIDA COTIDIANA
La Anunciación a María 25 de marzo Acoger la Palabra de Dios
(Lc 1,26-38) y su voluntad.
La Visitación de María a 31 de mayo Amar y servir al prójimo.
Isabel (Lc 1,39-56)
Navidad: Nacimiento de Jesús 25 de diciembre Apreciar la humildad y pobreza:
en Belén (Lc 2,1-19) del corazón y de la vida.
La Presentación de Jesús en el 2 de febrero Estar disponible
Templo (Lc 2,22-38) a la voluntad de Dios.
El Hallazgo de Jesús en el Dom. después de Navidad – C Perseverar en la búsqueda de
Templo (Lc 2,41-51) Dios y de su voluntad.

MISTERIOS LUMINOSOS: para iluminar el sentido de la actividad humana.

El Bautismo de Jesús Domingo después de Reyes Apreciar la dignidad de ser


(Mt 3,13-17) hijo de Dios por el Bautismo.
Las Bodas de Caná 2º Domingo del Año C Ser fiel en el amor en el
(Jn 2,1-11) matrimonio y la familia.
Jesús predica el Evangelio Evangelizar con alegría,
Domingos durante el Año
(Mc 1,35-39; 6,6-13; 16,15-16) diligencia y convicción.
La Trasfiguración de Jesús 2º Dom. de Cuaresma Crecer en el amor, a imagen y
(Lc 9,28-36) y 6 de agosto semejanza de Jesús.
Jesús instituye la Eucaristía Corpus: 2º dom. después de Frecuentar los sacramentos,
(Lc 22,14-20) Pentecostés especialmente la Eucaristía.
103

MISTERIOS DOLOROSOS: para transformar el dolor en amor redentor.


EN EL AÑO LITÚRGICO EN LA VIDA COTIDIANA
La Agonía de Jesús Domingo de Ramos y Perseverar en la oración
(Lc 22,39-46) noche de Jueves Santo y aceptar la cruz de cada día.
El Azotamiento de Jesús Domingo de Ramos; Disciplinar el cuerpo, para
(Mc 15,6-15) Viernes Santo hacerlo un instrumento de paz.
La Coronación de espinas Domingo de Ramos; Aceptar en paz
(Mc 15,16-20) Viernes Santo las humillaciones y dificultades.
Via Crucis: Jesús carga con la Domingo de Ramos; Perseverar con paciencia en el
Cruz (Lc 23,16-31) Viernes Santo servicio a Dios y a los demás.
Crucifixión y Muerte de Jesús Domingo de Ramos; Unirse a Jesús y a la Virgen
(Mc 15,22-41; Jn 19,17-35) Viernes Santo en la cruz de cada día.

MISTERIOS GLORIOSOS: para arraigar en nuestro corazón la nueva vida de Cristo.

Pascua: la Resurrección de Domingo de Pascua Actuar con alegría como


Jesús (Lc 24,1-46) discípulo del Resucitado.
La Ascensión de Jesús VII Domingo de Pascua Anhelar estar con Cristo
(Hechos 1,9-14) y con el Padre celestial.
Pentecostés: la venida del Es- VIII Domingo de Pascua Ser dócil a las inspiraciones
píritu Santo (Hechos 2,1-11) del Espíritu Santo.
La Asunción de María al cielo 15 de agosto Mostrar el amor a la Virgen y
(Lc 1,42-55; Apoc 11,15-12,1) pedir con frecuencia su ayuda.
María, Reina del universo 22 de agosto Ofrecer a la Virgen
(Jn 19,26-27; Apoc 12,1-11) la propia vida.
104

ÍNDICE DE TEMAS PRINCIPALES


con las páginas donde se tratan.

Acompañamiento espiritual 20, 32, 52, 101 Jesucristo 20-30, 59-65, 79, 101-105
Afectos; afectividad 43, 91-94 Juan de la Cruz, San 42-44, 57-58, 81
Agustín, San 8-9, 52-54, 64, 69 Juan Pablo II, San 36
Amor; amores 8, 17, 19, 40, 43, 45, 90-93
Ley: - Antigua 76
Bernardo, San 42, 54-56 - natural 71-72
Benedicto XVI 13, 69, 89, 98 - Nueva 76-79, 77, 79-85, 102
Benito, San 54 - leyes en general 72-81, 102
Biblia 8-10, 15, 18-19, 27-30, 60-66 Libertad 52, 71, 83-86, 102

Casiano, Juan 51-52 Liturgia: - Año litúrgico y fiestas 24, 30-32, 67


Castidad 91-93 - Liturgia de las Horas 66-67
Conciencia moral 73-75, 95-97
Consejos; consejos evangélicos 76-81, 102 Mandamientos 73-76
Crecer (ver Etapas de crecimiento) María, Virgen 9, 37-39, 63, 103-105
Cristo (ver Jesucristo) Meditación 25-27, 38, 64-72, 102
Ministros en la Iglesia 40-42, 45, 102
Despertar espiritual 7-18, 22-23, 100-101 Misterios: - de Cristo 24-25, 28, 40-41, 104-
Dirección espiritual (ver Acompañamiento) 105
Discernimiento de espíritus 88-89 - del Rosario 25, 37, 71, 93, 104-
Disciplina personal 19-20, 85-88, 102 105
Discípulos; discipulado 23-30, 32-35, 42-46
Newman, Beato John H. 74, 96-97
Esperanza; confianza 43, 79, 92 Noches espirituales 43-46, 57, 81, 93, 98
Espíritu Santo 5, 8, 29, 42-44, 59-61
sus Dones 16, 53-54, 80, 85-87, 91, 95-98 Obras de misericordia 48, 76-77, 86-88
espíritu humano 94-95, 97-99 Oración 63-72, 102
Etapas de crecimiento 47-60, 100-103
Evangelización, misión 24, 28, 44-45, 85, 102 Padres del Desierto 51-52, 54,
Eucaristía 20, 31-33, 67 Palabra de Dios: - encarnada 22-26, 57-60, 101
- escrita (ver Biblia)
Fe: - en Cristo 11-12, 18, 23-26, 35, 42-47, 79 Pecados 28-29, 31, 86-89
- de Abraham 9,77 Pobreza; pueblo pobre y fiel 10, 65, 76-79, 87
Francisco, Papa 13-14, 22-23, 37, 56 Programa de vida 20, 72, 77, 97
Purificación espiritual 19, 42-46, 51-55, 58,
Gregorio de Nisa 51-53 78, 81, 93, 98-99, 103

Historia: - de la Iglesia 29-30 Religiones no cristianas 11-12, 25, 63-64


- de salvación 27-30 Revelación divina 23-25, 62-63, 72-73
- personal 30, 100-103 Ritmos: - en la oración (ver Oración)
Humildad 51-53, 80, 85-86, 103 - en la vida espiritual (ver Etapas)

Iglesia: - sus rasgos 26, 29-33, 36-38, 101-2 Sacramentos y sus gracias 30-34, 39-42
- su tradición espiritual 42-59, 72-73 Santidad y santos 34-39, 75
Interioridad humana 91-98 Semejanza de Dios en el hombre 8, 35
Intimidad 33, 86, 92
Virtudes - en general 56-57, 78-81, 86-89
- teologales 44-46, 78-81, 90-93.
105

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